Книга - Un Cielo De Hechizos

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Un Cielo De Hechizos
Morgan Rice


El Anillo del Hechicero #9
En UN CIELO DE HECHIZOS (A SKY OF SPELLS), (LIBRO # 9 de EL ANILLO DEL HECHICERO – THE SORCERER’S RING), Thorgrin finalmente regresa a ser él mismo y debe enfrentarse a su padre de una vez por todas. Se produce una batalla épica, cuando los dos Titanes se enfrentan unos a otros y Rafi usa su poder para convocar a un ejército de muertos vivientes. Con la Espada del Destino destruida y el destino del Anillo en la balanza, Argon y Alistair tendrán que convocar a sus poderes mágicos para ayudar a los valientes guerreros de Gwendolyn. Pero incluso con su ayuda, todo podría estar perdido si no fuera por el regreso de Mycoples y su nuevo compañero, Ralibar. Luanda lucha por prevalecer frente a su captor, Rómulo, mientras el destino del Escudo está en la balanza. Reece, mientras tanto, se esfuerza por llevar a sus hombres a las paredes del Cañón, con la ayuda de Selese. Su amor se profundiza; pero con el regreso del viejo amor de Reece, su prima, se desarrolla un triángulo de amor trágico y de malentendidos. Cuando el Imperio es finalmente expulsado del Anillo y Gwendolyn tiene su oportunidad de una venganza personal contra McCloud, hay grandes motivos para celebrar. Como la nueva reina del Anillo, Gwen usa sus poderes para unir a los MacGil y a los McCloud por primera vez en la historia y comenzar la reconstrucción épica de la tierra, de su ejército y de La Legión. La Corte del rey lentamente vuelve a la vida una vez más, mientras todos empiezan a recoger los pedazos. Está destinada a convertirse en la ciudad más gloriosa que hasta su padre había soñado, y en el proceso, la justicia finalmente encuentra a Gareth. Tirus también debe ser llevado ante la justicia, y Gwen tendrá que decidir qué tipo de gobernante será. Hay un gran conflicto entre los hijos de Tirus, ya que no todos ven las cosas de la misma manera, y una lucha por el poder surge una vez más, mientras Gwen decide si aceptará la invitación a las Islas Superiores, uniendo a todo el clan MacGil una vez más. Erec es convocado para regresar a su pueblo a las Islas del Sur y ver a su padre moribundo, y Alistair se une a él, mientras se preparan para su boda. Thorgrin y Gwendolyn también podrían hacer los preparativos para su boda en un futuro. Thor tiene una relación más cercana con su hermana, y ya que todo está tranquilo dentro del Anillo, es convocado a embarcarse en la misión más grande de todas: buscar a su madre misteriosa en una tierra lejana y averiguar quién es realmente. Con múltiples preparativos de boda en el aire, y con el regreso de la primavera, la reconstrucción de la Corte del Rey, los festivales en marcha, la paz parece asentarse en el Anillo. Pero el peligro acecha en los rincones más inesperados, y podría haber tribulaciones para esos grandes personajes. Con su sofisticada construcción del mundo y caracterización, UN CIELO DE HECHIZOS (A SKY OF SPELLS), es un relato épico de amigos y amantes, de rivales y pretendientes, de caballeros y dragones, de intrigas y maquinaciones políticas, de cumplir la mayoría de edad, de corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una historia de honor y valor, de suerte y destino, de hechicería. Es una fantasía que nos lleva a un mundo que nunca olvidaremos, y que gustará a personas de todas las edades y géneros. Los libros #10 – #14 de la serie, ¡ya están disponibles también!





Morgan Rice

Un Cielo De Hechizos (Libro #9 De El Anillo Del Hechicero)




Acerca de Morgan Rice

Morgan Rice es la escritora del bestseller # 1, DIARIO DE UN VAMPIRO (THE VAMPIRE JOURNALS), una saga que comprende once libros (y siguen llegando); la saga del bestseller #1 TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA (THE SURVIVAL TRILOGY), thriller pos apocalíptico que comprende dos libros (y siguen llegando); y la saga de la fantasía épica, el bestseller #1, EL ANILLO DEL HECHICERO, (THE SORCERER´S RING) que comprende trece libros (y contando).

Los libros de Morgan están disponibles en audio y edición impresa y las traducciones de los libros están disponibles en alemán, francés, italiano, español, portugués, japonés, chino, sueco, holandés, turco, húngaro, checo y eslovaco (próximamente en otros idiomas).

TRANSFORMACIÓN (TURNED) (Libro #1 del Diario de un Vampiro – Vampire Journals), ARENA UNO (ARENA ONE) (Libro #1 de La Trilogía de Supervivencia – Survival Trilogy) y  LA SENDA DE LOS HÉROES (A QUEST OF HEROES) (Libro #1 de El Anillo del Hechicero (The Sorcerer’s Ring)), ¡ya están disponibles como descarga gratuita!

A Morgan le encantaría tener comunicación con usted, así que visite www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com/) para unirse a la lista de correo electrónico, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar una aplicación gratuita, obtener las últimas noticias exclusivas, conectarse a Facebook y Twitter y mantenerse en contacto.



Algunas Opiniones Acerca de Morgan Rice

"Es una fantasía animada que entrelaza elementos de misterio e intriga en su historia. La Senda de los Héroes (A Quest of Heroes) trata acerca de la realización del valor y de darse cuenta del propósito de la vida que conduce al crecimiento, madurez y excelencia…Para aquellos que buscan aventuras de fantasía sustanciosa, los protagonistas, estratagemas y acción proporcionan un vigoroso sistema de encuentros que se centran en la evolución de Thor, de ser un muchacho soñador a convertirse en un joven adulto que se enfrenta a retos imposibles para sobrevivir… Es sólo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para adultos jóvenes".



    Midwest Book Review (D. Donovan, Crítico de eBook)

"EL ANILLO DEL HECHICERO (THE SORCERER´S RING) tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: tramas, conspiraciones, misterio, caballeros aguerridos y relaciones florecientes repletas de corazones rotos, decepciones y traiciones.  Lo mantendrá entretenido durante horas y satisfará a las personas de todas las edades.  Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género de la fantasía".



    --Books and Movie Reviews, Roberto Mattos

"La entretenida fantasía épica de Rice (EL ANILLO DEL HECHICERO – THE SORCERER’S RING) incluye rasgos clásicos del género – una buena ambientación, grandemente inspirada en la antigua Escocia y su historia, y un buen sentido de la intriga de la Corte".



    – Kirkus Reviews

"Me encantó cómo Morgan Rice construyó el personaje de Thor y el mundo en que vive. El paisaje y las criaturas que viven ahí, estuvieron muy bien descritos… La disfruté (la trama). Fue corto y tierno… Tiene la cantidad adecuada de personajes secundarios, así que no me confundí. Contenía aventuras y momentos espeluznantes, pero la acción representada no era demasiado grotesca. El libro sería perfecto para un lector adolescente… Los inicios de algo increíble están ahí…".



    --San Francisco Book Review

"En este primer libro lleno de acción de la saga de la fantasía épica de El Anillo del Hechicero – The Sorcerer’s Ring (que actualmente consta de 14 libros), Rice presenta a los lectores a Thorgrin, ’Thor’ McLeod, de 14 años, cuyo sueño es unirse a la Legión de Los Plateados, caballeros de élite que sirven al rey… La obra de Rice es sólida y el argumento es fascinante".



    --Publishers Weekly

"LA SENDA DE LOS HÉROES – (A QUEST OF HEROES) es de lectura fácil y rápida. Los finales de los capítulos hacen que tengas que leer lo que sigue y no quieras dejarlo. Hay algunos errores en el libro y algunos nombres están mezclados, pero eso no distrae de la historia en general. El final del libro me hizo querer conseguir el siguiente libro inmediatamente, y eso es lo que hice. Las nueve series del Anillo del Hechicero (The Sorcerer’s Ring) se pueden adquirir actualmente en la tienda Kindle y La Senda de los Héroes (A Quest of Heroes) ¡es gratis, para que uno empiece! Si está buscando algo rápido y divertido para leer mientras está de vacaciones, este libro es el adecuado".



    --FantasyOnline.net



Libros de Morgan Rice

EL ANILLO DEL HECHICERO

LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)

LA MARCHA DE LOS REYES (Libro #2)

EL DESTINO DE LOS DRAGONES (Libro #3)

UN GRITO DE HONOR (Libro #4)

UNA PROMESA DE GLORIA (Libro #5)

UNA CARGA DE VALOR (Libro # 6)

UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)

UNA SUBVENCIÓN DE ARMAS (Libro #8)

UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)

UN MAR DE ESCUDOS  (Libro #10)

UN REINADO DE HIERRO (Libro #11)

UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)

EL DECRETO DE LAS REINAS (Libro #13)

UN JURAMENTO DE HERMANOS (Libro #14)

EL SUEÑO DE LOS MORTALES (Libro # 15)

LA JUSTA DE LOS CABALLEROS (Libro # 16)

EL DON DE LA BATALLA (Libro # 17)



LA TRILOGIA DE SUPERVIVENCIA)

ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1)

ARENA DOS (Libro #2)



DIARIO DE UN VAMPIRO

TRANSFORMACIÓN (Libro # 1)

AMORES (Libro # 2)

TRAICIONADA (Libro # 3)

DESTINADA (Libro # 4)

DESEADA (Libro # 5)

COMPROMETIDA (Libro # 6)

JURADA (Libro # 7)

ENCONTRADA (Libro # 8)

RESUCITADA (Libro # 9)

ANSIADA (Libro # 10)

CONDENADA (Libro # 11)








Derechos Reservados © 2013 por Morgan Rice

Todos los derechos reservados. Exceptuando lo permitido en los Estados Unidos A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno, ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora.

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Ésta es una obra de ficción.  Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia.   Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia.

©iStock.com/RazoomGames


"Nosotros pocos, nosotros felices pocos, nosotros una banda de hermanos;
Porque aquel que hoy derrame su sangre conmigo será mi hermano".

    --William Shakespeare
    Enrique V






CAPÍTULO UNO


Thor enfrentó a Gwendolyn, sosteniendo su espada a su lado, con todo su cuerpo temblando. Se dio cuenta de que todos los rostros lo miraban asombrados, en silencio – Alistair, Erec, Kendrick, Steffen y una gran cantidad de sus compatriotas – gente que había conocido y amado. Su gente. Sin embargo, aquí estaba, enfrentándolos, con la espada a su lado. Estaba en el lado equivocado de la batalla.

Finalmente, se dio cuenta.

El velo de Thor se había levantado cuando las palabras de Alistair sonaron a través de él, llenándolo de claridad. Él era Thorgrin. Un miembro de la Legión. Un miembro del Reino Occidental del Anillo. No era un soldado del Imperio. Él no amaba a su padre. Amaba a todas estas personas.

Sobre todo, amaba a Gwendolyn.

Thor miró hacia abajo y vio el rostro de ella, viéndolo con tanto amor, con sus ojos llenos de lágrimas. Se llenó de vergüenza y terror al darse cuenta de que estaba frente a ella, sosteniendo esta espada. Las palmas de sus manos ardieron de humillación y arrepentimiento.

Thor tiró  la espada, dejándola caer de sus manos. Dio un paso adelante y la abrazó.

Gwendolyn también lo abrazó con fuerza y él la oyó llorar y sintió sus lágrimas calientes cayendo por su cuello. Thor se sintió abrumado por el remordimiento, y no podía concebir cómo había sucedido todo esto. Todo era borroso. Lo único que sabía era que estaba feliz de volver a ser él mismo, de tener claridad y estar de vuelta con su gente.

"Te amo", le susurró ella en el oído “Y siempre lo haré”.

"Te amo con todas mis fuerzas”, contestó Thor.

Krohn lloriqueó a sus pies, cojeando y lamiendo las palmas de Thor; Thor se agachó y besó su cara.

"Lo siento", le dijo Thor, recordando cómo  lo golpeó mientras Krohn había defendido a Gwendolyn. "Perdóname, por favor".

La tierra, que había temblado violentamente unos momentos atrás, finalmente volvió a la quietud.

"¡THORGRIN!", se escuchó un grito en el aire.

Thor se volvió para ver a Andrónico. Dio un paso al frente, hacia el claro, con el ceño fruncido y la cara roja de rabia. Ambos ejércitos miraron con un silencio de asombro, mientras padre e hijo estaban uno frente al otro.

"¡Te lo ordeno!”, dijo Andrónico. "¡Mátalos! ¡Mátalos a todos! Soy tu padre. ¡Escúchame a mí y solamente a mí!".

Pero esta vez, mientras Thor miraba a Andrónico, algo se sentía diferente. Algo cambió por dentro. Thor ya no vio a Andrónico como su padre, como un miembro de la familia, como alguien a quien debía responder y dar su vida a cambio, lo vio como a un enemigo. Un monstruo. Thor ya no sentía ninguna obligación de dar su vida por este hombre. Por el contrario: sintió una ardiente rabia contra él. Aquí estaba el hombre que había ordenado el ataque a Gwendolyn; era el hombre que había matado a sus compatriotas, que había invadido y saqueado su patria; aquí estaba el hombre que había asumido el control de su propia mente, que lo mantuvo como rehén con su magia negra.

Este no era un hombre al que amaba. Por el contrario, era un hombre al que quería matar más que nada en la tierra. Fuera su padre o no.

Thor se sintió de repente inundado de rabia. Se agachó, recogió su espada y fue a toda velocidad a través del claro, listo para matar a su padre.

Andrónico vio sorprendido cómo Thor iba a toda velocidad, levantaba su espada por lo alto y la bajaba con ambas manos, con toda su fuerza, hacia su cabeza.

Andrónico elevó su enorme hacha de batalla en el último segundo, girándola hacia un lado y bloqueando el golpe con su eje metálico.

Thor no cedió: esgrimió su espada una y otra vez, yendo a matarlo, y cada vez Andrónico elevaba su hacha y lo bloqueaba. El gran sonido metálico de las dos armas enfrentándose se escuchaba por el aire, mientras ambos ejércitos observaban en silencio. Volaban chispas con cada golpe.

Thor gritó y refunfuñó, usando cada habilidad que tenía, con la esperanza de matar a su padre en ese instante. Tenía que hacerlo, por sí mismo, por Gwendolyn, por todos aquellos que habían sufrido a manos de este monstruo. Con cada golpe, Thor quería, más que nada, acabar con su linaje, con su origen, empezar de cero otra vez. Elegir a un padre diferente.

Andrónico, en la defensa, sólo bloqueaba los golpes de Thor y no contraatacaba. Evidentemente, se abstenía de atacar a su hijo.

"¡Thorgrin!”, dijo Andrónico, entre golpes. “¡Tú eres mi hijo! No quiero hacerte daño. Soy tu padre. Has salvado mi vida. Te quiero vivo".

"¡Y yo te quiero muerto!", gritó Thor.

Thor giró hacia abajo una y otra vez, haciéndolo retroceder, a través del claro, a pesar del gran tamaño y fuerza de Andrónico. Aun así, Andrónico no la esgrimía hacia Thor. Era como si esperara que Thor volviera a su lado otra vez.

Pero esta vez, Thor no lo haría. Ahora, finalmente, Thor sabía quién era él. Finalmente, las palabras de Andrónico estaban fuera de su cabeza. Thor prefería estar muerto que a merced de Andrónico otra vez.

"Thorgrin, ¡tienes que parar esto!", gritó Andrónico. Volaron chispas por su cara mientras bloqueaba un golpe especialmente violento con su cabeza de hacha. "Me obligarás a matarte y no quiero hacerlo. Tú eres mi hijo. Matarte sería como matarme a mí mismo".

"¡Entonces mátate a ti mismo!", dijo Thor. "¡O si no quieres, entonces lo haré por ti!".

Con un gran grito Thor dio un salto y pateó a Andrónico con ambos pies en el pecho, haciéndolo dar tumbos y cayendo de espaldas.

Andrónico miró para arriba, como aturdido por lo que pudo haber pasado.

Thor estaba parado sobre él y levantó su espada para acabarlo.

"¡NO!", gritó una voz. Era una voz horrible, parecía como si surgiera desde lo más profundo del infierno y Thor vio a un hombre entrando en el claro. Vestía una túnica larga escarlata, su rostro estaba escondido detrás de una capucha, y un gruñido sobrenatural surgió de su garganta.

Rafi.

De alguna manera, Rafi había logrado regresar de su batalla con Argon. Él estaba ahí parado, con los brazos en sus costados. Sus mangas se bajaron al levantar sus brazos, revelando la piel pálida, ampulosa, que parecía como si nunca hubiese visto el sol. Emitió un sonido horrible de la parte posterior de su garganta, como un gruñido, y abrió mucho su boca, y se hizo más y más fuerte hasta que llenó el aire, el timbre vibraba y hacía que a Thor le dolieran los oídos.

La tierra comenzó a temblar. Hizo que Thor perdiera el equilibrio mientras toda la tierra se movía. Siguió las manos de Rafi y vio delante de él un espectáculo que nunca olvidaría.

La tierra comenzó a dividirse en dos, se abrió  un gran abismo, separándose más y más ampliamente. Al hacerlo, los soldados de ambos bandos cayeron, gritando mientras eran arrojados en la creciente grieta.

Un brillo naranja surgía de debajo de la tierra y hubo un siseo espantoso mientras salía vapor y niebla.

Allí apareció una sola mano, emergiendo de la grieta, agarrando la tierra. La mano era negra, aterronada, desfigurada, y mientras trataba de elevarse, Thor, para horror suyo, vio emerger de la tierra una criatura horrible. Tenía forma humana, pero era totalmente negra, con grandes ojos rojos y colmillos largos, rojos. Una larga cola negra se arrastraba detrás de ella. Su cuerpo estaba lleno de grumos, y parecía un cadáver.

Reclinó su cabeza y hubo un rugido horrible, como el de Rafi. Parecía ser una especie de muerto viviente, convocada desde las profundidades del infierno.

De repente, detrás de esta criatura, surgió otra. Luego otra más.

Miles más de estas criaturas salieron a la superficie, tratando de subir desde las entrañas del infierno, un ejército de muertos vivientes. El ejército de Rafi.

Poco a poco, se acercaron al lado de Rafi, quedando frente a Thorgrin y a los demás.

Thor miró en estado de shock a este ejército que estaba frente a él; mientras estaba allí parado, con su espada aún en alto, de repente Andrónico rodó por debajo de él y retiró a su ejército, evidentemente no quería tener que enfrentarse a Thorgrin.

De pronto, las miles de criaturas se abalanzaron sobre Thor, inundando el claro, llegando para matar a Thor y a toda su gente.

Thor reaccionó y levantó su espada por lo alto, mientras la primera criatura saltaba hacia él, gruñendo, con las garras extendidas. Thor se hizo a un lado, esgrimió su espada y le cortó la cabeza. Cayó dando tumbos en el suelo, inmóvil, y Thor se preparó para el siguiente.

Estas criaturas eran fuertes y rápidas, pero de uno en uno no eran rivales para Thor y los hábiles guerreros del Anillo. Thor luchó contra ellos con destreza, matándolos a diestra y siniestra. Sin embargo, la pregunta era, ¿con cuántos podría pelear a la vez? Fue rodeado por miles de ellas, desde todas direcciones, al igual que todos a su alrededor.

Thor se quedó al lado de Erec, Kendrick, Srog y los otros, cada uno luchando uno al lado del otro, cuidándose las espaldas mientras blandían sus armas de un lado al otro, matando a una o dos criaturas a la vez. Una de ellas resbaló, agarró a Thor del brazo y lo rasguñó, haciéndolo sangrar, y Thor gritó de dolor, giró y lo apuñaló en el corazón, matándola. Thor era un luchador superior, pero su brazo le punzaba, y no sabía cuánto tiempo tomaría hasta que estas criaturas pagaran factura.

Pero antes que nada, en su mente, estaba llevar a Gwendolyn a un lugar seguro.

"¡Llévala atrás!", gritó Thor, sujetando a Steffen, quien luchaba con un monstruo, y lo empujó hacia Gwen. "¡AHORA!".

Steffen agarró a Gwen y se la llevó arrastrando, a través del ejército de soldados, alejándola de las bestias.

"¡NO!", gritó Gwen, protestando. "¡Quiero estar aquí, con ustedes!".

Pero Steffen obedeció dócilmente, arrastrando su espalda a la retaguardia de la batalla, protegiéndola detrás de los miles de MacGil y de Los Plateados, quienes valientemente se quedaron allí y pelearon con las criaturas. Thor, viendo que ella estaba segura, se sintió aliviado y se dio vuelta y se lanzó a la lucha con los muertos vivientes.

Thor trató de convocar su poder de Druida, para luchar con su espíritu junto con su espada; pero por alguna razón, no pudo. Estaba muy cansado, por su experiencia con Andrónico, por el control mental de Rafi, y su poder necesitaba más tiempo para sanar. Tuvo que luchar con las armas convencionales.

Alistair dio un paso adelante, al lado de Thor, subió una mano y la dirigió a la multitud de muertos vivientes. Una bola de luz emanó de ella, y mató a varias criaturas a la vez.

Levantó ambas manos en varias ocasiones, matando criaturas alrededor de ella, y al hacerlo, Thor se sintió inspirado con la infusión de la energía de su hermana. Una vez más intentó convocar a alguna otra parte de sí mismo, para luchar, no sólo con su espada, sino con su mente, con su espíritu. Cuando se acercó la siguiente criatura, él levantó una palma y trató de invocar al viento.

Thor sentía correr el viento a través de la palma de su mano y de repente, una docena de criaturas salió volando por el aire, el viento llevándolos, aullando mientras caían en una grieta de la tierra.

Kendrick, Erec y los demás, al lado de Thor, luchaban valientemente, cada uno matando a docenas de criaturas, mientras todos sus hombres a su alrededor dejaban salir un grito de guerra, mientras luchaban con todas sus fuerzas. El ejército del Imperio se sentó atrás y dejó que el ejército de Rafi, de muertos vivientes, peleara por ellos, dejándolos a los hombres cansados de Thor. Estaba funcionando.

Pronto, los hombres de Thor, exhaustos, luchaban más lentamente. Sin embargo, los muertos vivientes nunca dejaron de salir de la tierra, en una corriente interminable.

Thor se encontró respirando con dificultad, al igual que los demás. Los muertos vivientes estaban empezando a salir de las filas, y sus hombres estaban empezando a caer. Eran demasiados. Alrededor de Thor se escuchaban los gritos de sus hombres, mientras los muertos vivientes los sujetaban, hundiendo sus colmillos en las gargantas de los soldados y chupando su sangre. Con cada soldado que mataba una criatura, los muertos vivientes parecían hacerse más fuertes.

Thor sabía que tenían que hacer algo más rápido. Necesitaban invocar a un poder tremendo para contrarrestar esto, un poder más fuerte que el que él o Alistair tenían.

"¡Argon!", le dijo Thor de repente a Alistair. "¿Dónde está él?". ¡Debo encontrarlo!”.

Thor vio que Alistair se estaba cansando, su fuerza menguaba; una bestia pasó cruzando ante ella, le dio un golpe de revés y ella cayó, gritando. Mientras la bestia saltaba encima de ella, Thor se adelantó y empujó su espada en la parte posterior de la criatura, salvándola en el último segundo.

Thor extendió una mano y tiró de sus pies rápidamente.

"¡Argon!", gritó Kolk. "Es nuestra única esperanza. Debes encontrarlo. ¡Ahora!".

Alistair le dio una mirada de complicidad y corrió hacia la multitud.

Una criatura se acercó, bajó sus garras hacia la garganta de Thor y Krohn se abalanzó y saltó sobre él, gruñendo, inmovilizándolo en la tierra. Otra criatura se lanzó sobre la espalda de Krohn, y Thor lo apuñaló, matándolo.

Otra criatura saltó a la espalda de Erec, y Thor se abalanzó, lo sacó, lo agarró con ambas manos, lo levantó por lo alto y lo lanzó hacia otras criaturas, derribándolo. Otra bestia se dirigió hacia Kendrick, quien no se lo esperaba, y Thor tomó su daga y lo apuñaló en el cuello, justo antes de que hundiera sus colmillos en el hombro de Kendrick. Thor sentía que esto era lo menos que podía hacer para compensarlo por enfrentarse a Erec ya  Kendrick y a todos los demás. Se sentía bien luchar a su lado otra vez, en el lado adecuado; se sentía bien saber quién era él otra vez y saber contra quién luchaba.

Mientras Rafi estaba allí parado, con los brazos abiertos,  cantando, miles más de estas bestias salían de las entrañas de la tierra, y Thor sabía que no serían capaces de retenerlos mucho tiempo más. Un enjambre negro los envolvió, mientras más muertos vivientes, codo con codo, corrían hacia adelante. Thor sabía que pronto, él y toda su gente se consumirían.

Por lo menos, pensó que moriría en el lado correcto de la batalla.




CAPÍTULO DOS


Luanda luchó y destrozó, mientras Rómulo la llevaba cargando en sus brazos; cada paso la llevaba más lejos de su patria, mientras cruzaban el puente. Ella gritó y se agitó, clavando sus uñas en la piel de él, hizo todo lo posible por liberarse a sí misma. Pero los brazos de él eran demasiado musculosos, sus hombros demasiado amplios y la tenía abrazada con tanta fuerza como un pitón, apretándola hasta morir. Ella apenas podía respirar, sus costillas le dolían demasiado.

A pesar de todo eso, no era por ella por quien estaba más preocupada. Ella miró hacia adelante y vio al otro extremo del puente, un vasto mar de soldados del Imperio, allí de pie, con las armas en ristre, esperando. Todos estaban muy ansiosos por ver el Escudo desactivado, para que pudieran pasar corriendo por el puente. Luanda miró y vio el extraño manto que Rómulo tenía puesto, vibrante y brillante, mientras la cargaba, y ella presintió, que de alguna manera, ella era la clave para desactivar el Escudo. Debía tener algo que ver con ella. ¿Por qué otro motivo la habría secuestrado?

Luanda sintió una renovada determinación: tenía que liberarse – no sólo por sí misma, sino por su reino, por su pueblo. Cuando Rómulo desactivara el Escudo, esos miles de hombres que lo esperaban, pasarían al otro lado, una enorme horda de soldados del Imperio, y como langostas, descenderían en el Anillo. Destruirían lo que quedaba de su tierra natal para siempre, y ella no podía permitir que eso ocurriera.

Luanda odiaba a Rómulo con todas sus fuerzas; odiaba a todos los del Imperio, y a Andrónico más que a nadie. Hubo un vendaval y ella sintió el frío viento contra su cabeza calva, y refunfuñó mientras recordaba su cabeza rapada, su humillación a manos de estas bestias. Mataría a todos y cada uno de ellos, si pudiera.

Cuando Rómulo la había liberado de las ataduras del campamento de Andrónico, Luanda pensó primero que la estaba salvando de un destino horrible, que la estaba salvando de desfilar alrededor, como si fuera un animal, en el Imperio de Andrónico. Pero Rómulo resultó ser incluso peor que Andrónico. Ella estaba segura de que en cuanto cruzaran el puente, él la mataría – si no la torturaba primero. Tenía que encontrar alguna manera de escapar.

Rómulo se inclinó y le habló en la oreja, con un sonido profundo y gutural que le dejó los pelos de punta.

"No falta mucho tiempo, querida", dijo él.

Tenía que pensar rápido. Luanda no era ninguna esclava; ella era la hija primogénita del rey. Sangre real corría en ella, la sangre de los guerreros, y no le temía a nadie. Ella haría cualquier cosa que tuviera que hacer para luchar contra cualquier adversario; incluso alguien tan grotesco y poderoso como Rómulo.

Luanda convocó a todas sus fuerzas restantes y con un rápido movimiento, estiró su cuello, se inclinó hacia adelante y hundió sus dientes en la garganta de Rómulo. Lo mordió con todas sus fuerzas, apretando más y más fuerte, hasta que su sangre chorreó toda su cara y él gritó, soltándola.

Luanda se puso rápidamente de rodillas, se dio vuelta y se marchó, corriendo a toda velocidad por el puente hacia su patria.

Escuchó los pasos de él, yendo hacia ella. Era mucho más rápido de lo que ella había imaginado y al mirar hacia atrás, ella lo vio, mirándola con mucha rabia.

Miró hacia adelante y vio el terreno del Anillo ante ella, a sólo seis metros de distancia, y corrió aún más.

A sólo unos pasos de distancia, de repente, Luanda sintió un dolor horrible en su columna vertebral, mientras Rómulo se abalanzaba hacia adelante y clavaba su codo en su espalda. Sintió como si él la hubiese aplastado, mientras se derrumbaba, de bruces sobre la tierra.

Un momento después, Rómulo estaba encima de ella. Le dio vuelta y la golpeó en la cara. Le pegó con tanta fuerza, que todo su cuerpo se volteó y aterrizó en la tierra. El dolor resonó a lo largo de su mandíbula, mientras estaba allí tirada, apenas consciente.

Luanda sintió que era izada por lo alto, por encima de la cabeza de Rómulo, y vio con terror que corría hacia el borde del puente, preparándose para lanzarla. Él gritó mientras ella estaba allí parada, sosteniéndola por lo alto, preparándose para arrojarla.

Luanda miró hacia la pendiente empinada y sabía que su vida estaba a punto de terminar.

Pero Rómulo la mantuvo allí, congelada, en el precipicio, agitando los brazos y al parecer, lo pensó mejor. Mientras su vida pendía del equilibrio, parecía que Rómulo debatía. Evidentemente, él quería arrojarla sobre el borde en su ataque de furia – pero no pudo. Él la necesitaba para cumplir su propósito.

Finalmente, la bajó y envolvió sus brazos alrededor de ella, apretándola casi hasta matarla. Entonces él se apresuró a través del Cañón, dirigiéndose hacia su gente.

Esta vez, Luanda quedó colgada ahí, sin fuerzas, aturdida por el dolor, no podía hacer nada más. Ella lo había intentado – y había fallado. Ahora todo lo que podía hacer era ver que su destino se acercaba a ella, paso a paso, mientras era llevada al otro lado del Cañón, con remolinos de niebla levantándose y envolviéndola, y después desapareciendo con la misma rapidez. Luanda sentía como si estuviera siendo llevada a otro planeta, a un lugar del que nunca volvería.

Finalmente, llegaron al otro lado del Cañón, y cuando Rómulo dio su paso final, puso el manto alrededor de sus hombros, vibrando con un gran ruido, y con un brillo rojo luminiscente. Rómulo dejó caer a Luanda en el suelo, como si fuera una vieja papa, y azotó con fuerza en el suelo, golpeando su cabeza y se quedó ahí tirada.

Los soldados de Rómulo se quedaron ahí, en el borde del puente, mirando, todos con un miedo evidente de dar un paso hacia adelante y comprobar si efectivamente el Escudo se había desactivado.

Rómulo, harto, agarró a un soldado, lo izó por lo alto y lo lanzó hacia el puente, al muro invisible que alguna vez fue el Escudo. El soldado levantó las manos y gritó, preparándose para una muerte segura, mientras esperaba desintegrarse.

Pero esta vez, sucedió algo diferente. El soldado salió volando por el aire, aterrizó en el puente y rodó y rodó. La multitud miraba en silencio mientras seguía rodando hasta detenerse – vivo.

El soldado se volvió y se sentó y miró hacia atrás a todos ellos, la mayoría estaban sorprendidos por todo. Lo había logrado. Que sólo puede significar una cosa: el Escudo se había desactivado.

El ejército de Rómulo soltó un gran rugido, y al unísono, todos fueron a la carga. Se arremolinaron sobre él, corriendo hacia el Anillo. Luanda se encogió de miedo, tratando de permanecer fuera del camino, mientras todos pasaban en estampida ante ella, como una manada de elefantes, rumbo a su patria. Ella miraba con desagrado.

Su país, como lo había conocido, estaba acabado.




CAPÍTULO TRES


Reece estaba parado en el borde de la fosa de lava, mirando hacia abajo con total incredulidad, mientras la tierra se sacudía violentamente debajo de él. Difícilmente podía procesar lo que había hecho, sus músculos aún le dolían por haber liberado la roca, por haber lanzado la Espada del Destino en el pozo.

Sólo había destruido el arma más poderosa del Anillo, el arma de la leyenda, la espada de sus antepasados durante generaciones, el arma del Elegido, la única arma que sostenía al Escudo. Él la había lanzado hacia un pozo de fuego derretido y con sus propios ojos la había visto derretirse, estallando en una gran bola de color rojo y luego, desaparecer en el vacío.

Se había ido para siempre.

La tierra había empezado a temblar desde entonces y no había dejado de hacerlo. Reece luchó por equilibrarse, al igual que los demás, mientras se alejaba de la orilla. Sentía como si el mundo se desmoronara alrededor de él. ¿Qué había hecho? ¿Había destruido el Escudo? ¿El Anillo? ¿Había cometido el mayor error de su vida?

Reece se reafirmó diciéndose a él mismo que no tenía elección. La roca y la Espada eran simplemente demasiado pesadas para que todos se la llevaran cargando de aquí – mucho menos para escalar las paredes – o para escapar de estos salvajes violentos. Había estado en una situación desesperada, y había necesitado medidas desesperadas.

Su situación no había cambiado aún. Reece escuchó un gran grito a su alrededor y surgió un sonido de mil de estas criaturas, castañeando los dientes de una manera inquietante y riendo y gruñendo al mismo tiempo. Sonaba como un ejército de chacales. Claramente, Reece los había encolerizado; se habían llevado su preciado objeto, y ahora todos ellos parecían resignados a hacerlo pagar.

A pesar de lo mala que había sido la situación antes, ahora era aún peor. Reece vio a los otros – Elden, Indra, O'Connor, Conven, Krog y Serna – todos mirando con horror hacia el pozo de lava, luego giraron y miraron alrededor con desesperación. Miles de Faws se acercaban de todas direcciones. Reece había logrado prescindir de la Espada, pero no había pensado más allá de eso, no había pensado en cómo sacar a los demás y a sí mismo del peligro. Estaban todavía completamente rodeados, sin posibilidad de salir.

Reece estaba decidido a encontrar una salida, y sin la carga de la Espada en sus cabezas, por lo menos ahora podrían moverse rápidamente.

Reece sacó su espada y la blandió en el aire, con un timbre especial. ¿Por qué sentarse y esperar a que estas criaturas atacaran? Al menos moriría peleando.

"¡A LA CARGA!", gritó Reece a los demás.

Todos sacaron sus armas y se unieron detrás de él, siguiéndolo mientras se alejaba del borde de la fosa de lava hacia la densa multitud de Faws, blandiendo su espada en todos los sentidos, matándolos de izquierda a derecha. Junto a él, Elden levantó su hacha y cortó dos cabezas a la vez, mientras O’Connor sacaba su arco y disparaba corriendo, matando a todos los que se encontraban en su camino. Indra se precipitó hacia adelante y con su espada corta, apuñaló a dos en el corazón, mientras Conven sacaba sus dos espadas y, gritando como loco, fue a la carga, blandiéndolas violentamente y matando Faws en todas direcciones. Serna empuñó su maza y Krog su lanza, protegiendo la retaguardia.

Eran una máquina de combate unificada, luchando al unísono, peleando por sus vidas, abriéndose paso a través de la densa multitud que desesperadamente intentaba escapar. Reece los llevó hasta una pequeña colina, intentando llegar a tierras altas.

Resbalaban al caminar, la tierra seguía moviéndose, la ladera era escarpada, fangosa. Habían perdido impulso, y varios Faws saltaron sobre Reece, arañándolo y mordiéndolo. Se giró y los golpeó; eran persistentes y se aferraban a él, pero se las arregló para echarlos, pateándolos también, después apuñalándolos antes de que pudieran volver a atacar. Con cortadas y moretones, Reece siguió luchando, al igual que ellos, todos peleando por sus vidas, para subir la colina y escapar de ese lugar.

Cuando finalmente llegaron a las tierras altas, Reece tuvo un momento de respiro. Estaba allí parado, jadeando por aire y a lo lejos, logró vislumbrar la pared del Cañón antes de ser cubierta por la niebla. Sabía que por ahí estaba su salvavidas de regreso a la superficie, y él sabía que tenían que llegar ahí.

Reece miró hacia atrás sobre su hombro y vio a miles de Faws corriendo cuesta arriba hacia ellos, zumbando, castañeando los dientes, haciendo un ruido espantoso, más fuerte que nunca, y él sabía que no los dejarían ir.

"¿Y yo qué?", gritó una voz, a través del aire.

Reece se volvió y vio allí a Centra. Todavía seguía siendo prisionero, además del líder, y un Faw todavía sostenía un cuchillo en su garganta.

"¡No me dejen!", gritó. "¡Van a matarme!".

Reece se quedó allí parado, ardiendo de frustración. Por supuesto, Centra tenía razón: lo matarían. Reece no podía dejarlo ahí; iría contra su código de honor. Después de todo, Centra los había ayudado cuando habían necesitado ayuda.

Reece se quedó ahí parado, dudando. Se dio vuelta y vio, a lo lejos, el muro del Cañón, la salida, tentándolo.

"¡No podemos regresar por él!", dijo Indra, frenética. "Nos matarán a todos".

Ella pateó a un Faw que se le acercó y cayó hacia atrás, deslizándose sobre la espalda, cuesta abajo.

"¡Ya como estamos, tendremos suerte de escapar vivos!", dijo Serna.

"¡No es uno de los nuestros!", dijo Krog. "¡No podemos poner en peligro a nuestro grupo por él!".

Reece se quedó allí parado, debatiendo. Los Faws se estaban acercando cada vez más, y él sabía que tenía que tomar una decisión.

"Tienen razón", admitió Reece. "Él no es uno de los nuestros. Pero nos ayudó. Y es un buen hombre. No puedo dejarlo a merced de esas cosas. ¡Nadie se queda atrás!", dijo Reece con firmeza.

Reece comenzó a bajar la cuesta, a regresar por Centra – pero antes de que pudiera hacerlo, Conven repentinamente se separó del grupo y fue a la carga, corriendo, saltando y deslizándose en la cuesta fangosa, con la espada desenvainada, yendo hacia abajo y blandiendo su espada al avanzar, matando Faws de izquierda a derecha. Estaba yendo hacia donde venían, por su propia cuenta, imprudentemente, arrojándose al grupo de Faws y, de alguna manera, cortando camino a través de ellos con gran determinación.

Reece saltó en acción justo detrás de él.

"¡El resto se queda aquí!", gritó Reece. "¡Esperen a que regresemos!".

Reece siguió las pistas de Conven, acuchillando Faws de izquierda a derecha; alcanzó a Conven y le dio su respaldo, los dos combatían camino hacia la montaña para buscar a  Centra.

Conven fue a la carga, abriéndose paso entre la multitud de Faws, mientras Reece luchaba todo el camino para llegar a Centra, quien miró hacia atrás, con los ojos bien abiertos de miedo. Un Faw levantó su puñal para cortar la garganta de Centra, pero Reece no le dio la oportunidad: dio un paso hacia adelante, levantó su espada, apuntó y la arrojó con todas sus fuerzas.

La espada salió volando por el aire, dando tumbos, y se alojó en la garganta del Faw, un momento antes de que matara a Centra. Centra gritó mientras veía al Faw muerto, a sólo unos centímetros de él, sus caras casi se tocaban.

Para sorpresa de Reece, Conven no fue hacia Centra; en cambio, siguió corriendo por la pequeña colina, y Reece miró hacia arriba, horrorizado, al ver lo que estaba haciendo. Conven parecía suicida. Se abrió camino a través del grupo de Faws que estaba alrededor de su líder, quien estaba sentado en lo alto de su plataforma, mirando la batalla. Conven los mató de izquierda a derecha. No se lo esperaban, y todo pasó demasiado rápido para que reaccionaran. Reece se dio cuenta que Conven apuntaba a su líder.

Conven se acercó más, saltó en el aire, levantó su espada y mientras el líder se daba cuenta y trataba de huir, Conven le atravesó el corazón. El líder gritó – y de repente, hubo un coro de 10 mil gritos de todos los Faws, como si ellos mismos hubieran sido apuñalados. Era como si todos compartieran el mismo sistema nervioso – y Conven lo había apuñalado.

"No debiste haber hecho eso", le dijo Reece a Conven, mientras corría a su lado. "Ahora has empezado una guerra".

Mientras Reece miraba con horror, una pequeña colina explotó y de ahí salieron miles y miles de Faws, como un montículo de hormigas. Reece se dio cuenta que Conven había matado a su abeja reina, que había incitado la ira de una nación de estas cosas. La tierra tembló con sus pasos, mientras todos rechinaban sus dientes e iban a la carga hacia Reece y Conven y Centra.

"¡CORRAN!", gritó Reece.

Reece empujó a Centra, quien estaba en estado de shock, y todo se volvieron y corrieron hacia los demás, abriéndose paso hacia la pista fangosa.

Reece sintió que un Faw saltaba sobre su espalda y lo derribaba. Lo arrastró por los tobillos, cuesta abajo y acercó sus colmillos hacia su cuello.

Una flecha navegó por la cabeza de Reece y llegó el ruido de una flecha, impactando la carne y Reece volteó a ver a O’Connor, en la cima de la colina, sosteniendo un arco.

Reece se puso de pie, Centra lo ayudaba, mientras Conven protegía su retaguardia, contraatacando a los Faws. Finalmente, todos corrieron el resto de la colina y llegaron hasta donde estaban los demás.

"¡Qué gusto tenerlos de vuelta!", dijo Elden, mientras se abalanzaba y mataba a varios Faws con su hacha.

Reece hizo una pausa en la parte superior, asomándose por la niebla y preguntándose qué camino tomar. La senda tenía una bifurcación y estaba a punto de ir a la derecha.

Pero de repente, Centra corrió delante de él, yendo hacia la izquierda.

¡Síganme!”, gritó Centra mientras corría. “¡Es la única manera!”.

Miles de Faws comenzaron a subir la cuesta; Reece y los demás se volvieron y corrieron, siguiendo a Centra, deslizándose y resbalando por el otro lado de la colina, mientras la tierra seguía moviéndose. Siguieron la pista de Centra y Reece estaba agradecido de que le había salvado la vida.

"¡Tenemos que llegar al Cañón!". Reece gritó, sin estar seguro de qué camino seguiría Centra.

Corrieron, zigzagueando a través de los gruesos y retorcidos árboles, esforzándose por seguir a Centra, mientras él avanzaba hábilmente a través de la niebla, en un camino de tierra áspera, cubierta de raíces.

"¡Sólo hay una manera de perder esas cosas!", dijo Centra. "¡Sigan mi camino!".

Siguieron de cerca a Centra mientras corrían, tropezando con las raíces, arañados por las ramas; Reece luchaba por ver a través de la espesa niebla. Más de una vez tropezó con los cimientos disparejos.

Corrieron hasta que los pulmones les dolían, el horrible chillido de esas cosas detrás de ellos, miles de ellos, se aproximaban. Elden y O'Connor, que ayudaban a Krog, los retrasaban. Él esperaba y rezaba para que Centra supiera hacia dónde iba; no podía ver el muro del Cañón desde aquí.

De repente, Centra se detuvo en seco y estiró su mano y golpeó el pecho de Reece, deteniéndolo.

Reece miró hacia abajo y vio a sus pies una pendiente empinada, hacia un río.

Reece volteó a ver a Centra, extrañado.

"Agua", explicó Centra, faltándole el aire. "Tienen miedo de cruzar el agua".

Todos los demás se detuvieron al lado de ellos, mirando a los rugientes rápidos, mientras trataban de recuperar el aliento.

"Es su única oportunidad", agregó Centra. "Crucen el río y les perderán la pista por ahora y ganarán tiempo".

"Pero, ¿cómo?", preguntó Reece, mirando las espumosas aguas verdes.

"¡Esa corriente nos mataría!", dijo Elden.

Centra hizo una mueca.

"Ésa es la menor de sus preocupaciones", respondió. "El agua está llena de Fourens – el animal más mortífero del planeta. Si caes, te harán pedazos".

Reece miró hacia abajo, al agua, sorprendido.

"Entonces no podemos nadar", dijo O'Connor. "Y no veo un barco".

Reece miró sobre su hombro, el sonido de los Faws se escuchaba cada vez más cerca.

"Ésta es su única oportunidad", dijo Centra, estirando la mano hacia atrás y tirando de una vid larga atada a un árbol; sus ramas colgaban sobre el río. "Debemos cruzar balanceándonos", dijo él. "No resbales. Y no caigas cerca de la orilla. Regrésanosla cuando termines".

Reece miró hacia abajo al agua que gorgoteaba, y al hacerlo, vio a unas horribles criaturas amarillas muy pequeñas saltando, parecidas al pez luna, con grandes mandíbulas, haciendo chasquidos y ruidos extraños. Había escuelas de ellos y todas parecían como si estuvieran en espera de su próxima comida.

Reece miró sobre su hombro y vio al ejército de Faws en el horizonte, acercándose. No tenían elección.

"Puedes ir primero", le dijo Centra a Reece.

Reece movió la cabeza.

"Iré al final", respondió. "En caso de que no todos lleguemos a tiempo. Ve tú primero. Tú nos trajiste aquí".

Centra asintió con la cabeza.

"No tienes que decírmelo dos veces", dijo con una sonrisa, mirando nerviosamente a los Faws acercándose.

Centra sujetó la vid y con un grito saltó, balanceándose rápidamente sobre las aguas, mientras colgaba por lo bajo en la vid, levantando sus pies del agua y de las criaturas que chasqueaban. Finalmente, aterrizó en la orilla, cayendo al suelo.

Lo logró.

Centra estaba parado, sonriendo; agarró la vid mientras se balanceaba y la envió de regreso hacia el río.

Elden estiró la mano y la sujetó, y se la dio a Indra.

"Las damas primero", dijo.

Ella hizo una mueca.

"No necesito mimos", dijo. "Eres pesado. Podrías romper la vid. Ve y acaba con esto de una vez. No te caigas – o esta mujer tendrá que salvarte".

Elden hizo una mueca, nada divertido, mientras ella agarraba la vid.

"Sólo trataba de ayudar", dijo él.

Elden saltó con un grito, navegando por el aire y cayó sobre la orilla lejana, al lado de Centra.

Envió la cuerda de regreso, y se fue O'Connor, seguido por Serna, Indra y luego Conven.

Los últimos que quedaban eran Reece y Krog.

"Bueno, supongo que sólo quedamos nosotros dos", le dijo Krog a Reece. "Anda. Sálvate", le dijo Krog, mirando sobre su hombro nerviosamente. "Los Faws estaban demasiado cerca. No hay tiempo para que  los dos lo hagamos".

Reece movió la cabeza.

"Nadie se queda atrás", dijo. "Si no vas, entonces yo tampoco lo haré".

Ambos permanecieron allí, obstinadamente, Krog se veía cada vez más nervioso. Krog meneó la cabeza.

“Eres un tonto. ¿Por qué cuidas tanto de mí? A mí tú no me importarías ni la mitad".

"Yo soy el líder ahora, lo que hace que tú seas mi responsabilidad", respondió Reece. "Tú no me importas. Me importa el honor. Y mi honor me ordena no dejar a nadie atrás".

Ambos se dieron vuelta nerviosamente cuando el primero de los Faws los alcanzó. Reece dio un paso adelante, al lado de Krog, y los acuchillaron con sus espadas, matando a varios de ellos.

"¡Vamos juntos!", gritó Reece.

Sin perder un momento más, Reece agarró a Krog, lo rodeó sobre su hombro, agarró la cuerda y los dos gritaron mientras volaban por el aire, un momento antes de que los Faws irrumpieran en la orilla.

Los dos navegaban a través del aire, balanceándose hacia el otro lado.

“¡Auxilio!”, gritó Krog.

Krog se estaba resbalando del hombro de Reece, y agarró la vid; pero ahora estaba mojada con el rocío de los rápidos, y las manos de Krog se resbalaron por la vid, mientras caía en picado hacia abajo. Reece se agachó para atraparlo, pero todo pasó demasiado rápido: Reece se descorazonó cuando se vio obligado a ver caer a  Krog, fuera de su alcance, hacia las aguas brotantes.

Reece aterrizó en el otro extremo de la orilla y cayó al suelo. Se hizo ovillo, preparado para correr hacia el agua – pero antes de que pudiera reaccionar, Conven se separó del grupo, corrió hacia adelante y se sumergió de cabeza en las aguas embravecidas.

Reece y los demás miraban, sin aliento. ¿Conven era tan valiente?, se preguntó Reece. ¿O tan suicida?

Conven nadó sin temor a través de la corriente. Alcanzó a Krog, de alguna manera, no siendo mordido por las criaturas, y lo sujetó mientras él se agitaba, poniendo un brazo alrededor de su hombro y flotando en el agua con él. Conven nadaba contra la corriente, rumbo a la orilla.

De repente, Krog gritó.

"¡MI PIERNA!".

Krog se retorció de dolor mientras un Fouren se alojaba en su pierna, mordiéndolo, con su color amarillo brillante y escamas visibles sobre la corriente. Conven nadó y nadó hasta que finalmente se acercó a la costa y Reece y los demás estiraron la mano y tiraron de ellos. Al hacerlo, una escuela de Fourens saltó en el aire tras ellos y Reece y los demás los alejaron de un golpe.

Krog agitó las manos y Reece miró hacia abajo y vio al Fouren aún en su pierna; Indra sacó su daga, se inclinó y la clavó en el muslo de Krog mientras él gritaba, alejando al animal. Éste cayó en la costa, y luego en el agua.

"¡Te odio!", le dijo Krog a ella.

"Bien", respondió Indra, sin inmutarse.

Reece miró a Conven, quien estaba allí parado, empapado, sorprendido de su intrepidez. Conven echó un vistazo, inexpresivo, y Reece notó asombrado que un Fouren se había alojado en su brazo, agitándose en el aire. Reece no podía creer lo calmado que estaba Conven, cuando se acercó lentamente, tiró de él y lo lanzó de vuelta al agua.

"¿No te dolió?", le preguntó Thor, confundido.

Conven se encogió de hombros.

Reece se preocupó por Conven más que nunca; mientras admiraba su valor, no podía creer su imprudencia. Se había zambullido de cabeza a una escuela de feroces criaturas y ni siquiera lo había pensado dos veces.

Al otro lado del río, cientos de Faws estaban ahí parados, mirando, enfurecidos, castañeando sus dientes.

"Finalmente", dijo O'Connor, "estamos a salvo".

Centra meneó la cabeza.

"Sólo por ahora. Esos Faws son inteligentes. Conocen los meandros del río. Tomarán el camino largo, correrán alrededor de él, encontrarán el cruce. Pronto van a estar de nuestro lado. Tenemos el tiempo limitado. Debemos avanzar".

Todos siguieron a Centra mientras él corría a través de los campos de fango, más allá de géiseres que explotaban, navegando a lo largo de este paisaje exótico.

Corrieron y corrieron, hasta que finalmente la niebla se abrió y el corazón de Reece estaba eufórico al ver, ante ellos, al muro del Cañón, con su antigua piedra brillante. Él miró hacia arriba, y sus paredes parecían ser increíblemente altas. No sabía cómo podrían subir.

Reece se quedó allí parado con los demás y miraron hacia arriba con temor. La pared parecía aún más imponente ahora de lo que había sido en el camino. Miró y vio su estado desigual y se preguntaba cómo podrían escalarlo. Todos estaban muy agotados, golpeados y magullados, cansados de la batalla. Sus manos y pies estaban en carne viva. ¿Cómo podrían ir hacia arriba, cuando les había costado todas sus fuerzas simplemente descender?

"No puedo seguir", dijo Krog, sibilante, con una voz entrecortada.

Reece sentía lo mismo, aunque no lo decía.

Estaban acorralados. Habían corrido más rápido que los Faws, pero no por mucho tiempo. Pronto les encontrarían, y serían todos superados en número y los matarían. Todo este duro trabajo, todos sus esfuerzos, habían sido en vano.

Reece no quería morir ahora. No en este lugar. Si tenía que morir, quería morir allí, en su propio suelo, en tierra firme, y con Selese a su lado. Si tan sólo pudiera tener otra oportunidad para escapar.

Reece escuchó un ruido horrible, y se volvió y vio a los Faws, como a noventa metros de distancia. Había miles de ellos, y ya habían bordeado el río y se acercaban.

Todos sacaron sus armas.

"No queda ningún lugar a dónde correr", dijo Centra.

"¡Entonces pelearemos a muerte!", gritó Reece.

"¡Reece!", se escuchó una voz.

Reece miró hacia arriba de las paredes del Cañón y cuando la niebla se disipó, vio una cara que pensó primeramente que era una aparición. No lo podía creer. Allí, delante de él, estaba la mujer en la que había estado pensando.

Selese.

¿Qué hacía aquí? ¿Cómo había llegado aquí? ¿Y quién era esa otra mujer que estaba con ella? Parecía la curandera real, Illepra.

Las dos estaban ahí colgadas, a un costado del acantilado, con una larga y gruesa cuerda enrollada alrededor de sus cinturas y manos. Bajaban rápidamente, en una cuerda larga y gruesa, fácil de sujetar. Selese estiró la mano hacia atrás y lanzó el resto hacia abajo, cayendo unos quince metros por el aire, como maná del cielo y aterrizando en los pies de Reece.

Era su escape.

No lo dudaron. Todos corrieron hacia ella y en unos momentos estaban subiendo tan rápidamente como podían. Reece dejó que subieran todos primero, y al saltar al final, subió y jaló la cuerda con él mientras se elevaba, para que los Faws no pudieran alcanzarla.

Al despejar el terreno, los Faws aparecieron, estirándose y saltando sobre sus pies – fallando por poco, mientras Reece subía, fuera de su alcance.

Reece se detuvo al alcanzar a Selese, quien lo esperaba en una cornisa; se inclinó y se besaron.

"Te amo", dijo Reece, con todo su ser lleno de amor por ella.

"Y yo a ti", respondió.

Los dos se volvieron y subieron el muro del Cañón junto con los demás. Subían, más y más alto. Pronto, estarían en casa. Reece casi no lo podía creer.

En su hogar.




CAPÍTULO CUATRO


Alistair corrió a través del caótico campo de batalla, zigzagueando entre los soldados, mientras luchaban por sus vidas contra el ejército de los muertos vivientes alrededor de ellos. Los gemidos y gritos llenaban el aire, mientras los soldados mataban a los espíritus malignos – y los demonios, a su vez, mataban a los soldados. Los Plateados y los MacGil y los Silesios luchaban con denuedo – pero eran ampliamente superados en número. Por cada muerto viviente que mataban, aparecían tres más. Era sólo cuestión de tiempo, como podía ver Alistair, para que su gente fuera aniquilada.

Alistair duplicó su velocidad, corriendo con todas sus fuerzas, sus pulmones estallando, agachándose, mientras un muerto viviente iba a golpearle la cara y gritaba, y otro le arañaba el brazo, sacándole sangre. Ella no se detuvo para luchar contra ellos. No había tiempo. Tenía que encontrar a Argon.

Corrió en la dirección en que lo había visto por última vez, cuando estaba luchando contra Rafi y se había derrumbado por el esfuerzo. Ella oró para que no lo hubiese matado, para que ella pudiera despertarlo y para que pudiera llegar antes de que ella y toda su gente fueran asesinados.

Un muerto viviente apareció ante ella, bloqueando su camino, y ella extendió la palma de su mano; una bola blanca de luz lo golpeó en el pecho, derribándolo hacia atrás.

Cinco más aparecieron y ella extendió la mano – pero esta vez, solamente apareció una bola de luz y las otras cuatro se quedaron cerca de ella. Se sorprendió al darse cuenta de que sus poderes eran limitados.

Alistair se preparó para el ataque mientras se acercaban – cuando escuchó un gruñido y vio a Krohn, saltando a su lado y hundiendo sus colmillos en los cuellos de ellos. Los muertos vivientes se volvieron contra él, y Alistair encontró su oportunidad. Ella le dio un codazo a uno en la garganta, derribándolo y corrió.

Alistair se abrió camino a través del caos, desesperada, los espíritus malignos aumentaban en número por el momento, su gente empezaba a retroceder. Mientras ella se agachó y se movió de un lado al otro, finalmente emergió en un pequeño claro, el lugar donde ella recordaba haber visto a Argon.

Alistair había explorado el terreno, desesperada, y finalmente, entre todos los cadáveres, lo encontró. Él estaba ahí tirado, desplomado en el suelo, hecho un ovillo. Yacía en un pequeño claro y evidentemente había hecho algún hechizo para alejar a los demás de él. Estaba inconsciente, y cuando Alistair corrió a su lado, ella esperaba y oraba para que todavía estuviese vivo.

Cuando se acercó más, Alistair se sentía envuelta, protegida en su burbuja mágica. Ella se arrodilló junto a él y respiró hondo, finalmente a salvo de la batalla alrededor de ella, encontrando un descanso en el ojo de la tormenta.

Sin embargo, Alistair también estaba llena de terror mientras miraba a Argon: yacía allí, con los ojos cerrados, sin respirar. Estaba llena de pánico.

"¡Argon!", gritó ella, moviendo los hombros de él con ambas manos, temblando. "¡Argon, soy yo! ¡Alistair! ¡Despierta! ¡Tienes que despertar!".

Argon yacía ahí, sin responder, mientras alrededor de ella, la batalla se intensificaba.

"¡Argon, por favor! Te necesitamos. No podemos combatir la magia de Rafi. No tenemos las habilidades que tienes tú. Regresa, por favor. Por el Anillo. Por Gwendolyn. Por Thorgrin".

Alistair lo sacudió, sin embargo, no respondió.

Desesperada, se le ocurrió una idea. Puso ambas palmas de las manos en su pecho, cerró los ojos y se centró. Convocó a toda la energía interna que le quedaba, y lentamente, sintió las manos calientes. Cuando abrió los ojos, vio una luz azul que emanaba de sus palmas, esparciéndose sobre el pecho y hombros de él. Pronto envolvió todo su cuerpo. Alistair estaba usando un antiguo conjuro que había aprendido una vez, para revivir a los enfermos. La estaba agotando y sintió que toda la energía salía de su cuerpo. Debilitándose, deseó que Argon regresara.

Alistair se derrumbó, agotada por el esfuerzo y quedó al lado de Argon, demasiado débil para moverse.

Sintió movimiento, y miró, y para su sorpresa vio a Argon comenzar a agitarse.

Ella se sentó y volteó hacia él, con sus ojos brillando con una intensidad que la asustó. Él la miró fijamente, inexpresivo, después estiró la mano, tomo su bastón y se puso de pie. Él extendió una mano, agarró la de ella y sin esfuerzo, tiró de sus pies.

Mientras sostenía su mano, ella sentía que toda su energía era restaurada.

"¿Dónde está él?", preguntó Argon.

Argon no esperó una respuesta; era como si supiera exactamente donde tenía que ir, al darse vuelta, con el bastón a su lado, caminó en el fragor de la batalla.

Alistair no podía entender cómo Argon no vacilaba a caminar entre los soldados. Entonces comprendió por qué: era capaz de lanzar una burbuja mágica alrededor de él mientras avanzaba, y aunque los muertos vivientes lo atacaban por todos lados, ninguno era capaz de penetrar en él. Alistair se quedó cerca de él mientras caminaba sin temor, sin que le hicieran daño en el fragor de la batalla, como si diera un paseo en un prado, en un día soleado.

Los dos se abrieron paso a través del campo de batalla, y él siguió en silencio, marchando, ataviado con su manto blanco y con su capucha, caminando tan rápido que Alistar apenas podía mantener el paso.

Finalmente se detuvo en el centro de la batalla, en un claro, opuesto a donde estaba parado Rafi. Rafi todavía estaba ahí, sosteniendo ambos brazos en sus costados, con los ojos en blanco, mientras convocaba a miles de muertos vivientes, saliendo de la grieta de la tierra.

Argon había levantado una sola palma de la mano, hacia arriba, mirando al cielo y abrió sus ojos de par en par.

"¡RAFI!", gritó desafiante.

A pesar de todo ese ruido, el grito de Argon se escuchaba a través de la batalla, resonando en las colinas.

Mientras Argon gritaba, de repente las nubes se abrieron en lo alto. Un chorro de luz blanca salió volando hacia abajo, desde el cielo, directamente a la palma de la mano de Argon, como si lo conectara hasta el mismo cielo. La corriente de luz se hizo más y más amplia, como un tornado, envolviendo el campo de batalla, envolviendo todo a su alrededor.

Hubo un fuerte viento y un gran ruido silbante, y Alistair vio con incredulidad cómo, debajo de ella, la tierra comenzaba a temblar aún más violentamente, y la enorme grieta en la tierra comenzó a moverse en la dirección opuesta, lentamente, acordonándose a sí misma.

Mientras empezaba a cerrarse sola, docenas de muertos vivientes gritaron, aplastados al tratar de salir.

En pocos momentos, cientos de muertos vivientes se resbalaban hacia la tierra, mientras la grieta se hacía más y más estrecha.

La tierra tembló una última vez, y luego hubo un silencio, mientras la grieta finalmente se cerraba sola, y aparecía la tierra, como si ninguna fisura hubiese aparecido. Los gritos horribles de los muertos vivientes llenaron el aire, silenciado debajo de la tierra.

Hubo un silencio, una pausa momentánea en la batalla, como si todos se hubiesen quedado parados a observar.

Rafi gritó, se volvió y puso su mirada en Argon.

"¡ARGON!", gritó Rafi.

Había llegado el momento para el choque final de estos dos Titanes.

Rafi corrió al claro abierto, sosteniendo su bastón rojo por lo alto, y Argon no dudó, corriendo a recibir a Rafi.

Los dos se reunieron en el centro, cada uno blandiendo sus bastones por arriba de sus cabezas. Rafi bajó su bastón hacia Argon y Argon subió el suyo y lo bloqueó. Surgió una gran luz blanca, como chispas, cuando se encontraron. Argon lo blandió hacia atrás y Rafi lo bloqueó.

Iban hacia adelante y hacia atrás, golpe tras golpe, atacando, bloqueando, con la luz blanca volando por todos lados. La tierra temblaba con cada uno de sus golpes, y Alistair podía sentir una energía monumental en el aire.

Finalmente, Argon encontró su brecha, empuñando su bastón de abajo hacia arriba, y al hacerlo, hizo pedazos el bastón de Rafi.

La tierra se sacudió violentamente.

Argon dio un paso adelante, levantó su bastón por lo alto con las dos manos, y lo hundió hacia abajo, en el pecho de Rafi.

Rafi soltó un grito terrible, miles de pequeños murciélagos salieron volando de su boca, mientras su mandíbula permanecía abierta. El cielo se puso negro por un momento, mientras espesas nubes negras se reunían desde los cielos sobre la cabeza de Rafi, y se arremolinaban hacia la tierra. Se lo tragaron entero y Rafi gritó mientras daba vueltas en el aire, siendo tirado hacia arriba, en los cielos, rumbo a un destino horrible que Alistair no quería imaginar.

Argon se quedó allí parado, jadeando, mientras todo quedaba en silencio, con Rafi muerto.

El ejército de muertos vivientes, uno a uno, se desintegraron ante los ojos de Argon, cada uno cayendo en un montón de cenizas. Pronto el campo de batalla estaba lleno de miles de montículos, que era todo lo que quedaba de los maleficios de Rafi.

Alistair examinó el campo de batalla y vio que quedaba sólo una batalla por emprender: a través del claro, su hermano, Thorgrin, ya estaba frente a frente con su padre, Andrónico. Ella sabía que en la batalla venidera, uno de estos hombres decididos, perdería la vida: su hermano o su padre. Oraba para que fuera su hermano quien saliera vivo.




CAPÍTULO CINCO


Luanda yacía en el suelo, a los pies de Rómulo, viendo con horror cómo miles de soldados del Imperio inundaban el puente, gritando triunfalmente, mientras cruzaban el Anillo. Ellos estaban invadiendo su patria, y no había nada que ella pudiera hacer excepto sentarse ahí, indefensa, y mirar y preguntarse si todo eso era su culpa, de alguna manera. No pudo evitar sentir que de alguna manera era responsable de haber desactivado el Escudo.

Luanda se volvió y miró hacia el horizonte, vio las naves interminables del Imperio, y sabía que pronto, millones de tropas del Imperio los inundarían. Su pueblo estaba acabado, el Anillo estaba acabado. Todo había acabado.

Luanda cerró los ojos y movió la cabeza, una y otra vez. Hubo un tiempo en que había estado tan enojada con Gwendolyn, con su padre y le habría alegrado presenciar la destrucción del Anillo. Pero su mentalidad había cambiado, desde la traición de Andrónico y su trato hacia ella, desde que le había afeitado la cabeza, desde que la había golpeado frente a su pueblo. Le hizo darse cuenta de lo equivocada que había estado, de lo ingenua que había sido en su propia búsqueda por el poder. Ahora, daría cualquier cosa por volver a su antigua vida, de nuevo. Todo lo que quería ahora era una vida de paz y satisfacción. Ya no deseaba la ambición ni el poder; ahora, sólo quería sobrevivir, para enmendar sus errores.

Pero mientras observaba, Luanda se dio cuenta de que era demasiado tarde. Ahora su amada patria estaba camino a la destrucción, y no había nada que pudiera hacer.

Luanda oyó un ruido espantoso, de risas mezcladas con un gruñido, y miró hacia arriba y vio a Rómulo allí parado, con las manos en la cadera, viendo todo, con una enorme sonrisa de satisfacción en su rostro, mostrando sus dientes largos y chuecos. Echó atrás la cabeza y se reía y se reía, eufórico.

Luanda deseaba matarlo; si tuviera un puñal en la mano, le atravesaría el corazón. Pero conociéndolo, con lo grueso de su piel, con lo inmune que era a todo, seguramente la daga ni siquiera lo perforaría.

Rómulo miró hacia abajo para verla, y su sonrisa se convirtió en una mueca.

"Ahora", dijo, "es hora de matarte lentamente".

Luanda oyó un sonido metálico distintivo y vio a Rómulo sacar un arma de su cintura. Parecía una espada corta, excepto que tenía una punta larga y estrecha. Era un arma maligna, evidentemente diseñada para la tortura.

"Vas a sufrir mucho, mucho", dijo él.

Mientras bajaba su arma, Luanda puso sus manos en su rostro, como para bloquearlo todo. Ella cerró los ojos y gritó.

Fue entonces cuando ocurrió algo extraño: mientras Luanda gritaba, el grito hizo eco en un grito aún mayor. Era el aullido de un animal. De un monstruo. Un rugido instintivo, más fuerte y más resonante que cualquiera que hubiera escuchado en su vida. Era como un trueno, destrozando los cielos.

Luanda abrió los ojos y miró al cielo, preguntándose a sí misma si lo había imaginado. Sonaba como si hubiera sido el chillido de Dios mismo.

Rómulo, también sorprendido, miró al cielo, desconcertado. Por su expresión, Luanda podría decir que realmente había sucedido; no lo había imaginado.

Volvió a surgir un segundo grito, incluso peor que el primero, con tal ferocidad, con tal poder, que Luanda se dio cuenta de que sólo podía ser una cosa:

Un dragón.

Mientras los cielos se separaban, Luanda estaba asombrada de ver a dos inmensos dragones a lo alto, eran las criaturas más grandes y aterradoras que había visto, tapando el sol, convirtiendo el día en noche, mientras lanzaban una sombra sobre ellos.

El arma de Rómulo cayó de sus manos, con su boca abierta en estado de shock. Evidentemente, nunca había visto algo como esto, especialmente mientras los dos dragones volaban tan bajo en el suelo, apenas a seis metros arriba de sus cabezas, casi picoteando sus cabezas. Sus grandes patas colgaban debajo de ellos, y mientras chillaban otra vez, arquearon sus espaldas y abrieron sus alas.

Al principio, Luanda, se preparó, asumiendo que iban a matarla. Pero al verlos volar tan rápido arriba de su cabeza, sintió que el viento que dejaban la derribaba, y se dio cuenta de que iban hacia otra parte: sobre el Cañón. Al Anillo.

Los dragones deben haber visto a los soldados cruzando hacia el Anillo y se dieron cuenta de que el Escudo estaba desactivado. Deben haberse dado cuenta de que ésta era su oportunidad para entrar en el Anillo, también.

Luanda observó, cautivada, cómo un dragón de repente abría su boca, bajaba en picado y soplaba un chorro de fuego a los hombres que estaban en el puente.

Se escucharon los gritos de miles de soldados del Imperio, chillando hacia los cielos, mientras una gran pared de fuego los envolvía.

Los dragones continuaron volando, soplando fuego, mientras cruzaban el puente, quemando a todos los hombres de Rómulo. Luego siguieron volando hacia el Anillo mismo, soplando fuego y destruyendo a todo hombre del Imperio que entrara, enviando ola tras ola de destrucción.

En pocos momentos, no quedaban hombres del Imperio en el puente, o en la tierra del Anillo.

Los hombres del Imperio que se dirigían hacia el puente, que estaban a punto de cruzar, se detuvieron en seco. No se atrevieron a entrar. En cambio, se dieron vuelta y huyeron, corriendo hacia las embarcaciones.

Rómulo se volvió para ver, furioso, cómo se iban sus hombres.

Luanda se quedó ahí sentada, aturdida, y se dio cuenta de que ésta era su oportunidad. Rómulo estaba distraído, mientras se daba vuelta y perseguía a sus hombres e intentaba hacerlos dirigirse hacia el puente. Esta era la oportunidad de ella.

Luanda se puso de pie de un salto, con su corazón latiendo a toda velocidad y se dio vuelta y corrió hacia el puente. Ella sabía que tenía sólo unos momentos preciosos. Si tenía suerte, tal vez, sólo tal vez, correría el tiempo suficiente antes de que Rómulo se diera cuenta y llegaría al otro lado. Y si llegaba al otro lado, tal vez estar en su tierra, le ayudaría a activar el Escudo.

Tenía que intentarlo, y sabía que tenía que hacerlo ahora o nunca.

Luanda corrió y corrió, respirando tan fuerte que apenas podía pensar, sus piernas le temblaban. Tropezó, sus piernas le pesaban, su garganta estaba seca, agitaba sus brazos al avanzar, el frío viento golpeaba su cabeza calva.

Corrió más y más rápido, su corazón latía en sus oídos, el sonido de su propia respiración llenaba su mundo, mientras todo se volvía borroso. Ella logró correr cuarenta y cinco buenos metros a través del puente, antes de escuchar el primer grito.

Rómulo. Evidentemente, la había visto.

Detrás de ella, de repente se escuchó el sonido de los hombres yendo a la carga, a caballo, cruzando el puente, tras ella.

Luanda corrió a toda velocidad, aumentando su ritmo, mientras sentía a los hombres cerca de ella. Corrió más allá de todos los cadáveres de los hombres del Imperio, quemados por los dragones, algunos aún en llamas, haciendo lo posible para evitarlos. Detrás de ella, los caballos se escuchaban con mayor fuerza. Miró sobre su hombro, vio sus lanzas levantadas por lo alto y sabía que esta vez, Rómulo pretendía matarla. Ella sabía que, en pocos minutos, las lanzas se incrustarían en su espalda.

Luanda miró hacia adelante y vio el Anillo, la tierra, a pocos metros delante de ella. Si tan sólo pudiera lograrlo. Faltaban tres metros más. Si tan solo pudiera cruzar la frontera, tal vez, sólo tal vez, el Escudo se activaría y la salvaría.

Los hombres iban hacia ella de manera amenazante, mientras daba sus pasos finales. El sonido de los caballos le era ensordecedor, y olió el sudor de los caballos y de los hombres. Se preparó, esperando que una lanza le perforara la espalda en cualquier momento. Ellos estaban a pocos metros de distancia. Pero ella también.

En un último acto de desesperación, Luanda se zambulló, justo al ver a un soldado levantar su mano con una lanza detrás de ella. Cayó al suelo dando una voltereta. Con el rabillo del ojo vio volar una lanza por el aire, dirigiéndose hacia ella.

Pero tan pronto como Luanda cruzó la línea, aterrizó en la tierra del Anillo, de repente, detrás de ella, el Escudo se activó nuevamente. La lanza, a centímetros de ella, se desintegró en el aire. Y detrás de él, todos los soldados en el puente gritaron, llevando sus manos hacia sus rostros, mientras ardían en llamas, desintegrándose.

En momentos, todos quedaron hechos un montón de cenizas.

Al otro lado del puente, Rómulo estaba parado, observando todo. Él gritó y golpeó su pecho. Fue un grito de agonía. Un grito de alguien que había sido derrotado. Burlado.

Luanda yacía ahí, respirando con dificultad, en estado de shock. Ella se agachó y besó el suelo en el que estaba. Luego echó la cabeza hacia atrás y rio de placer.

Lo había logrado. Estaba a salvo.




CAPÍTULO SEIS


Thorgrin estaba parado en el claro, frente a Andrónico, rodeado de ambos ejércitos. Estaban parados en un punto muerto, viendo como padre e hijo se enfrentaban una vez más. Andrónico se quedó ahí parado, en toda su gloria, por encima de Thor, blandiendo una enorme hacha en una mano y una espada en la otra. Mientras Thor lo enfrentaba, se obligó a respirar lenta y profundamente, para controlar sus emociones. Thor tenía que tener la mente clara, para centrarse mientras luchaba contra este hombre, del mismo modo que lo haría con cualquier otro enemigo. Tenía que decirse a él mismo que no estaba enfrentando a su padre, sino a su peor enemigo. El hombre que había lastimado a Gwendolyn; el hombre que había lastimado a todos sus compatriotas; el hombre que le había lavado el cerebro. El hombre que merecía morir.

Con Rafi muerto, Argon en control, y todos los muertos vivientes debajo de la tierra, no tenía caso retrasar esta confrontación final: Andrónico enfrentándose a Thorgrin. Era la batalla que debía determinar el destino de la guerra. Thor no lo dejaba escapar, no esta vez, y Andrónico, acorralado, por fin parecía estar dispuesto a enfrentarse con su hijo.

"Thornicus, tú eres mi hijo", dijo Andrónico, con su voz baja reverberante. "No quiero hacerte daño".

"Pero yo sí quiero hacerle daño", respondió Thor, negándose a ceder ante los juegos mentales de Andrónico.

"Thornicus, hijo mío", repitió Andrónico, mientras Thor daba un paso más, con cautela. "No quiero matarte. Depón las armas y acompáñame. Únete a mí, como antes. Tú eres mi hijo. Tú no eres hijo de ellos. Llevas mi sangre; no la de ellos. Mi patria es tu patria; el Anillo no es más que un lugar adoptado por ti. Tú eres mi pueblo. Estas personas no significan nada para ti. Ven a casa. Vuelve al Imperio. Permíteme ser el padre que siempre quisiste. Y sé el hijo que siempre quise que fueras.

"No lucharé contra ti", dijo Andrónico finalmente, mientras bajaba su hacha.

Thor ya había escuchado suficiente. Tenía que hacer algo ahora, antes de permitir que influenciara su mente este monstruo.

Thor soltó un grito de guerra, subió su espada por lo alto y se fue a la carga, bajándola con ambas manos hacia la cabeza de Andrónico.

Andrónico lo miró con sorpresa, luego, en el último segundo, bajó la mano, agarró su hacha del suelo, la levantó y bloqueó el golpe de Thor.

Salieron chispas de la espada de Thor, mientras los dos entrelazaban armas, a unos centímetros de distancia, cada uno gimiendo, mientras Andrónico frenaba el golpe de Thor.

"Thornicus", gruñó Andrónico, "tu fuerza es grande. Pero es mi fuerza. Te di esto. Mi sangre corre por tus venas. ¡Para esta locura y únete a mí!".

Andrónico hizo retroceder a Thor, y Thor tambaleó hacia atrás.

"¡Nunca!", gritó Thor, desafiante. "Nunca volveré contigo. Tú no eres un padre para mí. Eres un extraño. ¡No mereces ser mi padre!".

Thor volvió a la carga, gritando, y bajó su espada. Andrónico la bloqueó, y Thor, esperándolo, rápidamente se dio vuelta con su espada y cortó el brazo de Andrónico.

Andrónico gritó, mientras salía sangre a chorros de su herida. Tambaleó hacia atrás y miró a Thor con incredulidad, estirando la mano y tocando su herida, y después examinando la sangre en su mano.

"Quieres matarme", dijo Andrónico, como dándose cuenta por primera vez. "Después de todo lo que he hecho por ti".

"Sin duda", dijo Thorgrin.

Andrónico lo había analizado, como si fuera una nueva persona, y pronto su mirada cambió de ser de asombro y desilusión, a una de ira.

"¡Entonces tú no eres hijo mío!", gritó. "¡El Gran Andrónico no pregunta dos veces!".

Andrónico arrojó su espada, levantó su hacha de batalla con ambas manos, soltó un gran grito y fue hacia Thor. Finalmente, la batalla había comenzado.

Thor levantó su espada para bloquear el golpe, pero cayó con tanta fuerza que, para su asombro, rompió su espada, partiéndola en dos.

Thor rápidamente improvisó, quitándose del camino mientras el golpe continuaba bajando; sólo lo rozó, fallando por un dos centímetros; estuvo tan cerca que pudo sentir el viento soplar en su hombro. Su padre tenía una fuerza tremenda, mayor que cualquier guerrero que hubiese enfrentado, y Thor sabía que no sería fácil. Su padre también era demasiado rápido – una combinación mortal. Y ahora Thor no tenía arma alguna.

Andrónico giró nuevamente sin vacilar, moviéndose lateralmente, con el objetivo de cortar a Thor en dos.

Thor saltó en el aire, sobre la cabeza de Andrónico, haciendo una voltereta, usando sus poderes internos para impulsarlo, para hacerlo volar en el aire y caer detrás de Andrónico. Él aterrizó sobre sus pies, se inclinó y tomó la espada de su padre del suelo, giró y fue a la carga, moviéndose hacia la espalda de Andrónico.

Pero para sorpresa de Thor, Andrónico fue tan rápido, que estaba preparado. Giró y bloqueó el golpe. Thor sintió el impacto del metal contra metal reverberando en todo su cuerpo. La espada de Andrónico, por lo menos, resistía; era más fuerte que la suya. Era extraño sostener la espada de su padre – especialmente cuando se enfrentaba a él.

Thor giró y bajó hacia los costados, hacia el hombro de Andrónico. Andrónico lo bloqueó y bajó hacia Thor.

Iban de allá para acá, atacando y bloqueando, Thor hacía retroceder a Andrónico, y Andrónico, a su vez, empujaba a Thor hacia atrás. Volaban chispas, las armas se movían tan rápido, brillando en la luz, su gran resueno remachaba el campo de batalla, los dos ejércitos observaban, petrificados. Los dos grandes guerreros se empujaban mutuamente hacia atrás y hacia adelante en el claro abierto, y ninguno ganaba ni un ápice.

Thor levantó su espada para atacar nuevamente, pero esta vez Andrónico le sorprendió, al dar un paso adelante y patearlo en el pecho. Thor salió volando hacia atrás, aterrizando de espaldas.

Andrónico se abalanzó y bajó su hacha. Thor rodó fuera del camino, pero no con la suficiente rapidez: cortó el bíceps de Thor, lo suficiente como para sacarle sangre. Thor gritó, pero no obstante, giró y esgrimió su espada y cortó la pantorrilla de Andrónico.

Andrónico tropezó y gritó, y Thor se reviró a sus pies, mientras los dos se enfrentaban uno al otro, heridos.

"Yo soy más fuerte que tú, hijo", dijo Andrónico. "Y más experimentado en la batalla. Ríndete ya. Tus poderes druidas no funcionarán en mi contra. Soy yo contra ti, hombre a hombre, espada contra espada. Y como guerrero, soy mejor. Lo sabes. Ríndete ante mí, y no te voy a matar".

Thor frunció el ceño.

"¡No me rindo ante nadie! ¡Y menos ante ti!”.

Thor se forzó a sí mismo a pensar en Gwendolyn, en lo que Andrónico le había hecho a ella y su ira se intensificó. Ahora era el momento. Thor estaba decidido a acabar con Andrónico, de una vez por todas, a enviar a esta horrible criatura de vuelta al infierno.

Thor fue al ataque con una ráfaga de fuerza final, dando todo lo que tenía, soltando un gran grito. Esgrimió su espada de izquierda a derecha, moviéndose tan rápido que apenas podía contenerla; Andrónico bloqueaba cada golpe, aun cuando era hecho retroceder, paso por paso. La lucha continuó y continuó, y Andrónico parecía sorprendido de que su hijo pudiera exhibir tanta fuerza y por tanto tiempo.

Thor encontró su oportunidad cuando, por un momento, los brazos de Andrónico se cansaron. Thor giró hacia la cabeza del hacha y la unió y logró quitar la navaja de las manos de Andrónico. Andrónico la vio volar por el aire, sorprendido, y luego, Thor pateó a su padre en el pecho, derribándolo, de espaldas.

Antes de que él pudiera levantarse, Thor se adelantó y colocó un pie en su garganta. Thor lo tenía sujetado, y se quedó allí, mirándolo.

El campo de batalla llamaba la atención, mientras Thor estaba parado encima de él, sosteniendo la punta de su espada en la garganta.

Andrónico, sangrando por la boca, sonrió entre sus colmillos.

"No puedes hacerlo, hijo", dijo. "Ésa es tu gran debilidad. Me amas. Es también mi debilidad por ti. Nunca podría matarte. Ni ahora ni en toda tu vida. Toda esta batalla es inútil. Me dejarás ir. Porque tú y yo somos uno".

Thor estaba parado encima de él, las manos le temblaban mientras sostenía la punta de la espada en la garganta de su padre. Lentamente, la levantó. Una parte de él sentía que las palabras de su padre eran ciertas. ¿Cómo podría matar a su padre?

Pero mientras miraba hacia abajo, pensó en todo el dolor, en todo el daño que su padre había infligido en todos a su alrededor. Pensó en el precio de dejarlo vivir. El precio de la compasión. Era un precio demasiado alto que pagar, no sólo para Thorgrin, sino para todos los que amaba y le preocupaban. Thor miró detrás de él y vio las decenas de miles de soldados del Imperio que habían invadido su patria, allí de pie, listos para atacar a su pueblo. Y este hombre era su líder. Thor estaba en deuda con su patria. Con Gwendolyn. Y sobre todo, consigo mismo. Este hombre podría ser su padre de sangre, pero eso era todo. No era su padre en ningún otro sentido de la palabra. Y la sangre en sí, no hacía un padre.

Thor levantó su espada por lo alto, y con un gran grito, la dejó caer.

Thor cerró sus ojos y los abrió para ver la espada, incrustada en el suelo, justo al lado de la cabeza de Andrónico. Thor la dejó allí y dio un paso atrás.

Su padre había tenido razón: él  no había sido capaz de hacerlo. A pesar de todo, él no podía matar a un hombre indefenso.

Thor le dio la espalda a su padre, frente a su propio pueblo, frente a Gwendolyn. Evidentemente había ganado la batalla; había dejado en claro su opinión. Ahora, Andrónico, si tenía algún honor, no tendría más remedio que volver a casa.

"¡THORGRIN!”, gritó Gwendolyn.

Thor se volvió para ver, asombrado, el hacha de Andrónico balanceándose hacia él, dirigiéndose a su cabeza. Thor se agachó en el último segundo, y el hacha pasó volando.

Sin embargo, Andrónico fue rápido, y con el mismo movimiento, se dio vuelta y con su guantelete abofeteó a Thor en la quijada, haciéndolo caer sobre las manos y rodillas.

Thor sintió un terrible crujido en las costillas, mientras la bota de Andrónico lo pateaba en el estómago, haciéndolo rodar, jadeando en busca de aire.

Thor estaba sobre sus manos y rodillas, respirando con fuerza, la sangre chorreaba de su boca, sus costillas lo mataban, tratando de reunir la fuerza para levantarse. Con el rabillo del ojo vio a Andrónico dar un paso adelante, sonreír ampliamente y elevar su hacha con ambas manos. Thor pudo ver que le estaba apuntando, para cortar la cabeza de Thor. Thor podía ver en sus ojos inyectados en sangre, que Andrónico no tendría piedad, como Thor la había tenido.

"Esto es lo que debería haber hecho hace treinta años", dijo Andrónico.

Andrónico soltó un gran grito, bajó su hacha hacia el cuello expuesto de Thor.

Thor, sin embargo, no había terminado de pelear; logró tener una última ráfaga de energía, y a pesar de todo su dolor, se puso de pie y se abalanzó hacia su padre, abordándolo por las costillas, haciéndolo retroceder, hacia al suelo, de espaldas.

Thor estaba encima de él, luchando, preparándose para luchar contra él con sus manos. Se había convertido en una lucha libre. Andrónico se acercó y agarró la garganta de Thor, y Thor se sorprendió por su fuerza; sintió que perdía aire rápidamente mientras lo estrangulaba.

Thor sujetó su cintura, desesperado, buscando su daga. La daga real, la que el Rey MacGil le había dado antes de morir. Thor estaba perdiendo aire rápidamente, y sabía que si no la encontraba pronto, estaría muerto.

Thor la encontró con su último aliento. La levantó por lo alto y la hundió hacia abajo con ambas manos, en el pecho de Andrónico.

Andrónico se levantó, buscando aire, con los ojos saltones con una mirada de muerte, mientras se sentaba y continuaba asfixiando a su hijo.

Thor, sin aliento, estaba viendo estrellas, debilitándose.

Finalmente, lentamente, la sujeción de Andrónico se liberó, mientras sus brazos caían a su lado. Sus ojos se fueron hacia un costado, y dejó de moverse.

Allí permaneció, congelado. Muerto.

Thor jadeó mientras quitaba la mano flácida de su padre de su garganta,  jadeando y tosiendo, haciendo rodar el cadáver de su padre.

Todo su cuerpo temblaba. Acababa de matar a su padre. No había pensado que fuera posible.

Thor miró alrededor y vio a todos los guerreros, a ambos ejércitos, mirándolo en estado de shock. Thor sintió un tremendo calor correr a través de su cuerpo, como si un profundo cambio hubiese ocurrido dentro de él, como si hubiese destruido una parte maligna de sí mismo. Sintió que había cambiado, se sentía más ligero.

Thor oyó un gran ruido en el cielo, como un trueno, y miró hacia arriba y vio una pequeña nube negra aparecer sobre el cadáver de Andrónico y un embudo de pequeñas sombras negras, como demonios, giraban hacia el suelo. Ellos se arremolinaban alrededor de su padre, abarcándolo, aullando, luego levantaron su cuerpo por lo alto, cada vez más y más arriba, hasta que desapareció en la nube. Thor vio esto, en estado de shock, y se preguntó a qué infierno podría ser arrastrado el alma de su padre.

Thor miró hacia arriba y vio al ejército del Imperio frente a él, decenas y decenas de miles de hombres, con ojos de venganza. El Gran Andrónico estaba muerto. Aun así, sus hombres se quedaron ahí. Thor y los hombres del Anillo los seguían superando por cien a uno. Habían ganado la batalla, pero estaban a punto de perder la guerra.

Erec y Kendrick y Srog y Bronson caminaron al lado de Thor, con las espadas desenvainadas, mientras enfrentaban juntos al Imperio. Los cuernos sonaban de arriba a abajo por la línea del Imperio, y Thor se preparó para enfrentar la batalla una última vez. Él sabía que no podrían ganar. Pero al menos todos morirían juntos, en un gran choque de gloria.




CAPÍTULO SIETE


Reece marchaba al lado de Selese, Illepra, Elden, Indra, O’Connor, Conven, Krog y Serna, los nueve caminaban hacia el Oeste, como habían hecho durante horas, desde que salieron del Cañón. Reece sabía que en algún lugar, su gente estaba en el horizonte y, vivos o muertos, estaban decididos a encontrarlos.

Reece había quedado sorprendido cuando pasaron por una zona de destrucción, interminables campos de cadáveres, llenos de aves de rapiña, carbonizados por el soplido de los dragones. Había miles de cadáveres del Imperio alineados en el horizonte, algunos de ellos todavía sacaban humo. El humo de sus cuerpos llenaba el aire, el hedor insoportable de carne quemada impregnaba una tierra destruida. Quien no había sido asesinado por el soplido del dragón, había sido dañado en la batalla convencional contra el Imperio; los MacGil y los McCloud también yacían muertos, pueblos enteros habían sido destruidos, había montones de escombros por todas partes. Reece meneó la cabeza: esta tierra, que había sido tan abundante, ahora había sido devastada por la guerra.

Desde que habían salido del Cañón, Reece y los demás estaban decididos a volver a casa, a regresar al lado MacGil del Anillo. Incapaces de encontrar caballos, había marchado todo el camino hacia el lado de McCloud, hasta las tierras altas, por el otro lado, y, finalmente, avanzaron a través del territorio MacGil, pasando nada más que ruinas y devastación. Desde el aspecto de la tierra, los dragones habían ayudado a destruir a las tropas del Imperio, y por eso, Reece estaba agradecido. Pero Reece todavía no sabía en qué estado podría encontrar a su propio pueblo. ¿Todo el mundo estaba muerto en el Anillo? Hasta ahora, parecía ser así. Reece estaba deseando averiguar si todo el mundo estaba bien.

Cada vez que llegaban a un campo de batalla de muertos y heridos, los que no estaban quemados por las llamas de los dragones, Illepra y Selese iban de cadáver en cadáver, dándoles vuelta, revisándolos. No sólo eran impulsadas por sus profesiones, sino que Illepra también tenía otro objetivo en mente: encontrar al hermano de Reece. A Godfrey. Era una meta compartida por Reece.

"Él no está aquí", anunció Illepra una vez más, al estar parada, habiendo volteado hasta el último cadáver de este campo, con su cara de decepción.

Reece podría decir cuánto se preocupaba Illepra por su hermano, y se sentía conmovido. También Reece tenía la esperanza de que estuviera bien y entre los vivos – pero por el aspecto de estos miles de cadáveres, tenía el presentimiento de que no era así.

Siguieron adelante, caminando sobre otro campo rodante, otra serie de colinas y al hacerlo, vieron otro campo de batalla en el horizonte, con miles de cadáveres más. Se dirigieron a él.

Mientras caminaban, Illepra lloraba en silencio. Selese puso una mano en su muñeca.

"Está vivo", Selese la tranquilizó. No te preocupes”.

Reece se acercó y colocó una mano reconfortante en su hombro, sintiendo compasión por ella.

"Si hay algo que sé de mi hermano", dijo Reece, "es que es un sobreviviente. Él encuentra una manera de salir de todo. Incluso de la muerte. Te lo prometo. Es más probable que Godfrey esté en una taberna en algún lugar, emborrachándose".

Illepra rio a través de sus lágrimas y las secó.

"Eso espero", dijo ella. "Por primera vez, realmente espero que así sea".

Continuaron su marcha sombría, silenciosamente a través de la tierra baldía, cada uno perdido en sus pensamientos. Las imágenes del Cañón vinieron a la mente de Reece; no podía evitarlas. Pensó en lo desesperada que su situación había sido y estaba lleno de gratitud hacia Selese; si ella no hubiera aparecido cuando lo hizo, seguirían estando ahí abajo y seguramente todos habrían muerto.

Reece extendió el brazo y tomó la mano de Selese y sonrió, mientras caminaban con las manos entrelazadas. Reece estaba conmovido por el amor de ella y la devoción que le tenía, por su voluntad para cruzar toda la campiña, solo para salvarlo. Sintió un abrumador torrente de amor por ella, y no podía esperar a tener un momento a solas para podérselo expresar. Ya había decidido que quería estar con ella para siempre. Sentía una lealtad hacia ella, como nunca había sentido por nadie, y en cuanto tuvieran un momento, prometió ofrecerle matrimonio. Le daría el anillo de su madre, el que su madre le había dado para entregarlo al amor de su vida, cuando la encontrara.

"No puedo creer que hayas cruzado el Anillo solamente por mí", le dijo Reece.

Ella sonrió.

"No estuvo tan lejos", dijo.

"¿Que no estuvo lejos?", preguntó él. "Pusiste tu vida en peligro para cruzar un país devastado por la guerra. Estoy en deuda contigo. Más allá de lo que puedo decir".

"No me debes nada. Estoy contenta de que estés vivo".

"Todos estamos en deuda contigo", intervino Elden. "Nos salvaste a todos. Todos nos habríamos quedado atrapados allá, en las entrañas del Cañón, para siempre".

"Hablando de deudas, tengo que hablar de una contigo", dijo Krog a Reece, acercándose a él, renqueando. Desde que Illepra había entablillado su pierna en la parte superior del Cañón, Krog al menos había sido capaz de caminar por sí mismo, aunque fuera con rigidez.

"Me salvaste allá abajo y más de una vez", continuó diciendo Krog. "Fue bastante tonto de tu parte, si me lo preguntas. Pero de todos modos lo hiciste. Pero no creas que estoy en deuda contigo".

Reece meneó la cabeza, tomado desprevenido por la severidad de Krog y su torpe intento de darle las gracias.

"No sé si estás tratando de insultarme, o tratando de darme las gracias", dijo Reece.

"Tengo mi manera de hacerlo", dijo Krog. "De ahora en adelante, cuidaré tus espaldas. No porque me agrades, sino porque creo que eso es lo que debo hacer".

Reece meneó la cabeza, perplejo como siempre, por Krog.

"No te preocupes", dijo Reece. "Tú tampoco me agradas".

Todos continuaron su marcha, todos ellos relajados, contentos de estar vivos, de estar por encima del suelo, de volver a estar en este lado del Anillo – todos excepto Conven, que caminaba en silencio, alejado de los demás, ensimismado, como había estado desde la muerte de su hermano gemelo en el Imperio. Nada, ni escapar de la muerte, parecía alejarlo de ello.

Reece pensó en cómo, allá abajo, Conven se había lanzado imprudentemente al peligro, una y otra vez, casi matándose para salvar a los demás. Reece no pudo evitar preguntarse si era más un deseo de suicidarse que ayudar a los demás. Se preocupaba por él. A Reece no le gustaba verlo tan alejado, tan perdido en su depresión.

Reece caminó junto a él.

"Luchaste brillantemente allá", le dijo Reece.

Conven sólo se encogió de hombros y miró hacia la tierra.

Reece no dejó de pensar en algo que decir, mientras avanzaban en silencio.

"Estás feliz de estar en casa?", le preguntó Reece. "¿De ser libre?".

Conven se dio vuelta y lo miró sin comprender.

"No estoy en casa. Y no soy libre. Mi hermano está muerto. Y no tengo derecho a vivir sin él".

Reece sintió un escalofrío correr a través de él, con esas palabras. Evidentemente, Conven seguía abrumado por el dolor; lo usaba como una insignia de honor. Conven era más como un muerto viviente, con los ojos en blanco. Reece lo recordaba lleno de alegría. Reece podía ver que su luto era profundo, y tenía el presentimiento de que nunca lo dejaría. Reece se preguntaba qué sería de Conven. Por primera vez, no pensó en nada bueno.

Marcharon y marcharon y pasaban las horas y llegaron a otro campo de batalla, hombro con hombro con los cadáveres. Illepra y Selese y los demás se dispersaron, yendo de cadáver en cadáver, volteándolos, buscando alguna señal de Godfrey.

"Veo a muchos MacGil más  en este campo", dijo Illepra esperanzada, "y no hay soplido del dragón. Tal vez Godfrey está aquí".

Reece miró hacia arriba y vio a los miles de cadáveres y se preguntó si él había estado aquí, si alguna vez lo encontrarían.

Reece se separó y fue de cadáver en cadáver, al igual que los demás, volteando a cada uno. Vio todas las caras de su pueblo, rostro por rostro, reconoció a algunos y a otros no, era gente que había conocido y con los que había luchado, gente que había peleado por su padre. Reece se sorprendió ante la devastación que había habido en su tierra, como una plaga, y sinceramente esperaba que por fin todo hubiese terminado. Había visto un montón de batallas y guerras y cadáveres para durar toda la vida. Estaba listo para tener una vida de paz, para sanar, para reconstruir otra vez.

"¡AQUÍ!", gritó Indra, con su voz llena de emoción. Ella estaba parada junto a un cadáver y lo miraba hacia abajo.

Illepra se dio vuelta y salió corriendo, y todos se reunieron alrededor. Ella se arrodilló al lado del cuerpo y las lágrimas inundaron su rostro. Reece se arrodilló a su lado y jadeó para ver a su hermano.

Godfrey.

Su gran barriga sobresalía, sin afeitar, tenía los ojos cerrados, estaba muy pálido, sus manos estaban moradas de frío, parecía muerto.

Illepra se inclinó y lo sacudió, una y otra vez; él no respondió.

"¡Godfrey!". ¡Por favor! ¡Despierta! "¡Soy yo! ¡Illepra! "¡GODFREY!".

Le sacudió una y otra vez, pero él no despertaba. Finalmente, frenéticamente, se dio vuelta hacia los demás, examinando sus cinturones.

"¡La bolsa de vino!", le exigió a O’Connor entregársela.

O’Connor buscó a tientas en su cintura y apresuradamente la quitó y se la entregó a Illepra.

Ella la tomó y la acercó a la cara de Godfrey y la roció sobre sus labios. Le levantó  la cabeza, abrió su boca y derramó un poco en su lengua.

Hubo una respuesta repentina, mientras Godfrey lamía sus labios y lo tragaba.

Él tosió, después se sentó, agarró la bota de vino, con los ojos aún cerrados, y la roció, bebiendo más y más, hasta que se sentó totalmente. Lentamente abrió sus ojos y se limpió la boca con el dorso de su mano. Miró alrededor, confuso y desorientado y eructó.

Illepra gritó de alegría, inclinándose y dándole un gran abrazo.

"¡Sobreviviste!", exclamó.

Reece suspiró con alivio mientras su hermano miraba a su alrededor, confundido, pero vivo.

Elden y Serna cada uno agarró a Godfrey por debajo del hombro y lo pusieron de pie. Godfrey quedó ahí parado, tambaleante al principio, y tomó otro trago largo de la bota de vino y limpió su boca con el dorso de su mano.

Godfrey miró a su alrededor, con la mirada nublada.

"¿Dónde estoy?", preguntó. Estiró la mano y se frotó la cabeza, que tenía un gran bulto, y sus ojos se entrecerraron de dolor.

Illepra examinó la herida de manera experta, corriendo su mano a lo largo de ella, y la sangre seca de su cabello.

"Recibiste una herida", dijo. "Pero puedes estar orgulloso: estás vivo. Estás a salvo".

Godfrey se tambaleó, y los demás lo atraparon.

"No es seria", dijo, examinándola, "pero tendrás que descansar".

Ella se quitó una venda de su cintura y comenzó a envolverla alrededor de su cabeza, una y otra vez. Godfrey se estremeció de dolor y la miró. Luego miró alrededor y examinó todos los cadáveres, con los ojos abiertos de par en par.

"Estoy vivo", dijo. "No puedo creerlo".

"Lo lograste", dijo Reece, agarrando el hombro de su hermano mayor, felizmente. "Sabía que lo lograrías".

Illepra lo abrazó, y lentamente, él también la abrazó.

"Así que esto es lo que se siente ser un héroe", observó Godfrey, y los demás rieron. "Denme más bebidas como ésta", añadió, "y tal vez lo haré más a menudo".

Godfrey tomó otro largo trago, y finalmente comenzó a caminar con ellos, apoyándose en Illepra, con un hombro alrededor de ella, mientras le ayudaba a equilibrarse.

"¿Dónde están los demás?", preguntó Godfrey, mientras avanzaban.

"No sabemos", dijo Reece. "En algún lado del oeste, espero. Es ahí adonde nos dirigimos. Vamos a la Corte del Rey. Para ver quién sigue vivo".

Reece tragó saliva al pronunciar esas palabras. Miró al horizonte y oró para que sus compatriotas hubieran tenido un destino similar al de Godfrey. Pensó en Thor, en su hermana Gwendolyn, en su hermano Kendrick, y en muchos otros que amaba. Pero él sabía que el grueso del ejército del Imperio todavía estaba adelante, y a juzgar por el número de muertos y heridos que había visto, presentía que lo peor estaba aún por venir.




CAPÍTULO OCHO


Thorgrin, Kendrick, Erec, Srog y Bronson estaban parados como una pared unificada contra el ejército del Imperio, su gente detrás de ellos, con las armas desenfundadas, preparándose para enfrentar la embestida de las tropas del Imperio. Thor sabía que sería su muerte, su última batalla en la vida, pero no se arrepentía. Moriría aquí, frente al enemigo, de pie, con la espada en la mano, con sus hermanos de armas a su lado, defendiendo su patria. Tendría la oportunidad de compensar lo que había hecho, de hacer frente a su propio pueblo en batalla. No había nada más que pudiera pedir en la vida.

Thor pensó en Gwendolyn, y sólo deseaba tener más tiempo, por su propio bien. Él oró para que Steffen la hubiera llevado a un lugar seguro y que estuviera a salvo ahí, detrás de las líneas. Estaba decidido a luchar con todas sus fuerzas, a matar a tanta gente del Imperio como pudiera, para evitar que la dañaran.

Mientras Thor estaba parado allí, pudo sentir la solidaridad de sus hermanos, todos ellos sin temor, parados ahí valientemente, manteniéndose firmes. Esos eran los mejores hombres del reino, los mejores caballeros de Los Plateados, de los MacGil, de los Silesios – todos ellos unificados, ninguno de ellos retrocediendo de miedo, a pesar de las probabilidades. Todos ellos estaban dispuestos a entregar sus vidas para defender a su patria. Todos ellos valoraban el honor y la libertad más que la vida.

Thor escuchó los cuernos del Imperio, arriba y abajo de las filas, vio a sus divisiones de incontables hombres alineados en unidades precisas. Eran soldados disciplinados a los que se enfrentaba, soldados con comandantes sin piedad, que habían luchado toda su vida. Era una máquina bien aceitada, capacitada para seguir adelante frente a la muerte de su líder. Un nuevo comandante del Imperio sin nombre se acercó y condujo a las tropas. Era una enorme cantidad, interminable y Thor sabía que era imposible que pudieran derrotarlos con tan pocos hombres. Pero eso ya no importaba. No importaba si morían. Todo lo que importaba era cómo morirían. Morirían de pie, como hombres, en un choque final de valor.

"¿Esperamos a que se acerquen a nosotros?", preguntó Erec en voz alta. ¿O les ofrecemos el saludo de los MacGil?".

Thor sonrió, junto con los demás. No había nada como un ejército más pequeño atacando a uno más grande. Era imprudente, pero también era el tamaño del valor.

Al unísono, Thor y sus hombres soltaron de repente un grito de guerra, y todos fueron a la carga. Corrieron a pie, apresurándose hacia la brecha del puente entre los dos ejércitos, sus gritos de batalla llenaban el aire, sus hombres los seguían muy de cerca. Thor sostuvo su espada por lo alto, corriendo al lado de sus hermanos, con su corazón latiendo aceleradamente, una fría ráfaga de viento pegaba en su cara. Así era como se sentía estar en una batalla. Le recordaba lo que se sentía estar vivo.

Los dos ejércitos fueron a la carga, corriendo tan rápido como podían, para matarse unos a otros. En unos momentos se reunieron en el centro, en un tremendo choque metálico de armas.

Thor empuñaba su arma por todos lados, metiéndose en la primera fila de los soldados del Imperio, quienes empuñaban lanzas largas, picas, lanzas cortas. Thor cortó la primera pica que encontró a la mitad, y luego apuñaló al soldado en los intestinos.

Thor se agachó y se movió de un lado al otro, mientras múltiples lanzas se dirigían a él; empuñó su espada, girándola en todas direcciones, cortando todas las armas a la mitad con un sonido metálico y pateando y dando codazos a cada soldado fuera de su camino. Abofeteó a varios más con su guantelete, le dio una patada en la ingle a otro, un codazo en la mandíbula a uno más, un cabezazo a otro, apuñaló a uno más y giró y apuñaló a otro. Los cuarteles estaban cerca y era un mano a mano, y Thor era una máquina de un solo hombre, abriéndose paso a través del ejército superior.

Alrededor de él, sus hermanos estaban haciendo lo mismo, luchando con increíble velocidad y potencia y fuerza y espíritu, aunque ellos eran superados en número, se lanzaban al ejército mucho más grande y se abrían paso entre las filas de los hombres del Imperio que parecía no tener fin. Ninguno dudó, y ninguno se retiró.

Alrededor de Thor, miles de hombres con miles de otros hombres gritaban y gruñían al luchar cuerpo a cuerpo en la gran batalla feroz, la batalla determinante para el destino del Anillo. Y a pesar de las fuerzas infinitamente superiores, los hombres del Anillo estaban cobrando fuerza, manteniendo a raya al Imperio e incluso haciéndolos retroceder.

Thor arrebató un mayal de las manos de un soldado del Imperio, lo pateó, luego lo hizo girar y lo golpeó en un costado del casco. Entonces Thor lo hizo girar por lo alto, en un amplio círculo y derribó a varios más. Lo lanzó a la multitud y derribó a otros tantos.

Entonces Thor levantó su espada y volvió al combate cuerpo a cuerpo, acuchillando de un lado a otro, hasta que sus brazos y hombros se cansaron. En un momento dado fue demasiado lento, y un soldado se acercó a él con una espada levantada; Thor se volvió para enfrentarse a él, demasiado tarde y se preparó para recibir el golpe y las lesiones.

Thor escuchó un gruñido y Krohn pasó zumbando, saltando en el aire y clavando sus mandíbulas en la garganta del soldado, derribándolo, salvando a Thor.

Pasaban horas de combates cercanos. Aunque Thor al principio se sentía alentado por sus victorias, pronto se hizo evidente que esta batalla era un acto de poca importancia, prolongando lo inevitable. No importaba a cuántos de ellos mataran, el horizonte se seguía llenando con un sinfín de hombres. Y mientras que Thor y los otros se estaban fatigando cada vez más, los hombres del Imperio estaban frescos, y llegaban cada vez más y más.

Thor, perdía impulso, no defendía tan rápido como lo había estado haciendo y de pronto recibió un corte de espada en el hombro; gritó de dolor, mientras la sangre brotaba de su brazo. Thor recibió entonces un codazo en las costillas, y un hacha de batalla descendió hacia él, que apenas pudo bloquear con su escudo. Casi acababa de levantar el escudo un segundo demasiado tarde.

Thor fue perdiendo terreno, y cuando miró alrededor, se dio cuenta de que los demás lo perdían también. La marea empezaba a girar otra vez; los oídos de Thor se llenaron con los gritos de la muerte de muchos de sus hombres, empezando a caer. Tras horas de combates, estaban perdiendo. Pronto, todos estarían acabados. Pensó en Gwendolyn, y se negó a aceptarlo.

Thor levantó la cabeza hacia los cielos, tratando desesperadamente de convocar a cualquier poder que le quedaba. Pero su poder de druida no respondía. Sintió que mucho de él, había sido drenado por el tiempo que pasó con Andrónico, y que necesitaba tiempo para sanar. Se dio cuenta de que Argon estaba en el campo de batalla, ya no tan poderoso como había sido antes; sus poderes también se habían visto afectados combatiendo contra Rafi. Y Alistair se había debilitado también, sus poderes se habían visto mermados resucitando a Argon. No tenían más refuerzos. Sólo su fuerza de armas.

Thor echó la cabeza hacia atrás a los cielos y soltó un gran grito de desesperación, deseando que algo fuera diferente, que algo cambiara.

Por favor, Dios, oró. Te lo ruego. Sálvanos a todos en este día. Me dirijo a Ti. No al hombre, no a mis poderes, sino a Ti. Dame una señal de Tu poder.

De repente, para sorpresa de Thor, el aire se llenó con el ruido de un gran rugido, tan fuerte que parecía dividir el cielo.

El corazón de Thor se aceleró al reconocer inmediatamente el sonido. Miró hacia el horizonte y vio salir de las nubes a su vieja amiga, Mycoples. Thor estaba sorprendido, feliz de ver que estaba viva, que estaba libre y que estaba aquí de regreso, en el Anillo, volando hacia él. Era como si una parte de sí mismo hubiese sido recuperada.

Aún más sorprendente era ver al lado de ella, a un segundo dragón. Un dragón macho con antiguas y descoloridas escamas y enormes y brillantes ojos verdes, de aspecto más feroz que el de Mycoples. Thor miró a los dos volando por el aire, entrando y saliendo y después bajando en picado hacia él. Entonces se dio cuenta de que sus oraciones habían sido contestadas.

Mycoples levantó sus alas, arqueó su cuello y chilló, igual que el dragón que estaba a su lado y los dos soplaron un muro de fuego sobre el ejército del Imperio, iluminando el cielo. El frío día se volvió repentinamente cálido, luego caliente, mientras muros de llamas rodaban y rodaban hacia ellos. Thor levantó sus brazos a su cara.

Los dragones atacaron por detrás, así que las llamas no alcanzaron a Thor. Aun así, el muro de fuego estaba lo suficientemente cercano para que Thor sintiera su calor, los vellos en su antebrazo se chamuscaron.

Los gritos de miles de hombres se elevaron en el aire, mientras el ejército del Imperio, división por división, era incendiado, decenas de miles de soldados gritaban por sus vidas. Corrieron en todos los sentidos – pero no había ningún lugar a dónde huir. Los dragones eran despiadados. Era una destrucción y estaban llenos de furia, listos para acabar con la venganza del Imperio.

Una división del Imperio tras otra, tambaleaban hacia el suelo, muertos.

Los soldados restantes frente a Thor, se dieron vuelta llenos de pánico y huyeron, intentando escapar de los dragones que entrecruzaban el cielo, soplando fuego por todas partes. Pero sólo corrían a su propia muerte, mientras los dragones apuntaban hacia ellos y los remataban de uno en uno.

Pronto, Thor se encontró frente a nada más que un campo vacío, con nubes negras de humo, el olor a carne quemada llenaba el aire, de aliento de dragón, de azufre. Mientras las nubes se elevaban, revelaron un páramo carbonizado ante él, ni un sólo hombre sobrevivió, toda la hierba y árboles se marchitaban en el vacío de nada más que oscuridad y cenizas. El ejército del Imperio, tan indomable unos minutos atrás, había desaparecido completamente.

Thor se quedó allí parado, en estado de shock, eufórico. Viviría. Todos vivirían. El Anillo era libre. Finalmente, eran libres.

Mycoples bajó en picado y se sentó delante de Thor, bajando su cabeza y resoplando.

Thor dio un paso adelante, sonriendo mientras se acercaba a su vieja amiga, y Mycoples bajó su cabeza hasta el suelo, ronroneando. Thor acarició las escamas en su cara, y ella se inclinó y frotó su nariz de arriba a abajo de su pecho, acariciando su cara contra su cuerpo. Ella ronroneó satisfecha, y era evidente que estaba extasiada de volver a ver a Thor, como él estaba eufórico de verla.

Thor se montó en ella y giró, arriba de Mycoples y enfrentó a su ejército, miles de hombres lo miraban con asombro y alegría, mientras él levantaba su espada.

Los hombres levantaron sus espadas y lo aclamaron. Finalmente, los cielos estaban llenos del sonido de la victoria.




CAPÍTULO NUEVE


Gwendolyn estaba parada allí, mirando a Thorgrin, arriba de Mycoples, y su corazón sintió alivio y orgullo. Ella había logrado abrirse camino a través de la densa multitud de soldados, a las filas del frente, deshaciéndose de la protección de Steffen y otros. Ella se había abierto camino hasta el claro, y se paró ante Thor. Rompió en llanto de alegría, mientras miraba al Imperio derrotado, todas las amenazas finalmente habían desaparecido, y vio a Thor, su amor, vivo, a salvo. Ella se sentía triunfante. Sentía que toda la oscuridad y el dolor de los últimos meses finalmente habían acabado, consideraba que el Anillo finalmente estaba a salvo una vez más. Se sintió llena de alegría y gratitud cuando Thor la vio y miró hacia abajo con tanto amor, con sus ojos brillantes.





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En UN CIELO DE HECHIZOS (A SKY OF SPELLS), (LIBRO # 9 de EL ANILLO DEL HECHICERO – THE SORCERER’S RING), Thorgrin finalmente regresa a ser él mismo y debe enfrentarse a su padre de una vez por todas. Se produce una batalla épica, cuando los dos Titanes se enfrentan unos a otros y Rafi usa su poder para convocar a un ejército de muertos vivientes. Con la Espada del Destino destruida y el destino del Anillo en la balanza, Argon y Alistair tendrán que convocar a sus poderes mágicos para ayudar a los valientes guerreros de Gwendolyn. Pero incluso con su ayuda, todo podría estar perdido si no fuera por el regreso de Mycoples y su nuevo compañero, Ralibar. Luanda lucha por prevalecer frente a su captor, Rómulo, mientras el destino del Escudo está en la balanza. Reece, mientras tanto, se esfuerza por llevar a sus hombres a las paredes del Cañón, con la ayuda de Selese. Su amor se profundiza; pero con el regreso del viejo amor de Reece, su prima, se desarrolla un triángulo de amor trágico y de malentendidos. Cuando el Imperio es finalmente expulsado del Anillo y Gwendolyn tiene su oportunidad de una venganza personal contra McCloud, hay grandes motivos para celebrar. Como la nueva reina del Anillo, Gwen usa sus poderes para unir a los MacGil y a los McCloud por primera vez en la historia y comenzar la reconstrucción épica de la tierra, de su ejército y de La Legión. La Corte del rey lentamente vuelve a la vida una vez más, mientras todos empiezan a recoger los pedazos. Está destinada a convertirse en la ciudad más gloriosa que hasta su padre había soñado, y en el proceso, la justicia finalmente encuentra a Gareth. Tirus también debe ser llevado ante la justicia, y Gwen tendrá que decidir qué tipo de gobernante será. Hay un gran conflicto entre los hijos de Tirus, ya que no todos ven las cosas de la misma manera, y una lucha por el poder surge una vez más, mientras Gwen decide si aceptará la invitación a las Islas Superiores, uniendo a todo el clan MacGil una vez más. Erec es convocado para regresar a su pueblo a las Islas del Sur y ver a su padre moribundo, y Alistair se une a él, mientras se preparan para su boda. Thorgrin y Gwendolyn también podrían hacer los preparativos para su boda en un futuro. Thor tiene una relación más cercana con su hermana, y ya que todo está tranquilo dentro del Anillo, es convocado a embarcarse en la misión más grande de todas: buscar a su madre misteriosa en una tierra lejana y averiguar quién es realmente. Con múltiples preparativos de boda en el aire, y con el regreso de la primavera, la reconstrucción de la Corte del Rey, los festivales en marcha, la paz parece asentarse en el Anillo. Pero el peligro acecha en los rincones más inesperados, y podría haber tribulaciones para esos grandes personajes. Con su sofisticada construcción del mundo y caracterización, UN CIELO DE HECHIZOS (A SKY OF SPELLS), es un relato épico de amigos y amantes, de rivales y pretendientes, de caballeros y dragones, de intrigas y maquinaciones políticas, de cumplir la mayoría de edad, de corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una historia de honor y valor, de suerte y destino, de hechicería. Es una fantasía que nos lleva a un mundo que nunca olvidaremos, y que gustará a personas de todas las edades y géneros. Los libros #10 – #14 de la serie, ¡ya están disponibles también!

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