Книга - El Despertar Del Valiente

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El Despertar Del Valiente
Morgan Rice


Reyes y Hechiceros #2
Después del ataque del dragón, Kyra es enviada a una misión urgente: cruzar Escalon y buscar a su tío en la misteriosa Torre de Ur. El tiempo ha llegado para que conozca quién es ella, quién es su madre, y para que inicie su entrenamiento desarrollando sus poderes especiales. Será una misión llena de tensión para una chica sola, con un Escalon lleno de peligros por bestias salvajes y hombres por igual; una que requerirá de toda su fuerza para sobrevivir.

Su padre, Duncan, deberá guiar a sus hombres al sur hacia la gran ciudad de Esephus para tratar de liberar a sus compatriotas del puño de hierro de Pandesia. Si tiene éxito, tendrá que viajar en el traicionero Lago de la Ira y después en los picos nevados de Kos en donde viven los guerreros más duros de Escalon, hombres a los que necesitará reclutar si quiere tener una oportunidad de conquistar la capital.

Alec escapa con Marco de Las Flamas para encontrarse corriendo por el Bosque de las Espinas, perseguidos por bestias exóticas. Es un angustioso viaje a través de la noche mientras continúa en su misión de llegar a su tierra natal esperando reunirse con su familia. Cuando llega, se sorprende al descubrir lo que ha sucedido.

Merk, a pesar de su buen juicio, regresa para ayudar a la chica y se encuentra por primera vez en su vida envuelto en asuntos ajenos. Pero no olvidará su peregrinaje hacia la Torre de Ur, y finalmente se siente angustiado al ver que la torre no es lo que esperaba.

Vesuvius empuja a su gigante mientras guía a los Troles en su misión bajo tierra, tratando de pasar Las Flamas mientras el dragón, Theos, tiene su propia misión especial en Escalon.

Con su fuerte atmósfera y personajes complejos, EL DESPERTAR DEL VALIENTE es una dramática saga de caballeros y guerreros, de reyes y señores, de honor y valor, de magia, destino, monstruos y dragones. Es una historia de amor y corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una excelente fantasía que nos invita a un mundo que vivirá en nosotros para siempre, uno que encantará a todas las edades y géneros.





Morgan Rice

El Despertar Del Valiente (Reyes Y Hechiceros—Libro 2)




Morgan Rice

Morgan Rice tiene el #1 en éxito en ventas como el autor más exitoso de USA Today con la serie de fantasía épica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de once libros (y contando); de la serie #1 en ventas LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspenso post-apocalíptica compuesta de dos libros (y contando); y de la nueva serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS. Los libros de Morgan están disponibles en audio y ediciones impresas, y las traducciones están disponibles en más de 25 idiomas.

¡TRANSFORMACIÓN (Libro #1 en El Diario del Vampiro), ARENA UNO (Libro #1 de la Trilogía de Supervivencia), LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1 en el Anillo del Hechicero) y EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Reyes y Hechiceros – Libro #1) están todos disponibles como descarga gratuita!

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Elogios Dirigidos a Morgan Rice



“Si pensaste que ya no había razón para vivir después de terminar de leer la serie El Anillo del Hechicero, te equivocaste. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice nos presenta lo que promete ser otra brillante serie, sumergiéndonos en una fantasía de troles y dragones, de valor, honor, intrepidez, magia y fe en tu destino. Morgan ha logrado producir otro fuerte conjunto de personajes que nos hacen animarlos en cada página… Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores que aman la fantasía bien escrita.”

    – Books and Movie Reviews
    Roberto Mattos



“EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES funciona desde el principio… Una fantasía superior…Inicia, como debe, con los problemas de una protagonista y se mueve de manera natural hacia un más amplio circulo de caballeros, dragones, magia y monstruos, y destino… Todo lo que hace a una buena fantasía está aquí, desde soldados y batallas hasta confrontaciones con uno mismo…Un campeón recomendado para los que disfrutan de libros de fantasía épica llenos de poderosos y creíbles protagonistas jóvenes adultos.”

    – Midwest Book Review
    D. Donovan, Comentarista de eBooks



“[EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES] es una novela basada en trama fácil de leerse en un fin de semana… Un buen comienzo para una serie prometedora.”

    – San Francisco Book Review



“Una fantasía llena de acción que satisfará a los fans de las novelas anteriores de Morgan Rice, junto con fans de trabajos tales como THE INHERITANCE CYCLE de Christopher Paolini… Los fans de Ficción para Jóvenes Adultos devorarán este trabajo más reciente de Rice y pedirán aún más.”

    — The Wanderer,A Literary Journal (sobre El Despertar de los Dragones)



“Una fantasía con espíritu que une elementos de misterio e intriga en su historia. Una Aventura de Héroes se trata del desarrollo de la valentía y sobre tener un propósito en la vida que llega al crecimiento, madurez, y excelencia… Para los que buscan aventuras fantásticas sustanciosas, los protagonistas, dispositivos y acciones proporcionan un vigoroso conjunto de encuentros que se enfocan bien en la evolución de Thor de un niño soñador a un joven adulto enfrentándose a probabilidades imposibles de sobrevivir…Sólo el inicio de lo que promete ser una serie épica.”

    – Midwest Book Review (D. Donovan, Comentarista de eBooks)



“EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para un éxito instantáneo: tramas, contratramas, misterio, valientes caballeros, y relaciones crecientes llenas de corazones rotos, decepción y traiciones. Te mantendrá entretenido por horas, y satisfará a todas las edades. Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores de fantasía.”

    — Books and Movie Reviews, Roberto Mattos



“La entretenida fantasía épica de Rice [EL ANILLO DEL HECHICERO] incluye características clásicas del género – un fuerte escenario con mucha inspiración en la antigua Escocia y su historia, y un buen sentido de intriga cortesana.”

    – Kirkus Reviews



“Me encantó como Morgan Rice hizo crecer al personaje de Thor y al mundo en el que vivía. El paisaje y las criaturas que lo habitan están muy bien descritos… Disfruté [la trama]. Fue breve y dulce… Hubo la cantidad justa de personajes secundarios, así que no hubo confusiones. Hubo momentos de aventura y angustiosos, pero la acción descrita no fue demasiado grotesca. El libro sería perfecto para un lector adolescente… Tiene los inicios de lo que puede llegar a ser algo extraordinario…”-San Francisco Book Review “En este primer libro lleno de acción en la serie de fantasía épica el Anillo del Hechicero (que ya cuenta con 14 libros), Rice les presenta a los lectores a un joven de 14 años llamado Thorgrin "Thor" McLeod, cuyo sueño es unirse a la Legión de Plata, los caballeros de élite que sirven al Rey… La escritura de Rice es sólida y la premisa intrigante.”

    – Publishers Weekly



“[A QUEST OF HEROES] es una lectura breve y sencilla. Los finales de cada capítulo te dejarán deseando seguir leyendo y no será fácil que te detengas. Hay algunos errores de escritura en el libro y algunos nombres están mal, pero esto no distrae de la historia en general. El final del libro me hizo desear tener el siguiente libro inmediatamente y eso fue lo que hice. ¡Todos los nueve de la serie El Anillo del Hechicero pueden ser comprados en la tienda Kindle y A Quest of Heroes es actualmente gratuito para que empieces! Si lo que quieres es algo breve y divertido para leer en tus vacaciones, este libro tiene lo que buscas.”

    – FantasyOnline.net



Libros de Morgan Rice


REYES Y HECHICEROS


EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)


EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2)


EL ANILLO DEL HECHICERO


LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)


UNA MARCHA DE REYES (Libro #2)


UN DESTINO DE DRAGONES (Libro #3)


UN GRITO DE HONOR (Libro #4)


UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)


UNA POSICIÓN DE VALOR (Libro #6)


UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)


UNA CONCESIÓN DE ARMAS (Libro #8)


UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)


UN MAR DE ESCUDOS (Libro #10)


UN REINO DE ACERO (Libro #11)


UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)


UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)


UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)


UN SUEÑO DE MORTALES (Libro #15)


UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)


EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)


LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA


ARENA UNO: SLAVERSUNNERS (Libro #1)


ARENA DOS (Libro #2)


EL DIARIO DEL VAMPIRO


TRANSFORMACIÓN (Libro # 1)


AMORES (Libro # 2)


TRAICIONADA (Libro # 3)


DESTINADA (Libro # 4)


DESEADA (Libro # 5)


COMPROMETIDA (Libro # 6)


JURADA (Libro # 7)


ENCONTRADA (Libro # 8)


RESUCITADA (Libro # 9)


ANSIADA (Libro # 10)


CONDENADA (Libro # 11)












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Derechos de autor © 2014 por Morgan Rice

Todos los derechos reservados. Excepto como permitido bajo el Acta de 1976 de EU de Derechos de Autor, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en ninguna forma o medio, o guardada en una base de datos o sistema de recuperación, sin el permiso previo del autor.

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Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, negocios, organizaciones, lugares, eventos, e incidentes son o producto de la imaginación del autor o usados de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es completa coincidencia.

Jacket image Copyright Photosani, usado bajo licencia de Shutterstock.com.









“Los cobardes mueren muchas veces;


El valiente sólo prueba una vez el gusto de la muerte.”


– William Shakespeare


Julio César




CAPÍTULO UNO


Kyra caminaba lentamente en medio de la masacre con la nieve crujiendo bajo sus botas, observando la devastación que el dragón había dejado a su paso. Estaba sin palabras. Miles de los Hombres del Señor, los hombres más temidos de todo Escalon, estaban muertos frente a ella, aniquilados en un instante. Los cuerpos chamuscados estaban a su alrededor, con la nieve derretida a su lado y sus rostros retorcidos de agonía. Los esqueletos, doblados en posiciones no naturales, aún se aferraban a sus armas con los dedos. Algunos cuerpos seguían de pie, de alguna manera quedándose verticales y mirando hacia el cielo como preguntándose qué los había matado.

Kyra se paró junto a uno examinándolo en asombro. Se acercó y lo tocó en las costillas, y se sorprendió al verlo derrumbarse y caer al suelo en un montón de huesos con su espada cayendo inofensiva al lado.

Kyra escuchó un chillido sobre su cabeza y volteó hacia arriba para observar a Theos que volaba en círculos, aún respirando fuego como si siguiera insatisfecho. Podía sentir lo que él sentía, la furia corriendo por sus venas, su deseo de destruir a Pandesia e incluso el mundo entero si pudiera. Era una furia primitiva, una furia que no tenía límites.

El sonido de las botas sobre la nieve llamó su atención y Kyra volteó para ver a los hombres de su padre, una docena de ellos, caminando y observando la destrucción con sus ojos mostrando asombro. Estos experimentados hombres en batalla claramente nunca habían visto algo como esto; incluso su padre que estaba junto a Anvin, Arthfael y Vidar, parecía pasmado. Era como caminar por un sueño.

Kyra notó como estos valientes guerreros pasaban su mirada del cielo hacia ella con asombro en sus ojos. Era como si ella hubiera hecho todo esto, como si ella misma fuera el dragón. Después de todo, sólo ella había sido capaz de invocarlo. Volteó la mirada sintiéndose incómoda; no podía distinguir si la miraban como a un guerrero o como a un fenómeno. Quizá ellos mismos no lo sabían.

Kyra recordó su oración en la Luna de Invierno, su deseo de saber si era especial y si sus poderes eran reales. Después de hoy, después de esta pelea, no le quedarían dudas. Había sido su voluntad que el dragón viniera. Ella lo había sentido; aunque no sabía el cómo. Pero ahora definitivamente sabía que era diferente. Y no podía dejar de preguntarse si esto significaba que las otras profecías también serían verdad. ¿Estaba entonces destinada a ser una gran guerrera? ¿Una gran comandante? ¿Más grande incluso que su padre? ¿Realmente guiaría a las naciones en batalla? ¿Realmente estaba el destino de Escalon en sus hombros?

Kyra no podía ver como esto sería posible. Tal vez Theos había venido por sus propias razones; tal vez el daño que había hecho no tenía nada que ver con ella. Después de todo, los Pandesianos lo habían herido, ¿cierto?

Kyra ya no se sentía segura de nada. Todo lo que sabía era que, en este momento, con la fuerza del dragón corriendo por sus venas, caminando por el campo de batalla, viendo a sus enemigos muertos, todas las cosas eran posibles. Sabía que ya no era una chica de quince años deseando ver aprobación en los ojos de los hombres; ya no era más un juguete del Señor Gobernador – o de cualquier otro hombre – que debería cumplir deseos; ya no era más propiedad de otro hombre para ser dada en matrimonio, maltratada y torturada. Ahora era su propia persona. Una guerrera entre los hombres; alguien a quien temer.

Kyra caminó por el mar de cuerpos hasta que estos terminaron y el paisaje volvió a ser nieve y hielo. Se detuvo junto a su padre observando el valle que se extendía debajo de ellos. Ahí se encontraban las grandes puertas abiertas de Argos, una ciudad vacía con todos sus hombres muertos en estas colinas. Era escalofriante ver a esta gran fortaleza vacante y sin guardia. La fortaleza más importante de Pandesia estaba ahora abierta para que entrara cualquiera. Sus imponentes murallas altas talladas de gruesas piedras y picos, sus miles de hombres y líneas de defensa habían impedido cualquier idea de una revuelta; su presencia aquí le había permitido a Pandesia tener un puño de hierro sobre todo el noreste de Escalon.

Todos bajaron por la colina dirigiéndose al camino que daba a las puertas de la ciudad. Era una caminata victoriosa pero solemne, con más cuerpos muertos posándose sobre la tierra, estragos que el dragón había dejado en su camino de destrucción. Era como caminar por un cementerio.

Al pasar por las impresionantes puertas, Kyra se detuvo bajo el umbral quedándose sin aliento: adentro pudo ver que había miles de cuerpos más, chamuscados y humeantes. Era lo que había quedado de los Hombres del Señor, los que se habían movilizado tarde. Theos no se había olvidado de nadie; su furia era visible incluso en los muros de la fortaleza con grandes partes de las piedras manchadas de negro por las llamas.

Al entrar, Argos se destacó por su silencio. Su patio estaba vacío, siendo algo poco común ver a una ciudad como esa privada de vida. Era como si Dios la hubiera absorbido toda de un solo respiro.

Mientras los hombres de su padre se apresuraban, sonidos de emoción empezaron a llenar el aire y Kyra entendió pronto por qué. Pudo ver que en el suelo había tesoros a montones de armas como las que ella nunca había visto antes. Ahí, yaciendo en el piso del patio, estaban los despojos de la guerra: las armas, acero y armaduras más finas que jamás había visto, todos relumbrando con marcas Pandesianas. Incluso había entre estos sacos de oro.

Y aún mejor, al final del patio estaba una gran armería de piedra con sus puertas abiertas mientras los hombres se apuraban dentro y encontrando un abundante tesoro. Las paredes estaban forradas con espadas, alabardas, picos, hachas, lanzas, arcos; todo hecho con el acero más fino que el mundo podía ofrecer. Había suficientes armas para equipar a la mitad de Escalon.

Entonces se oyó el sonido de relinchos, y Kyra volteó hacia el otro lado del patio para ver una fila de establos de piedra llenos con un ejército de los más finos caballos, todos a salvo del aliento del dragón. Suficientes caballos para cargar a aun ejército.

Kyra miró la esperanza creciendo en los ojos de su padre, una mirada que no había visto en años, y sabía lo que estaba pensando: Escalon podría levantarse de nuevo.

Entonces hubo un chillido y Kyra miró a Theos que volaba en círculos más bajo, con sus talones extendidos y extendiendo sus grandes alas dando una vuelta de victoria sobre la ciudad. Sus grandes ojos amarillos brillantes la miraron incluso a pesar de la gran distancia. Ella no podía mirar a ninguna otra parte.

Theos bajó y se posó afuera de las puertas de la ciudad. Se sentó orgulloso de frente a ella como si la llamara. Ella sintió su llamado.

Kyra sintió como su piel se tensaba mientras un calor surgía dentro de ella, como si tuviera una intensa conexión con esta criatura. No tuvo opción más que acercarse.

Mientras Kyra se volteaba y atravesaba el patio dirigiéndose hacia las puertas de la ciudad, pudo sentir todos los ojos de los hombres sobre ella mientras pasaban de mirar del dragón hacia ella y deteniéndose. Caminó sola hacia las puertas con las botas crujiendo sobre la nieve y su corazón latiendo más de prisa.

Mientras caminaba, Kyra sintió una gentil mano en su brazo que la detuvo. Se volteó y miró a su padre que la miraba con preocupación.

“Ten cuidado,” le advirtió.

Kyra continuó caminando sin sentir miedo a pesar de la fiera mirada en los ojos del dragón. Ella sólo sentía una intensa unión con él como si parte de ella hubiera reaparecido, una parte sin la que no podía vivir. Su mente se volcó con curiosidad. ¿De dónde había venido Theos? ¿Por qué había venido a Escalon? ¿Por qué no había vuelto antes?

Mientras Kyra pasaba por las puertas de Argos acercándose al dragón, sus ruidos se hicieron más fuertes, pasando de ronroneos a gruñidos mientras la esperaba batiendo sus grandes alas suavemente. Abrió su boca como si fuera a escupir fuego mostrando sus grandes dientes, cada uno tan grande como ella y afilados como una espada. Por un momento ella sintió miedo, con sus ojos posándose en ella con una intensidad que hacía difícil el pensar.

Kyra finalmente se detuvo a unos pies delante de él. Lo miró con admiración. Theos era magnífico. Se elevaba treinta pies de altura con escamas duras, gruesas y primordiales. El suelo temblaba con su respiración y ella se sintió completamente a su merced.

Se quedaron ahí en silencio mirándose y examinándose el uno al otro, y el corazón de Kyra la golpeaba en el pecho con una tensión en el aire tan pesada que apenas podía respirar.

Con su garganta seca, finalmente reunió suficiente valor para hablar.

“¿Quién eres?” le preguntó con su voz apenas superando un suspiro. “¿Por qué has venido conmigo? ¿Qué deseas de mí?”

Theos bajó su cabeza y se acercó, tan cerca que su enorme hocico casi tocaba su pecho. Sus enormes ojos amarillos brillantes parecían atravesarla. Ella los miró fijamente, cada uno tan grande como ella, y se sintió perdida en otro mundo, en otro tiempo.

Kyra esperó una respuesta. Esperaba que su mente se llenara con sus pensamientos como ya lo había hecho una vez.

Pero esperó y esperó, y se sorprendió al ver que su mente estaba en blanco. Nada venía hacia ella. ¿Es que Theos quería guardar silencio? ¿Había perdido ella su conexión con él?

Kyra lo miraba, preguntándose, con el dragón siendo un misterio más grande que antes. De repente este bajó su espalda como si la invitara a subir. Su corazón latió más de prisa mientras se imaginaba volando por los cielos en su espalda.

Kyra caminó lentamente hacia su lado y tomó sus escamas, duras y ásperas, preparándose para tomar su cuello y subir.

Pero tan pronto como lo había tocado este se sacudió y la hizo que perdiera su agarre. Ella tambaleó y él se elevó batiendo sus alas en un solo movimiento tan abrupto que sus manos se rasparon con la aspereza de sus escamas.

Kyra se quedó ahí inmóvil y confundida, pero más que nada con un corazón roto. Se quedó sin poder hacer nada al ver como la tremenda criatura se elevaba, chillando y volando más y más alto. Tan rápido como había llegado, Theos de repente desapareció entre las nubes dejando nada más que silencio.

Kyra se quedó ahí sintiéndose vacía y más sola que nunca. Y mientras el último de sus chillidos desaparecía ella sabía, simplemente lo sabía, que Theos se había marchado para siempre.




CAPÍTULO DOS


Alec corrió por el bosque en la oscuridad de la noche con Marco a su lado, tropezando con raíces que salían de la nieve y preguntándose si podría salir con vida. Su corazón lo golpeaba en el pecho mientras corría por su vida tratando de recuperar el aliento, queriendo detenerse pero necesitando seguir el paso de Marco. Volteó por sobre su espalda por la centésima vez y miró como el resplandor de Las Flamas se volvía más débil mientras avanzaban más en el bosque. Pasó algunos árboles gruesos y de repente el resplandor desapareció completamente, introduciéndose en una oscuridad casi completa.

Alec se volteó y retomó su camino pasando entre los árboles con los troncos golpeando sus hombros y las ramas aruñando sus brazos. Miró hacia la negrura enfrente de él que apenas permitía distinguir el sendero, tratando de no escuchar los sonidos exóticos a su alrededor. Ya le habían advertido debidamente sobre estos bosques en los que ningún fugitivo sobrevivía, y sintió un creciente vacío mientras avanzaban. Podía sentir el peligro con criaturas feroces en todos lados, con el bosque tan denso que era difícil navegar y volviéndose cada vez más complicado. Empezaba a preguntarse si hubiera sido mejor quedarse atrás en Las Flamas.

“¡Por aquí!” se escuchó una voz.

Marco lo tomó de los hombros y lo jaló mientras viraba a la derecha pasando entre dos grandes árboles, agachándose bajo sus torcidas ramas. Alec lo siguió resbalándose en la nieve, y de pronto se encontró en un claro en medio del denso bosque, con la luz de la luna brillando y mostrándoles el camino.

Ambos se detuvieron doblándose y poniendo sus manos en las rodillas tratando de recuperar el aliento. Intercambiaron miradas y Alec volteó hacia atrás hacia el bosque. Respiraba con dificultad con sus pulmones y costillas doliéndole por el frío, confundido.

“¿Por qué no nos están siguiendo?” preguntó Alec.

Marco se encogió de hombros.

“Tal vez saben que este bosque hará su trabajo por ellos.”

Alec buscó el sonido de soldados Pandesianos que los persiguieran; pero no hubo ninguno. Pero en vez de eso, Alec pareció escuchar un sonido diferente, como un gruñido bajo y furioso.

“¿Escuchas eso?” preguntó Alec con su vello levantándose detrás de su nuca.

Marco negó con la cabeza.

Alec se quedó ahí escuchando y preguntándose si su mente le jugaba trucos. Entonces, lentamente, empezó a escucharlo de nuevo. Fue un sonido distante, un gruñido apagado y amenazante, algo que Alec nunca había escuchado. Mientras escuchaba, este se volvió más fuerte como acercándose.

Marco ahora lo miraba con preocupación.

“Es por eso que no nos siguieron,” dijo Marco con su voz reconociéndolo.

Alec estaba confundido.

“¿A qué te refieres?” preguntó.

“Wilvox,” respondió con unos ojos llenos de terror. “Los han soltado para que nos persigan.”

La palabra Wilvox aterrorizó a Alec; había escuchado sobre ellos cuando era un niño y se rumoraba que habitaban el Bosque de las Espinas, pero él siempre pensó que sólo eran una leyenda. Se decía que eran las criaturas más letales de la noche; toda una pesadilla.

Los gruñidos se intensificaron como si fueran varios de ellos.

“¡CORRE!” imploró Marco.

Marco se volteó y Alec lo siguió mientras atravesaron el claro y se introdujeron en el bosque. Adrenalina bombeaba por las venas de Alec y podía escuchar su propio palpitar, enmudeciendo el sonido del hielo y nieve debajo de sus botas. Pero pronto pudo escuchar como las criaturas se acercaban detrás de ellos y se dio cuenta que no podrían ser más rápidos que estas bestias.

Alec tropezó con una raíz y chocó contra un árbol; gimió de dolor, lo empujó y siguió corriendo. Buscaba en el bosque algún lugar para escapar dándose cuenta que ya no había tiempo; pero no había ninguno.

Los gruñidos se volvieron más fuertes y, mientras seguía corriendo, Alec volteó hacia atrás deseando no haberlo hecho. Casi encima de ellos estaban cuatro de las criaturas más feroces que él había visto. Con apariencia de lobos, los Wilvox eran el doble del tamaño, con pequeños cuernos afilados que salían de detrás de sus cabezas y un solo y grande ojo rojo en medio de los cuernos. Sus patas eran como de osos con garras largas y puntiagudas, y sus pelajes eran gruesos y tan negros como la noche.

Al verlos tan cerca, Alec supo que era hombre muerto.

Alec se abalanzó con lo último que le quedaba de velocidad, con sus manos sudando incluso en el frio y su aliento congelándose en el aire frente a él. Los Wilvox estaban a sólo veinte pies de distancia y sabía por la desesperación en sus ojos, por la saliva que caía de sus bocas, que lo harían pedazos. No veía manera de escapar. Miró hacia Marco esperando que tuviera algún plan, pero Marco tenía la misma mirada de desesperanza. Claramente tampoco sabía qué hacer.

Alec cerró los ojos e hizo algo que nunca antes había hecho: oró. El ver su vida pasar por delante de sus ojos lo cambió de alguna manera, lo hizo darse cuenta de lo mucho que apreciaba la vida, y lo hizo sentir una desesperación que nunca antes había tenido.

Por favor Dios sálvame de esta. Después de lo que hice por mi hermano, no permitas que muera aquí. No en este lugar y no por estas criaturas. Haré lo que sea.

Alec abrió los ojos mirando hacia arriba y, al hacerlo, miró un árbol que era un poco diferente a los demás. Sus ramas estaban más retorcidas y cercanas al piso, lo suficiente para que pudiera tomar una con un salto corriendo. No tenía idea si los Wilvox podrían subir, pero no tenía opción.

“¡Esa rama!” le gritó Alec a Marco apuntando.

Corrieron juntos hacia el árbol y, con los Wilvox a sólo unos pies de distancia y sin detenerse, saltaron tomando la rama y subiendo.

La mano de Alec se resbaló con la nieve pero pudo sostenerse y logró elevarse hasta poder tomar la siguiente rama a varios pies del piso. Inmediatamente saltó a la siguiente rama a tres pies más alto con Marco a su lado. Nunca había escalado tan rápido en su vida.

Los Wilvox los alcanzaron gruñendo salvajemente, saltando y arañando a sus pies. Alec sintió su aliento caliente en el talón antes de que pudiera subirlo más, con los colmillos quedándose a sólo una pulgada. Los dos siguieron subiendo impulsados por la adrenalina hasta que estaban a quince pies del piso y más seguros de lo que necesitaban.

Alec finalmente se detuvo agarrándose a una rama con todas sus fuerzas, recuperando el aliento y con sudor cayéndole en los ojos. Miró hacia abajo orando por que los Wilvox no pudieran escalar también.

Para su inmenso alivio aún estaban en el suelo, saltando y rasguñando contra el árbol tratando de subir pero sin poder lograrlo. Atacaron el tronco con locura pero sin ningún resultado.

Se quedaron sentados en la rama y, al darse cuenta de que estaban a salvo, suspiraron con alivio. Para la sorpresa de Alec, Marco se echó a reír. Era una risa de loco, una risa de alivio, una risa de alguien que acababa de escapar de la muerte de la manera más inusual.

Alec, dándose cuenta de lo cerca que había estado, no pudo evitar reírse también. Sabía que aún no estaban seguros, que probablemente nunca podrían dejar este lugar y que seguramente morirían aquí. Pero al menos por ahora estaban seguros.

“Parece que te debo una,” dijo Marco.

Alec negó con la cabeza.

“No me agradezcas todavía,” dijo Alec.

Los Wilvox gruñían ferozmente y esto hacía que se estremecieran, con Alec mirando hacia arriba del árbol con manos temblorosas deseando alejarse aún más y preguntándose qué tan alto podrían subir, si sería posible escapar de aquí.

De repente, Alec se paralizó. Al mirar hacia arriba se estremeció, atacado por un terror como el que nunca había sentido. Ahí, en las ramas y mirando hacia abajo, estaba la criatura más horrible que jamás había visto. Ocho pies de largo, con el cuerpo de una serpiente pero con seis pares de patas todas con largas garras, cabeza de anguila, y con unos ojos rasgados y amarillos que se enfocaron en Alec. A sólo unos pies de distancia, dobló su espalda, siseo y abrió la boca. Alec, impactado, no podía creer cuánto podía abrirla, lo suficiente para tragárselo entero. Y sabía por la forma en que movía su cola que estaba a punto de atacar y matarlos a ambos.

Su boca se abalanzó apuntando hacia la garganta de Alec y él reaccionó involuntariamente. Gritó y saltó hacia atrás perdiendo su agarre, con Marco a su lado, pensando sólo en alejarse de esos letales colmillos y gran boca; una muerte segura.

Ni siquiera pensó en lo que estaba debajo. Mientras volaba hacia atrás en el aire, se dio cuenta, aunque demasiado tarde, de que estaba pasando de unos colmillos dirigiéndose a otros. Miró y observó a los Wilvox salivando, abriendo sus mandíbulas y sin nada que pudiera hacer salvo prepararse para el descenso.

Había cambiado una muerte por otra.




CAPÍTULO TRES


Kyra regresaba despacio pasando las puertas de Argos con los ojos de todos los hombres de su padre posándose sobre ella, y ella hervía con vergüenza. Había malentendido su relación con Theos. Había pensado de manera estúpida que podía controlarlo, y él en cambio se la sacudió enfrente de estos hombres. Era claro a los ojos de todos que ella no tenía ningún poder, ningún dominio sobre el dragón. Era simplemente un guerrero más; y ni siquiera un guerrero, sino sólo una chica adolescente que había llevado a su gente a una guerra que, ahora abandonados por el dragón, no podrían ganar.

Kyra caminó de vuelta en Argos con los ojos sobre ella en un silencio incómodo. ¿Qué pensaban de ella ahora? se preguntaba. Ni siquiera ella sabía qué pensar. ¿No había venido Theos por ella? ¿Había peleado esta pelea con sus propios objetivos? ¿Es que realmente tenía algún poder especial?

Kyra sintió alivio cuando los hombres dejaron de mirarla y volvieron al despojo, todos ocupados recogiendo armas y preparándose para la guerra. Se apuraban de un lado para otro recogiendo todo el botín que habían dejado los Hombres del Señor, llenando carros, guiando caballos y con el sonido del acero siempre presente mientras escudos y armas se amontonaban. Al caer más tiempo y con el cielo oscureciéndose, no tenían tiempo que perder.

“Kyra,” dijo una voz familiar.

Volteó y miró consolada el rostro sonriente de Anvin mientras se acercaba. Él la miraba con respeto, con la bondad y el calor tranquilizador de la figura paterna que siempre había sido. Le puso un brazo de manera afectiva sobre los hombros con una gran sonrisa sobre su barba y puso delante de ella una nueva y brillante espada, con su hoja grabada con símbolos Pandesianos.

“El acero más fino que he sostenido en años,” dijo con una amplia sonrisa. “Gracias a ti, aquí tenemos suficientes armas para iniciar una guerra. Nos has hecho mucho más formidables.”

Kyra halló consuelo en sus palabras como siempre lo hacía; pero aun así no podía dejar sus sentimientos de depresión, de confusión, del rechazo del dragón. Se encogió de hombros.

“Yo no hice todo esto,” respondió. “Theos lo hizo.”

“Pero Theos regresó por ti,” respondió él.

Kyra volteó hacia el cielo gris ahora vacía, y pensaba.

“No estoy tan segura.”

Ambos miraban al cielo en medio de un gran silencio que sólo se interrumpía por el silbido del viento.

“Tu padre te espera,” dijo Anvin finalmente con voz seria.

Kyra se unió a Anvin mientras caminaban con sus botas crujiendo sobre el hielo y nieve, pasando por el patio en medio de toda la actividad. Pasaron por docenas de los hombres de su padre que caminaban por el extenso fuerte de Argos, hombres en todas partes que finalmente se miraban relajados después de mucho tiempo. Los miró reír, beber, y bromear entre ellos mientras juntaban las armas y provisiones. Eran como niños en día festivo.

Docenas más de los hombres de su padre estaban en línea mientras pasaban sacos de grano Pandesiano, pasándolos entre ellos amontonándolos en los carros; a su lado pasó otro carro repleto con escudos que sonaban al chocar entre ellos. Estaba amontonado tan alto que algunos cayeron a los lados, y los soldados se apuraron a volverlos a acomodar. Todo a su alrededor había carros saliendo de la fortaleza, algunos ya de camino a Volis y otros separándose en direcciones diferentes que había designado su padre, todos llenos hasta el tope. Kyra sintió un poco de consuelo al ver esto, sintiéndose menos mal por la guerra que había instigado.

Doblaron una esquina y Kyra pudo ver a su padre rodeado por sus hombres, ocupado inspeccionando espadas y lanzas que ellos sostenían para su aprobación. Él la miró acercarse y les hizo una señal a sus hombres, que al momento se dispersaron y los dejaron solos.

Su padre se volteó y miró a Anvin, y Anvin se quedó parado un momento, inseguro de la mirada callada de su padre pidiéndole claramente que se fuera también. Finalmente Anvin se volteó y se unió a los otros, dejando a Kyra sola con él. Ella también se sorprendió; nunca antes le había pedido a Anvin que se fuera.

Kyra lo miró y él tenía una mirada inescrutable como siempre, portando el rostro público y distante de un líder entre los hombres, y no el rostro íntimo del padre que ella conocía y amaba. Él la miró y ella se puso nerviosa al pasarle muchos pensamientos por la cabeza: ¿Estaba orgulloso de ella? ¿Estaba molesto por haberlos llevado a esta guerra? ¿Estaba decepcionado de que Theos la hubiera rechazado y abandonado a su ejército?

Kyra esperó, acostumbrada a sus largos silencios antes de hablar pero que ahora la confundían; mucho había cambiado entre ellos y muy rápido. Sentía como si hubiera crecido en una sola noche, mientras que él había cambiado por los eventos recientes; era como si ya no supieran como relacionarse el uno con el otro. ¿Era él el padre que siempre había conocido y amado, que le leía historias hasta muy entrada la noche? ¿O era ahora su comandante?

Él se quedó ahí observado, y ella se dio cuenta de que él no sabía qué decir mientras el silencio se hacía pesado entre ellos, con el único sonido siendo el del viento que pasaba entre ellos y el de antorchas siendo encendidas por los hombres que se preparaban para la noche. Finalmente Kyra no pudo soportar más el silencio.

“¿Vas a llevar todo esto de vuelta a Volis?” le preguntó mientras pasaba un carro lleno de espadas.

Él examinó el carro y pareció al fin salir de su meditación. No le regresó la mirada a Kyra, sino en vez de eso negó con la cabeza mientras miraba el carro.

“Ya no queda nada en Volis para nosotros sino la muerte,” dijo con una voz profunda y definitiva. “Ahora iremos al sur.”

Kyra se sorprendió.

“¿Al sur?” preguntó.

Él asintió.

“Espehus,” dijo él.

El corazón de Kyra se llenó de excitación al imaginarse su viaje a Espehus, la antigua fortaleza que se alzaba sobre el mar, su vecino más grande hacia el sur. Su excitación creció aún más al darse cuenta de que el ir ahí podría significar sólo una cosa: se preparaba para la guerra.

Él asintió como leyendo su mente.

“Ahora no hay marcha atrás,” dijo.

Kyra miraba a su padre con una sensación de orgullo que no había sentido en años. Ya no era más el guerrero complaciente viviendo su vida en la seguridad de un pequeño fuerte, sino ahora el valiente comandante que había conocido dispuesto a arriesgarlo todo por la libertad.

“¿Cuándo nos vamos?” preguntó con el corazón latiéndole anticipando su primer batalla.

Se sorprendió al verlo negar con la cabeza.

“Nosotros no,” la corrigió. “Yo y mis hombre. Tú no.”

Kyra estaba deshecha, con sus palabras como una daga en el corazón.

“¿Me dejarías atrás?” preguntó tartamudeando. “¿Después de todo lo que ha pasado? ¿Qué más debo hacer para probarte lo que soy?”

Él negó con la cabeza firmemente y ella estaba devastada al ver la dureza en sus ojos, mirada que ella sabía significaba que no iba a ceder.

“Tú irás con tu tío,” dijo. Era una orden, no una petición, y con estas palabras ella supo cuál era su posición: ahora ella era su soldado, no su hija. Eso le dolió.

Kyra respiró profundamente dispuesta a no rendirse tan pronto.

“Yo quiero pelear a tu lado,” insistió ella. “Puedo ayudarte.”

“Tú estarás ayudándome,” dijo él, “yendo a donde se te necesita. Necesito que vayas con él.”

Ella frunció el ceño tratando de entender.

“¿Pero por qué?” preguntó.

Él guardó silencio por un momento hasta que finalmente suspiró.

“Tu posees…” inició, “…habilidades que yo no entiendo. Habilidades que necesitaremos para ganar esta guerra. Habilidades que sólo tu tío sabrá cómo fomentar.”

Él extendió la mano y la tomó de los hombros con cariño.

“Si quieres ayudarnos,” añadió, “si quieres ayudar a nuestra gente, ahí es donde se te necesita. No necesito otro soldado, necesito los talentos especiales que tienes para ofrecer; las habilidades que nadie más tiene.”

Ella vio el deseo en sus ojos, y aunque se sintió horrible con la idea de no poder unírsele, sintió cierta tranquilidad en sus palabras junto con una elevada curiosidad. Se preguntaba a qué habilidades se refería y quien sería su tío.

“Ve y aprende lo que no puedo enseñarte,” añadió. “Vuelve más fuerte, y ayúdame a ganar.”

Kyra lo miró a los ojos y sintió como regresaban el respeto y el calor, y se sintió recuperada de nuevo.

“Es un viaje largo hasta Ur,” añadió. “Una cabalgata de tres días hacia el oeste y norte. Tendrás que cruzar Escalon sola. Tendrás que ser rápida y sigilosa evitando los caminos. La palabra se extenderá rápido sobre lo que ha ocurrido aquí, y los señores Pandesianos estarán furiosos. Los caminos serán peligrosos; permanecerás en los bosques. Cabalga al norte hasta el mar y mantenlo a la vista. Este será tu brújula. Sigue la costa y llegarás a Ur. Mantente alejada de las aldeas y de las personas. No te detengas. No le digas a nadie a dónde vas. No hables con nadie.”

La tomó de los hombros firmemente y sus ojos se oscurecieron con urgencia, asustándola.

“¿Me entiendes?” imploró. “Es una viaje peligroso para cualquier hombre, y mucho más para una chica sola. No puedo hacer que nadie te acompañe. Necesito que seas fuerte para poder hacerlo sola. ¿Lo eres?”

Ella pudo sentir el temor en su voz, el cariño de un padre consternado, y asintió con la cabeza enorgullecida de que le confiara una misión como esta.

“Lo soy, padre,” dijo con orgullo.

Él la observó y finalmente asintió con satisfacción. Lentamente sus ojos se hincharon con lágrimas.

“De todos mis hombres,” dijo, “de todos estos guerrero, tú eres a quien más necesito. No a tus hermanos y ni siquiera a mis confiables soldados. Eres sólo tú, tú eres la única que puede ganar esta guerra.”

Kyra se sintió confundida y abrumada; no podía entender completamente a lo que se refería. Abrió la boca para preguntarle cuando de repente sintió movimiento acercándose.

Se volteó para mirar a Baylor, el maestro de caballos de su padre, acercándose con su característica sonrisa. Un hombre bajo y pesado con cejas espesas y cabello fibroso, acercándose con su habitual jactancia y le dio una sonrisa a ella, y entonces volteó hacia su padre como esperando su aprobación.

Su padre asintió con la cabeza y Kyra se preguntó qué estaba pasando mientras Baylor volvía a voltear hacia ella.

“Escuché que estarás realizando un viaje,” dijo Baylor con su voz nasal. “Para eso, necesitarás un caballo.”

Kyra se encogió confundida.

“Ya tengo un caballo,” respondió mirando al fino caballo que había cabalgado en su batalla contra los Hombres del Señor, atado al otro lado del patio.

Baylor sonrió.

“Eso no es un caballo,” dijo.

Baylor miró a su padre y su padre asintió, y Kyra trató de entender qué estaba pasando.

“Sígueme,” dijo él y, sin esperar, empezó a caminar hacia los establos.

Kyra lo vio irse, confundida, y entonces miró hacia su padre. Este asintió.

“Síguelo,” dijo. “No te arrepentirás.”


*

Kyra cruzó el nevado patio junto con Baylor, y uniéndose Anvin, Arthfael y Vidar, dirigiéndose hacia los bajos establos de piedra en la distancia. Al caminar, Kyra se preguntaba a qué se había referido Baylor y qué clase de caballo tenía en mente. Para ella, en realidad no había mucha diferencia de un caballo a otro.

Al acercarse al establo de piedra de una cien yardas de largo, Baylor volteó hacia ella abriendo los ojos en regocijo.

“La hija de nuestro Señor necesitará un fino caballo para llevarla a donde sea que tenga que ir.”

El corazón de Kyra latió con fuerza; Baylor nunca antes le había dado un caballo, honor que sólo se reservaba para los mejores guerreros. Siempre había soñado con tener uno cuando tuviera la edad y cuando lo mereciera. Era un honor que ni siquiera sus hermanos mayores tenían.

Anvin asintió orgulloso.

“Te lo has ganado,” dijo.

“Si puedes manejar a un dragón,” Arthfael añadió sonriente, “seguramente puedes manejar un excelente caballo.”

Al acercarse a los establos, una multitud empezó a juntarse siguiéndolos en su camino, con los hombres tomando un descanso después de recoger armas y claramente curiosos de ver a dónde la llevaban. Sus dos hermanos mayores, Brandon y Braxton, también se les unieron observando sin palabras a Kyra y con celos en los ojos. Rápidamente voltearon la mirada, demasiado orgullosos para reconocerla y mucho menos para honrarla. Tristemente, ella no esperaba nada más de ellos.

Kyra escuchó pasos y volteó para ver con gusto a su amiga Dierdre uniéndose también.

“Escuché que te vas,” dijo Dierdre poniéndose a su lado.

Kyra caminó junto a su nueva amiga consolándose con su presencia. Pensó en su tiempo juntas en la celda del gobernador, el sufrimiento que habían soportado, en su escape, e instantáneamente sintió una conexión con ella. Dierdre había pasado por un infierno mucho peor que ella y, al verla, con anillos negros sobre los ojos y un aura de tristeza y sufrimiento aún sobre ella, se preguntó qué pasaría con ella. Se dio cuenta que no podía simplemente dejarla sola en esta fortaleza. Con el ejército dirigiéndose al sur, Dierdre se quedaría sola.

“Podría utilizar a un compañero de viaje,” dijo Kyra formando una idea mientras decía las palabras.

Dierdre la miró con sorpresa en los ojos y dejó escapar una gran sonrisa, dejando su pesada aura.

“Esperaba que me lo pidieras,” respondió.

Anvin, escuchando, frunció el ceño.

“No sé si tu padre estará de acuerdo,” intercedió. “El trabajo que tienes es asunto serio.”

“No estorbaré,” dijo Dierdre. “Debo cruzar Escalon de todos modos. Voy a regresar con mi padre. Preferiría no viajar sola.”

Anvin se tomó la barba.

“A tu padre no le gustará,” le dijo a Kyra. “Ella puede ser una carga.”

Kyra puso una mano tranquilizadora en la muñeca de Anvin.

“Dierdre es mi amiga,” dijo resolviendo el asunto. “No la abandonaré, tal y como tú no abandonarías a uno de tus hombres. ¿Qué es lo que siempre me has dicho? Nadie se queda atrás.”

Kyra suspiró.

“Puede que haya ayudado a salvar a Dierdre de esa celda,” añadió Kyra, “pero ella también ayudó a salvarme. Le estoy en deuda. Lo siento, pero lo que piense mi padre es inválido. Soy yo la que cruzaré Escalon sola, no él. Ella viene conmigo.”

Dierdre sonrió. Se puso al lado de Kyra y cruzó su brazo con el de ella, con un nuevo orgullo en su paso. Kyra se sintió bien con la idea de tenerla en el viaje, y sabía que había tomado la decisión correcta sin importar lo que pasara.

Kyra notó que sus hermanos caminaban cerca y no pudo evitar sentirse decepcionada de que no fueran más protectores, de que no se ofrecieran a acompañarla también; siempre estaban compitiendo con ella. Le entristecía que esa fuera la naturaleza de su relación, pero ella no podía cambiar a las personas. Se dio cuenta de que era mejor así. Siempre estaban haciéndose los valientes y seguramente harían algo que la metería en problemas.

“Yo también quiero acompañarte,” dijo Anvin con su voz pesada de culpa. “La idea de que cruces Escalon no me agrada del todo.” Suspiró. “Pero tu padre me necesita más que nunca; me ha pedido que me le una en el sur.”

“Y yo,” añadió Arthfael. “También quisiera acompañarte, pero me han asignado unirme a los hombres en el sur.”

“Y a mí que me ocupe de cuidar Volis en su ausencia,” añadió Vidar.

Kyra se consoló con su apoyo.

“No se preocupen,” respondió. “Tengo una cabalgata de sólo tres días. Estaré bien.”

“Lo estarás,” interrumpió Baylor acercándose. “Y tu nuevo caballo se encargará de eso.”

Con eso, Baylor abrió de par en par las puertas del establo, y todos lo siguieron dentro del bajo edificio de piedra con un pesado olor a caballo.

Los ojos de Kyra se ajustaron a la poca luz al entrar, sintiendo el establo húmedo y frío, lleno con el sonido de caballos excitados. Observó las caballerizas delante de ella y vio filas con los más hermosos caballos que jamás había visto; grandes, fuertes, hermosos caballos, negros y marrones, cada uno un campeón. Era un verdadero tesoro.

“Los Hombres del Señor reservaron lo mejor para ellos,” Explicó Baylor mientras pasaban las filas con un aire de arrogancia al sentirse en su mundo. Tocó a uno de los caballos y después acarició a otro, y los animales parecían sentirse vivos en su presencia.

Kyra caminó despacio observando cuidadosamente. Cada caballo era como una obra de arte; más grandes que cualquier caballo que había visto y llenos de belleza y poder.

“Gracias a ti y a tu dragón, estos caballos ahora son nuestros,” dijo Baylor. “Es apropiado que elijas al tuyo. Tu padre me ha ordenado que te deje elegir primero, incluso antes que él.”

Kyra estaba abrumada. Al estudiar el establo, sintió una gran carga de responsabilidad sabiendo que esta era una decisión de una sola vez en la vida.

Caminó despacio acariciando sus melenas, sintiendo lo suaves que eran, su poder, y no podía tomar una decisión.

“¿Cómo debo elegir?” le preguntó Baylor.

Él sonrió y negó con la cabeza.

“He entrenado caballos toda mi vida,” respondió, “También los he criado. Y si hay algo de lo que estoy seguro, es que no hay dos caballos iguales. Algunos son criados para la velocidad, otros para resistencia; algunos se especializan en fuerza, mientras que otros en llevar una carga. Algunos son muy orgullosos para llevar cualquier carga. Y otros, bueno, otros se crían para las batallas. Algunos prosperan en las justas, otros sólo quieren luchar, y otros más son creados para el maratón de la guerra. Uno puede ser tu mejor amigo, pero otro te rechazará. Tu relación con un caballo es algo mágico. Este te llama a ti y tú a él. Escoge bien y tu caballo siempre estará a tu lado, en tiempos de pelea y en tiempos de guerra. Ningún guerrero está completo sin uno de estos.”

Kyra caminó con el corazón golpeándola en excitación, pasando caballo tras caballo, algunos mirándola y otros volteando hacia otro lado, algunos relinchando y pisando impacientes y otros quedándose quietos. Estaba esperando una conexión, pero no sentía ninguna. Estaba frustrada.

De repente, Kyra sintió un escalofrío en su espalda, como un rayo de electricidad atravesándola. Llegó junto con un sonido agudo que hacía eco en los establos, un sonido que le hizo saber que ese era su caballo. No se escuchó como un caballo común, pues este emitió un sonido mucho más oscuro, más poderoso. Cortó el silencio y se elevó sobre el sonido de los demás, como un león salvaje tratando de liberarse de su jaula. Esto la aterrorizó y la atrajo al mismo tiempo.

Kyra volteó hacia el final del establo desde donde venía y, al hacerlo, se escuchó de repente como algo rompía la madera. Vio los lugares despedazándose con madera volando por todas partes, y entonces hubo una conmoción mientras varios hombres se apresuraban para cerrar la puerta rota de madera. Un caballo seguía golpeándola con sus pezuñas.

Kyra se apuró hacia la conmoción.

“¿A dónde vas?” preguntó Baylor. “Los caballos finos están aquí.”

Pero Kyra lo ignoró y se apresuró, con su corazón latiendo cada vez más rápido. Sabía que la estaba llamando.

Baylor y los otros se apuraron para alcanzarla mientras esta llegaba al borde, y Kyra se detuvo soltando un jadeo al ver lo que había enfrente. Ahí estaba lo que parecía un caballo, aunque el doble del tamaño de los otros y con piernas gruesas como tronco de árbol. Tenía dos cuernos pequeños y afilados, apenas visibles detrás de las orejas. Su pelaje no era negro o café como el de los otros, sino un escarlata profundo; y sus ojos, a diferencia de los otros, brillaban verdes. Los ojos la miraban directamente, y la intensidad la golpeó en el pecho dejándola sin aliento. No podía moverse.

La criatura, elevándose delante de ella, hizo un sonido como de gruñido y reveló sus colmillos.

“¿Qué caballo es este?” le preguntó a Baylor, su voz siendo apenas un suspiro.

El negó con la cabeza en desaprobación.

“Ese no es un caballo,” dijo, “sino una bestia salvaje. Un fenómeno; uno muy raro. Es un Solzor. Fue importado de los rincones más lejanos de Pandesia. El Señor Gobernador debió haberlo tenido para mostrarlo como trofeo. No podía montar a la criatura; nadie puede. Los Solzors son criaturas salvajes indomables. Ven, pierdes tu valioso tiempo. Volvamos a los caballos.”

Pero Kyra se quedó plantada en el piso incapaz de voltear a otra parte. Su corazón latía sabiendo que este estaba destinado para ella.

“Elijo a este,” le dijo a Baylor.

Baylor se sorprendieron y la miraron como si hubiera perdido la cabeza. Un silencio de asombro le siguió.

“Kyra,” empezó Anvin, “tu padre nunca te permitiría – ”

“Es mi elección, ¿o no?” respondió ella.

Él frunció el ceño y puso sus manos en la cadera.

“¡Ese no es un caballo!” insistió. “Es una criatura salvaje.”

“Te matará en cuanto pueda,” añadió Baylor.

Kyra se volteó hacia él.

“¿No fuiste tú el que me dijo que confiara en mis instintos?” preguntó. “Pues aquí es a donde me han llevado. Este animal y yo pertenecemos juntos.”

El Solzor de repente golpeó con sus enormes patas rompiendo otra puerta de madera, mandando pedazos por todas partes mientras los hombres se cubrían. Kyra estaba en shock. Era salvaje e indomable y magnífico, un animal muy grande para este lugar, muy grande para la cautividad, y muy superior a los otros.

“¿Por qué debe ella tenerlo?” preguntó Brandon acercándose y empujando a otros al pasar. “Después de todo yo soy mayor. Yo lo quiero.”

Antes de que pudiera responder, Brandon se acercó para reclamarlo. Trató de saltar a su espalda y al hacerlo, el Solzor se sacudió salvajemente y se lo quitó de encima. Voló a través de los establos e impactó en una de las paredes.

Braxton entonces se acercó como para reclamarlo también, y mientras lo hacía, este giró su cabeza y rasguñó uno de los brazos de Braxton con sus colmillos.

Sangrando, Braxton gimió y corrió fuera de los establos tomándose el brazo. Brandon se puso de pie y le siguió los pasos, con el Solzor apenas errando cuando trató de morderlo al pasar.

Kyra se quedó impactada pero de algún modo sin miedo. Sabía que con ella sería diferente. Sentía una conexión con esta bestia de la misma manera que la había sentido con Theos.

Kyra de repente se acercó con valentía y se puso delante de él, al alcance de sus letales colmillos. Quería mostrarle al Solzor que confiaba en él.

“¡Kyra!” gritó Anvin con preocupación en su voz. “¡Aléjate!”

Pero Kyra lo ignoró. Se quedó de pie mirando a la bestia a los ojos.

La bestia le regresó la mirada con un suave gruñido emanando de su garganta, como si debatiera qué hacer. Kyra tembló de terror pero no permitiría que los otros lo vieran.

Se obligó a ser valiente. Levantó una mano despacio, se acercó, y tocó su pelaje escarlata. Este gruñó con más fuerza mostrando sus colmillos, y ella podía sentir su furia y frustración.

“Quítenle las cadenas,” les ordenó a los otros.

“¿¡Qué!?” gritó uno de ellos.

“Eso no sería sabio,” dijo Baylor con temor en su voz.

“¡Hagan lo que digo!” insistió ella sintiendo una fuerza creciendo en su interior, como si la voluntad de la bestia fluyera en su interior.

Detrás de ella, los soldados se acercaron con las llaves y soltaron las cadenas. En todo este tiempo la bestia no dejó de mirarla, gruñendo, como si la evaluara, como si la retara.

Tan pronto como cayeron las cadenas, la bestia pisó con sus patas como anunciando un ataque.

Pero, extrañamente, no lo hizo. En vez de eso, fijó sus ojos en Kyra, lentamente cambiando su mirada de furia ahora por una de tolerancia. Quizá hasta de gratitud.

Aunque muy despacio, pareció inclinar su cabeza; fue un gesto sutil, casi imperceptible, pero uno que ella podía descifrar.

Kyra se acercó, tomó su melena y, en un solo movimiento, lo montó.

Un gemido llenó el lugar.

Al principio la bestia se estremeció y empezó a pelear. Pero Kyra sintió que sólo quería montar un espectáculo. En realidad no quería derribarla; tan sólo quería establecer un punto de desafío, de quién estaba en control, para mantenerla a raya. Quería hacerle saber que era una criatura salvaje, una que nadie podía domar.

Yo no deseo domarte, le dijo ella en su mente. Sólo quiero ser tu compañera de batalla.

El Solzor se calmó, aun relinchando pero no tan salvajemente, como si la escuchara. Pronto dejó de moverse y se quedó perfectamente quieto, gruñéndoles a los otros como si la protegiera.

Kyra, sentada encima del Solzor ahora en calma, miraba a los otros. Un mar de rostros impactados la miraban de vuelta con la boca abierta.

Kyra sonrió ampliamente con una gran sensación de triunfo.

“Esta,” dijo ella, “es mi elección. Y su nombre es Andor.”


*

Kyra cabalgó a Andor a hasta el centro del patio de Argos, y todos los hombres de su padre, hombres experimentados, la miraban con asombro. Estaba claro que nunca habían visto algo como esto.

Kyra acariciaba su melena gentilmente tratando de calmarlo mientras les gruñía a los hombres, observándolos como si deseara venganza por haber sido enjaulado. Kyra ajustó su equilibrio después de que Baylor pusiera una nueva montura de cuero en él y trató de acostumbrarse a la altura. Se sintió más poderosa sobre esta bestia de lo que nunca se había sentido.

A su lado, Dierdre cabalgaba un hermoso corcel que Baylor había elegido para ella, y ambas avanzaron por la nieve hasta que Kyra miró a su padre a lo lejos al lado de la puerta, esperándola. Estaba de pie junto a sus hombres quienes, de igual manera, la observaban con admiración y temor al verla cabalgar esta bestia. Ella vio la admiración en sus ojos y esto le dio valentía para el viaje que tenía enfrente. Si Theos no regresaba con ella, al menos tenía esta magnífica criatura a su lado.

Kyra desmontó al llegar con su padre, guiando a Andor por la melena y observando un reflejo de preocupación en los ojos de su padre. No supo si esto se debía a la bestia o al viaje que estaba a punto de hacer. Su mirada de preocupación le dio confianza, le hizo saber que no estaba sola al sentir temor por lo que vendría, y le confirmó su cariño por ella. Por el más mínimo momento él bajó la guardia y le dio una mirada que sólo ella podía reconocer: el amor de un padre. Se dio cuenta que era difícil para él enviarla en esta misión.

Se detuvo a unos pies de distancia frente a él y todos los hombres guardaron silencio esperando la despedida.

Ella le sonrió.

“No te preocupes, padre,” dijo. “Tú me enseñaste a ser fuerte.”

Él asintió con la cabeza pretendiendo estar confiado, aunque ella sabía que no era así. Después de todo, él principalmente era su padre.

Él volteó hacia arriba examinando el cielo.

“Si tan sólo tu dragón viniera por ti ahora,” dijo. “Podrías cruzar Escalon en tan sólo unos minutos. O mejor aún, podría unirse a tu misión e incinerar a cualquiera que se pusiera en tu camino.”

Kyra sonrió con tristeza.

“Theos se ha ido, padre.”

Él la miró y sus ojos se llenaron de curiosidad

“¿Para siempre?” le preguntó, con el sentimiento de un general que lleva a sus hombres a la batalla, necesitando saber pero con miedo a preguntar.

Kyra cerró los ojos y trató de obtener una respuesta. Esperaba que Theos le respondiera.

Pero sólo hubo un total silencio. Le hizo preguntarse si en algún momento realmente había tenido una conexión con Theos, o si sólo había sido su imaginación.

“No lo sé, padre,” respondió con honestidad.

El asintió con aceptación, con la mirada de un hombre que ha aceptado su situación y decidido a contar sólo con sí mismo.

“Recuerdas lo que – ” empezó su padre.

“¡KYRA!” se escuchó un grito cortando el aire.

Kyra volteó mientras los hombres abrían camino, y su corazón se elevó al ver a Aidan corriendo por las puertas de la ciudad, con Leo a su lado, bajando de un carro que guiaban los hombres de su padre. Él corrió hacia ella tropezando por la nieve con Leo corriendo más rápido y muy adelante de él, y apresurándose a saltar a los brazos de Kyra.

Kyra rio mientras Leo la derribaba y se paraba sobre su pecho con las cuatro patas lamiéndola una y otra vez. Detrás de ella, Andor gruñía de manera protectora y Leo se puso enfrente gruñendo también. Eran dos criaturas intrépidas e igual de protectoras y Kyra se sintió honrada.

Saltó y se puso en medio de los dos deteniendo a Leo.

“Está bien, Leo,” le dijo. “Andor es mi amigo. Y Andor,” dijo volteándose, “Leo es mi amigo también.”

Leo retrocedió a regañadientes, mientras que Andor continuó gruñendo aunque de forma más calmada.

“¡Kyra!”

Kyra volteó mientras Aidan corría hacia sus brazos. Ella lo tomó y lo abrazó fuertemente mientras él hacía lo mismo. Se sintió muy bien al abrazar a su hermano pequeño después de haber pensado que nunca lo volvería a ver. Era lo único que le quedaba de su vida normal después del remolino en que se había convertido su vida, lo único que no había cambiado.

“Escuché que estabas aquí,” dejo apresurado, “y pude hacer que me trajeran. Estoy muy feliz de que estés de vuelta.”

Ella sonrió con tristeza.

“Me temo que no por mucho, mi hermano,” dijo.

Una mirada de preocupación cruzó por su rostro.

“¿Te vas?” le preguntó cabizbajo.

Su padre intercedió.

“Se va a ver a su tío,” explicó. “Tienes que dejarla ir.”

Kyra notó que su padre dijo a su tío y no a tú tío, y se preguntó por qué.

“¡Entonces yo iré con ella!” Aidan insistió orgulloso.

Su padre negó con la cabeza.

“No lo harás,” respondió.

Kyra le sonrió a su hermano pequeño, tan valiente como siempre.

“Nuestro padre te necesita en otra parte,” le dijo.

“¿En el frente?” preguntó Aidan volteando hacia su padre con esperanza. “Tú te irás a Esephus,” añadió de prisa. “¡Lo he escuchado! ¡También quiero unirme!”

Pero él negó con su cabeza.

“Tú te quedarás en Volis,” respondió su padre. “Te quedarás ahí protegido por los hombres que deje atrás. El frente no es un lugar para ti ahora. Ya llegará el día.”

Aidan se enrojeció decepcionado.

“¡Pero padre, yo quiero pelear!” protestó. “¡No necesito quedarme escondido en una fortaleza vacía con mujeres y niños!”

Los hombres se rieron pero su padre se miraba serio.

“Mi decisión está hecha,” respondió cortante.

Aidan frunció el ceño.

“Si no puedo ir con Kyra y no puedo ir contigo,” dijo sin querer rendirse, “¿entonces para qué he aprendido sobre las batallas y sobre cómo usar armas? ¿Para qué ha sido todo mi entrenamiento?”

“Que te crezca vello en el pecho primero, hermanito,” Braxton rio acercándose con Brandon a su lado.

Se escuchó risa entre los hombres y Aidan enrojeció, claramente avergonzado frente a los otros.

Kyra, sintiéndose mal, se arrodilló y lo miró poniéndole una mano en la mejilla.

“Tú serás un mejor guerrero que todos ellos,” le aseguró suavemente para que sólo él pudiera escuchar. “Be paciente. Por lo pronto, cuida a Volis. También te necesita. Hazme orgullosa. Prometo que regresaré y un día pelearemos grandes batallas juntos.”

Aidan pareció consolarse un poco y se acercó y la abrazó de nuevo.

“No quiero que te vayas,” dijo en voz baja. “Tuve un sueño sobre ti. Soñé…” La miró pensativo y con ojos llenos de mied. “…que tu ibas a morir ahí afuera.”

Kyra sintió un impacto por sus palabras, especialmente al ver la mirada en sus ojos. La mortificó. No supo qué decir.

Anvin se acercó y le puso sobre los hombros unas pieles pesadas y gruesas que la calentaron; se levantó y se sintió 10 libras más pesada, pero esto eliminó el golpe del viento y los escalofríos en su espalda. Él le dio una sonrisa.

“Tus noches serán largas y las fogatas estarán lejos,” le dijo dándole un breve abrazo.

Su padre se acercó también y la abrazó, con el fuerte abrazo de un comandante. Ella también lo abrazó perdiéndose en sus músculos, sintiéndose segura.

“Tú eres mi hija,” dijo firmemente, “no lo olvides.” Entonces bajó la voz para que los otros no pudieran oír y dijo: “Te amo.”

Ella estaba abrumada con las emociones; pero antes de que pudiera responder, él se volteó y se apresuró a irse, y en el mismo momento Leo gimió y saltó hacia ella hundiéndole la nariz en el pecho.

“Él quiere ir contigo,” dijo Aidan. “Tómalo; lo necesitarás más que yo simplemente escondido en Volis. Él es tuyo de todos modos.”

Kyra abrazó a Leo sin poder rehusarse ya que no quería irse de su lado. Se sintió consolada con la idea de que se les uniera después de extrañarlo mucho. También podría utilizar otro par de ojos y oídos, y no había nadie más leal que Leo.

Lista, Kyra montó a Andor mientras los hombres de su padre habrían camino. Sostenía antorchas en señal de respeto para ella por todo el puente, alejando la noche y mostrándole el camino. Ella miró hacia el horizonte y vio un cielo que se oscurecía con el campo abierto frente a ella. Sintió excitación, miedo y, sobre todo, un sentido del deber, de propósito. Delante de ella estaba la misión más importante de su vida, una en la que estaba en juego no sólo su identidad, sino también el destino de Escalon. Los riesgos no podrían ser mayores.

Acomodó su bastón en uno de sus hombros y su arco en el otro, y con Leo y Dierdre a su lado, Andor debajo de ella, y los hombres de su padre observando, Kyra empezó a salir por las puertas de la ciudad. Primero fue despacio pasando las antorchas y los hombres, sintiendo como si caminara en un sueño, como si caminara hacia su destino. No volteó hacia atrás para no perder determinación. Uno de los hombres de su padre hizo sonar un cuerno, un cuerno de despedida, un sonido de respeto.

Se preparó para darle a Andor un pequeño golpe pero este se anticipó. Empezó a correr, primero trotando y después galopando.

En tan sólo unos momentos, Kyra ya estaba corriendo en la nieve pasando las puertas de Argos, por encima del puente y en campo abierto, con el viento frío en su cabello y nada delante de ella más que un largo camino, criaturas salvajes y la creciente oscuridad de la noche.




CAPÍTULO CUATRO


Merk corrió por el bosque tropezando en la pendiente de tierra, pasando por entre los árboles y con las hojas del Bosque Blanco crujiendo bajo sus pies mientras corría con todas su fuerzas. Miraba hacia adelante sin perder de vista las humaredas que se elevaban a la distancia llenando el horizonte bloqueando el rojo de la puesta de sol y con un gran sentido de urgencia. Sabía que la muchacha estaba ahí en alguna parte, quizá siendo asesinada en este momento, y no pudo hacer que sus piernas corrieran más rápido.

Los asesinatos parecían encontrarlo; lo encontraban en cada esquina, casi cada día, de la misma manera en que los hombres son llamados a cenar. Él tenía una cita con la muerte, solía decir su madre. Estas palabras hacían eco en su cabeza y lo habían perseguido toda su vida. ¿Es que se estaban cumpliendo sus palabras? ¿O es que había nacido con una estrella negra sobre su cabeza?

El matar era algo natural en la vida de Merk, tal como respirar o comer, sin importar para quién lo hacía o de qué manera. Mientras más lo pensaba, más crecía su sentido de disgusto, como si quisiera vomitar toda su vida. Pero mientras todo dentro de él le decía que se volteara y empezara una nueva vida, que continuara su peregrinaje hacia la Torre de Ur, simplemente no podía hacerlo. Una vez más, la violencia lo invocaba, y ahora no era el momento de ignorar su llamado.

Merk corrió acercándose hacia las ondulantes nubes de humo que le hacían difícil el respirar, con el olor del humo lastimando su nariz y un sentimiento familiar creciendo dentro de él. Después de tantos años, no era un sentimiento de miedo ni de excitación. Era una sensación de familiaridad; de la máquina de matar en la que estaba por convertirse. Era lo que siempre pasaba cuando iba a la batalla; su propia batalla privada. En su versión de la batalla, él mataba a su oponente frente a frente; no tenía que esconderse detrás de un visor o armadura o los aplausos de la muchedumbre hacia un elegante caballero. En su opinión, la suya era la batalla más valiente de todas, reservada para guerreros de verdad como él.

Pero mientras corría, Merk sintió algo diferente. Por lo general, a Merk no le importaba quién vivía o moría; era su trabajo. Esto le permitía mantener la razón y alejarse del sentimentalismo. Pero esta vez era diferente. Por primera vez desde que podía recordar, nadie le estaba pagando por hacer esto. Ahora iba por voluntad propia, por ninguna otra razón más que su lástima por la muchacha y por querer arreglar un mal. Esto significaba una inversión, y esto le desagradó. Ahora se arrepentía de no haber actuado más pronto alejándose de ella.

Merk corría a un paso constante sin cargar ningún arma; y sin necesitarla. Tenía su daga en el cinturón y esto era suficiente. Tal vez ni siquiera la usaría. Prefería entrar a las batallas sin armas: esto desconcertaba al enemigo. Además, siempre podía tomar las armas de su enemigo y usarlas contra él. Esto significaba un arsenal instantáneo a donde sea que fuere.

Merk salió del Bosque Blanco con los árboles abriendo camino hacia un campo abierto y colinas ondulantes, y fue recibido por un gran sol rojizo que se posaba en el horizonte. El valle ese extendía frente a él con el cielo oscurecido por el humo, y ahí, llameante, estaba lo que sólo podía ser lo que quedaba de la granja de la muchacha. Merk podía escuchar los gritos de satisfacción de los hombres, criminales, con voces sedientas de sangre. Escaneó la escena del crimen con sus ojos profesionales y de inmediato los encontró, una docena de hombres con rostros resplandecientes por las antorchas y quemando todo a su paso. Algunos corrían del establo a la casa quemando los techos de paja, mientras que otros masacraban al ganado cortándolo con hachas. Vio como uno de ellos arrastraba un cuerpo por el lodo tomándolo del cabello.

Una mujer.

El corazón de Merk se aceleró preguntándose si era la muchacha; y si estaba viva o muerta. La arrastraba hacia lo que parecía ser la familia de la muchacha, todos atados en el granero con cuerdas. Estaban el padre y la madre y, a su lado, dos personas más pequeñas, mujeres, probablemente sus hermanas. Mientras una brisa movía una nube de humo negro, Merk pudo ver por un instante el cabello rubio manchado de tierra y entonces supo que era ella.

Merk sintió una descarga de adrenalina mientras bajaba corriendo por la colina. Corrió por el campo enlodado entre las llamas y el humo y entonces pudo ver lo que pasaba: la familia de la muchacha, contra la pared, estaban ya todos muertos, con las gargantas cortadas y sus cuerpos inertes. Sintió una oleada de alivio al ver que la muchacha que era arrastrada seguía viva y se resistía mientras la llevaban a unirse a su familia. Vio a uno de los rufianes esperándola con una daga y sabía que ella sería la siguiente. Había llegado muy tarde para salvar a su familia, pero no muy tarde para salvarla a ella.

Merk supo que tenía que sorprender a estos hombres mientras bajaban la guardia. Bajó la velocidad y avanzó calmado hacia el centro del terreno como si tuviera todo el tiempo del mundo, esperando a que se dieran cuenta de su presencia, esperando confundirlos.

Muy pronto uno de ellos lo hizo. El rufián se impactó al ver a un hombre caminando tranquilamente en medio de la matanza y le gritó a sus amigos.

Merk sintió los ojos confundidos sobre mientras continuaba caminando casualmente hacia la muchacha. El rufián que la arrastraba miró sobre su hombro y también se detuvo al ver a Merk, dejando de tomarla y haciéndola caer al lodo. Se acercó a Merk junto con los otros y lo rodearon, listos para pelear.

“¿Qué tenemos aquí?” dijo uno de ellos que parecía ser el líder. Era el que había soltado a la muchacha. Al ver a Merk, sacó su espada de su cinturón y se acercó mientras los otros lo rodeaban aún más.

Merk sólo miraba a la muchacha para asegurarse de que estuviera viva y sin heridas. Sintió gran alivio al verla moverse en el lodo y recuperarse lentamente, levantando la cabeza y observándolo aturdida y confundida. Merk se consoló al saber que al menos no había llegado muy tarde para salvarla a ella. Tal vez este era el primer paso en lo que sería un largo camino a la redención. Pensó que, tal vez, este no empezaría en la torre sino aquí.

Mientras la muchacha se volteaba en el lodo apoyándose en sus codos, sus ojos se cruzaron y él vio cómo se llenaban de esperanza.

“¡Mátalos!” gritó ella.

Merk se mantuvo en calma y siguió caminando casualmente hacia ella, como si no notara a los hombres a su alrededor.

“Así que conoces a la chica,” le dijo el líder.

“¿Su tío?” dijo uno de ellos de manera burlona.

“¿Un hermano perdido?” se rio otro.

“¿Vienes a protegerla, anciano?” se burló uno más.

Los otros explotaron en risas mientras seguía acercándose.

Aunque no lo mostró, Merk estaba evaluando a sus oponentes, examinándolos con su visión periférica, observando cuántos eran, lo fuertes que eran, qué tan rápido se movían, y las armas que portaban. Analizó cuanto músculo tenían en comparación con su grasa, lo que tenían puesto, lo flexibles que eran en esas prendas, lo rápido que podían girar con esas botas. Notó las armas que traían, navajas gastadas, dagas viejas, espadas sin mucho filo, y analizó cómo las sostenían hacia enfrente o hacia un lado y en qué mano.

Se dio cuenta de que la mayoría eran novatos y no le daban ninguna preocupación. Excepto uno; el que tenía la ballesta. Merk hizo una nota mental para matarlo primero.

Merk entró en una zona diferente, en una forma nueva de pensar, de ser, en la que siempre estaba cuando se encontraba en una confrontación. Se sumergió en su propio mundo, un mundo sobre el que tenía poco control y en el que cedía todo su cuerpo. Era un mundo que le decía qué tan rápido, qué tan eficientemente, y a cuántos hombres podía matar, cómo ocasionar el mayor daño posible con el menor esfuerzo.

Se lamentó por estos hombres; no tenían idea de lo que se avecinaba.

“¡Oye, estoy hablando contigo!” le dijo el líder apenas a unos diez pies de distancia y sosteniendo su espada con desprecio en el rostro mientras se acercaba.

Pero Merk siguió caminando y avanzando calmado y sin reaccionar. Estaba enfocado y apenas escuchando las palabras del líder, que ahora eran completo silencio. No correría ni mostraría ningún signo de agresión hasta que le pareciera adecuado, y podía sentir lo confundidos que estaban estos hombres por su falta de reacción.

“Oye, ¿sabes que estás a punto de morir?” insistió el líder. “¿Me estás escuchando?”

Merk continuó caminando hasta que el líder, furioso, no pudo esperar más. Gritó con furia, levantó su espada, y se abalanzó apuntando al hombro de Merk.

Merk tomó su tiempo sin reaccionar. Caminó calmadamente hacia su atacante esperando hasta el último segundo, asegurándose de no tensarse ni mostrar ningún signo de resistencia.

Esperó hasta que la espada de su oponente estaba en el punto más alto, muy arriba de su cabeza, el punto clave de vulnerabilidad de cualquier hombre que había descubierto hace mucho tiempo. Y entonces, antes de que su enemigo pudiera darse cuenta, Merk se lanzó como serpiente con dos dedos y atacando un punto de presión debajo de la axila del hombre.

Su atacante, con los ojos llenándose de dolor y sorpresa, inmediatamente soltó su espada.

Merk se acercó rodeando el brazo del hombre y apretándolo en un agarre. En el mismo movimiento tomó la nuca del hombre y lo hizo girar para utilizarlo como escudo; pues no era este hombre por el que Merk estaba preocupado, sino por el que estaba a sus espaldas con la ballesta. Merk había elegido atacar a este zoquete primero para conseguir un escudo.

Merk se dio vuelta y enfrentó al hombre de la ballesta que, como había previsto, ya tenía el arco listo para disparar. Un momento después Merk escuchó el sonido característico de una flecha saliendo de la ballesta y la miró volar por el aire directo hacia él. Merk sostuvo con fuerza su escudo humano.

Hubo un gemido y Merk sintió al zoquete sacudirse en sus brazos. El líder gritó de dolor y Merk sintió algo de dolor él mismo, como un cuchillo que entraba en su estómago. Al principio estaba confundido, pero entonces se dio cuenta que la flecha había atravesado el estómago del escudo y la punta había alcanzado su propio estómago. Lo penetró sólo media pulgada, no lo suficiente para ser una herida grave, pero sí para que doliera como el infierno.

Calculando el tiempo que tomaría cargar la ballesta, Merk dejó caer el cuerpo del líder, tomó la espada de su mano y la lanzó. Giró por el aire hacia el matón con la ballesta y el hombre gritó de dolor, con sus ojos ensanchándose de sorpresa mientras la espada atravesaba su pecho. Soltó su arco y cayó inmóvil a su lado.

Merk se volteó y miró a los otros matones, todos impresionados y confundidos al ver a sus dos mejore peleadores en el suelo. Se miraban el uno al otro en un silencio incómodo.

“¿Quién eres?” dijo finalmente uno con voz nerviosa.

Merk sonrió ampliamente e hizo crujir los nudillos, saboreando la pelea por venir.

“Yo,” respondió, “soy lo que no te deja dormir por la noches.”




CAPÍTULO CINCO


Duncan cabalgó con su ejército, con el sonido de cientos de caballos retumbando en sus oídos mientras lo guiaba hacia el sur en la noche alejándose de Argos. Sus confiables comandantes iban a su lado, Anvin en un lado y Arthfael en el otro, sólo Vidar quedándose atrás para proteger a Volis, con varios cientos de hombres detrás de ellos cabalgando juntos. A diferencia de otros jefes militares, a Duncan le gustaba cabalgar lado a lado con sus hombres; él no consideraba a estos hombres sus súbditos, sino sus hermanos en armas.

Cabalgaron por la noche con el viento frío en sus cabellos, la nieve debajo de ellos, y se sentían bien al estar en movimiento, al dirigirse a la batalla, al ya no esconderse detrás de las murallas de Volis como lo había hecho Duncan por la mitad de su vida. Duncan miró hacia un lado y observó a sus hijos Brandon y Braxton cabalgando junto a sus hombres. Y aunque estaba orgulloso de tenerlos con él, no se preocupaba tanto por ellos como lo hacía por su hija. Mientras las horas pasaban y a pesar de que se había dicho a sí mismo que no se preocuparía, Duncan se encontraba con sus pensamientos nocturnos yendo hacia Kyra.

Se preguntaba en dónde estaría ahora. Pensó en ella cruzando Escalon sola sólo con Dierdre, Andor, y Leo a su lado, y esto aceleró su corazón. Sabía que el viaje en el que la había mandado podía poner en peligro hasta a los más duros guerreros. Si sobrevivía, ella regresaría siendo un más grande guerrero que todos con los que cabalgaba él hoy. Si no regresaba, él nunca podría vivir consigo mismo. Pero tiempos desesperados necesitaban medidas desesperadas, y necesitaba que ella completara la misión más que cualquier otra cosa.

Subieron una colina y bajaron otra, y mientras el viento arreciaba, Duncan observó las llanuras onduladas que se extendían delante él a la luz de la luna y pensó sobre su destino: Esephus, la fortaleza en el mar, la ciudad construida en el puerto, la encrucijada del noreste y el primer puerto importante para todos los envíos. Era una ciudad que colindaba con el Mar de Lágrimas en un lado y un puerto en el otro, y se decía que quienquiera que controlara Esephus controlaría la mejor mitad de Escalon. Siendo el fuerte más cercano a Argos y una fortaleza vital, Duncan sabía que Esephus tendría que ser su primera parada si quería tener cualquier posibilidad de iniciar una revolución. La que una vez había sido una gran ciudad tendría que ser liberada. Su puerto, una vez lleno de orgullosos buques que ondeaban las banderas de Escalon, estaba ahora como bien sabía Duncan lleno de barcos Pandesianos, tan sólo un recuerdo de lo que una vez fue.

Duncan y Seavig, el jefe militar de Esephus, habían sido compañeros una vez. Habían cabalgado hacia la batalla juntos como hermanos en armas muchas veces, y Duncan había salido hacia el mar junto con él más de una vez. Pero desde la invasión, habían perdido todo contacto. Seavig, que había sido un jefe militar orgulloso, ahora era un humillado soldado incapaz de surcar los mares, incapaz de gobernar su ciudad y sin poder visitar otras fortalezas al igual que los otros jefes militares. Habría sido mejor que lo detuvieran y lo llamaran lo que realmente era: un prisionero, al igual que los otros jefes militares de Escalon.

Duncan cabalgó en la noche con las antorchas de sus hombres alumbrando las colinas, cientos de llamaradas de luz dirigiéndose al sur. Mientras cabalgaban, el viento y la nieve arreciaban y las antorchas peleaban por mantenerse con vida mientras la luna trataba de abrirse paso entre las nubes. Pero el ejército de Duncan avanzaba ganando terreno junto a hombres que cabalgarían a cualquier parte del mundo con él. Duncan sabía que era poco convencional atacar de noche y con la nieve; pero Duncan siempre había sido un guerrero poco convencional. Es lo que le había permitido subir de rango y convertirse en el comandante del antiguo rey, lo que le había permitido tener una fortaleza propia. Y fue esto mismo lo que lo hizo uno de los más respetados jefes militares dispersados. Duncan nunca hizo lo mismo que otros hombres. Había un lema que trataba de aplicar en su vida: haz lo que los otros hombres esperen menos.

Los Pandesianos nunca esperarían un ataque, ya que la noticia de la revuelta de Duncan no podría haber llegado tan al sur tan pronto; o por lo menos no si Duncan llegaba a tiempo. Y seguramente nunca esperarían un ataque en la noche y mucho menos en la nieve. Deberían saber los riesgos de cabalgar de noche, caballos rompiéndose las patas y miles de otros problemas. Duncan sabía que las guerras se ganaban principalmente más por sorpresa y velocidad que por la fuerza.

Duncan planeaba cabalgar toda la noche hasta llegar a Esephus, tratar de conquistar a la gran fuerza Pandesiana y recobrar la ciudad tan sólo con sus cientos de hombres. Y si tomaban Esephus, entonces tal vez, sólo tal vez, podría ganar un impulso e iniciar la guerra para retomar todo Escalon.

“¡Allá abajo!” gritó Anvin apuntando hacia la nieve.

Duncan miró hacia el valle debajo y observó, en medio de la nieve y la niebla, varias pequeñas aldeas en el campo. Duncan sabía que estas aldeas estaban habitadas por valientes guerreros leales a Escalon. Cada una tendría sólo a algunos hombres, pero estos se podrían sumar. Le podría dar el impulso necesario para fortalecer las filas de su ejército.

Duncan gritó por encima del viento y los caballos para ser escuchado.

“¡Suenen los cuernos!”

Sus hombres sonaron una serie de explosiones cortas de cuerno, el viejo grito de guerra de Escalon, un sonido que calentaba los corazones y que no había sido escuchado en Escalon en años. Era un sonido que sería familiar para sus compatriotas, un sonido que les diría todo lo que necesitaban saber. Si había buenos hombres en estas aldeas, este sonido los prepararía.

Los cuernos sonaban una y otra vez mientras se acercaban, y antorchas se encendían lentamente en las aldeas. Los aldeanos, dándose cuenta de su presencia, empezaron a llenar las calles con sus antorchas resplandeciendo en la nieve, con hombres vistiéndose de prisa y tomando las armas y cualquier armadura que pudieron. Todos miraban hacia la colina viendo a Duncan y a sus hombres acercándose, haciendo gestos llenos de incertidumbre. Duncan sólo podía imaginarse lo que era la visión de sus hombres, cabalgando en medio de la noche, en medio de la tormenta, bajando la colina y levantando cientos de antorchas como una legión de fuego que pelaba contra la nieve.

Duncan y sus hombres llegaron a la primera aldea y se detuvieron, con sus antorchas iluminando los rostros sorprendidos. Duncan miró los rostros llenos de esperanza de sus compatriotas y puso su rostro de batalla más feroz, preparándose para inspirar a sus hermanos como nunca antes lo había hecho.

“¡Hombres de Escalon!” retumbó mientras su caballo caminaba y giraba tratando de hablarles a todos mientras lo rodeaban.

“¡Hemos sufrido la opresión de Pandesia por demasiado tiempo! ¡Pueden quedarse aquí y vivir sus vidas en esta aldea recordando lo que Escalon fue en un tiempo, o pueden elegir levantarse como hombres libres y pelear la gran guerra por la libertad!”

Hubo un grito de gozo de parte de los aldeanos mientras se acercaron de forma unánime.

“¡Los Pandesianos ahora se llevan a nuestras mujeres!” gritó uno de los hombres. “¡Si esto es libertad, entonces no quiero esta clase de libertad!”

Los aldeanos vitorearon.

“¡Estamos contigo, Duncan!” gritó otro. “¡Cabalgaremos contigo hasta la muerte!”

Hubo otro vitoreo y los aldeanos se apresuraron a subir a sus caballos y unirse a sus hombres. Duncan, satisfecho con sus crecientes filas, golpeó a su caballo y continuó saliendo de la aldea ahora dándose cuenta de lo atrasada que estaba la revolución de Escalon.

Pronto llegaron a otra aldea y los hombres ya estaban afuera esperando, con sus antorchas encendidas al escuchar los cuernos, los gritos, viendo crecer al ejército y claramente dándose cuenta de lo que pasaba. Los aldeanos locales se llamaban uno a otro al reconocer sus rostros, dándose cuenta de lo que sucedía y sin necesidad de más discursos. Duncan pasó por esta aldea como lo había hecho por la anterior y no necesitó convencer a los aldeanos que estaban deseosos de libertad, deseando recuperar su dignidad, subir a sus caballos, tomar sus armas, unirse a las filas de Duncan y seguirlo hacia donde sea que los llevara.

Duncan pasaba aldea tras aldea cubriendo todo el campo, todos iluminando la noche a pesar del viento y la nieve y la negrura de la noche. Duncan se dio cuenta de que su deseo de libertad era muy fuerte, lo suficiente como para brillar en medio de la noche más oscura y tomar sus armas para recuperar sus vidas.


*

Duncan cabalgó toda la noche guiando a su creciente ejército hacia el sur, con sus manos secas y entumecidas por el frío mientras tomaba las riendas. Mientras más avanzaban hacia el sur más cambiaba el terreno; el frío seco de Volis siendo reemplazado por el frío húmedo de Esephus, con su aire pesado tal y como Duncan lo recordaba por la humedad del mar y el olor a sal. Aquí también los árboles eran más pequeños azotados por el viento, todos pareciendo estar doblados por el vendaval del este que nunca cesaba.

Pasaron colina tras colina. Las nubes se abrieron a pesar de la nieve y la luna apareció en el cielo, brillando sobre ellos e iluminando su camino lo suficiente para que pudieran ver. Cabalgaron como guerreros contra la noche y Duncan sabía que esta sería una noche que recordaría por el resto de su vida. Esto suponiendo que sobrevivirían. Esta sería la batalla de la que dependía todo. Pensó en Kyra, en su familia, en su hogar, y no quería perderlos. Su vida estaba en juego junto con la vida de todos los que conocía y amaba, y todo estaba en peligro esta noche.

Duncan miró sobre su hombro y se alegró al ver que se habían unido varios cientos de hombres más, todos cabalgando juntos con un sólo propósito. Sabía que, incluso con sus números, estarían grandemente superados en número y se enfrentarían a un ejército profesional. Miles de Pandesianos estaban posicionados en Esephus. Duncan sabía que Seavig aún tenía cientos de hombres dispersados a su disposición, pero no había manera de saber si lo arriesgaría todo uniéndose a Duncan. Duncan tenía que asumir que no lo haría.

Pronto pasaron una colina y, al hacerlo, se detuvieron sin necesidad de frenar los caballos. Pues ahí, muy abajo, se encontraba el Mar de Lágrimas, con olas rompiendo contra la costa, el gran puerto, y con la antigua ciudad de Esephus elevándose a su lado. Parecía como si la ciudad hubiera sido construida dentro del mar con las olas golpeando sus muros de piedra. La ciudad fue construida de espaldas a la tierra, como si estuviera de cara al mar, con sus puertas y rejas hundiéndose en el agua como si se preocuparan más por acomodar a barcos que a caballos.

Duncan estudió el puerto con sus interminables barcos que, para su disgusto, portaban todos banderas de Pandesia, un amarillo y azul que ondulaban ofendiendo a su corazón. Moviéndose en el viento estaba el emblema de Pandesia, un cráneo en la boca de un águila, haciendo que Duncan se sintiera enfermo. Al ver que tan gran ciudad era captiva de Pandesia era una fuente de vergüenza para Duncan, e incluso en la oscuridad de la noche se apreciaba el enrojecimiento de sus mejillas. Los barcos estaban estacionados con seguridad sin esperar un ataque. Y estaba claro. ¿Quién se atrevería a atacarlos, especialmente en la oscuridad de la noche y en con la tormenta de nieve?

Duncan sintió como los ojos de sus hombres se posaban sobre él y supo que el momento de la verdad había llegado. Todos esperaban su orden fatídica, la que cambiaría el destino de Escalon, y él estaba sentado en su caballo con el viento soplando, sintiendo como su destino se abalanzaba sobre él. Sabía que este era uno de esos momentos que definirían su vida; y la vida de todos estos hombres.

“¡AVANCEN!” resonó.

Sus hombres vitorearon y avanzaron todos juntos bajando la colina, apresurándose hacia el puerto que estaba a varios cientos de yardas de distancia. Levantaron sus antorchas y Duncan sintió como su corazón lo golpeaba en el pecho mientras el viento lo hacía en su rostro. Sabía que esta era una misión suicida, pero también sabía que era tan descabellada que podría funcionar.

Atravesaron el campo con sus caballos galopando tan rápido que el viento frío casi lo dejó sin aliento y, mientras se acercaban al puerto con sus muros de piedra a sólo unos cientos de yardas de distancia, Duncan se preparó para la batalla.

“¡ARQUEROS!” gritó.

Sus arqueros, cabalgando en filas acomodadas detrás de él, encendieron sus flechas con sus antorchas y esperaron la orden. Cabalgaron, con sus caballos retumbando, mientras los Pandesianos abajo aún no se daban cuenta del ataque que se aproximaba.

Duncan esperó hasta que estuvieron cerca – cuarenta yardas, treinta, veinte – y finalmente supo que el momento era el correcto.

“¡FUEGO!”

La negra noche de repente se encendió con miles de flechas llameantes que volaban atravesando el aire y cortando la nieve, dirigiéndose a las docenas de barcos Pandesianos anclados en el puerto. Una a una, como luciérnagas, llegaron a su objetivo aterrizando en las largas lonas de velas Pandesianas.

En tan sólo unos momentos los barcos ya estaban encendidos, con las velas cubiertas en llamas mientras el fuego se extendía rápidamente en el ventoso puerto.

“¡DE NUEVO!” gritó Duncan.

Una descarga le seguía a otra mientras las flechas llameantes caían como gotas de lluvia sobre la flota Pandesiana.

Al principio, la flota estaba en silencio en medio de la noche mientras los soldados dormían sin esperar nada. Duncan se dio cuenta de que los Pandesianos se habían vuelto muy arrogantes, muy complacientes como para sospechar un ataque como este.

Duncan no les dio tiempo de prepararse; envalentonado, galopó hacia adelante acercándose al puerto. Abrió el camino hasta la pared de piedra que rodeaba el puerto.

“¡ANTORCHAS!” gritó.

Sus hombres se acercaron a la orilla de la costa, levantaron sus antorchas y, con un gran grito, siguieron el ejemplo de Duncan y lanzaron sus antorchas hacia los barcos más cercanos. Las pesadas antorchas cayeron como mazos en las cubiertas, con el sonido del choque de la madera llenando el aire mientras docenas más de barcos se encendían.

Los pocos soldados Pandesianos que estaban en turno se dieron cuenta muy tarde de lo que pasaba, encontrándose atrapados en una ola de fuego y saltando sobre la borda.

Duncan sabía que era sólo cuestión de tiempo para que el resto de los Pandesianos despertaran.

“¡CUERNOS!” gritó.

Los cuernos sonaron en medio de las filas, el viejo grito de guerra de Escalon, las breves explosiones que sabía que Seavig reconocería. Esperaba que esto lo alentara.

Duncan desmontó, sacó su espada y se dirigió al muro del puerto. Sin dudar, saltó sobre el pequeño muro de piedra y subió al barco llameante guiando el camino al abalanzarse. Tenía que acabar con los Pandesianos antes de que pudieran organizarse.

Anvin y Arthfael avanzaron junto a él con sus hombres uniéndoseles todos emitiendo un gran grito de batalla mientras arrojaban sus vidas al viento. Después de tantos años de sumisión, su día de venganza había llegado.

Los Pandesianos finalmente despertaron. Soldados empezaron a salir de las cubiertas fluyendo como si fueran hormigas, tosiendo humo y confundidos. Al ver a Duncan y a sus hombres sacaron sus espadas y atacaron. Duncan se encontró enfrentándose a ríos de hombres, pero esto no lo desconcertó; al contrario, se puso a la ofensiva.

Duncan cargó hacia adelante y se agachó mientras el primer hombre lanzaba un golpe sobre su cabeza, entonces se levantó y lo atravesó por el estómago. Un soldado trató de cortar su espalda, pero Duncan se volteó y lo bloqueó, luego giró la espada del soldado y lo apuñaló en el pecho.

Duncan peleó heroicamente mientras lo atacaban por todos lados, recordando los días de antaño cuando estaba sumergido en las peleas y cubriéndose todos los flancos. Cuando los hombres se acercaban demasiado como para evitar su espada, se hacía para atrás y los pateaba creando espacio para seguir atacando; en otras ocasiones, giraba y daba codazos peleando mano a mano siempre que era necesario. Los hombres caían a su alrededor y ninguno podía acercarse.

Duncan pronto recibió el apoyo de Anvin y Arthfael junto con docenas de hombres que se acercaban para ayudar. Mientras Anvin se les unía, bloqueó el golpe de uno de los soldados que atacaba a Duncan por detrás y salvándolo de una herida; mientras Arthfael se acercaba y levantaba su espada para bloquear un hacha que se dirigía al rostro de Duncan. Al hacerlo, Duncan simultáneamente se acercó y apuñaló al hombre en el estómago, con él y Arthfael trabajando juntos para derribarlo.

Todos peleaban como uno, como una máquina bien calibrada después de tantos años, todos cuidándose las espaldas mientras el sonido de las espadas y armaduras llenaba la noche.

A su alrededor, Duncan miró a sus hombres subiéndose a los barcos en el puerto y atacando la flota al mismo tiempo. Los soldados Pandesianos seguían saliendo ya completamente despiertos y algunos de ellos en llamas, y los soldados de Escalon peleaban valientemente en medio de las flamas incluso mientras los incendios se extendían a su alrededor. Duncan mismo peleó hasta que ya no pudo levantar sus brazos, sudando y con el humo lastimándole los ojos, con espadas chocando a su alrededor y derribando a los soldados que intentaban escapar a la costa.

Finalmente el fuego se volvió muy intenso; Los soldados Pandesianos, con sus armaduras completas y atrapados por el fuego, saltaban de los barcos al agua mientras Duncan guiaba a sus hombres de vuelta al muro de piedra al lado del puerto. Duncan escuchó un grito y al voltearse miró a cientos de soldados Pandesianos tratando de seguirlos y sacarlos de los barcos.

Al llegar a tierra seca y siendo el último de sus hombres en bajarse se volteó, levantó su gran espada, y cortó las cuerdas que mantenían los barcos en la costa.

“¡LAS CUERDAS!” gritó Duncan.

Por todo el puerto sus hombres siguieron sus órdenes y cortaron las cuerdas que unían a la flota a la costa. Rompiendo finalmente la última cuerda detrás de él, Duncan colocó su bota en la cubierta y, con una gran patada, alejó el barco de la costa. Gimió por el esfuerzo y Anvin, Arthfael y docenas más se acercaron para unírseles. Al mismo tiempo, todos empujaron el casco en llamas lejos de la orilla.

El barco en llamas, lleno de soldados gritando, se fue inevitablemente a la deriva hacia los otros barcos en el puerto y encendiéndolos también al chocar con ellos. Hombres salieron de los barcos por centenas, gritando y hundiéndose en las negras aguas.

Duncan se quedó de pie respirando agitadamente y observando, con sus ojos radiantes mientras el puerto entero se iluminaba en un gran incendio. Miles de Pandesianos ya despiertos salían de las cubiertas inferiores de los barcos; pero era demasiado tarde. Al salir se enfrentaba a un muro de fuego y tenía que tomar la decisión de quemarse vivos o saltar a su muerte ahogándose en las aguas congeladas; todos eligieron lo segundo. Duncan miró como el puerto se llenaba con cuerpos moviéndose en el agua, gritando mientras trataban de nadar hacia la cima.

“¡ARQUEROS!” gritó Duncan.

Sus arqueros apuntaron y dispararon ráfaga tras ráfaga hacia los soldados. Una a una llegaron a sus objetivos y los Pandesianos se hundieron.

Las aguas se volvieron espesas por la sangre y pronto se empezaron a escuchar crujidos y gritos mientras las aguas se llenaban de brillantes tiburones amarillos que se daban un festín en el sangriento puerto.

Duncan observó y lentamente se dio cuenta de lo que había conseguido: toda la flota Pandesiana, que apenas hace unas horas se sentaba desafiante en el puerto como símbolo de la conquista Pandesiana, había dejado de existir. Sus cientos de barcos estabas destruidos quemándose juntos en la conquista de Duncan. Su velocidad y sorpresa habían funcionado.

Hubo un gran grito en medio de sus hombres y Duncan se volteó para verlos vitorear mientras observaban los barcos en llamas, con sus rostros negros por la ceniza y exhaustos después de cabalgar toda la noche; pero aun así intoxicados por la victoria. Era un grito de alivio, un grito de libertad. Un grito que habían estado posponiendo por años.

Pero tan pronto como este se escuchó hubo uno más que lleno el aire, este mucho más tenebroso, seguido por un sonido que hizo que a Duncan se le erizara el pelo. Se dio la vuelta y se descorazonó al ver las grandes puertas de los cuarteles de piedra abriéndose lentamente. Al hacerlo, apareció una visión aterradora: miles de soldados Pandesianos, completamente equipados y en filas perfectas; se preparaba un ejército profesional que los superaban en números diez a uno. Y al abrirse las puertas, soltaron un grito y se abalanzaron contra ellos.

La bestia se había despertado. Ahora empezaría la verdadera guerra.




CAPÍTULO SEIS


Kyra, sujetando la melena de Andor, cabalgó toda la noche con Dierdre a su lado y Leo a sus pies, todos apresurándose por los campos cubiertos de nieve al oeste de Argos como ladrones huyendo en la noche. Mientras las horas pasaban y el sonido de los caballos retumbaba en sus oídos, Kyra se perdió en su propio mundo. Se imaginaba lo que se encontraría en la Torre de Ur, quién sería su tío, qué le diría acerca de ella y de su madre y apenas podía contener su excitación. Pero también tuvo que admitir que sentía temor. Sería un gran viaje el cruzar Escalon, uno que nunca había realizado. Y asomándose enfrente de ellos pudo ver el Bosque de las Espinas. El campo abierto estaba a punto de terminar, y pronto estarían sumergidos en el claustrofóbico bosque lleno de criaturas salvajes. Sabía que una vez que entraran en el bosque ya no habría más reglas.

La nieve golpeaba su rostro mientras el viento soplaba atravesando el campo abierto, y Kyra, con sus manos entumecidas, dejó caer su antorcha al darse cuenta que se había extinguido desde hace un buen rato. Cabalgó en la oscuridad perdida en sus pensamientos, con el único sonido siendo el del viento y la nieve debajo de ellos y los ocasionales gruñidos de Andor. Podía sentir su rabia, su naturaleza indomable diferente a la de cualquier otra bestia. Era como si Andor no sólo no sintiera ningún temor por lo que se avecinaba, sino que al parecer hasta esperaba poder pelear.

Envuelta en sus pieles, Kyra sintió otra oleada de dolor por el hambre, y al escuchar a Leo quejarse una vez más, supo que no podrían ignorar el hambre por mucho más tiempo. Habían estado cabalgando por horas y ya habían devorado sus tiras congeladas de carne; se dio cuenta muy tarde de que no habían traído suficientes provisiones. No se podía mirar nada para cazar en esta noche nevada y esto no era un buen augurio. Tendrían que detenerse a encontrar comida pronto.

Bajaron la velocidad al acercarse a la orilla del Bosque, y Leo empezó a gruñir hacia la entrada. Kyra miró por sobre su hombro hacia los campos ondulantes que llevaban a Argos, hacia el último cielo despejado que miraría por mucho tiempo. Volteó de nuevo mirando hacia el bosque y parte de ella se resistía a seguir adelante. Conocía la reputación del Bosque de las Espinas, pero también sabía que este era un punto de no vuelta atrás.

“¿Estás lista?” le preguntó a Dierdre.

Dierdre parecía ser una chica diferente a la que había dejado la prisión. Era más fuerte, más firme, como si hubiera vuelto desde las profundidades del infierno y estuviera lista para enfrentarse a lo que fuera.

“Lo peor que pudiera pasar ya me ha pasado a mí,” dijo Dierdre con una voz tan fría y dura como el bosque delante de ella, una voz demasiado madura para su edad.

Kyra asintió y avanzaron pasando la línea de árboles.

En cuanto lo hicieron, Kyra sintió de inmediato un escalofrío incluso en esta noche fría. Aquí era más oscuro, más claustrofóbico, lleno de antiguos árboles negros con amenazantes ramas que parecían espinas y gruesas hojas negras. El bosque daba no una sensación de paz, sino una de maldad.

Procedieron caminando tan rápido como pudieron por entre los árboles, con el hielo y nieve crujiendo debajo de sus bestias. Lentamente surgió el sonido de criaturas extrañas que se escondían en las ramas. Volteó y trató de encontrar la fuente, pero no pudo encontrar nada. Sintió que estaban siendo observados.

Continuaron más y más profundo dentro del bosque y Kyra trató de dirigirse hacia el noroeste como su padre le había dicho hasta llegar al mar. Mientras avanzaban, Leo y Andor le gruñían a criaturas ocultas que Kyra no podía ver mientras trataba de esquivar las ramas que la arañaban. Kyra pensó en el largo camino frente a ella. Estaba excitada por su misión, pero también deseaba estar con su gente peleando con ellos la guerra que había iniciado. Ya empezaba a sentir una urgencia por regresar.

Mientras pasaban las horas, Kyra observaba la profundidad del bosque preguntándose cuánto faltaba para llegar al mar. Sabía que era arriesgado el cabalgar en esta oscuridad, pero también sabía que era arriesgado acampar aquí solas especialmente después de oír otro alarmante sonido.

“¿Dónde está el mar?” preguntó Kyra a Dierdre sólo para romper el silencio.

Pudo ver por la expresión de Dierdre que había interrumpido sus pensamientos; apenas podía imaginarse las pesadillas en las que debería estar envuelta.

Dierdre negó con la cabeza.

“Quisiera saberlo,” respondió con voz apagada.

Kyra estaba confundida.

“¿No viniste por este camino cuando te trajeron?” preguntó.

Dierdre se estremeció.

“Estaba en una jaula en la parte de atrás de un carro,” respondió, “e inconsciente casi todo el camino. Pudieron haberme llevado en cualquier dirección. No conozco este bosque.”

Ella suspiró mirando hacia la oscuridad.

“Pero mientras nos acerquemos al Bosque Blanco podré reconocer más.”

Continuaron avanzando ahora en un cómodo silencio y Kyra no pudo evitar pensar acerca de Dierdre y su pasado. Podía sentir su fuerza pero también su profunda tristeza. Kyra entonces se halló sumergida en pensamientos oscuros sobre el viaje enfrente de ella, en su escasez de comida, en el fuerte frío y en las criaturas que las esperaban adelante, y volteó hacia Dierdre esperando poder distraerse.

“Háblame sobre la Torre de Ur,” dijo Kyra. “¿Cómo es?”

Dierdre la miró también con círculos negros debajo de sus ojos y se encogió de hombros.

“Nunca he ido a la torre,” respondió Dierdre. “Yo soy de la ciudad de Ur, y esta queda a un día de distancia hacia el sur.”

“Entonces háblame de tu ciudad,” dijo Kyra tratando de enfocar su pensamiento en otra parte que no fuera aquí.

Los ojos de Dierdre se iluminaron.

“Ur es un lugar hermoso,” dijo con deseo en su voz. “La ciudad junto al mar.”

“Nosotros tenemos una ciudad al sur junto al mar,” dijo Kyra. “Esephus. Está a un día de distancia de Volis. Yo solía ir ahí con mi padre cuando era más joven.”

Dierdre negó con la cabeza.

“Ese no es un mar,” respondió.

Kyra estaba confundida.

“¿A qué te refieres?”

“Ese es el Mar de Lágrimas,” respondió Dierdre. “Ur está en el Mar de los Lamentos. El nuestro es un mar mucho más grande. En tu costa este hay oleajes pequeños; en nuestra costa oeste, el Mar de los Lamentos tiene olas de veinte pies de altura que chocan con nuestras costas y una corriente que se puede llevar a barcos en un instante, y sin decir a hombres, cuando la luna está alta. Nuestra ciudad es la única en Escalon en la que los acantilados son lo suficientemente bajos para que los barcos toquen la costa. Nosotros tenemos la única playa en todo Escalon. Es por esto que Andros se construyó a penas a un día de distancia al este de nosotros.”

Kyra pensó en sus palabras feliz de tener algo con qué distraerse. Recordó todo esto de una lección que había tenido en su juventud pero nunca lo había pensado a detalle.

“¿Y tu gente?” preguntó Kyra. “¿Cómo son?”

Dierdre suspiró.

“Un pueblo orgulloso,” respondió, “como cualquier otro en Escalon. Pero diferente también. Dicen que los de Ur tienen un ojo en Escalon y el otro en el mar. Miramos hacia el horizonte. Somos menos de provincia que los demás; tal vez porque muchos extranjeros llegan a nuestras costas. Los hombres de Ur fueron una vez guerreros afamados, mi padre el mayor entre ellos. Pero ahora somos súbditos como los demás.”

Suspiró y guardó silencio por un largo rato. Kyra se sorprendió cuando empezó a hablar otra vez.

“Nuestra ciudad está cortada con canales,” continuó Dierdre. “Cuando estaba creciendo, me sentaba en la cresta para ver a los barcos entrar y salir por horas, incluso días. Venían de todas partes del mundo con diferentes banderas y velas y colores. Nos traían especias, sedas, armas y delicias de toda clase; a veces hasta animales. Miraba a las personas ir y venir y me preguntaba cómo serían sus vidas. Deseaba fervientemente ser una de ellas.”

Expresó una inusual sonrisa con los ojos brillantes mientras recordaba.

“Solía tener un sueño,” dijo Dierdre. “Cuando tuviera la edad, me subiría a uno de esos barcos y navegaría hacia tierras lejanas. Encontraría a mi príncipe y viviríamos en una gran isla en un gran castillo en alguna parte. En cualquier lugar menos Escalon.”

Kyra volteó y miró a Dierdre sonriendo.

“¿Y ahora?” preguntó Kyra.

El rostro de Dierdre decayó mientras miraba a la nieve, con su expresión llenándose de repente de tristeza. Simplemente negó con la cabeza.

“Ya es muy tarde para mí,” dijo Dierdre. “Después de lo que me han hecho.”

“Nunca es muy tarde,” dijo Kyra queriendo consolarla.

Pero Dierdre sólo negó con la cabeza.

“Esos eran los sueños de una niña inocente,” dijo con una voz pesada con remordimiento. “Esa niña desapareció hace mucho.”

Kyra sintió tristeza por su amiga mientras continuaban más y más profundo dentro del bosque. Quería poder eliminar su dolor pero no sabía cómo. Pensó en el dolor con el que algunas personas vivían. ¿Qué era lo que su padre le había dicho una vez? No te dejes engañar por el rostro de los hombres. Todos llevamos vidas de oculto desconsuelo. Algunos lo ocultan mejor que otros. Ten compasión por todos, incluso si no vez razón aparente.

“El peor día de mi vida,” continuó Dierdre, “fue cuando mi padre cedió a la ley Pandesiana, cuando permitió que sus barcos entraran en nuestros canales y bajaran sus banderas. Fue un día incluso más triste que cuando permitió que me llevaran.”

Kyra entendió todo muy bien. Entendió el dolor por el que Dierdre había pasado, el sentimiento de traición.

“¿Y cuando regreses?” preguntó Kyra. “¿Vas a ver a tu padre?”

Dierdre miró hacia abajo adolorida. Dijo finalmente: “Aún es mi padre. Cometió un error. Estoy segura que él no sabía lo que me sucedería. Creo que nunca será el mismo cuando sepa lo que ha pasado. Quiero decírselo frente a frente. Quiero que entienda el dolor que sentí; su traición. Tiene que saber lo que sucede cuando los hombres deciden el destino de las mujeres.” Se limpió una lágrima. “Él una vez fue mi héroe. No puedo entender cómo permitió que me llevaran.”

“¿Y ahora?” preguntó Kyra.

Dierdre negó con la cabeza.

“No más. Dejaré de hacer a hombres mis héroes. Encontraré a otros héroes.”

“¿Y qué hay de ti?” preguntó Kyra.

Dierdre la miró confundida.

“¿A qué te refieres?”

“¿Por qué miras más allá de ti misma?” preguntó Kyra. “¿No puedes ser tu propio héroe?”

Dierdre se rio.

“¿Y por qué lo sería?”

“Tú eres un héroe para mí,” dijo Kyra. “Lo que sufriste ahí dentro; yo no lo pude haber hecho. Tú sobreviviste. Y lo que es más, estas de pie aquí ahora y recuperándote. Para mí eso te hace un héroe.”

Dierdre pareció contemplar sus palabras mientras continuaron en silencio.

“¿Y tú, Kyra?” Dierdre preguntó finalmente. “Dime algo acerca de ti.”

Kyra se encogió de hombros pensando.

“¿Qué te gustaría saber?”

Dierdre aclaró su garganta.

“Dime acerca del dragón. ¿Qué fue lo que sucedió? Nunca había visto algo como eso. ¿Por qué vino contigo?” Pausó por un momento. “¿Quién eres?”

Kyra se sorprendió al detectar miedo en la voz de su amiga. Pensó en sus palabras, quería contestar con la verdad y deseaba tener una respuesta.

“No lo sé,” dijo honestamente. “Supongo que eso es lo que voy a descubrir.”

“¿No lo sabes?” presionó Dierdre. “¿Un dragón baja del cielo para pelear por ti y no sabes por qué?”

Kyra pensó en lo descabellado que eso sonaba, pero sólo pudo negar con la cabeza. Miró hacia el cielo de manera pensativa, y a pesar de las torcidas ramas y de no tener mucha esperanza deseaba ver alguna señal de Theos.

Pero sólo miró oscuridad. No escuchó a ningún dragón y su sentimiento de soledad creció aún más.

“Sabes que eres diferente, ¿verdad?” Dierdre continuó.

Kyra se encogió de hombros y sintió como sus mejillas se enrojecían. Se preguntaba si su amiga la miraba como si fuera alguna clase de fenómeno.

“Solía estar muy segura de todo,” respondió Kyra. “Pero ahora…honestamente ya no lo sé.”

Siguieron cabalgando por horas volviendo a un cómodo silencio, a veces trotando cuando el bosque se despejaba y a veces teniendo que desmontar cuando este se volvía muy denso. Kyra se sintió en el borde sabiendo que podían ser atacadas en cualquier momento e incapaz de poder relajarse en este bosque. No sabía qué le dolía más: el frío o el hambre en su estómago. Los músculos le dolían y ya no podía sentir sus labios. Se sentía miserable. Apenas si podía pensar que su misión acababa de empezar.

Después de algunas horas más Leo empezó a gemir. Era un sonido extraño; no su quejido habitual, sino uno que reservaba para cuando olía comida. Al mismo tiempo Kyra también olió algo, y Dierdre volteó hacia la misma dirección y observó.

Kyra examinó el bosque, pero no vio nada. Al detenerse y escuchar, se percataron de un sutil sonido de actividad enfrente de ellas.

Kyra estaba tanto excitada por el olor así como nerviosa por lo que esto podría significar: había otros en este bosque junto con ellas. Recordó la advertencia de su padre y lo último que quería era una confrontación. No aquí y no ahora.

Dierdre la miró.

“Muero de hambre,” dijo Dierdre.

Kyra también sentía dolor por el hambre.

“Quienquiera que sea, en una noche como esta,” respondió Kyra, “creo que no estará deseoso de compartir.”

“Tenemos suficiente oro,” dijo Dierdre said. “Tal vez nos vendan un poco.”

Pero Kyra negó con la cabeza teniendo un mal presentimiento, mientras que Leo gemía y se lamía los labios claramente hambriento.

“No creo que sea sabio,” dijo Kyra a pesar del dolor en su estómago. “Deberíamos continuar con nuestro camino.”

“¿Y si no encontramos comida?” persistió Dierdre. “Puede que todos muramos de hambre aquí. Nuestros caballos también. Pudieran ser días, y tal vez esta sea nuestra única oportunidad. Además, no tenemos por qué temer. Tú tienes tus armas, yo tengo las mías, y tenemos a Leo y Andor. Si lo necesitas, puedes poner tres flechas en alguien antes de que este parpadee, y para entonces ya estaremos muy lejos.”

Pero Kyra dudó sin poder convencerse.

“Además, no creo que un cazador con un poco de carne nos cause algún daño,” añadió Dierdre.

Kyra, sintiendo el hambre de todos y su deseo de acercarse, no pudo resistirse más.

“No me gusta,” dijo. “Vayamos despacio y veamos quién es. Si sentimos peligro, debes acordar que nos alejaremos antes de acercarnos demasiado.”

Dierdre asintió.

“Lo prometo,” respondió.

Todos avanzaron cabalgando rápido por el bosque. Mientras el olor crecía, Kyra vio un pequeño resplandor adelante y, al acercarse, su corazón latió con rapidez al preguntarse quién podría estar aquí afuera.

Bajaron la velocidad y cabalgaron más cuidadosamente pasando por entre los árboles. El resplandor se hizo más brillante y pudieron escuchar sonido y una conmoción mientras Kyra sintió que se acercaban a un gran grupo de personas.

Dierdre, menos precavida y dejándose llevar por el hambre, cabalgó más rápido y se adelantó ganando algo de distancia.

“¡Dierdre!” dijo Kyra llamándola de vuelta.

Pero Dierdre siguió moviéndose motivada por el hambre.

Kyra trató de alcanzarla mientras el resplandor se volvía más brillante hasta que Dierdre se detuvo en la orilla del claro. Mientras Kyra llegaba a su lado, se impactó al ver lo que se encontraba en el claro en medio del bosque.

Ahí, en el claro, había docenas de cerdos rostizándose en asadores con grandes fogatas que iluminaban la noche. El olor era cautivador. En el claro también había docenas de hombres y Kyra, después de examinarlos, se desconsoló al ver que eran soldados Pandesianos. Se sorprendió al verlos aquí sentados alrededor del fuego, riendo, bromeando entre ellos, sosteniendo sacos de vino y con las manos llenas de carne.

En el otro lado del claro, Kyra alcanzó a ver filas de carruajes de hierro con barras. Docenas de rostros hambrientos se asomaban en ellos, los rostros desesperados de niños y hombres cautivos. Kyra no tardó en darse cuenta de lo que pasaba.

“Las Flamas,” le susurró a Dierdre. “Los llevan a Las Flamas.”

Dierdre, aún a unos quince pies enfrente de ella, se quedó inmóvil con los ojos fijos en los cerdos rostizados.

“¡Dierdre!” dijo Kyra sintiendo peligro. “¡Debemos irnos de inmediato!”

Pero Dierdre no la escuchó y Kyra, dejando de ser precavida, se precipitó para agarrarla.

Pero tan pronto como la alcanzó Kyra percibió movimiento en uno de sus lados. Al mismo tiempo Leo y Andor gruñeron; pero era muy tarde. Desde el bosque salió un grupo de soldados Pandesianos arrojando una gran red enfrente de ellos.

Kyra se volteó y de forma instintiva trató de tomar su bastón, pero no hubo tiempo. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que pasaba, Kyra sintió la red cayendo sobre ella y restringiendo sus brazos y entonces se dio cuenta, desconsolada, de que ahora eran esclavos de Pandesia.




CAPÍTULO SIETE


Alec se agitaba mientras caía de espaldas sintiendo el aire frío y con su estómago retorciéndose mientras se acercaba al suelo y a la manada de Wilvox. Sintió cómo su vida pasaba delante de sus ojos. Había escapado de la mordida venenosa de la criatura arriba de él simplemente para caer a lo que seguramente sería una muerte instantánea. A su lado, Marco también se retorcía mientras caían juntos. Era poco consolador. Alec tampoco quería ver a su amigo morir.

Alec sintió cómo caía sobre algo y un dolor seco en su espalda, y esperaba sentir colmillos encajándose en su piel. Pero se sorprendió al ver que era el cuerpo musculoso de un Wilvox retorciéndose debajo de él. Había caído tan rápido que el Wilvox no había tenido tiempo de reaccionar y había caído directo en su espalda, suavizando su caída y derribándolo al suelo.

Escuchó un gran golpe a su lado y miró a Marco caer sobre otro Wilvox, aplastándolo también lo suficiente para mantener sus mandíbulas a distancia. Esto redujo la pelea a solamente dos Wilvox. Uno de ellos saltó dirigiendo su mandíbula hacia el estómago expuesto de Alec.

Alec, aún de espaldas y con un Wilvox debajo de él, permitió que sus instintos tomaran el control y, mientras la bestia saltaba encima de él, se arrojó hacia atrás y levantó sus botas de forma protectora arriba de su cabeza. La bestia cayó sobre ellas y Alec inmediatamente la empujó derribándola hacia atrás.

Cayó a varios pies de distancia sobre la nieve dándole un muy valioso tiempo a Alec; y una segunda oportunidad.

Al mismo tiempo, Alec sintió cómo la bestia abajo de él empezaba a librarse. Se preparó para atacar y Alec reaccionó. Se volteó rápidamente y le puso un brazo sobre el cuello atrapándolo, sosteniéndolo muy cerca para que no pudiera morder y apretando tanto como podía. La criatura se retorcía furiosa tratando de liberarse y Alec tuvo que usar toda su fuerza para contenerla. De alguna manera lo logró. Apretó más y más fuerte. La bestia trataba de salirse dándose vuelta y rodando en la nieve, pero Alec no la soltó y rodó junto con ella.

Alec alcanzó a ver a otra bestia que se abalanzaba y apuntaba hacia su espalda expuesta, y ya anticipaba sentir los colmillos hundiéndose en su piel. No tuvo tiempo para reaccionar, así que hizo lo que le dictó su instinto: sin soltar al Wilvox, rodó sobre su espalda sosteniéndolo enfrente de él con la espalda encima de su estómago y sus patas en el aire. La otra bestia, en el aire, cayó con sus colmillos sin encontrar a su objetivo que era Alec, hundiendo sus colmillos en el estómago expuesto de la otra bestia. Alec la sostuvo con fuerza usándola como escudo, y esta chilló y se retorció. Finalmente sintió como dejó de moverse en sus brazos mientras la sangre le escurría.





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Después del ataque del dragón, Kyra es enviada a una misión urgente: cruzar Escalon y buscar a su tío en la misteriosa Torre de Ur. El tiempo ha llegado para que conozca quién es ella, quién es su madre, y para que inicie su entrenamiento desarrollando sus poderes especiales. Será una misión llena de tensión para una chica sola, con un Escalon lleno de peligros por bestias salvajes y hombres por igual; una que requerirá de toda su fuerza para sobrevivir.

Su padre, Duncan, deberá guiar a sus hombres al sur hacia la gran ciudad de Esephus para tratar de liberar a sus compatriotas del puño de hierro de Pandesia. Si tiene éxito, tendrá que viajar en el traicionero Lago de la Ira y después en los picos nevados de Kos en donde viven los guerreros más duros de Escalon, hombres a los que necesitará reclutar si quiere tener una oportunidad de conquistar la capital.

Alec escapa con Marco de Las Flamas para encontrarse corriendo por el Bosque de las Espinas, perseguidos por bestias exóticas. Es un angustioso viaje a través de la noche mientras continúa en su misión de llegar a su tierra natal esperando reunirse con su familia. Cuando llega, se sorprende al descubrir lo que ha sucedido.

Merk, a pesar de su buen juicio, regresa para ayudar a la chica y se encuentra por primera vez en su vida envuelto en asuntos ajenos. Pero no olvidará su peregrinaje hacia la Torre de Ur, y finalmente se siente angustiado al ver que la torre no es lo que esperaba.

Vesuvius empuja a su gigante mientras guía a los Troles en su misión bajo tierra, tratando de pasar Las Flamas mientras el dragón, Theos, tiene su propia misión especial en Escalon.

Con su fuerte atmósfera y personajes complejos, EL DESPERTAR DEL VALIENTE es una dramática saga de caballeros y guerreros, de reyes y señores, de honor y valor, de magia, destino, monstruos y dragones. Es una historia de amor y corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una excelente fantasía que nos invita a un mundo que vivirá en nosotros para siempre, uno que encantará a todas las edades y géneros.

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