Книга - La Senda De Los Héroes

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La Senda De Los Héroes
Morgan Rice


El Anillo del Hechicero #1
EL ANILLO DEL HECHICERO (THE SOURCERERS RING) tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: tramas, tramas secundarias, misterio, caballeros aguerridos y relaciones que florecen, llenos de corazones heridos, decepción y traición. Lo mantendrá entretenido durante horas y satisfará a las personas de cualquier edad. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores de fantasía. –Books and Movie Reviews, Roberto MattosEl Bestseller #1! De la autora del Bestseller #1, Morgan Rice, llega una nueva saga deslumbrante de fantasía. LA SENDA DE LOS HÉROES (A QUEST OF HEROES) (LIBRO #1 DE EL ANILLO DEL HECHICERO) que gira en torno a la historia épica de un muchacho especial, de 14 años, que cumple la mayoría de edad, proveniente de una pequeña aldea en las afueras del Reino de los Anillos. Thorgrin, el más joven de los cuatro, el menos favorito de su padre, que es odiado por sus hermanos, siente que es diferente a los demás. Él sueña con convertirse en un gran guerrero, de unirse a los hombres del rey y proteger el Anillo de las hordas de criaturas que están al otro lado del barranco. Cuando cumple la mayoría de edad y su padre le prohìbe hacer una prueba para la Legión del rey, se niega a aceptar un "no" por respuesta: él viaja por su cuenta, decidido a abrirse paso en la Corte del Rey y ser tomado en serio. Pero la Corte del Rey está repleta de dramas familiares, lucha de poder, ambiciones, celos, violencia y traición. Se debe elegir un heredero entre los hijos; y la antigua Espada del Destino, fuente de todo su poder, tendrá la oportunidad de ser blandida por alguien nuevo; permanece sin tocar, esperando a que llegue el elegido. Thorgrin llega como forastero y lucha por ser aceptado, y unirse a la Legión del Rey.





Morgan Rice

LA SENDA de los HéROES libro #1 de “el anillo del hechicero”




Acerca de Morgan Rice

Morgan Rice es la escritora del bestseller #1, DIARIO DE UN VAMPIRO (THE VAMPIRE JOURNALS), una saga que comprende once libros (y siguen llegando); la saga del bestseller #1 TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA (THE SURVIVAL TRILOGY), thriller pos apocalíptico que comprende dos libros (y siguen llegando); y la saga de fantasía épica, bestseller #1, EL ANILLO DEL HECHICERO, que comprende trece libros (y contando).

Los libros de Morgan están disponibles en audio y edición impresa y la traducción de los libros está disponible en alemán, francés, italiano, español, portugués, japonés, chino, sueco, holandés, turco, húngaro, checo y eslovaco (próximamente en otros idiomas).

A Morgan le encantaría tener comunicación con usted, así que visite www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com/) para unirse a la lista de correo electrónico, recibir un libro gratuito, recibir regalos gratuitos, descargar una aplicación gratuita, obtener las últimas noticias exclusivas, conectarse a Facebook y Twitter, y ¡mantenerse en contacto!



Algunas Opiniones Acerca de las Obras de Morgan Rice

“EL ANILLO DEL HECHICERO (THE SOURCERER’S RING) tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: tramas, tramas secundarias, misterio, caballeros aguerridos y relaciones que florecen, llenos de corazones heridos, decepciones y traiciones.  Lo mantendrá entretenido durante horas y satisfará a las personas de cualquier edad.  Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores de fantasía”.

–-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos



“Rice hace un gran trabajo para captar su atención desde el principio, al utilizar una gran calidad descriptiva que va más allá de la simple descripción de la ambientación… Bien escrito y sumamente rápido de leer”.

–Reseña de Black Lagoon (con respecto a Turned)



“Es una historia ideal para lectores jóvenes.  Morgan Rice hizo un buen trabajo dando un giro interesante… Innovador y singular.  La saga se centra alrededor de una chica… ¡una chica extraordinaria!  Es fácil de leer, pero con un ritmo sumamente rápido… Clasificación PG (Guía Paternal)”.

–-Reseña de The Romance (referente a Turned)



“Me llamó la atención desde el principio y no dejé de leerlo… Esta historia es una aventura increíble, de ritmo rápido y llena de acción desde su inicio.  No hay un momento aburrido”.

–-Paranormal Romance Guild (con respecto a Turned)



“Lleno de acción, romance, aventura y suspenso.  Ponga sus manos en él y vuelva a enamorarse”.

–-vampirebooksite.com (con respecto a Turned)



“Tiene una trama estupenda y este libro en particular, le costará dejar de leer en la noche.  El final en suspenso es tan espectacular, que inmediatamente querrá comprar el siguiente libro, solamente para ver qué sigue”.

–-The Dallas Examiner (referente a Loved)



“Es un libro equiparable a TWILIGHT y DIARIO DE UN VAMPIRO (VAMPIRE DIARIES), Y hará que quiera seguir leyendo ¡hasta la última página! Si le gusta la aventura, el amor y los vampiros, ¡este libro es para usted!”.

–-Vampirebooksite.com (con respecto a Turned)



“Morgan Rice se demuestra a sí misma una vez más que es una narradora de gran talento… Esto atraerá a una gran audiencia, incluyendo a los aficionados más jóvenes, del género de los vampiros y de la fantasía.  El final de suspenso inesperado lo dejará estupefacto”.

–-Reseñas de The Romance Reviews (con respecto a Loved)



Libros de Morgan Rice




EL ANILLO DEL HECHICERO


LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)


A MARCH OF KINGS (Libro #2)


A FATE OF DRAGONS (Libro #3)


A CRY OF HONOR (Libro #4)


A VOW OF GLORY (Libro #5)


A YENDO AL ATAQUE OF VALOR (Libro #6)


A RITE OF ESPADAS (Libro #7)


A GRANT OF ARMS (Libro #8)


A SKY OF SPELLS (Libro #9)


A SEA OF SHIELDS (Libro #10)


A REIGN OF STEEL (Libro #11)


A LAND OF FIRE (Libro #12)


A RULE OF QUEENS (Libro #13)




TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA


ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1)


ARENA DOS (Libro #2)




THE VAMPIRE JOURNALS


TURNED (Libro #1)


LOVED (Libro #2)


BETRAYED (Libro #3)


DESTINED (Libro #4)


DESIRED (Libro #5)


BETROTHED (Libro #6)


VOWED (Libro #7)


FOUND (Libro #8)


RESURRECTED (Libro #9)


CRAVED (Libro #10)


FATED (Libro #11)












Escuche (http://www.amazon.es/s?_encoding=UTF8&field-author=Morgan%20Rice&search-alias=digital-text) la saga de EL ANILLO DEL HECHICERO en formato de audio libro


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Audible (http://www.audible.com/pd/Sci-Fi-Fantasy/A-Quest-of-Heroes-Audiobook/B00F9DZV3Y/ref=sr_1_3?qid=1379619215&sr=1-3)


iTunes (https://itunes.apple.com/us/audiobook/quest-heroes-book-1-in-sorcerers/id710447409)


Derechos Reservados © 2012 por Morgan Rice



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Esta es una obra de ficción.  Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación de la autora o son usados ficticiamente.  Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es solo coincidencia.



Imagen de la cubierta Derechos Reservados, RazoomGame, usada bajo licencia de Shutterstock.com.


“Inquieta reposa la cabeza que usa una corona”.

    —William Shakespeare
    Enrique IV, Parte II






CAPÍTULO UNO


El muchacho estaba parado en la loma más alta de las tierras bajas del Reino Oeste del Anillo, mirando al norte, hacia donde estaba el primero de los soles nacientes.  Hasta donde alcanzaba la vista, se extendían las verdes colinas, bajando y subiendo como jorobas de camellos, en una serie de valles y cimas. Los rayos de color naranja tostado del primer sol, permanecían en la niebla de la mañana, haciéndolos brillar, dando a la luz una magia que hacía juego con el estado de ánimo del muchacho. Rara vez se despertaba tan temprano o se aventuraba a ir tan lejos de casa—y nunca subía tan alto—sabiendo que provocaría la ira de su padre. Pero en este día, no le importaba.  En este día, ignoraba el millón de reglas y tareas que le habían oprimido durante catorce años. Porque este día era distinto. Era el día en que había llegado su destino.

El muchacho, Thorgrin, del Reino Oeste de la Provincia del Sur, que era parte del clan McLeod—conocido por todos simplemente como Thor—era el menor de cuatro hijos, el menos favorito de su padre, se había quedado despierto toda la noche, esperando este día. Había dado vueltas en la cama, con cara de sueño, esperando, deseando que se elevara el primer sol. Ya que un día como el de hoy llegaba solamente una vez cada tantos años, y si se lo perdía, se quedaría en ese pueblo, condenado a cuidar el rebaño de su padre el resto de sus días.  Era algo que no podía soportar.

Era el Día de la Leva. Era el día en que el ejército del rey recorría las provincias y elegía cuidadosamente a los voluntarios para la Legión. Desde que había nacido, Thor no había soñado con ninguna otra cosa. Para él, la vida significaba solamente una cosa: unirse a los Plateados, que era la crema y nata del ejército de los Caballeros del Rey, engalanados con las mejores armaduras y las armas más selectas que había en cualquier lugar de los dos reinos.  Y uno no podía entrar a los Plateados sin unirse primero a la Legión, el grupo de escuderos de entre catorce y diecinueve años de edad.  Y si uno no era hijo de un noble o de un guerrero famoso, no había otra manera de unirse a la Legión.

El Día de la Leva era la única excepción, un raro evento que ocurría cada pocos años, cuando a la Legión le faltaba gente y los hombres del Rey recorrían el lugar en busca de nuevos reclutas.  Todo el mundo sabía que pocos plebeyos eran seleccionados – y eran menos los que realmente podían entrar en la Legión.

Thor examinaba con atención el horizonte, buscando alguna señal de movimiento.  Él sabía que los Plateados tendrían que tomar este único camino hacia la villa, y quería ser el primero en verlos. Su rebaño de ovejas protestaba alrededor de él, con un coro de balidos molestos, instándolo a que los bajara de la montaña, donde el pastoreo era mejor.  Trató de bloquear el ruido y el hedor.  Tenía que concentrarse.

Lo que había hecho que todo esto fuera soportable, todos esos años de cuidar al rebaño, de ser el lacayo de su padre, el lacayo de sus hermanos mayores, quien menos atenciones recibía y al que más agobiaban, era la idea de que algún día dejaría este lugar.  El día cuando llegaran los Plateados, sorprendería a todos los que lo habían subestimado y sería seleccionado.  Con un movimiento rápido, subiría al carruaje y se despediría de todo esto.

Desde luego, el padre de Thor nunca lo había considerado seriamente como candidato para la Legión—de hecho, nunca lo había considerado para nada.  En cambio, su padre dedicaba su amor y atención a los tres hermanos mayores de Thor. El mayor tenía diecinueve años y había un año de diferencia entre los siguientes, siendo Thor tres años menor que los demás.  Tal vez porque tenían edades similares o porque se parecían entre ellos y no se parecían a Thor, los tres eran unidos y rara vez ponían atención a la existencia de Thor.

Lo peor de todo es que eran más altos y fornidos que él, y Thor, quien sabía que no era bajo de estatura, se sentía pequeño junto a ellos, sentía que sus piernas musculosas eran frágiles, comparadas con los troncos de roble que tenían sus hermanos. Su padre no hacía nada para mejorar eso; y de hecho, parecía disfrutarlo; dejando que Thor atendiera a las ovejas y afilara las armas mientras sus hermanos entrenaban.  Aunque jamás se habló, siempre se sobreentendía que Thor viviría en la sombra, que sería obligado a ver cómo sus hermanos lograrían grandes hazañas. Su destino, si es que su padre y sus hermanos se salían con la suya, sería quedarse ahí, consumido por ese pueblo, dando a su familia el apoyo que exigían.

Lo peor de todo era que Thor sentía que sus hermanos, paradójicamente, se sentían amenazados por él, incluso que lo odiaban.  Thor lo podía ver en su mirada, en cada uno de sus gestos.  No entendía cómo, pero él despertaba algo parecido a la envidia. Tal vez porque era distinto, no se parecía a ellos ni hablaba con los gestos que hacían; ni siquiera se vestía como ellos; su padre reservaba (las mejores túnicas púrpura y escarlata, las armas doradas) para sus hermanos, mientras que Thor usaba los peores trapos.

Sin embargo, Thor aprovechaba lo que tenía, buscando una manera de hacer que su ropa le sentara bien, poniéndose un cinturón, y ahora que el verano había llegado, cortaba las mangas para permitir que sus torneados brazos recibieran las caricias de la brisa.  Su camisa hacía juego con los pantalones ordinarios de lino—su único par—y las botas hechas del peor cuero, anudado hasta las espinillas. No eran como los zapatos de cuero de sus hermanos, pero los mantenía en buen estado.  Su ropa era la típica de un pastor.

Pero no tenía el comportamiento típico. Thor era alto y delgado, con una mandíbula ancha, barbilla elevada, pómulos altos y ojos grises, con aspecto de guerrero fuera de lugar.  Su cabello lacio, castaño, caía en ondas en la cabeza, un poco más allá de sus orejas, y detrás de los rizos, sus ojos brillaban como peces forrajeros en la luz.

A los hermanos de Thor se les permitiría dormir hasta tarde, después de un abundante desayuno, y serían enviados a la selección con sus mejores armas y la bendición de su padre—pero a él no le estaría permitido asistir.  Había intentado tocar el tema con su padre una vez.  No había resultado bien.  Su padre había terminado la conversación de tajo, y él no había vuelto a intentarlo.  No era justo.

Thor estaba decidido a rechazar el destino que su padre había planeado para él. En cuanto viera aparecer la caravana real, correría a casa, confrontaría a su padre, y, le gustara o no, se presentaría ante los hombres del rey. Asistiría a la selección con los demás. Su padre no podría detenerlo. Sentía un nudo en el estómago de solo pensarlo.

El primer sol ya había salido, y cuando el segundo sol, de color verde menta empezó a salir, añadiendo una capa de luz al cielo púrpura, Thor los avistó.

Se puso de pie, con los pelos de punta, electrizado. Ahí, en el horizonte, llegó el apenas visible contorno de un carruaje tirado por caballos; sus ruedas lanzaban polvo hacia el cielo.

Su corazón latía más rápido conforme iban apareciendo; después llegaba otro.  Incluso desde ahí, los carruajes dorados brillaban en los soles, como peces plateados saltando del agua.

Cuando contó doce de ellos, no podía esperar más.  Su corazón latía con fuerza en su pecho, olvidando a su rebaño por primera vez en su vida, Thor giró y bajó tropezando por la colina, decidido a no detenerse por nada, hasta darse a conocer.


*

Thor apenas hizo una pausa para recuperar el aliento, mientras bajaba corriendo las colinas, a través de los árboles, arañado por las ramas, sin darle importancia.  Llegó a un claro y vio su aldea extendiéndose abajo: una ciudad rural dormida, con casas de un piso, de arcilla blanca, y techos de paja. Solamente había varias docenas de familias. El humo de las chimeneas se elevaba, ya que la mayoría estaba preparando el desayuno.  Era un lugar idílico, no muy lejano—a un día de viaje de distancia—de la Corte del Rey, para disuadir a los transeúntes. Era solo otra aldea agrícola al borde del Anillo, otro eslabón en la cadena del Reino Oeste.

Thor llegó a la recta final, a la plaza del pueblo, levantando polvo a su paso.  Los pollos y perros se alejaban de su camino, y una anciana, en cuclillas, afuera de su casa, ante un caldero de agua hirviendo, le siseó.

“¡Despacio, muchacho!”, ella se detuvo en seco, mientras él pasaba corriendo, lanzando polvo en su hoguera.

Pero Thor no reduciría la carrera—ni por ella ni por nadie. Se dio la vuelta por una calle lateral, después por otra, serpenteando por el camino que conocía de memoria, hasta que llegó a su casa.

Era una pequeña vivienda como las demás, con paredes de arcilla blanca y techo angular de paja.  Como la mayoría, su habitación individual estaba dividida; su padre dormía en un lado y sus tres hermanos en el otro; a diferencia de la mayoría, tenía un pequeño gallinero en la parte posterior y era ahí donde Thor era enviado a dormir.  Al principio, pasaba la noche con sus hermanos; pero con el tiempo habían crecido y eran más malos y más exclusivos, y no dejaban un espacio para él. Thor había sido herido, pero ahora disfrutaba de su propio espacio y prefería estar lejos de su presencia.  Eso le confirmaba que era el exiliado de la familia y él ya lo sabía.

Thor corrió a la puerta principal y entró sin detenerse.

“¡Padre!”, gritó, respirando con dificultad. “¡Los Plateados! ¡Ya vienen!”.

Su padre y sus tres hermanos estaban sentados, encorvados, sobre la mesa del desayunador, vestidos con sus mejores galas.  Al escuchar eso, se levantaron de un salto y corrieron a toda velocidad, chocando sus hombros mientras salían de la casa hacia el camino.

Thor los siguió hasta afuera, y todos se quedaron parados viendo el horizonte.

“No veo a nadie”, dijo Drake, el hermano mayor, con su voz grave. Con sus hombros anchos, el cabello corto al igual que sus hermanos, ojos color marrón y labios delgados, en desaprobación, frunció el ceño hacia Thor, como de costumbre.

“Ni yo”, dijo Dross, un año menor que Drake, apoyándolo siempre.

“¡Ya vienen!”, repitió Thor. “¡Lo juro!”.

Su padre se volvió hacia él y lo sujetó de los hombros con severidad.

“¿Y cómo lo sabes?”, le reclamó.

“Los vi”.

“¿Cómo? ¿Desde dónde?”.

Thor vaciló; su padre lo pilló.  Por supuesto que sabía que el único lugar desde donde Thor podría haberlos visto era de la cima de esa colina. Ahora Thor ya no estaba seguro de cómo responder.

“Yo…subí a la colina—”.

“¿Con el rebaño? Bien sabes que no deben ir tan lejos”.

“Pero hoy es diferente. Tenía que ver”.

Su padre frunció el ceño.

“Entra de inmediato y trae las espadas de tus hermanos y pule sus vainas, para que se vean lo mejor posible, antes de que lleguen los hombres del rey”.

Su padre, tras haber hablado con él, se volvió hacia sus hermanos, que estaban de pie en el camino, mirando.

“¿Crees que nos elijan?”, preguntó Durs, el más joven de los tres, y tres años mayor que   Thor.

“Serían tontos si no lo hicieran”, dijo su padre. “Les faltan hombres este año. Ha habido una mala cosecha—o no se molestarían en venir. Párense derechos los tres, mantengan la barbilla elevada y el pecho hacia afuera. No los miren directamente a los ojos, pero tampoco desvíen la mirada. Sean fuertes y siéntanse seguros. No muestren debilidad. Si quieren estar en la Legión del Rey, deben actuar como si ya estuvieran en ella”.

“Sí, padre”, contestaron los tres muchachos a la vez, poniéndose en posición.

Se volvió y miró hacia atrás a Thor.

“¿Qué estás haciendo ahí todavía?”, preguntó. “¡Entra!”.

Thor se quedó ahí, indeciso. No quería desobedecer a su padre, pero tenía que hablar con él. Su corazón latía con fuerza, mientras debatía. Decidió que sería mejor obedecer, llevar las espadas y después confrontar a su padre. Desobedecer completamente, no ayudaría en nada.

Thor entró corriendo en la casa, por la parte posterior hacia el cobertizo de las armas.  Encontró las tres espadas de sus hermanos; todas ellas eran objetos de belleza, coronados con las mejores empuñaduras de plata, obsequios valiosos por los que su padre se había afanado durante años.  Tomó las tres, sorprendido por su peso, como siempre, y corrió hacia la casa con ellas.

Corrió hacia sus hermanos, le entregó a cada uno una espada, después se volvió hacia su padre.

“¿Qué, sin pulir?”, preguntó Drake.

Su padre se volvió hacia él con desaprobación, pero antes de que pudiera decir algo, Thor tomó la palabra.

“Padre, por favor. ¡Necesito hablar contigo!”.

“Te dije que pulieras—”

“¡Por favor, padre!”.

Su padre le devolvió la mirada, debatiendo.  Debe haber visto la seriedad en el rostro de Thor, porque finalmente dijo: “¿De qué se trata?”.

“Quiero ser considerado. Junto con los demás. Para la Legión”.

La risa de sus hermanos se oyó detrás de él, haciéndolo sonrojar.

Pero su padre no rió; al contrario, su ceño fue mayor.

“¿Eso quieres?”, preguntó.

Thor asintió con la cabeza vigorosamente.

“Tengo catorce años. Soy candidato elegible”.

“El límite es de catorce años”, dijo Drake desdeñoso, por encima de su hombro. “Si te eligieran, serías el más joven. ¿Crees que te elegirían por encima de alguien como yo, que tengo cinco años más que tú?”.

“Eres un insolente”, dijo Durs. “Siempre lo has sido”.

Thor se volvió hacia ellos. “No les pregunté a ustedes”, dijo él.

Se volvió hacia su padre, quien todavía fruncía el ceño.

“Padre, por favor”, dijo. “Dame una oportunidad. Es todo lo que pido. Sé que soy joven, pero con el tiempo me demostraré a mí mismo lo que valgo”.

Su padre negó con la cabeza.

“No eres soldado, muchacho. No eres como tus hermanos.  Eres un pastor. Tu vida está aquí. Conmigo. Harás tus tareas y las harás bien. No hay que soñar tan alto.  Acepta tu vida y aprende a amarla”.

Thor sintió que se le rompía el corazón al ver su vida derrumbarse ante sus ojos.

No, pensó él. Esto no puede ser.

“Pero, padre…”

“¡Silencio!”, gritó tan fuerte que atravesó el aire. “Ya basta. Aquí vienen. ¡Quítate del camino y cuida tus modales mientras ellos están aquí!”.

Su padre se acercó y con una mano empujó a Thor a un lado, como si fuera un objeto que no quisiera ver.  Su mano carnosa resquemó el pecho de Thor.

Se oyó un gran estruendo y la gente del pueblo salió de sus casas, poniéndose en fila en las calles. Una nube de polvo cada vez mayor, anunciaba la caravana y momentos después llegó una docena de carruajes tirados por caballos, con un ruido como de un gran trueno.

Llegaron al pueblo como un ejército sorpresivo, deteniéndose cerca de la casa de Thor. Sus caballos hacían cabriolas en su lugar, resoplando. Le tomó mucho tiempo a la nube de polvo asentarse y Thor intentó ansiosamente echar una mirada a su armamento, a sus armas. Nunca había estado tan cerca de Los Plateados, y su corazón latía con rapidez.

El soldado del semental principal, desmontó.  Aquí estaba él, un miembro verdadero de los Plateados, cubierto con una cota de malla brillante, una larga espada en su cinturón. Parecía tener unos treinta años, un hombre de verdad, con barba, cicatrices en la mejilla y una nariz torcida por la batalla. Con barba incipiente, él era el hombre más importante que Thor había visto en su vida, del doble de ancho que los demás, con un semblante que decía que estaba al mando.

El soldado bajó de un salto al camino de tierra, con sus espuelas tintineando mientras se acercaba a la formación de muchachos.

Por toda la aldea, docenas de muchachos se pusieron en posición de firmes, con esperanza.  Unirse a los Plateados significaba tener una vida de honor, de combate, de fama, de gloria—junto con la tierra, el título y la riqueza. Significaba tener la mejor novia, la tierra más selecta, una vida de gloria. Significaba honra para la familia y entrar en la Legión era el primer paso.

Thor examinó los grandes carruajes dorados y sabía que sólo cabrían algunos reclutas.  Era un gran reino, y tenían que visitar muchos pueblos. Tragó saliva al darse cuenta de que sus posibilidades eran más remotas de lo que pensaba. Tendría que vencer a todos esos otros muchachos—muchos de ellos combatientes importantes—además de sus tres hermanos.  Tenía una sensación de desazón.

Thor respiraba con dificultad mientras el soldado caminaba de un lado a otro en silencio, examinando las filas de los aspirantes. Empezó en el lado opuesto de la calle, y lentamente caminó en círculo.  Thor conocía a todos los otros muchachos, desde luego.  También sabía que algunos de ellos, secretamente, no querían ser elegidos, a pesar de que sus familias querían enviarlos.  Tenían miedo; serían malos soldados.

Thor sentía una gran indignidad. Creía que merecía ser elegido, como cualquiera de ellos.  El hecho de que sus hermanos fueran mayores, más grandes y fuertes, no significaba que no debería tener derecho a hacer la fila y ser elegido.  Ardía de odio hacia su padre, y casi revienta fuera de su piel cuando el soldado se acercó.

El soldado se detuvo, por primera vez, ante sus hermanos.  Los vio de arriba abajo, y parecía impresionado.  Estiró la mano, tomó una de sus vainas y tiró de ella, para probar lo firme que era.

Él sonrió.

“Todavía no has usado tu espada en combate, ¿verdad?”, le preguntó a Drake.

Thor vio nervioso a Drake por primera vez en su vida. Drake tragó saliva.

“No, mi señor.  Pero la he usado muchas veces para practicar, y espero…”

“¡Para practicar!”.

El soldado soltó una carcajada y se volvió hacia los otros soldados, que se unieron a él riendo en la cara de Drake.

Drake se sonrojó.  Era la primera vez que Thor había visto a Drake avergonzado—generalmente, Drake avergonzaba a los demás.

“Pues, entonces, le diré a nuestros enemigos que te teman— ¡a ti, que empuñas una espada para practicar!”.

Los soldados volvieron a reír.

Entonces el soldado se volvió hacia los otros hermanos de Thor.

“Tres chicos del mismo origen”, dijo, frotando la incipiente barba en su mentón. “Puede ser útil.  Tienen buen tamaño. Aunque son inexpertos. Necesitarán mucho entrenamiento, si quieren ser elegidos”.

Hizo una pausa.

“Supongo que podemos encontrar un espacio”.

Hizo una señal con la cabeza hacia el vagón trasero.

“Entren, y apresúrense. Antes de que cambie de opinión”.

Los tres hermanos de Thor corrieron hacia el carruaje, radiantes.  Thor notó también la alegría en la cara de su padre.

Pero él estaba cabizbajo, mientras los veía marcharse.

El soldado se volvió y fue hacia la siguiente casa.  Thor no podía soportarlo más.

“¡Señor!”, gritó Thor.

Su padre se volvió y lo miró, pero a Thor ya no le importaba.

El soldado se detuvo, de espaldas a él, y se volvió lentamente.

Thor avanzó dos pasos adelante, sintiendo que su corazón se aceleraba, sacó el pecho todo lo que pudo.

“No me ha tomado en cuenta, señor”, dijo él.

El soldado, sorprendido, miró a Thor de arriba a abajo, como si se tratara de una broma.

“¿No?”, preguntó él y se echó a reír.

Sus hombres también se echaron a reír. Pero a Thor no le importaba.  Este era su momento.  Era ahora o nunca.

“¡Quiero unirme a la Legión!”, dijo Thor.

El soldado se acercó a Thor.

“¿En serio?”.

Parecía divertido.

“¿Y has llegado a tu decimocuarto año?”.

“Sí, señor. Hace dos semanas”.

“¡Hace dos semanas!”.

El soldado gritó, riendo, al igual que los hombres que estaban detrás de ellos.

“En ese caso, nuestros enemigos temblarán al verte”.

Thor sintió que ardía de indignidad.  Tenía que hacer algo.  No podía dejar que todo terminara así. El soldado se dio la vuelta para alejarse—pero Thor no podía permitirlo.

Thor dio un paso adelante y gritó: “¡Señor! ¡Está cometiendo un error!”.

Se extendió un grito ahogado de horror entre la multitud, mientras el soldado se detenía y una vez más se volvió lentamente.

Ahora con el ceño fruncido.

“Muchacho tonto”, dijo su padre, sujetando a Thor por el hombro, “¡regresa adentro!”.

“¡No lo haré!”, gritó Thor, soltándose de la sujeción de su padre.

El soldado se acercó a Thor, y su padre se alejó.

“¿Sabes cuál es el castigo por insultar a Los Plateados?”, preguntó el soldado.

El corazón de Thor se aceleró, pero él sabía que no podía dar marcha atrás.

“Por favor, perdónelo, señor”, dijo su padre. “Él es un niño y…”

“No estoy hablando contigo”, dijo el soldado. Con una mirada fulminante, obligando al padre de Thor a alejarse.

El soldado volvió hacia a Thor.

“¡Contéstame!”, dijo él.

Thor tragó saliva, incapaz de hablar. No era así como él lo imaginó.

“Insultar a los Plateados es como insultar al mismo Rey”, dijo Thor mansamente, recitando lo que había aprendido de memoria.

“Sí”, dijo el soldado. “Lo que significa que puedo darte cuarenta latigazos, si quiero”.

“No quise insultarlo, señor”, dijo Thor. “Solamente quiero ser elegido. Por favor. He soñado con esto toda mi vida. Por favor. Permítame unirme a ustedes”.

El soldado lo miró, y lentamente, su expresión se suavizó.  Después de un largo rato, negó con la cabeza.

“Eres joven, muchacho. Eres orgulloso.  Pero no estás listo. Regresa cuando madures”.

Con eso, se dio la vuelta y salió corriendo, casi sin mirar a los otros muchachos. Subió rápidamente a su caballo.

Thor, cabizbajo, observaba cómo empezaba a entrar en acción el carruaje, tan pronto como habían llegado, se marcharon.

Lo último que vio Thor fue a sus hermanos, sentados en la parte trasera del carruaje, mirándolo, desaprobando, burlándose.  Se los estaban llevando delante de sus ojos, lejos de ahí, hacia una vida mejor.

Por dentro, Thor tenía ganas de morir.

A medida que el entusiasmo que había alrededor de él se desvaneció, los aldeanos volvieron a sus hogares.

“¿Te das cuenta de lo estúpido que fuiste, muchacho tonto?”, dijo el padre de Thor, sujetando sus hombros. “¿Te das cuenta de que pudiste haber arruinado las posibilidades de tus hermanos?”.

Thor apartó las manos de su padre bruscamente, y su padre dio la vuelta y le abofeteó la cara.

Thor sintió la punzada y miró a su padre.  Una parte de él, por primera vez, quería regresar el golpe a su padre.  Pero se contuvo.

“Ve por mis ovejas y tráelas de regreso. ¡Ahora! Y cuando regreses, no esperes que te dé de comer.  No cenarás esta noche, y piensa en lo que hiciste”.

“¡Tal vez nunca regrese!”, gritó Thor, mientras se volvía y salía corriendo, lejos de su casa, hacia las colinas.

“¡Thor!”, gritó su padre. Algunos de los aldeanos que permanecían en el camino, se detuvieron y observaron.

Thor empezó a trotar, después a correr, queriendo alejarse lo más rápido posible de ese lugar. Casi no se dio cuenta de que estaba llorando, que las lágrimas inundaban su cara, como si todos los sueños que había tenido en su vida hubieran sido aplastados.




CAPÍTULO DOS


Thor vagó durante horas en las colinas, en plena ebullición (echando humo), hasta que finalmente eligió una colina y se sentó, con los brazos cruzados sobre sus piernas, y miró al horizonte.  Observó cómo desaparecían los carruajes, vio la nube de polvo que permaneció durante horas después.

No habría más visitas. Ahora estaba destinado a permanecer ahí, en esa aldea durante años, esperando otra oportunidad—si es que alguna vez regresaban. Si su padre lo permitía alguna vez. Ahora solo quedaban él y su padre, solos en la casa, y su padre seguramente dejaría ir toda su ira sobre él. Seguiría siendo el lacayo de su padre, pasarían los años, y terminaría igual que él, arraigado ahí, viviendo una vida empequeñecida, doméstica—mientras que sus hermanos ganaban gloria y renombre.  Sus venas ardían con la indignación de todo eso.  Esta no era la vida que quería vivir. Él lo sabía.

Thor se quemó los sesos buscando algo que pudiera hacer, alguna manera de cambiar las cosas.  Pero no había nada. Esas eran las cartas que la vida había barajado para él.

Después de haber estado sentado durante horas, se levantó desanimado y comenzó recorriendo su camino de regreso a las colinas conocidas, más y más alto. Inevitablemente, se desvió de nuevo hacia el rebaño, a la alta loma. Mientras subía, el primer sol cayó en el cielo y el segundo llegó a su apogeo, tomando un tinte verdoso.  Thor tomó tiempo deambulando, quitó el cabestrillo de su cintura mecánicamente; su empuñadura de cuero muy gastada por los años de uso.  Metió la mano en el saco atado a la cadera y acarició su colección de piedras, cada una más suave que la siguiente, seleccionadas de los arroyos más selectos. A veces le disparaba a las aves; otras veces a los roedores. Era una costumbre que había tenido durante años. Al principio, fallaba en todo; después, una vez, le pegó a un objetivo en movimiento.  Desde entonces, su tino era acertado. Ahora, lanzar piedras se había convertido en parte de él —y le ayudaba a liberar parte de su rabia. Sus hermanos podrían ser capaces de blandir una espada en un leño—pero nunca podrían golpear a un ave volando, con una piedra.

Thor colocó sin pensar, una piedra en la honda, la echó hacia atrás y la lanzó con todas sus fuerzas, fingiendo que la aventaba hacia su padre. Golpeó una rama en un árbol lejano, tirándola.  Una vez que había descubierto que en realidad podía matar animales en movimiento, que había dejado de apuntarles por miedo hacia su propio poder y no queriendo hacer daño a nada; ahora su objetivo eran las ramas. A menos, por supuesto, que un zorro persiguiera a su rebaño. Con el tiempo, ellos habían aprendido a mantenerse alejados, y las ovejas de Thor, como resultado, fueron las que estuvieron más a salvo en el pueblo.

Thor pensó en sus hermanos, en qué lugar estarían en estos momentos, y se puso frenético. Después de un día de viaje, llegarían a la Corte del Rey.  Podía imaginarlo. Podía verlos llegar con fanfarrias, la gente vestida con sus mejores galas, saludándolos. Los guerreros los saludarían. Los miembros de los Plateados.  Serían recibidos y llevados a un lugar para vivir en las barracas de la Legión, un lugar dónde entrenarse en los campos del rey, usando las mejores armas.  Cada uno sería nombrado escudero de un caballero famoso.  Un día se convertirían en caballeros, tendrían su propio caballo, su propio escudo de armas y tendrían su propio escudero.  Participarían en todos los festivales y cenarían en la mesa del rey.  Era una vida de ensueño.  Y se le había resbalado de las manos.

Thor se sentía físicamente enfermo, y trató de borrar todo de su mente. Pero no pudo. Había algo en él, en lo más profundo, que le gritaba. Le decía que no se rindiera, que tenía un mejor destino que éste. Ignoraba qué era, pero sabía que ese no era el lugar adecuado.  Él se sentía diferente.  Incluso especial.  Que nadie lo entendía, y que todos lo subestimaban.

Thor llegó a la loma más alta y vio a su rebaño. Estaban bien entrenadas, y seguían reunidas, royendo con gusto toda la hierba que encontraban.  Las contó, buscó las marcas rojas que les había puesto en la espalda. Se quedó inmóvil cuando terminó. Faltaba una oveja.

Contó de nuevo, y otra vez. No podía creerlo: faltaba una.

Thor nunca había perdido una oveja y su padre no se lo perdonaría. Peor aún, odiaba la idea de que una de sus ovejas se pudiera haber perdido, estar sola, vulnerable, en el páramo.  Odiaba ver cómo cualquier inocente sufría.

Thor se apresuró hasta la cima de la loma y escudriñó el horizonte hasta que la vio, a lo lejos, a varios cerros de distancia: la oveja solitaria, con la marca roja en la parte posterior.  Era la rebelde de la manada.  Se sintió descorazonado al darse cuenta de que la oveja no solo había huido, sino que había elegido, de todos los lugares, ir hacia el oeste, a Darkwood.

Thor tragó saliva. Darkwood estaba prohibido—no solo para las ovejas, sino para todos los humanos.  Estaba más allá del límite de la aldea, y desde que empezó a caminar, Thor sabía que no debía aventurarse ahí.  Nunca lo había hecho.  Ir ahí, según la leyenda, era una muerte segura, sus bosques estaban sin marcar y llenos de animales feroces.

Thor levantó la vista al cielo oscuro, debatiendo. No podría dejar que su oveja se fuera.  Pensó que si se daba prisa, podría recuperarla a tiempo.

Después de una última mirada, volteó y corrió velozmente, en dirección oeste, hacia Darkwood, juntándose gruesas nubes arriba. Tuvo una sensación de desazón, pero sus piernas parecían moverse por sí mismas.  Sentía que no había vuelta atrás, aunque quisiera.

Era como correr hacia una pesadilla.


*

Thor bajó corriendo la serie de colinas, sin pausar, hacia el grueso follaje de Darkwood. Los senderos terminaban donde comenzaba el bosque, y él corrió hacia el territorio sin marcar, y las hojas del verano crujían bajo sus pies.

Desde el instante en que entró al bosque, se vio envuelto en la oscuridad, la luz estaba bloqueada por los enormes pinos. También hacía más frío aquí, y mientras cruzaba el umbral, sintió un escalofrío.  No se trataba solo de la oscuridad o el frío – era otra cosa.  Algo que no podía nombrar.  Era una sensación de ser observado.

Thor miró hacia arriba, hacia las antiguas ramas, nudosas, más gruesas que él, balanceándose y crujiendo en la brisa.  Apenas había dado cincuenta pasos en el bosque cuando empezó a escuchar ruidos de animales extraños. Se dio media vuelta y apenas podía ver la entrada de donde había llegado; ya se sentía como si no hubiera salida. Dudó.

Darkwood siempre había estado en la periferia de la ciudad y en la periferia de la mente de Thor, como algo profundo y misterioso.  Cualquier pastor que hubiera perdido una oveja en el bosque nunca se habría atrevido a ir tras ella.  Incluso su padre.  Los cuentos acerca de este lugar eran demasiado oscuros, demasiado persistentes.

Pero había algo diferente ahora, que hacía que a Thor ya no le importara, que le hacía dejar a un lado la precaución.  Una parte de él quería llegar al límite, para ir lo más lejos posible de su casa y para dejar que la vida lo llevara a donde fuera.

Se aventuró más lejos, después se detuvo, inseguro de qué camino seguir.  Se dio cuenta de las marcas, de ramas dobladas por donde su oveja debió haber pasado, y se dirigió hacia esa dirección.  Después de algún tiempo, se volvió de nuevo.

Antes de que otra hora hubiera pasado, estaba perdido sin remedio. Estaba tratando de recordar la dirección por donde llegó—pero no siempre estaba seguro. Tuvo un sentimiento de inquietud en su estómago, pero pensó que la única salida era ir hacia adelante, y eso fue lo que hizo.

A lo lejos, Thor vio un rayo de sol y se dirigió hacia él.  Al verse ante un pequeño claro, se detuvo en el borde, arraigado, no podía creer lo que veía ante él.  A lo lejos, Thor vio un rayo de luz y fue hacia él. Se encontró frente a un pequeño claro, se detuvo en el borde—no podía creer lo que vio ante él.

Ahí, de pie, de espaldas a Thor, vestido con una larga túnica azul satinada, estaba un hombre. No, no era un hombre.  Thor podía sentirlo desde ahí.  Era algo más.  Un Druida, tal vez.  Estaba de pie, alto y erguido, la cabeza cubierta con una capucha, perfectamente inmóvil, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.

Thor no sabía qué hacer.  Había oído hablar de los Druidas, pero nunca se había encontrado con uno.  Por las marcas en su túnica y el elaborado ajuste del oro, éste no era un simple Druida: esas eran las marcas reales.  De la Corte del Rey.  Thor no podía entenderlo.  ¿Qué estaba haciendo un Druida real ahí?

Después de lo que pareció una eternidad, el Druida se volvió lentamente y se encaró con él y mientras lo hacía, Thor reconoció el rostro.  Se quedó sin respiración.  Era uno de los rostros más famosos del reino: el druida personal del rey.  Argon, consejero de los reyes del reino oeste, durante siglos.  Lo que estaba haciendo aquí, lejos de la Corte Real, en el centro de Darkwood, era un misterio. Thor se preguntó si lo estaba imaginando.

“Tus ojos no te engañan”, dijo Argon, viendo directamente a Thor.

Su voz era grave, antigua, como si fueran dichas por los mismos árboles.  Sus ojos grandes y translúcidos parecían perforar a Thor, resumiéndolo. Thor sintió una intensa energía que irradiaba del Druida, como si estuviera de pie frente al sol.

Thor inmediatamente se arrodilló e inclinó la cabeza.

“Mi señor”, dijo él. “Lamento haberlo molestado”.

La falta de respeto hacia el consejero del rey, daría lugar a ir a prisión o a morir. Ese hecho se había arraigado en Thor desde que nació.

“Levántate, hijo”, dijo Argon. “Si quisiera que te arrodillaras, te lo habría dicho”.

Lentamente, Thor se levantó y lo miró. Argon se acercó unos pasos. Se detuvo y miró a Thor, hasta que lo hizo sentir incómodo.

“Tienes los ojos de tu madre”, dijo Argon.

Thor se sorprendió.  Nunca había conocido a su madre y nunca había conocido a nadie, además de su padre, que la conociera.  Le habían dicho que ella había muerto en el parto, algo de lo que Thor siempre se había sentido culpable. Siempre había sospechado que era por eso que su familia lo odiaba.

“Creo que me está confundiendo con otra persona”, dijo Thor. “Yo no tengo una madre”.

“¿No la tienes?”, Argon preguntó con una sonrisa. “¿Naciste de un hombre?”.

“Quiero decir que mi madre murió en el parto. Creo que me confunde”.

“Eres Thorgrin, del clan McLeod. El más joven de cuatro hermanos. El que no fue elegido”.

Thor abrió bien los ojos.  No sabía que pensar de eso.  Que alguien de la estatura de Argon supiera quién era él—era más de lo que podía entender. Ni siquiera pensaba que él fuera conocido por alguien fuera de la aldea.

“¿Cómo…sabe eso?”.

Argon le sonrío, pero no respondió.

Thor se llenó de curiosidad.

“¿Cómo…?” Thor añadió, buscando a tientas las palabras. “¿Cómo conoce a mi madre? ¿La ha conocido? ¿Quién era ella?”.

Argon se dio media vuelta y se alejó.

“Son preguntas para otro momento”, dijo él.

Thor lo vio alejarse, desconcertado.  Fue un encuentro tan vertiginoso y misterioso, y todo estaba ocurriendo tan rápido. Decidió que no podía dejar que se fuera Argon, y corrió tras él.

“¿Qué está haciendo aquí?”, preguntó Thor, corriendo para alcanzarlo. Argon, usando su bastón, una cosa antigua de marfil, caminó engañosamente rápido. “No me esperabas, ¿verdad?”.

“¿Quién más?”, preguntó Argon.

Thor se apresuró a alcanzarlo, siguiéndolo en el bosque, quedando atrás el claro.

“¿Pero por qué yo? ¿Cómo supo que vendría? ¿Qué es lo que quiere?”.

“Son demasiadas preguntas”, dijo Argon. “Llenas el aire. Mejor deberías escuchar”.

Thor siguió mientras continuaban caminando por el espeso bosque, haciendo lo posible por permanecer callado.

“Viniste a buscar a tu oveja perdida”, dijo Argon. “Es un noble esfuerzo. Pero pierdes tu tiempo.  Ella no sobrevivirá”.

Los ojos de Thor se abrieron asombrados.

“¿Cómo lo sabe?”.

“Conozco mundos que nunca verás, muchacho.  O al menos, no todavía”.

Thor estaba asombrado, mientras caminaba para alcanzarlo.

“Pero no escucharás. Esa es tu naturaleza. Testarudo. Igual que tu madre. Continuarás buscando a tu oveja, decidido a rescatarla”.

Thor se sonrojó mientras Argon leía sus pensamientos.

“Eres un guerrero”, añadió. “Empecinado. Demasiado orgulloso. Son rasgos positivos. Pero un día puede ser tu perdición”.

Argon comenzó a caminar hacia una cresta cubierta de musgo y Thor lo siguió.

“Quieres unirte a la Legión del Rey”, dijo Argon.

“¡Sí!”, contestó Thor, emocionado. “¿Tengo alguna oportunidad para lograrlo? ¿Puede hacer que eso ocurra?”.

Argon rió, con un sonido grave, hueco, que hizo sentir escalofrío en la columna vertebral de Thor.

“Puedo hacer que todo y nada suceda. Tu destino ya estaba escrito. Pero depende de ti elegirlo”.

Thor no entendió.

Llegaron a la cima de la cresta de la montaña, donde Argon se detuvo y lo enfrentó. Thor se detuvo a unos centímetros de distancia y la energía de Argon ardía a través de él.

“Tu destino es importante”, dijo él. “No lo abandones”.

Los ojos de Thor se abrieron de par en par. ¿Su destino? ¿Importante? Se llenó de orgullo.

“No entiendo. Habla con acertijos.  Por favor, dígame más”.

Argon desapareció.

La boca de Thor se abrió involuntariamente. Miró en todas direcciones, escuchando, preguntando. ¿Había imaginado todo eso? ¿Era algún engaño?

Thor se dio la media vuelta y examinó el bosque, desde ese mirador, en lo alto de la cresta, que podía ver más lejos que antes.  Al mirar, notó movimiento a lo lejos.  Oyó un ruido y estaba seguro de que era su oveja.

Tambaleó por la cordillera cubierta de musgo y se apresuró hacia donde venía el sonido, a través del bosque. Al ir, no podía olvidar su encuentro con Argon. No podía creer que había ocurrido. ¿Qué hacía ahí, de todos los lugares, el Druida del Rey? Él lo había estado esperando. ¿Pero, por qué? ¿Y qué había querido decir de lo de su destino?

Cuanto más trataba Thor de descifrarlo, menos entendía. Argon le había advertido que no debía continuar mientras lo tentaba a hacerlo.  Ahora, a medida que caminaba, Thor tuvo una creciente sensación de aprensión, como si algo importante estuviera a punto de suceder.

Dobló una curva y se detuvo en seco ante sus huellas, al verlo frente a él.  Sus peores pesadillas se confirmaron en solo un momento.  Se le pararon los cabellos de punta y se dio cuenta de que había cometido un grave error al ir a lo profundo de Darkwood.

Frente a él, apenas a treinta pasos, estaba un Sybold. Corpulento, musculoso, sobre las cuatro patas, casi del tamaño de un caballo, estaba el animal más temido de Darkwood, tal vez incluso del reino.  Thor nunca había visto uno, pero había oído las leyendas.  Parecía un león, pero era más grande, más fornido, su piel escarlata oscuro y sus ojos de color amarillo brillante.  La leyenda dice que su color carmesí vino de la sangre de los niños inocentes.

Thor había oído hablar de unos avistamientos de esa bestia toda su vida, e incluso se creía que estaban en entredicho. Tal vez porque nadie había sobrevivido a un encuentro. Algunos consideraban que Sybold era el dios de los bosques y un presagio.  ¿Cuál era ese presagio? Thor no tenía ni idea.

Con cuidado, dio un paso atrás.

Sybold, con sus enormes mandíbulas entreabiertas, sus colmillos goteando saliva, le devolvió la mirada, con sus ojos amarillos.  En su hocico estaba la oveja perdida de Thor, balando, colgada de cabeza, con la mitad de su cuerpo atravesado por los colmillos.  Casi estaba muerta.  El Sybold parecía disfrutar de la matanza, tomando su tiempo, deleitándose en torturarla.

Thor no soportaba los balidos.  La oveja se meneó, impotente y él se sentía responsable.

El primer impulso de Thor fue dar la vuelta y correr, pero era inútil.  Esa bestia corría más rápido que nada.  Correr solo lo envalentonaría. Y él no podía dejar morir así a su oveja.

Se quedó congelado de miedo, y sabía que tenía que tomar alguna medida al respecto.

Sus reflejos entraron en acción.  Lentamente se agachó hacia su bolsa, sacó una piedra y la puso en su honda. Con la mano temblorosa, la tensó, dio un paso hacia adelante y la lanzó.

La piedra voló por los aires y dio en el blanco. Fue un tiro perfecto. Golpeó a la oveja en su globo ocular, llevándola hacia su cerebro.

La oveja se quedó inerte. Muerta. Thor había evitado que el animal sufriera.

El Sybold lo miró, furioso de que Thor hubiera matado a su juguete. Lentamente abrió sus enormes mandíbulas y dejó caer a la oveja, aterrizando con un ruido sordo en el suelo del bosque.  Después fijó su mirada en Thor.

Hizo un gruñido profundo, malvado, que surgió de su panza.

Al merodear hacia él, Thor, con el corazón acelerado, puso otra piedra en su honda, lanzándola hacia atrás y se preparó a disparar una vez más.

El Sybold corrió velozmente, moviéndose más rápido que nada de lo que Thor había visto en su vida. Thor dio un paso adelante y lanzó la piedra, rezando para que le pegara, sabiendo que no tendría tiempo de lanzar otra honda antes de que llegara.

La piedra golpeó a la bestia en su ojo derecho, derribándolo.  Fue un tiro estupendo, que habría hecho caer de rodillas a un animal inferior.

Pero éste no era un animal inferior. La bestia era imparable. Gruñó por la herida, pero nunca redujo la velocidad. Incluso sin un ojo, con la piedra alojada en su cerebro, continuó yendo al ataque sin pensar, hacia Thor. No había nada que Thor pudiera hacer.

Un momento después, la bestia se abalanzó sobre él.  Subió su enorme garra y golpeó con fuerza su hombro.

Thor gritó. Sentía como si tres cuchillos le cortaran la carne, y la sangre caliente salió a borbotones de inmediato.

La bestia lo inmovilizó en el suelo, sobre las cuatro patas. El peso era inmenso, como el de un elefante parado sobre su pecho.  Thor sintió que aplastaba su caja torácica.

La bestia echó su cabeza hacia atrás, abrió bien sus fauces, revelando sus colmillos y empezó a bajarlos hacia la garganta de Thor.

Al hacerlo, Thor subió la mano y agarró su cuello; era como agarrar músculo sólido.  Thor apenas podía aguantar. Sus brazos empezaron a temblar, mientras los colmillos bajaban cada vez más. Sintió su aliento caliente en su rostro, sintió que la saliva goteaba sobre su cuello.  Un estruendo provenía de la profundidad del pecho del animal, sintiendo un escozor en los oídos de Thor.  Sabía que iba a morir.

Thor cerró sus ojos.

Por favor, Dios. Dame la fuerza. Permíteme luchar contra esta criatura. Por favor. Te lo suplico. Haré lo que me pidas. Tendré contigo una gran deuda.

Y entonces algo ocurrió. Thor sintió un tremendo calor en su cuerpo, recorriendo sus venas, como un campo de energía que corría a través de él.  Abrió los ojos y cuando empujó de nuevo el cuello de la bestia, sorprendentemente, fue capaz de igualar su fuerza y mantenerlo a raya.

Thor continuó empujando hasta que hizo retroceder a la bestia.  Su fuerza creció y sintió un cañón de energía—un instante después, la bestia salió volando hacia atrás. Thor lo aventó unos tres metros de distancia. Aterrizó sobre su espalda.

Thor se sentó, sin entender lo que había ocurrido.

La bestia volvió a levantarse. Después, lleno de rabia, volvió al ataque—pero esta vez Thor se sentía diferente. La energía fluía a través de él; se sentía más poderoso que nunca.

Mientras la bestia saltaba en el aire, Thor se agachó, lo sujetó de la panza, y lo lanzó, dejándolo llevar por su impulso.

La bestia voló a través del bosque, se estrelló contra un árbol y cayó al suelo.

Thor se quedó mirando, asombrado. ¿Acababa de lanzar a un Sybold?

La bestia parpadeó dos veces, después miró a Thor. Se puso de pie y volvió al ataque.

Esta vez, mientras la bestia se abalanzaba, Thor lo sujetó del cuello. Ambos cayeron al suelo, la bestia encima de Thor. Pero Thor se dio la vuelta y quedó encima de él. Thor se aferró a él, asfixiándolo con las dos manos, mientras la bestia seguía tratando de levantar la cabeza y colocar sus colmillos sobre él. No le atinó. Thor, sintiendo una nueva energía, le clavó las manos y no lo soltó.  Dejó que la energía lo atravesara. Y pronto, sorprendentemente, se sintió más fuerte que la bestia.

Él estaba asfixiando al Sybold hasta morir. Finalmente, la bestia quedó inerte.

Thor no lo soltó durante otro minuto completo.

Se puso de pie, lentamente, sin aliento, mirando hacia abajo, con los ojos abiertos de par en par, mientras sostenía su brazo herido. ¿Qué acababa de suceder? ¿Acababa de matar Thor a un Sybold?

Sintió que era una señal, en este día en especial, de todos los días. Sentía que algo importante había ocurrido. Él había matado a la más temida y famosa bestia de su reino.  Sin ayuda de nadie. Sin un arma.  No parecía real.  Nadie lo creería.

Sintió que el mundo giraba mientras se preguntaba qué poder lo había hecho ganar, cuál era el significado, quién era él realmente.  Las únicas personas conocidas en tener un poder semejante eran los Druidas. Pero ni su padre ni su madre eran Druidas, así que él no podía serlo.

¿O sí?

Sintiendo a alguien detrás de él, Thor giró para ver a Argon ahí parado, mirando al animal.

“¿Cómo llegó hasta aquí?”, preguntó Thor, sorprendido.

Argon lo ignoró.

“¿Vio lo que ocurrió?”, preguntó Thor, todavía incrédulo. “No sé cómo lo hice”.

“Pero sí lo sabes”, contestó Argon”. En el fondo, lo sabes. Eres diferente a los demás”.

“Fue como…una oleada de poder”, dijo Thor. “Como una fuerza que no sabía que tenía”.

“El campo de energía”, dijo Argon. “Un día vas a conocerlo muy bien. Incluso aprenderás a controlarlo”.

Thor agarró su hombro; el dolor era insoportable. Miró hacia abajo y vio su mano llena de sangre.  Se sentía mareado, preocupado de lo que pasaría si no conseguía ayuda.

Argon dio tres pasos hacia adelante, extendió la mano, sujetó la mano libre de Thor y la puso firmemente sobre la herida.  La mantuvo ahí, se echó hacia atrás y cerró sus ojos.

Thor sintió una sensación de calor en su brazo. En segundos, la sangre pegajosa de su mano se secó, y sintió que el dolor empezaba a desaparecer.

Miró hacia abajo y no podía comprender: había sanado. Solamente quedaban tres cicatrices donde las garras lo habían cortado—pero estaban cerradas y parecía que era de hacía varios días.  No había más sangre.

Thor miró a Argon asombrado.

“¿Cómo hizo eso?”, preguntó él.

Argon sonrió.

“No fui yo. Fuiste tú. Solo dirigí tu poder”.

“Pero yo no tengo poder para sanar”, respondió Thor, desconcertado.

“¿Qué no la tienes?”, contestó Argon.

“No entiendo. Nada de esto tiene sentido”, dijo Thor, cada vez más impaciente. “Por favor, dígame”.

Argon desvió la mirada.

“Algunas cosas deben aprenderse con el tiempo”.

Thor pensó en algo.

“¿Eso significa que puedo unirme a la Legión del Rey?”, preguntó él, emocionado. “Sin duda, si puedo matar a un Sybold, entonces puedo mantenerme a la par con otros chicos”.

“Por supuesto que puedes”, contestó él.

“Pero pudieron elegir a mis hermanos—no me seleccionaron a mí”.

“Tus hermanos no podrían haber matado a esa bestia”.

Thor le devolvió la mirada, pensando.

“Pero ya me habían rechazado. ¿Cómo puedo unirme a ellos?”.

“¿Desde cuándo necesita un guerrero una invitación?”, preguntó Argon.

Sus palabras se sumergieron en lo profundo. Thor sintió que su cuerpo se calentaba.

“¿Está diciendo que debo ir y presentarme? ¿Sin invitación?”.

Argon sonrió.

“Tú creas tu destino. No los demás”.

Thor parpadeó—y un momento después, Argon había desaparecido. Una vez más.

Thor se dio la vuelta, mirando en todas direcciones, pero no había rastro de él.

“¡Aquí!”, dijo una voz.

Thor se dio la vuelta y vio un enorme peñasco ante él. Sintió que la voz provenía de la cima y de inmediato la escaló.

Llegó a la cima, y quedó perplejo al no ver ninguna señal de Argon.

Sin embargo, desde ese mirador, él podía ver por encima de las copas de Darkwood. Vio dónde terminaba Darkwood, vio el segundo sol poniéndose en un verde oscuro y más allá, el camino que llevaba a la Corte del Rey.

“El camino es tuyo, si quieres tomarlo”, dijo la voz. “Si te atreves”.

Thor giró pero no vio nada. Solo una voz, haciendo eco. Pero él sabía que Argon estaba ahí, en algún lugar, incitándolo. Y sintió, en el fondo, que tenía razón.

Sin dudarlo un momento, Thor bajó el peñasco, salió del bosque hacia el camino lejano.

Corriendo hacia su destino.




CAPÍTULO TRES


El Rey MacGil—corpulento, de pecho fuerte y grueso, con una barba tupida, canosa, y cabello largo, frente ancha con líneas de expresión de tantas batallas—estaba de pie en las murallas superiores de su castillo, su reina junto a él, y pasaban por alto las florecientes festividades del día. Sus terrenos reales se extendían debajo de él, en toda su gloria, hasta donde la vista alcanzaba, una próspera ciudad amurallada por antiguas fortificaciones de piedra. La Corte del Rey. Interconectada por un laberinto de calles serpenteantes tenía edificios de piedra de todos tipos y tamaños—para los guerreros, los guardias, los caballos, los Plateados, la Legión, las barracas, las armas, el depósito de armas—y entre ellos, cientos de viviendas para multitud de su gente que optó por vivir dentro de las murallas de la ciudad. Entre esas calles había hectáreas de césped, de jardines reales, de plazas de piedra, de fuentes desbordantes. La Corte del Rey había sido mejorada durante siglos, por su padre, y su abuelo—y ahora estaba en el apogeo de su gloria.  Sin duda, ahora era la fortificación más segura dentro del Reino Oeste del Anillo.

MacGil fue bendecido con los guerreros más finos y más leales que cualquier rey hubiera conocido, y en el curso de su vida, nadie se había atrevido a atacar. El séptimo MacGil para mantener el trono, lo había mantenido bien durante sus treinta y dos años de gobierno, había sido un rey bueno y sabio.  La tierra había prosperado mucho en su reinado.  Él había duplicado el tamaño de su ejército, expandido sus ciudades, llevó abundancia a su gente y no había ni una sola queja en su pueblo.  Era conocido como un rey generoso y nunca había habido un periodo de abundancia y paz semejante desde que asumió el trono.

Lo cual, paradójicamente, fue precisamente lo que mantuvo a MacGil despierto en la noche.   MacGil sabía su historia: en todos los tiempos nunca había habido un largo tramo sin una guerra.  Ya no se preguntaba si habría un ataque—sino cuándo. Y de quién.

La mayor amenaza, por supuesto, venía de más allá del Anillo, del imperio de Los Salvajes que gobernaban las tierras periféricas, que habían subyugado a todos los pueblos fuera del Anillo, más allá del Barranco.  Para MacGil, y las siete generaciones que le precedieron, Los Salvajes nunca habían planteado una amenaza directa. Debido a la geografía única de su reino, en forma de un círculo perfecto—un anillo—separado del resto del mundo por un Barranco profundo, de ochocientos metros de ancho, y protegido por un escudo de energía que había estado activo desde que gobernó un MacGil, tenían poco que temer a Los Salvajes. Los Salvajes habían intentado atacar muchas veces, para penetrar el blindaje, para cruzar el Barranco; ni una vez habían tenido éxito. Mientras él y su gente se quedaran en el Anillo, no habría ninguna amenaza exterior.

Sin embargo, eso no significaba que no había ninguna amenaza desde el interior.  Y eso era lo que había mantenido a MacGil despierto toda la noche últimamente. Eso, de hecho, era el propósito de las festividades del día: el matrimonio de su hija mayor. Un matrimonio arreglado específicamente para apaciguar a sus enemigos, para mantener la frágil paz entre los Reinos del Este y del Oeste del Anillo.

Mientras que el Anillo se extendía unos ochocientos kilómetros en cada dirección, se dividió en dos mitades por una cadena montañosa. El altiplano. Por el otro lado del altiplano, estaba el Reino Oriental, descartando la otra mitad del Anillo. Y este reino, gobernado desde hacía siglos por sus rivales, los McCloud, siempre había tratado de destruir su frágil tregua con los MacGil. Los McCloud estaban descontentos, en desagrado con su suerte, convencidos de que su parte del reino estaba en tierras menos fértiles. Ellos también se disputaban el altiplano, insistiendo en que toda la cordillera era de ellos, cuando al menos la mitad de ella pertenecía a los MacGil. Había escaramuzas fronterizas perpetuas y constantes amenazas de invasión.

Como MacGil meditaba todo, estaba molesto. Los McCloud debían ser felices; estaban a salvo dentro del Anillo, protegidos por el Barranco, estaban en tierra selecta y no había nada que temer. ¿Por qué no podían estar contentos con su propia mitad del Anillo? Solamente porque MacGil había incrementado tanto su ejército, que por primera vez en la historia, los McCloud no habían osado atacar.  Pero MacGil, como rey sabio que era, presintió algo en el horizonte: él sabía que esta paz no podía durar.  Por lo tanto, había arreglado ese matrimonio de su hija mayor con el príncipe mayor de los McCloud.  Y ahora, el día había llegado.

Al mirar hacia abajo, vio debajo de él a miles de subalternos vestidos con túnicas de colores brillantes, llegando de todos los rincones del reino, desde ambos lados del altiplano. De casi todo el Anillo, todos iban vertiendo en sus fortificaciones. Su pueblo lo había preparado desde hacía muchos meses, mandado a hacer para que todo pareciera próspero, fuerte.  Este día no era para un simple matrimonio, era un día para enviar un mensaje a los McCloud,

MacGil examinó a sus cientos de soldados alineados estratégicamente a lo largo de las murallas, en las calles, a lo largo de las paredes; había más soldados de los que podría necesitar—y se sentía satisfecho.  Fue la demostración de fuerza que buscaba. Pero también se sentía en ascuas: el ambiente estaba cargado, listo para una escaramuza. Esperaba que no hubiera gente impulsiva, enconados con la bebida, levantándose de cada lado.

Echó un vistazo a los campos de justas, a los campos de juego y pensó en el futuro cercano; lleno de juegos y justas y todo tipo de fiestas. Serían intensos.  Los McCloud seguramente aparecerían con su propio pequeño ejército y cada justa, cada lucha, cada competición, tendría un significado. Si algo saliera mal siquiera, podría convertirse en una batalla.

“¿Mi rey?”.

Sintió una mano suave en la suya y volteó a ver a su reina, Krea, quien seguía siendo la mujer más hermosa que había conocido en su vida. Felizmente casado con él todo su reinado, ella le había dado cinco hijos, tres de ellos hombres y no se había quejado ni una vez.  Por otra parte, se había convertido en su consejera más confiable.  Al pasar los años, ella había llegado a entender que era más sabia que todos sus hombres.  Sin duda, era más sabia que él.

“Es un día de política”, dijo ella. “Pero también la boda de nuestra hija.  Trata de disfrutar. No ocurrirá dos veces”.

“Me preocupaba menos cuando no tenía nada”, contestó él. “Ahora que lo tenemos todo, me preocupa. Estamos a salvo. Pero no me siento seguro”.

Ella le devolvió la mirada con ojos compasivos, grandes y color avellana; parecía como si tuvieran la sabiduría del mundo.  Sus párpados se encorvaron, como siempre lo hacían, como si tuviera un poco de sueño y fueron enmarcados por su hermoso cabello castaño, liso, teñido de gris, que caía a ambos lados de su cara.  Tenía unas cuantas arrugas más, pero ella no había cambiado nada.

“Eso es porque no estás seguro”, dijo ella.  “Ningún rey está a salvo. Hay más espías en nuestra corte de lo que quisieras saber.  Y así son las cosas”.

Ella se inclinó y lo besó y le sonrió.

“Trata de disfrutarlo”, dijo ella. “Es una boda, después de todo”.

Con eso, se dio la vuelta y se alejó de las murallas.

Él la vio alejarse, luego se volvió y miró por encima de su Corte.  Ella estaba en lo cierto, ella siempre tenía razón.  Él quería disfrutarlo.  Amaba a su hija mayor y después de todo era una boda.  Fue el día más hermoso de la época más hermosa del año; la primavera estaba en su apogeo, con un amanecer de verano, los dos soles perfectos en el cielo y la menor de las brisas activa.  Todo estaba en plena floración, todos los árboles abarrotaban una amplia paleta de rosas y púrpuras y naranjas y blancos.  No había nada que le gustaría más que bajar y sentarse junto a sus hombres, ver a su hija casarse y beber pintas de cerveza hasta que no pudiera beber más.

Pero no podía.  Tenía una larga lista de deberes antes de que pudiera salir de su castillo.  Después de todo, el día de la boda de una hija significaba la obligación de un rey: él tenía que reunirse con su Consejo, con sus hijos, y con una larga lista de suplicantes que tenían derecho de ver al rey en este día. Tendría suerte si dejaba su castillo a tiempo para la ceremonia, en la puesta del sol.


*

MacGil, vestido con su mejor atuendo real, un pantalón negro de terciopelo, un cinturón dorado, un manto real blanco, hecho de la más fina seda púrpura y oro, botas de cuero brillantes hasta las pantorrillas, y su corona—una banda de oro adornada con un gran conjunto de rubíes en su centro—se pavoneaba por los pasillos del castillo, flanqueado por los asistentes. Fue de una habitación a otra, descendiendo los escalones desde el parapeto, cortando a través de sus cámaras reales, a través de la gran sala abovedada, con su techo alto y las filas de vitrales. Finalmente, llegó a una puerta de roble antiguo, gruesa como el tronco de un árbol, que sus ayudantes abrieron antes de hacerse a un lado. El Salón del Trono.

Sus asesores se pusieron en posición de firmes cuando entró MacGil; la puerta se cerró detrás de él.

“Siéntense”, dijo él, más abruptamente de lo habitual. Estaba cansado, especialmente en este día, de las interminables formalidades para gobernar el reino, y quería acabar con eso de una vez.

Cruzó el Salón del Trono, que nunca dejaba de impresionarlo. Sus techos se elevaban unos quince metros de altura, una pared entera con un vitral de color, los pisos y las paredes de piedra de treinta centímetros de espesor. La habitación podría sostener fácilmente un centenar de dignatarios. Pero en días como hoy, cuando convocó a su Consejo, era sólo él y su puñado de asesores en el entorno cavernoso. La habitación estaba dominada por una enorme mesa en forma de semicírculo, detrás de la cual estaban sus asesores.

Él se pavoneaba por la abertura, al centro, dirigiéndose a su trono. Subió los escalones de piedra, pasando por los leones dorados tallados y se hundió en el cojín de terciopelo rojo que recubre su trono, forjado completamente en oro. Su padre se había sentado en ese trono, al igual que el padre de éste, y todos los MacGil antes que él. Cuando se sentó, MacGil sintió el peso de sus ancestros—de todas las generaciones—sobre él.

Examinó a los Consejeros que estaban ahí presentes. Estaba Brom, su mejor general y su asesor en asuntos militares; Kolk, el general de la Legión de los muchachos; Aberthol, el mayor del grupo, un erudito e historiador, mentor de los reyes de tres generaciones; Firth, su asesor en asuntos internos de la Corte, un hombre delgado, con el pelo corto y canoso y los ojos ahuecados que nunca se quedaban quietos. Firth no era un hombre en quien MacGil confiaba, y nunca entendió su título. Pero su padre, y su abuelo, lo mantuvieron como asesor para asuntos judiciales, y lo mantuvo por respeto a ellos. Estaba Owen, su tesorero; Bradaigh, su asesor en asuntos externos; Earnan, su recaudador de impuestos; Duwayne, su asesor en asuntos de la plebe; y Kelvin, representante de los nobles.

Por supuesto, el rey tenía autoridad absoluta. Pero su reino era liberal, y sus padres, siempre se habían sentido orgullosos de permitir a los nobles tener voz en todos los asuntos, canalizada a través de su representante. Históricamente, era un equilibrio de poder incómodo entre la monarquía y la nobleza. Ahora había armonía, pero en otros momentos había habido revueltas y luchas de poder entre los nobles y la realeza. Era un buen equilibrio.

Cuando MacGil examinó la habitación, se dio cuenta de que faltaba una persona: el hombre con quien quería hablar más que nadie—Argon. Como de costumbre, cuándo y dónde aparecería, era impredecible. Eso enfurecía a MacGil infinitamente, pero no tenía más remedio que aceptarlo. El modo de ser de los Druidas era inescrutable para él. Sin él presente, MacGil se sentía todavía en más apuro. Quería salir de esto, y hacer las otras mil cosas que le esperaban antes de la boda.

El grupo de asesores se sentó frente a él en la mesa semicircular, extendidos cada tres metros, cada uno sentado en una silla de roble antiguo, con brazos de madera tallada.

“Mi señor, si me permite empezar”, dijo Owen.

“Sí puedes. Y sé breve. Tengo poco tiempo el día de hoy”.

“Su hija recibirá muchos regalos hoy, que todos esperamos llene sus arcas.  Las miles de personas que pagan tributo, le darán los regalos personalmente y llenarán nuestros burdeles y tabernas, también ayudará a que se llenen nuestras arcas. Sin embargo, la preparación para las festividades de hoy también agotará una buena parte del tesoro real. Recomiendo que aumente el impuesto a la gente y a los nobles.  Un impuesto único para aliviar las presiones de este gran evento”.

MacGil vio la preocupación en la cara de su tesorero y sintió un desasosiego ante la idea de que se agotaran las reservas.  Sin embargo, él no volvería a aumentar los impuestos.

“Es mejor tener pocas reservas y súbditos leales”, contestó MacGil. “Nuestra riqueza viene de la felicidad de nuestros súbditos. No vamos a imponer más”.

“Pero, mi señor, si no lo hacemos…”

“Ya lo he decidido. ¿Qué más?”.

Owen se arrellanó, cabizbajo.

“Mi rey”, dijo Brom con su voz grave”. Siguiendo sus órdenes, hemos destinado la mayor parte de nuestras fuerzas de la Corte al festejo del día de hoy.  La demostración de poder será impresionante.  Pero no será suficiente.  Si hubiera un atentado en otro lugar del reino, vamos a ser vulnerables”.

MacGil asintió, pensando en ello.

“Nuestros enemigos no nos atacarán mientras los estemos alimentando”.

Los hombres rieron.

“¿Qué noticias hay del altiplano?”.

“No han reportado ninguna actividad desde hace varias semanas.  Parece que sus tropas se han reducido, en preparación para la boda.  Tal vez están dispuestos a hacer la paz”.

MacGil no estaba tan seguro.

“Eso significaba que la boda arreglada había funcionado o que esperaban atacarnos en otro momento. ¿Qué crees que hayan decidido, anciano?”, preguntó MacGil, volteando a ver a Aberthol.

Aberthol se aclaró la garganta, y con su voz rasposa dijo: “Mi señor, su padre y su abuelo nunca confiaron en los McCloud. El hecho de que se encuentren durmiendo, no significa que no vayan a despertar”.

MacGil asintió con la cabeza, apreciando su opinión.

“¿Y qué hay de la Legión?”, preguntó, volviéndose hacia Kolk.

“Hoy le dimos la bienvenida a los nuevos reclutas”, respondió Kolk, con un rápido movimiento de cabeza.

“¿Mi hijo está entre ellos?”, preguntó MacGil.

“Está orgullosamente entre ellos, y es un buen muchacho”.

MacGil asintió con la cabeza, después se volvió hacia Bradaigh.

“¿Y qué noticias hay de más allá del Barranco?”.

“Mi señor, nuestros guardias han visto más intentos para tender un puente sobre el Barranco en las últimas semanas. Puede haber signos de que los Salvajes se están movilizando para un ataque”.

Hubo un susurro entre los hombres. MacGil sintió desasosiego ante la idea.  El escudo de energía era invencible; aun así, no era un buen presagio.

“¿Y si hay un ataque a gran escala?”, preguntó él.

“Siempre y cuando el escudo esté activo, no tenemos nada que temer.  Los Salvajes no han tenido éxito para abrir una brecha en el Barranco desde hace siglos.  No hay ninguna razón para pensar lo contrario”.

MacGil no estaba tan seguro. Hacía mucho tiempo que esperaba un ataque desde el exterior, y no podía dejar de pensar cuándo ocurriría.

“Mi señor”, dijo Firth, con su voz nasal, “Me siento obligado a añadir que hoy nuestra Corte está llena de muchos dignatarios del reino McCloud.  Se consideraría un insulto si usted no los entretiene, sean rivales o no.  Yo le aconsejaría que dedique la tarde a saludar a cada uno de ellos.  Han traído un gran séquito, muchos regalos, y se rumora que muchos espías”.

“¿Quién puede decir que los espías no están ya aquí?”, dijo MacGil, mirando cuidadosamente a Firth al mencionarlo—y preguntándose, como siempre, si no sería él mismo un espía.

Firth abrió la boca para contestar, pero MacGil suspiró y levantó la palma de la mano, habiendo tenido suficiente. “Si eso es todo, me iré ahora, para estar en la boda de mi hija”.

“Mi señor”, dijo Kelvin, aclarándose la garganta, “desde luego que hay una cosa más. La tradición, el día de la boda de su hija mayor. Cada MacGil ha nombrado a un sucesor. La gente espera que usted haga lo mismo. Ellos han estado animados. No sería conveniente que los decepcionara.  Sobre todo si la Espada Destino sigue inmóvil”.

“¿Les gustaría que nombre a un heredero mientras estoy en la flor de la vida?”, preguntó MacGil.

“Mi señor, no es mi intención ofenderlo”, tambaleó Kelvin, pareciendo preocupado.

MacGil levantó una mano. “Conozco la tradición. Y sin duda alguna, voy a nombrarlo hoy”.

“¿Podría decirnos quién será?”, preguntó Firth.

MacGil se le quedó mirando, molesto. Firth era un chismoso y no confiaba en ese hombre.

“Te enterarás cuando llegue el momento”.

MacGil se puso de pie, y los demás también se levantaron.  Hicieron una reverencia, se volvieron y salieron apresuradamente de la habitación.

MacGil se quedó pensando sin saber cuánto tiempo.  En días así, deseaba no ser el rey.


*

MacGil bajó de su trono, las botas resonaban en el silencio y cruzó la habitación.  Abrió la antigua puerta de roble él mismo, tirando de la manija de hierro y entró en una cámara lateral.

Disfrutó de la paz y de la soledad de esa acogedora habitación, como siempre lo había hecho, con sus paredes apenas veinte pasos en cada dirección, pero con un elevado techo arqueado. La habitación estaba hecha totalmente de piedra, con un pequeño vitral redondo sobre una de las paredes.  La luz entraba a raudales por sus amarillos y rojos, iluminando un solo objeto en lo que sería de otra manera, una habitación vacía.

La Espada del Destino.

Ahí estaba, al centro de la cámara, de modo horizontal, entre las puntas de hierro, como una seductora. Como lo había hecho desde que era un niño, MacGil se acercó a ella, la rodeó, la examinó. La Espada del Destino. La espada de la leyenda, la fuente de la fuerza y el poder, de todo su reino, de una generación a otra. Quien tuviera la fuerza para levantarla, sería El Elegido, el destinado a gobernar el reino de por vida, para liberarlo de todas las amenazas, dentro y fuera del Anillo. Había sido una hermosa leyenda con la cual crecer, y en cuanto fue ungido como rey, MacGil había intentado izarla él mismo, ya que solo los reyes MacGil podían intentarlo.  Los reyes que le precedieron, habían fracasado. Él estaba seguro de que sería diferente.  Él estaba seguro de que sería El Elegido.

Pero estaba equivocado. Como todos los otros reyes MacGil antes que él. Y desde entonces su fracaso había mancillado su reinado desde entonces.

Mientras la observaba, examinó su larga hoja, hecha de un metal misterioso que nadie había descifrado.  El origen de la espada era aún más sombrío, se rumoraba que había surgido de la tierra en medio de un terremoto.

Al examinarla, sintió nuevamente el aguijón del fracaso.  Él podría ser un buen rey, pero no era El Elegido. Su pueblo lo sabía.  Sus enemigos lo sabían.  Él podría ser un buen rey, pero sin importar lo que hiciera, él nunca sería El Elegido.

Si lo hubiera sido, sospechaba que habría menos malestar entre su Corte, menos maquinaciones. Su propia gente confiaría más en él y sus enemigos ni siquiera considerarían un ataque. Una parte de él deseaba que la espada desapareciera, así como su leyenda.  Pero sabía que no sucedería.  Esa era la maldición—y el poder—de una leyenda. Aún más fuerte que un ejército.

Al mirarla por milésima vez, MacGil no podía evitar preguntarse una vez más, quién lo sería. ¿Quién de su linaje estaba destinado a empuñarla? Al pensar en lo que tenía que hacer, su labor de nombrar un heredero, se preguntaba quién, si había alguien, estaría destinado a izarla.

“El peso de la navaja es pesado”, dijo una voz.

MacGil dio media vuelta, sorprendido de tener compañía en la pequeña habitación.

Ahí, parado en la puerta, estaba Argon. MacGil reconoció la voz antes de verlo y estaba molesto con él por no haberse presentado antes y complacido de tenerlo ahí ahora.

“Llegas tarde”, dijo MacGil.

“Su sentido del tiempo no va conmigo”, respondió Argon.

MacGil se volvió hacia la espada.

“¿Alguna vez pensaste en que podría izarla?”, preguntó él reflexivamente. ¿El día en que me convertí en rey?”.

“No”, contestó Argon inexpresivamente.

MacGil volteó y lo miró.

“Sabías que no podría hacerlo. Lo viste, ¿verdad?”.

“Sí”.

MacGil ponderó eso.

“Me asusta cuando me das una respuesta directa.  No sueles hacerlo”.

Argon se quedó callado, y finalmente, MacGil se dio cuenta de que no diría nada más.

“Hoy nombraré a mi heredero”, dijo MacGil. “Siento que es inútil nombrar a un heredero en este día.  Quita la alegría del rey de la boda de su hija”.

“Tal vez esa alegría está destinada a ser irascible”.

“Pero me quedan muchos años de reinado”, dijo MacGil.

“Tal vez no tantos como cree”, contestó Argon.

MacGil entrecerró los ojos, preguntándose. ¿Era un mensaje?

Pero Argon no añadió nada más.

“Seis hijos. ¿A quién elijo?”, preguntó MacGil.

“¿Por qué me lo pregunta a mí? Ya hizo su elección”.

MacGil lo miró. “Visualizas mucho. Sí, ya elegí. Pero sigo queriendo saber lo que piensas”.

“Creo que hizo una elección inteligente”, dijo Argon. “Pero recuerde, un rey no puede gobernar más allá de la tumba.  Sin importar a quien piensa elegir, el destino tiene forma de seleccionar por él mismo”.

“¿Voy a vivir, Argon?”, preguntó MacGil ansiosamente, haciendo la pregunta que había querido saber desde que había despertado la noche anterior de una horrible pesadilla.

“Anoche soñé con un cuervo”, añadió. “Vino y me robó la corona. Después, otra me llevó.  Al hacerlo, vi cómo se extendía mi reino por debajo de mí.  Se volvió negro cuando pasé. Desértico. Un terreno baldío”.

Miró a Argon, con los ojos llorosos.

“¿Fue una pesadilla? ¿O fue algo más?”.

“Los sueños siempre son otra cosa, ¿no?”, preguntó Argón.

MacGil sintió desasosiego.

“¿En qué radica el peligro? Solamente dime eso”.

Argon se le acercó y lo miró a los ojos con tal intensidad que MacGil sintió como si estuviera mirando otro reino dentro de ellos.

Argon se inclinó hacia adelante y susurró:

“Siempre está más cerca de lo que crees”.




CAPÍTULO CUATRO


Thor se escondió entre la paja en la parte trasera de un carruaje, mientras lo empujaba a lo largo del camino. Él había tomado el camino la noche anterior y había esperado pacientemente hasta que pasara un carruaje lo suficientemente grande para abordarlo sin ser notado. Estaba oscuro en ese momento, y el carruaje iba al trote, lo suficientemente lento para que él pudiera obtener un buen ritmo corriendo y abordarlo desde atrás. Él había caído en el heno y se enterró en el interior.  Por suerte, el conductor no lo había visto.  Thor no estaba seguro si el carruaje iba a la Corte del Rey, pero iba hacia esa dirección y un carruaje de este tamaño, y con esas marcas, podría ir a muy pocos lugares distintos.

Thor viajó durante toda la noche, pero se quedó despierto durante horas, pensando en su encuentro con el Sybold. Con Argon. En su destino. En su antiguo hogar. En su madre. Sintió que el universo le había respondido, que le había dicho que tenía un destino distinto. Se quedó ahí acostado, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza y miró hacia el cielo nocturno, visible a través de la lona hecha jirones.  Vio al universo, tan brillante, con sus estrellas rojas tan lejanas.  Estaba eufórico.  Por una vez en su vida, estaba de viaje.  No sabía a dónde, pero estaba viajando.  De una forma u otra, iba a llegar a la Corte del Rey.

Cuando Thor abrió los ojos, ya era de día, la luz inundaba el lugar y se dio cuenta de que se había quedado dormido. Se incorporó rápidamente, mirando alrededor, reprendiéndose a sí mismo por haberse dormido.  Debió haber estado más alerta—tuvo suerte de no haber sido descubierto.

El carro todavía se movía, pero no se meneaba tanto.  Eso solamente significaba una cosa: que había un mejor camino.  Debían estar cerca de una ciudad.  Thor miró hacia abajo y vio lo liso del camino, libre de rocas, de zanjas, lleno de conchas blancas, finas.  Su corazón latía más rápido, se estaban acercando a la Corte del Rey.

Thor miró por la parte posterior del carruaje y se sintió abrumado.  Las calles inmaculadas estaban llenas de actividad.  Docenas de carruajes, de todas formas y tamaños, que llevaban todo tipo de cosas, llenaban los caminos. Uno estaba cargado de pieles, otro con alfombras; otro más con pollos. Entre ellos caminaban cientos de comerciantes, algunos con ganado, otros llevaban cestas de bienes en sus cabezas. Cuatro hombres llevaban un paquete de sedas, equilibradas en postes.  Era un ejército de gente, todos iban en una misma dirección.

Thor se sentía vivo. Nunca había visto a tanta gente junta, tantos productos, que pasaran tantas cosas.  Había vivido en una pequeña aldea toda su vida y ahora estaba en un eje de actividad, envuelto en una humanidad.

Oyó un ruido fuerte, el gemido de las cadenas, que cerraba una enorme pieza de madera, tanto, que sacudió muy fuerte el suelo.  Momentos después llegó un sonido diferente, de los cascos de los caballos resonando en la madera.  Miró hacia abajo y se dio cuenta de que estaban cruzando un puente: debajo de ellos había un foso.  Un puente levadizo.

Thor sacó la cabeza y vio enormes pilares de piedra, la puerta de hierro con clavos, arriba. Iban pasando por la puerta del rey.

Era la puerta más grande que había visto en la vida.  Levantó la vista hacia las puntas, preguntándose que si se vinieran abajo, lo cortarían por la mitad.  Vio a cuatro de los Plateados del rey custodiando la entrada y su corazón se aceleró.

Pasaron por un largo túnel de piedra, y momentos después, el cielo se abrió de nuevo.  Estaban dentro de la Corte del Rey.

Thor apenas podía creerlo.  Incluso había más actividad aquí, si era posible—lo que parecía que eran miles de personas deambulando en todas direcciones. Había grandes extensiones de césped, con un corte perfecto, y plantas floreciendo por todas partes.  El camino se ensanchaba y junto a él había puestos, vendedores y edificios de piedra. Y en medio de todo eso, los hombres del rey. Soldados, ataviados con armaduras.  Thor lo había logrado.

En su excitación, él, inconscientemente se paró; al hacerlo, el carruaje se detuvo en seco, haciendo que diera volteretas hacia atrás, cayendo de espaldas en la paja.  Antes de que pudiera levantarse, se oyó el ruido de la madera bajando, y miró hacia arriba y vio a un anciano enojado, calvo, vestido con harapos y con el ceño fruncido. El conductor del carruaje metió la mano, sujetó a Thor de los tobillos con sus manos huesudas, y lo arrastró hacia afuera.

Thor salió volando, aterrizando con fuerza sobre su espalda en el camino de tierra, levantando una nube de polvo.  Hubo risas a su alrededor.

“La próxima vez que viajes en mi carruaje, muchacho, ¡te encadenaré! ¡Tienes suerte de que no llame a los Plateados ahora!”.

El anciano se volvió y escupió, luego se apresuró a regresar a su carruaje y dio latigazos a los caballos para avanzar.

Avergonzado, Thor lentamente recompuso su postura y se puso de pie. Miró alrededor. Uno o dos transeúntes rieron entre dientes, y Thor los miró con desagrado hasta que dirigieron la mirada hacia otro lado. Se sacudió el polvo y frotó sus brazos; su orgullo estaba lastimado, pero no su cuerpo.

Recuperó el ánimo al mirar alrededor, deslumbrado, y se dio cuenta de que debería estar feliz de que al menos había llegado hasta aquí. Ahora que había bajado de la carreta, podía mirar con libertad, y era un espectáculo extraordinario: la Corte se extendía hasta donde alcanzaba la vista. En su centro había un magnífico palacio de piedra, rodeado de altos muros de piedra fortificada, coronados por parapetos, en cuya cima, en todas partes, patrullaba el ejército del rey.  A su alrededor estaban los campos verdes, perfectamente cuidados, plazas de piedra, fuentes arboledas.  Era una ciudad.  Y estaba llena de gente.

Por doquier había todo tipo de personas—comerciantes, soldados, dignatarios—todos con mucha prisa. Le tomó a Thor varios minutos comprender que algo especial estaba ocurriendo.  Mientras deambulaba, vio que se hacían preparativos—ponían sillas, levantaban un altar. Parecía que se estaban preparando para una boda.

Su corazón dio un vuelco al ver, a lo lejos, un carril de justas, con un largo camino de tierra y una cuerda que lo dividía.  En otro campo, vio cómo algunos soldados arrojaban arpones a objetivos lejanos; en otro, los arqueros apuntaban hacia la paja.  Parecía que en todos lados había juegos y concursos. También había música: laúdes y flautas y címbalos, grupos de músicos dispersos; y vino, enormes barricas siendo rodadas; y comida, se preparaban las mesas, banquetes que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Era como si hubiera llegado en medio de una gran celebración.

Tan deslumbrante como era todo eso, Thor sintió la urgencia de encontrar la Legión. Ya era tarde y tenía que darse a conocer.

Se apresuró a la primera persona que vio, un hombre mayor que parecía ser, por su ropa manchada de sangre, un carnicero, corriendo por la carretera.  Todos aquí tenían mucha prisa.

“Disculpe, señor”, dijo Thor, sujetándolo del brazo.

El hombre bajó la mirada hacia la mano de Thor, con desagrado.

“¿Qué pasa, muchacho?”.

“Estoy buscando La Legión del Rey. ¿Sabe dónde entrenan?”.

“¿Tengo cara de mapa?”, dijo el hombre entre dientes y se fue enfadado.

A Thor le sorprendió su mala educación.

Se apresuró a la siguiente persona que vio, una mujer amasando harina sobre una mesa larga.  Había varias mujeres en esa mesa, todas trabajando con ganas y Thor pensó que alguna de ellas tendría que saber.

“Disculpen, señoritas”, dijo él. “¿Saben dónde entrena la Legión del Rey?”.

Se miraron unas a otras y rieron entre dientes, algunas de ellas eran un par de años mayor que él.

La mayor se volvió y lo miró.

“Usted está buscando en el lugar equivocado”, dijo ella. “Aquí nos estamos preparando para la fiesta”.

“Pero me dijeron que ellos entrenan en la Corte del Rey”, dijo Thor, confundido.

Las mujeres volvieron a reír ahogadamente. La mayor puso sus manos en sus caderas y sacudió su cabeza.

“Se comporta como si fuera la primera vez que viene a la Corte del Rey. ¿Acaso no sabe lo grande que es?”.

Thor se sonrojó mientras las otras mujeres reían, y finalmente se fue enojado. No le gustaba que se burlaran de él.

Vio ante él una docena de caminos, serpenteando, en todas direcciones hacia la Corte del Rey. Espaciadas en las paredes de piedra, había al menos una docena de entradas.  El tamaño y alcance de este lugar era abrumador.  Sentía desasosiego al pensar que podría buscar durante días y aun así, no lo encontraría.

Se le ocurrió una idea: seguramente algún soldado sabría dónde entrenaban los demás.  Se sentía nervioso de acercarse a un soldado del rey, pero se dio cuenta de que tenía que hacerlo.

Se dio la vuelta y corrió hacia la pared, hacia el soldado que montaba guardia en la entrada más cercana, esperando que no lo echara.  El soldado se mantuvo erguido, mirando al frente.

“Estoy buscando la Legión del Rey”, dijo Thor, con un tono de voz de valentía.

El soldado continuó mirando al frente, sin hacerle caso.

“¡Dije que estoy buscando la Legión del Rey!”, insistió Thor, en voz más alta, decidido a ser reconocido.

Después de varios segundos, el soldado lo miró, burlón.

“¿Me puede decir dónde está?”, dijo Thor presionando.

“¿Para qué quieres saberlo?”.

“Tengo un asunto muy importante que tratar”, instó Thor, con la esperanza de que el soldado no lo presionara.

El soldado volvió a mirar al frente, ignorándolo de nuevo.  Thor se sintió descorazonado, temeroso de que nunca recibiría una respuesta.

Pero después de lo que le pareció una eternidad, el soldado respondió: “Ve a la puerta Este, después ve todo hacia el norte. Dirígete a la tercera puerta a la izquierda, y da vuelta a la derecha, y vuelves a dar vuelta a la derecha. Pasa por el segundo arco de piedra, y está más allá de la puerta.  Pero déjame decirte que pierdes tu tiempo.  No reciben visitas”.

Era todo lo que Thor necesitaba escuchar.  Sin perder más tiempo, dio media vuelta y corrió por el campo, siguiendo las instrucciones, repitiéndolas mentalmente, tratando de memorizarlas.  Se dio cuenta de que el sol estaba en lo alto del cielo y solo rezaba para que cuando llegara, no fuera demasiado tarde.


*

Thor bajó corriendo los senderos inmaculados llenos de conchas, serpenteando hacia la Corte del Rey. Hizo todo lo posible para seguir las instrucciones, con la esperanza de no perderse. Al fondo del patio, vio todas las puertas y eligió la tercera a la izquierda.  Corrió hacia ella y siguió la desviación, doblando de un camino a otro. Corrió en contraflujo, miles de personas afluían en la ciudad, la multitud era mayor minuto a minuto.  Se topó con los músicos del laúd, malabaristas, bufones y todo tipo de artistas, todos vestidos con sus mejores galas.

Thor no podía soportar la idea de que empezara la selección sin él, e hizo todo lo posible para concentrarse mientras doblaba camino tras camino, buscando alguna señal del campo de entrenamiento. Pasó por un arco, giró hacia otro camino y después, a lo lejos, vio lo que sólo podría ser su destino: un mini coliseo, construido en piedra, en un círculo perfecto. Los soldados vigilaban al centro la enorme puerta. Thor escuchó una ovación débil desde atrás de sus paredes y su corazón se aceleró.  Ese era el lugar.

Él corrió, con los pulmones a reventar.  Cuando llegó a la puerta, dos guardias se acercaron y bajaron sus lanzas, cerrando el paso.  Un tercer guardia se adelantó y levantó una mano.

“Alto ahí”, le ordenó.

Thor paró en seco, sin aliento, apenas capaz de contener su emoción.

“Usted…no…entiende”, jadeó, hablando a borbotones, entre cada respiración. “Tengo que entrar. Ya voy retrasado”.

“¿Retrasado para qué?”.

“Para la selección”.

El guardia, un hombre de baja estatura, robusto, con la piel picada de viruela, se volvió y miró a los demás, que lo veían con cinismo.  Se volvió y examinó a Thor con una mirada de menosprecio.

“Se eligieron los reclutas hace horas, en el transporte real.  Si no tienes invitación, no puedes entrar”.

“Pero usted no entiende. Tengo que hacerlo”.

El guardia se acercó y sujetó a Thor de la camisa.

“Tú no entiendes, muchachito insolente.  ¿Cómo te atreves a venir y tratar de entrar a la fuerza? Ahora vete—antes de que te encarcele”.

Empujó a Thor, quien tambaleó hacia atrás, varios centímetros.

Thor sintió una punzada en su pecho, donde la mano del guardia lo tocó—pero más que eso, sintió el dolor del rechazo.  Se sintió indignado.  No había venido hasta aquí para ser rechazado por un guardia sin siquiera ser visto.  Estaba decidido a entrar.

El guardia se volvió hacia sus hombres y Thor se alejó lentamente, en sentido contrario, rodeando el edificio circular. Él tenía un plan. Caminó hasta que se perdió de vista, y luego echó a correr, a lo largo de las paredes. Se aseguró de que los guardias no estuvieran mirándolo, y después aceleró hasta correr. Cuando estaba a mitad del camino alrededor del edificio, vio otra entrada hacia la arena—en lo alto, había entradas arqueadas en la piedra, bloqueada por barras de hierro.  Una de estas aberturas no tenía sus barras.  Oyó otro rugido, subió a la cornisa y miró.

Su corazón se aceleró. En el interior del enorme campo de entrenamiento había docenas de reclutas—incluyendo a sus hermanos. Todos alineados, estaban frente a una docena de Los Plateados. Los hombres del rey caminaban entre ellos, examinándolos.

Otro grupo de reclutas estaban de pie a un costado, bajo la atenta mirada de un soldado, arrojando arpones a un objetivo distante.  Uno de ellos falló.

Las venas de Thor ardían de indignación.  Él pudo haber dado en las marcas; era tan bueno como cualquiera de ellos. Solamente porque era más joven y más pequeño, no justificaba que lo hicieran a un lado.

De repente, Thor sintió una mano en su espalda mientras lo jalaban hacia atrás y salió volando por los aires.  Aterrizó con fuerza en el suelo, sin aliento.

Levantó la vista y vio al guardia de la entrada, con desprecio.

“¿Qué te dije, muchacho?”.

Antes de que pudiera reaccionar, el guardia se echó hacia atrás y pateó a Thor con fuerza. Thor sintió un fuerte golpe en las costillas, mientras el guardia intentaba patearlo de nuevo.

Esta vez, Thor atrapo el pie del guardia en el aire, tirando de él, haciéndole perder el equilibrio y que cayera.

Thor se levantó rápidamente.  Al mismo tiempo, el guardia también se levantó. Thor se le quedó mirando, sorprendido por lo que acababa de hacer.  Frente a él, el guardia echaba chispas por los ojos.

“No solo te voy a encadenar”, dijo el guardia entre dientes, “me la vas a pagar.  ¡Nadie toca a un guardia del rey! Olvídate de unirte a la Legión – ¡ahora vas a revolcarte en el calabozo! ¿Tendrás suerte si alguna vez vuelven a verte!”.

El guardia sacó una cadena con un grillete en el extremo.  Se acercó a Thor, con la venganza en su rostro.

Thor pensó rápidamente. No podía permitir ser encadenado—pero tampoco quería hacerle daño a un miembro de la Guardia Real.  Tenía que pensar en algo—y rápido.

Se acordó de su honda. Sus reflejos entraron en acción cuando la agarró, colocó una piedra, apuntó, y la dejó volar.

La piedra se elevó por los aires y derribó las cadenas de las manos, dejó al guardia aturdido; también golpeó los dedos del guardia.  Éste se echó hacia atrás y movió su mano, gritando de dolor, mientras las cadenas caían al suelo.

El guardia miró a Thor con odio, sacó su espada. Salió con el conocido sonido metálico.

“Ése fue tu último error”, le dijo de manera amenazante y yendo al ataque.

Thor no tenía otra opción: este hombre no iba a dejarlo en paz.  Puso otra piedra en su honda y la lanzó. Apuntó deliberadamente—no quería matar al guardia, pero tenía que detenerlo. Así que en lugar de apuntar hacia su corazón, nariz, ojos o cabeza, Thor apuntó hacia el único lugar que lo detendría sin matarlo.

Entre las piernas del guardia.

Dejó volar la piedra—no a toda velocidad, sino que solamente lo suficiente para derribar al hombre.

Fue un tiro perfecto.

El guardia se desplomó, dejando caer su espada, agarrando su entrepierna mientras se desplomaba en el suelo y se acurrucaba en ovillo.

“¡Te ahorcaré por esto!”, gimió él entre gruñidos de dolor. “¡Guardias! ¡Guardias!”.

Thor miró hacia arriba y a lo lejos vio a varios guardias del rey corriendo hacia él.

Era ahora o nunca.

Sin perder un minuto más, corrió hacia el borde de la ventana.  Tendría que pasar por la arena y darse a conocer.  Y lucharía contra cualquiera que se interpusiera en su camino.




CAPÍTULO CINCO


MacGil se sentó en la sala superior de su castillo, en su sala de reunión privada. La que usaba para sus asuntos personales.  Se sentó en su trono privado, de madera tallada, y miró a sus cuatro hijos de pie delante de él.  Ahí estaba su hijo mayor, Kendrick, de veinticinco años, buen guerrero y un verdadero caballero. Él, de todos sus hijos, era el que más se parecía a MacGil—lo cual era irónico, ya que era hijo bastardo de una mujer de MacGil, a la que ya había olvidado hacía mucho tiempo. MacGil había criado a Kendrick con sus verdaderos hijos, a pesar de las protestas iniciales de la reina, con la condición de que nunca ascendiera al trono.  Eso le dolía a MacGil ahora, ya que Kendrick era el mejor hombre que había conocido, un hijo del que estaba orgulloso de ser su padre. No habría habido mejor heredero para el reino.

Junto a él, en marcado contraste, estaba su segundo hijo—sin embargo, era su primogénito legítimo—Gareth, de veintitrés años, delgado, de mejillas hundidas y grandes ojos marrones que nunca dejaban de ser esquivos. Su personaje no podría ser más diferente al de su hermano mayor.  La naturaleza de Gareth era todo lo que Kendrick no era: mientras su hermano era sincero, Gareth escondía sus verdaderos pensamientos; mientras que su hermano era orgulloso y noble, Gareth era deshonesto y mentiroso. Le dolía a MacGil sentir desagrado por su propio hijo, y había intentado corregir su naturaleza muchas veces; pero en algún momento de la adolescencia del joven, notó que su naturaleza estaba predestinada: la intriga, el hambre de poder y la ambición en todos los sentidos equivocados de la palabra. MacGil sabía que Gareth no amaba a las mujeres, y que tenía muchos amantes masculinos. Otros reyes habrían de destituir a un hijo así, pero MacGil era de mente más abierta y para él, eso no era motivo para no amarlo. Él no lo juzgaba por eso. Lo que sí criticaba era su naturaleza malvada, intrigante, y no la podía pasar por alto.

En fila, junto a Gareth, estaba la segunda hija de MacGil, Gwendolyn. Acababa de cumplir su décimo sexto cumpleaños; era la niña más hermosa que había visto en su vida—y su naturaleza eclipsaba incluso su aspecto. Era amable, generosa, honesta—la mejor jovencita que había conocido. En ese sentido era muy parecida a Kendrick. Ella veía a MacGil con amor de una hija hacia su padre, y él siempre había sentido la lealtad de ella en cada mirada.  Él estaba más orgulloso de ella que de sus hijos.

A un lado de Gwendolyn estaba el hijo menor de MacGil, Reece, un joven orgulloso y enérgico quien, a los catorce años, se estaba convirtiendo en hombre. MacGil había visto con gran placer su iniciación en la Legión, y ya notaba el tipo de hombre que iba a ser. Algún día, MacGil no tenía ninguna duda, Reece sería su mejor hijo y un gran gobernante.  Pero ese día no era ahora.  Todavía era muy joven, y tenía mucho que aprender.

MacGil tenía sentimientos encontrados mientras inspeccionaba a los cuatro; sus tres hijos y su hija, de pie delante de él. Sintió orgullo mezclado con decepción. También sintió rabia y molestia, porque no estaban dos de sus hijos.  La mayor, su hija Luanda, desde luego, se estaba preparando para la boda, y como ella se estaba casando con alguien de otro reino, no tenía por qué participar en esta discusión de los herederos. Pero su otro hijo, Godfrey, de dieciocho años, el de en medio, estaba ausente. MacGil enrojeció por el desaire.

Desde que era un niño, Godfrey había mostrado falta de respeto hacia la realeza; siempre estuvo claro que no le interesaba y que nunca gobernaría.  Era la más grande decepción de MacGil.  En vez de eso, Godfrey eligió pasar sus días en tabernas, con amigos malhechores, ocasionando cada vez más, vergüenza y deshonra a la familia real. Él era un haragán, durmiendo la mayor parte de sus días y llenando los demás, con la bebida.  Por un lado, MacGil se sentía aliviado de que él no estuviese ahí; por otro lado, era un insulto que no podía soportar. De hecho, ya esperaba eso y había enviado antes a sus hombres para peinar las tabernas y llevarlo de vuelta.  MacGil se sentó en silencio, esperando a que lo hicieran.

La pesada puerta de roble finalmente se abrió de golpe y entraron los guardias reales, arrastrando a Godfrey entre ellos.  Le dieron un empujón y Godfrey tropezó en la habitación, mientras cerraban la puerta detrás de él.

Sus hermanos y hermana se dieron vuelta y lo miraron.  Godfrey estaba desaliñado, apestaba a cerveza, no se había afeitado y estaba medio vestido.  Él les sonrió. Insolente. Como siempre.

“Hola, padre”, dijo Godfrey. “¿Me perdí la diversión?”.

“Párate junto a tus hermanos y espera a que yo hable. Si no lo haces, que Dios me ayude, te voy a encadenar en el calabozo con el resto de los presos comunes, y no verás comida—mucho menos bebida—durante tres días completos”.

Desafiante, Godfrey miró a su padre.  Con esa mirada, MacGil detectó en su interior una profunda reserva de fuerza, algo de él mismo, una chispa de algo que algún día le podría servir a Godfrey.  Eso, si es que algún día superaba su propia personalidad.

Rebelde hasta el final, Godfrey esperó diez segundos antes de que finalmente, obedeciera y caminara sin prisa hacia los demás.

MacGil examino a esos cinco hijos de pie delante de él: el bastardo, el desviado, el borracho, su hija y su hijo menor.  Era una mezcla extraña, y casi no podía creer que todos descendieran de él. Y ahora, en la boda de su hija mayor, era su labor elegir al heredero de ese grupo. ¿Cómo era posible?

Era algo inútil; después de todo, él estaba en su mejor momento y podría gobernar otros treinta años más.  Sin importar a quién eligiera hoy, no podría ascender al trono durante décadas.  Toda la tradición le molestaba. Quizá fue relevante en la época de sus padres, pero ya no tenía cabida ahora.

Aclaró su garganta.

“Nos hemos reunido aquí hoy, por el legado de la tradición.  Como ustedes saben, en este día, el día de la boda de mi hija mayor, mi labor es nombrar a un sucesor.  Un heredero para gobernar este reino.  En caso de morir, no hay nadie mejor para hacerlo que su madre. Pero las leyes de nuestro reino dictan que solo la promulgación de un rey puede tener éxito. Por lo tanto, tengo que elegir”.

MacGil recobró el aliento, pensando.  Un pesado silencio flotaba en el aire y podía sentir el peso de la expectación.  Los miró a los ojos y vio diferentes expresiones en cada uno.  El hijo bastardo se veía resignado, sabiendo que no iba a sr elegido.  Los ojos del desviado se encendieron de ambición, como si esperara que el elegido fuera él.  El borracho miró por la ventana; no le importaba.  Si hija lo miró con amor, sabiendo que ella no era parte de esa discusión, pero pese a eso, amaba a su padre.  Lo mismo pasaba con su hijo menor.

“Kendrick, siempre te he considerado un hijo verdadero.  Pero las leyes de nuestro reino me impiden pasar la monarquía a alguien que no sea legítimo”.

Kendrick hizo una reverencia. “Padre, yo no esperaba que lo hicieras. Estoy contento con mi suerte.  No dejes que esto te confunda”.

A MacGil le incomodó su respuesta, ya que sabía lo genuino que era él, y quería con más ganas nombrarlo heredero.

“Quedan ustedes cuatro. Reece, eres un buen joven, el mejor que he visto en mi vida.  Pero eres demasiado joven para ser parte de esta discusión”.

“Lo esperaba, padre”, Reece respondió con una ligera reverencia.

“Godfrey, tú eres uno de mis tres hijos legítimos—pero has elegido desperdiciar tus días en la taberna, con la basura.  Se te concedieron todos los privilegios en la vida, y has rechazado cada uno de ellos. Si tengo alguna gran decepción en esta vida, eres tú”.

Godfrey hizo una mueca, moviéndose incómodo.

“Bueno, entonces supongo que esto se acabó para mí y voy a volver a la taberna, ¿no es así, padre?”

Con una rápida reverencia burlona, Godfrey se volvió y se fue pavoneando por la habitación.

“¡Regresa aquí!”, dijo MacGil. “¡AHORA!”.

Godfrey continuó pavoneándose, ignorándolo.  Cruzó la habitación y abrió la puerta.  Dos guardias estaban ahí parados.

MacGil hervía de rabia, mientras los guardias lo miraban interrogantes.

Pero Godfrey no esperó; se abrió paso a empujones hacia el vestíbulo.

“¡Deténganlo!”, gritó MacGil. “Y aléjenlo de la vista de la reina. No quiero que su madre se agobie al verlo en el día de la boda de su hija”.

“Sí, mi señor”, dijeron ellos, cerrando la puerta mientras corrían tras él.

MacGil se sentó ahí, respirando, con la cara roja, tratando de calmarse. Por milésima vez, se preguntaba qué había hecho para tener un hijo así.

Miró a sus hijos restantes.  Los cuatro lo miraron, esperando en el sofocante silencio. MacGil respiró profundo, tratando de concentrarse.

“Solamente quedan dos de ustedes”, continuó diciendo. “Y entre esos dos, he elegido a un sucesor”.

MacGil miró a su hija.

“Gwendolyn, esa eres tú”.

Hubo un grito ahogado en la habitación; todos sus hijos parecían sorprendidos, sobre todo Gwendolyn.

“¿Has hablado con precisión, padre?”, preguntó Gareth. “¿Dijiste Gwendolyn?”.

“Padre, me siento honrada”, dijo Gwendolyn. “Pero no puedo aceptar.  Soy mujer”.

“Es cierto, una mujer nunca se ha sentado en el trono de los MacGil. Pero he decidido que es tiempo de cambiar la tradición. Gwendolyn, eres la mujer joven con más inteligencia y espíritu que he conocido. Eres joven, pero si Dios quiere, no moriré pronto, y llegado el momento, tendrás la suficiente sabiduría para gobernar. El reino será tuyo”.

“¡Pero, padre…!”, gritó Gareth, con la cara lívida. “¡Soy el hijo legítimo mayor! ¡Siempre, en toda la historia de los MacGil, la monarquía ha pasado al hijo mayor!”.

“Yo soy el rey”, contestó MacGil de manera amenazante, “y yo dicto la tradición”.

“¡Pero no es justo!”, dijo Gareth, con voz quejumbrosa. “Se supone que yo voy a ser el rey. No mi hermana. ¡No una mujer!”.

“¡Cierra la boca, muchacho!”, gritó MacGil, temblando de rabia. “¿Te atreves a cuestionar mi juicio?”.

“¿Una mujer va a pasar por encima de mí? ¿Eso es lo que piensas de mí?”.

“He tomado mi decisión”, dijo MacGil. “Vas a respetarla y seguirla obedientemente, como todos los súbditos de mi reino.  Ahora ya pueden irse todos”.

Sus hijos reverenciaron sus cabezas rápidamente y salieron de la habitación.

Pero Gareth se detuvo en la puerta, incapaz de salir.

Se dio la vuelta y solo, encaró a su padre.

MacGil podía ver la decepción en su rostro.  Obviamente, él esperaba ser nombrado heredero el día de hoy.  Aún más: él lo había deseado. Con desesperación.  Lo cual no sorprendió a MacGil en absoluto—y fue el mismo motivo por lo que no se lo dio a él.

“¿Por qué me odias, padre?”, preguntó él.

“No te odio. Pero no creo que estés preparado para gobernar mi reino”.

“¿Por qué no?”, dijo Gareth presionando.

“Porque eso es precisamente lo que buscas”.

La cara de Gareth se volvió de un tono carmesí oscuro. MacGil le había dado una muestra de su verdadera naturaleza. MacGil miró sus ojos, los vio arder con un odio hacia él que nunca imaginó posible.

Sin otra palabra, Gareth salió furioso de la habitación y cerró la puerta de un portazo detrás de él.

Con el eco que reverberaba, MacGil se estremeció.  Recordó la mirada de su hijo y percibió un odio profundo, más profundo que incluso el de sus enemigos.  En ese momento, pensó en Argon, en su pronunciamiento, en el peligro tan cerca.

¿Podría estar así de cerca?




CAPÍTULO SEIS


Thor corrió por el vasto campo de arena, a toda velocidad. Detrás de él, podía escuchar los pasos de los guardias del rey, muy cerca. Lo persiguieron a través del paisaje caluroso y polvoriento, maldiciendo a su paso.  Ante él estaban los miembros—y nuevos reclutas—de la Legión, docenas de muchachos, iguales que él, pero mayores y con más fuerza. Ellos estaban entrenando y poniéndose a prueba en varias formaciones, algunos lanzando arpones, otros lanzando jabalinas, algunos practicando sus agarres en las lanzas. Apuntaban a objetivos distantes y rara vez fallaban.  Esa era su competencia, y parecían estupendos.

Entre ellos se encontraban docenas de caballeros reales, miembros de Los Plateados, de pie, en un amplio semicírculo, viendo la acción.  Juzgando. Decidiendo quién se quedaría y quién sería enviado a casa.

Thor sabía que tenía que probarse a sí mismo, tenía que impresionar a esos hombres.  En cuestión de minutos, los guardias estarían sobre él, y si tuviera alguna oportunidad de hacer una buena impresión, éste era el momento. ¿Pero cómo? Su mente se aceleró mientras corría por el patio, decidido a no ser rechazado.

Mientras Thor corría a través del campo, otros comenzaron a notarlo.  Algunos de los reclutas dejaron lo que estaban haciendo y se volvieron, al igual que algunos de los caballeros.                En cuestión de minutos, Thor sintió que toda la atención se centraba en él.  Ellos parecían perplejos y se dio cuenta de que se estarían preguntando quién era él; corrió a través del campo, con tres de los guardias del rey persiguiéndolo.  Esta no era la forma en que él había querido llamar la atención. Toda su vida, después de haber soñado con unirse a la Legión, esta no era la forma en que había imaginado que sucediera.

Cuando Thor corrió, debatiendo qué hacer, su curso de acción se hizo claro para él.  Un muchacho grande, un recluta, decidió encargarse de impresionar a los demás deteniendo a Thor.  Alto, musculoso y casi dos veces el tamaño de Thor, alzó su espada de madera para bloquear su camino. Thor podía ver que estaba decidido a derribarlo, de hacerlo quedar en ridículo delante de todos, y por lo tanto obtener para sí mismo una ventaja sobre los otros reclutas.

Esto hizo enfurecer a Thor. Él no tenía problemas con ese muchacho, y no tenía que ver en el asunto.  Pero lo estaba tomando como personal, solamente para ganar una ventaja sobre los otros.

Conforme se fue acercando, Thor apenas podía creer el tamaño del muchacho: era mucho más alto que él, fruncía el ceño, con mechones de cabello negro y grueso que cubría su frente y tenía la mandíbula más grande y cuadrada que Thor había visto en la vida. Él no vio cómo podía hacer mella en contra de ese chico.

El muchacho fue al ataque con su espada de madera, y Thor sabía que si no actuaba con rapidez, sería eliminado.

Entraron en acción los reflejos de Thor. Él instintivamente sacó su honda, estiró la mano hacia atrás y lanzó una piedra en la mano del chico.  Encontró su objetivo y tiró la espada de su mano, al mismo tiempo que el muchacho la llevaba hacia abajo.  Salió volando y el muchacho, gritando, agarró su mano.

Thor no perdió tiempo.  Fue al ataque, aprovechando el momento, saltó en el aire y pateó al chico, plantando sus dos pies delanteros en el pecho del chico. Pero el chico era tan grueso, que era como patear un roble.  El chico simplemente se tambaleó hacia atrás unos centímetros, mientras Thor se detuvo completamente en seco, y cayó a los pies del muchacho.

Esto no augura nada bueno, pensó Thor, mientras golpeaba el suelo con un ruido sordo, y le zumbaban los oídos.

Thor trató de levantarse, pero el muchacho iba un paso delante de él. Se agachó, agarró a Thor por la espalda y lo lanzó, mandándolo a volar, boca abajo, en el suelo.

Un grupo de muchachos se reunió rápidamente en un círculo alrededor de ellos y ovacionaron.  Thor enrojeció, humillado.

Thor volteó para levantarse, pero el muchacho era muy rápido. Ya estaba sobre él, sujetándolo. Antes de que Thor se diera cuenta, se había convertido en una lucha y el peso del muchacho era inmenso.

Thor podía oír los gritos apagados de los otros reclutas, ya que formaban un círculo, gritando, ansiosos de ver sangre.  El muchacho frunció el ceño; el muchacho estiró los pulgares y los bajó en los ojos de Thor. Thor no podía creerlo—parecía que el muchacho realmente quería lastimarlo.  ¿Realmente quería tanto obtener la ventaja?

En el último segundo, Thor volvió la cabeza a un lado y las manos del muchacho salieron volando, hundiéndose en el suelo.  Thor tuvo la oportunidad de rodar por debajo de él.

Thor se levantó y se encaró con el muchacho, quien también se levantó. El chico fue al ataque y giró hacia la cara de Thor, y Thor se agachó en el último segundo; el aire se precipitó en su cara y se dio cuenta de que si el puño del chico le hubiera golpeado, le habría roto la mandíbula. Thor se acercó y golpeó al muchacho en el intestino, pero casi no le hizo nada; era como golpear un árbol.

Antes de que Thor pudiera reaccionar, el muchacho le dio un codazo en la cara.

Thor se tambaleó hacia atrás, aturdido por el golpe.  Era como haber sido golpeado por un martillo y sus oídos zumbaron.

Mientras Thor tambaleaba, intentando recuperar el aliento, el muchacho fue al ataque y lo pateó con fuerza en el pecho. Thor salió volando hacia atrás y cayó al suelo, aterrizando sobre su espalda. Los otros chicos ovacionaron.

Thor, mareado, empezó a incorporarse, pero el muchacho fue al ataque una vez más, volvió y lo golpeó de nuevo con fuerza en la cara, derribándolo de espaldas nuevamente—y para siempre.

Thor se quedó ahí, escuchando los aplausos apagados de los demás, sintiendo el sabor salado de la sangre que corría por la nariz, y el verdugón de su rostro.  Él gimió de dolor. Levantó la vista y pudo ver cómo se alejaba el muchacho grande y caminaba de regreso hacia sus amigos, que ya celebraban su victoria.

Thor quería darse por vencido.  Ese muchacho era enorme, luchar contra él era inútil, y no podía aceptar más castigo. Pero algo dentro de él lo empujó.  No podía perder. No delante de toda esa gente.

No te des por vencido. Levántate. ¡Levántate!

Thor de alguna manera convocó a la fuerza. Gimiendo, se dio la vuelta y se colocó sobre sus manos y rodillas, y luego, lentamente se levantó.  Enfrentó al muchacho, sangrando, con los ojos hinchados, no podía ver, respiraba con dificultad y levantó los puños.

El muchacho enorme volvió y miró a Thor. Él sacudió la cabeza con incredulidad.

“Deberías haberte quedado acostado, muchacho”, dijo amenazante, mientras comenzaba a caminar hacia Thor.

“¡BASTA!”, gritó una voz. “Elden, ¡retírate!”.

De repente se acercó un caballero, colocándose entre ellos, extendiendo la palma de la mano y evitando que Elden se acercara a Thor. La multitud se calmó, y miraron al caballero; claramente, se trataba de un hombre que exigía respeto.

Thor levantó la vista, ante el temor de la presencia del caballero.  Tenía veintitantos años, era alto, de hombros anchos, de mandíbula cuadrada y cabello marrón, bien cuidado. A Thor le agradó de inmediato. Su armadura de primer nivel, cota de malla de plata pulida, estaba cubierta con las marcas reales: el emblema halcón de la familia MacGil. A Thor se le secó la garganta; estaba de pie ante un miembro de la familia real.  Casi no podía creerlo.

“Explícate, muchacho”, le dijo a Thor”. ¿Por qué has venido a atacar a nuestra arena, sin invitación?”.

Antes de que Thor pudiera responder, de repente, los tres miembros de la guardia del rey rompieron el círculo. El escolta líder se quedó ahí, respirando con dificultad, señalando con el dedo a Thor.

“¡Desafió nuestro orden!”, gritó el guardia”. ¡Voy a encadenarlo y llevarlo a la prisión del rey!”.

“¡Yo no hice nada malo!”, protestó Thor.

“¿En verdad?”, gritó el guardia”. ¿Y qué hay de introducirse en la propiedad del rey sin ser invitado?”.

“¡Todo lo que quería era una oportunidad!”, gritó Thor, volteando, suplicando al caballero ante él, al miembro de la familia real.  “¡Todo lo que quería era una oportunidad de unirme a la Legión!”.

“Este campo de entrenamiento es solamente para los invitados, muchacho”, dijo una voz ronca.

Se acercó un guerrero al círculo, de cincuenta y tantos años, ancho y robusto, calvo, de barba corta y una cicatriz que atravesaba su nariz.  Parecía que había sido soldado profesional toda su vida—y por las marcas en su armadura y el broche de oro en su pecho, parecía ser su comandante. El corazón de Thor se aceleró al verlo: un general.

“No fui invitado, señor”, dijo Thor. “Eso es verdad. Pero ha sido el sueño de mi vida estar aquí.  Lo único que quiero es una oportunidad para mostrar lo que puedo hacer.  Soy tan bueno como cualquiera de esos reclutas. Sólo deme una oportunidad de demostrarlo.  Por favor.  Unirme a la Legión es todo lo que siempre he soñado”.

“Este campo de batalla no es para soñadores, muchacho”, fue su respuesta áspera. “Es para los combatientes.  No hay excepciones a nuestras reglas: los reclutas se seleccionan”.

El general asintió con la cabeza, y el guardia del rey se acercó a Thor, con los grilletes.

Pero de repente el caballero, miembro de la familia real, se adelantó y extendió la palma de la mano, bloqueando al guardia.

“Tal vez, en ocasiones, se puede hacer una excepción”, dijo él.

El guardia lo miró consternado, con ganas de hablar, pero tuvo que morderse la lengua, en deferencia a un miembro de la familia real.

“Admiro tu espíritu, muchacho”, continuó diciendo el caballero. “Antes de que te echemos, me gustaría ver lo que puedes hacer”.

“Pero Kendrick, tenemos nuestras reglas…”, dijo el general, claramente disgustado.

“La familia real hace las reglas”, respondió Kendrick con severidad, “y la Legión responde a la familia real”.

“Respondemos a su padre, el rey—no a usted”, respondió el general, igualmente desafiante.

Hubo un enfrentamiento, el aire estaba lleno de tensión.  Thor no podía creer lo que había ocasionado.

“Conozco a mi padre y sé lo que él querría.  Querría dar una oportunidad a este muchacho.  Y eso es lo que haremos”.

El general, tras varios minutos de tensión, finalmente se hizo a un lado.

Kendrick se volvió hacia Thor, y sus ojos miraron fijamente a sus ojos marrones e intensos, con la cara de príncipe, pero también de un guerrero.

“Te daré una oportunidad”, dijo él a Thor. “A ver si puedes atinar a esa marca”.

Hizo un gesto a una pila de heno al otro lado del campo, con una pequeña mancha roja en el centro.  Varias lanzas fueron alojadas en el heno, pero ninguna dentro de la red.

“Si puedes hacer lo que ninguno de esos muchachos pudo hacer—si puedes atinar a esa marca desde aquí—entonces puedes unirte a nosotros”.

El caballero se hizo a un lado y Thor podía sentir los ojos fijos en él.

Vio un estante de arpones y los examinó con cuidado. Eran de la mejor calidad que jamás había visto, hechos de madera maciza de roble, envueltos en el más fino cuero. Su corazón latía con fuerza, mientras daba un paso hacia adelante, limpiándose la sangre de la nariz con el dorso de su mano, sintiéndose más nervioso que nunca en su vida. Claramente, le estaba dando una tarea casi imposible.  Pero tenía que intentarlo.

Thor se acercó y tomó una lanza, ni muy larga ni muy corta.  La sopesó en la mano—era pesada, valiosa.  No como las que usaba en casa.  Pero también se sentía bien.  Él sintió que tal vez, solo tal vez, podría atinar a la marca. Después de todo, lanzar un arpón era la mejor habilidad que tenía, así como lanzar piedras, y tras muchos días de recorrer el páramo, le había dado muchos objetivos.  Él siempre había sido capaz de dar en el blanco, aunque sus hermanos no pudieran.

Thor cerró sus ojos y respiró profundamente.  Si fallaba, los guardias se abalanzarían sobre él y lo arrastrarían a prisión—y su oportunidad de unirse a la Legión se arruinaría para siempre.  Este momento era lo que él siempre había soñado.

Le pidió a Dios con todas sus fuerzas.

Sin dudarlo, Thor abrió sus ojos, dio dos pasos hacia adelante, estiró la mano hacia atrás y lanzó el arpón.

Contuvo el aliento mientras veía como navegaba.

Por favor, Dios. Por favor.

La lanza atravesó el espeso silencio y Thor pudo sentir cientos de miradas en él.

Luego, después de una eternidad, llegó el sonido, el sonido innegable de la punta de lanza perforando el heno. Thor no tenía que mirar.  Sabía, simplemente sabía, que era un tiro perfecto.  La forma en que el arpón se sintió cuando salió de su mano, el ángulo de la muñeca, le dijo que daría en el blanco.

Thor se atrevió a mirar—y vio, con gran alivio, que él tenía razón.  El arpón había hallado su lugar en el centro de la marca roja—era el único arpón que había ahí. Él había hecho lo que los otros reclutas no habían podido hacer.

Un silencio asombroso lo envolvía, mientras sentía que los otros reclutas—y caballeros—quedaban boquiabiertos.

Finalmente, Kendrick avanzó y dio una fuerte palmada a Thor en la espalda, con el sonido de la satisfacción.  Él sonrió ampliamente.





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EL ANILLO DEL HECHICERO (THE SOURCERERS RING) tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: tramas, tramas secundarias, misterio, caballeros aguerridos y relaciones que florecen, llenos de corazones heridos, decepción y traición. Lo mantendrá entretenido durante horas y satisfará a las personas de cualquier edad. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores de fantasía. –Books and Movie Reviews, Roberto MattosEl Bestseller #1! De la autora del Bestseller #1, Morgan Rice, llega una nueva saga deslumbrante de fantasía. LA SENDA DE LOS HÉROES (A QUEST OF HEROES) (LIBRO #1 DE EL ANILLO DEL HECHICERO) que gira en torno a la historia épica de un muchacho especial, de 14 años, que cumple la mayoría de edad, proveniente de una pequeña aldea en las afueras del Reino de los Anillos. Thorgrin, el más joven de los cuatro, el menos favorito de su padre, que es odiado por sus hermanos, siente que es diferente a los demás. Él sueña con convertirse en un gran guerrero, de unirse a los hombres del rey y proteger el Anillo de las hordas de criaturas que están al otro lado del barranco. Cuando cumple la mayoría de edad y su padre le prohìbe hacer una prueba para la Legión del rey, se niega a aceptar un «no» por respuesta: él viaja por su cuenta, decidido a abrirse paso en la Corte del Rey y ser tomado en serio. Pero la Corte del Rey está repleta de dramas familiares, lucha de poder, ambiciones, celos, violencia y traición. Se debe elegir un heredero entre los hijos; y la antigua Espada del Destino, fuente de todo su poder, tendrá la oportunidad de ser blandida por alguien nuevo; permanece sin tocar, esperando a que llegue el elegido. Thorgrin llega como forastero y lucha por ser aceptado, y unirse a la Legión del Rey.

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