Книга - La Marcha De Los Reyes

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La Marcha De Los Reyes
Morgan Rice


El Anillo del Hechicero #2
LA MARCHA DE LOS REYES nos lleva más allá del viaje épico de Thor hacia la mayoría de edad, cuando empieza a darse cuenta de quién es, qué poderes tiene, mientras se embarca para convertirse en guerrero. Después de escapar del calabozo, Thor queda aterrado al saber que había habido otro intento de asesinato hacia el Rey MacGil. Cuando MacGil muere, el reino se convierte en un caos. Como todos aspiran al trono, la Corte del Rey está más repleta que nunca, con sus dramas familiares, luchas de poder, ambiciones, celos, violencia y traición. Se debe elegir un heredero entre los hijos, y la antigua Espada del Destino, fuente de todo su poder, tendrá la oportunidad de ser blandida por alguien nuevo. Pero todo esto puede ser cambiado drásticamente: recuperan el arma asesina, y la trama cambia al encontrar al asesino. Simultáneamente, los MacGil enfrentan una nueva amenaza de los McCloud, quienes están decididos a atacar otra vez el Anillo. Thor lucha por recuperar el amor de Gwendolyn, pero tal vez no haya tiempo; le dicen que empaque, que se prepare con sus hermanos en armas para Los Cien, cien días extenuantes de infierno en la que todos los miembros de Legión deben sobrevivir. La Legión tendrá que cruzar el Barranco, más allá de la protección del Anillo, y navegar por el Mar Tartuvio hacia la Isla de la Niebla, que se rumora es patrullada por un dragón para su iniciación de la mayoría de edad.







LA MARCHA DE LOS REYES

(LIBRO #2 DE EL ANILLO DEL HECHICERO)



Morgan Rice


Acerca de Morgan Rice



Morgan Rice es la escritora del bestseller #1: DIARIO DE UN VAMPIRO (THE VAMPIRE JOURNALS), una saga que comprende once libros (y siguen llegando); la saga del bestseller #1: TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA (THE SURVIVAL TRILOGY), thriller pos apocalíptico que comprende dos libros (y siguen llegando); y la saga de fantasía épica, bestseller #1: EL ANILLO DEL HECHICERO, que comprende trece libros (y contando).

Los libros de Morgan están disponibles en audio y edición impresa, y la traducción de los libros está disponible en alemán, francés, italiano, español, portugués, japonés, chino, sueco, holandés, turco, húngaro, checo y eslovaco (próximamente en otros idiomas).

A Morgan le encantaría tener comunicación con usted, así que visite www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com) para unirse a la lista de correo electrónico, recibir un libro gratuito, recibir regalos gratuitos, descargar una aplicación gratuita, obtener las últimas noticias exclusivas, conectarse a Facebook y Twitter, y ¡mantenerse en contacto!


Algunas Opiniones Acerca de las Obras de Morgan Rice



“EL ANILLO DEL HECHICERO (THE SOURCERER’S RING) tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: tramas, tramas secundarias, misterio, caballeros aguerridos y relaciones que florecen, llenos de corazones heridos, decepciones y traiciones. Lo mantendrá entretenido durante horas y satisfará a las personas de cualquier edad. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores de fantasía”.

--Books and Movie Reviews, Roberto Mattos



“Rice hace un gran trabajo para captar su atención desde el principio, al utilizar una gran calidad descriptiva que va más allá de la simple descripción de la ambientación... Bien escrito y sumamente rápido de leer”.

--Black Lagoon Reviews (acerca de Turned)



“Es una historia ideal para lectores jóvenes. Morgan Rice hizo un buen trabajo dando un giro interesante... Innovador y singular. La saga se centra alrededor de una chica... ¡una chica extraordinaria! Es fácil de leer, pero con un ritmo sumamente rápido... Clasificación PG (Guía Paternal)”.

--The Romance Reviews (acerca de Turned)



“Me llamó la atención desde el principio y no dejé de leerlo... Esta historia es una aventura increíble, de ritmo rápido y llena de acción desde su inicio. No hay un momento aburrido”.

--Paranormal Romance Guild (con respecto a Turned)



“Lleno de acción, romance, aventura y suspenso. Ponga sus manos en él y vuelva a enamorarse”.

--vampirebooksite.com (con respecto a Turned)



“Tiene una trama estupenda y este libro en particular, le costará dejar de leer en la noche. El final en suspenso es tan espectacular, que inmediatamente querrá comprar el siguiente libro, solamente para ver qué sigue”.

--The Dallas Examiner (referente a Loved)



“Es un libro equiparable a TWILIGHT y DIARIO DE UN VAMPIRO (VAMPIRE DIARIES), y hará que quiera seguir leyendo ¡hasta la última página! Si le gusta la aventura, el amor y los vampiros, ¡este libro es para usted!”.

--Vampirebooksite.com (con respecto a Turned)



“Morgan Rice se demuestra a sí misma una vez más que es una narradora de gran talento... Esto atraerá a una gran audiencia, incluyendo a los aficionados más jóvenes, del género de los vampiros y de la fantasía. El final de suspenso inesperado lo dejará estupefacto”.

--Reseñas de The Romance Reviews (con respecto a Loved)



"Una fantasía animada que entreteje elementos de misterio e intriga en la historia. La Senda de los Héroes trata acerca del valor y sobre la realización de un propósito de vida que conduce al crecimiento, la madurez y la excelencia... Para los que buscan aventuras de ficción sustanciosa, los protagonistas, los mecanismos y la acción proporcionan un conjunto vigoroso de encuentros que se centran en la evolución de Thor de ser un niño soñador a un adulto joven que enfrenta a situaciones imposibles para sobrevivir... Es sólo el comienzo de lo que promete ser una saga épica para adultos jóvenes".

- Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer)


Libros de Morgan Rice



EL ANILLO DEL HECHICERO (THE SORCERER’S RING)

LA SENDA DE LOS HÉROES (A QUEST OF HEROES) - (Libro #1)

LA MARCHA DE LOS REYES (A MARCH OF KINGS) - (Libro #2)

EL DESTINO DE LOS DRAGONES (A FATE OF DRAGONS) (Libro #3)

EL GRITO DE HONOR (A CRY OF HONOR) (Libro #4)

UNA PROMESA DE GLORIA (A VOW OF GLORY) (Libro #5)

UN DEBER DE VALOR (A CHARGE OF VALOR) (Libro #6)

UN GRITO DE ESPADAS (A RITE OF SWORDS) (Libro #7)

UNA SUBVENCIÓN DE ARMAS (A GRANT OF ARMS) (Libro #8)

UN CIELO DE HECHIZOS (A SKY OF SPELLS) (Libro #9)

UN MAR DE ESCUDOS (A SEA OF SHIELDS) (Libro #10)

UN REINADO DE HIERRO (A REIGN OF STEEL) (Libro #11)

UNA TIERRA DE FUEGO (A LAND OF FIRE) - (Libro #12)

EL DECRETO DE LAS REINAS (A RULE OF QUEENS) - (Libro #13)



LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA (THE SURVIVAL TRILOGY)

ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (SLAVERSUNNERS) - (Libro #1)

ARENA DOS (ARENA TWO) - (Libro #2)



DIARIO DE UN VAMPIRO (THE VAMPIRE JOURNALS)

TRANSFORMACIÓN (TURNED) (Libro #1)

AMORES (LOVED) (Libro #2)

TRAICIÓN (BETRAYED) - (Libro #3)

DESTINADO (DESTINED) (Libro #4)

DESEO (DESIRED) (Libro #5)

PROMETIDO (BETROTHED) (Libro #6)

PROMESA (VOWED) (Libro #7)

ENCUENTRO (FOUND) (Libro #8)

RESURRECCIÓN (RESURRECTED) (Libro #9)

ANSIAS (CRAVED) (Libro #10)

DESTINO (FATED) (Libro #11)











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Audible (http://www.audible.com/pd/Sci-Fi-Fantasy/A-Quest-of-Heroes-Audiobook/B00F9DZV3Y/ref=sr_1_3?qid=1379619215&sr=1-3)

iTunes (https://itunes.apple.com/us/audiobook/quest-heroes-book-1-in-sorcerers/id710447409)


Copyright © 2013 de Morgan Rice

Todos los derechos reservados A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en un sistema de base de datos o de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora.

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Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación de la autora o son usados de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es solo coincidencia.

Imagen de la cubierta Derechos Reservados, Bilibin Maksym, usada bajo licencia de Shutterstock.com.


ÍNDICE



CAPÍTULO UNO (#u500dd9d2-ce76-5f3a-b60b-7241acd9d34f)

CAPÍTULO DOS (#uc7c9ca77-6a60-5af2-94d7-8c9286c07e61)

CAPÍTULO TRES (#u50e30a4c-c789-530d-a79d-c93d4eadcc05)

CAPÍTULO CUATRO (#u1d7e1cdb-f06b-5b53-8ca2-a04b0da3098c)

CAPÍTULO CINCO (#ub1d73213-eeb8-5ec8-b869-ae7ced6cf999)

CAPÍTULO SEIS (#u19e4825f-6c1e-562b-81d6-49bf5df495f3)

CAPÍTULO SIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO OCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO NUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIEZ (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO ONCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DOCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TRECE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO CATORCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO QUINCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIDÓS (#litres_trial_promo)


“¿Lo que veo frente a mí es un puñal,

Con el mango hacia mi mano? Ven, déjame sujetarte.

No te tengo, pero sigo viéndote”.

—William Shakespeare

Macbeth




CAPÍTULO UNO


El Rey MacGil tropezó en su habitación, había bebido demasiado; el cuarto giraba, su cabeza le punzaba por las festividades de la noche anterior. Una mujer cuyo nombre no sabía, estaba a su lado, con un brazo alrededor de su cintura, la blusa quitada a medias, lo guiaba con una risita hacia su cama. Dos asistentes cerraron la puerta tras ellos y se fueron discretamente.

MacGil no sabía dónde estaba su reina, y esta noche no le importaba. Ya casi no compartían la cama—ella se retiraba a su propia habitación con frecuencia, en especial, en las noches de fiestas, cuando las comidas duraban mucho tiempo. Conocía las indulgencias de su esposo, y parecía no importarle. Después de todo, él era el rey y MacGil siempre había gobernado con prepotencia.

Pero mientras MacGil se dirigía hacia la cama, la habitación daba vueltas con demasiada fuerza, y de repente rechazó a la mujer encogiéndose de hombros. Ya no estaba de humor para eso.

“¡Déjame!”, le ordenó y la empujó para que se fuera.

La mujer se quedó ahí, aturdida y dolida y la puerta se abrió y los ayudantes regresaron, sujetándola cada uno del brazo y guiándola hacia la salida. Ella protestó, pero sus gritos fueron amortiguados mientras se cerraba la puerta detrás de ella.

MacGil se sentó en el borde de la cama y apoyó su cabeza entre las manos, tratando de hacer que su dolor de cabeza se detuviera. Era poco común para él sentir un dolor de cabeza tan temprano, antes de que dejara de tener efecto la bebida, pero esta noche era diferente. Todo había cambiado rápidamente. El banquete había estado yendo muy bien; había tenido la mejor selección de carne y un vino fuerte, cuando ese muchacho, Thor, tuvo que aparecer y arruinar todo. En primera, fue su intrusión, con su tonto sueño; después, tuvo la audacia de derribar la copa de sus manos.

Después, tuvo que aparecer ese perro y lamerlo y caer muerto frente a todos. MacGil se había sentido perturbado desde entonces. Tomar conciencia de ello lo golpeó como un martillo: alguien había intentado envenenarle. Asesinarle. Apenas podía asimilarlo. Alguien se había colado de entre sus guardias, de los catadores de vino y comida. Había estado a nada de morir, y seguía haciéndolo sentir perturbado.

Recordó a Thor siendo llevado hacia el calabozo, y se preguntó nuevamente si había dado la orden correcta. Por un lado, no había manera de que ese muchacho supiera que la copa estaba envenenada, a menos que él lo hubiera hecho, o que fuera cómplice del crimen. Por otro lado, él sabía que Thor tenía poderes extremos y misteriosos—demasiado misteriosos—y tal vez había estado diciendo la verdad: tal vez había tenido ese sueño premonitorio. Tal vez Thor había realmente salvado su vida, y tal vez MacGil había enviado al calabozo a una persona verdaderamente leal.

MacGil sentía que la cabeza le estallaba al pensarlo, mientras se sentaba frotándose la frente, tratando de razonar. Pero había bebido demasiado esa noche, su mente estaba nebulosa, sus pensamientos giraban y no podía llegar al fondo del asunto Hacía demasiado calor aquí, era una bochornosa noche de verano, con el cuerpo caliente por tantas horas de disfrutar la comida y la bebida y sintió que sudaba.

Estiró la mano y se quitó el manto, luego la camisa, hasta quitarse todo, menos la camiseta. Se secó el sudor de la frente, luego de la barba. Se echó hacia atrás y se quitó las enormes y pesadas botas, una a una y enroscó sus dedos del pie mientras estaban en el aire. Se sentó ahí y respiró profundamente, tratando de recuperar el equilibro. Su barriga había crecido y era una carga. Subió las piernas y se recostó, apoyando su cabeza en la almohada. Suspiró y miró hacia arriba, más allá de las cuatro columnas, hacia el techo, y deseó que la habitación dejara de girar.

¿Quién querría matarme?, se preguntó una vez más. Había amado a Thor como a un hijo y parte de él intuía que no podría ser él. Se preguntó quién podría ser, qué motivo tendrían—y sobre todo, si volverían a intentarlo. ¿Estaba a salvo? ¿Los pronunciamientos de Argon habían sido ciertos?

MacGil sintió que sus ojos se hacían pesados, al presentir la respuesta más allá de la comprensión de su mente. Si su mente estuviera un poco más clara, tal vez podría resolverlo. Pero tendría que esperar la luz de la mañana para llamar a sus asesores, para investigar. La pregunta en su mente no era quién lo quería muerto—sino quién no lo quería muerto. Su corte estaba llena de gente que ansiaba tener su trono. Generales ambiciosos; maniobras políticas de concejales; nobles y lores hambrientos de poder; espías; viejos rivales, asesinos de los McClouds— y tal vez incluso de las Tierras Salvajes. O tal vez más cercanos.

Los ojos de MacGil revolotearon cuando comenzó a quedarse dormido, pero algo llamó su atención que lo mantuvo con los ojos abiertos. Detectó movimiento y notó que sus asistentes no estaban ahí. Parpadeó, confundido. Sus asistentes nunca lo dejaban solo en esa habitación. De hecho, no recordaba la última vez que había estado solo en esa habitación. No recordaba haberles ordenado que se fueran. Y todavía más extraño: su puerta estaba abierta de par en par.

Al mismo tiempo, MacGil escuchó un ruido al otro extremo de la habitación y giró y miró. Ahí, arrastrándose junto a la pared, saliendo de las sombras, hacia las antorchas, estaba un hombre alto, delgado, usando una capucha negra sobre su cara. MacGil parpadeó varias veces preguntándose si estaba viendo cosas. Al principio, estaba seguro de que solamente eran sombras, titilando con las antorchas, jugando trucos en sus ojos.

Pero un momento después, la figura estaba varios pasos más cerca y se acercó a la cama rápidamente. MacGil trató de enfocarse en la luz tenue, para ver quién era; empezó a sentarse instintivamente, y siendo el viejo guerrero que era, acercó su mano a la cintura, buscando una espada o al menos un puñal. Pero se había desnudado y no había armas que tomar. Se sentó, desarmado, en su cama.

La figura se movió rápidamente, como una serpiente en la noche, acercándose aún más y cuando MacGil se sentó, miró su rostro. La habitación seguía girando y su ebriedad le impedía entender con claridad, pero por un momento, podría haber jurado que era la cara de su hijo.

¿Gareth?

El corazón de MacGil se inundó de un pánico repentino, mientras se preguntaba qué podría estar haciendo ahí, sin avisar, bien entrada la noche.

“¿Hijo mío?”, preguntó.

MacGil vio la intención mortal en sus ojos, y era todo lo que necesitaba ver—empezó a salir de un salto de la cama.

Pero la figura se movía demasiado rápido. Entró en acción y antes de que MacGil pudiera levantar su mano para defenderse, ahí estaba el reluciente metal que destellaba en la luz de la antorcha, y rápidamente, demasiado rápidamente, había una daga en el aire—y se sumergió en su corazón.

MacGil gritó, con un grito de angustia profundo y sombrío, y se sorprendió al escuchar su propio grito. Era un grito de batalla, que él había escuchado demasiadas veces. Era el grito de un guerrero herido de muerte.

MacGil sintió el frío metal atravesando sus costillas, abriéndose paso entre el músculo, mezclándose con la sangre, y después empujando profundamente, cada vez más profundo, el dolor era más intenso de lo que había imaginado en su vida, y parecía no dejar de sumergirse nunca. Con un gran suspiro, se sintió caliente, la sangre salada llenó su boca, sentía que su respiración era más difícil. Se obligó a mirar hacia arriba, a la cara detrás de la capucha. Se sorprendió al ver que se había equivocado. No era la cara de su hijo. Era otra persona. Alguien que él reconoció. No podía recordarlo, pero era alguien cercano a él. Alguien que se parecía a su hijo.

Su cerebro se atormentó por la confusión, mientras trataba de ponerle un nombre al rostro.

La figura se situó por encima de él, sosteniendo el cuchillo, MacGil logró de alguna manera levantar la mano y empujarlo del hombro, tratando de hacer que se detuviera. Sintió la explosión de la fuerza del viejo guerrero surgir dentro de él, sintió la fuerza de sus antepasados, sintió algo en su interior que lo convirtió en rey, que no se daría por vencido. Con un enorme empujón, logró hacer retroceder al asesino con todas sus fuerzas.

El hombre era más delgado, más frágil de lo que MacGil pensó, y se fue tropezando con un grito, tambaleando por la habitación. MacGil logró levantarse y con un esfuerzo supremo, se agachó y sacó el cuchillo de su pecho. Lo arrojó al otro lado de la habitación y cayó golpeando el suelo de piedra con un ruido metálico, deslizándose a través de él, y se estrelló contra la pared del otro extremo.

El hombre, cuya capucha había caído sobre los hombros, se puso de pie y miró hacia atrás, con los ojos abiertos de par en par. El hombre se volvió y echó a correr por la habitación, deteniéndose solamente lo suficiente para recuperar la daga antes de escapar.

MacGil trató de perseguirlo, pero el hombre era muy rápido y de pronto el dolor se incrementó punzando su pecho Se sintió muy débil.

MacGil se quedó ahí parado, solo en la habitación, y miró la sangre brotando de su pecho hacia la palma de sus manos. Cayó de rodillas.

Sintió que su cuerpo se enfriaba y se reclinó hacia atrás y trató de gritar.

“¡Guardias!”, se escuchó un grito débil.

Respiró profundamente y en suprema agonía, logró recuperar su voz grave. La voz del otrora rey.

“¡GUARDIAS!”, gritó.

Oyó pasos en algún pasillo lejano, acercándose poco a poco. Escuchó que una puerta distante se abría, sintió que se acercaban algunos cuerpos. Pero la habitación giró de nuevo, y esta vez no fue por la bebida.

Lo último que vio fue el frío suelo de piedra, levantándose para encontrarse con su cara.




CAPÍTULO DOS


Thor agarró la aldaba de hierro de la inmensa puerta de madera delante de él y tiró con todas sus fuerzas. Se abrió lentamente, crujiendo, y reveló ante él la cámara del rey. Dio un paso, sintiendo el vello de sus brazos cosquilleando mientras cruzaba el umbral. Podía sentir una gran oscuridad aquí, permaneciendo en el aire, como una niebla.

Thor dio varios pasos hacia la cámara, escuchando el crujido de las antorchas en las paredes, mientras se abría camino hacia el cuerpo, acostado en el suelo. Ya presentía que era el rey, que había sido asesinado—que él, Thor, había llegado demasiado tarde. Thor no podía dejar de preguntarse dónde estaban todos los guardias, por qué nadie estaba ahí para rescatarlo.

Las rodillas de Thor se debilitaron mientras daba los últimos pasos hacia el cuerpo; se puso de rodillas sobre la piedra, le agarró el hombro, ya frío, y giró al rey.

Ahí estaba MacGil, su antiguo rey, allí tendido, con los ojos bien abiertos, muerto.

Thor miró hacia arriba y vio de repente al asistente del rey parado ante ellos. Sostenía una gran copa enjoyada, la que Thor reconoció de la fiesta, hecha de oro macizo y cubierto de hileras de rubíes y zafiros. Mientras miraba a Thor, el asistente lo vertió lentamente en el pecho del rey. El vino salpicó toda la cara de Thor.

Thor oyó un chirrido, y volteó a ver a su halcón, Estopheles, encaramado en el hombro del rey; lamiendo el vino de su mejilla.

Thor oyó un ruido y se volvió para ver Argon, de pie junto a él, mirando hacia abajo seriamente. En una mano, sostenía la corona, brillando. En la otra, su vara.

Argon se acercó y colocó la corona firmemente en la cabeza de Thor. Thor podía sentirla, se hundía con su peso, ajustándose adecuadamente, con el metal abrazando su sien. Miró a Argon, asombrado.

“Ahora tú eres el rey”, dijo Argon.

Thor parpadeó, y cuando abrió los ojos, delante de él estaban todos los miembros de la Legión, de los Plateados, cientos de hombres y niños hacinados en la cámara, todos mirándolo. Todos se arrodillaron, hicieron una reverencia, con las caras dirigidas hacia abajo.

“Nuestro rey”, se oyó un coro de voces.

Thor se despertó sobresaltado. Se sentó respirando con dificultad, mirando alrededor. Estaba oscuro ahí, y húmedo, y se dio cuenta de que estaba sentado en el suelo de piedra, de espaldas a la pared. Entrecerró los ojos en la oscuridad, vio las barras de hierro a lo lejos y más allá de ellas, una antorcha con la luz parpadeante. Entonces recordó el calabozo. Había sido arrastrado hasta aquí, después de la fiesta.

Recordó al guardia pegándole en la cara, y se dio cuenta de que debía haber estado inconsciente; no sabía por cuánto tiempo. Se sentó, respirando profundamente, tratando de olvidar el horrible sueño. Había parecido tan real. Rezó para que no fuera verdad, para que el rey no hubiera muerto. La imagen del rey muerto se alojó en su mente. ¿Realmente Thor había visto algo? ¿O había sido solamente su imaginación?

Thor sintió que lo pateaban en la planta del pie, y miró hacia arriba y vio a alguien de pie, delante de él.

“Ya era hora de que despertaras», dijo la voz. “Llevo horas esperando”.

En la tenue luz, Thor distinguió la cara de un adolescente, como de su edad. Era delgado, bajito, con las mejillas hundidas y la piel picada de viruela—pero parecía haber algo amable e inteligente detrás de sus ojos verdes.

“Soy Merek”, dijo él. “Tu compañero de celda. ¿Por qué te trajeron aquí?

Thor se incorporó, tratando de reaccionar. Se apoyó contra la pared, pasó sus manos por su cabello, y trató de darle sentido a todo.

“Dicen que trataste de matar al rey”, continuó diciendo Merek.

“Él trató de matarlo y vamos a hacerlo pedazos si sale de detrás de esas rejas»”, gruñó una voz.

Se escuchó un coro de ruidos metálicos; las copas de estaño golpeaban las barras de metal y Thor vio el corredor, lleno de celdas, con prisioneros grotescos sacando sus cabezas contra las barras, con las luces parpadeantes de las antorchas, burlándose de él. La mayoría no se había afeitado, no tenían algunos dientes, y algunos lo miraban como si llevaran años ahí. Era un espectáculo horrible, y Thor se obligó a apartar la mirada. ¿Realmente estaba él ahí? ¿Se quedaría ahí para siempre con esa gente?

“No te preocupes por ellos”, dijo Merek. “Sólo somos tú y yo en esa celda. Ellos no pueden entrar. Y me importa un comino si envenenaste al rey. Yo mismo quisiera matarlo”.

“Yo no envenené al rey”, dijo Thor, indignado. “Yo no envenené a nadie. Estaba tratando de salvarlo Lo único que hice fue tirar su copa”.

“¿Y cómo supiste que la copa estaba envenenada?”, gritó una voz desde el pasillo, que estaba escuchando. “¿Supongo que con magia?”

Se escuchó un coro de risas cínicas por todo el corredor de las celdas.

“¡Es psíquico!”, gritó uno de ellos, burlándose.

Los otros rieron.

“¡No, solo adivinó!”, bramó otro, para deleite de los demás.

Thor los miró con ira, resintiendo las acusaciones, queriendo dejar las cosas en claro. Pero sabía que era una pérdida de tiempo. Además, no tenía que defenderse de esos criminales.

Merek lo estudió, con una mirada no tan escéptica como la de los otros. Parecía que estaba debatiendo.

“Creo en ti”, dijo en voz baja.

“¿En verdad?”, preguntó Thor.

Merek se encogió de hombros.

“Después de todo, si ibas a envenenar al rey, ¿serías tan tonto de avisarle?”.

Merek se dio la vuelta y se alejó, a unos pasos del costado de la celda y se inclinó contra la pared y se sentó frente a Thor.

Ahora Thor tenía curiosidad.

“¿Por qué estás aquí?”, preguntó él.

“Por ladrón”, contestó Merek, un poco orgulloso.

Thor se sorprendió; nunca había estado en la presencia de un ladrón, de un verdadero ladrón. Él nunca había pensado en robar, y siempre se había asombrado por la gente que lo hacía.

“¿Por qué lo haces?”, preguntó Thor.

Merek se encogió de hombros.

“Mi familia no tenía comida. Tenían que comer. No fui a la escuela ni tengo habilidad alguna. Robar es lo que sé hacer. Nada importante. Solamente comida. Lo que sea que los ayude. Logré hacerlo durante años. Y entonces me atraparon. Esta es la tercera vez que me atrapan, en realidad. La tercera vez fue la peor”.

“¿Por qué?”, preguntó Thor.

Merek estaba callado, después negó con la cabeza, lentamente. Thor pudo ver sus ojos llenos de lágrimas.

“La ley del rey es estricta. Sin excepciones. A la tercera ofensa, te cortan la mano”.

Thor estaba horrorizado. Miró las manos de Merek, ambas estaban ahí.

“Todavía no han venido por mí”, dijo Merek. “Pero lo harán”.

Thor se sintió terrible. Merek apartó la vista, como avergonzado, y Thor lo hizo también, no queriendo pensar en ello.

Thor puso sus manos en la cabeza, que le dolía muchísimo, tratando de organizar sus pensamientos. Los últimos días parecían como un torbellino; todo había pasado tan rápidamente. Por un lado, sentía que había tenido éxito, que se había reivindicado: había visto el futuro, había previsto el envenenamiento de MacGil, y lo había salvado de él. Tal vez el destino, después de todo, podría ser cambiado—tal vez el destino podría ser torcido. Thor se sintió orgulloso: había salvado a su rey.

Por otro lado, aquí estaba él, en el calabozo, incapaz de limpiar su nombre. Todas sus esperanzas y sueños se habían hecho añicos, cualquier oportunidad de entrar a la Legión, había desaparecido. Ahora tendría suerte si no pasaba el resto de sus días ahí. Le dolía pensar que MacGil, a quien consideraba como un padre, el único padre verdadero que había tenido, pensaba que Thor había tratado de matarlo. Le dolía pensar que Reece, su mejor amigo, podría creer que había tratado de matar a su padre. O todavía peor: Gwendolyn. Pensó en su último encuentro—en cómo pensó ella que él frecuentaba los burdeles—y sintió que todo lo bueno de su vida le había sido arrebatado. Se preguntó por qué le estaba ocurriendo eso. Después de todo, él solamente quería hacer el bien.

Thor no sabía qué sería de él; no le importaba. Lo único que quería era limpiar su nombre, que la gente supiera que él no había intentado matar el rey; que tenía poderes verdaderos, que realmente vio el futuro. No sabía qué sería de él, pero sabía una cosa: tenía que salir de ahí. De alguna manera.

Antes de que Thor pudiera terminar el pensamiento, escuchó pasos, de botas pesadas caminando por los pasillos de piedra; se oyó un tintineo de llaves y momentos más tarde, llegó un carcelero corpulento, el hombre que había arrastrado a Thor hasta ahí y le había dado un puñetazo en la cara. Al verlo, Thor sintió el dolor en su mejilla, tomó conciencia de ello por primera vez, y sintió una repugnancia.

“Vaya, es el pequeño muchacho admirable que trató de matar al rey”; el guardián frunció el ceño, mientras giraba la llave de hierro de la cerradura. Después de varios clics repercutiendo, se acercó y abrió la puerta de la celda. Llevaba grilletes en una mano, y una pequeña hacha colgaba de su cintura.

“Te tocará tu turno”, dijo burlándose de Thor, después se volvió hacia Merek, “pero ahora vas tú, pequeño ladrón. Es la tercera vez”, dijo con una sonrisa maliciosa, ”no hay excepciones”.

Fue tras Merek, lo sujetó con rudeza, le jaló un brazo poniéndolo detrás de su espalda, agarró el grillete, y después sujetó el otro extremo a un gancho en la pared. Merek gritó, tirando violentamente del grillete, tratando de liberarse, pero era inútil. El guardia se puso detrás de él y lo sujetó, le dio un abrazo muy fuerte, tomó su mano libre y la puso en una repisa de piedra.

“Eso te enseñará a no robar”, gruñó.

Se quitó el hacha del cinturón y lo levantó por encima de su cabeza, con la boca bien abierta, enseñando sus feos dientes mientras gruñía.

“¡NO!” Merek gritó.

Thor se sentó ahí, horrorizado, paralizado mientras el guardia bajaba su arma, dirigiéndola a la muñeca de Merek. Thor se dio cuenta de que en segundos, la mano de este pobre muchacho sería cortada, para siempre, solo por sus robos menores por comida, para ayudar a alimentar a su familia. La injusticia ki hizo arder por dentro, y él sabía que no podía permitirlo. No era justo.

Thor sintió que todo su cuerpo se calentaba, y sintió que ardía por dentro, poniéndose de pie y corriendo por sus palmas. Sintió que el tiempo corría más despacio, sintió que se movía más rápido que el hombre, sintió cada instante de cada segundo, mientras el hacha del hombre estaba ahí a mitad del aire. Thor sintió una bola de energía que le quemaba la palma de la mano y la lanzó a su carcelero.

Observó con asombro cómo la esfera amarilla volaba de la palma de su mano hacia el aire, encendiendo la celda oscura, mientras dejaba un rastro—y fue directo a la cara del carcelero. Le cayó en la cabeza, y al hacerlo, tiró su hacha y fue volando a través de la celda, estrellándose en la pared y derrumbándose. Thor salvó a Merek por un segundo antes de que la navaja llegara a su muñeca.

Merek miró a Thor, con los ojos bien abiertos.

El guardia negó con la cabeza y empezó a levantarse, para aprehender a Thor. Pero Thor sintió la fuerza ardiendo a través de él, y mientras el guarda se levantaba y lo enfrentaba, Thor corrió hacia adelante, saltando en el aire y lo pateó en el pecho. Thor sintió un poder que nunca había conocido, corriendo por su cuerpo y escuchó un crujido mientras su patada enviaba al hombre robusto volando por el aire, estrellándose contra la pared, y cayendo en el suelo, esta vez realmente inconsciente.

Merek se quedó ahí, asombrado, y Thor sabía exactamente lo que tenía que hacer. Sujetó el hacha, se apresuró, sostuvo el grillete de Merek contra la piedra y lo rompió. Una gran chispa voló por el aire, mientras la cadena se rompía. Merek se encogió de dolor, después levantó su cabeza y miró a la cadena, colgando de su pie, y se dio cuenta de que estaba libre.

Se quedó mirando a Thor, con la boca abierta.

“No sé cómo agradecerte”, dijo Merek. “No sé cómo hiciste eso, sea lo que sea, o quién eres—o qué eres—pero me salvaste la vida. Te debo una. Y eso es algo que no tomo a la ligera”.

“No me debes nada”, dijo Thor.

“Te equivocas”, dijo Merek, extendiendo las manos y agarrando el antebrazo de Thor. “Ahora eres mi hermano. Y te devolveré el favor. De alguna manera. Algún día”.

Con eso, Merek se dio la vuelta, se apresuró a salir por la celda abierta y corrió hacia el pasillo, ante los gritos de los otros prisioneros.

Thor miró al guardia inconsciente, a la celda abierta y sabía que también tenía que actuar. Los gritos de los prisioneros subían de tono.

Thor salió, miró a ambos lados y decidió correr por el lado contrario a Merek. Después de todo, no podían atraparlos a los dos.




CAPÍTULO TRES


Thor corrió toda la noche, por las caóticas calles de la Corte del Rey, sorprendido por la conmoción que había alrededor. Las calles estaban llenas de gente, la muchedumbre se apresuraba en un revuelo agitado. Muchos llevaban antorchas, iluminando la noche, proyectando sombras escuetas en las caras, mientras las campanas del castillo repicaban incesantemente. Era una campanada débil, sonando a cada minuto y Thor sabía lo que eso significaba: la muerte. Campanadas de muerte. Y solamente había una persona en el reino para quien repicarían las campanas esta noche: para el rey.

El corazón de Thor se aceleró, sintiéndose asombrado. El puñal de su sueño destellaba ante sus ojos. ¿Había sido cierto?

Tenía que saber con seguridad. Estiró la mano y detuvo a un transeúnte, un muchacho que corría en dirección contraria.

“¿A dónde vas?, preguntó Thor. “¿Por qué hay tanta conmoción?”

“¿No te has enterado?”, contestó el muchacho, agitado. “¡Nuestro rey está muriendo! ¡Lo apuñalaron! La multitud está formada afuera de las Puertas del Rey, tratando de saber la noticia. Si es cierto, es terrible para todos nosotros. ¿Lo puede imaginar? ¿Una tierra sin rey?”

Diciendo eso, el muchacho quitó de un empujón la mano de Thor, giró y corrió nuevamente hacia la noche.

Thor se quedó ahí, con el corazón acelerado, sin querer darse cuenta de la realidad que había alrededor. Sus sueños, sus premoniciones—eran más que extravagancias. Él había visto el futuro. Dos veces. Y eso le dio miedo. Sus poderes eran más grandes de lo que creía y parecían hacerse más fuertes cada día. ¿Dónde acabaría todo esto?

Thor se quedó ahí parado, tratando de pensar a dónde ir. Había escapado, pero ahora no sabía a qué lugar dirigirse. Seguramente en unos minutos los guardias reales—y posiblemente toda la Corte del Rey—estaría afuera, buscándolo. El hecho de que Thor hubiera escapado, sólo lo hacía parecer más culpable. Pero también, el hecho de que MacGil fuera apuñalado mientras Thor estaba en prisión—¿no lo reivindicaba? ¿O lo haría parecer parte de la conspiración?

Thor no podía arriesgarse. Claramente, nadie en el reino estaba de humor para escuchar pensamientos racionales—parecía que todos a su alrededor habían salido a buscar sangre. Y probablemente, él sería el chivo expiatorio. Necesitaba encontrar un refugio, algún lugar a dónde ir, donde dejar pasar la tormenta y limpiar su nombre. El lugar más seguro sería lejos de ahí. Debería volar, refugiarse en su aldea—o en algún lugar más lejano, a la mayor distancia posible.

Pero Thor no quería tomar la ruta más segura, ese no era su estilo. Quería quedarse aquí, limpiar su nombre y mantener su posición en la Legión. Él no era un cobarde, y no huyó. Sobre todo, quería ver a MacGil antes de morir—suponiendo que todavía estuviera vivo. Necesitaba verlo. Se sintió tan abrumado por la culpa, por no haber podido detener el asesinato. ¿Por qué había sido destinado a ver la muerte del rey, si no había nada que pudiera hacer al respecto? ¿Y por qué había tenido la visión de verlo siendo envenenado, cuando en realidad había sido apuñalado?

Mientras Thor estaba parado, debatiendo, le llegó la respuesta. Reece. Reece era la persona en la que podía confiar que no lo entregaría a las autoridades, y tal vez hasta le daría un refugio seguro. Presentía que Reece creería en él. Sabía que el amor de Thor hacia su padre era genuino, y que si alguien tenía la oportunidad de limpiar el nombre de Thor, sería Reece. Tenía que encontrarlo.

Thor salió a toda velocidad a través de los callejones, serpenteando contra la multitud, mientras se alejaba de la Puerta del Rey hacia el castillo. Él sabía dónde estaba la habitación de Reece—en el ala Este, cerca del muro exterior de la ciudad—y solamente esperaba que Reece estuviera adentro. Si estaba ahí, tal vez podría llamar su atención, ayudarlo a encontrar el modo de entrar al castillo. Tenía el mal presentimiento de que si permanecía ahí, en las calles, pronto sería reconocido. Y cuando la muchedumbre lo reconociera, querría hacerlo pedazos.

Mientras Thor daba vuelta calle tras calle y sus pies se deslizaban en el fango de la noche de verano, finalmente llegó al muro de piedra de las murallas exteriores. Se acercó, corriendo junto a ella, justo debajo de la mirada vigilante de los soldados que estaban parados cada pocos metros.

Al acercarse a la ventana de Reece, se agachó y tomó una piedrita. Por suerte, la única arma que habían olvidado quitarle, era su vieja y confiable honda. La extrajo de su cintura, puso la piedra en su lugar y la arrojó.

Con su impecable puntería, Thor hizo volar la piedra sobre los muros del castillo y entró perfectamente en la ventana del cuarto de Reece. Thor oyó caer la piedra en la pared del interior, después esperó, agachándose a lo largo de la pared para evitar ser detectado por los guardias del rey, quienes mostraron molestia al escuchar el ruido.

Nada ocurrió durante varios minutos y Thor se sintió descorazonado al preguntarse si Reece no estaba en su habitación, después de todo. Si no era así, Thor tendría que irse corriendo de ese lugar; no tenía otra forma de encontrar un refugio seguro. Contuvo la respiración, con el corazón acelerado mientras esperaba, observando la ventana abierta de Reece.

Después de lo que pareció una eternidad, Thor estaba a punto de irse cuando vio una figura asomar la cabeza por la ventana, apoyando ambas palmas de las manos en el alféizar y mirar alrededor con una expresión de desconcierto.

Se puso de pie, moviéndose rápidamente a varios pasos de distancia de la pared y agitó un brazo a lo alto.

Reece miró hacia abajo y se dio cuenta de que él estaba ahí. El rostro de Reece se iluminó al reconocerlo ante la luz de las antorchas, incluso desde ahí, y Thor se sintió aliviado al ver la alegría en su rostro. Eso le dijo todo lo que él necesitaba saber. Reece no lo delataría.

Reece le hizo una señal para que esperara y Thor se acercó rápidamente a la pared, en cuclillas, mientras un guardia volteaba a ver hacia ahí.

Thor esperó, quién sabe cuánto tiempo, listo para alejarse de los guardias en cualquier momento, hasta que finalmente apareció Reece, por una puerta en el muro exterior, respirando con dificultad, mientras miraba hacia ambos lados y vio a Thor.

Reece se apresuró y lo abrazó. Thor estaba muy contento. Oyó un chillido y miro hacia abajo y, para su deleite, ahí estaba Krohn, envuelto en la camisa de Reece. Krohn casi salta fuera de la camisa, mientras Reece se agachaba y se lo entregaba a Thor.

Krohn—el siempre creciente cachorro de leopardo blanco que Thor había rescatado una vez— saltó a los brazos de Thor quien lo abrazó, y el leopardo gemía y chillaba y lamía la cara de Thor.

Reece sonrió.

“Cuando te llevaron, él trato de seguirte y lo sujeté para asegurarme de que estuviera a salvo”.

Thor agarró el antebrazo de Reece, en señal de agradecimiento. Después se rió, mientras Krohn seguía lamiéndolo.

“Yo también te extrañé, muchacho”, rió Thor, dándole un beso también. “Calla, o los guardias nos van a escuchar”.

Krohn se tranquilizó, como si entendiera.

“¿Cómo escapaste?”, preguntó Reece, sorprendido.

Thor se encogió de hombros. No sabía qué decir. Todavía se sentía incómodo hablando acerca de sus poderes, que él no entendía. No quería que los demás pensaran que era una especie de fenómeno.

“Supongo que tuve suerte”, respondió. “Vi la oportunidad y la tomé”.

“Me sorprende que la muchedumbre no te haya matado”, dijo Reece.

“Está oscuro”, dijo Thor. “No creo que nadie me haya reconocido. Al menos, todavía no”.

“¿Sabes que todos los soldados en el reino te están buscando? ¿Sabes que apuñalaron a mi padre?”.

Thor negó con la cabeza, estando serio. “¿Él está bien?”.

La cara de Reece se volvió sombría.

“No”, contestó con seriedad. “Se está muriendo”.

Thor se sintió devastado, como si fuera su propio padre.

“Sabes que no tuve nada que ver con eso, ¿verdad? Thor preguntó, esperanzado. No le importaba lo que los demás pensaran; pero necesitaba que su mejor amigo, el hijo menor de MacGil, supiera que él era inocente.

“Por supuesto”, dijo Reece. “O no estarías aquí parado”.

Thor sintió una ola de alivio y agarró el hombro de Reece, agradecido.

“Pero el resto del reino no tendrá tanta confianza en ti, como yo”, añadió Reece. “El lugar más seguro para ti es lejos de aquí”. Te daré mi caballo más rápido, un paquete con víveres y te mandaré lejos. Debes esconderte hasta que esto se aplaque, hasta que encuentren al verdadero asesino. Ya nadie está pensando con claridad”.

Thor negó con la cabeza.

“No me puedo ir”, dijo él. “Eso me haría parecer culpable. Necesito que los demás sepan que no fui yo. No puedo huir de mis problemas. Debo limpiar mi nombre”.

Reece negó con la cabeza.

“Si te quedas aquí, te encontrarán. Te volverán a encarcelar—y serás ejecutado—si no te mata antes la muchedumbre”.

“Es un riesgo que debo tomar”, dijo Thor.

Reece lo miró largo tiempo, duramente, y su mirada de preocupación cambió a una de admiración. Finalmente, poco a poco, negó con la cabeza.

“Eres orgulloso. Y estúpido. Muy estúpido. Por eso me agradas”.

Reece sonrió. Thor también le sonrió.

“Necesito ver a tu padre”, dijo Thor. “Necesito tener una oportunidad de explicarle, cara a cara, que no fui yo, que no tuve nada que ver con eso. Si decide condenarme, entonces que así sea. Pero necesito una oportunidad. Quiero que él lo sepa. Es todo lo que pido de ti”.

Reece lo miró con seriedad, formándose una opinión de su amigo. Finalmente, después de lo que parecía una eternidad, asintió con la cabeza.

“Puedo llevarte con él. Conozco un camino. Nos lleva hacia su habitación. Es arriesgado—y una vez que estés adentro, estarás por tu cuenta. No hay salida. Entonces no habrá nada que pueda hacer por ti. Podría significar tu muerte. ¿Estás seguro de que quieres tomar ese riesgo?

Thor asintió con la cabeza con una gran seriedad.

“Muy bien”, dijo Reece, y de repente extendió el brazo hacia abajo y lanzó una capa a Thor.

Thor la atrapó y miró hacia abajo sorprendido; se dio cuenta de que Reece debió haber planeado esto desde antes.

Reece sonrió mientras Thor miraba hacia arriba.

“Sabía que serías lo suficientemente tonto para querer quedarte. No esperaba nada menos de mi mejor amigo”.




CAPÍTULO CUATRO


Gareth paseó por su habitación, reviviendo los acontecimientos de la noche, lleno de ansiedad. No podía creer lo que había pasado en la fiesta, cómo es que todo había salido tan mal. No ´podía entender cómo ese tonto muchacho, ese forastero de Thor, de alguna manera había descubierto su plan de envenenamiento—y aún más, había logrado interceptar la copa. Gareth recordó el momento en el que vio saltar a Thor, derribar la copa, cuando escuchó caerla en la piedra, vio el vino derramarse en el suelo y vio cómo sus sueños y aspiraciones caían junto con él.

En ese momento, Gareth había sido arruinado. Todo por lo que había vivido había sido aplastado. Y cuando ese perro lamió el vino y cayó muerto—sabía que estaba acabado. Vio toda su vida pasar ante él, se vio a sí mismo descubierto, condenado a una vida en el calabozo, por haber tratado de matar a su padre. O peor aún, ser ejecutado. Fue una estupidez. Él nunca debió haber llevado a cabo ese plan, nunca debió visitar a esa bruja.

Al menos Gareth había actuado rápidamente; arriesgándose y poniéndose de pie de un salto para culpar a Thor. En retrospectiva, estaba orgulloso de lo pronto que había reaccionado. Había sido un momento de inspiración y para su sorpresa, parecía haber funcionado. Habían sacado a Thor arrastrando y después, la fiesta casi se había calmado de nuevo. Desde luego, nada era igual después de eso, pero al menos, la sospecha parecía caer totalmente en el muchacho.

Gareth sólo rezó para que se quedara así. Habían pasado décadas desde que había habido un intento de asesinato para un MacGil y Gareth temía que hubiera una investigación, que terminara viendo los hechos con mayor detenimiento. Pensándolo bien, había sido una tontería haber tratado de envenenarlo. Su padre era invencible. Gareth debió haberlo sabido. Había llegado muy lejos. Y ahora no podía evitar sentirse como si fuera cuestión de tiempo hasta que la sospecha cayera sobre él. Tenía que hacer lo que fuera posible para demostrar la culpa de Thor y hacer que fuera ejecutado antes de que fuera demasiado tarde.

Al menos Gareth se había redimido a sí mismo, después de ese intento fallido, había cancelado el asesinato. Ahora, Gareth se sentía aliviado. Después de ver que el plan había fallado, se dio cuenta de que una parte de él, muy en el fondo, no quería matar a su padre, después de todo, no quería derramar sangre en sus manos. Él no sería rey. Tal vez nunca sería rey. Pero después de que los acontecimientos de esta noche, se arreglaron bien con él... ...al menos él sería libre. Él nunca podría manejar el estrés de volver a pasar por eso; los secretos, el encubrimiento, la ansiedad constante de ser descubierto. Era demasiado para él.

Mientras paseaba y paseaba, iba siendo más noche, finalmente, poco a poco, empezó a calmarse. Justo cuando empezaba a volver a ser él mismo y se preparaba para terminar la noche, se escuchó un golpe repentino, y se volvió hacia su puerta, que se abrió de golpe. Firth entró corriendo, con los ojos bien abiertos, frenético, a la habitación, como si lo estuvieran persiguiendo.

“¡Está muerto!”, gritó Firth. “¡Está muerto! Yo lo maté. ¡Está muerto!”.

Firth estaba histérico, llorando y Gareth no tenía idea de lo que estaba hablando. ¿Estaba ebrio?

Firth corrió por toda la habitación, gritando, llorando, levantando las manos—y fue cuando Gareth se dio cuenta de las palmas de sus manos, llenas de sangre; su túnica amarilla manchada de rojo.

El corazón de Gareth perdió su ritmo. Firth acababa de matar a alguien. ¿Pero quién?

“¿Quién murió?”, Gareth le exigió hablar. “¿De quién estás hablando?”

Pero Firth estaba histérico y no podía concentrarse. Gareth corrió hacia él, sujetó sus hombros con firmeza y lo sacudió.

“¡Respóndeme!”

Firth abrió sus ojos y lo miró, con la mirada de un caballo salvaje.

“¡A tu padre!”. “¡El rey! ¡Está muerto!”. Yo lo hice”.

Con esas palabras, Gareth sintió como si un cuchillo hubiera sido sumido en su propio corazón.

Él se le quedó mirando, con los ojos bien abiertos, paralizado, sintiendo que todo su cuerpo se adormecía. Lo soltó, dio un paso atrás y trató de recuperar el aliento. Podía ver por toda la sangre que tenía, que Firth estaba diciendo la verdad. Ni siquiera podía comprenderlo. ¿Firth? ¿El mozo de cuadra? ¿El más débil de carácter de todos sus amigos? ¿Mató a su padre?

“¿Pero... cómo es posible?” Gareth se quedó sin aliento. “¿Cuándo?”

“Ocurrió en su habitación”, dijo Firth. “Hace un momento. Lo apuñalé”.

La realidad de la noticia comenzó a ser asimilada, mientras Gareth recuperaba su cordura; se dio cuenta de que la puerta estaba abierta, corrió hacia ella y la cerró de un portazo, asegurándose de que ningún guardia lo hubiera visto. Por suerte, el pasillo estaba vacío. Puso el pesado cerrojo de hierro.

Regresó corriendo a la habitación. Firth seguía histérico y Gareth necesitaba calmarlo. Él necesitaba respuestas.

Lo sujetó de los hombros, y lo hizo girar y le dio una bofetada lo suficientemente fuerte para detenerse. Finalmente, Firth se centró en él.

“Dime todo”, ordenó Gareth fríamente. “Dime exactamente lo que pasó. ¿Por qué lo hiciste?”

“¿Cómo que por qué?”, preguntó Firth, confundido. “Tú querías matarlo. Tu veneno no funcionó. Pensé que podía ayudarte. Pensé que es lo que querías”.

Gareth negó con la cabeza. Agarró a Firth de la camisa y lo sacudió, una y otra vez.

“¡¿Por qué lo hiciste?!”, gritó Gareth.

Gareth sintió que su mundo se derrumbaba. Estaba asombrado al darse cuenta de que en realidad sentía remordimiento por su padre. Él no podía entenderlo. Hace unas horas, lo que quería más que nada era ver que lo envenenaran, que muriera en la mesa. Ahora la idea del asesinato le pegó como si hubiera muerto su mejor amigo. Se sintió abrumado por el remordimiento. Una parte de él no quería que muriera después de todo—en especial, no de esa manera. No en manos de Firth. Y no por una daga.

“No entiendo”, se quejó Firth. “Hace unas horas tú intentaste matarlo. Con lo de la copa. ¡Pensé que estarías agradecido!”

Para su propia sorpresa, Gareth estiró la mano y golpeó a Firth en la cara.

“¡Yo no te dije que hicieras esto!”, espetó Gareth. “Nunca te dije que hicieras eso. ¿Por qué lo mataste? Mírate. Estás cubierto de sangre. Ahora ambos estamos acabados. Es cuestión de tiempo para que los guardas nos atrapen”.

“Nadie me vio”, dijo Firth. “Lo hice entre el cambio de turnos. Nadie me vio”.

“¿Y dónde está el arma?”

“No la dejé”, dijo Firth orgullosamente. No soy estúpido. Me deshice de ella”.

“¿Y qué cuchillo usaste?”, preguntó Gareth; su mente giraba pensando en las implicaciones. Pasó del remordimiento a la preocupación; su mente corría pensando en cada detalle de la pista que ese tonto torpe podría haber dejado, cada detalle que podría conducirlo hacia él.

“Usé una que no podría ser rastreada», dijo Firth, orgulloso de sí mismo. “Era una cuchilla despuntada, sin sobresalir. La encontré en los establos. Había otras cuatro similares. No podría ser rastreada”, repitió.

Gareth se sintió descorazonado.

“¿Era un cuchillo corto, con mango rojo y hoja curva, que estaba sobre la pared, junto a mi caballo?”

Firth asintió, mirando dudoso.

Gareth frunció el ceño.

“¡Eres un tonto! ¡Por supuesto que la hoja es rastreable!”

”¡Pero no tenía ninguna marca!”, protestó Firth, sonando asustado, con voz temblorosa.

“No hay marcas en la navaja— ¡pero hay marcas en la empuñadura!”, gritó Gareth. “¡Por debajo! No revisaste con cuidado. Eres un tonto”. Gareth dio un paso adelante, enrojeciendo. “El emblema de mi caballo está tallado debajo de ella. Quien conozca a la familia real, bien puede rastrear la navaja y llevarlo hacia mí”.

Miró fijamente a Firth, quien parecía perplejo. Él quería matarlo.

¿Qué hiciste con ella?”, dijo Gareth presionando. “Dime que la tienes contigo. Dime que la trajiste contigo. Por favor”.

Firth tragó saliva.

“Me deshice de ella con cuidado. Nunca la encontrará nadie”.

Gareth hizo una mueca.

“¿En qué lugar, exactamente?”

“La tiré por la rampa de piedra, en el orinal del castillo. Tiran el orinal cada hora, en el río. No te preocupes, mi señor. Ya está en lo profundo del río”.

Las campanas del castillo repicaron de repente, y Gareth dio la vuelta y corrió hacia la ventana abierta, su corazón se llenó de pánico. Se asomó y vio todo el caos y conmoción abajo, la turba rodeaba el castillo. El repicar de las campanas sólo podían significar una cosa: Firth no estaba mintiendo. Él había matado al rey.

Gareth sintió que su cuerpo se congelaba. No podía concebir que había puesto en marcha una maldad tan grande. Y que Firth, de todas las personas, lo había llevado a cabo.

Se escuchó un golpe repentino en su puerta, se abrió de golpe, y varios guardias reales entraron apresuradamente. Por un momento, Gareth estaba seguro de que lo arrestarían.

Pero para su sorpresa, se detuvieron y se pusieron en posición de firmes.

“Mi señor, su padre ha sido apuñalado. Puede haber un asesino suelto. Asegúrese de mantener la seguridad en su habitación. Él está gravemente herido”.

El vello del cogote de Gareth se erizó con esas últimas palabras.

“¿Herido?”, repitió Gareth; la palabra casi se le pega en la garganta. “¿Entonces todavía está vivo?”

“Lo está, mi señor. Y primero Dios, sobrevivirá y nos dirá quién cometió ese acto atroz”.

Con una corta reverencia, el guardia salió rápidamente de la habitación, cerrando la puerta con fuerza.

La rabia inundó a Gareth y sujetó a Firth de los hombros, lo empujó por la habitación y lo estrelló contra un muro de piedra.

Firth lo miró, con los ojos bien abiertos, pareciendo horrorizado, sin habla.

“¿Qué has hecho?”, gritó Gareth. “¡Ahora ambos estamos acabados!”.

”Pero...pero...” Firth tropezó, “¡yo estaba seguro de que había muerto!”.

“Estás seguro de muchas cosas”, dijo Gareth, “¡y todas están equivocadas!”.

Gareth pensó en algo.

“La daga”, dijo. “Tenemos que recuperarla, antes de que sea demasiado tarde”.

“Pero ya la tiré, mi señor”, dijo Firth. “¡Se fue por el río!”

“La tiraste en el orinal. Eso no significa que ya está en el río”.

“¡Pero es lo más seguro!”, dijo Firth.

Gareth ya no podía soportar las torpezas de este idiota. Salió precipitadamente hacia la puerta; Firth le siguió de cerca.

“Iré contigo. Te diré exactamente dónde la tiré”, dijo Firth.

Gareth se detuvo en el corredor, giró y miró a Firth. Estaba lleno de sangre y Gareth estaba sorprendido de que los guardias no lo hubieran visto. Fue una suerte. Firth estorbaba más que nunca.

“Sólo voy a decirlo una vez”, gruñó Gareth. “Regresa a mi cuarto de inmediato, cámbiate de ropa, y quémala. Deshazte de cualquier rastro de sangre. Después, desaparece del castillo. Aléjate de mí esta noche. ¿Entendiste?”

Gareth lo empujó hacia atrás, luego se volvió y corrió. Corrió por el pasillo, hacia la escalera de caracol de piedra, bajando nivel tras nivel, hacia los cuarteles de los sirvientes.

Por último, se dirigió hacia el sótano, varias cabezas de los sirvientes voltearon a verlo. Habían estado fregando enormes ollas e hirviendo baldes de agua. Enormes fogatas rugían entre los hornos de ladrillos y los sirvientes usaban delantales manchados, llenos de sudor.

En el otro extremo de la habitación, Gareth vio un enorme orinal, la suciedad bajaba por una rampa y salpicaba en ella a cada minuto.

Gareth corrió hacia el sirviente más cercano y lo sujetó del brazo, con desesperación.

“¿Cuándo vaciaron el orinal por última vez?”, preguntó Gareth.

”Fue llevado al río hace unos minutos, mi señor”.

Gareth se volvió y salió corriendo de la habitación, hacia los pasillos del castillo, de regreso a la escalera de espiral y salió disparado hacia el aire fresco de la noche.

Corrió por el campo, sin aliento, mientras se dirigía al río.

Mientras se acercaba a él, encontró un lugar para esconderse, detrás de un gran árbol, cerca de la orilla. Vio a dos sirvientes levantar la enorme olla de hierro e inclinarla hacia la corriente del río.

Observó hasta que quedó de cabeza, y se vació todo el contenido, hasta que volvieron con la olla y caminaron de regreso hacia el castillo.

Finalmente, Gareth quedó satisfecho. Nadie había visto ninguna daga. Dondequiera que estuviese, ahora estaba contracorriente del río, siendo arrastrada hacia el anonimato. Si su padre moría esta noche, no quedaría evidencia del qué rastrear del asesinato.

¿O sí?




CAPÍTULO CINCO


Thor seguía de cerca a Reece, Krohn detrás de él, mientras caminaban por el pasadizo trasero hacia la habitación del rey. Reece los había llevado por una puerta secreta, escondida en una de las paredes de piedra, y ahora sostenía una antorcha, guiándolos mientras caminaban en fila en el estrecho espacio, por las entrañas internas del castillo en una vertiginosa variedad de giros y vueltas. Subieron una estrecha escalera de piedra que llevaba a otro pasadizo. Se volvieron y ante ellos había otra escalera. Thor se asombró de lo intricado del pasadizo.

“Ese pasadizo se construyó en el castillo hacía cientos de años”, Reece explicó susurrando, mientras caminaban, respirando con dificultad al subir. “Fue construido por el bisabuelo de mi padre, el tercer rey MacGil. Lo construyó después de un sitio—es una ruta de escape. Irónicamente, nunca habíamos sido sitiados desde entonces, y estos pasadizos no han sido utilizados desde hacía varios siglos. Fueron tapiados y los descubrí cuando era niño. Me gusta usarlos de vez en cuando para llegar al castillo sin que nadie sepa dónde estoy. Cuando éramos más jóvenes, Gwen y Godfrey y yo jugábamos a las escondidas en ellos. Kendrick era muy grande y a Gareth no le gustaba jugar con nosotros. Sin antorchas, ésa era la regla. Estaba totalmente oscuro. Era aterrador en ese entonces”.

Thor trató de alcanzar a Reece mientras andaba por el pasadizo con un asombroso despliegue de virtuosismo, obviamente él conocía cada paso de memoria.

¿Cómo es posible que te acuerdes de todas esas vueltas?”, Thor preguntó con asombro.

“Uno se aburre al crecer siendo niño en este castillo”, continuó diciendo Reece, “especialmente si todos los demás son mayores y eres muy joven para unirte a la Legión y no hay nada más qué hacer. Hice que mi misión fuera descubrir cada rincón y cada rendija de este lugar”.

Volvieron a dar vuelta, bajaron tres escalones de piedra, giraron por una estrecha abertura en la pared, después bajaron una larga escalera. Por último, Reece los llevó a una puerta gruesa de roble, cubierta de polvo. Inclinó una oreja contra ella y escuchó. Thor se acercó a él.

“¿Qué puerta es esta?”, preguntó Thor.

“Shh”, dijo Reece.

Thor guardó silencio y puso su oreja contra la puerta, para escuchar. Krohn se quedó ahí, detrás de ellos, mirando hacia arriba.

“Es la puerta trasera de la habitación de mi padre”, susurró Reece. “Quiero escuchar quién está con él”.

Thor escuchó, con su corazón acelerado, las voces apagadas detrás de la puerta.

”Parece que el cuarto está lleno”, dijo Reece.

Reece giró y miró a Thor de manera significativa.

“Estarás entrando a una tormenta de fuego. Sus generales estarán ahí, su comité, sus asesores, su familia—todos. Estoy seguro de que cada uno de ellos te estará buscando: el supuesto asesino. Será como entrar a una turba de linchamiento. Si mi padre sigue pensando que trataste de matarlo, estarás acabado. ¿Estás seguro de que quieres hacer esto?

Thor tragó saliva. Era ahora o nunca. Su garganta se secó, mientras se daba cuenta de que era uno de los momentos decisivos de su vida. Sería fácil dar marcha atrás ahora, huir. Podría vivir una vida a salvo, lejos de la Corte del Rey. O podría pasar por esa puerta y potencialmente pasar el resto de su vida en el calabozo, con esos cretinos—o incluso ser ejecutado.

Respiró hondo y tomó una decisión. Tenía que enfrentarse a sus demonios. No podía retroceder.

Thor asintió. Tenía miedo de abrir la boca, miedo de que si lo hacía, podría cambiar de opinión.

Reece asintió con la cabeza, con una mirada de aprobación, después empujó el mango de hierro y apoyó su hombro en la puerta.

Thor entrecerró los ojos en la luz brillante de la antorcha, mientras la puerta se abría de golpe. Se encontró parado en el centro de la habitación privada del rey, Krohn y Reece a su lado.

Había por lo menos dos docenas de personas hacinadas en torno al rey, quien yacía en su cama, algunos parados junto a él, otros arrodillados. Rodeando al rey estaban sus consejeros y generales, junto con Argon, la reina, Kendrick, Godfrey—incluso Gwendolyn. Era una vigilia de muerte y Thor se estaba entrometiendo en un asunto privado de la familia.

El ambiente de la sala era sombrío, los rostros serios. MacGil yacía apoyado en almohadas y Thor se sintió aliviado de ver que aún estaba vivo—al menos por ahora.

Todas las caras se volvieron a la vez, sobresaltados con la repentina aparición de Thor y Reece. Thor se dio cuenta del asombro que habrán sentido con su repentina aparición en medio de la habitación, saliendo de una puerta secreta en la pared de piedra.

“¡Ese es el muchacho!”, alguien de la multitud gritó, poniéndose de pie y señalando a Thor con odio. “¡Él es el que intentó envenenar al rey!”.

Los guardias se abalanzaron sobre él, desde todas las esquinas de la habitación. Thor no sabía qué hacer. Una parte de él quería darse la vuela y huir, pero sabía que tenía que enfrentar a esta multitud enojada, tenía que hacer las paces con el rey. Así que se preparó, cuando varios guardias corrieron hacia adelante, extendiendo la mano para agarrarlo. Krohn, a su lado, gruñó, advirtiendo a sus atacantes.

Mientras que Thor estaba ahí parado, sintió un calor repentino por dentro, un poder que surgía a través de él; levantó una mano involuntariamente, y dirigió su energía hacia ellos.

Thor se sorprendió cuando todos se detuvieron a mitad de un paso, a unos centímetros de distancia, como si estuvieran congelados. Su poder, cualquiera que fuera, que brotaba de él, los mantuvo a raya.

“¿Cómo te atreves a entrar aquí y usar tu magia, muchacho?”. Brom—el mejor general del rey—gritó, desenvainando su espada. “¿Tratar de matar a nuestro rey una vez no fue suficiente?”.

Brom se acercó a Thor con su espada desenvainada; al hacerlo, Thor sintió algo que era más fuerte que él, un sentimiento muy fuerte que nunca había tenido. Él solamente cerró sus ojos y se concentró. Sintió la energía dentro de la espada de Brom, su forma, su metal y de alguna manera, se hizo uno junto con ella. Deseó detenerse en el ojo de su mente.

Brom se detuvo en seco, con los ojos bien abiertos.

“¡Argon!”, Brom giró y gritó. “Detén esta magia de inmediato! ¡Detén a este muchacho!”

Argon salió de entre la multitud y lentamente bajó su capucha. Miró fijamente a Thor, con ojos intensos y ardientes.

“No veo motivo para detenerlo”, dijo Argon. “No ha venido aquí a hacer daño”.

“¿Estás loco? ¡Casi mata a nuestro rey!”

“Eso es lo que tú supones”, dijo Argon. “Eso no es lo que yo veo”.

“Déjenlo en paz”, dijo una voz áspera y grave.

Todos voltearon cuando MacGil se sentó. Miró alrededor, muy débil. Era obvio que le costaba trabajo hablar.

“Quiero ver al muchacho. Él no es el que me apuñaló. Vi el rostro del hombre, y no era él. Thor es inocente”.

Lentamente, los demás bajaron su guardia y Thor se sintió relajado mentalmente, dejándolos marcharse. Los guardias retrocedieron, miraron a Thor con cautela, como si fuera de otro reino, y lentamente pusieron sus espadas en sus vainas.

“Quiero verlo”, dijo MacGil. “A solas. Todos ustedes. Déjennos”.

“Mi rey”, dijo Brom. “¿Realmente cree que es seguro? Que estén usted y este muchacho a solas?”.

“No deben tocar a Thor”, dijo MacGil. Déjennos”. Todos ustedes. Incluyendo mi familia”.

Hubo un gran silencio en la habitación, mientras todos se miraban entre ellos, claramente sin saber qué hacer. Thor se quedó ahí parado, sin moverse, apenas asimilando todo eso.

Los demás, uno a uno, incluyendo la familia del rey, salieron de la habitación, mientras Krohn salía con Reece. La habitación, tan llena de gente unos minutos antes, de repente se quedó vacía.

La puerta se cerró. Solamente estaban Thor y rel rey, solos, en silencio. Apenas podía creerlo. Ver a MacGil ahí acostado, tan pálido, con tanto dolor, hirió a Thor más de lo que podía decir. No sabía por qué, pero era como si parte de él estuviera muriendo ahí, también, en esa cama. Quería, por sobre todas las cosas, que el rey estuviera bien.

“Ven aquí, muchacho”, dijo MacGil débilmente, con la voz ronca, apenas como un susurro.

Thor bajó su cabeza y corrió al lado del rey, arrodillándose ante él. El rey tendió una muñeca inerte; Thor tomó su mano y la besó.

Thor miró hacia arriba y vio a MacGil sonriendo débilmente. Thor se sorprendió al sentir las lágrimas calientes inundando sus mejillas.

“Mi señor, empezó a decir Thor, apresuradamente, sin poder contenerse, “créame, por favor. Yo no lo envenené. Supe la trama solamente por mi sueño. De un poder que no conozco. Solamente quise advertirle. Créame, por favor—”.

MacGil levantó una mano, y Thor guardó silencio.

“Me equivoqué contigo”, dijo MacGil. “Se necesitó que otro hombre me apuñalara para saber que no eras tú. Solamente intentabas salvarme. Perdóname. Fuiste leal. Tal vez eres el único miembro leal de mi corte”.

“Cómo quisiera haberme equivocado”, dijo Thor. “Cómo quisiera que estuviera a salvo. Que mis sueños fueran solo ilusiones, que nunca hubiera sido asesinado. Tal vez me equivoqué. Tal vez sobreviva”.

MacGil negó con la cabeza.

“Mi tiempo ha llegado”, le dijo a Thor.

Thor tragó saliva, esperando que no fuera cierto, pero presintiendo que sí lo era.

“¿Sabe quién cometió este acto atroz, mi señor?” Thor hizo la pregunta que le había estado carcomiendo en la mente desde que había tenido el sueño. No podía imaginar quién querría matar al rey, o por qué.

MacGil miró al techo, parpadeando con esfuerzo.

“Vi su cara. Es una cara que conozco bien. Pero por alguna razón, no puedo ubicarlo”.

Volteó a ver a Thor.

“Ahora ya no importa. Mi tiempo ha llegado. Ya sea que fuera por su mano o la de otro, el final sigue siendo el mismo. “Lo que importa ahora”, dijo él, y extendió la mano y agarró la muñeca de Thor con una fuerza que lo sorprendió, “es lo que pasará después de que me vaya. Nuestro reino no tendrá rey”.

MacGil miró a Thor con una intensidad que Thor no entendía. Thor no sabía precisamente lo que él decía—qué, si había algo, era lo que exigía. Thor quería preguntar, pero veía la dificultad que tenía MacGil para respirar, y no quería arriesgarse a interrumpirlo.

“Argon tenía razón acerca de ti”, dijo él, soltándolo lentamente de la muñeca. “Tu destino es más grande que el mío”.

Thor sintió un choque eléctrico en su cuerpo al escuchar las palabras del rey. ¿Su destino? ¿Más grande que el del rey? La sola idea de que el rey se molestara en hablar de Thor con Argon era más de lo que Thor podía comprender. Y el hecho de que dijera que el destino de Thor sería más grande que el de rey—¿qué significado podría tener? ¿Estaría delirando MacGil en sus últimos momentos?

“Yo te elijo...te traje a mi familia por un motivo. ¿Sabes cuál es el motivo?”.

Thor negó con la cabeza, queriendo saber, desesperadamente.

“¿No sabes por qué quise que estuvieras solamente tú, en mis últimos momentos?”

“O siento, mi señor”, dijo él, negando con la cabeza. “No lo sé”.

MacGil sonrió débilmente, mientras sus ojos se empezaban a cerrar.

“Hay una gran tierra, lejos de aquí. Más allá de las tierras salvajes. Más allá de la tierra de los dragones. Es la tierra de los druidas. De donde es tu madre. Tienes que ir allá, a buscar las respuestas”.

Los ojos de MacGil se abrieron de par en par al mirar a Thor con una intensidad que éste no podía entender.

“Nuestro reino depende de eso”, añadió. “Tú no eres como los demás. Tú eres especial. Hasta que entiendas quién eres, nuestro reino nunca tendrá descanso”.

Los ojos de MacGil se cerraron y su respiración se hizo más superficial, cada una venía con un jadeo. Su sujeción en la muñeca de Thor se volvió más débil y Thor sintió cómo brotaban sus propias lágrimas. Su mente giraba con cada cosa que el rey había dicho, mientras trataba de entenderlo. Casi no podía concentrarse. ¿Había escuchado bien?

MacGil empezó a susurrar algo, pero era tan bajo, que Thor casi no podía entenderlo. Thor se acercó más, poniendo su oreja en la boca de MacGil.

El rey levantó su cabeza una vez más, y con un esfuerzo final dijo:

“Busca justicia por mí”.

Entonces, repentinamente, MacGil se puso rígido. Se quedó ahí durante unos momentos, después su cabeza rodó hacia un lado mientras sus ojos se abrían de par en par, paralizados.

Estaba muerto.

“¡NO!” Thor gimió.

Su gemido debe haber sido lo suficientemente fuerte para alertar a los guardias, porque un instante después, oyó que la puerta se abría detrás de él y escuchó la conmoción de docenas de personas entrando apresuradamente a la habitación. En alguna parte de su conciencia entendió que había movimiento a su alrededor. Vagamente escuchó las campanas del castillo repicando, una y otra vez. Las campanas sonaban, al compás de la sangre que brotaba de sus sienes. Pero todo se hizo borroso, ya que momentos después, el cuarto giraba.

Thor se estaba desmayando, yendo hacia el suelo de piedra, en un gran colapso.




CAPÍTULO SEIS


Una ráfaga de viento golpeó a Gareth en la cara y miró hacia arriba, parpadeando para contener las lágrimas en la pálida luz del primer amanecer. Estaba amaneciendo y sin embargo, en este remoto lugar, en el borde de los acantilados Kolvian, ya se habían reunido cientos de familiares del rey, amigos, y los súbditos reales cercanos, merodeando, esperando participar en el funeral. Detrás de ellos, detenidos por un ejército de soldados, Gareth podía ver llegar a las masas, miles de personas mirando los servicios a distancia. El dolor en sus caras era genuino. Su padre era amado, eso era seguro.

Gareth estaba con el resto de la familia inmediata, en un semicírculo alrededor del cadáver de su padre, que estaba suspendido en tablones sobre un agujero en la tierra, con las cuerdas alrededor, esperando que lo bajaran. Argon estaba parado frente a la multitud, usando unas túnicas escarlatas que reservaba solamente para los funerales, con expresión inescrutable, mientras miraba el cadáver del rey, y la capucha ocultaba su rostro. Gareth trató desesperadamente de analizar ese rostro, de descifrar cuánto sabía Argon. ¿Argon sabía que él había asesinado a su padre? Y si así fuera, ¿se lo diría a los demás—o dejaría que el destino lo decidiera?

Para mala suerte de Gareth, ese molesto muchacho, Thor, había sido limpiado de toda culpa, obviamente, él no pudo haber asesinado al rey estando en el calabozo. Eso sin mencionar que su mismo padre le había dicho a todos los demás que Thor era inocente. Lo cual empeoraba las cosas para Gareth. Ya se había formado una Comisión para investigar el asunto, para examinar todos los detalles de su asesinato. El corazón de Gareth se aceleró mientras estaba ahí parado con los demás, mirando el cadáver a punto de ser bajado a la tierra; quería bajar junto con él.

Sólo era cuestión de tiempo hasta que el rastro los llevara hacia Firth—y cuando fuera así, Gareth caería junto con él. Tendría que actuar rápidamente para desviar la atención, para echarle la culpa a alguien más. Gareth se preguntaba si los que lo rodeaban sospechaban de él. Probablemente solo estaba siendo paranoico , y al ver los rostros, nadie lo estaba mirando. Ahí estaban sus hermanos, Reece, Godfrey y Kendrick; su hermana Gwendolyn; y su madre, con su cara llena de dolor, parecía catatónica; sin duda, desde la muerte de su padre, ella había sido una persona diferente, casi no podía hablar. Le dijeron que cuando ella recibió la noticia, algo había pasado dentro de ella, una especie de parálisis. La mitad de su cara estaba paralizada, cuando abría la boca, las palabras salían lentamente.

Gareth examinó las caras de los consejeros del rey detrás de ella—su general en jefe, Brom, y su jefe de la Legión, Kolk, y detrás de ellos estaban los interminables consejeros de su padre. Todos fingían dolor, pero Gareth sabía que no era así. Sabía que toda esa gente, todos los miembros del consejo y asesores y generales—y todos los nobles y lores detrás de ellos—apenas si les importaba. Vio la ambición en sus rostros. La lujuria por el poder. Mientras veían hacia abajo al cadáver del rey, sintió que cada uno se preguntaba quién sería el próximo a ocupar el trono.

Era justamente el mismo pensamiento que tenía Gareth. ¿Qué sucedería después de un asesinato tan caótico? Si hubiera sido limpio y fácil, y hubieran culpado a otra persona, entonces el plan de Gareth habría sido perfecto—el trono sería para él. Después de todo, él era el hijo legítimo primogénito. Su padre había cedido el poder a Gwendolyn, pero nadie estuvo presente en esa reunión, excepto sus hermanos, y sus deseos nunca fueron ratificados. Gareth conocía al Consejo y sabía cuán en serio se tomaban la ley. Sin una ratificación, su hermana no podría gobernar.

Lo cual, de nuevo, lo llevaba hacia él. Si se seguía el proceso debido—y Gareth estaba decidido a que así fuera—entonces el trono sería para él. Ésa era la ley.

Sus hermanos pelearían con él, de eso no tenía ninguna duda. Recordarían su encuentro con su padre, y tal vez insistirían en que Gwendolyn gobernara. Kendrick no intentaría ir por el poder—era muy honesto. Godfrey era apático. Reece era demasiado joven. Gwendolyn era su única verdadera amenaza. Pero Gareth se sentía optimista; no creía que el Consejo estuviera listo para tener a una mujer—mucho menos a una adolescente—para gobernar el Anillo. Y sin la ratificación del rey, tenían la excusa perfecta para excluirla.

La verdadera amenaza que quedaba en la mente de Gareth era Kendrick. Después de todo, él, Gareth, era odiado universalmente, mientras que Kendrick era amado entre los plebeyos, entre los soldados. Dadas las circunstancias, siempre existía la posibilidad de que el Consejo entregara el trono a Kendrick. Mientras más pronto tomara Gareth el poder, más rápido podría utilizar sus poderes para anular a Kendrick.

Gareth sintió un jalón en su mano, y miró hacia abajo a la cuerda anudada que quemaba la palma de su mano. Se dio cuenta de que empezaron a bajar el ataúd de su padre; miró alrededor y estaban sus otros hermanos, sosteniendo cada uno la cuerda igual que él, bajándola lentamente. El extremo de la cuerda de Gareth se inclinó, ya que se demoró en bajarla, y extendió la mano y la agarró con su otra mano hasta que se estabilizó. Era irónico, incluso en la muerte, no podía agradar a su padre.

Las campanas repicaban a lo lejos, procedentes del castillo y Argon dio un paso adelante y levanto la palma de su mano.

“Itso ominus domi ko resepia…”

El lenguaje perdido de los Anillos, el lenguaje real, usado por sus antepasados durante mil años. Era un lenguaje que los profesores particulares de Gareth habían practicado con él desde niño y que necesitaría cuando asumiera sus poderes

Argon se detuvo de repente, miró hacia arriba y se le quedó viendo a Gareth. Hizo que un escalofrío llegara a la columna de Gareth, mientras los ojos translúcidos de Argon parecían arder a través de él. La cara de Gareth se ruborizó y se preguntó si todo el reino los estaban observando y si alguien sabía lo que significaba. Con esa mirada, sintió que Argon sabía de su participación. Sin embargo, Argon era misterioso, siempre negándose a participar en los serpenteos del destino humano. ¿Se quedaría callado?

“El Rey MacGil era bueno y justo”, dijo Argon lentamente, con una voz ronca y sobrenatural.

“Trajo el orgullo y el honor de sus antepasados y las riquezas y la paz a su reino a diferencia de todo lo que habíamos conocido. Le arrebataron la vida antes de tiempo, como Dios lo quiso. Pero dejó un legado profundo y rico. Ahora depende de nosotros cumplir con ese legado”.

Argon hizo una pausa.

“Nuestro reino del Anillo está rodeado de amenazas profundas y siniestras por todos lados. Más allá de nuestro Barranco, protegido solo por nuestro escudo de energía, se encuentra una nación de salvajes y criaturas que pueden separarnos. Dentro de nuestro Anillo, frente a nuestras montañas, se encuentra un clan que nos haría daño. Vivimos en una prosperidad sin igual y en paz; sin embargo, nuestra seguridad es fugaz.

"¿Por qué los dioses se llevan a uno de nosotros en su mejor momento— un rey bueno y sabio y justo? ¿Por qué fue su destino ser asesinado de esta manera? Todos somos meros peones, marionetas en manos del destino. Incluso en el apogeo de nuestro poder, podemos terminar debajo de la tierra. La pregunta con la que debemos lidiar no es: ¿para qué nos esforzamos?—sino ¿para quién nos esforzamos?".

Argon bajó la cabeza, y Gareth sintió sus palmas ardiendo mientras bajaban el ataúd hasta el final; que finalmente cayó al suelo con un ruido sordo.

"¡NO!", se oyó un grito.

Era Gwendolyn. Histérica, corrió por el borde de la fosa, como si fuera a arrojarse; Reece corrió hacia ella y la agarró, la retuvo. Kendrick se acercó a ayudarles.

Pero Gareth no sintió ninguna compasión por ella; más bien, se sentía amenazado. Si ella quería estar debajo de la tierra, podía arreglar eso.

Sí, por supuesto que podía hacerlo.

*

Thor se quedó a sólo unos metros del cadáver del rey MacGil mientras observaba cómo bajaba a la tierra, y se sintió abrumado por lo que veía. Situada en el borde del acantilado más alto del reino, el rey había elegido un lugar espectacular para ser enterrado, un lugar alto, que parecía llegar a las mismas nubes. Las nubes se teñían de naranjas y verdes y amarillos y rosas, mientras el primero de los soles de la mañana se arrastraban a lo alto del cielo. Pero el día estaba cubierto de una niebla que no se levantaba, como si el reino mismo llorara. Krohn, a su lado, gimió.

Thor oyó un chillido, y levantó la vista para ver a Estopheles, dando vueltas en lo alto, mirándolos a ellos hacia abajo. Thor todavía estaba adormecido; casi no podía creer los acontecimientos de los últimos días, que estaba de pie aquí ahora, en medio de la familia del rey, viendo a este hombre que había llegado a amar rápidamente, ser bajado hacia la tierra. Parecía imposible. Apenas había comenzado a conocer al primer hombre que había sido para él como un padre de verdad, y ahora se lo estaban llevando. Más que nada, Thor no podía dejar de pensar en las palabras finales del rey:

Tú no eres como los demás. Tú eres especial. Hasta que entiendas quién eres, nuestro reino nunca tendrá descanso”.

¿Qué había querido decir el rey con eso? ¿Quién era él, exactamente ¿En qué era especial? ¿Cómo sabía eso el rey? ¿Qué tenía que ver el destino del reino con Thor ? ¿Había estado delirando el rey?

“Hay una gran tierra, lejos de aquí. Más allá del Imperio. Más allá de la tierra de los dragones. Es la tierra de los druidas. De donde es tu madre. Tienes que ir allá, a buscar las respuestas”.

¿Cómo había sabido MacGil de su madre? ¿Cómo había sabido dónde vivía? ¿Y qué tipo de respuestas tenía ella? Thor siempre había supuesto que ella había muerto—la idea de que ella pudiera estar viva, le electrificaba. Se sintió más decidido que nunca, a ir a buscarla, a encontrarla. Para encontrar las respuestas, para descubrir quién era y por qué él era especial.

Mientras sonaba la campana y el cadáver de MacGil comenzaba a bajar, Thor se puso a pensar en los crueles serpenteos del destino; en por qué se le había permitido ver el futuro, ver cómo era asesinado este gran hombre—pero no había podido hacer algo al respecto. De alguna manera, él deseaba no haber visto nada de esto, no haber sabido de antemano lo que iba a pasar; quisiera haber sido un espectador inocente, como los demás, despertar un día para descubrir que el rey había muerto. Ahora se sentía como si fuera parte de ello. De alguna manera, se sentía culpable, como si debiera haber hecho algo más.

Thor se preguntó qué sería del reino ahora. Era un reino sin rey”. ¿Quién iba a gobernar? ¿Sería Gareth, como todos especulaban? Thor no podía imaginar nada peor.

Thor observó a la multitud y vio las caras serias de los nobles y lores aquí reunidos, de todos los rincones del Anillo; él sabía que eran hombres poderosos, por lo que Reece le había dicho, en un reino inquieto.. No podía evitar preguntarse quién podría ser el asesino. Entre todas esas caras, parecía como si todo el mundo fuera sospechoso. Todos estos hombres estarían compitiendo por el poder. ¿Se haría pedazos el reino? ¿Estarían sus fuerzas en conflicto entre sí? ¿Cuál sería su destino? ¿Y qué pasaría con la Legión? ¿Sería disuelta? ¿Se disolvería el ejército? ¿Habría revuelta entre los Plateados si Gareth fuera nombrado rey?





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LA MARCHA DE LOS REYES nos lleva más allá del viaje épico de Thor hacia la mayoría de edad, cuando empieza a darse cuenta de quién es, qué poderes tiene, mientras se embarca para convertirse en guerrero. Después de escapar del calabozo, Thor queda aterrado al saber que había habido otro intento de asesinato hacia el Rey MacGil. Cuando MacGil muere, el reino se convierte en un caos. Como todos aspiran al trono, la Corte del Rey está más repleta que nunca, con sus dramas familiares, luchas de poder, ambiciones, celos, violencia y traición. Se debe elegir un heredero entre los hijos, y la antigua Espada del Destino, fuente de todo su poder, tendrá la oportunidad de ser blandida por alguien nuevo. Pero todo esto puede ser cambiado drásticamente: recuperan el arma asesina, y la trama cambia al encontrar al asesino. Simultáneamente, los MacGil enfrentan una nueva amenaza de los McCloud, quienes están decididos a atacar otra vez el Anillo. Thor lucha por recuperar el amor de Gwendolyn, pero tal vez no haya tiempo; le dicen que empaque, que se prepare con sus hermanos en armas para Los Cien, cien días extenuantes de infierno en la que todos los miembros de Legión deben sobrevivir. La Legión tendrá que cruzar el Barranco, más allá de la protección del Anillo, y navegar por el Mar Tartuvio hacia la Isla de la Niebla, que se rumora es patrullada por un dragón para su iniciación de la mayoría de edad.

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