Книга - Un Mar De Armaduras

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Un Mar De Armaduras
Morgan Rice


El Anillo del Hechicero #10
UN MAR DE ARMADURAS ( LIBRO # 10 DE EL ANILLO DEL HECHICERO), Gwendolyn da a luz al hijo de ella y de Thorgrin, en medio de augurios poderosos. Con un hijo, las vidas de Gwendolyn y Thorgrin cambian para siempre, al igual que el destino del Anillo. Thor no tiene otra opción que embarcarse para encontrar a su madre, dejar a su esposa e hijo e ir a su tierra natal en una peligrosa misión que pondrá el futuro del Anillo en juego. Antes de que Thor se embarque, se une con Gwendolyn en la boda más grande en la historia de los MacGil, primero debe ayudar a reconstruir La Legión, profundiza su formación con Argon y se le da el honor que él siempre había soñado cuando fue llevado con Los Plateados y se convierte en Caballero. Gwendolyn está atormentada por el nacimiento de su hijo, la partida de su esposo y la muerte de su madre. Todo el Anillo se reúne para el funeral real, que vuelve a unir a las hermanas separadas, Luanda y Gwendolyn, en una confrontación final que tendrá consecuencias nefastas. Las profecías de Argon resuenan en su mente, y Gwendolyn presiente un peligro inminente para el Anillo y promueve su plan para rescatar a toda su gente en caso de una catástrofe. Erec recibe noticias de la enfermedad de su padre y es llamado a volver a su casa, a las Islas del Sur; Alistair se une a él en el viaje, mientras sus planes de boda se ponen en movimiento. Kendrick busca a su madre perdida y se sorprende al ver a quién encuentra. Elden y O’Connor regresan a sus pueblos para encontrar las cosas no como las esperaban, mientras que Conven cae en el más profundo luto y hacia el lado oscuro. Steffen inesperadamente encuentra el amor, mientras Sandara sorprende a Kendrick al abandonar el Anillo, de regreso a su patria, en el Imperio. Reece, muy a su pesar, se enamora de su prima, y cuando los hijos de Tirus se enteran, ponen en marcha una gran traición. Matus y Srog tratan de mantener el orden en las Islas Superiores, pero ocurre una tragedia por un malentendido cuando Selese descubre el romance, justo antes de su boda, y una guerra amenaza con estallar en las Islas Superiores debido a las pasiones de Reece. El lado McCloud de Tierras Altas es igualmente inestable, con una guerra civil al borde de iniciar, debido al mando inestable de Bronson y a las acciones despiadadas de Luanda. Con el Anillo en el borde de la guerra civil, Rómulo, en el Imperio, descubre una nueva forma de magia que podría destruir el Escudo para siempre. Hace un trato con el lado oscuro y, envalentonado, con un poder que ni siquiera Argon puede detener, Rómulo se embarca en una forma segura para destruir el Anillo. Con su sofisticada construcción del mundo y caracterización, UN CIELO DE HECHIZOS (A SKY OF SPELLS), es un relato épico de amigos y amantes, de rivales y pretendientes, de caballeros y dragones, de intrigas y maquinaciones políticas, de cumplir la mayoría de edad, de corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una historia de honor y valor, de suerte y destino, de hechicería. Es una fantasía que nos lleva a un mundo que nunca olvidaremos, y que gustará a personas de todas las edades y géneros.





Morgan Rice

Un Mar De Armaduras (Libro #10 De El Anillo Del Hechicero)




Acerca de Morgan Rice

Morgan Rice tiene el #1 en éxito en ventas como el autor más exitoso de USA Today con la serie de fantasía épica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de once libros (y contando); de la serie #1 en ventas LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspenso post-apocalíptica compuesta de dos libros (y contando); y de la nueva serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS. Los libros de Morgan están disponibles en audio y ediciones impresas, y las traducciones están disponibles en más de 25 idiomas.

¡TRANSFORMACIÓN (Libro #1 en El Diario del Vampiro), ARENA UNO (Libro #1 de la Trilogía de Supervivencia), LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1 en el Anillo del Hechicero) y EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Reyes y Hechiceros—Libro #1)  están todos disponibles como descarga gratuita!

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Algunas Opiniones Acerca de Morgan Rice

"Es una fantasía animada que entrelaza elementos de misterio e intriga en su historia. La Senda de los Héroes (A Quest of Heroes) trata acerca de la realización del valor y de darse cuenta del propósito de la vida que conduce al crecimiento, madurez y excelencia…Para aquellos que buscan aventuras de fantasía sustanciosa, los protagonistas, estratagemas y acción proporcionan un vigoroso sistema de encuentros que se centran en la evolución de Thor, de ser un muchacho soñador a convertirse en un joven adulto que se enfrenta a retos imposibles para sobrevivir… Es sólo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para adultos jóvenes".



    Midwest Book Review (D. Donovan, Crítico de eBook)

"EL ANILLO DEL HECHICERO (THE SORCERER´S RING) tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: tramas, conspiraciones, misterio, caballeros aguerridos y relaciones florecientes repletas de corazones rotos, decepciones y traiciones.  Lo mantendrá entretenido durante horas y satisfará a las personas de todas las edades.  Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género de la fantasía".



    --Books and Movie Reviews, Roberto Mattos

"La entretenida fantasía épica de Rice [EL ANILLO DEL HECHICERO – THE SORCERER’S RING] incluye rasgos clásicos del género – una buena ambientación, grandemente inspirada en la antigua Escocia y su historia, y un buen sentido de la intriga de la Corte".



    – Kirkus Reviews

"Me encantó cómo Morgan Rice construyó el personaje de Thor y el mundo en que vive. El paisaje y las criaturas que viven ahí, estuvieron muy bien descritos… La disfruté [la trama]. Fue corto y tierno… Tiene la cantidad adecuada de personajes secundarios, así que no me confundí. Contenía aventuras y momentos espeluznantes, pero la acción representada no era demasiado grotesca. El libro sería perfecto para un lector adolescente… Los inicios de algo increíble están ahí…"



    --San Francisco Book Review

"En este primer libro lleno de acción de la saga de la fantasía épica de El Anillo del Hechicero – The Sorcerer’s Ring (que actualmente consta de 14 libros), Rice presenta a los lectores a Thorgrin, ’Thor’ McLeod, de 14 años, cuyo sueño es unirse a la Legión de los Plateados, caballeros de élite que sirven al rey… La obra de Rice es sólida y el argumento es fascinante".



    --Publishers Weekly

"[LA SENDA DE LOS HÉROES – A QUEST OF HEROES] es de lectura fácil y rápida. Los finales de los capítulos hacen que tengas que leer lo que sigue y no quieras dejarlo. Hay algunos errores en el libro y algunos nombres están mezclados, pero eso no distrae de la historia en general. El final del libro me hizo querer conseguir el siguiente libro inmediatamente, y eso es lo que hice. Las nueve series del Anillo del Hechicero (The Sorcerer’s Ring) se pueden adquirir actualmente en la tienda Kindle y La Senda de los Héroes (A Quest of Heroes) ¡es gratis, para que uno empiece! Si está buscando algo rápido y divertido para leer mientras está de vacaciones, este libro es el adecuado".



    --FantasyOnline.net



Libros de Morgan Rice

REYES Y HECHICEROS

EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)

EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2)



EL ANILLO DEL HECHICERO

LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)

UNA MARCHA DE REYES (Libro #2)

UN DESTINO DE DRAGONES (Libro #3)

UN GRITO DE HONOR (Libro #4)

UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)

UNA POSICIÓN DE VALOR (Libro #6)

UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)

UNA CONCESIÓN DE ARMAS (Libro #8)

UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)

UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10)

UN REINO DE ACERO (Libro #11)

UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)

UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)

UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)

UN SUEÑO DE MORTALES (Libro #15)

UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)

EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)



LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA

ARENA UNO: SLAVERSUNNERS (Libro #1)

ARENA DOS (Libro #2)



EL DIARIO DEL VAMPIRO

TRANSFORMACIÓN (Libro # 1)

AMORES (Libro # 2)

TRAICIONADA (Libro # 3)

DESTINADA (Libro # 4)

DESEADA (Libro # 5)

COMPROMETIDA (Libro # 6)

JURADA (Libro # 7)

ENCONTRADA (Libro # 8)

RESUCITADA (Libro # 9)

ANSIADA (Libro # 10)

CONDENADA (Libro # 11)












Escuche la saga de EL LIBRO DEL HECHICERO en formato de audio libro!


Derechos Reservados © 2013 por Morgan Rice

Todos los derechos reservados.  A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno, ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora.

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Ésta es una obra de ficción.  Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia.   Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia.

Imagen de la cubierta Derechos Reservados, Razoomgame, utilizada bajo licencia de Shutterstock.com.


Earl: "Si tuviéramos aquí
Al menos a diez 10 mil de esos hombres en Inglaterra…"

Enrique V "No, mi primo justo…
Mientras menos hombres, mayor parte del honor.
¡Es la voluntad de Dios! Te lo ruego, no desees ni un hombre más".

    --William Shakespeare
    Enrique V






CAPÍTULO UNO


Gwendolyn gritó y gritó mientras el dolor la hacía pedazos.

Yacía de espaldas en el campo de flores silvestres, le dolía su estómago más de lo que imaginaba posible, destrozándola, pujando, tratando de sacar al bebé. Una parte de ella deseaba que todo terminara, que pudiera llegar a un lugar seguro antes de que el bebé llegara. Pero una parte mayor de ella sabía que el bebé estaba llegando, le gustara o no.

Por favor, Dios, ahora no, rezó ella. Sólo unas horas más. Déjanos llegar a un lugar seguro, primero.

Pero el destino no lo quería así. Gwendolyn sintió otro tremendo dolor a través de su cuerpo, y se reclinó y gritó cuando sintió al bebé girar dentro de ella, a punto de salir. Ella sabía que era imposible que pudiera detenerlo.

En cambio, Gwen pujó, obligándose a respirar como las enfermeras le habían enseñado, tratando de ayudarlo a salir. Sin embargo, no parecía estar funcionando, y gimió en agonía.

Gwen se sentó una vez más y miró a su alrededor buscando cualquier señal de que hubiera alguna persona.

"¡AUXILIO!", gritó con toda la fuerza de sus pulmones.

No hubo ninguna respuesta. Gwen estaba en medio de los campos de verano, muy lejos de alma alguna, y su grito fue absorbido por los árboles y el viento.

Gwen siempre trató de ser fuerte, pero tuvo que admitir que estaba aterrorizada. Menos por sí misma y más por el bebé. ¿Qué pasaría si nadie los encontraba? Aunque pudiera parir por sí misma, ¿cómo sería capaz de irse de este lugar con el bebé? Tenía el mal presentimiento de que ella y el bebé morirían.

Gwen pensó en el Mundo de las Tinieblas, en ese momento fatídico con Argon cuando ella lo había liberado, la elección que tuvo que hacer. El sacrificio. La opción insoportable que había sido forzada a tomar, teniendo que elegir entre su esposo y su bebé. Lloró, recordando la decisión que había tomado. ¿Por qué la vida siempre exigía sacrificios?

Gwendolyn sostuvo el aliento mientras el bebé de repente cambiaba de posición dentro de ella; un dolor severo resonó desde la parte superior de su cabeza hasta los pies. Sentía como si fuera un árbol de roble partiéndose en dos desde el interior.

Gwendolyn se acercó y gimió mientras miraba al cielo, tratando de imaginarse en cualquier lugar, menos aquí. Ella trató de aferrarse a algo en su mente, algo que le diera una sensación de paz.

Pensó en Thor. Se veía junto con él, cuando se conocieron por primera vez, caminando a través de estos mismos campos, agarrados de la mano, Krohn saltando a sus pies. Ella intentó llevar la imagen a la vida en su mente, tratado de concentrarse en los detalles.

Pero no estaba funcionando. Abrió los ojos con un sobresalto, el dolor la hacía volver a la realidad. Se preguntaba cómo había terminado aquí, en este lugar, sola – entonces se acordó de Aberthol, hablándole de su madre moribunda, de haber corrido para ir a verla. ¿Su madre también estaba muriendo en ese momento?

De repente, Gwen gritó, sintiendo que estaba muriendo, y miró hacia abajo y vio la corona de la cabeza del bebé emergiendo. Ella se reclinó y gritó mientras pujaba y pujaba, sudando, con la cara de un tono rojo brillante.

Hubo un último pujido, y de repente, un llanto atravesó el aire.

Era el llanto de un bebé.

De repente, el cielo se ennegreció. Gwen miró hacia arriba y vio con miedo cómo el día perfecto de verano, sin previo aviso, se convirtió en noche. Vio como los dos soles de repente fueron eclipsados por las dos lunas.

Un eclipse total de ambos soles. Gwen casi no lo podía creer: ella sabía que sólo sucedía una vez cada diez mil años.

Gwen observó con terror cómo se encontraba inmersa en la oscuridad. De repente, el cielo se llenó de relámpagos, los rayos parpadeaban, y Gwen sintió que le arrojaban pequeñas bolitas de hielo. Ella no entendía lo que estaba sucediendo, hasta que finalmente se dio cuenta de que estaba granizando.

Ella sabía que todo esto era un enorme presagio, que todo ocurría en el momento preciso del nacimiento de su bebé. Ella miró hacia abajo al bebé y supo de inmediato que era más poderoso de lo que ella podría entender. Que él era de otro reino.

Cuando nació, llorando, Gwen instintivamente estiró la mano y lo sujetó, tirando de su pecho antes de que pudiera deslizarse en el pasto y el lodo, protegiéndolo de la lluvia, mientras lo envolvía en sus brazos.

Él gemía, y al hacerlo, la tierra comenzó a temblar. Ella sintió la tierra temblar, y a lo lejos, vio rocas rodando por las laderas. Podía sentir el poder de este niño fluyendo a través de ella, afectando a todo el universo.

Mientras Gwen lo sujetaba con fuerza, se sentía más débil a cada momento; sentía que perdía mucha sangre. Se sintió mareada, demasiado débil para moverse, apenas lo suficientemente fuerte para sostener a su bebé, que no paraba de llorar en su pecho. Apenas podía sentir sus propias piernas.

Gwen tuvo un mal presentimiento de que moriría allí, en estos campos, con este bebé. Ya no se preocupaba por ella misma – pero no podía imaginar la idea de que su bebé muriera.

"¡NO!", gritó Gwen, convocando hasta el último poco de fuerza que tenía, para protestar a los cielos.

Mientras Gwen dejaba caer su cabeza hacia atrás, tirada en el suelo, un grito llegó en respuesta. No fue un grito humano. Era el de una criatura antigua.

Gwen comenzó a perder la conciencia. Ella miró hacia arriba, sus ojos se fijaban en ella y vio aparecer algo desde los cielos. Era una bestia enorme, bajando hacia ella, y se dio cuenta que era una criatura que ella amaba.

Ralibar.

Lo último que vio Gwen, antes de que sus ojos se cerraran para siempre, fue a Ralibar, bajando hacia ella, con sus enormes y brillantes ojos verdes y sus escamas rojas y antiguas, con sus garras extendidas y apuntando hacia ella.




CAPÍTULO DOS


Luanda estaba paralizada, en estado de shock, mirando el cadáver de Koovia, todavía con la daga ensangrentada en la mano, sin poder creer lo que había hecho.

Todo el salón de banquetes quedó en silencio y la miraron, sorprendidos, nadie se movió ni un instante. Todos miraban el cadáver de Koovia a sus pies, el intocable Koovia, el gran guerrero del Reino McCloud, segundo solamente en destreza al rey McCloud y la tensión era tan gruesa en la sala, que podría cortarse con un cuchillo.

Luanda era la más sorprendida de todos. Sintió su mano ardiente, con la daga todavía en ella, sintió una acometida de calor, entusiasmada y aterrorizada por haber matado a un hombre. Ella estaba, más que nada, orgullosa de haberlo hecho, orgullosa de haber detenido a este monstruo antes de que él pudiera poner las manos sobre su esposo o de la novia. Obtuvo lo que merecía. Todos esos McCloud eran salvajes.

Hubo un grito repentino y Luanda volteó a ver al guerrero líder de Koovia, a pocos metros de distancia, irrumpiendo repentinamente en acción, con la venganza en sus ojos y corriendo hacia ella. Levantó su espada por lo alto y la dirigió hacia su pecho.

Luanda estaba aún demasiado entumecida para reaccionar, y este guerrero se movió rápidamente. Ella se preparó, sabiendo que en un momento, sentiría el frío acero perforando su corazón. Pero a Luanda no le importaba. Lo que pasara con ella ahora ya no importaba ahora que había matado a ese hombre.

Luanda cerró sus ojos cuando el acero bajó, lista para la muerte – y en cambio, se sorprendió al escuchar un repentino sonido metálico.

Ella abrió los ojos y vio a Bronson avanzando, levantando su espada y bloqueando el golpe del guerrero. Eso la sorprendió; no pensó que él podía hacer eso, o que, con su mano buena, pudiera dar un golpe tan poderoso. Sobre todo, estaba muy emocionada para darse cuenta de que se preocupaba lo suficiente por ella para arriesgar su propia vida.

Bronson blandió hábilmente su espada alrededor e incluso con sólo una mano; tenía tal habilidad y fuerza que se las arregló para apuñalar al guerrero en el corazón, matándolo en el acto.

Luanda casi no lo podía creer. Bronson, una vez más, le había salvado la vida. Ella se sentía profundamente en deuda con él y sintió un torrente fresco de amor por él. Tal vez era más fuerte de lo que había imaginado.

Estallaron gritos en ambos lados del pasillo, mientras los McCloud y los MacGil corrían unos hacia los otros, ansiosos por ver quién podría matar al otro primero. Todos los pretextos de civilidad que se habían producido a lo largo del día de la boda y la festividad de la noche, se habían ido. Ahora era la guerra: guerrero contra guerrero, todo calentado por la bebida, alimentada por la rabia, por la indignidad que los McCloud habían intentado perpetrar al tratar de violar a la novia.

Los hombres saltaban sobre la gruesa mesa de madera, ansiosos por matarse unos a otros, apuñalándose mutuamente, agarrándose unos a otros de la cara, luchando mutuamente en la mesa, tirando la comida y el vino. La habitación era tan estrecha, estaba tan llena de gente, que quedaban hombro con hombro, con apenas espacio para maniobrar, los hombres gruñendo y apuñalando y gritando y llorando mientras la escena era un caos completo y sangriento.

Luanda pretendía recuperarse. La pelea fue tan rápida y tan intensa, que los hombres llenos de esa sed de sangre, estaban tan concentrados en matarse unos a otros, que nadie tomó un momento para mirar alrededor y observar la periferia de la habitación. Luanda observó todo y asimiló todo con una perspectiva mayor. Ella fue la única persona que observó a los McCloud yendo hacia las orillas de la habitación, blindando lentamente las puertas, una a la vez y luego escabulléndose hacia afuera.

Los pelos se levantaron en la parte posterior de su cuello mientras Luanda se daba cuenta de lo que estaba sucediendo. Los McCloud encerraron a todos en el salón – y huyeron por una razón. Les vio tomar las antorchas de la pared, y sus ojos se abrieron de par en par, llenos de pánico. Se dio cuenta con horror que los McCloud iban a quemar el pasillo con todo el mundo atrapado dentro – incluso sus propios miembros del clan.

Luanda debió haberlo sabido. Los McCloud eran despiadados, y harían cualquier cosa para ganar.

Luanda miró alrededor, viendo cómo se desarrollaba todo ante ella, y vio una puerta que no estaba blindada.

Luanda se dio vuelta, se separó de los demás y corrió hacia la puerta restante, dando codazos y empujando a los hombres fuera de su camino. Vio también a un McCloud, corriendo hacia esa puerta al otro lado de la habitación, y corrió más rápido, con los pulmones estallando, decidida a ganarle.

Los McCloud no vieron acercarse a Luanda cuando llegó a la puerta, agarraron una viga de madera, gruesa y se prepararon para blindarla. Luanda salió volando desde el costado, elevando su daga y apuñalándolo por la espalda.

El hombre McCloud clamó, arqueó la espalda y cayó al suelo.

Luanda agarró la viga, la arrancó de la puerta, la abrió y corrió hacia afuera, con los ojos ajustándose a la oscuridad, Luanda miró de izquierda a derecha y vio a los McCloud, alineados afuera de la sala, todos llevando antorchas, preparándose para prenderle fuego. Luanda estaba llena de pánico. No podía permitir que eso ocurriera.

Se dio vuelta, corrió hacia el salón, agarró a Bronson y lo alejó de la escaramuza.

"¡Los McCloud!", gritó desesperadamente. "¡Se preparan para quemar al salón! ¡Ayúdame!". ¡Saca a todos! ¡AHORA!”.

Bronson, comprendiendo, abrió sus ojos de par en par, lleno de miedo, y sin dudarlo, se volvió, corrió hacia los líderes MacGil, les sacó de la pelea y les gritó, gesticulando hacia la puerta abierta. Todos se volvieron y se dieron cuenta, luego gritó órdenes a sus hombres.

Para satisfacción de Luanda, vio cómo los hombres MacGil de repente se separaron de la pelea, se volvieron y corrieron hacia la puerta abierta que ella había salvado.

Mientras ellos se estaban organizando, Luanda y Bronson no perdieron el tiempo. Él corrió hacia la puerta, y ella se horrorizó al ver a otro McCloud corriendo hacia ella, recoger la viga e intentar blindarla. Ella no creía que podía ganarle esta vez.

Esta vez, Bronson reaccionó; levantó su espada por lo alto, se inclinó hacia adelante y la lanzó.

Voló por el aire, agitándose de punta a punta, hasta que finalmente quedó empalada en la espalda de los McCloud.

El guerrero gritó y cayó al suelo, y Bronson corrió a la puerta y la abrió justo a tiempo.

Decenas de MacGil irrumpieron a través de la puerta abierta, y Luanda y Bronson se unieron a ellos. Lentamente, el pasillo se vació de todos los MacGil, los McCloud miraban asombrados cómo sus enemigos se estaban retirando.

Una vez que todos estuvieron afuera, Luanda dio un portazo, recogió la viga con varios otros y cerraron la puerta desde el exterior, para que los McCloud no pudieran seguirlos.

Los McCloud que estaban en el exterior comenzaron a darse cuenta, y empezaron a dejar sus antorchas y sacaron sus espadas para ir al ataque.

Pero Bronson y los otros no les dieron tiempo. Se dirigieron hacia los soldados McCloud alrededor de la estructura, apuñalándolos y matándolos mientras bajaban sus antorchas y buscaban a tientas con sus brazos. La mayoría de los McCloud estaban todavía dentro, y las pocas docenas que estaban afuera no podían enfrentarse a las acometidas de los enfurecidos MacGil, quien, con ira en los ojos, mataron a todos rápidamente.

Luanda se quedó allí parada, Bronson a su lado, junto a los miembros del clan MacGil, todos ellos jadeando, emocionados por estar vivos. Todos miraron a Luanda con respeto, sabiendo que le debían sus vidas.

Mientras estaban allí, comenzaron a escuchar los golpes de los McCloud adentro, intentando salir. Los MacGil lentamente se dieron vuelta sin saber qué hacer, buscando el liderazgo de Bronson.

"Debes dejar la rebelión", dijo Luanda enérgicamente. "Debes tratarlos con la misma brutalidad con la que pretendían tratarte".

Bronson la miró, vacilante, y ella pudo ver la duda en sus ojos.

"El plan de ellos no funcionó", dijo él. "Están atrapados allí dentro. Como prisioneros". Vamos a arrestarlos".

Luanda meneó la cabeza enérgicamente.

"¡NO!", gritó ella. "Estos hombres buscan tu liderazgo. Esta es una parte brutal del mundo. No estamos en la Corte del Rey. Aquí reina la brutalidad. La brutalidad exige respeto. Esos hombres que están adentro, no pueden quedar vivos. ¡Se debe establecer un ejemplo!".

Bronson enfureció, horrorizado.

"¿Qué estás diciendo?",  preguntó él. "¿Que debemos quemarlos vivos? ¿Que los tratemos con la misma carnicería con que nos trataron?".

Luanda apretó su mandíbula.

"Si no lo haces, recuerda mis palabras: seguramente un día te asesinarán a ti".

Los miembros del clan MacGil se reunieron alrededor, atestiguando su argumento, y Luanda se quedó allí, echando humo de frustración. Ella amaba a Bronson – después de todo, él le había salvado la vida. Y sin embargo ella odiaba lo débil e ingenuo que podía ser.

Luanda estaba harta de los hombres que gobernaban, de los hombres que tomaban malas decisiones. Ella ansiaba gobernar, sabía que sería mejor que cualquiera de ellos. Ella sabía que a veces se necesitaba una mujer para gobernar en un mundo de hombres.

Luanda, desterrada y marginada toda su vida, sentía que ya no podría sentarse en el banquillo. Después de todo, fue gracias a ella que todos estos hombres estaban vivos ahora. Y era hija de un rey – y primogénita, nada menos.

Bronson se quedó allí, mirando, vacilante y Luanda pudo ver que no llevaría a cabo ninguna acción.

Pero ella no podía aguantar más. Luanda gritó de frustración, corrió hacia adelante, arrebató una antorcha de manos de un ayudante, y mientras todos los hombres la observaban en silencio, ella corrió delante de ellos, sostuvo la antorcha por lo alto y la arrojó.

La linterna iluminó la noche, volando en el aire, de extremo a extremo y aterrizando en la cima del techo de paja de la sala de fiestas.

Luanda vio con satisfacción como las llamas comenzaron a esparcirse.

Los MacGil que estaban alrededor de ella soltaron un grito, y todos ellos siguieron su ejemplo. Cada uno recogió una antorcha y la lanzó, y pronto se levantaron las llamas y el calor se hizo más fuerte, chamuscando su rostro, iluminando la noche. Pronto, la sala estaba ardiendo en una gran conflagración.

Los gritos de los McCloud atrapados dentro se propagaron en la noche, y mientras Bronson se estremecía, Luanda estaba parada allí, fría, dura, despiadada, con las manos en las caderas y se sintió satisfecha de cada uno.

Se volvió hacia Bronson, que estaba allí parado, con la boca abierta en estado de shock.

"Eso", le dijo ella, desafiante, "es lo que significa gobernar".




CAPÍTULO TRES


Reece caminó con Stara, hombro con hombro, sus manos se movían y se sacudían y rozaban mutuamente, pero sin tomarse de la mano. Ellos caminaron a través de interminables campos de flores en la cordillera, rebosante de color, con una imponente vista de las Islas Superiores. Caminaban en silencio, Reece abrumado por sus emociones encontradas; no sabía qué decir.

Reece recordó ese momento fatídico en el que había trabado la mirada en Stara, en el lago de la montaña. Había alejado a su séquito, ya que necesitaba tiempo a solas con ella. Habían estado reacios a dejarlos solos – especialmente Matus, que conocía muy bien su historia – pero Reece había insistido. Stara era como un imán, atrayendo a Reece, y no quería que nadie estuviera alrededor de ellos. Necesitaba tiempo para ponerse al día con ella, para hablar con ella, para entender por qué tenía la misma mirada de amor que él sentía por ella. Necesitaba entender si todo esto era real, y lo que les estaba pasando.

El corazón de Reece se aceleró mientras caminaba, sin saber dónde empezar, qué hacer a continuación. Su mente racional le gritaba que se diera vuelta y echara a correr, que se alejara todo lo posible de Stara, que tomara el siguiente barco a tierra firme y nunca pensara en ella otra vez. Que regresara a casa con su futura esposa quien lo estaba esperando. Después de todo, Selese lo amaba y él amaba a Selese. Y su enlace matrimonial estaba a días de distancia.

Reece sabía que era lo más prudente. Era lo correcto.

Pero la parte lógica de él estaba siendo abrumado por sus emociones, por las pasiones que no podía controlar, que se negaba a ser servil de su mente racional. Eran pasiones que le obligaban a permanecer aquí, junto a Stara, caminar y caminar con ella a través de estos campos. Era la parte incontrolable de sí mismo que nunca había entendido, que lo había dominado toda su vida para  hacer cosas impulsivas, para seguir su corazón. Eso no siempre le había llevado a tomar las mejores decisiones. Pero un rasgo fuerte, apasionado corría a través de Reece, y no siempre era capaz de controlarlo.

Mientras Reece caminaba al lado de Stara, se preguntaba si ella sentía lo mismo que él. La palma de su mano rozó la de él mientras caminaba, y creyó detectar una ligera sonrisa en la comisura de sus labios. Pero ella era difícil de leer – siempre lo había sido. La primera vez que él la conoció, cuando eran niños, recordó haber quedado asombrado, incapaz de moverse, incapaz de pensar en nada más que en ella durante días. Había algo en sus ojos translúcidos, algo en la forma en que se conducía, tan orgullosa y noble, como un lobo, parado detrás de él, que lo hipnotizaba.

Siendo niños, ellos sabían que una relación entre primos estaba prohibida. Pero nunca pareció desconcertarlos. Algo existía entre ellos, algo tan fuerte, demasiado fuerte, que atraía uno hacia al otro, a pesar de lo que pensaba del mundo. Jugaban juntos como niños, como mejores amigos instantáneos, eligiendo su mutua compañía inmediatamente sobre cualquiera de sus otros primos o amigos. Cuando visitaban las Islas Superiores, Reece se encontraba pasando cada momento con ella; ella le había correspondido, corriendo a su lado, esperando en la orilla durante días hasta que llegaba su barco.

Al principio, sólo habían sido mejores amigos. Pero entonces crecieron, y una fatídica noche bajo las estrellas, todo había cambiado. A pesar de estar prohibida, su amistad se convirtió en algo más fuerte, más grande que ellos, y tampoco era capaz de resistir.

Reece dejaría las islas soñando con ella, distraído hasta el punto de la depresión, enfrentando noches de insomnio durante meses. Veía su cara cada noche en la cama y deseaba que ni un océano y ni una ley de familia, se interpusiera entre ellos.

Reece sabía que ella sentía lo mismo; había recibido innumerables cartas de ella, transportadas en las alas de un ejército de halcones, expresando su amor por él. Él también le había escrito, aunque no tan elocuentemente como ella.

El día de en que las dos familias MacGil tuvieron una pelea, fue uno de los peores días en la vida de Reece. Fue el día en que el hijo mayor de Tirus murió envenenado por el mismo veneno que Tirus había planeado para el padre de Reece. No obstante, Tirus culpó al rey MacGil. La desavenencia comenzó, y fue el día en el que el corazón de Reece – y de Stara – había muerto por dentro. Su padre era poderoso, como era el de Stara, y ambos les habían prohibido comunicarse con cualquiera de los otros MacGil. Nunca viajaron allí otra vez, y Reece había permanecido despierto en agonía, pensando, soñando, cómo podía ver a Stara otra vez. Él sabía por sus cartas que ella sentía lo mismo.

Un día dejaron de llegar sus cartas. Reece sospechó que fueron interceptadas de alguna manera, pero nunca lo supo con certeza. Sospechaba que las suyas tampoco le llegaban a ella. Con el tiempo, Reece, incapaz de seguir adelante, tuvo que tomar la dolorosa decisión de alejar los pensamientos que tenía de ella de su corazón, había tenido que aprender a sacarlos de su mente. En los momentos más extraños, la cara de Stara volvería a él, y nunca dejó de preguntarse qué había sido de ella. ¿Todavía pensaba en él, también? ¿Se había casado con otra persona?

Ahora, al verla otra vez, todos los recuerdos regresaron. Reece se dio cuenta de cómo ardía todo todavía en su corazón, como si nunca se hubiera ido de su lado. Ahora era una versión mayor, más completa, más hermosa de sí misma, si era posible. Ella era una mujer. Y su mirada era aún más fascinante de lo que alguna vez había sido. En aquella mirada Reece detectó amor y se sintió restaurado al ver que todavía sentía el mismo amor por él que éste tenía para ella.

Reece quería pensar en Selese. Le debía eso a ella. Pero aunque lo intentara, era imposible.

Reece caminó con Stara a lo largo de la cresta de la montaña, ambos en silencio, sin saber qué decir. ¿Donde podría empezar uno a llenar el espacio de todos esos años perdidos?

"He oído que te casarás pronto", dijo finalmente Stara, rompiendo el silencio.

Reece sintió un agujero en el estómago. Pensar en casarse con Selese siempre le había traído un torrente de amor y entusiasmo; pero ahora, viniendo de Stara, lo hacía sentirse desolado, como si la hubiese traicionado.

"Lo siento", respondió Reece.

No sabía qué decir. Quería decir: "No la amo. Ahora veo que fue un error. Quiero cambiar todo. Mejor quiero casarme contigo.

Pero él sí amaba a Selese. Tenía que reconocerlo a sí mismo. Era un tipo diferente de amor, tal vez no tan intenso como su amor por Stara. Reece estaba confundido. No sabía lo que estaba pensando o sintiendo. ¿Qué amor era más fuerte? ¿Existía incluso tal cosa como un grado cuando se trataba del amor? ¿Cuando amas a alguien, no significa que lo amas, pase lo que pase? ¿Cómo podría ser un amor más fuerte?

"¿La amas?", preguntó Stara.

Reece respiró profundo, sintiéndose atrapado en una tormenta emocional, sin saber cómo responder. Caminaron por un tiempo, él cavilando, hasta que finalmente fue capaz de responder.

"Sí la amo", respondió, angustiado. “No puedo mentir”.

Reece paró y tomó la mano de Stara por primera vez.

Ella se detuvo y se volvió hacia él.

"Pero también te amo", añadió él.

Vio que sus ojos se llenaron de esperanza.

"¿Me amas más?" preguntó suavemente, esperanzada.

Reece lo pensó mucho.

"Te he amado toda mi vida", dijo finalmente. "Tú eres el único rostro de amor que he conocido. Eres lo que el amor significa para mí. Amo a Selese. Pero contigo… es como si fueras parte de mí. Como mi propio ser. Como algo de lo que no puedo prescindir".

Stara sonrió. Tomó su mano y siguieron caminando uno al lado del otro, ella balanceándose ligeramente, con una sonrisa en su rostro.

"No sabes cuántas noches pasé extrañándote", admitió ella, apartando la mirada. "Mis palabras fueron llevadas en alas de muchos halcones – sólo para ser removidas por mi padre. Después de la ruptura, no podía llegar a ti. Incluso intenté una o dos veces a escondidas, ir en un barco al continente – y me atraparon".

Reece se sentía abrumado al escuchar todo esto. Él no lo sabía. Siempre se había preguntado qué había sentido Stara después de la ruptura. Oyendo esto, sintió un fuerte apego a ella, mayor que nunca. Él sabía ahora que no era sólo él quien se había sentido así. No se sentía tan loco. Lo que tenían, de hecho, era real.

"Y nunca dejé de soñar contigo", respondió Reece.

Finalmente llegaron a la cúspide de la cordillera, y se detuvieron y se quedaron allí uno al lado del otro, mirando juntos a las Islas Superiores. Desde este punto podían ver todo, a través de la cadena de islas en el océano, la niebla por encima de ella, las olas rompiendo abajo, los cientos de barcos de Gwendolyn alineados a lo largo de las costas rocosas.

Allí permanecieron en silencio por un tiempo muy largo, tomados de las manos, saboreando el momento. Saboreando finalmente, estar juntos, después de todos estos años y de toda la gente y sucesos de la vida que trataban de mantenerlos separados.

"Finalmente, estamos aquí, juntos – e irónicamente, es ahora que estás más prohibido, a unos días de tu boda. Parece como si siempre hubiera algo destinado a interponerse entre nosotros".

"Y sin embargo, estoy aquí hoy", respondió Reece. "¿Tal vez el destino nos está diciendo otra cosa?".

Ella apretó su mano fuerte, y Reece también apretó la de ella. Al mirarla, el corazón de Reece se aceleró, y se sintió más confundido que nunca en su vida. ¿Todo esto debía suceder? ¿Debía encontrarse con Stara, para verla antes de su boda, para prevenirlo de cometer un error y casarse con otra persona? ¿El destino, después de todos estos años, estaba tratando de reunirlos después de todo?

Reece no pudo evitar sentir que así era. Sintió que la había encontrado por algún golpe de suerte, quizás para darle una última oportunidad antes de su boda.

"Lo que el destino une, ningún hombre puede separarlo", dijo Stara.

Sus palabras se clavaron en Reece mientras ella lo miraba, hipnotizándolo.

"Muchos eventos en nuestra vida han intentado mantenernos separados", dijo Stara. "Nuestros pueblos. Nuestras patrias. El océano. El tiempo… Sin embargo, nada ha sido capaz de separarnos. Han pasado tantos años y nuestro amor sigue tan fuerte. ¿Es una coincidencia que me vieras antes de casarte? El destino nos está diciendo algo. No es demasiado tarde”.

Reece la miró, con el corazón palpitando aceleradamente. Él la miró, con sus ojos translúcidos que reflejaban el cielo y el mar, conteniendo mucho amor por él. Se sentía más confundido que nunca e incapaz de pensar con claridad.

"Tal vez debería cancelar la boda", dijo él.

"No soy yo quien debe decírtelo", contestó. "Debes preguntarle a tu corazón".

"En este momento", dijo él, "mi corazón me dice que eres tú a quien amo. Eres a quien siempre he amado".

Ella lo miró con sinceridad.

"Nunca he querido a otro", dijo ella.

Reece no pudo evitarlo. Se inclinó y sus labios encontraron a los de ella. Sintió que el mundo se fundía alrededor de él, se sintió lleno de amor, mientras ella lo besaba también.

Mantuvieron el beso hasta que ya no podían respirar, hasta que Reece se dio cuenta, a pesar de lo que dentro de él protestaba lo contrario, que nunca podría casarse con nadie más que con Stara.




CAPÍTULO CUATRO


Gwendolyn estaba parada en un puente dorado. Sujetando su barandal, ella miraba hacia abajo sobre el borde y vio un río arrasador debajo de ella. Los rápidos rugían con furia, siempre elevándose mientras observaba. Ella podía sentir su rocío desde aquí.

"Gwendolyn, mi amor".

Gwen se volvió para ver a Thorgrin de pie en la otra orilla, tal vez a seis metros de distancia, sonriendo, estirando la mano.

"Ven conmigo", suplicó. "Cruza el río".

Aliviada al verlo, Gwen comenzó a caminar hacia él – hasta que otra voz le hizo detenerse.

"Madre", se escuchó una voz suave.

Gwen giró para ver a un niño parado en la orilla opuesta. Tal vez de unos diez años, era alto, orgulloso, de hombros anchos, con un mentón noble, una mandíbula fuerte y brillantes ojos grises. Como su padre. Llevaba una armadura brillante, hermosa, de un material que no reconocía y tenía armas de guerrero en su cinturón. Ella podía sentir su poder desde aquí. Una fuerza imparable.

"Madre, te necesito", dijo.

El niño extendió una mano y Gwen empezó a ir hacia él.

Gwen se detuvo y miró hacia adelante y hacia atrás entre Thor y su hijo, cada uno extendiendo una mano y ella se sentía desgarrada, en conflicto. Ella no sabía hacia dónde ir.

De repente, mientras estaba ahí parada, el puente colapsó debajo de ella.

Gwendolyn gritó al sentirse caer en los rápidos.

Gwen cayó en el agua helada con un golpe y caídas y dio volteretas en las aguas embravecidas. Ella flotaba, jadeando en busca de aire, y miró hacia atrás para ver a su hijo y a su marido, de pie en la orilla opuesta, cada uno tendiendo sus manos, cada uno necesitándola.

"¡Thorgrin!", gritó. A continuación: "¡Hijo mío!".

Gwen trataba de alcanzarlos a los dos, gritando – pero pronto se sintió cayendo en picado sobre el borde de una cascada.

Gwen gritó mientras los perdía de vista y cayó cientos de metros hacia las rocas afiladas.

Gwendolyn despertó gritando.

Miró a su alrededor, cubierta de un sudor frío, confundida, preguntándose dónde estaba.

Poco a poco se dio cuenta de que yacía en una cama, en una habitación oscura del castillo, con antorchas parpadeando a lo largo de las paredes. Parpadeó varias veces, tratando de entender lo que había sucedido, todavía jadeando. Lentamente, se dio cuenta de que era sólo un sueño. Un sueño horrible.

Los ojos de Gwen se ajustaron, y ella vio a varias asistentes, de pie en la habitación. Vio a Illepra y a Selese de pie a ambos lados de ella, poniendo compresas frías a lo largo de sus brazos y piernas. Selese secaba suavemente su frente.

"Shhh", la consoló Selese. "Fue sólo una pesadilla, mi señora".

Gwendolyn sintió que una mano apretaba la suya y ella miró y se sintió emocionada al ver a Thorgrin. Se arrodilló al lado de su cama, sosteniendo su mano, con sus ojos brillando de alegría al verla despierta.

"Mi amor", dijo él. "Estás bien".

Gwendolyn parpadeó, tratando de averiguar dónde estaba, por qué estaba en la cama, qué estaba haciendo toda esta gente aquí. Entonces, de repente, mientras trataba de moverse, sintió un dolor horrible en el estómago – y recordó.

"¡Mi bebé!", gritó frenética, de repente. "¿Dónde está?". ¿El niño está vivo?”.

Gwen, desesperada, estudió las caras a su alrededor. Thor le apretó firmemente la mano y sonrió ampliamente, y ella supo que todo estaba bien. Se sentía tranquilizada con esa sonrisa para toda la vida.

"Está vivo, sin duda", respondió Thor. "Gracias a Dios. Y a Ralibar. Ralibar los trajo volando, justo a tiempo".

"Está perfectamente sano", agregó Selese.

De repente, se escuchó un grito en el aire y Gwendolyn vio avanzar a Illepra, sosteniendo al bebé que lloraba, envuelto en una cobija, en sus brazos.

El corazón de Gwendolyn se sintió aliviado, y ella se puso a llorar. Ella comenzó a llorar histéricamente, al verlo. Se sentía tan aliviada, que corrieron lágrimas de alegría sobre ella. El bebé estaba vivo. Ella estaba viva. Habían sobrevivido. De alguna manera, lo habían hecho a través de esta terrible pesadilla.

Ella nunca se había sentido más agradecida en su vida.

Illepra se inclinó hacia adelante y colocó al bebé en el pecho de Gwen.

Gwendolyn se sentó y lo miró, examinándolo. Se sintió renacer al tocarlo, con el peso de él en sus brazos, su olor, la forma en que se veía. Ella lo meció y lo sostuvo firmemente, todo envuelto en mantas. Gwendolyn se sentía llena de olas de amor por él, de agradecimiento. Ella casi no lo podía creer; había tenido un bebé.

En cuanto lo colocaron en sus brazos, el bebé de repente dejó de llorar. Se quedó muy quieto, se dio vuelta, abrió los ojos y la miró bien.

Gwen sintió una sacudida por su cuerpo, mientras sus miradas se encontraban. El bebé tenía los ojos de Thor – de color gris, ojos brillantes que parecían venir de otra dimensión. Se miraron detenidamente. Mientras lo miraba, Gwendolyn sintió como si ya lo hubiera conocido en otro tiempo. De todo el tiempo.

En ese instante, Gwen sentía un vínculo más fuerte que con nada ni nadie en su vida. Ella lo apretó fuerte y juró que nunca lo dejaría ir. Caminaría a través del fuego por él.

"Se parece a ti, mi señora", le dijo Thor, sonriendo mientras se inclinaba y miraba junto con ella.

Gwen sonrió, llorando, abrumada por la emoción. Ella nunca había estado tan feliz en su vida. Esto era todo lo que ella siempre había querido, estar aquí con Thorgrin y su hijo.

"Sus ojos se parecen a los tuyos", respondió Gwen.

"Lo que aún no tiene es un nombre", dijo Thor.

"Tal vez deberíamos llamarlo como tú", le dijo Thor a Gwendolyn.

Él movió la cabeza, inflexible.

"No. Es hijo de su madre. Lleva tus rasgos. Un verdadero guerrero debe llevar el espíritu de su madre y las habilidades de su padre. Necesita las dos cosas. Va a tener mis habilidades. Y debemos llamarlo como tú".

"Entonces, ¿qué propones?", preguntó ella.

Thor pensó.

"Su nombre debe sonar como el tuyo. El hijo de Gwendolyn debería llamarse… Guwayne".

Gwen sonrió. Al instante le encantó su sonido.

"Guwayne", dijo. "Me gusta".

Gwen sonrió ampliamente mientras sostenía con firmeza al bebé.

"Guwayne", le dijo al niño.

Guwayne se dio vuelta y abrió los ojos nuevamente, y al mirarla, ella podría jurar haberlo visto sonreír. Sabía que él era demasiado joven para eso, pero vio un destello de algo y estaba segura de que aprobó el nombre.

Selese se inclinó hacia adelante y aplicó un bálsamo en los labios de Gwen y le dio algo de beber, un líquido espeso, oscuro. Gwen inmediatamente se sintió reanimada. Ella sintió que volvía lentamente a ser ella misma.

"¿Cuánto tiempo he estado aquí?", preguntó Gwen.

"Ha estado dormida casi dos días, mi señora", dijo Illepra. "Desde el gran eclipse".

Gwen cerró los ojos y recordó. De pronto recordó todo. Recordó el eclipse, el granizo, el terremoto… Nunca había visto nada igual.

"Nuestro bebé presagia grandes augurios", dijo Thor. "El reino entero fue testigo de los acontecimientos. Ya se había hablado de su nacimiento, en todos lados".

Mientras Gwen sostenía al niño con fuerza, sintió un calor a través de ella, y sintió lo especial que era él. Su cuerpo entero se estremeció mientras lo abrazaba, y supo que no era un niño común y corriente. Se preguntó qué clase de poderes corrían en su sangre.

Miró a Thor, sorprendida. ¿Este muchacho es un druida, también?

"¿Llevas aquí todo este tiempo?" le preguntó a Thor, al darse cuenta de que había estado a su lado todo este tiempo y llena de gratitud hacia él.

"Así es, mi señora. Vine en cuanto me enteré. Menos anoche. Pasé la noche en el Lago de las Tristezas. Orando por tu recuperación".

Gwen se puso a llorar otra vez, incapaz de controlar sus emociones. Ella nunca se había sentido más contenta en su vida; sostener a este niño la hacía sentir completa de una manera que no creía posible.

A pesar de sí misma, Gwen recordó ese momento fatídico en el Mundo de las Tinieblas, en la elección que fue obligada a tomar. Ella apretó la mano de Thor y sujetó al bebé con fuerza, queriendo a ambos cerca de ella, queriendo que ambos estuvieran con ella para siempre.

Sin embargo, sabía que uno de ellos tendría que morir. Ella lloraba y lloraba.

"¿Qué pasa, mi amor?", preguntó Thor, finalmente.

Gwen meneó la cabeza, incapaz de decirle.

"No te preocupes", dijo. "Tu madre todavía vive. Si por eso estás llorando".

Gwen recordó de repente.

"Ella está gravemente enferma", agregó Thor. "Pero todavía hay tiempo para verla".

Gwen sabía que tenía que hacerlo.

"Tengo que verla", dijo. "Llévame con ella ahora".

"¿Está segura, mi señora?", preguntó Selese.

"En su condición, usted no se debe mover", añadió Illepra. "Su parto fue anormal, y debe recuperarse. Tiene suerte de estar viva".

Gwen meneó la cabeza, inflexible.

"Voy a ver a mi madre antes de que muera. Llévenme con ella. Ahora".




CAPÍTULO CINCO


Godfrey estaba sentado en el centro de la larga mesa de madera, en la taberna, con una jarra de cerveza en cada mano, cantando con el grupo grande de los MacGil y los McCloud, aporreando sus tarros en la mesa, con el resto de ellos. Todos se balanceaban hacia adelante y hacia atrás, golpeando sus tarros para puntuar cada frase, la cerveza se derramaba sobre el dorso de sus manos y sobre la mesa. Pero a Godfrey no le importaba. Estaba inmerso en la bebida, como había estado todas las noches esta semana, y se sentía bien.

A cada lado de él estaban sentados Akorth y Fulton y al mirar de un lado a otro, se sintió satisfecho de ver a decenas de MacGil y McCloud alrededor de la mesa, antiguos enemigos, todos en este evento para consumir bebidas, que él había organizado. Godfrey había tomado varios días peinando la zona montañosa, para llegar a este punto. Al principio, los hombres habían sido cautelosos; pero cuando Godfrey había rodado los barriles de cerveza, entonces las mujeres empezaron a llegar.

Había comenzado con pocos hombres, desconfiando unos de los otros, manteniendo sus propios lados de la sala. Pero mientras Godfrey intentaba llenar  la taberna, encaramada aquí en esta cumbre de la zona montañosa, los hombres empezaron a tomar confianza, a interactuar. Godfrey sabía que no había nada como el señuelo de cerveza gratis para reunir a los hombres.

Lo que los había llevado al extremo, lo que les había hecho ser como hermanos, fue que Godfrey había llevado mujeres. Godfrey había llamado a todos sus contactos en ambos lados de la zona montañosa para despejar los burdeles y había pagado a todas las mujeres generosamente. Llenaron la taberna con los soldados, la mayoría sentados en el regazo de un soldado, y todos los hombres estaban contentos. Las mujeres bien pagadas estaban felices, los hombres estaban felices, y en la taberna entera había alegría y ánimo, mientras los hombres dejaban de centrarse en los demás y en cambio se enfocaban en la bebida y las mujeres.

Mientras avanzaba la noche, Godfrey comenzó a escuchar la conversación entre ciertos MacGil y McCloud acerca de convertirse en amigos, haciendo planes para ir a patrullar juntos. Era exactamente el tipo de vinculación que su hermana le había enviado a lograr, y Godfrey se sentía orgulloso de sí mismo por haberlo logrado. También se había divertido en el camino, sus mejillas estaban rosadas con tanta cerveza. Se dio cuenta de que había algo, en esta cerveza McCloud; era más fuerte en este lado del altiplano e y se subía directamente a la cabeza.

Godfrey sabía que había muchas maneras de fortalecer el ejército, de unir a la gente y gobernar. La política era una cosa; el gobierno era otra; la aplicación de la ley era otra. Pero ninguna llegaba a los corazones de los hombres. Godfrey, por todas sus faltas, sabía cómo llegar al hombre común. Él era el hombre común. Aunque tenía la nobleza de la familia real, su corazón siempre había estado con las masas. Tenía cierta sabiduría, nacido de las calles, que todos esos caballeros de Los Plateados brillantes nunca tendrían. Estaban por encima de todo. Y Godfrey los admiraba por eso. Pero Godfrey se dio cuenta de que había cierta ventaja al estar por debajo de todo, también. Le daba una perspectiva diferente a la humanidad – y a veces uno necesitaba ambas perspectivas para entender al pueblo. Después de todo, los mayores errores que los reyes siempre habían cometido, provenían de no estar en contacto con la gente.

"Estos McCloud saben beber", dijo Akorth.

"No defraudan", agregó Fulton, mientras dos tarros más se deslizaban por la mesa delante de ellos.

"Esta bebida es demasiado fuerte", dijo Akorth, dejando salir un gran eructo.

"No extraño a nuestro pueblo en absoluto", añadió Fulton.

A Godfrey le picaron las costillas, y miró y vio a algunos hombres McCloud, sacudiéndose demasiado duro, riendo demasiado alto, borrachos, mientras mimaban a las mujeres. Godfrey se dio cuenta de que estos McCloud, eran más bruscos que los MacGil. Los MacGil eran rudos, pero los McCloud – había algo a ellos, algo poco civilizado. Al examinar la taberna con su ojo experto, Godfrey vio a los McCloud sosteniendo a sus mujeres de manera apretada, golpeando sus tarros con demasiada fuerza, dándose codazos con fuerza. Había algo acerca de estos hombres que ponía nervioso a Godfrey, a pesar de todos los días que había pasado con ellos. De alguna manera, no confiaba totalmente en estas personas. Y cuanto más tiempo pasaba con ellos, más empezaba a entender por qué los dos clanes estaban separados. Se preguntaba si alguna vez podrían llegar a unirse.

La bebida alcanzó su apogeo, y pasaban más tarros, el doble que antes y los McCloud no disminuían, mientras los soldados generalmente lo hacían en este punto. En cambio, estaban bebiendo más, muchísimo más. Godfrey, sin quererlo, empezó a sentirse un poco nervioso.

"¿Crees que los hombres pueden beber demasiado?", le preguntó Godfrey a Akorth.

Akorth se mofó.

"¡Es una pregunta sacrílega!", dijo con brusquedad.

"¿Cómo se te ocurre?", preguntó Fulton.

Pero Godfrey vigilaba de cerca cómo un McCloud, tan borracho que apenas veía, tropezó con un grupo de compañeros, derribándolos con estrépito.

Por un momento hubo una pausa, mientras la gente se dio vuelta para mirar al grupo de soldados en el suelo.

Pero entonces los soldados se levantaron, gritando y riendo y aplaudiendo, y para alivio de Godfrey, la fiesta continuó.

"¿Creen que ya han tenido suficiente?", preguntó Godfrey, empezando a preguntarse si esto había sido una mala idea.

Akorth le miró sin comprender.

"¿Suficiente?", preguntó. "¿Existe tal cosa?".

Godfrey notó que él mismo tenía dificultad para pronunciar las palabras, y su mente no estaba tan aguzada como le hubiera gustado. Aún así, estaba empezando a sentir que algo giraba en la habitación, como si algo no estuviera bien, como debía ser. Fue demasiado, como si la habitación hubiera perdido todo sentido de la moderación.

"¡No la toques!", gritó alguien repentinamente. "¡Ella es mía!".

El tono de la voz era sombrío, peligroso, atravesando el aire y haciendo que Godfrey se diera vuelta.

Al otro lado del pasillo, un soldado MacGil estaba parado, erguido, discutiendo con un McCloud; McCloud extendió la mano y le arrebató a una mujer del regazo de MacGil, envolviendo un brazo alrededor de su cintura y tirando de ella hacia atrás.

"Ella era tuya. ¡Ahora es mía! ¡Búscate a otra!".

La expresión de MacGil se hizo sombría, y sacó su espada. El sonido distintivo se oyó en la habitación, haciendo que todos voltearan a ver.

"¡Dije que ella es mía!", gritó.

Su rostro era de un rojo brillante, el pelo enmarañado con sudor, y toda la habitación observaba, notando el tono fúnebre.

Todo se detuvo abruptamente y la sala quedó en silencio, mientras en ambos lados de la habitación, todos miraban, paralizados. McCloud, un hombre grande y fornido, hizo una mueca, tomó a la mujer y la arrojó con fuerza a un lado. Ella salió volando hacia la multitud, tropezando y cayendo.

Era evidente que a McCloud no le importaba la mujer; estaba claro que el derramamiento de sangre era lo que realmente quería, no a la mujer.

McCloud sacó su espada y lo enfrentó.

"¡Va a ser tu vida por ella!", dijo McCloud.

Los soldados se alejaron en ambos lados, dejando un pequeño claro para pelear, y Godfrey vio que todos se ponían tensos. Sabía que tenía que parar esto antes de que se convirtiera en una guerra total.

Godfrey saltó sobre la mesa, deslizándose sobre jarras de cerveza, corrió por el pasillo hacia el centro del claro, entre los dos hombres, extendiendo sus manos para mantenerlos a raya.

"¡Señores!", gritó, arrastrando las palabras. Trató de concentrarse, para hacer que su mente pensara con claridad, y sinceramente lamentó haber bebido tanto como lo hizo.

"¡Aquí todos somos hombres!", gritó. "¡Todos somos un pueblo! ¡Un ejército! ¡No hay necesidad de una pelea! ¡Hay un montón de mujeres para todos! ¡Ninguno de los dos lo dijo en serio!".

Godfrey se dio vuelta hacia MacGil, y MacGil estaba allí parado, frunciendo el ceño, sosteniendo su espada.

"Si se disculpa, lo aceptaré", dijo MacGil.

McCloud se quedó allí parado, confundido, entonces repentinamente suavizó su expresión, y sonrió.

"¡Entonces me disculpo!", gritó McCloud, extendiendo su mano izquierda.

Godfrey se hizo a un lado, y MacGil la tomó con recelo, los dos se dieron la mano.

Sin embargo, al hacerlo, McCloud apretó la mano de MacGil, lo acercó de un tirón, levantó su espada y lo apuñaló en el pecho.

"Ofrezco disculpas", añadió, "¡por no matarte antes! ¡Escoria de MacGil!".

MacGil cayó al suelo, débil, la sangre brotaba hacia el suelo.

Estaba muerto.

Godfrey se quedó en estado de shock. Él estaba sólo a 30 centímetros de distancia de los soldados, y no podía evitar sentir que esto, de alguna manera, era culpa suya. Él había alentado a MacGil a bajar su guardia; era quien había intentado negociar la tregua. Él había sido traicionado por este McCloud, había hecho el ridículo delante de todos sus hombres.

Godfrey no estaba pensando con claridad, y estimulado por la bebida, algo dentro de él lo hizo reaccionar.

Con un movimiento rápido, Godfrey se agachó, arrebató la espada del MacGil muerto, se acercó y apuñaló a McCloud en el corazón.

McCloud lo miró en estado de shock, y luego se desplomó al suelo, muerto, con la espada todavía incrustada en su pecho.

Godfrey miró su mano ensangrentada y no podía creer lo que había hecho. Era la primera vez que mataba a un hombre. No sabía que podía hacerlo.

Godfrey no había planeando matarlo; ni siquiera lo había pensado cuidadosamente. Algo dentro de él lo superó, una parte que exigía venganza por la injusticia.

La sala de repente entró en caos. Desde todos los ángulos, los hombres gritaban y se atacaban unos a otros, enfurecidos. Los sonidos de las espadas siendo sacadas llenó la habitación y Godfrey sintió que Akorth lo empujaba con fuerza fuera del camino, justo antes de que una espada le fuera a caer en la cabeza.

Otro soldado – Godfrey no podía recordar quién o por qué – lo agarró y lo arrojó a la mesa llena de cervezas y la última cosa que Godfrey recordaba era que se deslizó por la mesa de madera, que su cabeza chocó con cada tarro de cerveza, hasta que finalmente cayó al suelo, golpeando su cabeza y deseando estar en cualquier parte, menos aquí.




CAPÍTULO SEIS


Gwendolyn, en silla de ruedas, con Guwayne en sus brazos, se preparó mientras los asistentes abrían las puertas y Thor la llevaba hacia la habitación de su madre enferma. Los guardias de la reina inclinaron la cabeza y se hicieron a un lado, Gwen sostuvo al bebé con fuerza, mientras entraban a la habitación oscura. La habitación era silenciosa, sofocante, sin aire. Las antorchas brillaban débilmente en ambas paredes. Ella podía sentir la muerte en el aire.

Guwayne, pensó. Guwayne. Guwayne.

Dijo el nombre silenciosamente en su cabeza, una y otra vez a sí misma, tratando de concentrarse en otra cosa, menos en su madre moribunda. Al pensar en ello, el nombre le daba tranquilidad, la llenaba de calidez. Guwayne. El niño milagro. Amaba a este bebé más de lo que podría decir.

Gwen quería que su madre lo viera antes de morir. Ella quería que su madre estuviera orgulloso de ella, y quería la bendición de su madre. Tenía que admitirlo. A pesar de su problemático pasado, Gwen quería la paz y resolución de su relación antes de que muriera. Ahora estaba en un estado frágil, y el hecho de que se había vuelto más cercana a su madre estas últimas lunas, sólo hizo que Gwen se sintiera aún más angustiada.

Gwen sintió que su corazón se estrujaba mientras las puertas se cerraban detrás de ella. Miró alrededor de la habitación y vio una docena de asistentes junto a su madre, gente de la vieja guardia a quienes reconoció, que solían cuidar a su padre. La habitación estaba llena de gente. Era la guardia de la muerte. Al lado de su madre, por supuesto, estaba Hafold, su sirvienta fiel hasta el final, haciendo guardia, no dejando que nadie se acercara, como lo había hecho toda su vida.

Mientras Thor acercaba a Gwendolyn a la cabecera de su madre, Gwen quiso levantarse, inclinarse sobre su madre, para darle un abrazo. Pero su cuerpo todavía le dolía y en su estado, ella no podía hacerlo.

En cambio, extendió una mano y sostuvo la muñeca de su madre. Estaba fría al tacto.

Al hacerlo, su madre, allí acostada inconsciente, lentamente abrió un ojo. Su madre miraba sorprendida y contenta a Gwen y lentamente abrió los ojos y la boca para hablar.

Pronunció algunas palabras, pero sonaban como un jadeo. Gwen no podía entenderla.

Su madre aclaró su garganta y agitó su mano hacia Hafold.

Hafold inmediatamente se inclinó, acercando su oído a la boca de la reina.

"Sí, mi señora". Hafold preguntó.

“Haz salir a todos. Quiero estar a solas con mi hija y Thorgrin".

Hafold miró brevemente a Gwen, resentida, entonces respondió: "como usted desee, mi señora".

Hafold inmediatamente rodeó a todos y los guió hacia la puerta; luego volvió y tomó otra vez su posición al lado de la reina.

"A solas", le repitió la reina a Hafold, con una mirada cómplice.

Hafold miró hacia abajo, sorprendida, y luego le dio una mirada de celos a Gwen y salió rápidamente de la habitación, cerrando la puerta con firmeza detrás de ella.

Gwen se sentó ahí con Thor, aliviada de que se hubieran ido. Había una manta pesada de muerte en el aire. Gwendolyn lo sentía – su madre no estaría con ella mucho tiempo.

Su madre apretó la mano de Gwen y Gwen apretó la de ella. Su madre sonrió, y una lágrima rodó por su mejilla.

"Estoy contenta de verte", dijo su madre. Salió como un susurro, apenas audible.

Gwen sentía ganas de llorar otra vez, y trató de ser fuerte, de contener sus lágrimas por el bien de su madre. Pero no podía evitarlas; las lágrimas brotaron de repente y ella lloró y lloró.

"Madre", dijo ella. "Lo siento. Lo siento mucho. Todo”.

Gwen se sentía superada por la tristeza de no haber estado más cerca de ella en la vida. Las dos nunca se habían entendido. Sus personalidades habían chocado siempre y nunca pudieron ver las cosas del mismo modo. Gwen lamentaba la relación que habían tenido, aunque ella no tuviera la culpa. Ella deseaba, en retrospectiva, que hubiese habido algo que pudiera haber dicho o hecho para que fuera diferente. Pero habían estado en ambos lados del espectro con todo en sus vidas. Y parecía que ningún esfuerzo de ambas partes podría cambiar eso. Eran sólo dos seres humanos muy diferentes, atrapadas en la misma familia, atrapadas en una relación de madre e hija. Gwen nunca fue la hija que ella hubiera querido, y la reina nunca fue la madre que hubiera querido Gwen. Gwen se preguntó por qué habían sido destinadas a estar juntas.

La reina asintió con la cabeza, y Gwen pudo ver que ella entendió.

"Soy yo la que lo lamenta", respondió. "Eres una hija excepcional. Y una reina excepcional. Una reina mucho mejor de lo que fui yo. Y una gobernante mejor de lo que fue tu padre. Él estaría orgulloso. Mereces a una madre mejor que yo".

Gwen se había secado las lágrimas.

"Fuiste una buena madre".

Su madre meneó la cabeza.

"Fui una buena reina. Y una esposa devota. Pero no fui una buena madre. Al menos no para ti. Creo que vi demasiado de mí en ti. Y eso me asustó”.

Gwen apretó su mano, llorando, deseando que pudieran tener más tiempo juntas, deseando que pudieran haber hablado así antes en sus vidas. Ahora que era reina, ahora que las dos eran mayores, y ahora que ella tenía un hijo, Gwen quería a su madre aquí. Quería ser capaz de convertirla en su asesora. Pero irónicamente, el tiempo en que la quería más alrededor de ella, era la vez en que no podría tenerla.

"Mamá, quiero presentarte a mi hijo. Mi hijo. Guwayne".

Los ojos de la reina se abrieron de par en par por la sorpresa, y levantó la cabeza en la almohada y miró hacia abajo y vio, por primera vez, a Gwen con Guwayne en sus brazos.

La reina suspiró y se incorporó más, luego estalló en sollozos.

"Ay, Gwendolyn", dijo su madre. Es el bebé más hermoso que he visto".

Ella estiró la mano y tocó a Guwayne, poniendo sus dedos en su frente, y al hacerlo, lloró con más fuerza.

Su madre se volvió lentamente y miró a Thor.

"Serás un buen padre", dijo. "Mi esposo te amaba. He venido a entender por qué. Estaba equivocada acerca de ti. Perdóname. Me alegra que estés con Gwendolyn".

Thor asintió solemnemente, estiró la mano y apretó el hombro de la reina mientras ella alargaba la mano hacia él.

"No hay nada que perdonar", dijo.

La reina se volvió y miró a Gwendolyn, y su mirada se endureció; Gwen vio algo en su interior que cambiaba, vio a la exreina regresar a la vida.

"Te enfrentas a muchas pruebas ahora", dijo su madre. "He estado llevando la cuenta de todas ellas. Todavía tengo a mi gente en todas partes. Temo por ti".

Gwendolyn le acarició la mano.

"Madre, no te preocupes por eso ahora. No es momento para asuntos del estado".

Su madre meneó la cabeza.

"Siempre es tiempo para los asuntos del estado. Sobre todo ahora. Los funerales, no lo olvides, son asuntos de estado. No son eventos familiares; son políticos".

Su madre tosió durante mucho tiempo, luego respiró profundamente.

"No tengo mucho tiempo, así que escucha mis palabras", dijo, con su voz más débil. "Tómalas en serio. Aunque no quieras escucharlas".

Gwen se inclinó más cerca y asintió solemnemente.

"Lo que sea, madre".

"No te fíes de Tirus. Te va a traicionar. No confíes en su gente. Esos MacGil, no son como nosotros. Sólo tienen el apellido. No olvides esto".

Su madre respiró con dificultad, tratando de recobrar el aliento.

"No confíes en los McCloud, tampoco. No pienses que puedes lograr la paz".

Su madre resolló, y Gwen pensó en eso, tratando de captar su significado más profundo.

"Mantén fuerte a tu ejército y a tus defensas más fuertes. Cuanto más te des cuenta de que la paz es una ilusión, asegurarás más la paz".

Su madre respiró con dificultad otra vez, durante mucho tiempo, cerrando los ojos, y le rompió el corazón a Gwen ver el esfuerzo que era esto para ella.

Por un lado, Gwen pensó que quizás esas eran las palabras de una reina moribunda que había estado harta demasiado tiempo; pero por otro lado, ella no pudo evitar admitir que había cierta sabiduría en ellas, tal vez la sabiduría que ella misma no quería reconocer.

Su madre abrió sus ojos de nuevo.

"Tu hermana, Luanda", susurró. "La quiero en mi funeral. Ella es mi hija. Mi primogénita".

Gwendolyn respiró, sorprendida.

"Ella ha hecho cosas terribles, merecedoras del exilio. Pero permítele esta gracia, solo una vez. Cuando me entierren, quiero que ella esté allí. No rechaces la solicitud de una madre moribunda".

Gwendolyn suspiró, indecisa. Ella quería complacer a su madre. Sin embargo, no quería permitir que Luanda regresara, no después de lo que había hecho.

"Prométemelo", dijo su madre, sujetando firmemente la mano de Gwen. “Prométemelo”.

Finalmente, Gwendolyn asintió con la cabeza, al darse cuenta de que no podía decir que no.

"Te lo prometo, madre".

Su madre suspiró y asintió, satisfecha, entonces se recostó en su almohada.

"Madre", dijo Gwen, aclarando su garganta. "Quiero que le des la bendición a mi hijo".

Su madre abrió los ojos débilmente y la miró, luego los cerró y movió lentamente la cabeza.

"El bebé ya tiene todas las bendiciones que un niño puede desear. Tiene mi bendición, pero él no la necesita. Ya verás, hija mía, que tu hijo es mucho más poderoso que tú o que Thorgrin o cualquier persona que haya venido antes o que vendrá en el futuro. Todo fue profetizado hace años".

Su madre respiró con dificultad durante mucho tiempo y justo cuando Gwen pensaba que había muerto, cuando se estaba preparando para salir, su madre abrió los ojos una última vez.

"No olvides lo que tu padre te enseñó", dijo ella, con su voz tan débil que apenas podía hablar. "A veces un reino están más en paz cuando está en guerra".




CAPÍTULO SIETE


Steffen galopaba por el polvoriento camino, hacia el este de la Corte del Rey, como había hecho durante días, seguido por una docena de miembros de la guardia de la reina. Honrado de que la reina le hubiese encomendado esta misión y decidido a cumplirla, Steffen había viajado de ciudad en ciudad, acompañado por una caravana de carrozas reales, cada una cargada con oro y plata, moneda real, suministros de construcción, maíz, grano, trigo y diversas provisiones y materiales de construcción de todo tipo. La reina estaba decidida a llevar ayuda a todas las pequeñas aldeas del Anillo, para ayudarles a reconstruir también, y en Steffen, había encontrado a un misionero decidido.

Steffen ya había visitado muchos pueblos, había llevado vagones llenos de suministros en nombre de la reina, con cuidado y precisión asignándolos a los pueblos y familias más necesitadas. Se había enorgullecido al ver la alegría en sus rostros mientras repartía suministros y asignaba mano de obra para ayudar a reconstruir las aldeas periféricas de la Corte del Rey. Un pueblo a la vez, a nombre de Gwendolyn, Steffen estaba ayudando a restablecer la fe en el poder de la reina, el poder de la reconstrucción del Anillo. Por primera vez en su vida, la gente no se fijaba en su aspecto, la gente lo trataba con respeto, como una persona normal. Le encantaba la sensación. Las personas estaban empezando a darse cuenta de que ellos no habían sido olvidados por esta reina, y Steffen estaba encantado de ser parte de la ayuda para difundir su amor y devoción a ella. No había nada que quisiera más.

El destino quiso que la ruta que la reina le había fijado a Steffen, después de muchos pueblos, lo llevara a su propia aldea, al lugar en que fue criado. Steffen tenía una sensación de temor, un hoyo en el estómago, al darse cuenta de que su propio pueblo era el siguiente en la lista. Quería dar la vuelta, hacer lo que fuera para evitarlo.

Pero él sabía que no podía hacerlo. Él le había prometido a Gwendolyn cumplir con su deber y su honor estaba en juego – aunque eso le exigía regresar al mismo lugar que ocupaban sus pesadillas. Era el lugar donde estaba toda la gente que había conocido mientras crecía, la gente que había sentido gran placer en atormentarlo, en burlarse de la forma que tenía. Las personas que le habían hecho sentir profundamente avergonzado de sí mismo. Una vez que se había ido, había prometido no volver nunca, no volver con su familia otra vez. Ahora, irónicamente, su misión le llevaba aquí, requiriendo que les destinara todos los recursos que pudieran necesitar, en nombre de la reina. El destino había sido demasiado cruel.

Steffen llegó a una colina y tuvo el primer atisbo de su pueblo. Sintió un vuelco en el estómago. De sólo verlo, se sintió mal consigo mismo. Empezaba a disminuirse, a sentirse menos y era una sensación que odiaba. Se había estado sintiendo tan bien, mejor que nunca en su vida, especialmente teniendo en cuenta su nueva posición, su séquito, el responder directamente a la reina. Pero ahora, viendo este lugar, recordó la forma en que la gente solía percibirlo. Odiaba la sensación.

¿Estas personas estaban todavía aquí?, se preguntaba. ¿Eran tan crueles como siempre habían sido? Esperaba que no fuera así.

Si Steffen se topaba con su familia aquí, ¿qué les diría? ¿Qué le dirían a él? Cuando vieran el lugar que había logrado, ¿estarían orgullosos? Él había logrado un puesto y rango más alto que cualquiera de su familia, o aldea había logrado. Era uno de los asesores más altos de la reina, un miembro del Consejo interno real. Estarían atónitos al saber lo que él había logrado. Finalmente, tendrían que admitir que habían estado equivocados todo el tiempo acerca de él. Que no era un inútil, después de todo.

Steffen esperaba que tal vez, eso sería lo que sucedería. Tal vez, finalmente, su familia lo admiraría y lograría una reivindicación entre su pueblo.

Steffen y su caravana real se detuvieron ante las puertas de la pequeña ciudad, y Steffen se dirigió a todos para que se detuvieran.

Steffen se dio vuelta y enfrentó a sus hombres, una docena de guardias reales de la reina que lo miraron, esperando sus instrucciones.

"Me esperarán aquí", dijo Steffen. "Afuera de las puertas de la ciudad. No quiero que mi gente los vea todavía. Quiero enfrentarlos solo".

"Sí, Comandante", respondieron.

Steffen desmontó, queriendo caminar el resto del camino, para entrar en la ciudad a pie. No quería que su familia viera su caballo real, ni a su séquito real. Quería ver cómo reaccionarían al saber cómo estaba, sin ver su posición o rango. Hasta se quitó las marcas reales en su ropa nueva, arrancándolas y dejándolas en la silla.

Steffen pasó por las puertas hacia el pequeño y feo pueblo que recordaba, que olía a perros salvajes, pollos sueltos en las calles, ancianas y niños persiguiéndolos. Caminaba las hileras e hileras de casas, algunas hechas de piedra, pero la mayoría hechas de paja. Las calles estaban en mala forma, llenas de agujeros y desechos animales.

Nada había cambiado. Después de todos estos años, nada había cambiado en absoluto.

Steffen finalmente llegó al final de la calle, giró a la izquierda y su estómago se tensó al ver la casa de su padre. Se veía como siempre, una pequeña casa de madera con un techo inclinado y una puerta torcida. El cobertizo en la parte trasera estaba donde obligaban a dormir a Steffen. La visión lo hizo querer demolerlo.

Steffen se acercó a la puerta, que estaba abierta, se quedó en la entrada y miró dentro.

Se quedó atónito al ver a toda su familia ahí: a su padre y a su madre, a todos sus hermanos y hermanas, todos ellos hacinados en esa casita, como siempre habían estado. Todos ellos reunidos alrededor de la mesa, como siempre, peleando por las sobras, riendo unos con otros. Aunque nunca habían reído con Steffen. Sólo de él.

Todos se veían mayores, pero fuera de eso, seguían igual. Les miraba a todos, asombrado. ¿Realmente provenía de estas personas?

La madre de Steffen fue la primera en verlo. Se volvió, y al verlo, jadeó, dejó caer su plato, rompiéndolo en el piso.

Su padre volteó a continuación, luego todos los demás, todos en estado de shock al verlo de nuevo. Cada uno de ellos tenía una expresión desagradable, como si hubiese llegado un huésped inoportuno.

"Entonces", dijo su padre lentamente, con el ceño fruncido, rodeando la mesa para acercarse a él, limpiando la grasa de sus manos con una servilleta de una manera amenazadora, "has regresado, después de todo".

Steffen recordó que su padre solía hacer nudo esa servilleta, mojarla y azotarlo con ella.

"¿Qué pasa?", agregó su padre, con una sonrisa siniestra en su rostro. "¿No pudiste triunfar en la gran ciudad?".

"Pensó que era demasiado bueno para nosotros. ¡Y ahora tiene que venir corriendo a su casa como un perro!", gritó uno de sus hermanos.

"¡Como un perro!", repitió una de sus hermanas.

Steffen estaba en plena ebullición, respirando con dificultad, pero se obligó a sí mismo a cerrar la boca, para no descender a su nivel. Después de todo, estas personas eran provincianas, estaban llenas de prejuicios, era el resultado de pasar toda la vida encerrados en un pequeño pueblo; él, sin embargo, había visto el mundo y sabía más.

Sus hermanos – de hecho, todos en la sala – se rieron de él en la pequeña aldea.

La única que no se reía, y estaba mirándolo, con los ojos abiertos de par en par, era su madre. Se preguntó si tal vez era la única rescatable. Se preguntó si tal vez estaría feliz de verlo.

Pero lentamente meneó la cabeza.

"Ay, Steffen", dijo, "no debiste haber venido aquí. No eres parte de esta familia".

Sus palabras, dichas tranquilamente, sin malicia, hirieron a Steffen, más que nada.

"Él nunca lo fue", dijo su padre. "Es una bestia. "¿Qué haces aquí, muchacho?". ¿Vuelves por más sobras?".

Steffen no respondió. No tenía el don del habla, de responder ingeniosa y rápidamente y ciertamente no en una situación emocional como ésta. Se puso tan nervioso, que apenas pudo hablar. Había tantas cosas que deseaba decirles a todos. Pero no pudo pronunciar ni una palabra.

En cambio se quedó allí, furioso, en silencio.

"¿El gato te mordió la lengua?", dijo su padre burlonamente. "Entonces, aléjate de mi camino. Me estás haciendo perder el tiempo. Este es nuestro gran día, y no vas a arruinarlo".

Su padre empujó a Steffen fuera del camino mientras corría delante de él, afuera de la puerta, mirando a ambos lados. Toda la familia esperó y miró, hasta que su padre regresó, gruñendo, decepcionado.

"¿Ya llegaron?", preguntó su madre, esperanzada.

Steffen meneó la cabeza.

"No sé donde podrían estar", dijo su padre.

Luego se dirigió a Steffen, enojado, poniéndose de un rojo brillante.

"Quítate de la puerta", gritó. "Estamos esperando a un hombre muy importante, y estás bloqueando el camino. Vas a arruinarlo, ¿verdad?, como siempre lo arruinas todo. Qué inoportuno eres, aparecer en un momento como éste. El comandante de la reina llegará aquí en cualquier momento, para distribuir alimentos y suministros a nuestro pueblo. Este es nuestro momento para solicitarle. Y mírate", se mofó su padre, "estás ahí, bloqueando la puerta. Si te ve, se seguirá de largo. Creerá que somos una casa de fenómenos".

Sus hermanos y hermanas rompieron en carcajadas.

"¡Una casa de fenómenos!", repitió uno de ellos.

Steffen se quedó allí parado, poniéndose de un rojo brillante, mirando a su padre, quien lo encaró con el ceño fruncido.

Steffen, demasiado nervioso para responder, lentamente le dio la espalda, meneó la cabeza y salió por la puerta.

Steffen salió a la calle, y al hacerlo, hizo una señal a sus hombres.

De repente, decenas de relucientes carruajes reales aparecieron, corriendo a través de la aldea.

"¡Ya vienen!", gritó el padre de Steffen.

Toda la familia de Steffen salió corriendo, yendo más allá de él, quien estaba ahí parado, haciendo espacio a los carros, a la guardia real.

Toda la guardia real se dio vuelta y miró a Steffen.

"Mi señor", dijo uno de ellos, "¿lo distribuimos aquí o continuamos?".

Steffen estaba parado allí, con las manos en la cadera y miró a su familia.

Al unísono, toda su familia se volvió y, sorprendidos más allá de las palabras, miraron a Steffen. Seguían mirando hacia adelante y hacia atrás entre Steffen y la guardia real, totalmente atónitos, como si fueran incapaces de comprender lo que estaban viendo.

Steffen caminó despacio, montó su caballo real y se sentó delante de todos los demás, en su silla de oro y Los Plateados, mirando a su familia

"¿Mi señor?", repitió su padre. "¿Es una especie de broma de mal gusto? ¿Tú? ¿El comandante real?".

Steffen simplemente se sentó allí, mirando a su padre y sacudió su cabeza.

"Es cierto, padre", respondido Steffen. "Yo soy el comandante real".

"No puede ser", dijo su padre. "No puede ser. ¿Cómo podría una bestia ser elegido como guardia de la Reina?".

De repente, dos guardias reales desmontaron, sacaron sus espadas y corrieron hacia el padre de él. Mantenían las puntas de sus espadas en su garganta, con firmeza, presionando lo suficiente para que su padre abriera sus ojos de par en par, de miedo.

"Insultar a un hombre de la reina, es insultar a la reina", gruñó uno de los hombres al padre de Steffen.

Su padre tragó saliva, aterrorizado.

"Mi señor, ¿encarcelamos a este hombre?", preguntó el otro a Steffen.

Steffen analizó a su familia, vio el asombro en todas sus caras y debatió.

"¡Steffen!". Su madre se acercó corriendo, abrazando sus piernas, suplicando. “¡Por favor! ¡No encarceles a tu padre! Y por favor, danos las provisiones. ¡Las necesitamos!".

"¡Tú nos debes!", espetó su padre. "Por todo lo que te di, toda tu vida. Nos debes".

"¡Por favor!", suplicó su madre. No lo sabíamos. ¡No teníamos idea de lo que habías logrado! ¡Por favor, no lastimes a tu padre!".

Ella cayó de rodillas y comenzó a llorar.

Steffen simplemente movió la cabeza hacia esa gente mentirosa, decepcionante, sin honor, quienes no habían sido nada más que crueles con él toda su vida. Ahora que se dieron cuenta de que era alguien, querían algo de él.

Steffen decidió que no merecían ni siquiera una respuesta de él.

También se dio cuenta de algo: toda su vida había puesto a su familia en un pedestal. Como si fueran los grandes, los perfectos, los exitosos, a los que quería imitar. Pero ahora se dio cuenta de que lo contrario era cierto. Toda su crianza había sido un gran engaño. Esta gente era simplemente patética. A pesar de su forma, estaba por encima de todos ellos. Por primera vez, se dio cuenta de eso.

Miró a su padre, a punta de espada y una parte de él quería hacerle daño. Pero otra parte de él se dio cuenta de una última cosa: no merecían su venganza, tampoco. Tendrían que ser alguien para merecerlo. Y ellos no eran nadie.

Se dirigió a sus hombres.

"Creo que este pueblo estará bien por su propia cuenta", dijo.

Pateó su caballo, y en una gran nube de polvo, salió de la ciudad, Steffen estaba decidido a no volver a este lugar.




CAPÍTULO OCHO


Los asistentes abrieron las puertas de roble antiguas y Reece se apresuró a salir del mal tiempo, mojado por el viento azotador y la lluvia de las Islas Superiores al refugio seco de la fortaleza de Srog.  Inmediatamente se sintió aliviado de estar seco y cerró la puerta detrás de él, limpiando el agua de su pelo y cara, y vio a Srog apresurándose para darle un abrazo.

Reece lo abrazó también. Siempre había tenido un lugar cálido para este gran guerrero y líder, este hombre que los había conducido a Silesia tan bien, que había sido leal al padre de Reece y aún más leal a su hermana. Ver a Srog, con su barba rígida, hombros anchos y sonrisa amistosa, le trajo recuerdos de su padre, de la vieja guardia.

Srog se inclinó hacia atrás y puso su mano carnosa sobre el hombro de Reece.

"Cada vez te pareces más a tu padre conforme  envejeces", dijo con calidez.

Reece sonrió.

"Espero que eso sea bueno".

"Lo es", respondió Srog. "No había hombre mejor. Hubiera caminado por el fuego por él".

Srog se dio vuelta y condujo a Reece a través de la sala, con todos sus hombres detrás de ellos, mientras se dirigían a la fortaleza.

"Eres una persona agradable de ver en este lugar miserable", dijo Srog. "Estoy agradecido con tu hermana por enviarte".

"Parece que elegí un mal día para venir de visita", dijo Reece mientras pasaban por una ventana al aire libre, con lluvia azotando a pocos metros de distancia.

Srog sonrió.

"Todos son malos días aquí", respondió. "Pero puede cambiar de un momento a otro. Dicen que en las Islas Superiores experimentan las cuatro estaciones en un solo día, y he venido a comprobar que es verdad".

Reece miró hacia el  pequeño y vacío patio del castillo, poblado con un puñado de antiguos edificios de piedra, de color gris, que parecían mezclarse en la lluvia. Pocas personas estaban afuera, y esos bajaban sus cabezas contra el viento y se apresuraban a ir de un lugar a otro. Esta isla parecía ser un lugar solitario y desolado.

"¿Dónde están todas las personas?", preguntó Reece.

Srog suspiró.

"Los de las Islas Superiores se quedan en casa. Guardan las distancias. Ellos están repartidos. Este lugar no es como Silesia, o como la Corte del Rey. Aquí, viven en la isla. No se congregan en las ciudades. Son un pueblo extraño, solitario. Terco y fortalecido – como el clima".

Srog guió a Reece por un pasillo y dieron vuelta en la esquina y entraron al Gran Salón.

En la sala estaba sentada una docena de los hombres de Srog, soldados con sus botas y armadura, sombríamente sentados alrededor de una mesa cerca de las llamas. Los perros dormían alrededor del fuego, y los hombres comían grandes trozos de carne y arrojaban los restos a los perros. Ellos miraron a Reece y gruñeron.

Srog condujo a Reece hacia la fogata. Reece se frotó las manos ante las llamas, agradecido por su calor.

"Sé que no tienes mucho tiempo antes de que tu embarcación salga", dijo Srog. "Pero al menos quería despedirte con calidez y ropa seca".

Un asistente se acercó y le entregó a Reece un conjunto de ropa seca y una malla, exactamente de su tamaño. Reece miró a Srog con sorpresa y gratitud mientras se quitaba la ropa mojada y la reemplazaba con esas.

Srog sonrió. "Tratamos bien a nuestra gente aquí", dijo. "Pensé que lo necesitabas, por como es este lugar".

"Gracias", dijo Reece, sintiéndose más abrigado. "Nunca lo había necesitado más". Él había estado temiendo navegar con la ropa mojada, y esto era exactamente lo que él necesitaba.

Srog empezó a hablar de política, un largo monólogo y Reece asintió amablemente, fingiendo escuchar. Pero en el fondo, Reece estaba distraído. Se sentía abrumado pensando en Stara, y no podía quitársela de la mente. No podía dejar de pensar en su encuentro, y cada vez que pensaba en ella, su corazón se agitaba de emoción.

Tampoco podía dejar de pensar, con temor, en la tarea que tenía delante de él en tierra firme, decirle a Selese – y a todos los demás – que la boda se cancelaba. No quería hacerle daño. Pero no tenía otra opción.

“¿Reece?”, repitió Srog.

Reece parpadeó y lo miró.

“¿Me oyes?”, preguntó Srog.

"Lo siento", dijo Reece. "¿Qué dijiste?",

"Pregunté si tu hermana había recibido mis envíos", dijo Srog.

Reece asintió, tratando de concentrarse.

"Por supuesto", respondió Reece. "Es por eso que me envió aquí. Me pidió venir contigo, para escuchar de primera mano lo que está pasando".

Srog suspiró, mirando a las llamas.

"He estado aquí seis lunas", dijo, "y te aseguro, que los de las Islas Superiores no son como nosotros. Son MacGil sólo de nombre. Carecen de las cualidades de tu padre. No son sólo tercos – no son de fiar. Ellos sabotean las embarcaciones de la reina diariamente; de hecho, ellos sabotean todo lo que hacemos aquí. No nos quieren aquí. No quieren nada del continente – a menos que sea invadirlo, por supuesto. He concluido que para vivir en armonía, no será a su manera".

Srog suspiró.

"Perdemos el tiempo aquí. Tu hermana debería retirarse. Dejarlos a su propio destino".

Reece asintió con la cabeza, escuchando, frotando sus manos ante la chimenea, cuando de repente, el sol salió de las nubes, y el tiempo sombrío y húmedo se transformó a un día de verano claro y brillante. Sonó un cuerno a lo lejos.

"¡Tu nave!". Srog gritó. ”Debemos irnos. Debes navegar antes de que el clima regrese. Te veré salir".

Srog llevó a Reece por una puerta lateral del fuerte, y Reece estaba asombrado, mientras entrecerraba los ojos en la luz del sol brillante. Era como si el día perfecto de verano hubiese vuelto otra vez.

Reece y Srog caminaron rápidamente, lado a lado, seguidos por varios de los hombres de Srog, crujiendo las piedras debajo de sus botas, mientras andaban por las colinas y tomaban su camino por las sinuosas rutas hacia la orilla distante. Pasaron rocas grises y colinas rodeadas de rocas y acantilados salpicados de cabras que se aferraban a las laderas y mascaban malezas. Mientras se acercaban a la costa, alrededor de ellos sonaban las campanas del agua, advirtiendo a los barcos de la niebla.

"Puedo ver personalmente las condiciones que están enfrentando", dijo Reece finalmente, mientras caminaban. No son fáciles. Has hecho funcionar las cosas aquí por mucho más tiempo de lo que otros habrían logrado, estoy seguro de ello. Has hecho un buen trabajo. Me aseguraré de decírselo a la reina".

Srog asintió con la cabeza, en agradecimiento.

"Agradezco que digas eso", comentó.

"¿Cuál es el origen del descontento de la gente?", preguntó Reece. "Ellos son libres, después de todo. Nos les hacemos ningún daño – de hecho, les traemos provisiones y protección".

Srog sacudió la cabeza.

"Ellos no descansarán hasta que Tirus quede libre. Consideran una vergüenza personal que su líder esté en la cárcel".

"Y tienen suerte de que sólo esté en la cárcel y no haya sido ejecutado por sus traiciones".

Srog asintió con la cabeza.

"Es cierto. Pero esta gente no entiende eso".

"¿Y si lo liberamos?", preguntó Reece. "¿Con eso habría paz?".

Srog sacudió la cabeza.

"Lo dudo. Creo que sólo los envalentonaría para otro descontento".

"Entonces ¿qué hay que hacer?", preguntó Reece.

Srog suspiró.

"Abandonar este lugar", dijo. "Y lo más rápidamente posible. No me gusta lo que veo. Siento que se agita una revuelta".

"Sin embargo, los superamos en hombres y barcos".

Srog sacudió la cabeza.

"Eso es nada más una ilusión", dijo. "Están bien organizados. Estamos en su terreno. Tienen un millón de formas sutiles de sabotaje que no podemos anticipar. Estamos aquí sentados en un nido de serpientes”.

"Pero Matus no", dijo Reece.

"Es cierto", respondió Srog. "Pero él es el único".

Hay alguien más, pensó Reece. Stara. Pero mantuvo sus pensamientos para sí mismo. Oír todo eso lo hizo querer rescatar a Stara, sacarla de este lugar tan pronto como fuera posible. Juró que lo haría. Pero primero tenía que volver y arreglar sus asuntos. Luego podría volver por ella.

Mientras caminaban por la arena, Reece vio la embarcación ante él, sus hombres esperaban.

Se detuvo ante ella, y Srog se volvió hacia él y estrechó su hombro con calidez.

"Voy a contarle todo esto a Gwendolyn", dijo Reece. "Le diré tus preocupaciones. Sin embargo, sé que está decidida con estas islas. Las considera como parte de una estrategia mayor para el Anillo. Por ahora, al menos, debes mantener la armonía aquí. No importa lo que cueste. ¿Qué necesitas? ¿Más embarcaciones? ¿Más hombres?"

Srog sacudió la cabeza.

"Ni todos los hombres ni embarcaciones del mundo cambiarán a la gente de estas Islas Superiores. Lo único que lo hará, es el filo de la espada".

Reece lo miró horrorizado.

"Gwendolyn nunca mataría a gente inocente", dijo Reece.

"Lo sé", respondió Srog. "Es por eso que sospecho que muchos de nuestros hombres morirán"




CAPÍTULO NUEVE


Stara estaba parada en los parapetos de la fortaleza de su madre, una fortaleza de piedra cuadrada tan antigua como la isla, el lugar en el cual Stara había vivido desde que su madre había muerto. Stara caminó hasta el borde, agradecida de que el sol finalmente hubiera sido liberado en este día dramático y miró hacia el horizonte, con una inusual buena visibilidad y vio zarpar el barco de Reece a lo lejos. Ella vio su embarcación apartarse de la flota, la miró todo el tiempo que pudo mientras su barco navegaba en el horizonte, cada onda lo llevaba más y más lejos de ella.

Podía ver la embarcación de Reece todo el día, sabiendo que él iba en ella. No soportaba verla partir. Sentía como si una parte de su corazón, una parte de sí misma, se fuera de la isla.

Finalmente, después de tantos años en esta isla solitaria, horrible y estéril, Stara se sentía llena de alegría. Su encuentro con Reece le había hecho sentir viva otra vez. Había restaurado el vacío que sentía dentro de ella y que no sabía ni siquiera que la había estado carcomiendo todos estos años. Ahora que sabía que Reece podría cancelar la boda, que regresaría por ella, que los dos se casarían, que finalmente estarían juntos para siempre, Stara sentía que todo iba a estar bien en el mundo. Toda la miseria que ella había aguantado en su vida valdría la pena.

Por supuesto, tenía que admitir que había una pequeña parte de ella que se sentía mal por Selese. Stara nunca quería herir los sentimientos de los demás. Sin embargo, al mismo tiempo, Stara también sentía que su vida estaba en juego, su futuro, su esposo – y también sentía que era justo. Después de todo, Stara, había conocido a Reece toda su vida, desde que eran niños. Fue ella quien había sido el primer y único amor de Reece. Esta nueva chica, Selese, apenas conocía a Reece y sólo por un corto tiempo. Ciertamente no podría conocerlo como Stara.

Stara pensó que Selese eventualmente podría superarlo y encontrar a alguien más. Pero si Stara lo perdía, nunca podría superarlo. Reece era su vida. Su destino. Estaban destinados a ser pareja, lo habían estado toda su vida. Reece era su hombre primero, y en todo caso, según ella lo veía, Selese se lo estaba quitando, y no al revés. Stara sólo estaba recuperando lo que era legítimamente suyo.

A pesar de todo, Stara no podía haber tomado otra decisión, aunque lo hubiese intentado. Lo que sea que le hubiera dicho su mente racional fuera bueno o malo, ella no le haría caso. Toda su vida, todos a su alrededor – y su propia mente racional – también le habían dicho que estaba mal que los primos fueran pareja. Y aun así, ella no podía escuchar. Ella amaba y adoraba totalmente a Reece. Siempre había sido así. Y nada de lo que dijera o hiciera alguien podría cambiar eso. Tenía que estar con él. No había ninguna otra opción.

Mientras Stara estaba allí parada, viendo cómo su embarcación se hacía más pequeña en el horizonte, repentinamente escuchó unos pasos, alguien estaba en el techo de la fortaleza, y se volvió para ver a su hermano, Matus, caminando rápidamente hacia ella. Estaba contenta de verlo, como siempre. Stara y Matus prácticamente habían sido amigos toda su vida. Ellos habían sido marginados del resto de su familia, del resto de las Islas Superiores; Stara y Matus despreciaban a sus hermanos y a su padre. Stara pensaba que Matus y ella misma eran más refinados, más nobles que los demás; ella veía a los otros miembros de la familia como traidores, indignos de confianza. Era como si ella y Matus tuvieran su propia pequeña familia dentro de la familia.

Stara y Matus vivieron aquí en plantas separadas en la fortaleza de su madre, aparte de los demás, que vivían en el castillo de Tirus. Ahora que su padre estaba en prisión, su familia se dividió. Sus otros dos hermanos, Karus y Falus, los culpaban a ellos. Sin embargo, ella siempre podía confiar en Matus, y siempre estaba ahí para él, también.

Los dos solían hablar a menudo de dejar las Islas Superiores hacia tierra firme, uniéndose a los otros MacGil. Y ahora, finalmente, toda esa charla estaba comenzando a parecer que podría convertirse en realidad, especialmente con todo el sabotaje que las Islas Superiores habían estado inflingiendo a la flota de Gwendolyn. Stara no podía soportar la idea de vivir aquí ya.

"Hermano mío", Stara lo saludó, con un estado de ánimo de felicidad.

Pero la expresión de Matus era inusualmente sombría, y pudo ver inmediatamente que él estaba preocupado por algo.

"¿Qué ocurre?", preguntó ella. "¿Qué pasa?

Él movió la cabeza con desaprobación.

"Creo que sabes lo que está mal, hermana mía", dijo. "Nuestro primo. Reece. ¿Qué ha pasado entre ustedes dos?".

Stara enrojeció y le dio la espalda a Matus, mirando hacia el océano. Ella se esforzó por ver la embarcaciónde de Reece en la distancia, pero ya había desaparecido. Una ola de ira corrió por ella; se había perdido del último vistazo de él.

"No es asunto tuyo", dijo ella.

Matus siempre había desaprobado la relación con su primo, y ya estaba harta. Era el punto de discordia entre ellos, y amenazaba con separarlos. A ella no le importaba lo que Matus – o cualquier otra persona – pensara. No era de su incumbencia, hasta donde ella sabía.

"Sabes que está por casarse, ¿no?", le preguntó Matus, acusando, acercándose a su lado.

Stara meneó la cabeza, como queriendo alejar el pensamiento de su mente.

"Él no se casará con ella", contestó.

Matus parecía sorprendido.

"¿Y cómo lo sabías?", dijo él, presionando.

Ella se dio vuelta hacia él, decidida.

"Él me lo dijo. Y Reece no miente”.

Matus la miró, sorprendido. Entonces su expresión se volvió sombría.

"¿Entonces le hiciste cambiar de parecer?".

Ella lo miró, desafiante, ahora enojada con ella misma.

"No necesité onvencerlo de nada", dijo. "Era lo que él quería. Lo que eligió. Él me ama. Siempre ha sido así. Y yo lo amo".

Matus frunció el ceño.

¿Y estás de acuerdo entonces con destruir el corazón de esta chica, quienquiera que sea?".

Ella frunció el ceño, no queriendo escuchar esto.

"Reece me amaba mucho antes de lo que amaba a esta chica nueva".

Matus no cejaría.

"¿Y qué hay de todos los planes cuidadosamente establecidos del Reino? Te das cuenta de que esto no es sólo una boda. Es un teatro político. Un espectáculo para las masas. Gwendolyn es la reina, y también es su boda. El reino entero y las tierras lejanas, estarán allí para observar. ¿Qué pasará cuando Reece cancele? ¿Crees que la reina lo tomará a la ligera? ¿Por todos los MacGil? Harás que todo el Anillo sea un caos. Les pondrás a todos en nuestra contra. ¿Tus pasiones valen tanto?".

Stara miró a Matus, con frialdad, con endurecimiento.

"Nuestro amor es más fuerte que cualquier espectáculo. Que cualquier Reino. No podrías entenderlo. Nunca has amado como nosotros".

Ahora Matus enrojeció. Movió la cabeza, evidentemente furioso.

"Estás cometiendo el peor error de tu vida", dijo él. "Y también Reece. Van a hacer caer a todo el mundo con ustedes. Es una decisión tonta, egoísta, infantil Tu amor infantil debe permanecer en el pasado".

Matus suspiró, exasperado.

"Escribirás una misiva y la enviarás en el siguiente halcón a Reece. Le dirás que has cambiado de parecer. Le pedirás que se case con esta chica. Quienquiera que sea".

Stara sentía hincharse de rabia hacia su hermano, una rabia como nunca había sentido.

"Te pasas de la raya", dijo. "No pretendas darme un consejo. Tú no eres mi padre. Eres mi hermano. Si vuelves a hablarme así una vez más, no vuelvas a dirigirme la palabra".

Matus la miró, claramente atónito. Stara nunca le había hablado así antes. Y lo decía en serio. Sus sentimientos por Reece eran mucho más profundos que su vínculo con su hermano. Mucho más profundo que cualquier otra cosa en su vida.

Matus, conmocionado y herido, finalmente se dio vuelta y se marchó furioso.

Stara se dio vuelta y miró hacia el mar, esperando alguna señal de la embarcación de Reece. Pero sabía que estaba muy lejos.

Reece, pensó. Te amo. Mantén el rumbo. Aunque enfrentes cualquier obstáculo, mantén el rumbo. Sé fuerte. Cancela la boda. Hazlo por mí". Por nosotros.

Stara cerró los ojos y apretó sus manos, y rogó y oró a cada dios que conocía para que Reece tuviera la fuerza para llevarlo a cabo. Para que volviera por ella. Para que los dos finalmente estuvieran juntos para siempre.

Sin importar lo que costara.




CAPÍTULO DIEZ


Karus y Falus, los dos hijos de Tirus, bajaron rápidamente por la escalera de piedra de espiral, descendiendo más y más profundamente, hacia la mazmorra donde estaba su padre. Odiaban la indignidad de tener que descender a este lugar para ver a su padre, un gran guerrero que había sido el rey legítimo de las Islas Superiores. Y en silencio, juraron venganza.

Sin embargo esta vez, llevaban noticias, que podría cambiar todo. Noticias que finalmente les daba un motivo de esperanza.

Karus y Falus marcharon hacia los soldados que hacían guardia en la entrada de la prisión, sabían que eran hombres leales a la reina. Se detuvieron, enrojeciendo, odiando tener que sufrir la humillación de tener que pedir permiso para ver a su padre.

Los hombres de Gwendolyn los analizaron, como debatiendo, después asintieron con la cabeza unos a otros, y dieron un paso adelante.

"Extiendan los brazos", ordenaron a Karus y a Falus.

Karus y Falus lo hicieron, maldiciendo, mientras los soldados les quitaban sus armas.

Luego abrieron las puertas de hierro, lentamente y los dejaron entrar, cerrando y dando un portazo y poniendo llave a las rejas, detrás de ellos.

Karus y Falus sabían que tenían poco tiempo; sólo se les permitiría a visitar a su padre por unos minutos, como lo habían hecho, una vez por semana, desde que había sido encarcelado. Después de eso, los hombres de Gwendolyn les ordenarían irse.

Caminaron hasta el final del largo corredor de la mazmorra, todas las celdas estaban vacías, su padre era el único que estaba aquí, en esta antigua prisión. Finalmente, llegaron a la última celda de la izquierda, débilmente iluminada por una antorcha parpadeante contra la pared, y se dieron vuelta hacia los barrotes y se asomaron dentro, buscando a su padre.

Lentamente, Tirus surgió de los rincones oscuros de la celda y se acercó a los barrotes. Los miró, con su rostro demacrado, su barba descuidada, sombrío. Miró con la expresión desesperada de un hombre que sabía que nunca volvería a ver luz del día.

Los corazones de Karus y de Falus se desmoronaron al verlo. Les hacía sentirse más resueltos para encontrar una manera de liberarlo y para vengarse de Gwendolyn.

"Padre", dijo Falus, esperanzado.

"Traemos noticias urgentes", dijo Karus.

Tirus los miró, con una pizca de esperanza en su tono.

"Hablen entonces", gruñó.

Falus aclaró su garganta.

"Nuestra hermana, al parecer, ha vuelto a enamorarse de nuestro primo, Reece. Nuestros espías nos dicen que los dos planean casarse. Reece pretende cancelar su boda en tierra firme y casarse con Stara".

"Debemos encontrar una manera de detenerlos", dijo Karus, indignado.

Tirus los vio, inexpresivo, pero pudieron ver su mirada penetrante, escuchando todo.

"¿Debemos?", dijo Tirus lentamente. "¿Y eso por qué?".

Miraron a su padre, confundidos.

"¿Por qué?", preguntó Karus. "No podemos mezclar nuestra familia con la de Reece. El juego estaría en manos de la reina. Nuestras familias se fusionarían y ella ganaría el control completo.

"Eliminaría toda la independencia que todavía tiene nuestro pueblo", intervino Falus.

"Los planes ya están en marcha", añadió Karus. "Y debemos encontrar una manera de detenerlos".

Esperaban una respuesta, pero Tirus movió lentamente la cabeza.

"Muchachos estúpidos, estúpidos", dijo lentamente, con su voz sombría, sacudiendo la cabeza una y otra vez. "¿Por qué crié hijos tan estúpidos? ¿No les he enseñado nada en todos estos años? Todavía ven lo que está delante de ustedes, y no lo que está más allá".

"No entendemos, padre".

Tirus hizo una mueca.

"Y por eso estoy en esta posición. Es por ello que no gobiernan ahora. Detener esta unión sería la cosa más estúpida que harían y lo peor que podría suceder a nuestra isla. Si nuestra Stara se casa con Reece, eso sería lo mejor que podría ocurrirnos a todos".

Ellos lo miraron, confundidos, sin entender.

"¿Lo mejor? ¿Cómo es eso?".

Tirus suspiró, impaciente.

"Si nuestras dos familias se mezclan, Gwendolyn no puede tenerme encarcelado aquí. No tendría más remedio que liberarme. Todo cambiaría. No nos despojaría del poder – nos daría poder. Seríamos legítimos MacGil, estaríamos en la misma situación que en el continente. Gwendolyn estaría en deuda con nosotros. ¿No lo ven?", preguntó. "Un niño de Reece y Stara sería tan hijo nuestro como suyo".

"Pero Padre, no es normal. Son primos hermanos".

Tirus meneó la cabeza.

"La política no es normal, hijo mío. "Pero esta unión ocurrirá, insistió él, con determinación en su voz. "Y los dos harán todo lo que esté en su poder para que ocurra".

Karus aclaró su garganta, nervioso, incierto.

"Pero Reece ya salió hacia el continente", dijo. "Es demasiado tarde. Entendemos que Reece ya tomó la decisión".

Tirus se acercó y golpeó los barrotes de hierro, como si deseara golpear la cara de Karus, y Karus saltó hacia atrás, asustado.

"Son más tontos de lo que pensé", dijo Tirus. "Se asegurarán de que eso ocurra. Los hombres han cambiado de opinión en cosas menores que ésta. Y se asegurarán de que Reece cambie de parecer”.

"¿Cómo?", dijo Falus.

Tirus se quedó pensando, acariciando su barba durante mucho tiempo. Por primera vez en muchas lunas, sus ojos estaban trabajando, con una mirada penetrante, pensando, formulando un plan. Por primera vez, había esperanza y optimismo en su mirada.

"Esta chica, Selese, con quien está a punto de casarse", dijo Tirus finalmente. "Deben llegar a ella. La encontrarán. Llevarán evidencia… evidencia del amor de Reece y de Stara. Se lo dirán a ella, antes de que él llegue. Se asegurarán de que ella se entere de que Reece está enamorado de otra persona. Así, en caso de que Reece cambie de opinión antes de que llegue a ella, será demasiado tarde. Nos aseguraremos de que se separen".

"Pero, ¿qué evidencia tenemos de su amor?", preguntó Karus.

Tirus frotó su barba, pensando. Finalmente, se avivó.

"¿Recuerdan esos pergaminos? ¿Los que interceptamos cuando Stara era joven? Las cartas de amor que ella le escribió a Reece. Las cartas que él le escribió a ella".

Karus y Falus asintieron con la cabeza.

"Sí", dijo Falus. "Interceptamos a los halcones".

Tirus asintió con la cabeza.

"Están en mi castillo. Llévenselos a ella. Díganle que son recientes y sean convincentes. Ella nunca sabrá de cuándo eran – y todo estará acabado".

Karus y Falus finalmente asintieron, sonriendo, dándose cuenta de la profundidad de la astucia y sabiduría de su padre.

Tirus les sonrió por primera vez en mucho tiempo.

"Nuestra isla resucitará".




CAPÍTULO ONCE


Thor estaba sentado sobre su caballo, yendo al mando de las filas de los reclutas de La Legión, todos los chicos ansiosos estaban alineados, en posición de firmes ante él, en la nueva arena de la Legión.

Thor miraba a las docenas y docenas de nuevas caras, examinando a cada uno cuidadosamente, y sintió el peso de la responsabilidad. Los nuevos reclutas habían llegado de todo el Anillo, todos deseosos de unirse a la Legión recién reconstruida. Era una tarea titánica elegir a la nueva cosecha de guerreros, a los hombres con quienes el Anillo contaría en los próximos años.

Una parte de Thorgrin sentía que él no merecía estar aquí; después de todo, no hacía tantas lunas atrás que él mismo esperaba ser seleccionado por la Legión. Cuando pensaba en ello, sentía que había ocurrido hacía mucho tiempo, antes de conocer a Gwen, antes de que hubiera tenido un hijo, antes de que se hubiera convertido en guerrero. Ahora se encontraba aquí, para reconstruirlo, para encontrar reemplazos de todas las almas valientes que habían muerto defendiendo el Anillo.

Mientras Thor miraba a los muchachos, vio el cementerio que había erigido, a todos los postes surgiendo de la tierra, brillando en los soles de la tarde, recordándoles siempre de la Legión que habían conocido. Había sido idea de Thor enterrarlos aquí, en la periferia de la nueva arena, así podrían estar siempre con ellos, siempre serían recordados y vigilarían a los nuevos reclutas. Thor podía sentir sus espíritus flotando encima de él, ayudándole, instándole.

Sabiendo que sus hermanos de la Legión, Reece y Conven y Elden y O'Connor, estaban en toda el Anillo en diversas tareas, Thor se sentía cómodo, al menos, de ser el único que permanecía aquí, cerca de casa, para concentrarse en esta tarea. Él también había sido capitán de la Legión, así que parecía normal ser el encargado de reconstruirlo.

Thor miró las decenas de muchachos ante él, y tenía grandes esperanzas para algunos, pero no para otros. Hicieron todo lo posible para cuadrarse mientras él se acercaba, y podía notar que algunos de ellos simplemente no eran guerreros; otros podrían serlo, sin embargo, necesitaban mucho entrenamiento. Había una mirada de carácter en todos sus ojos, una mirada de ansiedad, de miedo de lo que estaba por venir.

"¡Señores!", gritó Thor. "Porque son todos hombres ahora, independientemente de su edad. El día que empuñen las armas para defender a su patria, para arriesgar su vida con sus hermanos, se convierten en hombres. Si se unen a La Legión, lucharán por el honor, por el valor. Eso es lo que constituye a un hombre, no su edad. ¿Entendido?".

"¡SÍ, SEÑOR!", respondieron todos.

"He luchado con hombres del doble de mi edad que han muerto a mi lado", continuó diciendo Thor. "Ser mayores no los hizo más hombres que yo. Tampoco los hizo mejores guerreros. Te conviertes en hombre al asumir las funciones masculinas; y te hace un mejor guerrero.





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UN MAR DE ARMADURAS ( LIBRO # 10 DE EL ANILLO DEL HECHICERO), Gwendolyn da a luz al hijo de ella y de Thorgrin, en medio de augurios poderosos. Con un hijo, las vidas de Gwendolyn y Thorgrin cambian para siempre, al igual que el destino del Anillo. Thor no tiene otra opción que embarcarse para encontrar a su madre, dejar a su esposa e hijo e ir a su tierra natal en una peligrosa misión que pondrá el futuro del Anillo en juego. Antes de que Thor se embarque, se une con Gwendolyn en la boda más grande en la historia de los MacGil, primero debe ayudar a reconstruir La Legión, profundiza su formación con Argon y se le da el honor que él siempre había soñado cuando fue llevado con Los Plateados y se convierte en Caballero. Gwendolyn está atormentada por el nacimiento de su hijo, la partida de su esposo y la muerte de su madre. Todo el Anillo se reúne para el funeral real, que vuelve a unir a las hermanas separadas, Luanda y Gwendolyn, en una confrontación final que tendrá consecuencias nefastas. Las profecías de Argon resuenan en su mente, y Gwendolyn presiente un peligro inminente para el Anillo y promueve su plan para rescatar a toda su gente en caso de una catástrofe. Erec recibe noticias de la enfermedad de su padre y es llamado a volver a su casa, a las Islas del Sur; Alistair se une a él en el viaje, mientras sus planes de boda se ponen en movimiento. Kendrick busca a su madre perdida y se sorprende al ver a quién encuentra. Elden y O’Connor regresan a sus pueblos para encontrar las cosas no como las esperaban, mientras que Conven cae en el más profundo luto y hacia el lado oscuro. Steffen inesperadamente encuentra el amor, mientras Sandara sorprende a Kendrick al abandonar el Anillo, de regreso a su patria, en el Imperio. Reece, muy a su pesar, se enamora de su prima, y cuando los hijos de Tirus se enteran, ponen en marcha una gran traición. Matus y Srog tratan de mantener el orden en las Islas Superiores, pero ocurre una tragedia por un malentendido cuando Selese descubre el romance, justo antes de su boda, y una guerra amenaza con estallar en las Islas Superiores debido a las pasiones de Reece. El lado McCloud de Tierras Altas es igualmente inestable, con una guerra civil al borde de iniciar, debido al mando inestable de Bronson y a las acciones despiadadas de Luanda. Con el Anillo en el borde de la guerra civil, Rómulo, en el Imperio, descubre una nueva forma de magia que podría destruir el Escudo para siempre. Hace un trato con el lado oscuro y, envalentonado, con un poder que ni siquiera Argon puede detener, Rómulo se embarca en una forma segura para destruir el Anillo. Con su sofisticada construcción del mundo y caracterización, UN CIELO DE HECHIZOS (A SKY OF SPELLS), es un relato épico de amigos y amantes, de rivales y pretendientes, de caballeros y dragones, de intrigas y maquinaciones políticas, de cumplir la mayoría de edad, de corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una historia de honor y valor, de suerte y destino, de hechicería. Es una fantasía que nos lleva a un mundo que nunca olvidaremos, y que gustará a personas de todas las edades y géneros.

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