Книга - Un Rito De Espadas

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Un Rito De Espadas
Morgan Rice


El Anillo del Hechicero #7
En UN RITO DE ESPADAS (A RITE OF SWORDS) – (Libro #7 de El Anillo del Hechicero – The Sorcerer’s Ring), Thor debate con su legado, luchando para asimilar quién es su padre, si revela su secreto y qué medidas debe tomar. De vuelta a casa en el Anillo, con Mycoples a su lado y la Espada del Destino en la mano, Thor está decidido a vengarse del ejército de Andrónico y liberar a su patria – y finalmente proponerle matrimonio a Gwendolyn. Pero se da cuenta de que hay fuerzas aún mayores que la de él, que podrían interponerse en su camino. Gwendolyn regresa y se esfuerza por convertirse en la gobernante elegida, usando su sabiduría para unir las fuerzas dispares y expulsar a Andrónico para siempre. Reunida con Thor y sus hermanos, ella está agradecida por la pausa en la violencia y por la oportunidad de celebrar su libertad. Pero las cosas cambian rápidamente – demasiado rápido – y antes de darse cuenta, su vida se torna de cabeza otra vez. Su hermana mayor, Luanda, en una gran rivalidad con ella, está decidida a arrebatar el poder, mientras que el hermano del rey MacGil llega con su propio ejército para hacerse del control del trono. Con espías y asesinos por todos lados, Gwendolyn, asediada, aprende que ser reina no es tan seguro como ella pensaba. El amor de Reece por Selese finalmente tiene la oportunidad de prosperar, pero al mismo tiempo, aparece su viejo amor, y se encuentra indeciso. Pero los tiempos de inactividad pronto son superados por la batalla y Reece, Elden, O'Connor, Conven, Kendrick, Erec e incluso Godfrey deben enfrentar y superar juntos las adversidades, para sobrevivir. Sus batallas los llevarán a todos los rincones del Anillo, que se convierte en una carrera contra el tiempo para derrocar a Andrónico y salvarse de la total destrucción. Igual de poderosas, fuerzas inesperadas luchan por el control del Anillo; Gwen se da cuenta de que ella debe hacer todo lo necesario para encontrar a Argon y traerlo de vuelta. En un giro final impactante, Thor se entera que aunque sus poderes son supremos, también tiene una debilidad oculta – una que sólo puede traer consigo su caída final. ¿Thor y los demás liberarán el Anillo y derrotarán a Andrónico? ¿Gwendolyn será la reina que todos necesitan que sea? ¿Qué será de la Espada del Destino, de Erec, Kendrick, Reece y Godfrey? ¿Y cuál es el secreto que esconde Alistair? Con su sofisticada construcción del mundo y caracterización, UN RITO DE ESPADAS es un relato épico de amigos y amantes, de rivales y pretendientes, de caballeros y dragones, de intrigas y maquinaciones políticas, de llegar a la mayoría de edad, de corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una historia de honor y valor, de suerte y destino, de hechicería. Es una fantasía que nos lleva a un mundo que nunca olvidaremos, y que gustará a personas de todas las edades y géneros.





Morgan Rice

UN RITO DE ESPADAS (Libro #7 de El Anillo del Hechicero – The Sorcerer’s Ring)




Acerca de Morgan Rice

Morgan Rice es la escritora del bestseller # 1, DIARIO DE UN VAMPIRO (THE VAMPIRE JOURNALS), una saga que comprende once libros (y siguen llegando); la saga del bestseller #1 TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA (THE SURVIVAL TRILOGY), thriller pos apocalíptico que comprende dos libros (y siguen llegando); y la saga de la fantasía épica, el bestseller #1, EL ANILLO DEL HECHICERO, (THE SORCERER´S RING) que comprende trece libros (y contando).

Los libros de Morgan están disponibles en audio y edición impresa y las traducciones de los libros están disponibles en alemán, francés, italiano, español, portugués, japonés, chino, sueco, holandés, turco, húngaro, checo y eslovaco (próximamente en otros idiomas).

A Morgan le encantaría tener comunicación con usted, así que visite www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com/) para unirse a la lista de correo electrónico, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar una aplicación gratuita, obtener las últimas noticias exclusivas, conectarse a Facebook y Twitter y mantenerse en contacto.



Algunas Opiniones Acerca de Morgan Rice

"Es una fantasía animada que entrelaza elementos de misterio e intriga en su historia. La Senda de los Héroes (A Quest of Heroes) trata acerca de la realización del valor y de darse cuenta del propósito de la vida que conduce al crecimiento, madurez y excelencia…Para aquellos que buscan aventuras de fantasía sustanciosa, los protagonistas, estratagemas y acción proporcionan un vigoroso sistema de encuentros que se centran bien en la evolución de Thor, de ser un muchacho soñador a convertirse en un adulto joven que se enfrenta a posibilidades imposibles para sobrevivir… Es sólo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para adultos jóvenes".



    Midwest Book Review (D. Donovan, Crítico de eBook)

"EL ANILLO DEL HECHICERO (THE SORCERER´S RING) tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: tramas, conspiraciones, misterio, caballeros aguerridos y relaciones florecientes repletas de corazones rotos, decepciones y traiciones. Lo mantendrá entretenido durante horas y satisfará a las personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género de fantasía".



    --Books and Movie Reviews, Roberto Mattos

"La entretenida fantasía épica de Rice [EL ANILLO DEL HECHICERO – THE SORCERER’S RING] incluye rasgos clásicos del género – una buena ambientación, grandemente inspirada en la antigua Escocia y su historia, y un buen sentido de la intriga de la corte".



    – Kirkus Reviews

"Me encantó cómo Morgan Rice construyó el personaje de Thor y el mundo en que vive. El paisaje y las criaturas que viven ahí, estuvieron muy bien descritos… La disfruté [la trama]. Fue corto y tierno… Tiene la cantidad adecuada de personajes secundarios, así que no me confundí. Contenía aventuras y momentos espeluznantes, pero la acción representada no era demasiado grotesca. El libro sería perfecto para un lector adolescente… Los inicios de algo increíble están ahí…"



    --San Francisco Book Review

"En este primer libro lleno de acción de la saga de la fantasía épica de El Anillo del Hechicero – The Sorcerer’s Ring (que actualmente consta de 14 libros), Rice presenta a los lectores a Thorgrin, ’Thor’ McLeod, cuyo sueño es unirse a la Legión de los Plateados, a los caballeros de élite que sirven al rey… La obra de Rice es sólida y el argumento es fascinante".



    --Publishers Weekly

"[LA SENDA DE LOS HÉROES – A QUEST OF HEROES] es de lectura fácil y rápida. Los finales de los capítulos hacen que tengas que leer lo que sigue y no quieras dejarlo. Hay algunos errores en el libro y algunos nombres están mezclados, pero eso no distrae de la historia en general. El final del libro me hizo querer conseguir el siguiente libro inmediatamente, y eso es lo que hice. Las nueve series del Anillo del Hechicero (The Sorcerer’s Ring) se pueden adquirir actualmente en la tienda Kindle y La Senda de los Héroes (A Quest of Heroes) ¡es gratis, para empezar! Si está buscando algo rápido y divertido para leer mientras está de vacaciones, este libro es el adecuado".



    --FantasyOnline.net



Libros de Morgan Rice

EL ANILLO DEL HECHICERO (THE SORCERER’S RING)

LA SENDA DE LOS HÉROES (A QUEST OF HEROES) – [Libro #1]

LA MARCHA DE LOS REYES (A MARCH OF KINGS) – [Libro #2]

EL DESTINO DE LOS DRAGONES (A FATE OF DRAGONS) – [Libro #3]

UN GRITO DE HONOR (A CRY OF HONOR) – [Libro #4]

UNA PROMESA DE GLORIA (A VOW OF GLORY) – [Libro #5]

UNA CARGA DE VALOR (A CHARGE OF VALOR) – [Libro # 6]

UN RITO DE ESPADAS (A RITE OF SWORDS) – [Libro #7]

UNA SUBVENCIÓN DE ARMAS (A GRANT OF ARMS) – [Libro #8]

UN CIELO DE HECHIZOS (A SKY OF SPELLS) – [Libro #9]

UN MAR DE ESCUDOS (A SEA OF SHIELDS) – [Libro #10]

UN REINADO DE HIERRO (A REIGN OF STEEL) – [Libro #11]

UNA TIERRA DE FUEGO (A LAND OF FIRE) – [Libro #12]

EL DECRETO DE LAS REINAS (A RULE OF QUEENS) – [Libro #13]

UN JURAMENTO DE HERMANOS- AN OATH OF BROTHERS (Libro #14)



LA TRILOGIA DE SUPERVIVENCIA (THE SURVIVAL TRILOGY)

ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS – (SLAVERUNNERS) – [Libro #1]

ARENA DOS (ARENA TWO) – [Libro #2]



DIARIO DE UN VAMPIRO (THE VAMPIRE JOURNALS)

TRANSFORMACIÓN (TURNED) – [Libro #1]

AMORES (LOVED) [Libro #2]

TRAICIÓN (BETRAYED) [Libro #3]

DESTINADO (DESTINED) [Libro #4]

DESEO (DESIRED) [Libro #5]

PROMETIDO (BETROTHED) [Libro #6]

PROMESA (VOWED) [Libro #7]

ENCUENTRO (FOUND) [Libro #8]

RESURRECCIÓN (RESURRECTED) [Libro #9]

ANSIAS (CRAVED) [Libro #10]

DESTINO (FATED) [Libro #11]












¡Escuche la saga de EL LIBRO DEL HECHICERO (THE SORCERER’S RING) ¡en formato de audio libro!


Derechos Reservados © 2013 por Morgan Rice

Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora.

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Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia.

Imagen de la cubierta Derechos Reservados justdd, utilizada bajo licencia de Shutterstock.com


"¿Qué es lo que pretende comunicarme?
Si es algo para el bien general,
Presente ante mis ojos a un lado el honor y al otro la muerte,
Y miraré a ambos con indiferencia,
Que Dios me acompañe, ya que amo
El nombre de la gloria más de lo que temo a la muerte".

    --William Shakespeare
    Julio César






CAPÍTULO UNO


Thorgrin montó en la parte posterior de Mycoples mientras ella volaba a través de la extensa campiña del Anillo, hacia el sur, a buscar a Gwendolyn. Thor sujetó la Espada del Destino mientras miraba hacia abajo y vio el paraje infinito del ejército de un millón de hombres de Andrónico, cubriendo el Anillo como una plaga de langostas. Sintió que la Espada palpitaba en la palma de su mano y sabía qué era lo que estaba instándole a hacer. Proteger al Anillo. Expulsar a los invasores. Era casi como si la Espada le estuviera dando órdenes – y Thor lo hacía con gusto.

Muy pronto, Thor daría la vuelta y haría que todos y cada uno de los invasores la pagara. Ahora que el Escudo había sido activado otra vez, Andrónico y sus hombres habían quedado atrapados; ya no podrían filtrarse más refuerzos del Imperio y Thor no descansaría hasta que hubiese matado a todos y cada uno de ellos.

Pero todavía no era el momento para la matanza. El primer asunto más importante para Thor era su verdadero amor, la mujer por la que había sufrido desde que él se había ido de estas fronteras: Gwendolyn. Thor ansiaba poder verla otra vez, abrazarla, saber que estaba viva. Dentro de su camisa ardía el anillo de su madre, y apenas podía esperar a ofrecérselo a Gwen, de profesarle su amor, de proponerle matrimonio. Quería que ella supiera que nada había cambiado entre ellos, independientemente de lo que había sucedido con ella. Todavía la amaba mucho – incluso más – y necesitaba que ella supiera eso.

Mycoples se movió suavemente, y Thor podía sentir la vibración a través de sus escamas. Mycoples, presintió él, estaba ansioso por llegar también donde estaba Gwendolyn, antes de que le pasara algo. Mycoples se agachó y entró y salió de las nubes, agitando sus grandes alas y parecía estar contenta de estar aquí, dentro del Anillo, llevando a Thor. Su vínculo estaba creciendo y Thor sintió que Mycoples compartía cada uno de sus pensamientos y deseos. Era como volar en una extensión de sí mismo.

Los pensamientos de Thor cambiaron hacia Gwendolyn mientras volaba, entrando y saliendo de las nubes. Las palabras de la ex reina dominaban sus pensamientos, seguían volviendo hacia él, tanto, que Thor prefería acallarlos. Su revelación le había dolido más allá de lo que imaginaba. ¿Andrónico? ¿Era su padre?

No podía ser posible. Una parte de Thor esperaba que fuera otro juego mental despiadado de la ex reina, quien, después de todo, lo había odiado desde el principio. Tal vez ella quiso implantar falsas ideas en su mente para molestarlo, para alejarlo de su hija, por el motivo que fuera. Thor quería creer eso desesperadamente.

Pero en el fondo, mientras ella pronunciaba las palabras, éstas resonaban dentro del cuerpo y alma de Thor. Él sabía que eran ciertas. A pesar de que quisiera pensar lo contrario, en el segundo en que ella las había dicho, él sabía que Andrónico era, sin duda alguna, su padre.

El pensamiento pendía sobre Thor como una pesadilla. Siempre había esperado y rezado en algún lugar de su mente, para que el rey MacGil fuera su padre y que de alguna manera Gwen no fuera realmente su hija, para que así pudieran estar juntos. Thor siempre había esperado que el día en que supiera quién era realmente su padre, que todo tuviera sentido en la vida, que su destino se aclarara.

Saber que su padre no era un héroe era una cosa. Podía aceptar eso. Pero saber que su padre era un monstruo – el peor de todos los monstruos – el hombre a quien Thor quería muerto más que nada – era demasiado para procesar. Thor llevaba la sangre de Andrónico. ¿Qué significaba eso para Thor? ¿Eso significa que él, Thor, estaba destinado a convertirse también en un monstruo? ¿Eso significaba que tenía algo de maldad corriendo por sus venas? ¿Estaba destinado a ser como él? ¿O era posible ser diferente a él, a pesar de tener la misma sangre? ¿El destino viajaba a través de la sangre? ¿O cada generación formaba su propio destino?

Thor también luchó para entender todo lo que esto significaba para la Espada del Destino. Si la leyenda era cierta – que sólo un MacGil podía blandirla – ¿eso significaba que era un MacGil? Si fuera así, ¿cómo podría Andrónico ser su padre? A menos que Andrónico, de alguna manera, fuera un MacGil.

Lo peor de todo, ¿cómo podría Thor compartir esta noticia con Gwendolyn? ¿Cómo podía decirle que era el hijo de su enemigo más odiado? ¿Del hombre que hizo que la violaran? Sin duda, ella odiaría a Thor. Ella vería la cara de Andrónico cada vez que mirara a Thor. Y sin embargo Thor tenía que decírselo – no podía ocultarle ese secreto. ¿Eso arruinaría su relación?

La sangre de Thor hirvió de rabia. Él quería golpear a Andrónico por ser su padre, por hacerle eso. Mientras volaban, Thor miró hacia abajo y observó la tierra. Él sabía que Andrónico estaba allí en algún lugar. Pronto se encontrarían cara a cara. Él lo encontraría. Se enfrentaría a él. Y lo mataría.

Pero primero tenía que encontrar a Gwendolyn. Al cruzar el Bosque del Sur, Thor presintió que estaba cerca. Tenía un mal presentimiento en el pecho, de que algo horrible le iba a ocurrir a ella. Instó a Mycoples a volar más y más rápido, sintiendo que en cualquier momento ella podría morir.




CAPÍTULO DOS


Gwendolyn estaba sola en el parapeto superior de La Torre del Refugio, vestida con las túnicas negras que las monjas le habían dado, sintiendo como si hubiera estado aquí desde siempre. Ella había sido recibida en silencio, solo por una monja, su guía, hablando sólo una vez para instruirla sobre las reglas de este lugar: no había que hablar, no había que interactuar con ninguno de los demás. Cada mujer vivía aquí sola, en su propio universo. Cada mujer que quería que no la molestaran. Ésta era una torre del refugio, un lugar para aquellos que buscaban la sanación. Gwendolyn estaría a salvo aquí de todos los daños del mundo. Pero también sola. Absolutamente sola.

Gwendolyn entendía todo muy bien. Ella también quería que la dejaran en paz.

Ahora ella estaba allí parada, en la cima de la torre, contemplando la panorámica de gran alcance de las copas de los árboles del Bosque del Sur del Anillo y se sentía más sola que nunca. Ella sabía que debería ser fuerte, que era una luchadora. La hija de un rey, y esposa – o casi esposa – de un gran guerrero.

Pero Gwendolyn tuvo que admitir que, por mucho que deseara ser fuerte, su corazón y su espíritu aún estaban heridos. Ella extrañaba mucho a Thor y temía que nunca regresaría por ella. Y aunque lo hiciera, una vez que él supiera lo que le había sucedido, temía que nunca querría estar con ella otra vez.

Gwen también se sentía vacía al saber que Silesia había sido destruida, que Andrónico había ganado, y que todos sus seres queridos habían sido capturados o asesinados. Andrónico ya estaba por todas partes. Él ocupó totalmente el Anillo y no había ningún otro lugar a dónde ir. Gwen se sentía desesperada, agotada; demasiado agotada para alguien de su edad. Lo peor de todo es que sentía que había decepcionado a todos; sentía como si ya hubiese vivido demasiadas vidas y ya no quería ver más.

Gwendolyn dio un paso hacia adelante, hasta la cornisa, a la orilla del parapeto, más allá de donde se suponía que uno podía pararse. Levantó los brazos lentamente y sostuvo sus palmas hacia fuera de su costado. Ella sintió una ráfaga de viento, los gélidos vientos del invierno. La hicieron perder el equilibrio y se meció al borde del precipicio. Miró hacia abajo y vio la pendiente en picado hacia abajo.

Gwendolyn miró al cielo, y pensó en Argon. Se preguntaba dónde estaba, atrapado en su propio universo, cumpliendo su castigo, por su culpa. Daría cualquier cosa para verlo ahora, escuchar una última vez su sabiduría. Tal vez eso la salvaría, la haría darse la vuelta.

Pero se había ido. Él también había pagado un precio y no podía regresar.

Gwen cerró los ojos y pensó una última vez en Thor. Si tan sólo estuviera aquí, podría cambiar todo. Si tan sólo tuviera a una persona que quedara viva, que realmente la amara, tal vez eso le daría un motivo para seguir viviendo. Ella miró al horizonte, esperando ver más allá de la razón a Thor. Al ver las nubes pasando rápidamente, creyó escuchar débilmente, en algún lugar en el horizonte, el rugido de un dragón. Era tan distante, tan suave, ella debió haberlo imaginado. Solamente era su mente jugando bromas con ella. Ella sabía que ningún dragón podría estar aquí, dentro del Anillo. Y también sabía que Thor estaba lejos, perdido para siempre en el Imperio, en algún lugar del cual nunca regresaría.

Las lágrimas rodaban por las mejillas de Gwen mientras pensaba en él, en la vida que podrían haber tenido. De lo cerca que habían estado alguna vez. Ella imaginaba la mirada en su cara, el sonido de su voz, su risa. Ella había estado muy segura de que serían inseparables, de que nunca se separarían por nada.

"¡THOR!". Gwendolyn echó hacia atrás su cabeza y lloró, balanceándose en la cornisa. Ella deseaba que él volviera con ella.

Pero su voz hizo eco en el viento y se desvaneció. Thor estaba a un mundo de distancia.

Gwendolyn se agachó y sostuvo el amuleto que Thor le había dado, el que una vez le había salvado la vida. Ella sabía que había utilizado su única oportunidad. Ahora, ya no había más oportunidades.

Gwendolyn miró hacia abajo de la cornisa y vio el rostro de su padre. Estaba rodeado de una luz blanca, sonriéndole.

Ella se inclinó hacia adelante y colgó treinta centímetros sobre el borde, cerrando sus ojos ante la brisa. Ella se cernía ahí, atrapada entre dos mundos, entre los vivos y los muertos. Estaba perfectamente equilibrada y sabía que la próxima ráfaga de viento podría decidir por ella qué dirección seguiría.

Thor, pensó ella. Perdóname.




CAPÍTULO TRES


Kendrick cabalgó ante el vasto y creciente ejército de los MacGil, de los silesios, y liberó a compatriotas del Anillo, mientras todos ellos atravesaban como ráfaga las puertas principales de Silesia hacia el ancho camino al Este, hacia el ejército de Andrónico. Junto a él iban Srog, Brom, Atme y Godfrey y detrás de ellos, Reece, O’Connor, Conven, Elden e Indra, entre miles de guerreros. Mientras cabalgaban, pasaron por los cuerpos calcinados de miles de soldados del Imperio, negros y tiesos por el soplido del dragón; otros estaban muertos por la marca de la Espada del Destino. Thor había desatado oleadas de destrucción, como si fuera un ejército de un solo hombre. Kendrick asimiló todo y estaba asombrado al recorrer con la vista la destrucción de Thor, el poder de Mycoples y la Espada del Destino.

Kendrick se maravilló ante el giro de los acontecimientos. Pero días atrás, todos habían sido apresados, bajo el yugo de Andrónico, obligados a admitir la derrota; Thor todavía había estado en el Imperio, la Espada del Destino era un sueño perdido, y había pocas esperanzas de su regreso. Kendrick y los demás habían sido crucificados, dejados para morir, y había parecido como que todo estaba perdido.

Pero ahora cabalgaban como hombres libres, como soldados y caballeros una vez más, fortalecidos por la llegada de Thor, la fuerza ahora estaba de su lado. Mycoples había sido una bendición, una fuerza de destrucción cayendo del cielo; Silesia ahora era una ciudad libre, y la zona rural del Anillo, en vez de estar llena de soldados del Imperio, estaba llena de cadáveres del Imperio. El camino hacia el Este estaba lleno de cadáveres del Imperio hasta donde alcanzaba la vista.

Pero aunque todo eso parecía alentador, Kendrick sabía que medio millón de los hombres de Andrónico estaban en espera, al otro lado de la zona montañosa. Los habían vencido temporalmente, pero apenas les habían aniquilado. Y Kendrick y los otros no estaban contentos con sentarse a esperar en Silesia a que Andrónico reagrupara y atacara una vez más – ni querían darles la oportunidad de escapar y retirarse hacia el Imperio. El escudo estaba activado, y aunque Kendrick y los demás eran menos en número, al menos ahora tenían la oportunidad de pelear. Ahora, el ejército de Andrónico estaba huyendo y Kendrick y los otros estaban decididos a continuar la serie de victorias que Thor había comenzado.

Kendrick miró sobre su hombro a los miles de soldados y hombres libres que viajaban con él y vio la determinación en sus rostros. Todos habían probado la esclavitud, probado la derrota, y ahora podía ver cuánto apreciaban lo que parecía ser que eran hombres libres una vez más. No sólo para sí mismos, sino para sus esposas y familias. Todos y cada uno de ellos estaban resentidos, incentivados para hacer que Andrónico pagara y asegurarse de que no atacara otra vez. Estos eran un ejército de hombres dispuestos a luchar hasta la muerte, y cabalgaban al unísono. Por donde cabalgaban liberaban a más y más hombres, quitándoles sus ataduras y absorbiendo un ejército extenso y en rápido crecimiento.

Kendrick se estaba recuperando del tiempo que pasó en la cruz. Su cuerpo todavía no estaba tan fuerte como antes, y aún persistía el dolor en sus muñecas y tobillos, en donde habían estado esas cuerdas gruesas. Él miró a Srog y a Brom y a Atme, sus vecinos en la cruz y vio que ellos tampoco estaban tan fuertes como antes. La crucifixión había cobrado su precio en todos ellos. Aun así, todos montaban con orgullo, incentivados. No había nada como una oportunidad para luchar por tu vida, una oportunidad para la venganza, para hacerte olvidar tus heridas.

Kendrick estaba contento de que su hermano menor Reece y los de La Legión hubieran regresado de su misión, cabalgando a su lado una vez más. Le había dolido ver la matanza de la Legión en Silesia, y que estos hombres hubiesen regresado a casa, había restaurado un poco su dolor. Siempre había estado cerca de Reece al crecer, lo había protegido, había tomado el papel de un segundo padre para él durante todos aquellos tiempos cuando el rey MacGil había estado muy ocupado. De alguna manera, el hecho de ser solamente su hermanastro le había permitido a Kendrick acercarse más a Reece; no era ninguna carga para ellos ser apegados y eligieron ser allegados por elección. Kendrick nunca había podido ser allegado con sus otros hermanos menores – Godfrey había pasado su tiempo con inadaptados en la taberna y Gareth – bueno, Gareth había sido Gareth. Reece había sido el único de los hermanos que había elegido el campo de batalla, que había querido llevar la vida que Kendrick había elegido también. Kendrick no podría estar más orgulloso de él.

En el pasado, cuando Kendrick había cabalgado con Reece, siempre había sido protector, manteniendo un ojo sobre él; pero desde su regreso, Kendrick pudo notar que Reece se había convertido en un verdadero guerrero, fortalecido, así que ya no sentía la necesidad de estarlo vigilando tanto. Se preguntaba qué tipo de tribulaciones debió haber experimentado Reece en el Imperio para transformarlo en el guerrero curtido y hábil en el que se había convertido. Deseaba sentarse con él y escuchar sus historias.

Kendrick también estaba encantado de que Thor hubiera regresado, y no sólo porque Thor los había liberado, sino también porque le agradaba y había respetado a Thor inmensamente y se preocupaba por él como haría con un hermano. Kendrick todavía recordaba la imagen de Thor regresando y empuñando la Espada. Él no podía superarlo. Era algo que nunca había esperado ver en su vida; de hecho, nunca había esperado ver a alguien blandir la Espada del Destino, mucho menos a Thor, su propio escudero, un pequeño y humilde muchacho de un pueblo agrícola de la periferia del Anillo. Un forastero. Y ni siquiera era un MacGil.

¿O sí lo era?

Kendrick quería saber. Él no dejó de pensar en la leyenda: sólo un MacGil podría esgrimir la espada. En lo más profundo de su corazón, Kendrick tenía que admitir que siempre había esperado ser él mismo el primero en blandirla. Había esperado que fuera el sello definitivo de su legitimidad como un verdadero MacGil, como el primogénito. Él siempre había soñado que de alguna manera, algún día, las circunstancias le permitirían intentarlo.

Pero a él nunca se le había brindado esa oportunidad y no envidiaría con recelo el logro de Thor. Kendrick no era codicioso; por el contrario, se maravilló del destino de Thor. Aunque no lo entendía. ¿La leyenda era falsa? ¿O Thor era un MacGil? ¿Cómo podría serlo? A menos que Thor también fuera hijo del rey MacGil. Kendrick quería saber. Su padre tenía fama de dormir con muchas mujeres fuera de su matrimonio – que era en realidad cómo él mismo había sido engendrado.

¿Fue por eso que Thor había salido a toda prisa de Silesia, después de hablar con su madre? ¿Qué habían discutido, exactamente? Su madre no lo diría. Era la primera vez que ella mantenía algo en secreto, de todos ellos. ¿Por qué ahora? ¿Qué secreto guardaba? ¿Qué podría haber dicho que había hecho que Thor saliera corriendo de esa manera, dejándolos sin decir una palabra?

Hizo que Kendrick pensara en su propio padre, en su linaje. Aunque deseaba tanto que no fuera así, le quemaba la idea de ser ilegítimo, y por millonésima vez, se preguntaba quién era su verdadera madre. Él había escuchado varios rumores a lo largo de su vida acerca de las distintas mujeres con las que se había acostado su padre, el rey MacGil, pero nunca lo había sabido con certeza. Cuando todo se hubiera arreglado – si alguna vez ocurría – y el Anillo volvía a la normalidad, Kendrick decidió que descubriría con seguridad quién era su madre. Él podría enfrentarse a ella. Le preguntaría por qué lo había dejado ir, por qué nunca había formado parte de su vida. Cómo había conocido a su padre. Realmente quería conocerla, ver su rostro; ver si se parecía a él; y hacer que le dijera que sin duda era legítimo, tan legítimo como cualquier otro.

Kendrick se alegró de que Thor hubiera salido corriendo para recuperar a Gwendolyn, sin embargo, una parte de él también deseaba que Thor se hubiera quedado. Al entrar en batalla, ampliamente superados en número contra las decenas de miles de hombres de Andrónico, Kendrick sabía que podían utilizar a Thor y Mycoples ahora más que nunca.

Pero Kendrick había nacido y sido criado como guerrero, y no iba a sentarse a esperar a que otros pelearan sus batallas por él. En cambio, hizo lo que su instinto le había ordenado hacer: salir y conquistar lo más posible del ejército del Imperio como pudiera, con sus propios hombres. Él no tenía las armas especiales como Mycoples o la Espada del Destino, pero tenía dos manos, mismas que había usado desde que era un niño. Y eso siempre había sido suficiente.

Ascendieron una colina y al llegar a su cresta, Kendrick miró al horizonte y vio a lo lejos una pequeña ciudad de MacGil, Lucia, la primera ciudad al Este de Silesia. Los cadáveres del Imperio estaban alineados en el camino, y evidentemente la ola de destrucción de Thor había terminado aquí. En el horizonte lejano, Kendrick podía ver un batallón del ejército de Andrónico retirándose, cabalgando hacia el Este. Él supuso que se dirigían al campamento principal de Andrónico, a la seguridad del otro lado de la zona montañosa. El cuerpo principal del ejército se estaba retirando – pero dejaron detrás una división menor para tener bajo control a Lucia. Varios miles de los hombres de Andrónico fueron colocados en la ciudad, montando guardia ante ella. También eran visibles sus ciudadanos, esclavizados por los soldados.

Kendrick recordaba lo que había pasado con ellos en Silesia, cómo los habían tratado y su cara enrojecida con un deseo de venganza.

"¡AL ATAQUE!", gritó Kendrick.

Levantó su espada por lo alto y detrás de él se oyeron los gritos animados de miles de soldados.

Kendrick pateó su caballo, y todos ellos corrieron al unísono hacia abajo de la colina, rumbo a Lucia. Los dos ejércitos se preparaban para el enfrentamiento, y aunque ambos tenían igual cantidad de soldados, Kendrick sabía que no coincidían en términos de sentimientos. Esta división remanente del ejército de Andrónico era de invasores que huían, mientras que Kendrick y sus hombres estaban dispuestos a luchar por sus vidas para proteger a su patria.

Su grito de batalla ascendía a los cielos mientras se dirigían hacia las puertas de Lucía. Llegaron tan rápido y tan pronto que varias docenas de soldados del Imperio que montaban guardia se dieron vuelta y se miraron unos a otros confundidos, evidentemente no esperaban este ataque. Los soldados del Imperio se dieron vuelta, corrieron al interior de las puertas y con furia dieron vuelta a las manivelas para bajar la verja levadiza.

Pero no lo suficientemente rápido. Varios de los arqueros de Kendrick, liderando el camino, dispararon y los mataron, sus flechas aterrizaron expertamente en sus pechos y espaldas, encontrando las juntas en sus armaduras. El mismo Kendrick aventó una lanza, como lo hizo Reece que estaba junto a él. Kendrick encontró su objetivo – un gran guerrero apuntando con un arco – y quedó impresionado al ver a Reece encontrar el suyo sin esfuerzo, perforando el corazón de un soldado. La puerta permanecía abierta y los hombres de Kendrick no dudaron. Con un gran grito de batalla, fueron a la carga, dirigiéndose hacia el corazón de la ciudad, sin parar, para mantenerse alejados de la confrontación.

Surgió un gran sonido de metal cuando Kendrick y los demás levantaron las espadas y hachas y lanzas y alabardas y enfrentaron a los miles de soldados del Imperio que corrieron a recibirlos a caballo. Al primero en hacer impacto, Kendrick levantó su escudo y bloqueó un golpe, al mismo tiempo que hacía girar su espada y mataba a dos soldados. Sin dudarlo, se dio vuelta y bloqueó otro golpe de espada, luego empujó su espada en el estómago de un soldado del Imperio. Mientras el hombre moría, Kendrick pensó en vengarse; pensó en Gwendolyn, en su gente, en toda la gente del Anillo que había sufrido.

Reece, junto a él, hizo girar su mazo e impactó a un soldado en un costado de la cabeza, derribándolo de su caballo, y luego levantó su escudo y bloqueó un golpe que iba hacia un costado de él. Él giró su mazo y derribó a su atacante. Elden, junto a él, corrió hacia adelante con su gran hacha y la bajó sobre un soldado que apuntaba a Reece, cortando directamente su escudo y yendo hacia su pecho.

O’Connor disparó varias flechas con mortal precisión, incluso a tan corta distancia, mientras que Conven se lanzaba a la batalla y luchaba temerariamente, arremetiendo más allá de todos los demás hombres, sin siquiera molestarse en elevar su escudo. En cambio, giró dos espadas, dirigiéndolas hacia el grueso de los soldados del Imperio, como si quisiera morir. Pero sorprendentemente, no lo hizo. En cambio, derribó a los hombres a la izquierda y a la derecha.

Indra le siguió no muy lejos. Era audaz, más que la mayoría de los hombres. Usaba su daga con habilidad y astucia, cortando como un pez a través de las filas y apuñalando a los soldados del Imperio en la garganta. Mientras lo hacía, pensaba en su tierra natal, en cuánto había sufrido su gente bajo la bota del Imperio.

Un soldado del Imperio bajó su hacha hacia la cabeza de Kendrick antes de que él pudiera esquivarlo, y se preparó para el golpe; pero escuchó un gran sonido metálico y vio a su amigo Atme a su lado, deteniendo el golpe con su escudo. Entonces Atme clavó su lanza corta y apuñaló al atacante en el intestino. Kendrick sabía que le debía su vida, una vez más.

Mientras otro soldado iba hacia adelante con un arco y una flecha dirigida hacia Atme, Kendrick se dirigía hacia el frente y le cortó su espada hacia arriba, lanzó el arco hacia el cielo, la flecha navegó sin rumbo sobre la cabeza de Atme. Entonces Kendrick embistió al soldado en el puente de la nariz con la empuñadura de su espada, derribándolo de su caballo, donde fue aplastado hasta morir. Ya estaban a mano.

Y la batalla siguió y siguió, cada ejército dando golpe tras golpe, los hombres cayendo en ambos lados, pero más en el lado del Imperio, ya que los hombres de Kendrick atacaban con rabia, presionando más y más hacia la ciudad. Eventualmente, su fuerza barrió con ellos como una marea. Los hombres del Imperio eran guerreros fuertes, pero eran los que se utilizaban para atacar y fueron tomados por sorpresa; pronto, fueron incapaces de organizar y retener el oleaje del ejército de Kendrick. Ellos fueron repelidos y cayeron en grandes cantidades.

Después de casi una hora de intensa lucha, las pérdidas del Imperio se convirtieron en una retirada a gran escala. Alguien de su lado hizo sonar un cuerno, y uno por uno comenzaron a darse vuelta e irse galopando, tratando de salir de la ciudad.

Con un grito aún mayor, Kendrick y sus hombres fueron tras ellos, persiguiéndolos hasta Lucia y siguiéndolos por las puertas traseras.

Quienes permanecieron en el batallón del Imperio, todavía cientos de ellos que eran fuertes, se fueron cabalgando por sus vidas en un caos organizado, corriendo hacia el horizonte. Surgió un gran grito en Lucia de los prisioneros liberados de MacGil. Los hombres de Kendrick cortaron sus cuerdas y los liberaron conforme pasaban, y los prisioneros no perdieron el tiempo corriendo a los caballos de los soldados caídos del Imperio, montándolos, quitándole las armas a los cadáveres y uniéndose a los hombres de Kendrick.

El ejército de Kendrick se incrementó a casi el doble de su tamaño y los miles de ellos persiguieron a los soldados del Imperio, cabalgando arriba y abajo de las colinas hasta alcanzarlos. O’Connor y los otros arqueros lograron derribar a algunas de ellos, cayendo los cadáveres aquí y allá.

La persecución continuó, Kendrick se preguntaba hacia dónde se dirigían, cuando él y sus hombres llegaron a una colina particularmente alta y miró hacia abajo y vio a una de las ciudades más grandes de los MacGil al este de Silesia – Vinesia – enclavada entre dos montañas, en el valle. Era una ciudad importante, mucho mayor que Lucia, con gruesos muros de piedra y puertas de hierro. Kendrick se dio cuenta de que fue en este lugar hacia donde huyeron los restos del batallón del Imperio, ya que la ciudad estaba protegida por decenas de miles de los hombres de Andrónico.

Kendrick hizo una pausa con sus hombres en la cima de la colina y asimiló la situación. Vinesia era una ciudad importante, y eran ampliamente superados en número. Sabía que sería imprudente intentarlo, que lo más seguro sería regresar a Silesia y estar agradecidos por su victoria de hoy, aquí.

Pero Kendrick no estaba de humor para las opciones seguras – y tampoco sus hombres. Querían sangre. Querían venganza. Y en un día como hoy, las probabilidades ya no importaban. Era hora de que los hombres del Imperio, supieran de qué estaban hechos los MacGil.

"¡A LA CARGA!", gritó Kendrick.

Surgió un grito, y miles de hombres fueron corriendo hacia adelante, dirigiéndose temerariamente hacia abajo de la colina, a la gran ciudad y hacia el gran rival, dispuestos a arriesgar sus vidas, a arriesgarlo todo por el honor y por su valor.




CAPÍTULO CUATRO


Gareth tosió y jadeó mientras tambaleaba hacia adelante por el paisaje desolado, con sus labios agrietados por la falta de agua, con sus ojos huecos con círculos oscuros debajo de ellos. Habían sido unos días angustiosos, y había esperado morir más de una vez.

Gareth había escapado por un pelo de los hombres de Andrónico en Silesia, escondido en un pasadizo secreto profundo dentro de la pared y esperando el momento oportuno. Había esperado, acurrucado como una rata en la oscuridad, esperando el momento oportuno. Sentía que había estado allí durante muchos días. Había presenciado todo, habían visto con incredulidad cómo Thor había llegado en la parte posterior de ese dragón, había matado a todos esos hombres del Imperio. En la confusión y el caos que sobrevino, Gareth había encontrado su oportunidad.

Gareth se había escabullido por la puerta trasera de Silesia mientras nadie estaba mirando y había tomado el camino hacia el sur, abriéndose paso a lo largo de la orilla del Cañón, principalmente hacia los bosques, para no ser detectado. No importaba – las calles estaban desiertas de todos modos. Todo el mundo se había ido hacia el Este, dando la gran batalla por el Anillo. Mientras marchaba, Gareth observó los cuerpos carbonizados de los hombres de Andrónico alineados en el camino, y sabía que las batallas de aquí hacia el sur, ya habían sido peleadas.

Gareth se fue todavía más al sur, su instinto lo conducía de regreso hacia la Corte del Rey – o lo que quedaba de ella. Él sabía que había sido devastada por los hombres de Andrónico, que probablemente se encontraba en ruinas, pero aun así, él quería ir allí. Quería irse lejos de Silesia e ir al único lugar donde sabía que podía estar a salvo. El lugar que todos los demás habían abandonado. El único lugar donde él, Gareth, había sido una vez el rey supremo.

Después de varios días de andar, débil y delirante por el hambre, Gareth finalmente había emergido del bosque y vio la Corte del Rey a lo lejos. Ahí estaba, con sus paredes todavía intactas, al menos parcialmente, aunque carbonizadas y desmoronándose. Por todas partes estaban los cadáveres de los hombres de Andrónico, evidenciando que Thor había estado aquí. Fuera de eso, no había nada, no quedaba nada sino el silbido del viento.

Eso le parecía bien a Gareth. Él no planeaba entrar en la ciudad, de todos modos. Había venido aquí a una pequeña estructura oculta, en las afueras de las murallas de la ciudad. Era un lugar que había frecuentado cuando era niño, una estructura circular de mármol, elevándose solamente unos metros del suelo y adornada con estatuas talladas elaboradas, sobre su techo. Siempre se había visto antigua, por lo bajo, como si hubiera surgido de la tierra. Y así era. Era la cripta de los MacGil. El lugar donde había sido enterrado su padre – y el padre de él.

La cripta era la estructura que Gareth sabía que quedaba intacta. Después de todo, ¿quién se molestaría en atacar una tumba? Era el lugar que quedaba donde sabía que nadie se molestaría en ir a buscarlo, donde podría buscar refugio. Era un lugar donde podía esconderse, donde podía estar completamente solo. Y un lugar donde podría estar con sus antepasados. Pese a todo el odio que Gareth sentía por su padre, curiosamente, se encontraba queriendo estar cerca de él en estos días.

Gareth corrió por el campo abierto, una fría ráfaga de viento le hacía temblar mientras envolvía su manto harapiento alrededor de sus hombros. Él escuchó el chillido estridente de un pájaro de invierno y miró hacia arriba y vio a la enorme y horrible criatura negra dando vueltas en círculo sobre su cabeza, seguramente, con cada chillido, anticipaba su caída, su próxima comida. Gareth no podía culparlo. Se sentía en las últimas, y estaba seguro de que parecía ser la comida principal del ave.

Gareth finalmente llegó al edificio, agarró la enorme manija de la puerta de hierro macizo con las dos manos y tiró con todas sus fuerzas, el mundo giraba, estaba casi delirante de agotamiento. Rechinó y necesitó de toda su fuerza para abrirla.

Gareth se apresuró en la oscuridad, azotando la puerta de hierro. Resonó detrás de él.

Agarró la antorcha apagada en la pared, donde sabía que estaba montada, pulsó su pedernal y la encendió, teniendo solamente la luz suficiente para poder ver conforme bajaba las escaleras, más y más profundamente en la oscuridad. Hizo más frío y había más corrientes de aire conforme avanzaba, el viento encontraba su camino abajo, silbando a través de las pequeñas grietas. No podría evitar sentir como si sus antepasados estuvieran aullándole, reprendiéndolo.

"¡DÉJENME!", les gritó.

Su voz resonó una y otra vez por las paredes de la cripta.

"¡PRONTO TENDRÁN SU PREMIO!".

Pero el viento persistió.

Gareth, enfurecido, descendió más profundo, hasta que finalmente llegó a la gran cámara de mármol, excavada con sus techos de tres metros, donde todos sus antepasados yacían enterrados en sarcófagos de mármol. Gareth marchó solemnemente por el pasillo, sus pasos resonaban en el mármol, hacia el final, donde yacía su padre.

El viejo Gareth habría roto el sarcófago de su padre. Pero ahora, por alguna razón, estaba empezando a sentir afinidad con él. Casi no lo entendía. Tal vez era que el efecto del opio estaba desapareciendo; o quizás era porque sabía que él también estaría muerto pronto.

Gareth llegó al sarcófago y se encorvó sobre él, inclinando la cabeza hacia abajo. Se sorprendió a sí mismo cuando empezó a llorar.

"Te extraño, padre", gimió Gareth, con su voz resonando en el vacío.

Lloró y lloró, las lágrimas corrían por su cara, hasta que finalmente sus rodillas se debilitaron y se desplomó por el agotamiento en el mármol, sentándose en el suelo, apoyado sobre la tumba. El viento aullaba como si respondiera, y Gareth dejó la antorcha, que se quemaba más y más abajo hasta que una pequeña llama disminuía en la oscuridad. Gareth sabía que pronto todo sería oscuridad y que se uniría a todos aquellos que amaba más.




CAPÍTULO CINCO


Steffen recorrió sombríamente el solitario camino del bosque, yendo lentamente desde La Torre del Refugio. Le rompió el corazón dejar ahí a Gwendolyn, la mujer a la que había jurado proteger. Sin ella, no era nada. Desde que la conoció, sintió que por fin había encontrado un propósito en la vida: cuidarla, dedicar su vida a compensarla por haber permitido que él, un simple sirviente, subiera de rango; y sobre todo, por ser la primera persona en su vida que no lo detestaba ni subestimaba basado en su apariencia.

Steffen había sentido orgullo en ayudarla a llegar a la torre con seguridad. Pero dejarla allí le había hecho sentir un hueco por dentro. ¿Adónde iría ahora? ¿Qué haría?

Sin ella para protegerla, su vida se sentía una vez más sin rumbo. No podía volver a la Corte del Rey ni a Silesia: Andrónico los había derrotado a los dos, y él recordaba la destrucción que vio cuando huyeron de Silesia. Lo último que recordaba, era que todos sus habitantes eran prisioneros o esclavos. No tendría ningún caso regresar. Además, Steffen no quería cruzar el Anillo otra vez y estar lejos de Gwendolyn.

Steffen caminó sin rumbo durante horas, serpenteando por el sendero, poniendo en orden sus pensamientos, hasta que se le ocurrió un sitio a dónde ir. Siguió el camino hacia el norte, hasta una colina, al punto más alto y desde este mirador vio un pequeño pueblo situado en otra colina, a lo lejos. Se dirigió a él, y al llegar, se dio vuelta y vio una ciudad que tenía lo que necesitaba: una vista perfecta de La Torre del Refugio Si Gwendolyn intentaba dejarla, quería estar cerca para asegurarse de que estar allí para acompañarla, para protegerla. Después de todo, su lealtad era ahora para ella. No para un ejército o una ciudad, sino para ella. Ella era su nación.

Cuando Steffen llegó a la pequeña aldea, decidió quedarse allí, en ese lugar, donde siempre podía ver la Torre y vigilarla a ella. Al pasar a través de sus puertas, vio que era un pueblo pobre, indescriptible, otra pequeña aldea en los alrededores más alejados del Anillo, tan oculto en el Bosque del Sur que los hombres de Andrónico seguramente ni se habían molestado en seguir este camino.

Steffen llegó ante la mirada de asombro de docenas de aldeanos, con las caras llenas de ignorancia y falta de compasión, mirándole con las bocas abiertas y el desprecio y burla que había recibido desde que había nacido. Mientras todos escudriñaban su apariencia, podía sentir sus miradas de burla.

Steffen quería girar y huir, pero se obligó a no hacerlo. Necesitaba estar cerca de la Torre, y por el bien de Gwendolyn, soportaría cualquier cosa.

Un aldeano, un corpulento hombre cuarentón, vestido con harapos como los demás, se dio vuelta y se dirigió hacia él de manera desagradable.

"¿Qué tenemos aquí, una especie de hombre deforme?".

Los otros se rieron, girando y acercándose

Steffen mantuvo la calma, esperaba esta especie de recibimiento, que había tenido toda su vida. Se daba cuenta de que mientras más provincianas eran las personas, más alegría sentían de ridiculizarlo.

Steffen se reclinó hacia atrás, asegurándose de que su arco estuviera listo sobre su hombro, en caso de que estos aldeanos no fueran solo crueles, sino violentos. Él sabía que, si fuera necesario, podía acabar con varios de ellos en un abrir y cerrar de ojos. Pero no había venido aquí buscando violencia. Había ido a buscar refugio.

"¿Podía ser más que un fenómeno?", preguntó otro, mientras un grupo grande y creciente de aldeanos amenazantes comenzaban a rodearlo.

"Por sus marcas, yo diría que sí lo es", dijo otro. "Eso parece ser armadura de la realeza".

"Y ese arco – es de cuero fino".

"Sin mencionar las flechas. Con punta de oro, ¿verdad?".

Se quedaron parados a pocos metros de distancia, con el ceño fruncido, amenazadoramente. Le recordaban a los pendencieros que lo atormentaban cuando era niño.

"Así que, ¿quién eres, monstruo?", le preguntó uno de ellos.

Steffen respiró profundamente, decidido a mantener la calma.

"No vengo a hacer ningún daño", comenzó diciendo.

El grupo rompió a reír.

"¿Daño? ¿Tú? ¿Qué daño puedes hacernos?".

"¡No podrías dañar a nuestras gallinas!", rió otro.

Steffen enrojeció a medida que crecían las carcajadas; pero él no permitiría que lo provocaran.

"Necesito un lugar dónde alojarme y comer. Tengo manos con callos y una espalda fuerte para trabajar. Si me dan una tarea, me concentraré en hacerla. No necesito mucho. Sólo lo que cualquier hombre".

Steffen quería perderse haciendo el trabajo servil, como había hecho todos esos años en el sótano, sirviendo al rey MacGil. Eso le haría olvidarse de las preocupaciones. Podría realizar trabajos forzados y vivir una vida de anonimato, como se había preparado a hacer antes de que hubiera conocido a Gwendolyn.

"¿Te consideras un hombre?", dijo uno de ellos, riendo.

"Tal vez podemos encontrar un trabajo para él", dijo otro.

Steffen le miró con esperanza.

"Es decir, ¡luchando contra nuestros perros o gallinas!".

Todos se rieron.

"¡Yo pagaría una gran cantidad para ver eso!".

"Hay una guerra allá afuera, en caso de que no lo hayan notado", les dijo Steffen fríamente. "Estoy seguro de que incluso en una aldea provincial y rudimentaria como ésta, pueden necesitar ayuda para mantener las provisiones".

Los aldeanos se miraron unos a otros, desconcertados.

"Por supuesto que sabemos lo de la guerra", dijo uno, "pero nuestra aldea es demasiado pequeña. Los ejércitos no se molestarán en venir aquí".

"No me gusta tu forma de hablar", dijo otro. "Todo sofisticado, Parece que fuiste a la escuela. ¿Crees que eres mejor que nosotros?".

"Yo no soy mejor que nadie", dijo Steffen.

"Eso es obvio", rió otro.

"¡Basta de bromas!", gritó uno de los aldeanos en un tono serio.

Dio un paso adelante y empujó a los demás a un lado con su mano fuerte. Él era mayor que los demás y parecía ser un hombre serio. La multitud se calmó ante su presencia.

"Si es cierto lo que dices", dijo el hombre con su tono de voz grave, áspera, "necesito un par de manos extra en mi molino. La paga es un saco de granos al día y una jarra de agua. Dormirás en el granero, con el resto de los chicos del pueblo. Si estás de acuerdo, te aceptaré".

Steffen asintió con la cabeza, satisfecho al ver por fin a un hombre serio.

"No pido nada más", dijo.

"Sígueme", dijo el hombre, abriéndose paso entre la multitud.

Steffen lo siguió y fue llevado a un enorme molino harinero, de madera, alrededor del cual había adolescentes y hombres. Cada uno de ellos sudando y cubiertos de tierra, estaban parados en las pistas fangosas y empujaban una enorme rueda de madera, cada uno agarrando un rayo de la rueda y caminando hacia adelante con él. Steffen se quedó allí parado, analizando el trabajo y se dio cuenta de que sería un trabajo agotador. Con eso bastaría.

Steffen se dio vuelta para decirle al hombre que lo aceptaría, pero ya se había ido, suponiendo que lo tomaría. Los aldeanos, con unas cuantas burlas finales, volvieron a sus asuntos mientras Steffen miró hacia adelante, a la rueda, a la nueva vida que le esperaba.

Por un momento había sido débil, se había permitido soñar. Se había imaginado una vida de castillos y realeza y rango. Se había visto a sí mismo siendo una persona importante, el ayudante de la reina. Él debió haber sabido que no debía tener pensamientos tan altos. Él, por supuesto, no había nacido para eso. Nunca lo había sido. Lo que le había ocurrido, conocer a Gwendolyn, había sido una casualidad. Ahora, su vida podría estar relegada a esto. Pero, al menos, era una vida que conocía. Una vida que entendía. Una vida de privaciones. Y sin Gwendolyn en ella, esta vida estaría bien para él.




CAPÍTULO SEIS


Thor instó a Mycoples para que volara más rápidamente, mientras pasaban a través de las nubes, acercándose más a La Torre del Refugio. Thor sentía con cada gramo de su ser, que Gwen estaba en peligro. Sintió la vibración corriendo a través de sus dedos, a lo largo de todo su cuerpo, haciéndole saber, advirtiéndole. Ve más rápido, le susurró.

Más rápido.

"¡Más rápido!". Thor instó a Mycoples.

Mycoples rugió suavemente, agitando sus grandes alas con más fuerza. Thor no había ni siquiera necesitado pronunciar las palabras – Mycoples entendía todo, antes de que siquiera lo dijera, pero de todos modos las pronunció. Hicieron que se sintiera mejor. Se sentía indefenso. Presintió que algo andaba muy mal con Gwen, y que cada segundo era importante.

Finalmente pasaron por una zona de nubes y al hacerlo, Thor se llenó de alivio y la vio aparecer, a lo lejos: La Torre del Refugio. Era una pieza antigua y misteriosa de arquitectura, una torre perfectamente redonda, delgada, elevándose hacia el cielo, llegando casi tan alto como las nubes. Construida con una antigua y brillante piedra negra, Thor pudo sentir el poder saliendo de ella desde aquí.

Mientras se acercaban, de pronto vio algo arriba, en la cima de la torre. Era una persona. Ella estaba parada en la cornisa, con las palmas de las manos a sus costados. Sus ojos estaban cerrados, y ella estaba meciéndose en el viento.

Thor supo de inmediato quién era.

Gwendolyn.

Su corazón se aceleró cuando la vio allí parada. Él sabía lo que ella estaba pensando. Y sabía el motivo. Ella creía que él había renunciado a ella, y que no podía evitar sentir que era su culpa.

"¡MÁS RÁPIDO!", gritó Thor.

Mycoples batía sus alas con más fuerza, y volaban tan rápido que dejaba a Thor sin aliento.

A medida que se acercaban, Thor vio a Gwen dar un paso atrás, lejos de la cornisa, hacia la seguridad de la azotea, y su corazón se llenó de alivio. Sin siquiera verlo, por iniciativa propia, ella había cambiado de opinión y decidió no saltar.

Mycoples rugió y Gwen miró hacia arriba y vio a Thor por primera vez. Se encontraron las miradas, incluso desde esa gran distancia, y él vio el asombro en el rostro de ella.

Mycoples aterrizó en el techo y en el momento que lo hizo, Thor saltó, apenas esperando a que aterrizara y corrió hacia Gwendolyn.

Gwen se volvió y lo miró con los ojos abiertos de par en par, sorprendida. Parecía como si ella estuviera mirando un fantasma.

Thor corrió hacia ella, con su corazón acelerado, lleno de entusiasmo y extendió sus brazos. Se abrazaron fuertemente mientras Thor la levantaba y la apretaba. Él la hizo girar una y otra vez.

Thor escuchó el llanto de ella en su oído, sintió sus lágrimas calientes cayendo en su cuello, y apenas podía creer que estaba realmente aquí, abrazándola, en vivo. Esto era real. Éste era el sueño que había visto en su mente, día tras día, noche tras noche, cuando había estado en lo más profundo del Imperio, cuando había estado seguro de que nunca volvería, de que nunca volvería a poner su mirada en Gwendolyn otra vez. Y aquí estaba ahora, sosteniéndola en sus brazos.

Habiendo estado alejado de ella durante tanto tiempo, todo lo que tenía que ver con ella, parecía nuevo. Se sentía perfecto. Y juró que nunca volvería a subestimar el tiempo que estuviera con ella.

"Gwendolyn", le susurró al oído.

"Thorgrin", susurró ella.

Se abrazaron durante mucho tiempo, y después, lentamente se separaron y se besaron. Fue un beso apasionado, y ninguno de los dos se separó.

"Estás vivo", dijo ella. "Estás aquí. No puedo creer que estés aquí".

Mycoples resopló y Gwendolyn miró sobre el hombro de Thor, mientras Mycoples batía sus alas una vez. La cara de Gwen se sonrojó de miedo.

"No tengas miedo", dijo Thor. "Su nombre es Mycoples. Ella es mi amiga. Y también será tu amiga. Déjame enseñarte".

Thor tomó la mano de Gwen y la llevó lentamente hacia el parapeto. Podía sentir el miedo de Gwen cuando se acercaron. Él entendía. Después de todo, era un dragón real, vivo, y era lo más cerca que Gwen había estado de uno de ellos en su vida.

Mycoples miró a Gwen con sus ojos enormes, de color rojo brillante, resoplando suavemente, agitando sus alas y arqueando el cuello. Thor sintió algo parecido a los celos. Y tal vez, curiosidad.

"Mycoples, te presento a Gwendolyn".

Mycoples giró su cabeza, con orgullo.

De repente giró hacia atrás y al hacerlo, miró directamente a los ojos de Gwendolyn, como si viera a través de ella. Se inclinó tan cerca que su cara casi tocaba a Gwendolyn.

Gwen jadeó sorprendida y asombrada – y tal vez con miedo. Acercó su mano temblorosa y la colocó suavemente sobre la nariz larga de Mycoples, tocando sus escamas púrpura.

Después de varios segundos de tensión, Mycoples finalmente bajó su nariz y la frotó contra el estómago de Gwen en señal de afecto. Mycoples seguía frotando la nariz contra el estómago de Gwen, como si estuviera concentrada en ello, y Thor no podía entender por qué.

Luego, igual de rápido, Mycoples alejó su cabeza y miró hacia el horizonte.

"Es hermosa", susurró Gwen.

Ella se volvió y miró a Thor.

"Perdí la esperanza de que regresarías", dijo. "No pensé que lo harías".

"Ni yo", dijo Thor. "Pensar en ti es lo que me ha sostenido. Me dio una razón para sobrevivir. Para regresar".

Se abrazaron otra vez, sujetándose mutuamente con fuerza, mientras la brisa los acariciaba, y después, finalmente, se apartaron uno del otro.

Gwendolyn miró hacia abajo y notó la Espada del Destino en la cadera de Thor y sus ojos se abrieron de par en par. Ella suspiró.

"Trajiste la Espada", dijo. Lo miró con incredulidad. "Tú eres el que iba a blandirla".

Thor asintió con la cabeza.

"¿Pero cómo…?", comenzó a decir ella y después calló. Evidentemente, estaba abrumada.

"No sé", dijo Thor. "Simplemente pude hacerlo".

Los ojos de ella se abrieron con esperanza, al darse cuenta de otra cosa.

"Entonces el Escudo está activado otra vez", dijo ella esperanzada.

Thor asintió solemnemente.

"Andrónico está atrapado", dijo él. "Ya hemos liberado la Corte del Rey y Silesia".

La cara de Gwendolyn se sintió aliviada y contenta.

"Fuiste tú", dijo ella, al darse cuenta. "Liberaste nuestras ciudades".

Thor se encogió de hombros, con modestia.

"Fue Mycoples, más que nada. Y la Espada. Yo simplemente seguí adelante".

Gwen sonrió.

"¿Y nuestro pueblo? ¿Están a salvo? ¿Sobrevivió alguien?".

Thor asintió con la cabeza.

"En su mayoría están vivitos y coleando".

Ella sonrió, lucía más joven otra vez.

"Kendrick te espera en Silesia", dijo Thor, "también Godfrey, Reece, Srog y muchos más. Todos están vivos y bien y la ciudad es libre".

Gwendolyn se abalanzó y abrazó a Thor, sosteniéndolo firmemente. Podía sentir un alivio corriendo por su cuerpo.

"Pensé que todo estaba destruido", dijo ella, llorando suavemente, "perdido para siempre".

Thor meneó la cabeza.

"El Anillo ha sobrevivido", dijo. "Andrónico está huyendo. Volveremos, y nos desharemos de él para siempre. Y después reconstruiremos todo”.

Gwendolyn de repente le dio la espalda a él y miró hacia otro lado, hacia el cielo, enjugando una lágrima. Ella envolvió firmemente su manto sobre sus hombros, y su cara se llenó de temor.

"No sé si puedo volver", dijo, vacilante. "Me pasó algo. Mientras estabas fuera".

Thor se dio vuelta y la enfrentó, sosteniendo sus hombros.

"Sé lo que te pasó", dijo. "Tu madre me lo dijo. No hay nada de qué avergonzarse", dijo.

Gwendolyn lo miró, con los ojos llenos de sorpresa y asombro.

"¿Lo sabes?", preguntó asombrada.

Thor asintió con la cabeza.

"No significa nada", dijo. "Te amo tanto como siempre. Aún más. Nuestro amor – eso es lo importante. Eso es lo que es irrompible. Te vengaré. Yo mismo mataré a Andrónico. Y nuestro amor nunca morirá".

Gwen se abalanzó y abrazó a Thor con firmeza, sus lágrimas corriendo por el cuello. Él notó cuán aliviada se sentía ella.

"Te amo", le dijo Gwen en su oreja.

"Yo también te amo", respondió él.

Mientras Thor estaba parado allí, abrazándola, su corazón se aceleró con inquietud. Él quería ahora, en este momento, más que nunca, hacerle la pregunta. Pedirle matrimonio. Pero sintió que no podía hacerlo hasta contarle primero su secreto, hasta que le dijera quién era su padre.

La idea lo llenó de vergüenza y humillación. Aquí estaba él, habiendo prometido matar al hombre que ambos odiaban tanto. Y con sus siguientes palabras, ¿cómo podría anunciarle que Andrónico era su padre?

Thor estaba seguro de que si lo hacía, Gwendolyn lo odiaría por siempre. Y él no podría arriesgarse a perderla. No después de todo lo que pasó. La amaba demasiado.

Así que entonces, con sus manos temblorosas, Thor metió la mano en su camisa y sacó el collar, el que encontró entre los tesoros del dragón, con una cuerda de oro y un corazón de oro brillante, repletos de diamantes y rubíes. Lo sostuvo cerca de la luz, y Gwen jadeó al verlo.

Thor apareció detrás de ella y lo abrochó alrededor de su cuello.

"Es una pequeña muestra de mi amor y afecto", dijo.

Colgaba hermosamente en su cuello, el oro brillaba en la luz, reflejando todo.

El anillo le quemaba en su bolsillo, y Thor prometió dárselo cuando fuera el momento adecuado. Cuando pudiera reunir el valor para decirle la verdad. Pero ahora no era el momento, por mucho que él deseara que pudiera serlo.

"Así que como ves, puedes volver", dijo Thor, acariciando su mejilla con el dorso de su mano. "Debes volver. Tu pueblo te necesita. Ellos necesitan a una gobernante. El Anillo, sin un líder, no es nada. Te quieren para que los guíes. Andrónico aún habita en la mitad del Anillo. Nuestras ciudades todavía necesitan ser reconstruidas".

La miró a los ojos y pudo ver lo que pensaba.

"Di que sí", le instó Thor. "Regresa conmigo. Esta torre no es lugar para que una mujer joven viva el resto de sus días. El Anillo te necesita. Yo te necesito".

Thor tendió una mano y esperó.

Gwendolyn miró hacia abajo, vacilante.

Finalmente, ella extendió la mano y la colocó en la de él. Sus ojos se volvieron más y más brillantes, rebosantes de amor y calor. Él pudo ver cómo volvía lentamente a ser la antigua Gwendolyn que había conocido una vez, llena de vida, amor y alegría. Era como si fuera una flor, siendo restaurada ante sus ojos.

"Sí", dijo ella suavemente, sonriendo.

Se abrazaron y él la sujetó con firmeza y juró nunca dejarla ir otra vez.




CAPÍTULO SIETE


Erec abrió los ojos para encontrarse a sí mismo en los brazos de Alistair, mirando sus ojos de color azul cristal, que brillaban con amor y calor. Ella sonría por la comisura de sus labios, y él sintió el calor que irradiaba de sus manos y a través de su cuerpo. Cuando se revisó, se sintió completamente curado, renacido, como si nunca hubiera sido herido. Ella lo había resucitado de entre los muertos.

Erec se sentó y miró a los ojos de Alistair con sorpresa, preguntándose una vez más quién era realmente, cómo podría tener esos poderes.

Mientras Erec se sentaba y frotaba su cabeza, recordó inmediatamente: Los hombres de Andrónico. El ataque. La defensa del barranco. La roca.

Erec se puso de pie de un salto y vio a todos sus hombres mirándolo, como si esperaran su resurrección – y su comando. Sus rostros estaban llenos de alivio.

"¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?", se dio vuelta y le preguntó a Alistair, frenético. Se sentía culpable de haber abandonado a sus hombres durante tanto tiempo.

Pero ella le sonrió dulcemente.

"Solamente un segundo", dijo ella.

Erec no podía comprender cómo pudo haber ocurrido. Se sentía tan recuperado, como si hubiera dormido durante años. Sintió un nuevo rebote en su andar cuando se puso de pie y giró y corrió hacia la entrada del barranco y vio su obra: la enorme roca que había hecho pedazos ahora lo detuvo y los hombres de Andrónico ya no podían pasar. Habían logrado lo imposible y habían ahuyentado a un ejército mucho más grande. Al menos por ahora.

Antes de que pudiera celebrar, Erec escuchó un grito repentino proveniente de arriba y miró hacia allí: en la cima del acantilado, uno de sus hombres gritó, luego cayó hacia atrás, dando volteretas, y aterrizó en el suelo, muerto.

Erec miró hacia abajo y vio una lanza atravesada en el cuerpo del hombre, entonces miró hacia atrás hasta ver un sinfín de actividad, gritos surgiendo de todos lados. Ante sus ojos, docenas de los hombres de Andrónico aparecieron en la parte superior, luchando cuerpo a cuerpo con los hombres del Duque, dando golpe tras golpe, y Erec se dio cuenta de lo que había ocurrido: el comandante del Imperio había dividido sus fuerzas, enviando a algunos a través del barranco, y enviando a otros directamente arriba, a la cara de la montaña.

"¡A LA CIMA!", ordenó Erec. "¡SUBAN!".

Los hombres del Duque lo siguieron, mientras subía corriendo a la cara de la montaña, con la espada en la mano, por la empinada escalada de roca y polvo. Cada varios metros se resbalaba y extendía la palma de su mano, raspándola contra la piedra, sujetándose, haciendo su mejor esfuerzo para no caer hacia atrás. Corrió, pero la cara era tan escarpada que había que escalar más que correr; cada paso era una dura lucha, la armadura sonando alrededor de él, mientras sus hombres soplaban y resoplaban su camino, como cabras del monte, directamente por el acantilado.

"¡ARQUEROS!", gritó Erec.

Abajo, varias docenas de los arqueros del Duque que escalaban la montaña, se detuvieron y apuntaron hacia arriba del acantilado. Desataron una descarga de flechas y varios soldados del Imperio gritaban y las lanzaban hacia atrás, dando tumbos hacia abajo a lo largo del acantilado. Un cuerpo venía cayendo hacia Erec; él lo esquivó y logró evadirlo. Pero uno de los hombres del Duque no fue tan afortunado – chocó con un cadáver y lo envió volando hacia atrás, al suelo, gritando, muriendo bajo su peso.

Los arqueros del Duque se atrincheraron y se colocaron arriba y abajo de la montaña, disparando cada vez que un soldado del Imperio asomaba la cabeza sobre el borde del acantilado para mantenerlos a raya.

Pero el combate allí arriba era duro, cuerpo a cuerpo, y no todas las flechas caían en su objetivo: una flecha falló, alojándose accidentalmente en la espalda de uno de los hombres del Duque. El soldado gritó y arqueó la espalda, y un soldado del Imperio aprovechó y lo apuñaló, tirándolo hacia atrás, gritando al caer por el acantilado. Pero mientras el soldado del Imperio estaba expuesto, otro arquero metió una flecha en su intestino, derribándolo también; su cadáver cayó de bruces sobre el borde.

Erec redobló sus esfuerzos, al igual que los que estaban alrededor de él, corriendo con todas sus fuerzas arriba del acantilado. Mientras él se acercaba a la cima, a pocos metros, resbaló y comenzó a caer; dio vueltas, estiró el brazo y se sujetó de una gruesa raíz que salía de la piedra. Él se sujetó con fuerza por su vida, colgando de ella, después se empujó hacia arriba, recuperando el equilibrio y continuó hasta la cima.

Erec alcanzó la cima antes que los demás y corrió hacia adelante con un grito de guerra, con la espada levantada, ansioso por ayudar a defender a sus hombres, que estaban ocupando sus posiciones en la parte superior pero siendo obligados a retroceder. Había solamente unas pocas docenas de sus hombres aquí arriba, y cada uno estaba envuelto en un combate mano a mano con los soldados del Imperio, superados en número por dos a uno. Con cada segundo que pasaba, más y más soldados del Imperio seguían apareciendo en la parte superior.

Erec luchó como un loco, yendo a la carga y apuñalando a dos soldados a la vez, liberando a sus hombres. No había nadie más rápido en la batalla que él, en todo el Anillo y con dos espadas en la mano, acuchillando en todos los sentidos, Erec sacó sus habilidades únicas como campeón de Los Plateados para contraatacar al Imperio. Era una ola de destrucción, mientras giraba y se agachaba y acuchillaba, yendo cada vez más hacia el grueso de los soldados del Imperio. Él esquivaba y embestía y bloqueaba tan rápido, que optó por no usar su escudo.

Erec iba hacia ellos como el viento, derribando a una docena de soldados antes de que siquiera tuvieran la oportunidad de defenderse. Y los hombres del Duque se reunieron alrededor de él.

Detrás de él, el resto de los hombres del Duque también alcanzaron la cima, Brandt y el Duque lideraban el camino, luchando al lado de Erec. Pronto, el impulso cambió y se encontraron haciendo retroceder a los hombres del Imperio; los cadáveres se apilaban alrededor de ellos.

Erec se puso en guardia con el soldado del Imperio que quedaba arriba, y lo hizo retroceder y luego se inclinó y le dio una patada, enviándolo por un costado del Imperio, gritando mientras caía de espaldas.

Erec y todos sus hombres se quedaron allí, retomando su aliento; Erec caminó hacia adelante, por la amplia meseta, hasta el borde del acantilado del lado del Imperio. Quería ver lo que había debajo. El Imperio había dejado de enviar hombres arriba, sabiamente, pero Erec tuvo un mal presentimiento de que aún pudieran tener algunos de reserva. Sus hombres se acercaron al lado de él y también miraron hacia abajo.

Nunca se habría imaginado Erec lo que vería abajo. Se sintió descorazonado. A pesar de los cientos de hombres que habían conseguido matar, a pesar de que tuvieron éxito sellando el barranco y de haber tomado una posición elevada, todavía quedaban por debajo decenas de miles de soldados del Imperio.

Erec apenas lo podía creer. Habían hecho todo lo que podían hasta ese momento, y todo el daño que habían causado, ni siquiera hacía mella en la interminable armadura del Imperio. El Imperio simplemente enviaría a más y más hombres arriba. Erec y sus hombres podrían matar a varias docenas más, quizás incluso a cientos de ellos. Pero al final, tantos millares de ellos atravesarían.

Erec estaba allí parado, sintiéndose desesperanzado. Por primera vez en su vida, él sabía que iba a morir, aquí, en este terreno, en este día. No podía evitarlo. Él no se arrepentía. Él había puesto una defensa heroica, y si fuera a morir, no habría mejor forma o lugar. Él agarró su espada y se armó, y su única duda era si Alistair estaría a salvo.

Pensó que tal vez, en la próxima vida, pasaría más tiempo con ella.

"Bueno, hemos tenido una buena racha", dijo una voz.

Erec se volvió para ver a Brandt de pie junto a él, con su mano en la empuñadura de su espada, también resignado. Los dos habían luchado juntos en incontables batallas, habían sido superados en número muchas veces – y sin embargo, Erec nunca había visto la expresión en la cara de su amigo como la que veía ahora. Debe haber reflejado la de él mismo: señalaba que la muerte estaba aquí.

"Por lo menos caeremos con las espadas en nuestras manos", dijo el Duque.

Él hizo eco de los pensamientos de Erec, exactamente.

Abajo, los hombres del Imperio, como si se hubieran dado cuenta, levantaron la vista. Miles de ellos comenzaron a reanimarse, a marchar al unísono, dirigiéndose hacia el precipicio, con las armas desenfundadas. Cientos de arqueros del Imperio empezaron a arrodillarse y Erec sabía que en unos momentos empezaría el derramamiento de sangre. Él se preparó y respiró profundo.

De repente se escuchó el ruido de un chillido en algún lugar del cielo, en el horizonte. Erec miró hacia arriba y examinó el cielo, preguntándose si estaba oyendo cosas. Una vez escuchó el grito de un dragón, y pensó que tal vez sonaba así. Había sido un sonido que nunca había olvidado, lo había escuchado durante su formación, durante Los Cien. Fue un grito que nunca había pensado volver a oír. No podría ser posible. ¿Un dragón? ¿Aquí, en el Anillo?

Erec estiró el cuello y a lo lejos, a través de las nubes, vio algo que quedaría grabado en su mente durante el resto de su vida: volando hacia ellos, batiendo sus grandes alas, había un enorme dragón púrpura con grandes y brillantes ojos rojos. Lo que vio, llenó de miedo a Erec, más de lo que cualquier ejército podría.

Pero al verlo más de cerca, su expresión se transformó en confusión. Pensó que podía ver a dos personas volando en la parte posterior del dragón. Cuando Erec entrecerró los ojos, les reconoció. ¿Sus ojos estaban jugándole una broma?

Allí, en la parte posterior del dragón, estaba sentado Thorgrin y detrás de él, sujetando su cintura, estaba la hija del rey MacGil. Gwendolyn.

Antes de que Erec pudiera comenzar a procesar lo que estaba viendo, el dragón bajó en picado hacia el suelo, como un águila. Abrió su boca e hizo un sonido horrible, un sonido tan fuerte que una roca al lado de Erec comenzó a partirse. La tierra entera tembló mientras el dragón bajaba, abrió su boca y expulsó fuego como Erec jamás había visto.

El valle se llenó de los gritos y llantos de miles de soldados del Imperio, mientras ola tras ola de fuego los envolvía, todo el valle se iluminaba con las llamas. Thor había dirigida al dragón hacia arriba y hacia abajo de las filas de los hombres de Andrónico, eliminando a decenas de ellos en un abrir y cerrar de ojos.

Los soldados restantes se dieron vuelta y huyeron, corriendo hacia el horizonte. Thor los persiguió también, dirigiendo a su dragón para que soplara cada vez más y más fuego.

En pocos momentos, todos los hombres que estaban debajo de Erec – los hombres que estaba seguro que lo guiarían hacia su muerte, estaban muertos. No quedaba nada de ellos sino cadáveres carbonizados, fuego y llamas, almas que alguna vez fueron. Todo el batallón del Imperio había desaparecido.

Erec miró hacia arriba, con la boca abierta en estado de shock y vio cómo el dragón se elevaba en el aire, batiendo sus grandes alas y volando más allá de ellos. Se dirigieron hacia el norte. Sus hombres estallaron en una gran ovación, mientras pasaban sobre ellos.

Erec quedó mudo de admiración por el heroísmo de Thor, por su intrepidez, por su control de esta bestia – y por el poder de la bestia. Erec había recibido una segunda oportunidad en la vida – él y todos sus hombres, y por primera vez en mucho tiempo, se sentía optimista. Ahora podían ganar. Incluso contra millones de los hombres de Andrónico, con una bestia como ésa, en realidad podrían ganar.

“¡Hombres, marchen!”, ordenó Erec.

Estaba decidido a seguir el rastro del dragón, el olor a azufre, el fuego en el cielo, a donde fuera que los llevara. Thorgrin había regresado, y era hora de reunirse con él.




CAPÍTULO OCHO


Kendrick cabalgaba su caballo, rodeado de sus hombres, los miles de ellos se congregaron afuera de Vinesia, la gran ciudad a la que el batallón de Andrónico se había retirado. Una alta verja levadiza impedía la entrada por las puertas de la ciudad, sus muros de piedra eran gruesos y miles de los hombres de Andrónico pululaban dentro y fuera, superando por mucho el número de los soldados del ejército de Kendrick. El factor sorpresa ya no estaba de su lado.

Peor aún, apareciendo a la vista desde atrás de la ciudad, estaban los miles de hombres de Andrónico, refuerzos, inundando las llanuras. Cuando Kendrick pensó que los tenían huyendo, la situación había sido invertida rápidamente. De hecho, ahora el ejército marchaba hacia Kendrick, ordenado, disciplinado, era una gran ola de destrucción.

La única alternativa ahora era retirarse a Silesia, mantenerlos ahí temporalmente hasta que el Imperio volviera a tomarla, hasta que volvieran a hacerlos esclavos. Y eso nunca podría ser.

Kendrick nunca había sido de los que se retiraban de una confrontación, aun cuando los superaban en número, y tampoco eran de los otros guerreros valientes, del ejército de los MacGil, de Silesia, de Los Plateados. Kendrick sabía que todos lucharían con él hasta la muerte. Y mientras apretaba la sujeción de la empuñadura de su espada, sabía que eso era precisamente lo que tendría que hacer en este día.

Los hombres del Imperio soltaron un grito de guerra, y los hombres de Kendrick los recibieron con uno más fuerte que los suyos.

Mientras Kendrick y sus hombres corrieron por la ladera para enfrentarse con el ejército que se aproximaba, sabiendo que era una batalla que no podrían ganar, pero decididos a luchar de todos modos, los hombres de Andrónico tomaron velocidad y corrieron hacia ellos también. Kendrick sentía el aire volando su pelo, sentía la vibración de la empuñadura de la espada que tenía en la mano y sabía que era cuestión de tiempo para encontrarse perdido en ese gran sonido metálico, en ese gran rito de espadas conocido.

Kendrick estaba sorprendido al escuchar algo como un chirrido arriba; estiró el cuello para ver el cielo y notó algo que irrumpía a través de las nubes, que le hizo mirar dos veces. Ya lo había visto una vez – Thor apareció en la parte posterior de Mycoples – pero aun así, la imagen le hizo quedar sin aliento. Especialmente porque esta vez, Gwendolyn montaba también en la parte posterior.

El corazón de Kendrick se aceleró al verlos bajar en picado y darse cuenta de lo que iba a suceder. Él sonrió ampliamente, levantó su espada por lo alto y fue a la carga rápidamente, dándose cuenta por primera vez que en este día la victoria, después de todo, sería de ellos.


*

Thor y Gwen volaban en la parte posterior de Mycoples, entrando y saliendo de las nubes, batiendo sus grandes alas más y más rápido, como le instaba él. Presintió el peligro abajo, hacia Kendrick y los demás; bajó en picado y atravesó las nubes. Ante él se abría una vista panorámica del paisaje: en medio de las colinas del Anillo, vio la vasta extensión de la división de Andrónico, corriendo hacia los hombres de Kendrick, en las llanuras.

Thor instó a Mycoples a bajar.

"¡Baja en picado!", le susurró.

Ella bajó tan cerca del suelo que Thor casi podía bajar de un salto, después abrió su boca y arrojó fuego, el calor casi quemaba a Thor. Olas y olas de fuego rodaron a través de las llanuras, y surgieron los gritos de terror de los hombres del Imperio. Mycoples causaba una destrucción como nadie había visto antes, dejando kilómetros de campiña iluminada, y derribando a miles de los hombres de Andrónico.

Quien sobrevivía, se daba vuelta y huía. Thor dejaría a los otros para que Kendrick se encargara de ellos.

Thor se volvió hacia la ciudad y vio a miles de soldados del Imperio más adentro. Él sabía que Mycoples no podría maniobrar en un espacio tan reducido, con sus paredes empinadas y estrechas, y que sería demasiado arriesgado aterrizar allí. Thor vio a cientos de soldados apuntando al cielo con flechas y lanzas, y temía el daño que le harían a Mycoples a tan corta distancia. No le gustó en absoluto. Sintió la Espada del Destino palpitando en su mano y sabía que ésta era una batalla que tendría que luchar él mismo.

Thor dirigió a Mycoples hacia la parte delantera de la ciudad, fuera de la enorme reja de hierro.

Al estar en la superficie, él se inclinó y susurró al oído de Mycoples: "La puerta. Quémala y del resto me encargaré yo".

Mycoples se sentó allí y le graznó, agitando sus alas en actitud de desafío. Evidentemente, ella quería quedarse con Thor, luchar a su lado dentro de la ciudad. Pero Thor no le daría la oportunidad.

"Ésta es mi batalla", insistió él. "Y necesito que lleves a Gwen a un lugar seguro".

Mycoples parecía ceder. De repente, ella se inclinó de nuevo y arrojó fuego a la puerta de hierro, hasta que finalmente se derritió.

Thor se inclinó hacia Mycoples.

"¡Vamos!", le susurró. "Lleva a Gwendolyn a un lugar seguro".

Thor saltó de su espalda y al hacerlo, sintió que la Espada del Destino palpitaba en su mano.

"¡Thor!", le gritó Gwen.

Pero Thor ya estaba corriendo hacia las puertas derretidas. Escuchó que Mycoples despegaba y sabía que estaba llevando a Gwen a un lugar seguro.

Thor corrió a toda velocidad a través de las puertas abiertas y hacia el patio, justo en el corazón de la ciudad, entre los miles de hombres. La Espada del Destino vibró en la mano de Thor como un ser viviente, llevándolo como si fuera más ligero que el aire. Todo lo que tenía que hacer era aguantar.

Thor sintió que su brazo y su muñeca y su cuerpo se movían, acuchillando y atacando en todas las direcciones, la espada sonando en el aire al cortar hombres como si fueran mantequilla, matando a docenas de ellos en un solo golpe. Thor giró y causó daño en todas las direcciones. Al principio, el Imperio intentó atacarlo también; pero después de que Thor atravesara los escudos, las armaduras y otras armas como si no estuvieran allí, después de que él matara a fila tras fila de hombres, se dieron cuenta de a qué se enfrentaban: un torbellino de destrucción mágico, imparable.

La ciudad entró en caos. Los miles de soldados del Imperio se dieron vuelta y trataron de huir de la ciudad, para alejarse de Thor. Pero no había ningún lugar a dónde ir. Liderado por la Espada, Thor era demasiado rápido, como un rayo propagándose por la ciudad. Los soldados, llenos de pánico, corrieron hacia las murallas de la ciudad, hacia unos y otros, en estampida para salir.

Thor no les dejó escapar. Él corrió a través de todos los rincones de la ciudad, la Espada llevaba con él una velocidad como nadie había conocido, y cuando él pensó en Gwendolyn, y lo que Andrónico le había hecho a ella, mató a un soldado tras otro, exigiendo venganza. Era tiempo de rectificar los errores que Andrónico había causado en el Anillo.

Andrónico. Su padre. El pensamiento le quemaba como fuego. Con cada cuchillada de la Espada, Thor imaginaba matarlo, eliminando su ascendencia. Thor quería ser otra persona, provenir de otra persona. Quería un padre del cual estar orgulloso. Cualquiera, menos Andrónico. Y si mataba a bastantes de estos hombres, tal vez, sólo tal vez, podría librarse de él.

Thor luchó apabullado, girando para todos lados, hasta que finalmente se dio cuenta de que estaba dando cuchilladas a la nada. Él miró a su alrededor y vio que todos los soldados, cada uno de los miles de hombres de Andrónico, estaban en el suelo, muertos. La ciudad estaba llena de cadáveres. No había nadie más a quien matar.

Thor estaba solo en la plaza de la ciudad, respirando con dificultad, la Espada brillando en su mano, y ni un alma se movía.

Thor escuchó una ovación distante; reaccionó, salió corriendo por la puerta de la ciudad y vio a lo lejos, a los hombres de Kendrick, yendo a la carga, persiguiendo al resto del ejército, haciéndolos retroceder.

Mientras Thor salía corriendo por la puerta de la ciudad, Mycoples lo vio y descendió, esperando su regreso, Gwen estaba aún en su espalda. Thor montó al dragón, y una vez más se elevaron en el aire.

Volaron sobre el ejército de Kendrick y Thor los vio desde arriba, como hormigas debajo de él. Lo ovacionaron cantando victoria mientras volaba sobre ellos. Finalmente estaban frente al ejército de Kendrick, frente a la gran masa de hombres y caballos y polvo. Más adelante estaban los restos dispersos de las legiones de Andrónico.

"Abajo", susurró Thor.

Se zambulleron y llegaron a la parte posterior donde estaban los hombres de Andrónico, y al hacerlo, Mycoples escupió fuego, eliminando fila tras fila, la gran muralla de fuego avanzaba rápidamente. Surgieron gritos y pronto Thor aniquiló a la retaguardia entera.

Finalmente, no había nadie más a quién matar.

Ellos continuaron volando, cruzando las llanuras expansivas, Thor quería asegurarse de que no quedara nadie. A lo lejos, Thor vio la gran cordillera, las tierras altas, dividiendo el Este del Oeste. De aquí a las tierras altas y no quedaba un solo soldado del Imperio vivo. Thor estaba satisfecho.

Todo el Reino occidental del Anillo había sido liberado. Había sido suficiente matanza por un día. El sol comenzó a ponerse, y fuera lo que fuera que hubiera adelante, en el lado oriental de las tierras altas, podía quedarse allí, por ahora.

Thor dio vuelta en círculo y voló hacia Kendrick. El campo estaba debajo de él y pronto escuchó los gritos y aplausos de los hombres, mirando al cielo, vitoreando su nombre.

Descendió ante el ejército, desmontando y ayudando a Gwendolyn a bajar.

Ellos fueron recibidos por el enorme grupo, todos corriendo hacia adelante, con una gran ovación de victoria elevándose mientras los soldados presionaban de todos lados. Kendrick, Godfrey, Reece y sus otros hermanos de La Legión, Los Plateados – a todos los que Thor había conocido y querido, se abalanzaron para abrazarlo a él y a Gwendolyn.

Finalmente, todos estaban unidos. Finalmente, eran libres.




CAPÍTULO NUEVE


Andrónico irrumpió en su campamento y en un arranque de ira, estiró la mano y con sus largos dedos cortó la cabeza del joven soldado quien, para su gran desgracia, estaba parado cerca de él. Mientras marchaba, Andrónico decapitó a un soldado tras otro, hasta que finalmente sus hombres entendieron el mensaje y corrieron para mantenerse alejados de él. Debían haber imaginado que era mejor no estar cerca de él cuando estaba en un estado de ánimo como éste.

Los soldados se alejaron mientras Andrónico salía hecho una furia por su campamento de decenas de miles de hombres, todos manteniendo una sana distancia. Incluso sus generales se mantuvieron alejados y a salvo, caminando detrás de él, sabiendo que era mejor no acercarse cuando estaba así de molesto.

La derrota era una cosa. Pero una derrota como ésta – no tenía precedentes en la historia del Imperio. Andrónico nunca había experimentado una derrota antes. Su vida había sido una larga cadena de victorias, cada una más brutal y satisfactoria que la siguiente. No sabía qué se sentía ser derrotado. Ahora lo supo. Y no le gustaba.

Andrónico repitió mentalmente una y otra vez lo que había sucedido, cómo es que las cosas habían salido tan mal. Apenas ayer parecía que su victoria era completa, que el Anillo era suyo. Él había destruido la Corte del Rey y había conquistado Silesia; había subyugado a todo los MacGil y humillado a su gobernante: a Gwendolyn; él había torturado a sus soldados de mayor rango en las cruces, ya había asesinado a Kolk y había estado a punto de matar a Kendrick y a los demás. Argon se había entrometido en sus asuntos, le había arrebatado a Gwendolyn antes de que él pudiera matarla, y Andrónico había estado a punto de corregir eso, de recuperarla y ejecutarla, junto con todos los demás. Había sido un día de victoria completa y de grandeza.

Y entonces todo había cambiado, rápidamente, para empeorar. Thor y el dragón habían surgido en el horizonte como una mala aparición, había descendido como una nube y con sus grandes llamas y la Espada del Destino había conseguido acabar con divisiones enteras de soldados. Andrónico lo había presenciado todo a una distancia segura; tuvo el buen juicio de batalla de retirarse aquí, a este lado de las tierras altas, mientras sus exploradores continuaban llevándole reportes, durante todo el día, del daño que Thor y el dragón habían ocasionado. En el sur, cerca de Savaria, un batallón entero fue aniquilado; en la Corte del Rey y Silesia todo estaba igual de mal. Ahora todo el Reino Occidental del Anillo, que antes estuvo bajo su control, fue liberado. Era inconcebible.

Él se sentía ansioso al pensar en la Espada del Destino. Había ido tan lejos para alejarla del Anillo y ahora había regresado aquí y el Escudo se había activado otra vez. Eso significaba que estaba atrapado aquí con los hombres que tenía; podría irse, por supuesto, pero ya no podría conseguir más refuerzos adentro. Él estimaba que aún tenía medio millón de soldados aquí, en este lado de las montañas, más que suficiente para superar en número a los MacGil; pero contra Thor, la Espada del Destino y ese dragón, las cifras ya no importaban. Ahora las probabilidades, irónicamente, estaban en su contra. Era una posición en la que nunca había estado antes.

Como si las cosas no pudieran ponerse peor, sus espías también le habían llevado reportes de disturbios en casa, en la capital del Imperio, de que Rómulo se había confabulado para destronarlo.

Andrónico gruñó con furia mientras salía de su campamento, debatiendo sus opciones, buscando a alguien a quien culpar. Él sabía como comandante que lo más inteligente que podía hacer, tácticamente, sería retirarse y dejar el Anillo ahora, antes de que Thor y su dragón los encontraran, para salvar las fuerzas que él había dejado, abordar sus barcos y navegar de regreso hacia el Imperio en desgracia, para conservar su trono. Después de todo, el Anillo, era solamente una mancha en la enorme extensión del Imperio y todo gran comandante tenía derecho, por lo menos, a una derrota. Aún gobernaría un noventa y nueve por ciento del mundo, y sabía que debería estar más que satisfecho con eso.

Pero ése no era el estilo del gran Andrónico. Andrónico no era prudente ni conformista. Siempre había seguido sus pasiones, y aunque sabía que era arriesgado, no estaba dispuesto a abandonar este lugar, admitir la derrota, permitir que el Anillo se fuera de sus manos. Aunque tuviera que sacrificar todo su Imperio, encontraría una manera de aplastar y dominar este lugar. Sin importar lo que costara.

Andrónico no podía controlar al dragón ni a la Espada del Destino. Pero a Thorgrin… eso era un asunto diferente. Era su hijo.

Andrónico se detuvo y suspiró ante la idea. Qué ironía: su propio hijo, era el último obstáculo para su dominación del mundo. De alguna manera, parecía ser apropiado. Era inevitable. Él sabía que siempre, la gente más cercana a uno, es la que más nos lastima.

Recordó la profecía. Había sido un error, por supuesto, dejar vivo a su hijo. Era su gran error en la vida. Pero tenía un punto débil para él, aunque sabía que la profecía decía que eso podría llevarlo a su propio fin. Él había dejado vivir a Thor, y ahora había llegado el momento de pagar el precio.

Andrónico continuó irrumpiendo por el campamento, seguido por sus generales, hasta que finalmente llegó a la periferia y encontró una tienda más pequeña que los demás, una escarlata en un mar de negro y oro. Solamente había una persona que tenía la audacia de tener una tienda de color diferente, el único a quien sus hombres temían.

Rafi.

El hechicero personal de Andrónico, la criatura más siniestra que había conocido; Rafi había aconsejado a Andrónico a cada paso del camino, lo había protegido con su energía malévola, había sido más responsable por su ascenso que nadie. Andrónico odiaba dirigirse a él, reconocer lo mucho que lo necesitaba. Pero cuando se encontró con un obstáculo que no era de este mundo, una cosa de magia, siempre acudía con Rafi.

Cuando Andrónico se acercó a la tienda de campaña, dos seres malignos, altos y delgados, ocultos en mantos escarlata, con brillantes ojos amarillos que sobresalían detrás de las capuchas, lo miraron. Eran las únicas criaturas en todo este campamento que se atrevían a no hacer reverencia ante su presencia.

"Llamo a Rafi", declaró Andrónico.

Las dos criaturas, sin girar, estiraron una mano y retiraron las solapas de la tienda.

Al hacerlo, salió un horrible olor dirigiéndose a Andrónico, haciéndolo retroceder.

Hubo una larga espera. Todos los generales se detuvieron detrás de Andrónico y observaron con expectación, al igual que todo el campamento, quienes voltearon a ver. En el campamento hubo un gran silencio.

Finalmente salió de la carpa escarlata una criatura alta y delgada, del doble de alto de Andrónico, tan delgada como la rama de un olivo, vestido con una túnica escarlata muy oscura, con una cara invisible, escondido en la oscuridad de su capucha.

Rafi se quedó allí parado y observó, y Andrónico fue capaz de ver sólo sus ojos amarillos sin pestañear, mirando, incrustados en su piel demasiada pálida.

Sobrevino un silencio tenso.

Finalmente, Andrónico dio un paso adelante.

"Quiero que Thorgrin muera", dijo Andrónico.

Tras un largo silencio, Rafi rió entre dientes. Era un sonido profundo y molesto.

"Padres e hijos", dijo. "Siempre es lo mismo".

Andrónico ardía por dentro, impaciente.

"¿Me puedes ayudar?", dijo presionando.

Rafi se quedó allí parado, en silencio, demasiado tiempo, tanto, que Andrónico consideró matarlo. Pero él sabía que eso sería frívolo. Una vez, lleno de rabia, Andrónico había intentado apuñalarlo impetuosamente, y en el aire, la espada se había derretido en su mano. La empuñadura también había quemado su mano; le había tomado meses recuperarse del dolor.

Así que Andrónico se quedó parado, apretando los dientes y soportando el silencio.

Por último, debajo de la capucha, Rafi ronroneó.

"Las energías que rodean al muchacho son muy fuertes", dijo Rafi lentamente. "Pero todo el mundo tiene una debilidad. Él ha sido elevado con la magia. También puede descender con la magia".

Andrónico, intrigado, dio un paso adelante.

"¿De qué magia hablas?".

Rafi hizo una pausa.

"De un tipo que nunca has conocido", respondió. "Es una clase reservada sólo para un ser como Thor. Él es tu problema, pero es más que eso. Es incluso más poderoso que tú. Si vive para ver el día".

Andrónico enfureció.

"Dime cómo atraparlo", exigió.

Rafi meneó la cabeza.

"Ésa fue siempre tu debilidad", dijo. "Eliges atraparlo, no matarlo".

"Primero lo atraparé", contestó Andrónico. "Luego lo mataré. ¿Hay alguna manera de hacerlo o no?".

Hubo otro largo silencio.

"Hay una manera de despojarlo de su poder, sí", dijo Rafi. "Sin su preciosa espada y sin su dragón, será como cualquier otro muchacho".

"Enséñame", exigió Andrónico.

Hubo un largo silencio.

"Tiene un costo", respondió Rafi, finalmente.

"Lo que sea", dijo Andrónico. "Te daré lo que sea"

Hubo una risita sofocada larga y sombría.

"Creo que algún día llegarás a lamentarlo", respondió Rafi. "Mucho, mucho".




CAPÍTULO DIEZ


Mientras Rómulo marchaba por el sendero meticulosamente asfaltado, hecho de ladrillos de oro, que conducía hacia Volusia, la capital del Imperio, los soldados ataviados con sus mejores trajes, se pusieron en posición de firmes. Rómulo caminaba delante del resto de su ejército, reducido a unos cientos de soldados, abatido y derrotado por su episodio con los dragones.

Rómulo estaba furioso. Era la caminata de la vergüenza. Toda su vida había regresado victorioso, desfilaba como un héroe; ahora regresaba al silencio, a un estado de vergüenza, trayendo, en lugar de trofeos y prisioneros, soldados que habían sido derrotados.

Le quemaba por dentro. Había sido muy tonto de su parte ir tan lejos en busca de la Espada, atreverse a luchar con los dragones. Había sido llevado por su ego; debió haberlo imaginado. Había sido afortunado por el simple hecho de escapar, y en especial con cualquiera de sus hombres intactos. Aún podía escuchar los gritos de sus hombres, aún olía su carne carbonizada.

Sus hombres habían sido disciplinados y habían luchado valientemente, marchando a sus muertes bajo su mando. Pero después de que sus miles de soldados habían disminuido ante sus ojos a unos pocos cientos, sabía cuándo huir. Había ordenado una retirada apresurada, y el resto de sus fuerzas se había deslizado por los túneles, a salvo del soplido de los dragones. Se habían quedado bajo tierra y habían logrado ir de regreso a la capital, a pie.

Ahora estaban aquí, marchando por las puertas de la ciudad que se elevaban unos treinta metros hacia el cielo. Cuando entraron a esta legendaria ciudad, fabricada enteramente en oro, miles de soldados del Imperio entrecruzaban por todos lados, marchando en formaciones, revistiendo las calles, poniéndose en posición de firmes cuando él pasaba. Después de todo, no estando Andrónico, Rómulo era el líder de facto del Imperio y el más respetado de todos los guerreros. Es decir, hasta su derrota de hoy. Ahora, después de su derrota, no sabía cómo lo vería la gente.

La derrota no podría haber llegado en peor momento. Fue el momento cuando Rómulo estaba preparando su golpe, preparándose para tomar el poder y expulsar a Andrónico. Mientras caminaba por esta pulcra ciudad, pasando por fuentes, jardines meticulosamente pavimentados, con sirvientes y esclavos por todas partes, se maravilló de que en lugar de regresar, como había previsto, con la Espada del Destino en sus manos, con más poder del que había tenido, regresaba en cambio con una posición de debilidad. Ahora, en lugar de ser capaz de reclamar el poder que era suyo por derecho, tendría que pedir disculpas ante el Consejo, con la esperanza de no perder su puesto.

El Gran Consejo. El pensar en ello lo hacía retorcerse por dentro. Rómulo no respondía a nadie, mucho menos a un Consejo formado por ciudadanos que nunca habían blandido una espada. Cada una de las doce provincias del Imperio enviaba a dos representantes, a dos docenas de líderes de todos los rincones del Imperio. Técnicamente, ellos gobernaban el Imperio; pero en realidad, Andrónico gobernaba como deseaba, y el Consejo hacía lo que él ordenaba.

Pero cuando Andrónico se había ido al Anillo, había dado al Consejo más autoridad que nunca; Rómulo supuso que Andrónico había hecho eso para protegerse y mantener vigilado a Rómulo, para asegurarse de tener un trono al cual regresar. Su movimiento había envalentonado al Consejo; ahora actuaban como si tuvieran autoridad real sobre Rómulo. Y Rómulo, por el momento, tenía que sufrir la humillación de tener que responder a estas personas. Todos eran compinches elegidos por Andrónico, gente que Andrónico había afianzado para asegurar que su reinado nunca acabara. El Consejo buscó cualquier excusa para fortalecer a Andrónico y debilitar cualquier amenaza hacia él – especialmente de Rómulo. Y la derrota de Rómulo les daba un comienzo perfecto.

Rómulo marchó hasta el brillante Capitolio; un edificio enorme, negro y redondo que se elevaba por lo alto hacia el cielo, rodeado de columnas de oro, con una cúpula dorada brillante. Ahí ondeaba el estandarte del Imperio, y sobre su puerta estaba la imagen de un león dorado con un águila en su boca.

Mientras Rómulo subía los cien escalones dorados, sus hombres esperaban en la base de la plaza. Caminó solo, subiendo los escalones del Capitolio de tres en tres, con sus armas sonando contra su armadura, conforme avanzaba.

Se necesitaba una docena de sirvientes para abrir las enormes puertas en la parte superior de los escalones, cada uno de quince metros de altura, hecho de oro reluciente con broches negros a lo largo, cada uno grabado con el sello del Imperio. Ellos abrieron las puertas completamente y Rómulo sintió la fría corriente, erizando los pelos de su piel conforme caminaba hacia el sombrío interior. Las enormes puertas se cerraron detrás de él, y sintió, como siempre que entraba en este edificio, como si estuviera siendo sepultado.

Rómulo se pavoneó por los pisos de mármol, sus botas resonaban, apretaba la mandíbula, queriendo acabar con esta reunión y seguir con cosas más importantes. Él había oído el rumor acerca de un arma fantástica, justo antes de venir aquí y necesitaba saber si era cierto. Si fuera así, eso cambiaría todo, inclinaría la balanza totalmente a su favor. Si realmente existía, entonces todo esto – Andrónico, el Consejo – ya no significaría nada para él. De hecho, todo el Imperio finalmente sería suyo. Pensar en esa arma era lo único que mantenía a Rómulo confiado y seguro de subir otra serie de escalones, a través de otra serie de enormes puertas y finalmente hacia la sala redonda, donde estaba el Gran Consejo.

Dentro de esta enorme sala había una mesa negra circular, vacía en su centro, con un estrecho pasadizo para que entrara una persona. Alrededor estaban sentados los del Consejo, eran veinticuatro túnicas negras sentados con seriedad alrededor de la mesa, todos eran hombres de la tercer edad, con cuernos grises y ojos escarlata, escurriendo rojo, por los muchos años de edad. Era humillante para Rómulo tener que enfrentarse a ellos, tener que caminar a través de la estrecha entrada hacia el centro de la mesa, estar rodeado de las personas a las que tenía que dirigirse. Fue humillante ser forzado a girar a todos lados para abordarlos. Todo el diseño de esta habitación, esta mesa, era otra de las tácticas de intimidación de Andrónico.

Rómulo estaba parado allí en el centro de la sala, en silencio, quién sabe cuánto tiempo, ardiendo. Él estuvo tentado a salir, pero tenía que comprobarlo él mismo.

"Rómulo de la Legión de Octakin", uno de los concejales anunció formalmente.

Rómulo se volvió y vio a un concejal delgado, de edad mayor, con las mejillas hundidas y pelo canoso, mirándolo con sus ojos escarlata. Este hombre era un compinche de Andrónico, y Rómulo sabía que él diría lo que fuera para granjearse el favor de Andrónico.

El viejo aclaró su garganta.

"Has vuelto a Volusia, derrotado. Caído en desgracia. Eres valiente al venir aquí".

"Te has vuelto un comandante imprudente y precipitado", dijo otro concejal.

Rómulo se dio vuelta y vio una mirada desdeñosa hacia él, desde el otro lado del círculo.

"Has perdido a miles de nuestros hombres en la búsqueda infructuosa de la Espada, en tu imprudente confrontación con los dragones. Le has fallado a Andrónico y al Imperio. ¿Qué tienes que decir?".

Rómulo lo miró, desafiante.

"No me disculpo por nada", dijo. "Recuperar la Espada era importante para el Imperio".

Otro hombre mayor se inclinó hacia adelante.

"Pero no la recuperaste, ¿o sí?".

Rómulo enrojeció. Mataría a ese hombre, si pudiera.

"Casi lo hice", respondió finalmente.

"Casi no significa nada".

"Nos encontramos con obstáculos inesperados".

"¿Con dragones?", comentó otro concejal.

Rómulo se dio vuelta para mirarlo.

"¿Qué tan temerario podrías ser?", dijo el concejal. "¿Realmente creíste que podrías ganar?".

Rómulo aclaró su garganta, su ira aumentaba.

"No. Mi objetivo no era matar a los dragones. Era recuperar la Espada".

"Pero repito, no lo hiciste".

"Peor aún", dijo otro: "ahora has puesto a los dragones contra nosotros. Nos han llegado reportes de sus ataques por todo el Imperio. Iniciaste una guerra que no podemos ganar. Es una gran pérdida para el Imperio".

Rómulo dejó de intentar contestar; él sabía que eso sólo llevaría más acusaciones y recriminaciones. Después de todo, eran hombres de Andrónico, y todos tenían una agenda.

"Es una lástima que el gran Andrónico no esté aquí para castigarte", dijo otro concejal. "Estoy seguro de que no te dejaría vivo".

Aclaró su garganta y se reclinó de nuevo.

"Pero en su ausencia, tenemos que esperar su regreso. Por ahora, estarás al mando del ejército para enviar legiones de barcos para reforzar al Gran Andrónico en el Anillo. En cuanto a ti, serás degradado, despojado de tus armas y de tu rango. Permanecerás en los cuarteles y esperarás más órdenes de nosotros".

Rómulo lo miró, incrédulo.

"Alégrate de que no te ejecutemos ahora mismo. Ahora, vete", dijo otro concejal.

Rómulo apretó sus puños, su cara se puso púrpura y miró a cada uno de los concejales. Se comprometió a matar a todos y cada uno de ellos. Pero se obligó a sí mismo a contenerse, diciéndose que ahora no era el momento. Era posible que recibiera alguna satisfacción al matarlos ahora, pero no lo llevaría a su objetivo final.

Rómulo se dio vuelta y salió furioso de la sala, sus botas resonaban, atravesando la puerta, mientras los sirvientes la abrían y luego se cerró de golpe detrás de él.

Rómulo salió del edificio del capitolio, bajando las cien escaleras doradas y hacia su grupo de hombres que lo esperaban. Dirigió a su segundo al mando.

"Señor", dijo el general, haciendo una reverencia, "¿cuál es su orden?".

Rómulo lo miró, pensando. Por supuesto que no podría obedecer las órdenes del Consejo; por el contrario, era el momento para desafiarlos.

"La orden del Consejo es que todos los barcos del Imperio que estén en el mar, regresen a nuestras costas de inmediato".

Los ojos se abrieron de par en par.

"Pero, señor, eso dejaría al Gran Andrónico abandonado dentro del Anillo, sin forma de regresar a casa".

Rómulo se dio vuelta y lo miró, con una mirada fría.

"Nunca me cuestiones", respondió, con una voz de acero.

El general inclinó la cabeza.

"Por supuesto, señor. Perdóneme".

Su comandante dio vuelta y se fue corriendo, y Rómulo sabía que iba a ejecutar sus órdenes. Era un soldado fiel.

Rómulo sonrió en su interior. Qué tonto había sido el Consejo al pensar que él podría acatar lo que dijeran ellos, que llevaría a cabo sus órdenes. Lo habían subestimado enormemente. Después de todo, no tenían a nadie para hacer valer su degradación y hasta que resolvieran eso, Rómulo, mientras tuviera el poder, ejecutaría los comandos suficientes para impedirles ganar poder sobre él. Andrónico era genial, pero Rómulo lo era más.

Un hombre estaba parado en la periferia de la plaza, vestido con una túnica verde brillante, con su capucha hacia abajo, revelando una cara ancha amarilla y plana, con cuatro ojos. El hombre tenía manos delgadas, los dedos tan largos como el brazo de Rómulo y esperaba pacientemente. Él era un Wokable. A Rómulo no le gustaba lidiar con esa raza, pero en ciertas circunstancias se veía obligado a hacerlo – y ésta era una de esas veces.

Rómulo se acercó al Wokable, sintiendo lo escalofriante que era a varios metros de distancia, mientras la criatura lo miraba con sus cuatro ojos. Estiró la mano con uno de sus largos dedos y tocó su pecho. Rómulo quedó frío al sentir el contacto del dedo baboso.

"Hemos encontrado lo que nos ha enviado a buscar", dijo la criatura. El Wokable hizo un gorgoteo extraño en la parte posterior de la garganta. "Pero le costará muy caro".





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En UN RITO DE ESPADAS (A RITE OF SWORDS) – (Libro #7 de El Anillo del Hechicero – The Sorcerer’s Ring), Thor debate con su legado, luchando para asimilar quién es su padre, si revela su secreto y qué medidas debe tomar. De vuelta a casa en el Anillo, con Mycoples a su lado y la Espada del Destino en la mano, Thor está decidido a vengarse del ejército de Andrónico y liberar a su patria – y finalmente proponerle matrimonio a Gwendolyn. Pero se da cuenta de que hay fuerzas aún mayores que la de él, que podrían interponerse en su camino. Gwendolyn regresa y se esfuerza por convertirse en la gobernante elegida, usando su sabiduría para unir las fuerzas dispares y expulsar a Andrónico para siempre. Reunida con Thor y sus hermanos, ella está agradecida por la pausa en la violencia y por la oportunidad de celebrar su libertad. Pero las cosas cambian rápidamente – demasiado rápido – y antes de darse cuenta, su vida se torna de cabeza otra vez. Su hermana mayor, Luanda, en una gran rivalidad con ella, está decidida a arrebatar el poder, mientras que el hermano del rey MacGil llega con su propio ejército para hacerse del control del trono. Con espías y asesinos por todos lados, Gwendolyn, asediada, aprende que ser reina no es tan seguro como ella pensaba. El amor de Reece por Selese finalmente tiene la oportunidad de prosperar, pero al mismo tiempo, aparece su viejo amor, y se encuentra indeciso. Pero los tiempos de inactividad pronto son superados por la batalla y Reece, Elden, O'Connor, Conven, Kendrick, Erec e incluso Godfrey deben enfrentar y superar juntos las adversidades, para sobrevivir. Sus batallas los llevarán a todos los rincones del Anillo, que se convierte en una carrera contra el tiempo para derrocar a Andrónico y salvarse de la total destrucción. Igual de poderosas, fuerzas inesperadas luchan por el control del Anillo; Gwen se da cuenta de que ella debe hacer todo lo necesario para encontrar a Argon y traerlo de vuelta. En un giro final impactante, Thor se entera que aunque sus poderes son supremos, también tiene una debilidad oculta – una que sólo puede traer consigo su caída final. ¿Thor y los demás liberarán el Anillo y derrotarán a Andrónico? ¿Gwendolyn será la reina que todos necesitan que sea? ¿Qué será de la Espada del Destino, de Erec, Kendrick, Reece y Godfrey? ¿Y cuál es el secreto que esconde Alistair? Con su sofisticada construcción del mundo y caracterización, UN RITO DE ESPADAS es un relato épico de amigos y amantes, de rivales y pretendientes, de caballeros y dragones, de intrigas y maquinaciones políticas, de llegar a la mayoría de edad, de corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una historia de honor y valor, de suerte y destino, de hechicería. Es una fantasía que nos lleva a un mundo que nunca olvidaremos, y que gustará a personas de todas las edades y géneros.

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