Книга - Una Tierra de Fuego

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Una Tierra de Fuego
Morgan Rice


El Anillo del Hechicero #12
En UNA TIERRA DE FUEGO (LIBRO #12 DE EL ANILLO DEL HECHICERO), Gwendolyn y su gente se encuentran rodeados en las Islas Superiores, asediados por los dragones de Rómulo y su ejército de un millón de hombres. Todo parece perdido – cuando la salvación llega de una fuente increíble. Gwendolyn está decidida a encontrar a su bebé, perdido en el mar, y conducir a su nación en exilio, a un nuevo hogar. Ella viaja a través de extraños y exóticos mares, encontrando peligros impensables, rebelión y hambre, mientras viajan hacia el sueño de un puerto seguro. Thorgrin finalmente se reúne con su madre en la Tierra de los Druidas, y su encuentro cambiará su vida para siempre, lo hará más fuerte que nunca. Con una nueva misión, se embarca, decidido a rescatar a Gwendolyn, a buscar a su bebé y a cumplir con su destino. En una batalla épica de dragones y hombres, Thor será puesto a prueba en todos los sentidos; mientras lucha contra monstruos y expone su vida por sus hermanos, cavará profundamente para ser el gran guerrero que se supone que debe ser. En las Islas Superiores, Erec se encuentra moribundo y Alistar, acusada de asesinato, debe hacer lo que puede para salvar a Erec y eximirse de la culpa. Estalla una guerra civil en una lucha por el trono y Alistar se encuentra atrapada en el medio, con su destino y el de Erec pendiendo de un hilo. Rómulo sigue con la intención de destruir a Gwendolyn, a Thorgrin y lo que queda del Anillo; pero su ciclo lunar está finalizando, y su poder será puesto a prueba severamente. Mientras tanto, en la provincia del norte del Imperio, está surgiendo un nuevo héroe: Darius, un guerrero de 15 años, está decidido a romper las cadenas de la esclavitud y sublevarse contra su gente. Pero el Capitolio del Norte está al mando de Volusia, una chica de 18 años, famosa por su belleza – y también por su crueldad brutal. ¿Gwen y su pueblo sobrevivirá? ¿Encontrarán a Guwayne? ¿Rómulo aplastará al Anillo? ¿Sobrevivirá Erec? ¿Thorgrin volverá a tiempo? Con su sofisticada construcción y caracterización del mundo, UNA TIERRA DE FUEGO, es un relato épico de amigos y amantes, de rivales y pretendientes, de caballeros y dragones, de intrigas y maquinaciones políticas, de llegar a la mayoría de edad, de corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una historia de honor y valor, de suerte y destino, de hechicería. Es una fantasía que nos lleva a un mundo que nunca olvidaremos, y que gustará a personas de todas las edades y géneros.





Morgan Rice

UNA TIERRA DE FUEGO LIBRO#12 DE EL ANILLO DEL HECHICERO




Acerca de Morgan Rice

Morgan Rice tiene el #1 en éxito de ventas como el autor más exitoso de USA Today con la serie de fantasía épica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de once libros (y contando); de la serie #1 en ventas LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspenso post-apocalíptica compuesta de dos libros (y contando); y de la nueva serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS. Los libros de Morgan están disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones están disponibles en más de 25 idiomas.

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Algunas opiniones acerca de Morgan Rice

«EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, engaño y traición. Lo entretendrá durante horas y satisfará a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género fantástico».

–Books and Movie Reviews, Roberto Mattos



«Una entretenida fantasía épica».

–Kirkus Reviews



«Los inicion de algo extraordinario están ahí».

–San Francisco Book Review



«Lleno de acción…La obra de Rice es sólida y el argumento es intrigante».

–Publishers Weekly



«Una animada fantasía…Es sólo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para adultos jóvenes».

–-Midwest Book Review



Libros de Morgan Rice




REYES Y HECHICEROS


EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)


EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2)


El PESO DEL HONOR (Libro #3)


UNA FORJA DE VALOR (Libro #4)


UN REINO DE SOMBRAS (Libro #5)




EL ANILLO DEL HECHICERO


LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)


UNA MARCHA DE REYES (Libro #2)


UN DESTINO DE DRAGONES (Libro #3)


UN GRITO DE HONOR (Libro #4)


UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)


UNA POSICIÓN DE VALOR (Libro #6)


UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)


UNA CONCESIÓN DE ARMAS (Libro #8)


UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)


UN MAR DE ESCUDOS (Libro #10)


UN REINO DE ACERO (Libro #11)


UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)


UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)


UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)


UN SUEÑO DE MORTALES (Libro #15)


UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)


EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)




LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA


ARENA UNO: SLAVERSUNNERS (Libro #1)


ARENA DOS (Libro #2)




EL DIARIO DEL VAMPIRO


TRANSFORMACIÓN (Libro # 1)


AMORES (Libro # 2)


TRAICIONADA (Libro # 3)


DESTINADA (Libro # 4)


DESEADA (Libro # 5)


COMPROMETIDA (Libro # 6)


JURADA (Libro # 7)


ENCONTRADA (Libro # 8)


RESUCITADA (Libro # 9)


ANSIADA (Libro # 10)


CONDENADA (Libro # 11)












¡Escuche la saga de EL ANILLO DEL HECHICERO en formato de audio libro!


Derechos Reservados © 2014 por Morgan Rice



Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora.



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Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia.


«Así pues, doy mi espalda:
Hay un mundo en algún otro lugar».

    --William Shakespeare
    Coriolano






CAPÍTULO UNO


Gwendolyn estaba de pie a la orilla de las Islas Superiores contemplando el océano, observando horrorizada como la niebla llegaba y empezaba a llevarse a su bebé. Sentía como si su corazón se partiera en dos mientras veía a Guwayne flotando más y más lejos, hacia el horizonte, desapareciendo entre la neblina. La corriente se lo llevaba hacia Dios hacia sabe dónde, alejándolo más de ella a cada segundo.

Las lágrimas caían por las mejillas de Gwendolyn mientras observaba, incapaz de irse de allí, insensible al mundo. Perdió toda noción del tiempo y el espacio, ya no podía sentir su cuerpo. Una parte de ella moría mientras veía cómo una corriente se llevaba a la persona que más quería en el mundo. Era como si, con él, el mar se tragara una parte de ella.

Gwen se odiaba a ella misma por lo que había hecho; pero a la vez, sabía que era la única cosa en el mundo que podía salvar a su hijo. Gwen oía el rugido y los truenos en el horizonte detrás de ella y sabía que pronto la isla entera sería consumida por las llamas, y que nada en el mundo podría salvarlos. Ni Argon, que yacía inmóvil en un estado indefenso; ni Thorgrin, que estaba en otro mundo en la Tierra de los Druidas; ni Alistair ni Erec, que estaban en otro mundo, en las Islas del Sur, ni Kendrick ni losl Plateados ni ninguno de los otros hombres valientes que habían en aquel sitio, ninguno de ellos con los medios para combatir al dragón. Lo que necesitaban era magia y esto era lo que se les había agotado.

Habían tenido suerte de escapar del Anillo y , ahora, ella sabía que el destino los había alcanzado. Ya no podían correr, ni esconderse. Era el momento de enfrentarse a la muerte que los había estado persiguiendo.

Gwendolyn se dio la vuelta hacia el horizonte que estaba delante de ella e, incluso desde allí, podía ver la masa negra de dragones que se dirigía hacia ella. Tenía poco tiempo; no quería morir sola en aquellas orillas, sino con su gente, protegiéndolos de la mejor manera que sabía.

Gwen se giró para ver el océano por última vez, con la esperanza de ver por última vez a Guwayne. Guwayne estaba lejos de ella ahora, en algún lugar del horizonte, viajando ya hacia un mundo que ella nunca conocería.

Por favor, Señor, rezaba Gwen. Quédate con él. Toma mi vida en lugar de la suya. Haré cualquier cosa. Cuida de Guwayne. Dejáme que vuelva a cogerlo en mis brazos. Te lo suplico. Por favor.

Gwendolin abrió los ojos, esperando ver alguna señal, quizás un arco iris en el cielo, cualquier cosa.

Pero el horizonte estaba vacío. No había nada aparte de nubes negras ceñudas, como si el universo estuviera furioso con ella por lo que había hecho.

Sollozando, Gwen dio la espalda al océano, a lo que quedaba de su vida y empezó a andar más rápido, acercándose más con cada paso a la última resistencia con su pueblo.


*

Gwen se encontraba de pie en los parapetos superiores del fuerte de Tirus, rodeada por docenas de personas de su pueblo, entre ellos sus hermanos Kendrick y Reece y Godfrey, sus primos Matus y Stara, Steffen, Aberthol, Srog, Brandt, Atme y toda la Legión. Todos ellos miraban hacia el cielo, silencioso y sombrío, sabedores de lo que les esperaba.

Mientras escuchaban los rugidos distantes que hacían temblar la tierra, estaban allí de pie, impotentes, observando como Ralibar libraba la batalla por ellos, un solo dragón luchando lo mejor que sabía, manteniendo a raya la multitud de dragones enemigos. El corazón de Gwen se reanimaba mientras observaba a Ralibar luchar, tan valinete, tan osado, uno contra docenas de dragones y, aún así, sin miedo. Ralibar escupía fuego a los dragones, levantaba sus enormes garras, los arañaba, los agarraba y les incaba los dientes en la garganta. No sólo era más fuerte que los demás, sino también más rápido. Merecía la pena verlo.

Mientras miraba, el corazón de Gwen de llenaba con la última gota de esperanza; una parte de ella se atrevía a creer que quizás Ralibar los podía vencer. Vio como Ralibar se sumergía en el agua mientras tres dragones le escupían fuego en la cara, fallando el tiro por poco. Ralibar entonces se abalanzó y clavó sus garras en el pecho de uno de los dragones y aprovechó este impulso para sumergirlo en el agua.

Varios dragones escupían fuego en la espalda de Ralibar mientras éste se sumergía en el agua y Gwen observaba horrorizada como Ralibar y el otro dragón se convertían en una bola en llamas, cayendo hacia el mar. El dragón resistía, pero Ralibar usaba todo su peso para dirigirlo hacia las olas y pronto ambos se hundieron en el mar.

Se produjo un gran ruido siseante, junto con nubes de vapor mientras el agua apagaba el fuego. Gwen observaba expectante, con la esperanza de que estuviera bien y, unos segundos más tarde, Ralibar salió a la superficie, solo. El otro dragón también salió, pero estaba fluctuando, flotando en las olas, muerto.

Sin vacilar, Ralibar salió disparado hacia las docenas de otros dragones que descendían hacia él. Mientras bajaban con sus mandíbulas abiertas, apuntando hacia él, Ralibar se dispuso a atacar: extendió sus grandes garras, echó su cuerpo atrás, abrió sus alas y agarró a dos de ellos. A continuación, dio vueltas y los dirigió hacia el mar.

Ralibar los tenía cogidos bajo sí, sin embargo, a la vez, una docena de dragones se precipitaron contra la espalda descubierta de Ralibar. Todo el grupo se desplomó dentro del mar, arrastrando a Ralibar con ellos. Ralibar, aún luchando con valentía, estaba en clara desventaja numérica  y se hundió en el mar, golpeando, agarrado por docenas de dragones, chirriando enfurecido.

Gwen tragó saliva, su corazón se partía mientras veía a Ralibar luchando por todos ellos, allí solo; no había otra cosa que deseara más que ayudarlo. Peinó la superficie del mar esperando, anhelando alguna señal de Ralibar, deseando que saliera a la superficie.

Pero, para su horror, nunca lo hizo.

Los otros dragones salieron a la superficie y marcharon volando en grupo, con la vista puesta en las Islas Superiores. Mientras soltaban un rugido y desplegaban sus alas, parecían mirar directamente hacia Gwendolyn.

Gwen sintió como el corazón se le partía. Su querido amigo Ralibar, su última esperanza, su última línea de defensa, estaba muerto.

Gwen se volvió hacia sus hombres, que estaban de pie mirando conmocionados. Sabían lo que venía a continuación: una imparable ola de destrucción.

Gwen se sentía pesada; abría la boca y las palabras se quedaban atrapadas en su garganta.

«¡Tocad las campanas!», dijo al fin con voz ronca. «Ordenad a nuestra gente que se refugien. Todo el que esté sobre tierra tiene que bajar, ahora. A las cuevas, a las bodegas, a cualquier sitio menos aquí. ¡Ordenádselo, ahora!»

«¡Tocad las campanas!» dijo Steffen a gritos, corriendo hacia el borde del fuerte, gritando hacia el patio. Pronto repicaron las campanas por toda la plaza. Centenares de personas de su pueblo, supervivientes del Anillo, huían ahora, corriendo a refugiarse, en dirección a las cuevas a las afueras del pueblo o apresurándose hacia las bodegas y refugios bajo tierra, preparándose para la inevitable ola de fuego que estaba por venir.

«Mi Reina», dijo Srog girándose hacia ella, «quizás podríamos refugiarnos todos en este fuerte. Después de todo, está hecho de piedra».

Gwen negó con la cabeza, sabiendo de lo que hablaba.

«No entiendes la furia de estos dragones», dijo ella. «Nada sobre que esté sobre tierra será seguro. Nada».

«Pero mi señora, quizás estaremos más seguros en este fuerte», instó él. Ha resistido el paso del tiempo. Estas paredes tienen treinta centímetros de grosor. ¿No sería mejor estar aquí que bajo tierra?”

Gwen negó con la cabeza. Entonces se oyó un rugido y, al mirar hacia el horizonte, vio como se acercaban los dragones. Su corazón se le rompió al ver, en la distancia, como los dragones escupían una pared de llamas hacia su flota, que yacía en el puerto del sur. Ella observaba como sus amados barcos, la cuerda salvavidas de esta isla, los hermosos barcos que habían tardado décadas en construir, eran reducidos a astillas. Se sintió afortunada de haber previsto esto y haber escondido unos cuantos barcos al otro lado de la isla. Si sobrevivían para usarlos alguna vez.

«No hay tiempo para debatir, todos nosotros marcharemos de este lugar inmediatamente. Seguidme».

Siguieron a Gwen mientras ésta corría por el tejado y bajaba por las escaleras de espiral, llevándolos lo más rápido que podía; mientras corría, Gwen instintivamente hizo el gesto de sujetar a Guwayne, entonces su corazón se rompió una vez más cuando se dio cuenta de que no estaba. Sentía que le faltaba una parte de ella mientras bajaba corriendo las escaleras, oyendo todas las pisadas detrás de ella, bajando los peldaños de dos en dos, todos ellos apresurándose para estar seguros. Gwen oía como los rugidos de los dragones se acercaban, haciendo temblar ya aquel sitio y ella sólo rezaba para que Guwayne estuviera seguro.

Gwen salió del castillo y cruzó corriendo el patio con los demás, todos ellos corriendo hacia la entrada de las mazmorras, en las que ya hacía tiempo que no había ningún prisionero. Algunos de sus soldados se esperaban en las puertas de acero, que daban paso a los escalones que llevaban bajo tierra y, antes de entrar, Gwen se paró y se giró hacia su pueblo.

Ella vio a varias personas todavía corriendo por el patio, gritando de miedo, aturdidos, sin saber a dónde ir.

«¡Venid aquí!», gritó. «¡Venid bajo tierra! ¡Todos vosotros!»

Gwen se hizo a un lado para asegurarse que todos estaban seguros primero y, uno a uno, su gente pasaba corriendo por delante de ella, bajando por las escaleras de piedra hacia la oscuridad.

Las últimas personas que se pararon y quedaron con ella fueron sus hermanos, Kendrick y Reece y Godfrey, junto con Steffen. Los cinco se volvieron y examinaron el cielo juntos, mientras otro rugido demoledor se aproximaba.

La manada de dragones estaba tan cerca ahora que Gwen podía verlos, apenas a varios cientos de metros, con sus grandes alas más grandes que lo que jamás había visto, sus caras llenas de furia. Sus grandes mandíbulas estaban totalmente abiertas, como si estuvieran esperando a destrozarlos y cada uno de sus dientes era tan grande como Gwendolyn.

O sea que, pensó Gwendolyn, esta es la apariencia de la muerte.

Gwen echó una última mirada a su alrededor y vio centenares de sus gentes en sus nuevas casas sobre tierra, negándose a bajar.

«¡Les dije que se pusieran bajo tierra!», gritó Gwen.

«Algunos de los nuestros escucharon», observó Kendrick entristecido, moviendo la cabeza, «pero muchos otros no».

Gwen sintió como se hacía pedazos por dentro. Sabía lo que les pasaría a los que se quedaban sobre tierra. ¿Por qué su gente tenía que ser siempre tan terca?

Y entonces sucedió, el primer fuego de los dragones vino rodando hacia ellos, suficientemente lejos para no quemarlos, pero tan cerca que Gwen podía sentir como el calor abrasaba su cara. Observaba horrorizada como los gritos se alzaban, provenientes de su gente del otro lado del patio que habían decidido esperar sobre tierra, dentro de sus moradas o dentro del fuerte de Tirus. El fuerte de piedra, tan indómito sólo unos momentos antes, estaba ahora ardiendo, saliendo las llamas disparadas de los lados, por delante y por detrás, como si se tratara de una casa de fuego, su piedra chamuscada y quemada en tan sólo un momento. Gwen tragó saliva con dificultad, sabiendo que si hubieran intentado esperar allí fuera en el fuerte estarían todos muertos.

Otros no habían tenido tanta suerte: gritaban, en llamas, y corrían por las calles para acabar desplomándose en el suelo. El terrible olor a carne quemada cortaba el aire.

«Mi señora», dijo Steffen, «debemos bajar. ¡Ahora!»

Gwen no podía soportar marcharse de allí, pero sabía que él tenía razón. Se dejó guiar por los demás, arrastrarse a través de las puertas, por las escaleras,  hacia la oscuridad, mientras una ola de llamas venía rodando hacia ella. Las puertas de acero se cerraron de golpe justo un segundo antes de que las llamas la atraparan y, al oír cómo retumbaban detrás de ella, sintió cómo una puerta se cerraba de golpe en su corazón.




CAPÍTULO DOS


Alistair, llorando, se arrodilló al lado del cuerpo de Erec, agarrándolo con fuerza, con el vestido de boda cubierto por su sangre. Mientras lo abrazaba todo su mundo daba vueltas, sentía como sus últimas fuerzas le estaban abandonando. Erec, acribillado por heridas de puñalada, gemía y ella podía notar por el ritmo de sus pulsaciones que estaba muriendo.

«¡NO!» Alistair protestó, meciéndolo en sus brazos, balanceándolo. Sentía como su corazón se partía en dos mientras lo abrazaba, sentía como si ella misma estuviera muriendo. Este hombre con el que había estado a punto de casarse, que la había mirado con tanto amor sólo unos momentos antes, ahora yacía casi sin vida en sus brazos; apenas podía asumirlo. Había recibido el golpe tan inesperadamente, tan lleno de amor y alegría; lo había cogido desprevenido por su culpa. Por culpa de su estúpido juego, al pedirle que cerrara los ojos mientras ella se aproximaba con su vestido. Alistair se sentía abrumada por la culpabilidad, como si todo fuera culpa suya.

«Alistair», gimió él.

Ella miró hacia abajo y vio sus ojos medio abiertos, vio como se iban apagando, como la fuerza de la vida los iba abandonando.

«Quiero que sepas que esto no es culpa tuya», susurró. «Y quiero que sepas lo mucho que te quiero».

Alistair lloraba, abrazándolo contra su pecho, sintiendo como se iba enfriando. Mientras lo hacía, algo saltó en su interior, algo que sentía la injusticia de todo aquello, algo que se negaba por completo a dejarlo morir.

Alistair de repente sintió un hormigueo que le era familiar, como miles de pinchazos en las puntas de sus dedos, y sintió un sofoco por todo su cuerpo, de la cabeza a los dedos de los pies. Una extraña fuerza se apoderó de ella, algo fuerte y primal, algo que ella no comprendía; se hizo más fuerte que cualquier otra oleada de fuerza que hubiera sentido en su vida, como un espíritu externo apoderándose de su cuerpo. Sentía como sus manos y brazos ardían y refelexivamente alargó las palmas de sus manos y las colocó en el pecho y la frente de Erec.

Alistair las mantuvo allí, sus manos quemando cada vez más, y cerró los ojos. Por su mente pasaban imágenes rápidamente. Veía a Erec de joven, dejando las Islas del Sur, tan orgulloso y noble, de pie en un barco alto; lo veía entrando a la Legión; uniéndose a Los Plateados; en los torneos, llegando a ser un campeón, derrotando a los enemigos, defendiendo el Anillo. Lo veía sentado erguido, con la postura perfecta sobre su caballo, vestido en brillante plata, un modelo de nobleza y coraje. Sabía que no podía dejarlo morir; el mundo no podía permitirse dejarlo morir.

Las manos de Alistair cada vez estaban más calientes. Abrió sus ojos y vio como los de él se cerraban. También vio una luz blanca que emanaba de sus manos, extendiéndose sobre Erec; lo vio infundido en ella, rodeado por una esfera. Mientras miraba, veía como sus heridas filtraban la sangre, empezando a cerrarse lentamente.

Los ojos de Erec se abrieron repentinamente, llenos de luz, y ella sintió como algo cambiaba dentro de él. Su cuerpo, tan frío unos momentos antes, empezaba a calentarse. Sentía como su fuerza vital estaba volviendo.

Erec miró hacia ella, sorprendido y maravillado, y Alistair, a la vez, sentía como su propia energía mermaba, su propia fuerza vital disminuía mientras se la pasaba a él.

Los ojos de él se cerraron y se sumió en un sueño profundo. Las manos de ella de repente se enfriaron. Ella comprobó el pulso de él y sintió como volvía a la normalidad.

Suspiró con gran alivio, sabiendo que lo había reanimado. Sus manos temblaban, agotadas por la experiencia. Ella se sentía exhausta, pero aún así eufórica.

Gracias, Dios, pensaba mientras se inclinaba , apoyando la cara en su pecho y lo abrazaba con lágrimas de alegría. Gracias por no llevarte a mi marido de mi lado.

Alistair dejó de llorar, miró a su alrededor y comprendió la escena: vio la espada de Bowyer allí tirada en la piedra, su empuñadura y su filo cubiertos de sangre. Odiaba a Bowyer con una pasión mayor de la que ella podía concebir y estaba dispuesta a vengar a Erec.

Alistair se acercó a coger la espada sangrienta, sus palmas se cubrieron de sangre al cogerla para examinarla. Estaba dispuesta a tirarla, para ver cómo chocaba con gran estruendo al otro lado de la habitación cuando, de repente, la puerta de la habitación se abrió de golpe.

Alistair se giró, con la espada sangrienta en la mano, y vio a la familia de Erec entrando precipitadamente a la habitación, flanqueados por una docena de soldados. Mientras se acercaban sus expresiones de alarma se volvieron de horror, mientras todos miraban de ella a Erec, inconsciente.

«¿Qué has hecho?» gritó Dauphine.

Alistair la miró, sin entender nada.

«¿Yo?» preguntó. «Yo no he hecho nada».

Dauphine fruncía el ceño mientras se acercaba enfurecida.

«¿Ah, no?» dijo. «¡Sólo has matado a uno de nuestros mejores y más grandes caballeros!»

Alistair la miró fijamente horrorizada y de repente se dio cuenta de que todos la estaban mirando como si fuera una asesina.

Miró hacia abajo y vio la espada sangrienta en su mano, las manchas de sangre en su mano y por todo su vestido y entendió que todos pensaban que lo había hecho.

«¡Pero yo no lo apuñalé!» protestó Alistair.

«¿No?» la acusó Dauphine. «Entonces, ¿la espada apareció en tu mano por arte de magia?»

Alistair miraba por toda la habitación mientras todos se agolpaban alrededor de ella.

«Fue un hombre el que lo hizo. El hombre que lo desafió en el campo de batalla: Bowyer».

Los  otros se miraban entre ellos, escépticos.

«Entonces, ¿así fue?» contestó Dauphine. «¿Y dónde está este hombre?» preguntó, mirando por toda la habitación.

Alistair no vio ni rastro de él y se dio cuenta de que todos pensaban que mentía.

«Huyó», dijo ella. «Después de apuñalarlo».

«Y entonces, ¿cómo fue a parar esta espada sangrienta a tu mano?» contestó Dauphine.

Alistair miró con horror a la espada que tenía en su mano y la arrojó al suelo, haciendo que sonara con estruendo sobre la piedra.

«Pero, ¿por qué iba yo a matar al que iba a ser mi marido?» preguntó.

«Eres una hechizera», dijo Dauphine,acusándola ahora. «No se puede confiar en los de tu especie. ¡Oh, mi hermano!» dijo Dauphine, corriendo rápido al frente, cayendo de rodillas al lado de Erec, interponiéndose entre él y Alistair. Dauphine abrazó a Erec, apretándolo con fuerza.

«¿Qué has hecho?», dijo Dauphine entre lágrimas.

«¡Pero yo soy inocente!» exclamó Alistair.

Dauphine se giró hacia ella con una expresión de odio y después se dirigió a todos los soldados.

«¡Arrestadla!» ordenó.

Alistair sintió unas manos que la agarraban por detrás y, de un tirón, la ponían de pie. No le quedaba energía y no pudo hacer nada para evitar que los guardias le ataran las muñecas a la espalda y empezaran a  arrastrarla. Le importaba poco lo que pudiera pasarle, sin embargo, mientras la arrastraban, no podía soportar la idea de estar lejos de Erec. No ahora, no cuando más la necesitaba. La curación que le había dado era sólo temporal; ella sabía que necesitaría otra sesión y, si no la tenía, moriría.

«¡NO!» gritó. «¡Soltadme!»

Pero sus gritos cayeron en oídos sordos mientras la arrastraban, encadenada, como si fuera otro prisionero cualquiera.




CAPÍTULO TRES


Thor se cubrió los ojos con las manos, ciego por la luz, mientras las brillanes puertas doradas del castillo de su madre se abrían de par en par, tan intensa que apenas podía ver. Una figura se acercó a él, una silueta, una mujer que el sentía, en cada tejido de su ser, que era su madre. El corazón de Thor palpitaba cuando la vio allí de pie, con los brazos a los lados, frente a él.

Poco a poco la luz empezó a apagarse, lo suficiente para poder bajar sus manos y mirarla. Era el momento que había esperado toda su vida, el momento que lo había perseguido en sueños. No podía creerlo: era ella de verdad. Su madre. Dentro de este castillo, encaramado en este acantilado. Thor abrió los ojos por completo y los fijó en ella por primera vez, allí de pie, a unos cuantos metros de distancia, mirándolo también. Por primera vez, vio su cara.

La respiración de Thor quedó atrapada en su garganta mientras miraba a la mujer más hermosa que nunca había visto. Parecía atemporal, mayor y joven a la vez, su piel casi translúcida, su cara brillante. Ella le sonrió dulcemente, su largo cabello rubio cayendo por debajo de su barriga, sus grandes ojos grises translúcidos y brillantes, su mejilla perfectamente esculpida y la línea de su mandíbula igual que la suya propia. Lo que más sorprendía a Thor mientras la miraba era que podía reconocer muchos de sus propios rasgos en su cara: la curva de su mandíbula, sus labios, la sombra de sus ojos grises, incluso su orgullosa frente. En algunos aspectos, era como mirarse a sí mismo. También se parecía notablemente a Alistair.

La madre de Thor, vestida con túnica y capa de seda blanca, con la capucha hacia atrás, estaba de pie con las manos a los lados, sin joyas, las manos suaves, la piel como la de un bebé. Thor podía sentir la intensa energía que rezumaba de ella, más intensa de lo que él nunca había sentido, como el sol, envolviéndolo. Mientras estaba allí disfrutando de ello, sentía olas de amor que se dirigían hacia él. Nunca había sentido un amor y una aceptación tan incondicionales. Se sentía como en casa.

Estando aquí, delante de ella, Thor sentía como si finalmente una parte de él estuviera completa, como si todo estuviera bien en el mundo.

«Thorgrin, hijo mío», dijo ella.

Era la voz más bonita que jamás había escuchado, suave, retumbando en las antiguas paredes de piedra del castillo, sonando como si hubiera descendido del mismo cielo. Thor estaba allí conmocionado, sin saber qué hacer o decir. ¿Todo esto era real? Se preguntó por un momento si todo era otra creación de la Tierra de los Druidas, otro sueño más, o su mente le estaba jugando malas pasadas. Él había deseado abrazar a su madre desde que tenía uso de razón y dio un paso hacia adelante decidido a saber si ella era una aparición.

Thor se acercó para abrazarla temiendo que su abrazo abarcara sólo aire o que todo esto fuera sólo una ilusión. Pero mientras Thor se acercaba notaba que sus brazos la envolvían, sentía como abrazaba a una persona real y sentía como ella lo abrazaba. Era la sensación más increíble del mundo.

Ella lo abrazó fuerte y Thor estaba eufórico de saber que ella era real. Que todo esto era real. Que él tenía una madre, que realmente existía, que estaba allí en persona, en esta tierra de ilusión y fantasía y que a ella realmente le importaba.

Después de un buen rato se apartaron el uno del otro y Thor, con lágrimas en los ojos, la miró y vio que también había lágrimas en sus ojos.

«Estoy muy orgullosa de ti, hijo mío», dijo.

Él la miró, sin saber qué decir.

«Has completado tu viaje», añadió. «Mereces estar aquí. Te has convertido en el hombre que siempre supe que serías».

Thor la miró, fijándose en todos sus rasgos, todavía sorprendido por el hecho de que existiera y preguntándose qué podía decir. Toda su vida había tenido muchas preguntas para ella; y aún así, ahora que la tenía delante, no se le ocurría nada. No estaba seguro ni por dónde empezar.

«Ven conmigo», le dijo, girándose, «y te enseñaré este sitio, este sitio donde tú naciste».

Ella sonrió y extendió su mano y Thor se la agarró.

Entraron uno al lado del otro al castillo, su madre mostrándole el camino, la luz rezumaba de ella y rebotaba en las paredes. Thor lo contemplaba todo maravillado: era el lugar más resplandeciente que jamás había visto, sus paredes hechas de oro reluciente, todo brillante, perfecto, surreal. Se sentía como si hubiera venido a un castillo mágico en el cielo.

Pasaron por un largo pasillo con altos techos arqueados, la luz rebotando por todas partes. Thor miró hacia abajo y vio que el suelo estaba recubierto de diamantes, suaves, brillando como un millón de puntos de luz.

«¿Por qué me abandonaste?» preguntó de repente Thor.

Estas eran las primeras palabras que Thor decía y le sorprendieron incluso a él. De todas las cosas que le quería preguntar esta fue, por alguna razón, la que salió primero y se sintió avergonzado y apenado de no tener nada más bonito que decir. No era su intención haber sido tan brusco.

Pero la sonrisa compasiva de su madre no desfalleció. Ella andaba a su lado, mirándolo con amor puro y él pudo sentir tal amor y aceptación por su parte, podía sentir que no lo juzgaba, dijera lo que dijera.

«Tienes razón de estar enfadado conmigo», dijo ella. “Necesito pedirte perdón. Tú y tu hermana significáis para mi más que nada en el mundo. Yo os quería criar aquí, pero no pude. Porque los dos sois especiales. Los dos».

Giraron hacia otro pasillo y su madre se paró y se giró hacia Thor.

«Tú no eres un simple Druida, Thorgrin, ni un simple guerrero. Eres el mayor guerrero que nunca ha existido, o existirá y el mayor Druida también. El tuyo es un destino especial; tu vida debe ser más grande, mucho más grande que este sitio. Son una vida y un destino que deben compartirse con el mundo. Ésta es la razón por la que te dejé ir. Debía dejarte salir al mundo, para que te convirtieras en el hombre que eres, para que tuvieras las experiencias que has tenido y para que aprendieras a convertirte en el guerrero que debías ser».

Ella respiró profundamente.

«Sabes, Thorgrin, no es el retiro y el privilegio lo que hace a un guerrero, sino el esfuerzo y el trabajo, el sufrimiento y el dolor. Sobre todo el dolor. Me mataba verte sufrir y, sin embargo, paradójicamente, aquello era lo que más necesitabas para convertirte en el hombre en el que te has convertido. ¿Comprendes, Thorgrin?»

Por primera vez en su vida, Thor lo comprendió. Por primera vez todo tenía sentido. Pensó en todo el sufrimiento con el que se había encontrado en su vida: haberse criado sin una madre, tratado como el lacayo de sus hermanos por un padre que lo odiaba, en un pequeño pueblo asfixiante, visto por todos como un cero a la izquierda. Su educación había sido una larga cadena de ultrajes.

Pero ahora empezaba a ver que lo necesitaba; que todo aquel esfuerzo y tribulación eran necesarios.

«Todo tu trabajo, tu independencia, tu lucha por encontrar tu camino», añadió su madre, «fueron mi regalo para ti. Fue mi regalo para hacerte más fuerte».

Un regalo, pensó Thorgrin para sí mismo. Nunca antes lo había visto así. En su momento, parecía lo más alejado a un regalo, sin embargo ahora, mirando hacia atrás, supo que era exactamente eso. Mientras decía estas palabras, él se daba cuenta de que ella tenía razón. Toda la adversidad que se había encontrado en su vida había sido un regalo, que lo había ayudado a moldearse en lo que se había convertido.

Su madre se giró y continuaron andando uno al lado del otro por el castillo, y la mente de Thor daba vueltas a un millón de preguntas que hacerle.

«¿Eres real?» preguntó Thor.

Una vez más se avergonzó de ser tan brusco y, una vez más, se encontró a sí mismo haciendo una pregunta que no esperaba. Sin embargo, sentía un fuerte deseo de saberlo.

«¿Este lugar es real?» añadió Thor. «¿O es sólo una ilusión, un producto de mi propia imaginación, como el resto de esta tierra?»

Su madre le sonrió.

«Soy tan real como tú», le respondió.

Thor asintió, seguro de la respuesta.

«Tienes razón en que la Tierra de los Druidas es una tierra de ilusión, una tierra mágica dentro de ti mismo», añadió. «Yo soy muy real pero a la vez, como tú, soy un Druida. Los Druidas no estamos tan atados a lugares físicos como lo están los humanos. Lo que significa que una parte de mi vive aquí, mientras una parte de mí vive en otro lugar. Éste es el motivo por el que siempre estoy contigo, incluso aunque no me puedas ver. Los Druidas estamos en todas partes y en ningún sitio a la vez. Estamos con un pie en dos mundos diferentes, en los que los demás no están».

«Como Argon», respondió Thor, recordando la mirada distante de Argon, cómo a veces aparecía y desaparecía, cómo estaba en todas partes y en ningún sitio a la vez.

Ella asintió.

«Sí», ella contestó. «Igual que mi hermano».

Thor la miró boquiabierto, sobresaltado.

«¿Tu hermano?» repitió.

Ella asintió.

«Argon es tu tío», dijo ella. «Te quiere mucho. Siempre lo ha hecho. Y a Alistair también».

Thor, abrumado, reflexionaba sobre todo aquello.

Su ceño se fruncía mientras pensaba en algo.

«Pero para mí es diferente», dijo Thor. «Yo no siento igual que tú. Yo siento más apego a los lugares que tú. Yo no puedo viajar a otros mundos tan libremente como Argon».

«Eso se debe a que eres medio humano», le contestó ella.

Thor pensó en aquello.

«Yo estoy aquí ahora, en este castillo, en mi hogar», dijo él. «Éste es mi hogar, ¿verdad?»

«Sí», respondió ella. «Lo es. Tu verdadero hogar. Igual que cualquier otro hogar que tengas en el mundo. Aún así, los Druidas no estamos tan apegados al concepto de hogar».

«Así pues, si yo quisiera quedarme aquí, a vivir aquí, ¿podría hacerlo?», preguntó Thor.

Su madre negó con la cabeza.

«No», dijo ella. «Porque tu tiempo aquí, en la Tierra de los Druidas, es finito. Tu llegada aquí estaba en tu destino, aún así sólo puedes visitar la Tierra de los Druidas una vez. Cuando te marches, no podrás regresar nunca. Este lugar, este castillo, todo lo que ves y conoces aquí, este sitio de tus sueños, que has visto durante muchos años, todo desaparecerá. Como un río que no se puede pisar dos veces».

«¿Y tú?» preguntó de repente Thor asustado.

Su madre negó con la cabeza dulcemente.

«No volverás a verme nunca tampoco. De esta manera. Pero siempre estaré contigo».

Thor estaba cabizbajo con ese pensamiento.

«Pero no lo entiendo», dijo Thor. «Al fin te encontré. Al fin encontré este sitio, mi hogar. ¿Y ahora me dices que es sólo por esta vez?»

Su madre suspiró.

«El hogar del guerrero está allí fuera en el mundo», dijo ella. «Es tu deber estar ahí fuera, para ayudar a los demás, para defender a los demás y para ser siempre mejor guerrero. Siempre puedes ser mejor. Los guerreros no deben estar en un solo sitio, especialmente un guerrero con un gran destino como el tuyo. Te encontrarás con grandes cosas en tu vida: grandes castillos, grandes ciudades, grandes pueblos. Aún así no debes aferrarte a nada. La vida es una gran corriente, y debes dejar que te lleve a dónde quiera».

Thor frunció el ceño, intentando comprenderlo. Era demasiado para poder asumirlo de golpe.

«Siempre pensé que, una vez te encontrara, mi más grande búsqueda se acabaría».

Ella le sonrió.

«Esa es la naturaleza de la vida», contestó ella. «Nos conceden grandes búsquedas, o las escogemos para nosotros y partimos para conseguirlas. Nunca creemos de verdad que podamos conseguirlas y, aún así, de alguna manera, lo hacemos. Una vez hecho, una vez se ha completado una búsqueda, de alguna manera esperamos que nuestras vidas han llegado a su fin. Pero nuestras vidas no han hecho más que empezar. Escalar una cima es una gran  hazaña por sí misma pero, aún así, te lleva a otra cima más grande. Completar una búsqueda te embarca en otra búsqueda más grande».

Thor la miró sorprendido.

«Así es», dijo ella, leyéndole la mente. «Encontrarme a mí te llevará a otra búsqueda más grande».

«¿Qué otra búsqueda puede haber?» preguntó Thor. «¿Qué puede ser más grande que encontrarte a ti?»

Ella le sonrió, con los ojos llenos de sabiduría.

«No puedes ni imaginarte las búsquedas que te esperan», dijo ella. «Algunas personas vienen a esta vida con una única búsqueda. Algunas personas con ninguna. Pero tú, Thorgrin, has nacido con un destino de doce búsquedas».

«¿Doce?» repitió Thor con estupor.

Ella asintió.

«La Espada del Destino era una. La completaste maravillosamente. Encontrarme a mí fue otra. Has completado las dos. Te quedan diez más, diez búsquedas incluso más grandes que estas dos».

«¿Diez más?» preguntó él. «¿Más grandes? ¿Cómo es posible?»

«Déjame que te lo muestre», dijo ella, mientras se colocaba a su lado y lo rodeaba con su brazo, guiándolo gentilmente pasillo abajo. Lo guió a través de una puerta de brillantes zafiros que conducía a una habitación hecha completamente de relucientes zafiros verdes.

La madre de Thor lo condujo a través de la habitación hacia una enorme ventana arqueada hecha de cristal. Thor estaba de pie junto a ella, colocó una mano en el cristal, sintiendo que necesitaba hacerlo, y mientras lo hacía, los dos cristales se abrieron suavemente.

Thor miró hacia el océano, un majestuoso panorama desde aquí, cubierto por una cegadora neblina, una blanca luz que rebotaba por todas partes, haciendo que pareciera que estaban encaramados en el mismo cielo.

«Mira hacia fuera», dijo ella. «Dime lo que ves».

Thor miró hacia fuera y, al pricipio, no vio nada, aparte del océano y la blanca neblina. Sin embargo, la neblina pronto se volvió más brillante, el océano empezó a desaparecer y empezaron a pasar imágenes rápidamente por delante de él.

Lo primero que vio Thor fue a su hijo, Guwayne, flotando en una pequeña barca en el mar.

El corazón de Thor se aceleró preso por el pánico.

«Guwayne», dijo. «¿Es eso cierto?»

«Ahora mismo está perdido en el mar», dijo ella. «Te necesita. Encontrarlo será una de las grandes búsquedas de tu vida».

Mientras Thor observaba a Guwayne flotando, sintió el impulso de dejar inmediatamente aquel lugar para salir corriendo hacia el océano.

«¡Debo irme con él, ahora!»

Su madre puso la mano en su muñeca para calmarlo.

«Mira lo que te queda por ver», dijo ella.

Thor miró hacia fuera y vio a Gwendolyn y su pueblo; sentados acurrucados en una isla de rocas preparados para soportar una bandada de dragones que descendía del cielo, cubriéndolos. Vio una pared de llamas, cuerpos ardiendo, gente chillando de agonía.

El corazón de Thor palpitaba con prisa.

«Gwendolyn»,” gritó Thor. «Debo ir donde está ella».

Su madre asintió.

«Te necesita, Thorgrin. Todos ellos te necesitan, y también necesitan un nuevo hogar».

Mientras Thor continuaba observando, vio como el paisaje se transformaba y vio como el Anillo entero estaba devastado, un paisaje ennegrecido, el millón de hombres de Rómulo cubriendo cada centímetro del mismo.

«El Anillo», dijo horrorizado. «Ya no existe».

Thor sintió un ardiente deseo de salir corriendo de allí y rescatarlos a todos ellos ahora mismo.

Su madre cerró la ventana, él se volvió y la miró.

«Estas son sólo algunas de las búsquedas que te esperan», dijo ella. «Tu hijo te necesita, Gwendolyn te necesita, tu pueblo te necesita y, más allá de eso, tendrás que prepararte para el día en que seas Rey».

Thor abrió los ojos sorprendido.

«¿Yo? ¿Rey?»

Su madre asintió.

«Es tu destino, Thorgrin. Eres la última esperanza. Eres tú quién debe ser Rey de los Druidas».

«¿Rey de los Druidas?», preguntó, intentando entenderlo. «Pero…no lo entiendo. Yo pensaba que estaba en la Tierra de los Druidas».

«Los Druidas ya no viven aquí», explicó su madre. «Somos una nación en el exilio. Ahora viven en un reino lejano, en las lejanas lindes del Imperio y corren un grave peligro. Tu destino es convertirte en su Rey. Te necesitan y tú los necesitas a ellos. Colectivamente, necesitaremos tu poder para luchar contra el más gran poder conocido por nosotros. Una amenaza mucho más grande que los dragones».

Thor la miró pensativo.

«Estoy muy confundido, Madre», admitió.

«Esto se debe a que tu entrenamiento no está completo. Has avanzado mucho, pero no has empezado todavía a alcanzar los niveles que necesitarás para ser un gran guerrero. Conocerás nuevos profesores poderosos que te guiarán, que te llevarán a niveles más altos de lo que puedas imaginarte. Todavía no has empezado a ver al guerrero en el que te convertirás».

«Y necesitarás todo su entrenamiento», continuó ella. «Te encontrarás con imperios monstruosos, reinos más grandes que cualquiera  que hayas visto jamás. Te encontrarás con tiranos salvajes, que harán que Andrónico te parezca nada».

Su madre lo examinó con los ojos llenos de sabiduría y compasión.

«La vida siempre es más grande de lo que imaginas, Thorgrin», continuó. «Siempre más grande. El Anillo, bajo tu perspectiva, es un gran reino, el centro del mundo. Pero es un reino pequeño comparado con el resto del mundo; no es más que una mota dentro del Imperio. Existen mundos, Thorgrin, más allá de lo que puedas imaginar, más grandes de lo que jamás hayas visto. Todavía no has empezado a vivir». Hizo una pausa. «Necesitarás esto».

Thor miró hacia abajo al notar algo en su muñeca y vio cómo su madre le abrochaba un brazalete de varios centímetros de anchura, que le cubría medio antebrazo. Era de oro brillante, con un único diamante negro en el centro. Era la cosa más bonita y más poderosa que jamás había visto y, colocado allí en su muñeca, sentía como su poder vibraba y se le infundía en él.

«Mientras lo lleves puesto», dijo ella, «ningún hombre nacido de mujer podrá hacerte daño».

Thor la miró y en su mente pasaban rápidamente las imágenes que había visto más allá de las ventanas de cristal y sintió de nuevo la urgencia por Guwayne, de salvar a Gwendolyn, de salvar a su pueblo.

Pero una parte de él no quería irse de aquí, de este lugar de sus sueños al que nunca podría volver, no quería dejar a su madre.

Examinó su brazalete, sintiendo como su poder lo inundaba. Sentía como si llevara un pedazo de su madre.

«¿Ésta es la razón por la que teníamos que encontrarnos?» preguntó Thor. «¿Para que pudiera recibir esto?»

Ella asintió.

«Y más importante aún», dijo ella, «para recibir mi amor. Como guerrero, tendrás que aprender a odiar. Pero es igual de importante que aprendas a amar. El amor es la más fuerte de las dos fuerzas. El odio puede matar a un hombre, pero el amor lo puede levantar y se necesita más poder para sanar que para matar. Debes conocer el odio, pero también debes conocer el amor y debes saber cuando elegir a cada uno de ellos. Debes aprender no sólo a amar, sino también a permitirte recibir amor. Igual que necesitamos nuestras comidas necesitamos el amor. Debes saber lo mucho que te quiero. Lo mucho que te acepto. Lo orgullosa que estoy de ti. Debes saber que siempre estoy contigo. Y debes saber que nos volveremos a encontrar. Mientras tanto, deja que todo mi amor te lleve. Y más importante, permítete quererte y aceptarte».

La madre de Thor se adelantó y lo abrazó y él la abrazó a ella. Era una sensación tan buena tenerla entre los brazos, saber que tenía una madre, una madre de verdad, que existía en el mundo. Mientras la abrazaba, se sentía lleno de amor, y eso le hacía sentirse apoyado, nacido de nuevo, preparado para enfrentarse a todo.

Thor se hizo para atrás y la miró a los ojos. Eran sus ojos, ojos grises, destelleantes.

Ella posó sus manos en su cabeza, se inclinó y le besó la frente. Thor cerró los ojos y deseó que el momento nunca acabara.

Thor, de repente, sintió una fresca brisa en sus brazos, oyó el sonido de olas chocando, sintió el aire húmedo del océano. Abrió los ojos y miró alrededor sorprendido.

Para su sorpresa, su madre había desaparecido. El castillo había desaparecido. El acantilado había desaparecido. Miró a su alrededor y vio que estaba en una playa, la playa escarlata que está a la entrada de la Tierra de los Druidas. De alguna manera había salido de la Tierra de los Druidas. Y estaba completamente solo.

Su madre se había esfumado.

Thor miró a su muñeca, a su nuevo brazalete de oro con el diamante negro en el centro, y se sintió transformado. Sintió que su madre estaba con él, sintió su amor, se sintió capaz de conquistar el mundo. Se sintió más fuerte de lo que jamás se había sentido. Se sintió preparado para dirigirse a la batalla contra cualquier enemigo, salvar a su esposa, a su hijo.

Al oír un ronroneo Thor dio un vistazo a su alrededor y se alegró de ver a Mycoples sentado no muy lejos, levantando lentamente sus grandes alas. Ella ronroneó y se dirigió hacia él y Thor sintió que Mycoples estaba preparada también.

Mientras se aproximaba Thor miró hacia abajo y se sorprendió de ver algo posado en la playa, que había estado oculto tras ella. Era blanco, grande y redondo. Thor lo miró de cerca y vio que era un huevo.

El huevo de un dragón.

Mycoples miró hacia Thor y Thor la miró a ella, sorprendido. Mycoples miró de nuevo al huevo con tristeza, sin querer abandonarlo pero sabiendo que tenía que hacerlo. Thor miró al huevo maravillado y preguntándose qué clase de dragón saldría de Mycoples y Ralibar. Sintió que sería el dragón más grande que un humano haya conocido nunca.

Thor se montó encima de Mycoples y ambos se giraron para mirar por última vez durante un largo rato la Tierra de los Druidas, este misterioso lugar que había acogido a Thor y lo había expulsado. Era un lugar al que Thor temía, un lugar que nunca entendería del todo.

Thor se giró y miró hacia el gran oceáno que estaba enfrente de ellos.

«Es tiempo de guerra, amigo mío», ordenó Thor con voz retumbante, segura, la voz de un hombre, de un guerrero, de un futuro Rey.

Mycoples chilló, levantó sus grandes alas y los dos se elevaron hacia el cielo, por encima del océano, lejos de este mundo, con dirección hacia Guwayne, Gwendolyn, Rómulo, sus dragones y la batalla de su vida, para Thor.




CAPÍTULO CUATRO


Rómulo estaba en la proa de su barco, el primero de la flota, miles de barcos del Imperio a su espalda y miraba hacia el horizonte con gran satisfacción. Por encima volaba su manada de dragones, llenando el aire con sus chillidos, luchando contra Ralibar. Rómulo se agarraba a la barandilla mientras miraba, clavando sus largas uñas en ella, cogiéndo la madera con fuerza mientras observaba como sus bestias atacaban a Ralibar y lo hundían en el océano, una y otra vez, inmovilizándolo bajo el agua.

Rómulo gritó de alegría y apretó tan fuerte la barandilla que se hizo pedazos mientras observaba como sus dragones salían disparados del mar, victoriosos, sin rastro de Ralibar. Rómulo levantó las manos por encima de su cabeza y se inclinó hacia adelante, sintiendo un ardiente poder en sus palmas.

«Adelante, mis dragones», susurró, con los ojos brillantes. «Adelante».

Tan pronto pronunció las palabras los dragones se giraron y fijaron su mirada en las Islas Superiores; se apresuraron, chillando, levantando sus alas. Rómulo sintió que los controlaba, se sentía invencible, capaz de controlar cualquier cosa en el universo. Después de todo, todavía era su luna. Pronto se agotaría su tiempo de poder, pero por el momento nada podía detenerlo.

Los ojos de Rómulo se iluminaron al ver a sus dragones dirigirse a las Islas Superiores, veía en la distancia a hombres, mujeres y niños corriendo y gritando desde su camino. Miraba con placer como las llamas arrasaban con todo, mientras la gente se quemaba viva y como la isla entera se levantaba en una enorme bola de llamas y destrucción. Él saboreaba el observar como era destruida, de la misma manera que había visto como el Anillo se destruía.

Gwendolyn había conseguido escapar de él, pero esta vez no había a dónde ir. Por fin, el último de los MacGils sería aniquilado bajo su mano para siempre. Por fin, no quedaría un solo rincón en el universo que no estuviera subyugado a él.

Rómulo se giró y miró por encima de su hombro a sus miles de barcos, su inmensa flota que llenaba el horizonte. Respiró profundamente y se inclinó hacia atrás, levantando su rostro hacia los cielos, levantando las manos a los lados y lanzó un grito de victoria.




CAPÍTULO CINCO


Gwendolyn estaba en la cavernosa bodega de piedra bajo tierra, amontonada con docenas de personas de su pueblo y escuchando el terremoto y el fuego encima de ella. Su cuerpo se encogía con cada ruido. La tierra temblaba tanto en ocasiones que los hacía tambalearse y caer, mientras fuera, enormes trozos de escombro golpeaban el suelo, haciendo las veces de juguetes para los dragones. El sonido retumbante y resonante era un eco sin fin en las orejas de Gwen, sonando como si el mundo entero estuviera siendo destruido.

La temperatura se volvía cada vez más y más intensa bajo tierra ya que los dragones respiraban por las puertas de acero de arriba, una y otra vez, como si supieran que estaban allá abajo escondidos. Por fortuna, el acero no dejaba pasar las llamas, pero aún así se colaba por ahí humo negro, dificultando la respiración y provocándoles a todos ataques de tos.

Entonces se oyó un terrible sonido de piedra golpeando el acero y Gwen observó como las puertas de acero encima suyo se doblaban y temblaban, prácticamente cediendo. Claramente los dragones sabían que estaban allá abajo y estaban haciendo lo posible para entrar.

«¿Cuánto tiempo aguantarán las puertas?» Gwen preguntó a Matus, que estaba por allí cerca.

«No lo sé», respondió Matus. «Mi padre construyó esta bodega subterránea para resistir el ataque de los enemigos, no de los dragones. No creo que aguanten mucho».

Gwendolyn sintió como la muerte se cernía sobre ella mientras la temperatura de la habitación iba subiendo cada vez más y sentía como si estuviera sobre una tierra chamuscada. Era difícil ver debido al humo y el suelo temblaba mientras los escombros golpeaban una y otra vez por encima de ellos, pequeños trozos de roca y polvo desmenuzándose encima de sus cabezas.

Gwen miró las caras aterrorizadas de todos los que estaban en la habitación y no podía evitar preguntarse si, resguárdandose allá abajo, se habían condenado ellos mismos a una muerte lenta y dolorosa. Empezaba a preguntarse si quizás los que acababan de morir allá arriba eran realmente los afortunados.

De repente vino una pausa, pues los dragones se marcharon volando a algún otro lugar. Gwen estaba sorprendida y se preguntaba qué estaban haciendo cuando, segundos más tarde, oyó un tremendo estruendo de rocas y la tierra tembló tanto que todos los que estaban en la habitación cayeron al suelo. El estruendo había sido lejano y fue seguido por dos temblores, como un desprendimiento de rocas.

«El fuerte de Tirus», dijo Kendrick, apareciendo a su lado. «Lo deben haber destruido».

Gwen miró hacia el techo y se dio cuenta de que probablemente tenía razón. ¿Qué otra cosa podía provocar tal avalancha de roca? Estaba claro que los dragones estaban furiosos, decididos a destruir todo lo que había en esta isla. Ella sabía que sólo era cuestión de tiempo que también irrumpieran en esta cámara.

Durante la repentina tregua, Gwen se sorprendió al oír el sonido estridente del lloro de un bebé que cortaba el aire. El sonido la perforaba como un cuchillo en el pecho. No podía evitar pensar inmediatamente en Guwayne y mientras el lloro, en algún lugar sobre tierra, incrementaba, una parte de ella, todavía turbada, se convencía de que era en efecto Guwayne el que estaba allá arriba, llamándola a ella. Racionalmente, sabía que era imposible; su hijo estaba en el océano, lejos de aquí. Y aún así, su corazón suplicaba que así fuera.

«¡Mi bebé!» gritó Gwen. «Está allá arriba. ¡Debo salvarlo!»

Gwen salió corriendo hacia las escaleras cuando de repente notó una fuerte mano en la suya.

Al girarse vio a su hermano Reece reteniéndola.

«Mi señora», dijo él. «Guwayne está lejos de aquí. Este es el lloro de otro bebé».

Gwen deseaba que eso no fuera cierto.

«Sigue siendo un bebé», dijo ella. «Está solo allá arriba. No puedo dejarlo morir».

«Si sube allá arriba», dijo Kendrick, dando un paso adelante, tosiendo por el hollín, «tendremos que cerrar las puertas detrás de usted y estará sola allá arriba. Morirá allá arriba».

Gwen no pensaba con claridad. En su mente había un bebé vivo allá arriba, solo, y ella sabía, por encima de todo, que debía salvarlo, a cualquier precio.

Gwen se soltó de la mano de Reece y salió corriendo hacia las escaleras. Las subía de tres en tres y, antes de que nadie pudiera detenerla, retiró la vara de metal que atrancaba las puertas y, apoyándose en su hombro, las empujaba con toda su fuerza mientras levantaba las manos.

Gwen lloraba de dolor mientras lo hacía, el metal estaba tan caliente que le quemaba las manos y enseguida las retiró; sin inmutarse, se cubrió las manos con las mangas y empujó las puertas hacia arriba hasta abrirlas.

Gwendolyn tosió con fuerza al salir repentinamente a la luz del día, nubes de humo negro se colaban de bajo tierra con ella. Mientras subía a la superficie con torpeza, cerraba los ojos por la luz, entonces miró a su alrededor, protegiéndose los ojos con las manos y se sorprendió al ver una enorme ola de destrucción. Todo lo que instantes antes allí se erigía estaba ahora arrasado, reducido a montones de humo y escombros chamuscados.

Los lloros del bebé volvieron, más intensos allá arriba y Gwen miró a su alrededor, esperando a que las negras nubes de humo desaparecieran; mientras lo hacía, vio a lo lejos en el patio un bebé en el suelo, envuelto con una sábana. Allí cerca, vio a sus padres tumbados en el suelo, quemados vivos, ahora muertos. De alguna manera, el bebé había sobrevivido. Quizás, pensó Gwen con una aguda tristeza, la madre ha muerto protegiéndolo de las llamas.

De repente, Kendrick, Reece, Godfrey y Steffen aparecieron a su lado.

«¡Mi señora, debe regresar ahora mismo!» le suplicó Steffen. «¡Morirá aquí arriba!»

«El bebé», dijo Gwen. «Debo salvarlo».

«No puede», insistió Godfrey. «¡No regresaría con vida!»

A Gwen ya no le importaba. Su mente estaba vencida por un propósito, como una ráfaga, y lo único que veía, lo único que podía pensar era en el niño. Se olvidó del resto del mundo y sabía que necesitaba salvarlo tanto como respirar.

Los demás intentaron detenerla, pero Gwen no se dejó intimidar; se deshizo de ellos y salió corriendo hacia el bebé.

Gwen corría con todas sus fuerzas, su corazón retumbaba en su pecho mientras corría a través de los escombros, a través de nubes de ondeante humo negro, rodeada de llamas. El humo negro hacía de escudo sin embargo y, afortunadamente para ella, los dragones no la podían ver todavía. Atravesó el patio corriendo, a través de las nubes, viendo sólo al bebé, escuchando sólo su llanto.

Corrió y corrió, sus pulmones a punto de estallar, hasta que por fin lo alcanzó. Se agachó, cogió al bebé e inmediatamente examinó su cara, una parte de ella deseando que fuera Guwayne.

Se entristeció al ver que no era él; era una niña. Tenía unos hermosos y grandes ojos azules llenos de lágrimas pues estaba gritando y temblando, con los puños cerrados. Aún así, Gwen se alegraba de sostener a otro bebé, sintiendo como si de alguna manera estuviera enmendando el haber enviado a Guwayne. Y, después de una rápida mirada a los destelleantes ojos de la bebé, vio que era hermosa.

Las nubes de humo se elevaron y Gwendolyn de repente se encontró expuesta al fondo del patio, con la bebé llorando en brazos. Miró hacia arriba y vio, apenas a unos metros de distancia, una docena de feroces dragones, con enormes ojos brillantes, girándose y mirándola. Tenían la mirada puesta en ella, llena de  placer y furia, y ella vio que se disponían a matarla.

Los dragones se lanzaron al aire, agitando sus grandes alas, enormes desde tan cerca, dirigiéndose hacia ella. Gwen se preparó, sujetando al bebé, sabiendo que no podría volver a tiempo.

De repente, hubo un sonido de espadas desenfundadas y, al volverse, Gwen vio a sus hermanso Reece, Kendrick y Godfrey junto a Steffen, Brandt, Atme y todos los miembros de la Legión a su lado, todos empuñando espadas y escudos, todos corriendo a protegerla. Formaron un círculo a su alrededor, sujetando sus escudos al cielo y preparándose para morir con ella. Gwen estaba conmovida e inspirada por su valentía.

Los dragones avanzaban hacia ellos, abriendo sus inmensas mandíbulas y ellos se preparaban para resistir la inevitable llamarada que los mataría a todos. Gwen cerró los ojos y vio a su padre, vio a todo aquél que había sido importante en su vida y se preparó para encontrarse con ellos.

De repente, se oyó un grito espantoso y Gwen se encogió de miedo, sabiendo que ese era el primer ataque.

Pero entonces se dio cuenta de que era un chillido diferente, uno que ella reconocía: el chillido de un viejo amigo.

Gwen miró hacia el cielo detrás de ella y se sintió salvada al reconocer a un dragón solitario corriendo a toda velocidad por el cielo, apresurándose a combatir con los que se estaban acercando a ella. Se alegró incluso más de ver, en su lomo, al hombre que más quería en el mundo:

Thorgrin.

Él había vuelto.




CAPÍTULO SEIS


Thor montaba a lomos de Mycoples, las nubes azotándole la cara, iban tan rápido que apenas podía respirar, mientras se apresuraban hacia la manada de dragones y se preparaban para luchar. El brazalete de Thor vibraba en su muñeca y el sentía que su madre le había infundido un nuevo poder que apenas podía entender; era como si hubiera poco sentido del espacio y el tiempo. Thor apenas había pensado en regresar, apenas se habían elevado de las orillas de la Tierra de los Druidas, cuando se repente se encontró allí, por encima de las Islas Superiores, apresurándose hacia el nido de los dragones. Thor sentía como si se hubiera transportado allí por arte de magia, como si hubieran viajado a través de un agujero en el tiempo o el espacio, como si su madre los hubiera lanzado allí, les hubiera permitido conseguir lo imposible, volar más rápido y más lejos de lo que jamás había hecho. Ella sintió que su madre lo despedía con un don para la velocidad.

Mientras Thor miraba a través de la cubierta de nubes, los inmensos dragones aparecieron delante de su vista, rodeando las Islas Superiores, bajando en picado y preparándose para escupir fuego. Thor miró hacia abajo y su corazón se le encogió al ver que la isla había quedado sumergida bajo las llamas, totalmente arrasada. Se preguntaba atemorizado si alguien había conseguido sobrevivir; no veía de qué manera. ¿Llegaba tarde?

Sin embargo, mientras Mycoples descendía, se acercaba más, los ojos de Thor se centraron en una única persona, que lo atraía como un imán al distinguirla de entre el caos: Gwendolyn.

Allí estaba, su futura esposa, de pie en el patio, con orgullo, sin miedo, sujetando a un bebé, rodeada por todos los que Thor amaba, todos ellos en círculo alrededor de ella y levantando sus escudos al cielo mientras los dragones descendían para atacar. Thor vio horrorizado como los dragones abrían sus grandes mandíbulas y se disponían a lanzar unas llamas que Thor sabía que, en un solo instante, arrasarían a Gwendolyn y a todos los que él amaba.

“¡DESCIENDE!” gritó Thor a Mycoples.

Mycoples no neceitaba más aliento: descendió más rápido de lo que Thor podía imaginar, tan rápido que él casi no podía respirar y se agarró desesperadamente mientras lo hacía, prácticamente del revés. En unos instantes alcanzó a los tres dragones que estaban a punto de atacar a Gwendolyn y con un gran rugido, su mandíbula se abrió por completo, con las garras por delante, Mycoples atacó a las bestias, que estaban desprevenidas.

Mycoples impactó contra los dragones, llevada por su impulso hacia abajo, aterrizando en sus espaldas, clavando las uñas a uno y mordiendo al otro y golpeando fuertemente al tercero con sus alas. Los paró justo antes de que lanzaran fuego, estampándolos de cara al suelo.

Los tres colisionaron juntos contra el suelo y se formó un gran ruido y nubes de polvo cuando Mycoples hundió sus caras bajo tierra hasta que habían penetrado tanto que se habían quedado clavados, sólo sus garras traseras salían hacia fuera. Cuando tocaron el suelo, Thor se giró y vio las expresión asombrada de Gwendolyn y agradeció a Dios que la había salvado justo a tiempo.

Se escuchó un gran rugido y Thor se giró, miró hacia el cielo y vio una embestida de dragones que se acercaban.

Mycoples ya estaba girando y volando hacia arriba, lanzándose, dirigiéndose sin miedo hacia los dragones. Thor no llevaba armas, pero se sentía diferente a lo que había sentido siempre al empezar una batalla: por primera vez en su vida, sentía que no necesitaba armas. Sentía que podía reunir y confiar en el poder que tenía dentro. Su verdadero poder. El poder que su madre le había infundido.

Mientras se aproximaban, Thor levantó su muñeca, apuntando con su brazalete de oro y una luz salió disparada del diamante negro de su centro. La luz amarilla hundió al dragón que estaba más cerca de ellos, en el centro de la manada, y lo golpeó hacia atrás, enviándolo disparado al aire, hacia arriba, colisionando con los otros.

Mycoples, enfurismado, decidido a hacer estragos, descendió sin miedo hacia el nido de dragones, luchando y haciéndose camino con las garras, clavándole los dientes a uno de ellos, lanzando a otro y abriéndose un camino a través de ellos mientras iba golpeando a varios de ellos. Intentó acabar con uno de ellos hasta que quedó fláccido y lo soltó; cayó a la tierra como una enorme piedra caída del cielo y golpeó el suelo, haciéndolo temblar. Thor pudo oír el impacto desde donde estaba, ya que provocó otro terremoto allá abajo.

Thor echó un vistazo hacia abajo y vio a Gwen y a los demás corriendo en busca de cobijo y supo que debía alejar a todos estos dragones de la isla, lejos de Gwendolyn, para darles la oportunidad de escapar. Si dirigía a los dragones hacia el océano, imaginaba que podría atraerlos lejos y empezar una lucha allá fuera.

«¡Hacia mar abierto!» Thor gritó.

Mycoples siguió su instrucción, dieron la vuelta y se fueron volando a través del nido de dragones y hacia el otro lado.

Thor se giró al oír un rugido y sintió un calor distante mientras las llamas se dirigían hacia él. Estaba satisfecho de ver que su plan estaba funcionando: todos los dragones habían abandonado las Islas Superiores y lo estaban siguiendo a él en el mar abieerto. En la distancia, allá abajo, Thor divisó la flota de Rómulo envolviendo el mar y supo que, incluso si sobrevivía a los dragones, todavía le quedaba enfrentarse él solo a un ejército de un millón de hombres. Sabía que probablemente no sobreviviría a este encuentro. Pero al menos ganaría tiempo para los demás.

Al menos Gwendolyn lo conseguiría.


*

Gwen estaba de pie en el devastado y candente patio de lo que quedaba de la corte de Tirus, todavía sujetando al bebé, mirando al cielo maravillada, aliviada y triste, todo a la vez. Su corazón se llenó por ver a Thor otra vez, el amor de su vida, vivo, había vuelto, y nada menos que a lomos de Mycoples. Con él aquí, sentía que parte de ella se había restablecido, sentía que cualquier cosa era posible. Sintió algo que hacía tiempo que no había sentido: la voluntad de volver a vivir.

Sus hombres poco a poco bajaron sus escudos al ver que los dragones se giraban y marchaban volando, dejando las Islas por fin y dirigiéndose hacia el mar abierto. Gwen miró alrededor y vio la devastación que habían dejado, enormes montones de escombros, llamas por todas partes y los dragones muertos tumbados sobre su espalda. Parecía una isla saqueada por la guerra.

Gwen también vio los que debían haber sido los padres de la bebé, dos cadáveres tumbados allí cerca, justo al lado de donde Gwen la había encontrado. Gwen miró a la bebé a los ojos y se dio cuenta de que ella era lo único que le quedaba en el mundo. La cogió con fuerza.

«¡Esta es nuestra oportunidad, mi señora!» dijo Kendrick. «¡Debemos evacuar ahora!»

«Los dragones están distraídos», añadió Godfrey. «Por lo menos, por ahora. Quién sabe cuando volverán. Debemos irnos todos de este sitio de inmediato».

«Pero ya no existe el Anillo», dijo Aberthol. «¿A dónde iremos?»

«A cualquier sitio menos aquí», respondió Kendrick.

Gwen oyó sus palabras, aunque sonaban lejanas en su mente; ella en cambio se giró y examinó el cielo, observando a Thor volar en la distancia, llena de añoranza.

«¿Y qué pasa con Thorgrin?» preguntó ella. «¿Lo dejaremos solo allá arriba?»

Kendrick y los demás hicieron una mueca, sus rostros marcados por la decepción. Estaba claro que el pensamiento también los perturbaba.

«Lucharíamos con Thorgrin hasta la muerte si pudiéramos, mi señora», dijo Reece. «Pero no podemos. Él está en el cielo, por encima del mar, lejos de aquí. Ninguno de nosotros tiene un dragón. Tampoco tenemos su poder. No podemos ayudarle. Ahora debemos ayudar a aquellos que podemos ayudar. Esto es por lo que Thor se sacrificó. Esto es por lo que Thor ha dado su vida. Debemos aprovechar la oportunidad que nos ha dado».

«Lo que queda de nuestra flota todavía está en el lado más lejano de la isla», añadió Srog. «Fue una sabia decisión esconder aquellos barcos. Ahora debemos usarlos. Los que quedemos de nuestro pueblo debemos abandonar este lugar de inmediato, antes de que vuelvan».

Por la mente de Gwendolyn corría una mezcla de emociones. Ella deseaba ir a salvar a Thor; pero al mismo tiempo, sabía que esperar aquí, con toda esta gente, no le haría ningún bien a él. Los otros tenían razón: Thor acababa de dar la vida por su seguridad. Sus acciones no tendrían ningún valor si ella no procuraba salvar a esta gente mientras pudiera.

Otro pensamiento asomaba por la mente de Gwen: Guwayne. Si se marchaban ahora y salían corriendo hacia el mar abierto quizás, sólo quizás, podría encontrarlo. Y el pensamiento de ver de nuevo a su hijo la llenó con unas ganas nuevas de vivir.

Por fin, Gwen asintió, con el bebé en brazos, preparánose para marchar.

«De acuerdo», dijo ella. «Vayámonos y encontremos a mi hijo».


*

El rugido de los dragones era cada vez más fuerte detrás de Thor, el grupo se estaba acercando, persiguiéndolos mientras él y Mycoples volaban más lejos hacia el mar. Thor sintió una llamarada dirigiéndose hacia su espalda, a punto de tragárselos y sabía que si no hacía algo pronto, no tardaría en morir.

Thor cerró los ojos, ya sin miedo a llamar al poder que había en su interior, ya sin sentir la necesidad de confiar en armas físicas. Al cerrar los ojos recordó el tiempo que pasó en la Tierra de los Druidas, recordaba lo poderoso que había sido, lo mucho que había podido influenciar todo lo que estaba a su alrededor con su mente. Recordaba el poder dentro de él, como el universo físico era sólo una extensión de su mente.

Thor quería que el poder de su mente saliera a la superficie e imaginó una gran pared de hielo detrás de él, resguardándolo del fuego, protegiéndolo. Se imaginó a sí mismo completamente cubierto por una burbuja protectora, él y Mycoples, seguros del muro de fuego de los dragones.

Thor abrió los ojos y se sorprendió de sentirse revestido de frío y ver una tremenda pared de hielo a su alrededor, justo como la había imaginado, de un metro de grosor y un azul brillante. Se giró y vio la pared de llamas de los dragones acercarse y la pared de hielo pararla, las llamas siseando, enormes nubes de vapor levantándose. Los dragones estaban coléricos.

Thor daba vueltas mientras la pared de hielo se derretía y decidió ir en busca del nido de dragones que había más adelante. Mycoples voló sin miedo hacia los dragones y, claramente, ellos no esperaban este ataque.

Mycoples embistió hacia adelante, extendió sus garras, agarró a un dragón por la mandíbula, lo balanceó y lo lanzó; el dragón cayó con violencia, de un lado a otro, girando sobre sí mismo sin control, precipitándose hacia el océano.

Antes de que pudiera recuperarse, Mycoples fue atacada por otro dragón, que le clavó las mandíbulas en el costado. Mycoples hizo un chillido y Thor reaccióno de inmediato. Saltó del lomo de Mycoples al hocico del otro dragón y corrió por su cabeza hasta montar en su lomo. El dragón continuaba cogiendo a Mycoples corcoveando salvajemente para deshacerse de Thor y Thor se agarraba desesperamente mientras montaba al hostil dragón.

Mycoples se tambaleó hacia adelante y se sujetó con sus mandíbulas en la cola de otro dragón, arrancándosela. El dragón gritó y se desplomó en el océano, pero tan pronto Mycoples hubo hecho, esto varios dragones se precipitaron sobre ella, clavándole los dientes en las patas.

Mientras tanto, Thor todavía estaba cogido desesperadamente, decidido a tomar el control de este dragón. Se forzaba a sí mismo a mantener la calma y a recordar que todo estaba en su mente. Podía sentir el tremendo poder de esta antigua bestia primal corriendo por sus venas. Y, al cerrar los ojos, dejó de resistirse y empezó a sentirse en armonía con él. Sentía su corazón, su pulso, su mente. Sentía que se volvía uno con él.

Thor abrió los ojos y el dragón también los abrió, ahora brillando con otro color. Thor veía el mundo a través de los ojos del dragón. Este dragón, esta bestia hostil, se convirtió en una extensión de Thor. Lo que él veía, lo veía Thor. Thor ordenaba y él escuchaba.

El dragón, bajo las órdenes de Thor, soltó a Mycoples; soltó un rugido y se abalanzó hacia adelante, clavando sus dientes en los tres dragones que estaban atacando a Mycoples, haciéndolos pedazos.

Los otros dragones fueron cogidos por sorpresa, claramente no esperaban que uno de los suyos los atacara; antes de que pudieran recuperarse, Thor ya había atacado a media docena de ellos, usando este dragón para agarrarse a sus nucas, cogiéndolos desprevenidos, mutilando un dragón tras otro. Thor se avalanzó sobre tres más, haciendo que el dragón les mordiera las alas, arrancándoselas del lomo, cayendo los dragones al mar.

De repente, Thor fue atacado por un lado sin verlo venir; el dragón abrió sus mandíbulas y le clavó los dientes a Thor.

Thor gritó cuando un diente largo y dentado le perforó las costillas y lo hizo caer del dragón, haciéndolo tambalear en el aire. Sintió como se precipitaba hacia el mar, herido, y se dio cuenta de que estaba a punto de morir.

Por el rabillo del ojo, Thor divisó a Mycoples pasando por debajo de él y, a continuación, Thor, aterrizó en el lomo de Mycoples, salvado por su vieja amiga. Los dos estaban juntos de nuevo, ambos heridos.

Thor, apretándose la costilla, respirando con dificultad, analizaba el daño que habían hecho: una docena de dragones yacían ahora muertos o mutilados, moviéndose en el océano. Lo habían hecho bien, los dos, mucho mejor de lo que él hubiera imaginado.

Sin embargo, Thor oyó un tremendo grito y, al mirar hacia arriba, vio que quedaban varias docenas de dragones. Luchando por respirar, Thor entendió que había sido una lucha valiente, pero que sus posibilidades de ganar parecían malísimas. Aún así, él no dudó; voló sin miedo hacia arriba, apresurándose a encontrarse con los dragones que los desafiaban.

Mycoples lanzó un grito y lanzó fuego a la vez que ellos se lo lanzaban a Thor. Thor volvió a usar sus poderes para levantar una pared de hielo delante suyo, que impedía que las llamas de los dragones le alcanzaran. Él se agarraba a Mycoples mientras ella colisionaba con el grupo, destrozándolos, clavándoles las garras y mordiéndoles, luchando por su vida. Tenía heridas, pero no dejó que esto le hiciera aflojar mientras hería a todos los dragones que tenía por los lados. Thor se unió y levantó su brazalete, apuntando a un dragón tras otro y un rayo de luz blanca salió disparado, haciendo caer a un dragón tras otro de Mycoples, mientras ella luchaba.

Thor y Mycoples luchaban y luchaban, los dos cubiertos de heridas, sangrando, exhaustos.

Y, aún así, todavía quedaban más docenas de dragones.

Cuando Thor levantaba su brazalete sentía que su poder estaba menguando, de hecho, sentía que su propio poder estaba menguando. Él sabía que era poderoso, pero no lo suficiente todavía: él sabía que no podía aguantar la lucha hasta el final.

Thor miró hacia arriba y vio unas enormes alas en su cara, seguidas de unas largas y afiladas garras y observaba impotente como se clavaban en la garganta de Mycoples. Thor se sujetaba con todas sus fuerzas mientras el dragón agarraba a Mycoples, le clavaba las mandíbulas en la cola, la balanceaba y la tiraba.

Thor colgaba mientras él y Mycoples daban vueltas por el aire; Mycoples dio vueltas de campana y cayeron en picado al mar, fuera de control.

Aterrizaron en el agua, Thor todavía sujetándose, y los dos se hundieron bajo la superficie. Thor luchaba bajo el agua hasta que su impulso se detuvo. Mycoples se giró y nadó hacia arriba, buscando la luz del sol.

Cuando salieron a la superficie, Thor respiró profundamente, con dificultad, batiéndose en las heladas aguas, todavía cogido a Mycoples. Mientras los dos se movían por el agua, Thor miró a un lado y vio algo que nunca olvidaría: flotando en el agua, no lejos de él, con los ojos abiertos, muerto, había un dragón que él había llegado a querer: Ralibar.

Mycoples lo divisó a la vez y algó la venció, algo que Thor no había visto nunca: ella soltó un gran grito de dolor y elevó sus alas, extendiéndolas totalmente. Todo su cuerpo temblaba al soltar un horroroso alarido, haciendo que el universo temblara. Thor vio como sus ojos cambiaban, cambiando a colores brillantes, hasta que al final eran de color amarillo y blanco brillante.

Mycoples se volvió, un dragón diferente, y miró hacia arriba a la manada de dragones que venía a por ellos. Thor se dio cuenta de que alguna cosa dentro de ella se había roto. Su duelo había mutado en rabia y le había dotado de un poder que Thor jamás había visto. Era un dragón poseído.

Mycoples se elevó hacia el cielo a toda velocidad, con las heridas sangrando, pero sin importarle. Thor sintió una nueva explosión de energía también y un deseo de venganza. Ralibar había sido un amigo cercano, había sacrificado su vida por todos ellos y Thor estaba decidido a hacerle justicia.

Mientras corrían hacia ellos, Thor saltó de Mycoples y aterrizó en el hocico del dragón más cercano, abrazándolo hasta que se estiró y agarró sus mandíbulas, hasta que consiguió cerrarlas. Thor reunió todo el poder que quedaba dentro de él e hizo girar al dragón en el aire, para después lanzarlo con todas sus fuerzas. El dragón voló, llevándose con él dos dragones más y los tres se precipitaron hacia abajo, hacia el oceáno.

Mycoples giraba rápidamente y cogió a Thor mientras caía. Él aterrizó en su lomo mientras ella corría hacia los dragones que quedaban. Sus rugidos se mezclaban con los de ella, mordía con más fuerza, volaba más rápido, hacia cortes más profundos que ellos. Cuanto más la herían, menos cuenta parecía darse ella. Era un torbellino de destrucción, al igual que Thor, y cuando Thor y ella acabaron, Thor se dio cuenta de que ya no quedaban dragones a quién esperar en el cielo: todos ellos habían caído del cielo al mar, mutilados o asesinados.

Thor se encontró volando solo con Mycoples en el aire, dando vueltas alrededor de los dragones caídos, evaluando lo ocurrido. Los dos respiraban con dificultaban, les caían gotas de sangre. Thor sabía que Mycoples estaba dando su últimos respiros, podía verlo porque salía sangre de su boca, cada respiración un grito sofocado, un dolor mortal.

«No, amigo mío», dijo Thor, aguantándose las lágrimas. «No puedes morir».

Ha llegado mi hora, Thor le oía decir. Al menos he muerto con dignidad.

«No», insisitió Thor. «¡No debes morir!»

Mycoples expulsaba sangre al respirar y el aleteo de sus alas se debilitaba a medida que empezaba a bajar hacia el océano.

Dentro de mí queda una última lucha, dijo Mycoples. Y quiero que mi último instante sea de valor.

Mycoples miró hacia arriba y Thor siguió su mirada hasta ver la flota de barcos de Rómulo extenderse en el horizonte.

Thor movió la cabeza con rostro serio. Sabía lo que quería Mycoples. Quería recibir su muerte en una última gran batalla.

Thor, muy herido, respirando con dificultad, sintiendo como si tampoco pudiera conseguirlo, quiso ir también hacia abajo. Ahora se preguntaba si las profecías de su madre eran ciertas. Ella le dijo que podía alterar su propio destino. ¿Lo había alterado?, se preguntaba. ¿Iba a morir ahora?

«Allá vamos entonces, amigo mío», dijo Thorgrin.

Mycoples soltó un gran chillido y, juntos, los dos descendieron,dirigiéndose hacia la flota de Rómulo.

Thor sentía el viento y las nubes corriendo por su pelo y por su cara mientras soltaba un gran grito de guerra. Mycoples chilló con la misma furia y, mientras los dos descendían, Mycoples abrió sus grandes mandíbulas y lanzó fuego a un barco tras otro.

Pronto, un muro de llamas se extendió por el océano, prendiendo fuego a un barco detrás del otro. Decenas de miles de barcos estaban delante de ellos pero Mycoples no se detenía, abriendo sus mandíbulas, soltando nubes de llamas, una tras otra. Las llamas se extendieron como si fueran un único muro, a la vez que los gritos de los hombres crecían allá abajo.

Las llamas de Mycoples empezaron a debilitarse y pronto poco fuego salía de su respiración. Thor sabía que estaba muriendo bajo él. Cada vez volaba más bajo, demasiado débil para expulsar fuego. Pero no estaba débil para usar su cuerpo como arma y, en lugar de lanzar fuego, cayó en dirección a los barcos, apuntando sus duras escamas hacia ellos, como un meteorito cayendo del cielo.

Thor aguantaba y se agarraba con todas sus fuerzas mientras ella descendía hacia los barcos, el sonido de la madera al partirse llenó el aire. Ella volaba de un barco a otro, de un lado para otro, destruyendo la flota. Thor se agarraba mientras trozos de madera le golpeaban de todas direcciones.

Finalmente, Mycoples no pudo resistir más. Se detuvo en el centro de la flota, moviéndose en el agua, habiendo destruido muchos barcos, todavía rodeado por miles más. Thor se mecía encima de su lomo mientras ella yacía flotando, respirando débilmente.

Los barcos que quedaban giraron hacia ellos. Pronto el cielo se volvió negro y Thor oyó un sonido zumbeante. Miró hacia arriba y vio un arco iris de flechas dirigiéndose hacia él. De repente, un dolor horroroso se apoderó de él, agujereado por las flechas, sin un lugar donde esconderse. Mycoples también estaba siendo acribillada por ellas y ambos empezaron a hundirse bajo las olas, dos grandes héroes que habían librado la batalla de sus vidas. Habían destruido a los dragones y gran parte de la flota del Imperio. Habían hecho más de lo que un ejército entero podría haber hecho.

Pero ahora ya no quedaba nada, podían morir. Mientras Thor era acribillado por una flecha tras otra, hundiéndose cada vez más, sentía que no quedaba otra cosa que prepararse para morir.




CAPÍTULO SIETE


Alistair miró hacia abajo y se vio a sí misma de pie en un camino celestial y cuando miraba más allá de él, lejos allá abajo, vio el océano chocando contra las rocas, el sonido llenando sus oídos. Un fuerte vendaval le hizo perder el equilibrio y Alistair miró hacia arriba y, tal y como había soñado muchas veces en su vida, vio un castillo encaramado encima de un acantilado, anunciado por una puerta de oro brillante. De pie delante de ella había una sola figura, una silueta, con las manos extendidas como si quisiera abrazarla, pero Alistair no podía ver su cara.

«Hija mía», dijo la mujer.

Intentó hacer un paso hacia ella, pero sus piernas estaban atrapadas y, al mirar hacia abajo, vio que estaba encadenada al suelo. Por mucho que lo intentaba, Alistair era incapaz de moverse.

Ella extendió las manos hacia su madre y gritó con desespero: «¡Madre, sálvame!»

De repente Alistair sintió su mundo escaparse bajo ella, sintió como se desplomaba y, al mirar hacia abajo, vio como el camino celestial se derrumbaba a sus pies. Ella cayó, los grilletes colgando detrás de ella, y bajó estrepitosamente hacia el océano, llevándose con ella una sección entera del camino celestial.

Alistair se sintió entumecida cuando su cuerpo se hundió en el helado océano, todavía encadenada. Sintió como se hundía y, al mirar hacia arriba, vio como la luz del día se iba apagando cada vez más.

Alistair abrió los ojos y se encontró sentada en una pequeña celda de piedra, en un sitio que no reconocía. Delante de ella estaba sentada una única figura,  que ella reconoció con confusión: el padre de Erec. Él le hizo una mueca.

«Tú has asesinado a mi hijo», dijo él. «¿Por qué?»

«¡Yo no lo hice!» protestó ella débilmente.

Él frunció el ceño.

«Serás condenada a muerte», añadió.

«¡Yo no asesiné a Erec!» protestó Alistair. Se puso de pie e intentó correr hacia él, pero una vez más se encontró encadenada a la pared.

Detrás del padre de Erec aparecieron un docena de guardianes, vestidos con una armadura negra, llevando formidables cascos, el tintineo de sus espolones llenaba la habitación. Ellos se acercaron y cogieron a Alistair, tirando de ella, estirándola de la pared. Pero sus tobillos estaban todavía encadenados y ellos estiraban su cuerpo cada vez más.

«¡No!» gritó Alistair destrozada.

Alistair despertó, cubierta por un sudor frío, y miró a su alrededor, intentando adivinar dónde estaba. Estaba desorientada; no reconocía la pequeña y sombría celda en la que estaba sentada, las viejas paredes de piedra, las barras de metal de las ventanas. Giró sobre si misma, intentando caminar, oyó un cascabeleo y, al mirar hacia abajo, vio que estaba encadenada a la pared. Intentó soltarse pero no pudo, el frío hierro le cortaba los tobillos.

Alistair hizo un reconocimiento general y se dio cuenta de que estaba en una pequeña celda de contención parcialmente bajo tierra, cuya única entrada de luz provenía de una pequeña ventana tallada en la piedra, obstruida por barras de hierro. Se oyó un grito de entusiasmo lejano y Alistair, curiosa, se acercó a la ventana, tanto como sus grilletes le permitían, se estiró y miró hacia fuera, intentando vislumbrar la luz del día y ver donde se encontraba.

Alistair vio una enorme multitud reunida, con Bowyer a la cabeza, engreído, victorioso.

«¡Aquella Reina hechicera intentó matar al que iba a ser su marido!» Bowyer anunciaba en voz alta a la multitud. «Se me acercó con una conspiración para matar a Erec y casarse conmigo. ¡Pero sus planes se frustraron!»

Un grito indignado salió de la multitud y Bowyer esperó a que se calmaran. Levantó sus manos y volvió a hablar.

«Podéis estar tranquilos al saber que las Islas del Sur no estarán bajo las órdenes de Alistair, ni de nadie que no sea yo. Ahora que Erec está muriendo soy yo, Bowyer, quien os protegerá, yo, el próximo mejor campeón de los juegos».

Hubo un enorme grito de aprobación y la multitud empezó a entonar:

«¡Rey Bowyer, Rey Bowyer!»

Alistair observaba la escena horrorizada. Todo estaba sucediendo con tanta rapidez que no podía asimilarlo todo. La sola visión de este monstruo, Bowyer, la llenaba de furia. El mismo hombre que había intentado asesinar a su amado estaba allí mismo, delante de sus ojos, proclamándose inocente e intentando culparla a ella. Y lo peor de todo era que sería nombrado Rey. ¿No se iba a hacer justicia?

Aún así, lo que le sucedía a ella no le molestaba tanto como el pensar en Erec revolcándose en su lecho de muerte, necesitando que ella lo sanara. Ella sabía que si no completaba pronto la sanación, él moriría allí. No le importaba si ella se retorcía para siempre en esta mazmorra por un crimen que no cometió, ella sólo quería asegurarse de que Erec se curaba.

La puerta de la celda se abrió de golpe, Alistair se dio la vuelta y vio a un gran número de personas entrando. En el centro estaba Dauphine, flanqueada por el hermano de Erec, Strom, y su madre. Detrás de ellos había varios guardas reales.

Alistair se levantó para saludarles, pero los grilletes se le clavaban en los talones, traqueteando, mandando un dolor perforador hacia sus espinillas.

«¿Erec está bien?» preguntó Alistair desesperada. «Por favor, decidme. ¿Está vivo?»

«¿Cómo osas preguntar si está vivo?» contestó Dauphine con brusquedad.

Alistair se giró hacia la madre de Erec, esperando su misericordia.

«Por favor, decidme que vive», suplicó, mientras su corazón se le rompía en su interior.

Su madre asintió con rostro serio, mirándola con decepción.

«Vive», dijo ella en voz baja. «Aunque está muy enfermo».

«¡Llevadme hasta él!» insistió Alistair. «Por favor. ¡Debo curarlo!»

«¿Que te llevemos hasta él?» repitió Dauphine. «¿Cómo te ateves? No vas ni a acercarte a mi hermano, de hecho, no vas a ir a ningún lado. Sólo vinimos a verte por última vez antes de tu ejecución».

El corazón de Alistair se entristeció.

«¿Ejecución?» preguntó ella. ¿No existe juez o jurado en esta isla? ¿No hay un sistema de justicia?»

«¿Justicia?» dijo Dauphine, dando un paso al frente, con la cara encendida. «¿Tú te atreves a pedir justicia? Te encontramos con la espada ensangrentada en la mano, nuestro hermano moribundo en tus brazos, ¿y te atreves a hablar de justicia? La justicia está servida».

«¡Pero os digo que yo no lo maté!» Alistair suplicó.

«Por supuesto», dijo Dauphine, con sarcasmo en su voz, «un misterioso hombre mágico entró en la habitación y lo mató, entonces desapareció y puso el arma en tus manos».

«No era un hombre misterioso», insistió Alistair. «Era Bowyer. Lo vi con mis propios ojos. Él mató a Erec».

Dauphine hizo una mueca.

«Bowyer nos mostró el pergamino que tú le escribiste. Le pedías matrimonio y planeabas matar a Erec y casarte con él. Estás enferma. ¿No era suficiente para ti tener a mi hermano y convertirte en Reina?»

Dauphine le pasó el pergamino a Alistair y su corazón se hundió al leer:



Una vez Erec muera, pasaremos nuestras vidas juntos.



«¡Pero ésta no es mi letra!» protestó Alistair. «¡El pergamino ha sido falsificado!»

«Sí, estoy segura de que lo es», dijo Dauphine. «Estoy segura que tienes una explicación oportuna para todo».

«¡Yo no escribí ese pergamino!» insistió Alistair. «¿No os oís? No tiene ningún sentido. ¿Por qué iba yo a matar a Erec? Lo quiero con toda mi alma. Nos íbamos a casar».

«Y gracias al cielo no lo hicisteis», dijo Dauphine.

«¡Tenéis que creerme!» insistió Alistair, girándose hacia la madre de Erec. «Bowyer intentó matar a Erec. Quiere su trono. Yo no quiero ser Reina. Nunca lo he querido».

«No te preocupes», dijo Dauphine. «Nunca lo serás. De hecho, ni vivirás. Aquí en las Islas del Sur hacemos justicia rápidamente. Mañana serás ejecutada».

Alistair movió la cabeza, viendo que no podía razonar con ellos. Suspiró, el corazón le pesaba.

«¿Para eso habéis venido?» preguntó ella con voz débil. «¿Para decirme esto?»

Dauphine se mofaba en medio del silencio y Alistair podía sentir el odio en su mirada.

«No», Dauphine respondió finalmente, tras un largo y pesado silencio. «Era para transmitirte tu sentencia y ver tu cara durante un buen rato por última vez antes de enviarte al infierno. Sufrirás, de la misma manera que nuestro hermano sufrió».

De repente, Dauphine enrojeció, se abalanzó hacia adelante y con sus uñas agarró el pelo de Alistair. Todo sucedió ten rápido que Alistair no tuvo tiempo de reaccionar. Dauphine soltó un grito gutural mientras arañaba la cara de Alistair. Alistair levantó las manos para protegerse, mientras los demás se adelantaron para separar a Dauphine.

«¡Soltadme!» gritó Dauphine. «¡Quiero matarla ahora!»

«Mañana se hará justicia», dijo Strom.

«Sacadla de aquí», ordenó la madre de Erec.

Los guardas dieron un paso al frente y sacaron a Dauphine de la habitación estirándola, mientras ella pataleaba y gritaba en protesta. Strom se unió a ellos y pronto la habitación quedó prácticamente vacía, a excepción de Alistair y la madre de Erec. Ella se detuvo en la puerta, se giró lentamente y miró a Alistair. Alistair buscaba en su cara cualquier señal de amabilidad y compasión.

«Por favor, debes creerme», Alistair dijo con sinceridad. «No me importa lo que los demás piensen de mí. Pero tú si que me importas. Has sido amable conmigo desde el momento en que me conociste. Sabes cuánto quiero a tu hijo. Sabes que nunca podría haber hecho esto».

La madre de Erec la examinó y, mientras sus ojos se humedecían, parecía vacilar.

«Por eso te has quedado atrás, ¿verdad?» Alistair la presionó. Por eso te has quedado. Porque quieres creerme. Porque sabes que tengo razón».

Tras un largo silencio, la madre al final asintió. Como si tomando una decisión, hizo varios pasos hacia ella. Alistair pudo ver cómo realmente la creía y se sintió feliz.

La madre se acercó corriendo hacia ella y la abrazó. Alistair también la abrazó y lloró sobre su hombro. La madre de Erec también lloró y, al final, se separó.

«Debes escucharme», Alistair dijo con urgencia. «No me importa lo que me suceda, o lo que los demás piensen de mí, sino Erec. Debo ir hasta él. Ahora. Está muriendo. Sólo lo he curado parcialmente, debo acabar. Si no lo hago, morirá».

La madre la miró de arriba a abajo, como si finalmente pudiera ver que estaba diciendo la verdad.

«Después de lo que ha sucedido», dijo ella, «lo único que te importa es mi hijo. Ahora sí que veo que realmente te preocupas por él y que nunca podrías haber hecho esto».

«Por supuesto que no». dijo Alistair. «He sido víctima de ese bárbaro, Bowyer».

«Te llevaré hasta Erec», dijo ella. «Nos puede costar la vida a las dos pero, si así fuera, moriríamos intentándolo. Sígueme».

La madre le sacó los grilletes y Alistair rápidamente la siguió fuera de la celda, hacia las mazmorras, de camino a arriesgarlo todo por Erec.




CAPÍTULO OCHO


Gwendolyn estaba en la proa del barco, el océano le acariciaba la cara, rodeada de toda su gente, con el bebé rescatado en brazos. Todos estaban conmocionados mientras zarpaban hacia el mar, ya lejos de las Islas Superiores. Se les unieron sólo dos barcos más, lo único que quedaba de la gran flota que había salido del Anillo. La gente de Gwen, su nación, todos los orgullosos ciudadanos del Anillo, se habían reducido a unos cuantos centenares de supervivientes, una nación en el exilio, flotando, sin hogar, buscando algún lugar para empezar de nuevo. Y todos la miraban a ella como líder.

Gwen miraba al mar, examinándolo como había hecho durante horas, inmune al frío rocío de la neblina del mar mientras miraba a través de ella, intentando que su corazón no se rompiera. El bebé que tenía en brazos finalmente se había dormido y en lo único que pensaba Gwen era en Guwayne. Se odiaba a sí misma; había sido muy estúpida al dejarlo flotando en el océano. En aquel momento parecía la mejor idea, parecía la única manera de salvarlo de una segura muerte inminente. ¿Quién podía haber previsto el cambio en los acontecimientos, que los dragones iban a ser desviados? Si Thor  no hubiera aparecido cuando lo hizo, seguro que todos ellos estarían muertos ahora y Gwen no podía haber esperado eso nunca.

Por lo menos, Gwen había conseguido salvar a algunos de los suyos, parte de su flota, salvar a este bebé y había conseguido, como mínimo, huir de la isla de la muerte. Aún así Gwen todavía se estremecía cada vez que el rugido de los dragones perforaba el aire, haciéndose más distante a medida que iban navegando. Cerró sus ojos y se estremeció, ella sabía que se estaba librando una batalla épica y que Thor se encontraba en medio de ella. Más que nada, quería estar allí, a su lado. Pero, a la vez, sabía que sería en vano. Sabía que ella sería inútil mientras Thor luchaba con aquellos dragones y que expondría a su pueblo a ser asesinados.

Gwen seguía viendo el rostro de Thor y la destrozó volverlo a ver, sólo para verlo marcharse volando con la misma rapidez, sin la oportunidad de hablar con él, sin un instante para decirle cuánto lo echaba de menos, cuánto lo quería.

«Mi señora, no tenemos rumbo».

Gwendolyn se giró y vio, allí a su lado, a Reece, Godfrey y Steffen, todos mirándola. Se dio cuenta de que Kendrick hacía rato que quería hablar con ella, pero ella apenas había oído sus palabras. Miró hacia abajo y vio sus nudillos, blancos, agarrados a la madera, entonces miró hacia el océano, examinando cada ola, pensando una y otra vez que divisaba a Guwayne, sólo para darse cuenta que no era sino otra ilusión de este cruel, cruel mar.

«Mi señora», continuó Kendrick, con paciencia, «su pueblo acude a usted buscando dirección. Estamos perdidos. Necesitamos un destino».

Gwen lo miró con tristeza.

«Mi bebé es nuestro destino», respondió ella, la voz pesada por el dolor, mientras se giraba y miraba desde la baranda.

«Mi señora, soy el primero en querer encontrar a su hijo», añadió Reece, «pero, aún así, no sabemos hacia dónde nos dirigimos. Cualquiera de nosotros arriesgaría la vida por Guwayne, pero debe comprender que desconocemos dónde está. Hemos navegado hacia el norte durante medio día pero, ¿y si la marea lo llevó hacia el sur? ¿O hacia el este? ¿O el oeste? ¿Y si nuestros barcos nos están alejando más de él?»





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En UNA TIERRA DE FUEGO (LIBRO #12 DE EL ANILLO DEL HECHICERO), Gwendolyn y su gente se encuentran rodeados en las Islas Superiores, asediados por los dragones de Rómulo y su ejército de un millón de hombres. Todo parece perdido – cuando la salvación llega de una fuente increíble. Gwendolyn está decidida a encontrar a su bebé, perdido en el mar, y conducir a su nación en exilio, a un nuevo hogar. Ella viaja a través de extraños y exóticos mares, encontrando peligros impensables, rebelión y hambre, mientras viajan hacia el sueño de un puerto seguro. Thorgrin finalmente se reúne con su madre en la Tierra de los Druidas, y su encuentro cambiará su vida para siempre, lo hará más fuerte que nunca. Con una nueva misión, se embarca, decidido a rescatar a Gwendolyn, a buscar a su bebé y a cumplir con su destino. En una batalla épica de dragones y hombres, Thor será puesto a prueba en todos los sentidos; mientras lucha contra monstruos y expone su vida por sus hermanos, cavará profundamente para ser el gran guerrero que se supone que debe ser. En las Islas Superiores, Erec se encuentra moribundo y Alistar, acusada de asesinato, debe hacer lo que puede para salvar a Erec y eximirse de la culpa. Estalla una guerra civil en una lucha por el trono y Alistar se encuentra atrapada en el medio, con su destino y el de Erec pendiendo de un hilo. Rómulo sigue con la intención de destruir a Gwendolyn, a Thorgrin y lo que queda del Anillo; pero su ciclo lunar está finalizando, y su poder será puesto a prueba severamente. Mientras tanto, en la provincia del norte del Imperio, está surgiendo un nuevo héroe: Darius, un guerrero de 15 años, está decidido a romper las cadenas de la esclavitud y sublevarse contra su gente. Pero el Capitolio del Norte está al mando de Volusia, una chica de 18 años, famosa por su belleza – y también por su crueldad brutal. ¿Gwen y su pueblo sobrevivirá? ¿Encontrarán a Guwayne? ¿Rómulo aplastará al Anillo? ¿Sobrevivirá Erec? ¿Thorgrin volverá a tiempo? Con su sofisticada construcción y caracterización del mundo, UNA TIERRA DE FUEGO, es un relato épico de amigos y amantes, de rivales y pretendientes, de caballeros y dragones, de intrigas y maquinaciones políticas, de llegar a la mayoría de edad, de corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una historia de honor y valor, de suerte y destino, de hechicería. Es una fantasía que nos lleva a un mundo que nunca olvidaremos, y que gustará a personas de todas las edades y géneros.

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