Книга - El Destino De Los Dragones

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El Destino De Los Dragones
Morgan Rice


El Anillo del Hechicero #3
EL DESTINO DE LOS DRAGONES (Libro #3 de El Anillo del Hechicero) nos lleva más profundamente al viaje épico de Thor, para convertirse en un guerrero, en su viaje a través del Mar de Fuego a la Isla de la Niebla del dragón. Un lugar implacable, hogar de los guerreros de mayor élite del mundo, los poderes y habilidades de Thor se profundiza mientras entrena. También sus amistades se hacen más sólidas, ya que se enfrentan juntos a las adversidades, más allá de lo que podían imaginar. Pero al encontrarse frente a monstruos inimaginables, Los Cien pasan rápidamente de una sesión de entrenamiento a un asunto de vida o muerte. No todos sobrevivirán. En el camino, los sueños de Thor, junto con sus misteriosos encuentros con Argon, seguirán persiguiéndolo, para presionarlo para tratar de aprender más acerca de quién es, quién es su madre, y cuál es la fuente de sus poderes. ¿Cuál es su destino? De regreso al Anillo, las cosas se están poniendo mucho peor. Mientras Kendrick es enviado a prisión, Gwendolyn se encuentra en la posición de tratar de salvarlo, para salvar al Anillo mediante el derrocamiento de su hermano Gareth. Ella busca pistas del asesino de su padre junto con su hermano Godfrey, y en el camino, los dos se hacen más unidos para lograr su causa. Pero Gwendolyn se encuentra en peligro de muerte al presionar demasiado, y puede estar descontrolándose. Gareth intenta blandir la Espada de la Dinastía y aprende lo que significa ser rey, embriagarse con el abuso de poder.





Morgan Rice

EL  DESTINO  DE   LOS  DRAGONES (Libro #3 de El Anillo del Hechicero)




Acerca de Morgan Rice

Morgan Rice es la escritora del bestseller #1: DIARIO DE UN VAMPIRO (THE VAMPIRE JOURNALS), una saga que comprende once libros (y siguen llegando); la saga del bestseller #1: TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA (THE SURVIVAL TRILOGY), thriller pos apocalíptico que comprende dos libros (y siguen llegando); y la saga de fantasía épica, bestseller #1: EL ANILLO DEL HECHICERO, que comprende trece libros (y contando).

Los libros de Morgan están disponibles en audio y edición impresa, y la traducción de los libros está disponible en alemán, francés, italiano, español, portugués, japonés, chino, sueco, holandés, turco, húngaro, checo y eslovaco (próximamente en otros idiomas).

A Morgan le encantaría tener comunicación con usted, así que visite www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com/) para unirse a la lista de correo electrónico, recibir un libro gratuito, recibir regalos gratuitos, descargar una aplicación gratuita, obtener las últimas noticias exclusivas, conectarse a Facebook y Twitter, y ¡mantenerse en contacto!



Algunas Opiniones Acerca de las Obras de Morgan Rice

“EL ANILLO DEL HECHICERO (THE SOURCERER’S RING) tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: tramas, tramas secundarias, misterio, caballeros aguerridos y relaciones que florecen, llenos de corazones heridos, decepciones y traiciones. Lo mantendrá entretenido durante horas y satisfará a las personas de cualquier edad.   Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores de fantasía”.

–-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos



“Rice hace un gran trabajo para captar su atención desde el principio, al utilizar una gran calidad descriptiva que va más allá de la simple descripción de la ambientación… Bien escrito y sumamente rápido de leer”.

–-Black Lagoon Reviews (acerca de Turned)



“Es una historia ideal para lectores jóvenes. Morgan Rice hizo un buen trabajo dando un giro interesante… Innovador y singular. La saga se centra alrededor de una chica… ¡una chica extraordinaria!  Es fácil de leer, pero con un ritmo sumamente rápido…  Clasificación PG (Guía Paternal)”.

–-The Romance Reviews (acerca de Turned)



“Me llamó la atención desde el principio y no dejé de leerlo… Esta historia es una aventura increíble, de ritmo rápido y llena de acción desde su inicio.   No hay un momento aburrido”.

–-Paranormal Romance Guild (con respecto a Turned)



“Lleno de acción, romance, aventura y suspenso.   Ponga sus manos en él y vuelva a enamorarse”.

–-vampirebooksite.com (con respecto a Turned)



“Tiene una trama estupenda y este libro en particular, le costará dejar de leer en la noche.  El final en suspenso es tan espectacular, que inmediatamente querrá comprar el siguiente libro, solamente para ver qué sigue”.

–-The Dallas Examiner (referente a Loved)



“Es un libro equiparable a TWILIGHT y DIARIO DE UN VAMPIRO (VAMPIRE DIARIES), y hará que quiera seguir leyendo ¡hasta la última página!  Si le gusta la aventura, el amor y los vampiros, ¡este libro es para usted!”.

–-Vampirebooksite.com (con respecto a Turned)



“Morgan Rice se demuestra a sí misma una vez más que es una narradora de gran talento… Esto atraerá a una gran audiencia, incluyendo a los aficionados más jóvenes, del género de los vampiros y de la fantasía.   El final de suspenso inesperado lo dejará estupefacto”.

–-Reseñas de The Romance Reviews (con respecto a Loved)



"Una fantasía animada que entreteje elementos de misterio e intriga en la historia. La Senda de los Héroes trata acerca del valor y sobre la realización de un propósito de vida que conduce al crecimiento, la madurez y la excelencia… Para los que buscan aventuras de ficción sustanciosa, los protagonistas, los mecanismos y la acción proporcionan un conjunto vigoroso de encuentros que se centran en la evolución de Thor de ser un niño soñador a un adulto joven que enfrenta a situaciones imposibles para sobrevivir… Es sólo el comienzo de lo que promete ser una saga épica para adultos jóvenes".

– Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer)



Libros de Morgan Rice




EL ANILLO DEL HECHICERO (THE SORCERER’S RING)


LA SENDA DE LOS HÉROES (A QUEST OF HEROES) – (Libro #1)


LA MARCHA DE LOS REYES (A MARCH OF KINGS) – (Libro #2)


EL DESTINO DE LOS DRAGONES (A FATE OF DRAGONS) (Libro #3)


EL GRITO DE HONOR (A CRY OF HONOR) (Libro #4)


UNA PROMESA DE GLORIA (A VOW OF GLORY) (Libro #5)


UN DEBER DE VALOR (A CHARGE OF VALOR)  (Libro #6)


UN GRITO DE ESPADAS (A RITE OF SWORDS) (Libro #7)


UNA SUBVENCIÓN DE ARMAS (A GRANT OF ARMS)  (Libro #8)


UN CIELO DE HECHIZOS (A SKY OF SPELLS)  (Libro #9)


UN MAR DE ESCUDOS (A SEA OF SHIELDS) (Libro #10)


UN REINADO DE HIERRO (A REIGN OF STEEL) (Libro #11)


UNA TIERRA DE FUEGO (A LAND OF FIRE) –  (Libro #12)


EL DECRETO DE LAS REINAS (A RULE OF QUEENS) –  (Libro #13)




LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA (THE SURVIVAL TRILOGY)


ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (SLAVERSUNNERS) –  (Libro #1)


ARENA DOS (ARENA TWO) – (Libro #2)




DIARIO DE UN VAMPIRO (THE VAMPIRE JOURNALS)


TRANSFORMACIÓN (TURNED) (Libro #1)


AMORES (LOVED)  (Libro #2)


TRAICIÓN (BETRAYED) – (Libro #3)


DESTINADO (DESTINED) (Libro #4)


DESEO (DESIRED) (Libro #5)


PROMETIDO (BETROTHED) (Libro #6)


PROMESA (VOWED) (Libro #7)


ENCUENTRO (FOUND) (Libro #8)


RESURRECCIÓN (RESURRECTED) (Libro #9)


ANSIAS (CRAVED) (Libro #10)


DESTINO (FATED) (Libro #11)












Escuche (http://www.amazon.es/s/ref=nb_sb_noss_1?__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&url=search-alias=aps&field-keywords=morgan%20rice&sprefix=morga,aps&rh=i:aps,k:morgan%20rice)la saga de “EL ANILLO DEL HECHICERO) THE SORCERER’S RING en formato de ¡audio libro!




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Audible (http://www.audible.com/pd/Sci-Fi-Fantasy/A-Quest-of-Heroes-Audiobook/B00F9DZV3Y/ref=sr_1_3?qid=1379619215&sr=1-3)


iTunes (https://itunes.apple.com/us/audiobook/quest-heroes-book-1-in-sorcerers/id710447409)


Copyright © 2013 de Morgan Rice

Todos los derechos reservados A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en un sistema de base de datos o de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora.

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Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación de la autora o son usados de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es solo coincidencia.

Imagen de la cubierta Derechos Reservados Bob Orsillo, utilizada bajo licencia de Shutterstock.com.


"No te interpongas entre el dragón y su ira".

    – William Shakespeare
    Rey Lear






CAPÍTULO UNO


El Rey McCloud bajó por la pendiente, corriendo por el altiplano, en el lado del Anillo de los MacGil, con cientos de sus hombres detrás de él, aferrándose con todas las fuerzas, mientras su caballo galopaba montaña abajo. Puso la mano hacia atrás, levantó su látigo y lo dejó caer con fuerza sobre la piel del caballo: éste no necesitaba ser arreado, pero a él le gustaba azotarlo de todos modos. Disfrutaba de infligir dolor a los animales.

McCloud casi salivaba mientras veía el paisaje delante de él: un idílico pueblo de los MacGil, con sus hombres en los campos, desarmados, con sus mujeres en la casa, tendiendo la ropa en las cuerdas, apenas vestidas con el clima de verano. Las puertas de las casas estaban abiertas, las gallinas deambulaban libremente; los calderos ya estaban hirviendo con la cena. Él pensó en el daño que iba a hacer, el botín que podría obtener, las mujeres que arruinaría—y su sonrisa se amplió. Casi podía saborear la sangre que estaba a punto de derramar.

Cabalgaron y cabalgaron; sus caballos retumbaban como un trueno, esparcidos sobre el campo, y finalmente, alguien se dio cuenta: el guardia de la aldea, una excusa patética de soldado, un adolescente, sostenía una lanza, estaba parado y se dio vuelta al escuchar que se acercaban. McCloud, observó bien al blanco de sus ojos, vio el miedo y el pánico en su rostro; en este puesto soñado, este muchacho probablemente nunca había visto una batalla en su vida. Estaba totalmente desprevenido.

McCloud no perdió tiempo: quería matar al primero, como siempre había hecho en las batallas. Sus hombres lo sabían bien, como para dejárselo a él.

Volvió a dar un latigazo al caballo hasta que ése gimió, y ganó velocidad, yendo más adelante que los demás. Alzó la lanza de su ancestro, una cosa pesada de hierro, se inclinó hacia atrás y la aventó.

Como siempre, su objetivo era certero: el chico apenas acababa de girar cuando la lanza cayó en su espalda, atravesándolo y sujetándolo a un árbol, con un ruido silbante. La sangre brotaba de su espalda, y fue suficiente para hacer el día de McCloud.

McCloud soltó un grito corto de alegría, mientras continuaban avanzando a través de la tierra elegida de los MacGil, por los tallos del maíz amarillos meciéndose en el viento, hasta los muslos de su caballo y hacia la entrada de la aldea. Era un día demasiado hermoso, un cuadro muy hermoso, para la devastación que estaban a punto de crear.

Pasaron por la puerta sin protección de la aldea, este lugar estaba tontamente situado en las afueras del Anillo, cerca de las tierras altas. Deberían haberlo sabido, pensó McCloud con desdén, mientras sacaba un hacha y cortaba la señal de madera anunciando el lugar. Pronto podría ponerle otro nombre.

Sus hombres entraron en el lugar, y alrededor estallaron los gritos de mujeres, niños, hombres mayores, o quien sea que estuviera en su casa en este lugar desolado. Había probablemente cien almas desafortunadas y McCloud estaba decidido a hacer que cada uno de ellos pagara. Él levantó su hacha sobre su cabeza mientras se centraba en una mujer en particular, corriendo de espaldas a él, tratando por su vida de volver a la seguridad de su hogar. No iba a suceder.

El hacha de McCloud le pegó en la parte trasera de su pantorrilla, como era su intención y ella cayó con un grito. Él no había querido matarla: sólo mutilarla. Después de todo, él la quería viva para el placer que tendría con ella después. Había elegido bien: una mujer con larga, salvaje y rubia cabellera y caderas estrechas, de escasos dieciocho años. Ella sería suya. Y cuando terminara con ella, tal vez la mataría. O tal vez no; tal vez la mantendría como su esclava.

Gritó de alegría cuando cabalgó cerca de ella y bajó de su caballo a medio paso, cayendo encima de ella y la tiró al suelo. Rodó con ella en la tierra, sintiendo el impacto del camino y sonrió mientras él disfrutaba de algo que parecía estar vivo.

Por fin, la vida tenía significado otra vez.




CAPÍTULO DOS


Kendrick estaba en el ojo de la tormenta, en la Sala de Armas, flanqueado por docenas de sus hermanos, todos ellos miembros de Los Plateadas y miró con calma a Darloc, el comandante de la guardia real enviado a una misión desafortunada. ¿En qué había estado pensando Darloc? ¿Realmente pensó que él podría entrar en el Salón de Armas e intentar arrestar a Kendrick, el ser más querido de la familia real, delante de todos sus hermanos de armas? ¿Creyó realmente que los demás se quedarían parados y lo permitirían?

Había subestimado enormemente la lealtad de Los Plateados hacia Kendrick. Aunque Darloc hubiera llegado con cargos legítimos para su detención —y ciertamente estos no lo eran— Kendrick dudaba mucho que sus hermanos permitieran que se lo llevaran. Eran leales para toda la vida y leales hasta la muerte. Ese era el credo de Los Plateados. Él habría reaccionado del mismo modo, si alguno de sus hermanos era amenazado. Después de todo, ellos habían entrenado juntos, luchado juntos, durante todas sus vidas.

Kendrick podía sentir la tensión que había en el espeso silencio, mientras Los Plateados sostenían sus armas desenfundadas ante la docena de guardias reales, quienes se movían donde estaban, luciendo más incómodos por el momento. Deben haber sabido que sería una masacre si alguno de ellos sacaba su espada—y sabiamente, ninguno lo hizo. Todos se quedaron ahí y esperaron la orden de su comandante, Darloc.

Darloc tragó saliva, pareciendo muy nervioso. Se dio cuenta de que su causa era inútil.

"Parece que no has venido con suficientes hombres", respondió Kendrick con calma, sonriendo. "Una docena de los guardias del rey contra un centenar de Los Plateados. La tuya es una causa perdida".

Darloc se sonrojó, se veía muy pálido. Se aclaró la garganta.

"Mi señor, todos servimos al mismo reino. No quiero pelear con usted. Tiene razón: ésta es una lucha que no podemos ganar. Si nos lo ordena, saldremos de este lugar y volveremos con el rey.

"Pero sabe que Gareth sólo enviaría a más hombres a buscarlo. A otros hombres. Y ya sabe cómo acabará todo esto. Usted podría matarlos a todos—pero, ¿realmente quiere la sangre de sus hermanos en sus manos? ¿Quiere realmente provocar una guerra civil? Por usted, sus hombres arriesgarían sus vidas, matarían a quien fuera. ¿Pero eso es justo para ellos?".

Kendrick lo miró y se quedó pensando. Darloc tenía razón. No quería que ninguno de sus hombres saliera herido por culpa suya. Sentía un irrefrenable deseo de protegerlos de cualquier derramamiento de sangre, sin importar lo que eso significara para él. Y por horrible que fuera su hermano Gareth, y por mal gobernante que fuera, Kendrick no quería una guerra civil – por lo menos, no por culpa suya. Había otras maneras; la confrontación directa, había aprendido él, no siempre era la más efectiva.

Kendrick alzó la mano y lentamente bajó la espada de su amigo Atme. Se volvió y se puso frente a los otros Plateados. Sentía una enorme gratitud hacia ellos por haberlo defendido.

"Mis amigos Plateados", anunció. "Me siento muy honrado por haberme defendido, y les aseguro que no es en vano. Como todos ustedes saben, no tuve nada que ver con la muerte de mi padre, nuestro antiguo rey. Y cuando encuentre a su verdadero asesino, a quien sospecho que ya he encontrado por la naturaleza de estas órdenes, seré el primero en tomar venganza. Fui acusado injustamente. Dicho esto, no quiero ser el que cause una guerra civil. Así que por favor, bajen las armas. Voy a permitir que me lleven pacíficamente, porque un miembros del Anillo nunca debe luchar contra otro. Si la justicia existe, entonces la verdad saldrá a relucir—y me devolverán con ustedes inmediatamente".

El grupo de Los Plateados lentamente, a regañadientes, bajó sus brazos mientras Kendrick se volvía hacia Darloc. Kendrick se adelantó y caminó con Darloc hacia la puerta, con la guardia del rey rodeándolo. Kendrick caminó con orgullo, al centro, erguido. Darloc no intentó encadenarlo—quizás por respeto o por temor, o porque Darloc sabía que era inocente. Kendrick iría voluntariamente a su nueva prisión. Pero no se rendiría tan fácilmente. De alguna manera limpiaría su nombre y se liberaría de la mazmorra—y mataría al asesino de su padre. Aunque fuera su propio hermano.




CAPÍTULO TRES


Gwendolyn estaba en las entrañas del castillo, su hermano Godfrey junto a ella, y miró a Steffen mientras él estaba parado ahí, vacilante, doblando sus manos. Era un personaje extraño— no sólo porque era deforme, con la espalda torcida y encorvado, sino que también porque parecía estar lleno de una energía nerviosa. Sus ojos nunca dejaron de moverse, y apretó sus manos entre sí, como si le corroyera la culpa. Se movía en su lugar mientras estaba parado, cambiando de un pie a otro y tarareaba para sí mismo con una voz ronca. Todos esos años de estar ahí abajo, pensó Gwen, todos esos años de aislamiento lo habían convertido claramente, en un personaje extraño.

Gwen esperaba que él se abriera, que revelara lo que le había sucedido a su padre. Pero los segundos se convirtieron en minutos, y el sudor aumentaba en la frente de Steffen, mientras él se balanceaba cada vez más dramáticamente, pero no decía nada.  Continuaba habiendo un espeso y pesado silencio, interrumpido por su tarareo.

Gwen también estaba comenzando a sudar aquí abajo, el fuego rugiente de los pozos estaba muy cerca en este día de verano. Quería acabar con esto, dejar ese lugar – y nunca volver ahí otra vez. Vigilaba detenidamente a Steffen, tratando de descifrar su expresión, de averiguar qué pasaba por su mente. Había prometido decirles algo, pero ahora él había enmudecido. Mientras lo examinaba, parecía que estaba dudando. Se notaba que él tenía miedo; que tenía algo que ocultar.

Finalmente, Steffen aclaró su garganta.

"Algo cayó por la rampa esa noche, lo reconozco", comenzó a decir, sin hacer contacto visual, buscando algún lugar en el piso, "pero no estoy seguro de lo que era. Era algo metálico. Sacamos el orinal esa noche, y oí que cayó en el río.  Era algo diferente. Entonces”, dijo, carraspeando su garganta varias veces mientras retorcía las manos, "verán, sea lo que sea, ya se fue a las mareas".

"¿Estás seguro?", preguntó Godfrey.

Steffen afirmó con su cabeza vigorosamente.

Gwen y Godfrey intercambiaron una mirada.

"¿Al menos viste lo que era?", Godfrey preguntó presionando.

Steffen negó con la cabeza.

"Pero tú mencionaste una daga. ¿Cómo sabías que era un puñal si no lo viste?", preguntó Gwen. Ella sabía que él estaba mintiendo; pero simplemente no sabía por qué.

Steffen aclaró su garganta.

"Yo dije eso porque creí que era una daga", respondió. "Era pequeña y de metal. ¿Qué otra cosa podría ser?".

"Pero ¿te fijaste en el fondo de la olla?", preguntó Godfrey. "¿Después de que lo tiraste? Tal vez esté aún en la olla, en la parte inferior".

Steffen negó con su cabeza.

"Revisé el fondo", dijo. "Siempre lo hago. No había nada. Estaba vacío. No importa qué haya sido, ya se fue. Lo vi flotando".

"Si era de metal, ¿cómo iba a flotar?", preguntó Gwen.

Steffen aclaró su garganta, y luego se encogió de hombros.

"El río es misterioso", respondió.  "Las mareas son fuertes".

Gwen intercambió una mirada de escepticismo con Godfrey, y podía decir por la expresión de él, que tampoco le creía a Steffen.

Gwen se fue impacientando cada vez más.  Ahora, también estaba desconcertada. Momentos antes, Steffen iba a contarles todo, como había prometido. Pero parecía como si de repente hubiese cambiado de opinión.

Gwen se acercó más a él y frunció el ceño, sintiendo que este hombre tenía algo que ocultar. Ella puso su cara más dura, y al hacerlo, sintió la fuerza de su padre emanando a través de ella. Estaba decidida a descubrir lo que fuera que él sabía—especialmente si le ayudaba a encontrar al asesino de su padre.

"Estás mintiendo", dijo, con gran frialdad, la fuerza que salía de ella incluso la sorprendió. "¿Sabes cuál es el castigo por mentir a un miembro de la familia real?". Steffen retorció las manos y casi rebotó en su lugar, mirándola hacia arriba, por un momento y luego apartó la mirada rápidamente.

"Lo siento", dijo él. "Lo siento. Por favor, no sé nada más".

"Antes nos preguntaste si te librarías de la cárcel si nos decías lo que sabías", dijo ella.  "Pero no nos has dicho nada. ¿Por qué preguntaste eso si no tenías nada que decirnos?".

Steffen lamió sus labios, mirando hacia el piso.

"Yo… yo… "comenzó a decir y se detuvo.  "Yo estaba preocupado… de que me metería en problemas por no informar que un objeto cayó del conducto.  Eso es todo. "Lo siento. No sé lo que era. Se ha ido".

Gwen entrecerró sus ojos, mirándolo, tratando de llegar al fondo de este extraño personaje.

"¿Qué fue exactamente lo que le sucedió a tu amo?", preguntó ella, no dejando que se librara de la culpa.  "Nos dijeron que desapareció. Y que tú tenías algo que ver con ello".

Steffen negó con su cabeza una y otra vez.  "Se fue", respondió Steffen. “Eso es todo lo que sé. "Lo siento. No sé nada que les pueda ayudar".

De repente llegó un ruido silbante por toda la habitación, y todos se volvieron para ver los residuos volando por el conducto, y cayendo con un ruido en el enorme orinal. Steffen se dio la vuelta y corrió por la habitación, hacia a la olla. Se quedó parado junto a ella, observando cómo se llenaba de los residuos de las habitaciones superiores.

Gwen se volvió y miró a Godfrey, quien también la miraba. Tenía una expresión de desconcierto.

"Lo que sea que esté escondiendo", dijo ella, "no va a decirlo".

"Podemos hacer que lo encarcelen", dijo Godfrey.  "Eso podría hacerle hablar".

Gwen meneó la cabeza.  "No lo creo. No con éste. Obviamente está muy asustado. Creo que tiene que ver con su maestro. Es claro que se siente mal por algo y no creo que tenga que ver con la muerte de nuestro padre. Creo que él sabe algo que podría ayudarnos—pero tengo la sensación de que arrinconarlo, sólo le hará callar".

"¿Qué debemos hacer?", preguntó Godfrey.

Gwen se quedó allí, pensando. Recordó a una amiga suya, cuando ella era niña, que una vez había sido descubierta mintiendo. Recordó que sus padres le habían presionado de todas las maneras posibles para que dijera la verdad, pero que ella no hablaba. Fue sólo semanas después, cuando todo el mundo finalmente la había dejado en paz, que se había ofrecido voluntariamente a revelar todo. Gwen sintió la misma energía saliendo de Steffen, de que arrinconarlo lo haría callar, que necesitaba hablar voluntariamente.

"Vamos a darle tiempo", dijo.  "Vamos a buscar en otra parte. Vamos a ver qué podemos averiguar y lo abordaremos otra vez cuando sepamos algo más. Creo que se abrirá. Él no está listo".

Gwen se volvió y lo vio, a través de la habitación, examinando los residuos que llenaban la olla.  Ella estaba segura de que él les llevaría hacia al asesino de su padre.  Ella simplemente no sabía cómo. Se preguntó qué secretos se escondían en las profundidades de su mente.

Era un personaje muy extraño, pensó Gwen.  Era muy raro, sin duda.




CAPÍTULO CUATRO


Thor trató de respirar mientras pestañeaba para quitarse el agua que cubría sus ojos, su nariz, su boca, derramando todo a su alrededor.  Después de deslizarse a través de la embarcación, había logrado finalmente asirse a la barandilla de madera, y se aferró a ella con toda su alma mientras el agua implacable trataba de hacer que se soltara. Todos los músculos de su cuerpo estaban temblando, y no sabía cuánto más podría aguantar.

Alrededor de él, sus hermanos hacían lo mismo, aferrándose con todo su ser, por lo que pudieran encontrar, mientras el agua intentaba tirarlos del barco. De alguna manera, se mantenían dentro.

El ruido era ensordecedor, y era difícil ver más de unos pocos metros delante de él.

A pesar de ser un día de verano, la lluvia era fría y el agua envió un escalofrío por su cuerpo que no podía evitar. Kolk estaba ahí parado, ceñudo, con las manos sobre sus caderas, como si fuera inmune a la lluvia y vociferando a todos a su alrededor.

"¡REGRESEN A SUS ASIENTOS!", gritó. "¡REMEN!".

El mismo Kolk tomó asiento y comenzó a remar, y en pocos momentos los chicos se deslizaron y se arrastraron a través de la cubierta hacia las bancas. El corazón de Thor latía aceleradamente mientras se soltaba y luchaba para atravesar la cubierta. Krohn, dentro de su camisa, se quejó, mientras Thor se deslizaba y caía, aterrizando con fuerza en la cubierta.

Se arrastró el resto del camino y pronto se encontró en su asiento.

"¡AMÁRRENSE!", gritó Kolk.

Thor miró hacia abajo y vio las cuerdas con nudos debajo de su banca y finalmente se dio cuenta para qué servían: se agachó y ató una alrededor de su muñeca, encadenándose a la banca y al remo.

Funcionó. Dejó de deslizarse. Y pronto fue capaz de remar.

A su alrededor los chicos siguieron remando; Reece tomó asiento frente a él, y Thor pudo sentir que el barco se movía. En pocos minutos, la pared de lluvia se aligeró adelante.

Remó y remó, su piel ardiendo por esa extraña lluvia, todos los músculos de su cuerpo le dolían, finalmente comenzó a disminuir el sonido de la lluvia, y Thor comenzó a sentir menos agua caer sobre su cabeza. En unos momentos más, entraron en un cielo soleado.

Thor miró, sorprendido: estaba completamente seco, brillante. Fue la cosa más extraña que había experimentado: la mitad del barco estaba en un lugar seco, con el sol brillando, mientras que la otra mitad estaba mojada al terminar de pasar a través de la pared de lluvia.

Finalmente, todo el barco estaba bajo un cielo azul claro y amarillo, con el calor del sol sobre ellos. Ahora había silencio, la pared de lluvia desaparecía rápidamente y todos sus hermanos de armas se miraban unos a otros, aturdidos. Era como si hubieran pasado por una cortina, hacia otro reino.

"¡ALTO!", gritó Kolk.

Todo los chicos alrededor de Thor bajaron sus remos con un gemido colectivo, jadeando, recuperando el aliento. Thor hizo lo mismo, sintiendo que cada músculo de su cuerpo temblaba y agradecía tener un descanso. Se desplomó, jalando aire y trató de relajar sus músculos doloridos mientras su barco se deslizaba en estas aguas nuevas.

Thor finalmente se recuperó y se quedó parado mirando a su alrededor. Miró hacia el agua y vio que había cambiado de color: era de un ligero color rojo brillante. Habían entrado en un mar diferente.

"Es el Mar de los Dragones", dijo Reece, que estaba junto a él, mirando también con asombro. "Dicen que es rojo por la sangre de sus víctimas".

Thor miró hacia abajo. Hacía burbujas en ciertos lugares y a lo lejos, emergían del agua, momentáneamente, extrañas bestias y después se sumergían. Ninguna se quedaba el tiempo suficiente para que él pudiera verla bien, pero no quería arriesgarse e inclinarse más cerca.

Thor dio vuelta y miró todo, desorientado. Todo aquí, en este lado de la pared de lluvia, parecía tan raro, tan diferente. Incluso hubo una ligera niebla roja en el aire, volando bajo sobre el agua. Él examinó el horizonte y vio docenas de pequeñas islas, dispersas, como piedras rodantes en el horizonte.

Hubo una fuerte brisa y Kolk dio un paso adelante y vociferó:

“¡LEVANTEN LAS VELAS!”.

Thor saltó a la acción con todos los chicos alrededor de él, agarrando las cuerdas y elevándolas para atrapar la brisa. Las velas se elevaron y una ráfaga de viento las movió. Thor sintió que el barco se movía más rápido que nunca debajo de ellos y se dirigieron a las islas.  El barco se sacudió sobre las olas enormes, ondulantes, que se levantaban de la nada, moviéndose suavemente hacia arriba y hacia abajo.

Thor logró abrirse paso hacia la proa, se inclinó contra la borda y se asomó. Reece apareció junto a él, y O’Connor llegó del otro lado. Todos estaban uno junto al otro, y Thor observaba cómo la cadena de islas se acercaba rápidamente. Allí permanecieron en silencio durante mucho tiempo; Thor saboreaba la brisa húmeda mientras su cuerpo se relajaba.

Finalmente, Thor se dio cuenta de que se dirigían a una isla en particular. Se hizo más grande, y Thor sintió un escalofrío al darse cuenta de que habían llegado a su destino.

"Es la Isla de la Niebla", dijo Reece, sorprendido.

Thor la examinó, maravillado.

Empezó a tomar forma – era rocosa y escarpada, estéril y se extendía varios kilómetros en cada dirección, larga y estrecha, en forma de herradura.

Enormes olas se estrellaban contra sus orillas, rugiendo incluso desde aquí, creando enormes rocíos de espuma mientras se encontraban con grandes rocas. Allí estaba una franja pequeñita de tierra, más allá de las rocas y después un muro de acantilados que se disparaba hacia el cielo. Thor no veía cómo su barco podría atracar con seguridad.

Además de lo extraño de este lugar, una niebla roja permanecía en la isla, como un rocío, brillando en el sol. Sintió un presagio. Thor pudo sentir algo inhumano, sobrenatural, en este lugar.

"Dicen que ha sobrevivido millones de años", agregó O’Connor. "Es más viejo que el Anillo. Mayor, incluso, que el Imperio".

"Pertenece a los dragones", agregó Elden, acercándose a Reece.

Mientras Thor miraba, de repente, el segundo sol se desplomó en el cielo; en momentos el día iba de brillante y soleado a casi el atardecer, el cielo estaba pintado de rojos y púrpuras.  No lo podía creer: nunca había visto el sol moverse tan rápido. Se preguntaba qué otra cosa era diferente en esta parte del mundo.

"¿Un dragón vive en esta isla?, preguntó Thor.

Elden meneó la cabeza.

"No, dicen que vive cerca. Dicen que la niebla roja se debe al aliento de un dragón. Respira por la noche en una isla vecina, y el viento lo lleva y cubre la isla durante el día".

Thor oyó un ruido repentino; al principio parecía un retumbo, un trueno, largo y bastante fuerte como para sacudir el bote. Krohn, aún en su camisa, agachó la cabeza y gimió.

Todos los demás se giraron y Thor se volvió también y observó; en algún lugar del horizonte pensó que podía ver el contorno débil de las llamas lamiendo la puesta del sol, después desapareciendo en un humo negro, como un pequeño volcán en erupción.

"Es el dragón", dijo Reece. "Ahora estamos en su territorio".

Thor tragó saliva, asombrado.

"Pero entonces, ¿cómo podemos estar seguros aquí?", preguntó O' Connor.

"No estarán seguros en ningún lugar", resonó una voz.

Thor giró para ver a Kolk allí parado, con las manos en la cadera, mirando el horizonte sobre sus hombros.

"Ese es el motivo de Los Cien, vivir con el riesgo de la muerte cada día. Esto no es un ejercicio. El dragón vive cerca, y no hay nada que le impida atacar. Es probable que no lo haga, porque él cuida celosamente su tesoro en su propia isla, y a los dragones no les gusta dejar su tesoro desprotegido. Pero escucharán sus rugidos y verán sus llamas por la noche. Y si lo hacemos enojar de alguna manera, no saben lo que podría suceder".

Thor escuchó otro retumbo, observó otra ráfaga de fuego en el horizonte y vio cómo se acercaban más y más a la isla, con las olas estrellándose contra ella. Él miró los empinados acantilados, una pared de roca y se preguntó cómo sería si alguna vez llegaran a la cima, a tierra plana y seca.

"Pero no veo un muelle dónde atracar un barco", dijo Thor.

"Eso sería demasiado fácil", dijo Kolk.

"¿Entonces cómo llegaremos a la isla?", preguntó O’Connor.

Kolk sonrío, con una sonrisa malvada.

"Nadando", dijo.

Por un momento, Thor se preguntaba si estaba bromeando; pero luego se dio cuenta, por la mirada en su cara que no era así. Thor tragó saliva.

"¿Nadando?", Reece repitió, incrédulo.

"¡Esas aguas están repletas de criaturas!", dijo Elden.

"Oh, eso es lo de menos", continuó diciendo Kolk. "Las mareas son traicioneras; los remolinos los jalarán hacia abajo; las olas los estrellarán en esas piedras escarpadas; el agua estará caliente; y si logran ir más allá de las rocas, tendrán que encontrar una forma de escalar los acantilados, para llegar a tierra firme. Si las criaturas marinas no los atrapan primero. Bienvenidos a su nuevo hogar".

Thor se quedó ahí parado, con los demás, cerca de la borda, mirando hacia al mar de espuma debajo de él. El agua se arremolinaba debajo de él como un ser viviente, la marea se volvía más fuerte a cada segundo, moviendo el barco, haciendo más difícil mantener su equilibrio. Abajo, las aguas enfurecidas, se agitaban, en un rojo brillante que parecía contener la sangre del mismo infierno. Lo peor de todo, como Thor observó de cerca, es que las aguas estaban agitadas cada pocos metros hacia la superficie de otro monstruo del mar, elevándose, chasqueando sus dientes largos, luego sumergiéndose.

Su barco repentinamente bajó el ancla, lejos de la orilla, y Thor tragó saliva. Él miró las rocas que enmarcaban la isla y se preguntaba cómo le harían para ir de aquí para allá. El choque de las olas se hacía más fuerte a cada segundo, haciendo que los demás tuvieran que gritar para ser escuchados.

Al mirar, bajaron varios botes pequeños al agua, luego fueron guiados por los comandantes, lejos del barco, a unos 27 metros. No lograrían llegar tan fácilmente, tendrían que nadar para llegar a ellos.

De solo pensarlo, Thor sintió náuseas.

"¡SALTEN!", gritó Kolk.

Por primera vez, Thor sintió miedo. Se preguntó si eso lo hacía menos miembro de la Legión, menos guerrero. Él sabía que los guerreros deberían ser valientes en todo momento, pero tuvo que reconocer a sí mismo que ahora sentía miedo. Odiaba el hecho de temer, y deseaba que pudiera ser de otra manera. Pero temía.

Pero cuando Thor miró a su alrededor y vio los rostros aterrados de los otros chicos; se sintió mejor. A su alrededor, los chicos estaban parados cerca de la borda, congelados de miedo, mirando las aguas. Un chico en particular estaba tan asustado que temblaba. Era el chico del día de los escudos, el que había tenido miedo, que había sido obligado a dar vueltas.

Kolk debe haberlo intuido, porque cruzó el barco hacia él. Kolk parecía espontáneo mientras el viento echaba hacia atrás su cabello, haciendo muecas mientras caminaba, pareciendo listo para conquistar la propia naturaleza. Se acercó a su lado y frunció más el ceño.

"¡SALTA!”, gritó Kolk.

"¡No!" respondió el muchacho. "¡No puedo! ¡No voy a hacerlo! ¡Yo no sé nadar! ¡Lléveme a casa!

Kolk se acercó al muchacho, ya que empezaba a alejarse de la borda, lo agarró por la parte trasera de su camisa y lo levantó del suelo.

"¡Entonces aprenderás a nadar!", Kolk gruñó, y luego, ante la incredulidad de Thor, lanzó al muchacho por la borda.

El muchacho salió volando por el aire, gritando, mientras se desplomaba unos 4.5 metros hacia el mar con espuma. Aterrizó con un chapoteo, después flotó hacia la superficie, agitándose, tratando de respirar.

"¡AUXILIO!", gritó él.

"¿Cuál es la ley primera de la Legión?", gritó Kolk, volteando a ver a los demás chicos en el barco, ignorando al muchacho que estaba en el agua.

Thor estaba poco consciente de la respuesta correcta, pero también estaba muy distraído por la visión del muchacho, ahogándose por debajo, para responder.

"¡Para ayudar a un miembro de la Legión en necesidad!", Elden gritó.

"¿Y está necesitado?" Kolk gritó, señalando al muchacho.

El chico levantó sus brazos, subiendo y bajando del agua y los otros chicos estaban parados en cubierta, mirando, todos estaban demasiado asustados para lanzarse al agua.

En ese momento, algo raro le pasó a Thor. Al centrarse en el muchacho que se ahogaba, todo lo demás quedó atrás. Thor ya no pensaba en sí mismo. El hecho de que podría morir nunca pasó por su mente. El mar, los monstruos, las mareas… todo se desvanecía. En lo único que podía pensar era en rescatar a alguien.

Thor se acercó a la amplia borda, dobló sus rodillas y sin pensarlo, saltó alto en el aire, de cara hacia el rojo burbujeante de las aguas que estaban abajo.




CAPÍTULO CINCO


Gareth se sentó en el trono de su padre en el Gran Salón, frotándose las manos a lo largo de sus brazos suaves, de madera y mirando la escena ante él: miles de súbditos estaban atiborrados en la sala, la gente se reunía desde todos los rincones de El Anillo para ver este evento una vez en la vida, para ver si él podría esgrimir la Espada de la Dinastía. A ver si él era El Elegido. Desde que su padre era joven, la gente no había tenido la oportunidad de presenciar que se blandiera – y nadie parecía querer perdérselo. La emoción estaba en el aire, como una nube.

Gareth estaba entumecido, ante la expectativa.

Mientras veía que la sala continuaba llenándose, más y más personas estaban adentro, atiborradas, comenzó a preguntarse si los asesores de su padre habían tenido razón, si en efecto, había sido una mala idea blandirla en el Gran Salón y permitir la entrada al público. Le habían instado a intentarlo en la pequeña y privada Cámara de la Espada; le habían dicho que si fracasaba, pocas personas lo presenciarían. Pero Gareth no confiaba en la gente de su padre; sentía más confianza en sí mismo que en la vieja guardia de su padre, y quería que todo el reino presenciara su logro, para que fueran testigos de que él era El Elegido, en cuanto ocurriera. Él había querido que el momento quedara grabado en el tiempo. El momento en que su destino había llegado.

Gareth había entrado en la habitación, con estilo, se pavoneaba acompañado por sus asesores, llevaba su corona y su manto, empuñando su cetro—él quería que todos supieran que él, no su padre, era el verdadero rey, el verdadero MacGil. Como esperaba, no le había tomado mucho tiempo sentir que este era su castillo, que estos eran sus súbditos. Quería que su pueblo lo sintiera ahora, que esta demostración de poder fuera vista por todos. Después de hoy, todos sabrían con certeza que era el único y verdadero rey.

Pero ahora que Gareth estaba ahí sentado, solo, en el trono, mirando a las clavijas de hierro vacías, al centro de la habitación en la que se colocaría la espada, iluminado por un rayo de luz del sol que provenía del techo, no estaba tan seguro. La gravedad de lo que estaba a punto de hacer le pesó; sería un paso irreversible, y no había marcha atrás. ¿Qué pasaría si, en efecto, fracasaba? Intentó borrarlo de su mente.

La enorme puerta se abrió con un crujido en el otro extremo de la habitación, y con un silencio de emoción, todos en la sala callaron, ante la expectativa. Entraron marchando una docena de las manos más fuertes de la corte, sosteniendo la espada entre ellos, todos haciendo un esfuerzo con su peso. Seis hombres estaban parados a cada lado, marchando lentamente, dando un paso a la vez, llevando la espada hacia su lugar de reposo.

El corazón de Gareth se aceleró al verla acercarse. Por un breve momento, vaciló su confianza—si estos doce hombres, más grandes que cualquiera que hubiera visto, apenas podían sostenerla, ¿qué oportunidad había para él? Pero trató de borrar esos pensamientos de su mente—después de todo, la espada se trataba del destino, no de fuerza. Y se obligó a recordar que era su destino estar aquí, ser el primogénito de los MacGil, que sería rey. Buscó a Argon entre la multitud; por alguna razón tuvo un repentino e intenso deseo de buscar su consejo. Este era el momento en que más lo necesitaba. Por alguna razón, no podía pensar en nadie más. Pero por supuesto, él no se encontraba.

Finalmente, la docena de hombres llegó al centro de la sala, llevando la espada hacia la luz del sol, y la colocaron en las puntas de hierro. Cayó con un ruido metálico reverberante, el sonido viajaba en ondas por toda la habitación. El cuarto quedó totalmente en silencio.

La gente instintivamente se separó, abriendo paso para que Gareth caminara e intentara izarla.

Gareth lentamente se levantó de su trono, saboreando el momento, saboreando toda la atención. Podía sentir todos los ojos sobre él. Sabía que este momento nunca se repetiría, cuando el reino entero lo observara completamente, intensamente, analizando cada movimiento que hacía. Había vivido este momento tantas veces en su mente desde que él era niño, y ahora había llegado. Quería ir despacio.

Bajó los escalones del trono, uno a uno, saboreando cada paso. Caminaba por la alfombra roja, sintiendo la suavidad debajo de sus pies, acercándose más y más hacia el remiendo de luz del sol, hacia la espada. Mientras caminaba, era como entrar en un sueño. Se sentía fuera de sí mismo. Una parte de él sentía como si hubiera caminado por esta alfombra muchas veces antes, habiendo izado la espada un millón de veces en sus sueños. Lo hacía sentir que estaba destinado a levantarla, que caminaba hacia su destino.

Vio cómo sucedería en su mente: caminaría con audacia, y estiraría una sola mano y mientras sus súbditos se inclinaban, él repentina y dramáticamente la levantaría sobre su cabeza. Todos jadearían y se arrodillarían bajando la cabeza y lo declararían El Elegido, el rey más importante de los MacGil que alguna vez había gobernado, el que gobernaría para siempre. Todos llorarían de gusto al verlo. Se encogerían de miedo ante él. Agradecerían a Dios haber vivido en esta vida para presenciarlo. Lo adorarían como a un dios.

Gareth se acercó a la espada, a pocos centímetros y sintió que temblaba por dentro. Al entrar hacia la luz del sol, aunque había visto la espada muchas veces antes, se sintió sorprendido por su belleza. A él nunca se le había permitido acercarse tanto, y lo sorprendió. Fue intenso. Con una cuchilla larga brillante, hecha de un material que nadie había descifrado, tenía la empuñadura más adornada que alguna vez había visto, envuelta en un paño fino, de seda, con incrustaciones de joyas de todo tipo y blasonada con el escudo del halcón. Cuando dio un paso más, pasando sobre ella, sintió la poderosa energía que ésta irradiaba. Parecía palpitar. Apenas podía respirar. En un momento estaría en la palma de su mano. Muy por encima de su cabeza. Brillando en la luz del sol para que todo el mundo lo viera.

Él, Gareth, El Grandioso.

Gareth extendió la mano derecha y la colocó en la empuñadura, cerrando lentamente sus dedos alrededor de ella, sintiendo cada joya, cada contorno al asirla, electrificado. Una intensa energía irradiaba a través de la palma de su mano, su brazo, a través de su cuerpo. Fue muy distinto a todo lo que había sentido en su vida. Éste era su momento. Su momento para toda la vida.

Gareth no se arriesgaría: estiró el brazo y también puso la otra mano en la empuñadura. Cerró sus ojos, respiraba con dificultad.

Si agrada a los dioses, por favor, permítanme levantar esto. Denme una señal. Muéstrenme que soy el rey. Muéstrenme que estoy destinado a gobernar.

Gareth oró en silencio, esperando una respuesta, una señal, de cuándo era el momento perfecto. Pero pasaron los segundos, un total de diez segundos, todo el reino observaba y no escuchó nada.

Entonces, de repente, vio el rostro de su padre, frunciendo el ceño hacia él.

Gareth abrió los ojos lleno de terror, queriendo borrar la imagen de su mente. Su corazón latía aceleradamente, y sintió que era un terrible presagio.

Era ahora o nunca.

Gareth se inclinó, y con todas sus fuerzas, intentó levantar la espada. Luchó con todo lo que tenía, hasta que su cuerpo entero se estremeció, convulsionado.

La espada no se movió. Era como intentar mover los cimientos de la tierra.

Gareth lo intentó con más y más fuerza. Finalmente, estaba gimiendo y gritando visiblemente.

Momentos más tarde, se desplomó.

La hoja no se había movido un centímetro.

Un jadeo de sorpresa se extendió por toda la sala, mientras él caía al suelo. Varios asesores corrieron en su ayuda, comprobando si estaba bien, y violentamente los empujó. Avergonzado, se detuvo tratando de levantarse por sí mismo.

Humillado, Gareth miró alrededor hacia sus súbditos, a ver cómo lo verían ahora.

Ya se habían dado la vuelta, se estaban yendo de la habitación.

Gareth podía ver la decepción en sus rostros, podía ver que él era sólo otro fallido espectáculo ante sus ojos. Ahora todos sabían, todos y cada uno de ellos, que no era su verdadero rey. No era el MacGil destinado y escogido. No era nada. Un príncipe que había usurpado el trono.

Gareth sintió que ardía de vergüenza. Nunca se había sentido más solo que en ese momento. Todo lo que había imaginado, desde que era niño, había sido una mentira. Un delirio. Él había creído en su propia fábula.

Y ésta lo había aplastado.




CAPÍTULO SEIS


Gareth caminaba en su habitación, con su mente aturdida, sorprendió por su incapacidad para izar la espada, tratando de procesar las consecuencias. Se sentía entumecido. No podía creer cómo había sido tan tonto para intentar levantar la espada, la Espada de la Dinastía, que ningún MacGil había podido izar durante siete generaciones. ¿Por qué pensó que podía ser mejor que sus antepasados? ¿Por qué había supuesto que él sería diferente?

Él debió haberlo sabido. Debió ser cauteloso, nunca debería haberse sobreestimado. Debería haber estado contento con simplemente tener el trono de su padre. ¿Por qué tuvo que presionar?

Ahora todos sus súbditos sabían que no era El Elegido; ahora su gubernatura podría verse estropeada por esto; ahora tendrían más motivos para sospechar que él era el causante de la muerte de su padre. Vio que todo el mundo lo miraba diferente, como si fuera un fantasma andando, como si ya se estuvieran preparando para el siguiente rey.

Peor que eso, por primera vez en su vida, Gareth se sentía inseguro de sí mismo. Toda su vida, había visto claramente su destino. Estaba seguro de que él estaba destinado a tomar el lugar de su padre para gobernar y para empuñar la espada. Su confianza había sido sacudida hasta la médula. Ahora no estaba seguro de nada.

Lo peor de todo, no podía evitar ver esa imagen del rostro de su padre, justo antes de que él la levantara. ¿Esa había sido su venganza?

"Bravo", dijo una voz lenta y sarcástica.

Gareth se dio la vuelta, sorprendido de que alguien estuviera con él en esa habitación.

Reconoció la voz al instante; era una voz con la que estaba muy familiarizado desde hacía años, y a quien había llegado a despreciar. Era la voz de su esposa.

Helena.

Allí estaba ella, en un rincón de la habitación, observándolo mientras ella fumaba su pipa de opio. Inhalaba profundamente, sostenía, y lentamente exhalaba. Sus ojos estaban inyectados de sangre, y él pudo ver que había estado fumando demasiado tiempo.

"¿Qué haces aquí?" preguntó él.

"Esta es mi habitación nupcial después de todo", respondió ella. "Puedo hacer lo que quiera aquí. Yo soy tu esposa y tu reina. No lo olvides. Yo gobierno este reino tanto como tú. Y después de tu debacle de hoy, yo usaría el término gobernar, libremente, sin duda”.

La cara de Gareth se sonrojó. Helena había tenido siempre una forma de darle un golpe bajo, y en el momento más inoportuno. Él la detestaba más que a cualquier mujer en su vida. Difícilmente podría concebir que él hubiera accedido a casarse con ella.

"¿Eso crees?", espetó Gareth, girando y dirigiéndose hacia ella, echando humo. "Olvidas que soy el rey, desgraciada, y que podría encarcelarte, como a cualquiera en mi reino, seas mi esposa o no".

Se rió de él, con un resoplido burlón.

"¿Y luego qué?", espetó ella.

"¿Tus nuevos súbditos saben acerca de tu sexualidad? No, lo dudo mucho. No en el mundo intrigante de Gareth. No en la mente del hombre que se preocupa más que nadie de cómo la gente lo percibe".

Gareth se detuvo delante de ella, al darse cuenta de que tenía una forma de ver a través de él, que le molestaba hasta decir basta. Él entendió su amenaza y se dio cuenta de que discutir con ella no serviría de nada. Así que se quedó ahí, en silencio, esperando, con sus puños apretados.

"¿Qué es lo que quieres?" dijo lentamente, tratando de controlarse a sí mismo para no hacer algo precipitado.

"No habrías venido, a menos que quisieras algo".

Ella rió, con una risa burlona.

"Voy a tomar lo que se me antoje. No he venido a pedirte nada. Más bien vine a decirte una cosa: todo tu reino ha sido testigo de tu inhabilidad para levantar la espada. ¿Dónde quedamos con eso?".

"¿Quedamos?" preguntó él, intrigado de hacia dónde se dirigía ella con eso.

"La gente sabe ahora lo que yo siempre he sabido: que eres un fracasado. Que no eres El Elegido. Felicitaciones. Al menos ahora es oficial".

Él frunció el ceño nuevamente.

"Mi padre no pudo blandir la espada. Eso no le impidió gobernar efectivamente como rey".

"Pero afectó su reinado", espetó ella. "Cada momento de él".

"Si" eres tan infeliz con mis inhabilidades”, dijo Gareth furioso, "¿por qué no te vas de este lugar? ¡Déjame! Deja nuestra parodia de matrimonio. Ahora yo soy el rey. Ya no te necesito".

"Me alegro de que plantearas ese punto", dijo ella, "porque esa es precisamente la razón por la que vine.  Quiero terminar nuestro matrimonio oficialmente. Quiero el divorcio. Hay un hombre al que amo. Un hombre de verdad. De hecho, es uno de sus caballeros. Es un guerrero. Estamos enamorados, es un amor verdadero. Diferente a cualquier amor que haya tenido. Divórciate de mí, para que pueda dejar de mantener esto en secreto. Quiero que nuestro amor sea público. Quiero casarme con él”.

Gareth la miró fijamente, sorprendido, sintiéndose hueco, como si una daga hubiera sido sumida en su pecho. ¿Por qué Helena tenía que salir a la superficie? ¿Por qué ahora, de todos los tiempos? Era demasiado para él. Sentía como si el mundo entero le diera de patadas mientras estaba en el suelo.

A pesar de sí mismo, Gareth se sorprendió al darse cuenta de que sentía algo por Helena, porque cuando él oyó las palabras exactas de ella, pidiéndole el divorcio, algo lo movió por dentro. Le molestó. A pesar de sí mismo, le hizo darse cuenta de que no quería divorciarse de ella. Si él lo dijera, era una cosa; pero viniendo de ella, era distinto. No quería que ella se saliera con la suya, y no tan fácilmente.

Sobre todo, se preguntaba cómo un divorcio influiría en su reinado. Un rey divorciado levantaría demasiadas preguntas. Y a pesar de sí mismo, se hallaba celoso de ese caballero. Y resentido de que ella le embarrara en la cara su falta de hombría. Quería vengarse. De los dos.

"No puedes tenerlo", dijo él. "Estás atada a mí. Serás mi esposa para siempre. Nunca te dejaré libre. Y si alguna vez me encuentro con ese caballero con el que me estás engañando, voy a hacer que lo torturen y ejecuten”.

Helena lo vio con cara amenazante.

"¡Yo no soy tu esposa! Tú no eres mi esposo. Tú no eres un hombre. La nuestra es una unión impía. Así ha sido desde el primer día. Era una sociedad arreglada por el poder. Todo esto me da asco – siempre ha sido así. Y ha arruinado mi única oportunidad de realmente estar casada".

Respiraba, aumentando su furia.

"Me darás el divorcio, o voy a revelar a todo el reino el tipo de hombre que eres. Tú decides".

Con eso Helena le dio la espalda, atravesó la habitación y salió por puerta abierta, sin molestarse en cerrarla detrás de ella.

Gareth estaba solo en la cámara de piedra, escuchando el eco de sus pasos y sintiendo un escalofrío en cuerpo que no podía quitarse. ¿Había algo estable a lo que se podía sostener?

Mientras Gareth estaba ahí parado, temblando, viendo la puerta abierta, se sorprendió al ver a alguien entrar por ella. Apenas había tenido tiempo para registrar su conversación con Helena, para procesar todas sus amenazas, cuando llegó un rostro familiar. Firth. El rebote habitual de su caminar había desaparecido cuando entró en el cuarto con vacilación, con una mirada de culpa en su rostro.

"¿Gareth?" preguntó pareciendo inseguro.

Firth lo miró, con los ojos bien abiertos, y Gareth pudo ver lo mal que sentía. Debería sentirse mal, pensó Gareth.  Después de todo, era Firth quien le hizo empuñar la espada, quien finalmente lo convenció, quien le había hecho pensar que valía más de lo que era. Sin el susurro de Firth, ¿quién lo sabía? Tal vez Gareth ni siquiera habría intentado empuñarla.

Gareth se volvió hacia él, echando humo. En Firth finalmente encontró un objeto al cual dirigir toda su ira. Después de todo, Firth había sido quien mató a su padre. Era Firth, ese estúpido mozo de cuadra, quien le metió en este lío para empezar. Ahora era sólo otro fallido sucesor al linaje MacGil.

"Te odio", dijo Gareth furioso. "¿Qué hay de tus promesas ahora? ¿Qué hay de la seguridad que tenía que yo podría blandir la espada?".

Firth tragó saliva, pareciendo muy nervioso. Se quedó sin habla. Obviamente, no tenía nada que decir.

"Lo siento, mi señor", dijo él. "Me equivoqué".

"Te equivocaste sobre un montón de cosas", Gareth espetó.

Sin duda, mientras Gareth más pensaba en ello, más se daba cuenta de lo mal que había estado Firth. De hecho, si no fuera por Firth, su padre aún estaría vivo hoy—y Gareth no estaría en ninguno de estos desastres. El peso de la realeza no estaría en su cabeza, todas estas cosas no irían mal. Gareth anhelaba los días sencillos, cuando no era rey, cuando su padre estaba vivo. Sintió un repentino deseo de regresar a esos días, a la manera como eran las cosas antes. Pero no podía. Y Firth tenía la culpa de todo esto.

"¿Qué haces aquí?", presionó Gareth.

Firth aclaró su garganta, evidentemente nervioso.

"He oído… rumores… susurros de los sirvientes que hablan. Dicen que tu hermano y tu hermana están haciendo preguntas. Los han visto en donde trabajan los sirvientes. Examinando el conducto de residuos buscando el arma homicida. La daga que utilicé para matar a tu padre".

Gareth sintió un escalofrío al escuchar sus palabras. Estaba paralizado de asombro y de temor. ¿Podría empeorar el día?

Aclaró su garganta.

"¿Y qué encontraron?", preguntó él, sintiendo su garganta seca, las palabras apenas escapaban.

Steffen meneó la cabeza.

"No sé, mi señor. Todo lo que sé es que sospechan algo".

Gareth sentía un odio renovado hacia Firth, que no sabía que era capaz de sentir. Si no fuera por su torpeza, si hubiera desechado el arma correctamente, no estaría en esta posición. Firth le había dejado vulnerable.

"Sólo voy a decirlo una vez", dijo Gareth, acercándose a Firth, con la mirada más firme que pudo tener. "No quiero verte nunca más. ¿Me entiendes? Aléjate de mi presencia y nunca regreses. Te voy a relegar a una posición muy lejos de aquí. Y si alguna vez vuelves a poner un pie en los muros de este castillo, te aseguro que haré que te arresten.

"¡AHORA, VETE!", gritó Gareth.

Firth, con los ojos llenos de lágrimas, se dio vuelta y salió corriendo de la habitación; sus pasos resonaban mucho después de haberse alejado del pasillo.

Gareth regresó a pensar en la espada, en su intento fallido. No podría evitar sentir que había puesto en marcha una gran calamidad para sí mismo. Sentía como si se hubiera lanzado desde un acantilado, y que de ahora en adelante, sólo enfrentaría su descenso.

Se quedó allí, arraigado al suelo, en el silencio reverberante, en la habitación de su padre, temblando, preguntando qué había puesto en marcha. Nunca se había sentido tan solo, tan inseguro de sí mismo.

¿Esto era lo que significaba ser rey?


*

Gareth corrió por la escalera espiral de piedra, piso tras piso, apresurándose hacia los parapetos superiores del castillo. Necesitaba aire fresco. Necesitaba tiempo y espacio para pensar. Necesitaba un sitio con vista privilegiada de su reino, una oportunidad para ver su corte, a su pueblo y para recordar que todo esto era suyo. Que, a pesar de todos los eventos del día que parecían una pesadilla, él, después de todo, todavía era el rey.

Gareth había despedido a sus asistentes y corrió solo, piso tras piso, respirando con dificultad. Se detuvo en uno de los pisos, inclinado para recuperar el aliento. Las lágrimas caían por sus mejillas. Veía la cara de su padre, regañándolo a cada paso.

"¡Te odio!", gritó al vacío.

Podría haber jurado que escuchó una risa burlona. La risa de su padre.

Gareth necesitaba alejarse de ahí. Se volvió y siguió corriendo, corriendo, hasta que finalmente llegó a la cima. Salió intempestivamente por la puerta, y el aire fresco le golpeó en la cara.

Respiró profundo, recuperando su aliento, deleitándose con el sol, en la brisa cálida. Se quitó su manto, el manto de su padre y lo lanzó hacia el suelo. Había demasiado calor, y no quería usarlo ya.

Él corrió hasta el borde del parapeto, poniendo las manos sobre la pared de piedra, jadeando, mirando hacia abajo de su corte. Podía ver a la multitud interminable, saliendo del castillo. Salían de la ceremonia. Su ceremonia. Casi podía sentir su decepción desde ahí. Se veían tan pequeños. Se maravilló que todos estuvieran bajo su control.

Pero ¿por cuánto tiempo?

“Los reinados son algo graciosos”, dijo la voz de un anciano.

Gareth giró y vio parado, para su sorpresa, a Argon, a unos metros de él, usando un manto blanco y una capucha y sosteniendo su vara. Lo miró con una sonrisa en la comisura de sus labios—sin embargo, sus ojos no sonreían. Brillaban, lo miraba con firmeza, y pusieron de nervios a Gareth. Vieron demasiado.

Había tantas cosas que Gareth había querido decirle a Argon, qué preguntarle. Pero ahora que ya había fallado en blandir la espada, no podía recordar una sola.

“¿Por qué no me dijiste?”, le dijo Gareth, con desesperación en su voz. "Debiste haberme dicho que no iba a blandirla. Podrías haberme ahorrado la vergüenza".

"¿Y por qué habría de hacerlo?", preguntó Argon.

Gareth frunció el ceño

"No eres un verdadero consejero del rey", dijo él. "Habrías aconsejado a mi padre con la verdad. Pero no a mí".

"Quizás él merecía un consejo honesto", respondió Argon.

La furia de Gareth se hizo mayor. Odiaba a este hombre. Y lo culpó.

"No te quiero a mi alrededor", dijo Gareth. "No sé por qué mi padre te contrató, pero no te quiero que en la corte del rey".

Argon rió, con un sonido hueco, que daba miedo.

"Tu padre no me contrató, tonto", dijo él. "Ni el padre él. Yo tenía que estar aquí. De hecho, podría decirse que yo los contraté a ellos".

Argon de repente dio un paso hacia adelante y parecía como si él estuviera mirando el alma de Gareth.

"¿Se puede decir lo mismo de ti?", preguntó Argon. “¿Tenías que estar aquí?”

Sus palabras tocaron una fibra sensible en Gareth, y sintió un escalofrío. Era lo mismo que Gareth se había estado preguntando a sí mismo. Gareth se preguntaba si era una amenaza.

"El que reina por sangre gobernará por sangre", proclamó Argon, y con esas palabras, rápidamente le dio la espalda y comenzó a alejarse.

"¡Espera!", gritó Gareth, ya no queriendo que se fuera, pues necesitaba respuestas. "¿Qué quisiste decir con eso?".

Gareth no pudo evitar sentir que Argon le estaba dando un mensaje; que no gobernaría por mucho tiempo. Necesitaba saber si eso era lo que él había querido decir.

Gareth corrió tras él, pero al acercarse, ante sus ojos, Argon desapareció.

Gareth se dio la vuelta, miró a su alrededor, pero no vio nada. Sólo escuchó una risa hueca, en algún lugar en el aire.

"¡Argon!", gritó Gareth.

Se volvió de nuevo, entonces miró al cielo, hincándose en una rodilla y echando atrás la cabeza. Él gritó:

"¡ARGON!".




CAPÍTULO SIETE


Erec marchaba junto con el Duque, Brandt y docenas de personas del séquito del Duque, a través de las callejuelas de Savaria, crecía la multitud a medida que caminaban hacia la casa de la sirvienta. Erec había insistido en conocerla sin demora, y el Duque quería llevarlo personalmente. Y a donde el duque iba, iban todos. Erec miró a su alrededor al enorme y creciente séquito y se sintió avergonzado, al darse cuenta de que llegaría a la morada de esa chica con docenas de personas.

Desde que la había visto por primera vez, Erec no había podido pensar en otra cosa.

¿Quién era esa chica?, se preguntaba. Parecía tan noble, ¿pero trabajaba como funcionario en la corte del duque? ¿Por qué ella huyó de él tan apresuradamente? ¿Por qué, en todos sus años, con todas las mujeres reales que había conocido, era la única que había conquistado su corazón?

Estar cerca de la realeza toda su vida, siendo hijo de un rey, Erec pudo detectar la realeza en un instante – y sintió desde el momento en que le vio, que era de una posición mucho más alta que la que estaba ocupando. Estaba ardiendo de curiosidad por saber quién era, de dónde era, qué estaba haciendo ahí. Necesitaba otra oportunidad para poner sus ojos en ella, para ver si él lo había estado imaginando o si todavía sentía lo mismo que antes.

"Mis siervos dicen que vive en las afueras de la ciudad", explicó el Duque, hablando mientras caminaban. Cuando entraron, la gente por todos lados de las calles abría sus persianas y miraban hacia abajo, sorprendidos por la presencia del duque y su séquito, en las calles.

"Al parecer, ella fue criada por un tabernero. Nadie sabe su origen, de dónde vino. Lo único que sabían era que llegó un día a nuestra ciudad y se convirtió en una esclava de ese tabernero. Su pasado, al parecer, es un misterio".

Todos dieron vuelta en otra calle; el adoquín debajo de ellos se torcía más cada vez; las pequeñas viviendas estaban más cerca una de la otra y más destartaladas, conforme iban pasando. El duque aclaró su garganta.

"La llevé como criada a mi corte en ocasiones especiales. Ella es callada, reservada. No se sabe mucho sobre ella. Erec", dijo el Duque, volteando finalmente hacia él, poniendo una mano en su muñeca, "¿estás seguro de esto? Esta mujer, quienquiera que sea, es una plebeya. Podrías elegir a cualquier mujer del reino".

Erec lo miró con igual intensidad.

"Debo ver a esta chica otra vez. No me importa quién sea".

El duque meneó su cabeza en desaprobación, y todos continuaron caminando, dando vuelta calle tras calle, pasando por callejuelas serpenteantes y estrechas. Al ir pasando, el barrio de Savaria llegaba a ser incluso más sórdido; las calles estaban llenas de borrachos, repletas de suciedad, gallinas y perros salvajes. Pasaron taberna tras taberna; los gritos de los clientes se escuchaban en las calles. Varios borrachos tropezaron ante ellos, y mientras la noche comenzaba a caer, las calles comenzaron a ser iluminadas por antorchas.

“¡Abran paso al Duque!”, gritó su asistente principal, corriendo hacia adelante y empujando a los borrachos fuera del camino. Calles arriba y abajo, los tipos desagradables se separaban y observaban, asombrados, mientras pasaba el Duque, y Erec junto a él.

Finalmente, llegaron a un pequeño y humilde hostal, construido de estuco, con un techo de tejas, de dos aguas. Parecía como si hubiera unos cincuenta clientes en su taberna inferior, con unas habitaciones arriba para los huéspedes. La puerta estaba torcida, una ventana estaba rota y su lámpara de entrada colgaba torcida, con su antorcha parpadeante, la vela demasiado baja. Se escuchaban afuera de las ventanas los gritos de los borrachos, mientras se detenían ante la puerta.

¿Cómo podía trabajar una chica tan bonita en un lugar como éste? Erec se preguntaba, horrorizado, cuando escuchó los gritos y abucheos dentro. Se le rompió el corazón al pensar en ello, mientras imaginaba la indignidad que ella debía estar sufriendo en ese lugar. No es justo, pensó. Estaba decidido a rescatarla de él.

"¿Por qué vienes al peor lugar posible para elegir a una novia?", preguntó el Duque, dirigiéndose a Erec.

Brandt también volteó a verlo.

"Es tu última oportunidad, amigo mío", dijo Brandt. “Hay un castillo lleno de mujeres reales esperando a que regreses ahí”.

Pero Erec meneó la cabeza, decidido.

"Abran la puerta", ordenó.

Uno de los hombres del duque se abalanzó y la abrió. El olor a cerveza rancia salió en ondas, haciéndolo retroceder,

Adentro, los borrachos estaban encorvados el bar, sentados en mesas de madera, gritando demasiado fuerte, riendo, abucheando y empujándose unos a otros. Eran tipos ordinarios, como pudo ver Erec, con vientres demasiado grandes, las mejillas sin afeitar, con la ropa sucia. Ninguno era guerrero.

Erec se acercó varios pasos, buscándola en ese lugar. No podía imaginar que una mujer como ella pudiera trabajar en un sitio así. Se preguntó si tal vez había ido al lugar equivocado.

"Disculpe, señor, estoy buscando a una mujer", dijo Erec al hombre de pie junto a él: alto y robusto, con una gran barriga, sin afeitar.

"¿En verdad?", gritó el hombre, burlándose. "Bueno, ¡viniste al lugar equivocado! Esto no es un burdel. Aunque hay uno al otro lado de la calle—y dicen que las mujeres son lindas y regordetas!".

El hombre empezó a reír, muy fuerte, en la cara de Erec, y varios de sus compañeros hicieron lo mismo.

"No busco un burdel", respondió Erec, sin reír, "sino a una sola mujer, que trabaja aquí”.

"Debe referirse entonces a la sirvienta del tabernero", gritó alguien, otro hombre robusto y borracho. "Probablemente está atrás, fregando los pisos. Lástima – ¡ojalá estuviera aquí, en mi regazo!".

Todos los hombres gritaban y reían, abrumados por sus propios chistes y Erec enrojeció de solo imaginarlo. Se sintió avergonzado por ella. Tener que servir a todos esos tipos—era demasiado indignante para verlo.

“¿Y tú quién eres?”, dijo otra voz.

Un hombre se acercó, más robusto que los demás, con barba y ojos oscuros, con el ceño fruncido, la mandíbula ancha, acompañado de varios hombres sórdidos. Tenía más músculo que grasa, y se acercó a Erec amenazadoramente, visiblemente territorial.

"¿Estás intentando robar a mi sirvienta?", preguntó. "¡Entonces vete!".

Él se acercó y sujetó a Erec.

Pero Erec, endurecido por años de entrenamiento, siendo el caballero más grande del reino, tenía mejores reflejos de lo que este hombre imaginaba. En el momento en que puso sus manos sobre Erec, entró en acción, agarrando su muñeca e inmovilizándola, girando al hombre con la velocidad del rayo, sujetándolo por la parte trasera de su camisa y empujándolo en la habitación.

El hombre robusto salió volando como bala de cañón y sacó a otros tantos con él, estrellándose todos en el piso del pequeño lugar, como bolos de boliche.

Todos guardaron silencio, y se detuvieron para observar.

"¡LUCHEN! ¡LUCHEN!", corearon los hombres.

El tabernero, aturdido, tropezó y arremetió contra Erec con un grito.

Esta vez Erec no esperó. Dio un paso adelante para recibir a su atacante, levantó un brazo y bajó su codo hacia la cara del hombre, rompiendo su nariz.

El tabernero tropezó hacia atrás, y luego se derrumbó, aterrizando en el piso, de espaldas.

Erec dio un paso adelante, lo levantó, y a pesar de su tamaño, lo alzó por encima de su cabeza.

Dio varios pasos hacia adelante y lanzó al hombre, y salió volando por el aire, derribando la mitad del salón con él.

Todos los hombres en la sala quedaron congelados, parando sus cánticos, guardando silencio, dándose cuenta de que alguien especial estaba entre ellos. El cantinero, sin embargo, de repente llegó corriendo, con una botella de vidrio sobre su cabeza, apuntando hacia Erec.

Erec lo vio venir y ya tenía su mano sobre su espada—pero antes de que Erec pudiera sacarla, su amigo Brandt dio un paso adelante, al lado de él, sacó un puñal de su cinturón y sostuvo la punta en la garganta del cantinero.

El cantinero corrió hacia él y se detuvo de repente, la hoja estaba a punto de perforarle la piel.  Se quedó allí, con los ojos bien abiertos de miedo, sudando, paralizado, con la botella en el aire.  En el salón hubo tanto silencio que se podría haber oído cómo caía un alfiler.

"Tírala", ordenó Brandt.

El cantinero obedeció, y la botella se rompió en el piso.

Erec sacó su espada con un retumbo de metal y se acercó al tabernero, quien yacía gimiendo en el piso y la apuntó en su garganta.

"Sólo diré esto una vez", anunció Erec.  "Saca de esta habitación a toda esta gentuza. Ahora. Exijo una audiencia con la señorita. "A solas".

“¡El Duque!”, gritó alguien.

Todos voltearon a ver y finalmente reconocieron al duque ahí parado, en la entrada, flanqueado por sus hombres. Todos ellos se apresuraron a quitarse sus gorras y bajar sus cabezas.

"Si el salón no está despejado para cuando termine de hablar", anunció el Duque, "cada uno de ustedes será encarcelado de inmediato".

La sala entró en un frenesí, mientras todos los hombres se las arreglaban para salir, alejándose rápidamente del duque, hacia la fuerte principal, dejando sus botellas de cerveza sin terminar donde estaban.

"Y vete tú también", dijo Brandt al cantinero, bajando su daga, sujetándolo del cabello y empujándolo hacia la puerta.

La sala, que había sido tan escandalosa momentos antes, ahora estaba vacía, en silencio, salvo por Erec, Brandt, el duque y una docena de sus hombres más cercanos. Cerraron la puerta detrás de ellos con un rotundo golpe.

Erec volteó a ver al tabernero, sentado en el suelo, todavía aturdido, limpiando la sangre de su nariz. Erec lo agarró por la camisa, lo izó con ambas manos y lo sentó en uno de los bancos vacíos.

"Has arruinado mi negocio de esta noche", se quejó el tabernero. "Pagarás por esto".

El duque se adelantó y le dio una bofetada.

“Puedo hacer que te maten por intentar poner una mano sobre este hombre", lo regañó el duque. "¿No sabes quién es?“.  Es Erec, el mejor caballero del rey, el campeón de Los Plateados. Si quiere, puede matarte ahora".

El tabernero miró Erec, y por primera vez, un miedo verdadero cruzó por su rostro. Casi temblaba en su asiento.

"No lo sabía.  Usted no dijo quién era".

"¿Dónde está ella?". Erec exigió, impaciente.

“Ella está atrás, fregando la cocina. ¿Qué es lo que quiere con ella? ¿Le robó algo? Ella es sólo otra chica obligada a trabajar de sirvienta".

Erec sacó su daga y la sostuvo en la garganta del hombre.

"Si vuelves a llamarla 'sirvienta' otra vez", le advirtió Erec, puedes estar seguro de que te cortaré el cuello.  ¿Entiendes?", preguntó con firmeza mientras sostenía la cuchilla contra la piel del hombre.

Los ojos del hombre se inundaron de lágrimas, mientras asentía lentamente.

"Tráela aquí y rápido", ordenó Erec y lo levantó de un tirón y lo empujó, enviándolo volando por toda la habitación, hacia la puerta de atrás.

En cuanto se fue el tabernero, hubo un ruido de cacerolas detrás de la puerta, gritos apagados y luego, momentos después, la puerta se abrió y salieron varias mujeres, vestidas con harapos, delantales y gorros, cubiertos de la grasa de la cocina.

Había tres mujeres mayores, como de sesenta años, y Erec se preguntó por un momento si el tabernero sabía de quién le había estaba hablando.

Y luego, ella salió—y el corazón de Erec se detuvo.

Apenas podía respirar.  Era ella.

Llevaba un delantal, cubierto de manchas de grasa y mantuvo la cabeza baja, avergonzada para mirar hacia arriba. Su cabello estaba atado, cubierto con un paño, sus mejillas estaban cubiertas de mugre—y aun así, Erec estaba enamorado de ella. Su piel era tan joven, tan perfecta. Tenía los pómulos altos, cincelados y mandíbula, una pequeña nariz cubierta de pecas y labios carnosos. Tenía una frente amplia, majestuosa y su hermoso cabello rubio caía por debajo del gorro.

Ella lo miró, solo por un momento, y sus grandes y maravillosos ojos verdes almendrados, cambiaban a un azul cristalino con la luz y después, otra vez, lo mantuvo en su lugar sin moverse. Se sorprendió al darse cuenta de que él estaba aún más fascinado por ella, de lo que había estado cuando la acababa de conocer.

Detrás de ella, salió el tabernero, con el ceño fruncido, limpiando aún la sangre de su nariz.

La chica caminó hacia adelante, de manera vacilante, rodeada de todas esas mujeres mayores, hacia Erec e hizo una reverencia al acercarse. Erec se puso de pie ante ella, así como varios del séquito del duque.

"Mi señor", dijo ella, con su voz suave, dulce, haciendo feliz a Erec. "Por favor, dígame lo que he hecho para ofenderlo.

No sé lo que sea, pero lamento lo que haya hecho para justificar la presencia de la corte del Duque".

Erec sonrió. Sus palabras, su lenguaje, el sonido de su voz – todo lo hizo sentir como nuevo. No quería que ella dejara de hablar.

Erec estiró la mano y tocó su barbilla, levantándola hasta que sus ojos se encontraron con los de él. Su corazón se aceleró al mirarla a los ojos.  Parecía perderse en un mar de color azul.

"Mi señora, no ha hecho nada para ofenderme. No creo que jamás sea capaz de ofenderme. He venido aquí no por ira, sino por amor. Desde que la vi, no he podido pensar en nada más".

La chica parecía nerviosa y de inmediato bajó la mirada al suelo, parpadeando varias veces. Torció sus manos, se veía nerviosa, abrumada. Obviamente, ella no estaba acostumbrada a esto.

“Por favor, mi señora, dígame. ¿Cuál es su nombre?".

"Alistair", respondió, humildemente.

"Alistair", repitió Erec, abrumado. Era el nombre más bonito que había escuchado.

“Pero no sé de qué le sirve saberlo”, añadió ella, suavemente, mirando todavía al suelo. “Usted es un Lord. Yo solo soy una sirvienta”.

“Ella es mi sirvienta, para ser exactos”, dijo el tabernero, acercándose, molesto.  “Ella está obligada a trabajar para mí. Firmó un contrato, hace años. Ella prometió siete años. A cambio, le daría comida y cuarto. Lleva tres años. Así que como verá, esto es una pérdida de tiempo. Ella es mía. Soy su dueño. No se la va a llevar. Ella es mía. ¿Entiende?“.

Erec sintió un odio por el tabernero, más allá de lo que jamás había sentido por un hombre. Estaba entre sacar su espada y apuñalarlo en el corazón y acabar con él. Pero por mucho que el hombre pudiera merecerlo, Erec no quería romper la ley del rey. Después de todo, sus acciones se reflejaban en el rey.

“La ley del rey es la ley del rey”, dijo Erec al hombre, con firmeza. “No es mi intención romperla.  Habiendo dicho eso, mañana empiezan los torneos. Y tengo derecho, como cualquier hombre, a elegir a mi esposa. Y que se sepa aquí y ahora que elijo a Alistair”.

Un jadeo se extendió por el salón, mientras todos se veían unos a otros, sorprendidos.

“Eso”, añadió Erec, “si ella está de acuerdo”.

Erec miró a Alistair, con el corazón acelerado, mientras ella seguía con el rostro hacia el suelo. Él se dio cuenta de que ella se sonrojaba.

“¿Está de acuerdo, mi señora?”, preguntó él.

La sala quedó en silencio.

“Mi señor”, dijo ella suavemente, “usted no sabe quién soy, de dónde soy ni por qué estoy aquí. Y temo que no puedo decirle esas cosas”.

Erec la miró, perplejo.

“¿Por qué no puede decírmelo?”

“Nunca se lo he dicho a nadie, desde que llegué”. Hice una promesa“.

“¿Pero por qué?”, dijo él presionando, con mucha curiosidad.

Pero Alistair solo mantuvo su cara hacia abajo, en silencio.

“Es cierto”, dijo una de las sirvientas. “Ella nunca nos ha dicho quién es. Ni por qué está aquí. Se niega a decirlo. Lo hemos intentado durante años”.

Erec se sentía muy desconcertado por ella—pero eso solo le añadía misterio.

“Si no puedo saber quién es usted, entonces no lo sabré”, dijo Erec. “Respeto su voto. Pero eso no cambiará mi afecto por usted. Mi señora, no importa quién sea usted, si gano esos torneos, entonces la elegiré como mi premio. Usted, de todas las mujeres de todo este reino. Le pregunto otra vez, ¿da su consentimiento?”.

Alistair mantuvo sus ojos fijos en el suelo, y mientras Erec miraba, vio que rodaban lágrimas de sus mejillas.

De repente, ella se dio la vuelta y salió corriendo del salón, cerrando la puerta detrás de ella.

Erec se quedó ahí parado, con los otros, en un silencio asombroso.  Casi no sabía cómo interpretar su respuesta.

“¿Lo ve? Está perdiendo su tiempo y el mío”, dijo el tabernero. “Ella dijo que no. Váyase, entonces”.

Erec frunció el ceño.

“Ella no dijo que no”, interrumpió Brandt. “Ella no contestó”.

“Ella tiene derecho a tomarse su tiempo”, dijo Erec, en defensa de ella. “Después de todo, tiene mucho que pensar.

Ella tampoco me conoce”.

Erec se quedó ahí parado, pensando qué hacer.

“Me quedaré aquí esta noche”, anunció Erec finalmente. “Me dará una habitación aquí, al fondo del pasillo junto al de ella. Por la mañana, antes de que empiecen los torneos, volveré a preguntarle a ella. Si ella lo aprueba, y si gano, ella será mi esposa. Si es así, compraré el contrato que tiene con usted, y se irá de aquí, conmigo”.

Claramente, el tabernero no quería a Erec bajo su techo, pero no se atrevía a decir nada, así que se dio la vuelta y salió del salón, furioso, azotando la puerta tras de él.

“¿Estás seguro de que quisieras quedarte aquí?”, preguntó el duque. ”Regresa al castillo con nosotros”.

Erec negó, con seriedad.

“Nunca había estado más seguro de algo en mi vida”.




CAPÍTULO OCHO


Thor se desplomó por el aire, buceando, cayendo de cabeza hacia las agitadas aguas del Mar de Fuego. Entró en ellas y se hundió, se sumergió y se sorprendió al sentir que el agua estaba caliente.

Debajo de la superficie, Thor abrió brevemente sus ojos—y deseó no haberlo hecho.

Alcanzó a ver todo tipo de extrañas y horribles criaturas de mar, pequeñas y grandes, con caras poco comunes y grotescas.  El mar estaba repleto. Él rezó para que no lo atacaran antes de que pudiera llegar a salvo al bote de remos.

Thor salió a la superficie con un jadeo, y buscó de inmediato al muchacho que se ahogaba.

Él lo vio y justo a tiempo: él se agitaba, se hundía, y en unos segundos más, seguramente se habría ahogado.

Thor llegó a su alrededor, lo agarró por atrás de su clavícula, y empezó a nadar con él, manteniendo ambos la cabeza arriba del agua. Thor oyó el sonido de un cachorro y un gemido, y cuando se volvió, se sorprendió al ver a Krohn: debe haber saltado tras él. El leopardo nadó junto a él, chapoteando hacia Thor, lloriqueando. Thor se sintió terrible de que Krohn estuviera en peligro de esa manera—pero sus manos estaban ocupadas y no podía hacer gran cosa.

Thor intentó no ver alrededor, al agua, color roja, a las extrañas criaturas que aparecían y desaparecían alrededor de él.  Una criatura de fea apariencia, púrpura, con cuatro patas y dos cabezas, emergió cerca, le silbó, y se sumergió, haciendo que Thor se estremeciera.

Thor se dio vuelta y vio el bote a remos, a unos dieciocho metros y nadó hacia él frenéticamente, usando su brazo y las piernas mientras arrastraba al muchacho. El chico se agitó y gritó, resistiendo, y Thor temía que podría hundirse con él.

"¡No te muevas!". Thor gritó duramente, esperando que el chico escuchara.

Finalmente, lo hizo. Thor se sintió aliviado momentáneamente—hasta que oyó un chapoteo y giró su cabeza hacia otro lado: justo junto a él, otra criatura emergió, pequeña, con una cabeza amarilla y cuatro tentáculos. Tenía una cabeza cuadrada, y nadó hacia él, gruñendo y temblando.  Parecía una serpiente de cascabel que vivía en el mar, excepto porque la cabeza era demasiado cuadrada.  Thor se preparó mientras se acercaba, preparándose para ser mordido— pero de repente abrió su boca ampliamente y lanzó agua de mar en él. Thor parpadeó, tratando de quitarla de sus ojos.

La criatura nadaba alrededor de ellos, en círculo, y Thor redobló esfuerzos nadando más rápido, tratando de escapar.

Thor estaba avanzando, acercándose al barco, cuando de repente otra criatura apareció del otro lado. Era larga, estrecha y naranja, con dos garras en su boca y docenas de pequeñas patas. También tenía una cola larga, que movía en todas direcciones. Parecía una langosta, de pie. Rodeaba la orilla del agua, como chinche de agua y apretó el paso para acercarse a Thor, girando hacia un lado y azotando su cola. La cola dio un latigazo en el brazo de Thor y gritó de dolor por la picadura.

La criatura zumbó atrás y adelante, dando latigazos.  Thor deseaba podía desenvainar su espada y atacarlo, pero sólo tenía una mano libre, y la necesitaba para nadar.

Krohn, nadando a su lado, dio vuelta y gruñó a la criatura, con un ruido espeluznante, y mientras Krohn nadaba sin temor, asustó a la bestia, haciéndola desaparecer bajo las aguas. Thor suspiró con alivio – hasta que la criatura repentinamente reapareció del otro lado y le azotó otra vez. Krohn dio vuelta y lo persiguió por todos lados tratando de atraparlo, abriendo bruscamente sus mandíbulas hacia él y siempre fallando.

Thor nadó con todas sus ganas, dándose cuenta de que era la única manera de salir de ese mar. Después de lo que pareció una eternidad, nadando con más fuerza que nunca, se acercó al bote de remos, que se movía violentamente en las olas. Al hacerlo, dos miembros de la Legión, muchachos mayores que nunca hablaban con Thor y sus compañeros, lo estaban esperando para ayudarle. A su favor, se inclinaron y le extendieron una mano.

Thor ayudó al muchacho en primer lugar, sujetándolo y elevándolo hacia el barco. Los chicos mayores agarraron al muchacho de los brazos y lo arrastraron.

Thor entonces levantó el brazo, agarró a Krohn del estómago y lo sacó del agua hacia el barco. Krohn clamaba con las cuatro patas mientras arañaba y se deslizaba en el barco de madera, chorreando agua, temblando. Se deslizó a través del fondo húmedo, hacia el bote. Entonces inmediatamente subió, se dio vuelta y regresó corriendo a la orilla, buscando a Thor. Se quedó allí, mirando hacia el agua y chillando.

Thor se acercó y agarró la mano de uno de los chicos, y se estaba empujando hacia el bote cuando de repente sintió algo fuerte y musculoso que se envolvió alrededor de su tobillo y muslo. Se volvió y miró hacia abajo, y su corazón se congeló cuando vio una criatura parecida a un calamar verde lima, envolviendo un tentáculo alrededor de su pierna.

Se volvió y miró hacia abajo, y su corazón se congeló cuando vio una criatura de calamar como verde lima, envolver un tentáculo alrededor de la pierna.

Thor gritó de dolor al sentir sus aguijones perforar su carne.

Thor se dio cuenta de que si él no hacía algo rápido, estaría terminado. Con su mano libre, puso la mano en su cinturón, extrajo un puñal corto, se inclinó y lo cortó. Pero el tentáculo era tan grueso, que la daga no podía pincharlo.

Lo hizo enojar. La cabeza de la criatura apareció de repente—verde, sin ojos y dos mandíbulas en su largo cuello, uno encima del otro—abrió sus filas de dientes afilados y se acercó hacia Thor. Thor sentía que la sangre se cortaba de su pierna y sabía que tenía que actuar con rapidez. A pesar de los esfuerzos del muchacho mayor para aferrarse a él, apretón de Thor estaba decayendo, y se estaba hundiendo en el agua.

Krohn chillaba y chillaba, con los pelos parados en su espalda, se inclinaba como si se estuviera preparando para saltar en el agua. Pero incluso Krohn debe haber sabido que sería inútil atacar a esta cosa.

Uno de los chicos mayores se adelantó y gritó:

"¡AGÁCHENSE!".

Thor bajó la cabeza, mientras que el muchacho aventaba una lanza. Zumbó a través del aire, pero falló, voló inofensivamente y se hundió en el agua. La criatura era demasiado flaca y demasiado rápida.

De repente, Krohn saltó del barco y regresó so al agua, aterrizando con sus mandíbulas abiertas y sus dientes afilados extendidos en la parte posterior del cuello de la criatura. Krohn sujetó y movió a la criatura de izquierda a derecha, no soltándolo.

Pero era una batalla perdida: la piel de la criatura era muy gruesa, y era muy musculosa. La criatura lanzó a Krohn a un lado y finalmente lo envió volando hacia el agua. Mientras tanto, la criatura apretó la pierna de Thor; era como un vicio, y Thor sintió que perdía el oxígeno. Los tentáculos quemaban tanto, que Thor sentía como si su pierna estuviera a punto de ser arrancada de su cuerpo.

En un último y desesperado intento, Thor soltó la mano del muchacho y con el mismo movimiento giró y alcanzó la espada corta que traía en su cinturón.

Pero no pudo agarrarlo a tiempo; resbaló y giró y cayó de cara en el agua.

Thor se sintió arrastrado, lejos de la embarcación, la criatura tirando de él hacia el mar. Fue arrastrado hacia atrás, más y más rápido, y al estirar el brazo con impotencia, vio el bote a remos desaparecer delante de él. Lo siguiente que supo, es que se sintió arrastrado hacia abajo, debajo de la superficie del agua, hacia las profundidades del Mar de Fuego.




CAPÍTULO NUEVE


Gwendolyn corrió en el campo abierto; su padre, el rey MacGil, al lado de ella. Ella era joven, tendría unos diez años y su padre era mucho más joven, también. Su barba era corta, no mostraba ningún tono del gris que tendría posteriormente en la vida, y su piel no tenía arrugas, era joven, brillante. Estaba feliz, despreocupado y se reía con abandono mientras tomaba la mano de ella y corría junto con ella a través de los campos. Este era el padre que ella recordaba, el padre que conocía.

Él la levantó y la puso encima de su hombro, dándole vueltas una y otra vez, riendo más y más fuerte, y ella reía salvajemente. Se sentía tan segura en sus brazos, y quería este tiempo juntos nunca terminara.

Pero cuando su padre la bajó, algo extraño sucedió. De repente, el día cambió de ser una tarde soleada al crepúsculo. Cuando los pies de Gwen tocaron el suelo, ya no estaban en las flores del campo, sino atrapadas en el barro, hasta los tobillos. Su padre ahora estaba en el barro, sobre su espalda, a pocos centímetros de ella—era mayor, mucho mayor, era demasiado viejo—y estaba atascado. Todavía más lejos, tirada en el barro, estaba su corona, brillando.

"Gwendolyn", dijo él. "Hija mía. Ayúdame".

Él levantó una mano que estaba sobre el barro, tratando de alcanzarla, desesperado.

Ella sintió una urgencia de ayudarlo, y trató de ir hasta él, de tomar su mano. Pero sus pies no se movían. Ella miró hacia abajo y vio que el barro endurecía a su alrededor, secándose, agrietándose. Ella se movió y se movió, tratando de liberarse.

Gwen parpadeó y se encontró de pie en los parapetos del castillo, mirando hacia abajo en la corte del rey. Algo estaba mal: al mirar hacia abajo, no vio el esplendor de siempre y las festividades, sino un vasto cementerio. Donde una vez estaba el brillante esplendor de la corte del rey, ahora había tumbas recientes hasta donde alcanzaba la vista.

Oyó ruidos de pies, y su corazón se detuvo cuando volteó para ver a un asesino, vestido con un manto negro y capucha, que se acercaba a ella. Él corrió hacia ella, tirando hacia atrás la capucha, revelando una cara grotesca, le faltaba un ojo, tenía una cicatriz gruesa, irregular sobre la cuenca. Gruñó, levantó una mano que sostenía una daga reluciente, con la empuñadora roja brillante.

Él se estaba moviendo muy rápido y ella no pudo reaccionar a tiempo. Se preparó, sabiendo que iba a ser asesinada cuando él bajó la daga con toda su fuerza.

Se detuvo de repente, a sólo centímetros de ella, y abrió los ojos para ver a su padre, ahí parado, siendo un cadáver, sujetando la muñeca del hombre en el aire. Apretó la mano del hombre hasta que la tiró, y luego izó al hombre sobre sus hombros y lo lanzó desde el parapeto. Gwen escuchó sus gritos mientras él caía sobre el borde.

Su padre se volvió y la miró; la agarró de sus hombros firmemente con sus manos en descomposición; tenía una expresión severa.

“No es seguro que estés aquí”, le advirtió él. "¡No es seguro!" gritó, sus manos la sujetaban con demasiada firmeza, haciendo que ella gritara.

Gwen despertó gritando. Se sentó erguida en la cama, mirando alrededor de su habitación, esperando al atacante.

Pero se encontró solamente con el silencio – el grueso y quieto silencio que precede a la madrugada.

Sudando, jadeando con fuerza, saltó de la cama, vestida con su camisón de encaje, y salió de su habitación. Corrió hacia una cuenca pequeña de piedra y salpicó agua en su cara, una y otra vez. Ella se apoyó contra la pared, sintió la piedra fría en sus pies desnudos en una mañana calurosa de verano y trató de tranquilizarse.

El sueño se había sentido demasiado real. Ella sintió que era más que un sueño—una advertencia genuina de su padre, un mensaje. Sentía la urgencia de dejar la corte del rey, ahora mismo y nunca volver.

Sabía que era algo que no podía hacer. Ella tuvo que calmarse, recuperar su sensatez. Pero cada vez que ella parpadeaba, veía el rostro de su padre, sentía su advertencia. Tenía que hacer algo para sacudirse la pesadilla.

Gwen miró y vio el primer sol empezaba a salir, y pensó en el único lugar que le ayudaría a tranquilizarse: El Río del Rey. Sí, ella tenía que irse.


*

Gwendolyn se sumergió una y otra vez en los manantiales helados del Río del Rey, sosteniendo su nariz y metiendo la cabeza bajo el agua. Se sentó en el estanque pequeño y natural tallado en roca, escondido en los manantiales superiores, que había encontrado y frecuentado desde que era una niña. Ella metió su cabeza bajo el agua y ahí se quedó, sintiendo las frías corrientes que pasaban por su cabello, sobre su cuero cabelludo, sintiendo que lavaba y limpiaba su cuerpo desnudo.

Ella había encontrado ese lugar aislado un día, escondido en medio de un bosquecillo de árboles, arriba en la montaña, en una pequeña meseta donde la corriente del río bajaba y creaba un estanque profundo y tranquilo. Por encima de ella, el río goteaba por debajo de ella, y continuaba bajando— sin embargo aquí, en esta meseta, las aguas apenas sostenían una corriente mínima. El estanque era profundo, las rocas suaves y el lugar estaba tan bien oculto, que podía bañarse desnuda sin problemas. Ella iba ahí casi todas las mañanas en el verano, cuando el sol estaba saliendo, para despejar su mente. Especialmente en días como hoy, cuando las pesadillas la perseguían, como a menudo ocurría; era un lugar donde podía refugiarse.

Fue muy duro para Gwen saber si fue sólo una pesadilla, o algo más. ¿Cómo iba a saber si un sueño traía un mensaje, un presagio? ¿Saber si era sólo su mente jugando con ella o si le estaban dando una oportunidad para actuar?

Gwendolyn subió buscando aire, respirando en la mañana calurosa de verano, escuchando los pájaros chirriar alrededor de ella en los árboles. Ella se inclinó contra la roca, su cuerpo sumergido hasta el cuello, sentada en una cornisa natural en el agua, pensando. Ella estiró la mano y salpicó su cara con agua, luego corrió sus manos por su pelo largo, rojizo. Miró hacia la superficie cristalina del agua, que reflejaba el cielo, el segundo sol, que ya empezaba a subir, los árboles arqueados sobre el agua y su propia cara. Sus ojos azules almendrados, mirándola desde el reflejo ondulante. Podía ver algo de su padre en ellos. Se alejó, pensando otra vez en su sueño.

Ella sabía que era peligroso permanecer en la corte del rey con el asesinato de su padre, con todos los espías, todas las tramas—y sobre todo, con Gareth como rey. Su hermano era impredecible. Vengativo. Paranoico. Y muy, muy celoso. Veía a todo el mundo como una amenaza—especialmente a ella. Cualquier cosa podría suceder. Ella sabía que no era seguro estar aquí. Nadie lo estaba.

Pero ella no era de las que huían. Necesitaba saber con certeza quién fue el asesino de su padre, y si era Gareth, ella no podía no hasta llevarlo a la justicia. Ella sabía que el espíritu de su padre no descansaría hasta que quien lo hubiera matado fuera capturado. La justicia había sido su grito de guerra toda su vida, y, de todas las personas, merecía tenerlo para él mismo en la muerte.

Gwen pensó otra vez el encuentro de ella y de Godfrey con Steffen. Ella estaba segura de que Steffen escondía algo, y se preguntaba qué sería. Una parte de ella sentía que él podría abrirse en su momento. Pero ¿qué pasaba si no lo hacía? Sintió una urgencia por encontrar al asesino de su padre—pero no sabía dónde buscar.

Gwendolyn finalmente se levantó de su asiento bajo el agua, subió a tierra desnuda, temblando con el aire de la mañana, se escondió detrás de un árbol grueso y subió la mano para tomar su toalla de una rama, como hacía siempre.

Pero al acercarse, se sorprendió al descubrir que su toalla no estaba allí. Ella se quedó allí, desnuda, mojada y no podía entender qué pasaba. Estaba segura de que la había colgado allí, como hacía siempre.

Se quedó ahí, desconcertado, temblando, tratando de entender lo que había sucedido, cuando de repente, sintió movimiento detrás de ella. Todo pasó tan rápido—borroso—y un instante después, su corazón se detuvo, al darse cuenta de un hombre estaba parado detrás de ella.

Pasó muy rápido. En segundos, el hombre, vestido con un manto negro y una capucha, como en su pesadilla, estaba detrás de ella. La agarró por detrás, subió su mano huesuda y la puso sobre su boca, silenciando sus gritos mientras la sostenía firmemente. Alargó su otra mano y la sujetó por la cintura, acercándola a él y levantándola del suelo.

Ella dio patadas en el aire, tratando de gritar, hasta que él la puso abajo, todavía agarrándola firmemente. Ella trató de liberarse de su sujeción, pero era demasiado fuerte. La rodeó y Gwen vio que empuñaba una daga con un brillante rojo—el mismo de su sueño. Había sido una advertencia, después de todo.

Sintió la hoja pegada a la garganta, y él la sujetaba tan fuerte que si ella se movía en cualquier dirección, podría cortarse la garganta. Las lágrimas rodaron por sus mejillas mientras luchaba por respirar. Estaba tan enojada con ella misma. Había sido tan estúpida. Ella debería haber sido más cuidadosa.

"¿Reconoces mi cara?", preguntó él.

Se inclinó hacia adelante y ella sentía su aliento horrible y caliente en su mejilla y vio su perfil. Su corazón se detuvo—era el mismo rostro de su sueño, el hombre al que le faltaba un ojo y tenía una cicatriz.

"Sí", contestó ella, con su voz temblorosa.

Era una cara que ella conocía muy bien. Ella no sabía su nombre, pero sabía que era un "ejecutor". Una tipo de clase baja, uno de los que andaban alrededor de Gareth desde que era niño. Era mensajero de Gareth. Gareth le enviaba a quien quería asustar—o torturar o matar.

"Eres el perro de mi hermano", dijo ella desafiante.

Él sonrió, mostrando los dientes perdidos.

"Yo soy su mensajero", dijo él. "Y mi mensaje viene con un arma especial para ayudarte a recordarlo. Su mensaje de hoy es que dejes de hacer preguntas. La llegarás a conocer, porque cuando acabe contigo, la cicatriz que dejaré en esa cara bonita, te hará recordarlo para toda la vida".

Él aspiró, luego levantó el cuchillo alto y comenzó a bajarlo en su cara.

"¡NO!" gritó Gwen.

Ella se preparó para la cortada que cambiará su vida.

Pero cuando la hoja bajó, algo sucedió. De repente, un ave chirrió, voló hacia abajo desde el cielo, y bajó justo hacia el hombre. Ella miró para arriba y lo reconoció en el último segundo:

Estopheles.

Voló hacia abajo, con sus garras hacia fuera y arañó el rostro del hombre mientras derribaba la daga.

La hoja acababa de comenzar a cortar la mejilla de Gwen, haciéndola sentir dolor, cuando de repente cambió de dirección; el hombre gritó, bajando la cuchilla y levantando sus manos. Gwen vio un destello de luz en el cielo, el sol brillando detrás de las ramas, y mientras Estopheles se iba volando, ella sabía, lo sabía, que su padre había enviado al halcón.

Ella no perdió el tiempo. Giró, se inclinó de nuevo y, como sus entrenadores le habían enseñado a hacer, pateó al hombre con fuerza en el plexo solar, con una puntería perfecta con su pie desnudo. Él se desplomó, sintiendo la fuerza de las piernas de ella mientras le daba la patada. Ella sabía hacerlo desde que era joven, que no necesitaba ser fuerte para defenderse de un atacante. Sólo tenía que utilizar sus músculos más fuertes, sus muslos. Y apuntar con precisión.

Mientras el hombre estaba parado allí, tumbado, ella avanzó, lo sujetó de la parte posterior de su cabello y levantó su rodilla—una vez más, con precisión milimétrica—y lo golpeó perfectamente en el puente de la nariz.

Ella escuchó un crujido y sintió su sangre caliente chorrear hacia afuera, sobre su pierna, manchándola, mientras él se desplomaba al suelo, ella sabía que le había roto la nariz.

Ella sabía que debía acabar con él para siempre, tomar ese puñal y sumergirlo en su corazón.

Pero se quedó allí, desnuda, y su instinto era vestirse y salir de ahí. No quería su sangre en sus manos, aunque se lo mereciera.

En lugar de eso se inclinó, cogió su espada, la tiró al río y envolvió su ropa alrededor de sí misma. Se preparaba para huir, pero antes de hacerlo, ella se volvió, y le dio una patada lo más fuerte que pudo en la ingle.

Él gritó de dolor y se acurrucó en ovillo, como un animal herido.

Interiormente ella temblaba, sintiendo lo cerca que había estado de ser asesinada o al menos mutilada. Sentía el ardor del corte en su mejilla y se dio cuenta de que probablemente le quedaría alguna cicatriz, aunque fuera ligera. Se sintió traumatizada. Pero no permitiría que él lo notara.  Porque al mismo tiempo, también sintió una nueva fuerza brotar en ella, la fuerza de su padre, de siete generaciones de reyes MacGil. Y por primera vez se dio cuenta de que ella también era fuerte. Tan fuerte como sus hermanos. Tan fuerte como cualquiera de ellos.

Antes de que ella se diera vuelta, se agachó tan cerca para que él pudiera escucharla entre sus gemidos.

"Si vuelve a acercarse a mí otra vez", gruñó al hombre, "yo misma lo mataré".




CAPÍTULO DIEZ


Thor se sintió absorbido por debajo del agua y sabía que en pocos momentos se sumiría en las profundidades y se ahogaría—si antes no era devorado vivo. Él oró con todas sus fuerzas.





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EL DESTINO DE LOS DRAGONES (Libro #3 de El Anillo del Hechicero) nos lleva más profundamente al viaje épico de Thor, para convertirse en un guerrero, en su viaje a través del Mar de Fuego a la Isla de la Niebla del dragón. Un lugar implacable, hogar de los guerreros de mayor élite del mundo, los poderes y habilidades de Thor se profundiza mientras entrena. También sus amistades se hacen más sólidas, ya que se enfrentan juntos a las adversidades, más allá de lo que podían imaginar. Pero al encontrarse frente a monstruos inimaginables, Los Cien pasan rápidamente de una sesión de entrenamiento a un asunto de vida o muerte. No todos sobrevivirán. En el camino, los sueños de Thor, junto con sus misteriosos encuentros con Argon, seguirán persiguiéndolo, para presionarlo para tratar de aprender más acerca de quién es, quién es su madre, y cuál es la fuente de sus poderes. ¿Cuál es su destino? De regreso al Anillo, las cosas se están poniendo mucho peor. Mientras Kendrick es enviado a prisión, Gwendolyn se encuentra en la posición de tratar de salvarlo, para salvar al Anillo mediante el derrocamiento de su hermano Gareth. Ella busca pistas del asesino de su padre junto con su hermano Godfrey, y en el camino, los dos se hacen más unidos para lograr su causa. Pero Gwendolyn se encuentra en peligro de muerte al presionar demasiado, y puede estar descontrolándose. Gareth intenta blandir la Espada de la Dinastía y aprende lo que significa ser rey, embriagarse con el abuso de poder.

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