Книга - Una Subvención De Armas

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Una Subvención De Armas
Morgan Rice


El Anillo del Hechicero #8
En UNA SUBVENCIÓN DE ARMAS – A GRANT OF ARMS (Libro #8 de El Anillo del Hechicero), Thor está atrapado entre fuerzas inmensas del bien y del mal, mientras Andrónico y Rafi usan toda su magia negra para intentar aplastar la identidad de Thor y tomar el control de su alma. Bajo su hechizo, Thor tendrá que combatir en la mayor pelea que haya conocido, mientras lucha por deshacerse de su padre y liberarse de sus cadenas. Pero puede ser demasiado tarde. Gwendolyn, con Alistair, Steffen y Aberthol, incursionan en lo más profundo de El Mundo de las Tinieblas, en su búsqueda para encontrar a Argon y liberarlo de su trampa mágica. Ella lo ve como la única esperanza para salvar a Thor y salvar al Anillo, pero el Mundo de las Tinieblas es vasto y traicionero y aunque encuentre a Argon, puede ser una causa perdida. Reece conduce a los miembros de la Legión mientras se embarcan en una misión casi imposible para hacer lo que nunca se ha hecho antes: descender a las profundidades del Cañón y encontrar y recuperar la Espada perdida. Mientras descienden, entran en otro mundo, lleno de monstruos y razas exóticas – todos ellos empeñados en mantener la Espada para sus propios fines. Rómulo, armado con su capa mágica, procede con su siniestro plan para cruzar hacia el Anillo y destruir el Escudo. Kendrick, Erec, Bronson y Godfrey luchan para liberarse de su traición. Tirus y Luanda aprenden lo que significa ser traidores y servir a Andrónico. Mycoples lucha por liberarse; y en un giro final, impactante, finalmente se revela el secreto de Alistair. ¿Thor volverá a ser el mismo? ¿Gwendolyn encontrará a Argon? ¿Reece encontrará la Espada? ¿Rómulo tendrá éxito en su plan? ¿Lograrán Kendrick, Erec, Bronson y Godfrey salir vencedores teniendo todo en su contra? ¿Y volverá Mycoples? ¿O el Anillo será destruido total y definitivamente? Con su sofisticada construcción del mundo y caracterización, UNA SUBVENCIÓN DE ARMAS (A GRANT OF ARMS) es un relato épico de amigos y amantes, de rivales y pretendientes, de caballeros y dragones, de intrigas y maquinaciones políticas, de cumplir la mayoría de edad, de corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una historia de honor y valor, de suerte y destino, de hechicería. Es una fantasía que nos lleva a un mundo que nunca olvidaremos, y que gustará a personas de todas las edades y géneros.





Morgan Rice

UNA SUBVENCIÓN DE ARMAS Libro #8 de El Anillo del Hechicero – The Sorcerer’s Ring




Acerca de Morgan Rice

Morgan Rice es la escritora del bestseller # 1, DIARIO DE UN VAMPIRO (THE VAMPIRE JOURNALS), una saga que comprende once libros (y siguen llegando); la saga del bestseller #1 TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA (THE SURVIVAL TRILOGY), thriller pos apocalíptico que comprende dos libros (y siguen llegando); y la saga de la fantasía épica, el bestseller #1, EL ANILLO DEL HECHICERO, (THE SORCERER´S RING) que comprende trece libros (y contando).



Los libros de Morgan están disponibles en audio y edición impresa y las traducciones de los libros están disponibles en alemán, francés, italiano, español, portugués, japonés, chino, sueco, holandés, turco, húngaro, checo y eslovaco (próximamente en otros idiomas).



A Morgan le encantaría tener comunicación con usted, así que visite www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com/) para unirse a la lista de correo electrónico, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar una aplicación gratuita, obtener las últimas noticias exclusivas, conectarse a Facebook y Twitter y mantenerse en contacto.



Algunas Opiniones Acerca de Morgan Rice

"Es una fantasía animada que entrelaza elementos de misterio e intriga en su historia. La Senda de los Héroes (A Quest of Heroes) trata acerca de la realización del valor y de darse cuenta del propósito de la vida que conduce al crecimiento, madurez y excelencia…Para aquellos que buscan aventuras de fantasía sustanciosa, los protagonistas, estratagemas y acción proporcionan un vigoroso sistema de encuentros que se centran bien en la evolución de Thor, de ser un muchacho soñador a convertirse en un adulto joven que se enfrenta a posibilidades imposibles para sobrevivir… Es sólo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para adultos jóvenes".

Midwest Book Review (D. Donovan, Crítico de eBook)



"EL ANILLO DEL HECHICERO (THE SORCERER´S RING) tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: tramas, conspiraciones, misterio, caballeros aguerridos y relaciones florecientes repletas de corazones rotos, decepciones y traiciones. Lo mantendrá entretenido durante horas y satisfará a las personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género de fantasía".

–-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos



"La entretenida fantasía épica de Rice [EL ANILLO DEL HECHICERO – THE SORCERER’S RING] incluye rasgos clásicos del género – una buena ambientación, grandemente inspirada en la antigua Escocia y su historia, y un buen sentido de la intriga de la corte".

– Kirkus Reviews



"Me encantó cómo Morgan Rice construyó el personaje de Thor y el mundo en que vive. El paisaje y las criaturas que viven ahí, estuvieron muy bien descritos… La disfruté [la trama]. Fue corto y tierno… Tiene la cantidad adecuada de personajes secundarios, así que no me confundí. Contenía aventuras y momentos espeluznantes, pero la acción representada no era demasiado grotesca. El libro sería perfecto para un lector adolescente… Los inicios de algo increíble están ahí…"

--San Francisco Book Review



"En este primer libro lleno de acción de la saga de la fantasía épica de El Anillo del Hechicero – The Sorcerer’s Ring (que actualmente consta de 14 libros), Rice presenta a los lectores a Thorgrin, ’Thor’ McLeod, cuyo sueño es unirse a la Legión de los Plateados, a los caballeros de élite que sirven al rey… La obra de Rice es sólida y el argumento es fascinante".

--Publishers Weekly



"[LA SENDA DE LOS HÉROES – A QUEST OF HEROES] es de lectura fácil y rápida. Los finales de los capítulos hacen que tengas que leer lo que sigue y no quieras dejarlo. Hay algunos errores en el libro y algunos nombres están mezclados, pero eso no distrae de la historia en general. El final del libro me hizo querer conseguir el siguiente libro inmediatamente, y eso es lo que hice. Las nueve series del Anillo del Hechicero (The Sorcerer’s Ring) se pueden adquirir actualmente en la tienda Kindle y La Senda de los Héroes (A Quest of Heroes) ¡es gratis, para empezar! Si está buscando algo rápido y divertido para leer mientras está de vacaciones, este libro es el adecuado".

--FantasyOnline.net



Libros de Morgan Rice




EL ANILLO DEL HECHICERO (THE SORCERER’S RING)


LA SENDA DE LOS HÉROES (A QUEST OF HEROES) – [Libro #1]


LA MARCHA DE LOS REYES (A MARCH OF KINGS) – [Libro #2]


EL DESTINO DE LOS DRAGONES (A FATE OF DRAGONS) – [Libro #3]


UN GRITO DE HONOR (A CRY OF HONOR) – [Libro #4]


UNA PROMESA DE GLORIA (A VOW OF GLORY) – [Libro #5]


UNA CARGA DE VALOR (A CHARGE OF VALOR) – [Libro # 6]


UN RITO DE ESPADAS (A RITE OF SWORDS) – [Libro #7]


UNA SUBVENCIÓN DE ARMAS (A GRANT OF ARMS) – [Libro #8]


UN CIELO DE HECHIZOS (A SKY OF SPELLS) – [Libro #9]


UN MAR DE ESCUDOS (A SEA OF SHIELDS) – [Libro #10]


UN REINADO DE HIERRO (A REIGN OF STEEL) – [Libro #11]


UNA TIERRA DE FUEGO (A LAND OF FIRE) – [Libro #12]


EL DECRETO DE LAS REINAS (A RULE OF QUEENS) – [Libro #13]


UN JURAMENTO DE HERMANOS- AN OATH OF BROTHERS (Libro #14)




LA TRILOGIA DE SUPERVIVENCIA (THE SURVIVAL TRILOGY)


ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS – (SLAVERUNNERS) – [Libro #1]


ARENA DOS (ARENA TWO) – [Libro #2]




DIARIO DE UN VAMPIRO (THE VAMPIRE JOURNALS)


TRANSFORMACIÓN (TURNED) – [Libro #1]


AMORES (LOVED) [Libro #2]


TRAICIÓN (BETRAYED) [Libro #3]


DESTINADO (DESTINED) [Libro #4]


DESEO (DESIRED) [Libro #5]


PROMETIDO (BETROTHED) [Libro #6]


PROMESA (VOWED) [Libro #7]


ENCUENTRO (FOUND) [Libro #8]


RESURRECCIÓN (RESURRECTED) [Libro #9]


ANSIAS (CRAVED) [Libro #10]


DESTINO (FATED) [Libro #11]












¡Escuche la saga de EL LIBRO DEL HECHICERO (THE SORCERER’S RING) ¡en formato de audio libro!


Derechos Reservados © 2013 por Morgan Rice



Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno, ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora.



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Ésta es una obra de ficción.  Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia.   Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es solamente una coincidencia.



Imagen de la cubierta Derechos Reservados, Razoomgame, utilizada bajo licencia de Shutterstock.com.


"Mi honor es mi vida, ambas florecen juntas.
Quítenme el honor, y mi vida estará acabada".

    --William Shakespeare
    Ricardo II



CAPÍTULO UNO


Gwendolyn se mentalizó contra el frío viento que azotaba, mientras estaba parada en el borde del Cañón y dio su primer paso hacia el puente arqueado que atravesaba la Travesía del Norte. Este puente desvencijado, cubierto de hielo, estaba compuesto por una cuerda de madera desgastada y tablones, y apenas parecía capaz de sostenerlos. Gwen se estremeció cuando dio su primer paso.

Gwen se resbaló y estiró la mano y agarró la barandilla, que se balanceó y no ayudó en nada. Se sintió descorazonada al considerar que este puente endeble era su única forma de cruzar el lado norte del Cañón, para entrar en el Mundo de las Tinieblas y encontrar a Argon. Ella miró hacia arriba y vio, a lo lejos, al Mundo de las Tinieblas, con una capa de nieve cegadora. El cruce se sentía todavía más siniestro.

Llegó un súbito vendaval, y la cuerda se mecía tan violentamente que Gwendolyn se vio a sí misma agarrando el riel con ambas manos y cayendo de rodillas. Por un momento no sabía si podría aguantar – mucho menos cruzarlo. Se dio cuenta de que esto era mucho más peligroso de lo que creía, y de que todos estarían tomando la vida en sus manos al intentarlo.

"¿Mi señora?", se escuchó una voz.

Gwen se volvió para ver a Aberthol parado a pocos metros de distancia, junto a Steffen, Alistair y Krohn, todos ellos esperando para seguirla. Los cinco hacían un grupo poco extraño, encaramados en el borde del mundo, enfrentando un futuro incierto y una probable muerte.

"¿Realmente debemos intentar cruzar esto?", preguntó él.

Gwendolyn se dio vuelta y miró la nieve y el viento azotando ante ella y agarró sus pieles con más fuerza alrededor de sus hombros, mientras se estremecía. Secretamente, ella no quería cruzar el puente; no quería hacer este viaje en absoluto. Preferiría regresar a la seguridad de su hogar de la infancia, a la Corte del Rey, estar detrás de sus muros acogedores, ante una fogata y no tener que ver ninguno de los peligros y de las preocupaciones del mundo que le habían envuelto desde que se había convertido en reina.

Pero por supuesto, no podría hacer eso. La Corte del rey ya no existía; su infancia se había ido, y ahora era la Reina. Iba a tener a un hijo al cual cuidar, tenía a su futuro esposo en algún lugar, y ellos la necesitaban. Por Thorgrin, ella caminaría a través del fuego, si fuera necesario. Gwen estaba segura de que era necesario, sin duda alguna. Todos necesitaban a Argon – no sólo ella y Thor, sino todo el Anillo. No solo se estaban enfrentando a Andrónico, sino también a una magia poderosa, lo suficientemente poderosa como para atrapar a Thor, y sin Argon, no sabía cómo podrían combatirla.

"Sí", respondió ella. "Debemos hacerlo.

Gwen se preparó para dar otro paso, y esta vez Steffen se abalanzó, bloqueando su camino.

"Mi señora, por favor, déjeme ir primero", dijo. "No sabemos qué terrores nos esperan en este puente”.

Gwendolyn se sintió conmovida por su ofrecimiento, pero estiró la mano y suavemente le hizo a un lado.

"No", dijo ella. "Iré yo".

Ya no esperó, sino que dio un paso adelante, sosteniendo con firmeza la cuerda de la baranda.

Al dar un paso, fue azotada por una sensación de frío congelante en la mano, el hielo se clavaba en ella, una fría sensación golpeaba las palmas de sus manos y brazos. Ella respiraba rápidamente, ni siquiera estaba segura si podría aguantar.

Llegó otro vendaval, soplando el puente de lado a lado, obligándola a reforzar su sujeción, a tolerar el dolor del hielo. Luchaba por equilibrarse con todas sus fuerzas, mientras sus pies se resbalaban en la cuerda cubierta de hielo y en los tablones que estaban debajo de ella. El puente se sacudió bruscamente a la izquierda, y por un momento estaba segura de que caería por un costado. El puente se enderezó solo y se meció en dirección contraria.

Gwen se arrodilló otra vez. Apenas había avanzado tres metros y su corazón ya latía tan fuerte que apenas podía respirar, y sus manos estaban tan entumecidas que apenas podía sentirlas.

Ella cerró los ojos y respiró hondo, y pensó en Thor. Imaginaba su cara, cada ángulo de ésta. Estaba obsesionada con su amor por él. Con su determinación de liberarlo. No importaba lo que costara.

No importaba lo que costara.

Gwendolyn abrió los ojos y se obligó a sí misma a dar varios pasos adelante, agarrando la barandilla, no estando dispuesta a detenerse esta vez por nada. El viento y la nieve podrían hacerla caer hacia las profundidades del Cañón. Pero ya no le importaba. Ya no se trataba de ella; sino del amor de su vida. Por él, ella podría hacer cualquier cosa.

Gwendolyn sintió el cambio de peso en el puente detrás de ella y miró hacia atrás y ahí estaban Steffen, Aberthol, Alistair y Krohn, siguiéndola. Krohn se resbaló sobre sus patas cuando corrió pasando a los demás, abriéndose paso hasta llegar al lado de Gwendolyn.

"No sé si puedo hacer esto", gritó Aberthol, con su voz tensa, después de unos pasos temblorosos.

Él estaba allí parado, con los brazos temblando mientras agarraba la cuerda, era un anciano débil, apenas capaz de aguantar.

"Usted puede hacerlo", dijo Alistair, avanzando a su lado y poniendo un brazo alrededor de su cintura. "Aquí estoy yo. No se preocupe”.

Alistair caminó con él, ayudándolo a avanzar, mientras el grupo seguía caminando, yendo más y más lejos por el puente, de paso en paso.

Gwen nuevamente se maravilló de la fuerza de Alistair ante la adversidad, de su naturaleza tranquila, de su intrepidez. También emanaba de ella una energía que Gwendolyn no entendía. Gwen no podía explicar por qué sentía tanto apegado hacia ella, pero en el corto tiempo en que la había tratado, ya la sentía como si fuera una hermana. Sacó fuerza de su presencia. Y de la de Steffen.

Hubo un momento de calma en el viento, y ellos hicieron un buen tiempo. Pronto, cruzaron el punto medio del puente, moviéndose más rápidamente; Gwen ya se estaba acostumbrando a los tablones resbalosos. El otro extremo del Cañón comenzó a visualizarse, estaba a sólo cuarenta y cinco metros de distancia, y el corazón de Gwendolyn comenzó sentirse optimista. Tal vez podrían lograrlo, después de todo.

Azotó una ventisca, ésta más fuerte que las otras, tan fuerte que Gwen cayó de rodillas y tuvo que sujetar la cuerda con ambas manos. Se aferró como si le fuera la vida en ello, mientras el puente se mecía a noventa grados, y después regresaba igual de violento. Sintió que un tablón cedió bajo sus pies y gritó, mientras una de sus piernas se hundía en la hendidura, a través del puente, y su pierna quedaba atrapada hasta el muslo. Ella se movió, pero no pudo salir.

Gwendolyn se dio vuelta para mirar a Aberthol perder su sujeción, soltando a Alistair y comenzando a deslizarse sobre el borde del puente. Alistair reaccionó rápidamente, estirando una mano y sujetando su muñeca, sosteniéndolo justo antes de que Aberthol se deslizara sobre el borde.

Alistair se inclinó sobre el borde del puente, aguantando, mientras Aberthol se columpiaba debajo de ella; no había nada entre él y el fondo del Cañón. Alistair se tensó y Gwen rezó para que la cuerda no cediera. Gwen se sentía tan impotente, atrapada como estaba, con su pierna atorada entre las tablas. Su corazón latía aceleradamente, mientras intentaba salir.

El puente se mecía violentamente, y Alistair y Aberthol se mecían con él.

"¡Suéltame!", gritó Aberthol. "¡Sálvate tú!".

El bastón de Aberthol resbaló de su mano y dio un sinfín de volteretas en el aire, hacia las profundidades del Cañón. Ahora todo lo que le quedaba era la vara atada a su espalda.

"Usted va a estar bien", le dijo Alistair, tranquilamente.

Gwen se sorprendió al ver a Alistair tan serena y segura.

"Míreme a los ojos", le dijo Alistair, con firmeza.

"¿Qué?", grito Aberthol al viento.

"Que me mire a los ojos", le ordenó Alistair, con más fuerza en su voz.

Había algo en su tono que ordenaba a los hombres, y Aberthol la miró. Sus miradas se encontraron, y al hacerlo, Gwendolyn vio un resplandor de luz emanar de los ojos de Alistair y brillar hasta los de Aberthol. Ella miraba con incredulidad mientras el resplandor envolvía a Aberthol y cuando Alistair se reclinó, con un tirón, jaló a Aberthol hacia arriba, hacia el puente.

Aberthol, aturdido, se quedó ahí acostado, jadeando y miró hacia arriba a Alistair, asombrado; luego, inmediatamente se dio vuelta y sujetó la baranda de cuerda con ambas manos, antes de que llegara otra ráfaga de viento.

"¡Mi señora!", gritó Steffen.

Él se arrodilló sobre ella, y luego bajó la mano, la tomó de los hombros y tiró de ella con todas sus fuerzas.

Gwen comenzó a destrabarse de las tablas, pero cuando estaba a punto de liberarse, resbaló de su sujeción helada y volvió a caer donde estaba, yendo todavía más adentro. De repente, una segunda tabla debajo de Gwendolyn se rompió y ella gritó mientras sentía cómo empezaba a caer en picado.

Gwendolyn estiró la mano y sujetó la cuerda con una mano y la muñeca de Steffen con la otra. Sintió como si sus hombros se estuvieran desgarrando de sus cavidades, mientras ella colgaba al aire libre. Steffen colgaba ahora también, inclinado sobre el borde, con sus piernas enredadas detrás de él, arriesgando su vida para evitar la caída de ella; las cuerdas rotas detrás de él eran lo único que los mantenía a flote.

Hubo un gruñido y Krohn saltó hacia adelante y hundió sus colmillos en la piel del abrigo de Gwen y tiró de ella con todas sus fuerzas, gruñendo y lloriqueando.

Lentamente, Gwen fue elevada, centímetro a centímetro, hasta que finalmente pudo sujetarse de las tablas del puente. Se arrastró hacia arriba y quedó allí, de bruces, agotada, respirando con dificultad.

Krohn lamió la cara de ella una y otra vez, y respiró, muy agradecida con él y con Steffen, quien ahora estaba a su lado. Estaba feliz de estar viva, de salvarse de una muerte horrible.

Pero Gwendolyn de repente oyó un ruido de algo rompiéndose y sintió que todo el puente se movía. Se le heló la sangre en las venas cuando ella se volvió y miró hacia atrás: una de las cuerdas que sujetaba el puente del Cañón se rompió.

Todo el puente se sacudió, y Gwen observó con horror como el otro, pendiendo de un hilo, también se rompía.

Todos gritaron cuando de repente, la mitad del puente se separó de la pared del Cañón; el puente los columpiaba a todos tan rápido, que Gwen casi no podía respirar, mientras volaban por el aire, yendo a la velocidad de la luz hacia el otro extremo del muro del Cañón.

Gwen miró hacia arriba y vio el muro de roca yendo hacia ellos de manera borrosa, y sabía que en momentos, todos morirían por el impacto, sus cuerpos serían aplastados, y que todo lo que quedara de ellos caería a las profundidades de la tierra.

"¡Piedra, cede el paso! ¡TE LO ORDENO!", gritó una voz llena de autoridad instintiva, una voz que Gwen nunca había escuchado.

Vio a Alistair agarrando la cuerda, extendiendo una mano, con la mirada fija y sin temor, al acantilado con el que estaban a punto de chocar. De la palma de la mano de Alistair emanaba una luz amarilla, y al acercarse a toda velocidad al muro del Cañón, mientras Gwendolyn se preparaba para el impacto, se quedó sorprendida por lo que sucedió después.

Ante sus ojos, la roca sólida del Cañón se convirtió en nieve – mientras todos chocaban, Gwendolyn no sintió el chasquido de huesos que esperaba. En cambio, sintió todo su cuerpo inmerso en un muro de luz y nieve suave. Hacía mucho frío, y la cubrió totalmente, entrando en sus ojos, nariz y oídos – pero no le dolió.

Estaba viva.

Todos colgaban ahí, la cuerda colgaba de la parte superior del Cañón, inmersos en el muro de nieve, y Gwendolyn sintió una mano fuerte agarrando su muñeca. Era de Alistair. Su mano era extrañamente cálida, a pesar del frío congelante. Alistair, ya había sujetado también a los demás, de alguna manera, y pronto, todos, incluyendo a Krohn fueron tirados por ella, mientras subía la cuerda como si nada.

Finalmente, llegaron a la cima, y Gwen se derrumbó en tierra firme, al otro lado del Cañón. En el segundo que ocurrió, las cuerdas restantes se rompieron, y lo que quedaba del puente se desplomó, cayendo en la niebla, en las profundidades del Cañón.

Gwendolyn estaba ahí tirada, respirando con dificultad, muy agradecida de estar en tierra firme, preguntándose qué acababa de pasar. El suelo estaba helado, cubierto de hielo y nieve, sin embargo, era tierra firme. Estaba fuera del puente, y estaba viva. Lo habían logrado. Gracias a Alistair.

Gwendolyn se dio vuelta y miró a Alistair con un nuevo sentido de admiración y respeto. Ella estaba más que agradecida de tenerla a su lado. Realmente sentía que era la hermana que nunca había tenido, y Gwen tenía la sensación de que ella aún no había comenzado a ver la profundidad de la energía de Alistair.

Gwen no tenía ni idea de cómo regresarían a tierra firme del Anillo cuando hubieran terminado lo que iban a hacer aquí – si es que lo terminaban, si es que alguna vez encontraban a Argon y volvían. Y cuando se asomó al muro de nieve cegadora delante de ella, en la entrada al Mundo de las Tinieblas, tuvo un mal presentimiento de que los obstáculos más difíciles todavía estaban por llegar.




CAPÍTULO DOS


Reece estaba parado en La Travesía del Este del Cañón, agarrándose a la barandilla del puente de piedra y mirando hacia el precipicio, horrorizado. Apenas podía respirar. Todavía no podía creer lo que había presenciado: la Espada del Destino, alojada en una roca, caía al precipicio en picado, dando volteretas y siendo tragada por la niebla.

Había esperado y esperado, tratando de escuchar que se estrellara, sentir el tremor bajo sus pies. Pero para su sorpresa, el ruido nunca llegó. ¿Era un cañón sin fondo? ¿Los rumores eran ciertos?

Finalmente, Reece soltó la barandilla, tenía sus nudillos blancos, soltó la respiración y se volvió y miró a sus compañeros de La Legión. Todos estaban allí parados – O'Connor, Elden, Conven, Indra, Serna y Krog – también mirando, horrorizados. Los siete estaban paralizados en su lugar, ninguno era capaz de comprender lo que había pasado. La Espada del Destino; la leyenda con la que habían crecido todos; el arma más importante en el mundo; propiedad de los reyes. Y era lo único que quedaba que mantenía activado el Escudo.

Se había resbalado de sus manos, estrellándose hacia la nada.

Reece sintió que había fracasado. Sintió que había defraudado no sólo a Thor, sino a todo el Anillo. ¿Por qué no pudieron haber llegado allí unos minutos antes? Tan solo unos pocos metros más, y él la habría salvado.

Reece se volvió y miró al otro lado del Cañón, al lado del Imperio y se preparó. Ya sin la Espada, él esperaba que el Escudo se desactivara, esperaba que todos los soldados del Imperio estuvieran alineados al otro lado, para que de repente corrieran en estampida y cruzaran el Anillo. Pero sucedió algo curioso: mientras él observaba, ninguno de ellos entró al puente. Uno de ellos lo intentó y fue aniquilado.

De alguna manera, el Escudo seguía arriba. Él no lo entendía.

"No tiene sentido", dijo Reece a los otros. "La Espada está fuera del Anillo. ¿Cómo puede seguir el Escudo activado?".

"La Espada no ha dejado el Anillo", sugirió O'Connor. "No ha cruzado todavía el otro lado del Anillo. Cayó hasta el fondo. Está atrapada entre dos mundos".

"Entonces ¿qué pasará con el Escudo si la Espada no está ni aquí ni allá?", preguntó Elden.

Se miraron unos a otros, atónitos. Nadie tenía la respuesta; éste era un territorio sin explorar.

"No podemos irnos así nada más", dijo Reece. "El Anillo está a salvo con la Espada de nuestro lado – pero no sabemos qué puede ocurrir si la Espada permanece allí abajo”.

"Mientras no esté a nuestro alcance, no sabremos si puede terminar en el otro lado", agregó Elden, estando de acuerdo.

"No es un riesgo que podamos tomar", dijo Reece. El destino del Anillo depende de eso. No podemos regresar con las manos vacías, como fracasados”.

Reece se volvió y miró a los demás, decidido.

"Debemos recuperarla", concluyó. "Antes de que alguien más lo haga”.

"¿Recuperarla?", preguntó Krog, asustado. "¿Eres tonto? ¿Cómo piensas hacer eso?".

Reece se dio vuelta y miró a Krog, quien también lo miró, desafiante, como siempre. Krog se había convertido en una verdadera espina clavada en el costado de Reece, desafiando sus órdenes en todo momento, retándolo para tener el poder en cualquier situación. Reece estaba perdiendo la paciencia con él.

"Lo haremos", insistió Reece, "bajaremos hasta el fondo del Cañón”.

Los demás jadearon y Krog levantó sus manos a sus caderas, haciendo muecas.

"Estás loco", dijo. "Nunca nadie ha descendido hasta el fondo del Cañón”.

"Nadie sabe si tiene fondo", intervino Serna. "Hasta donde sabemos, la Espada bajó en una nube, y sigue descendiendo en este momento".

"Tonterías", respondió Reece. "Todo debe tener una base. Incluso el mar”.

"Bueno, aunque el fondo existiera", replicó Krog, "¿de qué nos servirá si está tan abajo que no podemos ni verlo ni oírlo? Nos podría tomar varios días llegar a él – varias semanas".

"Además de que no es una caminata relajada", dijo Serna. "¿No has visto los acantilados?".

Reece se dio vuelta y observó los acantilados, los muros de roca antigua del Cañón, parcialmente ocultos en los remolinos de niebla. Eran rectos, verticales. Él sabía que tenían razón; no sería fácil. Pero también sabía que no tenían elección.

"Se pondrá peor", argumentó Reece. "Esas paredes también son resbaladizas, con niebla. Y aun cuando lleguemos a la parte inferior, tal vez no podamos subir”.

Todos ellos lo miraban, perplejos.

"¿Entonces también estás de acuerdo en que es una locura intentarlo?", dijo Krog.

"Estoy de acuerdo en que es una locura", dijo Reece, con una voz retumbando con autoridad y confianza. "Pero nacimos para hacer locuras. No somos simples hombres; no somos simples ciudadanos del Anillo. Somos una raza especial: somos soldados. "Somos guerreros. Somos hombres de La Legión. Hicimos una promesa, un juramento. Juramos que nunca huiríamos de una misión por ser demasiado difícil o peligrosa, que nunca dudaríamos de hacer un esfuerzo que pudiera provocarnos daños personales. Sólo los débiles se esconden y se encogen de miedo —pero no nosotros. Eso es lo que nos hace guerreros. Es la esencia de la gallardía: uno se embarca en una causa más grande que uno mismo porque es lo correcto, lo honorable, aunque pueda ser imposible. Después de todo, no es la victoria lo que hace que algo sea valeroso, sino el intentarlo. Es más grande que nosotros. Esto es lo que somos.

Hubo un silencio pesado, mientras el viento azotaba y los demás consideraban sus palabras.

Finalmente, Indra dio un paso adelante.

"Concuerdo con Reece", dijo ella.

"Yo también", agregó Elden, avanzando.

"Y yo", agregó O'Connor, caminando al lado de Reece.

Conven caminaba en silencio al lado de Reece, agarrando la empuñadura de su espada, dándose vuelta para ver a los demás. "Por Thorgrin", dijo, "voy a los confines de la tierra”.

Reece se sentía envalentonado teniendo a sus miembros de La Legión dignos de confianza a su lado, estas personas que se habían vuelto tan cercanas a él como si fueran familia, que se habían aventurado con él hasta los confines del Imperio. Los cinco se quedaron allí y miraron a los dos nuevos miembros de La Legión, Krog y Serna, y Reece se preguntó si iban a unirse a ellos. Necesitaban ayuda adicional; pero si querían regresar, entonces que así fuera. Él no se los preguntaría dos veces.

Krog y Serna estaban allí parados, mirando hacia atrás, inseguros.

"Soy mujer", les dijo Indra, "como se han burlado de mí antes. Y sin embargo, aquí estoy, lista para el desafío de un guerrero – mientras que ustedes están ahí, con todos sus músculos, burlándose y con miedo".

Serna refunfuñó, molesto, peinando hacia atrás su largo cabello castaño de sus anchos y estrechos ojos y dando un paso hacia adelante.

"Iré", dijo, "pero sólo por el bien de Thorgrin”.

Krog fue el único que se quedó allí parado, con la cara roja, desafiante.

"Ustedes son unos malditos tontos", dijo. "Todos ustedes".

Pero aun así, avanzó, uniéndose a ellos.

Reece, satisfecho, se volvió y los llevó al borde del Cañón. No había tiempo que perder.


*

Reece se mantuvo a un costado del acantilado mientras bajaba poco a poco, y los demás iban varios metros arriba de él, haciendo difícil el descenso, como había sido durante horas. El corazón de Reece latía aceleradamente mientras se abría paso tratando de mantener el equilibrio, con sus dedos en carne viva y entumecidos de frío, con sus pies deslizándose sobre la roca resbaladiza. Él no había pensado que fuera tan difícil. Había mirado hacia abajo y había estudiado el terreno, la forma de la piedra y había notado que en algunos lugares, la roca iba directamente hacia abajo, era perfectamente lisa, imposible de subir; en otros lugares estaba cubierta de un denso musgo; y en otros, tenía una pendiente serrada, marcada, con agujeros, con espacios pequeños y remotos donde uno pudiera poner los pies y las manos. Incluso había visto una cornisa ocasional en donde descansar.

Sin embargo, la escalada había demostrado que era más difícil de lo que parecía. La niebla oscurecía constantemente su vista, y mientras Reece tragaba saliva y miraba hacia abajo, estaba teniendo cada vez más dificultad en encontrar puntos de apoyo. Sin mencionar que, incluso después de todo ese tiempo escalando, el fondo, aunque existiera, permanecía fuera de la vista.

Por dentro, Reece sentía un temor creciente, una sequedad en la garganta. Una parte de él se preguntaba si había cometido un grave error.

Pero no se atrevía a mostrar su temor a los demás. No estando Thor, ahora él era su líder, y debía dar el ejemplo. También sabía que permitirse temer, no le haría ningún bien. Necesitaba mantenerse fuerte y permanecer concentrado; él sabía que el miedo solamente escondería sus habilidades.

Las manos de Reece temblaban, mientras se controlaba. Se dijo a sí mismo que tenía que olvidar lo que se encontraba debajo y concentrarse sólo en lo que había delante de él.

Un paso a la vez, se dijo a sí mismo. Se sintió mejor al pensar de esa forma.

Reece encontró otro punto de apoyo y dio otro paso hacia abajo, luego otro, y se encontró empezando a recuperar el ritmo.

"¡CUIDADO!", gritó alguien.

Reece se preparó mientras pequeños guijarros caían de repente a su alrededor, rebotando en su cabeza y hombros. Miró hacia arriba y vio una gran roca cayendo; la esquivó y casi le pegó.

“¡Lo siento!”, gritó O'Connor. "¡Roca suelta!".

El corazón de Reece latía aceleradamente mientras miraba hacia abajo e intentaba mantener la calma. Moría por saber dónde estaba el fondo; estiró una mano y agarró una pequeña roca que había aterrizado en su hombro y, mirando hacia abajo, la lanzó.

Observó, esperando ver si hacía algún ruido.

Nunca se escuchó.

Su corazonada fue mayor. Todavía no sabía dónde terminaba el Cañón. Y con sus manos y pies temblando, no sabía si podrían lograrlo. Reece tragó saliva, todo tipo de pensamientos corrían por su mente mientras continuaba. ¿Qué pasaría si Krog había estado en lo cierto? ¿Qué pasaría si no tenía ningún fondo? ¿Qué pasaría si ésta era una misión suicida imprudente?

Mientras Reece daba otro paso, bajando de prisa varios metros, ganando impulso otra vez, repentinamente escuchó el sonido de un cuerpo raspando la roca y luego oyó que alguien gritaba. Hubo una conmoción a su lado, y al mirar vio a Elden, empezando a caer, resbalando por delante de él.

Reece instintivamente extendió una mano y logró asir la muñeca de Elden mientras resbalaba. Afortunadamente Reece tenía un agarre firme en el acantilado con la otra mano y fue capaz de sostener a Elden con firmeza, impidiéndole resbalar hasta abajo. Pero Elden colgaba, incapaz de encontrar el equilibrio. Elden era demasiado grande y pesado, y Reece sintió que su fuerza se le escapaba.

Indra apareció, escalando hacia abajo rápidamente y estiró la mano y sujetó la otra muñeca de Elden. Elden se movió rápidamente, pero no pudo encontrar el equilibrio.

"¡No encuentro de dónde asirme!", gritó Elden, con pánico en su voz. Pateó salvajemente, y Reece temió que también perdería su sujeción y caería con él. Pensó rápidamente.

Reece recordó la cuerda y rezón que O'Connor le había mostrado antes de su descenso, la herramienta que solían usar para escalar paredes durante un asedio. En caso de necesitarse, dijo O'Connor.

"¡O'Connor, tu cuerda!", gritó Reece. "¡Arrójala!".

Reece miró hacia arriba y vio a O'Connor quitando la cuerda de su cintura, reclinándose y empalando el gancho en un rincón de la pared. Lo hundió con todas su fuerzas, lo probó varias veces, luego lo arrojó hacia abajo. La soga colgaba más allá de Reece.

No pudo haber sido más oportuno. La palma de la mano resbaladiza de Elden se deslizaba de la mano de Reece, y cuando él empezó a retirarla, Elden extendió la mano y agarró la cuerda. Reece sostuvo su aliento, rezando para que lo sujetara.

Lo hizo. Elden lentamente tiró de sí mismo hacia arriba, hasta que finalmente encontró una base fuerte. Él estaba parado en una cornisa, respirando con fuerza, recuperando su equilibrio. Tuvo un suspiro profundo de alivio, al igual que Reece. Había estado demasiado cerca.


*

Ellos subieron y subieron, Reece no sabía cuánto tiempo había pasado. El cielo se volvió más oscuro y Reece goteaba sudor a pesar del frío, sintiendo como si cualquier momento podría ser el último. Sus manos y pies se agitaban violentamente, y el sonido de su propia respiración llenó sus oídos. Se preguntó cuánto más podría aguantar. Él sabía que si no encontraban el fondo pronto, todos tendrían que parar y descansar, en especial porque estaba anocheciendo. Pero el problema era que no había ningún lugar para parar y descansar.

Reece no podía evitar preguntarse que si todos llegaban a estar demasiado cansados, si podrían comenzar a caer, uno a uno.

Hubo un gran clamor de roca y luego una pequeña avalancha, toneladas de piedras cayeron, aterrizando en la cabeza, cara y ojos de Reece. Su corazón se detuvo cuando escuchó un grito – diferente esta vez, un grito de muerte. Con el rabillo del ojo vio cómo iba cayendo delante de él, casi más rápido de lo podía procesar, un cuerpo.

Reece extendió una mano para atraparlo, pero pasó muy rápido. Todo lo que pudo hacer fue girar y ver cómo Krog era llevado por el aire, agitándose, chillando, cayendo de espaldas directamente hacia la nada.




CAPÍTULO TRES


Kendrick estaba sentado a horcajadas sobre su caballo, al lado de Erec, Bronson y Srog, delante de sus miles de hombres, mientras enfrentaban a Tirus y al Imperio. Habían caído en una trampa. Habían sido vendidos por Tirus, y Kendrick se dio cuenta, demasiado tarde, que había sido un gran error confiar en él.

Kendrick miró arriba y a su derecha y vio a 10 mil soldados del Imperio en la cresta del valle, con las flechas preparadas; a su izquierda vio a otros tantos. Ante ellos estaban parados muchos más. Los pocos miles de hombres de Kendrick, posiblemente nunca podrían vencer a ese número de soldados. Ellos serían asesinados con tan solo intentarlo. Y con todos esos arcos preparados, el más mínimo movimiento resultaría en la masacre de sus hombres. Geográficamente, estar en la base de un valle, tampoco ayudaba. Tirus había elegido bien su lugar para la emboscada.

Mientras Kendrick estaba ahí sentado, indefenso, con su rostro ardiendo de rabia e indignación, miró hacia Tirus, quien estaba sentado en lo alto de su caballo con una sonrisa de satisfacción. Junto a él estaban sentados sus cuatro hijos, y al lado de ellos, un comandante del Imperio.

"¿El dinero es tan importante para ti?", preguntó Kendrick a Tirus, apenas a tres metros de distancia, con su voz tan fría como el acero. "¿Venderías a tu propia gente, a tu propia sangre?"

Tirus no mostró ningún remordimiento; él sonrió de oreja a oreja.

"Tu gente no es de mi sangre, ¿recuerdas?", dijo él. "Es por ello que no tengo derecho, según tus leyes, al trono de mi hermano".

Erec aclaró su garganta, enojado.

"Las leyes MacGil pasan el trono al hijo – no al hermano”.

Tirus meneó la cabeza.

"Ahora todo es intrascendente. Sus leyes ya no importan. El poder siempre triunfa sobre la ley. Son aquellos con poder quienes dictan la ley. Y ahora, como puedes ver, yo soy más fuerte. Lo que significa que de ahora en adelante, yo dicto la ley. Las generaciones venideras no recordarán ninguna de sus leyes. Todo lo que recordarán es que yo, Tirus, fui el rey. No tú ni tu hermana”.

"Los tronos tomados de manera ilegítima nunca perduran", contraatacó Kendrick. "Podrás matarnos, incluso podrás convencer a Andrónico que te conceda un trono. Pero tú y yo sabemos que no gobernarás por mucho tiempo. Serás traicionado con la misma alevosía que nos infundiste”.

Tirus se quedó allí sentado, sin inmutarse.

"Entonces saborearé esos breves días en mi trono el tiempo que dure – y aplaudiré al hombre que me pueda traicionar con tanta habilidad como la que yo utilicé para traicionarlos”.

"¡Basta de hablar!", gritaron los comandantes del Imperio. "¡Ríndanse ahora o sus hombres morirán!".

Kendrick los miró, furioso, sabiendo que debía rendirse pero sin querer hacerlo.

"Bajen las armas", dijo Tirus tranquilamente, con su voz tranquilizadora, y "los trataré justamente, de un guerrero a otro. Serán mis prisioneros de guerra. Tal vez no comparta sus leyes, pero honro el código de batalla de un guerrero. Les prometo que no serán dañados estando bajo mi supervisión”.

Kendrick miró a Bronson, a Srog y a Erec, quienes también lo miraron. Todos estaban ahí sentados, orgullosos guerreros, con los caballos haciendo cabriolas debajo de ellos, en silencio.

"¿Por qué deberíamos confiar en ti?", preguntó Bronson a Tirus. "Ya nos has demostrado que tu palabra no significa nada. Tengo la mentalidad de morir en el campo de batalla, sólo para quitarte esa sonrisa engreída de tu cara".

Tirus se dio vuelta y frunció el ceño a Bronson.

"Hablas cuando ni siquiera eres un MacGil. Eres un McCloud. No tienes derecho a interferir en asuntos de los MacGil".

Kendrick defendió a su amigo: "Bronson es tan MacGil ahora como cualquiera de nosotros. Habla con la voz de nuestros hombres".

Tirus apretó los dientes, claramente molesto.

La decisión es tuya". Mira a tu alrededor y verás a nuestros miles de arqueros en ristre. Ustedes han sido aventajados. Si tan siquiera llegaran a tocar sus espadas, tus hombres caerían muertos en el acto. Seguramente hasta tú puedes darte cuenta. Hay tiempos de lucha y tiempos para rendirse. Si quieres proteger a tus hombres, harás lo que haría cualquier buen comandante. Depongan sus armas”.

Kendrick apretó su mandíbula varias veces, ardiendo por dentro. Aunque odiaba admitirlo, él sabía que Tirus tenía razón. Él echó un vistazo y supo en un instante que la mayoría, si no es que todos sus hombres, iban a morir aquí, si trataban de luchar. Aunque quería pelear, sería una decisión egoísta; y aunque despreciaba a Tirus, presentía que estaba diciendo la verdad y que sus hombres no serían perjudicados. Mientras vivieran, siempre podrían luchar otro día, en otro lugar, en algún otro campo de batalla.

Kendrick miró a Erec, un hombre con el que había luchado en infinidad de ocasiones, el campeón de Los Plateados y sabía que estaba pensando lo mismo. Era diferente ser un líder que ser un guerrero: un guerrero podía pelear con temerario desenfreno, pero un líder tenía que pensar primero en los demás.

"Hay un tiempo para las armas y un tiempo para rendirse", gritó Erec. "Confiaremos en tu palabra de guerrero de que todos nuestros hombres no serán dañados, y con esa condición, depondremos nuestras armas. Pero si incumples con tu palabra, que Dios guarde tu alma, voy a volver del infierno para vengar a todos y cada uno de mis hombres".

Tirus asintió, satisfecho, y Erec extendió la mano y dejó caer su espada y su vaina al suelo. Aterrizaron con un sonido metálico.

Kendrick hizo lo mismo, al igual que Bronson y Srog, cada uno de ellos reacios, pero sabiendo que era lo prudente.

Detrás de ellos se oyó el sonido metálico de miles de armas, todas cayendo por el aire y aterrizando en el suelo de invierno, todos Los Plateados y los MacGil y los silesios se rindieron.

Tirus sonrió de oreja a oreja.

"Ahora, bajen de sus caballos", ordenó.

De uno en uno desmontaron, delante de sus caballos.

Tirus mostró una amplia sonrisa, disfrutando su victoria.

"Durante todos estos años en que estuve exiliado en las Islas Superiores, envidié la Corte del Rey, a mi hermano mayor, todo su poder. Pero ahora, ¿quién de los MacGil tiene todo el poder?".

"El poder de la traición no es ningún poder", dijo Bronson.

Tirus frunció el ceño y asintió con la cabeza a sus hombres.

Se abalanzaron y ataron a cada una de sus muñecas con cuerdas gruesas. Todos comenzaron a ser arrastrados, miles de ellos fueron hechos prisioneros.

Mientras arrastraban a Kendrick, de repente recordó a su hermano, Godfrey. Todos se habían ido juntos, sin embargo, no lo había visto ni a él ni a sus hombres desde entonces. Se preguntaba si de alguna manera había logrado escapar. Rezó para que hubiese encontrado un mejor destino que ellos. De alguna manera, él era optimista.

Con Godfrey, uno nunca sabía.




CAPÍTULO CUATRO


Godfrey iba delante de sus hombres, flanqueado por Akorth, Fulton y su general silesio, y cabalgando al lado del comandante del Imperio a quien había sobornado generosamente. Godfrey cabalgaba con una amplia sonrisa en su rostro, más que satisfecho, cuando vio a la división de los hombres del Imperio, varios miles de soldados fuertes, junto a ellos, uniéndose a su causa.

Reflexionó con satisfacción en el soborno que les había dado a ellos; en las interminables bolsas de oro, recordó las miradas en sus caras y estaba feliz de que su plan hubiese funcionado. No había estado seguro hasta el último momento, y por primera vez, respiró tranquilo. Existían muchas maneras de ganar una batalla, después de todo, y acababa de ganar una sin derramar una gota de sangre. Tal vez eso no lo hacía tan caballeroso o valiente como a los otros guerreros. Pero, aun así, lo hacía exitoso. Y finalmente, ¿no era ése el objetivo? Él prefería mantener a todos sus hombres vivos con un poco de soborno, que ver a la mitad de ellos asesinados en algún acto imprudente de hidalguía. Así era él.

Godfrey había trabajado duro para lograrlo. Había utilizado todas sus conexiones del mercado negro de los burdeles, callejones y tabernas, para averiguar quién había estado durmiendo con quién, qué burdeles frecuentaban los comandantes del Imperio en el Anillo, y qué comandante del Imperio estaba abierto al soborno. Godfrey tenía más contactos ilícitos que la mayoría – de hecho, había pasado toda su vida acumulándolos – y ahora le habían sido útiles. Tampoco había causado daño el haber sobornado tan bien a cada uno de sus contactos. Finalmente, le había dado buen uso al oro de su papá.

Aun así, Godfrey no había estado seguro si ellos eran confiables, hasta el último momento. No había nadie que te vendiera como ladrón, y tenía que aprovechar la oportunidad que se le estaba presentando. Sabía que era como lanzar una moneda al aire; que esta gente era tan confiable como el oro que les fue pagado. Pero les había pagado con muy, pero muy buen oro, y resultaron ser más confiables de lo que pensó.

Por supuesto, no sabía cuánto tiempo permanecería fiel esta división de las tropas del Imperio. Pero al menos se habían zafado de una batalla, y por ahora, los tenía de su lado.

"Me equivoqué contigo", dijo una voz.

Godfrey se dio vuelta para ver al general silesiano acercándose a él con una mirada de admiración.

"Dudé de ti, lo admito", continuó diciendo. "Te ofrezco disculpas. No podría haber imaginado el plan que tenías bajo la manga. Fue ingenioso. No volveré a dudar de ti otra vez”.

Godfrey sonrió, sintiéndose reivindicado. Todos los generales, todos los militares, habían dudado él toda su vida. En la Corte de su padre, una Corte de guerreros, siempre se le había mirado con desdén. Ahora, finalmente, estaban viendo que, a su manera, podía ser tan competente como ellos.

"No te preocupes", dijo Godfrey. "Yo también dudaba de mí mismo. Voy aprendiendo. Yo no soy un comandante y no tengo un plan maestro que no sea sobrevivir, de cualquier manera posible".

"¿Y ahora adónde vamos?", preguntó el general.

"A reunirnos con Kendrick, Erec y los otros y hacer lo que podamos para ayudarlos en su causa”.

Los miles de ellos cabalgaron, en una alianza peligrosa e incómoda entre los hombres del Imperio y Godfrey, subiendo y bajando por las llanuras, a través de las largas, secas y polvorientas planicies, yendo hacia el valle donde Kendrick les había dicho que se encontrarían.

Mientras cabalgaban, un millón de pensamientos corrieron por la mente de Godfrey. Se preguntó cómo le habría ido a Kendrick y a Erec; se preguntó qué tan superados en número estarían; y se preguntó cómo le iría en la próxima batalla, una batalla real. Ya no se podía evitar; ya no tenía más trucos bajo la manga, no había más oro.

Tragó saliva, nervioso. Sentía que ya no tenía el mismo nivel de valor que todos los demás parecían tener, con el que parecían haber nacido. Todo el mundo parecía tan valiente en la batalla e incluso en la vida. Pero Godfrey tuvo que admitir que tenía miedo. Cuando llegara el momento, en el fragor de la batalla, él sabía que no podría eludirlo. Pero era torpe y delicado; él no tenía las habilidades de los demás, y no sabía cuántas veces sería salvado por los dioses de la suerte.

A los demás no parecía importarles si morían – todos parecían estar dispuestos a dar su vida por la gloria. Godfrey había valorado la gloria. Pero él amaba más a la vida. Él amaba su cerveza y amaba su comida, e incluso ahora, sintió un rugido en su estómago, unas ganas de estar de vuelta en la seguridad de una taberna en algún lugar. La vida de batalla no era para él.

Pero Godfrey pensaba en Thor, quien estaba en alguna parte, prisionero; pensaba en toda su gente luchando por la causa, y sabía que aquí era donde su honor, aunque estuviera mancillado, lo obligaba a estar.

Ellos cabalgaron y cabalgaron y, finalmente, llegaron a la cima y tuvieron la oportunidad de tener una vista extensa del valle que estaba abajo. Se detuvieron y Godfrey entrecerró los ojos hacia el sol cegador, tratando de ajustar la mirada, para dar sentido a lo que tenía frente a él. Levantó una mano para proteger sus ojos y miró, confundido.

Entonces, para su horror, todo quedó claro. El corazón de Godfrey se detuvo: abajo, miles de los hombres de Kendrick y de Erec y de Srog, eran arrastrados para ser prisioneros. Ésta era la fuerza de combate con la que supuestamente debía reunirse. Estaban completamente rodeados por diez veces más la cantidad de soldados del Imperio. Iban a pie, con las muñecas atadas, todos estaban siendo llevados como prisioneros. Godfrey sabía que Kendrick y Erec nunca se rendirían, a menos que hubiera habido una buena razón. Parecía como si les hubieran puesto una trampa.

Godfrey se congeló, lleno de pánico. Se preguntaba cómo pudo haber pasado esto. Él había estado esperando encontrarlos en el fragor de una batalla en iguales condiciones, había esperado reunirse a sus fuerzas. Pero ahora, en cambio, iban desapareciendo en el horizonte, con medio día de camino de ventaja.

El general del Imperio se acercó al lado de Godfrey y se burló.

"Parece que tus hombres han perdido", dijo el general del Imperio. "Eso no era parte del trato".

Godfrey se volvió hacia él y vio cuán ansioso parecía estar el general.

"Te pagué bien", dijo Godfrey, nervioso pero reuniendo su voz más segura al sentir que su trato caía en pedazos. "Y prometiste unirte a mi causa".

Pero el general del Imperio meneó la cabeza.

"Te prometí acompañarte en la batalla – no en una misión suicida. Mis pocos miles de hombres no se enfrentarán contra todo el batallón de Andrónico. Nuestro trato ha cambiado. Puedes pelear por tu cuenta – y me quedaré con tu oro".

El general del Imperio se dio vuelta y gritó, mientras pateaba su caballo y se iba en dirección contraria, con sus hombres pisándole los talones. Pronto desaparecieron abajo, al otro lado del valle.

"¡Él tiene nuestro oro!", dijo Akorth. "¿Debemos perseguirlo?".

Godfrey movió la cabeza, mientras los veía irse cabalgando.

"¿Y de qué serviría eso? El oro es oro. No voy a arriesgar nuestras vidas por ello. Deja que se vayan. Siempre hay más”.

Godfrey se dio vuelta y vio en el horizonte, al grupo de hombres de Kendrick y de Erec desapareciendo, lo cual le preocupaba más. Ahora ya no tenía refuerzos, y estaba aún más aislado que antes. Sentía sus planes desmoronándose a su alrededor.

"¿Y ahora qué?", preguntó Fulton.

Godfrey se encogió de hombros.

"No tengo idea", dijo.

"No puedes decir eso", dijo Fulton. "Ahora eres el comandante”.

Pero Godfrey simplemente se encogió de hombros otra vez. "Digo la verdad".

"Esto de ser guerrero es difícil", dijo Akorth, rascándose la barriga, mientras se quitaba el casco. "Parece que no funcionó como esperabas, ¿verdad?"

Godfrey se quedó sentado en su caballo, sacudiendo la cabeza, reflexionando sobre qué hacer. Le había tocado una baraja que no esperaba, y no había ningún plan de contingencia.

"¿Debemos regresar?", preguntó Fulton.

"No", Godfrey se escuchó diciendo, sorprendiéndose incluso a sí mismo.

Los demás se volvieron y lo miraron, sorprendidos. Otros se acercaron para escuchar sus órdenes.

"Tal vez no sea un gran guerrero", dijo Godfrey, "pero esos de ahí son mis hermanos. Se los están llevando. No podemos regresar. Aunque eso signifique nuestra muerte”.

"¿Estás loco?", preguntó el general de Silesia. "Todos esos buenos guerreros de Los Plateados, de los MacGil, de las silesios — todos ellos juntos, no pudieron luchar contra los hombres del Imperio. ¿Cómo crees que unos cuantos miles de nuestros hombres bajo tu mando, lo hará?"

Godfrey se volvió hacia él, molesto. Estaba cansado de que dudaran de él.

"Nunca dije que ganaríamos", respondió él. "Yo digo solamente que es lo correcto que debemos hacer. No les abandonaré. Ahora que si quieres darte la vuelta y volver a casa, puedes hacerlo. Yo mismo voy a atacarlos”.

"Eres un comandante sin experiencia", dijo, frunciendo el ceño. "No tienes idea de lo que estás diciendo. Guiarás a todos estos hombres a una muerte segura”.

"Lo haré", dijo Godfrey. "Es cierto. Pero prometiste no volver a dudar de mí. Y yo no voy a darme la vuelta”.

Godfrey cabalgó varios metros hacia adelante y hacia arriba de una loma para que pudiera ser visto por todos sus hombres.

"¡SEÑORES!", gritó, subiendo la voz. "Sé que no me conoces como comandante digno de confianza, como Kendrick o Erec o Srog. Y es cierto, no tengo sus habilidades. Pero tengo corazón, al menos en ocasiones. Y ustedes también. Lo que sé es que son nuestros hermanos los que fueron capturados. Y yo prefiero no vivir, que vivir para ver cómo se los llevan ante nuestros ojos, que regresar como perros a nuestras ciudades y esperar al Imperio para que venga a matarnos, también. Tengan por seguro esto: nos matarán algún día. Todos podemos morir ahora, de pie, luchando, persiguiendo al enemigo como hombres libres. O podemos morir avergonzados y deshonrados. La elección es suya". Vengan conmigo y vivos o no, ¡cabalgarán hacia la gloria!”.

Hubo un grito de sus hombres, uno tan entusiasta, que sorprendió a Godfrey. Todos levantaron sus espadas por lo alto, y eso le dio valor.

También hizo que Godfrey se diera cuenta de la realidad de lo que acababa de decir. Él no había pensado bien sus palabras antes de pronunciarlas; sólo se dejó llevar por el momento. Ahora se daba cuenta de que estaba comprometido con ello, y se sorprendió un poco por sus palabras. Su propia valentía era abrumadora, incluso para él.

Mientras los hombres hacían cabriolas en sus caballos, preparaban sus armas y se alistaban para su ataque final, Akorth y Fulton aparecieron junto a él.

"¿Quieres beber algo?", preguntó Akorth.

Godfrey miró hacia abajo y lo vio llegar con una bota de vino, y él la arrebató de la mano de Akorth; echó la cabeza hacia atrás y bebió y bebió, hasta que casi había bebido todo, apenas parando para recuperar el aliento. Finalmente, Godfrey limpió la parte posterior de su boca y devolvió la bota.

¿Qué he hecho? se preguntó. Se había comprometido él mismo y a los demás, a una batalla que no podría ganar. ¿Había estado pensando claramente?

"No pensé que tenías ese valor", dijo Akorth, dándole palmadas de manera brusca en la espalda, mientras eructaba "Fue un gran discurso. ¡Mejor que el teatro!".

"¡Deberíamos haber vendido las entradas!", intervino Fulton.

"Creo que te no equivocaste en nada", dijo Akorth. "Es mejor morir de pie, que sobre nuestras espaldas".

"Aunque de espaldas no estaría nada mal, si fuera en la cama de un burdel", añadió Fulton.

"¡Eso, eso!", dijo Fulton. "¿O qué tal morir con una jarra de cerveza en nuestros brazos y con la cabeza reclinada?”.

"Eso estaría bien, sin duda alguna", dijo Akorth, bebiendo.

"Pero supongo que después de un rato, sería aburrido", dijo Fulton. "¿Cuántos tarros puede beber un hombre, con cuántas mujeres puede acostarse un hombre en una cama?".

"Pues, muchas, si lo piensas bien", dijo Akorth.

"Aun así, supongo que sería divertido morir de una manera diferente. No tan aburrida”.

Akorth suspiró.

"Bueno, si sobrevivimos a todo esto, por lo menos tendríamos un motivo para tener que beber realmente. Por primera vez en nuestras vidas, ¡nos lo habremos ganado!".

Godfrey se alejó, intentando desconectarse de las conversaciones continuas de Akorth y Fulton. Necesitaba concentrarse. Había llegado el momento de que se convirtiera en hombre, de dejar atrás las ingeniosas bromas y chistes de taberna; de tomar decisiones reales que afectaban a los hombres de verdad del mundo real. Sentía una pesadez sobre él; no podía evitar preguntarse si esto era lo que su padre había sentido. De alguna extraña manera, aunque odiaba al hombre, estaba empezando a simpatizar con su padre. Y tal vez, para su horror, a ser como él.

Olvidando el peligro ante él, Godfrey sintió un aumento repentino de confianza. De pronto, pateó su caballo y con un grito de batalla, cabalgó precipitadamente por el valle.

Detrás de él llegó el grito de batalla inmediato de miles de hombres, y las pisadas de sus caballos llenaron sus oídos mientras salían corriendo detrás de él.

Godfrey ya se sentía mareado, con el viento en su pelo, el vino se le fue a la cabeza, mientras corría hacia una muerte segura y se preguntó en qué se había metido.




CAPÍTULO CINCO


Thor estaba sentado sobre su caballo, su padre estaba a su lado, McCloud por el otro, y Rafi cerca. Detrás de ellos estaban sentados docenas de miles de soldados del Imperio, la principal división del ejército de Andrónico, disciplinados y pacientemente a la espera del comando de Andrónico. Todos estaban sentados en la cima de una colina, mirando la zona montañosa, con sus picos cubiertos de nieve. En la cima de la zona montañosa, estaba la ciudad de McCloud, Highlandia, y Thor se puso tenso al mirar a miles de tropas salir de la ciudad y cabalgar hacia ellos, preparándose para la batalla.

Éstos no eran los hombres de MacGil; tampoco eran los soldados del Imperio. Llevaban una armadura que Thor apenas reconoció; pero mientras apretaba la empuñadura de su nueva espada, no estaba seguro exactamente de quiénes eran ellos, o por qué atacaban.

"Los McCloud. "Mis ex soldados”, explicó McCloud a Andrónico. "Todos los buenos soldados McCloud. Todos los hombres a los que entrené alguna vez y con los que combatí”.

"Pero ahora se han vuelto en tu contra", observó Andrónico. "Vienen a encontrarse contigo en una batalla".

McCloud frunció el ceño, le faltaba un ojo, la mitad de su rostro estaba marcado con el sello del Imperio, tenía un aspecto grotesco.

"Lo siento, mi señor", dijo él. "No es mi culpa. Es el trabajo de mi hijo, Bronson. Volvió a mi propia gente en mi contra. Si no fuera por él, todos ellos se unirían a mí ahora, por tu gran causa”.

"No es culpa de tu hijo", corrigió Andrónico, con la voz de acero, girando hacia él. "Es porque eres un comandante débil y un padre más débil. El fracaso de tu hijo es el fracaso que hay en ti. Debí haber sabido que serías incapaz de controlar a tus propios hombres. Debería haberte matado hace mucho tiempo”.

McCloud tragó saliva, nervioso.

"Mi Señor, tú también podrías considerar que no sólo están luchando contra mí, sino contra ti. Quieren deshacerse del Anillo del Imperio".

Andrónico meneó la cabeza, acariciando su collar de cabezas reducidas.

"Pero ahora estás de mi lado", dijo él. "Así que pelear contra mí es luchar contra ti, también".

McCloud sacó su espada, conmocionado por el ejército que se acercaba.

"Pelearé y mataré a todos y cada uno de mis hombres", declaró.

"Sé que lo harás", dijo Andrónico. "Si no lo haces, te mataré yo mismo. No es que necesite que me ayudes. Mis hombres harán mucho más daño del que podrás imaginar – especialmente si van al mando de mi hijo, Thornicus".

Thor estaba sentado en su caballo, oyendo débilmente sus conversaciones, pero al mismo tiempo, no escuchando nada de ellas. Él estaba aturdido. Su mente se llenó de pensamientos extraños que no reconocía, pensamientos que latían en su cerebro y continuamente le recordaba la lealtad que le debía a su padre, su deber de luchar por el Imperio, su destino como el hijo de Andrónico. Los pensamientos se arremolinaban sin descanso en su mente, y aunque lo intentaba, era incapaz de despejar su mente, de tener pensamientos propios. Era como si hubiera sido tomado como rehén en su propio cuerpo.

Mientras Andrónico hablaba, cada una de sus palabras se convertía en una sugerencia en la mente de Thor, luego en una orden. Entonces, de alguna manera, se convirtieron en sus propios pensamientos. Thor luchaba, una pequeña parte de él trataba de liberar su mente de esos sentimientos invasivos para llegar a un punto de claridad. Pero cuanto más luchaba, era más difícil.

Mientras estaba sentado ahí en su caballo, viendo al ejército entrante galopando a través de las llanuras, sintió fluir la sangre en las venas, y en lo único que podía pensar era en su lealtad a su padre, en su necesidad de aplastar a cualquiera que se interpusiera en el camino de su padre. En su destino para gobernar el Imperio.

"Thornicus, ¿me oíste?", dijo Andrónico. "¿Estás preparado para demostrar lo que vales en combate, por tu padre?".

"Sí, padre mío", respondió Thor, mirando hacia adelante. "Lucharé contra cualquiera que combata contra ti".

Andrónico esbozó una amplia sonrisa. Se dio vuelta y enfrentó a sus hombres.

"¡SEÑORES!", dijo él. "Ha llegado el momento de enfrentar al enemigo, de eliminar del Anillo a sus rebeldes sobrevivientes de una vez por todas. Comenzaremos con estos hombres de McCloud que se atreven a desafiarnos. Thornicus, mi hijo, nos guiará en la batalla. Le seguirán como si me siguieran a mí. Darán su vida por él como lo harían por mí. Si lo traicionan a él, ¡me traicionan a mí!".

"¡THORNICUS!", gritó Andrónico.

"¡THORNICUS!", se escuchó el eco de un coro de diez mil tropas del Imperio detrás de ellos.

Thor, envalentonado, levantó su espada nueva por lo alto, la espada del Imperio, la que le había regalado su amado padre. Sintió un poder manando de él, el poder de su linaje, de su pueblo, de todo lo que él debía ser. Finalmente había vuelto a casa, había vuelto con su padre, una vez más. Por su padre, Thor haría lo que fuera. Incluso lanzarse a la muerte.

Thor soltó un gran grito de guerra, mientras pateaba su caballo y salió apresuradamente hacia el valle, siendo el primero en la batalla. Detrás de él se oyó un gran grito de guerra, mientras decenas de miles de hombres le seguían, todos ellos preparados para seguir a Thornicus hacia sus muertes.




CAPÍTULO SEIS


Mycoples estaba acurrucada, enredada dentro de la inmensa red Akron, incapaz de estirarse, de batir sus alas. Ella estaba sentada en el timón del barco del Imperio y aunque luchaba, no podía levantar la barbilla, mover sus brazos, extender sus garras. Nunca se había sentido peor en su vida, nunca sintió tal falta de libertad, de fuerza. Ella estaba acurrucada en bola, parpadeando lentamente, abatida, más por Thor que por ella misma.

Mycoples podía sentir la energía de Thor, incluso desde esta gran distancia, incluso mientras su barco navegaba por el mar, subiendo y bajando las olas monstruosas, su cuerpo se elevaba y descendía mientras las olas se estrellaban en la cubierta. Mycoples podía sentir a Thor cambiando, convirtiéndose en otra persona, no era el hombre que conoció una vez. Se sintió descorazonada. Ella no pudo evitar sentir que de alguna manera lo había decepcionado. Ella trató de luchar una vez más, tenía muchas ganas de ir con él, de salvarlo. Pero simplemente no podía liberarse.

Una ola gigante se estrelló en la cubierta, y las aguas espumosas del Tartuvio se deslizaban debajo de su red, haciendo que resbalara y se golpeara la cabeza con el casco de madera. Se encogió de miedo y gruñó, no teniendo el espíritu o fuerza que solía tener. Se había resignado a su nuevo destino, sabiendo que se la estaban llevando para ser asesinada, o peor aún, para vivir una vida en cautiverio. No le importaba lo que pasara con ella. Ella sólo quería que Thor estuviera bien. Y quería una oportunidad, una última oportunidad para vengarse de sus atacantes.

"¡Ahí está! ¡Se deslizó hasta la mitad de la cubierta!", gritó uno de los soldados del Imperio.

Mycoples sintió el dolor repentino de un pinchazo en las escalas sensibles de su cara, y vio a dos soldados del Imperio con lanzas de nueve metros de largo, picándola, a una distancia segura a través de la red. Ella intentó abalanzarse a hacia ellos, pero sus limitaciones se lo impedían. Ella gruñó mientras la pinchaban una y otra vez, riendo, evidentemente se estaban divirtiendo.

"Ella no es tan aterradora ahora, ¿verdad?", le preguntó uno al otro.

El otro rio, pinchando su lanza cerca de su ojo. Mycoples se alejó en el último segundo, evitando dejarla ciega.

"Es como una mosca, inofensiva", dijo uno.

"Dicen que van a ponerla en exhibición en la nueva capital de Imperio".

"No es lo que supe", dijo el otro. "Me dijeron que van a cortarle las alas y torturarla por todo el daño que le hizo a nuestros hombres”.

"Ojalá pudiera estar allí para ver eso".

"¿Realmente tenemos que llevarla intacta?", preguntó uno.

"Son las órdenes".

"Pero no veo por qué nosotros no podamos al menos mutilarla un poco. Después de todo, realmente no necesita ambos ojos, ¿verdad?".

El otro se rio.

"Pues ahora que lo dices, supongo que no", respondió. "Adelante. Diviértete".

Uno de los hombres se acercó y levantó una lanza por lo alto.

"No te muevas, pequeña”, le dijo el soldado.

Mycoples se encogió, indefenso, mientras el soldado iba hacia adelante, preparándose para sumir su larga lanza en su ojo.

De repente, otra ola se estrelló en la proa; el agua sacó las piernas del soldado y se fue resbalando hacia la cara de ella, con los ojos abiertos de par en par, de terror. Con un enorme esfuerzo, Mycoples logró levantar una garra lo suficientemente alto como para permitir que el soldado se deslizara por debajo de ella; al hacerlo, ella la hizo caer sobre él y la clavó en su garganta.

Él chilló y la sangre se derramó por todas partes, mezclada con agua, mientras moría debajo de ella. Mycoples sintió una pequeña satisfacción.

El soldado del Imperio restante se dio vuelta y corrió, gritando por ayuda. En pocos momentos, una docena de soldados del Imperio se acercaron, todos portando largas lanzas.

"¡Maten a la bestia!", gritó uno de ellos.

Todos se acercaron a matarla, y Mycoples estaba segura de que lo lograrían.

Mycoples sintió una repentina furia ardiendo a través de ella, como nunca había sentido. Ella cerró los ojos y oró a Dios para que le diera una ráfaga final de fuerza.

Lentamente, sintió un gran calor surgir dentro de su vientre y bajar por la garganta. Levantó su boca y soltó un rugido. Para su sorpresa, salió un montón de llamas.

Las llamas viajaron por la red, y aunque no destruyó el Akron, una pared de fuego envolvió a la docena de hombres que se acercaron a ella.

Todos gritaron mientras sus cuerpos ardían en llamas; la mayoría se derrumbó en la cubierta, y aquellos que no murieron al instante, corrieron y saltaron por la borda al mar. Mycoples sonrió.

Docenas más de soldados aparecieron,  esgrimiendo mazas y Mycoples trató de invocar al fuego otra vez.

Pero esta vez no funcionó. Dios había contestado sus oraciones y le había dado la gracia una sola vez. Pero ahora, ya no había nada más que pudiera hacer. Estaba agradecida, al menos, por lo que había tenido.

Decenas de soldados descendieron sobre ella, golpeándola con mazas, y lentamente, Mycoples sintió que se hundía, más y más abajo, con sus ojos cerrándose. Ella se acurrucó, resignada, preguntándose si su tiempo en este mundo había llegado a su fin.

Pronto, su mundo se llenó de oscuridad.




CAPÍTULO SIETE


Rómulo estaba parado en el timón de su enorme barco, con el casco pintado de negro y oro y ondeando la bandera del Imperio, un león con un águila en su boca, batiendo las alas con audacia en el viento. Se quedó allí con las manos en las caderas; con su estructura muscular aún más amplia, como si estuviera enraizado a la cubierta y miró hacia el vaivén de las olas luminiscentes del Ambrek. A lo lejos, apareciendo a la vista, estaba la orilla del Anillo.

Por fin.

El corazón de Rómulo renació con ilusión, al mirar al Anillo por primera vez. En su barco navegaban sus mejores hombres elegidos cuidadosamente, varias docenas de ellos y detrás navegaban miles de los mejores barcos de Imperio. Una gran armada, llenando el mar, todos navegando con la bandera del Imperio. Ellos habían hecho una larga travesía, rodeando el Anillo, decididos a llegar en el lado de McCloud. Rómulo planeaba entrar a hurtadillas de su antiguo jefe, Andrónico, y asesinarlo cuando menos lo esperara.

Sonrió ante ese pensamiento. Andrónico no tenía ninguna idea de la fuerza o la astucia de su hombre número dos al mando, y estaba a punto de aprenderlo de mala manera. Nunca debió haberlo subestimado.

Hubo enormes olas, y Rómulo se deleitaba con el frío rocío que caía en su cara. En su brazo agarró el manto mágico que había obtenido en el bosque, y sintió que iba a funcionar, que iba a llevarlo al otro lado del Cañón. Sabía que cuando se lo pusiera, sería invisible, sería capaz de penetrar el Escudo, de cruzar solo el Anillo. Su misión requeriría sigilo y astucia y sorpresa. Sus hombres no podían seguirlo, por supuesto, pero no necesitaba a ninguno de ellos: una vez que estuviera adentro, encontraría a los hombres de Andrónico – a los hombres del Imperio – y los reuniría para su causa. Él los dividiría y crearía su propio ejército, su propia guerra civil. Después de todo, los soldados del Imperio querían a Rómulo tanto como ellos a Andrónico. Usaría a los hombres de Andrónico contra él.

Rómulo entonces encontraría a un MacGil, lo llevaría al otro lado del Cañón, como exigía el manto, y si era cierta la leyenda, el Escudo sería destruido. Con el Escudo desactivado, convocaría a todos sus hombres y toda su flota entraría y aplastarían al Anillo para siempre. Entonces, finalmente, Rómulo sería el único gobernante del universo.

Respiró profundo. Ya casi podía saborearlo. Él había estado luchando toda su vida por este momento.

Rómulo miró hacia el cielo rojo intenso, el segundo sol se estaba poniendo, era una enorme bola en el horizonte, emitiendo un brillo azul claro, a esta hora del día. Era la hora del día en que Rómulo rogaba a sus dioses, el dios de la Tierra, el dios del Mar, el dios del Cielo, el dios del viento – y sobre todo, el dios de la guerra. Él sabía que necesitaba apaciguarles a todos. Estaba preparado: había traído muchos esclavos para sacrificarlos, sabiendo que su sangre derramada le daría poder.

Las olas chocaban a su alrededor mientras se acercaban a tierra. Rómulo no esperó a que los otros bajaran las cuerdas, sino que prefirió saltar del casco tan pronto como la proa tocó la arena, cayendo unos seis metros y aterrizando sobre sus pies, hasta su cintura, en el agua. Él ni siquiera parpadeó.

Rómulo se acercó a la orilla como si fuera dueño de ella, dejando sus pesadas huellas en la arena. Detrás de él, sus hombres bajaron las cuerdas y todos comenzaron a bajar de la embarcación, mientras llegaba un barco tras otro.

Rómulo observó toda su obra, y sonrió. Estaba oscureciendo y él había llegado a tierra en el momento perfecto para presentar un sacrificio. Él sabía que tenía que agradecer a los dioses por esto.

Se dio vuelta y enfrentó a sus hombres.

"¡FUEGO!", gritó Rómulo.

Sus hombres se apresuraron para construir una enorme fogata, de cuatro metros y medio de altura, había una enorme pila de madera lista, esperando ser encendida, dispersa y en forma de estrella.

Rómulo asintió con la cabeza, y sus hombres arrastraron hacia adelante a una docena esclavos, atados unos a otros. Estaban amarrados a lo largo de la madera de la hoguera, con sus cuerdas aseguradas a ella. Miraban fijamente, con los ojos abiertos de par en par, llenos de pánico. Gritaban aterrorizados, viendo las antorchas listas y dándose cuenta de que estaban a punto de ser quemados vivos.

“¡NO!", gritó uno de ellos. “¡Por favor! ¡Se lo ruego! Esto no. ¡Cualquier cosa menos esto!".

Rómulo los ignoró. En cambio, volvió la espalda a todo el mundo, dio varios pasos adelante, abrió sus brazos ampliamente y estiró el cuello hasta los cielos.

"¡OMARUS!", gritó. "¡Danos la luz para ver! Acepta mi sacrificio esta noche. Acompáñame en mi viaje al Anillo. Dame una señal. ¡Déjame saber si voy a tener éxito!

Rómulo bajó sus manos, y al hacerlo, sus hombres se abalanzaron hacia adelante y lanzaron sus antorchas a la madera.

Se escucharon horribles gritos, mientras todos los esclavos eran quemados vivos. Salieron chispas por todos lados, mientras Rómulo estaba allí parado, con el rostro radiante, observando el espectáculo.

Rómulo asintió con la cabeza, y sus hombres acercaron a una anciana, sin ojos, con su cara arrugada, con su cuerpo jorobado. Varios hombres la llevaban en un carro, y ella se inclinó hacia adelante, hacia las llamas. Rómulo la observó, paciente, esperando su profecía.

"Tendrás éxito", dijo ella. "A menos que veas los soles converger".

Rómulo sonrió ampliamente. ¿Los soles convergen? Eso no ha pasado en mil años.

Estaba eufórico, un sentimiento de calidez inundaba su pecho. Eso era todo lo que necesitaba saber. Los dioses estaban con él.

Rómulo agarró su manto, montó en su caballo, lo pateó con fuerza, empezando a galopar solo, a través de la arena, hacia el camino que lo llevaría a la Travesía del Este, por el Cañón, y pronto, al centro mismo del Anillo.




CAPÍTULO OCHO


Selese caminó a través de los restos de la batalla, con Illepra a su lado, cada una de ellas revisando cuerpo por cuerpo, buscando señales de vida. Había sido un largo y duro viaje desde Silesia, mientras las dos estaban juntas, siguiendo al grupo principal del ejército y atendiendo a los heridos y a los muertos. Se separaron de los otros curanderos y se habían convertido en amigas íntimas, unidas a través de la adversidad. Ellas se sentían atraídas naturalmente una a la otra, eran de la misma edad, se parecían entre ellas, y quizá lo más importante, era que cada una estaba enamorada de un chico MacGil. Selese amaba a Reece; e Illepra, aunque reacia a admitirlo, amaba a Godfrey.

Hicieron su mejor esfuerzo para ir al parejo del grupo principal del ejército, abriéndose paso en zigzag de los campos y bosques y caminos fangosos, buscando constantemente a heridos MacGil. Por desgracia, encontrarlos no fue difícil; llenaban el paisaje en abundancia. En algunos casos, Selese fue capaz de curarlos; pero en muchos casos, lo mejor que Illepra y ella podían hacer era tapar sus heridas, quitarles el dolor con sus elíxires y permitirles una muerte tranquila.

Era desgarrador para Selese. Habiendo sido una curandera en una pequeña ciudad toda su vida, nunca había tratado con algo de esta escala o gravedad. Estaba acostumbrada a manejar raspaduras menores, cortes y heridas o quizá la picadura ocasional de un Forsyth. Pero no estaba acostumbrada a tal derramamiento de sangre y muerte, a tal gravedad de las heridas y heridos. Le entristecía profundamente.

En su profesión, Selese anhelaba curar a la gente y verlos bien; sin embargo, desde que se había embarcado en Silesia, no había visto nada más que un rastro interminable de sangre. ¿Cómo podían los hombres hacerse eso unos a otros? Los heridos eran todos hijos de alguien; padres, maridos. ¿Cómo podía ser tan cruel la humanidad?

Selese estaba más descorazonada aún,  por su falta de capacidad para ayudar a cada persona que encontraba. Sus provisiones estaban limitadas a lo que podía cargar, y dada su larga caminata, no era mucho. Los otros curanderos del reino estaban dispersos por todo el Anillo; eran un ejército en sí mismo, pero abarcaban poco y los suministros eran muy pocos. Sin suficientes carruajes, caballos y un equipo de ayudantes, era poco lo que ella podía transportar.

Selese cerró los ojos y respiró profundamente mientras caminaba, viendo las caras de los heridos destellar ante ella. Ella había atendido demasiadas veces a soldados heridos mortalmente, gritando de dolor, había visto sus ojos vidriosos y les había dado Blatox. Era un analgésico eficaz y un tranquilizante efectivo. Pero éste no podía sanar heridas que supuraban, ni detener la infección. Sin todas sus provisiones, era lo mejor que podía hacer. Le daban ganas de llorar y gritarle al mundo al mismo tiempo.

Selese e Illepra se arrodillaron junto a un soldado herido, a pocos metros de distancia una de la otra, cada una ocupada suturando una herida con aguja e hilo. Selese había sido forzada a usar esta aguja demasiadas veces, y deseaba tener alguna limpia. Pero no tenía otra elección. El soldado gritó de dolor cuando ella cosió una herida vertical, larga, en su bíceps, que parecía no querer permanecer cerrada, supurando continuamente. Selese presionó una mano hacia abajo, tratando de contener el flujo sanguíneo.

Pero era una batalla perdida. Si tan sólo hubiese llegado a este soldado un día antes, todo hubiese estado bien. Pero ahora su brazo estaba verde. Ella trataba de prevenir lo inevitable.

"Va a estar bien", le dijo Selese.

"No, no es así", dijo él, con una mirada de la muerte hacia ella. Selese había visto esa mirada demasiadas veces. "Dígame”. ¿Voy a morir?".

Selese respiró hondo y contuvo la respiración. No sabía qué responder. Odiaba ser deshonesta. Pero no podía soportar decírselo.

"Nuestros destinos están en manos de nuestros creadores", dijo. "Nunca es demasiado tarde para cualquiera de nosotros. Beba", dijo ella, tomando un pequeño frasco de Blatox de la cartera de pociones que llevaba en su cintura, poniéndolo en sus labios y acariciando su frente.

Él puso sus ojos en blanco, y suspiró, tranquilo por primera vez.

"Me siento bien", dijo.

Momentos más tarde, sus ojos se cerraron.

Selese sintió rodar una lágrima por su mejilla y rápidamente la limpió.

Illepra terminó con sus heridos y cada una de ellas se levantó, agotada, y continuaron caminando juntas hacia el interminable sendero, pasando cadáver tras cadáver. Se dirigieron, inevitablemente, hacia el Este, siguiendo al grupo principal del ejército.

"¿Acaso estamos haciendo algo aquí?", preguntó finalmente Selese, tras un largo silencio.

"Por supuesto", respondió Illepra.

"No parece ser así", dijo Selese. "Hemos salvado a tan pocos y perdido a tantos otros".

"¿Y qué hay de esos pocos?", preguntó Illepra. "¿No valen nada?".

Selese pensó.

"Por supuesto que sí", dijo ella. "¿Y qué hay de los otros?".

Selese cerró los ojos e intentó pensar en ellos; pero ahora solamente eran caras borrosas.

Indra meneó la cabeza.

"Estás pensando de manera equivocada. Eres una soñadora. Muy ingenua. No puedes salvar a todo el mundo. Nosotros no empezamos esta guerra. Sólo la seguimos”.

Siguieron caminando en silencio, yendo cada vez más al Este, pasando campos de cadáveres. Selese estaba feliz, al menos, por la compañía de Illepra. Se hacían compañía mutuamente y se daban consuelo y habían compartido conocimientos y remedios en el camino. Selese estaba asombrada por la amplia gama de hierbas de Illepra, que ella no había conocido; Illepra, a su vez, se sorprendía continuamente por las extraordinarias pomadas que Selese había descubierto en su pequeño pueblo. Se complementan bien una a la otra.

Mientras caminaban, examinando una vez más a los muertos, Selese dirigió sus pensamientos hacia Reece. A pesar de todo lo que había a su alrededor, no podía sacarlo de su mente. Ella había viajado todo el camino a Silesia para encontrarlo, para estar con él. Pero el destino los había separado demasiado pronto, esta estúpida guerra los mandaba en diferentes direcciones. Se preguntaba a cada momento si Reece estaba a salvo. Se preguntaba exactamente en qué campo de batalla estaba. Y a cada cadáver que veía, rápidamente le miraba la cara con un sentimiento de temor, esperando y rezando para que no fuera Reece. Sentía un nudo en el estómago con cada cuerpo al que se acercaba, hasta que lo volteaba y le veía la cara y notaba que no era él. Con cada uno, suspiraba de alivio.

Sin embargo, cada paso que daba la hacía sentir al borde, siempre temiendo encontrarlo con los heridos – o peor aún, con los muertos. No sabía si podría seguir adelante, si así fuera.

Estaba decidida a encontrarlo, vivo o muerto. Ella había viajado hasta aquí, y no volvería hasta saber el destino de él.

"No he visto ninguna señal de Godfrey", dijo Illepra, pateando piedras conforme caminaban.

Illepra había hablado de Godfrey intermitentemente desde que se habían ido, y era obvio que también estaba enamorada de él.

"Ni yo", dijo Selese.

Era un diálogo constante entre las dos, cada uno embelesada por los dos hermanos, Reece y Godfrey, dos hermanos que no podían ser más diferentes uno del otro. Selese no podía entender lo que Illepra veía en Godfrey, personalmente. Para ella era sólo un borracho, un hombre tonto, que no debía ser tomado en serio. Era divertido y gracioso y sin duda, ingenioso. Pero no era el tipo de hombre que quería Selese. Selese quería a un hombre sincero, serio, pasional. Anhelaba tener a un hombre que tuviera caballerosidad, honor. Reece era el indicado para ella.

"No sé cómo pudo él haber sobrevivido a todo esto", dijo Illepra tristemente.

"Lo amas, ¿verdad?", preguntó Selese.

Illepra enrojeció y se dio vuelta.

"Nunca dije nada acerca del amor", dijo ella, defensivamente. "Solamente estoy preocupada por él. Es sólo un amigo".

Selese sonrió.

"¿En serio? Entonces, ¿por qué no paras de hablar de él?".

"¿Eso hago?", preguntó Illepra, sorprendida. "No me había dado cuenta".

"Sí, constantemente".

Illepra se encogió de hombros y guardó silencio.

"Supongo que me saca de quicio, de alguna manera. A veces me pone furiosa. Constantemente estoy sacándolo a rastras de las tabernas. Me promete todo el tiempo, que nunca volverá. Pero siempre lo hace”. Es exasperante, realmente. Lo destruiría, si pudiera”.

"¿Es por eso que estás tan ansiosa por encontrarlo?", preguntó Selese. "¿Para destruirlo?".

Ahora fue turno de Illepra sonreír.

"Tal vez no", dijo ella. "Tal vez también quiero darle un abrazo".

Ellas rodearon una colina y se encontraron con un soldado, de Silesia. Estaba debajo de un árbol, gimiendo, con su pierna evidentemente rota. Selese podía verlo desde aquí, con su ojo de experta. Cerca de allí, atado al árbol, estaban dos caballos.

Fueron corriendo a su lado.

Mientras Selese atendía sus heridas, una profunda cuchillada en el muslo, no pudo evitar preguntarle lo mismo que a todos los soldados que encontraba.

"¿Han visto a alguien de la familia real?", preguntó ella. ¿Han visto a Reece?".

Todos los otros soldados se habían dado vuelta y negaron con la cabeza y apartaron la mirada, y Selese estaba tan acostumbrada a la decepción, que  ya esperaba una respuesta negativa.

Pero, para su sorpresa, este soldado asintió con la cabeza.

"No he cabalgado con él, pero sí lo he visto, sí, señora".

Los ojos de Selese se abrieron de par en par de emoción y esperanza.

“¿Está vivo? ¿Está herido? ¿Sabe dónde está?", preguntó ella, con el corazón acelerado, agarrando la muñeca del hombre.

Él asintió.

“Sí. Está en una misión especial. Recuperar la Espada".

"¿Qué espada?".

Pues la Espada del Destino.

Ella lo miró con asombro. La Espada del Destino. La espada de la leyenda.

"¿Dónde?", preguntó ella, desesperada. "¿Dónde está él?"

"Se fue a la Travesía del Este".

La Travesía del Este, pensó Selese. Eso estaba lejos, muy lejos. No había manera de llegar a pie. No a este ritmo. Y si Reece estaba ahí, seguramente estaba en peligro. Seguramente, necesitaba de ella.

Cuando terminó de atender al soldado, notó los dos caballos atados al árbol. Dada la pierna rota de este hombre, no había forma de que él pudiera montarlos. Esos dos caballos no le servirían a él. Y pronto morirían, si no se les atendía.

El soldado se dio cuenta de que ella los miraba.

"Tómelos, señora", le dijo. "No los necesito”.

"Pero son suyos", dijo ella.

"No puedo montarlos. No estando así. Usted les dará buen uso. Tómelos y encuentre a Reece. Es un largo camino desde aquí y no podrá llegar a pie. Me ha ayudado enormemente. No moriré aquí. Tengo comida y agua para tres días. Los hombres vendrán por mí. Todo el tiempo hay patrullas aquí. Tómelos y vaya”.

Selese estrechó la muñeca de él, rebosante de gratitud. Se volvió hacia Illepra, decidida.

"Debo ir y encontrar a Reece. Lo siento. Hay dos caballos aquí. Puedes tomar el otro e ir a donde necesites. Tengo que cruzar el Anillo, para ir a la Travesía del Este. Lo siento. Pero tengo que dejarte”.

Selese montó su caballo y se sorprendió cuando Illepra se abalanzó y montó el que estaba al lado de ella. Illepra extendió la mano con su espada corta y cortó la cuerda que ataba a los caballos al árbol.

Ella se dirigió a Selese y sonrió.

"¿Realmente pensaste que después de todo lo que hemos pasado, te dejaría ir sola?", preguntó ella.

Selese sonrió. "Supongo que no", respondió ella.

Las dos patearon sus caballos, y se fueron, corriendo por el camino, yendo todavía más al Este, al lugar, oró Selese, donde estaba Reece.




CAPÍTULO NUEVE


Gwendolyn se hizo ovillo, bajando su barbilla contra el viento y la nieve, mientras caminaba por el interminable campo blanco, con Alistair, Steffen y Aberthol a su lado, Krohn a sus pies. Los cinco habían estado caminando durante horas, desde que habían cruzado el Cañón y entrado en el Mundo de las Tinieblas, y Gwen estaba agotada. Sus músculos y estómago le dolían, sentía dolores agudos disparando a través de ella, cuando el bebé se movía. Era un mundo de nieve blanca, cayendo implacablemente, azotando en sus ojos, el horizonte no ofrecía respiro. No había nada que rompiera la monotonía del paisaje; Gwen sentía como si estuviera caminando hasta los confines de la tierra.

También había más frío, y a pesar de sus pieles, Gwendolyn sentía el frío penetrando en sus huesos. Sus manos ya estaban entumecidas.

Ella vio a los demás temblando, también, todos luchando contra el frío, y empezó a preguntarse si había cometido un grave error al venir aquí. Aunque Argon estuviera aquí, sin algún indicador de algún tipo en el horizonte, ¿cómo podría encontrarlo? No había ningún rastro, ningún camino, y Gwen sentía una sensación de desesperación, ya que no tenía ni idea de hacia dónde se dirigían. Todo lo que sabía era que iban lejos del Cañón, más al norte. Incluso aunque encontraran a Argon, ¿cómo podrían liberarlo? ¿Podría ser liberado?

Gwen sintió que había viajado a un lugar que no era para los seres humanos, a un lugar sobrenatural, exclusivo para hechiceros y druidas y fuerzas misteriosas de la magia, que ella no comprendía. Sentía que estaba invadiendo.

Gwen sintió otro dolor agudo en su estómago y sintió que el bebé se daba vuelta dentro de ella una y otra vez. Éste era tan intenso, que casi se quedó sin aliento, y se tambaleó por un momento.

Ella sintió una mano reconfortante que sujetaba su muñeca y la estabilizaba.

"Mi señora, ¿se encuentra bien?", preguntó Steffen, llegando rápidamente a su lado.

Gwen cerró los ojos, respiró profundo, tenía los ojos llorosos por el dolor y asintió con la cabeza. Ella se detuvo un momento y colocó una mano sobre su estómago y esperó. Su bebé claramente no estaba feliz de estar aquí. Tampoco lo estaba ella.

Gwen se quedó ahí unos instantes, respirando profundamente, hasta que finalmente pasó el dolor. Se preguntó otra vez si se había equivocado al venir aquí; pero ella pensó en Thor, y su deseo de salvarlo superaba todo lo demás.

Empezaron a caminar de nuevo, y como el dolor continuaba, Gwendolyn no solo temía por su bebé, sino también por los demás. En estas condiciones, no sabía cuánto podrían durar; ella no sabía ni siquiera si podrían dar marcha atrás en este punto. Estaban atorados. Todo era territorio inexplorado, sin ningún mapa y sin fin a la vista.

El cielo estaba teñido de una luz púrpura, todo teñido en ámbar y violeta, haciéndola sentir aún más desorientada. No se sabía si era de día o de noche aquí. Era una marcha interminable hacia la nada.

Aberthol había estado en lo cierto: esto era realmente otro mundo, un abismo de nieve y vacío, el lugar más desolado que había visto en su vida.

Gwendolyn hizo una pausa por un momento para recobrar el aliento y al hacerlo, sintió una mano cálida, tranquilizadora en su estómago y le sorprendió el calor.

Se volvió para ver a Alistair parada a su lado, poniendo una mano sobre su estómago, mirándola con preocupación.

"Estás embarazada", dijo. Fue más una afirmación que una pregunta.

Gwendolyn la miró, sorprendida de que ella lo supiera, especialmente porque su estómago aún se veía plano. Sin embargo, ya no tenía la fuerza para mantenerlo en secreto, y ella asintió.

Alistair también asintió con la cabeza.

"¿Cómo lo supiste?", preguntó Gwen.

Pero Alistair simplemente cerró los ojos y respiró profundo, manteniendo su mano en el estómago de Gwen. Gwen se sintió reconfortada y sintió un calor curativo difundiéndose a través de ella.

"Es un niño muy fuerte", dijo Alistair, con los ojos todavía cerrados. "Tiene miedo. No está enfermo. Estará bien. Le estoy quitando sus temores ahora”.

Gwendolyn sentía ondas de luz y calor corriendo a través de ella. Pronto se sintió totalmente recuperada.

Gwen estaba llena de gratitud y amor hacia Alistair; inexplicablemente se sintió apegada a ella.

"No sé cómo darte las gracias", dijo Gwendolyn mientras se levantaba, sintiéndose casi normal otra vez, mientras Alistair quitaba su mano.

Alistair bajó su cabeza humildemente.

"No hay nada que agradecerme", contestó. “Es mi trabajo”.

"No me dijo que estaba embarazada, mi señora", dijo Aberthol con seriedad. "Si lo hubiera sabido, nunca le habría aconsejado hacer este viaje".

"Mi señora, no tenía idea", dijo Steffen.

Gwendolyn se encogió de hombros, supersticiosa, no queriendo toda esa atención hacia su bebé.

"¿Y quién es el padre?", preguntó Aberthol.

Gwen tuvo un profundo sentido de ambivalencia, al decir la palabra:

"Thorgrin”.

Gwen se sentía desgarrada. Sentía oleadas de culpa por lo que le había hecho a Thor, por cómo se habían despedido; también tenía sentimientos encontrados acerca del linaje del niño. Ella imaginaba la cara de Andrónico y se estremecía.

Aberthol asintió con la cabeza.

"Es de un excelente linaje", dijo. "Lleva a un guerrero dentro de usted".

"Mi señora, daría mi vida para proteger a su hijo", dijo Steffen.

Krohn se acercó, inclinó su cabeza en su estómago y lo lamió varias veces, lloriqueando.

Gwen estaba abrumada por la amabilidad de ellos y se sintió apoyada.

De repente, Krohn se dio vuelta y sorprendió a todos al gruñir con saña. Dio varios pasos hacia adelante en la nieve cegadora, con los pelos de punta. Él se asomó en la nieve, ignorándolos.

Gwen y los demás se miraban, perplejos. Gwen se asomó en la nieve, pero no pudo ver nada. Nunca había oído a Krohn gruñir así.

"¿Qué pasa, Krohn?", preguntó ella, nerviosa.

Krohn continuó gruñendo, avanzando lentamente, y Gwen, nerviosa, bajó su mano a la daga que estaba en su cintura, mientras los demás también ponían sus manos sobre sus armas.

Ellos esperaron y estuvieron alertas.

Por último, de la nieve cegadora surgió una docena de criaturas. Eran aterradoras, totalmente blancas, con enormes ojos amarillos y cuatro colmillos largos, amarillos, más grandes que los lobos. Eran más grandes que Krohn, y cada uno tenía dos cabezas con largos colmillos, descendiendo casi treinta centímetros. Emitían un ruido bajo, constante, salvaje, cuando se acercaron al grupo, esparcidos en un amplio semicírculo.





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En UNA SUBVENCIÓN DE ARMAS – A GRANT OF ARMS (Libro #8 de El Anillo del Hechicero), Thor está atrapado entre fuerzas inmensas del bien y del mal, mientras Andrónico y Rafi usan toda su magia negra para intentar aplastar la identidad de Thor y tomar el control de su alma. Bajo su hechizo, Thor tendrá que combatir en la mayor pelea que haya conocido, mientras lucha por deshacerse de su padre y liberarse de sus cadenas. Pero puede ser demasiado tarde. Gwendolyn, con Alistair, Steffen y Aberthol, incursionan en lo más profundo de El Mundo de las Tinieblas, en su búsqueda para encontrar a Argon y liberarlo de su trampa mágica. Ella lo ve como la única esperanza para salvar a Thor y salvar al Anillo, pero el Mundo de las Tinieblas es vasto y traicionero y aunque encuentre a Argon, puede ser una causa perdida. Reece conduce a los miembros de la Legión mientras se embarcan en una misión casi imposible para hacer lo que nunca se ha hecho antes: descender a las profundidades del Cañón y encontrar y recuperar la Espada perdida. Mientras descienden, entran en otro mundo, lleno de monstruos y razas exóticas – todos ellos empeñados en mantener la Espada para sus propios fines. Rómulo, armado con su capa mágica, procede con su siniestro plan para cruzar hacia el Anillo y destruir el Escudo. Kendrick, Erec, Bronson y Godfrey luchan para liberarse de su traición. Tirus y Luanda aprenden lo que significa ser traidores y servir a Andrónico. Mycoples lucha por liberarse; y en un giro final, impactante, finalmente se revela el secreto de Alistair. ¿Thor volverá a ser el mismo? ¿Gwendolyn encontrará a Argon? ¿Reece encontrará la Espada? ¿Rómulo tendrá éxito en su plan? ¿Lograrán Kendrick, Erec, Bronson y Godfrey salir vencedores teniendo todo en su contra? ¿Y volverá Mycoples? ¿O el Anillo será destruido total y definitivamente? Con su sofisticada construcción del mundo y caracterización, UNA SUBVENCIÓN DE ARMAS (A GRANT OF ARMS) es un relato épico de amigos y amantes, de rivales y pretendientes, de caballeros y dragones, de intrigas y maquinaciones políticas, de cumplir la mayoría de edad, de corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una historia de honor y valor, de suerte y destino, de hechicería. Es una fantasía que nos lleva a un mundo que nunca olvidaremos, y que gustará a personas de todas las edades y géneros.

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