Книга - Una Promesa De Gloria

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Una Promesa De Gloria
Morgan Rice


El Anillo del Hechicero #5
En UNA PROMESA DE GLORIA (Libro #5 de El Anillo del Hechicero), Thor se embarca con sus amigos de La Legión en una búsqueda épica en la vasta selva del Imperio para intentar encontrar la antigua Espada del Destino y salvar al Anillo. Las amistades de Thor se profundizan mientras viajan a nuevos lugares, enfrentan monstruos inesperados y luchan en una batalla inimaginable. Encuentran tierras exóticas, criaturas y personas más allá de lo que podrían haber imaginado, a cada paso de su viaje aumenta el peligro. Tendrán que convocar todas sus habilidades si quieren sobrevivir, mientras siguen el rastro de los ladrones, más y más profundamente en el Imperio. Su búsqueda les llevará hacia el corazón del Inframundo, uno de los siete reinos del infierno, donde los No Muertos gobiernan, y los campos se alinean con los huesos. Mientras Thor debe invocar sus poderes, más que nunca, se esfuerza por comprender su naturaleza. De regreso al Anillo, Gwendolyn debe guiar a la mitad de la Corte del Rey al bastión occidental de Silesia, una antigua ciudad encaramada en el borde del Cañón que ha resistido por mil años. Las fortificaciones de Silesia le han permitido sobrevivir todos los ataques a lo largo de cada siglo – pero nunca ha enfrentado el asalto de un líder como Andrónico, de un ejército de un millón de hombres. Gwendolyn aprende lo que es ser reina, cuando toma el papel de lideresa, Srog, Kolk, Brom, Steffen, Kendrick y Godfrey a su lado, preparándose para defender la ciudad de la guerra masiva que está por llegar. Mientras tanto, Gareth desciende más profundo a la locura, tratando de defenderse de un golpe de estado que haría que lo asesinaran en la Corte del Rey; mientras, Erec lucha por su vida para salvar a su amor, a Alistair y a la ciudad del Duque, Savaria, mientras el escudo caído permite la invasión por las criaturas salvajes. Y Godfrey, revolcándose en la bebida, tendrá que decidir si está listo para deshacerse de su pasado y convertirse en el hombre que su familia espera que sea. Mientras todos luchan por sus vidas y las cosas parecen que no podrán empeorar, la historia termina con dos giros impactantes. ¿Gwendolyn sobrevivirá el asalto? ¿Thor sobrevivirá el Imperio? ¿Encontrarán la espada del Destino? Con su mundo sofisticado y caracterización, UNA PROMESA DE GLORIA (A VOW OF GLORY) es un relato épico de amigos y amantes, de rivales y pretendientes, de caballeros y dragones, de intrigas y maquinaciones políticas, de llegar a la mayoría de edad, de corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una historia de honor y valor, de destino, de hechicería. Es una fantasía que nos lleva a un mundo que nunca olvidaremos, y que gustará a gente de todas las edades y géneros. Son 75. 000 palabras.





Morgan Rice

UNA   PROMESA   DE   GLORIA Libro #5 de El Anillo del Hechicero




Acerca de Morgan Rice

Morgan Rice es la escritora del bestseller #1: DIARIO DE UN VAMPIRO (THE VAMPIRE JOURNALS), una saga que comprende once libros (y siguen llegando); la saga del bestseller #1: TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA (THE SURVIVAL TRILOGY), thriller pos apocalíptico que comprende dos libros (y siguen llegando); y la saga de fantasía épica, bestseller #1: EL ANILLO DEL HECHICERO, que comprende trece libros (y contando).

Los libros de Morgan están disponibles en audio y edición impresa, y la traducción de los libros está disponible en alemán, francés, italiano, español, portugués, japonés, chino, sueco, holandés, turco, húngaro, checo y eslovaco (próximamente en otros idiomas).

A Morgan le encantaría tener comunicación con usted, así que visite www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com/) para unirse a la lista de correo electrónico, recibir un libro gratuito, recibir regalos gratuitos, descargar una aplicación gratuita, obtener las últimas noticias exclusivas, conectarse a Facebook y Twitter, y ¡mantenerse en contacto!



Algunas Opiniones Acerca de las Obras de Morgan Rice

“EL ANILLO DEL HECHICERO (THE SOURCERER’S RING) tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: tramas, tramas secundarias, misterio, caballeros aguerridos y relaciones que florecen, llenos de corazones heridos, decepciones y traiciones. Lo mantendrá entretenido durante horas y satisfará a las personas de cualquier edad.   Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores de fantasía”.

–-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos



“Rice hace un gran trabajo para captar su atención desde el principio, al utilizar una gran calidad descriptiva que va más allá de la simple descripción de la ambientación… Bien escrito y sumamente rápido de leer”.

–-Black Lagoon Reviews (acerca de Turned)



“Es una historia ideal para lectores jóvenes. Morgan Rice hizo un buen trabajo dando un giro interesante… Innovador y singular. La saga se centra alrededor de una chica… ¡una chica extraordinaria!  Es fácil de leer, pero con un ritmo sumamente rápido…  Clasificación PG (Guía Paternal)”.

–-The Romance Reviews (acerca de Turned)



“Me llamó la atención desde el principio y no dejé de leerlo… Esta historia es una aventura increíble, de ritmo rápido y llena de acción desde su inicio.   No hay un momento aburrido”.

–-Paranormal Romance Guild (con respecto a Turned)



“Lleno de acción, romance, aventura y suspenso.   Ponga sus manos en él y vuelva a enamorarse”.

–-vampirebooksite.com (con respecto a Turned)



“Tiene una trama estupenda y este libro en particular, le costará dejar de leer en la noche.  El final en suspenso es tan espectacular, que inmediatamente querrá comprar el siguiente libro, solamente para ver qué sigue”.

–-The Dallas Examiner (referente a Loved)



“Es un libro equiparable a TWILIGHT y DIARIO DE UN VAMPIRO (VAMPIRE DIARIES), y hará que quiera seguir leyendo ¡hasta la última página!  Si le gusta la aventura, el amor y los vampiros, ¡este libro es para usted!”.

–-Vampirebooksite.com (con respecto a Turned)



“Morgan Rice se demuestra a sí misma una vez más que es una narradora de gran talento… Esto atraerá a una gran audiencia, incluyendo a los aficionados más jóvenes, del género de los vampiros y de la fantasía.   El final de suspenso inesperado lo dejará estupefacto”.

–-Reseñas de The Romance Reviews (con respecto a Loved)



"Una fantasía animada que entreteje elementos de misterio e intriga en la historia. La Senda de los Héroes trata acerca del valor y sobre la realización de un propósito de vida que conduce al crecimiento, la madurez y la excelencia… Para los que buscan aventuras de ficción sustanciosa, los protagonistas, los mecanismos y la acción proporcionan un conjunto vigoroso de encuentros que se centran en la evolución de Thor de ser un niño soñador a un adulto joven que enfrenta a situaciones imposibles para sobrevivir… Es sólo el comienzo de lo que promete ser una saga épica para adultos jóvenes".

– Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer)



Libros de Morgan Rice




EL ANILLO DEL HECHICERO (THE SORCERER’S RING)


LA SENDA DE LOS HÉROES (A QUEST OF HEROES) – (Libro #1)


LA MARCHA DE LOS REYES (A MARCH OF KINGS) – (Libro #2)


EL DESTINO DE LOS DRAGONES (A FATE OF DRAGONS) (Libro #3)


EL GRITO DE HONOR (A CRY OF HONOR) (Libro #4)


UNA PROMESA DE GLORIA (A VOW OF GLORY) (Libro #5)


UN DEBER DE VALOR (A CHARGE OF VALOR)  (Libro #6)


UN GRITO DE ESPADAS (A RITE OF SWORDS) (Libro #7)


UNA SUBVENCIÓN DE ARMAS (A GRANT OF ARMS)  (Libro #8)


UN CIELO DE HECHIZOS (A SKY OF SPELLS)  (Libro #9)


UN MAR DE ESCUDOS (A SEA OF SHIELDS) (Libro #10)


UN REINADO DE HIERRO (A REIGN OF STEEL) (Libro #11)


UNA TIERRA DE FUEGO (A LAND OF FIRE) –  (Libro #12)


EL DECRETO DE LAS REINAS (A RULE OF QUEENS) –  (Libro #13)




LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA (THE SURVIVAL TRILOGY)


ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (SLAVERSUNNERS) –  (Libro #1)


ARENA DOS (ARENA TWO) – (Libro #2)




DIARIO DE UN VAMPIRO (THE VAMPIRE JOURNALS)


TRANSFORMACIÓN (TURNED) (Libro #1)


AMORES (LOVED)  (Libro #2)


TRAICIÓN (BETRAYED) – (Libro #3)


DESTINADO (DESTINED) (Libro #4)


DESEO (DESIRED) (Libro #5)


PROMETIDO (BETROTHED) (Libro #6)


PROMESA (VOWED) (Libro #7)


ENCUENTRO (FOUND) (Libro #8)


RESURRECCIÓN (RESURRECTED) (Libro #9)


ANSIAS (CRAVED) (Libro #10)


DESTINO (FATED) (Libro #11)












Escuche (http://www.amazon.es/s/ref=nb_sb_noss_1?__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&url=search-alias=aps&field-keywords=morgan%20rice&sprefix=morga,aps&rh=i:aps,k:morgan%20rice)la saga de “EL ANILLO DEL HECHICERO) THE SORCERER’S RING en formato de ¡audio libro!




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Audible (http://www.audible.com/pd/Sci-Fi-Fantasy/A-Quest-of-Heroes-Audiobook/B00F9DZV3Y/ref=sr_1_3?qid=1379619215&sr=1-3)


iTunes (https://itunes.apple.com/us/audiobook/quest-heroes-book-1-in-sorcerers/id710447409)


Derechos Reservados © 2013 por Morgan Rice

Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno, ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora.

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Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia.  Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es solo coincidencia.

Imagen de la cubierta: Derechos Reservados, Unholy Vault Designs, utilizada bajo licencia de Shutterstock.com.


"Todos aman a la vida, pero el hombre honrado ama más el honor que la vida".

    —William Shakespeare
    Troilo y Crésida






CAPÍTULO UNO


Andrónico cabalgó orgullosamente por el centro de la ciudad real de McCloud, flanqueado por cientos de sus generales y arrastrando detrás de él su posesión más preciada: Al Rey McCloud. Despojado de su armadura, medio desnudo, con su cuerpo peludo con rollos de grasa, al rey McCloud lo ataron con cuerdas y lo pusieron en la parte posterior de la silla de montar de  Andrónico con una larga cuerda que rodeaba sus muñecas.

Mientras Andrónico montaba lentamente, deleitándose con su triunfo, arrastró a McCloud a través de las calles, sobre la tierra y las piedras, agitando una nube de polvo. La gente de McCloud se reunió y miraron boquiabiertos. Él podía oír a McCloud clamando a gritos, retorciéndose, mientras lo hacía desfilar por las calles de su ciudad. Andrónico sonreía. Los rostros de la gente de McCloud estaban arrugados de miedo. Aquí estaba su antiguo rey, ahora era el más humilde de los esclavos. Fue uno de los mejores días que Andrónico podía recordar.

Andrónico estaba sorprendido de lo fácil que había sido tomar la ciudad de McCloud. Parecía como si los hombres de McCloud se hubieran desmoralizado antes de que el ataque hubiera comenzado siquiera. Los hombres de Andrónico los habían conquistado en el resplandor de un rayo; sus miles de soldados se abalanzaban, siendo mayoría ante los pocos soldados que se atrevían a defenderse y arremolinaron la ciudad en un abrir y cerrar de ojos. Deben haberse dado cuenta de que no tenía caso resistirse. Todos habían depuesto sus armas suponiendo que, si se rendían, Andrónico los apresaría.

Pero ellos no conocían al gran Andrónico. Detestaba la rendición. Él no tomaba prisioneros y deponer sus armas hacía todo más fácil para él.

En las calles de la ciudad de McCloud corría sangre, mientras los hombres de Andrónico llenaban cada callejón, cada calle, matando a todos los hombres que podían encontrar. A las mujeres y niños que había tomado como esclavos, como lo hacía siempre. Las casas que saquearon, una a la vez.

Mientras Andrónico cabalgaba lentamente por las calles, inspeccionando su triunfo, veía cadáveres por todas partes; los despojos de la guerra amontonados, los hogares destruidos. Se volvió y asintió con la cabeza a uno de sus generales, e inmediatamente el general elevó a lo alto una antorcha, hizo una señal a sus hombres, y cientos de ellos se diseminaron por toda la ciudad, prendiendo fuego a los techos de paja. Las llamas se levantaron a su alrededor, hacia el cielo, y Andrónico ya comenzaba a sentir el calor desde ahí.

"¡NO!". McCloud gritó, revolcándose en el suelo.

Andrónico sonrió más ampliamente y aceleró su ritmo, dirigiéndose hacia una roca particularmente grande; hubo un golpe satisfactorio, y sabía que el cuerpo de McCloud había cabalgado sobre ella.

Andrónico sintió gran satisfacción al ver arder esta ciudad. Como había hecho en cada ciudad que había conquistado en su Imperio, primero arrasaría la ciudad por completo, y después la volvería a construir, con sus propios hombres, con sus propios generales, su propio Imperio. Era su forma de actuar. No quería ningún rastro de lo antiguo. Estaba construyendo un mundo nuevo. El mundo de Andrónico.

El Anillo, el Anillo sagrado que habían evadido todos sus antepasados, era ahora su territorio. Apenas podía creerlo. Respiró profundamente, pensando en cuán grande era él. Muy pronto, cruzaría la Zona Montañosa y conquistaría también la otra mitad del Anillo. Entonces no habría ningún lugar del planeta que su pie no habría pisado.

Andrónico subió a la imponente estatua de McCloud, en la Plaza de la ciudad y se detuvo ante ella. Estaba ahí como un santuario, con sus quince metros de altura, hecha de mármol. Mostraba una versión de McCloud que Andrónico no reconocía – un McCloud joven, en forma, musculoso, blandiendo una espada con orgullo. Era egocéntrico. Por eso, Andrónico lo admiraba. Una parte de él quería llevarse la estatua de vuelta a casa, instalarla en su palacio como un trofeo.

Pero otra parte de él se sentía a disgusto con ella. Sin pensarlo, bajó la mano, sacó su honda – tres veces mayor que la de cualquier ser humano, lo suficientemente grande para sostener  una piedra del tamaño de una pequeña roca – la jaló hacia atrás y la lanzó con todas sus fuerzas.

La pequeña roca voló por el aire y pegó en la cabeza de la estatua. La cabeza de mármol de McCloud se hizo pedazos, haciendo explotar el cuerpo. Andrónico entonces soltó un grito, levantó su mayal de dos manos, lo cargó y lo lanzó con todas sus fuerzas.

Andrónico rompió el torso de la estatua y el mármol se vino abajo, entonces se estrelló en el suelo, rompiéndose con un gran ruido. Andrónico dio vuelta a su caballo y se aseguró, mientras cabalgaba, de que el cuerpo de McCloud fuera raspado sobre los fragmentos.

"¡Pagarás por eso!", gritó débilmente un agonizante McCloud.

Andrónico rió. Había encontrado a muchos seres humanos en su vida, pero éste podría ser el más patético.

"¿La pagaré?". gritó Andrónico.

McCloud era demasiado testarudo; no apreciaba el poder del gran Andrónico. Se le tenía que enseñar, de una vez por todas.

Andrónico analizó la ciudad, y sus ojos se fijaron en lo que sin duda era el castillo de McCloud. Pateó a su caballo y se fue a galope, sus hombres iban detrás de él, mientras arrastraba a McCloud por el patio polvoriento.

Andrónico subió docenas de escalones de mármol, con el cuerpo de McCloud haciendo ruido por los golpazos que recibía, gritando y gimiendo con cada paso, y luego continuó avanzando, hasta la entrada de mármol. Los hombres de Andrónico ya estaban haciendo guardia en las entradas; a sus pies estaban los cadáveres sangrientos de los ex guardias de McCloud. Andrónico sonrió con satisfacción al ver que ya todos los rincones de la ciudad eran suyos.

Andrónico continuó cabalgando, a través de las puertas del gran castillo, dentro de un corredor de altísimos techos abovedados, todos hechos de mármol. Se maravilló ante la desmesura de este rey McCloud. Era obvio que no había reparado en gastos para complacerse a sí mismo.

Ahora su día había llegado. Andrónico continuó cabalgando con sus hombres por los amplios corredores, las pezuñas de los caballos haciendo eco de las paredes, a lo que claramente era la sala del trono de McCloud. Atravesó las puertas de roble y fue directo al centro de la sala, un trono insultante, hecho a mano, de oro, en el centro de la cámara.

Andrónico desmontó, lentamente subió los escalones oro y se sentó en él.

Respiró profundamente mientras se volvía y miraba a sus hombres, a sus docenas de generales sentados a caballo, a la espera de sus órdenes. Miró al ensangrentado McCloud, aún atado a su caballo, gimiendo. Observó esa habitación, examinó las paredes, las banderas, la armadura, el armamento. Miró la elaboración de ese trono y lo admiró. Estaba consideraba derretirlo, o tal vez llevárselo para sí mismo. Tal vez se lo daría a uno de sus generales de menor rango.

Por supuesto, ese trono no era nada comparado con el trono de Andrónico, el trono más grande de todos los reinos, que había tomado a veinte obreros, cuarenta años para construirlo. La construcción había comenzado en la época de su padre y se había terminado  el día en que Andrónico había asesinado a su propio padre. Había sido el momento perfecto.

Andrónico miró con desprecio a McCloud, ese ser humano patético y se preguntó cuál sería la mejor forma para hacerlo sufrir. Analizó la forma y el tamaño de su cráneo y decidió que le gustaría encogerlo y ponerlo en su collar, con las otras cabezas encogidas que tenía alrededor de su cuello. Pero Andrónico se daba cuenta de que antes de matarlo, necesitaría algún tiempo para quitar volumen de su cara, de sus pómulos, para que se viera mejor alrededor de su cuello. No quería una cara regordeta  rechoncha que arruinara la estética de su collar. Lo dejaría vivo durante algún tiempo y mientras tanto, lo torturaría. Sonrió para sí mismo. Sí, era un plan muy bueno.

"Tráiganmelo", ordenó Andrónico a uno de sus generales, con su antiguo y ronco gruñido.

El general saltó sin dudarlo un instante, corrió hacia McCloud, cortó la cuerda y arrastró el cuerpo sangriento a través del suelo, manchándolo de rojo mientras se acercaba. Lo dejó ante los pies de Andrónico.

"¡No te saldrás con la tuya!", murmuró McCloud, débilmente.

Andrónico meneó la cabeza; este humano nunca aprendería.

"Aquí estoy, sentado en tu trono", dijo Andrónico. "Y estás tú, tirado a mis pies. Debo pensar que es seguro decir que puedo hacer lo que me dé la gana. Y ya lo hice”.

McCloud yacía ahí, gimiendo y retorciéndose.

"Lo primero que tengo planeado hacer", dijo Andrónico, "será obligarte a rendir pleitesía a tu nuevo rey y amo. Acércate a mí ahora y ten el honor de ser el primero que se arrodille delante de mí en mi nuevo reino, el primero en besar mi mano y en llamarme rey de lo que fue una vez el lado McCloud del Anillo”.

McCloud miró hacia arriba y a gatas se mofó de Andrónico

"¡Nunca!", dijo él y se dio vuelta y escupió en el suelo.

Andrónico se reclinó y rió. Sinceramente disfrutaba eso. No había conocido a un humano tan voluntarioso desde hacía bastante tiempo.

Andrónico se dio la vuelta y asintió con la cabeza, y uno de sus hombres sujetó a McCloud por detrás, mientras que otro se le acercó y le sostuvo la cabeza para que no la moviera. Un tercero se acercó con una navaja larga. Mientras se acercaba, McCloud se desplomó de miedo.

"¿Qué haces?", preguntó McCloud con pánico, con voz varias octavas más arriba.

El hombre se agachó y rápidamente afeitó la mitad de la barba de McCloud. McCloud levantó la mirada, claramente desconcertado de que el hombre no lo hubiera lastimado.

Andrónico asintió con la cabeza, y otro hombre dio un paso adelante con un largo atizador, en cuyo extremo estaba tallado en hierro el emblema del Reino de Andrónico – un león con un pájaro en su pico. Brillaba en  color naranja, ardiendo, y mientras los demás mantenían agachado a McCloud, el hombre bajó el atizador hacia su ahora descubierta mejilla.

"¡NO!". McCloud chilló, al darse cuenta.

Pero ya era demasiado tarde.

Se oyó un grito terrible a través del aire, acompañado de un silbido y el olor a carne quemada. Andrónico vio con alegría cómo el atizador quemaba más y más profundamente la mejilla de McCloud. El silbido creció más fuerte, los gritos eran casi intolerables.

Finalmente, después de unos diez segundos, tiraron a McCloud.

McCloud se desplomó al suelo, inconsciente, babeando, mientras salía  humo desde la mitad de su rostro. Ahora portaba el emblema de Andrónico, quemado en su carne.

Andrónico se inclinó hacia adelante, miró hacia abajo al inconsciente McCloud y admiró la obra.

"Bienvenido al Imperio".




CAPÍTULO DOS


Erec estaba parado en la cima de la colina, en el borde del bosque y vio al  pequeño ejército acercarse, y su corazón enardeció. Había nacido para un día como éste. En algunas batallas, la línea era borrosa entre lo justo y lo injusto – pero no en este día. El Lord de Baluster había robado a su novia sin reparo, y había sido jactancioso y no sentía arrepentimiento. Se le había hecho consciente de su crimen, se le había sido dado la oportunidad de enmendar su error y se había negado a rectificarlo. Se había buscado su infortunio. Sus hombres debieron haber dejado las cosas así – sobre todo ahora que estaba muerto.

Pero ahí iban cabalgando, cientos de ellos, mercenarios a sueldo de ese Lord menor – todos empeñados en matar a Erec únicamente porque ese hombre les había pagado. Iban hacia él en su brillante armadura verde, y cuando se acercaron, soltaron un grito de guerra. Como si eso pudiera asustarlo.

Erec no tenía miedo. Había visto demasiadas batallas así. Si algo había aprendido en todos sus años de formación, era a nunca temer cuando luchaba del lado de los justos. Le habían enseñado que la justicia, no siempre  prevalecer— pero le daba a su portador la fuerza de diez hombres.

No era miedo lo que Erec sintió cuando vio a cientos de hombres acercándose, sabiendo que  probablemente moriría ese día. Era una expectativa. Le habían dado la oportunidad de morir en la forma más honorable, y eso era un regalo. Había hecho una promesa de gloria, y hoy, su promesa exigía el cumplimiento.

Erec sacó su espada y caminó hacia la ladera a pie, corriendo hacia el ejército mientras se dirigían hacia él. En este momento deseaba más que nunca tener a su fiel caballo, Warkfin, para acompañarlo en la batalla— pero tuvo una sensación de paz sabiendo que Warfkin llevaba a Alistair de regreso a Savaria, a la seguridad de la corte del Duque.

Mientras se acercaba a los soldados, a unos 15 metros de distancia, Erec tomó velocidad, corriendo hacia el caballero líder que estaba en el centro. Ellos no redujeron la velocidad, y tampoco él y se preparó para el enfrentamiento.

Erec sabía que tenía una ventaja: trescientos hombres no podían caber físicamente lo  suficientemente cerca para que todos atacaran a un hombre al mismo tiempo; él sabía de su entrenamiento que a lo sumo seis hombres a caballo podrían acercarse lo suficiente para atacar a un hombre a la vez. La manera en que Erec lo veía, eso significaba que sus posibilidades no eran trescientas en una – sino seis en una. Mientras pudiera acabar con los seis hombres delante de él en todo momento, tenía la oportunidad de ganar. Era sólo cuestión de si tenía la resistencia para lograrlo.

Mientras Erec bajaba por la colina, sacó de su cintura el arma que sabía que sería mejor: un mayal con una cadena de nueve metros de largo, en cuyo extremo había una bola con pinchos, de metal. Era un arma para poner una trampa en el camino – o para una situación justo como ésta.

Erec esperó hasta el último momento, hasta que el ejército no tuvo tiempo de reaccionar, luego giró el mayal por lo alto de la cabeza alta mayal y lo lanzó al otro lado del campo de batalla. Apuntó hacia un pequeño árbol, y la cadena con picos se extendió por el campo de batalla; mientras la pelota se envolvía alrededor de ella, Erec se enrolló y cayó al suelo, evitando las lanzas que estaban a punto de ser lanzadas hacia él, y sostuvo el mango con todas sus fuerzas.

Él lo tenía perfectamente calculado: no hubo tiempo para que el ejército reaccionara. Lo vieron en el último segundo y trataron de detener a sus caballos— pero iban demasiado rápido y no hubo tiempo.

Toda la línea del frente corrió hacia ella, la cadena con picos le cortó las patas a los caballos, haciendo que los jinetes cayeran de bruces hacia el suelo; los caballos cayeron encima de ellos. Docenas de ellos fueron aplastados en el caos.

Erec no tenía tiempo para estar orgulloso del daño que había hecho: otro flanco del ejército se dio vuelta y se dirigió hacia él con un grito de batalla, y Erec rodó a sus pies para enfrentarlos.

Mientras el caballero al mando levantaba una jabalina, Erec aprovechó la ventaja que tenía: él no tenía un caballo y no podía enfrentarse a esos hombres a su altura, pero ya que estaba abajo, le vendría bien hacer uso del suelo. Erec se lanzó al suelo repentinamente, enrollado, levantó su espada y cortó las patas del caballo del hombre. El caballo se desplomó y el soldado cayó de bruces antes de que tuviera oportunidad de soltar su arma.

Erec continuó rodando y logró evitar la estampida de las patas de los caballos alrededor de él, quienes tuvieron que separarse para evitar chocar con el caballo derribado. Muchos no lo lograron, tropezando con el animal muerto y docenas de caballos más se estrellaron en el suelo, levantando una nube de polvo y provocando un estancamiento entre el ejército.

Era exactamente lo que Erec había esperado: polvo y confusión, docenas más cayendo al suelo.

Erec se puso de pie de un salto, levantó su espada y bloqueó una espada que iba a caer sobre su cabeza. Se giró y bloqueó una jabalina, después una lanza, luego un hacha. Se defendió de los golpes que le llovían desde todos los ángulos, pero sabía que no podría aguantar así mucho tiempo. Tenía que atacar si quería tener alguna oportunidad.

Erec rodó, se arrodilló y lanzó su espada como si se tratara de una lanza. Voló por el aire y llegó hasta el pecho de su atacante más cercano; sus ojos se abrieron de par en par y cayó de su caballo hacia un lado, muerto.

Erec aprovechó la oportunidad para saltar sobre el caballo del hombre, arrebatando el mayal de sus manos antes de que muriera. Era un buen mayal y Erec le había elegido por esa razón; tenía un mango plateado largo y adornado y una cadena de un metro veinte centímetros, con tres bolas con pinchos en la punta. Erec retrocedió y le dio vueltas por  encima de la cabeza, golpeando las armas de las manos de varios oponentes a la vez; después volvió a darle vueltas y los derribó de sus caballos.

Erec observó el campo de batalla y vio que había hecho un daño considerable, derribando a casi un centenar de caballeros. Pero los otros, por lo menos doscientos de ellos, se estaban reagrupando y dirigiéndose hacia él— y estaban todos decididos.

Erec salió a enfrentarlos, era un hombre  contra doscientos y elevó un gran grito de batalla, subiendo su mayal todavía más alto y orando a Dios para mantener su fuerza.


*

Alistair lloraba mientras se sostenía de Warkfin con todas sus fuerzas; el caballo galopaba, llevándola por el conocido camino a Savaria. Ella había estado gritándole y pateando a la bestia todo el camino, tratando con todas sus fuerzas hacerlo dar la vuelta, para volver con Erec. Pero no le hizo caso. Ella nunca antes había encontrado un caballo como éste – obedecía inquebrantablemente al comando de su amo y no vacilaría. Claramente, tenía el objetivo de llevarla exactamente al lugar al que Erec le había ordenado – y ella finalmente se resignó al hecho de que no había nada que pudiera hacer al respecto.

Alistair tenía sentimientos encontrados mientras cabalgaba a través de las puertas de la ciudad; ciudad en la que había vivido mucho tiempo como esclava. Por un lado, estaba familiarizada con el lugar – pero por otro lado, le traía recuerdos del mesonero que la había tiranizado, de todo lo malo que había en ese lugar. Tanto había esperado para seguir adelante, para irse de ahí con Erec y empezar una nueva vida con él. Aunque se sentía segura al pasar sus puertas, también sentía una premonición creciente acerca de Erec, quien estaba ahí solo, enfrentando a ese ejército. Solo de pensarlo, sentía náuseas.

Al darse cuenta de que Warkfin no se daría la vuelta, sabía que lo mejor que podía hacer era buscar ayuda para Erec. Erec le había pedido que se quedara aquí, dentro de la seguridad de esas puertas— pero eso sería lo último que ella haría. Después de todo, era hija de un rey, y no era de las que huían por miedo ni por confrontación. Erec había encontrado a su media naranja en ella: era tan noble y tan decidida, como él. Y no se perdonaría a sí misma si algo malo le pasaba a él allá.

Conociendo bien esta ciudad real, Alistair dirigió a Warkfin al castillo del Duque , y ahora que estaban dentro de las puertas, el animal escuchó. Ella cabalgó a la entrada del castillo, desmontó y corrió más allá de los asistentes quienes trataron de detenerla. Ignoró sus intentos por atraparla y corrió por los pasillos de mármol del corredor  que conocía tan bien cuando fue sirvienta.

Alistair puso sus hombros en las grandes puertas reales hacia la sala de la cámara, las abrió y entró en la habitación privada del Duque.

Varios miembros del Consejo se volvieron para mirarla, todos vistiendo túnicas reales, el Duque estaba sentado en el centro, con varios caballeros a su alrededor. Todos tenían expresiones de asombro; ella había interrumpido claramente un asunto importante.

"¿Quién eres, mujer?", gritó uno.

"¿Quién se atreve a interrumpir los asuntos oficiales del Duque?", gritó otro.

"Reconozco a la mujer", dijo el Duque, poniéndose de pie.

"Yo también", dijo Brandt, a quien ella reconoció como amigo de Erec. "Es Alistair, ¿no?", preguntó él. "¿La nueva esposa de Erec?".

Ella corrió hacia él, llorando y lo tomó de lass manos.

"Por favor, mi señor, ayúdame. ¡Se trata de Erec!".

"¿Qué ha ocurrido?", preguntó el Duque, alarmado.

"Está en grave peligro. ¡En este momento se enfrenta a un ejército hostil él solo! No me dejó quedarme. ¡Por favor! ¡Necesita ayuda!".

Sin decir una palabra, todos los caballeros se pusieron de pie de un salto y comenzaron a correr desde el hall, ninguno de ellos vaciló; ella se volvió y corrió con ellos.

"¡Quédate aquí!", le exhortó Brandt.  "¡Nunca!", dijo ella, corriendo detrás de él.

"¡Yo los conduciré hacia él!".

Todos corrieron como al unísono por los pasillos saliendo por las puertas del castillo y hacia un nutrido grupo de caballos en espera, cada uno montando el suyo sin dudarlo un instante. Alistair saltó sobre Warkfin, lo pateó y fue al mando del grupo, como tantas ganas de irse, como el resto de ellos.

Mientras se dirigían hacia la corte del Duque, todos los soldados alrededor de ellos comenzaron a montar sus caballos y a unirse – y para cuando salieron de las puertas de Savaria,  iban acompañados por un contingente grande y creciente de por lo menos cien hombres; Alistair montando al frente, al lado de Brandt y del Duque.

"Si Erec averigua que viajas con nosotros, será mi cabeza", dijo Brandt, montando a su lado. "Por favor,  solamente dinos dónde está, mi lady".

Pero Alistair meneó la cabeza obstinadamente, limpiándose las lágrimas mientras cabalgaba con más fuerza, con un gran retumbo de todos esos hombres alrededor de ella.

"¡Prefiero ir a la tumba que abandonar a Erec!".




CAPÍTULO TRES


Thor cabalgaba con cautela por el sendero del bosque; Reece,  O'Connor, Elden y los gemelos iban a caballo junto a él, Krohn muy de cerca, mientras todos emergían del bosque al otro lado del Cañón. El corazón de Thor se aceleró con anticipación cuando finalmente llegaron al perímetro del espeso bosque. Levantó una mano, indicando a los demás guardar silencio, y todos se detuvieron junto a él.

Thor analizó la gran extensión de playa, de cielo abierto y más allá, el vasto mar amarillo que les llevaría a las lejanas tierras del Imperio. El Tartuvio. Thor no había visto sus aguas desde su viaje de Los Cien. Se sentía raro estar de vuelta otra vez— y esta vez, con una misión que tenía  el destino del Anillo.

Después de cruzar el puente del Cañón, su corto recorrido por el bosque en la selva había sido sin incidentes. Thor había sido instruido por Kolk y por Brom para que buscara un pequeño barco anclado en las costas del Tartuvio, ocultado cuidadosamente bajo las ramas de un árbol inmenso que se cernía sobre el mar. Thor siguió sus instrucciones exactamente, y cuando llegaron al perímetro del bosque, vio la embarcación, bien escondida, lista para llevarlos a donde necesitaban ir. Se sintió aliviado.

Pero entonces vio a seis tropas del Imperio paradas en la arena ante el barco, inspeccionándola. Otro soldado había subido a bordo del barco, atracado parcialmente en la playa, balanceándose en el suave vaivén de las olas. Se suponía que no debería haber nadie ahí.

Era un golpe de mala suerte. Mientras Thor miraba más allá en el horizonte, vio el contorno distante de lo que parecía ser toda la flota del Imperio, miles de negros buques que enarbolaban las banderas negras del Imperio. Por suerte no navegaban hacia Thor, sino hacia una dirección diferente, hacia la ruta larga y circular, para llevarlos alrededor del Anillo, al lado de McCloud, donde habían traspasado el Cañón. Afortunadamente, su flota estaba absorta con ruta diferente.

Excepto por una patrulla. Esos seis soldados del Imperio, probablemente exploradores en una misión de rutina, de alguna manera debieron haberse topado con el barco de esta Legión. Fue inoportuno. Si Thor y los otros hubieran llegado a la orilla unos minutos antes, probablemente ya los habrían abordado y sacado. Ahora, tenían un enfrentamiento en sus manos. No podían evitarlo.

Thor miró hacia arriba y hacia abajo, a la playa, y no vio a otros contingentes de tropas del Imperio. Al menos eso tenían a su favor. Probablemente era una patrulla solitaria.

"Pensé que el barco iba a estar bien oculto", dijo O'Connor.

"Al parecer no lo suficiente", comentó Elden.

Los seis estaban montados en sus caballos, mirando al barco y al grupo de soldados.

"No tardarán en avisar a otras tropas del Imperio", observó Conven.

"Y entonces tendremos una guerra total en nuestras manos", añadió Conval.

Thor sabía que tenían razón. Y no podrían arriesgarse a eso.

"O'Connor", dijo Thor, "eres el que mejor tino tiene del grupo. Te he visto dar en el blanco a quince metros de distancia. ¿Ver eso en la proa? Tenemos una oportunidad. ¿Puedes hacerlo?".

O'Connor asintió con la cabeza; con la mirada fija en los soldados del Imperio. Deliberadamente extendió la mano sobre su hombro, levantó su arco, colocó una flecha y la sostuvo, preparado.

Todos estaban mirando a Thor, y se sintió preparado para liderar.

"O'Connor, cuando dé la señal, dispara. Después atacaremos a los que están abajo. Todos los demás, usen sus armas de arrojar cuando nos acerquemos. Traten de acercarse lo más que puedan primero".

Thor hizo señas con la mano, y de repente, O'Connor soltó la cuerda.

La flecha voló por el aire con un ruido silbante, y fue un tiro perfecto; su punta metálica perforó el corazón del soldado del Imperio. El soldado estaba parado allí, sus ojos se abrieron de par en par por un momento, como si no entendiera lo que estaba ocurriendo; después, repentinamente extendió sus brazos ampliamente y cayó hacia adelante, de bruces, en una zambullida de cabeza, cayendo en la arena con un chapoteo a los pies de sus compañeros, manchando la arena de rojo.

Thor y los demás fueron al ataque, eran una máquina bien aceitada, sincronizados unos con otros. El sonido de sus caballos galopando los delataron, y los otros seis soldados se volvieron y los enfrentaron. Los soldados montaron sus caballos y fueron al ataque, preparándose para reunirse con ellos al centro.

Thor y sus hombres todavía tenían la ventaja de la sorpresa. Thor estiró la mano hacia atrás y lanzó una piedra con su honda y golpeó a uno de ellos en la sien, a dieciocho metros de distancia, mientras estaba a punto de montar su caballo. Cayó de éste, muerto, con las riendas todavía en sus manos.

Cuando ellos se acercaron, Reece lanzó su hacha, Elden su lanza y cada uno de los gemelos sus dagas. Las arenas eran irregulares y los caballos se resbalaban, haciendo que arrojar las armas fuera más difícil de lo habitual. El hacha de Reece encontró su marca, matando a uno de ellos, pero no le pegó  a los demás.

Quedaban cuatro de ellos. El líder se separó del grupo, yendo directamente hacia Reece, que estaba desarmado; había lanzado su hacha pero no había tenido tiempo para sacar su espada todavía. Reece se preparó, y en el último segundo Krohn saltó hacia adelante, mordió al caballo del soldado en la pierna y el caballo se desplomó, su jinete cayó al suelo, salvándose Reece en el último momento.

Reece sacó su espada y apuñaló al soldado, matándolo antes de que él pudiera ponerse de pie.

Así quedaban tres. Uno de ellos vino por Elden con un hacha, balanceando por su cabeza; Elden la bloqueó con su escudo y con el mismo movimiento balanceó su espada y cortó el mango del hacha a la mitad. Elden entonces giró con su escudo y golpeó al atacante en un costado de la cabeza, derribándolo de su caballo.

Otro soldado tiró un mayal de su cintura e hizo pivotar su larga cadena; el extremo con picos de repente se dirigió hacia O'Connor. Ocurrió muy rápido, y no había tiempo para que O'Connor reaccionara.

Thor lo anticipó y fue hacia el costado de su amigo, levantando su espada y cortando la cadena del mayal, antes de golpear a O'Connor. Se escuchó el sonido de la espada cortando el hierro, Thor se sorprendió de lo afilada que era su espada nueva. La bola con pinchos salió volando sin causar daño al suelo y se alojó en la arena, salvando la vida de O'Connor. Después, Conval apuñaló al soldado con una lanza, matándolo.

El último soldado del Imperio vio que estaba en desventaja; con temor en sus ojos, se volvió de repente y se fue, corriendo por la orilla; las huellas de su caballo dejaban profundas marcas en la arena.

Todos ellos pusieron su mirada en el soldado que se retiraba. Thor lanzó una piedra con su honda, O’Connor tomó su arco y disparó y Reece arrojó una lanza. Pero el soldado cabalgó demasiado erráticamente, el caballo se sumergía en la arena, y todos fallaron.

Elden sacó su espada y Thor pudo ver que estaba a punto de ir tras él. Thor tendió una mano y le hizo una señal para que se quedara quieto.

"¡No!", gritó Thor.

Elden se volvió y le miró.

"¡Si sobrevive, enviará a otros tras nosotros!", protestó Elden. Thor se dio vuelta y miró al barco y sabía que tomaría un tiempo valioso cazarlo – tiempo que no tenían. "El Imperio vendrá tras nosotros, pase lo que pase", dijo Thor.



"No tenemos tiempo que perder. Lo más importante ahora es que nos alejemos de aquí. ¡Al barco!".

Desmontaron mientras llegaban al barco y Thor metió la mano en su silla y comenzó a vaciar todas sus provisiones, mientras los demás hacían lo mismo, cargando las armas y sacos de comida y agua. Nadie sabía cuánto tiempo tomaría el viaje, cuánto tiempo pasaría hasta que volvieran a ver tierra – si volvían a verla alguna vez. Thor también llevó comida para Krohn.

Lanzaron los sacos por encima de la barandilla del barco; aterrizaron en la cubierta superior con un golpe seco.

Thor agarró la cuerda gruesa, anudada, que colgaba de un lado; la cuerda áspera que cortaba sus manos y la probó. Colocó a Krohn encima de su hombro, el peso de las dos ponía en prueba a sus músculos y subió hacia la cubierta. Krohn se quejó cerca de su oído, abrazando a su pecho con sus garras afiladas, aferrándose a él.

Pronto Thor estaba encima de la barandilla, Krohn saltando hacia la cubierta – y los demás los siguieron de cerca. Thor se inclinó y vio hacia abajo a los caballos en la playa, que miraban hacia arriba, como esperando una orden.

"¿Y qué pasará con ellos?", preguntó Reece, acercándose a su lado.

Thor se volvió y analizó el barco: tal vez medía seis metros de largo y la mitad de ancho. Era lo suficientemente grande para ellos siete, pero no para sus caballos. Si intentaban llevarlos, los caballos podrían pisotear la madera, dañar el barco. Tuvieron que abandonarlos.

"No tenemos elección”, dijo Thor, mirándolos con nostalgia. "Tendremos que encontrar a otros nuevos".

O'Connor se inclinó sobre el riel.

"Son caballos inteligentes", dijo O'Connor. "Yo los entrené bien. Volverán a casa cuando se los ordene".

O'Connor silbó agudamente.

Al unísono, los caballos se dieron vuelta y escaparon, corriendo por la arena y desapareciendo en el bosque, dirigiéndose hacia el Anillo.

Thor se volvió y miró a sus hermanos, en el barco, al mar frente a ellos. Ahora quedaron varados, sin caballos, no tenían ninguna otra opción mas que seguir adelante. Empezaban a asimilar la realidad. Estaban verdaderamente solos, sin nada más que este barco, y a punto de irse de las costas del Anillo para siempre. Ya no había marcha atrás.

"¿Y cómo vamos a conseguir meter a este barco en el agua?", preguntó Conval, mientras todos miraban hacia abajo, a cuatro metros y medio del casco.  Una pequeña parte de él estaba en el vaivén de las olas del Tartuvio, pero la mayoría estaba en la arena.

"¡Vengan aquí!", dijo Conven.

Se apresuraron hacia el otro lado, donde una gruesa cadena de hierro colgaba sobre el borde, en cuyo fondo estaba una bola de hierro inmensa, varada en la arena.

Conven se inclinó y tiró de la cadena. Gimió y luchó, pero no pudo levantarla.

"Es demasiado pesada", dijo gruñendo.

Conval y Thor se apresuraron y le ayudaron y mientras los tres agarraban la cadena y tiraban de ella, Thor se sorprendió por su peso: incluso con los tres de ellos jalando, solo podían levantarla unos centímetros. Finalmente, todos la soltaron, y cayó en la arena.

"Déjenme ayudar", dijo Elden, avanzando.

Con su enorme tamaño, Elden era más alto que ellos y se inclinó y tiró de la cadena y logró levantar la bola en el aire. Thor estaba asombrado. Los demás se pusieron de pie de un salto y jalaron al unísono, subiendo el ancla treinta centímetros a la vez y finalmente encima de la barandilla y sobre la cubierta.

El barco empezó a moverse, balanceándose un poco en las olas, pero permanecía varado en la arena.

"Las pértigas", dijo Reece.Thor se volvió y vio dos postes de madera, de casi seis metros de longitud, montados a los costados del barco y se dio cuenta de para qué servían.

Corrió hacia Reece y agarró uno, mientras Conval y Conven sujetaban el otro.

"¡Cuando salgamos", gritó Thor, "¡levanten las velas!".

Se inclinaron, clavaron los postes en la arena y empujaron con todas sus fuerzas; Thor gimió del esfuerzo. Lentamente, el barco comenzó a moverse, sólo un poquito. Al mismo tiempo, Elden y O'Connor corrieron hacia el centro del barco y tiraron de las cuerdas para elevar las velas de la lona, elevándolas con esfuerzo, treinta centímetros a la vez. Afortunadamente había una fuerte brisa, y mientras Thor y los demás empujaban contra la costa, luchando con toda su fuerza para sacar a este pesado barco fuera de la arena, las velas se elevaron más y comenzaron a tomar vuelo.

Finalmente, el barco se sacudió debajo de ellos mientras se deslizaba en el agua, flotando, ingrávido; los hombros de Thor temblaban por el esfuerzo. Elden y O'Connor izaron las velas a todo mástil, y pronto estaban dejándose llevar hacia el mar.

Todos soltaron un grito de triunfo, mientras volvían a colocan los postes en su lugar y corrían a ayudar a Elden y a O'Connor a asegurar las cuerdas. Krohn chillaba junto a ellos, emocionado por todo.

El barco estaba a la deriva sin rumbo y Thor se apresuró al timón, O'Connor a su lado.

"¿Quieres tomar el timón?", preguntó Thor a O'Connor.

O’Connor sonrió ampliamente.

"Me encantaría".

Comenzaron a ganar velocidad, navegando por las aguas amarillas del Tartuvio, con el viento a sus espaldas. Finalmente estaban en movimiento, y Thor respiró profundamente. Ya habían salido.

Thor se dirigió a la proa, Reece iba junto a él, mientras Krohn apareció entre ellos y se reclinó en la pierna de Thor, mientras que Thor se agachaba y acariciaba su suave piel blanca. Krohn se reclinó y lamió a Thor; Thor buscó en un pequeño saco y sacó un pedazo de carne para Krohn, quien se la arrebató.

Thor miraba hacia el vasto mar delante de ellos. El horizonte lejano estaba salpicado de barcos negros del Imperio, seguramente rumbo al lado del Anillo de McCloud. Por suerte, ellos estaban distraídos y no podían estar al acecho de un barco solitario que se dirigía a su territorio. El cielo estaba claro, había un fuerte viento a sus espaldas, y continuaron ganando velocidad.

Thor miró y se preguntó qué había ante ellos. Se preguntó cuánto faltaba para llegar a tierras del Imperio, qué podría estar esperando para recibirlos. Se preguntó cómo encontrarían la espada, cómo terminaría todo esto. Sabía que las probabilidades estaban en contra de ellos, sin embargo, se sentía eufórico que finalmente en el viaje, emocionado de estar navegando, emocionado de que habían llegado hasta ahí, y ansioso de recuperar la Espada.

"¿Qué pasa si no está allí?", preguntó Reece. Thor se volvió y le miró.



"La Espada", agregó Reece. "¿Qué pasará si no está ahí? ¿O si se ha perdido? ¿O destruido? ¿O si nunca la encontramos? El Imperio es vasto, después de todo".

“¿O qué pasará si el Imperio descubrió cómo blandirla?", preguntó Elden con su voz ronca, acercándose a ellos. "¿Qué pasará si la encontramos pero no podemos llevarla de regreso?", preguntó Conven.



El grupo se quedó ahí parado, oprimido por lo que les esperaba, por el mar de preguntas sin respuesta. Este viaje era una locura, Thor lo sabía.

Era una locura.




CAPÍTULO CUATRO


Gareth caminaba por el enlosado del estudio de su padre – una pequeña cámara en el piso superior del castillo que su padre quería tanto – y, poco a poco, lo hizo pedazos.

Gareth revisó de librero en librero, tirando abajo volúmenes valiosos, libros de cuero antiguo que habían estado en la familia durante siglos, rompiendo el encuadernado y haciendo pedacitos las hojas. Mientras los lanzaba en al aire, caían encima de su cabeza como copos de nieve, aferrándose a su cuerpo y a la baba corriendo por sus mejillas. Estaba determinado a destruir hasta la última cosa en este lugar que su padre había amado, un libro a la vez.

Gareth se apuró a la mesa de la esquina, tomó lo que quedaba de su pipa de opio y con las manos temblorosas chupó con fuerza, necesitando el golpe más que nunca. Era adicto, lo fumaba a cada minuto que podía, decidido a bloquear las imágenes de su padre que lo perseguía  en sus sueños, e incluso ahora, cuando estaba despierto.

Como Gareth baje el tubo, vio a su padre antes que él, de pie, un cadáver en descomposición. Cada vez que el cadáver estaba más deteriorado, con más esqueleto que carne; Gareth se alejaba de la horrible vista.

Gareth utilizado para intentar atacar la imagen – pero había aprendido que no sirvió. Así que ahora volteaba su cabeza, constantemente, siempre mirando a lo lejos. Siempre era lo mismo: su padre llevaba una corona oxidada, tenía la boca abierta, sus ojos lo miraban con desprecio, extendiendo un solo dedo, apuntándole acusatoriamente. En esa mirada terrible, Gareth sentía que sus días estaban contados, sentía que era sólo cuestión de tiempo para reunirse con él. Odiaba verlo, más que a otra cosa. Si hubiera habido algo que pudiera salvarlo por haber asesinado a su padre, sería que no necesitaba volver a ver su cara. Pero ahora, irónicamente, lo veía más que nunca.

Gareth dio la vuelta y lanzó la pipa de opio a la aparición, con la esperanza de que si lo tiraba rápidamente, en realidad podría golpearlo.

Pero la pipa solamente voló por el aire y se estrelló contra la pared, rompiéndose. Su padre aún estaba ahí parado y lo miró.

"Esas drogas no van a ayudarte ahora", le regañó su padre.

Gareth no podía aguantar más. Se dirigió hacia la aparición, con las manos extendidas, arremetiendo para rasguñar el rostro de su padre; pero como siempre, navegó solamente a través del aire, y esta vez fue dando tumbos por toda la habitación y aterrizó con fuerza en el escritorio de madera de su padre, haciendo que se estrellara en el suelo junto con él.

Gareth rodó en el suelo, sin aliento y miró hacia arriba y vio que se había cortado el brazo. Estaba goteando sangre en su camisa, y miró hacia abajo y notó que aún llevaba la camiseta con la que había dormido durante varios días; de hecho, no se había cambiado desde hacía varias semanas. Se miró en un reflejo de sí mismo y vio que su pelo era salvaje; se veía como un rufián común. Una parte de él apenas podía creer que había caído tan bajo. Pero a otra parte de él, ya no le importaba. Lo único que quedaba dentro de él, era un ardiente deseo de destruir – destruir cualquier vestigio de su padre que alguna vez hubiera existido. Le gustaría arrasar con este castillo y a la Corte del Rey con él. Sería la venganza por el tratamiento que recibió cuando era niño. No podía olvidar esos recuerdos, como si fueran una espina que no podía quitarse.

La puerta al estudio de su padre estaba bien abierta y entró uno de los asistentes de Gareth, con una mirada de miedo.

"Mi señor", dijo el asistente. "Escuché un estrépito. ¿Se encuentra bien? Mi señor, ¡está sangrando!".

Gareth miró al muchacho con odio. Gareth trató de ponerse de pie para arremeter contra él, pero resbaló con algo y cayó al suelo, desorientado por  el último golpe de opio.

"Mi señor, ¡yo le ayudaré!".

El chico se abalanzó y agarró el brazo de Gareth, que era demasiado delgado, apenas carne y hueso.

Pero Gareth todavía tenía una reserva de fuerza y cuando el chico tocó su brazo, él lo empujó, haciéndolo volar a través de la habitación.

"Si vuelves a tocarme otra vez, te cortaré las manos", dijo Gareth furioso.

El chico se retiró con miedo, y al hacerlo, otro asistente entró en la sala, acompañada por un hombre mayor, a quien Gareth vagamente reconoció. En algún lugar de su mente lo conocía – pero no podía ubicarlo.

"Mi señor", dijo una voz áspera, de alguien mayor, "hemos estado esperándolo en la Sala del Consejo desde hace medio día. Los miembros del Consejo no pueden esperar más. Tienen noticias urgentes y deben compartirlas con usted antes de que el día termine. ¿Quiere venir?".

Gareth entrecerró los ojos hacia el hombre, tratando de reconocerlo. Vagamente recordaba que le había servido a su padre. La Sala del Consejo… La reunión… Todo se arremolinaba en su mente.

"¿Quién eres tú?", preguntó Gareth.

"Mi señor, soy Aberthol. El asesor confiable de su padre", dijo, acercándose.

Poco a poco iba recordando. Aberthol. El Consejo. La reunión. La mente de Gareth giraba, su cabeza le dolía mucho. Solo quería estar solo.

"Déjame", dijo. "Iré".

Aberthol asintió y salió apresuradamente de la habitación con el asistente, cerrando la puerta detrás de ellos.

Gareth se arrodilló, con la cabeza en sus manos, tratando de pensar, de recordar. Era demasiado. Empezó a recordar poco a poco. El escudo estaba abajo; el Imperio estaba atacando; la mitad de la corte se había ido; su hermana iba al mando de ellos; iban a Silesia… Gwendolyn… Eso era todo. Eso fue lo que él había estado tratando de recordar.

A Gwendolyn. Le odiaba tanto que no podría describirlo. Ahora más que nunca, quería matarla. Necesitaba matarla. Todos sus problemas en este mundo – eran por culpa de ella. Encontraría una manera de vengarse de ella, incluso si tenía que morir intentándolo. Y mataría a sus otros hermanos a continuación.

Gareth comenzó a sentirse mejor al pensar en ello.

Con un esfuerzo supremo, luchó por ponerse de pie y tropezó a través de la habitación, derribando una mesa al hacerlo. Mientras sel acercaba a la puerta, vio un busto de alabastro de su padre, una escultura que su padre quería, y él se agachó, lo agarró por la cabeza y lo arrojó a la pared.

Se rompió en mil pedazos y por primera vez en ese día, Gareth sonrió. Tal vez este día no sería tan malo, después de todo.


*

Gareth se fue pavoneando hacia la Sala de Consejo flanqueado por varios asistentes, abriendo de un portazo las enormes puertas de roble con la mano, haciendo que todos los que abarrotaban la sala saltaran ante su presencia. Todos se pusieron rápidamente en posición de firmes.

Aunque normalmente esto le daría a Gareth cierta satisfacción, en este día, no le importaba. Se sentía atormentado por el fantasma de su padre y lleno de rabia porque su hermana se había ido. Sus emociones se arremolinaban dentro de él, y tenía que desquitarse con el mundo.

Gareth tropezó a través del gran salón por la bruma causada por el opio, caminando por el centro del pasillo hacia su trono; docenas de concejales estaban parados a un costado, mientras él pasaba. Su corte había crecido y hoy la energía era frenética, mientras más y más personas parecían llegar con la noticia de la salida de la mitad de la Corte del Rey y del escudo que estaba abajo. Era como si quienes seguían estando en la Corte del Rey estuvieran entrando buscando respuestas.

Y por supuesto, Gareth no tenía ninguna.

Mientras Gareth iba pavoneándose por la escalera de marfil hacia el trono de su padre, vio, esperando pacientemente detrás de él, a Lord Kultin, el líder mercenario de su fuerza de combate privada, el último hombre que quedaba en la Corte en quien podía confiar. Junto a él estaban parados docenas de sus combatientes, estaban ahí, en silencio, con las manos sobre sus espadas, dispuestos a luchar hasta la muerte por Gareth. Era lo único que quedaba que reconfortaba a Gareth.

Gareth se sentó en su trono y analizó el salón. Había tantas caras, reconoció a algunos pero a muchos otros no. No confiaba en ninguno de ellos. Cada día depuraba a más gente de su Corte; ya había enviado a muchos a los calabozos y aún más con el verdugo. No pasaba un día sin matar al  menos a un puñado de hombres. Pensaba que era buena política: mantenía a los hombres en estado de alerta e impedía la formación de un golpe de estado.

Todos en la sala estaban callados, mirándolo aturdidos. Todos estaban aterrorizados para hablar. Que era exactamente lo que él quería. Nada le emocionaba más que infundir miedo en sus súbditos.

Finalmente, Aberthol dio un paso adelante, su bastón haciendo eco en la piedra y aclaró su garganta.

"Mi señor", comenzó a decir, con su voz de viejo, "nos encontramos en un momento de gran confusión en la Corte del Rey. No sé todavía qué noticias le han llegado: el Escudo está desactivado; Gwendolyn dejó la Corte del Rey y se ha llevado a Kolk, Brom, Kendrick, Atme, Los Plateados, La Legión y a la mitad de su ejército – junto con la mitad de la Corte del Rey. -Los que permanecen aquí esperan su  orientación, y saber cuál será nuestro próximo paso. La gente quiere respuestas, mi señor".

"Lo que es más", dijo otro miembro del Consejo que Gareth apenas reconocía, "se ha difundido el rumor de que el Cañón ya ha sido violado. Dicen que Andrónico ha invadido el lado McCloud del Anillo con su ejército de un millón de hombres".

Un resuello de asombro e indignación se extendió por toda la sala; docenas de valientes guerreros susurraban entre ellos, llenos de miedo y un estado de pánico se propagó como reguero de pólvora.

"¡No puede ser verdad!", exclamó uno de los soldados.

"¡Lo es!", insistió el miembro del Consejo.

"¡Entonces toda esperanza está perdida!", gritó otro soldado. "Si invadieron a los McCloud, el Imperio vendrá a la Corte del Rey a continuación. Es imposible que podamos mantenerlos alejados".

"Debemos discutir los términos de rendición, mi señor", dijo Aberthol a Gareth.

“¡¿De rendición?!", gritó otro hombre. "¡Nos no rendiremos jamás!".

"Si no lo hacemos", gritó otro soldado, "nos aplastarán. ¿Cómo nos enfrentaremos a un millón de hombres?".

La sala estalló en un murmullo de indignación, los soldados y los consejeros discutiendo unos con otros, en completo desorden.

El líder del Consejo golpeó su vara de hierro en el suelo de piedra y gritó:

"¡ORDEN!".

Poco a poco, la sala quedó en silencio. Todos los hombres se volvieron y lo miraron.

"Todas esas son decisiones para un rey, no para nosotros", dijo uno de los hombres del Consejo. "Gareth es el rey legítimo, y no tenemos que discutir los términos de rendición – o si debemos entregarnos".

Todos voltearon a ver a Gareth.

"Mi señor", dijo Aberthol, con cansancio en su voz, "¿cómo propone que nos ocupemos de ejército del Imperio?".

Hubo un silencio sepulcral en la sala.

Gareth estaba ahí sentado, mirando a los hombres, queriendo responder. Pero le era más y más difícil mantener sus pensamientos claros. Él seguía oyendo la voz de su padre en su cabeza, gritándole, como cuando era un niño. Lo estaba volviendo loco, y la voz no se iba.

Gareth extendió la mano y arañó el brazo de madera del trono, una y otra vez. El sonido de las uñas arañando, era el único sonido en la sala.

Los miembros del Consejo intercambiaron una mirada de preocupación.

"Mi señor", dijo otro concejal, "si elige no rendirse, entonces debemos fortalecer la Corte del Rey de inmediato. Debemos asegurar todas las entradas, todos los caminos, todas las puertas. Debemos llamar a todos los soldados, preparar las defensas. Debemos prepararnos para un ataque, racionar los alimentos, proteger a nuestros ciudadanos. Hay mucho que hacer. Por favor, mi señor. Denos la orden. Díganos qué hacer".

Una vez más la sala se quedó en silencio, ´mientras todas las miradas estaban fijas en Gareth.

Finalmente, Gareth levantó la barbilla y miró.

"No lucharemos contra el Imperio", declaró. "Ni nos rendiremos".

Todos en la sala miraron unos a otros, confundidos.

"¿Entonces qué hacemos, señor?", preguntó Aberthol.

Gareth aclaró su garganta.

"¡Mataremos a Gwendolyn!", declaró. "Eso es lo que importa ahora".

A continuación hubo un silencio de sorpresa.

"¿A Gwendolyn?", gritó un concejal, sorprendido, mientras en la sala estallaba otro murmullo de confusión.

"Enviaremos a todos nuestros ejércitos tras ella, para masacrarla y a aquellos que van con ella, antes de que lleguen a Silesia", anunció Gareth.

"Pero mi señor, ¿en qué nos va a ayudar eso?", gritó un concejal. "Si nos aventuramos a atacarla, dejará expuestos a nuestros ejércitos. Todos serían rodeados y masacrados por el Imperio".

"¡También dejaría abierta a la Corte del Rey para un ataque!", gritó otro. "Si no vamos a rendirnos, debemos fortalecer la Corte del Rey de inmediato!".

Un grupo de hombres gritó, estando de acuerdo con eso.

Gareth dio vuelta y miró al concejal, con su mirada fría.

"¡Vamos a utilizar a todos los hombres que tenemos para matar a mi hermana!", dijo sombríamente. "¡No escatimaremos a ninguno!".

La sala quedó en silencio mientras un concejal jaló su silla hacia atrás, raspándola contra la piedra y se levantó.

"No veré a la Corte del Rey arruinada por su obsesión personal. ¡Por mi parte, no estoy con usted!".

"¡Ni yo!", repitió la mitad de los hombres en la sala.

Gareth se sintió lleno de rabia y estaba a punto de ponerse de pie cuando de repente las puertas de la cámara se abrieron de golpe y entró corriendo el comandante lo que quedaba del ejército. Todas las miradas estaban sobre él. Arrastró a un hombre de los brazos, un malhechor con cabello graso, sin afeitar, atado de las muñecas. Arrastró al hombre hacia el centro de la habitación y se detuvo ante el rey.

"Mi señor", dijo el comandante fríamente. "De los seis ladrones ejecutados por el robo de la Espada del Destino, este hombre era el séptimo, quien escapó. Está contando una historia de lo más increíble acerca de lo que pasó.

"¡Habla!", ordenó el comandante, sacudiendo al malhechor.

El rufián miraba nerviosamente en todas direcciones; su cabello graso colgaba sobre sus mejillas, pareciendo inseguro. Finalmente, gritó:

"¡Nos ordenaron robar la espada!".

La sala estalló en un murmullo de indignación.

"¡Éramos diecinueve!", continuó diciendo el malhechor. "Una docena iba a llevársela, al amparo de la oscuridad, por el puente del Cañón y hacia la selva. La escondieron en una carreta y se la llevaron a través del puente para que así los soldados haciendo guardia no tuvieran idea lo que había dentro. A los demás, a nosotros siete, se nos ordenó alejarnos después del robo. Nos dijeron que nos encarcelarían, como un espectáculo y luego nos dejarían libres. Pero en lugar de eso, mis amigos fueron todos ejecutados. A mí también me habrían matado, si no hubiera escapado".

La sala estalló en un largo y agitado murmullo.

"¿Y a dónde estaban llevando la espada?", preguntó presionando el comandante.

"No lo sé. A algún lugar dentro del Imperio".

"¿Y quién ordenó tal cosa?".

"¡Él!", dijo el malhechor, girando de repente y apuntando con un dedo huesudo hacia Gareth. "¡Nuestro rey! ¡Él nos ordenó hacerlo!".

La sala estalló en un murmullo horrorizado, había gritos, hasta que finalmente un concejal golpeó varias veces su vara de hierro y gritó pidiendo silencio.

A duras penas hubo silencio en la sala.

Gareth, temblando de miedo y de rabia, se levantó lentamente de su trono, y el salón quedó en silencio, con  las miradas fijas en él.

Dando un paso a la vez, Gareth bajó las escaleras de marfil, sus pasos hacían eco en el silencio, tan espeso que podría cortarse con un cuchillo.

Cruzó la sala, hasta que finalmente se acercó al malhechor. Lo miró con frialdad, estaba a treinta centímetros de distancia; el hombre se retorcía en el brazo del comandante, mirando a todos lados, menos a él.

"Los ladrones y los mentirosos se tratan sólo de una manera en mi reino", dijo Gareth suavemente.

Gareth de repente sacó un puñal de su cintura y lo hundió en el corazón del malhechor.

El hombre gritó de dolor, con sus ojos saltones; de repente se desplomó en el suelo, muerto.

El comandante miró a Gareth, con el ceño fruncido hacia él.

"Acaba de matar a un testigo en su contra", dijo el comandante. "¿No se da cuenta de que eso sólo sirve para insinuar más su culpabilidad?".

"¿Qué testigo?", preguntó Gareth, sonriendo.  "Los muertos no hablan".

El comandante enrojeció.

"No olvide que soy comandante de la mitad del ejército del rey. No me tomará por tonto. Por sus acciones, sólo puedo suponer que es culpable del delito del que lo acusó. Por lo tanto, mi ejército y yo ya no le serviremos más. De hecho, me lo llevaré en custodia, por traición al Anillo".

El comandante hizo una señal con la cabeza a sus hombres, y al unísono, varias docenas de soldados sacaron sus espadas y se acercaron para arrestar a Gareth.

El Lord Kultin se acercó con dos veces más el número de sus hombres, sacando sus espadas y caminando detrás de Gareth.

Estaban parados allí, frente a frente con los soldados del comandante; Gareth en el medio.

Gareth sonrió triunfante al  comandante. Sus hombres eran superados en número por la fuerza de combate de Gareth, y él lo sabía.

"Nadie me llevará en custodia", se mofó Gareth. "Y ciertamente no por tu mano. Toma a tus hombres y sal de mi Corte – o enfrentarás la ira de mi fuerza de combate personal".

Después de varios segundos de tensión, el comandante finalmente dio vuelta e hizo un gesto a sus hombres, y al unísono, todos ellos se retiraron, caminando con cautela hacia atrás de la habitación, con las espadas desenvainadas.

"De hoy en adelante", dijo el comandante, "¡sepa que ya no le serviremos! Se enfrentará al ejército del Imperio por su cuenta. Espero que lo traten bien. ¡Mejor de lo que usted trató a su padre!".

Todos los soldados salieron furiosos de la habitación, con un gran ruido de las  armaduras.

Las docenas de concejales y asistentes y nobles que se quedaron, estaban callados, susurrando.

"¡Déjenme!", gritó Gareth.  "¡TODOS USTEDES!".

Toda la gente que quedaba en el salón, salió rápidamente, incluyendo la fuerza de combate personal de Gareth.

Sólo quedaba una persona, detrás de los demás.

El Lord Kultin.

Sólo él y Gareth estaban en la habitación. Se acercó a Gareth, deteniéndose a unos metros de distancia y lo miró, como analizándolo. Como de costumbre, su cara era inexpresiva. Era el verdadero rostro de un mercenario.

"No me importa lo que hizo o por qué", comenzó a decir, con su voz áspera y sombría. "No me importa la política. Soy un combatiente. Sólo me importa el dinero que me paga a mí y a mis hombres".

Hizo una pausa.

"Sin embargo, me gustaría saber, por mi propia satisfacción personal: ¿realmente le ordenó a esos hombres  llevarse la espada?".

Gareth miró al hombre. Había algo en su mirada que reconocía de sí mismo: era fría, sin remordimientos, oportunista.

"¿Y qué si lo hice?", preguntó Gareth.

El Lord Kultin lo miró durante mucho tiempo.

"¿Pero por qué?", preguntó él.

Gareth también lo miró, en silencio.

Los ojos de Kultin se abrieron de par en par, en reconocimiento.

"¿Usted no pudo blandirla, así que nadie podría hacerlo?", preguntó Kultin. "¿Es eso?". Consideró las implicaciones. "Sin embargo, aún así", agregó Kultin, "seguramente sabía que enviarla lejos desactivaría el escudo, nos haría vulnerables a un ataque".

Kultin abrió más los ojos.

"Querías que nos atacaran, ¿no? Algo en dentro de ti quiere que la Corte del Rey sea destruida”, dijo, dándose cuenta de ello repentinamente.

Gareth sonrió.

"No todos los lugares", dijo Gareth lentamente, "están destinados a durar para siempre".




CAPÍTULO CINCO


Gwendolyn cabalgaba con el enorme séquito de soldados, consejeros, asistentes, concejales, Los Plateados, La Legión y la mitad de la Corte del Rey, mientras iban en camino – a una ciudad enorme —lejos de la Corte del Rey. Gwen se sentía abrumada por la emoción. Por un lado, estaba encantada de ser liberarse finalmente de su hermano Gareth, de estar lejos de su alcance, rodeada de guerreros de confianza que podían protegerla, sin temor a ser traicionada o de casarse con cualquiera. Finalmente, no tendría que cuidarse la espalda en todo momento de miedo de uno de sus asesinos.

Gwen también se sentía inspirada y honrada de ser elegida para gobernar, de ir al mando de este gran contingente de personas. El enorme séquito la seguía como si fuera una especie de profeta, todos marchando en el camino interminable hacia Silesia. La veían como su gobernante – lo podía ver en sus miradas – y la veían con expectación. Se sintió culpable, queriendo que uno de sus hermanos tuviera honor – cualquiera, menos ella. Sin embargo veía cuánta esperanza le daba a la gente en tener a una lideresa justa y equitativa, y eso la hacía feliz. Si ella pudiera cumplir ese papel para ellos, especialmente en estos tiempos sombríos, lo haría.

Gwen pensó en Thor, en su triste despedida en el Cañón, y eso rompió su corazón; lo vio desaparecer, cruzando el puente del Cañón hacia la niebla, en un viaje que casi seguramente conduciría a su muerte. Era una valiente y noble misión – que no podía negarle – que sabía que debía hacer por el bien del Reino, por el bien del Anillo. Sin embargo también se preguntaba  por qué tenía que ser él. Ella deseaba que pudiera ser otra persona. Ahora, más que nunca, ella lo quería a su lado. En esta época de confusión, de gran transición, en que ella se había quedado sola para gobernar, para tener a su hijo, quería que él estuviera ahí. Más que nada, estaba preocupada por él. Ella no podía imaginar la vida sin él; la simple idea la hacía llorar.

Pero Gwen respiró profundamente y permaneció fuerte, sabiendo que todas las miradas estaban sobre ella mientras marchaban, una interminable caravana en este camino polvoriento, yendo hacia el norte, hacia la lejana Silesia.

Gwen también se sentía perpleja, desgarrada por su patria. Ella apenas podía entender que el Escudo se hubiera desactivado, que el Cañón hubiera sido violado. Habían estado circulando rumores de espías lejanos, de que Andrónico había llegado a las costas de McCloud. Ella no estaba segura de qué creer. Le costaba trabajo entender que hubiera pasado tan rápidamente – después de todo, Andrónico todavía tendría que enviar a toda su flota a través del océano. A menos que de alguna manera McCloud hubiera estado detrás del robo de la espada y hubiera orquestado la desactivación del Escudo. Pero, ¿cómo? ¿Cómo había consiguió robarla? ¿A dónde se la llevaba?

Gwen podía sentir lo abatidos que se sentían todos alrededor de ella, y no podía culparlos. Había un aire de desánimo entre la multitud y por buenas razones; sin el Escudo, estaban todos indefensos. Era sólo cuestión de tiempo – si no es que hoy mismo, mañana o pasado mañana – que Andrónico invadiría. Y cuando lo hiciera, no habría forma que podrían contener a sus hombres. Este lugar, todo lo que había amado y querido desde niña, pronto podría ser conquistado y morirían todos a los que ella amaba.

Mientras marchaban, era como si fueron hacia su muerte. Andrónico todavía no estaba aquí, pero se sentía como si ya hubieran sido capturados. Recordó algo que su padre dijo una vez: conquista el corazón de un ejército y la batalla ya está ganada.

Gwen sabía que dependía de ella inspirarlos a todos, hacer que sintieran seguridad —de alguna manera, incluso, de optimismo. Ella estaba decidida a hacerlo. No podía dejar que sus temores personales o sensación de pesimismo, le superara en un momento como éste. Y se negó a permitirse regodearse en la autocompasión. Esto ya no se trataba sólo de ella. Se trataba de estas personas, de sus vidas, de sus familias. Le necesitaban. Todos buscaban su ayuda.

Gwen pensó en su padre y se preguntó qué haría él. Sonrió al pensar en él. Habría puesto cara de valiente, pasara lo que pasara. Siempre le había dicho que ocultara el miedo con bravatas, y al pensar en la vida de él, nunca había parecido tener miedo. Ni una vez. Quizás era sólo pose; pero fingía muy bien. Como líder, había sabido que estaba expuesto todo el tiempo, sabía que era el espectáculo que la gente necesita, tal vez incluso más que el liderazgo.

El era demasiado generoso para entregarse a sus miedos. Ella podría aprender de su ejemplo. Ella tampoco lo haría.

Gwen miró a su alrededor y vio a Godfrey marchando junto a ella y junto a él iba Illepra, la curandera; ellos dos iban conversando, y ella se dio cuenta de que los dos parecían gustarse cada vez más, desde uqe Illepra le había salvado la vida. Gwen anhelaba que sus otros hermanos también estuvieran ahí. Pero Reece se había ido con Thor, Gareth por supuesto había desaparecido de su vida para siempre, y Kendrick seguía en algún lugar en el Este, ayudando todavía a reconstruir ese pueblo lejano. Había enviado un mensajero por él – había sido la primera cosa que había hecho – y oró para que le llegara a tiempo para recuperarlo, traerlo a Silesia para estar con ella y ayudar a defenderlo. Al menos, entonces, dos de sus hermanos – Kendrick y Godfrey – podrían refugiarse en Silesia con ella; eso los representaba a ellos. Excepto, por supuesto, su hermana mayor, Luanda.

Por primera vez en mucho tiempo, Gwen pensaba en Luanda. Siempre había tenido una amarga rivalidad con su hermana mayor; no le había sorprendido a Gwen en lo más mínimo que Luanda hubiera aprovechado la primera oportunidad que tuvo para huir de la Corte del Rey y casarse con ese McCloud. Luanda siempre había sido ambiciosa y siempre había querido ser la primera. Gwendolyn la había amado y la había admirado cuando era joven; pero Luanda, siempre competitiva, no había correspondido a su amor. Y después de un tiempo, Gwen había dejado de intentarlo.

Sin embargo ahora Gwen se sentía mal por ella; se preguntaba qué habría sido de ella, ya que los McCloud habían sido invadidos por Andrónico. ¿La asesinarían? Gwen se estremeció ante la idea. Eran rivales, pero al final del día, seguían siendo hermanas y ella no quería verla muerta antes de tiempo.

Gwen pensó en su madre, la otra única persona de su familia que se quedó allá, varada en la Corte del Rey, con Gareth, incluso en su estado. Pensar en ello la hizo estremecer. A pesar de toda la rabia que aún le tenía a su madre, Gwen no quería que terminara como lo hizo ella. ¿Qué pasaría si la Corte del Rey fuera invadida? ¿Su madre sería asesinada?

Gwen no pudo evitar sentir como si su vida cuidadosamente construida se estuviera colapsando alrededor de ella. Parecía que fue ayer que estaban en pleno verano, que era la boda de Luanda, que había una gloriosa fiesta, que la Corte del Rey estaba llena de abundancia, que ella y su familia estaban todos juntos, celebrando – y que el Anillo era inexpugnable. Parecía como si fuera a durar para siempre.

Ahora todo se había hecho pedazos. Nada era como había sido.

Había una fría brisa de otoño, y Gwen puso su suéter de lana azul, firmemente sobre sus hombros. El otoño había sido demasiado corto este año; ya se acercaba el invierno. Ella podía sentir la brisa helada, cada vez más fuerte, con humedad, mientras se dirigían más al norte a lo largo del Cañón. El cielo se estaba oscureciendo antes y el aire estaba lleno de un nuevo sonido – el graznido de las aves de invierno, los buitres rojos y negros que daban vueltas por lo bajo cuando la temperatura disminuía. Graznaban incesantemente, y el sonido a veces era irritante para Gwen. Era como el sonido de la muerte que se acercaba.

Desde que se despidieron de Thor, se habían marchado por el Cañón, siguiendo hacia el norte, sabiendo que les llevaría a la ciudad más occidental de la parte occidental del Anillo – Silesia. Al marchar, la neblina inquietante del Cañón salía en ondas, aferrándose a los tobillos de Gwen.

"No estamos lejos ahora, mi lady", dijo una voz.

Gwen vio a Srog al otro lado de ella, vestido con la armadura roja distintiva de Silesia y flanqueado por varios de sus guerreros, todos usando su cota de malla roja y botas. Gwen había sido tocada por la bondad de Srog hacia ella, por su lealtad a la memoria de su padre, por su ofrecimiento de Silesia como refugio. No sabía qué habría hecho ella y toda esta gente, si no fuera así. Incluso ahora, seguirían  estando en la Corte del Rey, a merced de la traición de Gareth.

Srog era uno de los lores más honorables que había conocido ella. Con miles de soldados a su disposición, con su control de la famosa fortaleza de Occidente, Srog no había necesitado rendir homenaje a nadie. Pero rindió homenaje al padre de ella. Siempre había sido un poder equilibrio de poder discreto. En los tiempos del padre de su padre, Silesia había necesitado a la Corte del Rey; en el tiempo de su padre, no tanto; y en el tiempo de ella, nada en absoluto. De hecho, con la desactivación del Escudo y el caos en la Corte del Rey, ellos eran los que necesitaban a Silesia.

Por supuesto, Los Plateados y La Legión eran los mejores guerreros que existían – como las miles de tropas que acompañaban a Gwen, que abarcaban la mitad del ejército del rey. Sin embargo, Srog, como la mayoría de los lores, pudo simplemente haber cerrado sus puertas y cuidado de su gente.

En cambio, él había buscado a Gwen, había sido leal con ella, y había insistido en ser anfitrión de todos ellos. Había sido un acto de bondad que Gwen había decidida de alguna manera, algún día, retribuirle. Eso si es que todos sobrevivían.

"No tienes que preocuparte", respondió ella con suavidad, poniendo una mano sobre la muñeca de él. "Marcharíamos hasta los confines de la Tierra para entrar en tu ciudad. Somo muy afortunadas de tener tu amabilidad en este difícil momento".

Srog sonrió. Un guerrero de mediana edad con demasiadas arrugas en su cara debido a los combates, con cabello rojo acastañado, un submaxilar fuerte y sin barba, Srog era un hombre de verdad, no sólo un Lord, sino un verdadero guerrero.

"Por su padre, caminaría a través del fuego", respondió. "No tiene nada qué agradecer. Es un gran honor poder saldar mi deuda con él sirviendo a su hija. Después de todo, fue su deseo que usted gobernara. Así que cuando hago algo por usted,  le correspondo a él".

Cerca de Gwen también marchaban Kolk y Brom, y detrás de todos ellos estaba el sonido constante de las miles de espuelas, de espadas tintineando en sus vainas, de escudos chocando contra la armadura. Era una gran cacofonía de ruidos, yendo cada vez más y más lejos hacia el norte a lo largo del borde del Cañón.

"Mi lady", dijo Kolk: "Me siento agobiado por la culpa. No debimos haber dejado a Thor, Reece, y a los demás ir solos al Imperio. Debimos habernos ofrecido más de nosotros para acompañarlos. Me costará la cabeza si le pasara algo a ellos".

"Fue la misión que ellos eligieron", respondió Gwen. "Era una misión de honor. Quien tenía que irse, se fue. La culpabilidad no sirve de nada".

"¿Y qué sucederá si no regresan a tiempo con la Espada?", preguntó Srog.  "No falta mucho para que el ejército de Andrónico aparezca en nuestras puertas".

"Entonces nos opondremos", dijo Gwen confiadamente, poniendo todo el coraje en su voz como pudo, con la esperanza de hacer que los demás se relajaran. Se dio cuenta de que los otros generales se dieron vuelta y la miraron.

"Defenderemos hasta el último golpe", añadió ella. "No habrá retirada, no nos rendiremos".

Sintió que los generales estaban impresionados. Ella quedó impresionada por su propia voz, por la fuerza que surgía dentro de ella, sorprendiéndola incluso a ella. Era la fuerza de su padre, de siete generaciones de reyes MacGil.

Mientras seguían avanzando, el camino se curvaba bruscamente a la izquierda, y mientras Gwen daba la vuelta a la esquina, se detuvo de golpe, sin aliento ante lo que vio.

Silesia.

Gwen recordó que su padre la traía de viaje aquí, cuando era una niña. Era un lugar que recordaba en sus sueños desde entonces, un lugar que  había sido mágico para ella. Ahora, al mirarlo siendo adulta, todavía seguía dejándola sin aliento.

Silesia era la ciudad más inusual que Gwen había visto. Todos los edificios, todas las fortificaciones, toda la piedra – todo fue construido de un antiguo, rojo brillante. La mitad de la parte alta de Silesia, vertical, estaba repleta de parapetos y chapiteles, fue construida en el continente, mientras que la mitad inferior fue construida en el lado del Cañón. Las nieblas turbulentas del Cañón soplaban dentro y fuera, envolviéndolo, haciendo que el rojo brillara y destellara en la luz – y le hacía parecer como si hubiera sido construido en las nubes.

Sus fortificaciones se levantaban treinta metros, coronadas en parapetos y respaldadas por una interminable fila de murallas. El lugar era una fortaleza. Aunque un ejército de alguna manera traspasara sus muros, todavía tendría que bajar a la mitad inferior de la ciudad, hasta los acantilados y pelear en el borde del Cañón. Obviamente, era una guerra que ningún ejército invasor querría librar. Y era por eso que esta ciudad había permanecido de pie durante mil años.

Sus hombres se detuvieron y miraron boquiabiertos, y Gwen podía sentir que todos estaban asombrados también.

Por primera vez en mucho tiempo,  Gwen se sentía optimista. Este era un lugar en donde podían quedarse, lejos del alcance de Gareth; un lugar que podrían defender. Un lugar donde ella podría gobernar. Y tal vez – tal vez – el Reino de MacGil podría levantarse otra vez.

Srog estaba ahí parado, con las manos en su cadera, asimilando todo, como si viera su propia ciudad por primera vez, con los ojos brillando de orgullo.

"Bienvenido a Silesia".




CAPÍTULO SEIS


Thor abrió los ojos al amanecer para ver las olas del mar que se movían suavemente, subiendo y bajando en grandes crestas, cubiertas por la luz tenue del primer sol. El agua amarillo claro del Tartuvio. brillaba en la niebla de la mañana. El barco se movía silenciosamente de un lado a otro en el agua, y el único sonido era el del vaivén de las olas  contra su casco.

Thor se sentó y miró a su alrededor. Sus ojos le pesaban por el agotamiento— de hecho, nunca se había sentido tan cansado en su vida. Habían estado navegando durante días; y todo aquí, en este lado del mundo, se sentía diferente. El aire estaba tan pesado por la humedad, la temperatura era mucho más caliente, era como respirar en un chorro constante de agua. Lo hacía sentir lento, hacía que sus extremidades se sintieran pesadas. Sentía como si hubiera llegado en verano.

Thor miró a su alrededor y vio que todos sus amigos, quienes normalmente se levantaban antes del amanecer, estaban en el suelo, durmiendo. Incluso Krohn, siempre despierto, dormía junto a él. El pesado clima tropical había afectado a todos. Ninguno de ellos siquiera se había molestado en conducir el timón – habían dejado eso días atrás. No tenía sentido: sus velas siempre estaban a mástil completo con un viento del oeste azotador, y las mareas mágicas de este océano constantemente tiraron del barco en una sola dirección. Era como si fueran jalados hacia una dirección, y habían intentado en varias ocasiones de dirigir o cambiar de rumbo, pero fue inútil. Todos se habían resignado a dejar que el Tartuvio los llevara a donde fuera.

De cualquier manera, tampoco sabían hacia qué lugar del Imperio dirigirse, reflexionó Thor. En tanto las mareas los llevaron a tierra firme, pensó él, con eso sería suficiente.

Krohn despertó, gimiendo; luego se inclinó hacia adelante y lamió la cara de Thor. Thor buscó en su saco, que estaba casi vacío y le dio a Krohn el último de sus palos de carne seca. Para sorpresa de Thor, Krohn no lo arrebató de su mano, como  generalmente lo hacía; en cambio, Krohn lo miró, miró el saco vacío y luego miró a Thor de manera significativa. Vaciló para tomar la comida, y Thor se dio cuenta de que Krohn no quería quitarle la última pieza.

Thor estaba conmovido por el gesto, pero él insistió, empujando la carne en el hocico de su amigo. Thor sabía que pronto se quedarían sin comida y rezó para que llegaran a tierra. No tenía ni idea de cuánto tiempo podría tardar el viaje; ¿qué pasa si tardaban varios meses? ¿Qué comerían?

El sol salió rápidamente aquí, brillando más y con más fuerza demasiado temprano y Thor se quedó parado mientras la niebla empezaba a irse del agua y se fue a la proa.

Thor se quedó allí y se asomó, la cubierta se mecía suavemente debajo de él, y vio cómo la niebla se disipaba. Pestañeó, preguntándose si estaba viendo cosas, mientras el contorno de una tierra lejana aparecía en el horizonte. Su pulso se aceleró. Era tierra. ¡Tierra real!

La tierra apareció en una forma inusual: dos largas y estrechas penínsulas varadas en el mar, como los dos extremos de un tridente y mientras la niebla se elevaba, Thor miró a su izquierda y a su derecha y se sorprendió al ver dos franjas de tierra a cada lado de ellos, cada uno a aproximadamente cuarenta y cinco metros de distancia. Estaban siendo absorbidos hacia el centro de una larga ensenada.

Thor silbó, y sus hermanos de La Legión se levantaron. Se abrieron paso con dificultad para ponerse de pie y corrieron a su lado, y se detuvieron en la proa, asomándose.

Todos estaban allí parados, sin aliento ante la vista: las costas eran las más exóticas que habían visto, atestadas de selva, altísimos árboles en la orilla, tan espesos que era imposible ver más allá de ellos. Thor vio los enormes helechos, de nueve metros de altura, inclinándose sobre el agua; árboles amarillos y púrpuras que parecían llegar al cielo; y en todas partes estaban los extraños y persistentes ruidos de las bestias, aves, insectos, y no sabía qué más, gruñendo y lloriqueando y cantando.

Thor tragó saliva con dificultad. Sentía como si estuvieran entrando a un impenetrable reino animal. Todo se sentía diferente ahí; el aire olía diferente, extraño. Nada aquí le recordaba ni remotamente al Anillo. Los otros miembros de La Legión se dieron vuelta y se miraron entre sí, y Thor pudo ver la duda en sus ojos. Todos se preguntaban qué criaturas les esperaban dentro de la jungla.

No es que tuvieran una opción. La corriente les llevó a un camino, y obviamente aquí es donde debían desembarcar para entrar en tierras del Imperio.

"¡Por aquí!", gritó O'Connor.

Corrieron hacia O'Connor del lado de la barandilla, mientras él se inclinaba y apuntaba hacia el agua. Ahí, nadando al lado del barco, había un enorme insecto, de color púrpura luminiscente, de tres metros de largo, con cientos de patas. Brillaba bajo las olas, y después se iba corriendo a lo largo de la superficie del agua; al hacerlo, sus miles de pequeñas alas comenzaron a zumbar, y se levantó justo por encima del agua. Luego volvió a deslizarse a lo largo de la superficie, y luego se hundió por debajo. Luego repitió el proceso de nuevo.

Mientras observaban, de repente subió a lo alto, en el aire, a la altura de los ojos, flotando, mirándolos con sus cuatro grandes ojos verdes. Silbó y todos saltaron hacia atrás involuntariamente, buscando sus espadas.

Elden dio un paso adelantó y lo atacó. Pero para cuando su espada llegó al aire, ya estaba de regreso en el agua.

Thor y los demás salieron volando, estrellándose en la cubierta, mientras su barco se detenía repentinamente, varando en la costa con una sacudida.

El corazón de Thor se aceleró mientras se asomaba sobre el borde: debajo de ellos había una estrecha playa formada por miles de pequeñas rocas irregulares, de color púrpura brillante.

Tierra. Lo habían logrado.

Elden marcó la pauta para el anclaje, y todos la levantaron y la dejaron caer sobre el borde. Cada uno de ellos bajó la cadena, dando un salto y cayendo en la orilla; Thor le dio a Krohn a Elden mientras él caminaba.

Thor suspiró cuando sus pies tocaron tierra. Se sentía tan bien estar en tierra – tierra seca y firme – bajo sus pies. Estaría bien si nunca volviera a navegar en un barco otra vez.

Todos agarraron las cuerdas y arrastraron el barco hasta la costa como podían.

"¿Crees que las mareas se lo llevarán?", preguntó Reece, mirando hacia el barco.

Thor lo miró; parecía seguro en la arena.

"No con esa ancla", dijo Elden.

"La marea no se lo llevará", dijo O'Connor. "La pregunta es si alguien más lo hará".

Thor dio un largo último vistazo al barco y se dio cuenta de que su amigo tenía razón. Incluso si encontraran la Espada, muy bien podrían volver a una costa vacía.

"Y entonces, ¿cómo regresaríamos?", preguntó Conval.

Thor no pudo evitar sentir como si en cada paso del camino, estuvieran quemaban sus puentes.

"Encontraremos la forma", dijo Thor. "Después de todo, debe haber otros barcos en el Imperio, ¿verdad?".

Thor trató de parecer autoritario, para tranquilizar a sus amigos. Pero en el fondo no estaba tan seguro él mismo. Todo este viaje parecía cada vez más amenazador para él.

Al unísono, se volvieron y enfrentaron la selva, mirándola. Era un muro de follaje, oscuro detrás de él. Los ruidos de animales se elevaron en una cacofonía alrededor de ellos, tan fuerte que Thor apenas se oía pensando. Parecía como si todas las bestias del Imperio estuvieran gritando para darles la bienvenida.

O para advertirles.


*

Thor y los otros caminaron unos al lado de los otros con cautela, cada uno de ellos en guardia, a través de la espesa jungla tropical. Era difícil para Thor escucharse pensando, tan persistentes eran los gritos y los llantos de la orquesta de insectos y animales que había alrededor de él. Pero cuando miraba en la oscuridad del follaje, no podría verlos.

Krohn caminó cerca de sus talones, gruñendo, con los pelos parados en la espalda. Thor nunca lo había visto tan alerta. Miró a sus hermanos de armas y vio a cada uno de ellos con una mano apoyada en la empuñadura de su espada, todos ellos nerviosos, también.

Ya llevaban horas haciendo senderismo, cada vez más y más profundamente en la selva; el aire era cada vez más caliente y más pesado,  más húmedo, hacía más difícil respirar. Ellos habían seguido las huellas de lo que parecía haber sido una vez un sendero; unas pocas ramas rotas hacían alusión a la trayectoria del grupo de hombres que habían llegado aquí y que pudieron haber seguido. Thor sólo esperaba que fuera el rastro del grupo que había robado la espada.

Thor levantó la mirada, impresionado por la naturaleza: todo estaba descuidado de proporciones épicas, cada hoja era tan grande como él mismo. Se sentía como un insecto en una tierra de gigantes. Vio algo susurrando detrás de algunas  hojas, pero no pudo identificarlo. Tenía la sensación ominosa de que estaban siendo observados.

El sendero delante de ellos de repente terminaba en un sólido muro de follaje. Todos pararon y se miraron, perplejos.

"¡Pero el camino no puede simplemente desaparecer!", dijo O'Connor, sin esperanza.

"No desapareció", dijo Reece, examinando las hojas. "La selva sólo creció sobre sí misma".

"¿Entonces qué camino tomamos ahora?", preguntó Conval.

Thor se volvió y miró a su alrededor, haciéndose la misma pregunta. En cada dirección había más del denso follaje y no parecía haber ninguna salida. Thor estaba empezando a tener una sensación de desazón y se sentía cada vez más perdido.

Luego tuvo una idea.

"Krohn", dijo, arrodillándose y susurrando al oído de Krohn. "Escala ese árbol. Investiga. Dinos hacia dónde ir".

Krohn lo miró con sus ojos conmovedores, y Thor sintió que le entendía.

Krohn corrió por un enorme árbol, el tronco era del grueso de diez hombres y sin dudarlo, se abalanzó sobre él y lo escaló. Krohn corrió hacia arriba y luego saltó a una de las ramas más altas. Caminó hasta el extremo y se asomó, con las orejas paradas. Thor siempre había percibido que Krohn lo entendía, y ahora sabía con certeza que así era.

Krohn se reclinó e hizo un extraño ronroneo en la parte posterior de su garganta, luego bajó del tronco y se fue hacia una dirección. Los chicos intercambiaron una mirada de asombro, luego todos se volvieron y siguieron a Krohn, hacia esa parte de la selva, empujando hacia atrás las gruesas hojas para poder caminar.

Después de unos minutos, Thor se sintió aliviado al ver que otra vez había un sendero, que los indicios de ramas rotas y del follaje mostraban qué ruta debía seguido el grupo. Thor se agachó y acarició a Krohn, besándolo en la cabeza.

"No sé qué hubiéramos hecho sin él", dijo Reece.

"Ni yo", respondió Thor.

Krohn ronroneaba, satisfecho, orgulloso.

Mientras continuaban yendo más profundamente en la selva, serpenteando, llegaron a un tramo de nuevo follaje, con flores alrededor de ellos, enormes, del tamaño de Thor, rebosantes de todos los colores. Otros árboles tenían frutos del tamaño de una roca, colgando de las ramas.

Todos se detuvieron maravillados, mientras Conval se acercó a uno de los frutos, de color rojo brillante y estiró la mano para tocarlo.

De repente, se escuchó un gran gruñido.

Conval se alejó y agarró su espada, y todos los demás se miraron unos a otros, con ansiedad.

"¿Qué fue eso?", preguntó Conval.

"Vino de allá", dijo Reece, señalando a otra parte de la selva.

Todos se dieron vuelta y miraron. Pero Thor no podía ver nada más que las hojas. Krohn le gruñó.

El ruido se hizo más fuerte, más persistentes, y finalmente, las ramas empezaron a crujir. Thor y los demás dieron un paso atrás, sacando sus espadas y esperaron, temiendo lo peor.

Lo que dio un paso adelante de la selva excedía incluso las peores expectativas de Thor. Allí de pie delante de ellos estaba un enorme insecto, cinco veces el tamaño de Thor, que se asemejaba a una mantis religiosa, con dos patas traseras, dos delanteras más pequeñas que colgaban en el aire y largas garras en los extremos. Su cuerpo era verde fluorescente, cubierto de escamas, y tenía pequeñas alas que zumbaban y vibraban. Tenía dos ojos en la parte superior de su cabeza y un tercer ojo en la punta de su nariz. Se acercó y mostró más garras – escondidas debajo de su garganta – que vibraban y se rompían.

Se quedó ahí parado, por encima de ellos, y otra garra salió de su estómago, un brazo largo y delgado, que sobresalía; de repente, más rápido de lo que cualquiera de ellos pudiera reaccionar, arrebató a O'Connor, con sus tres garras ampliadas y lo envolvió alrededor de su cintura. Lo levantó a lo alto en el aire, como si fuera una hoja.

O'Connor hizo pivotar su espada pero no era ni siquiera lo suficientemente rápido. La bestia lo sacudió varias veces, de repente abrió su hocico, revelando fila tras fila de dientes afilados; hizo a O'Connor hacia un lado y comenzó a bajarlo hacia sí misma.

O'Connor gritó ya que le amenazaba una muerte instantánea y dolorosa.

Thor reaccionó. Sin pensarlo, colocó una piedra en su honda, apuntó y la lanzó en el tercer ojo de la bestia, a la punta de su nariz.

Fue un ataque directo. La bestia gritó, con un ruido espantoso, lo suficientemente alto para partir un árbol; luego soltó a O'Connor, quien cayó dando vueltas y aterrizó en el suelo de la suave selva con un golpe.

La bestia, enfurecida, entonces dirigió su mirada hacia Thor.

Thor sabía que sería inútil tomar una postura y luchar contra esta criatura. Al menos uno de sus hermanos sería asesinado, y probablemente Krohn también, y drenaría cualquier energía valiosa que tenían. Sentía que tal vez se habían entrometido en su territorio, y que si pudieran lograr salir de ahí lo suficientemente rápido, los dejaría en paz.

"¡CORRAN!", gritó Thor.

Se dieron vuelta y corrieron – y la bestia comenzó a perseguirlos.

Thor podía oír el sonido de las pezuñas de la bestia cortando el denso follaje  justo detrás de ellos, surcando el aire y fallando caer en su cabeza por unos pocos centímetros. Las hojas cortadas volaban por el aire y llovían alrededor de él. Todos corrieron al unísono, y Thor creía que si lograban poner suficiente distancia entre ellos, encontrarían una forma de refugiarse. Si no, entonces tendrían que enfrentarlo.

Pero Reece repentinamente se resbaló junto a él, cayendo sobre una rama, de bruces en el follaje, y Thor sabía que no se levantaría a tiempo. Thor se detuvo al lado de ellos, sacó su espada y se interpuso entre él y la bestia.

"¡ SIGAN CORRIENDO!", gritó Thor sobre su hombro a los demás, mientras estaba ahí parado, dispuesto a defender a Reece.

La bestia se lanzó hacia él, chillando y giró su garra hacia el rostro de Thor. Thor se agachó y giró su espada al mismo tiempo y la bestia soltó un grito horroroso mientras Thor cortaba una de sus garras. Un liquidó verde cayó sobre Thor, y él miró hacia arriba y vio con horror cómo le volvía a crecer otra vez la garra, tan rápidamente como la había perdido. Era como si Thor nunca lo hubiese herido.

Thor tragó saliva. Esta sería una bestia imposible de matar. Y ahora la había encolerizado.

La bestia atacó con otro brazo más, que salió de algún otro lugar de su cuerpo y lanzó un golpe a Thor con fuerza en las costillas, haciéndolo volar y cayendo en un grupo de árboles. Entonces la bestia bajó otra garra hacia Thor, y éste sabía que estaba en problemas.

Elden, O'Connor y los gemelos se abalanzaron, y mientras la bestia se acercó con otra garra hacia Thor, O'Connor disparó una flecha en su hocico, alojándose en el fondo de su garganta, haciéndola chillar. Elden tomó su hacha de dos manos y la metió en la espalda de la bestia, mientras Conven y Conval arrojaban cada uno una lanza, alojándose en ambos lados de la garganta. Reece se puso de pie y sumió su espada en el vientre de la bestia. Thor se levantó de un salto y swung su espada en otro de los brazos de la bestia, lo cortándoselo. Y Krohn se unió a ellos, saltando en el aire y hundiendo sus colmillos en su garganta.

La bestia soltó grito tras grito, mientras todos hicieron más daño del que Thor creyó posible. Era increíble para Thor que seguir en pie, sus alas todavía vibraban. Esta bestia simplemente no moriría.

Todos vieron con horror como, una a la vez, la bestia alcanzaba y extraía las lanzas y espadas y el hacha alojados en él – y como al hacerlo, todas sus lesiones sanaron ante sus ojos.

Esta bestia era invencible.

La bestia se inclinó de nuevo y rugió, y todos los hermanos de Thor, de La Legión, miraron asombrados. Todos hicieron su mayor esfuerzo y ni siquiera lograron abollarlo.

La bestia estaba dispuesto a abalanzarse a ellos otra vez, con sus mandíbulas y garras afiladas, y Thor se dio cuenta de que no podían hacer otra cosa. Todos iban a morir.

"¡FUERA DEL CAMINO!", se escuchó un grito repentino.

La voz se escuchó de detrás de Thor, y parecía de un joven. Thor se volvió y vio a un niño pequeño, tal vez de once años, que corría de detrás de ellos, llevando lo que parecía ser un jarro de agua. Thor se agachó y el niño lanzo el agua, salpicando la cara de la bestia.

La bestia se reclinó y chilló, salían chispas de su cara, alcanzando  con sus garras y desgarrando su mejilla, sus ojos, su cabeza. Gritó una y otra vez; el ruido era tan fuerte que Thor tuvo que sostener sus manos sobre sus oídos.

Finalmente, la bestia se volvió y se fue, hacia la selva, perdiéndose en el follaje.

Todos se volvieron y miraron al niño con un nuevo sentimiento de asombro y gratitud. Vestido con harapos, con largo cabello castaño y ojos verde brillante, con una mirada de inteligencia, el muchacho estaba cubierto de tierra y se veía, a juzgar por sus pies descalzos y sucias manos, como si viviera aquí.

Thor nunca había estado más agradecido con nadie.

"Las armas no lastimarán a un Gathorbeast", dijo el muchacho, poniendo los ojos en blanco. "Por suerte escuché los gritos y estaba cerca. Si no, ya estarían muertos. ¿No saben que nunca deben enfrentarse a un Gathorbeast?".

Thor miró a sus amigos, todos sin saber qué decir.

"Nosotros no lo enfrentamos", dijo Elden. "Él nos enfrentó".

"Ellos no los confrontan", dijo el muchacho, "a menos que se entrometan en su territorio”.

"¿Qué se supone que debíamos hacer?", preguntó Reece.

"Bueno, nunca lo miren a los ojos, para empezar", dijo el muchacho. "Y si ataca, pónganse boca abajo hasta que se vaya. Y sobre todo, nunca intenten correr".

Thor se adelantó y puso una mano sobre el hombro del niño.

"Nos salvaste la vida", dijo. "Tenemos una gran deuda contigo".

El muchacho se encogió de hombros.

"No parecen ser de las tropas del Imperio", dijo. "Parece que vinieran de otro lugar del mundo. Así que ¿por qué no ayudarlos? Parecen tener las marcas de ese grupo que vino del barco hace algunos días".

Thor y los demás intercambiaron una mirada de complicidad y se volvieron hacia el niño.

"¿Sabes a dónde fue este grupo?", preguntó Thor.

El muchacho se encogió de hombros.

"Era un grupo grande, y llevaban un arma. Parecía pesada: tuvieron que cargarla entre todos. Los seguí durante días. Eran fáciles de seguir. Se movían con lentitud. También fueron torpes y descuidados. Sé a dónde fueron, aunque no los seguí mucho más allá del pueblo. Puedo llevarlos allí y señalarles la dirección correcta, si lo desean. Pero hoy no".

Los otros intercambiaron una mirada de sorpresa.

"¿Por qué no?", preguntó Thor.

"Será de noche dentro de poco. No pueden estar afuera después de que oscurece".

"¿Pero por qué?", preguntó Reece.

El niño lo miró como si estuviera loco.

"Por los Ethabugs", dijo.

Thor dio un paso adelante y miró al niño. Le simpatizó este chico inmediatamente. Él era inteligente, sincero, valiente y tenía un gran corazón.

"¿Sabes de algún lugar donde podamos refugiarnos para pasar la noche?".

El muchacho miró a Thor, luego se encogió de hombros, pareciendo dudoso. Se quedó allí, vacilante.

"No creo que debería", dijo. "El abuelo se va a enojar".

Krohn repentinamente surgió detrás de Thor y caminó hacia el niño – y los ojos del niño se iluminaron de gusto.

"¡Caramba!", exclamó el muchacho.

Krohn lamió la cara del chico, una y otra vez, y el chico reía de gusto y levantó la mano y acarició la cabeza de Krohn. Entonces el chico se arrodilló, bajó la lanza y abrazó a Krohn. Krohn parecía abrazarlo también, y el chico rió con ganas.

"¿Cuál es su nombre?" preguntó el niño. "¿Qué es?".

"Su nombre es Krohn", dijo Thor, sonriendo. "Es un raro leopardo blanco. Viene del otro lado del océano. Del Anillo. De donde somos. Le agradas".

El chico besó a Krohn varias veces y finalmente se puso de pie y miró a Thor.

"Bueno", dijo el chico, vacilante, "supongo que puedo llevarlos a nuestro pueblo. Esperemos que el abuelo no se enoje demasiado. Si lo hace, no están de suerte. Síganme. Tenemos que darnos prisa. Pronto será de noche".

El chico se volvió y rápidamente siguió su camino a través de la selva y Thor y los demás lo siguieron. A Thor le sorprendió la destreza del chico, lo bien que conocía la selva. Era difícil de mantenerse a la misma distancia.

"La gente viene por aquí de vez en cuando", dijo el muchacho. "El océano, las mareas, los conduce justo al puerto. Algunas personas vienen del mar y cortan paso aquí, en su camino hacia otro lugar. La mayoría de ellos no logra sobrevivir. Se los come una cosa o la otra en la selva. Ustedes tuvieron suerte. Hay peores cosas que esa Gathorbeast".

Thor tragó saliva.

¿"Peor que eso? ¿Qué cosa?".

El chico negó con la cabeza, continuando su camino.

"No querrán saberlo. He visto algunas cosas horribles aquí".

"¿Cuánto tiempo llevas aquí?", preguntó Thor, con curiosidad.

"Toda mi vida", dijo el muchacho. "Mi abuelo nos trajo cuando yo era pequeño".

Pero, ¿por qué aquí, a este lugar? Seguramente habrá lugares más hospitalarios".

"No conocen el Imperio, ¿verdad?", preguntó el niño. "Las tropas están en todas partes. No es tan fácil mantenerse fuera de su vista. Si alguna vez nos atrapan, nos capturarán como esclavos. Pero rara vez vienen aquí – tan profundo en la selva".

Mientras cortaban paso a través de un parche de follaje espeso, Thor estiró la mano para quitar una hoja de su camino, pero el chico se volvió y quitó la mano de Thor, gritando:

"¡NO TOQUES ESO!".

Todos se detuvieron y Thor miró la hoja que casi había tocado. Era grande y amarilla y parecía bastante inocente.

El niño extendió la mano con su vara y tocó suavemente la punta de la misma; al hacerlo, la hoja de repente se envolvió en sí misma sobre la vara,  increíblemente rápido, seguido de un silbido, mientras la punta de la vara se evaporaba.

Thor estaba atónito.

"Es una hoja de Rankle", dijo el muchacho. "Es veneno. Si la tocó, le faltaría una mano ahora".

Thor miró alrededor de todo el follaje con un nuevo respeto. Se maravilló de la suerte que tenían al encontrar a este muchacho.

Continuaron su caminata, Thor manteniendo sus manos cerca de su cuerpo, igual que los demás. Intentaron ser más cuidadoso acerca de por dónde caminaban.

"Quédense cerca unos de los otros y sigan exactamente mis pasos", dijo el muchacho. "No toquen nada. No traten de comer las frutas. Y tampoco huelan esas flores – a menos que quieran morir".

"Oye, ¿qué es eso?", preguntó O'Connor, volteando y mirando una enorme fruta colgando de una rama, larga y estrecha, amarillo brillante.  O'Connor dio un paso hacia ella, extendiendo la mano.

"¡NO!", gritó el muchacho.

Pero ya era demasiado tarde. Al tocarla, el suelo se abrió debajo de todos ellos, y Thor sintió que se resbalaba, corriendo hacia abajo por una colina con lodo y agua. Quedaron atrapados por un alud de lodo y no podían parar.

Todos gritaban mientras resbalaban en el lodo, cientos de metros, hacia las oscuras profundidades de la selva.




CAPÍTULO SIETE


Erec estaba sentado en su caballo, jadeando, preparándose para atacar a los doscientos soldados que estaban frente a él. Él había luchado valientemente y había logrado derribar a los primeros cien – pero ahora sus hombros estaban débiles, sus manos temblorosas. Su mente estaba dispuesto a luchar por siempre – pero no sabía cuánto tiempo aguantaría su cuerpo. Sin embargo, pelearía con todas sus fuerzas, como había hecho toda su vida, y dejaría que el destino decidiera por él.

Erec gritó y pateó al caballo desconocido que había robado a uno de sus rivales y se dirigió hacia los soldados.

Ellos también atacaron, emparejando el grito solitario de batalla de él con los suyos, feroces. Ya había sido derramada demasiada sangre sobre este campo, y claramente nadie se iría sin que la otra parte estuviera muerta.

Al ir al ataque, Erec había sacado un cuchillo de lanzar de su cinturón, apuntó y lo arrojó al soldado al mando. Fue un tiro perfecto,  se alojó en su garganta, y el soldado agarró su garganta, dejando caer las riendas y cayó de su caballo. Como Erec había esperado, cayó a los pies de los otros caballos, ocasionando que varios tropezaran con él y se estrellaran en el suelo.

Erec arrojó una lanza con una mano, teniendo un escudo en la otra, bajó su protector frontal y se fue a la carga con todo lo que tenía. Iría a la carga contra este ejército lo más rápido y  fuerte que podía, daría los golpes que se necesitaran y acabaría con esto.

Erec gritó mientras iba al ataque hacia el grupo. Todos sus años de los torneos le habían servido bien, y usó la jabalina larga expertamente para sacar a un soldado tras otro, derribándolos en serie. Se agachó bajo y con su otra mano se protegió con el escudo; sintió una lluvia de golpes descender sobre él, sobre su escudo, sobre su armadura, de todas  direcciones. Lo golpearon espadas y hachas y mazas, era una tormenta de metal y Erec rezó para que su armadura aguantara. Se aferró a su jabalina, sacando tantos soldados como pudo mientras iba al ataque, cortando camino a través del enorme grupo.

Erec no se detuvo y después de unos minutos de montar a caballo, finalmente salió por el otro lado, hacia el aire libre, habiendo cortado un camino de devastación al centro del grupo de soldados. Él había eliminado a por lo menos una docena de soldados – pero había sufrido por ello. Jadeó con fuerza, su cuerpo le dolía, el sonido de metal aún resonaba en sus oídos. Sentía como si hubiera sido puesto en el molinillo. Miró hacia abajo y vio que estaba cubierto de sangre; por suerte, no sentía heridas importantes. Parecían ser rasguños y cortadas sin importancia.

Erec cabalgó en un amplio círculo, hacia atrás, preparándose para enfrentar al ejército otra vez. Ellos, también, habían dado la vuelta,  preparándose para ir al ataque una vez más. Erec estaba orgulloso de sus victorias hasta el momento, pero le estaba siendo más difícil recuperar el aliento, y sabía que otro ataque con este grupo podría acabar con él. No obstante, se preparó para ir a la carga de nuevo, nunca dispuesto a alejarse de un combate.

De repente se escuchó un grito inusual  detrás del ejército, y Erec primero se sintió confundido al ver a un contingente de soldados atacando la retaguardia. Pero luego reconoció la armadura, y su corazón se aceleró: era su gran amigo de Los Plateados, Brandt, junto con el Duque y docenas de sus hombres. El corazón de Erec se desplomó cuando descubrió a Alistair entre ellos. Le había pedido que se quedara en la seguridad del castillo, y no le había hecho caso. Por eso la amaba más de lo que podía decir.

Los hombres del Duque atacaron al ejército desde atrás, con un feroz grito de batalla, provocando el caos. La mitad del ejército se volvió para enfrentarse a ellos, y lo hicieron con un gran sonido de metal; Brandt liderando el camino con su hacha de dos manos. Atacó al soldado líder, cortándole la cabeza, después movió su hacha con el mismo movimiento y la alojó en el pecho de otro hombre.

Erec, inspirado, recibió un segundo aire: tomó ventaja del caos y fue al ataque de la otra mitad del ejército. Mientras galopaba, se inclinó y le arrebató una lanza que sobresalía de la tierra, se reclinó y la arrojó con la fuerza de diez hombres. La lanza atravesó la garganta de un solado y siguió adelante, alojándose en el pecho de otro.

Erec entonces levantó su espada por lo alto y lo plantó en el primer soldado que viera, cortar el mango de la maza en la mitad, después girando y cortando la cabeza del hombre.

Erec continuaba luchando, lanzándose al grupo de hombres con toda su energía restante, empujando, bloqueando, parando, atacando a todos los soldados que lo atacaban por todos lados. Alternativamente levantó su escudo, bloqueó golpe tras golpe y atacó; en pocos momentos, los soldados fueron convergiendo alrededor de él, docenas de ellos, atacándolo desde todas las direcciones.

Mató a más de los que podía contar, pero había demasiados, incluso aunque los soldados del Duque estuvieran atendiendo la retaguardia. Uno de ellos lanzó un golpe con su maza a Erec, en la espalda, entre sus omóplatos; Erec gritó de dolor mientras la bola de metal con picos aterrizaba en su columna vertebral. Cayó de su caballo, hasta el suelo, el impacto lo dejó sin aire.

Pero no se rindió. Sus instintos se alertaron y tuvo la entereza para rodar inmediatamente, levantar su escudo y bloquear un golpe que descendía hacia su cabeza. Entonces lo detuvo con su espada, cortando el brazo del hombre.

Un soldado iba a aplastar la cabeza de Erec, pero Erec se quitó del camino, giró y le cortó las patas al caballo, enviando a su jinete al suelo; Erec luego giró y apuñaló al hombre en el pecho.

Más y más hombres convergieron cerca de Erec, y se puso de rodillas y bloqueó golpe tras golpe, contestándolos cuando podía, conforme llegaban. Sus hombros se estaban debilitando. Un caballero particularmente grande, con una barba larga y recta se adelantó y levantó un hacha por lo alto. Erec elevó su escudo para bloquearlo, pero otro soldado lo pateó de su mano, y antes de que pudiera reaccionar, un tercer soldado le pisó el pecho, dejándolo inmovilizado. Eran demasiados, y Erec estaba demasiado cansado. No quedaba nada que pudiera hacer sino observar al caballero enorme girar su hacha.





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En UNA PROMESA DE GLORIA (Libro #5 de El Anillo del Hechicero), Thor se embarca con sus amigos de La Legión en una búsqueda épica en la vasta selva del Imperio para intentar encontrar la antigua Espada del Destino y salvar al Anillo. Las amistades de Thor se profundizan mientras viajan a nuevos lugares, enfrentan monstruos inesperados y luchan en una batalla inimaginable. Encuentran tierras exóticas, criaturas y personas más allá de lo que podrían haber imaginado, a cada paso de su viaje aumenta el peligro. Tendrán que convocar todas sus habilidades si quieren sobrevivir, mientras siguen el rastro de los ladrones, más y más profundamente en el Imperio. Su búsqueda les llevará hacia el corazón del Inframundo, uno de los siete reinos del infierno, donde los No Muertos gobiernan, y los campos se alinean con los huesos. Mientras Thor debe invocar sus poderes, más que nunca, se esfuerza por comprender su naturaleza. De regreso al Anillo, Gwendolyn debe guiar a la mitad de la Corte del Rey al bastión occidental de Silesia, una antigua ciudad encaramada en el borde del Cañón que ha resistido por mil años. Las fortificaciones de Silesia le han permitido sobrevivir todos los ataques a lo largo de cada siglo – pero nunca ha enfrentado el asalto de un líder como Andrónico, de un ejército de un millón de hombres. Gwendolyn aprende lo que es ser reina, cuando toma el papel de lideresa, Srog, Kolk, Brom, Steffen, Kendrick y Godfrey a su lado, preparándose para defender la ciudad de la guerra masiva que está por llegar. Mientras tanto, Gareth desciende más profundo a la locura, tratando de defenderse de un golpe de estado que haría que lo asesinaran en la Corte del Rey; mientras, Erec lucha por su vida para salvar a su amor, a Alistair y a la ciudad del Duque, Savaria, mientras el escudo caído permite la invasión por las criaturas salvajes. Y Godfrey, revolcándose en la bebida, tendrá que decidir si está listo para deshacerse de su pasado y convertirse en el hombre que su familia espera que sea. Mientras todos luchan por sus vidas y las cosas parecen que no podrán empeorar, la historia termina con dos giros impactantes. ¿Gwendolyn sobrevivirá el asalto? ¿Thor sobrevivirá el Imperio? ¿Encontrarán la espada del Destino? Con su mundo sofisticado y caracterización, UNA PROMESA DE GLORIA (A VOW OF GLORY) es un relato épico de amigos y amantes, de rivales y pretendientes, de caballeros y dragones, de intrigas y maquinaciones políticas, de llegar a la mayoría de edad, de corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una historia de honor y valor, de destino, de hechicería. Es una fantasía que nos lleva a un mundo que nunca olvidaremos, y que gustará a gente de todas las edades y géneros. Son 75. 000 palabras.

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