Книга - Solo los Valientes

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Solo los Valientes
Morgan Rice


"¡Morgan Rice lo hizo de nuevo! Construyendo un fuerte conjunto de personajes, la autora nos ofrece otro mundo mágico. SOLO LOS DIGNOS está lleno de intrigas, traiciones, amistades inesperadas y todos los buenos ingredientes que te harán saborear cada una de las páginas. Lleno de acción, leerás este libro en el borde de tu asiento".--Books and Movie Reviews, Roberto MattosDe Morgan Rice, la autora número uno en ventas de LA SENDA DE LOS HÉROES (una descarga gratuita con más de 1.000 críticas de cinco estrellas), llega una fascinante nueva serie de fantasía.En SOLO LOS VALIENTES (El Camino del Acero—Libro 2), Royce, de 17 años, huye en busca de su libertad. Se reúne con los campesinos mientras intenta rescatar a sus hermanos y huir para siempre.Genevieve, mientras tanto, aprende un secreto espantoso, uno que afectará el resto de su vida. Ella debe decidir si arriesgar su propia vida para salvar la de Royce, aunque él piense que ella lo traicionó.La aristocracia se prepara para la guerra contra el campesinado, y sólo Royce puede salvarlos. Pero la única esperanza de Royce reside en sus poderes secretos, poderes que ni siquiera está seguro de que tenga.SOLO LOS VALIENTES teje un cuento épico de amigos y amantes, de caballeros y honor, de traición, destino y amor. Una historia de valor, que nos lleva a un mundo de fantasía del que nos enamoraremos, y que atrae a todas las edades y géneros. El libro #3 de la serie - SOLO LOS DESTINADOS- ya está disponible para reservar.







SOLO LOS VALIENTES



(EL CAMINO DEL ACERO – LIBRO DOS)



MORGAN RICE


Morgan Rice



Morgan Rice es la autora de la serie bestseller #1 de fantasía épica y de USA Today, EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie de libros #1 en ventas, EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de doce libros; de la serie de libros #1 en ventas, LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, un thriller post apocalíptico que consta de tres libros; y de la serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS, que consta de seis libros; de la serie de fantasía épica CORONAS Y GLORIA, compuesta por ocho libros; de la serie de fantasía épica UN TRONO PARA LAS HERMANAS, compuesta por ocho libros (y contando); de la nueva serie de ciencia ficción LAS CRÓNICAS DE LA INVASIÓN, compuesta por cuatro libros; de la nueva serie de fantasía OLIVER BLUE Y LA ESCUELA DE VIDENTES, compuesta por tres libros (y contando); y de la nueva serie de fantasía épica EL CAMINO DEL ACERO, compuesta por tres libros (y contando). Los libros de Morgan están disponibles en ediciones impresas y como audiolibros, y sus traducciones están disponibles en más de 25 idiomas.

¡A Morgan le encantaría saber de ti, así que no dudes en visitar www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com) para unirte a la lista de correo electrónico, recibir un libro gratis, regalos, descargar la aplicación gratuita, recibir las últimas noticias exclusivas, conectarte en Facebook y Twitter, y mantenerte en contacto!


Elogios Dirigidos a Morgan Rice



“Si pensaste que ya no había razón para vivir después de terminar la serie de EL ANILLO DEL HECHICERO, te equivocaste. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice nos presenta lo que promete ser otra brillante serie, sumergiéndonos en una fantasía de troles y dragones, de valor, honor, intrepidez, magia y fe en tu destino. Morgan ha logrado producir otro fuerte conjunto de personajes que nos hacen animarlos en cada página.… Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores que aman la fantasía bien escrita.”

--Books and Movie Reviews

Roberto Mattos



“Una fantasía llena de acción que satisfará a los fanáticos de las novelas anteriores de Morgan Rice, junto con sus fans de trabajos tales como EL LEGADO (THE INHERITANCE CYCLE) de Christopher Paolini…. Los fans de Ficción para Jóvenes Adultos devorarán este trabajo más reciente de Rice y pedirán aún más.”

--The Wanderer, A Literary Journal (regarding Rise of the Dragons)



“Una fantasía con espíritu que une elementos de misterio e intriga en su historia. La Senda de los Héroes se trata del desarrollo de la valentía y sobre tener un propósito en la vida que llega al crecimiento, madurez, y excelencia… Para los que buscan aventuras fantásticas sustanciosas, los protagonistas, dispositivos y la acción proporcionan un vigoroso conjunto de encuentros que se enfocan en la evolución de Thor, de un niño soñador a un joven adulto enfrentándose a probabilidades imposibles de sobrevivir… Solo el inicio de lo que promete ser una serie épica para jóvenes adultos.”

--Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer)



“EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para un éxito instantáneo: tramas, contratramas, misterio, caballeros valientes, y relaciones crecientes llenas de corazones rotos, decepción y traiciones. Te mantendrá entretenido por horas, y satisfará a todas las edades. Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores de fantasía.”

--Books and Movie Reviews, Roberto Mattos



“En este primer libro lleno de acción en la serie de fantasía épica el Anillo del Hechicero (que ya cuenta con 14 libros), Rice les presenta a los lectores a un joven de 14 años llamado Thorgrin “Thor” McLeod, cuyo sueño es unirse a la Legión de Plata, los caballeros de élite que sirven al Rey…. La escritura de Rice es sólida y la premisa intrigante.”

--Publishers Weekly


Libros de Morgan Rice



OLIVER BLUE Y LA ESCUELA DE VIDENTES

LA FÁBRICA MÁGICA (Libro #1)

LA ESFERA DE KANDRA (Libro #2)

LOS OBSIDIANOS (Libro #3)

EL CETRO DE FUEGO (Libro #4)



LAS CRÓNICAS DE LA INVASIÓN

TRANSMISIÓN (Libro #1)

LLEGADA (Libro #2)

ASCENSO (Libro #3)



EL CAMINO DEL ACERO

SOLO LOS DIGNOS (Libro #1)

SOLO LOS VALIENTES (Libro #2)



UN TRONO PARA LAS HERMANAS

UN TRONO PARA LAS HERMANAS (Libro #1)

UNA CORTE PARA LOS LADRONES (Libro #2)

UNA CANCIÓN PARA LOS HUÉRFANOS (Libro #3)

UN CANTO FÚNEBRE PARA LOS PRÍNCIPES (Libro #4)

UNA JOYA PARA LA REALEZA (Libro #5)

UN BESO PARA LAS REINAS (Libro #6)

UNA CORONA PARA LAS ASESINAS (Libro #7)



DE CORONAS Y GLORIA

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1)

CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA (Libro #2)

CABALLERO, HEREDERO, PRÍNCIPE (Libro #3)

REBELDE, POBRE, REY (Libro #4)

SOLDADO, HERMANO, HECHICERO (Libro #5)

HÉROE, TRAIDORA, HIJA (Libro #6)

GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO (Libro #7)

VENCEDOR, DERROTADO, HIJO (Libro #8)



REYES Y HECHICEROS

EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)

EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2)

EL PESO DEL HONOR (Libro #3)

UNA FORJA DE VALOR (Libro #4)

UN REINO DE SOMBRAS (Libro #5)

LA NOCHE DEL VALIENTE (Libro #6)



EL ANILLO DEL HECHICERO

LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)

LA MARCHA DE LOS REYES (Libro #2)

EL DESTINO DE LOS DRAGONES (Libro #3)

UN GRITO DE HONOR (Libro #4)

UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)

UNA CARGA DE VALOR (Libro #6)

UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)

UNA SUBVENCIÓN DE ARMAS (Libro #8)

UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)

UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10)

UN REINO DE HIERRO (Libro #11)

UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)

UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)

UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)

UN SUEÑO DE MORTALES (Libro #15)

UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)

EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)



LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA

ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1)

ARENA DOS (Libro #2)

ARENA TRES (Libro #3)



LA CAÍDA DE LOS VAMPIROS

ANTES DEL AMANECER (Libro #1)



EL DIARIO DEL VAMPIRO

TRANSFORMACIÓN (Libro #1)

AMORES (Libro #2)

TRAICIONADA (Libro #3)

DESTINADA (Libro #4)

DESEADA (Libro #5)

COMPROMETIDA (Libro #6)

JURADA (Libro #7)

ENCONTRADA (Libro #8)

RESUCITADA (Libro #9)

ANSIADA (Libro #10)

CONDENADA (Libro #11)

OBSESIONADA (Libro #12)


¿Sabías qué he escrito diferentes series? ¡Si no las has leído todas, da clic en la imagen debajo para descargar y comenzar con las series!






(http://www.morganricebooks.com/)


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Derechos de autor © 2018 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. Excepto como permitido bajo el Acta de 1976 de EE. UU. de Derechos de Autor, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en ninguna forma o medio, o guardada en una base de datos o sistema de recuperación, sin el permiso previo del autor. Este e-book otorga licencia solo para uso personal. Este e-book no puede ser revendido o pasado a otras personas. Si deseas compartir este libro con otra persona, por favor compra una copia adicional para cada destinatario. Si estás leyendo este libro, pero no lo compraste, o si no fue comprado solo para tu uso, por favor regrésalo y compra tu propia copia. Gracias por respetar el trabajo duro de este autor. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, negocios, organizaciones, lugares, eventos, e incidentes son o producto de la imaginación del autor o usados de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es completa coincidencia. Jacket image Copyright Dm_Cherry, usado bajo licencia de Shutterstock.com.


CONTENIDO



CAPÍTULO UNO (#uf62e814d-2692-5b91-b29e-5edc0ee85adb)

CAPÍTULO DOS (#u9b9d9b58-a4b3-5fc5-8193-a593793c5df6)

CAPÍTULO TRES (#u0628e99a-0b85-5a17-8d56-93c565f33b35)

CAPÍTULO CUATRO (#u60924b30-813f-58b6-b424-ac359841df9e)

CAPÍTULO CINCO (#u76b5f36f-d5a0-5281-b05c-d95b5686fc83)

CAPÍTULO SEIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO SIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO OCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO NUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIEZ (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO ONCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DOCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TRECE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO CATORCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO QUINCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIDÓS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTITRÉS (#litres_trial_promo)




CAPÍTULO UNO


Royce tomó el primer caballo que encontró y cabalgó, sin importarle los gritos detrás, aferrándose a la espalda del animal mientras flechas pasaban volando frente a sus ojos. Su mente iba casi tan rápida cómo su caballo, pensando en el noble qué acababa de matar con esa lanza.

Peor aún, su mente se llenaba de pensamientos sobre Genevieve, sin poder quitar de su cabeza esa imagen de ella parada ahí, arriba del pozo, a un lado del hombre por el que lo había cambiado. Esos pensamientos eran casi tan fuertes como para querer detenerse y dejar que lo alcanzaran los hombres detrás. Pero lo que lo impulsaba a seguir era su enojo, haciéndolo galopar cada vez más rápido.

Más y más flechas llegaban por detrás, golpeando en las paredes de piedra a su alrededor y clavándose entre la madera y arcilla. La gente saltaba a los lados para intentar esquivar al veloz caballo, y Royce hacía su mayor esfuerzo para evitar chocar contra alguien. Lo qué significaba una constante lucha con las riendas, moviendo la cabeza del caballo de aquí para allá, escuchando el golpeteo de las pezuñas en la piedra debajo.

Más pezuñas se unieron al coro en staccato, con jinetes arriba, intentando alcanzar a Royce. Algunos de ellos parecían ser caballeros, pero más que eso, sargentos de guerra, haciendo el trabajo sucio de sus superiores, mientras los nobles se mantenían seguros.

“¡Vayan tras él!” gritó uno de ellos. “¡Maten al asesino!”

Royce sabía que no tenía esperanza de un acuerdo pacífico si lo atrapaban. La pena por asesinato era la muerte, y había asesinado a un duque frente a los ojos de todos. No se rendirían hasta que se aseguraran de atraparlo, o hasta que no lo pudieran encontrar nunca más.

Por ahora, todo lo que podía hacer era mantenerse al frente de ellos, confiando en un caballo robado, lidiando con los tirones y cambios de dirección, deseando no caerse. Royce sostenía la espada de cristal con fuerza, sin querer aflojar su agarre ni un segundo.

Un jinete se acercó demasiado, con una lanza en posición para clavársela. Royce cortó la cabeza del arma y luego golpeo al hombre que la sostenía. Cayó al suelo desde su caballo, y Royce siguió cabalgando.

Había más de ellos tras él, muchos más. Aún con la fuerza y habilidad que tenía, Royce dudaba poder luchar contra todos ellos al mismo tiempo. En lugar de eso, siguió adelante en su caballo robado, y mientras lo hacía, pensaba en cómo podía escapar de aquí.

Salió del pueblo, el fuerte sobre su cabeza quedaba a su espalda, mientras Royce continuaba a través de campo abierto, tomando las crestas y los surcos del campo a su paso. Pequeños arroyos corrían entre estas, y Royce tomaba las partes más angostas, haciendo saltar a su caballo en lugar de cruzarlos. Cada paso incorrecto era un paso más cerca del grupo de jinetes detrás de él.

Se dirigió hacia las paredes de las granjas, el caballo esquivando la piedra seca sin tocarla. Royce dio un vistazo detrás y vio como uno de los caballos persiguiéndolo chocó con la pared y caía, llevándose consigo al jinete en su espalda. Pero no era suficiente. Otro de los jinetes se puso a un lado de Royce, lanzándose desde su caballo para intentar tirar a Royce de su silla. Royce se aferró a su caballo, su propia fuerza manteniéndolo en su lugar al recibir al soldado con su codo y cabeza. Vio el resplandor de una daga cuando el hombre se preparaba para enterrarla en su espalda, Royce logró voltearse a tiempo, empujando al hombre con todas sus fuerzas.

El guardia cayó del caballo en movimiento, golpeando el suelo en seco, inmóvil. Royce taconeo a su caballo y siguió al frente, pero la brecha entre él y el grupo detrás se había acortado ahora.

Royce sabía que era imposible escapar de los hombres detrás de él solo corriendo. Estaban determinados, y él no tenía idea sí su caballo podría aguantar más que los otros. E incluso si pudiera, sería cuestión de tiempo antes de que la flecha de un arco largo lastimara a la criatura lo suficiente para que no pudiera continuar.

Tenía que pensar en una mejor solución.

Delante de él podía ver un barranco cubierto por un pequeño puente. Royce ignoró el puente, y se dirigió a un lugar donde un gran tronco de árbol se extendía por la brecha. Cuando era niño, él y sus hermanos habían atravesado corriendo ese árbol, hacia la pequeña zona boscosa más allá. Royce no tenía idea si el caballo en el que iba lograría cruzar.

Pero era su mejor opción, guio al animal en dirección al tronco, forzándolo a subir sin dejar de moverse. Royce sintió como una de sus patas resbalaba, y por un momento, se quedó sin aliento, pero se las arregló para mantener al animal sobre el tronco seco.

Más flechas pasaban rozando a Royce mientras él buscaba llegar a tierra sólida. Royce se dio la vuelta, viendo a los caballos detrás frustrados ante la perspectiva de cruzar por ahí. Golpeó el tronco con la espada de cristal, y sintió cómo cedía, cayendo hasta el rio debajo.

“Eso no los detendrá mucho,” le susurró a su caballo, empujándolo hacia delante de nuevo mientras los hombres del otro lado daban vuelta a sus caballos, galopando hacia el lugar en donde se encontraba el puente.

Le daría un minuto o dos a lo mucho, y Royce sabía que tenía que aprovecharlos al máximo para poder huir. Al mismo tiempo, sabía que no podía solo correr. Huir no le conseguiría nada. Huir no cambiaría nada.

Continúo hacía el bosque a toda velocidad, intentando pensar mientras esquivaba las ramas bajas, tratando de no ser descubierto. El bosque estaba en silencio salvo por los sonidos de algunas criaturas pequeñas y el canto de los pájaros, el fluir del agua y el crujido de los árboles. En algún lugar a lo lejos, podía escuchar el sonido de alguien tocando una flauta. Royce esperaba que el sonido no atrajera a los soldados hacia él. No quería traerle problemas a nadie más.

Ese pensamiento lo hizo detenerse entre los árboles. Los hombres detrás de él lo seguirían a la aldea si entra y, sin embargo, si no lo hace, Royce podría nunca conseguir ayuda. Peor aún, los hombres del duque podrían descender sobre ella de todos modos, decididos a castigar a todos aquellos relacionados con el muchacho que había provocado la muerte del duque.

Necesitaba encontrar una forma de distraer a los guardias de ir a la aldea y conseguir suficiente tiempo para hacer todo lo que necesitaba hacer.

El sonido de la flauta llegó a los oídos de Royce de nuevo, y rápidamente se dirigió a esa dirección, guiando a su caballo entre los árboles. Royce iba tan rápido como podía. Tenía muy en cuenta el poco tiempo que le había dado el cruzar el barranco sobre el árbol, y ahora, sentía que necesitaba todos los segundos que pudiera encontrar.

Se encontró con el primer cerdo un minuto después, escondido entre los lechos del bosque buscando fruta u hongos, o algo más. Era tan grande que le hubiera llegado a la cintura de Royce si no estuviera sobre su caballo, olfateaba todo a su paso, totalmente sin darse cuenta.

Más de ellos salían de entre los árboles, olfateando y cazando todo lo que sea que pudieran comer, todos pintados con las marcas de un par de granjas. La música de la flauta se escuchaba más cerca ahora, y entre un grupo de alisos, Royce pudo diferenciar la silueta de un chico sentado en el tronco de un roble caído.

“¡Hey tú!,” gritó el chico cuando vio a Royce pasar, agitando su brazo y deteniendo el sonido. “No vengas cabalgando así de rápido por aquí. Los cerdos son tranquilos, pero sí los asustas, son grandes cómo pa’ tumbar tu caballo.”

“Hay hombres que vienen hacia acá,” dijo Royce, pensando que la mejor manera de hacer esto era ser directo. Un joven como este no apreciaría que alguien tratara de engañarlo. “Hombres que me quieren capturar, o matar.”

El porquero se mostró preocupado al escuchar eso. “¿Y eso qué tiene que ver conmigo?” preguntó. “Yo solo estoy aquí pastoreando a mis cerdos.”

“¿Crees que a ellos les importará eso?” Royce preguntó. Todo campesino sabía cómo eran los hombres del duque, y lo peligroso qué era el atravesarse en su camino mientras cazaban.

“No,” dijo el porquero. Volteó la mirada hacia Royce. “¿Y por qué te están cazando?”

Royce sospechó qué sí le decía la verdad al chico, sería demasiado para él. Pero ¿qué otra opción tenía? Difícilmente podría decir que era un ladrón.

“Soy… Yo maté al duque,” contestó Royce, sin saber qué otra cosa decir. No le podía preguntar al chico lo qué le iba a preguntar sin haberle dicho antes la verdad. “Sus hombres me están persiguiendo, y si me atrapan, me matarán.”

“Entonces, ¿planeas traerlos hacia mis cerdos?” dijo el porquero. “Y ¿qué pasará conmigo si estoy aquí cuando lleguen?”

“Tengo una idea para eso,” contestó Royce. Saltó de su caballo, sosteniendo las riendas y dándoselas al chico. “Toma mi caballo. Cabalga lejos de aquí. Es nuestra mejor opción”

“¿Quieres qué pretenda ser tú?” reclamó el porquero. “¿Después de lo que hiciste? La mitad del reino estará buscándome.”

Royce asintió. Los dos no se parecían en nada; Royce era mucho más grande y musculoso, y aunque ambos tenían el cabello rubio hasta los hombros, no se veían como el mismo. Sus características eran diferentes también; las del porquero eran redondas y hogareñas, y Royce tenía la mandíbula cuadrada y afilada por la violencia.

“No por mucho. Puedes cabalgar, ¿cierto?”

“Sí, mí pa’ insistió. Solía galopar el caballo de carga por los campos.”

“Este caballo irá mucho más rápido que un galope,” le prometió Royce, aún con las riendas en sus manos. “Toma el caballo, cabalga al frente de ellos por un rato, y luego déjalo ir cuando no te puedan ver. No sabrán que eras tú en el caballo, y ellos aún me seguirán buscando.”

Royce estaba seguro de que esto funcionaría. Si el porquero se podía quedar delante del enemigo, entonces estaría a salvo cuando lo perdieran de su vista.

“¿Y eso es todo lo que tengo que hacer?” preguntó el porquero. Royce podía ver que lo estaba considerando.

“Solo aléjalos de cualquier aldea,” dijo. “Necesito regresar a la mía, y tú podrás regresar a la tuya en cuanto los pierdas.”

“¿Así que solo buscas una manera para salirte con la tuya?” preguntó el chico.

Royce lo entendía. El porquero no quería ayudar con algo tan despiadado como eso. Pero no era solo eso. No lo era, ni siquiera en el momento en que lanzó la lanza.

“Nos oprimen de todas las maneras posibles,” dijo Royce. “Toman y toman, y nunca nos dan nada a cambio. El duque tomó a la mujer que yo amaba y se la dio a su hijo. Me encarceló en una isla donde vi cómo masacraban a muchachos de mi edad. ¡Tuve que luchar hasta la muerte en un pozo! Es hora de que cambiemos las cosas. Es hora de que mejoremos las cosas,”

Podía ver al chico considerándolo.

“Si no regreso a mi aldea, mucha gente morirá,” dijo Royce. “Pero si yo voy y ellos me siguen, aún más lo harán. Necesito tu ayuda,”

El porquero dio un paso adelante. “¿Me pagarán por esto?”

Royce extendió sus manos. No tenía nada. “Si puedo encontrarte de nuevo, encontraré la manera de pagarte. ¿Cómo te encuentro?”

“Soy Berwick, de Upper Lesham.”

Royce asintió, y eso pareció ser suficiente para el porquero. Tomó el caballo de Royce y lo montó, lo guio hacia adelante y se puso en marcha a través de los árboles en una dirección que no tenía nada que ver con ninguno de los pueblos que Royce conocía. Royce dio un suspiro de alivio.

No duró mucho tiempo. Todavía tenía que desaparecer. Regresó entre los árboles, buscando un lugar entre el follaje donde pudiera agacharse a la sombra de un tronco, rodeado de hojas de acebo.

Se agachó ahí, perfectamente quieto, apenas atreviéndose a respirar mientras esperaba. A su alrededor, los cerdos seguían buscando comida y uno de ellos se acercó a él, acariciando con el hocico el follaje donde se escondía. “Vete,” susurró Royce, esperando que la criatura siguiera su camino. Se quedó en silencio al escuchar el sonido de cascos de caballo acercándose.

Hombres aparecieron a la vista, todos con armas y armadura, todos con un aspecto incluso más enfadado que el que habían tenido en la primera parte de la persecución. Royce esperaba de verdad no haber puesto al porquero en demasiado peligro haciéndole partícipe de su huida.

El cerdo siguió acercándose demasiado a él. Royce creyó ver a uno de los hombres que lo observaba y se quedó tan quieto que ni siquiera se arriesgó a parpadear. Si el cerdo reaccionaba a su presencia, estaba seguro de que los hombres caerían sobre él y lo matarían.

Entonces el hombre miró hacia otro lado, y los soldados volvieron a avanzar.

“¡Rápido!,” exclamó uno de ellos. “¡No puede haber llegado muy lejos!”

Los soldados salieron disparados, siguiendo el camino que el porquero había tomado, presumiblemente siguiendo sus huellas. Incluso cuando se fueron, Royce se mantuvo quieto, sosteniendo la empuñadura de su espada, asegurándose de que no era una especie de trampa diseñada para atraerlo.

Finalmente, se atrevió a moverse, emergiendo al claro y empujando a los cerdos lejos de él. Se tomó un momento para mirar a su alrededor, intentando saber en qué dirección estaba su aldea. El engaño le había dado algo de tiempo, pero, aun así, tenía que actuar rápido.

Necesitaba llegar a casa antes de que los hombres del duque mataran a todos los que estaban ahí.




CAPÍTULO DOS


Genevieve solo podía permanecer de pie y callada en el gran salón del castillo mientras su esposo se enfurecía. En los momentos en los que no estaba enfadado, Altfor era en realidad bastante atractivo, con cabello castaño largo y ondulado, rasgos aguileños y ojos profundos y oscuros. Genevieve siempre se encontraba imaginándolo así, aunque con la cara roja y furiosa, como si este fuera el verdadero él y no el otro.

No se atrevía a moverse, no se atrevía a atraer su ira, y claramente no era la única. Alrededor de ella, los sirvientes y ayudantes del entonces duque se quedaron quietos, sin querer ser los primeros en atraer su atención. Hasta Moira parecía estar rezagada, aunque seguía estando justo donde Genevieve podía verla, más cerca de su marido que ella, en todos los sentidos.

“¡Mi padre está muerto!” Altfor gritó, como si existiera alguien que no supiera a estas alturas lo que había sucedido en el pozo. “Primero mi hermano, y ahora mi padre es asesinado por un traidor, y nadie parece tener respuestas para mí.”

Esta ira se sentía peligrosa para Genevieve, demasiado salvaje y sin dirección, arremetiendo en ausencia de Royce, tratando de encontrar a alguien a quien culpar. Se encontró deseando que Royce estuviera ahí y agradecida de que no lo estuviera, todo al mismo tiempo.

Peor aún, sentía que su corazón sufría por su ausencia, y deseaba haber podido hacer algo más que estar al lado de su esposo y observarlo desde el otro lado del pozo. Una parte de ella anhelaba estar con Royce en ese momento, y Genevieve sabía que no podía dejar que Altfor lo notara. Altfor ya estaba bastante enfadado, y había sentido con demasiada claridad la facilidad con la que esa rabia podía ser dirigida hacia ella.

“¿Nadie hará algo al respecto?” Altfor exigió.

“Eso es precisamente lo que iba a preguntar, sobrino,” dijo una voz, con gran fuerza.

El hombre que había entrado en la habitación hizo que Genevieve quisiera retroceder al menos tanto como lo hizo Altfor. Con Altfor, ella quería huir del calor de su ira, pero con este hombre, había algo frío en él, algo que parecía estar hecho de hielo puro. Tenía unos veinte años más que Altfor, con el cabello más delgado y una estructura fina. Caminaba con lo que a primera vista parecía un bastón, pero entonces Genevieve pudo ver la empuñadura que sobresalía de una vaina y se dio cuenta de que era una espada larga, aún envainada. Algo en la forma en que se apoyaba en ella le dijo a Genevieve que era una lesión, no la edad, lo que le hacía hacerlo.

“Tío Alistair,” dijo Altfor. “Estábamos... no te esperábamos.”

Altfor se escuchaba preocupado por la presencia del nuevo miembro en la sala, y eso sorprendió a Genevieve. Siempre se veía tan perfectamente en control antes, pero la presencia de este hombre parecía ponerlo completamente nervioso.

“Claramente no,” dijo el hombre delgado. Poniendo su mano sobre la espada larga en la que se apoyaba. “La parte en la que no me invitaste a tu boda probablemente te hizo pensar que me quedaría en mis propiedades, evitaría el pueblo, y te dejaría hacer un desastre tras la muerte de mi hermano.” Miró alrededor de Genevieve, su mirada la eligió de entre la multitud con la misma agudeza que la de un halcón. “Felicidades por tu matrimonio, chica. Veo que mí sobrino tiene gustos… aburridos.,”

“Yo... no me hablarás así,” dijo Altfor. Pareció tomarle un momento recordar que debía ponerse de pie en nombre de Genevieve. “O a mí esposa. ¡Yo soy el duque!”

Alistair se acercó a Genevieve, y ahora su espada salió de su vaina, se veía ligera en sus manos, ancha y afilada como una navaja. Genevieve se quedó inmóvil, apenas atreviéndose a respirar mientras el tío de Altfor sostenía la hoja a unos centímetros de su garganta..

“Podría cortarle la garganta a esta chica, y ninguno de tus hombres levantaría un dedo para detenerme,” dijo Alistair. “Ciertamente tú no lo harías,”

Genevieve no tenía que mirar a Altfor para saber que era la verdad. No era el tipo de marido que se preocuparía lo suficiente como para intentar defenderla. Ninguno de los cortesanos la ayudaría, y Moira... Moira la miraba como si esperara que Alistair lo hiciera.

Genevieve tendría que salvarse a sí misma. “¿Por qué me apuñalaría, mi señor?” preguntó.

“¿Por qué no debería?” dijo él. “Quiero decir que sí, eres bonita, con cabello rubio, ojos verdes, delgada, ¿qué hombre no te querría? Pero las chicas campesinas no son difíciles de reemplazar.”

“Tenía la impresión de que mi matrimonio me hacía más que eso,” dijo Genevieve, tratando de mantener su voz firme a pesar de la presencia de la espada. “¿He hecho algo para ofenderle?”

“No lo sé, muchacha; ¿lo has hecho?,” exigió, y sus ojos parecían estar buscando algo dentro de Genevieve. “Se envió un mensaje, revelando la dirección en la que entró el muchacho que asesinó a mi hermano, pero no llegó a mí ni a nadie hasta que fue demasiado tarde. ¿Sabes algo sobre eso?”

Genevieve lo sabía todo, ya que había sido ella misma quien retrasó el mensaje. Había sido todo lo que había sido capaz de hacer, y aun así no parecía suficiente dado todo lo que sentía por Royce. Aun así, se las arregló para mostrar su rostro tranquilo, fingiendo inocencia porque esa era literalmente la única defensa que tenía en ese momento.

“Mi señor, no lo entiendo,” dijo. “Usted mismo ha dicho que solo soy una chica campesina; ¿cómo podría hacer algo para detener un mensaje como ese?”

Por instinto, cayó de rodillas, moviéndose lentamente para que no hubiese posibilidad de cortarse con la espada.

“Su familia me ha honrado,” dijo. “He sido elegida por su sobrino, el duque. Me he convertido en su esposa, y así me han elevado en estatus. Vivo como nunca podría haber esperado. ¿Por qué iba a poner eso en peligro? Si realmente piensa que soy una traidora, entonces hágalo, mi señor. Hágalo.”

Genevieve llevaba su inocencia como un escudo, y solo esperaba que fuera suficiente como para apartar el golpe de la espada que de otra forma llegaría. Lo esperaba, y no lo esperaba, porque en ese momento quizás un golpe en el corazón habría igualado todo lo que ella sentía, considerando lo mal que habían ido las cosas con Royce. Miró a los ojos del tío de Altfor, y se negó a mirar hacia otro lado, se negó a dar alguna pista de lo que había hecho. Levantó la espada como si fuera dar ese golpe mortal... y luego la bajó.

“Parece, Altfor, que tu esposa tiene más acero en ella que tú.”

Genevieve logró volver a respirar, y se puso de pie mientras su marido se adelantaba.

“Tío, basta de estos juegos. Yo soy el duque aquí, y mi padre...”

“Mi hermano fue tan tonto como para pasarte una finca, pero no finjamos que eso te convierte en un verdadero duque,” dijo Alistair. “Eso requiere liderazgo, disciplina y el respeto de tus hombres. No tienes nada de eso,”

“Podría ordenar a mis hombres que te arrastren a un calabozo,” dijo Altfor.

“Y yo podría ordenarles lo mismo,” le respondió Alistair. “Dime, ¿a cuál de nosotros crees que obedecerían? ¿El hijo menos favorito de mi hermano, o el hermano que ha comandado ejércitos? ¿El que perdió a su asesino, o el que sostuvo el muro de la muerte en Haldermark? ¿Un niño o un hombre?”

Genevieve podía adivinar la respuesta a esa pregunta, y no le gustaba la forma en que podría resultar. Le gustara o no, era la esposa de Altfor, y si su tío decidía deshacerse de él, no se hacía ilusiones sobre lo que podría pasarle. Rápidamente, se acercó a su marido, poniéndole una mano en el brazo en lo que probablemente pareció un gesto de apoyo, incluso mientras intentaba recordarle que se contuviera.

“Este ducado ha sido derribado,” dijo Alistair. “Mi hermano cometió errores y hasta que se corrijan, me encargaré de que las cosas funcionen correctamente. ¿Alguien aquí desea disputar mi derecho a hacerlo?”

Genevieve no pudo evitar notar que su espada aún estaba en su mano, obviamente esperando que el primer hombre dijera algo. Por supuesto, ese tenía que ser Altfor.

“¿Esperas que te jure lealtad?” Altfor dijo. “¿Esperas que me arrodille ante ti cuando mi padre me hizo duque?”

“Dos cosas pueden hacer un duque,” dijo Alistair. “Por orden del gobernante, o el poder para tomarlo. ¿Tienes alguna de las dos cosas, sobrino? ¿O te arrodillarás?”

Genevieve se arrodilló antes de que lo hiciera su marido, tirando de su brazo para bajarlo a su lado. No es que le importara la seguridad de Altfor, no después de todo lo que él había hecho, pero en ese momento supo que su seguridad dependía de la suya.

“Muy bien, tío,” dijo Altfor, entre dientes. “Obedeceré. Parece que no tengo otra opción,”

“No,” Lord Alistair estuvo de acuerdo. “No tienes,”

Sus ojos recorrieron la habitación, y una por una la gente se arrodilló. Genevieve vio a los cortesanos hacerlo y a los sirvientes. Incluso vio a Moira caer de rodillas, y una pequeña y enfadada parte de ella se preguntó si su supuesta amiga probaría su suerte seduciendo al tío de Altfor, así como a Altfor.

“Mejor,” dijo Lord Alistair. “Ahora, quiero que más hombres encuentren al chico que mató a mi hermano. Se dará un ejemplo. Nada de juegos esta vez, solo la muerte que se merece,”

Un mensajero entró corriendo, llevando la librea de la casa. Genevieve pudo verlo mirando de un lado a otro entre Altfor y Lord Alistair, obviamente tratando de decidir a quién debía entregar su mensaje. Finalmente, hizo lo que Genevieve pensó que era la elección obvia, y se volvió hacia el tío de Altfor.

“Mi señor, perdóneme,” dijo, “pero hay disturbios en las calles debajo. La gente se está levantando en todas las propiedades del antiguo duque. Lo necesitamos,”

“¿Matar campesinos?” Lord Alistair dijo, con un resoplido. “Muy bien. Reúne a todos los hombres que podamos de la búsqueda, y que se reúnan conmigo en el patio. ¡Les mostraremos a estos plebeyos lo que un verdadero duque puede hacer!”

Salió de la habitación, apoyándose otra vez en la vaina de su espada larga. Genevieve se atrevió a dar un suspiro de alivio mientras se iba, pero duró poco. Altfor ya se estaba poniendo de pie, y su ira era palpable.

“¡Fuera, todos ustedes!” gritó a los cortesanos reunidos. “¡Fuera, y ayuden a mi tío a acabar con esta revuelta, o ayuden en la búsqueda del traidor, pero no estén aquí para que yo se lo pida de nuevo!”

Comenzaron a irse, y Genevieve comenzó a levantarse para ir con ellos, pero sintió la mano de Altfor en su hombro, empujándola de nuevo hacia abajo.

“Tú no, esposa.”

Mientras Genevieve esperaba, la sala se vació, dejando solo a ella, a un par de guardias, y peor aún, a Moira mirando desde la esquina, con una mirada que ni siquiera intentaba fingir simpatía ahora.

“Tú,” dijo Altfor, “necesitas decirme qué papel jugaste en la huida de Royce,”

“Yo... no sé a qué te refieres,” dijo Genevieve. “He estado aquí todo el tiempo. ¿Cómo podría...?”

“Cállate,” dijo Altfor. “Si no me hiciera parecer un hombre que no puede controlarte, te golpearía por pensar que soy tan estúpido. Claro que hiciste algo; nadie más que se preocupe por ese traidor está aquí,”

“Hay multitudes enteras en las calles que podrían demostrar lo contrario,” dijo Genevieve, poniéndose de pie. No tenía miedo de Altfor como lo tenía de su tío.

No, eso no era cierto. Ella le tenía miedo, pero era un tipo de miedo diferente. Con Altfor, era un miedo a la violencia y la crueldad repentina, pero el aparentar someterse no haría nada para desviarlo.

“¿Las multitudes?” Altfor dijo. “¿Vas a burlarte de mí con las turbas ahora? Creí que habías aprendido la lección acerca de cruzarte conmigo, pero obviamente no.”

Ahora el miedo volvía a Genevieve, porque la mirada en los ojos de Altfor prometía algo mucho peor que la violencia hacia ella.

“Crees que estás tan segura porque no le haré daño a mi esposa,” dijo Altfor. “Pero te dije las cosas que pasarían si me desobedecías. Tu amado Royce será encontrado, y lo matarán, si tengo algo que ver con ello, mucho más lento que cualquier cosa que mi tío pueda tener en mente,”

Esa parte no asustó a Genevieve, aunque la idea de que Royce sufriera algún daño le dolió como un golpe físico. El hecho era que él había desaparecido de las garras de Altfor; ella ya se había ocupado de ello. No había forma de que él o Lord Alistair pudieran atraparlo.

“Luego están sus hermanos,” dijo Altfor, y a Genevieve se le detuvo el corazón.

“Me dijiste que no los matarías si me casaba contigo,” dijo ella.

“Pero ahora eres mi esposa y no una muy obediente,” respondió Altfor. “Los tres ya están en camino a ser ejecutados, donde se sentarán en una horca en la colina de la muerte y morirán de hambre hasta que sean devorados por las bestias,”

“No,” dijo Genevieve. “Lo prometiste,”

“¡Y tú prometiste ser una esposa fiel!” Altfor gritó. “¡En cambio, sigues ayudando al chico por el que deberías haber dejado de lado todos los pensamientos!”

“Tú... yo no hice nada,” insistió Genevieve, sabiendo que admitirlo solo empeoraría las cosas. Altfor era un noble, y no podía hacerle nada directamente, no sin pruebas, y un juicio, y más.

“Oh, todavía quieres jugar a estos juegos” dijo Altfor. “Entonces el precio de tu traición ha subido. Tienes demasiadas distracciones en el mundo exterior, así que te las quitaré,”

“¿Qué... qué quieres decir?” Preguntó Genevieve.

“Tu hermana fue una diversión por un breve momento la primera vez que me desobedeciste. Ahora ella morirá por lo que has hecho. También lo harán tus padres, y todos los demás en esa choza tuya que llamas hogar,”

“¡No!” Genevieve gritó, agarrando el pequeño cuchillo de comer que llevaba. En ese momento, todo sentido de contención o necesidad de ser cuidadosa desapareció de ella, impulsada por el horror de lo que su marido estaba a punto de hacer. Haría lo que fuera para proteger a su hermana. Lo que fuera.

Altfor fue más rápido, su mano se cerró sobre la de ella y alejó el cuchillo. La empujó hacia atrás para que cayera con fuerza en el suelo, poniéndose sobre ella. La miró con desprecio, y solo el toque de Moira le impidió hacer más.

“Recuerda que mientras sea tu esposa ella es una noble,” susurró Moira. “Si le haces daño, serás tratado como un criminal,”

“No te atrevas a decirme lo que tengo que hacer,” le dijo Altfor a Moira, quien se inclinó aún más.

“No me atrevo a nada, simplemente es una sugerencia, mi señor, mi duque. Con una esposa, y a su tiempo, un heredero, y la ley de su lado, se las arreglará para recuperar todo,”

“¿Y por qué te importa eso a ti?” preguntó Altfor, mirándola.

Si Moira se sintió herida por eso, no lo demostró. En todo caso, parecía triunfante mientras miraba hacia donde estaba Genevieve.

“Porque tu hermano, mi esposo, se ha ido, y prefiero seguir siendo la amante de un hombre poderoso que una mujer sin poder,” dijo Moira. “Y tú... eres el hombre más poderoso que he conocido,”

“¿Y debería quererte a ti, en lugar de a mi esposa?” Preguntó Altfor. “¿Por qué querría las sobras de mi hermano?”

Incluso a Genevieve le pareció un juego cruel, y eso que Genevieve ya lo había atrapado con Moira.

Sin embargo, lo que sea que Moira sintiera estaba cuidadosamente escondido.

“Ven conmigo,” sugirió, “y te recordaré la diferencia mientras tus hombres matan a todos los que se lo merecen. Tus hombres, no los de tu tío,”

Eso fue suficiente para que Altfor la jalara hacia él, besándola, aunque Genevieve y los dos guardias estuvieran ahí. Tomó el brazo de Moira, tirando de ella en dirección a la salida de la gran sala. Genevieve vio a Moira voltear, y la crueldad de su sonrisa fue suficiente para enfriar a Genevieve hasta los huesos.

En ese momento, a Genevieve no le importó. No le importaba que Altfor estuviera a punto de traicionarla de una manera que obviamente él ya había hecho tantas veces antes. No le importaba que casi muriera a manos de su tío, o que ambos la vieran claramente como un inconveniente.

Lo único que le importaba entonces era que su hermana estaba en peligro, y que tenía, necesitaba, encontrar una forma de ayudarla antes de que fuera demasiado tarde. Altfor planeaba matarla, y no tenía forma de saber cuándo lo haría.






CAPÍTULO TRES



Royce corrió por el bosque, sintiendo el crujido de las ramas bajo sus pies, sujetando su espada a un costado para que no se enganchara contra uno de los árboles. Sin el caballo que había robado, no se movía lo suficientemente rápido. Necesitaba más velocidad.

Corría más fuerte, impulsado por la idea de volver con la gente que le importaba. La Isla Negra le había enseñado a seguir corriendo, sin importar lo fuerte que su corazón golpeara su pecho o la forma en que le dolían las piernas. Había sobrevivido a la carrera llena de trampas a través de la isla, por lo que obligarse a correr más lejos y más rápido a través de un bosque no era nada.

La velocidad y la fuerza que poseía le ayudaron. Los árboles pasaban a ambos lados, las ramas lo rasguñaban y Royce ignoraba todo. Podía oír a las criaturas del bosque corriendo para alejarse de esta cosa que corría por su territorio, y sabía que tenía que encontrar una forma mejor de progresar que solo correr. Si seguía haciendo tanto ruido, atraería a todos los soldados del ducado.

“Que vengan,” susurró Royce. “Los mataré a todos,”

Una parte de él quería hacer eso y más. Había logrado matar al señor que lo había puesto a él y a sus amigos en el pozo de pelea; había logrado matar a los guardias que se le habían acercado... pero también sabía que no podía enfrentarse a toda una tierra llena de enemigos. El más fuerte, el más rápido, el más peligroso de los hombres no podía luchar contra más que unos pocos por sí solo, porque simplemente habría demasiados lugares de los que una espada podría venir de forma inesperada.

“Encontraré la manera de hacer algo,” dijo Royce, pero de todos modos disminuyó su velocidad, moviéndose por el bosque con más cuidado, tratando de no perturbar la paz de los árboles que lo rodeaban. Podía oír los pájaros y las criaturas que se encontraban allí ahora, los sonidos convirtiendo lo que se había sentido como un espacio vacío en un paisaje de sonidos que parecía llenarlo todo.

¿Qué podía hacer? Su primer instinto al correr fue el de seguir adelante, hacia los espacios salvajes donde no vivían los hombres, y los Picti dominaban. Había pensado en desaparecer, simplemente desaparecer, porque ¿qué lo retenía ahí?

Por un momento, su mente se fijó en una imagen de Genevieve, mirando desde las gradas del pozo de pelea, viéndose indiferente. Alejó esa imagen, porque no quería pensar en Genevieve. Le dolía demasiado hacerlo, cuando ella ya lo había hecho. ¿Por qué no iba a desaparecer en los espacios donde no vivían los hombres?

Una razón era Mark. Su amigo había caído en el pozo, pero Royce no lo vio morir. Una parte de él quería creer que de alguna manera Mark podría haber sobrevivido cuando los juegos se interrumpieron de esa manera. ¿No querrían los nobles ver otra pelea de él si pudieran conseguirla? ¿No querrían obtener todo el entretenimiento que pudieran de su amigo?

“Tiene que estar vivo,” dijo Royce, “tiene que estarlo,”

Incluso para él, sonaba como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo. Royce sacudió la cabeza y siguió atravesando el bosque, intentando orientarse. Sentía como si no pudiera hacer nada hasta que llegara a casa. Llegaría allá, y luego, una vez que estuviera a salvo nuevamente, podría hacer un plan sobre qué hacer a continuación. Sería capaz de decidir si correr, o tratar de encontrar a Mark, o de alguna manera hacer magia y aparecer un ejército para enfrentarse a los hombres del duque.

“Y tal vez aparezca de la nada,” dijo Royce, y siguió moviéndose. Se movía con la velocidad de un animal cazado ahora, manteniéndose abajo, agachándose bajo el follaje y abriéndose camino sobre la maleza sin reducir la velocidad.

Conocía el bosque. Conocía las rutas que lo atravesaban tan bien como cualquiera, porque había pasado más que suficiente tiempo aquí con sus hermanos. Se perseguían unos a otros a través de él, y cazaban pequeñas criaturas. Ahora era él el que estaba siendo perseguido, y cazado, y solo intentaba encontrar un camino para salir de todo esto. Estaba bastante seguro de que había un camino de caza no muy lejos de donde él estaba, que lo llevaría hasta un pequeño arroyo, pasando por una cabaña de carboneros, y luego hacia la aldea.

Royce se dirigió hacia ella, abriéndose camino a través del bosque, y se vio arrastrado de sus pensamientos por un sonido en la distancia. Era suave, pero estaba ahí; el sonido de unos pies que se movían suavemente sobre el suelo quebrado. No lo habría notado si no hubiera pasado tanto tiempo con sus hermanos en estos bosques, o si no hubiera aprendido en la Isla Negra que puede haber amenazas en cualquier lugar.

“¿Espero o me escondo?” se preguntó. Sería fácil salir al camino, porque solo podía oír a una persona acercándose, y ni siquiera sonaba como un soldado. Los pasos de los soldados tenían el golpeteo de las botas, el roce de las armaduras y el choque de las lanzas contra el suelo. Estos pasos eran diferentes. Probablemente, era solo un agricultor o un leñador.

Aun así, Royce se quedó atrás, escondido a la sombra de un árbol, en un lugar donde sus raíces se arqueaban para formar una especie de escondite natural que probablemente albergaba a algunos animales cuando la luz se apagaba. Algunas de las ramas cercanas estaban lo suficientemente bajas como para que Royce pudiera bajarlas delante de él y así bloquear la vista hacia ahí, pero aun así podía mirar por encima hacia el camino. Se agachó donde estaba, permaneciendo quieto, su mano nunca dejó su espada.

Royce casi salió cuando vio solo una figura que se acercaba por el camino. El hombre que estaba ahí parecía estar desarmado y sin armadura, llevando solo ropa de seda gris suelta que parecía oscura y sin forma. Sus pies estaban envueltos en zapatillas de piel igualmente grises, con vendas que le llegaban a los tobillos. Pero algo lo detuvo, y al acercarse el hombre, Royce podía ver que su piel era igual de gris, marcada por tatuajes en morado y rojo que formaban remolinos y símbolos, como si alguien lo hubiera usado como la única superficie disponible para escribir algún tipo de mensaje loco.

Royce no estaba seguro de lo que significaba nada de eso, pero había algo en este hombre que se sentía peligroso de una manera que no podía ubicar. De repente estaba agradecido de haberse quedado donde estaba. Tenía la sensación de que, si hubiera estado parado en el camino en ese momento, el conflicto no estaría muy lejos.

Sintió su mano apretando la empuñadura de su espada, el impulso de saltar hacia él invadió su mente. Royce obligó a su mano a relajarse, recordando el campo de caídas y tropiezos en la Isla Negra. Los muchachos que habían entrado corriendo sin pensar habían muerto antes de que Royce pudiera empezar a llevarlos a salvo. Esto tenía la misma sensación. No tenía miedo, exactamente, pero al mismo tiempo podía sentir que este hombre era todo menos inofensivo.

Por ahora, lo más sensato parecía ser quedarse quieto; ni siquiera respirar.

Aun así, el hombre en el camino se detuvo, ladeando la cabeza como si estuviera escuchando algo. Royce vio al extraño agacharse, frunciendo el ceño mientras tomaba una selección de objetos de un bolsillo y los arrojaba al suelo.

“Eres afortunado,” dijo el desconocido, sin levantar la vista. “Solo mato a aquellos que el destino me manda matar, y las runas dicen que no debemos pelear todavía, extraño.”

Royce no respondió, mientras una por una, el desconocido recogió sus piedras.

“Hay un muchacho que necesita morir porque el destino lo decreta,” dijo el hombre. “Pero deberías saber mi nombre y saber que eventualmente, el destino viene por todos nosotros. Soy Dust, un angarthim de los lugares muertos. Deberías irte. Las runas dicen que mucha muerte seguirá a tu paso. Oh, y no te dirijas hacia esa aldea de allá,” añadió, como si se tratara de un pensamiento tardío. “Un gran cuerpo de soldados se dirigía hacia ella cuando me fui,”

Se puso de pie y se retiró, dejando a Royce agachado ahí, respirando más fuerte de lo que quería, cuando lo único que había hecho era esconderse. Había algo en la presencia de ese extraño que parecía arrastrarse dentro de su piel, algo malo en él en formas que Royce no podía empezar a articular.

Si hubiera tenido más tiempo, Royce seguiría escondido, sospechando que el hombre era más peligroso. En cambio, lo único que importaba eran sus palabras. Si los soldados se dirigían a la aldea, eso solo podía significar una cosa...

Empezó a correr de nuevo, más rápido que nunca. A la derecha, vio la cabaña de carboneros, el humo detrás de ella sugería que el dueño estaba trabajando. Un caballo que parecía más acostumbrado a tirar de un carro que a ser montado estaba frente a él, amarrado a un poste. La casa parecía tranquila, y cualquier otro día quizás Royce se hubiera preguntado sobre eso, o hubiera gritado al dueño para tratar de persuadirlos de que le prestaran el caballo.

Sin embargo, se limitó a liberarlo del poste, saltando sobre su lomo y haciéndolo avanzar. Casi milagrosamente, la criatura parecía saber lo que se esperaba de ella, galopando hacia delante mientras Royce se aferraba a su espalda, esperando llegar a tiempo.



***



Al atardecer, cuando Royce salió del bosque, el cielo rojo se acercó al mundo como un manto sangriento. Por un momento, el resplandor del ocaso fue suficiente para que Royce no pudiera ver más allá del enrojecimiento del terreno a sus pies, el mundo entero parecía estar en llamas.

Entonces lo pudo ver, y se dio cuenta de que el rojo de las llamas no era ningún truco de la puesta del sol. Su aldea estaba ardiendo.

Algunas partes de ella ardían intensamente, los tejados de paja se convertían en hogueras consumidas por las llamas, de modo que todo el horizonte parecía estar lleno de ellas. Más de la aldea estaba ennegrecida y humeante, maderas color hollín erguidas como esqueletos de edificios destruidos. Uno de ellos se derrumbó mientras Royce miraba, crujiendo y luego cayendo, desplomándose al suelo con un estruendo.

“No,” murmuró, desmontando y llevando su caballo robado hacia adelante. “No, no puedo haber llegado tarde,”

Sin embargo, lo estaba. Los fuegos que ardían ya eran viejos, y ahora solo se apoderaban de los edificios más grandes, donde había más para consumir. El resto de su aldea era una masa de carbón y humo puro, tan lejos del punto donde se produjo el incendio que Royce nunca hubiera podido esperar llegar a tiempo. El hombre que había pasado por el camino había dicho que los soldados estaban llegando mientras él se iba, pero Royce había calculado sin tener en cuenta la distancia y el tiempo que le tomaría llegar.

Finalmente, no pudo evitarlo por más tiempo y miró hacia abajo, hacia donde estaban los cuerpos. Eran demasiados... hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, todos asesinados por igual, sin que se mostrara piedad. Algunos de los cuerpos quedaron entre las ruinas, tan ennegrecidos como la madera que los rodeaba; otros yacían en las calles, con heridas abiertas que contaban la historia de cómo habían muerto.

Royce vio a algunos cortados desde el frente donde habían tratado de luchar, algunos cortados desde atrás cuando habían tratado de correr. Vio un grupo de mujeres jóvenes asesinadas a un lado. ¿Habían pensado que esto era solo otra incursión para que los nobles tomaran lo que querían de todas ellas, hasta el momento en que alguien les había cortado la garganta?

El dolor fluía a través de Royce, y la ira, y un centenar de otros sentimientos, todo enredado en un nudo que parecía que podría desgarrar su corazón en dos. Caminó tambaleándose por la aldea, mirando muerte tras muerte, no podía creer que los hombres del duque pudieran hacer algo así.

Pero lo habían hecho, y no había forma de deshacerlo.

“¡Madre!” Royce llamó. “¡Padre!”

Se atrevió a tener esperanza, a pesar de los horrores que lo rodeaban. Algunos de los habitantes de la aldea tuvieron que haber sobrevivido. Los soldados eran descuidados, y la gente podía escapar, ¿cierto?

Royce vio otro montón de cadáveres en el suelo, y este se veía diferente, porque no había heridas de espada en los cuerpos. En cambio, parecía como si simplemente hubieran... muerto, asesinados con las manos vacías, tal vez, pero incluso en la Isla Negra, eso se consideraba algo difícil. A Royce no le importaba en ese momento, porque, aunque estas personas eran las que él conocía, no eran las que él estaba tratando de encontrar. No eran sus padres.

“¡Madre!” Royce llamó. “¡Padre!”

Sabía que los soldados podrían oírlo si todavía estaban ahí, pero no le importaba. Una parte de Royce incluso celebraba la posibilidad de que vinieran, porque significaba una oportunidad de matarlos y hacerlos pagar.

“¿Están ahí?” Royce gritó, y una figura salió tambaleándose de uno de los edificios, cubierta de hollín y con aspecto demacrado. Por un instante, el corazón de Royce saltó, pensando que tal vez su madre lo había escuchado, pero luego se dio cuenta de que no era ella. En cambio, reconoció la forma de la vieja Lori, que siempre había aterrorizado a los niños con sus historias, y que a veces afirmaba que tenía ‘La Vista’.

“Tus padres están muertos, muchacho,” dijo, y en ese momento el mundo pareció romperse para Royce. Todo se congeló en su lugar, atrapado entre un latido y otro.

“No, no pueden estarlo,” dijo Royce, sacudiendo la cabeza, sin querer creerlo. “No pueden estarlo.”

“Lo están,” Lori se movió para sentarse contra los restos de un muro bajo. “Tan muertos como yo lo estaré pronto,”

Al decir eso, Royce notó la sangre en su toga gruesa, y el agujero por donde había entrado una espada.

“Déjame ayudarte,” dijo él, dirigiéndose a ella, a pesar de la nueva oleada de dolor que había surgido de lo que ella había dicho sobre sus padres. Concentrarse en ella parecía la única manera de no sentirlo en ese momento.

“¡No me toques!,” dijo ella, apuntándole con el dedo. “¿Crees que no veo la oscuridad que cargas como una capa? ¿Crees que no veo la muerte y la destrucción que sigue a todo lo que tocas?”

“Pero te estás muriendo,” dijo Royce, tratando de convencerla.

La vieja Lori se encogió de hombros. “Todo muere... bueno, casi,” dijo. “Incluso tú eventualmente, aunque sacudirás el mundo antes de eso. ¿Cuántos más morirán por tus sueños?”

“No quiero que nadie muera,” dijo Royce.

“Lo harán de todos modos,” respondió la anciana. “Tus padres lo hicieron.”

Una nueva ira se apoderó de Royce. “Los soldados. Yo...”

“No los soldados, no ellos. Parece que hay más personas que ven los peligros que te persiguen, muchacho. Un hombre vino aquí, y olí la muerte en él tan fuerte que me escondí. Mató a hombres fuertes sin siquiera intentarlo, y cuando fue a tu casa...”

Royce podía adivinar el resto. Se dio cuenta de algo peor en ese momento, el horror lo golpeó.

“Yo lo vi. Lo vi en ese camino…” dijo Royce. Su mano se tensó sobre su espada. “Debí haber salido. Debí haberlo matado ahí,”

“Vi lo que hizo,” dijo la vieja Lori. “Te habría matado tan seguramente como tú nos mataste a todos nosotros al nacer. Te daré un consejo, muchacho. Corre. Huye a la naturaleza. No dejes que nadie te vuelva a ver. Escóndete como me escondí una vez, antes de ser esto,”

“¿Después de esto?” exigió Royce, con su ira encendida. Podía sentir lágrimas cálidas deslizándose por su rostro, y no sabía si eran de duelo, ira, o de algo más. “¿Crees que puedo alejarme después de todo esto?”

La anciana cerró los ojos y suspiró. “No, no, no lo hago. Veo... veo toda esta tierra moviéndose, un rey levantándose, un rey cayendo. Veo muerte, y más muerte, todo porque no puedes ser nadie más que quien eres.”

“Déjame ayudarte,” dijo Royce otra vez, extendiendo la mano para ayudar a tapar la herida del costado de Lori. Hubo un destello de algo que se sintió como un choque saliendo de la lana enrollada, y Lori jadeó.

“¿Ahora qué hiciste?,” exclamó. “Vete, muchacho. ¡Vete! Deja a una anciana a su muerte. Estoy demasiado cansada para esto. Hay mucha más muerte esperándote, por dondequiera que vayas.”

Se quedó en silencio, y por un momento, Royce pensó que podría estar descansando, pero parecía demasiado quieta para eso. La aldea que lo rodeaba estaba tranquila y en silencio una vez más. En ese silencio, Royce se quedó callado, sin saber qué hacer a continuación.

Entonces lo supo, y partió hacia los restos de la casa de sus padres.




CAPÍTULO CUATRO


Raymond gruñía con cada sacudida del carro que lo llevaba a él y a sus hermanos al lugar donde iban a ser ejecutados. Podía sentir cada rebote y golpe del vehículo contra los moretones que cubrían su cuerpo, podía oír el tintineo de las cadenas que lo sujetaban mientras se movían contra la madera.

Podía sentir su miedo, aunque parecía estar en algún lugar en el lado más alejado del dolor en ese momento; los golpes de los guardias le habían dejado la sensación de que su cuerpo estaba quebrado, hecho de bordes afilados. Era difícil concentrarse, incluso en el terror de la muerte, más allá de eso.

El miedo que sentía en el camino era más duro para sus hermanos.

“¿Cuánto crees que falta para llegar?” Preguntó Garet. El hermano menor de Raymond había logrado sentarse en el carro, y Raymond podía ver los moretones que cubrían su cara.

Lofen se sentó más despacio, lucía demacrado después de su tiempo en el calabozo. “No importa lo lejos que esté, no es suficiente,”

“¿Adónde crees que nos llevan?” Preguntó Garet.

Raymond podía entender por qué su hermano pequeño quería saberlo. La idea de ser ejecutado ya era bastante mala, pero no saber lo que estaba pasando, dónde estaría o cómo sería era peor.

“No lo sé,” Raymond se las arregló, y el hecho de hablar le dolía. “Tenemos que ser valientes, Garet.”

Vio a su hermano asentir con la cabeza, mirándose decidido a pesar de la situación en la que se encontraban los tres. A su alrededor, podía ver el campo pasando, con granjas y campos a cada lado del camino y árboles a la distancia. Allí había unas cuantas colinas y unos cuantos edificios, pero parecía que ahora estaban lejos del pueblo. El carro era conducido por un guardia, mientras que otro estaba sentado a su lado, con la ballesta preparada. Otros dos cabalgaban junto al carro, flanqueándolo y mirando a su alrededor como si esperaran problemas en cualquier momento.

El que tenía la ballesta les gritó, “¡Silencio ahí atrás!,”

“¿Qué harás?” respondió Lofen. “¿Ejecutarnos más?”

“Probablemente fue esa bocota tuya la que te hizo merecedor de un trato especial,” dijo el guardia. “La mayoría de los que sacamos del calabozo solo los arrastramos y los matamos como el duque quiere, sin problemas. Sin embargo, tú vas a dónde van los que realmente lo han hecho enojar.”

“¿Dónde es eso?” Raymond preguntó.

El guardia respondió con una sonrisa torcida. “¿Oyen eso, muchachos?” dijo. “Quieren saber a dónde van a ir,”

“Pronto lo verán,” dijo el conductor, tirando de las riendas para que los caballos se movieran más rápido. “No veo por qué debemos decirle algo a criminales como ustedes, excepto que van a recibir todo lo que se merecen.”

“¿Merecer?” exclamó Garet desde la parte de atrás del carro. “No nos merecemos esto. ¡No hemos hecho nada!”

Raymond escuchó a su hermano gritar cuando uno de los jinetes a su lado lo golpeó en los hombros.

“¿Crees que a alguien le importa lo que tienes que decir?,” dijo el hombre. “¿Crees que todos los que hemos llevado por este camino no han tratado de declarar su inocencia? El duque los ha declarado traidores, ¡así que recibirán la muerte de un traidor!”

Raymond quería acercarse a su hermano y asegurarse de que estaba bien, pero las cadenas que lo sujetaban se lo impedían. Pensó en insistir en que en realidad no habían hecho nada excepto tratar de hacer frente a un régimen que había tratado de quitarles todo, pero ese era el punto. El duque y los nobles hacían lo que querían, siempre lo habían hecho. Por supuesto que el duque podía enviarlos a morir, porque así era como funcionaban las cosas ahí.

Raymond se tensó contra sus cadenas ante ese pensamiento, como si fuera posible liberarse por pura fuerza. El metal lo sostuvo fácilmente, desgastando lo poco que quedaba de su fuerza hasta que se desplomó contra la madera.

“Míralos, intentando liberarse,” dijo el ballestero entre risas.

Raymond vio al conductor encogerse de hombros. “Lucharán más cuando les llegue su tiempo.”

Raymond quería preguntarle a qué se refería con eso, pero sabía que no recibiría respuesta alguna, y solo conseguiría un golpe como golpearon a su hermano. Todo lo que podía hacer era sentarse callado mientras el carro continuaba su agitado viaje sobre el camino de tierra. Eso, pensó, era parte de todo este tormento: el no saber nada, y el estar consciente de tu impotencia, con la completa incapacidad para hacer algo, tan siquiera para saber a dónde los llevaban, y mucho menos para hacer que el carro regresara.

Siguió subiendo por los campos, pasando grupos de árboles y espacios en donde había aldeas en completo silencio. El suelo a su alrededor parecía ascender, llevándolos a un lugar en dónde había un fuerte, casi tan viejo como todo el reino, sentado sobre una de las colinas, las piedras desgastadas apenas de pie como testamento al reino que existió antes.

“Ya casi llegamos chicos,” les dijo el conductor, con una sonrisa qué mostraba cuánto disfrutaba esto. “¿Listos para ver lo qué les tiene preparado el Duque Altfor?”

“¿El Duque Altfor?” preguntó Raymond, apenas comprendiéndolo.

“Ese hermano tuyo se las arregló para matar al viejo duque,” dijo el ballestero. “Le aventó una lanza que atravesó su corazón en los pozos, luego corrió como el cobarde qué es. Ahora, ustedes pagarán por sus crímenes.”

En el momento qué dijo eso, Raymond sentía tanto sus sentimientos como sus pensamientos correr. Si Royce en realidad hizo eso, eso significaba que su hermano adoptado había logrado algo enorme para su causa de libertad, y escapó, esas dos cosas eran motivo de celebración. Y, al mismo tiempo, Raymond solo podía imaginar las cosas que el hijo del antiguo duque quisiera hacer en venganza, y sin Royce ahí para recibir su ira, ellos eran los próximos objetivos lógicos.

En ese momento maldijo a Genevieve. Si su hermano no la hubiera visto, nada de esto hubiera pasado, y no era cómo si le importara Royce, ¿no?

“Ah,” dijo el ballestero. “Creo que ya lo están entendiendo.”

Los caballos que jalaban el carro siguieron, moviéndose con el ritmo constante de una criatura qué ya estaba acostumbrada a su tarea, y que sabía por lo menos, que regresaría de su destino.

Subieron la colina, y Raymond podía sentir la tensión creciendo en sus hermanos. Garet estaba viendo de arriba abajo, como si estuviera buscando una manera de escapar y saltar del carro. Si es que pudiera, entonces Raymond esperaba que tomara la oportunidad, corriendo sin ver atrás, aún si supiera que los jinetes lo matarían antes de que diera unos cuantos pasos. Lofen seguía apretando sus manos y relajándolas, susurrando algo qué sonaba como una plegaria. Raymond dudaba qué fuera de alguna ayuda ahora.

Finalmente, llegaron a la cima de la colina y Raymond podía ver todo lo que les esperaba ahí. Era suficiente como para hacer que se sentara de nuevo en el carro, incapaz de moverse.

Había horcas fijadas alrededor de la cima de la colina, crujiendo con el viento, moviendo las cadenas a la sombra de la torre caída. Había cadáveres en ellas, algunos estaban limpios por los carroñeros, otros lo suficientemente intactos para que Raymond pudiera ver las horribles heridas y mordidas que los cubrían, las quemadas y los lugares en donde la piel había sido cortada por lo que parecían cuchillos largos. Había símbolos tallados en algunas partes de la piel, y Raymond pudo reconocer a una de las mujeres que habían arrastrado fuera de su celda hace tiempo, su cuerpo cubierto en símbolos y espirales.

“Picti,” susurró Lofen con temor, pero Raymond veía que incluso eso no era lo peor. Las personas en las horcas tenían heridas que sugerían que habían sido torturadas y asesinadas, expuestas a la furia de cualquier persona salvaje que pasara, pero lo que estaba en la piedra en el centro de la cima de la colina era peor, mucho peor.

La piedra en si era una tabla que había sido esculpida tanto con los símbolos de la gente salvaje, como con signos que podrían haber sido mágicos si esas cosas fueran comunes en estos días. Los restos de un hombre yacían encadenados sobre ella, y la peor parte, la peor parte, era que gemía con una vida agonizante, aunque no tenía derecho a hacerlo. Su cuerpo estaba atado con cortes y quemaduras, marcas de mordeduras y marcas de garras, pero, aun así, de forma imposible, seguía vivo.

“La llaman piedra de vida,” dijo el conductor con una sonrisa que decía saber exactamente cuánto horror estaba sintiendo Raymond en ese momento. “Dicen que, en los viejos tiempos, los curanderos las usaban para mantener a los hombres vivos mientras los cosían y trabajaban. Encontramos un mejor uso para ella.”

“¿Mejor?” Raymond dijo. “Esto es...” Ni siquiera tenía las palabras para explicar lo que era. La maldad no era suficiente. No se trataba de un crimen contra las leyes del hombre, sino de algo que se oponía a todo lo que había existido en la naturaleza. Estaba mal de una manera que parecía oponerse a todo lo que era vida, y normal, y ordenado.

“Esto es lo que reciben los traidores, a menos que tengan la suerte de morir primero,” dijo el conductor. Asintió con la cabeza a los dos que habían viajado con el carro. “Quiten eso. Lo que sea que haya hecho, ya no es su turno. Despeja las jaulas para que atraiga a los animales,”

Refunfuñando, los dos guardias se pusieron a trabajar, y Raymond hubiera escapado entonces si hubiera podido, pero la verdad era que sus cadenas lo sujetaban demasiado fuerte. Ni siquiera podía levantarse sobre el borde del carro, y mucho menos levantarse más allá de él. Los guardias parecían saberlo, moviéndose despreocupadamente de horca en horca, sacando de ellas los cadáveres de hombres y mujeres y arrojándolos al suelo. Algunos se desarmaron al caer, los cuerpos se esparcieron por la ladera de la colina para que los devorara quien fuera.

La mujer que había estado en las celdas con ellos se estrelló contra las piedras en el corazón de la ladera mientras arrojaban su cuerpo a un lado, y sus ojos se abrieron por completo. Y entonces soltó un grito que Raymond sabía lo atormentaría hasta el momento de su muerte, tan crudo y lleno de dolor que no podía empezar a imaginar las agonías que había soportado ahí.

“Creo que seguía viva,” dijo el de la ballesta con sarcasmo, mientras los demás la arrastraban para sacarla de la piedra. Ella se calló de nuevo tan pronto como dejó de tocar la pierda, y, por si acaso, el ballestero le atravesó el pecho con una flecha antes de que la arrojaran a un lado.

Luego quitaron al hombre que estaba sobre la piedra, y para Raymond, lo peor de todo fue que les agradeció cuando lo hicieron. Les agradeció que lo arrastraran hasta su muerte. En el momento en que dejó la piedra, Raymond lo vio pasar de ser un hombre que luchaba y gritaba a ser un pedazo de carne sin vida, tanto que parecía redundante cuando uno de los guardias le cortó la garganta, solo para estar seguro.

Ahora, la colina estaba en silencio, excepto por los llamados de las aves de carroña, y el crujido que prometía depredadores más grandes a lo lejos. Tal vez incluso había depredadores humanos observándolos, porque Raymond había oído que los hombres civilizados no veían a los Picti en sus casas cuando no querían ser vistos. El no saber lo hacía peor.

“El duque dice que deben morir,” dijo el conductor, “pero no dijo cómo, así que vamos a jugar el juego que los traidores tienen que jugar. Irán a las horcas, y tal vez vivan, tal vez mueran. Entonces, en un día o dos, si nos acordamos, volveremos, y escogeremos a uno de ustedes para la piedra.”

Miró directamente a Raymond. “Tal vez seas tú. Tal vez puedas ver morir a tus hermanos, mientras los animales te roen y los Picti te cortan. Ellos odian a la gente del reino. No pueden atacar el pueblo, pero tú... serías una presa legal.”

Se rio de eso, y los guardias levantaron a Raymond, desenganchando sus cadenas de un soporte en el carro y sacándolo de él con fuerza. Por un momento se dirigieron hacia la piedra, y Raymond casi les rogó que no lo pusieran en ella, pensando que tal vez habían cambiado de opinión y decidieron ponerlo ahí de inmediato. En cambio, lo llevaron a una de las jaulas colgantes y lo empujaron adentro, cerrando la puerta detrás de él y asegurándola con una cerradura que necesitaría un martillo y un cincel para romperla.

La jaula estaba muy ajustada, de modo que Raymond no podía sentarse cómodamente, ni siquiera podía pensar en acostarse. La jaula crujía y se balanceaba con cada movimiento del viento, tan fuerte que parecía una tortura en sí misma. Todo lo que Raymond podía hacer era sentarse ahí mientras los hombres arrastraban a sus hermanos a otras jaulas, sin poder hacer absolutamente nada.

Garet luchó, porque Garet siempre luchaba. Se ganó un golpe en el estómago antes de que lo levantaran y lo metieran en otra de las horcas, de la misma manera que un granjero podría haber metido en un corral a una oveja que no cooperaba. Levantaron a Lofen con la misma facilidad y lo metieron en otra de las horcas, de modo que colgaron ahí con el hedor de la muerte a su alrededor de los cuerpos abandonados sobre la colina.

“¿Cómo se les ocurrió que podían luchar contra el duque?,” les exigió el conductor. “El duque Altfor dijo que pagarán por lo que hizo su hermano, y lo harán. Esperen, contemplen eso, y sufran. Regresaremos,”

Sin decir una palabra más, giró el carro y comenzó a alejarse, dejando a Raymond y sus hermanos colgando ahí.

“Si tan solo pudiera...” dijo Garet, obviamente tratando de alcanzar la cerradura de su horca.

“No sabes cómo abrir una cerradura,” dijo Lofen.

“Puedo intentarlo, ¿no?” Garet respondió. “Tenemos que intentar algo. Tenemos que...”

“No hay nada que intentar,” dijo Lofen. “Tal vez podamos matar a los guardias cuando regresen, pero no podemos romper esas cerraduras,”

Raymond sacudió la cabeza. “Ya basta,” dijo. “Este no es el momento de discutir. No tenemos adónde ir ni nada que hacer, así que lo menos que podemos hacer es pelear entre nosotros,”

Sabía lo que significaba un lugar como este, y que no había posibilidades reales de escapar.

“Pronto,” dijo, “vendrán animales, o algo peor. Tal vez no podamos hablar después. Tal vez... tal vez todos estemos muertos,”

“No,” dijo Garet, sacudiendo la cabeza. “No, no, no.”

“Sí,” dijo Raymond. “No podemos controlar eso, pero podemos enfrentar nuestras muertes con valor. Podemos mostrarles lo bien que muere la gente honesta. Podemos negarnos a darles el miedo que quieren,”

Vio a Garet palidecer, y luego asintió con la cabeza.

“Bien,” dijo su hermano. “Está bien, puedo hacerlo,”

“Sé que puedes,” dijo Raymond. “Pueden hacer cualquier cosa, los dos. Quiero decir...” ¿Cómo pudo decir todo eso? “Los amo a los dos, y estoy tan agradecido de haber llegado a ser su hermano. Si tengo que morir, me alegro de que al menos pueda hacerlo con la mejor gente que conozco en el mundo,”

“Si tienes que...,” dijo Lofen. “Esto no ha terminado todavía,”

“Sí,” Raymond estuvo de acuerdo, “pero en caso de que suceda, quería que lo supieras,”

“Sí,” dijo Lofen. “Yo siento lo mismo,”

“Yo también,” dijo Garet.

Raymond se sentó en su jaula, tratando de mostrarse valiente por sus hermanos, y por cualquiera que estuviera mirando, porque estaba seguro de que debía haber algo o alguien mirando desde las ruinas de la torre. Todo el tiempo, trató de no pensar en la verdad:

No había ningún “si...” en esto. Raymond ya podía ver los primeros destellos de aves carroñeras reuniéndose en los árboles. Iban a morir. Era solo una cuestión de qué tan rápido, y qué tan horrible.




CAPÍTULO CINCO


Royce se arrodilló entre las cenizas de la casa de sus padres, fragmentos de madera calcinada cayendo del marco de una manera que coincidía con las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas. Dejaron huellas a través de las cenizas y la suciedad que ahora cubría su rostro, dejándolo con manchas corridas y un aspecto extraño, pero a Royce no le importaba.

Todo lo que importaba en ese momento era que sus padres estaban muertos.

El dolor invadió a Royce cuando miró los cuerpos de sus padres, tendidos en el suelo en un descanso extrañamente tranquilo, a pesar de los efectos de las llamas. Sentía como si quisiera desgarrar el mundo de la manera en que sus dedos buscaban los nudos cada vez más cenizos de su cabello. Quería encontrar una forma de arreglarlo, pero no existía ninguna forma de hacerlo, y así Royce gritó su ira y dolor a los cielos.

Había visto al hombre que les había hecho esto. Royce lo había visto en el camino, regresando de esto con tanta calma como si nada hubiera pasado. El hombre incluso le había advertido, sin saberlo, sobre los soldados que estaban a punto de bajar a la aldea. ¿Qué clase de asesino haría eso? ¿Qué clase de asesino mata y luego expone a sus víctimas como si las preparara para una muerte honorable?

Sin embargo, esto no era una tumba, así que Royce se dirigió a la parte de atrás de la granja, buscando un pico y una pala, trabajando en la tierra ahí, sin querer dejar el cuerpo de sus padres para los primeros carroñeros que vinieran. Parte de la tierra estaba muy compactada y carbonizada, por lo que le dolían los músculos con el trabajo, pero en ese momento, Royce sintió como si mereciera ese daño y ese dolor. La vieja Lori había tenido razón... todo esto era por él.

Cavó la tumba tan profunda como pudo y luego llevó los cuerpos carbonizados de sus padres a ella. Se paró en el borde, tratando de pensar en palabras para decir, pero no podía pensar en nada que tuviera sentido para enviarlos a los cielos con él. No era un sacerdote para conocer los caminos de los dioses. No era un viajero de cuentos, con las palabras adecuadas para todo, desde una fiesta salvaje hasta una muerte.

“Los amo tanto a los dos,” dijo en su lugar. “Yo... desearía poder decir más, pero cualquier cosa que pudiera decir se reduciría a eso.”

Las enterró con el mayor cuidado posible, sintiendo cada palada de tierra como un martillazo golpeándolo. Por encima de él, Royce podía oír el chillido de un halcón, y lo ahuyentó, sin importarle si había cuervos y grajos diseminados por el resto de la aldea. Estos eran sus padres.

Aunque lo pensaba, Royce sabía que no bastaba con enterrarlos solo a ellos. Los hombres del duque habían estado ahí por él; no podía dejar a todos los que habían matado a los carroñeros. También sabía que no había ninguna posibilidad de cavar una fosa lo suficientemente profunda como para enterrar todos los cuerpos por su cuenta.

Lo mejor que podía intentar era construir una pira para terminar lo que habían empezado los edificios en llamas, así que Royce empezó a abrirse camino por la aldea, recogiendo madera, sacándola de los almacenes de invierno, arrastrándola de los restos de los edificios. Las vigas eran las partes más pesadas, pero su fuerza era suficiente para arrastrarlas al menos, permitiéndole montarlas en grandes travesaños para la pira que estaba construyendo.

Para cuando Royce terminó, estaba completamente oscuro, pero de ninguna manera quería dormir en una aldea de muertos como esta. En vez de eso, buscó hasta que encontró una linterna fuera de uno de los edificios, solo un poco retorcida por el calor del fuego que la había destrozado. La encendió y, con la luz de la linterna, empezó a recoger a los muertos.

Los recogió a todos, aunque se le destrozara el corazón al hacerlo. Jóvenes y viejos, hombres y mujeres, los recogía. Arrastró a los más pesados y cargó a los más livianos, colocándolos en sus lugares entre la pira y esperando que de alguna manera significara que llegaran a estar juntos en lo que fuera que viniera después de este mundo.

Estaba casi listo para poner su linterna en ella cuando recordó a la Vieja Lori; aún no la había recogido en su lúgubre cosecha, aunque había pasado por la pared en la que ella se había apoyado una docena de veces o más. Después de todo, tal vez no estaba del todo muerta cuando la dejó. Tal vez se había arrastrado más atrás para morir en sus propios términos, o tal vez Royce la acababa de extrañar. No parecía correcto dejarla separada de los demás, por lo que Royce fue en busca de su cuerpo caído, regresando al lugar donde ella se había acostado y buscando en el suelo a la luz de la lámpara.

“¿Estás buscando a alguien?,” una voz preguntó y Royce giró, y en un segundo su mano se dirigió a su espada antes de reconocer esa voz.

Era la de Lori, y no. Había algo menos agrietado y empapelado en esta voz, menos antiguo y cansado por el tiempo. Cuando ella entró en el círculo de su farol, Royce vio que eso también era cierto para el resto de ella. Antes, había una anciana grande y desgastada por el tiempo. Ahora, la mujer frente a él parecía casi joven otra vez, con el cabello resplandeciente, los ojos penetrantes y la piel sedosa.

“¿Qué eres?” Preguntó Royce, su mano dirigiéndose de nuevo hacia su espada.

“Soy lo que siempre he sido,” dijo Lori. “Alguien que mira, y alguien que aprende,” Royce la vio mirarse a sí misma. “Te dije que no me tocaras, muchacho, que me dejaras tranquila para morir en paz. ¿No pudiste escuchar? ¿Por qué todos los hombres de tu línea nunca escuchan?”

“¿Crees que yo hice esto?” Preguntó Royce. ¿Esta mujer, que aún no creía fuera Lori, pensaba que era una especie de hechicero?

“No, chico estúpido,” dijo Lori. “Yo hice esto, con un cuerpo que no me deja morir. Tu toque, uno de la Sangre, fue suficiente para catalizarlo. Debí saber que algo así pasaría desde el momento en que apareciste en la aldea cuando eras un bebé. Debí haberme alejado entonces, en lugar de quedarme a ver.”

“¿Me viste llegar a la aldea?” Royce dijo. “¿Sabes quién es mi padre?”

Pensó en la figura de la armadura blanca que había visto en sueños, y en la época en que el maestro de la Isla Negra había dicho que el desconocido que lo había engendrado le había salvado la vida. Royce no sabía nada de él, salvo que el símbolo grabado en su palma era supuestamente suyo.

“Sé lo suficiente,” dijo Lori. “Tu padre fue un gran hombre, de la forma en que los hombres se llaman a sí mismos grandes. Peleó mucho, ganó mucho. Supongo que también fue grande en otros aspectos: trataba de ayudar a la gente cuando podía, y se aseguraba de que los que estaban bajo su protección estuvieran a salvo. Esta pira tuya... es el tipo de cosas que él habría hecho, valiente y justo y tan absolutamente tonto,”

“No es tonto querer mantener a nuestros amigos alejados de los cuervos,” insistió Royce, dándole a Lori una mirada dura.

“¿Amigos?” Ella pensó por un momento o dos. “Supongo que, después de suficientes años, algunos de ellos podrían haber sido. Es difícil para mí ser realmente amiga de alguien, sabiendo lo fácil que es para la mayoría la muerte. También te llegará a ti, si insistes en encender un faro para que todos desde aquí hasta la costa puedan ver que los hombres del duque no terminaron su trabajo.”

Royce no había pensado en eso, solo en lo que había que hacer por la gente de su pueblo, y en lo que les debía, después de haberles hecho caer esto sobre sus cabezas.

“No me importa,” dijo. “Déjalos que vengan,”

“Sí, definitivamente el hijo de tu padre,” dijo Lori.

“¿Sabes quién era mi padre?” Royce dijo. “Dímelo. Dime, por favor,”

Lori agitó la cabeza. “¿Crees que voy a acelerar de buena gana todo lo que está por venir? Por lo que he visto, habrá suficiente muerte sin eso. Te diré esto: mira la marca que llevas. Ahora, ¿le darás a una anciana una ventaja antes de hacer algo estúpido como encender ese fuego?”

La ira destelló en Royce, surgiendo de su dolor. “¿No te importa ninguna de las personas de aquí? ¿Te vas a ir antes de que esto termine?”

“Está hecho,” respondió Lori. “La muerte está hecha. Y no te atrevas a acusarme de que no me importa. He visto cosas que... ¡arrgh, qué sentido tiene!”

Echó una mano hacia la pira que Royce había construido, murmurando palabras en una lengua que le hacía daño a sus oídos al escucharlas. Humo comenzó a salir de ella, y luego las primeras chispas de las llamas.

“Ahí, ¿eso te hace sentir mejor?,” exigió. “Me las arreglé para no recurrir a eso mientras un hombre me apuñalaba, me iba a dejar morir, no es que tuviera el poder de hacer mucho más, siendo tan vieja. Ahora tú me tienes haciéndolo en cinco segundos, ¡maldita sea!”

Royce tenía que admitir que su ira era bastante impresionante. Había algo casi elemental en ella. Aun así, tenía que preguntarle algo.

“¿Tenías... tenías el poder de salvar a la gente aquí, Lori?”

“¿Vas a tratar de hacer que esto sea mi culpa?,” reclamó. Señaló con la cabeza el lugar donde el fuego empezaba a arder. “La magia no es solo desear hojas de fuego o llamar a los rayos desde el cielo, Royce. Con un ritual lo suficientemente largo, tal vez pueda hacer algunas cosas que te impresionen, pero una chispa como esa es el límite de lo que puedo hacer como estoy. Ahora, me voy, y no intentes detenerme, chico. Ya me causaste bastantes problemas con todo esto,”

Se dio la vuelta, y por un momento, Royce pensó en agarrar su brazo, pero algo lo hizo contenerse, simplemente mirando hacia atrás al fuego creciendo en la oscuridad. Ahí delante de él podía ver los destellos y chispas de la conflagración mientras crecía, convirtiéndose en algo que parecía consumir todo el cielo con su calor.

Royce se quedó tan quieto como pudo, pensando en toda la gente encomendada a ese fuego, queriendo honrarlos viendo los últimos momentos que sus cuerpos tuvieron ahí. El fuego ardía y ardía, subía y bajaba con el viento y con el combustible debajo, de manera que le parecía a Royce casi como una especie de sinfonía nacida del fuego.

Algo más salió del fuego, oscuro contra las llamas, revoloteando a través de ellas tan fácilmente como si no las sintiera. Royce distinguió la forma de un gran halcón pescador, del tipo que se sumerge en los lagos cercanos, pero no era un pájaro normal. Sus plumas parecían teñidas del rojo del fuego donde no eran un negro profundo y oscuro, y había algo demasiado inteligente en la mirada que le dio a Royce mientras lo rodeaba, brillando con brasas en la oscuridad.

Por instinto, Royce extendió un brazo como había visto hacer a los halconeros, y el ave se posó pesadamente en su antebrazo, subiendo hasta su hombro y arreglando sus plumas. Habló, y la voz de Lori salió.

“Esta ave es un regalo, aunque solo los dioses saben por qué lo hago. Veré lo que ella ve, y le diré lo que pueda. Que sea tus ojos, y que impida que lo que venga sea peor,”

“¿Qué?” Royce dijo. “¿Qué quieres decir?”

No hubo respuesta, más allá del chillido del halcón cuando salió disparado al aire. Por un momento, Royce tuvo una imagen del fuego debajo de él, el círculo de llamas que formaba pareciendo insignificante desde tan alto...

Volvió en sí con un sobresalto y extendió su brazo para el ave. Aterrizó tan casualmente como si nada hubiera pasado, pero se encontró mirándola fijamente. Pudo ver un resplandor de llamas en su ojo que dejó claro que era cualquier cosa menos un halcón normal.

“Ember,” dijo Royce. “Te llamaré Ember.”



***



Royce se quedó de pie con Ember toda la noche, ignorando el dolor en sus piernas, y su cuerpo luchaba con él en el deseo de moverse. Permanecieron vigilando el fuego mientras ardía, con el halcón revoloteando de vez en cuando sobre las llamas, elevándose en las corrientes que creaban.

No se movió para nada; sentía que le debía por lo menos eso a los muertos.

Eventualmente, el sol se asomó por el horizonte, y al salir, Royce vio a hombres y mujeres en la línea de árboles cerca de la aldea. Volteó para verlos, y sintió como si tropezara, sus piernas no respondían después de estar de pie por tanto tiempo. Si estos fueran hombres del duque, entonces estaba tan muerto como predijo Lori.





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"¡Morgan Rice lo hizo de nuevo! Construyendo un fuerte conjunto de personajes, la autora nos ofrece otro mundo mágico. SOLO LOS DIGNOS está lleno de intrigas, traiciones, amistades inesperadas y todos los buenos ingredientes que te harán saborear cada una de las páginas. Lleno de acción, leerás este libro en el borde de tu asiento".–Books and Movie Reviews, Roberto MattosDe Morgan Rice, la autora número uno en ventas de LA SENDA DE LOS HÉROES (una descarga gratuita con más de 1.000 críticas de cinco estrellas), llega una fascinante nueva serie de fantasía.En SOLO LOS VALIENTES (El Camino del Acero—Libro 2), Royce, de 17 años, huye en busca de su libertad. Se reúne con los campesinos mientras intenta rescatar a sus hermanos y huir para siempre.Genevieve, mientras tanto, aprende un secreto espantoso, uno que afectará el resto de su vida. Ella debe decidir si arriesgar su propia vida para salvar la de Royce, aunque él piense que ella lo traicionó.La aristocracia se prepara para la guerra contra el campesinado, y sólo Royce puede salvarlos. Pero la única esperanza de Royce reside en sus poderes secretos, poderes que ni siquiera está seguro de que tenga.SOLO LOS VALIENTES teje un cuento épico de amigos y amantes, de caballeros y honor, de traición, destino y amor. Una historia de valor, que nos lleva a un mundo de fantasía del que nos enamoraremos, y que atrae a todas las edades y géneros. El libro #3 de la serie – SOLO LOS DESTINADOS- ya está disponible para reservar.

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