Книга - Amores

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Amores
Morgan Rice


Diario de un Vampiro #2
AMORES es el Libro #2 de la saga del Bestseller #1 DIARIO DE UN VAMPIRO (THE VAMPIRE JOURNALS), seguido del Libro #1, TRANSFORMACIÓN, que es un libro de descarga ¡GRATUITA! En AMORES , Caitlin y Caleb se embarcan juntos en su búsqueda para encontrar el objeto que puede detener al inminente vampiro y la guerra humana: la espada perdida. Un objeto de conocimiento tradicional de los vampiros; hay serias dudas acerca de su existencia. Si hay alguna esperanza de encontrarla, primero tienen que rastrear el linaje de Caitlin. ¿Es realmente la Elegida? Su búsqueda comienza con el padre de Caitlin. ¿Quién era él? ¿Por qué la abandonó? Cuando la búsqueda se amplía, se sorprenden al descubrir quién es ella en realidad. Pero ellos no son los únicos en busca de la legendaria espada. El Aquelarre Marea Negra la quiere también y están cerca de la pista de Caitlin y Caleb. Peor aún, el hermano pequeño de Caitlin, Sam, sigue obsesionado con encontrar a su papá. Pero Sam pronto se encuentra a sí mismo muy intimidado, justo en medio de una guerra de vampiros. ¿Pondrá en peligro la búsqueda de ellos? El viaje de Caitlin y Caleb los lleva a un torbellino de lugares históricos -- del Valle del Hudson, a Salem y al corazón de la histórica ciudad de Boston, el mismo lugar donde las brujas fueron colgadas en la colina del Boston Common. ¿Por qué son tan importantes para la raza de los vampiros esos lugares? Y ¿qué tienen que ver con el linaje de Caitlin y en quien se está transformando? Pero es posible que no lo logren. El amor que se tienen entre sí Caitlin y Caleb, está floreciendo Y su romance prohibido puede destruir todo lo que se han propuesto alcanzar. Aunque AMORES es la secuela de TRANSFORMACIÓN, también destaca como una novela independiente. AMORES tiene 51.000 palabras. "AMORES, segundo libro de la saga Diario de un Vampiro (Vampire Journals), es igual de estupendo que el primer libro TRANSFORMACIÓN y repleto de acción, romance, aventura y suspenso. Este libro es una maravillosa adición a esta saga y usted se quedará con ganas de leer más libros de Morgan Rice. Si le gustó el primer libro, ponga las manos en éste y vuelva a enamorarse de nuevo. Este libro se puede leer como la secuela, pero Rice lo escribe de una manera que no es necesario conocer el primer libro para leer esta maravillosa entrega". --Vampirebooksite.com "La saga de DIARIO DE UN VAMPIRO (The Vampire Journals) ha tenido una gran trama y AMORES es especialmente el tipo de libro que le dará problemas para dejar de leer por la noche. El final de máximo suspenso es tan espectacular que inmediatamente va a querer comprar el siguiente libro, solo para ver qué sigue. Como puede ver, este libro fue un gran paso adelante en la saga y recibe una calificación de diez". --The Dallas Examiner







amores



(Libro #2 del Diario de un Vampiro)



Morgan Rice


ALGUNAS OPINIONES ACERCA DE LAS OBRAS DE MORGAN RICE



"Me llamó la atención desde el principio y no dejé de leerlo… Esta historia es una aventura increíble, de ritmo rápido y llena de acción desde su inicio. No hay un momento aburrido".

--Paranormal Romance Guild {con respecto a Turned}



"Tiene una trama estupenda y es un libro que le costará trabajo dejar de leer en la noche. El final en suspenso es tan espectacular, que inmediatamente querrá comprar el siguiente libro, solamente para ver qué sigue".

--The Dallas Examiner {referente a Loved}



"Es un libro equiparable a Twilight y The Vampire Diaries, (Diario de un Vampiro), y hará que quiera seguir leyendo ¡hasta la última página! Si le gusta la aventura, el amor y los vampiros, ¡este libro es para usted!"

--vampirebooksite.com {con respecto a Turned}



"Es una historia ideal para los lectores jóvenes. Morgan Rice hizo un buen trabajo dando un giro interesante a lo que pudo haber sido un típico cuento de vampiros. Innovador y singular, tiene los elementos clásicos que se encuentran en muchas historias paranormales para adultos jóvenes".

--Reseña de The Romance {referente a Turned}



"Rice hace un gran trabajo para captar su atención desde el principio, al utilizar una gran calidad descriptiva que va más allá de la simple descripción de la ambientación… Bien escrito y sumamente rápido de leer, es un buen comienzo para una nueva serie sobre vampiros, que seguramente será un éxito entre los lectores que buscan una historia ligera pero entretenida".

--Reseña de Black Lagoon {respecto a Turned}



"Lleno de acción, romance, aventura y suspenso. Este libro es una maravillosa adición a esta serie y lo dejará deseando más de Morgan Rice".

--vampirebooksite.com {respecto a Loved}



"Morgan Rice se demuestra a sí misma una vez más, que es una narradora de gran talento… Esto atraerá a una gran audiencia, incluyendo a los aficionados más jóvenes, del género de los vampiros y de la fantasía. El final de suspenso inesperado lo dejará estupefacto".

--RESEÑAS DE THE ROMANCE {respecto a Loved}


Acerca de Morgan Rice



Morgan es la escritora número uno de bestsellers de las series para adultos jóvenes de THE VAMPIRE JOURNALS, (DIARIO DE UN VAMPIRO) que comprende ocho libros, que han sido traducidos a seis idiomas.

Morgan también es autora del libro bestseller #1: ARENA UNO y ARENA DOS, que son los primeros dos libros de la TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, una novela de suspenso, de acción apocalíptica, ambientada en el futuro.

Morgan también es autora de la serie de fantasía, bestseller # 1 de THE SORCERER’S RING, (EL ANILLO DEL HECHICERO), (GRATIS) que comprende seis libros, y siguen sumándose.

A Morgan le encantaría tener comunicación con usted, así que visite www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com) para mantenerse en contacto.


Libros de Morgan Rice



THE SORCERER’S RING (EL ANILLO DEL HECHICERO)

A QUEST OF HEROES (Libro #1 del Anillo del Hechicero)

A MARCH OF KINGS (Libro #2 del Anillo del Hechicero)

A FEAST OF DRAGONS (Libro #3 del Anillo del Hechicero)

A CLASH OF HONOR (Libro #4 del Anillo del Hechicero)

A VOW OF GLORY (Libro #5 del Anillo del Hechicero)

A CHARGE OF VALOR (Libro #6 del Anillo del Hechicero)

A RITE OF SWORDS (Libro #7 del Anillo del Hechicero)

A GRANT OF ARMS (Libro #8 del Anillo del Hechicero)

A SKY OF SPELLS (Libro #9 del Anillo del Hechicero)

A SEA OF SHIELDS (Libro #10 del Anillo del Hechicero)

A REIGN OF STEEL (Libro #11 del Anillo del Hechicero)



THE SURVIVAL TRILOGY (LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA)

ARENA ONE (ARENA UNO): SLAVERUNNERS (TRATANTES DE ESCLAVOS)

(Libro #1 de la Trilogía de Supervivencia)

ARENA TWO (ARENA DOS)

(Libro #2 de la Trilogía de Supervivencia)



THE VAMPIRE JOURNALS (DIARIO DE UN VAMPIRO)

TURNED (Libro #1 del Diario de un Vampiro)

LOVED (Libro #2 del Diario de un Vampiro)

BETRAYED (Libro #3 del Diario de un Vampiro)

DESTINED (Libro #4 del Diario de un Vampiro)

DESIRED (Libro #5 del Diario de un Vampiro)

BETROTHED (Libro #6 del Diario de un Vampiro)

VOWED (Libro #7 del Diario de un Vampiro)

FOUND (Libro #8 del Diario de un Vampiro)

RESURRECTED (Libro #9 del Legado de un Vampira)

CRAVED (Libro #10 of del Legado de un Vampiro)















¡Escucha!



Amazon (http://www.amazon.com/Turned-Book-1-Vampire-Journals/dp/B006M6VYJM/ref=tmm_aud_title_0)

Audible (http://www.audible.com/pd/ref=sr_1_1?asin=B006LAKL34&qid=1323958119&sr=sr_1_1)

iTunes (http://itunes.apple.com/WebObjects/MZStore.woa/wa/viewAudiobook?id=489725251&s=143441)


Derechos Reservados © 2012 por Morgan Rice



Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en un sistema de base de datos o de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora.



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Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación de la autora o son usados ficticiamente. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es solo coincidencia.



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HECHO:



En Salem, en 1692, doce chicas adolescentes conocidas como “las afligidas” sufrieron de una misteriosa enfermedad que las condujo a un comportamiento histérico y a asegurar con vehemencia que en la comunidad había brujas que las atormentaban. Lo anterior dio origen a los juicios de Salem.

Hasta la fecha no se ha podido explicar la misteriosa enfermedad que aquejó a las jóvenes.


Esta noche soñó que vio mi estatua,

Cual fuente de cien bocas, pura y roja

Sangre manar, y que después vinieron

Numerosos romanos eminentes

Allí risueños a bañar sus manos.

Y todo esto cual aviso juzga

De inminentes peligros...



—William Shakespeare, Julio César




UNO


Valle del Hudson, Nueva York

(Día de hoy)



Caitlin Paine se sintió tranquila por primera vez en semanas. Sentada cómodamente en el suelo del pequeño establo, se apoyó en una paca de heno y exhaló. En la chimenea de piedra, a unos tres metros de distancia, ardía un fuego encrespado; acababa de arrojar otro leño y el chisporroteo de la madera le brindaba tranquilidad. Marzo aún no terminaba y aquella noche había sido particularmente helada. La ventana en el muro más alejado ofrecía una vista del cielo nocturno y de la nieve que no dejaba de caer.

Como el establo no tenía calefacción, se sentó cerca de la chimenea para que las llamas calmaran un poco su frío. Estaba muy cómoda y los párpados comenzaban a pesarle. El aroma del fuego invadía el lugar, y cuando se reclinó un poco más, sus hombros y piernas se relajaron.

Pero por supuesto, sabía que la verdadera razón por la que sentía paz no era ni el fuego, ni el heno; ni siquiera el resguardo que le brindaba el establo. Era por él, por Caleb, a quien contemplaba desde donde estaba sentada.

Caleb se reclinó y se mantuvo inmóvil frente a ella, a unos cinco metros de distancia. Dormía. Caitlin aprovechó la oportunidad para estudiar su rostro, sus rasgos inmaculados, su piel pálida y translúcida. Nunca había visto un rostro creado con tanta perfección. Era tan irreal como contemplar una escultura. No comprendía cómo era posible que tuviera tres mil años de vida. Ella, a sus dieciocho, ya lucía más grande que él.

Sin embargo, había algo más allá de sus rasgos. Era cierto espíritu; la sutil energía que transpiraba. Una profunda sensación de paz. Cuando estaba cerca de él, sabía que todo estaría bien.

Le hacía feliz verlo ahí, con ella; hasta se atrevió a desear permanecer juntos. Pero cuando apenas lo estaba pensando, se reprendió a sí misma porque sabía que se estaba buscando problemas. Sabía que los hombres como él no se quedan por mucho tiempo. Sencillamente no estaban hechos para eso.

A Caitlin le era difícil asegurar si continuaba dormido porque su sueño era tan perfecto, que apenas se notaba su respiración. Caleb había regresado más relajado; cargaba una pila de leños y había encontrado la manera de sellar la puerta del establo para que no entrara la fría corriente de la nieve. Encendió la chimenea, y ahora que estaba dormido, ella atizaba el fuego para mantenerlo vivo.

Caitlin se estiró, alcanzó su vaso y bebió otro sorbo de vino tinto; sintió cómo el tibio líquido la relajaba poco a poco. La botella la había sacado de un baúl escondido debajo de una paca de heno; estaba en ese lugar desde la ocasión en que Sam, su hermanito, la dejó ahí por capricho varios meses antes. Ella nunca bebía, pero le pareció que no había nada malo en tomar un poco, en especial, después de lo que había vivido.

Tenía su diario abierto sobre el regazo; con una mano sostenía una pluma, y con la otra, el vaso con vino. Llevaba veinte minutos así porque no sabía por dónde comenzar. Nunca antes le había costado trabajo escribir, pero ahora era diferente. Los sucesos de los últimos días habían sido demasiado dramáticos, demasiado difíciles de asimilar. Esa era la primera vez que se podía sentar y relajar, que se sentía remotamente segura.

Decidió que lo mejor sería comenzar por el principio; narrando lo que había sucedido. Por qué estaba ahí y quién era. Necesitaba procesarlo porque ya ni siquiera estaba segura de conocer las respuestas.

La vida fue bastante normal, hasta la semana pasada. Me estaba empezando a gustar Oakville, pero luego llegó mamá un día y nos anunció que nos mudaríamos. Otra vez. La vida se volteaba de cabeza, como siempre sucedía gracias a ella.

Sin embargo, era peor en esa ocasión. No nos mudaríamos a otro suburbio, sino a Nueva York. Sí, a la ciudad. Escuela pública, una existencia de concreto… y un vecindario peligroso.

Sam también estaba molesto. Hablamos sobre no mudarnos, pensamos en escapar, pero la verdad era que no teníamos a dónde ir, así que le seguimos la corriente. No obstante, ambos juramos en secreto que, si no nos gustaba, nos iríamos. Encontraríamos algún lugar, cualquiera. Tal vez hasta podríamos tratar de encontrar otra vez a papá, aunque en el fondo, los dos sabíamos que eso no sucedería.

Y luego, pasó todo lo demás. Fue demasiado rápido. Mi cuerpo mutó, cambió. Todavía no entiendo lo que sucedió ni en quién me convertí. Sólo sé que ya no soy la misma persona.

Recuerdo aquella fatídica noche que comenzó todo. El Carnegie Hall, mi cita con Jonah, y luego… el intermedio. ¿Me… alimenté?, ¿asesiné a alguien? Aún no puedo recordarlo; sólo sé lo que me dijeron. Sé que hice algo aquella noche, pero sólo es un recuerdo borroso. Cualquier cosa que haya sido, todavía me produce la sensación de un hoyo en el estómago. Jamás quise hacerle daño a alguien.

Al día siguiente me di cuenta de que había cambiado. Definitivamente me estaba volviendo más fuerte y más sensible a la luz. También podía percibir aromas; los animales actuaban de forma extraña cuando estaban cerca de mí, y yo, cuando estaba cerca de ellos.

Y lo que sucedió con mamá: me confesó que no era mi madre biológica y luego fue asesinada por aquellos vampiros, los que me habían estado persiguiendo. Habría deseado jamás verla sufrir de esa manera; todavía creo que fue mi culpa. Pero al igual que con todo lo demás, es un problema que no puedo regresar a solucionar. Ahora tengo que enfocarme en lo que tengo frente a mí, en lo que sí está en mis manos.

También me capturaron esos espantosos vampiros. Luego escapé y apareció Caleb. Estoy segura de que si no hubiera sido por él, me habrían asesinado… o algo peor.

La Cofradía de Caleb, su gente. Era muy distinta a él a pesar de que, de todas maneras, todos eran vampiros. Territoriales, celosos, suspicaces. Me exiliaron y, a él, no le dieron ninguna prerrogativa.

Pero Caleb eligió. A pesar de su situación me eligió a mí. Arriesgó todo para volver a salvarme. Por eso lo amo; mucho más de lo que jamás podrá imaginarse.

Tengo que ayudarlo a volver; él cree que soy la elegida, una especie de mesías de los vampiros o algo así. Está convencido de que lo conduciré hasta donde se encuentra una espada perdida que impedirá la guerra entre los vampiros y salvará a todo mundo. Yo, en lo personal, no lo creo.

Su propia gente no lo cree, pero sé que tiene gran fe en ello y que significa mucho para él. Además se arriesgó por mí, así que, es lo menos que puedo hacer. A mi parecer, ni siquiera tiene que ver con la espada; es sólo que no quiero que se vaya.

Es por eso que haré todo lo posible por ayudarlo. De cualquier manera siempre he querido encontrar a mi papá y saber quién es en realidad. También quiero saber quién soy yo, si en verdad soy medio vampira o medio humana, o lo que sea. Necesito respuestas, y si no logro investigar mucho más, por lo menos necesito saber en qué me estoy convirtiendo…



*

—¿Caitlin?

La chica despertó aturdida y volteó hacia arriba; vio que Caleb estaba al frente y que había apoyado las manos con suavidad sobre sus hombros. Sonreía.

—Creo que te quedaste dormida —dijo.

Ella miró alrededor, vio el diario abierto sobre su regazo y lo cerró de un golpe. Las mejillas se le habían encendido; esperaba que Caleb no hubiera leído nada, en especial, la parte en que describía sus sentimientos hacia él.

Se sentó y talló sus ojos. Todavía era de noche y el fuego aún los calentaba a pesar de que ya casi sólo quedaban cenizas. Caleb también debió haberse despertado. ¿Cuánto tiempo habría permanecido dormida?, se preguntó.

—Lo siento —dijo—, es la primera vez que concilio el sueño en días.

Caleb volvió a sonreír y atravesó el cuarto hasta la chimenea. Arrojó varios leños más que crujieron y sisearon al alimentar la llama. El calor le llegó a Caitlin hasta los pies.

Él se quedó parado mirando el fuego y su sonrisa se desdibujó poco a poco hasta que se hundió profundamente en sus pensamientos. A la luz de la llamas, un cálido resplandor iluminaba su rostro, haciéndolo lucir aún más atractivo, si acaso eso era posible. Sus grandes ojos color avellana, estaban bien abiertos; y mientras ella lo contemplaba, se tornaron verde claro.

Caitlin se enderezó y vio que su vaso de vino seguía lleno. Tomó un sorbo y, con eso, entró en calor. Como llevaba algún tiempo sin comer, el vino se le subió de inmediato a la cabeza. Vio el otro vaso de plástico y recordó sus buenos modales.

—¿Quieres que te sirva un poco? —preguntó, y luego, añadió con nerviosismo— es decir, no sé si en realidad bebas…

Calebse carcajeó.

—Sí, los vampiros también bebemos vino —dijo sonriente y se acercó para tomar el vaso en que ella le había servido.

Estaba sorprendida. No por sus palabras sino por la risa. Era dulce y elegante, y parecía desvanecerse con ligereza en la atmósfera del lugar. Como todo lo demás en él, su risa estaba llena de misterio.

Caleb llevó el vaso hasta sus labios y ella lo observó con la esperanza de que él le correspondiera.

Y lo hizo.

Entonces ambos desviaron la mirada al mismo tiempo y Caitlin sintió que el corazón le palpitaba con más velocidad.

Caleb regresó a su sitio, se sentó sobre la paja que ahí había y, reclinándose, volteó hacia donde estaba ella. Ahora parecía que era él quien estudiaba sus rasgos y eso la cohibió.

Sin darse cuenta, Caitlin deslizó la mano por su ropa y pensó que le habría gustado estar mejor vestida. Pensó a toda velocidad y recordó que, en algún momento, no sabía cuándo con exactitud, se detuvieron en una tienda de ropa de segunda mano en un pueblo y ella consiguió ahí algunas prendas para cambiarse.

Miró temerosa hacia abajo y ni siquiera pudo reconocerse. Llevaba unos jeans rotos y deslavados, tenis de una talla más grande que la suya, camiseta y un suéter. Encima de todo, se había puesto un viejo saco marinero color morado al que le faltaba un botón y que también le quedaba demasiado grande. Sin embargo, le brindaba calor, y en ese momento, era lo único que necesitaba.

Caitlin se sintió apenada. ¿Por qué tenía que verla él así? Era pura mala suerte: la primera vez que conocía a un chico que en realidad le agradaba, y ni siquiera tenía la oportunidad de arreglarse. En el establo no había un baño en el que pudiera arreglarse, y de todas maneras, no llevaba sus cosméticos. Avergonzada, miró hacia otro lado.

—¿Dormí mucho tiempo? —preguntó.

—No estoy seguro; yo también acabo de despertar —le respondió Caleb mientras se recargaba y se pasaba la mano por el cabello.

—Me alimenté temprano esta noche y eso me agotó.

—Explícame eso —le pidió mientras lo observaba.

Él no contestó de inmediato.

—Alimentarse —añadió ella—, ¿cómo funciona? ¿tú… matas gente?

—No, jamás —le contestó mientras trataba de ordenar sus pensamientos en silencio.

—Como todo lo demás acerca de la raza de los vampiros, es un asunto complicado —le contestó—. Depende del tipo de vampiro que seas y de la cofradía a la que pertenezcas. Yo sólo me alimento de animales, por ejemplo. Venados, casi siempre. Hay una sobrepoblación de venados, así que no hay problema. Los humanos incluso los cazan y ni siquiera para comerlos.

Su gesto se tornó melancólico.

—Pero hay otras cofradías que no tienen tanto tacto. Se alimentan de humanos. De los indeseables, por lo general.

—¿Indeseables?

—Indigentes, vagos, prostitutas… la gente a la que nadie extrañará si desaparece; el objetivo es no atraer mucho la atención. Así ha sido siempre. Los vampiros que se alimentan de esa forma, son vampiros impuros. Pero a mi cofradía, a mi raza, se le considera de sangre pura: aquello de lo que te alimentas… te infunde su energía.

Caitlin se quedó sentada pensando.

—¿Y qué hay de mí?, ¿por qué sólo me dan ganas de alimentarme en momentos específicos?

Caleb frunció el ceño.

—No estoy seguro; creo que contigo sucede algo diferente. Eres una mestiza y eso es algo muy raro. Sólo sé que estás madurando. Otros cambian de la noche a la mañana, pero en tu caso, debe haber un proceso. Tal vez te tome algún tiempo atravesar por todos los cambios que te esperan para, después de un tiempo, estabilizarte.

Caitlin recordó las punzadas de hambre que había sentido, la forma en que la abrumaron sin que ella se lo esperara. La habían imposibilitado para pensar en otra cosa que no fuera alimentarse. Fue una experiencia horrible y tenía mucho miedo de que se volviera a presentar.

—¿Pero cómo puedo saber cuándo sucederá de nuevo?

—No puedes saberlo.

—Es que no quiero volver a matar a un humano —agregó ella—. Jamás.

—No tienes que hacerlo; puedes alimentarte de animales.

—¿Y qué pasará si el hambre me ataca mientras estoy atrapada en algún lugar?

—Vas a tener que aprender a controlarla. Se necesita práctica y fuerza de voluntad; no es sencillo pero sí posible. Tú puedes llegar a dominarla, todos los vampiros pasan por eso.

Caitlin pensó en lo que sería capturar a un animal vivo y alimentarse de él. Sabía que ahora era mucho más rápida de lo que había sido jamás, pero no estaba segura de que eso fuera suficiente para cazar. Además, ni siquiera se creía capaz de cazar un venado.

Volteó a ver a Caleb.

—¿Tú me enseñarás? —le preguntó esperanzada.

Él le correspondió la mirada y ella volvió a sentir que su corazón se aceleraba.

—La alimentación es algo sagrado en nuestra raza, es una actividad que siempre se debe llevar a cabo a solas —le dijo con suavidad en un tono de disculpa.

—A menos de que…

—¿A menos de que qué? —le preguntó.

—En las ceremonias matrimoniales, cuando se une a los cónyuges.

Caleb volteó hacia otro lado y Caitlin percibió un cambio en su humor. Por otra parte, a ella le corrió la sangre con prisa hasta las mejillas, y de repente, creyó que la temperatura del lugar, subía.

La chica decidió cambiar el tema. No estaba hambrienta en ese momento, por lo que pensó que podría enfrentar ese problema cuando se presentara. Sólo deseaba que Caleb estuviera a su lado entonces.

Además, muy en el fondo, ni siquiera le importaba mucho alimentarse; tampoco los vampiros ni las espadas. Lo que en realidad quería era saber más sobre él. O, en realidad, lo que sentía por ella. Tenía muchas preguntas que quería hacerle. ¿Por qué arriesgaste todo por mí?, ¿fue sólo para encontrar la espada o hubo algo más?, ¿seguirás a mi lado después de que la encuentres? Está prohibido tener un romance con una humana, ¿te atreverías a romper esa regla por mí?

Pero como tenía miedo, lo único que dijo, fue:

—Espero que encuentres tu espada.

Qué tonta, pensó, ¿eso fue lo más interesante que pudiste decir?, ¿qué nunca vas a tener el valor para expresar lo que realmente piensas?

Pero la energía de Caleb era demasiado intensa y a ella le costaba trabajo pensar con claridad siempre que él estaba cerca.

—Yo también —contestó Caleb—. Es un arma muy especial; nuestra raza la ha codiciado durante siglos. Corren rumores de que es el ejemplo más fino que jamás se forjó, de una espada turca, y que está fabricada con un metal que puede matar a cualquier vampiro. Seríamos invencibles si la consiguiéramos, pero si no…

Fue bajando el volumen de su voz. Al parecer, temía enunciar las consecuencias.

Caitlin deseó que Sam estuviera ahí, que pudiera ayudarlos a encontrar a su padre. Volvió a escudriñar el establo pero no vio rastros recientes de él. Otra vez deseó no haber perdido el celular en el camino; le habría hecho la vida mucho más sencilla.

—Sam solía venir a dormir a este establo con frecuencia —dijo. Creí que lo encontraríamos aquí. A pesar de todo, ahora estoy segura de que sí se encuentra en este pueblo. No iría a otro lugar. Mañana iremos a la escuela y hablaré con mis amigos para averiguar dónde está.

Caleb asintió.

—¿Crees que ya sabe en dónde está tu padre? —le preguntó.

—No… lo sé —contestó ella. Pero él tiene más información al respecto que yo. Lo ha tratado de encontrar desde siempre. Si alguien sabe algo sobre mi padre, es Sam.

Caitlin recordó todas aquellas ocasiones que había pasado con Sam. Él se la pasaba investigando, mostrándole nuevas pistas y desilusionándose. Sucedía lo mismo cada noche que subía a su habitación y se sentaba en el borde de la cama. El deseo que Sam tenía de ver a su padre se había vuelto abrumador; era como si un ser vivo se hubiera apoderado de él. A pesar de que Caitlin también tenía mucha curiosidad, ésta no igualaba a la de Sam. Por alguna razón, le había sido muy difícil ver a su hermano tan decepcionado.

También recordó la desordenada infancia que tuvieron y todo de lo que les había hecho falta vivir. De pronto, la emoción se apoderó de ella y las lágrimas comenzaron a fluir de sus ojos. Apenada, las secó con rapidez. Esperaba que Caleb no lo hubiese notado.

Pero sí lo hizo; la observó con intensidad. Luego se levantó lentamente y se sentó junto a ella. Estaba tan cerca que Caitlin percibió su energía; fue algo muy profundo e hizo que su corazón latiera con fuerza.

Caleb recorrió con ternura el cabello de Caitlin con su dedo, y le retiró algunos mechones del rostro. Luego dibujó el contorno de su ojo hasta llegar a la mejilla.

Caitlin permaneció inmóvil. Sentía sobre sí la mirada de Caleb, pero no se atrevía a verlo de frente.

—No te preocupes —la tranquilizó con su voz suave y profunda—. Encontraremos a tu padre, lo haremos juntos.

Pero lo que a ella le preocupaba no era su padre, sino él, Caleb. Quería saber cuándo la abandonaría.

Se preguntaba si, de tenerla cerca, la besaría. Se moría por sentir el toque de sus labios.

Pero temía voltear a donde él estaba.

Sintió que pasaron horas antes de que lograra reunir el valor para hacerlo.

Y cuando lo hizo, él ya no estaba cerca. Se había reclinado con suavidad contra el heno y ahora tenía los ojos cerrados. Estaba dormido con una tenue sonrisa en el rostro alumbrado por la luz que el fuego brindaba.

Caitlin se deslizó hasta estar cerca de él, se echó para atrás y dejó que su cabeza reposara a unos cuantos centímetros del hombro de Caleb. Estaban a punto de tocarse.

Ese “a punto” era suficiente para ella.


DOS



Caitlin deslizó la puerta del establo y entrecerró los ojos para ver al mundo cubierto de nieve. La blanca luz del sol se reflejaba en todo. Se cubrió los ojos con las manos porque sintió un dolor que jamás había experimentado antes. La luz la estaba matando.

Caleb salió y se paró a su lado. Estaba terminando de cubrir sus brazos y cuello con un material muy ligero. Se parecía al plástico con el que se envuelven los alimentos, pero en este caso, la textura parecía disolverse al contacto con su piel. Era imposible asegurar que hubiera algo ahí.

—¿Qué es eso?

—Cubierta de piel —le dijo mientras continuaba envolviéndose los brazos y hombros—. Es lo que nos permite salir durante el día. Si no la tuviéramos, nos quemaríamos— Volteó a ver a Caitlin—. Pero tú no la necesitas… aún.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó ella.

—Créeme —contestó con una sonrisa—, ya nos habríamos dado cuenta.

Luego metió la mano a su bolsillo y sacó un frasquito de gotas. Se echó hacia atrás y se puso varias en cada ojo. Volteó y la miró.

Seguramente se dio cuenta de que a ella le dolían los ojos porque, con mucho cuidado le puso la mano en la frente y presionó hacia atrás.

—Reclínate —le dijo.

Ella se hizo hacia atrás.

—Abre los ojos.

Cuando Caitlin los abrió, él dejó caer una gota en cada ojo.

Le quemaron horriblemente. Cerró los párpados y bajó la cabeza.

—¡Ay! —se quejó y continuó tallándose—. Si estás molesto conmigo, mejor sólo dímelo.

Caleb sonrió.

—Lo siento. Al principio queman, pero ya te acostumbrarás. En unos segundos perderás la sensibilidad y dejará de doler.

Caitlin parpadeó y siguió tallándose. Después de un rato miró hacia arriba y volvió a sentirse bien. Tenía razón, el dolor había desaparecido.

—Si no hay alguna razón de peso, la mayoría de los vampiros no se atreve a salir durante el día. Somos más vulnerables que en la noche. El problema es que a veces es necesario hacerlo.

Volvió a mirarla.

—¿Queda muy lejos la escuela de Sam? —preguntó Caleb.

—Sólo tenemos que caminar un poco —contestó ella al mismo tiempo que lo tomaba del brazo y lo conducía por el césped cubierto de nieve—. Es la preparatoria Oakville. Yo también estudiaba ahí hasta hace unas semanas. Alguno de mis amigos debe saber en dónde se encuentra Sam.



*



La preparatoria Oakville lucía exactamente como Caitlin la recordaba. Parecía un sueño estar de vuelta. Al ver el edificio sintió como si sólo hubiera tomado unas breves vacaciones y ahora estuviera regresando a su vida normal. Por un segundo, incluso creyó que todo lo que había sucedido en las semanas recientes, era tan sólo parte de un sueño demencial. Se permitió fantasear y creer que todo estaba volviendo a la normalidad, que todo sería igual otra vez. Era una sensación agradable.

Pero cuando giró y vio a Caleb, supo que todo había cambiado, y si acaso había algo más irreal que volver a su pueblo, era haberlo hecho con Caleb a su lado. Entraría a su antigua escuela acompañada de un hombre guapo de más de más de un metro ochenta, con hombros amplios y vestido completamente de negro. El cuello alto de su gabardina negra le cubría el cuello y se escondía un poco detrás de su largo cabello. Parecía recién salido de la portada de alguna de esas populares revistas para adolescentes.

Caitlin imaginó la reacción que tendrían las otras chicas cuando la vieran con él y sonrió. Nunca había sido muy popular que digamos y los chicos jamás le prestaron mucha atención. Tampoco podía decir que fuera una marginada porque, en realidad, tenía varios buenos amigos. En general, nunca fue el alma de las fiestas; supuso que le gustaba permanecer en un punto medio. Por otra parte, recordaba que algunas de las chicas más populares la habían despreciado. Eran de aquellas que siempre andan en grupo, que caminan por los pasillos con su naricita respingada e ignoran a cualquiera que no sea tan perfecto como ellas. Tal vez ahora, la notarían.

Caitlin y Caleb subieron por las escaleras y cruzaron las amplias puertas de vaivén que estaban a la entrada de la escuela. Ella miró el enorme reloj. 8:30. Perfecto. Los estudiantes estaban a punto de salir de la primera clase y comenzarían a llenar los pasillos en cualquier momento. Eso les ayudaría a pasar un poco desapercibidos, y así, ella no tendría que preocuparse por la seguridad o por conseguir un pase.

La campana sonó a tiempo, y en unos segundos, los pasillos comenzaron a llenarse.

Lo bueno de Oakville era que no se parecía en nada a la espantosa preparatoria de Nueva York. Aquí, aunque los pasillos estuvieran llenos de gente, siempre quedaba bastante espacio para maniobrar. En todas las paredes había grandes ventanales que permitían ver el cielo y dejaban entrar la luz. Además, había árboles en casi todos lados. Eso era casi todo lo que bastaba para extrañarla. Casi.

Pero Caitlin ya estaba harta de la escuela. Técnicamente le faltaban sólo unos cuantos meses para graduarse, pero le parecía obvio que, en las semanas recientes, su educación había sido mucho más intensa de lo que habría sido si se hubiera quedado sentada unos meses más a esperar que le dieran un certificado. Le encantaba aprender, pero la idea de no volver nunca más a la escuela, le agradaba todavía más.

Caminaron por el pasillo y Caitlin trató de detectar algún rostro conocido. Sin embargo casi todos los estudiantes eran de los primeros grados y le fue imposible encontrar a alguno de los muchachos mayores. Por otra parte, le sorprendió ver la reacción de todas las chicas: prácticamente todas voltearon a ver a Caleb, y ninguna hizo el intento de ocultar su interés o, siquiera, de mirar en otra dirección. Era increíble. Era como si paseara con Justin Bieber por la escuela.

En ese momento, Caitlin volteó hacia atrás y se dio cuenta de que todas las chicas se habían detenido y no dejaban de contemplar a su acompañante. Algunas incluso murmuraban entre ellas.

Volteó de nuevo para verlo a él y se preguntó si se habría dado cuenta. De ser así, no mostraba ninguna señal y, además, parecía no importarle.

—¿Caitlin? —se escuchó la voz de una chica evidentemente conmocionada.

Caitlin volteó y vio a Luisa. Era una chica que había sido su amiga antes de que se mudara.

—¡Oh, Dios mío! —añadió Luisa con emoción y se arrojó con los brazos abiertos para darle un gran abrazo. Antes de que Caitlin pudiera reaccionar, ya tenía a su vieja amiga encima y tuvo que corresponder el gesto. Era agradable ver un rostro conocido.

—¿Qué te pasó? —le preguntó Luisa hablando a toda velocidad. Su acento latino se hizo evidente; había llegado de Puerto Rico apenas unos años antes.

—¡Estoy muy confundida! ¿No te habías mudado? Te envié mensajes de textos y correos electrónicos pero nunca me respondiste.

—Lo lamento —dijo Caitlin—. Perdí mi teléfono y no he tenido la oportunidad de usar una computadora, y además...

Luisa no estaba escuchando. Acababa de notar a Caleb y se había quedado contemplándolo embelesada. Estaba boquiabierta.

—¿Quién es tu amigo? —preguntó al fin, casi en un murmullo. Caitlin sonrió; jamás había visto tan nerviosa a su amiga.

—Luisa, te presento a Caleb —dijo.

—Es un placer —agregó Caleb sonriendo con la mano extendida.

Luisa sólo continuó mirándolo. Levantó la mano poco a poco; estaba aturdida y, obviamente, demasiado sorprendida para hablar.

Miró a su amiga sin comprender cómo había podido ligarse a un chico así. La veía de una manera distinta, casi como si no la reconociera.

—Um... —comenzó Luisa a decir con los ojos bien abiertos— um... y... como que... y ustedes, eh, ¿dónde se conocieron?

Caitlin se quedó pensando un momento cómo respondería a esa pregunta. Imaginó que le decía a Luisa toda la verdad, y la mera idea la hizo sonreír. No, no funcionaría.

—Nos conocimos después de un concierto —dijo Caitlin.

De cierta forma era verdad.

—Ay, Dios mío, ¿cuál concierto?, ¿en la ciudad?, ¡¿el de los Black Eyed Peas?! —preguntó con premura— ¡Qué envidia! ¡Me muero por verlos!

Caitlin sonrió al imaginar a Caleb en un concierto de rock. Por alguna razón le parecía imposible que eso llegara a suceder.

—No... no exactamente —añadió Caitlin—. Escucha, Luisa, disculpa que te interrumpa pero tengo poco tiempo. Necesito saber en dónde está Sam. ¿Lo has visto?

—Por supuesto, todo mundo lo ha visto. Volvió la semana pasada; se veía muy raro. Le pregunté en dónde estabas y cuáles eran sus planes, pero no me dijo nada. Tal vez se está quedando en ese establo que tanto le gusta.

—No, no está ahí —dijo Caitlin—. Ya fuimos a buscarlo.

—¿En serio? Lo siento, entonces no sé. Como está en otro grado, en realidad casi no nos vemos. ¿Ya trataste de enviarle un correo? Siempre está en Facebook.

—Es que no tengo mi teléfono —comenzó a explicar Caitlin.

—Toma el mío —la interrumpió Luisa. Y antes de que terminara la frase, la chica le había puesto el celular a Caitlin en la mano.

—Ya está abierto Facebook, sólo ingresa y envía el mensaje.

Claro, pensó Caitlin. ¿Por qué no se me ocurrió eso antes?

Entró a Facebook, escribió el nombre de usuario de Sam en el campo de búsqueda, fue a su perfil y eligió el botón para enviar mensajes. Al principio vaciló porque no sabía exactamente qué escribir, pero luego, comenzó. “Sam, soy yo, estoy en el establo, ven a buscarme de inmediato.

Pulsó Enviar y le devolvió el celular a Luisa.

Entonces escuchó barullo y volteó.

Un grupo de las chicas más populares del último grado venían caminando por el pasillo directamente hacia ellos. Todas murmuraban y no dejaban de ver a Caleb.

Caitlin sintió que la embargaba una nueva emoción: celos. En los ojos de aquellas chicas que nunca antes le habían prestado atención, podía ver que ahora estarían encantadas de robarle a Caleb en un instante. Eran el tipo de mujeres que podía influir sobre cualquiera en la escuela; sabían que podían tener a cualquier muchacho que desearan. No importaba si ya andaba con alguien o no. Lo único que te quedaba por hacer era cruzar los dedos para que no se fijaran en tu novio.

Y ahora, todas tenían la mirada fija en Caleb.

Caitlin esperaba, no, más bien pedía al cielo que Caleb fuera inmune a sus poderes; que siguiera interesado en ella. Pero mientras más lo pensaba, más dudaba que lo hiciera. Ella era común y corriente, así que, ¿por qué habría de quedarse a su lado, cuando chicas como aquellas se morían por tenerlo?

Oró en silencio para que el grupito se siguiera de largo, por una vez en la vida.

Pero, claro, no fue así. El corazón le palpitó con fuerza cuando se detuvieron y se dirigieron a ellos.

—Hola, Caitlin —le dijo una de las chicas con un falso tono amistoso.

Tiffany. Alta, cabello lacio y rubio, ojos azules, delgada como popote. Vestida con ropa de diseñador de pies a cabeza.

—¿Quién es tu amigo?

—Caitlin no sabía qué decir. Tiffany y sus amigas nunca le habían dirigido la palabra; antes, ni siquiera volteaban a verla. Le impactó darse cuenta de que sabían de su existencia y hasta conocían su nombre. Y ahora, querían entablar una conversación. Por supuesto, sabía bien que no tenía nada que ver con ella. Querían a Caleb. Lo suficiente para descender de sus tronos y hablar con ella.

Y eso no le daba buena espina.

Seguramente Caleb se dio cuenta de la incomodidad de Caitlin porque se acercó más a ella y la abrazó.

Jamás se había sentido tan agradecida con alguien por tener un gesto así.

Armada de una confianza recién descubierta, Caitlin habló.

—Caleb —dijo respondiendo a la pregunta de Tiffany.

—Y... ¿qué están haciendo por aquí, chicos? —preguntó otra de ellas. Era Bunny, la versión morena de Tiffany—. Pensé que te habías ido o algo así.

—Pues ya regresé —añadió Caitlin.

—¿Entonces tú, eres nuevo aquí? —le preguntó Tiffany a Caleb— ¿Estás en último año?

Él sonrió.

—Sí, soy nuevo aquí —respondió con algo de misterio.

Los ojos de Tiffany se iluminaron porque creyó que Caleb se refería a la escuela.

—Genial —dijo—. Esta noche habrá una fiesta; tal vez quieras venir. Es en mi casa. Sólo será una reunión entre amigos y nos encantaría que fueras. Y... eh, bueno, supongo que tú también estás invitada —dijo Tiffany mirando a Caitlin, quien sintió cómo crecía la furia en su interior.

—Les agradezco la invitación, señoritas —dijo Caleb—, pero temo informarles que Caitlin y yo ya tenemos un compromiso muy importante para esta noche.

El corazón de Caitlin estaba a punto de estallar.

Victoria.

Nunca antes se sintió tan validada como cuando vio que la ilusión en el rostro de las chicas se desplomaba; una por una, como fichas de dominó.

Entonces, todas respingaron la nariz y se escabulleron.

Caitlin, Caleb y Luisa se quedaron solos. Caitlin pudo respirar al fin.

—¡Dios mío! —dijo Luisa— Esas chicas no le hablan a nadie que no consideren de su nivel y tampoco invitan a cualquiera a sus fiestas.

—Lo sé —dijo Caitlin, quien todavía no se recuperaba del impacto.

—¡Caitlin! —dijo de repente Luisa jalándola del brazo— Acabo de recordar. Susan; ella mencionó algo sobre Sam la semana pasada. Dijo que se estaba quedando con la familia Coleman. Lo siento, acabo de recordarlo, tal vez te sea de ayuda.

Con los Coleman, claro, ahí lo encontraría.

—Además —continuó Luisa apresuradamente—esta noche nos vamos a reunir todos en la casa de los Frank. ¡Tienes que venir! Te extrañamos mucho. Ah, y por supuesto, lleva a Caleb; va a ser una fiesta genial y asistirá la mitad del grupo. Tienes que estar ahí.

—Pues… no lo sé.

La campana volvió a sonar.

—¡Debo irme! Me da mucho gusto que hayas vuelto; te quiero. Llámame, ¡Bye! —dijo Luisa; luego se despidió de Caleb, dio la vuelta y se fue corriendo por el pasillo.

Caitlin se dio el lujo de imaginar que volvía a su vida normal, que salía con todos sus amigos, iba a fiestas, estudiaba en la escuela como siempre, y estaba a punto de graduarse. Le gustaba esa sensación. Durante un momento se esforzó mucho por sacar de su mente todos los sucesos de la semana anterior. Imaginó que nada había sucedido.

Pero luego volteó y vio a Caleb, y entonces, la realidad volvió a apoderarse de ella. Su vida había cambiado para siempre y nunca podría ser igual de nuevo. Era algo que, sencillamente, tendría que aceptar.

Y eso, sin mencionar el hecho de que había asesinado a alguien, que la policía la buscaba y que sólo era cuestión de tiempo antes de que la atraparan en algún lugar. O el hecho de que una raza completa de vampiros la estaba cazando para matarla. O que la espada que buscaba podría salvar a muchas personas.

Definitivamente la vida ya no era lo que solía ser y nunca habría marcha atrás. La única opción que le quedaba era aceptar su realidad del presente.

Caitlin tomó del brazo a Caleb y lo condujo hasta las puertas del frente. Los Coleman. Sabía dónde vivían, y además, era lógico que Sam estuviera quedándose con ellos. Si no estaba en la escuela en ese momento, probablemente estaría en la casa de aquella familia. Ahí era adonde tendrían que ir a buscar a su hermano.

Salieron de la escuela y percibieron de inmediato el aire fresco. Caitlin se maravilló de lo bien que se sentía salir caminando de la preparatoria una vez más, y esta vez, para siempre.



*



Caitlin y Caleb atravesaron el jardín de los Coleman; la nieve crujía bajo sus pies. La casa no era muy imponente; en realidad, era un modesto rancho junto a una carretera rural. Pero detrás de la construcción principal, al fondo de la propiedad, había un establo. Sobre el césped, Caitlin vio estacionadas en desorden varias camionetas viejas, así como huellas en el hielo y la nieve; entonces supo que, poco antes, hubo mucho movimiento para entrar al establo.

Eso era lo que hacían los chicos en Oakville: pasaban el rato en los establos de otras familias. Oakville era una comunidad rural pero también suburbana, lo cual les brindaba a los jóvenes la oportunidad de quedarse en algún lugar suficientemente alejado de la casa de sus padres para que estos no se enteraran o no les importara lo que sus hijos hacían. El establo era mucho mejor que ocultarse en un sótano porque, además, tus padres no se enteraban de nada, y tenías tu propia entrada. Y salida.

Caitlin respiró hondo, se dirigió al establo y deslizó la pesada puerta de madera.

Lo primero que percibió fue el olor. Era mariguana. Las nubes de humo cubrían el aire.

A eso, había que sumar el aroma a cerveza rancia. Demasiada.

Pero lo que más le impactó, fue el hedor que percibió de un animal. Sus sentidos se habían desarrollado tanto, que la presencia del aquel ser, los invadió por completo. Fue como si hubiera inhalado amoniaco.

Caitlin volteó a su lado derecho y enfocó la mirada. En la esquina había un Rottweiler grande que se sentó lentamente, la miró y le gruñó. El gruñido se tornó en un grave sonido gutural. Ahora lo recordaba. Era Butch, el nefasto perro de los Coleman. Como si una familia así de desastrosa, necesitara un siniestro animal que se sumara a la foto.

Los Coleman siempre habían sido problemáticos. Eran tres hermanos de 17, 15 y 13 años. En algún momento, Sam se había hecho amigo de Gabe, el hermano de en medio. Cada uno era peor que el siguiente. Su padre los había abandonado tiempo atrás para irse Dios sabe a dónde. Su madre nunca los cuidaba. Se podría decir que se criaron solos. A pesar de sus edades, siempre estaban borrachos, drogados o de pinta.

A Caitlin le molestaba que Sam se juntara con ellos; era una amistad que no podría aportarle nada bueno.

Se escuchaba música en el fondo. Era Pink Floyd. Wish You Were Here.

Gente, pensó Caitlin.

A pesar de que afuera era un día muy lindo, dentro del establo estaba muy oscuro. Le llevó algo de tiempo acostumbrarse a la poca luz.

Ahí estaba Sam, sentado en medio de un sofá viejo y rodeado de unos doce muchachos. Tenía a Gabe de un lado y a Brock del otro.

Estaba agachado sobre una pipa de agua. Estaba terminando de inhalar; soltó la pipa, se echó hacia atrás y contuvo el aliento para dar el golpe. Fue demasiado tiempo, al final, exhaló.

Gabe lo estaba filmando. Sam volteó hacia arriba y fijó la borrosa mirada en Caitlin. Tenía los ojos rojos.

Un espantoso dolor le atravesó el estómago a la chica. Eso iba más allá de la desilusión. Pensó que todo era su culpa y recordó la última vez que se vieron en Nueva York, el día que discutieron. Pensó en la brusquedad de sus últimas palabras: ¡Entonces vete!, le había gritado. ¿Por qué tenía que decir cosas así?, ¿por qué no había tenido la oportunidad de retractarse?

Ahora era demasiado tarde. Si hubiera elegido otras palabras, tal vez las cosas serían distintas en ese momento.

También estaba furiosa. Con los Coleman, con todos los chicos en aquel establo que estaban sentados en sofás viejos, sillas y pacas de heno; fumando y bebiendo, tirando sus vidas a la basura. Tenían la libertad de hacerlo, pero no de arrastrar a Sam con ellos. Él era mejor persona, sólo le había hecho falta una guía. Nunca tuvo una imagen paterna ni recibió amor de su madre. Era un gran chico y ella sabía que podría ser el mejor de su clase si tan sólo hubiera tenido la oportunidad de vivir en un hogar medianamente estable. Pero llegó a un punto del que ya no pudo volver. Todo había dejado de importarle.

Caitlin dio varios pasos hacia él.

—¿Sam? —preguntó.

Él la contempló sin decir una sola palabra.

Era difícil definir lo que había en su mirada. ¿Eran las drogas?, ¿estaba fingiendo indiferencia?, ¿o en verdad no le importaba nada?

La apatía en su rostro fue lo que la lastimó más que nada. Había imaginado que estaría feliz al verla, que se levantaría y le daría un gran abrazo. Pero no se esperaba nada de esto; de la indiferencia. Era como si fueran desconocidos. ¿Estaría actuando para verse cool frente a sus amigos?, ¿o tal vez ella lo había arruinado todo y para siempre?

Pasaron varios segundos y luego Sam desvió la mirada. Le pasó la pipa a uno de los otros muchachos os e ignoró a su hermana.

—¡Sam! —dijo Caitlin con más fuerza. Tenía las mejillas encendidas por el enojo— ¡Te estoy hablando!

Escuchó las risas de sus amigos los perdedores y sintió que la ira le invadía el cuerpo. También percibió algo nuevo dentro de sí; era un instinto animal. El enojo estaba llegando a tal punto de ebullición, que, en unos minutos más, sería incontrolable. Entonces le dio miedo pensar que estaba a punto de cruzar la línea. Ya no era algo humano sino animal.

Aquellos chicos eran muy corpulentos, pero el poder que ahora corría por sus venas le indicó que podría acabar con cualquiera de ellos en un instante. Le estaba costando demasiado trabajo contener la furia, pero esperaba tener la fuerza suficiente para hacerlo.

En ese momento, el Rottweiler contuvo el gruñido y comenzó a acercarse a ella poco a poco. Era como si hubiera sentido que algo se avecinaba.

Entonces Caitlin notó que alguien le tocaba el hombro con suavidad. Era Caleb; seguía ahí. Se había dado cuenta de que estaba punto de perder el control; era el instinto animal que existía entre ambos. Trató de apaciguarla, le dijo que se calmara, que contuviera sus deseos. Su presencia reconfortó a la chica, pero no fue fácil.

Sam volteó a verla. Había un aire de desafío en su mirada, seguía molesto. Era obvio.

—¿Qué quieres? —le preguntó con brusquedad.

—¿Por qué no estás en la escuela? —fue lo primero que ella se escuchó decir. No estaba segura de por qué lo había preguntado, en particular, habiendo tantas otras cosas que deseaba saber. Pero el instinto maternal surgió y eso fue lo único que se le ocurrió decir.

Más risitas. El enojo de Caitlin aumentó.

—¿Y a ti qué te importa? —contestó Sam— ¿Me dijiste que me fuera?

—Lo siento —dijo ella—, no quise hacerlo.

Le dio gusto tener la oportunidad de decirlo.

Pero eso no pareció convencerlo. Siguió mirándola.

—Sam, necesito hablar contigo en privado —agregó Caitlin.

Quería sacarlo de aquel ambiente y llevarlo a tomar aire fresco para estar solos, a algún lugar en donde pudieran hablar de verdad. No sólo quería saber sobre su padre, también quería hablar con él como solían hacerlo. Quería darle la noticia sobre la muerte de su madre. Con delicadeza.

Pero se dio cuenta de que las cosas no podrían ser así. Todo se desplomaba en una espiral interminable. La energía que había en aquel oscuro establo era demasiado maligna y violenta. Ella estaba a punto de perder el control porque, a pesar de la mano de Caleb, no sería capaz de contener lo que se estaba apoderando de su ser.

—Ya estoy instalado aquí —dijo Sam.

Una vez más, Caitlin escuchó las risas de los muchachos.

—¿Por qué no te relajas? —le preguntó uno de ellos— Estás demasiado tensa; ven, siéntate y date un toque.

El chico le ofreció la pipa de agua.

Ella volteó y lo fulminó con la mirada.

—¿Por qué no te metes esa pipa por el trasero? —dijo, rechinando los dientes.

Los demás interrumpieron la conversación con comentarios molestos.

—¡Auch, ZAPE! —gritó uno de ellos.

El muchacho que le había ofrecido la pipa era un tipo grande y musculoso a quien, Caitlin sabía, habían echado del equipo de futbol americano. Se puso de pie. Estaba rojo del coraje.

—¿Qué me dijiste, perra? —dijo.

Ella miró hacia arriba. Era mucho más alto de lo que recordaba; medía casi dos metros. Caleb estrujó su hombro, pero ella no sabía si era porque la instaba a conservar la calma o porque él también estaba alerta.

El ambiente del lugar se tensó muchísimo.

El Rottweiler se acercó más; ahora estaba a sólo unos treinta centímetros de distancia y gruñía como loco.

—Relájate, Jimbo —le dijo Sam al jugador de americano.

Ahí estaba Sam, el protector. A pesar de todo, la protegía a ella.

—Caitlin es como un dolor de muelas pero estoy seguro de que no quiso decir eso. Además, no deja de ser mi hermana. Sólo cálmate.

—¡Claro que quise decir eso! —gritó Caitlin, más enojada que nunca— ¿Ustedes creen que son muy cool porque drogaron a mi hermano? Son sólo un montón de perdedores que no se dirige a ningún lado. Si quieren echar a perder sus vidas, adelante, ¡pero no involucren a Sam!

Como si fuera posible, Jim se enojó aún más y dio unos cuantos pasos amenazantes hacia ella.

—Vaya, vean quién es. La señorita maestra, señorita mamá que vino a decirnos qué hacer.

Se escuchó un coro de risas.

—¡Por qué tú y tu noviecito de juguete no vienen aquí a darme mi merecido?

Jimbo dio un paso más y empujó a Caitlin con su enorme mano que más bien parecía pata de felino.

Mala idea.

La ira estalló dentro de la chica y le fue imposible controlarla. En cuanto Jimbo la tocó, ella se movió a toda velocidad, lo sujetó de la muñeca y se la torció hacia atrás. Sólo se escuchó un escandaloso crujido, como si se la hubiera fracturado.

Luego, Caitlin lo giro, le puso la muñeca en lo alto de la espalda, y lo empujó de cara hasta el suelo.

En menos de un segundo, estaba tirado bocabajo sobre la tierra, y sin poder incorporarse. Ella dio un paso, le puso el pie en el cuello y lo mantuvo pegado al suelo con firmeza.

El chico gritó de dolor.

—¡Dios mío, mi muñeca, mi muñeca! ¡Maldita perra! ¡Me rompió la muñeca!

Sam se puso de pie como todos los demás y miró impactado a Jimbo. No lo podía creer. No tenía idea de cómo, su hermanita, había podido someter de esa forma a un tipo tan grande.

—Ofréceme una disculpa —le gruñó Caitlin a Jimbo. A ella misma le asustaba el gutural y animalesco sonido de su voz.

—¡Lo siento, lo siento! ¡Lo siento! —gritó Jimbo lloriqueando.

Caitlin sólo quería dejarlo ir y terminar con ese asunto, pero había algo en ella que no se lo permitía. La ira la había invadido de forma muy inesperada y con demasiada fuerza. No podía terminar con todo así nada más. En su interior, el enojo seguía fluyendo, creciendo. Quería matar a aquel chico. Era ridículo pero en verdad quería hacerlo.

—¿Caitlin! —gritó Sam; y ella percibió el miedo en su voz —¡Por favor!

Pero Caitlin no podía ceder; en verdad iba a asesinar al muchacho.

En ese momento escuchó un gruñido, y por el rabillo del ojo, alcanzó a ver al perro. De pronto dio un enorme salto con la boca abierta y los colmillos preparados para morderle el cuello.

Ella reaccionó de inmediato. Soltó a Jimbo, y con un solo movimiento, atrapó al perro en el aire. Lo cargó, lo sujetó del vientre y lo aventó.

El animal salió volando a tres, a seis metros de distancia. Lo arrojó con tal fuerza que surcó el lugar y atravesó la pared del establo. Al golpear con ella, la madera crujió, y volaron astillas por todas partes; el perro aulló y salió despedido hasta el otro lado.

Todo mundo miró a Caitlin en silencio. Nadie era capaz de asimilar lo que acababan de presenciar. Había sido, obviamente, un acto de fuerza y velocidad sobrehumanas, y no existía explicación viable para justificarlo. Se quedaron boquiabiertos.

A Caitlin le abrumaron sus sentimientos. Emoción, ira, tristeza. Ya no sabía lo que sentía y, además, no podía confiar en ella misma. Le era imposible hablar. Tenía que salir de ahí. Sabía que Sam no la acompañaría porque era una persona muy diferente ahora.

Y ella, también.


TRES



Caitlin y Caleb caminaron sin prisa a lo largo de la ribera. Ese lado del río Hudson estaba descuidado; contaminado por las fábricas abandonadas y los depósitos de combustible para los que ya no había uso. Era una zona desolada pero tranquila. Caitlin se asomó al río y vio enormes trozos de hielo que se resquebrajaban ese día de marzo y fluían con la corriente. Su delicado y sutil crujido, llenaba el aire. La imagen de los trozos era sobrenatural y reflejaba la luz de una manera muy peculiar, como el paciente rocío lo hace sobre la rosa. De pronto anheló caminar hasta uno de aquellos bloques de hielo, sentarse en él y permitir que la llevara a donde éste quisiera.

Caitlin y Caleb continuaron en silencio; cada uno en su propio mundo. Ella estaba avergonzada por haber hecho gala de tanta furia; le apenaba haber perder los estribos y mostrarse así de violenta.

También le apenaba que su hermano hubiera actuado de aquella forma, que estuviera con ese montón de perdedores. Nunca lo había visto actuar así. Habría querido ahorrarle a Caleb la pena de presenciar aquello. No fue el mejor momento para presentarle a la familia; seguramente la opinión que ahora tenía acerca de ella, era muy mala, y eso era lo que más le afectaba.

Aún peor: tenía miedo de pensar a dónde irían después de lo sucedido. Sam había sido su mayor esperanza en lo que se refería a encontrar a su padre. Y ahora, se había quedado sin ideas; si lo hubiera buscado ella misma, ya habría dado con él desde años atrás. No sabía qué decirle a Caleb. ¿Se iría de su lado? Por supuesto. Ella no le era de utilidad y, además, tenía que encontrar una espada. ¿Qué razón habría para que se quedara?

Caminaron en silencio y Caitlin sintió que el nerviosismo la invadía. Supuso que Caleb sólo esperaba el momento adecuado y que estaba eligiendo las palabras indicadas para avisarle que se iría. Como toda la gente de su vida lo había hecho antes.

—Lo lamento —dijo ella con ternura—. Me apena la forma en que me comporté. Lo siento, perdí el control.

—No te preocupes, no hiciste nada malo. Eres muy poderosa y apenas estás aprendiendo.

—También me siento avergonzada por la forma en que se comportó mi hermano.

Caleb sonrió.

—Si hay algo que he aprendido a través de los siglos, es que no se puede controlar a la familia.

Siguieron caminando en silencio. Caleb volteó hacia el río.

—¿Y entonces? —preguntó Caitlin— ¿Ahora qué?

Se detuvo y la miró.

—¿Te vas a ir? —le preguntó ella vacilante.

Él se veía imbuido en sus pensamientos.

—¿Se te ocurre otro lugar en donde pueda estar tu padre? ¿Recuerdas a alguien que lo haya conocido? ¿Algún dato?

Ya había intentado recordar antes, pero no encontró nada, absolutamente nada. Negó con la cabeza.

—Debe haber algo —dijo él con énfasis—. Esfuérzate más. ¿Tienes algún recuerdo?

Caitlin trató de nuevo. Cerró los ojos y deseó recordar con todas sus fuerzas. Ya se había preguntado lo mismo en varias ocasiones. Había soñado tanto con su padre, que ya no distinguía entre los sueños y la realidad. Podía recordar cada una de las ocasiones en que él se le había aparecido mientras dormía. Era siempre el mismo sueño. Caitlin corría por el campo, lo veía a lo lejos y luego él se alejaba a medida que ella se acercaba. Pero no era él en realidad. Era sólo parte de un sueño.

Eran imágenes, recuerdos de cuando era niña, el deseo de haberse ido con él a algún sitio. Era verano, pensó. Recordaba el océano y su profunda calidez. Pero, como siempre, no estaba segura si aquella imagen era real. La línea se desdibujaba cada vez más y no podía recordar con precisión dónde estaba esa playa.

—Lo siento —dijo—. Desearía tener algo, si no por ti, al menos por mí. Pero no es así. No tengo idea de dónde pueda estar ni de cómo encontrarlo.

Caleb miró al río. Respiró hondo y observó el hielo. Sus ojos cambiaron de color una vez más; en esta ocasión, se tornaron color gris.

Caitlin creyó que había llegado el momento, que de pronto voltearía y le daría la noticia: se iba porque ella ya no le servía de nada.

Hasta le dieron ganas de inventar algo, una mentira acerca de su padre, algún indicio que le permitiera mantener a Caleb cerca. Pero sabía que eso era algo que no debía hacer.

Estaba a punto de llorar.

—No lo entiendo —dijo él con suavidad mientras contemplaba el río—. Estaba seguro de que tú eras la elegida.

Se quedó en silencio. A Caitlin la espera se le hacía eterna.

—Y hay algo más que no comprendo —agregó y volteó a verla; sus grandes ojos eran hipnóticos.

—Cuando estoy contigo, percibo algo. Cierta oscuridad. Con otros, siempre puedo ver lo que hemos compartido, las veces que se han cruzado nuestros caminos en las encarnaciones del pasado; pero contigo, todo tiene un velo encima. No puedo ver y eso nunca me había sucedido antes. Es como si alguien me estuviera impidiendo ver más allá.

—Tal vez no tuvimos un pasado juntos —dijo Caitlin.

Él sacudió la cabeza.

—Eso también lo podría ver. Pero contigo es imposible. Tampoco puedo ver nuestro futuro juntos. Nunca me había sucedido, nunca, en tres mil años. Sin embargo, en el fondo, me parece que te recuerdo, que estoy a punto de verlo todo. Está ahí, en algún lugar de mi mente, pero no fluye. Me está volviendo loco.

—Bien, entonces —dijo Caitlin— tal vez no hay nada. Tal vez sólo tenemos el presente, quizá nunca hubo nada más y tal vez nunca lo habrá.

Se arrepintió de inmediato de lo haber dicho eso. Ahí estaba de nuevo; nada más abría la boca y decía estupideces sin pensarlo. ¿Por qué había tenido que hablar de esa manera? Era precisamente lo contrario de lo que pensaba y sentía. Lo que en realidad había querido expresar, era: Sí, yo también siento como si hubiera estado contigo por siempre y que seguiremos juntos toda la vida. Pero no; como siempre, todo tuvo que salirle todo mal. Era porque estaba nerviosa; y lo peor era que ya no había manera de retractarse.

A pesar de todo, las palabras de Caitlin no detendrían a Caleb. Se acercó a ella, levantó una mano y la posó con suavidad sobre su mejilla para retirar su cabello. La miró directamente a los ojos y estableció un vínculo demasiado fuerte.

A ella le palpitó el corazón y la temperatura comenzó a subirle. Tenía la sensación de haberse perdido.

¿Estaría él tratando de recordar?, ¿se preparaba para decir adiós?

¿O tal vez estaba a punto de besarla?


CUATRO



Si acaso había algo que Kyle odiaba más que a los humanos, era a los políticos. No soportaba sus poses, su hipocresía, su mojigatería. Detestaba esa arrogancia sin fundamentos. La mayoría de ellos había vivido, si acaso, un siglo; él tenía cinco mil años de edad. Por eso le repateaba cuando los políticos hablaban de su “experiencia del pasado”.

Fue el destino lo que lo obligó a interactuar con ellos, a verlos cada noche cuando se levantaba de su sueño y salía a la ciudad a través del edificio del Ayuntamiento. Varios siglos atrás, la Cofradía de Blacktide se había establecido debajo del Ayuntamiento de la ciudad de Nueva York, y además, había mantenido una estrecha relación de trabajo con los políticos. De hecho, la mayor parte de ellos, de los que abarrotaban el lugar, en realidad pertenecía en secreto a su cofradía y ejecutaba sus órdenes por toda la ciudad y el estado. Involucrarse y tener tratos con ellos, era un mal necesario.

Sin embargo, la cantidad de políticos que todavía eran humanos, era suficiente para causarle escalofríos al ambicioso vampiro. No soportaba dejarlos entrar en aquel edificio. En particular le molestaba que se acercaran demasiado a él. Caminó e inclinó su hombro para golpear con fuerza a uno de ellos. “¡Hey! Le gritó el hombre, pero Kyle siguió caminando; rechinó la mandíbula y se dirigió a las enormes puertas abatibles al final del corredor.

Si pudiera, los mataría a todos. Pero no le estaba permitido. Su cofradía aún tenía que rendirle cuentas al Consejo Supremo, y por alguna razón, éste todavía se negaba a terminar con ellos. Estaban esperando el momento indicado para exterminar a la raza humana para siempre. A pesar de ese inconveniente, en la historia de los vampiros se podían encontrar algunos momentos muy bellos en los que tuvieron luz verde y estuvieron muy cerca de actuar. En 1350 en Europa, por ejemplo, alcanzaron un consenso y diseminaron la Peste Negra. Fueron muy buenos tiempos; Kyle sonrió al recordarlos.

Hubo otros momentos bastante afortunados, como la Edad Media, cuando a los vampiros se les permitió hacer la guerra sin cuartel por toda Europa, matar y violar a millones. La sonrisa de Kyle se hizo más amplia. Aquellos fueron algunos de los mejores siglos de su vida.

Pero en los últimos cien años, el Consejo Supremo se había debilitado y convertido en una burla. Era casi como si les temieran a los humanos. La Segunda Guerra Mundial no había estado nada mal, pero fue un suceso limitado y breve. Kyle deseaba mucho más. Desde entonces no había surgido ninguna plaga importante y tampoco conflictos bélicos genuinos. Daba la impresión de que los vampiros estaban paralizados, temerosos de la forma en que se había incrementado la cantidad y el poder de los seres humanos.

Ahora, las cosas por fin se estaban poniendo en su lugar. Kyle salió pavoneándose por las puertas del frente, bajó los escalones, salió del edificio del Ayuntamiento y caminó con gracia. Avanzó con más ahínco al pensar en el recorrido que realizaría al Puerto de South Street. Ahí le esperaba un cargamento inmenso. Decenas de miles de cajas llenas de peste bubónica intacta y modificada genéticamente. La habían almacenado en Europa los últimos cien años; fue preservada desde la última epidemia y recientemente, modificada para ser resistente a los antibióticos. Ahora le pertenecía a Kyle y podía hacer con ella lo que le viniera en gana. Como desencadenar una nueva guerra en el Continente Americano; su territorio.

Lo recordarían durante los próximos siglos.

Sólo de pensarlo, comenzó a reír en voz alta, pero debido a su expresión facial, aquella risa parecía más un gruñido.

Por supuesto, tendría que reportarle a su Rexius, es decir, al líder de su cofradía, pero ése era sólo un pormenor técnico. En la práctica, sería Kyle quien dirigiría la maniobra. Los miles de vampiros de su propia cofradía y de las comunidades vecinas, tendrían que reportarle a él, y eso lo haría más poderoso que nunca.

Kyle ya sabía cómo propagaría la peste: primero soltaría un cargamento en Penn Station, otro en Grand Central, y el último en Times Square. Todos estarían programados para liberar la peste al mismo tiempo: la hora pico. Eso calentaría bastante el ambiente. Según sus cálculos, la mitad de Manhattan estaría infectada en unos cuantos días, y una semana después, la enfermedad habría atacado a toda la población. Esa peste se propagaba con facilidad porque había sido diseñada para funcionar como los virus de transmisión aérea.

Los patéticos humanos acordonarían la ciudad, por supuesto. Cerrarían los puentes y túneles, así como el tráfico aéreo y fluvial. Eso era exactamente lo que él quería. De esa forma se estarían encerrando para recibir al terror que aún les esperaba. Cuando los humanos estuvieran atrapados y muriendo por la peste, Kyle y sus miles de secuaces desencadenarían una guerra de vampiros jamás vista antes. En unos cuantos días exterminarían a todos los neoyorquinos.

Y entonces la ciudad les pertenecería. No sólo la parte subterránea, sino la de la superficie también. Sería el principio, la llamada para que todas las cofradías, de todas las ciudades, en todos los países, los imitaran. Estados Unidos sería suyo en unas cuantas semanas, o incluso el mundo entero. Y Kyle habriá sido el instigador. Lo recordarían como aquél que sacó a la raza de los vampiros del mundo subterráneo para siempre.

Por supuesto que encontrarían la manera de explotar a los humanos que quedaran vivos. Podrían esclavizarlos y almacenarlos en enormes granjas de cultivo; a Kyle le encantaba la idea. Se aseguraría de engordarlos para que, cada vez que a su raza le dieran ganas de comer, contaran con una infinita variedad de alimentos para elegir. Comida madura. Sí, los humanos servían para ser esclavos, y si se les criaba de la manera adecuada, también podían convertirse en un exquisito alimento.

Kyle salivó sólo de imaginarlo. Le esperaban grandes tiempos, y ahora, nada se interpondría en su camino.

Nada, excepto la maldita Cofradía Blanca que se resguardaba bajo Los Claustros. Sí, esos vampiros iban a ser un dolor de cabeza, pero no tendría que ser algo irremediable. Bastaría con encontrar a esa horrible chica, Caitlin; y a Caleb, el traidor renegado. Ellos lo conducirían hasta la espada. Entonces, la Cofradía Blanca quedaría desprotegida y ya nada le impediría destruirla.

Kyle se encendió de furia cuando pensó en aquella estúpida muchachita que se había logrado escapar y lo había dejado en ridículo.

Dio la vuelta en Wall Street, y un transeúnte, un hombre fornido y vestido con un elegante traje, tuvo la mala suerte de toparse con él. Cuando sus caminos se cruzaron, Kyle empujó al peatón en el hombro con toda su fuerza. El hombre cayó un par de metros hacia atrás y se estrelló contra una pared.

Molesto, el hombre gritó:

—Oye, ¿cuál es tu problema?

Pero Kyle lo miró con desprecio y eso bastó para que cambiara su actitud. A pesar de su tamaño, se dio vuelta con rapidez y siguió caminando. Buena decisión.

Haber empujado a aquel hombre hizo que Kyle se sintiera un poco mejor; sin embargo, seguía colérico. Atraparía a la chica y la mataría poco a poco.

Pero aún no había llegado el momento. Primero tenía que aclarar su mente y atender asuntos más importantes; como ir al embarcadero y recibir el cargamento.

Sí. Respiró hondo y, poco a poco, volvió a sonreír. Su pedido estaba a unas cuantas cuadras de distancia.

Sería como su regalo de Navidad.


CINCO



Sam despertó con una espantosa jaqueca. Abrió un ojo y se dio cuenta de que se había quedado dormido en el suelo del establo, sobre la paja. Hacía frío; ninguno de sus amigos se había tomado la molestia de atizar el fuego la noche anterior porque todos estaban demasiado drogados.

Lo peor era que el lugar seguía dando vueltas. Sam levantó la cabeza, se sacó un trozo de paja de la boca y sintió un espantoso dolor en las sienes. Se había quedado dormido en una mala posición, y ahora el cuello le dolía al moverlo. Se talló los ojos para tratar de quitarse las lagañas, pero no fue sencillo. Realmente se le había pasado la mano la noche anterior. Se acordaba de la pipa de agua. Luego, de que había bebido cerveza; licor de whiskey. Y luego, más cerveza. Después vomitó. Fumó un poco más de mota para estabilizarse, y entonces, perdió el conocimiento en algún momento de la noche. A qué hora o en dónde, era algo que no podía recordar.

Tenía náuseas pero estaba hambriento al mismo tiempo. Le daba la impresión de que podría comerse una pila de hot-cakes y una docena de huevos; pero también, de que vomitaría en cuanto terminara de ingerirlos. De hecho, en ese momento supo que estaba a punto de vomitar otra vez.

Trató de poner en orden los detalles que recordaba del día anterior. Había visto a Caitlin, eso era indiscutible. En realidad, eso era lo que lo había vuelto loco. Verla ahí. Verla someter a Jimbo de esa manera. El perro. ¿Qué diablos había sucedido? ¿Todo eso pasó en verdad?

Volteó y vio el agujero en la pared lateral; por ahí había pasado el perro. Sintió de pronto un escalofrío y se dio cuenta de que todo había sido real, sólo que no sabía cómo explicarlo. ¿Y quién era ese tipo que la acompañaba? Aunque estaba demasiado pálido, podría pasar por apoyador de la NFL. Parecía como acabado de salir de Matrix. Ni siquiera había podido calcular su edad. Lo más raro de todo era que tenía la sensación de que lo conocía de algún lugar.

Miró alrededor y vio a todos sus amigos. Se habían quedado inconscientes en distintas posiciones y la mayoría roncaba. Recogió su reloj del suelo y vio que eran las once de la mañana. Seguirían durmiendo por un buen rato.

Luego atravesó el establo y tomó una botella de agua. Estaba a punto de beber cuando se fijó bien y se dio cuenta de que estaba llena de colillas de cigarro. Asqueado, la dejó donde la había encontrado y buscó otra. Por el rabillo del ojo alcanzó a ver en el piso una jarra de agua medio vacía. La recogió y bebió de ella. No se detuvo hasta que casi se la acababa.

Tenía la garganta muy reseca y el agua lo hizo sentir mejor. Respiró hondo y se tocó una sien con la mano. El establo seguía girando, y además, apestaba. Tenía que salir de ahí.

Sam caminó hasta la puerta y la deslizó para abrirla. El frío aire de la mañana era muy agradable, y por fortuna, el cielo estaba nublado. Aunque no lo suficiente: tuvo que entrecerrar los ojos. El clima no pintaba tan mal; nevaba otra vez. Increíble. Más nieve.

A Sam le fascinaba la nieve, en especial, cuando le daba un buen pretexto para no ir a la escuela. Recordó cuando iba con Caitlin a la cima de la colina y juntos se deslizaban en tobogán casi todo el día.

Pero en la actualidad, casi nunca iba a clases, así que la nieve ya no hacía una gran diferencia. Más bien se había convertido en un tremendo inconveniente.

Metió la mano a su bolsillo y sacó una cajetilla de cigarros arrugada. Se puso uno en la boca y lo encendió.

Sabía que no debía fumar, pero todos sus amigos lo hacían y la presión sobre él era demasiada. Después de un tiempo, dijo, ¿por qué no? Así que comenzó a hacerlo unas semanas antes; ahora hasta había empezado a gustarle. Tosía mucho más y ya le dolía el pecho, pero pensaba, ¿y qué diablos? Sabía que lo mataría, pero de cualquier manera, no se veía viviendo muchos años. Nunca lo hizo. Por alguna razón, la noción de que no duraría más de veinte años, siempre le había rondado la cabeza.

Sus pensamientos comenzaban a aclararse, así que volvió a recordar el día anterior. Caitlin. Se sentía mal por lo que había sucedido con ella, muy mal. En verdad la quería, y mucho. Había ido hasta allá a verlo. ¿Pero por qué siempre le hacía preguntas sobre su padre? ¿O lo habría imaginado?

También le costaba trabajo creer que ella estuviera ahí. Tal vez su madre había armado un escándalo cuando Caitlin también se fue de la casa. Era lo más seguro. Apostaría a que, en ese preciso momento, también estaba haciendo alharaca. Tal vez hasta los estaba buscando a los dos. Pero, por otra parte, quizás no. ¿A quién le importaba? Los había obligado a mudarse tantas veces…

Pero Caitlin. Ella era diferente. No debió haberla tratado de esa forma; debió ser más amable. El problema era que había estado demasiado drogado en ese momento; de cualquier manera, estaba arrepentido. En el fondo deseaba que las cosas volvieran a ser como antes, sin importar lo que eso significara; y Caitlin representaba para él, lo más cercano a la normalidad que había conocido.

¿Por qué habría vuelto? ¿Se habría mudado a Oakville? Eso sería increíble; tal vez podrían encontrar un lugar para vivir juntos. Sí, entre más pensaba Sam en ello, más le agradaba la idea. Quería hablar con ella.

Sam sacó el celular de prisa y vio una luz roja parpadeando. Oprimió el botón y se dio cuenta que tenía un mensaje nuevo en Facebook. Era de Caitlin; estaba en el viejo establo.

Perfecto, iría de inmediato.

Sam se estacionó y caminó por el terreno hacia el viejo establo. El “viejo establo”; eso era lo único que tenían que decir porque ambos sabían a qué se referían. Era el lugar a donde siempre iban cuando vivían en Oakville. Estaba en la parte trasera de una propiedad en donde había una casa vacía que había estado a la venta durante muchos años. La casa siempre estuvo ahí, desocupada. Pedían demasiado dinero por ella; y por lo que él y Caitlin sabían, nunca había ido alguien a verla.

En la parte trasera de la propiedad, muy al fondo, estaba aquel increíble establo. Ahí solo, completamente disponible. Sam lo descubrió un día y se lo enseñó a Caitlin; a ninguno de los dos le pareció que pasar tiempo ahí causaría algún daño. Además, ambos odiaban la diminuta casa rodante en donde se sentían atrapados con su madre. Una noche se desvelaron hablando y asando malvaviscos en la increíble chimenea del establo; luego, se quedaron dormidos ahí. Después de eso, visitaban el lugar cada vez que podían, en especial cuando su situación se tornaba demasiado pesada en la casa rodante. Al menos le estaban dando algún uso a aquel espacio; después de varios meses, comenzaron a sentir que era el hogar que les pertenecía.

Sam iba dando saltitos por la emoción de volver a ver a Caitlin. Ya casi no le dolía la cabeza gracias al vaso grande de café de Dunkin’ Donuts que se había bebido en el camino. Sabía que no debería manejar porque apenas tenía quince, pero sólo le faltaban un par de años para obtener su licencia y prefería no esperar. Además sabía conducir bien y nunca lo habían detenido. Así que, ¿para qué esperar? Sus amigos le prestaban la camioneta, y para él, bastaba con eso.

Cuando estuvo más cerca del establo, se preguntó si aquel grandulón estaría con ella. Había algo en él que Sam no lograba identificar; y tampoco entendía qué hacía con Caitlin. ¿Serían novios? Ella siempre le contaba todo, ¿cómo era posible que no se lo hubiera mencionado antes?

¿Y por qué estaría ella de repente preguntando acerca de su padre? Sam estaba muy molesto consigo mismo porque, en realidad, sí tenía noticias sobre él. Fue algo que sucedió unos días antes. Por fin obtuvo respuesta de una de las solicitudes que envió en Facebook. Era su padre, en verdad era él. Decía que los extrañaba y que quería verlos. Finalmente, después de todos esos años. Sam le respondió de inmediato y ya habían comenzado a comunicarse otra vez. Su padre quería verlo; a ambos. ¿Por qué no le había dicho eso a Caitlin? Bueno, lo haría ahora.





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AMORES es el Libro #2 de la saga del Bestseller #1 DIARIO DE UN VAMPIRO (THE VAMPIRE JOURNALS), seguido del Libro #1, TRANSFORMACIÓN, que es un libro de descarga ¡GRATUITA! En AMORES [Libro #2 de Diario de un Vampiro (The Vampire Journals)], Caitlin y Caleb se embarcan juntos en su búsqueda para encontrar el objeto que puede detener al inminente vampiro y la guerra humana: la espada perdida. Un objeto de conocimiento tradicional de los vampiros; hay serias dudas acerca de su existencia. Si hay alguna esperanza de encontrarla, primero tienen que rastrear el linaje de Caitlin. ¿Es realmente la Elegida? Su búsqueda comienza con el padre de Caitlin. ¿Quién era él? ¿Por qué la abandonó? Cuando la búsqueda se amplía, se sorprenden al descubrir quién es ella en realidad. Pero ellos no son los únicos en busca de la legendaria espada. El Aquelarre Marea Negra la quiere también y están cerca de la pista de Caitlin y Caleb. Peor aún, el hermano pequeño de Caitlin, Sam, sigue obsesionado con encontrar a su papá. Pero Sam pronto se encuentra a sí mismo muy intimidado, justo en medio de una guerra de vampiros. ¿Pondrá en peligro la búsqueda de ellos? El viaje de Caitlin y Caleb los lleva a un torbellino de lugares históricos – del Valle del Hudson, a Salem y al corazón de la histórica ciudad de Boston, el mismo lugar donde las brujas fueron colgadas en la colina del Boston Common. ¿Por qué son tan importantes para la raza de los vampiros esos lugares? Y ¿qué tienen que ver con el linaje de Caitlin y en quien se está transformando? Pero es posible que no lo logren. El amor que se tienen entre sí Caitlin y Caleb, está floreciendo Y su romance prohibido puede destruir todo lo que se han propuesto alcanzar. Aunque AMORES es la secuela de TRANSFORMACIÓN, también destaca como una novela independiente. AMORES tiene 51.000 palabras. «AMORES, segundo libro de la saga Diario de un Vampiro (Vampire Journals), es igual de estupendo que el primer libro TRANSFORMACIÓN y repleto de acción, romance, aventura y suspenso. Este libro es una maravillosa adición a esta saga y usted se quedará con ganas de leer más libros de Morgan Rice. Si le gustó el primer libro, ponga las manos en éste y vuelva a enamorarse de nuevo. Este libro se puede leer como la secuela, pero Rice lo escribe de una manera que no es necesario conocer el primer libro para leer esta maravillosa entrega». –Vampirebooksite.com «La saga de DIARIO DE UN VAMPIRO (The Vampire Journals) ha tenido una gran trama y AMORES es especialmente el tipo de libro que le dará problemas para dejar de leer por la noche. El final de máximo suspenso es tan espectacular que inmediatamente va a querer comprar el siguiente libro, solo para ver qué sigue. Como puede ver, este libro fue un gran paso adelante en la saga y recibe una calificación de diez». –The Dallas Examiner

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