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Encontrada
Morgan Rice


Diario de un Vampiro #8
En ENCONTRADA (Libro # 8 del Diario del vampiro), Caitlin y Caleb despiertan en el año 33 dC, en el antiguo Israel, y se sorprenden al encontrarse en la época de Cristo. El antiguo Israel es un lugar de lugares sagrados, de antiguas sinagogas y de reliquias perdidas. Es el lugar más cargado de espiritualidad en el universo-y en el año 33 dC, el año de la crucifixión de Cristo, es la época con la mayor carga de espiritualidad. En el centro de su capital, Jerusalén, se encuentra el Templo Sagrado de Salomón, en cuyo interior se encuentra el Santo de los Santos y el Arca de Dios. Y en estas calles, Cristo dará sus pasos finales para ser crucificado. Jerusalén está llena de gente de todas las religiones y creencias, bajo la atenta mirada de los soldados romanos y su prefecto, el poder de Poncio Pilato. La ciudad también tiene un lado oscuro, con sus calles laberínticas y callejuelas que conducen a sus secretos ocultos y a sus templos paganos. Finalmente, Caitlin ahora tiene las cuatro llaves pero aún debe encontrar a su padre. Su búsqueda la lleva a Nazaret, a Capernaum, a Jerusalén, siguiendo un sendero místico de secretos y pistas tras las huellas de Cristo. También, la lleva al antiguo Monte de los Olivos, a Aiden y su cofradía, y los secretos y reliquias más poderosos que nunca antes había visto. Con cada movimiento, su padre está sólo a un paso de distancia. Pero el tiempo es clave: Sam se volvió hacia el lado oscuro, y también ha aterrizado en esta época para unirse con Rexius, el líder de la cofradía malvada, y ambos buscarán ganarle Escudo a Caitlin. Rexius no se detendrá ante nada para destruir a Caitlin y a Caleb y, con Sam de su lado y un nuevo ejército, las probabilidades están a su favor. Para empeorar las cosas, Scarlet ha llegado sola, separada de sus padres. Vaga solo con Ruth por las calles de Jerusalén, y mientras comienza a descubrir sus propios poderes, también se encuentra en un grave peligro como nunca antes. Sobre todo cuando descubre que ella también guarda un gran secreto. ¿Caitlin encontrará a su padre? ¿Encontrará el antiguo escudo de los vampiros? ¿Se reencontrará con su hija? ¿Su propio hermano tratará de matarla? ?Y su amor por Caleb sobrevivirá este último viaje de regreso en el tiempo?





morgan rice

Encontrada (libro #8 del Diario del Vampiro)




Acerca de Morgan Rice

Morgan Rice es la escritora de bestsellers # 1 de LOS DIARIOS DE LA VAMPIRESA, una serie para jóvenes adultos que comprende once libros (y contando) ; la serie bestseller # 1 LA TRILOGIA DE LA SUPERVIVENCIA, un thriller post-apocalíptico que comprende dos libros (y contando) ; y la serie de fantasía épica bestseller # 1 EL ANILLO DEL BRUJO, que comprende trece libros (y contando).

Los libros de Morgan están disponibles en audio e impresos, y han sido traducidos al alemán, francés, italiano, español , portugués, japonés, chino, sueco, holandés, turco, húngaro, checo y eslovaco (y en más idiomas próximamente).

A Morgan le encantará saber de ustedes, por favor no dude en visitar www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com/) para unirse a la lista de correos electrónicos, recibir un libro gratis, regalos gratis, descargar la aplicación gratuita, recibir las últimas noticias exclusivas, conectarse en Facebook y Twitter, y ¡estar en contacto!



Aclamada por EL DIARIO DEL VAMPIRO

"Rice hace un gran trabajo arrojando a los lectores en la historia desde el principio, demostrando una gran calidad descriptiva que trasciende la mera recreación del ambiente … La novela esté muy bien escrita y es extremadamente rápida de leer."



    Críticas –Black Lagoon (sobre Convertida)

"Una historia ideal para los jóvenes lectores. Morgan Rice ha hecho un buen trabajo dándole un giro interesante … es refrescante y única. La serie se centra en torno a una chica … ¡una chica extraordinaria! … Es fácil de leer, con un ritmo extremadamente rápido … Calificación PG ".



    --The Romance Reviews (sobre Convertida)

"Me llamó la atención desde el principio y no podía dejar de leerla … .Esta historia es una aventura increíble con un ritmo rápido y llena de acción desde el principio. No hay oportunidad para aburrirse."



    --Paranormal Romance Guild (sobre Convertida)

"Está repleta de acción, romance, aventura y suspenso. ¡Ponga sus manos en este libro y enamórese nuevamente."



    --vampirebooksite.com (sobre Convertida)

"Una gran trama y, sobre todo, es la clase de libro que tendrá problemas para dejar de leer por la noche. El final creó un suspenso tan espectacular que inmediatamente voy a querer comprar el siguiente libro, sólo para saber cómo sigue.”.



    --The Dallas Examiner (sobre Amada)

"Un libro que rivaliza con TWILIGHT y con VAMPIRE DIARIES, y ¡uno que te hará querer seguir leyendo hasta la última página! Si te gusta la aventura, el amor y los vampiros, ¡este libro es para ti! "



    --Vampirebooksite.com (sobre Convertida)

"Morgan Rice prueba de nuevo que es una narradora de gran talento … .Este apelaría a una amplia variedad de públicos, incluyendo a los aficionados más jóvenes del género de vampiros / fantasía. Termina con un suspenso inesperado que te dejará conmocionado ".



    --The Romance Reviews (sobre Amada)



Libros de Morgan Rice

EL ANILLO DEL BRUJO

UNA BÚSQUEDA DE HÉROES (Libro # 1)

UN MARZO DE REYES (Libro # 2)

EL DESTINO DE LOS DRAGONES (Libro # 3)

UN GRITO DE HONOR (Libro n º 4)

UN VOTO DE GLORIA (Libro n º 5)

UNA CARGA DE VALOR (Libro # 6)

UN RITO DE ESPADAS (Libro n º 7)

UNA CESIÓN DE ARMAS (Libro # 8)

UN CIELO DE HECHIZOS (Libro n º 9)

UN MAR DE ESCUDOS (Libro # 10)

UN REINADO DE ACERO (Libro # 11)

UNA TIERRA DE FUEGO (Libro n º 12)

UNA REGLA DE REINAS (Libro n º 13)



LA TRILOGÍA DE LA SUPERVIVENCIA

ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro # 1)

ARENA DOS (Libro # 2)



LOS DIARIOS DE LA VAMPIRESA

CONVERTIDA (Libro # 1)

AMADA (Libro # 2)

TRAICIONADA (Libro # 3)

DESTINADA (Libro # 4)

DESEADA (Libro # 5)

COMPROMETIDA (Libro # 6)

JURADA (Libro # 7)

ENCONTRADA (Libro # 8)

RESUCITADA (Libro # 9)

DESEADA (Libro # 10)

DESTINADA (Libro # 11)



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Derechos Reservados © 2012 Morgan Rice

Todos los derechos reservados. Ninguna porción de este libro podrá ser reproducida, almacenada en algún sistema de recuperación, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio o ser guardado en una base de datos o sistema de recuperación, sin la autorización previa del autor.

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Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes , empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación del autor o han sido usados como ficción. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es total coincidencia.

Modelo de la portada: Jennifer Onvie. Fotografía de la portada: Adam Luke Studios, New York. Maquillista de la modelo: Ruthie Weems. Si deseas ponerte en contact con estos artistas, comunícate con Morgan Rice.



HECHO:


Aunque aun se desconoce la fecha exacta de la muerte de Jesús, muchos creen que murió el 3 de abril del año 33 DC




HECHO:


La sinagoga de Cafarnaúm (Israel), una de las más antiguas del mundo, es uno de los pocos lugares que quedan donde Jesús impartió sus enseñanzas. También es allí donde sanó a un hombre "que tenía el espíritu de un demonio inmundo."




HECHO:


La actual Iglesia actual del Santo Sepulcro en Jerusalén, una de las iglesias más sagradas del mundo, fue construida en el lugar donde Jesús fue crucificado y supuestamente resucitó. Pero, paradójicamente, antes de que se construyera esta iglesia, en los primeros 300 años después de su crucifixión, este lugar fue ocupado por un templo pagano




REALIDAD: Después de la Última Cena, Jesús fue traicionado por Judas en el antiguo jardín de Getsemaní




HECHO:


Tanto el judaísmo como el cristianismo sostienen que habrá un Apocalipsis, el fin de los días, cuando un Mesías llegará, y quienes han muerto podrán resucitar. El judaísmo sostiene que cuando el Mesías llegue, los primeros en ser resucitados serán quienes fueron enterrados en el Monte de los Olivos


"Voy a besar tus labios;
Por ventura algún veneno aún cuelgue de ellos,
Para restaurar la muerte.
O daga feliz! "

    --William Shakespeare, Romeo y Julieta






CAPÍTULO UNO




Nazareth, Israel

(Abril, 33 A.D.)


Sueños perturbadores inundaban la mente de Caitlin. Su mejor amiga Polly caía por un precipicio extendiendo la mano tratando de tomar la suya, pero Caitlin no lograba agarrársela. También vio a su hermano Sam que huía de su lado atravesando un campo sin fin; ella lo perseguía pero, por más rápido que corriera, no lograba alcanzarlo. Vio a Kyle y a Rynd sacrificar, ante sus ojos, a los miembros su cofradía, los cortaban en pedazos y rociaban la sangre sobre ella. La sangre se transformaba en una puesta de sol color rojo sangre, que se cernía sobre la ceremonia de su boda con Caleb. Pero, ellos eran las dos únicas personas que restaban en la boda, los últimos que quedaban en el mundo, y estaban de pie en el borde de un acantilado contra un cielo rojo sangre.

Y entonces vio, a la deriva en aguas turbulentas, a su hija, Scarlet, sentada en un pequeño barco de madera, sola en un mar vastísimo. Scarlet sostenía las cuatro llaves que Caitlin necesitaba para encontrar a su padre. Pero mientras Caitlin la observaba, Scarlet levantó la mano y las dejó caer en el agua.

"Scarlet" Caitlin trató de gritar.

Pero su voz no salió y, mientras miraba, Scarlet se alejaba cada vez más de ella, hacia mar adentro mientras enormes nubes de tormenta se juntaban en el horizonte.

“¡Scarlet!"

Caitlin Paine se despertó gritando. Se sentó respirando con dificultad y miró a su alrededor tratando de orientarse. Estaba oscuro y la única luz entraba por una pequeña abertura a unos veinte metros de ella. Parecía que estaba en un túnel. O tal vez en una cueva.

Caitlin sintió algo duro debajo de ella y se dio cuenta de que estaba acostada sobre un piso de tierra, encima de rocas pequeñas. Hacía calor y estaba lleno de polvo. Dondequiera que estuviera, no era Escocia. Se sentía caluroso y seco como si estuviera en un desierto.

Caitlin se sentó frotándose la cabeza y entrecerrando los ojos en la oscuridad mientras trataba de distinguir entre el sueño y la realidad. Sus sueños eran tan vívidos y su realidad tan surrealista que se le hacía más y más difícil distinguir la diferencia.

A medida que recuperaba su respiración y se sacudía los malos pensamientos, Caitlin empezó a darse cuenta de que había regresado en el tiempo. Estaba viva en alguna parte. En algún otro lugar y en otra época. Sintió capas de suciedad en su piel, en el pelo, los ojos, y necesitaba bañarse. Hacía tanto calor allí dentro que le era difícil respirar.

Caitlin sintió un bulto familiar en su bolsillo y rodó sobre ella; con alivio vio que su diario había viajado también. Inmediatamente palpó su otro bolsillo y sintió las cuatro llaves, y luego levantó la mano y tocó su collar. Todo había viajado. Eso la alivió.

Entonces, ella se acordó. Inmediatamente, se dio vuelta para verificar si Caleb y Scarlet habían regresado con ella.

En la oscuridad, distinguió una silueta acostada que no se movía y, primeramente, se preguntó si era un animal. Pero, a medida que sus ojos se adaptaban a la oscuridad, se dio cuenta de que tenía forma humana. Se levantó lentamente, sentía su cuerpo dolorido y rígido después de haber estado acostada sobre las rocas, y se acercó al bulto.

Atravesó la cueva, se arrodilló, y empujó suavemente el hombro de la forma de gran tamaño. Ya sabía quien era: no necesitaba que él se volteara. Había podido sentirlo desde el otro lado de la cueva. Era, lo sabía aliviiada, su único amor. Su marido. Caleb.

Mientras él rodaba sobre su espalda, ella oró para que él hubiera regresado en buen estado de salud. Que se acordara de ella.

Por favor, rogó. Por favor. Sólo una última vez. Deja que Caleb haya sobrevivido el viaje.

Cuando Caleb se dio vuelta, ella se sintió aliviada al comprobar que sus facciones estaban intactas. No veía ningún signo de lesión. Al mirar más de cerca, la tranquilizó ver que él respiraba, su pecho subía y bajaba lentamente, y sus párpados temblaban.

Dejó escapar un gran suspiro de alivio cuando Caleb abrió los ojos.

“¿Caitlin?", él le preguntó.

Caitlin se echó a llorar. Su corazón se disparó mientras se inclinaba sobre él y lo abrazaba. Habían regresado juntos. Él estaba vivo. Eso era todo lo que necesitaba. No pedía nada más al mundo.

Él la abrazó, y ella lo sostuvo durante mucho tiempo, sintiendo sus músculos ondular. Se sentía muy aliviada. Lo amaba más de lo que pudiera decir. Habían regresado en el tiempo juntos tantas veces y a tantos lugares, habían visto juntos muchas cosas, habían tenido buenos y malos momentos, habían sufrido mucho y habían celebrado también. Pensó en todas las veces que casi se perdieron el uno del otro, la vez cuando él no la recordaba, cuando lo envenenaron … Los obstáculos para estar juntos parecían no tener fin.

Y ahora, por fin, lo habían logrado. Otra vez estaban juntos en éste, el último viaje de regreso. ¿Quería decir que estarían juntos para siempre? Caitlin se preguntó. Lo deseaba con cada fibra de su ser. No más viajes de regreso al pasado. Esta vez, estarían juntos para siempre.

Mientras Caleb le devolvía la mirada, ella notó que él parecía tener más edad. Miró sus brillantes ojos marrones y pudo sentir el amor fluir de él. Ella sabía que él estaba pensando lo mismo que ella.

Mientras ella lo miraba a los ojos, todos los recuerdos le vinieron de golpe. Recordó su último viaje, Escocia. Todo regresó como si fuera un sueño horrible. Al principio, había sido muy hermoso. El castillo, encontrarse con todos sus amigos. La boda. Mi Dios, la boda. Era la más hermosa que jamás hubiera soñado. Bajó la vista y miró su dedo; ahí estaba el anillo. Todavía estaba allí. El anillo había viajado también. Esta muestra de su amor había sobrevivido al viaje. Casi no podía creerlo. Ella se había casado realmente. Y con él. Ella lo tomó como una señal: si el anillo había podido retroceder en el tiempo, entonces su amor también podría.

Ver el anillo en su dedo realmente la llenó de ilusión. Caitlin se puso a pensar cómo se sentía ser una mujer casada. Se sentía diferente. Más sólida, más segura. Ella siempre había amado a Caleb, y sabía que él también la amaba. Siempre había sentido que su unión sería para siempre. Pero ahora que era oficial, se sentía diferente. Sentía que los dos eran realmente uno.

Entonces, Caitlin pensó y recordó lo que había sucedido después de la boda: que debieron dejar a Scarlet, y Sam, y Polly. Había encontrado a Scarlet en el mar, había visto a Aiden y esuchado la terrible noticia. Polly, su mejor amiga, estaba muerta. Sam, su único hermano, se había alejado de ella para siempre y se había vuelto hacia el lado oscuro. Sus compañeros de cofradía habían sido sacrificados. Era demasiado para que ella lo pudiera soportar. No podía imaginar el horror, o vivir sin Sam- ni Polly cerca.

Con una sacudida, sus pensamientos se dirigieron a Scarlet. De repente, presa del pánico, se apartó de Caleb y empezó a buscar en la cueva mientras se preguntaba si la niña había podido regresar también.

Caleb debió estar pensando lo mismo porque sus ojos se abrieron enormemente.

"¿Dónde está Scarlet?", él le preguntó, como siempre leyendo su mente.

Caitlin se volvió y corrió por todos los rincones de la cueva, buscando en las grietas oscuras por una silueta, alguna forma, alguna señal de Scarlet. Pero no encontró nada. Buscó frenéticamente, cruzando la cueva con Caleb y examinando cada centímetro.

Pero Scarlet no estaba allí. No estaba.

El corazón de Caitlin se hundió. ¿Cómo podía ser posible? ¿Cómo era posible que ella y Caleb habían regresado pero Scarlet no? ¿El destino podía ser tan cruel?

Caitlin volvió y corrió hacia la luz del sol, a la salida de la cueva. Tenía que salir a la calle, para ver lo que había allí, para ver si había alguna señal de Scarlet. Caleb corrió a su lado, y los dos corrieron hacia el sol y se pararon en la entrada de la cueva.

Caitlin se detuvo en seco justo a tiempo: una pequeña plataforma sobresalía de la cueva y luego caía hacia la ladera empinada de una montaña. Caleb se detuvo a su lado. Permanecieron de pie sobre la estrecha cornisa mirando hacia abajo. Por alguna razón, de nuevo habían aterrizado a cientos de metros de altura, en el interior de una cueva en la montaña. No había manera de ir hacia arriba o hacia abajo. Y si daban un paso más, caerían en picada cientos de metros hacia abajo.

Debajo, se extendía un valle enorme, que llegaba hasta el horizonte tan lejos como alcanzaba la mirada. Era un paisaje rural, desierto, salpicado de formaciones rocosas y una que otra palmera. A lo lejos había colinas y, debajo había un pueblo con casas de piedra y calles de tierra. Hacía aún más calor bajo el sol, que era insoportablemente brillante y caliente. Estaban en un lugar y un clima muy diferente al de Escocia. Y por lo rudimentario que se veía el pueblo, también estaban en una época muy diferente.

Intercalados entre el polvo y la arena y la roca, había campos sembrados, parches de verde aquí y allá. Algunos estaban cubiertos de viñedos que crecían en filas sobre laderas empinadas y entre ellos había árboles que Caitlin no lograba reconocer: árboles pequeños de aspecto antiguo con ramas retorcidas y hojas de plata que brillaban bajo el sol.

"Olivos", dijo Caleb, leyendo su mente otra vez.

¿Olivos? Caitlin se preguntó. ¿Dónde diablos estamos?

Ella miró a Caleb, sintiendo que él podría reconocer el lugar y la época. Caleb tenía los ojos muy abiertos; reconocía el lugar y eso lo tenía sorprendido. Se quedó mirando como si estuviera contemplando a un amigo que había perdido hacía mucho tiempo.

"¿Dónde estamos?", ella preguntó, casi con miedo de saber.

Caleb inspeccionó el valle frente a ellos y, finalmente, se volvió y la miró.

Suavemente, él dijo: "Nazaret".

Hizo una pausa, observándolo todo.

"A juzgar por ese pueblo, estamos en el siglo I", dijo, volviéndose y mirándola con asombro, con los ojos encendidos de emoción. "De hecho, creo que podríamos estar en la época de Cristo.”




CAPÍTULO DOS


Scarlet sintió que una lengua le lamía el rostro y abrió los ojos a la luz cegadora del sol. La lengua no se detenía y, antes de que mirara, sabía que era Ruth. Abrió un poco los ojos: Ruth estaba inclinada sobre ella gimiendo, la loba se entusiasmó aun más cuando Scarlet abrió los ojos.

Scarlet sintió una punzada de dolor cuando trató de abrir los ojos aún más; la luz cegadora del sol llenó de lágrimas sus ojos que sintió más sensibles que nunca. Tenía un fuerte dolor de cabeza, se dio cuenta que estaba tendida sobre una calle de adoquines en alguna lugar. La gente corría y caminaba junto a ella, era evidente de que estaba en medio de una ciudad bulliciosa. Las personas se apresuraban de aquí para allá, la calle estaba llena de gente en todas direcciones; Scarlet podía oír el estruendo de la multitud al mediodía. Mientras Ruth se quejaba y se quejaba, Scarlet se sentó mientras trataba de recordar, de averiguar dónde estaba. Pero no tenía ni idea.

Antes de que Scarlet pudiera tener en claro lo que había ocurrido, de repente sintió un pie en las costillas.

“¡Muévete!" dijo una voz profunda. "No puedes dormir aquí."

Scarlet vio una sandalia romana cerca de su cara. Levantó la vista y vio a un soldado romano vestido con una túnica corta y un cinturón alrededor de su cintura, de la que colgaba una espada corta de pie junto ella. Llevaba un pequeño casco de latón con plumas.

El soldado se inclinó y la movió de nuevo con el pie. La estaba lastimando en el estómago.

"¿Escuchaste lo que dije? Muévete o te encierro.”

Scarlet quería escucharlo, pero cuando abría aun más los ojos, el sol los lastimaba, y ella se sentía muy desorientada. Trató de ponerse de pie pero sentía como si todo se estuviera moviendo en cámara lenta.

El soldado se hizo hacia atrás para patearla con fuerza en las costillas. Scarlet lo vio venir e, incapaz de reaccionar con la suficiente rapidez, se preparó para recibir la patada.

Scarlet escuchó un gruñido y vio a Ruth, con su cabello en su espalda erizado, lanzarse al soldado. Ruth capturó el tobillo del soldado en el aire y le hundió sus afilados colmillos con todas sus fuerzas.

El soldado empezó a gritar; sus gritos llenaban el aire mientras la sangre brotaba de su tobillo. Ruth no lo soltaba y lo sacudía con todas sus fuerzas mientras el soldado rápidamente perdía su anterior altivez y se llenaba de miedo.

Entonces, se agachó y extrajo su espada. La levantó en lo alto, iba a hundirla en la espalda de Ruth.

Fue entonces cuando Scarlet la sintió. Era como una fuerza que controlaba su cuerpo, como si una potencia extraña, otra entidad, emergiera en su interior. Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, Scarlet estalló en acción. No podía controlarse y no entendía lo que le estaba pasando.

Con el corazón palpitante por la adrenalina, Scarlet se levantó de un salto y agarró la muñeca del soldado en el aire en el momento en que bajaba su espada. Mientras sostenía el brazo del soldado, Scarlet sintió el poder correr por ella, un poder que nunca antes había sentido. Aún usando todas sus fuerzas, el soldado no podía moverse.

Ella le apretó la muñeca, y lo hizo con tanta fuerza que, en estado de shock, por fin él dejó caer su espada. La espada aterrizó sobre el empedrado con un sonido metálico.

“Todo está bien, Ruth," Scarlet dijo en voz baja, y poco a poco Ruth fue soltando el tobillo.

Scarlet permaneció allí, sosteniendo la muñeca del soldado; lo mantenía encerrado en su abrazo mortal.

"Por favor, déjame ir," él le suplicó.

Scarlet sintió el poder fluir a través de ella y supo que, si quería, podría lastimarlo mucho. Pero no quería hacerlo. Sólo quería que la dejaran tranquila.

Poco a poco, Scarlet lo soltó y lo dejó ir.

Con miedo en los ojos, como si acabara de encontrarse con un demonio, el soldado dio media vuelta y huyó sin molestarse siquiera en recuperar su espada.

"Vamos a Ruth", dijo Scarlet; sintiendo que podría volver con más soldados, no quería quedarse.

Un momento después, las dos corrían hacia la multitud. Se apresuraron a través de los callejones estrechos y serpenteantes hasta que Scarlet encontró un rincón a la sombra. Sabía que los soldados no las encontrarían allí, y quería un minuto para pensar y averiguar dónde estaban. Ruth jadeaba junto a ella, mientras Scarlet también respiraba con dificultad por el calor.

Scarlet estaba asustada y sorprendida de sus propios poderes. Sabía que había algo diferente, pero no lograba entender lo que le estaba pasando; y tampoco sabía dónde estaban los demás. Hacía mucho calor allí, y además estaba en una ciudad llena de gente que no conocía. No se parecía en nada a la Londres donde ella había crecido. Se puso a mirar a toda la gente que pasaba vestida con túnicas, togas, sandalias, llevando grandes cestas con higos y dátiles sobre la cabeza y los hombros; algunos llevaban turbantes. Vio antiguos edificios de piedra, callejones serpenteantes, calles estrechas y empedradas, y se preguntó donde podría estar. Eso no era Escocia. Todo se veía muy primitivo, sentía que había regresado miles de años en el tiempo.

Scarlet miraba por todos lados, con la esperanza de distinguir a su mamá y su papá. Escudriñó todos los rostros que pasaban, esperando, deseando que alguien se parara y se volteara hacia ella.

Pero ellos no se veían por ninguna parte. Y con cada cara que pasaba junto a ella, más sola se sentía.

Scarlet estaba empezando a entrar en pánico. No entendía por qué había regresado sola. ¿Cómo pudieron abandonarla? ¿Dónde podrían estar? ¿Ellos también habían regresado? ¿Acaso ella no les importaba lo suficiente como para encontrarla?

Cuanto más tiempo Scarlet se quedaba allí, observando, esperando, más se daba cuenta de su situación. Estaba sola. Completamente sola, en una época y un lugar extraños. Incluso si ellos habían regresado en el tiempo, Scarlet no tenía idea dónde buscarlos.

Scarlet miró su muñeca, el antiguo brazalete con la cruz que colgaba y le habían dado justo antes de salir de Escocia. Mientras habían estado parados en el patio de ese castillo, uno de esos hombres viejos vestidos de blanco se le había acercado y se lo había puesto en la muñeca. Ella creía que era un brazalete muy bonito, pero no sabía qué era ni qué significaba. Tenía la sensación de que podría ser algún tipo de pista, pero no tenía idea de qué.

Sintió a Ruth frotarse contra su pierna, y ella se arrodilló, le besó la cabeza y la abrazó. Ruth se quejó en su oído mientras la lamía. Al menos tenía a Ruth. Ruth era como su hermana, y Scarlet estaba tan agradecida de que hubiera regresado con ella y que la hubiera protegido de ese soldado. No había nadie a quien quisiera más.

Cuando Scarlet de nuevo se puso a pensar en el soldado y en su encuentro con él, se dio cuenta de que sus poderes debían ser más grandes de lo que creía. No lograba entender cómo ella, una niña pequeña, lo había podido someter. Sentía que estaba cambiando, o ya había cambiado, para ser alguien totalmente inédito. Recordó que en Escocia su mamá se lo había explicado. Pero todavía no acababa de entenderlo.

Solo deseaba que todo terminara. Sólo quería ser normal, quería que las cosas fueran normales, que volvieran a como estaban. Sólo quería estar con su mamá y su papá; quería cerrar los ojos y estar de vuelta en Escocia, en ese castillo, con Sam, y Polly, y Aiden. Quería regresar a la ceremonia de la boda; quería que todos en el mundo se sintieran bien.

Pero cuando abrió los ojos, todavía seguía allí, sola con Ruth en esa extraña ciudad y en esa época extraña. No conocía a nadie. Nadie se veía amable. Y no tenía idea a dónde ir.

Hasta que Scarlet ya no lo pudo soportar más. Tenía que seguir adelante. No podía estar escondiéndose y esperando para siempre. Su mamá y su papá debían estar por ahí, en alguna parte. Sintió una punzada de hambre y oyó a Ruth lloriquear, sabía que también tenía ganas de comer. Tenía que ser valiente, se dijo. Tenía que salir y tratar de encontrar a sus padres y también comida para las dos.

Scarlet salió al bullicioso callejón, estaba atenta a los soldados; a lo lejos, vio un grupos de ellos patrullando las calles, pero no parecían estar buscándola.

Scarlet y Ruth empujaron su paso entre las masas mientras se dirigían por las callejuelas serpenteantes. Estaba tan lleno allí que había gente por todas direcciones. Pasó junto a vendedores con carritos de madera vendiendo frutas y verduras, panes, botellas de aceite de oliva y vino. Los vendedores estaban uno al lado del otro, hacinados en los callejones, y gritaban para atraer clientes. La gente regateaba con ellos a más no poder.

Como si no estuviera lo suficientemente lleno, también había animales -camellos y asnos y ovejas y todo tipo de ganado, conducidos por sus propietarios. Entre ellos corrían pollos salvajes, gallos y perros. Olían terriblemente, y con sus rebuznos constantes, balidos y ladridos contribuían a elevar el nivel de ruido del mercado.

Scarlet sabía que Ruth tendría aun más hambre al ver esos animales, entonces se arrodilló y la agarró por el cuello, para frenarla.

“¡No Ruth!", Scarlet dijo firmemente.

Ruth obedeció a regañadientes. Scarlet se sintió mal por ella pero no quería que Ruth matara a esos animales y causara una gran conmoción en esa multitud.

"Voy a encontrar comida para ti, Ruth", dijo Scarlet. “Te lo prometo."

Ruth se quejó de nuevo y Scarlet sintió una punzada de hambre también.

Scarlet se apresuró para dejar atrás a los animales y condujo a Ruth por más callejones que se retorcían y giraban, pasando junto a más vendedores y más callejones. Parecía que este laberinto nunca terminaría, y Scarlet casi no podía ver el cielo desde allí.

Finalmente, Scarlet encontró un vendedor con un enorme pedazo de carne asada. Podía olerla desde lejos, el olor se filtraba por todos sus poros; vio a Ruth mirar la carne mientras se lamía los labios. Se detuvo mirando la carne boquiabierta.

“¿Quiere comprar una pieza?" El vendedor, un hombre grande con una bata cubierta de sangre, le preguntó.

Scarlet quería un pedazo más que cualquier otra cosa. Pero cuando puso la mano en sus bolsillos, no encontró nada de dinero. Sintió su brazalete, y se lo habría quitado para vendérselo a ese hombre a cambio de comida.

Pero se obligó a no hacerlo. Sentía que era algo importante, y entonces usó toda su fuerza de voluntad para contenerse.

En cambio, lentamente, tristemente negó con la cabeza. Agarró a Ruth y la alejó del hombre. Ruth lloriqueaba y protestaba pero no tenía otra opción.

Siguieron adelante y, finalmente, el laberinto se abrió en una plaza luminosa y soleada. A Scarlet le sorprendió ver el cielo abierto. Después de haber caminado por todos esos callejones, sentía que, con miles de personas dando vueltas en su interior, la plaza era el espacio más amplio y abierto que jamás había visto. En el centro había una fuente de piedra, y una inmensa pared de piedra que se elevaba cientos de metros rodeando la plaza. Cada piedra era tan ancha que era diez veces su tamaño. Contra esta pared, había cientos de personas de pie, que se lamentaban y rezaban. Scarlet no tenía idea por qué, o dónde estaba, pero sintió que estaba en el centro de la ciudad, y que este era un lugar muy sagrado.

"¡Eh, tú!" le llegó una voz desagradable.

Scarlet sintió que se le ponían los pelos de punta y poco a poco se volvió.

Un grupo de cinco chicos, sentados sobre una formación rocosa, la estaban mirando fijamente. Estaban todos sucios de pies a cabeza y estaban vestidos con harapos. Eran adolescentes, tal vez de 15 años, y Scarlet vio la maldad en sus rostros. Ellos estaban buscando problemas y habían ubicado a su próxima víctima; Scarlet se preguntó si era tan evidente que estaba sola.

Con ellos había un perro salvaje, enorme, rabioso, era dos veces el tamaño de Ruth.

"¿Qué estás haciendo por aquí sola?" el chico que parecía el líder le preguntó burlonamente mientras los otros cuatro se reían por lo bajo. Era musculoso y tenía una mirada estúpida, labios grandes y una cicatriz en la frente.

Mientras lo miraba, Scarlet sintió que adquiría un nuevo sentido, uno que nunca había experimentado antes: un fuerte sentido de intuición. No sabía qué le estaba pasando pero, de repente, pudo leer claramente los pensamientos del chico, sentir sus sentimientos y saber sus intenciones. Era claro como el día, y sintió que esos chicos no querían nada bueno. Querían hacerle daño.

Ruth gruñó a su lado. Scarlet supo que estaban a punto de enfrentarse -que era exactamente lo que quería evitar.

Ella se inclinó y le indicó a Ruth que necesitaban retirarse.

"Vamos a Ruth", Scarlet le dijo mientras empezaba a girar y alejarse.

“¡Hey, chica, te estoy hablando a ti!", el muchacho gritó.

Mientras se alejaba, Scarlet miró por encima de su hombro y vio a los cinco saltar de la piedra y caminar tras ella.

Scarlet se echó a correr por los callejones, tratando de alejarse lo más posible de esos chicos. Pensó en su confrontación con el soldado romano y por un momento se preguntó si debía detenerse y tratar de defenderse.

Pero no quería pelear. No quería hacerle daño a nadie. O correr ningún riesgo. Sólo quería encontrar a su mamá y papá.

Scarlet dobló en un callejón vacío. Miró hacia atrás y vio el grupo de chicos perseguirla. No estaban muy lejos y rápidamente estaban ganando velocidad. Demasiado rápidamente. Su perro corría con ellos y Scarlet se dio cuenta de que pronto la alcanzarían. Tenía que hacer algo para poder perderlos.

Scarlet se volvió en otra esquina, esperando encontrar una manera de evadirlos. Pero su corazón se detuvo.

Era un callejón sin salida.

Scarlet se volvió lentamente con Ruth a su lado lista para enfrentar a los chicos. Ahora estaban a quizás diez pies de distancia. Los chicos se acercaron lentamente, tomándose su tiempo, saboreando el momento. Se quedaron allí riéndose, llenos de crueldad.

"Parece que se te ha acabado tu suerte, niña," dijo el chico que era el líder.

Scarlet estaba pensando exactamente lo mismo.




CAPÍTULO TRES


Sam se despertó con un terrible dolor de cabeza. Se agarraba la cabeza con las dos manos, tratando de que el dolor desapareciera. Pero no había caso. Sentía como si el mundo entero estuviera cayendo sobre su cráneo.

Sam trató de abrir los ojos para averiguar dónde estaba pero el dolor era insoportable. La cegadora luz solar rebotaba en la roca del desierto y lo obligaba a protegerse los ojos y bajar la cabeza. Sintió que estaba acostado sobre el rocoso suelo de un desierto, sentía el calor seco y el polvo en la cara. Se acurrucó en posición fetal y sostuvo su cabeza con más fuerza, tratando de que el dolor desapareciera.

De golpe, empezó a recordar.

En primer lugar, se acordó de Polly.

Recordó la noche de bodas de Caitlin. La noche cuando le propuso matrimonio. Ella le decía que sí. Veía la alegría en su rostro.

Recordó el día siguiente. Iba a cazar. Estaba entusiasmado por la noche por venir.

Luego, la encontraba. En la playa. Estaba muriendo. Ella le decía de su bebé.

Olas de dolor lo invadieron. Era más de lo que podía soportar. Era como una pesadilla terrible que vivía una y otra vez y no podía detenerla. Sentía que le habían arrebatado todo lo que tenía por vivir para, todo en un momento. Polly. El bebé. La vida tal como la conocía.

Deseó haber muerto en ese momento.

Entonces se acordó de su venganza. Su rabia. Tenía que matar a Kyle.

Y el momento cuando todo cambió para él. Recordó cuando el espíritu de Kyle lo penetró. Recordó la indescriptible sensación de rabia mientras el espíritu, el alma y la energía de otra persona lo invadía, poseyéndolo por completo. Cuando Sam dejó de ser quien era. Cuando se convirtió en otra persona.

Sam abrió completamente los ojos y percibió lo que ya sabía, que brillaban con un color rojo brillante. Sabía que no eran suyos. Sabía que ahora eran de Kyle.

Sintió el odio de Kyle, sintió su poder correr a través de él, a través de cada onza de su cuerpo, de sus dedos de los pies, a través de las piernas, los brazos, hasta la cabeza. Sentía el deseo de Kyle de destruir pulsar a través de cada onza de su ser, como si fuera un ser viviente, como algo pegado en su cuerpo que no se podía quitar. Sentía que ya no estaba en control de sí mismo. Una parte de él extrañaba al viejo Sam, quién había sido. Pero otra parte de él sabía que ya nunca iba a volver a ser esa persona.

Sam oyó un silbido y abrió los ojos. Su cara estaba sobre las rocas del desierto y, al levantar la vista, vio una serpiente de cascabel a pocos centímetros de distancia. Los ojos de la serpiente miraban a Sam, como si estuviera en comunión con él y compartiera su energía. La rabia de la serpiente era igual a la suya y estaba a punto de atacarlo.

Pero Sam no tenía miedo. Por el contrario, sintió una una rabia no sólo igual a la de la serpiente sino mayor. Y con mejores reflejos.

En la fracción de segundo en que la serpiente se preparaba para atacar, Sam se le adelantó: extendió su mano, agarró en el aire a la serpiente por la garganta y evitó que lo mordiera a tan una pulgada de distancia de su rostro. Sam sostuvo los ojos de la serpiente frente a los suyos, mirándola de tan cerca que podía oler su aliento, sus largos colmillos estaban a sólo una pulgada de distancia, muriéndose por entrar en la garganta de Sam.

Pero Sam la sometió. La apretó más y más hasta que le quitó la vida. La víbora quedó inerte en su mano, aplastada, muerta.

Él se hizo hacia atrás y lo arrojó por el desierto.

Sam se puso de pie y observó el entorno. Todo a su alrededor era tierra y rocas, un desierto interminable. Se volvió y se dio cuenta de dos cosas: en primer lugar, había un grupo de niños pequeños, vestidos con harapos que lo miraban con curiosidad. Cuando giró hacia ellos, los niños se dispersaron y corrieron como si un animal salvaje estuviera emergiendo de una tumba. Sam sintió que la rabia de Kyle lo atravesaba y tuvo ganas de matarlos.

Pero luego notó hizo algo que lo hizo cambiar de parecer. La muralla de una ciudad. Un inmensa muro de piedra que se elevaba cientos de metros y se extiende sin fin. Entonces Sam se dio cuenta: se había despertado a las afueras de una ciudad antigua. Ante él había una enorme puerta arqueada por la que entraban y salían decenas de personas vestidas con ropa sencilla. Se veían como si estuvieran en la época romana, vestidos con túnicas simples. El ganado también, entraba y salía apresuradamente, y Sam lograba sentir la intensidad y el ruido de las multitudes tras las paredes.

Sam dio unos pasos hacia la puerta mientras los niños se alejaban de él como si fuera un monstruo. Se preguntó cómo se vería que daba miedo. Pero no le importó. Quería entrar en esa ciudad para averiguar por qué había aterrizado allí. Pero a diferencia del viejo Sam, no sentía la necesidad de explorarla: más bien tenía la necesidad de destruirla. De romper esa ciudad en pedazos.

Una parte de él trató de sacudirse esa idea y recuperar al viejo Sam. Se forzó a pensar en algo que pudiera traerlo de vuelta. Trató de pensar en su hermana, Caitlin. Pero la imagen era muy borrosa y, por mucho que lo intentó, no pudo convocar su cara. Trató de recordar sus sentimientos por ella, su misión compartida, su padre. En el fondo, sabía que quería protegerla, quería ayudarla.

Pero esa pequeña parte pronto fue eclipsada por la nueva parte viciosa. Apenas podía reconocerse a sí mismo. Y el nuevo Sam lo obligó a abandonar esos pensamientos y seguir adelante a la ciudad.

Sam entró por las puertas de la ciudad dando codazos a la gente. Una anciana, que cargaba una canasta sobre su cabeza, se acercó demasiado, y él la golpeó con fuerza en el hombro haciéndola volar golpeando su cesta y desparramando las frutas por todas partes.

"¡Hey!", un hombre grito. “¡Mira lo que hiciste! ¡Pídele una disculpa!"

El hombre se dirigió a Sam y estúpidamente, extendió su mano y agarró su abrigo. El hombre debió haberse dado cuenta de que el abrigo ceñido, negro y de cuero no era común. El hombre debió haberse dado cuenta de que la ropa de Sam era de otro siglo, y que Sam era el último hombre con quien quería meterse.

Sam miró la mano del hombre como si fuera un insecto, y luego le agarró la muñeca y, con la fuerza de un centenar de hombres, se la dio vuelta. El hombre abrió sus ojos con miedo y dolor, mientras Sam seguía torciendo su muñeca. Finalmente, el hombre se volvió de lado y cayó sobre sus rodillas. Sin embargo, Sam siguió retorciéndosela hasta que oyó un crujido repugnante, y el hombre gritó por el brazo roto.

Sam se inclinó hacia atrás y pateó al hombre con fuerza en la cara, dejándolo inconsciente sobre el suelo.

Un pequeño grupo de transeúntes que había estado observando se apartó de Sam dándole todo el espacio para que siguiera su camino. Nadie quería estar cerca de él.

Sam siguió caminando hacia la multitud y pronto estaba rodeado por más y más gente. Se mezcló con una corriente interminable de humanos. No sabía qué camino seguir, pero lo abrumó un nuevo deseo. Lo inundó el deseo de alimentarse. Quería sangre. Quería carne fresca.

Sam se dejó llevar por sus sentidos que lo condujeron por un callejón. Al descender más y más, el callejón se hizo estrecho, más oscuro, más alto y aislándose del resto de la ciudad. Era una parte sórdida de la ciudad, y la multitud se veía más marginal.

Mendigos, borrachos y prostitutas llenaban las calles, y Sam pasó junto a varios hombres gordos, pícaros, sin afeitar, sin algunos dientes, que se tropezaban al caminar. Sam se inclinaba y chocaba con ellos, enviándolos volando en todas direcciones. Sabiamente, ninguno se detuvo a desafiarlo, aparte de gritar un indignado "¡Hey"

Sam siguió su camino y de pronto se encontró en una pequeña plaza. De pie en el centro, de espaldas a él, había un círculo de una docena de hombres, vitoreando. Sam se acercó y se abrió paso para ver qué estaban vitoreando.

En medio del círculo había dos gallos quitándose pedazos, estaban cubiertos de sangre. Sam vio a los hombres hacer sus apuestas, intercambiando monedas antiguas. Peleas de gallos. El deporte más antiguo del mundo. Habían pasado muchos siglos, y sin embargo, nada había cambiado.

Sam ya había visto suficiente. Se estaba poniendo ansioso y sintió la necesidad de crear algo de caos. Entró al centro del anillo, hasta donde estaban los dos pájaros. La multitud estalló en un grito de indignación.

Sam no les hizo caso. Agarró a uno de los gallos por su garganta, lo levantó y lo hizo girar sobre su cabeza. Hubo un crujido, hasta que el animal se aflojó en su mano con el cuello roto.

Los colmillos de Sam se alargaron y los hundió en el cuerpo del gallo. Su boca se llenó de sangre que se derramó corriendo por la cara y sus mejillas. Insatisfecho, arrojó el pájaro. El otro gallo corrió tan rápido como pudo.

Claramente sorprendida, la multitud se quedó mirando a Sam. Pero éstos eran tipos rudos que no se asustaban fácilmente. Lo miraron enfurecidos, iban a enfrentarlo.

“¡Arruinaste nuestro deporte!", uno de ellos protestó.

“¡Vas a pagar por esto!" gritó otro.

Varios hombres corpulentos sacaron puñales cortos y se lanzaron sobre Sam, querían acuchillarlo.

Sam apenas se estremeció. Vio como todo sucedía en cámara lenta. Con sus reflejos un millón de veces más rápidos, simplemente extendió la mano, agarró en el aire la muñeca del hombre y se la retorció con el mismo movimiento, rompiendo su brazo. Luego se inclinó hacia atrás y le dio una patada en el pecho, mandándolo volando de regreso al círculo.

Cuando otro hombre se acercó, Sam se lanzó hacia adelante y lo golpeó. Se acercó y, antes de que el hombre pudiera reaccionar, hundió sus colmillos en su garganta. Sam bebió profundamente, la sangre se chorreaba por todas partes mientras el hombre gritaba de dolor. En unos momentos, Sam le succionó vida, y el hombre se desplomó inconsciente sobre el suelo.

Llenos de terror, los demás miraron. Era claro de que estaban frente a un monstruo.

Sam dio un paso hacia ellos, y todos se volvieron y salieron corriendo. Desaparecieron como moscas y, en unos segundos, Sam era el único que quedaba en la plaza.

Los había vencido. Pero no le era suficiente. No había satisfacción a la sangre y la muerte y la destrucción que ansiaba. Quería matar a todos los hombres de esa ciudad. Ni siquiera eso sería suficiente. No poder encontrar satisfacción lo frustraba infinitamente.

Se echó hacia atrás, miró al cielo, y rugió. Era el grito de un animal que había sido liberado. Su grito de angustia se disparó en el aire y reverberó en las paredes de piedra de Jerusalén, más fuerte que las campanas, más fuerte que los rezos. Por unos momentos, el rugido sacudió las paredes y abarcó la totalidad de la ciudad, de uno a otro extremo mientras sus habitantes se detuvieron, escucharon y aprendieron a temer.

En ese momento, supieron que había un monstruo suelto en la ciudad.




CAPÍTULO CUATRO


Caitlin y Caleb caminaban por la empinada ladera de la montaña hacia la aldea de Nazaret. El terreno era rocoso, y se resbalaban más que caminaban por la ladera empinada, levantando tierra. A medida que avanzaban, el terreno comenzó a cambiar, la roca dio paso a matas de maleza y alguna palmera, y luego a hierba. Finalmente, llegaron a un olivar y caminaron en medio de hileras de olivos, mientras continuaban hacia la ciudad.

Caitlin miró de cerca las ramas y vio miles de pequeñas aceitunas que brillaban en el sol, y se maravilló de lo bonitas que eran. Cuanto más se acercaban a la ciudad, los árboles eran más verdes. Caitlin miró hacia abajo y desde ese punto pudo tener una vista de pájaro del valle y la ciudad.

Como un pequeño pueblo enclavado en medio de enormes valles, Nazaret apenas podía considerarse una ciudad. No parecía tener más de unos pocos cientos de habitantes y unas pocas docenas de edificios pequeños de un solo piso construidas de piedra. Varios parecían estar construidos con una piedra caliza blanca y, a lo lejos, Caitlin vio a aldeanos machacar las enormes canteras de piedra caliza que rodeaban la ciudad. Oía el eco de su martillos y veía el polvo de piedra caliza flotar en el aire.

Nazaret estaba rodeada por un sinuoso muro bajo de piedra de tal vez de diez metros de altura, que se veía antiguo, aun en esa época. En el centro había una amplia puerta arqueada abierta. Nadie hacía guardia en la puerta, y Caitlin supuso que no tenían ninguna razón; después de todo, se trataba de un pequeño pueblo en el medio de la nada.

Caitlin se preguntó por qué habían despertado en esa época y en ese lugar. ¿Por qué Nazaret? Pensó de nuevo y trató de recordar lo que sabía de Nazaret. Recordaba haber aprendido una vez algo al respecto, pero no podía recordarlo. ¿Y por qué el primer siglo? Había sido un salto espectacular desde la Escocia medieval, y de pronto extrañaba Europa. Este nuevo paisaje, con sus palmeras y el calor del desierto, era muy extraño. Más que nada, Caitlin se preguntó si Scarlet estaba detrás de esas paredes. Esperaba -rezó- para que estuviera allí. Tenía que encontrarla. No estaría tranquila hasta dar con ella.

Llena de expectativa, Caitlin atravesó con Caleb la puerta de la ciudad. Su corazón latía con fuerza ante la expectativa de encontrar a Scarlet-y averiguar por qué habían sido enviados a ese lugar, para empezar. ¿Estaría su papá allí, esperándola?

Cuando entraron a la ciudad, le impresionó su vitalidad. Las calles estaban llenas de niños corriendo, gritando, jugando. Los perros corrían libremente, al igual que los pollos. Las ovejas y los bueyes deambulaban por las calles, y afuera de las casa había un burro o camello atado a un poste. Vistiendo túnicas primitivas y túnicas, los pobladores caminaban tranquilamente, llevando cestas de mercancías sobre los hombros. Caitlin sentía que había entrado en una máquina del tiempo.

Mientras caminaban por las calles estrechas y pasaban junto a las casas pequeñas casas donde las ancianas lavaban la ropa a mano, la gente se detenía para mirarlos. Caitlin se dio cuenta de que debían verse fuera de lugar caminando por estas calles. Llevaba su moderno traje ajustado de batalla de cuero- y se preguntó qué estarían pensando esas personas. Quizás que era un extranjero que había caído del cielo. No los culpaba.

Frente a cada casa había alguien preparando la comida, vendiendo o trabajando en su oficio. Pasaron varias familias de carpinteros, el hombre estaba sentado fuera de la casa, serruchando, martillando, construyendo marcos para una cama, aparadores y ejes de madera para arados. En una casa, había un hombre construyendo una enorme cruz de varios metros de espesor y diez pies de largo. Caitlin se dio cuenta de que era una cruz donde alguien sería crucificado. La idea la estremeció y miró hacia otro lado.

Al doblar por otra calle, toda la cuadra estaba llena de herreros. Por todas partes volaban yunques y martillos, y se escuchaba el clang del metal, cada herrero parecía hacer el eco del otro. También, había pozos de barro con grandes llamas en su interior donde se calentaban trozos de metal al rojo vivo con el que se forjaban herraduras, espadas y todo tipo de piezas de metal. Sentados junto a sus padres, los niños, con sus rostros negros de hollín, observaban trabajar a sus padres. Caitlin se sintió mal de ver trabajar a los niños a una edad tan pequeña.

Caitlin buscaba por todas partes alguna señal de Scarlet, de su padre, alguna pista de por qué estaban allí, pero no vio nada que pudiera orientarla.

Doblaron por otra calle que estaba llena de ceramistas. Allí, los hombres esculpían enormes bloques de piedra caliza para producir estatuas, vasijas y enormes prensas planas. Al principio, Caitlin no supo para qué eran.

Caleb se acercó y señaló.

"Son prensas para vino," le dijo, como siempre leyendo su mente. "Y para las aceitunas. Los usan para aplastar las uvas y las aceitunas y así extraer el vino y el aceite. ¿Ver las manivelas?”

Caitlin los miró de cerca y admiró la destreza de los artesanos, las largas losas de piedra caliza, el intrincado trabajo del metal de los engranajes. Le sorprendió lo sofisticada que era su maquinaria, incluso para esa época y ese lugar. También le sorprendió una antigua nave de elaboración de vino. Allí estaba, miles de años en el pasado, y la gente todavía estaba haciendo botellas de vino y botellas de aceite de oliva al igual que en el siglo 21. Y mientras las miraba, se dio cuenta de que se parecían a las botellas de oliva y vino que conocía.

Un grupo de niños corrió junto a ella persiguiéndose unos a otros y riendo, levantando nubes de polvo que cubrieron los pies de Caitlin. Las carreteras no estaban pavimentadas en este pueblo que, probablemente, pensó, era demasiado pequeño para que se invirtiera en carreteras pavimentadas. Sin embargo, sabía que Nazaret había sido famosa por algo, y le molestaba no poder recordar de qué. Una vez más, le molestaba no haber prestado más atención en su clase de historia.

"Es el pueblo donde vivió Jesús," dijo Caleb, leyendo su mente.

Caitlin se puso roja toda vez que él pudo leer tan fácilmente los pensamientos. Ella no le ocultaba nada, pero aún así, no quería que leyera lo mucho que ella lo amaba. La apenaba.

"Él vive aquí?", ella preguntó.

Caleb asintió.

"Si hemos llegado en la época en que vivió aquí," dijo Caleb. "Es claro que estamos en el siglo uno. Lo sé por la forma de vestir y por la arquitectura. Estuve aquí una vez. Es muy difícil olvidar esta época y este lugar.”

Los ojos de Caitlin se abrieron ante la posibilidad.

"¿De verdad crees que podría estar aquí y ahora? ¿Jesús? ¿Caminando por aquí? ¿Aquí y ahora? ¿En este pueblo? "

Caitlin no podía hacerse a la idea. Trató de imaginarse doblando en la esquina y encontrándose con Jesús en la calle. No lo podía concebir.

Caleb frunció el ceño.

"No lo sé", dijo. "No estoy sintiendo que él esté aquí y ahora. Tal vez ya se fue.”

Caitlin no sabía qué decir. Miró a su alrededor totalmente asombrada.

¿Él podría estar aquí? se preguntó.

Estaba sin habla y sintió que su misión era aun más importante.

"Podría estar aquí, en esta época," dijo Caleb. "Pero no necesariamente en Nazaret. El viajó mucho. Belén. Nazaret. Capernaum y Jerusalén, por supuesto. No sé a ciencia cierta si estamos en la época exacta. Pero si lo estamos, él podría estar en cualquier lugar. Israel es un lugar muy grande. Si él estuviera aquí, en esta ciudad, lo percibiríamos.”

"¿Qué quieres decir?", preguntó Caitlin, con curiosidad. "¿Qué se siente?"

"No puedo explicarlo. Pero tú sabes. Es su energía. No se parece a nada de lo que hayas experimentado antes.”

De repente, un pensamiento cruzó la mente de Caitlin.

"¿Lo conociste?", le preguntó.

Caleb sacudió lentamente la cabeza.

"No, no de cerca. Una vez, yo estaba en la misma ciudad y en la misma época. Y la energía era abrumadora. A diferencia de cualquier otra cosa que hubiera sentido antes."

Una vez más, a Caitlin le sorprendieron todas las cosas que Caleb había visto, todas las tiempos y lugares en que había estado.

"Sólo hay una manera de averiguarlo", dijo Caleb. "Necesitamos saber qué año es. Pero el problema es, por supuesto, que nadie comenzó a contar los años, como lo hacemos nosotros, hasta mucho tiempo después de que Jesús murió. Después de todo, nuestro calendario se basa en el año de su nacimiento. Y cuando él vivía, nadie contaba los años a partir del nacimiento de Jesús, ¡la mayoría de la gente ni siquiera sabía quién era! Así que si le preguntamos a la gente qué año es, pensarán que estamos locos.”

Caleb, al igual que Caitlin, miró a su alrededor buscando alguna pista.

“Puedo percibir que está en esta época", dijo Caleb lentamente. "Sólo que no en este lugar."

Caitlin examinó el pueblo con mayor respeto.

"Pero este pueblo," ella dijo, “se ve tan pequeño, tan humilde. No es como un gran ciudad bíblica, como las he imaginado. Se ve como cualquier otra ciudad en el desierto.”

"Tienes razón", respondió Caleb, "pero aquí es donde vivió. No era un gran lugar. Fue aquí donde estuvo, entre estas personas.”

Siguieron caminando y cuando doblaron en una esquina, llegaron a una pequeña plaza en el centro de la ciudad. Era una pequeña y simple plaza alrededor de la cual había pequeños edificios, y en el centro había un aljibe. Unos hombres de edad avanzada estaban sentados bajo la sombra, sostenían bastones y miraban la plaza polvorienta y vacía.

Caminaron hasta el aljibe. Caleb volvió la manivela oxidada y poco a poco la cuerda gastada subió un cubo de agua.

Caitlin tomó el agua fría con las manos y salpicó su rostro. Se sentía muy fresca con ese calor. Salpicó su rostro de nuevo y luego su pelo largo, pasando sus manos por él. Estaba lleno de tierra y grasiento, el agua fría se sentía como el cielo. Habría dado cualquier cosa por ducharse. Se inclinó, tomó un poco más de agua con las manos y la bebió. Su garganta estaba reseca. Caleb hizo lo mismo.

Finalmente, se inclinaron contra el aljibe y observaron la plaza. No había ningún edificio especial ni ninguna pista que pudiera indicarles dónde estaban.

"Entonces, ¿a dónde vamos?", ella preguntó finalmente.

Caleb miró a su alrededor, entrecerrando los ojos protegiéndolos del sol con las manos. Parecía tan perdido como ella.

"No lo sé", dijo rotundamente. “No sé me ocurre nada."

"En otras épocas y lugares", continuó, "las iglesias y los monasterios siempre parecían guardar nuestras pistas. Pero en este período, no hay iglesias. No hay cristianismo. No hay cristianos. Después de que Jesús murió, la gente comenzó a crear una religión con su nombre. En esta época, sólo hay una religión. La religión de Jesús: el judaísmo. Después de todo, Jesús era judío.”

Caitlin trató de procesarlo todo. Todo era muy complejo. Si Jesús era judío, pensó, eso significaba que él debía haber rezado en una sinagoga. De repente, se le ocurrió algo.

"Entonces, tal vez el mejor lugar para buscar es donde Jesús oró. Tal vez deberíamos buscar una sinagoga.”

"Creo que tienes razón," dijo Caleb. "Después de todo, la otra práctica religiosa de ese tiempo, si se puede llamar así, era el paganismo -la adoración de los ídolos. Y estoy seguro de que Jesús no rezaría en un templo pagano.”

Caitlin miró alrededor de la ciudad entrecerrando los ojos, buscaba algún edificio que se asemejara a una sinagoga. Pero no vio ninguno. Todas eran modestas moradas.

"No veo nada", ella dijo. "Todos los edificios tienen el mismo aspecto. Sólo son pequeñas casas.”

"Yo tampoco," dijo Caleb.

Quedaron en silencio mientras Caitlin trataba de procesarlo todo. Su mente corría con varias posibilidades.

"¿Crees que mi papá y el escudo tienen algún tipo de conexión con todo esta lugar?", preguntó Caitlin. "¿Crees que si visitamos los lugares donde Jesús estuvo eso nos llevará con mi padre?"

Caleb entrecerró los ojos mientras pensaba en lo que Caitlin estaba diciendo.

“No lo sé," dijo finalmente. "Pero es claro que tu papá está guardando un gran secreto. Un secreto no sólo para la raza de los vampiros, sino para toda la humanidad. Un escudo o un arma que cambiará para siempre la naturaleza de toda la raza humana. Debe ser algo muy poderoso. Y me parece que quien esté destinado a conducirnos con tu padre, necesita ser alguien muy poderoso. Como Jesús. Tendría mucho sentido. Tal vez, para encontrar a uno, tenemos que encontrar antes al otro. Después de todo, tu cruz abrió muchos cerrojos y nos condujo hasta aquí. Y encontramos casi todas nuestras pistas en las iglesias y en los monasterios.”

Caitlin trató de pensar en todo. ¿Era posible que su papá conociera a Jesús? ¿Era uno de sus discípulos? La idea era impresionante aumentando el misterio en torno a su padre.

Ella se sentó sobre el borde del aljibe y mirando la aldea que parecía dormida, y no sabía qué hacer. No tenía idea de por dónde empezar a buscar. Nada llamaba su atención. Y además, se sentía cada vez estaba más desesperada por encontrar a Scarlet. Sí, quería encontrar a su papá más que nunca; las cuatro llaves le quemaban en el bolsillo. Pero no veía ninguna manera de usarlas, y era difícil concentrarse en su padre cuando estaba preocupada por Scarlet. La idea de que estaba sola por ahí le desgarraba el corazón. ¿Quién sabía si estaba a salvo?

Pero, tampoco tenía ninguna idea de dónde buscar a Scarlet. Se sentía más y más desesperanzada.

De repente, seguido de su rebaño de ovejas, un pastor entró por la puerta y caminó lentamente hacia la plaza. Llevaba una larga túnica blanca, y una capucha protegía su cabeza del sol; se dirigió hacia ellos, sosteniendo un bastón. Al principio, Caitlin pensó que estaba caminando directamente hacia ellos. Pero entonces se dio cuenta: el aljibe. Solamente quería algo de beber, y ellos estaban en el camino.

Mientras caminaba, las ovejas pululaban a su alrededor llenando la plaza, todas se dirigían hacia el pozo. Debían saber que había agua cerca. Rápidamente, Caitlin y Caleb estaban en el medio de la manada que los empujaba fuera de su paso. El balido impaciente de las ovejas llenaba el aire, mientras esperaban que el pastor las guiara.

Caitlin y Caleb se hicieron a un lado cuando el pastor se acercó al pozo, giró la manivela oxidada, y subió lentamente el cubo. Entonces, él se sacó la capucha.

Caitlin se sorprendió al ver que era joven. Tenía una gran mata de pelo rubio, una barba rubia y ojos azules brillantes. Él sonrió revelando las líneas de sol en su cara alrededor de sus ojos, y Caitlin sintió el calor y la bondad irradiar de él.

Tomó el cubo lleno de agua, y, a pesar del sudor en su frente y de que tenía sed, se volvió y vertió el primer cubo de agua en la pila en la base del pozo. Las ovejas se reunieron alrededor mientras bebían agua.

Caitlin tuvo la extraña sensación de que tal vez ese hombre sabía algo, que tal vez lo habían puesto en su camino por una razón. Si Jesús vivía en esa época, pensó, tal vez ese hombre había oído hablar de él.

Caitlin sintió una punzada de nerviosismo en el estómago mientras se aclaraba la garganta.

"¿Perdón?", le preguntó.

El hombre se volvió y la miró, y ella sintió la intensidad de sus ojos.

"Estamos buscando a alguien. Quizás sepas si él vive aquí.”

El hombre entrecerró los ojos, y Caitlin sintió como si él estuviera viendo a través de ella. Era algo muy extraño.

“Él vive”, respondió el hombre como si estuviera leyendo su mente. "Pero ya no está aquí."

Caitlin casi no lo podía creer. Era cierto.

“¿A dónde se fue?", preguntó Caleb. Caitlin percibió el interés su voz, y se dio cuenta que quería saber desesperadamente.

El hombre desvió la mirada hacia Caleb.

“Pues a la Galilea," el hombre respondió, como si fuera algo obvio. "Al mar."

Caleb entrecerró los ojos.

“¿Capernaum?", preguntó Caleb tentativamente.

El hombre asintió con la cabeza.

Los ojos de Caleb se abrieron reconociendo el lugar.

“Mucha gente lo está siguiendo", dijo el hombre crípticamente. "Búsquenlo y lo hallarán.”

De pronto, el pastor bajó la cabeza, se volvió y comenzó a alejarse, con las ovejas detrás. Se dirigía al otro lado de la plaza.

Caitlin no podía dejarlo ir. Todavía no. Tenía que averiguar más. Sentía que él estaba ocultando algo.

"¡Espera!" ella gritó.

El pastor se detuvo, se volvió y la miró fijamente.

"¿Conoces a mi padre?", ella le preguntó.

Para sorpresa de Caitlin, el hombre lentamente asintió con la cabeza.

"¿Dónde está?", preguntó Caitlin.

“Tú debes encontrarlo", dijo. “Eres quien carga las llaves."

"¿Quién es él?", preguntó Caitlin, desesperada por saber.

Poco a poco, el hombre negó con la cabeza.

“No soy más que un pastor en el camino."

“¡Pero no sé por dónde buscar!" Caitlin respondió desesperadamente. "Por favor. Tengo que encontrarlo.”

El pastor abrió lentamente su boca en una sonrisa.

"Siempre, el mejor lugar para buscar es donde te encuentras," él respondió.

Entonces, se cubrió la cabeza, dio media vuelta y cruzó la plaza. Atravesó la puerta arqueada y, un momento más tarde, se había ido junto con sus ovejas.

Siempre el mejor lugar para buscar es dónde te encuentras.

Sus palabras resonaron en la mente de Caitlin. De alguna manera, sintió que era algo más que una alegoría. Cuanto más lo pensaba, más sentía que era literal. Como si le hubiera dicho que había una pista allí, donde ella estaba.

De repente, Caitlin se volvió y buscó en el aljibe, el lugar donde habían estado sentados. Ahora, sentía algo.

Siempre el mejor lugar para buscar es dónde te encuentras.

Caitlin se arrodilló y pasó las manos por la antigua pared lisa de piedra. La palpó, estaba cada vez más segura de que había algo allí, que el pastor la había guiado a una pista.

"¿Qué estás haciendo?", Caleb le preguntó.

Caitlin buscó frenéticamente, examinando las grietas de todas las piedras, sabía que estaba por buen camino.

Finalmente, a mitad de camino alrededor del pozo, se detuvo. Encontró una grieta que era un poco más grande que las demás. Era lo suficientemente grande como para que pudiera meter su dedo. La piedra alrededor era un poco más suave, y la grieta era levemente más grande.

Caitlin metió la mano y trató de abrirla. De pronto, la piedra empezó a ceder, y luego a moverse. La piedra se soltó de la base del pozo. Caitlin se asombró de encontrar un pequeño escondite detrás.

Caleb se acercó acurrucándose sobre su hombro mientras ella se agachaba en la oscuridad. Sintió algo frío y metálico en la mano y lo sacó lentamente.

Caitlin levantó la mano hacia la luz y abrió lentamente la palma.

Y no pudo creer lo que había agarrado.




CAPÍTULO CINCO


Scarlet estaba de espaldas contra la pared al final del callejón sin salida con Ruth a su lado, mientras observaba con temor al grupo de matones soltar su perro hacia ella. El enorme perro salvaje se lanzó gruñendo directamente a su garganta. Todo estaba ocurriendo tan rápidamente que Scarlet no sabía cómo reaccionar.

Antes de que pudiera hacer algo, de repente Ruth gruñó y se lanzó hacia el perro. Saltó en el aire y a mitad de camino lo encontró y hundió sus colmillos en la garganta del perro. Ruth aterrizó sobre el animal y lo inmovilizó contra el suelo. El perro debía ser dos veces el tamaño de Ruth, pero Ruth lo sujetaba sin hacer mayor esfuerzo y no lo dejaba levantarse. Apretó los colmillos con todas sus fuerzas hasta que el perro dejó de luchar, estaba muerto.

“¡Eres una pequeña perra!" gritó el muchacho que era líder, estaba furioso.

Él se dirigió directamente hacia Ruth. Levantó un palo afilado en un extremo como una punta de lanza, y lo bajó hacia la espalda de Ruth.

Scarlet respondió a sus instintos y se lanzó a la acción. Sin siquiera pensarlo, corrió hacia el chico, levantó la mano y cazó el palo en el aire, justo antes de que tocara a Ruth. Luego, lo jaló hacia ella, se inclinó hacia atrás y le dio una patada en las costillas.

Él se desplomó, y ella lo pateó de nuevo, dándole una patada giratoria, esta vez en la cara. Él se dio vuelta y cayó de bruces sobre la piedra.

Ruth se dio vuelta y se lanzó hacia el grupo de chicos. Saltó en el aire y hundió sus colmillos en el cuello de uno de ellos, aplastándolo contra el suelo. Eso dejaba a sólo tres.

Scarlet se quedó parada frente a ellos y, de repente, un nuevo sentimiento se apoderó de ella. Ya no sentía miedo; ya no quería huir de esos muchachos; ya no quería correr y esconderse; ya no quería que su mamá y papá estuvieran allí para protegerla.

Algo cambió en su interior mientras cruzaba una línea invisible, un punto de inflexión. Por primera vez en su vida, sintió que no necesitaba a nadie. Solo se necesitaba a sí misma. En lugar de tener miedo, estaba disfrutando el momento.

Scarlet sintió que la rabia la invadía y se elevaba desde los dedos de sus pies y le atravesaba el cuerpo, hasta su cuero cabelludo. Era una emoción eléctrica que no lograba entender y que nunca había experimentado antes. Ya no quería huir de esos chicos. Tampoco quería dejarlos ir.

Ahora, quería vengarse.

Mientras los tres chicos se quedaron parados mirándola en estado de shock, Scarlet se lanzó sobre ellos. Todo sucedió tan rápido, que apenas pudo pensar lo que estaba haciendo. Sus reflejos eran mucho más rápidos que los de ellos, parecía que los chicos se estaban moviendo en cámara lenta.

Scarlet saltó en el aire, más alto de lo que jamás lo había hecho, y le dio una patada al niño en el centro, poniendo los dos pies sobre su pecho. Lo mandó volando a través del callejón como si fuera una bala hasta que el chico se estrelló contra la pared y se desplomó.

Antes de que los otros dos pudieran reaccionar, ella giró y le dio un codazo a cada uno en la cara, luego se dio vuelta y le dio una patada al otro en el plexo solar. Ambos se derrumbaron, estaban inconscientes.

Scarlet se quedó junto a Ruth, respirando con dificultad. Miró a su alrededor a los cinco muchachos tirados alrededor de ellas, ninguno se movía. Y entonces, se dio cuenta: ella los había vencido.

Ya no era la Scarlet de antes.


*

Durante horas, Scarlet vagó por los callejones con Ruth a su lado, alejándose de los chicos lo más que pudo. Bajo el calor, dobló en callejón tras callejón hasta perderse en el laberinto de las estrechas callejuelas de la vieja ciudad de Jerusalén. El sol del mediodía caía a plomo sobre ella, y estaba empezando a sentirse exhausta; también por la falta de comida y agua. Mientras serpenteaban por entre la multitud, Ruth jadeaba a su lado y también estaba sufriendo.

Un niño pasó junto a Ruth y acarició su espalda, tirando de ella juguetonamente, pero con demasiada fuerza. Ruth se volvió y reaccionó, gruñendo y mostrándole los colmillos. El niño gritó, lloró, y se fue corriendo. No era propio de Ruth comportarse de esa manera; por lo general, era muy tolerante. Pero el calor y el hambre la estaban afectando. También estaba canalizando la rabia y la frustración de Scarlet.

Por mucho que lo intentara, Scarlet no sabía cómo calmar la rabia que aun sentía. Era como si algo en su interior se hubiera desatado, y no pudiera controlarlo. Sentía cómo sus venas palpitaban y su ira aumentaba y, al pasar junto a los vendedores que ofrecían todo tipo de comida que ella y Ruth no podían darse el lujo de comer, su ira crecía. También se daba cuenta de que lo que estaba experimentando, sus intensos dolores del hambre, no eran por el hambre típico. Era otra cosa. Era algo más profundo, más primario. No sólo quería comida. Quería sangre. Necesitaba alimentarse.

Scarlet no sabía lo que le estaba pasando y no sabía cómo manejarlo. Olía un pedazo de carne y se metía entre la gente solo para mirarlo. Ruth se apretaba a su lado.

Scarlet se estaba abriendo paso a codazos cuando un hombre en la multitud la empujó.

“¡Hey chica, mira por dónde caminas!", espetó.

Sin siquiera pensarlo, Scarlet se volvió y empujó al hombre. Él era más de dos veces su tamaño, pero salió volando derribando varios puestos de fruta cuando cayo al suelo.

Él se puso de pie, conmocionado, y observó a Scarlet, tratando de entender cómo una niña pequeña había podido golpearlo de esa manera. Luego, con una mirada de miedo, prudentemente se volvió y se alejó.

El vendedor frunció el ceño a Scarlet, intuía que provocaría problemas.

"¿Quieres carne?", espetó. “¿Tienes dinero para pagar?"

Pero Ruth no pudo contenerse. Se lanzó hacia adelante, hundió sus colmillos en el pedazo enorme de carne, arrancó un trozo, y se la tragó. Antes de que alguien pudiera reaccionar, se lanzó de nuevo hacia otro trozo.

Esta vez, el vendedor bajó su mano lo más fuerte que pudo para golpear a Ruth en la nariz.

Pero Scarlet lo vio venir. De hecho, algo le estaba sucediendo a su sentido de la velocidad, su sentido de la oportunidad. Mientras la mano del proveedor comenzaba a descender, Scarlet se vio levantando su propia mano y agarrando la muñeca del vendedor antes de que tocara a Ruth.

Con los ojos bien abiertos, el vendedor miró a Scarlet, sorprendido de que una niña tan pequeña pudiera agarrarlo con tanta fuerza. Scarlet apretó la muñeca del hombre hasta que todo su brazo empezó a temblar. Incapaz de controlar su rabia, Scarlet lo miraba con furia.

"No te atrevas a tocar mi lobo," Scarlet gruñó al hombre.

"Yo… lo siento," dijo el hombre, agitando el brazo del dolor, con los ojos abiertos de miedo.

Finalmente, Scarlet lo soltó y se alejó del puesto con Ruth a su lado. Mientras se alejaba, oyó un silbido detrás de ella, y luego los gritos de la gente llamando a los guardias.

“Vamos, Ruth!" Scarlet dijo, y las dos se fueron corriendo por el callejón, perdiéndose en la multitud. Al menos Ruth había comido.

Pero Scarlet tenía un hambre abrumadora, y no creía poder contenerla por más tiempo. No sabía lo que le estaba pasando, pero mientras caminaba por calle tras calle, se encontró observando la garganta de las personas. Se enfocaba en sus venas, veía el pulso de la sangre. Se lamía los labios, deseando -necesitando hundir sus dientes allí. La abrumaba la idea de beber su sangre e imaginaba lo que podría sentir cuando la sangre corriera por su garganta. No lograba entenderlo. ¿Ya no era para nada humana? ¿Se estaba convirtiendo en un animal salvaje?

Scarlet no quería hacerle daño a nadie. Racionalmente, trató de detenerse.

Pero físicamente, algo se estaba apoderando de ella. Estaba creciendo, desde los dedos de sus pies, las piernas, a través de su torso, hasta la coronilla de la cabeza y hasta la punta de sus dedos. Era un deseo. Un deseo insaciable e imparable. Estaba controlando sus pensamientos, diciéndole qué pensar, cómo actuar.

De repente, Scarlet detectó algo: a lo lejos, detrás de ella, un grupo de soldados romanos la estaba persiguiendo. Su oído, ahora hiper-sensible, la alertó con el sonido de sus sandalias golpeando la piedra. Lo sabía a pesar de que estaban a unas cuadras de distancia.

El sonido de sus sandalias golpeando contra la piedra la irritó aún más; el ruido se mezclaba en su cabeza con el sonido de los gritos de los vendedores, los niños riendo, los perros ladrando .... Era demasiado para ella. Su oído se estaba volviendo demasiado fuerte y le molestaba la cacofonía del ruido. El sol también se sentía más fuerte, como si estuviera brillado justo encima de su cabeza. Todo era demasiado. Sentía como si estuviera bajo el microscopio del mundo, y estaba a punto de explotar.

Rebosante de rabia, Scarlet se recostó y, de repente, sintió una nueva sensación en sus dientes. Sintió que su dos dientes incisivos crecían y le sobresalían unos colmillos afilados cada vez más grandes. No sabía lo que estaba experimentando, pero sabía que estaba cambiando a algo que no podía reconocer ni controlar. De repente, vio a un hombre gordo, grande, borracho, tambalearse por el callejón. Scarlet supo que tenía que alimentarse, o moriría. Y algo dentro de ella quería sobrevivir.

Cuando Scarlet se escuchó gruñir, se sorprendió. Por lo primigenio, el ruido la asombró con creces. Sentía que estaba fuera de su cuerpo mientras se abalanzaba y saltaba por el aire directamente hacia el hombre. Vio en cámara lenta como él se volvía hacia ella con los ojos muy abiertos por el miedo. Y sintió cuando sus dos dientes delanteros se hundieron en la carne, en las venas de su garganta. Y un instante después, sintió la sangre caliente del hombre vertirse en su garganta llenando sus venas.

Oyó el grito hombre, que duró sólo un momento. Un segundo más tarde, él cayó sobre el suelo, ella estaba encima de él, chupando toda su sangre. Poco a poco, empezó a sentir una nueva vida, una nueva energía fluir por su cuerpo.

Quería detenerse y soltar al hombre. Pero no podía. Lo necesitaba. Lo necesitaba para sobrevivir.

Necesitaba alimentarse.




CAPÍTULO SEIS


Ardiendo de rabia, Sam corría gruñendo por las callejuelas de Jerusalén. Quería destruir, destrozar todo a la vista. Cuando pasó junto a una fila de vendedores, se acercó y derribó sus stands que cayeron uno sobre otro como si fueran fichas de dominó. Golpeaba a la gente a propósito, tan fuerte como podía, y los enviaba volando en todas direcciones. Se lanzó por el callejón como una bola de demolición fuera de control, derribando todo a su paso.

Sobrevino el caos; se escuchaban más y más gritos. No bien la gente se daba cuenta, huía para salir de su camino. Era como un tren de destrucción.

El sol lo estaba volviendo loco. Caía a plomo sobre su cabeza como si fuera un ser vivo, aumentando su rabia. Nunca había sabido lo que era la verdadera rabia hasta ahora. Nada parecía satisfacerlo.

Vio un hombre alto y delgado y se lanzó sobre él, hundiendo los colmillos en su cuello. Lo hizo en una fracción de segundo, succionó la sangre, y luego se apresuró a hundir los colmillos en el cuello de otra persona. Iba de persona en persona, hundiendo sus colmillos y chupándoles la sangre. Se movía tan rápidamente que nadie tenía tiempo para reaccionar. Uno tras otro caía al suelo, y Sam iba dejando un rastro a su paso. Él estaba en un frenesí por alimentarse y sentía como su cuerpo comenzaba a hincharse de sangre. Aún así, no le era suficiente.

El sol lo estaba llevando al borde de la locura. Necesitaba sombra, y rápido. Vio un gran edificio a lo lejos, un elaborado palacio construido de piedra caliza, con pilares y enormes puertas arqueadas. Sin pensarlo, se lanzó al otro lado de la plaza y abrió las puertas de una patada.

Allí estaba fresco y Sam pudo respirar. Que ya no sintiera el sol sobre su cabeza era toda una diferencia. Pudo abrir los ojos que lentamente se adaptaron a la luz.

Decenas de personas lo miraban con sus rostros asustados. La mayoría estaba sentada en el interior de pequeñas piscinas y baños individuales mientras que otros caminaban descalzos sobre el piso de piedra. Todos estaban desnudos. Sam se dio cuenta que estaba en una casa de baños. Una casa de baños romana.

Los techos eran altos y arqueados y dejaban entrar la luz, y había grandes columnas arqueadas por todos lados. Los pisos eran de mármol brillante y estaba lleno de pequeñas piscinas. La gente holgazaneaba relajándose.

Es decir, hasta que lo vieron. Rápidamente se levantaron y sus expresiones de tranquilidad se transformaron en una de temor.

Sam no soportaba ver a esas personas -esos ricos ociosos, descansando como si no les importara el mundo. Los haría pagar. Echó la cabeza hacia atrás y rugió.

La mayoría de la gente tuvo el buen tino de irse y apresurarse a tomar sus toallas y batas para tratar de salir tan pronto como podían.

Pero Sam no les dio tiempo para huir. Sam se lanzó hacia ellos, se abalanzó sobre la mujer más cercana, y hundió los dientes en su cuello. Chupó la sangre y ella cayó al suelo rodando en un baño, tiñéndolo de rojo.

Sam hizo lo mismo una y otra vez, saltando de una a otra víctima, hombres y mujeres por igual. Pronto la casa de baños se llenó de cadáveres, los cuerpos flotaban por todas partes y las piscinas se teñían de rojo.

Se escuchó algo en la puerta, y Sam giró para ver de qué se trataba.

Allí, en la puerta, había docenas de soldados romanos. Vestían los uniformes típicos -túnicas cortas, sandalias romanas, cascos emplumados y llevaban escudos y espadas cortas. Otros sostenían arcos y flechas. Las sacaron y apuntaron a Sam.

“¡Quédate donde estás!", el líder gritó.

Sam gruñó mientras se volvía, se irguió revelando toda su estatura, y comenzó a caminar hacia ellos.

Los romanos hicieron fuego. Decenas de flechas volaron por el aire hacia él. Sam las vio moverse en cámara lenta, sus relucientes puntas de plata se dirigían hacia él.

Pero él fue más rápido que sus flechas. Antes de que pudieran llegar hasta él, Sam estaba en el aire, saltando por sobre todos ellos. Fácilmente cubrió toda la habitación de unos cuarenta pies – incluso antes de que los arqueros relajaran sus manos.

Sam bajó con los pies delante y golpeó al soldado en el centro de la formación en el pecho con tanta fuerza que éste golpeó a los demás que cayeron como una fila de fichas de dominó. Una docena de soldados se desplomaron.

Antes de que los demás pudieran reaccionar, Sam arrebató dos espadas de las manos de dos soldados. Giró y los atacó en todas direcciones.

Su puntería era perfecta. Cortó cabeza tras cabeza, luego se volvió y clavó la espada en el corazón de los sobrevivientes. Se movía a través de la multitud como si fuera mantequilla. En cuestión de segundos, decenas de soldados estaban sobre el suelo, sin vida.

Sam se dejó caer de rodillas y hundió sus colmillos en el corazón de cada uno, bebió y bebió. Se arrodilló en cuatro patas y, encorvado como una bestia, se hartó de sangre, tratando de saciar su rabia que no tenía límites.

Sam terminó, pero aún no estaba satisfecho. Sentía como si necesitara pelear con ejércitos enteros, matar a masas de humanos de una sola vez. Necesitaba atiborrarse durante semanas. Y aun así, no sería suficiente.

“¡SANSON!" gritó una extraña voz femenina.

Congelado en seco, Sam se detuvo. Era una voz que no había escuchado en siglos. Era una voz que casi había olvidado, una que nunca había esperado oír de nuevo.

Sólo una persona en este mundo lo llamaba Sansón.

Era la voz de su creador.

Allí, de pie junto a él, mirando hacia abajo con una sonrisa en su hermoso rostro, estaba el primer amor verdadero de Sam.

Era Samantha.




CAPÍTULO SIETE


Caitlin y Caleb volaban por el cielo claro y azul del desierto hacia el norte de Israel, hacia el mar. Debajo, se extendía la tierra y Caitlin observaba los cambios en el paisaje. Había enormes extensiones de desierto, de tierra quemada por el sol, rocas, piedras, montañas y cuevas. Casi no había gente, excepto por algún pastor vestido de pies a cabeza de blanco con una capucha que le cubría la cabeza para protegerse del sol, su rebaño lo seguía de cerca.

Pero más al norte, el terreno empezó a cambiar. El desierto dio paso a colinas, y el color cambió también, pasando de un marrón seco y polvoriento a un verde vibrante. Los olivares y viñedos salpicaban el paisaje. Pero aún así, se veían pocas personas.

Caitlin pensó en lo que había descubierto en Nazaret. En el interior del aljibe, le había sorprendido encontrar un objeto que ahora aferraba en su mano: una estrella de David de oro del tamaño de la palma de su mano. A lo largo había grabada una pequeña inscripción antigua con una sola palabra: Capernaum.

Era claro que era un mensaje que les indicaba dónde ir. Pero, ¿por qué Cafarnaum? Caitlin se preguntó.

Caleb le había dicho que Jesús había pasado un tiempo allí. ¿Significaba que los estaba esperando? ¿Y su padre también estaría allí? ¿Y, posiblemente Scarlet?

Caitlin escudriñó el paisaje debajo. Le sorprendió lo poco poblado que Israel estaba en esa época. Volaba sobre una que otra casa ya que las viviendas eran muy pocos y estaban separadas entre si. Todavía era una tierra vacía con mucho campo. Las únicas ciudades se parecían a pueblos y se veían primitivas, con edificios de arquitectura sencilla de uno o dos pisos y construidos de piedra. Tampoco se veía ningún camino pavimentado.

Mientras volaban, Caleb se puso a su lado y estiró su mano. Era agradable sentirlo tan cerca. Caitlin se preguntaba por enésima vez, por qué habían aterrizado en esa época y en ese lugar. Tan atrás en el tiempo. Tan lejos. En un lugar tan diferente a Escocia y a todo lo que sabía.

Podía sentir que esta era la última parada en su viaje. Allí. Israel. Era un lugar y una época tan poderosos, que sentía la energía irradiar de todo. Todo parecía dirigirse espiritualmente hacia ella, como si estuviera caminando y viviendo y respirando dentro de un campo de energía gigante. Sabía que la estaba esperando algo trascendental. Pero no sabía qué. ¿Estaba su padre allí? ¿Podría encontrarlo alguna vez? Era muy descorazonador. Tenía las cuatro llaves. Él debería estar allí, Caitlin pensó, esperándola. ¿Por qué tenía que seguir buscando?

Lo que más le preocupaba era Scarlet. Miraba hacia abajo por todos los lugares que pasaban, buscando algún rastro de ella y de Ruth. Por un momento se preguntó si no había logrado regresar, pero rápidamente sacó esa idea de su mente, evitando tener esos malos pensamientos. No podía concebir su vida sin Scarlet. Si supiera que Scarlet ya no estaba con ella, sabía que no tendría la fuerza para seguir adelante.

Caitlin sentía la estrella de David arder en su mano, y volvió a pensar en el lugar a dónde se dirigían. Deseaba saber más sobre la vida de Jesús; deseaba haber leído la Biblia más cuidadosamente durante su niñez. Trató de recordar algo, pero solamente sabía lo básico: Jesús había vivido en cuatro lugares: Belén, Nazaret, Cafarnaún, y Jerusalén. Ellos acababan de abandonar Nazaret y ahora estaban en camino a Capernaum.

Ella no podía evitar preguntarse si al seguir sus huellas, iban tras el tesoro, si tal vez él tenía alguna pista, o si alguno de sus seguidores tenía alguna idea de dónde estaba su padre y también el escudo. De nuevo se preguntó cómo podrían estar conectados. Pensó en todas las iglesias y monasterios que había visitado a lo largo de los siglos, y sentía que todo se conectaba. Pero no sabía cómo.

Lo único que sabía de Capernaum era que se trataba de un pequeño pueblo de pescadores humildes en la Galilea sobre la costa noroeste de Israel. Pero no habían pasado ningún pueblo en horas -de hecho no había ni un alma a la vista, y no había ninguna señal de un mar- y mucho menos agua.

Entonces, justo cuando lo estaba pensando, volaron sobre la cima de una montaña, y ante ella se abrió el otro lado del valle. La vista le quitó el aliento. Allí, se extendía un mar brillante. Era del azul más profundo que jamás había visto en su vida, y brillaba bajo la luz del sol, parecía el cofre de un tesoro. Lo bordeaba una magnífica costa de arena blanca, y las olas se estrellaban contra la costa que parecía interminable.

Caitlin sintió un estremecimiento de emoción. Se dirigían en la dirección correcta; la costa debía llevarlos a Cafarnaúm.

"Allí," dijo la voz de Caleb.

Entrecerrando los ojos hacia el horizonte, ella miro hacia donde él señalaba, y apenas pudo distinguirlo: a lo lejos se veía un pequeño pueblo. No era una ciudad, casi ni un pueblo. Tal vez, había dos docenas de casas y una gran estructura junto a la costa. A medida que se acercaban, Caitlin entrecerró los ojos para observar con mayor precisión pero no vio a a nadie: sólo unos pocos aldeanos caminaban por las calles. Se preguntó si era por el sol del mediodía, o porque el pueblo estaba deshabitado.

Caitlin miró hacia abajo buscando alguna señal del mismísimo Jesús pero no vio nada. Más importante aún, no lo percibía. Si lo que le había dicho Caleb era cierto, ella podría sentir su energía desde lejos. Pero no percibía ninguna energía fuera de lo común. Una vez más, comenzó a preguntarse si estaban en la época y el lugar adecuados. Tal vez ese hombre había estado equivocado: tal vez Jesús había muerto muchos años antes. O tal vez ni siquiera había nacido.

De repente, Caleb se lanzó hacia abajo, hacia el pueblo y Caitlin lo siguió. Encontraron un lugar escondido fuera de la muralla, en un bosque de olivos. Luego, atravesaron la puerta de la ciudad

Caminaron por la pequeña aldea polvorienta, hacía mucho calor, el sol lo quemaba todo. Los pocos aldeanos que deambulaban apenas los notaban; sólo parecían interesados en encontrar una sombra o en abanicarse. Una anciana se acercó al aljibe, levantó una cuchara grande, bebió, y luego se limpió el sudor de la frente con la mano.

Por las callejuelas, el lugar parecía completamente desierto. Caitlin observaba con cuidado buscando alguna señal, cualquier cosa que pudiera conducirlos a alguna pista, una señal de Jesús, o su padre, o el escudo, o Scarlet, pero no veía nada.

Se volvió hacia Caleb.

"¿Y ahora qué?", le preguntó.

Caleb la miró sin responder. Estaba tan perdido como ella.

Caitlin se volvió para observar las paredes del pueblo, su arquitectura humilde y, cuando miró a través de la ciudad, notó un camino estrecho, muy transitado que descendía hacia el mar. Al seguir su rastro a través de una puerta de la ciudad, a lo lejos vio el brillo del mar.

Le dio un codazo a Caleb, y él también lo vio y la siguió mientras salían de la ciudad.

Al acercarse a la costa, Caitlin vio tres pequeños botes de pesca de colores brillantes, gastados medio varados en la arena, flotando en las olas. Había un un pescador sentado en uno, y junto a los otros dos había dos pescadores de pie con el agua hasta los tobillos. Eran hombres de edad avanzada con barba y cabello de color gris, sus rostros se veían tan gastados como sus barcos, estaban bronceados y llenos de arrugas. Vestían túnicas blancas y capuchas blancas para protegerse del sol.

Mientras Caitlin los observaba, dos elevaron una red de pesca y la arrastraron lentamente hacia las olas. La jalaban mientras luchaban con las olas, y un niño pequeño saltó de uno de los barcos y corrió hacia ellos para ayudarlos a jalar la red. Cuando regresaron a la orilla, Caitlin vio que habían capturado decenas de peces que se retorcían y tiraban contra el suelo. El niño gritaba de alegría mientras que los ancianos permanecían serios.

Caitlin y Caleb se habían acercado en silencio -sobre todo por el romper de las olas- y los pescadores no se habían dado cuenta de que estaban allí. Caitlin se aclaró la garganta para no asustarlos.

Todos se dieron vuelta y los miraron, se veían sorprendidos. Ella no los culpaba: debían dar un espectáculo impactante, los dos vestidos de negro de pies a cabeza, con cuero y equipo de batalla. Debían verse como si hubieran caído del cielo.

"Lamentamos molestarlos," comenzó Caitlin, “pero, ¿es aquí Cafarnaum?", le preguntó al hombre que tenía más cerca.

Él la miró y luego a Caleb, y nuevamente a ella. Él asintió lentamente con la cabeza.

"Estamos buscando a alguien", continuó Caitlin.

"¿Y a quién?", preguntó el otro pescador.

Caitlin estaba a punto de decir "mi padre", pero luego se detuvo, dándose cuenta de que no serviría. ¿Cómo iba a describirlo? Ni siquiera sabía quién era o qué aspecto tenía.

Así que, en su lugar, nombró a la única persona que se le vino a la mente, la única persona que ellos podrían reconocer: "Jesús."

Casi esperaba que se burlarían de ella, se reirían y la mirarían como si estuviera loca, como si no tuviera idea de quién era Jesús.

Pero, para su sorpresa, su pregunta no pareció sorprenderlos; la tomaron en serio.

"Se fue hace dos semanas", dijo uno de ellos.

El corazón de Caitlin dio un vuelco. Entonces. Era cierto. Él estaba realmente vivo. Estaban en su misma época. Y realmente él había estado allí, en ese pueblo.

"Y todos sus seguidores", dijo el otro. "Sólo los viejos como nosotros y los niños no lo seguimos."

“¿Así que él es real?", preguntó Caitlin, en estado de shock. Todavía podía creerlo; era demasiado para que pudiera comprenderlo.

El chico se levantó y se acercó a Caitlin.

“Él curó la mano de mi abuelo", dijo el muchacho. "Míralo. Él era un leproso. Ahora ha sanado. Muéstrale abuelo ", dijo el muchacho.

El anciano se volvió lentamente y echó la manga hacia atrás. Su mano se veía perfectamente normal. De hecho, cuando Caitlin miró de cerca, vio que la mano se veía mucho más joven que la otra. Era extraño. Tenía la mano de un muchacho de 18 años. Rosada, color de rosa y de aspecto saludable, era como si le hubieran dado una mano nueva.

Caitlin no lo podía creer. Jesús era real. Realmente sanaba a las personas.

Al ver la mano de ese hombre, ese hombre que había sido un leproso, perfectamente curado, sintió un escalofrío por la espalda. Todo se hizo uno. Por primera vez, tuvo la esperanza de que realmente lo podría encontrar, y también a su padre y el Escudo. Y que podrían conducirla con Scarlet.

"¿Sabe a dónde se fue?", preguntó Caleb.

“A Jerusalén, por lo que oímos," otro pescador gritó por sobre el sonido de las olas.

Jerusalén, pensó Caitlin. Sentía que estaba muy lejos. Habían volado hasta allí, a Cafarnaúm. Y ahora sentía que había sido una búsqueda inútil. Después de todo eso, tendrían que regresarse e irse con las manos vacías.

Pero ella sentía la estrella de David quemándole la mano, y estaba segura de que había una razón por la que los habían enviado a Cafarnaúm. Sentía que había algo más, algo que necesitaban encontrar.

"Uno de sus discípulos está todavía aquí", dijo un pescador. "Pablo. Puedes preguntarle. Puede ser que sepa exactamente a dónde fueron.”

"¿Dónde está?", preguntó Caitlin

"Donde todos pasan el tiempo. En la antigua sinagoga ", dijo el hombre. Se dio vuelta y señaló por encima del hombro con su pulgar.

Caitlin se volvió y miró por encima de su hombro, y allí, sobre una colina, mirando el mar, vio un hermoso templo pequeño de piedra caliza. Incluso en esa época, se veía antiguo. Adornado con columnas intrincados, miraba hacia el mar. Incluso desde esa distancia, Caitlin sintió de que se trataba de un lugar sagrado.

“Era la sinagoga de Jesús," uno de los hombres dijo. “Era donde pasaba todo el tiempo."

"Gracias", dijo Caitlin, comenzando a caminar hacia allí.

El hombre se acercó y la agarró del brazo con su nueva mano, la mano sana. Caitlin se detuvo y lo miró. Pudo sentir la energía pulsar a través de su mano, en el brazo. No se parecía a nada de lo que jamás había sentido. Era una energía que curaba, consolaba.

“No eres de aquí, ¿verdad?", preguntó el hombre.

Caitlin sintió cómo el la miraba a los ojos, y estaba segura que estaba sintiendo algo. Se dio cuenta de que no tenía sentido mentirle.

Lentamente, ella negó con la cabeza. "No, no lo soy."

Él la miró por un largo tiempo, y luego asintió lentamente con la cabeza, satisfecho.

"Vas a encontrarlo," él le dijo. "Puedo sentirlo."


*

Caitlin y Caleb caminaron hasta la orilla, las olas rompían junto a ellos, el olor pesado de la sal se sentía en el aire. Las brisas eran refrescantes, sobre todo después de haber estado tanto tiempo en el calor del desierto. Se volvieron y subieron una pequeña colina, en la cima estaba la antigua sinagoga.

Caitlin alzó la vista mientras se acercaban: estaba construida de una piedra caliza desgastada, parecía como si hubiera estado allí durante miles de años. Podía sentir la energía emerger del lugar; era un lugar sagrado, podía afirmarlo. Su gran puerta arqueada estaba entreabierta y crujió mientras se balanceaba con el viento, mecida por la brisa del mar.

A medida que caminaban por la colina, pasaron macizos de flores silvestres que crecían aparentemente de la roca, en la gama de colores brillantes propia del desierto. Eran las flores más hermosas que Caitlin jamás había visto en su vida, tan inesperadas, tan improbables en ese lugar desolado.

Llegaron a la cima de la colina y caminaron hasta la puerta. Caitlin sentía la estrella de David quemándole dentro su bolsillo y supo que era el lugar indicado.

Caitlin levantó la vista y sobre la puerta vio una gran estrella de David de oro incrustada en la piedra y rodeada de letras hebreas. Era increíble pensar que ella estaba a punto de entrar en un lugar donde Jesús había pasado tanto tiempo. De alguna manera, había esperado entrar a una iglesia pero, por supuesto, como lo había pensado, no tenía sentido porque las iglesias no se construyeron hasta después de su muerte. Parecía extraño pensar en Jesús en una sinagoga pero, después de todo, él había sido judío y un rabino, así que tenía todo el sentido.

Pero, ¿qué importancia tenía todo esto para la búsqueda de su padre? ¿Para encontrar el escudo? Cada vez más, sentía que todo estaba conectado, todos los siglos y las épocas y los lugares, toda la búsqueda por todos los monasterios e iglesias, todas las llaves, todos los cruces. Sintió que había un hilo conductor allí, justo delante de sus ojos. Sin embargo, aún no sabía qué era.

Era evidente que había algo sagrado, espiritual en lo que fuera que tenía que encontrar. Lo que también le pareció extraño porque, después de todo, éste era un mundo de vampiros. Pero, mientras lo pensaba, se dio cuenta de esta también era una guerra espiritual entre las fuerzas sobrenaturales del bien y el mal, los que querían proteger a la raza humana y los que querían perjudicarla. Y claramente, lo que fuera a encontrar tendría enormes consecuencias no sólo para la raza de los vampiros sino también para la raza humana.

La puerta estaba entreabierta y Caitlin se preguntó si sólo debían entrar.

"¿Hola?" Caitlin llamó.

Esperó unos segundos, su voz hizo eco. No hubo ninguna respuesta.

Ella miró a Caleb. Él asintió con la cabeza, también sentía que estaban en el lugar correcto. Ella levantó la mano, apoyó la palma de la mano sobre la antigua puerta de madera, y la empujó suavemente. La puerta crujió cuando se abrió, y los dos entraron al edificio que estaba a oscuras.

Hacía más frío en el interior protegido del sol, y le tomó a Caitlin un momento para que sus ojos se acostumbraran. Poco a poco, pudo ver con claridad y observar la habitación ante ella.

Era magnífica, muy diferente a todo lo que había visto antes. No era magnífica, como las demás iglesias en las que había estado; en realidad era un edificio humilde, construido de mármol y piedra caliza, adornado con columnas y tallas intrincadas en el techo. No había bancos, no había donde sentarse, era sólo un gran espacio abierto. En el otro extremo, había un altar sencillo pero en vez de una cruz encima, había una gran estrella de David. Detrás, había un pequeño armario de oro con imágenes de dos grandes volutas talladas en ella.

Sólo unas pocas pequeñas ventanas arqueadas se alineaban a lo largo de las paredes, y aunque la luz del sol entraba a raudales en algunos lugares, todavía estaba oscuro. Este lugar era muy silencioso, muy tranquilo. Caitlin oía sólo el estruendo lejano de las olas.

Caitlin y Caleb intercambiaron miradas y luego caminaron lentamente por el pasillo, hacia el altar. Mientras caminaban, sus pasos resonaban en el mármol, y Caitlin no pudo evitar tener la sensación de que los estaban observando.

Llegaron al final del pasillo y se pararon frente al gabinete de oro. Caitlin estudió los diagramas grabadas en el oro: eran tan detallados, tan intrincados, que le recordaba a la iglesia en Florencia, en el Duomo, sus puertas de oro. Parecía como si alguien hubiera pasado toda una vida tallándola. Además de las imágenes de las volutas, había letras hebreas a su alrededor. Caitlin se preguntó lo que había dentro.

"La Torá", dijo una voz.

Caitlin giró, sorprendida de escuchar otra voz. No entendía cómo alguien pudo haberse movido tan despacio arreglándoselas para que ella no pudiera detectarlo, y, sobre todo, leer su mente. Sólo una persona muy especial podría hacerlo. Ya sea un vampiro, o una persona santa, o ambos.

Un hombre que llevaba una túnica blanca, con la caperuza hacia atrás, con el pelo largo y castaño claro despeinado y barba caminaba hacia ellos. Tenía unos hermosos ojos azules y una cara compasiva iluminada con una sonrisa. Se veía atemporal, tal vez de unos 40 años, y se dirigía hacia ellos con una leve cojera, sostenía un bastón.

"Son los pergaminos del Antiguo Testamento. Los cinco libros de Moisés. Eso es lo que hay detrás de esas puertas de oro.”

Siguió acercándose hasta unos pocos metros de distancia, y se detuvo ante Caitlin y Caleb. Se quedó mirándola, y Caitlin pudo sentir la energía que salía de él. Era evidente de que no era una persona común y corriente.

"Yo soy Pablo", dijo, sin extender su mano, que descansaba sobre su bastón.

"Yo soy Caitlin, y él es mi marido, Caleb", respondió ella.

Él sonrió con gusto.

"Lo sé", respondió.

Caitlin se sintió como una tonta. Ese hombre, que era capaz de leer su mente tan fácilmente, sabía mucho más sobre ella que lo que sabía ella de él. Era una sensación extraña de que todas estas personas, en todos estos siglos y lugares, sabía acerca de ella y la habían estado esperando. La hacía sentir aun más que tenía un propósito, una misión. Pero también la frustraba porque no sabía lo que era, ni a dónde ir.

“Lo siento por haber entrado así", dijo Caleb. "Pero nos dijeron que Jesús oró en este lugar. Que estuvo aquí recientemente. ¿Es cierto?"

El hombre asintió lentamente con la cabeza, manteniendo los ojos fijos en Caitlin.

"Partieron a Jerusalén hace algún tiempo", dijo. "Si fueran de las personas que llegan para ser sanados, es demasiado tarde. Pero, de nuevo, sé que ustedes no han venido para eso. No. Tienen un propósito muy diferente, ¿no? ", les preguntó, sin dejar de mirar a Caitlin.

Caitlin asintió, sintiendo que ese hombre ya lo sabía todo. Y por primera vez en su vida, tuvo otro sentimiento: este hombre estaba cerca de su padre. Él sabía dónde estaba. La sensación le hizo sentir un escalofrío por todo el cuerpo. Nunca antes se había sentido tan cerca de él.





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En ENCONTRADA (Libro # 8 del Diario del vampiro), Caitlin y Caleb despiertan en el año 33 dC, en el antiguo Israel, y se sorprenden al encontrarse en la época de Cristo. El antiguo Israel es un lugar de lugares sagrados, de antiguas sinagogas y de reliquias perdidas. Es el lugar más cargado de espiritualidad en el universo-y en el año 33 dC, el año de la crucifixión de Cristo, es la época con la mayor carga de espiritualidad. En el centro de su capital, Jerusalén, se encuentra el Templo Sagrado de Salomón, en cuyo interior se encuentra el Santo de los Santos y el Arca de Dios. Y en estas calles, Cristo dará sus pasos finales para ser crucificado. Jerusalén está llena de gente de todas las religiones y creencias, bajo la atenta mirada de los soldados romanos y su prefecto, el poder de Poncio Pilato. La ciudad también tiene un lado oscuro, con sus calles laberínticas y callejuelas que conducen a sus secretos ocultos y a sus templos paganos. Finalmente, Caitlin ahora tiene las cuatro llaves pero aún debe encontrar a su padre. Su búsqueda la lleva a Nazaret, a Capernaum, a Jerusalén, siguiendo un sendero místico de secretos y pistas tras las huellas de Cristo. También, la lleva al antiguo Monte de los Olivos, a Aiden y su cofradía, y los secretos y reliquias más poderosos que nunca antes había visto. Con cada movimiento, su padre está sólo a un paso de distancia. Pero el tiempo es clave: Sam se volvió hacia el lado oscuro, y también ha aterrizado en esta época para unirse con Rexius, el líder de la cofradía malvada, y ambos buscarán ganarle Escudo a Caitlin. Rexius no se detendrá ante nada para destruir a Caitlin y a Caleb y, con Sam de su lado y un nuevo ejército, las probabilidades están a su favor. Para empeorar las cosas, Scarlet ha llegado sola, separada de sus padres. Vaga solo con Ruth por las calles de Jerusalén, y mientras comienza a descubrir sus propios poderes, también se encuentra en un grave peligro como nunca antes. Sobre todo cuando descubre que ella también guarda un gran secreto. ¿Caitlin encontrará a su padre? ¿Encontrará el antiguo escudo de los vampiros? ¿Se reencontrará con su hija? ¿Su propio hermano tratará de matarla? ?Y su amor por Caleb sobrevivirá este último viaje de regreso en el tiempo?

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