Книга - Gobernante, Rival, Exiliado

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Gobernante, Rival, Exiliado
Morgan Rice


De Coronas y Gloria #7
Morgan Rice ha concebido lo que promete ser otra brillante serie, que nos sumerge en una fantasía de valor, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un fuerte conjunto de personajes que hará que los aclamemos a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores a los que les gusta la fantasía bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre el Despertar de los dragones) GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO es el libro#7 en la serie de fantasía épica DE CORONAS Y GLORIA, que empieza con ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1), una descarga gratuita. Con Delos en ruinas, Ceres, Thanos y los demás parten hacia el último rincón de libertad del Imperio: la isla de Haylon. Allí, esperan juntarse con los pocos luchadores por la libertad que quedan, fortificar la isla y formar una defensa espectacular contra las hordas de Felldust. Ceres pronto se da cuenta de que, si tiene que haber alguna esperanza en que puedan defender la isla, ella necesitará más habilidades que las convencionales: tendrá que romper el encanto del hechicero y recuperar el poder de los Antiguos. Y, para ello, debe viajar y, sola, tomar el río de sangre hasta la cueva más oscura del reino, un lugar donde no existen ni la vida ni la muerte, de donde es más probable que salga muerta que viva. Mientras tanto, la Primera Piedra Irrien está decidido a tener a Estefanía como su esclava y a tiranizar Delos. Pero puede que las otras Piedras de Felldust tengan otros planes. GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADA narra la historia épica del amor trágico, la venganza, la traición, la ambición y el destino. Llena de personajes inolvidables y acción vibrante, nos transporta a un mundo que nunca olvidaremos y hace que nos volvamos a enamorar de la fantasía. Un libro de fantasía lleno de acción que seguro que satisfará a los admiradores de las anteriores novelas de Morgan Rice, junto con los admiradores de obras como El ciclo del legado de Christopher Paolini… Los admiradores de la Ficción para jóvenes adultos devorarán este último trabajo de Rice y pedirán más. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) ¡Pronto se publicará el libro#8 en DE CORONAS Y GLORIA!







GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO



(DE CORONAS Y GLORIA-LIBRO 7)



MORGAN RICE


Morgan Rice



Morgan Rice tiene el #1 en éxito de ventas como el autor más exitoso de USA Today con la serie de fantasía épica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de doce libros; de la serie #1 en ventas LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspense post-apocalíptica compuesta de tres libros; de la serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS, compuesta de seis libros; y de la nueva serie de fantasía épica DE CORONAS Y GLORIA. Los libros de Morgan están disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones están disponibles en más de 25 idiomas.



A Morgan le encanta escucharte, así que, por favor, visita www.morganrice.books (http://www.morganrice.books/) para unirte a la lista de correo, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar la app gratuita, conocer las últimas noticias, conectarte con Facebook o Twitter ¡y seguirla de cerca!


Algunas opiniones sobre Morgan Rice



«Si pensaba que no quedaba una razón para vivir tras el final de la serie EL ANILLO DEL HECHICERO, se equivocaba. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice consigue lo que promete ser otra magnífica serie, que nos sumerge en una fantasía de trols y dragones, de valentía, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un conjunto de personajes que nos gustarán más a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores que disfrutan de una novela de fantasía bien escrita».

--Books and Movie Reviews

Roberto Mattos



«Una novela de fantasía llena de acción que seguro satisfará a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, además de a los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la Ficción para Jóvenes Adultos devorarán la obra más reciente de Rice y pedirán más».

--The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones)



«Una animada fantasía que entrelaza elementos de misterio e intriga en su trama. La senda de los héroes trata sobre la forja del valor y la realización de un propósito en la vida que lleva al crecimiento, a la madurez, a la excelencia… Para aquellos que buscan aventuras fantásticas sustanciosas, los protagonistas, las estrategias y la acción proporcionan un fuerte conjunto de encuentros que se centran en la evolución de Thor desde que era un niño soñador hasta convertirse en un joven adulto que se enfrenta a probabilidades de supervivencia imposibles… Solo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para jóvenes adultos».

--Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer)



«EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, engaño y traición. Lo entretendrá durante horas y satisfará a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género fantástico».

-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos

«En este primer libro lleno de acción de la serie de fantasía épica El anillo del hechicero (que actualmente cuenta con 14 libros), Rice presenta a los lectores al joven de 14 años Thorgrin “Thor” McLeod, cuyo sueño es alistarse en la Legión de los Plateados, los caballeros de élite que sirven al rey… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante».

--Publishers Weekly


Libros de Morgan Rice



EL CAMINO DE ACERO

SOLO LOS DIGNOS (Libro #1)



DE CORONAS Y GLORIA

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1)

CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA (Libro #2)

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #3)

REBELDE, POBRE, REY (Libro #4)

SOLDADO, HERMANO, HECHICERO (Libro #5)

HÉROE, TRAIDORA, HIJA (Libro #6)

GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO (Libro #7)

VENCEDOR, DERROTADO, HIJO (Libro #8)



REYES Y HECHICEROS

EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)

EL DESPERTAR DEL VALIENTE(Libro #2)

EL PESO DEL HONOR (Libro #3)

UNA FORJA DE VALOR (Libro #4)

UN REINO DE SOMBRAS (Libro #5)

LA NOCHE DE LOS VALIENTES (Libro #6)



EL ANILLO DEL HECHICERO

LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)

UNA MARCHA DE REYES (Libro #2)

UN DESTINO DE DRAGONES(Libro #3)

UN GRITO DE HONOR (Libro #4)

UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)

UNA POSICIÓN DE VALOR (Libro #6)

UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)

UNA CONCESIÓN DE ARMAS (Libro #8)

UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)

UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10)

UN REINO DE ACERO (Libro #11)

UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)

UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)

UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)

UN SUEÑO DE MORTALES (Libro #15)

UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)

EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)



LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA

ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1)

ARENA DOS (Libro #2)

ARENA TRES (Libro #3)



VAMPIRA, CAÍDA

ANTES DEL AMANECER (Libro #1)



EL DIARIO DEL VAMPIRO

TRANSFORMACIÓN (Libro #1)

AMORES (Libro #2)

TRAICIONADA(Libro #3)

DESTINADA (Libro #4)

DESEADA (Libro #5)

COMPROMETIDA (Libro #6)

JURADA (Libro #7)

ENCONTRADA (Libro #8)

RESUCITADA (Libro #9)

ANSIADA (Libro #10)

CONDENADA (Libro #11)

OBSESIONADA (Libro #12)


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Derechos Reservados © 2016 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora. Este libro electrónico está disponible solamente para su disfrute personal. Este libro electrónico no puede ser revendido ni regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, tiene que adquirir un ejemplar adicional para cada uno. Si está leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo compró solamente para su uso, por favor devuélvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia. Imagen de la cubierta Derechos reservados Leafsomen, utilizada bajo licencia de istock.com.


ÍNDICE



CAPÍTULO UNO (#u8d38d167-a412-54a4-bfee-cd8142c2bfca)

CAPÍTULO DOS (#u4e7a0461-88a2-52bd-aa77-a1dcb4d24fd0)

CAPÍTULO TRES (#uc73cdcff-6ed6-5d19-bbb1-0ab2b98c3260)

CAPÍTULO CUATRO (#u6d553a81-a635-5821-9ab0-ad02b994f0e6)

CAPÍTULO CINCO (#u523797fb-a064-5dce-83fb-e3453c73040c)

CAPÍTULO SEIS (#u95bb07bf-a235-544a-b929-952afbba582a)

CAPÍTULO SIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO OCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO NUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIEZ (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO ONCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DOCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TRECE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO CATORCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO QUINCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIDÓS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTITRÉS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTICUATRO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTICINCO (#litres_trial_promo)


Dedicado a la memoria de Rebekah Barrett.



Un alma maravillosa y cariñosa, cuya vida en esta tierra fue demasiado corta –y una verdadera guerrera por derecho propio. Que Dios conceda paz a tu alma y paz al alma de Shania y a la de tu maravillosa madre, Rhonda.




CAPÍTULO UNO


A Irrien le encantaba el placer de la batalla, la emoción de saber que era más fuerte que un rival; sin embargo, ver las secuelas de su conquista era mucho mejor.

Caminaba dando largos pasos entre las ruinas de Delos, observando el saqueo, escuchando los gritos de los débiles mientras sus hombres mataban y desvalijaban, violaban y destrozaban. Hileras de esclavos nuevos caminaban encadenados hacia los muelles, mientras en una de las plazas ya se había formado un mercado con bienes saqueados y campesinos capturados. Se obligaba a ignorar el dolor de su hombro mientras caminaba. Sus hombres no podían verlo débil.

Ahora, buena parte de la ciudad estaba destrozada, pero a Irrien eso no le importaba. Lo que estaba roto, podía reconstruirse con suficientes esclavos trabajando bajo el látigo. Podía reconstruirse en la forma que él quisiera.

Por supuesto, había otros que tenían sus propias peticiones. En estos momentos, lo seguían como tiburones siguiendo el rastro de la sangre, guerreros y otros. Había representantes de las otras Piedras de Felldust, que parloteaban sobre los papeles que sus maestros podían jugar en el saqueo. Había comerciantes, deseosos de ofrecer los mejores precios para transportar los bienes saqueados de Irrien hacia las tierras del polvo interminable.

Irrien los ignoraba en su mayoría, pero continuaban viniendo.

—Primera Piedra —dijo un tipo. Vestía una túnica de sacerdote, completada con un cinturón hecho de huesos de dedo y símbolos sagrados enredados en su barba con alambre de plata. Un amuleto plagado de heliotropos lo señalaba como uno de los más altos de su orden.

—¿Qué es lo que desea, padre? —preguntó Irrien. Se frotaba el hombro distraídamente mientras hablaba, con la esperanza de que nadie adivinara la razón.

El sacerdote extendió las manos, tatuadas con palabras mágicas que bailaban a cada movimiento de los dedos.

—No se trata de lo que yo quiero, sino de lo que los dioses reclaman. Nos han ofrecido la victoria. Lo correcto es que se lo agradezcamos con un sacrificio adecuado.

—¿Está diciendo que la victoria no se debió a la fuerza de mi brazo? —exigió Irrien. Dejó que la amenaza calara en su voz. Utilizaba a los sacerdotes cuando le venía bien, pero no permitiría que lo controlaran.

—Incluso los más fuertes deben agradecer el favor de los dioses.

—Pensaré en ello —dijo Irrien, respuesta que había dado ya a muchas cosas en el día de hoy. Peticiones de atención, peticiones de recursos, un desfile entero de personas que querían llevarse parte de lo que él había ganado. Esta era la maldición de un líder, pero también un símbolo de su poder. Cada hombre fuerte que venía suplicando su favor a Irrien era un reconocimiento de que no podía simplemente llevarse lo que quería.

Empezaron a caminar de vuelta al castillo e Irrien se puso a planear, a calcular dónde harían falta reparaciones y dónde se podrían colocar monumentos a su poder. En Felldust, robarían o destrozarían una estatua antes de terminarla. Aquí, podría permanecer como un recordatorio de su victoria por el resto de los tiempos. Cuando estuviera curado, habría mucho que hacer.

Echó un vistazo a las fortificaciones del castillo mientras él y los demás se dirigían hacia allí. Era fuerte; lo suficientemente fuerte como para resistir al mundo entero si lo deseara. Si alguien no hubiera abierto las puertas a su pueblo, realmente hubiera podido frenarlo hasta que los inevitables conflictos de Felldust se apoderaran de él.

Chasqueó los dedos hacia un sirviente.

—Quiero los túneles que hay bajo este lugar tapados. No me importa cuántos esclavos mueran haciéndolo. Después, empezad con los que hay dentro de la ciudad. No permitiré ni que una rata se escape por donde la gente se pueda escabullir sin que yo lo sepa.

—Sí, Primera Piedra.

Continuó hacia el castillo. Los sirvientes ya estaban colocando los estandartes de Felldust. Sin embargo, había otros que parecían no haber entendido el mensaje. Tres de sus hombres estaban arrancando tapices, arrancando las piedras de los ojos de las estatuas y metiendo el botín resultante dentro de la faltriquera de su cinturón.

Irrien fue dando largos pasos hacia allí y vio que ellos miraban con la veneración que le gustaba forjar en sus hombres.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó.

—Continuar el saqueo de la ciudad, Primera Piedra —respondió uno. Era más joven que los otros dos. Irrien imaginó que solo se había unido a la fuerza invasora por la promesa de aventura. Muchos lo hacían.

—¿Y vuestros comandantes os dijeron que continuarais saqueando dentro del castillo? —preguntó Irrien—. ¿Es aquí donde os han mandado que estuvierais?

Sus gestos le dijeron todo lo que necesitaba saber. Él había ordenado a sus hombres que fueran sistemáticos con el saqueo de la ciudad, pero esto no era sistemático. Él exigía disciplina a sus guerreros, y esto no era disciplinado.

—Pensasteis que sencillamente os llevaríais lo que quisierais —dijo Irrien.

—¡Así es cómo se hacen las cosas en Felldust! —se quejó uno de ellos.

—Sí —Irrien le dio la razón—. Los fuertes toman de los débiles. Esta es la razón por la que yo tomé este castillo. Ahora vosotros estáis intentando quitarme a mí. ¿Acaso pensáis que yo soy débil?

Ya no tenía su gran espada y, aunque la hubiera tenido, su hombro herido todavía le dolía demasiado para ello. Así que, en su lugar, sacó un cuchillo largo. Su primer golpe le atravesó la base de la barbilla al más joven de los tres, hasta llegar al cráneo.

Se giró, golpeando al segundo de los tres contra una pared mientras este buscaba a toda prisa sus propias armas. Irrien esquivó un golpe de espada del otro, cortándole la garganta sin esfuerzo con un contragolpe, haciéndolo caer de un empujón.

El hombre al que había empujado ahora se echaba hacia atrás, con las manos levantadas.

—Por favor, Piedra Irrien. Fue un error. No pensamos.

Irrien se acercó y lo apuñaló sin decir ni una palabra, golpeándolo una y otra vez. Sostuvo a aquel debilucho para que no cayera demasiado pronto, ignorando cómo le dolía su herida por el esfuerzo. No era solo una matanza, era una demostración.

Cuando finalmente dejó que el hombre se desplomara, Irrien se dirigió a los demás, extendió las manos y esperó a que el reto fuera evidente.

—¿Alguno de los que estáis aquí pensáis que soy lo suficientemente débil como para exigirme cosas?

Por supuesto, estaban en silencio. Irrien dejó que siguieran su estela mientras se dirigía sigilosamente hacia la sala del trono.

La sala de su trono.

Donde, ahora mismo, su premio le esperaba.



*



Estefanía se encogió cuando Irrien entró en la sala del trono y se odió a sí misma por ello. Estaba arrodillada junto al mismo trono hacía poco había ocupado, unas cadenas doradas la inmovilizaban. Había tirado de ellas cuando la sala se quedó vacía, pero no habían cedido.

Irrien se dirigió sigilosamente hacia ella y Estefanía se forzó a reprimir su miedo. Él la había golpeado, la había encadenado, pero tenía una opción. Podía dejar que la destrozara o podía aprovecharse de ello. Habría un modo de hacerlo, incluso así.

Al fin y al cabo, estar encadenada al lado del trono de Irrien tenía sus ventajas. Significaba que tenía pensado quedarse con ella. Significaba que sus hombres la habían dejado en paz, aun cuando habían sacado a rastras a las doncellas y sirvientas de Estefanía para su placer. Significaba que todavía estaba en el centro de las cosas, aunque no tuviera el control sobre ellas.

Todavía.

Estefanía observaba a Irrien mientras estaba sentado, fijándose en todas sus arrugas, evaluándolo del modo en que un cazador podría evaluar el terreno en el que vive su presa. Era evidente que la quería o ¿por qué iba a retenerla aquí en lugar de mandarla a una cantera de esclavos? Estefanía podía hacer algo con eso. Puede que él pensara que era suya, pero pronto estaría haciendo todo lo que ella le sugiriera.

Haría el papel de juguete y recuperaría lo que se había estado trabajando.

Esperaba, escuchando cómo Irrien empezaba a gestionar los asuntos de la ciudad. La mayor parte eran cosas rutinarias. Cuánto habían tomado. Cuánto quedaba aún por tomar. Cuántos guardias necesitaban para proteger las murallas y cómo se controlaría la circulación de comida.

—Tenemos una oferta de un comerciante para abastecer a nuestras fuerzas —dijo uno de los cortesanos—. Un hombre llamado Grathir.

Estefanía resopló al escucharlo e Irrien bajó la mirada hacia ella.

—¿Tienes algo que decir, esclava?

Se tragó la necesidad de replicar a aquello.

—Solo que Grathir tiene la mala fama de suministrar bienes de calidad inferior. Pero su antiguo compañero de negocios está listo para hacerse cargo de ellos. Si lo financia a él, podría conseguir todas las provisiones que desee.

Irrien la miró fijamente manteniendo la compostura.

—¿Por qué me cuentas esto?

Estefanía sabía que esa era su oportunidad, pero debía actuar con cautela.

—Quiero demostrarle que puedo serle útil.

No respondió, sino que dirigió su atención a los hombres que había allí.

—Lo pensaré. ¿Qué más hay?

Al parecer, lo que había eran más peticiones por parte de los representantes de los otros gobernantes de Felldust.

—La Segunda Piedra querría saber cuándo regresará a Felldust —dijo un representante—. Hay asuntos que requieren que las Cinco Piedras estén juntas.

—La Cuarta Piedra Vexa solicita más espacio para su contingente de barcos.

—La Tercera Piedra Kas manda sus felicitaciones por nuestra victoria compartida.

Estefanía repasaba los nombres de las otras Piedras de Felldust. El Astuto Ulren, Kas, Barba de Horca, Vexa, la única Piedra mujer, Borion el Vanidoso. Los nombres secundarios se comparaban a Irrien, aunque teóricamente todos menos sus iguales. Tan solo el hecho de que no estuvieran aquí le daba tanto poder a Irrien.

Junto con los nombres, la memoria de Estefanía almacenaba intereses, flaquezas, deseos. Ulren estaba envejeciendo a la sombra de Irrien, y hubiera tenido el asiento de Primera Piedra si el señor de la guerra no lo hubiera tomado. Kas era cauteloso, un señor de comerciantes que calculaba cada moneda antes de actuar. Vexa tenía una casa lejos de la ciudad, donde se rumoreaba que sus sirvientes no tenían lengua para que no pudieran contar lo que veían. Borion era el más débil, posiblemente perdería su asiento frente al próximo contrincante.

Mientras pensaba en la situación de Felldust, Estefanía posó delicadamente sus dedos sobre el brazo de Irrien. Se movía con delicadeza, sin apenas tocar. Había aprendido las habilidades de la seducción mucho tiempo atrás, y había pasado tiempo perfeccionándolas con una serie de útiles amantes. Había persuadido a Thanos, ¿verdad? ¿Cuánto más le costaría hacerlo con Irrien?

Notó el momento en el que él se puso tenso.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó él.

—Parece tenso con toda esta conversación —dijo Estefanía—. Pensé que podía ayudar. Tal vez podría ayudarle a relajar… ¿de otro modo?

La clave estaba en no presionar demasiado. Insinuar y ofrecer, pero nunca exigir abiertamente. Estefanía puso su mirada más inocente, miró fijamente a Irrien a los ojos… y lanzó un grito cuando este le dio una bofetada con indiferencia.

La furia estalló en su interior ante eso. El orgullo de Estefanía le dijo que encontraría el modo de hacer pagar a Irrien por ese golpe, que se vengaría de él.

—Ah, aquí tenemos a la verdadera Estefanía —dijo Irrien—. ¿Piensas que me engañas fingiendo ser una humilde esclava? ¿Piensas que soy tan estúpido como para creer que te puedo destrozar con un golpe?

El miedo estalló de nuevo en Estefanía. Todavía recordaba el silbido del látigo cuando Irrien la golpeó con él. Su espalda todavía ardía al recordar los golpes. Hubo un tiempo en el que disfrutaba castigando a los sirvientes que lo merecían. Ahora, pensar en ello solo le hacía revivir el dolor.

Aun así, usaría el dolor si tenía que hacerlo.

—No, pero estoy segura de que planeas más —dijo Estefanía. Esta vez ni siquiera intentó parecer inocente—. Vas a disfrutar tanto intentando destrozarme como yo voy a disfrutar jugando contigo mientras lo haces. ¿No es esa la mitad de la diversión?

Irrien la azotó de nuevo. Entonces Estefanía dejó que viera su desafío. Era evidente lo que él quería. Ella haría todo lo que tuviera que hacer para ligarlo a ella. Una vez lo hubiera hecho, no importaría lo que hubiera sufrido para llegar allí.

—Te crees especial, ¿verdad? —dijo Irrien—. Eres solo una esclava.

—Una esclava que tienes atada a tu trono —remarcó Estefanía con su voz más sensual—. Una esclava a la que evidentemente tienes pensado llevarte a la cama. Una esclava que podría ser mucho más. Una compañera. Conozco Delos como nadie más. ¿Por qué no admitirlo?

Entonces Irrien se puso de pie.

—Tienes razón. He cometido un error.

Extendió los brazos, cogió sus cadenas y la liberó del trono. Por un instante, Estefanía tuvo la sensación de triunfo cuando él la levantó. Incluso aunque ahora fuera cruel con ella, aunque la arrastrara hasta sus aposentos y la arrojara reivindicando que era suya, estaba avanzando.

Sin embargo, no fue allí donde la arrojó. La tiró contra el frío mármol y ella sintió su dureza bajo sus rodillas mientras patinaba hasta detenerse frente a uno de los tipos que había allí.

La conmoción le golpeó más que el dolor. ¿Cómo podía hacer eso Irrien? ¿Ella no había sido todo lo que él podía desear? Al alzar la vista, Estefanía vio al hombre de túnica oscura mirándola con evidente desprecio.

—Cometí el error de pensar que bien valías mi tiempo —dijo Irrien—. ¿Desea un sacrificio, padre? Llévesela. Sáquele la criatura y ofrézcala a los dioses en mi nombre. No mantendré vivo a un mocoso gimoteando mientras reclama este trono. Cuando acabes, arroja lo que quede de ella para que los carroñeros se la coman.

Estefanía miró fijamente al sacerdote, después echó un vistazo a Irrien, sin apenas poder formar las palabras. Esto no podía estar sucediendo. No. Ella no lo permitiría.

—Por favor —dijo—. Esto es ridículo. ¡Yo puedo hacer mucho más que esto por ti!

Pero a ellos parecía no importarles. El pánico se apoderó de ella, junto con la conmoción de pensar que esto estaba sucediendo realmente. Iban a hacerlo de verdad.

No. No, ¡no podían hacerlo!

Gritó cuando el sacerdote le agarró los brazos. Otro la cogió por las piernas y se la llevaron entre los dos, mientras ella todavía forcejeaba. Irrien y los demás les siguieron, pero ahora mismo a Estefanía no le importaban. Solo le importaba una cosa:

Iban a matar a su bebé.




CAPÍTULO DOS


Ceres todavía no podía creer que hubieran escapado. Estaba tumbada en la cubierta de la barca que habían robado y parecía imposible pensar que realmente estaban allí y no en una cantera de lucha debajo del castillo, esperando morir.

Pero todavía no estaban a salvo. Una flecha que pasó volando por encima de sus cabezas lo dejó mucho más claro.

Ceres miró por encima del barandal de la barca, intentando pensar en algo que pudiera hacer. Los arqueros disparaban desde la orilla, la mayoría de sus astas impactaban contra el agua alrededor de la barca, otras chocaban contra la madera y se quedaban vibrando hasta agotar la energía.

—Tenemos que movernos más rápido —dijo Thanos, que estaba a su lado. Fue corriendo hacia una de las velas—. Ayúdame a levantarla.

—No… todavía no —graznó una voz desde el otro lado de cubierta.

Akila estaba allí tumbado y a Ceres le parecía que tenía un aspecto horrible. Solo unos minutos antes, tenía la espada de la Primera Piedra clavada y, ahora que Ceres se la había quitado, estaba perdiendo sangre de forma evidente. Aun así, consiguió levantar la cabeza y la miró con un apuro que era difícil de ignorar.

—Todavía no —repitió—. Los barcos que rodean el puerto tienen nuestro viento, y una vela nos convertiría en un objetivo. Usad los remos.

Ceres asintió y llamó a Thanos para que fuera hacia donde los combatientes que habían rescatado estaban remando. Era difícil encontrar un espacio en el que meterse al lado de aquellos hombres tan musculosos, pero consiguió apretujarse y contribuir con la poca fuerza que le quedaba a sus esfuerzos.

Llegaron hasta la sombra de una galera amarrada y las flechas se detuvieron.

—Ahora debemos ser astutos —dijo Ceres—. No pueden matarnos si no nos encuentran.

Ella soltó su remo y los demás hicieron lo mismo durante uno o dos instantes, dejando que su barca fuera a la deriva con el oleaje de la otra barca más grande, imposible de ver desde la orilla.

Esto le permitió un instante para acercarse a Akila. Hacía muy poco que Ceres lo conocía, pero todavía se sentía culpable por lo que le había sucedido. Había estado luchando por su causa cuando sufrió la herida que, incluso ahora, parecía una boca muy abierta en su costado.

Sartes y Leyana estaban de rodillas a su lado, intentando detener la pérdida de sangre. Ceres se quedó sorprendida ante el buen trabajo que estaban haciendo. Supuso que la guerra había obligado a la gente a aprender todo tipo de habilidades que, de otro modo, no tendrían.

—¿Saldrá de esta? —preguntó Ceres a su hermano.

Sartes alzó la vista para mirarla. Tenía sangre en las manos. A su lado, Leyana estaba pálida por el esfuerzo.

—No lo sé —dijo Sartes—. He visto muchas heridas de espada antes, y creo que esta no ha afectado a los órganos importantes, pero solo me baso en el hecho de que no ha muerto todavía.

—Lo estás haciendo bien —dijo Leyana, alargando el brazo hasta tocar la mano de Sartes—. Pero nadie puede hacer gran cosa en una barca y necesitamos a un curandero de verdad.

Ceres estaba contenta de que ella estuviera allí. Por lo poco que había visto de la chica hasta el momento, Leyana y su hermano parecían encajar bien el uno con el otro. Realmente, parecía que estaban haciendo un buen trabajo entre los dos para mantener a Akila con vida.

—Te conseguiremos un curandero —prometió Ceres, aunque ahora mismo no estaba segura de poder mantener esta promesa—. Como sea.

Ahora Thanos estaba en la proa de la barca. Ceres fue hacia él, con la esperanza de que él tuviera alguna idea más de cómo salir de allí. Ahora mismo, el puerto estaba lleno de barcas, la flota invasora parecía una ciudad flotante junto a la de verdad.

—En Felldust era peor que esto —dijo Thanos—. Esta es la flota principal, pero todavía hay más barcas esperando para venir.

—Esperando para destrozar el Imperio —supuso Ceres.

No estaba segura de cómo se sentía por ello. Ella había estado trabajando para derribar al Imperio, pero esto… esto solo significaba que más gente sufriría. La gente común y los nobles por igual serían esclavizados a manos de los invasores, si no los mataban directamente. A estas alturas, también habrían encontrado a Estefanía. Seguramente, Ceres debería sentir cierta satisfacción por ello, pero costaba sentir otra cosa que no fuera alivio porque finalmente estaba fuera de sus vidas.

—¿Te arrepientes de haber dejado atrás a Estefanía? —preguntó Ceres a Thanos.

Alargó un brazo y la rodeó con él.

—Me arrepiento de haber llegado hasta esto —dijo—. Pero después de todo lo que hizo… no, no me arrepiento. Merecía eso y más.

Parecía decirlo sinceramente, pero Ceres sabía lo complicadas que eran las cosas cuando se trataba de Estefanía. Sin embargo, ahora había desaparecido, probablemente estaría muerta. Ellos eran libres. O lo serían, si podían salir de este puerto con vida.

Al otro lado de cubierta, vio que su padre hacía una señal con la cabeza mientras señalaba con el dedo.

—¿Veis aquellos barcos de allí? Parece que se van.

En efecto, galeras y cocas abandonaban el barco, apiñadas en un grupo como si tuvieran miedo de que alguien les quitara lo que tenían si no lo hacían. Teniendo en cuenta como era Felldust, probablemente alguien lo haría.

—¿Qué son? —preguntó Ceres—. ¿Barcos mercantes?

—Algunos puede que sí —respondió su padre—. Llenos con el botín de la conquista. Imagino que algunos también son barcos negreros.

Pensar en ello llenaba a Ceres de indignación. El hecho de que hubiera barcos allí llevándose a la gente de su ciudad, que pasarían el resto de su vida encadenados, le hacía sentir ganas de destrozar los barcos con sus propias manos. Pero no podía. Ellos solo tenían una barca.

A pesar de su indignación, Ceres veía la oportunidad que representaban.

—Si podemos llegar hasta allí, nadie dudará del hecho de que nos vayamos —dijo.

—Pero aún tenemos que llegar hasta allí —puntualizó Thanos, aunque Ceres vio que intentaba escoger una ruta.

Los barcos abarrotados estaban tan juntos que más bien parecía que guiaban su barca por una serie de canales y no que estuvieran navegando. Empezaron a hacer su camino a través de las barcas apiñadas, utilizando sus remos, intentando no llamar la atención. Ahora que ya no estaban a la vista de los que disparaban desde la orilla, no había ninguna razón para que alguien pensara que estaban fuera de lugar. Podían perderse dentro de la gran masa de la flota de Felldust, usándola como protección incluso si alguien los perseguía allí dentro.

Ceres alzó la espada que le había sacado a Akila. Era tan grande que a duras penas podía levantarla, pero si alguien iba a por ellos, pronto verían lo bien que la blandía. Incluso algún día tal vez tendría la oportunidad de devolvérsela a su dueño, con la punta atravesando el corazón de la Primera Piedra.

Pero por ahora, no podían permitirse una lucha. Los marcaría como extraños y haría que todas las barcas que había a su alrededor se les echaran encima. En su lugar, Ceres esperó sintiendo la tensión mientras se deslizaban por delante de las variadas embarcaciones, por delante de los cascos de barcos quemados y por delante de barcas donde estaban sucediendo las peores cosas. Ceres vio barcas en las que las personas eran marcadas como el ganado, vio una en la que dos hombres estaban luchando hasta la muerte mientras los marineros los alentaban con sus gritos, vio otra en la que…

—Ceres, mira —dijo Thanos, señalando un barco que estaba cerca de ellos.

Ceres miró, se trataba de un ejemplo más del horror que los rodeaba. Una mujer de aspecto extraño, con el rostro cubierto por lo que parecía ser ceniza, estaba atada a la proa de un barco como un mascarón. Dos soldados se turnaban para azotarla, despellejándola viva poco a poco.

—No podemos hacer nada —dijo el padre de Ceres—. No podemos luchar contra todos ellos.

Ceres comprendía aquel sentimiento pero, aun así, no le gustaba la idea de quedarse quieta mientras estaban torturando a alguien.

—Pero es Jeva —respondió Thanos. Evidentemente, vio la mirada de confusión de Ceres—. Ella me llevó hasta el Pueblo del Hueso que atacó a la flota para que pudiera entrar en la ciudad. Es culpa mía que esté sucediendo esto.

Aquello hizo que el corazón de Ceres se apretara dentro de su pecho, pues Thanos tan solo había vuelto a la ciudad por ella.

—Aun así —dijo su padre—, si intentamos ayudar, nos pondremos todos en peligro.

Ceres escuchó lo que estaba diciendo, pero quería ayudar de todas formas. Al parecer, Thanos iba un paso por delante de ella.

—Debemos ayudar —dijo Thanos—. Lo siento.

El padre de ella alargó el brazo para agarrarlo, pero Thanos fue demasiado rápido. Se lanzó al agua y fue nadando hacia el barco, al parecer ignorando la amenaza de los depredadores que pudiera haber en el agua. Ceres pensó por un instante en el peligro… pero enseguida se lanzó tras él.

Era difícil nadar agarrando la gran espada que había robado, pero ahora mismo necesitaba cualquier arma que pudiera conseguir. Se metió en el frío de las olas, con la esperanza de que los tiburones ya se hubieran saciado con la batalla, y no morir por los deshechos que tantos barcos lanzaban por la borda. Ceres agarró con sus manos la cuerda de la galera amarrada y empezó a trepar.

Era difícil. El lateral del barco resbalaba, y aunque Ceres no hubiera estado agotada por los días de tortura a manos de Estefanía, hubiera sido difícil subir por ellas. De algún modo, consiguió subir a cubierta y lanzar la gran espada por delante de ella, del mismo modo que un buzo hubiera lanzado una red de almejas.

Se levantó a tiempo para ver un marinero que iba corriendo hacia ella.

Ceres agarró la espada robada con las dos manos, atacó y tiró de ella después. Dibujó un arco con ella, le arrancó la cabeza al marinero y fue a por la siguiente amenaza. Thanos ya estaba forcejeando con uno de los marineros que había atacado a la mujer del Pueblo del Hueso, así que Ceres fue corriendo en su ayuda. Atacó al marinero por la espalda, y Thanos tiró al hombre moribundo contra el siguiente hombre que iba hacia ellos.

—Tú libérala —dijo Ceres—. Yo los retendré.

Blandía su espada en arcos, manteniendo a los marineros a raya mientras Thanos estaba ocupado liberando a Jeva. De cerca, su aspecto aún era más extraño de lo que era en la distancia. En su oscura y suave piel, había unos remolinos azules y unos estampados dibujados, que trepaban hasta su cabeza afeitada como bucles de humo. Su ropa de seda estaba decorada por fragmentos de hueso, por otra parte, y sus ojos brillaban desafiantes por el apuro en el que se encontraba.

Ceres no tenía tiempo de ver cómo Thanos la liberaba, pues debía concentrarse en mantener alejados a los marineros. Uno dirigió un hacha hacia ella, blandiéndola por encima de su cabeza. Ceres se metió en el espacio que creó con ese giro, atacando con su espada mientras pasaba por delante de él y blandía la espada en un círculo para obligar a los demás a alejarse. La clavó en la pierna de un hombre y dio un puntapié alto, alcanzándole la barbilla por debajo.

—La tengo —dijo Thanos y, cuando Ceres echó la vista atrás, vio que en efecto había liberado a la mujer del Pueblo del Hueso… que pasó dando un brinco por delante de Ceres para coger el cuchillo de un hombre caído.

Se movía como un torbellino entre la masa de marineros, atacando y matando. Ceres lanzó una mirada a Thanos y, a continuación, fue hacia ella, intentando seguir el ritmo de la mujer a la que se suponía que estaban salvando. Vio que Thanos paraba un golpe y contraatacaba pero, en aquel instante, Ceres tenía un golpe que parar.

Los tres luchaban juntos, cambiando de lugar como si formaran parte de un baile formal en el que parecían no quedarse nunca sin pareja. La diferencia era que estas parejas iban armadas y un paso en falso significaría la muerte.

Luchaban con fuerza y Ceres gritaba desafiante mientras la atacaban. Daba golpes de espada, se movía y volvía a golpear, mientras veía luchar a Thanos con la fuerza rotunda de un noble y a la mujer del Pueblo del Hueso a su lado, atacando con una agresividad despiadada.

Entonces llegaron los combatientes y Ceres supo que era el momento de irse.

—¡Por el lado! —exclamó, corriendo hacia el barandal.

Se zambulló y notó de nuevo el frío del agua al impactar con la misma. Nadó hasta llegar a la barca y subió por un lateral. Su padre la ayudó a subir a bordo y, a continuación, ella ayudó a los demás uno a uno.

—¿En qué estabais pensando? —preguntó su padre cuando llegaron a cubierta.

—Pensaba que no podía quedarme sin hacer nada —respondió Thanos.

Ceres quería discutir sobre eso, pero sabía que eso era lo que en parte hacía a Thanos quien era. Era parte de lo que ella amaba de él.

—Estúpido —estaba diciendo la mujer del Pueblo del Hueso con una sonrisa—. Maravillosamente estúpido. Gracias.

Ceres echó un vistazo a los barcos que tenían más cerca. Ahora todos habían levantado armas, muchos de los marineros que había a bordo iban corriendo en busca de armas. Una flecha impactó contra el agua cerca de ellos, y después otra.

—¡Remad! —gritó a los combatientes, pero ¿hacia dónde podían remar? Ya veía cómo otros barcos se movían para interceptarlos. Pronto no habría salida. Era el tipo de situación en la que antes podría haber usado sus poderes, pero ahora no los tenía.

«Por favor, Madre» suplicó en la tranquilidad de su mente, «antes me ayudaste. Ayúdame ahora».

Sintió la presencia de su madre, efímera y tranquilizadora, en algún lugar del límite de su ser. Notaba la atención de su madre, mirándola, intentando entender qué le había sucedido.

—¿Qué te han hecho? —susurró la voz de su madre—. Esto es obra del hechicero.

—Por favor —dijo Ceres—. No necesito que mis poderes vuelvan para siempre, pero ahora necesito ayuda.

En la pausa que siguió, una flecha impactó en cubierta entre los pies de Ceres. Demasiado cerca con creces.

—No puedo deshacer lo que está hecho —dijo su madre—. Pero puedo prestarte otro don, por esta vez. Pero solo será una vez. No creo que tu cuerpo pueda soportar más.

A Ceres no le importaba, siempre y cuando escaparan. Las barcas ya se estaban acercando. Lo necesitaban.

—Toca el agua, Ceres, y perdóname, pues dolerá.

Ceres no hizo preguntas. En cambio, puso la mano en las olas, sintiendo el fluir de la humedad en su piel. Se preparó…

…y aún tuvo que luchar para no chillar cuando algo la atravesó a raudales, resplandeciendo en el agua y subiendo, a continuación, al aire. Parecía que alguien hubiera colocado un velo de gasa a lo largo del mundo.

A través de él, Ceres veía que los arqueros y los guerreros miraban fijamente atónitos. Escuchaba cómo gritaban sorprendidos, pero los ruidos parecían apagados.

—Se quejan de que no pueden vernos —dijo Jeva—. Dicen que esto es magia negra. Miró a Ceres con cierto asombro—. Parece que eres todo lo que Thanos decía que serías.

Ceres no estaba segura de lo que quería decir eso. Aguantar así dolía más de lo que podía pensar. No estaba segura de cuánto tiempo podría resistirlo.

—Remad —dijo—. ¡Remad antes de que se desvanezca!




CAPÍTULO TRES


En el templo de altos techos del castillo, Irrien observaba impasiblemente cómo los sacerdotes preparaban a Estefanía para el sacrificio. Se mantenía indiferente mientras ellos se movían afanosamente, atándola inmóvil sobre el altar, amarrándola mientras ella chillaba y forcejeaba.

Normalmente, Irrien tenía poco tiempo para estas cosas. Los sacerdotes eran un puñado de estúpidos obsesionados con la sangre que, al parecer, pensaban que apaciguar la muerte podía ahuyentarla. Como si cualquier hombre pudiera frenar la muerte con algo que no fuera la fuerza de su brazo. Suplicar no funcionaba, ni a los dioses ni a él, tal y como la dirigente por poco tiempo de Delos estaba descubriendo.

—Por favor, Irrien, ¡haré todo lo que tú quieras! ¿Quieres que me arrodille ante ti? ¡Por favor!

Irrien estaba quieto como una estatua, ignorándolo del mismo modo que ignoraba el dolor de su herida, mientras a su alrededor los nobles y los guerreros observaban. Algo de valor tenía en dejar que lo vieran, por lo menos, igual que tenía valor apaciguar a los sacerdotes. Su favor simplemente era otra fuente de poder que se debía tomar, e Irrien no era tan estúpido como para ignorarlo.

—¿No me deseas? —rogó Estefanía—. Pensé que me querías para jugar conmigo.

Irrien tampoco era tan estúpido como para ignorar los encantos de Estefanía. Eso era parte del problema. Mientras tuvo la mano de ella sobre su brazo, había sentido algo más allá de los sensaciones de deseo habituales que sentía con las esclavas hermosas. Él no lo permitiría. No podía permitirlo. Nadie tendría poder sobre él, incluso ni lo que salía de su interior.

Echó un vistazo a la multitud. Allí había bastantes mujeres hermosas, las antiguas doncellas de Estefanía encadenadas y de rodillas. Algunas lloraban al ver lo que le estaba sucediendo a su antigua dirigente. Muy pronto se entretendría con ellas. Por ahora, debía deshacerse de la amenaza que Estefanía representaba con su habilidad de hacerle sentir algo.

El más alto de los sacerdotes se adelantó, los alambres de oro y plata de su barba tintineaban cuando se movía.

—Está todo preparado, mi señor —dijo—. Sacaremos a la criatura del vientre de su madre y, a continuación, lo sacrificaremos en el altar como es debido.

—¿Y esto será gratificante para vuestros dioses? —preguntó Irrien. Si el sacerdote captó la menor nota de escarnio en ello, no se atrevió a demostrarlo.

—Gratificante sobremanera, Primera Piedra. Ciertamente, gratificante sobremanera.

Irrien asintió.

—Entonces se hará del modo que usted sugiere. Pero seré yo quien mate al niño.

—¿Usted, Primera Piedra? —preguntó el sacerdote. Parecía sorprendido—. Pero ¿por qué?

Porque aquella era su victoria, no la del sacerdote. Porque Irrien era el que se había abierto camino en la ciudad luchando, mientras estos sacerdotes seguramente habían estado a salvo en los barcos que los transportaban. Porque era él el que había sufrido una herida por ello. Porque Irrien tomaba las muertes que eran suyas, antes de dejárselas a hombres inferiores. Pero no explicó nada de esto. No debía explicaciones a gente así.

—Porque así lo elijo —dijo—. ¿Tiene algún inconveniente?

—No, Primera Piedra, ningún inconveniente.

Irrien disfrutó del tono de miedo que escuchó, no porque sí, sino porque era un recordatorio de su poder. Todo esto lo era. Era una declaración de su victoria de la misma manera que era agradecimiento a los dioses que estaban observando. Era un modo de reivindicar este lugar a la vez que se deshacía de un niño que, cuando creciera, podría haber intentado reclamar su trono.

Puesto que era un recordatorio de su poder, se quedó observando a la multitud mientras los sacerdotes empezaban su carnicería. Estaban de pie y arrodillados en pulcras filas, los guerreros, los esclavos, los comerciantes y aquellos que aseguraban tener sangre noble. Él observaba su miedo, sus lloros, su repugnancia.

Tras él, los sacerdotes cantaban a coro, hablando en lenguas antiguas que se suponía que los mismos dioses les habían dado. Irrien echó la vista atrás y vio que el sacerdote superior sostenía una espada por encima del vientre descubierto de Estefanía, lista para cortarla mientras ella luchaba por escapar.

Irrien volvió su atención a los que estaban mirando. Se trataba de ellos, no de Estefanía. Observaba su horror cuando las súplicas de Estefanía se convirtieron en gritos tras él. Observaba sus reacciones, veía quién estaba sorprendido, quién estaba asustado, quién lo miraba con odio silencioso y quién parecía estar disfrutando del espectáculo. Vio que una de las doncellas se desmayaba al ver lo que estaba ocurriendo tras él y decidió que sería castigada. Otra estaba llorando tanto que otra tuvo que sostenerla.

Irrien había descubierto que observar a los que lo servían le decía más sobre ellos de lo que podría hacerlo cualquier declaración de lealtad. En silencio, marcaba a aquellos de entre los soldados que todavía debían ser totalmente destrozados, aquellos de entre los nobles que lo miraban con demasiados celos. Un hombre sabio no bajaba su guardia, incluso cuando ganaba.

Los gritos de Estefanía se hicieron más agudos por un instante, creciendo hasta un clímax que parecía seguir el ritmo del cántico de los sacerdotes a la perfección. Esto dio paso a gemidos, que iban a menos. Irrien dudaba que ella pudiera sobrevivir a esto. Ahora mismo, no le importaba. Ella estaba cumpliendo su propósito de mostrarle al mundo que él mandaba aquí. Cualquier cosa más allá de esto era innecesaria. Casi poco elegante.

En algún momento, unos gritos nuevos se unieron a los de la mujer noble más hermosa de Delos, los gritos de su bebé se mezclaron con los suyos. Irrien volvió al altar y extendió sus brazos, para llamar la atención de los que estaban mirando.

—Llegamos aquí y el Imperio era débil, así que lo tomamos. Yo lo tomé. El lugar de los débiles es servir o morir, y soy yo quién decide qué.

Se giró hacia el altar donde Estefanía estaba tumbada, le habían cortado el vestido, ahora estaba envuelta en un revoltijo de sangre y membranas tanto como de seda y terciopelo. Todavía respiraba, pero su respiración era irregular y la herida no era algo a la que una cosa débil como ella pudiera sobrevivir.

Irrien llamó la atención de los sacerdotes y, a continuación, sacudió su cabeza hacia la forma postrada de Estefanía.

—Deshaceros de eso.

Se apresuraron a obedecer, se la llevaron mientras los sacerdotes le entregaban al niño como si le hicieran entrega del más grande de los regalos. Irrien lo miró fijamente. Parecía extraño que una cosa tan diminuta y frágil pudiera potencialmente representar una amenaza para alguien como él, pero Irrien no era un hombre que corriera riesgos estúpidos. Algún día, este niño se hubiera convertido en un hombre, e Irrien había visto lo que sucedía cuando un hombre sentía que no tenía lo que le pertenecía. En su momento, él había tenido que matar a unos cuantos.

Colocó al niño sobre el altar y se giró hacia el público mientras sacaba un cuchillo.

—Mirad, todos vosotros —ordenó—. Mirad y recordad lo que sucede aquí. Las otras Piedras no están aquí para tomar su victoria. Yo sí.

Se giró de nuevo hacia el altar y, al instante, supo que algo iba mal.

Allí había un tipo, un hombre de aspecto joven con la piel blanca como un hueso, el pelo blanquecino y los ojos de un ámbar profundo que a Irrien le recordaban los de un gato. Llevaba túnica, pero la suya era pálida mientras las de los sacerdotes eran oscuras. Pasó un dedo por la sangre que había en el altar, aparentemente sin aversión, sencillamente con interés.

—Oh, Lady Estefanía —dijo en una voz regular y agradable y que, casi con total seguridad, era una mentira—. Le ofrecí la oportunidad de ser mi alumna. Debería haber aceptado mi oferta.

—¿Quién eres tú? —preguntó Irrien. Cambió el modo en el que sostenía el cuchillo, cambió de un agarre pensado para clavarlo a uno que era mejor para luchar—. ¿Por qué te atreves a interrumpir mi victoria?

El hombre extendió sus manos.

—No pretendo interrumpir, Primera Piedra, pero está a punto de destrozar algo que me pertenece.

—Algo… —Irrien sintió un destello de sorpresa al darse cuenta de lo que quería decir este extraño—. No, usted no es el padre del niño. Es un príncipe de este lugar.

—Nunca dije que lo fuera —dijo el hombre—. Pero se me prometió el niño como pago, y aquí estoy para cobrarlo.

Irrien sintió que la ira crecía en su interior y cogió con más fuerza el cuchillo que sostenía. Se giró para ordenar que cogieran a aquel estúpido y, al hacerlo, se dio cuenta de que los que allí estaban ahora no se movían. Estaban como embelesados.

—Supongo que debería felicitarle, Primera Piedra —dijo el desconocido—. Veo que la mayoría de los hombres que aseguran ser poderosos en realidad tienen poca fuerza de voluntad, pero usted ni siquiera se dio cuenta de mi… pequeño esfuerzo.

Irrien se giró hacia él. Ahora sostenía al hijo de Estefanía en brazos, meciéndolo de un modo que, sorprendentemente, era de un cuidado preciso.

—¿Quién eres? —exigió Irrien—. Dímelo para que pueda escribirlo en tu lápida.

El hombre no alzó la vista para mirarlo.

—Tiene los ojos de su madre, ¿no cree? Con los padres que tiene, seguro que será fuerte y hermoso. Yo lo entrenaré, claro. Será un asesino muy hábil.

Irrien hizo un ruido de furia, dentro de su garganta.

—¿Quién eres? ¿Qué eres?

Entonces el hombre alzó la vista para mirarlo y, esta vez, sus ojos parecían nadar en las profundidades del fuego y el calor.

—Los hay que me llaman Daskalos —dijo—. Pero los hay que me llaman muchas otras cosas. Hechicero, por supuesto. Asesino de los Antiguos. Tejedor de sombras. Ahora mismo, soy un hombre que viene en busca de su deuda. Permíteme que lo haga y me iré tranquilamente.

—La madre de este niño es mi esclava —dijo Irrien—. No es ella la que debe dar el niño.

Entonces escuchó cómo el hombre se reía.

—Esto te importa mucho, ¿verdad? —dijo Daskalos—. Debes ganar, porque debes ser el más fuerte. Quizás esta puede ser mi lección para ti, Irrien: siempre hay alguien más fuerte.

Irrien ya había soportado lo suficiente a este estúpido, fuera o no hechicero. Había conocido a hombres y mujeres que afirmaban dominar la magia antes. Incluso algunos habían podido hacer cosas que Irrien no podía explicar. Nada de esto había conseguido superarlo. Cuando te enfrentas a la magia, lo mejor que puedes hacer es golpear primero y golpear fuerte.

Se lanzó hacia delante, el cuchillo que llevaba en la mano proyectado hacia el pecho del hombre. Daskalos lo miró y se apartó con tanta calma como si Irrien simplemente le hubiera rozado por encima la túnica.

—Lady Estefanía intentó algo parecido cuando le propuse llevarme a su hijo —dijo Daskalos, con un toque de diversión—. Te diré lo que le dije a ella: habrá un precio por atacarme. Tal vez incluso haré que el chico lo ejecute.

Irrien se lanzó de nuevo, esta vez hacia el cuello del hombre para callarlo. Tropezó más allá del altar, casi perdiendo el equilibrio. El hechicero ya no estaba allí. Irrien parpadeó, mirando a su alrededor. No había ni rastro de él.

—¡No! —vociferó Irrien—. Te mataré por esto. ¡Te atraparé!

—¿Primera Piedra? —dijo uno de los sacerdotes—. ¿Está todo bien?

Irrien le golpeó sin pensarlo, dejándolo tumbado. Escuchó cómo los demás daban un grito ahogado. Al parecer, ya estaban libres del hechizo que el hechicero había usado para controlarlos.

—Lord Irrien —dijo el sacerdote superior—. Debo protestar. Golpear a un sacerdote es invitar la ira de los dioses.

—¿La ira de los dioses? —repitió Irrien. Se puso totalmente erguido, pero al parecer el viejo idiota estaba demasiado atrapado en su arrogancia para darse cuenta.

—No haga burla, Primera Piedra —dijo el hombre—. ¿Y dónde está el sacrificio?

—Ha desaparecido —dijo Irrien. Por el rabillo del ojo, vio que algunos de los que estaban allí estaban inquietos. Por lo menos, ellos parecían reconocer la peligrosa naturaleza de su ira.

El sacerdote parecía demasiado obsesionado como para darse cuenta.

—A los dioses se les debe agradecer esta victoria, o existe el peligro de que no le concedan otras. Puede que sea el más poderosos de los hombres, pero los dioses…

Irrien se acercó al hombre mientras lo apuñalaba. El hechicero había hecho que pareciera débil. No podía permitir que el sacerdote hiciera lo mismo. Irrien dobló al hombre hacia atrás hasta tumbarlo sobre el altar, casi en el mismo lugar donde había estado Estefanía.

—Tengo esta victoria porque yo la conseguí —dijo Irrien—. ¿Alguno de vosotros piensa que es más fuerte que yo? ¿Pensáis que vuestros dioses os darán la fuerza para tomar lo que es mío? ¿Lo creéis de verdad?

Miró a su alrededor, retándolos en silencio, mirándolos a los ojos y fijándose en quién apartaba la vista, con qué rapidez y lo asustados que parecían al hacerlo. Eligió a otro de los sacerdotes, más joven que el muerto.

—Tú, ¿cómo te llamas?

—Antilión, Primera Piedra —Irrien podía oír el miedo. Bien. Un hombre debe ver quién le puede quitar la vida.

—Ahora tú eres el sacerdote superior de Delos. Responderás ante mí. ¿Comprendes?

El joven hizo una reverencia.

—Sí, Primera Piedra. ¿Tiene alguna orden?

Irrien miró a su alrededor, intentando controlar su mal genio. Un destello del mismo podía aterrorizar a los que debían ser intimidados, pero el mal genio que no se controlaba era una flaqueza. Fomentaba la discrepancia y envalentonaba a los que lo confundían con estupidez.

—Limpiad esto, como hicisteis con el primer sacrificio —respondió Irrien, señalando hacia el sacerdote muerto—. Más tarde, me serviréis en los aposentos reales de este lugar.

Fue hacia las esclavas que estaban arrodilladas y escogió a dos de las antiguas doncellas de Estefanía. Tenían mucho de la belleza de su ahora desaparecida ama, pero con un nivel de miedo mucho más idóneo. Tiró de ellas hasta ponerlas de pie.

—Más tarde —dijo Irrien. Por impulso, empujó a una de ellas en dirección al sacerdote—. Que no se diga que no respeto a los dioses. Aunque no recibiré órdenes. Llevaos a esta y sacrificadla. ¿Estarán satisfechos con esto?

El sacerdote hizo otra reverencia.

—Lo que a usted le satisfaga, Primera Piedra, satisfará a los dioses.

Aquella era una buena respuesta. Casi era suficiente para calmar el humor de Irrien. Cogió a la otra mujer por el antebrazo. Esta parecía atónita dentro del silencio al darse cuenta, evidentemente, de lo cerca que había estado de la muerte.

La otra empezó a chillar mientras la arrastraban hacia el altar.

A Irrien no le importaba. En particular, tampoco le importaba ni la esclava que arrastraba tras él cuando salió de la habitación. Los débiles no importaban. Lo que importaba es que un hechicero estaba involucrado en sus asuntos. Irrien no sabía lo que significaba esto, y le fastidiaba no poder ver las intenciones de Daskalos.

Le costó casi todo el camino hasta los aposentos reales convencerse a sí mismo de que no tenía importancia. ¿Quién podía comprender la manera de hacer de los que se aventuraban en la magia? Lo que importaba es que Irrien tenía sus propios planes para el Imperio y que, por ahora, esos planes avanzaban exactamente como él quería.

Lo que venía a continuación sería incluso mejor, aunque había una nota amarga en ello. ¿Qué quería del chico este hechicero? ¿Qué había querido decir con lo de convertirlo en un arma? De algún modo, Irrien se estremecía con tan solo pensarlo e Irrien odiaba eso. Aseguraba no temer a ningún hombre, pero a este Daskalos…

Lo temía enormemente.




CAPÍTULO CUATRO


Thanos sabía que debería haber estado observando el horizonte, pero ahora mismo lo único que podía hacer era observar a Ceres con una mezcla de orgullo, amor y asombro. Estaba en la proa de su pequeña barca, tocando el agua con la mano mientras se dirigían hacia mar abierto desde el puerto. A su alrededor, el aire continuaba resplandeciendo, la neblina que marcaba su invisibilidad parecía distorsionar la luz que la atravesaba.

Thanos sabía que un día se casaría con ella.

—Creo que ya es suficiente —le dijo Thanos en voz baja. Podía ver el esfuerzo en su cara. Era evidente que el poder le estaba pasando factura.

—Solo… un poco… más lejos.

Thanos puso una mano encima de su hombro. Escuchó que Jeva suspiraba en algún lugar detrás de él, como si la mujer del Pueblo del Hueso esperara que el poder lo arrojara hacia atrás. Pero Thanos sabía que Ceres nunca le haría eso.

—Está despejado —dijo—. No hay nadie detrás nuestro.

Vio que Ceres miraba a su alrededor evidentemente sorprendida al ver que ahora remaban a través de aguas más profundas. ¿Había necesitado tanta concentración para mantener el poder en orden? En cualquier caso, ahora no había nadie tras ellos, solo el océano vacío.

Ceres levantó la mano del agua, tambaleándose un poco. Thanos la cogió y la levantó. Le sorprendía que pudiera demostrar tanta fuerza después de todo lo que había pasado. Él quería estar allí para ella. No solo parte del tiempo, sino siempre.

—Hice lo que pude —dijo Ceres.

—Hiciste mucho más que eso —le aseguró Thanos—. Eres increíble.

Más increíble de lo que podía haber pensado. No solo porque Ceres era hermosa, inteligente y fuerte. No solo porque era poderosa o porque parecía poner el bien de los demás por delante del suyo tan a menudo. Era por todas estas cosas, pero había algo especial más allá de eso.

Era la mujer a la que amaba y, después de lo que había sucedido en la ciudad, era la única mujer a la que amaba. Thanos se puso a pensar en lo que eso significaba. Ahora podían estar juntos. Estarían juntos.

Entonces ella lo miró y se acercó para besarlo. Fue un momento dulce y de cariño, lleno de ternura. Thanos deseaba que esto llenara el mundo entero y que no tuvieran que preocuparse de nada más.

—Me escogiste a mí —dijo Ceres, tocándole la cara mientras se separaban.

—Siempre te escogeré a ti —dijo Thanos—. Siempre estaré allí por ti.

Ceres sonrió al escucharlo, pero Thanos también vio un toque de duda en su gesto. No podía culparla por ello, pero a la vez deseaba que esa incertidumbre no estuviera allí. Deseaba poder ahuyentarla, para dejar que todo quedara bien entre ellos. Había estado a punto de pedirle más, pero sabía cuándo las cosas no se debían forzar.

—Yo también te escojo —le aseguró Ceres, a la vez que se apartaba—. Debería ir a ver qué hacen mi hermano y mi padre.

Fue hacia donde Berin estaba junto a Sartes y Leyana. Una familia que parecían felices de estar juntos. Una parte de Thanos deseaba sencillamente poder ir hasta allí y ser parte de ella. Quería ser parte de la vida de Ceres y sospechaba que ella también lo quería, pero sabía que llevaría un tiempo sanar las cosas entre ellos.

Por esa razón, no fue corriendo hacia ella. En su lugar, Thanos se quedó pensando en el resto de los ocupantes de la barca. Para ser una barca tan pequeña, había muchos. Los tres combatientes a los que Ceres había salvado eran los que se encargaban en mayor parte de remar, aunque ahora que se habían alejado del puerto, podían levantar la pequeña vela de la barca. Akila estaba tumbado a un lado, un recluta al que Sartes había liberado le apretaba la herida.

Jeva fue hacia él.

—Eres un idiota si vas a dejar que se escape —dijo Jeva.

—¿Un idiota? —replicó Thanos—. ¿Estas son formas de darle las gracias a alguien que te acaba de salvar?

Vio que la mujer del Pueblo del Hueso encogía los hombros.

—También eres idiota por hacer eso. Arriesgarte para ayudar a otro es estúpido.

Thanos inclinó la cabeza hacia un lado. No estaba seguro de poder entenderla nunca. Por otro lado, pensó mientras miraba a Ceres, esto era algo que se podía aplicar a más de una persona.

—Arriesgarte es lo que haces por los amigos —dijo Thanos.

Jeva negó con la cabeza.

—Yo no me hubiera puesto en peligro por ti. Si es el momento de reunirte con tus antepasados, lo es. Es incluso un honor.

Thanos no estaba seguro de cómo tomárselo. ¿Lo decía en serio? Si era así, parecía incluso un poco desagradecida después del peligro que él y Ceres habían corrido para salvarla.

—De haber sabido que ser el mascarón de uno de los barcos de la Primera Piedra era un honor tan grande, te hubiera abandonado a tu suerte —dijo Thanos.

Jeva lo miró con el ceño ligeramente fruncido. Parecía que ahora le tocaba a ella adivinar si él hablaba en serio o no.

—Estás de broma —dijo ella—, pero deberías haberme dejado. Te lo dije, solo un estúpido arriesga su vida por los demás.

Era una filosofía demasiado dura para Thanos.

—Bueno —dijo él—. Por lo menos, me alegro de que estés viva.

Jeva pareció pensar por uno o dos instantes.

—Yo también me alegro. Lo cual es extraño. Los muertos estarán molestos conmigo. Quizás me quedan cosas por hacer. Os seguiré hasta descubrir cuáles.

Lo dijo sin alterarse, como si ya fuera un cosa establecida en la que Thanos no tuviera ni voz ni voto. Se preguntaba cómo sería ir por el mundo con la certeza de que los muertos eran los responsables.

—¿No es extraño? —le preguntó él.

—¿Qué es extraño? —respondió Jeva.

—Vivir tu vida dando por sentado que los muertos toman todas las decisiones.

Ella negó con la cabeza.

—No todos ellos. Pero saben más que nosotros. Ellos son más que nosotros. Cuando hablan, debemos escuchar. Mírate.

Eso hizo que Thanos frunciera el ceño. Él no era uno de los del Pueblo del Hueso para recibir órdenes de los oradores de sus muertos.

—¿A mí?

—¿Estarías en las circunstancias en las que estás si no fuera por las decisiones que tus padres y los padres de tus padres tomaron? —preguntó Jeva—. Tú eres un príncipe. Todo tu poder descansa en los muertos.

Tenía algo de razón, pero Thanos no estaba seguro de que fuera lo mismo.

—Yo decidiré qué hacer a continuación por los vivos, no por los muertos —dijo.

Jeva rio como si se tratara de un chiste especialmente bueno y, a continuación, estrechó un poco los ojos.

—Oh, lo dices en serio. También tenemos gente que dice eso. En su mayoría, están locos. Pero, en fin, este mundo es para los locos. Así que, ¿quién soy yo para juzgar? ¿A dónde iremos ahora?

Thanos no tenía una respuesta a aquella pregunta para ella.

—No estoy seguro —confesó—. Mi padre me dijo dónde podría saber de mi verdadera madre, después la antigua reina me dijo que estaba en otro lugar.

—Bien —dijo Jeva—. Entonces debemos ir. Noticias de los muertos como esta no se deben ignorar. O podemos regresar a las tierras de mi pueblo. Nos recibirían con las noticias de lo que le sucedió a nuestra flota.

No parecía atemorizada ante la perspectiva de informar a su pueblo de tantas muertes. También parecía echar un vistazo a Ceres de vez en cuando, mirándola con evidente asombro.

—Ella es todo lo que dijiste que sería. Sea lo que sea lo que se interpone entre vosotros, solucionadlo.

Hizo que sonara como si fuera muy sencillo y directo, como si fuera igual de fácil que decirlo. Thanos dudaba que las cosas fueran alguna vez así de sencillas.

—Lo estoy intentando.

—Inténtalo más —dijo ella.

Thanos quería hacerlo. Quería ir hasta Ceres y declararle su amor. Más aún, quería pedirle que fuera suya. Parecía que había estado esperando siempre que eso sucediera.

Con una mano señaló hacia ella.

—Ve, ve hacia ella.

A Thanos no le convencía que le echaran de esa manera, pero debía admitir que Jeva tenía la idea correcta referente a ir tras Ceres. Fue hacia donde estaban ella y los demás y vio que estaba más seria de lo que esperaba.

Su padre se giró y le agarró la mano a Thanos.

—Me alegro de volverte a ver, chico —dijo—. Si tú no hubieras venido, las cosas podrían haberse complicado.

—Hubierais encontrado una solución —supuso Thanos.

—Ahora debemos encontrar nuestro camino —respondió Berin—. Aquí parece ser que cada uno quiere ir a un sitio diferente.

Thanos vio que Ceres asentía con la cabeza al escuchar aquello.

—Los combatientes piensan que debemos ir a los páramos libres y convertirnos en mercenarios —dijo ella—. Sartes está hablando de colarnos en el campo que rodea el Imperio. Yo pensé que quizás podríamos volver a la Isla de las Neblinas.

—Jeva estaba hablando de volver a su pueblo —dijo Thanos.

—¿Y tú? —preguntó Ceres.

Pensó en hablarle de las tierras de las montañas de las nubes, de su madre desaparecida y de la posibilidad de encontrarla. Pensaba en vivir en cualquier lugar, en cualquier lugar con Ceres. Pero entonces dirigió la mirada hacia Akila.

—Iré a donde vosotros vayáis —dijo—, pero no creo que Akila sobreviva a un largo viaje.

—Yo tampoco —dijo Ceres.

Thanos la conocía lo suficientemente bien como para saber que ya había pensado en algún lugar al que ir. A Thanos le sorprendía que no se hubiera puesto al mando todavía. Aunque podía imaginar el porqué. La última vez que se había puesto al mando había perdido Delos, primero ante Estefanía y, más tarde, ante los invasores.

—Está bien —dijo Thanos, alargando una mano para tocarle el brazo—. Confío en ti. Decidas lo que decidas, yo te seguiré.

Imaginaba que no sería el único. La familia de Ceres iría con ella, a la vez que los combatientes habían jurado seguirla, dijeran lo que dijeran sobre escapar a otro lugar en busca de aventuras. Y en cuanto a Jeva… bueno, Thanos no aseguraba conocer lo suficiente a la mujer para saber lo que haría, pero siempre podrían dejarla en algún lugar, si ella quería.

—No podemos alcanzar el barco de contrabando que te trajo a Delos —dijo Ceres—. Aunque supiéramos dónde está, esta pequeña barca no irá tan rápido como aquella. Y si intentamos ir muy lejos… creo que Akila no lo aguantará.

Thanos asintió. Él había visto la herida que la Primera Piedra le había ocasionado a su amigo. Akila había sobrevivido más que nada por la fuerza de voluntad, pero necesitaba un curandero, y pronto.

—Entonces ¿hacia dónde? —preguntó Thanos.

Ceres lo miró a él y después a los demás. Aún parecía casi asustada de decir lo que tenía que decir.

—Solo hay un lugar —dijo Ceres. Alzó su voz a un nivel en el que todo el barco pudiera escuchar—. Debemos ir hacia Haylon.

Su padre y su hermano empezaron a negar con la cabeza de inmediato. Incluso algunos de los combatientes no parecían estar muy contentos.

—Haylon no será seguro —dijo Berin—. Ahora que Delos ha caído, será un objetivo.

—En ese caso, debemos ayudarlos a defender —dijo Ceres—. Tal vez no habrá quien quiera quitárnosla si lo hacemos esta vez.

Eso tenía sentido. Delos había caído por muchas razones: el mismo tamaño de la flota de Felldust, la gente que no se había quedado para luchar, la falta de estabilidad mientras Estefanía llevaba a cabo su golpe. Quizás las cosas serían diferentes en Haylon.

—No cuenta con su flota —remarcó Thanos—. Convencí a la mayoría para que ayudaran a Delos.

Sintió una ola de culpa por ello. Si no hubiera convencido a Akila para que ayudara, mucha gente buena no estaría muerta, y Haylon tendría los medios para defenderse. Su amigo no estaría herido tumbado en la cubierta de su barco, esperando ayuda.

—Nosotros… escogimos venir —consiguió decir Akila desde donde estaba tumbado.

—Y si no tienen una flota, todavía hay más razones para intentar ayudarlos —dijo Ceres—. Todos vosotros, pensad, es el único lugar aliado de por aquí cerca. Frenó al Imperio cuando este era tan fuerte que Felldust no se atrevió a atacar. Necesita nuestra ayuda. Igual que Akila. Vamos a ir hacia Haylon.

Thanos no podía discutir nada de eso. Además, veía que aquello convencía a los demás. Ceres siempre había tenido la habilidad de hacerlo. Había sido su nombre, y no el de él, el que había traído al Pueblo del Hueso. Había sido ella la que había logrado convencer a los hombres de Lord West y a la rebelión. Cada vez que lo hacía lo impresionaba más.

Bastaba con que Thanos la siguiera a donde quisiera ir, a Haylon o más lejos. Por ahora su intento de encontrar su origen podía esperar. Lo que importaba era Ceres; Ceres y ocuparse del daño que Felldust provocaría si se extendía más allá de Delos. Lo había escuchado en los muelles de Puerto Sotavento: no sería un ataque rápido.

—Existe un problema si queremos ir a Haylon —puntualizó Sartes—. Para llegar hasta allí, deberíamos atravesar la flota de Felldust. Esa es la dirección de la que vienen, ¿cierto? Y no creo que estén todos posados en el puerto de Delos.

—No lo están —coincidió Thanos, pensando en lo que había visto en Felldust. Había flotillas enteras de barcos que todavía no habían partido hacia el Imperio; los barcos de las otras Piedras se habían quedado para ver lo que sucedería, o estaban allí para reunir provisiones para poderse unir al saqueo.

Serían una auténtica amenaza si su pequeña barca intentaba navegar hacia Haylon por la ruta directa. Simplemente sería cuestión de suerte si se encontraban a los enemigos por el camino, y Thanos no estaba seguro de que Ceres pudiera hacerlos desaparecer con su truco de nuevo.

—Tenemos que dar un rodeo —dijo—. Bordearemos la costa hasta que estemos lejos de cualquier ruta que ellos puedan tomar y, a continuación, llegaremos a Haylon por su lado más apartado.

Vio que los demás no estaban contentos con esa idea, y Thanos supuso que no era solo por el tiempo de más que implicaba. Sabía lo que aquella ruta significaba.

Jeva fue la que lo dijo.

—Tomar esa ruta nos llevaría al Pasaje de los Monstruos —dijo ella—. Probar suerte con Felldust podría ser mejor.

Thanos negó con la cabeza.

Si nos ven, irán a por nosotros. Por lo menos, de este modo, tenemos la oportunidad de pasar desapercibidos.

—También existe la posibilidad de que nos coman —puntualizó la mujer del Pueblo del Hueso.

Thanos encogió los hombros. No veía opciones mejores. No había tiempo para ir a ningún otro lugar y ningún camino mejor. Podían arriesgarse o esperar hasta que Akila muriera, y Thanos no abandonaría así a su amigo.

Ceres parecía sentir lo mismo .

—Iremos por el Pasaje de los Monstruos. ¡Levantemos la vela!




CAPÍTULO CINCO


Ulren, la Segunda Piedra, se acercaba a la torre de cinco lados con la relajada determinación de un hombre que ha tramado todo lo que podría suceder. A su alrededor, el polvo de la ciudad se arremolinaba en su habitual danza interminable, haciendo que deseara toser o taparse la boca. Ulren no hizo ninguna de las dos cosas. En este momento debía parecer fuerte.

Había guardias en las puertas, como siempre. Presumiblemente pagados por las cinco Piedras, pero que en realidad eran los hombres de Irrien. Por esa razón, cruzaron sus picas desafiantes, un pequeño recordatorio para cualquier Piedra inferior de cuál era su lugar.

—¿Quién anda ahí? —exclamó uno.

Ulren sonrió al escucharlo.

—La nueva Primera Piedra de Felldust.

Por un instante pudo ver la sorpresa en su mirada antes de que sus hombres salieran de entre el polvo con sus ballestas levantadas. No tenía el mismo peso en armas que Irrien o los astutos espías de Vexa, la riqueza de Kas o los amigos nobles de Borion, pero tenía suficiente de cada y ahora, por fin, tenía la valentía de usarlos.

Disfrutaba de ver que las flechas de las ballestas acertaron en el pecho de los guardias después de que estos lo hubieran retenido tantas veces. Era mezquino, pero en aquel instante debía ceder ante la mezquindad. En ese instante, debía hacer todo lo que siempre había deseado.

Abrió la puerta con su llave, entrando a la luz de la torre. ¿Qué decía de la ciudad el hecho de que el aire del interior, iluminado por quinqués y lleno de humo, fuera aún mejor que el del exterior? Aun así, hoy incluso eso parecía agradable.

—Sed raudos —les dijo a los hombres y las mujeres que le seguían—. Atacad con rapidez.

Se dispersaron, el negro de las lámparas atenuaba el brillo de sus armas. Cuando los guardias salieron de uno de los pasillos, se lanzaron hacia delante en silencio y atacaron. Ulren no se detuvo para observar la sangre y la muerte. Ahora mismo, nada de eso importaba.

Empezó a subir los tramos de escaleras que llevaban a la sala superior y que parecían no tener fin. Ya lo había hecho muchas veces y, en todas las ocasiones, había sido con la expectativa de que estaría allí como algo inferior, segundo o tercero o menos en una ciudad en la que la Primera de las Cinco era el único lugar que importaba.

Esta era la cruel broma de la ciudad, bajo el punto de vista de Ulren. Todos luchaban por estar arriba del todo, cinco trabajaban juntos, pero todo el mundo sabía que la Primera Piedra era el más fuerte. Hacía tanto tiempo que Ulren conspiraba para ser la Primera que ya no recordaba un tiempo en el que hubiera deseado otra cosa.

Había sido cauteloso, aunque siempre había sido suyo. Él había construido su poder, empezando con las tierras de su familia pero añadiendo más, cuidando sus recursos del mismo modo que un jardinero podría cuidar una planta. Había tenido paciencia, demasiada paciencia. Había trabajado hasta el límite para conseguir el asiento de la Primera Piedra.

Entonces apareció Irrien, y tuvo que tener paciencia de nuevo.

Las matanzas continuaban alrededor de Ulren, mientras él continuaba subiendo. Los sirvientes que vestían los colores de la Primera Piedra morían, derribados por sus hombres. Sin dudas, sin remordimientos. Felldust era una tierra donde incluso un esclavo de inocente apariencia podía llevar un puñal, con la esperanza de avanzar.

Un soldado que salió de entre las sombras lo atacó. Ulren forcejeó con él, buscando ventaja.

El hombre era fuerte, aunque tal vez solo era que la edad le pesaba. Ahora, a Ulren le dolía el cuerpo cuando estaba en la arena de entrenamiento en casa, y las esclavas que antes iban hacia él casi por su propia voluntad ahora tenían que esconder sus miradas de asco y consternación. Había días en los que entraba en una sala y apenas podía recordar por qué se había tomado la molestia.

Pero no había perdido nada de su astucia. Se giró con la fuerza del ataque del otro hombre enganchándolo con el pie por detrás de la pierna y empujándolo con todas sus fuerzas. El soldado tropezó y se cayó, bajó las escaleras de caracol que subía por la torre de cinco lados dando vueltas sobre sí mismo. Ulren dejó que sus guerreros acabaran con él. Bastaba con no haber parecido débil.

—¿Está todo en su lugar en el resto de la ciudad? le preguntó a Travlen, el sacerdote que había dejado la orden paracaminar a su lado.

—Sí, mi señor. Mientras hablamos, sus guerreros están atacando a la gente de Irrien que queda en la ciudad. Algunos de los que tenían negocios se han ofrecido para pasarse a su lado, y me dicen que, con los que no lo han hecho, la matanza ha sido suficiente como para satisfacer a los dioses.

Ulren asintió.

—Eso está bien. Acepta a los que deseen unirse a nosotros y, a continuación, ocúpate de quién puede sustituir a los que los gobiernan. No tengo tiempo para traidores.

—Sí, mi señor.

—Dios mío —dijo Ulren—, ¿no terminan nunca estas escaleras?

Otro hombre hubiera pensado en cambiar el centro del poder de Felldust una vez tuviera su control, pero Ulren sabía que era mejor no hacerlo. En una tierra como esta, la tradición tan solo era una forma más de mantener el control.

Llegaron a la planta más alta, donde los sirvientes y los esclavos cortaban fruta y llevaban agua, a la espera de cualquier antojo de las otras Piedras. Ulren se quedó allí, con sus guerreros desperdigados a su alrededor.

—¿Hay esclavos o sirvientes de la Primera Piedra aquí? —exigió.

Algunos dieron un paso adelante. ¿Cómo iban a hacer otra cosa? Irrien los había abandonado aquí. Tal vez, querría encontrarlos en el mismo lugar cuando regresara. Tal vez, sencillamente no le importaba. Ulren examinó a los hombres y mujeres que estaban allí. Imaginó que Irrien estaría disfrutando del miedo de sus rostros ahora mismo. Había pasado el tiempo suficiente cerca de la Primera Piedra para saber exactamente qué tipo de hombre era su rival.

A Ulren, sencillamente, le daba igual.

—Desde este momento, todos vosotros sois mis esclavos. Mis hombres decidirán a cuáles de vosotros vale la pena mantener y cuáles serán entregados a los templos para el sacrificio.

—Pero yo soy un hombre libre —se quejó uno de los sirvientes.

Ulren fue hacia allí y lo apuñaló con una espada serrada, desde el esternón hasta que salió por la espalda.

—Un hombre libre que escogió el bando equivocado. ¿Alguien más desea morir?

En su lugar, se arrodillaron. Ulren los ignoró, se dirigió hacia las grandes puertas dobles que marcaban la entrada principal a la sala del consejo. Había otras entradas, una para cada una de las Piedras. Su propósito era mostrar su independencia. Realmente, les proporcionaba un modo de escapar si era necesario.

Pero no pensaba que ellos escaparan de esto. No si él hacía las cosas bien. Ulren hizo una señal a su gente para que no pasaran y esperaran. Había modos de hacer estas cosas. Era algo que Irrien jamás había entendido, al ser un bárbaro del polvo. Esta era una ventaja que la Segunda Piedra tenía por encima de la Primera, y él intentaba sacarle el mayor provecho.

Extendió la mano y uno de los sirvientes le pasó su túnica de alto cargo oscura. Ulren se la puso por encima, con la capucha hacia atrás y se dirigió hacia las puertas. La espada sangrienta todavía estaba en su mano. Era mejor dejar claro de qué iba esto.

Fue hacia una de las ventanas altas que había allí y echó un vistazo a la ciudad. Con el polvo era difícil ver algo, pero podía imaginar qué estaba sucediendo allá abajo. Los guerreros se estarían desplazando por las calles, capturando a los que Irrien había dejado atrás. Los pregoneros les seguirían, anunciando el cambio. Los matones les estarían diciendo a los comerciantes a quién debían sus impuestos ahora. La ciudad estaba cambiando bajo ese polvo, y Ulren se había asegurado de que cambiaría a su manera.

Aun así, iba con cuidado. Una vez ya había estado dispuesto a tomar el asiento de la Primera Piedra. Había preparado a los mercenarios más fuertes, se había abastecido de secretos, para encontrarse con un engreído que tomó el trono antes de que él pudiera llegar hasta él.

¿Quién era la Primera Piedra por aquel entonces? ¿Maxim? ¿Thessa? Era difícil recordarlo, el gobierno de la ciudad había cambiado muy a menudo durante aquellos días. Lo único que importaba era que Irrien había venido y se había llevado lo que debía ser suyo. Ulren había sobrevivido aceptándolo. Ahora, la Primera Piedra se había excedido y era el momento de hacer algo más.

Entró en la sala donde las Cinco Piedras tomaban sus decisiones. Los demás ya estaban allí, tal y como él esperaba que fuera. Kas se acariciaba su barba en forma de tridente preocupado. Vexa estaba leyendo un informe. Borion tenía la bravuconería de un hombre que sabía que había problemas.

—¿De qué se trata? —preguntó.

Ulren no malgastó el tiempo con cumplidos.

—He decidido retar a Irrien por su asiento.

Observó las reacciones de los demás. Kas continuó acariciándose la barba. Vexa levantó una ceja. Borion fue el que más reaccionó, pero Ulren ya lo esperaba. ¿De cuántos contrincantes había alertado Irrien al vanidoso? ¿Cuántas veces había ayudado al hombre con sus deudas de juego?

—Irrien no está aquí para retarle —puntualizó Borion.

Como si no hubiera un precedente para ello. ¿Pensaba que Ulren no había visto todas las transformaciones del consejo en el tiempo que llevaba como una de sus Piedras?

—Entonces esto debería hacerlo más fácil, ¿no es cierto? —dijo Ulren. Se adelantó para tomar el asiento de Irrien.

Ante su sorpresa, Borion se puso delante de él y desenfundó una espada fina.

—¿Y tú crees que te proclamarás a ti mismo Primera Piedra? —dijo—. ¿Un anciano que tomó su posición hace tanto tiempo que nadie puede recordarlo? ¿Qué mantiene el lugar de Segunda Piedra sobre todo porque Irrien no quiere interrupciones?

Ulren se dirigió hacia un espacio abierto del suelo, se despojó de su túnica formal y se rodeó un brazo con ella de forma holgada.

—¿Crees que me aferro a eso? —dijo—. ¿De verdad quieres probarme, chico?

—Lo he querido durante años, pero Irrien siempre me decía que no —dijo Borion. Levantó su espada con la postura de un duelista. Ulren sonrió al ver eso.

—Esta es la última oportunidad que tienes para vivir —dijo Ulren, aunque lo cierto es que esto fue después del momento en que el hombre levantara la espada contra él. —Fíjate que Kas y Vexa tienen más sensatez como para no intentarlo. Aparta tu arma y toma tu asiento. Incluso deberías poder escalar una posición.

—¿Por qué escalar una cuando puedo matar a un anciano y escalar tres? —replicó Borion.

Se lanzó hacia delante y Ulren tuvo que admitir que el chico era rápido. Seguramente Ulren había sido más rápido en su juventud, pero de aquello hacía mucho tiempo ahora. Sin embargo, había tenido el tiempo suficiente para aprender las técnicas de la guerra, y un hombre que calculaba bien la distancia no necesitaba para nada ser rápido. Hizo un barrido con su túnica enrollada para girar y enredarse con la espada de Borion.

—¿Esto es lo único que tienes, anciano? —exigió la Quinta Piedra—. ¿Trucos?

Ulren rio al escuchar eso y, a continuación, atacó en el centro. Borion fue lo suficientemente rápido para saltar hacia atrás, pero sin que la espada de Ulren le arañara el pecho.

—No subestimes los trucos, chico —dijo Ulren—. Un hombre sobrevive como puede.

Se echó hacia atrás, a la espera.

Borion se lanzó a toda prisa. Evidentemente, se lanzó a toda prisa. Los jóvenes reaccionaban, se movían de acuerdo con sus emociones. No pensaban. O no pensaban lo suficiente. Borion intentó una medida de astucia, con fintas que Ulren ya había visto cien veces. Este era el peligro de ser joven: pensabas que habías inventado cosas que habían matado a muchos hombres antes que tú.

Ulren se apartó y lanzó su túnica sobre el joven al pasar con su verdadero golpe. Borion sacudía la tela para intentar sacársela de encima y, en aquel momento, Ulren atacó. Se acercó, agarró el brazo de Borion con fuerza para que no pudiera resistirse con su espada y empezó a apuñalarlo.

Lo hacía de forma metódica, regularmente, con la paciencia que había forjado tras años de lucha. Ulren veía que la sangre se filtraba por la túnica con la que estaba envuelto Borion, pero no se detuvo hasta que el hombre cayó. Había visto a hombres recuperarse de la peor de las heridas. No iba a correr ningún riesgo.

Se quedó allí, respirando con dificultad. Ya le había costado bastante subir todas las escaleras. Al matar a un hombre parecía que sus pulmones podían explotar por el esfuerzo, pero Ulren lo ocultó. Fue hacia el asiento de Irrien y primero se colocó detrás de él.

—¿Alguno de vosotros desea oponerse? —preguntó a Kas y a Vexa.

—Solo al caos —dijo Kas—. Pero imagino que los esclavos están para estas cosas.

—¡Viva la Primera Piedra! –dijo Vexa, sin especial entusiasmo.

Era un momento de triunfo. Era más que eso, era un momento hacia el que Ulren había trabajado durante años. Ahora que había llegado, realmente se le hacía extraño sentarse en el asiento de la Primera Piedra, mientras se dejaba caer sobre su granito.

—Ya he cogido los intereses de Irrien —dijo Ulren. Hizo una señal con la mano en dirección a Borion—. Pero no dudéis en serviros del chico.

Lo harían. Ulren no tenía ninguna duda de que lo harían. Al fin y al cabo, así era esta ciudad.

—Y, evidentemente, necesitaremos nuevas Cuarta y Quinta Piedras —dijo Ulren.

Eso debería haberles dado pie para subir una posición. Pero ninguno de los dos lo hizo. Conservaron los asientos por los que habían luchado, dejando vacío el asiento de la Segunda Piedra. Ulren no estaba seguro de que aquello le gustara, aun cuando podía comprender el miedo que había detrás. No iban a ir a por su nuevo asiento, pero esto era una señal de que no pensaban que esto estuviera decidido y no iban a aceptar la nueva orden.

Se estaban conteniendo del mismo modo que lo hicieron cuando Irrien llegó al poder.

No solo eso, actuaban como si esto no hubiera terminado.




CAPÍTULO SEIS


Cuando Estefanía despertó, el mundo estaba lleno de sufrimiento. El universo entero parecía haberse arruinado en una bola de dolor envuelta en su barriga. Sentía como si la hubieran hecho pedazos… pero, al fin y al cabo, la habían rajado.

Aquel pensamiento bastó para hacerla chillar de nuevo y, esta vez, no había sacerdotes ni guerreros por allí para escuchar su agonía, solo el cielo abierto por encima de ella, que veía de forma borrosa a través de sus lágrimas. La habían arrastrado hasta un lugar allá fuera, para dejarla allí hasta morir.

Necesitó todas sus fuerzas para levantar la cabeza y mirar alrededor.

Al hacerlo, rápidamente deseó no haberlo hecho. Hasta donde la vista le alcanzaba, estaba rodeada de basura. Había cerámica rota, huesos de animales, cristal y más cosas. Todo el deshecho de la vida de la ciudad esparcido en lo que parecía un paisaje interminable de desolación.

El hedor, que parecía llenar el espacio que la rodeaba, la golpeó en aquel mismo instante. La pestilencia de la muerte también estaba mezclada allí y entonces Estefanía vio los cuerpos, sencillamente abandonados como si no fueran nada. Le pareció ver fuegos de funeral en la distancia, pero dudaba que fueran las elegantes piras de los funerales. Simplemente serían fosas, a la espera de consumir más y más cuerpos.

Ahora Estefanía sabía dónde estaba, en el área de basura de fuera de la ciudad, donde había mil muladares vacíos y los más pobres de entre los pobres hurgaban en busca de lo que podían. Normalmente, los únicos cuerpos que iban a parar allí eran los de las personas que no podían permitirse una tumba, o que estaban allí para encontrar la muerte como víctimas de los criminales.

Estefanía se desplomó durante lo que pareció un tiempo interminable, el cielo nadaba en olas por encima de ella. Solo la fuerza de voluntad la salvaba de rendirse y sucumbir a la oscuridad que amenazaba con consumirla. Se obligó a levantar de nuevo la cabeza, ignorando el dolor.

Había unos tipos que se movían por encima de los montones de basura. Vestían ropa harapienta y sus caras estaban manchadas de mugre. Muchos de ellos eran poco más que niños, que llevaban los pies envueltos con harapos para protegerse de los filos puntiagudos.

—Ayudadme… ayudadme —exclamó Estefanía.

No es que creyera mucho en la generosidad de los demás. Simplemente, no tenía una opción mejor. Después de todo lo que le había sucedido, no había modo de sobrevivir sin ayuda. La habían abierto y le habían quitado a su hijo para un sacrificio. ¡Lo habían robado!

Como si el pensamiento la hubiera convocado, la agonía se disparó hacia la herida de su barriga y Estefanía chilló. Su grito para pedir ayuda no había traído a los buscadores, pero sí su chillido. Se movían sigilosamente por los montones de cosas rotas como si tuvieran la certeza de que se trataba de una trampa. Sin embargo, no parecían gente de Felldust. Al parecer, los más pobres de los pobres podían sobrevivir incluso a una guerra sin que nada cambiara.





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Morgan Rice ha concebido lo que promete ser otra brillante serie, que nos sumerge en una fantasía de valor, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un fuerte conjunto de personajes que hará que los aclamemos a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores a los que les gusta la fantasía bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre el Despertar de los dragones) GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO es el libro#7 en la serie de fantasía épica DE CORONAS Y GLORIA, que empieza con ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1), una descarga gratuita. Con Delos en ruinas, Ceres, Thanos y los demás parten hacia el último rincón de libertad del Imperio: la isla de Haylon. Allí, esperan juntarse con los pocos luchadores por la libertad que quedan, fortificar la isla y formar una defensa espectacular contra las hordas de Felldust. Ceres pronto se da cuenta de que, si tiene que haber alguna esperanza en que puedan defender la isla, ella necesitará más habilidades que las convencionales: tendrá que romper el encanto del hechicero y recuperar el poder de los Antiguos. Y, para ello, debe viajar y, sola, tomar el río de sangre hasta la cueva más oscura del reino, un lugar donde no existen ni la vida ni la muerte, de donde es más probable que salga muerta que viva. Mientras tanto, la Primera Piedra Irrien está decidido a tener a Estefanía como su esclava y a tiranizar Delos. Pero puede que las otras Piedras de Felldust tengan otros planes. GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADA narra la historia épica del amor trágico, la venganza, la traición, la ambición y el destino. Llena de personajes inolvidables y acción vibrante, nos transporta a un mundo que nunca olvidaremos y hace que nos volvamos a enamorar de la fantasía. Un libro de fantasía lleno de acción que seguro que satisfará a los admiradores de las anteriores novelas de Morgan Rice, junto con los admiradores de obras como El ciclo del legado de Christopher Paolini… Los admiradores de la Ficción para jóvenes adultos devorarán este último trabajo de Rice y pedirán más. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) ¡Pronto se publicará el libro#8 en DE CORONAS Y GLORIA!

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