Книга - Soldado, Hermano, Hechicero

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Soldado, Hermano, Hechicero
Morgan Rice


De Coronas y Gloria #5
Morgan Rice ha concebido lo que promete ser otra brillante serie, que nos sumerge en una fantasía de valor, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un fuerte conjunto de personajes que hará que los aclamemos a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores a los que les gusta la fantasía bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre el Despertar de los dragones) Ceres, una hermosa chica pobre de 17 años de la ciudad del imperio de Delos, ha ganado la batalla por Delos y, aún así, todavía le espera una victoria completa. Mientras la rebelión la mira como su nueva líder, Ceres debe encontrar un modo de derrocar la realeza del Imperio y defender Delos del ataque que le aguarda por parte de un ejército mayor de lo que jamás ha conocido. Debe intentar liberar a Thanos antes de su ejecución y ayudarlo a limpiar su nombre en relación con el asesinato de su padre. Thanos está decidido a salir en busca de Lucio por el mar, para vengar el asesinato de su padre, y matar a su hermano antes de que pueda regresar a las orillas de Delos con un ejército. Será un viaje peligroso por tierras hostiles, uno que él sabe que resultará en su propia muerte. Pero está dispuesto a sacrificarse por su país. Pero puede que todo no salga según los planes. Estefanía viaja a una tierra lejana para encontrar a un hechicero que pueda, de una vez por todas, detener los poderes de Ceres. Está decidida a llevar a cabo una traición que matará a Ceres y la proclamará a ella – y a su hijo que todavía no ha nacido- como gobernadora del Imperio. Un libro de fantasía lleno de acción que seguro que satisfará a los admiradores de las anteriores novelas de Morgan Rice, junto con los admiradores de obras como El ciclo del legado de Christopher Paolini… Los admiradores de la Ficción para jóvenes adultos devorarán este último trabajo de Rice y pedirán más. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) ¡Pronto se publicará el libro#6 en DE CORONAS Y GLORIA!







SOLDADO, HERMANO, HECHICERO



(DE CORONAS Y GLORIA-LIBRO 5)



MORGAN RICE


Morgan Rice



Morgan Rice tiene el #1 en éxito de ventas como el autor más exitoso de USA Today con la serie de fantasía épica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de doce libros; de la serie #1 en ventas LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspense post-apocalíptica compuesta de tres libros; de la serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS, compuesta de seis libros; y de la nueva serie de fantasía épica DE CORONAS Y GLORIA. Los libros de Morgan están disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones están disponibles en más de 25 idiomas.

A Morgan le encanta escucharte, así que, por favor, visita www.morganrice.books (http://www.morganrice.books/) para unirte a la lista de correo, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar la app gratuita, conocer las últimas noticias, conectarte con Facebook o Twitter ¡y seguirla de cerca!


Algunas opiniones sobre Morgan Rice



“Si pensaba que no quedaba una razón para vivir tras el final de la serie EL ANILLO DEL HECHICERO, se equivocaba. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice consigue lo que promete ser otra magnífica serie, que nos sumerge en una fantasía de trols y dragones, de valentía, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan de nuevo ha conseguido producir un conjunto de personajes que nos gustarán más a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores que disfrutan de una novela de fantasía bien escrita”.

--Books and Movie Reviews

Roberto Mattos



“Una novela de fantasía llena de acción que seguro satisfará a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, además de a los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la Ficción para Jóvenes Adultos devorarán la obra más reciente de Rice y pedirán más”.

--The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones)



“Una animada fantasía que entrelaza elementos de misterio e intriga en su trama. La senda de los héroes trata sobre la forja del valor y la realización de un propósito en la vida que lleva al crecimiento, a la madurez, a la excelencia… Para aquellos que buscan aventuras fantásticas sustanciosas, los protagonistas, las estrategias y la acción proporcionan un fuerte conjunto de encuentros que se centran en la evolución de Thor desde que era un niño soñador hasta convertirse en un joven adulto que se enfrenta a probabilidades de supervivencia imposibles… Solo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para jóvenes adultos”.

--Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer)



”EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, engaño y traición. Lo entretendrá durante horas y satisfará a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género fantástico”.

-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos

“En este primer libro lleno de acción de la serie de fantasía épica El anillo del hechicero (que actualmente cuenta con 14 libros), Rice presenta a los lectores al joven de 14 años Thorgrin “Thor” McLeod, cuyo sueño es alistarse en la Legión de los Plateados, los caballeros de élite que sirven al rey… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante”.

--Publishers Weekly


Libros de Morgan Rice



EL CAMINO DE ACERO

SOLO LOS DIGNOS (Libro #1)



DE CORONAS Y GLORIA

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1)

CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA (Libro#2)

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro#3)

REBELDE, POBRE, REY (Libro#4)

SOLDADO, HERMANO, HECHICERO (Libro#5)

HÉROE, TRAIDORA, HIJA (Libro#6)



REYES Y HECHICEROS

EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)

EL DESPERTAR DEL VALIENTE(Libro #2)

EL PESO DEL HONOR (Libro #3)

UNA FORJA DE VALOR (Libro #4)

UN REINO DE SOMBRAS (Libro#5)

LA NOCHE DE LOS VALIENTES (Libro#6)



EL ANILLO DEL HECHICERO

LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)

UNA MARCHA DE REYES (Libro #2)

UN DESTINO DE DRAGONES(Libro #3)

UN GRITO DE HONOR (Libro #4)

UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)

UNA POSICIÓN DE VALOR (Libro #6)

UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)

UNA CONCESIÓN DE ARMAS (Libro #8)

UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)

UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10)

UN REINO DE ACERO (Libro #11)

UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)

UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)

UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)

UN SUEÑO DE MORTALES (Libro #15)

UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)

EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)



LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA

ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1)

ARENA DOS (Libro #2)

ARENA TRES (Libro #3)



VAMPIRA, CAÍDA

ANTES DEL AMANECER (Libro #1)



EL DIARIO DEL VAMPIRO

TRANSFORMACIÓN (Libro #1)

AMORES (Libro #2)

TRAICIONADA(Libro #3)

DESTINADA (Libro #4)

DESEADA (Libro #5)

COMPROMETIDA (Libro #6)

JURADA (Libro #7)

ENCONTRADA (Libro #8)

RESUCITADA (Libro #9)

ANSIADA (Libro #10)

CONDENADA (Libro #11)

OBSESIONADA (Libro #12)


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Derechos Reservados © 2016 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora. Este libro electrónico está disponible solamente para su disfrute personal. Este libro electrónico no puede ser revendido ni regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, tiene que adquirir un ejemplar adicional para cada uno. Si está leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo compró solamente para su uso, por favor devuélvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia. Imagen de la cubierta Derechos reservados Ralf Juergen Kraft, utilizada bajo licencia de istock.com.


ÍNDICE



CAPÍTULO UNO (#uf1aa4cb3-fbb2-5029-a001-e7162bde4bb8)

CAPÍTULO DOS (#u32272d4a-b97e-50ac-823e-1084936d8692)

CAPÍTULO TRES (#u926f46b7-e651-5316-8aa0-bb82804d8cfc)

CAPÍTULO CUATRO (#ubcff3b21-9bce-5980-820c-e19ece165e14)

CAPÍTULO CINCO (#uc085e6f9-6998-532b-99f7-00092238e6f2)

CAPÍTULO SEIS (#uf9d41280-d363-5978-9a09-fd16744db57c)

CAPÍTULO SIETE (#u9a970656-8a9b-53ca-88c8-db9b365df06f)

CAPÍTULO OCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO NUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIEZ (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO ONCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DOCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TRECE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO CATORCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO QUINCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIDÓS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTITRÉS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTICUATRO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTICINCO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTISIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTINUEVE (#litres_trial_promo)




CAPÍTULO UNO


Thanos se sorprendió de haber despertado. Por lo que había dicho la reina antes de que los soldados le golpearan hasta dejarlo inconsciente, esperaba que le hubieran cortado el cuello y hubieran acabado con todo.

No sabía si era bueno o no que hubieran cambiado de opinión.

Debía haber recuperado la conciencia, pues estaba mirando la sangre con la que se había cubierto el suelo de los aposentos de su padre. Podía recordar la sensación de sujetar a su padre en brazos, el que una vez fue un gran hombre parecía tan frágil como un niño. En sus sueños, sus manos estaban cubiertas de sangre.

Al despertarse parpadeó, y la luz del sol le hizo ver que aquello ya no era un sueño. Pero la sangre todavía estaba allí. Sus manos todavía estaban manchadas de rojo, y ahora Thanos no sabía qué cantidad era suya. Notaba la rigidez del hierro contra su cuerpo, pero no parecía que fueran cadenas.

Pero no podía concentrarse en aquello, y Thanos empezó a preguntarse lo brutalmente que le habían golpeado que no podía ni tener recuerdos claros. Estos lo volvieron a desmoralizar, lo llevaron a los momentos en que estaba viendo morir a su padre, sin poder hacer nada para poder parar aquello.

“Tienes que demostrar la verdad. Toda la verdad”.

Su padre había necesitado mucha fuerza para decir aquellas palabras. En aquel momento, para él fue muy importante que Thanos pudiera demostrar que era el hijo del rey. Quizás había visto una manera de enmendar el daño que había hecho en su vida. Quizás simplemente había visto el daño que Lucio podía infligir si se le daba poder de verdad.

Thanos gimió al pensar en todo aquello, la luz del sol se colaba corriendo entre sus sueños, mientras el dolor los hacía retroceder de una manera más física. Aún así, la voz de su padre se resistía a irse.

“Felldust. Encontrarás las respuestas que necesitas en Felldust. Allí es donde ella fue después de que yo…”

Incluso en sus sueños, no había conclusión a aquellas palabras excepto la mirada ausente en los ojos de su padre. Solo había el nombre de un lugar, una pista de un viaje que se lo podría explicar todo.

Si vivía lo suficiente para hacerlo.

Recuperó la conciencia, y con ella todo el peso del dolor. Thanos sentía como si cada parte de él estuviera magullada hasta el hueso. Apenas podía levantar la cabeza, pues sentía que se le podía caer a trozos por el esfuerzo. Por la experiencia sabía cómo dolían las costillas rotas, y muchos más sitios le dolían casi igual.

Los guardias que lo habían golpeado no se habían contenido por quien era. Si acaso, parecía que lo habían golpeado más fuerte justo por eso, o bien escocidos por la magnitud de su supuesta traición, o queriendo demostrar que no estaban del lado de su príncipe rebelde.

Thanos consiguió incorporarse y mirar a su alrededor. El mundo que estaba cerca de él parecía cambiar. Por un instante, pensó que era un engaño causado por el dolor, el vértigo causado por los golpes en su cabeza. Entonces se dio cuenta de que se estaba moviendo de verdad, las barras de hierro verticales le proporcionaban un punto de referencia constante mientras su movimiento hacía que el resto del mundo se balanceara.

“Una horca”, murmuró Thanos, las palabras parecían sofocantes en su garganta. “Me han colgado en una horca”.

Al volver a mirarlo lo confirmó. Estaba dentro de una jaula que tenía la forma de las que una refinada mujer noble podría usar para meter en ella un pájaro, pero esta era lo suficientemente grande para un hombre. A durar penas. Las piernas de Thanos colgaban entre las barras, aunque todavía por encima del suelo, gracias a la cadena corta que sujetaba la jaula a un palo.

Más adelante había un pequeño patio cerrado. El tipo de lugar que los nobles podrían haber usado para sus deportes, o donde los sirvientes se podrían reunir para las tareas que podrían resultar desagradables. Los desagües en los adoquines mostraban por dónde la sangre o cosas peores podían desaparecer.

En un rincón, los guardias estaban levantando un patíbulo, sin ni siquiera molestarse en mirar a Thanos. Tampoco estaban montando un simple bloque de decapitación.

Thanos se agarró con fuerza a las barras con una furia repentina. No lo iban a enjaular como a una bestia a la espera de ser sacrificada. No se iba a quedar allí mientras unos hombres se preparaban para ejecutarlo por algo que él no había hecho.

Sacudió las barras para probarlas, pero eran fuertes. Había una puerta con una cerradura fijada con una cadena, en la que cada eslabón era tan grueso como el pulgar de Thanos. La probó, en busca de algún punto débil, algún modo de escapar de los límites de la horca que lo tenía atrapado.

“¡Eh! ¡Las manos fuera de allí!” exclamó uno de los guardias, y le golpeó con un palo que crujió contra los nudillos de Thanos, provocándole un grito ahogado de dolor mientras intentaba contener la necesidad de chillar.

“Sé todo lo duro que quieras”, dijo el guardia mirando a Thanos con evidente odio. “Cuando vayamos a por ti, chillarás”.

“Todavía soy un noble”, dijo Thanos. “Tengo derecho a un juicio ante los nobles del Imperio, y a elegir cómo ser ejecutado si se diera el caso”.

Esta vez, el palo golpeó las barras, a tan solo un palmo de su cara.

“Los asesinos de reyes reciben lo que se decide para ellos”, respondió bruscamente el guardia. “¡No habrá un golpe rápido de hacha para ti, traidor!”

Thanos notaba la rabia que había allí. Rabia de verdad y lo que parecía ser una sensación de traición personal. Thanos lo entendía. Quizás aquello incluso significaba que este hombre en un principio era un buen hombre.

“Pensabas que las cosas podían cambiar, ¿verdad?” supuso Thanos. Aquel era un gran peligro que corría, pero debía hacerlo, si tenía que encontrar el modo de demostrar su inocencia.

“Pensaba que tú podías ayudar a mejorar las cosas”, confesó el hombre. “¡Pero resultó que estabas trabajando con la rebelión para matar al rey!”

“Yo no lo maté”, dijo Thanos. “Pero sé quién lo hizo. Ayúdame a salir de aquí y…”

Aquel golpe de palo le dio fuerte en sus costillas heridas y, cuando el guardia lo retiró para golpear de nuevo, Thanos intentó encontrar un modo de protegerse. Pero no podía ir a ningún lugar.

Aún así, el golpe no llegó. Thanos vio que el guardia se detuvo en el último momento, bajaba el palo y hacía una gran reverencia. Thanos intentó girarse para ver lo que estaba sucediendo y aquello hizo que su horca empezara a girar.

Cuando terminó, la Reina Athena ya estaba delante de él, vestida de riguroso luto, que daba la sensación de que era ella el verdugo. Los guardias se amontonaron a su alrededor, como si tuvieran miedo de que Thanos pudiera encontrar el modo de matarla de la misma manera que ellos pensaban que había matado al rey, a pesar de las barras de la jaula.

“¿Por qué está aquí colgado?” exigió la Reina Athena. “Pensaba que os había dicho simplemente que lo ejecutarais”.

“Con el debido respeto, su majestad”, dijo uno de los guardias, “pero no estaba despierto y lleva un tiempo preparar la ejecución que merece un traidor como este”.

“¿Qué tenéis pensado?” preguntó la reina.

“Íbamos a colgarlo solo a medias, sacarle las entrañas y ponerlo en la rueda para acabar con él. No podíamos darle una muerte rápida después de todo lo que ha hecho”.

Thanos vio que la reina lo pensó por un instante y después asintió. “Puede que tengáis razón. ¿Ha confesado ya sus crímenes?”

“No, su majestad. Incluso asegura que no lo hizo”.

Thanos vio que la reina negaba con la cabeza. “Eso es ridículo. Lo encontraron encima del cuerpo de mi marido. Deseo hablar con él, a solas”.

“Su majestad, está completamente…”

“A solas, he dicho”. La mirada fulminante de la Reina Athena fue suficiente para que incluso Thanos sintiera un instante de pena por el hombre. “Está suficientemente seguro dentro de esta jaula. Apresuraos con el trabajo en el patíbulo. ¡Quiero al hombre que mató a mi marido muerto!”

Thanos observó que los guardias se retiraban, bien lejos de él y de la reina. Sin duda, lejos a una distancia en la que pudieran escuchar. Thanos no tenía ninguna duda de que era intencionado.

“Yo no maté al rey”, insistió Thanos, aunque imaginaba que aquello no cambiaría para nada su situación. Sin pruebas, ¿cómo iba alguien a creerle, mucho menos la reina, a la que nunca le había gustado?

Por un instante, el gesto de la reina se quedó fijo. Thanos vio que miraba a su alrededor, casi furtivamente, como preocupada por la posibilidad de que la escucharan. En aquel instante, Thanos lo comprendió.

“Ya lo sabe, ¿verdad?” dijo Thanos. “Sabe que yo no lo hice”.

“¿Cómo iba yo a saber una cosa así?” preguntó la Reina Athena, pero su voz tenía un tono nervioso. “Te atrapamos con la sangre de mi querido esposo en tus manos, encima de su cuerpo”.

“Querido”, repitió Thanos. “Solo se casó con el rey por un pacto político”.

Thanos vio que la reina apretaba las manos contra el corazón. “¿Y no puede ser que acabáramos amándonos?”

Thanos negó con la cabeza. “Usted nunca amó a mi padre. Solo amó el poder que le otorgaba ser la esposa de un rey”.

“¿Tu padre?” dijo la Reina Athena. “Parece ser que sabes más de lo que deberías, Thanos. A Claudio le dio muchos problemas esconderlo. Probablemente ya está bien que vayas a morir por esto”.

“Por algo que hizo Lucio”, replicó Thanos.

“Sí, por algo que hizo Lucio”, respondió la Reina Athena, con la ira dibujada en su rostro. “¿Piensas que puedes decirme algo de mi hijo que me sorprenda? ¿Incluso esto? ¡Es mi hijo!”

Thanos notó la actitud protectora, dura y sólida como el hierro. En aquel instante, se puso a pensar en el hijo que nunca tendría con Estefanía, y lo protector que hubiera sido con su hijo o hija. Quería pensar que hubiera hecho todo lo posible por su hijo, pero mirando a la Reina Athena sabía que aquello no era cierto. Había ciertos límites que incluso un padre no podía pasar.

“¿Y qué pasa con todos los demás?” replicó Thanos. “¿Qué harán cuando lo descubran?”

“¿Y cómo van a saberlo?” preguntó la Reina Athena. “¿Vas a gritárselo tú ahora? Adelante. Que todo el mundo oiga al traidor que está dentro de la jaula asegurando que, a pesar de que lo encontraron encima de su padre asesinado, fue su hermano quien llevó a cabo el acto. ¿Crees que alguien te creerá?”

Thanos ya conocía la respuesta a aquello. El simple hecho de donde estaba se lo decía. Para cualquiera que tuviera poder en el Imperio, él ya era un traidor, y había entrado a hurtadillas en el castillo. No, si intentaba decirles la verdad, nunca la creerían.

Entonces supo que, a no ser que escapara, moriría aquí. Moriría, y Lucio se convertiría en rey. Lo que sucedería después de esto sería una pesadilla. Debía encontrar el modo de detener aquello.

Seguramente la Reina Athena podría ver lo mal que irían las cosas. Solo tenía que hacérselo entender.

“¿Qué cree que sucederá cuando Lucio sea rey?” preguntó Thanos. “¿Qué piensa que hará?”

Vio que Athena sonreía. “Creo que hará lo que sugiera su madre. Lucio nunca ha tenido mucho tiempo para… los detalles aburridos de su papel. De hecho, probablemente debería agradecértelo, Thanos. Claudio era demasiado terco. Nunca me escuchó cuando debería haberlo hecho. Lucio será más dócil”.

“Si piensa esto”, dijo Thanos, “está tan loca como él. Ha visto lo que Lucio le hizo a su padre. ¿Cree que ser su madre la mantendrá a salvo?”

“El poder es la única seguridad que existe”, respondió la Reina Athena. “Y tú no estarás allí para verlo, pase lo que pase. Cuando el patíbulo esté acabado, morirás, Thanos. Adiós”.

Se dio la vuelta para irse y, mientras lo hacía, en lo único que podía pensar Thanos era en Lucio. En que fuera coronado. En cómo se había comportado Lucio en la aldea que Thanos salvó. En cómo debía haber estadoLucio cuando mató a su padre.

Me liberaré, se prometió Thanos a sí mismo. Escaparé y mataré a Lucio.




CAPÍTULO DOS


Ceres salió del Stade a hombros de la multitud, a la luz del sol, y su corazón rebosaba. Observó las consecuencias de la batalla y, al hacerlo, un oleaje de emociones luchaba en su interior por captar su atención.

Evidentemente, estaba la alegría por la victoria. Escuchaba a la multitud gritando su victoria mientras salían a raudales del Stade, los rebeldes de Haylon junto a los combatientes, lo que quedaba de las fuerzas de Lord West, y la gente de la ciudad.

Había alivio porque su intento desesperado por salvar a los combatientes de la última Matanza de Lucio había sido un éxito, y porque finalmente había acabado.

También había alivios más grandes. Ceres examinó la multitud hasta encontrar a su hermano y a su padre, juntos cogidos del brazo con un grupo de rebeldes. Quería ir corriendo hacia ellos y asegurarse de que estaban bien, pero la multitud estaba decidida a llevarla hasta el centro del pueblo. Tenía que consolarse con el hecho que parecían estar ilesos, caminando juntos y gritando de alegría junto a los demás. Era increíble que aún pudieran gritar. Muchas de estas personas habían querido morir para detener la tiranía demoledora del Imperio. Muchos lo habían hecho.

Aquello trajo una última emoción: tristeza. Tristeza porque todo todo aquello había sido necesario, y porque tantos tuvieron que morir en ambos bandos. Veía los cuerpos en las calles allí donde había habido choques entre los rebeldes y los soldados. La mayoría llevaban el rojo del Imperio, pero eso no hacía que fuera mejor. Muchos eran gente normal, reclutados contra su voluntad, o hombres que se unieron porque aquello era mejor que una vida de pobreza y sumisión. Y ahora yacían muertos, mirando hacia el cielo con unos ojos que nunca más volverían a ver nada.

Ceres notaba el calor de la sangre sobre su piel, secándose ya con la temperatura del sol. ¿A cuántos hombres había matado hoy? En algún lugar de la batalla interminable, había perdido la cuenta. Solo estaba la necesidad de continuar, de seguir luchando, porque detenerse significaba morir. Estaba atrapada en la corriente fluida de la batalla, llevada por su energía, con su propia energía latiendo en su interior.

“A todos ellos”, dijo Ceres.

Los había matado a todos ellos, aunque no lo hubiera hecho con sus propias manos. Ella había sido la que convenció a la gente de las gradas para que no aceptaran la idea de paz del Imperio. Ella había sido la que convenció a los hombres de Lord West para que asaltaran la ciudad. Echó una mirada a los muertos, decidida a recordarlos a ellos y lo que su victoria había costado.

Incluso la ciudad mostraba cicatrices de violencia: puertas rotas, los restos de las barricadas. Pero también se iban desplegando señales de alegría: la gente que salía a las calles, uniéndose a la multitud que fluía por ellas en un mar de humanidad.

Era difícil escuchar algo por encima de los gritos de la humanidad pero, en la distancia, a Ceres le parecía escuchar que los ruidos del combate continuaban. Una parte de ella deseaba dirigirse hacia allí y encargarse de ello, pero una parte más grande quería poner fin a aquello antes de que se descontrolara. La verdad era que en aquel instante estaba demasiado agotada para aquello. Le daba la sensación de que había estado luchando siempre. Si la multitud no la hubiera llevado, Ceres sospechaba que podría haberse desplomado.

Cuando por fin la bajaron en la plaza principal, Ceres se puso a buscar a su hermano y a su padre. Se abrió camino hacia ellos con esfuerzo, y pudo llegar a ellos porque la gente se apartaba con respeto para dejarla pasar.

Ceres los abrazó a los dos.

No dijeron nada. Su silencio, el sentimiento que había en su abrazo, lo decía todo. Todos habían sobrevivido, de algún modo, como una familia. Y la ausencia de sus hermanos muertos se sentía profundamente.

Ceres deseaba poderse quedar así para siempre. Permanecer a salvo con su hermano y su padre, y dejar que toda esta revolución siguiera su curso. Pero mientras estaba allí junto a dos de las personas que más le importaban del mundo, se dio cuenta de algo más.

La gente la estaba mirando.

Ceres imaginaba que no era tan raro después de todo lo que había sucedido. Era la que había estado en el centro de la lucha y, ahora mismo, entre la sangre, el barro y el agotamiento probablemente tenía el aspecto de un monstruo salido de alguna leyenda. Sin embargo, no parecía que era aquello lo que la gente miraba fijamente.

No, estaban mirando como si esperaran que les dijeran qué debían hacer a continuación.

Ceres vio unas figuras que se abrían camino entre la multitud. Reconoció a uno como Akila, el hombre nervudo y musculoso que había estado a la cabeza de la última ola de rebeldes. Otros llevaban los colores de los hombres de Lord West. Por lo menos había un combatiente allí, un hombre grande que llevaba un par de piquetas, que parecía estar ignorando varias heridas.

“Ceres”, dijo Akila, “los soldados imperiales que faltan, o bien se han retirado al castillo o bien han empezado a buscar maneras de salir de la ciudad. Mis hombres han seguido a los que podían, pero no conocen esta ciudad lo suficiente, y… bien, existe el peligro de que la gente lo malinterprete”.

Ceres lo comprendía. Si los hombres de Akila fueran a la caza de los soldados que huían por Delos, existía el peligro que los vieran como invasores. Aunque no lo fueran, podían tenderles una emboscada, dividirlos y derribarlos.

Aún así se hacía extraño que tanta gente fuera hasta ella en busca de respuestas. Miró a su alrededor, en busca de ayuda, pues debía haber alguien por allí mejor calificado para hacerse cargo de lo que ella estaba. Ceres no quería asumir que debía hacerse cargo solo porque su linaje le proporcionaba un vínculo con el pasado de los Antiguos de Delos.

“¿Ahora quién está al cargo de la rebelión?” exclamó Ceres. “¿Sobrevivió alguno de los líderes?”

A su alrededor, veía que la gente extendía las manos y negaba con la cabeza. No lo sabían. Evidentemente no lo sabían. No habían visto más de lo que Ceres había visto. Ceres conocía la parte que importaba: Anka había desaparecido, asesinada por los verdugos de Lucio. Probablemente, la mayoría de los otros líderes también estaban muertos. O eso, o estaban escondidos.

“¿Qué sabéis del primo de Lord West, Nyel?” preguntó Ceres.

“Lord Nyel no nos acompañó durante el ataque”, dijo uno de los antiguos hombres de Lord West.

“No”, dijo Ceres, “imagino que no lo haría”.

Quizás era bueno que no estuviera allí. Los rebeldes y la gente de Delos hubieran sido cautos con un noble como Lord West, dado todo lo que representaba, y él había sido un hombre valiente y honesto. Su primo no había sido ni la mitad de hombre que él.

No les preguntó a los combatientes si tenían un líder. No eran este tipo de hombre. Ceres los había llegado a conocer a cada uno de ellos en las arenas de entrenamiento para el Stade, y sabía que si bien cada uno de ellos valía una docena más de hombres normales, no eran capaces de dirigir algo así.

Se quedó mirando a Akila. Era evidente que era un líder, y sus hombres claramente seguían su ejemplo. Sin embargo, parecía que estuviera buscando que ella diera las órdenes aquí.

Ceres sintió la mano de su padre sobre el hombro.

“Te preguntas por qué deberían escucharte”, supuso, y se acercó mucho a la cuestión.

“No deberían seguirme solo porque resulta que tengo la sangre de los Antiguos”, respondió Ceres en voz baja. “¿Quién soy yo, realmente? ¿Cómo puedo esperar dirigirlos?”

Vio que su padre sonreía ante aquello.

“No quieren seguirte solo por quiénes son tus ancestros. A Lucio no lo seguirían si ese fuera el caso”.

Su padre escupió al suelo como para enfatizar lo que pensaba sobre eso.

Sartes asintió.

“Nuestro Padre tiene razón, Ceres”, dijo. “Te siguen por todo lo que has hecho. Por quien tú eres”.

Pensó en ello.

“Debes reunirlos”, añadió su padre. “Tienes que hacerlo ahora”.

Ceres sabía que tenían razón, pero aún así era difícil ponerse en medio de tanta gente sabiendo que estaban esperando a que ella tomara una decisión. Pero, ¿qué sucedía si no lo hacía? ¿Qué sucedía si obligaba a uno de los demás a ponerse al mando?

Ceres podía adivinar la respuesta. Notaba la energía de la multitud, por ahora reprimida, pero allí al fin y al cabo, como rescoldos ardientes a punto de estallar en un fuego incontrolable. Sin una dirección, aquello significaría saquear la ciudad, más muerte, más destrucción, y quizás incluso la derrota si las facciones que allí había estaban en desacuerdo.

No, no podía permitir eso, incluso aunque todavía no estuviera segura de que lo pudiera hacer.

“¡Hermanos y hermanas!” exclamó y, ante su sorpresa, la multitud que la rodeaba se quedó en silencio.

Ahora la atención hacia ella parecía total, incluso comparada con lo que había sucedido antes.

“¡Hemos ganado una gran victoria, todos nosotros!” ¡Todos vosotros! ¡Os enfrentasteis al Imperio, y arrancasteis la victoria de las mandíbulas de la muerte!”

La multitud aclamó, y Ceres miró a su alrededor, permitiéndose un momento para asimilarlo.

“Pero no es suficiente”, continuó. “Sí, ahora podríamos irnos a casa y hubiéramos conseguido mucho. Incluso podríamos estar a salvo durante un tiempo. Pero, al final, el Imperio y sus gobernantes vendrían a por nosotros, o a por nuestros hijos. Volveríamos a lo que había, o a algo peor. ¡Debemos acabar con esto, de una vez por todas!”

“¿Y cómo vamos a hacerlo?” exclamó una voz entre la multitud.

“Tomamos el castillo”, respondió Ceres. “Tomamos Delos. Y nos la hacemos nuestra. Capturamos a la realeza y paramos su crueldad. Akila, ¿vosotros vinisteis aquí por mar?”

“Así es”, dijo el líder rebelde.

“Entonces, tú y tus hombres id hacia el puerto y aseguraos de que lo tenemos controlado. No quiero que los imperiales se escapen para ir a buscar un ejército para atacarnos, o que una flota se cuele y se nos eche encima”.

Vio que Akila decía que sí con la cabeza.

“Así lo haremos”, le aseguró.

La segunda parte era más difícil.

“Todos los demás, venid conmigo al castillo”.

Señaló hacia donde estaba la fortificación, por encima de la ciudad.

“Durante demasiado tiempo, ha sido un símbolo del poder que tienen sobre vosotros. Hoy, lo tomaremos”.

Dio un vistazo a la multitud, intentando calibrar su reacción.

“Si no tenéis arma, conseguid una. Si estáis demasiado heridos, o no queréis hacer esto, no es ninguna deshonra quedarse, ¡pero si venís, podréis decir que estuvisteis allí el día en que Delos consiguió su libertad!”

Hizo una pausa.

“¡Pueblo de Delos!” gritó, con voz retumbante. “¿¡Estáis conmigo!?”

El rugido que dio la multitud por respuesta fue suficiente para dejarla sorda.




CAPÍTULO TRES


Estefanía se agarraba al barandal de su barca, sus nudillos estaban tan blancos como la espuma del mar. No estaba disfrutando del viaje por el mar. Solo pensar en la venganza a la que esto la podía llevar lo hacía agradable.

Ella era uno de los altos nobles del Imperio. Cuando había emprendido largos viajes antes, lo había hecho en camarotes de lujo individuales de grandes galeras, o en carruajes con almohadas en medio de convoys bien protegidos, no compartiendo el espacio en una barca que parecía demasiado diminuta en comparación con la vasta amplitud del océano.

Sin embargo, no era solo su comodidad lo que lo hacía difícil. Estefanía se enorgullecía de ser más fuerte de lo que la gente pensaba. No se iba a quejar solo porque aquella barca con agujeros se movía con cada ola, o por lo que parecía ser una dieta sin fin a base de pescado y carne salada. No iba a quejarse ni de su hedor. En circunstancias normales, Estefanía hubiera cubierto su rostro con su mejor sonrisa fingida y hubiera seguido con ello.

Su embarazo lo hacía más difícil. Estefanía imaginaba que ahora podía sentir a su hijo creciendo en su interior. El hijo de Thanos. Su arma perfecta contra él. Suyo. Era algo que apenas parecía real cuando lo oyó por primera vez. Ahora que el embarazo agravaba cualquier indicio de enfermedad y que hacía que la comida supiera peor de lo habitual, todo parecía demasiado real.

Estefanía observaba cómo Felene trabajaba en la parte delantera de la barca, junto a su doncella, Elethe. Había un contraste muy grande entre las dos. La marinera, ladrona y todo lo demás con sus bastos calzones y su sayo, con el pelo trenzado a la espalda. La doncella con sus sedas cubierta por una capa, con el pelo más corto, enmarcando con suavidad unos rasgos oscuros, proporcionándoles una elegancia a la que la otra mujer no podía aspirar.

Felene parecía estar pasándolo en grande mientras cantaba una saloma de tal ingeniosa vulgaridad, que Estefanía estaba segura de que lo hacía intencionadamente para provocarla. O esto, o esta era la idea que Felene tenía del cortejo. Había visto algunas de las miradas que le echaba a su doncella.

Y a ella, pero al menos eran mejores que las miradas de sospecha. Al principio eran muy escasas, pero cada vez eran más frecuentes, y Estefanía podía imaginar por qué. El mensaje que había mandado para atraer a Thanos decía que se había tomado la poción de Lucio. En aquel momento, parecía la mejor manera de hacerle daño, pero ahora, significaba que debía esconder las señales de un embarazo que parecía decidido ahora a darse a conocer. Incluso aunque no tenía las cercanas molestias constantes a tener en cuenta, Estefanía estaba segura de poder notar que se estaba hinchando como una ballena, que sus vestidos le apretaban más con cada día que pasaba.

No podía esconderlo para siempre, lo que significaba que probablemente tendría que matar a la marinera preferida de Thanos en algún momento. Quizás podría hacerlo ahora, ir hacia donde estaba aquella mujer y tirarla por la borda de la barca. O podría ofrecerle una bota. Incluso con la prisa con la que tuvo que marchar, Estefanía todavía tenía suficientes pociones a mano para encargarse de una legión de enemigos potenciales.

Incluso podría mandar a su doncella que lo hiciera. A fin de cuentas, Elethe era buena con los cuchillos, aunque desde que estuvo presa de la marinera cuando Estefanía las encontró en los muelles, quizás no lo era lo suficiente.

Aquella duda fue suficiente para que Estefanía se detuviera. Aquello no era el tipo de cosa en la que podía permitirse un error. Habría ocasión para enmendarlo. Tan lejos de otros recursos, un fallo no significaría una retirada tranquila. Podría significar su muerte.

En cualquier caso, todavía estaban muy lejos de tierra. Estefanía no sabía manejar la barca y mientras su doncella posiblemente sería una guía útil en las tierras de Felldust, seguramente no podría llevarlas a través del océano hasta ella. Necesitaba las habilidades de la marinera, tanto para encontrar tierra de manera segura como para llevarlas al trozo de tierra correcto. Había cosas que Estefanía necesitaba encontrar, y no podía hacerlo si no podía ni llegar a la tierra que hacía generaciones que era la aliada del Imperio.

Estefanía fue hacia ellas y, por un instante, pensó en empujar a Felene igualmente, simplemente porque parecía sorprendentemente leal a Thanos. No era un rasgo que Estefanía esperara de una ladrona confesa, y quería decir que probablemente el soborno no sería una opción. Lo que solo dejaba medios más violentos.

Aún así, cuando Felene se giró hacia ella, Estefanía forzó una sonrisa.

“¿Cuánto tiempo más tenemos que seguir?” preguntó.

Felene levantó las manos como un comerciante que equilibra las balanzas. “Un día o dos, quizás. Depende del viento. ¿Ya le molesta mi compañía, princesa?”

“Bueno”, dijo Estefanía, “eres grosera, altiva, despótica y casi te regocijas del hecho de que eres una criminal”.

“Y esto solo es el principio de mis virtudes”, dijo Felene riéndose. “Aún así, os llevaré a Felldust sin dificultad. ¿Ha pensado en lo que va a hacer entonces? ¿Los amigos de la corte, quizás, para ayudarla a encontrar a su hechicero? ¿Sabe dónde encontrarlo?”

“Donde el sol al ponerse se encuentra con las calaveras de los que murieron como piedra” dijo Estefanía, recordando las instrucciones que la Vieja Hara la bruja le había dado. Estefanía había pagado por esas direcciones con la vida de una de sus otras doncellas. Apenas parecían suficientes.

“Siempre es algo así”, dijo Felene con un suspiro. “Créame, he robado algunas bonitas cosas impresionantes en mi vida y nunca son direcciones claras. Nunca hay un nombre de calle y alguien que te diga que cojas la tercera puerta a la izquierda. Hechiceros, brujas, estos son los peores. Me sorprende que una dama noble como usted quiera mezclarse con algo así”.

Aquello se debía a que la marinera no sabía nada sobre Estefanía, en realidad. Ni de las cosas que le había tomado su tiempo aprender para ser algo más que otro rostro en el contexto de los acontecimientos reales. Ni por supuesto hasta dónde estaba dispuesta a llegar por venganza.

“Haré lo que haga falta”, dijo Estefanía. “La cuestión es si puedo confiar en ti”.

Felene le mostró una sonrisa. “Siempre y cuando me pida más que nada cosas que incluyan beber, luchar y robar de vez en cuando”. Su gestó se volvió más serio. “Se lo debo a Thanos, y le di mi palabra de que procuraría que estuvieras a salvo. Mantengo mi palabra”.

Sin esa parte, ella hubiera sido perfecta para los planes de Estefanía. Oh, si hubiera estado tan abierta al soborno como el resto de los de su especie. O incluso a la seducción. Estefanía le hubiera entregado a Elethe con la misma facilidad que le había entregado su última doncella a la vieja bruja Hara.

“¿Y qué pasará cuando lleguemos a Felldust?” preguntó Felene. “¿Cómo lo haremos para encontrara aquel ‘lugar donde el sol al ponerse se encuentra con las calaveras de los que murieron como piedra’?”

“Yo he oído hablar de las calaveras de los que murieron como piedra”, añadió Elethe. “Están en las montañas”.

Estefanía hubiera preferido hablar de esto en privado, pero lo cierto era que no había privacidad en su pequeña barca. Tenían que hablar de ello, y aquello quería decir hablar delante de Felene.

“Eso quiere decir que tendremos que ir hacia las montañas”, dijo Estefanía. “¿Podrás encargarte de esto?”

Elethe asintió. “Un amigo de mi familia tiene caravanas que cortan camino por las montañas. Será fácil organizarlo”.

“¿Sin llamar demasiado la atención?” preguntó Estefanía.

“El dueño de una caravana que llama demasiado la atención es al que roban”, le aseguró Elethe. “Y conseguiremos más información una vez lleguemos a la ciudad. Felldust es mi hogar, mi señora”.

“Estoy segura de que serás de gran ayuda”, dijo Estefanía, de un modo que se convirtió en una expresión de gratitud. Antes aquello hubiera hecho enloquecer de alegría a su doncella, pero ahora apenas sonrió. Posiblemente tenía algo que ver con toda la atención que recibía de Felene.

Un fino rayo de ira crecía en Estefanía ante aquello. No eran celos en el sentido tradicional, porque no sentía eso por la chica, ni por nadie, ahora que Thanos había desaparecido de su vida. No, simplemente era porque su doncella era suya. Antes la chica se hubiera lanzado a su muerte si Estefanía se lo hubiera mandado. Ahora, Estefanía no podía asegurarlo, y eso la exasperaba. Debería encontrar un modo de demostrarlo antes de que aquello terminara.

Tendría que hacer muchas cosas antes de terminar en Felldust. Tendría que encontrar a este hechicero, y aunque su doncella entendiera una de las pistas de su paradero, aquella llevaría tiempo y esfuerzo. Tendría que hacerlo en una tierra extraña, donde la política y la gente serían diferentes, aunque sus puntos débiles fueran en general los mismos que en todo el mundo.

Incluso una vez encontrado el hechicero, debería encontrar el modo o de descubrir lo que sabe o de ganarse su ayuda. Quizás solo haría falta dinero, o un pequeño hechizo, pero Estefanía lo dudaba. Cualquier hechicero con el poder de detener a uno de los Antiguos podría conseguir cualquier cosa del mundo que quisiera.

No, Estefanía tendría que ser más creativa que aquello, pero encontraría un modo de hacer que funcionara. Todo el mundo deseaba algo, fuera poder, fama, información, o simplemente seguridad. Estefanía siempre había tenido un don para descubrir lo que quería la gente; muy a menudo era la palanca que los abría a hacer lo que Estefanía quería que hiciesen.

“Dime, Elethe”, dijo por impulso. “¿Qué es lo que tú deseas?”

“Servirla, mi señora”, dijo la chica de inmediato. Era la respuesta correcta, evidentemente, pero había un toque de sinceridad en ella que a Estefanía le gustaba. Ya descubriría la respuesta real a su debido tiempo.

“¿Y tú, Felene?” preguntó Estefanía.

Vio que la ladrona encogía los hombros. “Cualquier cosa que el mundo me ofrezca. Preferiblemente con abundantes tesoros, bebida, compañeros y diversión. No necesariamente en ese orden”.

Estefanía rio flojito, fingiendo no escuchar la mentira que había en ello. “Por supuesto. ¿Qué más podría desear alguien?”

“¿Por qué no me lo dice usted?” contestó Felene. “¿Qué es lo que usted desea, princesa? ¿Por qué pasa por todo esto?”

“Quiero estar a salvo”, dijo Estefanía. “Y busco venganza contra los que me arrebataron a Thanos”.

“¿Venganza contra el Imperio?” dijo Felene. “Imagino que yo podría apoyarla en eso. Al fin y al cabo, ellos me arrojaron a aquella isla suya”.

Si quería pensar que lo que Estefanía quería era vengarse del Imperio, que lo creyera. Los objetos de la ira de Estefanía se definían más fácilmente: Ceres, después Thanos, junto con todos los que los ayudaran.

En silencio, Estefanía repetía el juramento que había hecho en Delos. Educaría a su hijo para que fuera el arma perfecta contra su padre. Lo educaría con amor; seguro, ella no era un monstruo. Pero también tendría un propósito. Sabría lo que su padre había hecho.

Y algunas cosas no podrían perdonarse nunca.




CAPÍTULO CUATRO


Lucio había pasado la mayor parte de su viaje a Felldust como queriendo apuñalar a alguien. Ahora que se estaba acercando, el sentimiento no hacía más que intensificarse. Allí estaba vestido con ropa sucia, mientras el sol lo achicharraba, huyendo de un imperio que debería haberse apresurado a obedecerle.

“Vigila por donde vas, chico”, dijo uno de los marineros, apartando a Lucio de un empujón para poder poner una cuerda en su sitio. Lucio no se había molestado en recordar el nombre de aquel hombre, pero ahora mismo deseaba haberlo hecho, aunque solo fuera para quejarse al capitán de esta barca de su tripulación.

“¿Chico? ¿Sabes quién soy y te atreves a llamarme chico?” exigió Lucio. “Debería ir al capitán Arvan y hacer que te azotaran con el látigo”.

“Hazlo”, dijo el marinero, con el tono aburrido de alguien que sabe que está perfectamente a salvo. “A ver lo que consigues”.

Lucio cerró los puños. Lo peor era la sensación de futilidad. El Capitán Arvan estaba en la cubierta de mando con el timón del barco en sus manos, el bulto de aquel hombre se balanceaba cada vez que una ola movía la barca. Había dejado perfectamente claro que Lucio le importaba hasta que durara su dinero.

Como le había pasado desde que marchó, la rabia traía consigo imágenes de sangre y piedra. La sangre de su padre, manchando la piedra de la estatua de su antepasado.

Con la que me mataste.

Lucio se sobresaltó ante aquello, aunque la voz había estado allí, clara como el cielo por la mañana, profunda como la culpa, siempre desde el momento en que le dio el primer golpe. Lucio no creía en los fantasmas, pero el recuerdo de la voz de su padre todavía estaba allí, contestándole siempre que intentaba pensar. Sí, solo se trataba de su propia mente jugándole malas pasadas, pero aquello apenas lo hacía mejor. Solo quería decir que incluso sus propios pensamientos no harían lo que él quisiera.

Nada lo haría, por el momento. El capitán del barco en el que lo habían aceptado, se lo había llevado a regañadientes, como si no fuera un honor tener a Lucio a bordo durante su viaje. Sus hombres trataban a Lucio con desprecio, como a un criminal común que huye de la justicia, más que como al legítimo gobernador del Imperio, al que le han usurpado cruelmente el trono.

El trono de Thanos.

“No es el trono de Thanos”, dijo bruscamente al vacío. “Es mío”.

“¿Decías algo?” preguntó el marinero, sin molestarse a mirar.

Lucio se apartó de él, y le dio un puñetazo a la madera del mástil, enojado, pero aquello solo le provocó dolor en los nudillos cuando le saltó la piel de los mismos. Si por él fuera, hubiera despellejado a uno o dos de los de la tripulación también.

Aún así, Lucio mantenía las distancias con ellos, manteniéndose en las secciones vacías de cubierta a donde le habían dicho que podía ir, como si se tratara de un plebeyo a quien daban instrucciones acerca de dónde podía estar. Como si él no pudiera reclamar legítimamente todas y cada una de las embarcaciones del Imperio si lo deseaba.

Pero el capitán del barco había hecho exactamente eso. Había dejado a Lucio con instrucciones claras de mantenerse lejos de la tripulación mientras estaban trabajando y de no causar ningún problema.

“De no ser así caerás por la borda e irás nadando hasta Felldust”, había dicho el hombre.

Quizás deberías haberlo matado como hiciste conmigo.

“No estoy loco”, se dijo Lucio a sí mismo. “No estoy loco”.

No lo iba a permitir, como tampoco iba a permitir que los hombres le hablaran con altanería, como si él no importara. Todavía recordaba el frío estado de furia en el que se encontraba cuando golpeó a su padre, sintiendo el peso de la estatua en su mano, golpeando con ella porque era el único modo de retener lo que era suyo.

“Tú me hiciste hacerlo”, hablaba Lucio entre dientes. “No me dejaste elección”.

Estoy seguro que igual que ninguna de tus víctimas de dejó elección, dijo la voz interior. ¿A cuántos has matado ya?

“¿Qué importa eso?” exigió Lucio. Fue dando grandes pasos hacia el barandal y gritó por encima del ajetreo de las olas. “¡No importa!”

“¡Cállate, chaval, aquí estamos intentando trabajar!” gritó el capitán del barco desde donde estaba manejando aquello.

No puedes hacer lo correcto ni siquiera en medio del océano, dijo su voz interior.

“Cierra la boca”, dijo bruscamente Lucio. “¡Cierra la boca!”

“¿Te atreves a hablarme así, chico?” exigió el capitán, dirigiéndose hacia la cubierta principal para enfrentarse a él. El hombre era más grande que Lucio y, normalmente, en aquel momento el miedo lo hubiera recorrido. Ahora mismo no tenía cabida, porque los recuerdos lo empujaban hacia fuera. Recuerdos de violencia. Recuerdos de sangre. “¡Yo soy el capitán de esta embarcación!”

“¡Y yo soy un rey!” replicó Lucio, lanzando un puñetazo con la intención de dar al otro hombre en la mandíbula y hacer que se tambaleara hacia atrás. Nunca había creído en las peleas justas.

En cambio, el capitán se apartó, esquivando el golpe con facilidad. Lucio resbaló con la humedad que había en cubierta y en aquel instante el otro hombre le abofeteó.

¡Abofetearlo a él! Como si fuera una fulana que ha hablado cuando no le tocaba, no un guerrero digno de una lucha. ¡No un príncipe!

Aún así, el golpe fue suficiente para tirarlo a cubierta, y Lucio hizo un pequeño ruido de rabia.

Es mejor que no te levantes, susurró la voz de su padre.

“¡Cállate!”

Metió la mano dentro de su túnica, para buscar el cuchillo que guardaba allí. Entonces fue cuando el Capitán Arvan lo pateó.

El primer golpe fue en el estómago, lo suficientemente fuerte para hacerlo caer de rodillas. El segundo tan solo le golpeó ligeramente la cabeza, pero aún así fue suficiente para hacerle ver las estrellas. No hizo nada para silenciar la voz de su padre.

Llámate a ti mismo guerrero. Sé que sabes cómo hacerlo.

Era fácil decirlo cuando no te están golpeando hasta la muerte sobre la cubierta de un barco.

“¿Crees que me puedes apuñalar, chico?” exigió el Capitán Arvan. “Vendería tu cadáver si creyera que alguien pagaría por él. Tal como están las cosas, ¡te lanzaremos al agua y veremos si ni siquiera los tiburones dirigen sus hocicos hacia ti!” Hubo otra pausa, interrumpida por otro puntapié. “Vosotros dos, agarradlo. Veremos si la realeza flota”.

“¡Soy un rey!” se quejaba Lucio mientras unas manos fuertes empezaban a cogerlo. “¡Un rey!”

Y pronto serás un antiguo rey, añadió la voz de su padre.

Lucio se sintió ingrávido cuando los hombres lo cogieron, lo suficientemente alto que podía ver el agua interminable que los rodeaba, a la que pronto lo arrojarían para que se ahogara. Aunque no era interminable, ¿verdad? Estaba viendo…

“¡Tierra a la vista!” exclamó su centinela.

Por un instante, la tensión se contuvo, y Lucio estaba seguro de que lo iban a lanzar al agua de todas formas.

Entonces la voz del Capitán Arvan retumbó por encima de todo lo demás.

“¡Dejad a esa basura real que respira! Tenemos deberes que atender, nos desharemos de él muy pronto”.

Los marineros no lo dudaron. En su lugar, arrojaron a Lucio sobre la cubierta, abandonándolo mientras se disponían a tirar de las cuerdas junto al resto de la tripulación.

Deberías estar agradecido, susurró la voz de su padre.

Sin embargo, Lucio estaba de todo menos agradecido. En su lugar, añadió este barco y su tripulación a la lista de aquellos que pagarían una vez recuperara su trono. Haría que los quemaran.

Haría que los quemaran a todos.




CAPÍTULO CINCO


Thanos estaba dentro de su jaula esperando a la muerte. Se retorcía y daba vueltas bajo el sol de Delos, que lentamente calentaba, mientras por el patio los guardias trabajaban para construir el patíbulo en el cual lo asesinarían. Thanos nunca se había sentido tan desamparado.

O tan sediento. Allí lo habían ignorado, no le habían dado nada para comer ni para beber, solo dirigían su atención hacia Thanos para hacer repiquetear sus espadas en las barras de su horca, como mofa.

Los sirvientes iban a toda prisa por el patio, la sensación de urgencia en sus recados sugería que algo estaba sucediendo en el castillo de lo que Thanos no sabía nada. O quizás así era simplemente cómo sucedían las cosas durante velatorio por la muerte de un rey. Quizás toda esta actividad se debía simplemente a que la Reina Athena estaba dirigiendo Delos como ella quería.

Thanos podía imaginar a la reina haciéndolo. Mientras otra podría haberse quedado atrapada en su dolor, apenas capaz de moverse, Thanos imaginaba que ella veía la muerte de su esposo como una oportunidad.

Thanos apretó la horca con fuerza con sus manos. Era muy posible que, en aquel mismo momento, él fuera el único que verdaderamente lloraba la muerte de su padre. Los sirvientes y el pueblo de Delos tenían todas las razones para odiarlo. Athenas estaba probablemente demasiado inmersa en sus planes para preocuparse. Y respecto a Lucio…

“Te encontraré”, prometió Thanos. “Habrá justicia por esto. Por todo”.

“Oh, habrá justicia, seguro” dijo uno de los guardias. “Tan pronto como te destripemos por lo que hiciste”.

Golpeó las barras, atrapando los dedos de Thanos de un modo que hizo que este soplara por el dolor. Thanos hizo la intención de agarrarlo, pero el guardia simplemente rio, apartándose como en una danza y dirigiéndose a ayudar a los demás en la construcción del escenario sobre el que Thanos sería asesinado finalmente.

Era un escenario. Todo aquello era un espectáculo. En un instante de violencia, Athena tomaría el control del Imperio, al eliminar el peligro principal para su poder y al mostrar que ella seguía al mando, a pesar de que su hijo ascendiera al trono.

Quizás realmente pensaba que ese sería el caso. De ser así, Thanos le deseaba suerte. Athena era malvada y avariciosa, pero su hijo era un loco sin límites. Ya había matado a su padre, y si su madre pensaba que podía controlarlo, entonces necesitaría toda la ayuda que le pudieran dar.

Como pasaría con todos en Delos, desde el último campesino hasta llegar a Estefanía, atrapada y a la merced de una realeza que no tenía en absoluto.

Pensar en su esposa le apenaba. Había venido hasta aquí para salvarla, y en su lugar había acabado así. Si él no hubiera estado allí, quizás las cosas hubieran resultado mejor. Quizás los guardias hubieran visto que fue Lucio el que había matado al rey. Quizás hubieran actuado, en lugar de intentar limpiarlo todo.

“O quizás hubieran culpado a la rebelión”, dijo Thanos, “y Lucio hubiera tenido otra excusa”.

Podía imaginarlo. No importaba lo mal que estuviera todo, Lucio siempre encontraría un modo de culpar a los demás. Y si él no hubiera estado allí al final, no hubiera podido escuchar a su padre reconocer quién era él. No hubiera descubierto que podía encontrar pruebas de ello en Felldust.

No hubiera tenido la oportunidad de decir adiós, o de sostener a su padre al morir. Ahora lamentaba el hecho de que no conseguiría ver a Estefanía antes de ser ejecutado, o de poder asegurarse de que estaba bien. Incluso con todo lo que había hecho, no debería haberla abandonado en aquel muelle. Había sido un paso egoísta, pensando solo en su propia rabia e indignación. Había sido un paso que le había costado su esposa y la vida de su hijo.

Fue un paso que probablemente le iba a costar a Thanos su propia vida, dado que solo estaba allí porque Estefanía estaba atrapada. Si se la hubiera llevado con él y la hubiera dejado a salvo en Haylon, nada de esto hubiera sucedido.

Thanos sabía que había una cosa que debía hacer antes de que lo ejecutaran. No podía escapar, no podía esperar eludir lo que le esperaba, pero aún podía intentar arreglarlo.

Esperó a que uno de los sirvientes que atravesaban el patio se acercara. El primero al que le hizo una señal continuó caminando.

“Por favor”, llamó al segundo, que miró a su alrededor antes de negar con la cabeza y continuó su camino.

El tercero, una mujer joven, se detuvo.

“Se supone que no podemos hablar contigo”, dijo. “Se nos ha prohibido traerte agua o comida. La reina quiere que sufras por matar al rey”.

“Yo no lo maté”, dijo Thanos. Él alargó el brazo cuando ella se disponía a dar la vuelta. “No espero que lo creas, y no te estoy pidiendo agua. ¿Puedes traerme carbón y papel? La reina no puede haber prohibido esto”.

“¿Estás pensando en escribir un mensaje para la rebelión?” preguntó la sirvienta.

Thanos negó con la cabeza. “Nada de eso. Puedes leer lo que escriba si quieres”.

“Lo… lo intentaré”. Parecía que quería decir algo más, pero Thanos vio que uno de los guardias miraba en su dirección, y la sirvienta se fue a toda prisa.

Esperar era difícil. ¿Cómo se suponía que debía observar a los guardias construyendo la horca de la que lo colgarían hasta prácticamente matarlo, o la gran rueda en la que lo romperían más tarde? Era una pequeña crueldad que demostraba que aunque la Reina Athena consiguiera controlar a su hijo, el Imperio estaría lejos de la perfección.

Todavía estaba pensando en todas las crueldades que Lucio y su madre podrían causar al país cuando la sirvienta llegó con algo doblado bajo el brazo. Tan solo era un trozo de pergamino y un pequeñísimo palo de carbón, pero aún así se lo pasó tan furtivamente como si se tratara de la llave hacia su libertad.

Thanos lo cogió con la misma cautela. No tenía ninguna duda de que los guardias se lo quitarían, aunque solo fuera por la pequeña oportunidad de hacerle más daño. Aunque había algunos que no estaban completamente corruptos por la crueldad del Imperio, pensaban que él era el peor de los traidores, y que merecía todo lo que tenía.

Se encorvó hacia el trozo de pergamino, susurrando las palabras mientras intentaba dejarlo exactamente como debía estar. Escribía con letras diminutas, sabiendo que había mucho en su corazón que necesitaba plasmar allí:



A mi querida esposa, Estefanía. Para cuando leas esto, me habrán ejecutado. Quizás sientas que lo merezco, después del modo en que te dejé atrás. Quizás sentirás algo del dolor que yo siento al saber que has sido forzada a hacer tantas cosas que tú no querías.



Thanos intentaba pensar en las palabras para todo lo que sentía. Era difícil plasmarlo todo, o dar sentido al caos confuso de sentimientos que daban vueltas en su interior:



Yo… te quería, y vine a Delos para intentar salvarte. Siento no haber podido, incluso aunque no estoy seguro de que hubiéramos podido estar juntos de nuevo. Yo… sé lo feliz que estabas cuando supiste lo de nuestro hijo, a mí también me llenó de alegría. Aún así, mi mayor remordimiento es que nunca veremos al hijo o hija que podría haber sido.



Solo pensar en ello ya le provocaba más dolor que cualquiera de los golpes que los guardias le habían causado. Debería haber venido antes a liberar a Estefanía. Nunca debería haberla dejado atrás.

“Lo siento”, susurró, sabiendo que no habría suficiente espacio para escribir todo lo que quería decir. Evidentemente no podía exponer sus sentimientos en algo que iba a confiar a una extraña para que lo entregara. Solo esperaba que aquello fuera suficiente.

Podría haber escrito mucho más, pero aquello era lo principal. Su dolor porque las cosas habían ido mal. El hecho de que había habido amor. Esperaba que fuera suficiente.

Esperó a que la sirvienta se acercara de nuevo y estiró el brazo para detenerla.

“¿Puedes llevar esto a Lady Estefanía?” preguntó.

La sirvienta dijo que no con la cabeza. “Lo siento, no puedo”.

“Ya sé que es pedir mucho”, dijo Thanos. Comprendía el peligro que le estaba pidiendo a la sirvienta que corriera. “Pero si alguien puede hacérselo llegar mientras todavía está encerrada…”

“No es eso”, dijo la sirvienta. “Lady Estefanía no está aquí. Se fue”.

“¿Se fue?” repitió Thanos. “¿Cuándo?”

La sirvienta extendió los brazos. “No lo sé. Escuché a una de sus doncellas hablar de ello. Se marchó hacia la ciudad y no regresó”.

¿Había escapado? ¿Había salido de allí sin su ayuda? Su doncella había dicho que era imposible, ¿pero había encontrado la manera Estefanía? Podía esperar que fuera posible, ¿o no?

Thanos todavía estaba pensando cuando se dio cuenta de que se había detenido la actividad alrededor del patíbulo. Al mirar, fue fácil ver por qué. Estaba acabado. Los guardias estaban a la espera a su lado, obviamente admirando su construcción. Un lazo colgaba, oscuro contra el horizonte. Una rueda en espiral y un brasero estaban por allí cerca. Por encima de todo aquello sobresalía una gran rueda, con cadenas atadas a ella, un enorme martillo descansaba en el suelo junto a ella.

Vio que la gente se iba amontonando. Había guardias colocados en círculo por los bordes del patio, que parecía que estuvieran allí para evitar que otros se metieran y como si quisieran ver la muerte de Thanos por ellos mismos.

Arriba, mirando por las ventanas, Thanos veía sirvientes y nobles, algunos miraban hacia abajo parecía ser que con pena, otros con rostros inexpresivos o con un odio descarado. Thanos podía ver incluso a unos cuantos subidos al tejado, mirando hacia abajo desde allí ya que no podían encontrar otro lugar. Estaban llevando aquello como si se tratara del acontecimiento social de la temporada más que de una ejecución, y un rayo de rabia creció en Thanos ante aquello.

“¡Traidor!”

“¡Asesino!”

Los abucheos fueron a menos, los insultos les siguieron como resultado desde las ventanas, y aquella fue la parte más dura. Thanos pensaba que aquella gente lo respetaban y sabrían que nunca podría hacer aquello de lo que le acusaban, pero lo abucheaban como si fuera el peor de los criminales. No todos ellos lo insultaban, pero bastantes, y Thanos se preguntaba si realmente lo odiaban tanto, o solo querían demostrarle al nuevo rey y a su madre de qué lado estaban.

Se resistió cuando fueron a por él, arrastrándolo desde su horca. Él daba puñetazos y patadas, atacaba e intentaba retorcerse para liberarse, pero cualquier cosa que hiciera no era suficiente. Los guardias le cogieron los brazos, se los retorcieron hacia atrás y se los ataron para inmovilizarlos. Entonces Thanos dejó de pelear, pero solo por mantener algo de dignidad en aquel momento.

Lo llevaron, paso a paso, hacia el patíbulo que habían construido. Thanos subió sin rechistar sobre la banqueta que había debajo de la horca. Con suerte, quizás la caída le rompería el cuello, privándolos de su cruel entretenimiento.

Mientras le colocaban el lazo alrededor del cuello, pensaba en Ceres. En todo lo que podría haber sido diferente. Él había querido cambiar las cosas. Él había querido que las cosas mejoraran y estar con ella. Deseaba…

Pero no hubo tiempo para deseos, porque Thanos notó que los guardias apartaban la banqueta de una patada y el lazo le apretó el cuello.




CAPÍTULO SEIS


A Ceres no le importaba que el castillo fuera el último bastión impenetrable del Imperio. No le importaba que tuviera muros como peñascos escarpados o puertas que pudieran resistir armas de asedio. Esto acababa aquí.

“¡Adelante!” exclamó hacia sus seguidores, y estos se apresuraron a seguirla. Quizás otro general los hubiera guiado desde la retaguardia, planeándolo con cautela y dejando que los otros corrieran el peligro. Ceres no podía hacer aquello. Quería desarticular lo que quedaba del poder del Imperio por ella misma, y sospechaba que la mitad de las razones por las que mucha gente la seguía era a causa de ello.

Ahora eran más de los que habían sido en el Stade. La gente de la ciudad había salido a las calles, la rebelión se había extendido como cuando a las brasas ardientes se les da combustible nuevo. Había personas vestidas con su ropa de empleados del muelle y carniceros, mozos de cuadra y comerciantes. Incluso ahora había unos cuantos guardias, que se arrancaron a toda prisa los colores imperiales cuando vieron que se acercaba aquella marea de humanidad.

“Estarán preparados para cuando lleguemos”, dijo uno de los combatientes que estaba al lado de Ceres mientras marchaban hacia el castillo.

Ceres negó con un movimiento de cabeza. “Nos verán venir. Eso no es lo mismo que estar preparado”.

Nadie podía estar preparado para esto. Ahora a Ceres no le preocupaba cuántos hombres tenía el Imperio, o lo fuertes que eran sus muros. Tenía a una ciudad entera de su lado. Ella y los combatientes corrían por las calles, a lo largo del amplio paseo que lleva hacia las puertas del castillo. Eran la punta de la lanza, con el pueblo de Delos y lo que quedaba de los hombres de Lord West tras ellos en una marea de esperanza y rabia popular.

Ceres escuchó gritos más adelante cuando se aproximaban al castillo, y el ruido de los cuernos mientras los soldados intentaban organizar una especie de defensa significativa.

“Es demasiado tarde”, dijo Ceres. “Ahora no pueden detenernos”.

Pero sabía que había cosas que podían hacer incluso entonces. Empezaron a caer flechas desde los muros, no en las cantidades que formaron una lluvia mortífera para las tropas de Lord West, pero aún así más que peligrosa para los que no llevaban armadura. Ceres vio que una le atravesaba el pecho a un hombre que estaba a su lado. Una mujer cayó al suelo gritando más adelante.

“Los que tengáis escudos o protección, a mí”, gritó Ceres. “Todos los demás, estad preparados para atacar”.

Pero las puertas del castillo ya se estaban cerrando. Ceres veía a sus seguidores como si fueran una ola que iba a romper allí como si se tratara del casco de un gran barco, pero no redujo la velocidad. Las olas también pueden inundar barcos. Incluso cuando las grandes puertas se cerraron con un ruido parecido a un trueno, no se detuvo. Simplemente sabía que tendría que esforzarse más para derrotar el mal del Imperio.

“¡Escalad!” gritó a los combatientes, enfundando sus espadas gemelas para poder saltar al muro. La tosca piedra tenía suficientes asideros para que alguien lo suficientemente valiente lo intentara, y los combatientes eran más que valientes para ello. La siguieron, su musculosa complexión los permitía subir por la piedra como si se tratara de un ejercicio de entrenamiento ordenado por sus maestros de espadas.

Ceres escuchó que los que estaban tras ella pedían escaleras a gritos, y sabía que la gente común de la rebelión la seguiría enseguida. Pero por ahora, ella estaba solo concentrada en la sensación áspera de la piedra que tenía bajo las manos, en el esfuerzo que hacía falta para arrastrarse de un asidero al siguiente.

Una lanza pasó a toda velocidad por su lado, lanzada evidentemente por alguien desde arriba. Ceres se apretó contra la pared, dejándola pasar, y después continuó escalando. Mientras estuviera en el muro era un blanco y la única solución era continuar. Ceres agradecía que no hubieran tenido el tiempo suficiente para preparar aceite hirviendo o quemar arena como protección contra la escalada.

Llegó a lo más alto del muro y, al instante, había allí un guardia para defender. Ceres se alegró de ser la primera en llegar allí, porque tan solo la salvó su velocidad, que le permitió estirar el brazo para agarrar a su contrincante y empujarlo desde su posición encima de la almena. Cayó con un grito, precipitándose hacia la masa furiosa de sus seguidores.

Entonces Ceres saltó encima del muro, desenfundando sus dos espadas para atacar a diestro y siniestro. Un segundo hombre fue hacia ella, y defendía a la vez que empujaba, hasta que notó cómo se hundía la espada. Una lanza apareció por un lateral, desviándose de su incompleta armadura. Ceres la redujo con una fuerza brutal. En unos segundos, había abierto un espacio en la parte de arriba del muro y los combatientes se colaron entonces por el borde para llenarlo.

Algunos de los guardias que había allí intentaron defenderse. Un hombre atacó a Ceres con un hacha. Ella se agachó y escuchó cómo golpeaba la piedra que había tras ella, entonces le hirió con una de sus espadas en el estómago. Anduvo a su alrededor y lo tiró al patio de una patada. Cogió un golpe contra sus espadas y empujó hacia atrás a otro hombre.

No había suficientes hombres para contener el muro. Algunos se fueron corriendo. Los que fueron hacia delante murieron. Uno corrió hacia Ceres con una lanza, y ella notó que le arañaba la pierna cuando la esquivó sin espacio. Dio un golpe bajo para paralizar a su contrincante y, a continuación, trajo sus espadas a la altura del cuello.

Su pequeñae cabeza de playa de encima del muro rápidamente se extendió a algo parecido a un frente de ola. Ceres encontró unos escalones que bajaban hacia las puertas, y las bajó de cuatro en cuatro, deteniéndose solo para parar un golpe de un guardia que estaba a la espera y darle una patada que lo tiró al suelo. Mientras el combatiente que venía tras ella saltó sobre el guardia, Ceres fijó su atención en las puertas.

Había una gran rueda al lado de las puertas, que evidentemente estaba allí para abrirla. Había casi una docena de guardias a su lado formando un círculo, intentando protegerla y manteniendo fuera a la horda de gente. Había más con arcos, preparados para disparar a todo aquel que intentara abrir las puertas.

Ceres fue hacia la rueda sin detenerse.

Atravesó la armadura de un guardia, sacó su espada y se agachó cuando un segundo iba a golpearla. Le cubrió el muslo con su espada, se puso de pie de un salto y derribó a un tercero. Escuchó cómo una flecha repiqueteaba sobre los adoquines, y lanzó una espada, que provocó un grito al clavarse. Agarró la espada de un soldado moribundo, se reincorporó a la batalla y, en un instante, los otros estaban con ella.

En los instantes siguientes hubo un caos, pues los guardias parecían comprender que aquella era su última oportunidad para impedir la entrada a la rebelión. Uno fue hacia Ceres con dos espadas, y ella se enfrentó a él golpe a golpe, sintiendo el impacto cada vez que paraba uno, probablemente más rápido que la mayoría de los que la rodeaban podían hacerlo. Entonces atacó entre los golpes, alcanzando al guardia en el cuello, avanzando incluso antes de que este se desplomara para bloquear un golpe de hacha que iba dirigido a un combatiente.

No pudo salvarlos a todos. A su alrededor, Ceres veía que la violencia parecía no detenerse nunca. Vio que uno de los combatientes que había sobrevivido en el Stade miraba a una espada que le perforaba el pecho. Paró a su contrincante mientras caía y le dio un último golpe con su propia espada. Ceres vio que otro hombre luchaba contra tres guardias. Mató a uno, pero mientras lo hacía, su espada quedó atrapada, permitiéndole a otro que le apuñalara por el lateral.

Ceres fue al ataque y derribó a los dos que quedaban. A su alrededor, la batalla por la rueda de la puerta se propagaba hacia su inevitable conclusión. Era inevitable, al enfrentarse con los combatientes, los guardias que había allí eran como el maíz maduro, listo para ser cortado. Pero aquello no hacía que la violencia o la amenaza fueran menos reales. Ceres se echó hacia atrás justo a tiempo para esquivar un golpe de espada y lanzó al que la empuñaba contra los demás que estaban allí. Tan pronto como hubo espacio libre, Ceres puso sus manos sobre la rueda y empujó con toda la fuerza que sus poderes le daban. Escuchó el chirrido de las poleas y el lento crujido de las puertas al empezar a abrirse.

La gente entró a raudales, como una corriente hacia el castillo. Su padre y su hermano estaban entre los primeros en atravesar el hueco y corrieron a reunirse con ella. Ceres hizo una señal con su espada.

“¡Dispersaos!” exclamó. “Tomad el castillo. Matad solo a los que tengáis que hacerlo. Este es un momento para la libertad, no para la matanza. ¡Hoy cae el Imperio!”

Ceres iba a la cabeza de la ola de gente, en dirección a la sala del trono. En momentos de crisis la gente se dirigiría hacia allí para intentar averiguar lo que sucedía, y Ceres imaginó que los que estaban a cargo del castillo se quedarían allí mientras osaran, para intentar mantener el control.

A su alrededor, vio que la violencia estallaba, imposible de detener, era imposible hacer otra cosa que no fuera reducir la velocidad. Vio que un joven noble se ponía frente a ellos, y la multitud se le echó encima, golpeándolo con todas las armas que podían agarrar. Un sirviente se metió en medio y Ceres vio que lo empujaban contra la pared y lo apuñalaban.

“¡No!” exclamó Ceres al ver que algunas personas del pueblo empezaban a agarrar tapices y a correr detrás de los nobles. “Estamos aquí para detener esto, ¡no para saquear!”

Lo cierto es que ya era demasiado tarde. Ceres vio que unos rebeldes perseguían a uno de los sirvientes que había allí, mientras otros se hacían con los adornos de oro que llenaban el castillo. Había dejado entrar allí un maremoto, y ahora no había esperanza de hacerlo retroceder solo con palabras.

Un escuadrón de guardias reales estaba enfrente de las puertas de la gran sala. Se veían formidables con sus armaduras de oro, grabadas con musculaturas falsas e imágenes diseñadas para intimidar.

“Entregaos y no os haremos daño”, les prometió Ceres, con la esperanza de poder mantener aquella promesa.

Los escoltas reales ni siquiera se detuvieron. Fueron al ataque con las espadas desenfundadas y, en un instante, todo era un caos de nuevo. Los escoltas reales estaban entre los mejores guerreros del Imperio, sus habilidades pulidas tras largas horas de entrenamiento. El primero en embestir contra ella fue tan rápido que incluso Ceres tuvo que alzar su espada bruscamente para interceptar el golpe.

Esquivó de nuevo, su segunda espada se deslizó por el arma del escolta y fue a parar a toda velocidad a su cuello. A su lado, escuchaba los ruidos de la gente luchando y muriendo, pero no osaba mirar a su alrededor. Estaba demasiado ocupada haciendo retroceder a otro contrincante, empujándolo hacia la agitada masa de la aglomeración.

Allí no había más que cuerpos aplastados. Las espadas parecían salir de allí como de un gran retorcido charco de carne. Vio a un hombre que estaba aplastado contra las puertas, el simple peso de la gente que había detrás de él lo tenía allí aplastado, a la vez que lo empujaba hacia delante.

Ceres esperó a estar más cerca y dio una patada a la puerta de la gran sala. Las puertas del castillo eran sólidas, pero estas se abrieron bajo el poder de su golpe, hasta golpear los muros que estaban al otro lado.

Dentro de la gran sala, Ceres vio grupos de nobles, esperando como si estuvieran indecisos de hacia dónde ir. Escuchó cómo varios de los nobles que había allí chillaban como si una horda de asesinos les hubiera caído encima. Desde donde estaban, Ceres imaginaba que probablemente no parecía tan diferente de aquello en absoluto.

Vio a la Reina Athena en el centro de todo aquello, sentada en el alto trono que debería haber sido el del rey, flanqueada por dos de los escoltas más grandes que había allí. Fueron corriendo hacia delante al unísono, y Ceres salió a su encuentro.

Se lanzó hacia delante, sumergiéndose bajo las espadas extendidas de los contrincantes, tropezando y levantándose con un suave movimiento. Se giró, atacando con sus dos espadas de golpe, cogiendo a los escoltas con la fuerza suficiente para perforarles la armadura. Cayeron sin hacer ruido.

Un ruido resonó por encima de las espadas al chocar desde la puerta: el sonido de la Reina Athena aplaudiendo con una intencionada lentitud.

“Oh, muy bien”, dijo mientras Ceres se giraba hacia ella. “Muy elegante. Digno de cualquier bufón. ¿Qué harás en tu siguiente truco?”

Ceres no cayó en la provocación. Sabía que a Athena solo le quedaban las palabras. Evidentemente iba a intentar conseguir todo lo que pudiera con ellas.

“A continuación, terminaré con el Imperio”, dijo Ceres.

Vio que la Reina Athena le clavaba una mirada de furia. “¿Poniéndote a ti en su lugar? Aquí viene el nuevo Imperio, igual que el viejo”.

Aquello le tocó más de cerca de lo que a Ceres le hubiera gustado. Había escuchado los gritos de los nobles mientras los rebeldes que iban con ella se extendían como un fuego incontrolado por el castillo. Había visto a algunos de los que habían matado.

“Yo no soy para nada como tú”, dijo Ceres.

La reina no contestó por un instante. En cambio, rio, y algunos de los nobles se le unieron, evidentemente ya muy acostumbrados a acompañarla con una risa nerviosa cuando la reina pensaba que algo era gracioso. Otros parecían demasiado asustados y se encogían de miedo.

Entonces sintió la mano de su padre sobre el hombro. “No eres en absoluto como ella”.

Pero no había tiempo para pensar en ello, pues la multitud que había alrededor de Ceres estaba cada vez más inquieta.

“¿Qué vamos a hacer con ellos?” preguntó uno de los combatientes.

Un rebelde dio una rápida respuesta. “¡Matarlos!”

“¡Matarlos! ¡Matarlos!” Se convirtió en un canto y Ceres vio que el odio crecía entre la multitud. Se parecía demasiado al aullido que se había formado en el Stade, esperando sangre. Exigiéndola.

Un hombre avanzó, en dirección a uno de los nobles con un cuchillo en la mano. Ceres reaccionó por instinto y esta vez fue lo suficientemente rápida. Se estrelló contra el asesino en potencia, lo golpeó y lo dejó tumbado mientras este miraba fijamente a Ceres atónito.

“¡Es suficiente!” exclamó Ceres y la sala quedó en silencio en aquel momento.

Les lanzó una mirada, que les hizo retroceder avergonzados, clavándoles la mirada a pesar de quiénes eran.

“Se acabó la matanza”, dijo. “Se acabó”.

“Entonces ¿qué hacemos con ellos?” preguntó un rebelde, señalando hacia los nobles. Evidentemente era más valiente que el resto, o simplemente odiaba más a los nobles.

“Los arrestamos”, dijo Ceres. “Padre, Sartes, ¿podéis encargaros de ello? ¿De aseguraros de que nadie los mata o hace daño a nadie aquí?”

Podía imaginar todos los modos en los que podría salir mal. Había mucha rabia entre la gente de la ciudad y entre todos aquellos a los que el Imperio había hecho daño. Fácilmente aquello podría convertirse en el tipo de masacre digna de Lucio, con los errores en los que Ceres no querría nunca estar involucrada.

“¿Y tú qué harás?” le preguntó Sartes.

Ceres comprendía el miedo que notó en ello. Probablemente su hermano había pensado que ella estaría allí para organizar todo esto, pero lo cierto era que no había nadie en quien Ceres confiara más para hacerlo que en él.

“Tengo que acabar con la toma del castillo”, dijo Ceres. “A mi manera”.

“Sí”, dijo la Reina Athena, interrumpiendo. “Cúbrete las manos con más sangre. ¿Cuánta gente ha muerto por tus supuestos ideales?”

Ceres podría haberlo ignorado. Podría simplemente haberse marchado, pero había algo en la reina que era imposible dejar estar, como una herida que no ha sanado lo suficiente.

“¿Cuántos han muerto para que tú pudieras quitarles lo que querías?” replicó Ceres. “Te has dedicado mucho a derribar a la rebelión, cuando simplemente podrías haber escuchado y aprendido algo. Has hecho daño a mucha gente. Pagarás por ello”.

Vio la tensa sonrisa de la Reina Athena. “Sin duda, con mi cabeza”.

Ceres la ignoró y se dispuso a marchar.

“Aún así”, dijo la Reina Athena, “no estaré sola. Es demasiado tarde para Thanos, querida”.

“¿Thanos?”, dijo Ceres y la palabra fue suficiente para detenerla. Se giró hacia donde la reina estaba todavía sentada en el trono. “¿Qué has hecho? ¿Dónde está?”

Vio que la sonrisa de la Reina Athena se hacía más amplia. “Realmente no lo sabes, ¿verdad?”

Ceres sentía que su rabia e impaciencia crecían. No por el modo en que la reina se estaba mofando de ella, sino por lo que podría significar si Thanos estaba realmente en peligro.

La reina volvió a reír. Esta vez no le siguió nadie. “Viniste hasta aquí, y ni siquiera sabías que tu príncipe favorito está a punto de morir por el asesinato de su rey”.

“¡Thanos no asesinaría a nadie!” insistió Ceres.

No estaba segura de por qué tenía que decirlo. ¡Seguro que nadie creía verdaderamente que Thanos podía hacer algo así!

“Aún así va a morir por ello”, respondió la Reina Athena, con una nota de tranquilidad que hizo que Ceres fuera a toda prisa a por ella, poniéndole una espada en el cuello.

En aquel instante, olvidó todos los pensamientos de detener la violencia .

“¿Dónde está?” exigió. “¿Dónde está?”

Vio que la reina se quedaba pálida y una parte de Ceres se sentía feliz por ello. La Reina Athena merecía estar asustada.

“En el patio del sur, esperando su ejecución. Ves, no eres diferente a nosotros”.

Ceres la tiró del trono al suelo. “Que alguien se la lleve antes de que haga algo de lo que me arrepienta”.

Ceres salió corriendo de la sala, abriéndose paso entre los residuos de la lucha que había a su alrededor. Tras ella, escuchaba reír a la Reina Athena.

“¡Llegas demasiado tarde! Nunca llegarás a tiempo para salvarlo”.




CAPÍTULO SIETE


Estefanía estaba sentada mirando al horizonte, haciendo todo lo que podía por ignorar el balanceo del barco e intentando calcular el momento en el que debería asesinar a la capitana del barco.

No había duda de que debería hacerlo. Felene había sido como un regalo de los dioses cuando Estefanía y su doncella la conocieron en Delos. Felene había sido un modo de salir de la ciudad y un modo de llegar a Felldust. Todo mandado de la mano del propio Thanos.

Pero por ser de Thanos, debía morir. El simple hecho de que era lo suficientemente leal para llevarlas hasta aquí significaba que era demasiado leal para confiar en todo lo que Estefanía pretendía hacer a continuación. Ahora la única cuestión era la elección del momento oportuno.

Era un malabarismo. Estefanía alzó la vista y vio aves marinas volando por encima.

“Son una señal de que nos estamos acercando, ¿verdad?” preguntó.

“Muy bien, princesa”, dijo Felene, moviéndose de donde estaba intentando enseñar a pescar a Elethe por el barandal de proa y se quedó ligeramente más cerca de lo necesario. La confianza de su tono hizo enojar a Estefanía, pero hizo todo lo que pudo por ocultarlo.

“¿Así que pronto estaremos allí?”

“Un poco más y veremos tierra”, dijo Felene. “Un poco después, llegaremos a la aldea pesquera donde Elethe dice que encontraremos a la gente de su tío. ¿Por qué? ¿Deseosa de dejar de vomitar?”

“Deseosa de hacer muchas cosas”, respondió Estefanía. Aunque volver a poner los pies sobre tierra firme era una de ellas. Las náuseas matutinas no combinaban bien con el mareo.

Esta era solo una de las razones por las que necesitaba matar a Felene más pronto que tarde. Tarde o temprano, se daría cuenta de que estaba embarazada y aquello no encajaría en la historia que le había contado sobre que Lucio la había obligado a beberse su poción.

¿Cuándo lo adivinaría? Ahora no podía ser más evidente para Estefanía que estaba embarazada, su vestido le iba ceñido sobre su barriga, su cuerpo parecía cambiar de muchas maneras mientras la vida crecía en su interior. De forma automática se puso una mano sobre el abdomen, para proteger la vida que había en su interior, deseando que creciera y se hiciera fuerte. Pero Felene continuaba pasando el tiempo con Elethe, fácilmente distraída por una cara bonita.

Aquella era otra cosa a tener en cuenta para calcular cuándo actuar. Sí, Estefanía debía dejarlo el tiempo suficiente para acercarse a tierra, pero cuanto más tiempo lo dejase, más grande era el peligro de que las lealtades de su doncella se pusieran a prueba. Por muy útil que pudiera ser Felene, Elethe sería mucho más útil cuando tuvieran que encontrar al hechicero. Más aún, la doncella era suya.

Pero por ahora, Estefanía esperaba porque no quería tener que llevar esta barca sin tierra a la vista. Esperaba y observaba mientras Felene ayudaba a su doncella a capturar a un pez que forcejeaba y lo decapitaba con un cuchillo que parecía extremadamente afilado. Que le echara una ojeada mientras lo hacía, solo le decía a Estefanía que se le estaba acabando el tiempo.

Los pensamientos de lo que iba a hacer allí llevaban a Estefanía, endureciendo su decisión. En Felldust estaba el hechicero que había matado Antiguos. Felldust le proporcionaría un modo de hacer desaparecer a Ceres. Después de eso… después de eso, podría encargarse de Thanos, forjando a su hijo en el arma que necesitaba.

“No hacía falta llegar a esto”, dijo Estefanía, de pie para poder ver por encima del barandal.

“¿Cómo dice, princesa?” preguntó Felene.

“Dije, ¿es tierra lo que hay allí?” preguntó Estefanía.

Lo era, el polvo negro de la costa se levantaba en el filo del horizonte. Al principio, solo era una débil línea por encima de las olas, levantándose como un sol rocoso hasta que empezó a llenar la visión de Estefanía.

“Sí”, dijo Felene, yendo hasta el barandal para echar un vistazo. “Pronto estará en tierra sana y salva, princesa”.

Estefanía hundió la mano en su capa. Con el infinito cuidado solo conocido por aquellos que trabajan con venenos, se agenció un dardo. “Felene, hay algo que he querido decirte desde que partimos”.

“¿De qué se trata, princesa?” dijo Felene con una sonrisa burlona.

“Es fácil”, dijo Estefanía con una de sus sonrisas. “¡No me llames princesa!”

Su mano se movió en un destello, el dardo centelleó al sol mientras se dirigía hacia la piel desprotegida del rostro de Felene.

El dolor estalló en su muñeca y a Estefanía le llevó un momento darse cuenta de que Felene había subido el hombro, haciendo que el brazo de Estefanía chocara con él. Estefanía abrió la mano con un espasmo y vio que el dardo caía por un lado.

Para entonces, el dolor ya se estaba extendiendo hacia la mejilla, con tanta fuerza que Estefanía se tambaleó. Aquella no era la bofetada delicada y fina de una chica noble. Era el golpe de una marinera y, con el peso que llevaba, hizo que Estefanía cayera sentada sobre las tablas de cubierta.

“¿Crees que soy estúpida?” exigió Felene. “¿Crees que no sé que has estado preparando esto desde que marchamos?”

“Yo…” empezó Estefanía, pero el zumbido de sus oídos no le permitió continuar.

“Tienes suerte de llevar al hijo de Thanos, ¡porque si no te tiraría a los tiburones ahora mismo!” dijo Felene bruscamente. “Oh, sí, ¡he reconocido las señales! Y ahora estoy considerando si venderte a un esclavista, matarte inmediatamente después de que haya nacido el hijo de Thanos, ¡o simplemente llamar a todo esto un mal trato y volver a Delos!”

Estefanía se disponía a levantarse, cuando Felene la tiró de un empujón. “Oh, no, princesa. Quédate donde estás. De este modo todos estamos más seguros, hasta que encuentre suficiente cuerda para atarte al mástil”.

Entonces Estefanía miró por encima de ella, a Elethe. Le hizo la señal más simple, con la esperanza de que fuera suficiente.

Lo fue. Su doncella sacó una espada corta y curvada y saltó hacia delante. Pero al parecer Felene también estaba preparada para aquello, pues dio la vuelta y bloqueó el primer golpe, con su propio cuchillo en mano de nuevo.

“Lástima”, dijo Felene. “Nos lo podríamos haber pasado muy bien. Yo sobreviví a la Isla de los Prisioneros. ¿Crees que no podría encargarme de ti?”

Estefanía tuvo que sentarse a contemplar la lucha que vino a continuación por un instante, y no solo porque su cabeza zumbaba por el golpe de Felene. Normalmente, no tenía tiempo para el juego de espadas o las habilidades cuidadosamente perfeccionadas de los guerreros. Sin embargo, estas dos hacían que sus cuchillos bailaran al sol mientras luchaban, cogiéndose con las manos los brazos, buscando ángulos. Estefanía vio que Felene daba un golpe bajo y después se echaba hacia atrás para esquivar un puñetazo. Se acercó a Elethe, forcejeando con ella ya que ambas querían clavar su espada.

Entonces fue cuando Estefanía se levantó, sacó un cuchillo que tenía y se lo clavó en la espada a Felene.

Estefanía la vio caer de rodillas, su rostro era la imagen de la sorpresa cuando se llevó la mano a la herida. Su cuchillo repiqueteó sobre cubierta cuando abrió los dedos.





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Morgan Rice ha concebido lo que promete ser otra brillante serie, que nos sumerge en una fantasía de valor, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un fuerte conjunto de personajes que hará que los aclamemos a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores a los que les gusta la fantasía bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre el Despertar de los dragones) Ceres, una hermosa chica pobre de 17 años de la ciudad del imperio de Delos, ha ganado la batalla por Delos y, aún así, todavía le espera una victoria completa. Mientras la rebelión la mira como su nueva líder, Ceres debe encontrar un modo de derrocar la realeza del Imperio y defender Delos del ataque que le aguarda por parte de un ejército mayor de lo que jamás ha conocido. Debe intentar liberar a Thanos antes de su ejecución y ayudarlo a limpiar su nombre en relación con el asesinato de su padre. Thanos está decidido a salir en busca de Lucio por el mar, para vengar el asesinato de su padre, y matar a su hermano antes de que pueda regresar a las orillas de Delos con un ejército. Será un viaje peligroso por tierras hostiles, uno que él sabe que resultará en su propia muerte. Pero está dispuesto a sacrificarse por su país. Pero puede que todo no salga según los planes. Estefanía viaja a una tierra lejana para encontrar a un hechicero que pueda, de una vez por todas, detener los poderes de Ceres. Está decidida a llevar a cabo una traición que matará a Ceres y la proclamará a ella – y a su hijo que todavía no ha nacido- como gobernadora del Imperio. Un libro de fantasía lleno de acción que seguro que satisfará a los admiradores de las anteriores novelas de Morgan Rice, junto con los admiradores de obras como El ciclo del legado de Christopher Paolini… Los admiradores de la Ficción para jóvenes adultos devorarán este último trabajo de Rice y pedirán más. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) ¡Pronto se publicará el libro#6 en DE CORONAS Y GLORIA!

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