Книга - La Noche del Valiente

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La Noche del Valiente
Morgan Rice


Reyes y Hechiceros #6
Una fantasía llena de acción que le encantará a los fans de las otras novelas de Morgan Rice, igual que a los fans de obras como The Inheritance Cycle de Christopher Paolini… Los fans de Ficción para Jóvenes Adultos devorarán este último trabajo de Rice y rogarán por más. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El Despertar de los Dragones) En LA NOCHE DEL VALIENTE, Kyra debe encontrar una manera de escapar de Marda y regresar a Escalon con el Bastón de la Verdad. Si lo logra, le espera la batalla más épica de toda su vida al enfrentarse a los ejércitos de Ra, a la nación de troles, y a la manada de dragones. Si sus poderes y su arma son lo suficientemente fuertes, su madre la esperará para revelarle los secretos de su destino y de su nacimiento. Duncan debe crear una gran defensa contra los ejércitos de Ra de una vez por todas. Pero incluso mientras pelea las batallas más grandes de su vida que lo llevarán a la batalla final en El Barranco del Diablo, no se imagina el engaño oscuro que Ra le tiene preparado. En la Bahía de la Muerte, Merk y la hija del Rey Tarnis deben unir fuerzas con Alec y los guerreros de las Islas Perdidas para pelear contra los dragones. Deben encontrar a Duncan y unirse para salvar a Escalon, pero Vesuvius ha resurgido y no pueden anticipar lo que les tiene preparados. En el final épico de Reyes y Hechiceros, las batallas más dramáticas, las armas y la hechicería, todos conducen a una impresionante conclusión inesperada llena tanto de tragedia desgarradora como de un inspirador renacimiento. Con su fuerte atmósfera y complejos personajes, LA NOCHE DEL VALIENTE es una dramática saga de caballeros y guerreros, de reyes y señores, de honor y valor, de magia, destino, monstruos y dragones. Es una historia de amor y corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una excelente fantasía que nos invita a un mundo que vivirá en nosotros para siempre, uno que encantará a todas las edades y géneros. Si pensaste que ya no había razón para vivir después de terminar de leer la serie El Anillo del Hechicero, te equivocaste. Morgan Rice nos presenta lo que promete ser otra brillante serie, sumergiéndonos en una fantasía de troles y dragones, de valor, honor, intrepidez, magia y fe en tu destino. Morgan ha logrado producir otro fuerte conjunto de personajes que nos hacen animarlos en cada página. … Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores que aman la fantasía bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre El Despertar de los Dragones)





Morgan Rice

LA NOCHE DEL VALIENTE REYES Y HECHICEROS—lIBRO 6




Morgan Rice

Morgan Rice tiene el #1 en éxito en ventas como el autor más exitoso de USA Today con la serie de fantasía épica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de doce libros; de la serie #1 en ventas LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspenso post-apocalíptica compuesta de dos libros (y contando); y de la serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS, compuesta de seis libros. Los libros de Morgan están disponibles en audio y ediciones impresas, y las traducciones están disponibles en más de 25 idiomas.

A Morgan le encanta escucharte, así que por favor visita www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com/) para unirte a la lista de email, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar el app gratuito, conocer las últimas noticias, conectarte con Facebook y Twitter, ¡y seguirla de cerca!



Elogios Dirigidos a Morgan Rice

“Si pensaste que ya no había razón para vivir después de terminar de leer la serie El Anillo del Hechicero, te equivocaste. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice nos presenta lo que promete ser otra brillante serie, sumergiéndonos en una fantasía de troles y dragones, de valor, honor, intrepidez, magia y fe en tu destino. Morgan ha logrado producir otro fuerte conjunto de personajes que nos hacen animarlos en cada página.… Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores que aman la fantasía bien escrita.”

–-Books and Movie Reviews

Roberto Mattos



“EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES funciona desde el principio…. Una fantasía superior…Inicia, como debe, con los problemas de una protagonista y se mueve de manera natural hacia un más amplio circulo de caballeros, dragones, magia y monstruos, y destino.… Todo lo que hace a una buena fantasía está aquí, desde soldados y batallas hasta confrontaciones con uno mismo….Un campeón recomendado para los que disfrutan de libros de fantasía épica llenos de poderosos y creíbles protagonistas jóvenes adultos.”

–-Midwest Book Review

D. Donovan, Comentarista de eBooks



“Una fantasía llena de acción que satisfará a los fans de las novelas anteriores de Morgan Rice, junto con fans de trabajos tales como THE INHERITANCE CYCLE de Christopher Paolini…. Los fans de Ficción para Jóvenes Adultos devorarán este trabajo más reciente de Rice y pedirán aún más.”

–-The Wanderer, A Literary Journal (sobre El Despertar de los Dragones)



“Una fantasía con espíritu que une elementos de misterio e intriga en su historia. A Quest of Heroes se trata del desarrollo de la valentía y sobre tener un propósito en la vida que llega al crecimiento, madurez, y excelencia… Para los que buscan aventuras fantásticas sustanciosas, los protagonistas, dispositivos y acciones proporcionan un vigoroso conjunto de encuentros que se enfocan bien en la evolución de Thor de un niño soñador a un joven adulto enfrentándose a probabilidades imposibles de sobrevivir….Sólo el inicio de lo que promete ser una serie épica para jóvenes adultos.”

--Midwest Book Review (D. Donovan, Comentarista de eBooks)



“EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para un éxito instantáneo: tramas, contratramas, misterio, valientes caballeros, y relaciones crecientes llenas de corazones rotos, decepción y traiciones. Te mantendrá entretenido por horas, y satisfará a todas las edades. Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores de fantasía.”

–-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos



“En este primer libro lleno de acción en la serie de fantasía épica el Anillo del Hechicero (que ya cuenta con 14 libros), Rice les presenta a los lectores a un joven de 14 años llamado Thorgrin "Thor" McLeod, cuyo sueño es unirse a la Legión de Plata, los caballeros de élite que sirven al Rey…. La escritura de Rice es sólida y la premisa intrigante.”

--Publishers Weekly



Libros de Morgan Rice




REYES Y HECHICEROS


EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)


EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2)


El PESO DEL HONOR (Libro #3)


UNA FORJA DE VALOR (Libro #4)


UN REINO DE SOMBRAS (Libro #5)


LA NOCHE DEL VALIENTE (Libro #6)




EL ANILLO DEL HECHICERO


LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)


UNA MARCHA DE REYES (Libro #2)


UN DESTINO DE DRAGONES (Libro #3)


UN GRITO DE HONOR (Libro #4)


UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)


UNA POSICIÓN DE VALOR (Libro #6)


UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)


UNA CONCESIÓN DE ARMAS (Libro #8)


UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)


UN MAR DE ESCUDOS (Libro #10)


UN REINO DE ACERO (Libro #11)


UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)


UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)


UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)


UN SUEÑO DE MORTALES (Libro #15)


UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)


EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)




LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA


ARENA UNO: SLAVERSUNNERS (Libro #1)


ARENA DOS (Libro #2)




EL DIARIO DEL VAMPIRO


TRANSFORMACIÓN (Libro # 1)


AMORES (Libro # 2)


TRAICIONADA (Libro # 3)


DESTINADA (Libro # 4)


DESEADA (Libro # 5)


COMPROMETIDA (Libro # 6)


JURADA (Libro # 7)


ENCONTRADA (Libro # 8)


RESUCITADA (Libro # 9)


ANSIADA (Libro # 10)


CONDENADA (Libro # 11)












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Derechos de autor © 2015 por Morgan Rice

Todos los derechos reservados. Excepto como permitido bajo el Acta de 1976 de EU de Derechos de Autor, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en ninguna forma o medio, o guardada en una base de datos o sistema de recuperación, sin el permiso previo del autor.

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Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, negocios, organizaciones, lugares, eventos, e incidentes son o producto de la imaginación del autor o usados de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es completa coincidencia.

Jacket image Copyright Algol, usado bajo licencia de Shutterstock.com.










CAPÍTULO UNO


Duncan caminaba por la menguante inundación, con agua salpicándole los tobillos y rodeado por docenas de sus soldados que caminaban por el cementerio flotante. Cientos de cuerpos Pandesianos flotaban y chocaban contra sus piernas mientras él se movía por lo que quedaba de la inundación de Everfall. Había un mar de cuerpos hasta donde alcanzaba a ver, soldados Pandesianos que salían del desbordado cañón y que eran arrojados hacia el desierto por las aguas. Era el aire solemne de la victoria.

Duncan miró hacia abajo hacia el cañón lleno de agua que seguía arrojando cuerpos sin detenerse, y después se dio la vuelta mirando hacia el horizonte, hacia Everfall, en donde los torrentes ya habían disminuido notablemente. Lentamente sintió la emoción de la victoria creciendo dentro de él. Todo a su alrededor el aire empezó a llenarse con los vítores de victoria de sus hombres, que caminaban por las aguas sin poder creerlo y lentamente se daban cuenta de que en verdad habían ganado. A pesar de las probabilidades, habían sobrevivido y habían conquistado a la más grande legión. Leifall lo había logrado después de todo. Duncan sintió una gran oleada de gratitud hacia sus leales soldados, hacia Leifall, Anvin y, principalmente, hacia su hijo. Las probabilidades en contra no habían hecho que nadie retrocediera en miedo.

Se escuchó un estruendo distante, y Duncan miró hacia el horizonte llenándose de gozo al ver a Leifall y a sus hombres de Leptus, a Anvin y Aidan entre ellos, Blanco corriendo a sus pies, todos regresando de Everfall y cabalgando para reencontrarse. Los gritos de triunfo del pequeño ejército de Leifall, sus cientos de hombres, se escuchaban incluso hasta allí.

Duncan miró de nuevo hacia el norte y vio en el horizonte distante un mar lleno de negro. Allí, tal vez a un día de cabalgata de distancia, estaba el resto del ejército Pandesiano, reuniéndose y preparándose para vengar a sus compañeros derrotados. Duncan sabía que la siguiente vez no atacarían con diez mil hombres, sino con cien mil.

Duncan supo que no tenían mucho tiempo. Ya había tenido suerte una vez, pero de ninguna manera podría resistir el ataque de cientos de miles de soldados, ni siquiera con los mejores trucos del mundo; y ya se le habían acabado todos sus trucos. Necesitaba una nueva estrategia y la necesitaba rápido.

Mientras sus hombres se reunían alrededor de él, Duncan examinó los rostros duros y dispuestos y supo que estos valientes guerreros buscaban su liderazgo. Sabía que cualquier decisión que tomara ahora lo afectaría no solo a él, sino también a todos estos grandes guerreros; de hecho, decidiría el destino de Escalon. Les debía a todos ellos el decidir sabiamente.

Duncan puso a trabajar su cerebro deseando encontrar una respuesta, pensando en todas las ramificaciones de cualquier estrategia. Todos los planes representaban un gran riesgo, consecuencias nefastas, y todos eran mucho más arriesgados que lo que acababan de lograr en el cañón.

“¿Comandante?” dijo una voz.

Duncan se dio la vuelta y vio el rostro serio de Kavos, que lo miraba con respeto. Detrás de él cientos de hombres también lo miraban. Estaban esperando alguna dirección. Lo habían seguido hasta este momento y seguían con vida; y ahora confiaban en él.

Duncan asintió, respirando profundamente.

“Si nos enfrentamos a los Pandesianos en campo abierto,” empezó a decir, “perderemos. Todavía nos superan en número cien a uno. También han tenido más tiempo para descansar y están mejor equipados. Estaríamos todos muertos para el atardecer.”

Duncan suspiró mientras sus hombres absorbían cada palabra.

“Pero tampoco podemos huir,” continuó, “ni deberíamos hacerlo. Con los troles atacando también y los dragones llenando los cielos no tendremos tiempo de escondernos de esta guerra. Y no es de nosotros el escondernos. Necesitamos una estrategia valiente y rápida y decisiva para derrotar a los invasores y liberar a nuestro país de una vez por todas.”

Duncan guardó silencio por un largo rato, pensando en la casi imposible tarea a la que se enfrentaban. Todo lo que se podía escuchar era el sonido del viento atravesando el desierto.

“¿Qué es lo que propones, Duncan?” presionó finalmente Kavos.

Volteó a ver a Kavos, quien apretaba su alabarda y lo miraba con intensidad, mientras sus palabras hacían eco en su cabeza. Les debía a estos grandes guerreros una estrategia; una manera no solo de sobrevivir, sino de obtener la victoria.

Duncan pensó en el terreno de Escalon. Sabía que todas las batallas se ganaban gracias al terreno, y su conocimiento del terreno de su tierra natal era tal vez la última ventaja que le quedaba en esta guerra. Pensó en todos los terrenos de Escalon en donde el terreno les podría dar una ventaja natural. Tendría que ser un lugar muy especial, un lugar en el que unos miles de hombres puedan pelear contra cientos de miles. Solo había algunos lugares en Escalon—solo unos pocos en todo el mundo—que podrían permitir eso.

Pero mientras Duncan recordaba todas las leyendas y cuentos que le habían contado su padre y el padre de su padre, mientras recordaba todas las grandes batallas que había estudiado de tiempos antiguos, de pronto su mente se enfocó en las batallas que habían sido más heroicas, más épicas, las batallas de los pocos contra los muchos. Una y otra vez su mente pensaba en el mismo lugar: el Barranco del Diablo.

El lugar de los héroes. Este era el lugar en el que unos cuantos hombres habían peleado contra ejércitos, en donde los grandes guerreros de Escalon habían sido probados. En el Barranco se encontraba el paso más estrecho de todo Escalon, y probablemente era el único lugar en el que el terreno definía la batalla. Era un muro de acantilados y montañas que se encontraban con el mar dejando un pequeño corredor por el cual pasar y formando el Barranco que ya había quitado más de unas cuantas vidas. Este obligaba a los hombres a pasar en una sola fila. Obligaba a los ejércitos a formar una sola fila. Creaba un cuello de botella en el que unos cuantos guerreros, si estaban bien posicionados y eran valientes, podían pelear contra todo un ejército. Al menos eso decían las leyendas.

“El Barranco,” respondió finalmente Duncan.

Todos los ojos se agrandaron. Lentamente, asintieron en señal de respeto. El Barranco era una decisión seria; era un lugar de último recurso, un lugar al que se iba cuando no quedaba ninguna otra opción, un lugar en el que los hombres morían o vivían para que la tierra se perdiera o se salvara. Era un lugar de leyenda; un lugar de héroes.

“El Barranco,” dijo Kavos, asintiendo por un largo rato mientras se acariciaba la barba. “Fuerte. Pero aún queda un problema.”

Duncan lo miró.

“El Barranco está diseñado para mantener a los invasores afuera, no adentro,” respondió. “Los Pandesianos ya están adentro. Tal vez podríamos bloquearlo y mantenerlos adentro. Pero lo que queremos es expulsarlos.”

“Nunca antes en la vida de nuestros ancestros,” añadió Bramthos, “se ha logrado que un ejército invasor, después de cruzar el Barranco, se vaya por este otra vez. Es muy tarde. Ya han pasado por allí.”

Duncan asintió con la cabeza pensando lo mismo.

“Ya he considerado eso,” respondió. “Pero siempre hay una manera. Tal vez podremos atraerlos por este hacia el otro lado. Y entonces, una vez que estén en el sur, sellarlo y establecer nuestras defensas.”

Los hombres lo miraban, claramente confundidos.

“¿Y cómo propones que hagamos eso?” preguntó Kavos.

Duncan sacó su espada, encontró un pedazo de tierra seca, y empezó a dibujar. Todos los hombres se acercaron mientras su espada pasaba por la arena.

“Algunos de nosotros seremos la carnada,” dijo dibujando una línea en la arena. “El resto estará esperando del otro lado, listos para sellarlo. Les haremos pensar a los Pandesianos que nos están persiguiendo, que estamos huyendo. Mi grupo, una vez que haya pasado, puede dar la vuelta utilizando los túneles y regresar a este lado del Barranco, y entonces sellarlo. Entonces todos juntos podremos crear las defensas.”

Kavos negó con la cabeza.

“¿Y qué te hace pensar que Ra enviará a sus ejércitos por el Barranco?”

Duncan se sintió determinado.

“Conozco a Ra,” respondió. “Él desea nuestra destrucción, desea una victoria total y completa. Esto apelará a su arrogancia y, por eso, enviará a todo su ejército a perseguirnos.”

Kavos negó con la cabeza.

“Los hombres que sirvan de carnada,” dijo, “quedarán expuestos. Será casi imposible el poder regresar por los túneles. Lo más probable es que esos hombres queden atrapados y mueran.”

Duncan asintió con gravedad.

“Es por eso que yo mismo dirigiré a esos hombres,” dijo.

Todos los hombres lo miraron con respeto. Se acariciaban las barbas y sus rostros estaban inundados de preocupación y duda, todos claramente pensando en lo arriesgado que era.

“Tal vez pudiera funcionar,” dijo Kavos. “Tal vez pudiéramos atraer a las fuerzas Pandesianas y hasta sellarlos afuera. Pero aun así, Ra no enviará a todos sus hombres. En estas partes solo se encuentran sus fuerzas sureñas. Tiene a otros hombres distribuidos por todo el país. Tiene a un poderoso ejército que cuida el norte. Incluso si ganamos esta batalla épica, no ganaríamos la guerra. Sus hombres seguirían controlando Escalon.”

Duncan asintió al estar pensando lo mismo.

“Es por eso que dividiremos nuestras fuerzas,” respondió. “La mitad de nosotros cabalgará hacia el Barranco, y la otra mitad irá al norte para atacar al ejército norteño de Ra. Tú los guiarás.”

Kavos lo miró, sorprendido.

“Si vamos a liberar a Escalon, lo haremos todo al mismo tiempo,” añadió Duncan. “Tú guiarás la batalla en el norte. Llévalos a tu tierra natal, a Kos. Lleva la batalla a las montañas. Nadie puede pelear tan bien como tú en esos lugares.”

Kavos asintió, claramente gustándole la idea.

“¿Y tú, Duncan?” le preguntó con preocupación en su voz. “Tan escasas como sean mis probabilidades en el norte, tus probabilidades en el Barranco son mucho peores.”

Duncan asintió y sonrió. Tomó el hombro de Kavos.

“Mejores probabilidades de gloria, entonces,” le respondió.

Kavos sonrió con admiración.

“¿Y qué hay de la flota Pandesiana?” interrumpió Seavig, dando un paso adelante. “Ahora mismo controlan el puerto de Ur. Escalon no será libre mientras controlen el mar.”

Duncan asintió y puso una mano en el hombro de su amigo.

“Es por eso que tú tomarás a tus hombres y te dirigirás a la costa,” respondió Duncan. “Usa nuestra flota secreta y navega hacia el norte, de noche, siguiendo el Mar de los Lamentos. Navega hasta Ur y, con la suficiente astucia, tal vez puedas derrotarlos.”

Seavig lo miró, tomándose la barba y con osadía y audacia en sus ojos.

“Te das cuenta de que tendremos una docena de barcos contra mil,” respondió él.

Duncan asintió, y Seavig sonrió.

“Sabía que había una razón por la que me agradabas,” le dijo Seavig.

Seavig montó a su caballo y, con sus hombres detrás de él, avanzó sin decir otra palabra, llevándolos hacia el desierto y cabalgando hacia el oeste hacia el mar.

Kavos dio un paso adelante, tomó el hombro de Duncan y lo miró a los ojos.

“Siempre supe que ambos moriríamos por Escalon,” dijo. “Pero no sabía que moriríamos de una manera tan gloriosa. Será una muerte digna de nuestros antepasados. Te agradezco por eso, Duncan. Nos has dado un gran regalo.”

“Y yo a ti,” respondió Duncan.

Kavos se dio la vuelta, les hizo una señal a sus hombres y, sin decir otra palabra, se montaron en sus caballos y empezaron a cabalgar hacia el norte, hacia Kos. Todos avanzaron gritando y dejando una gran nube de polvo al pasar.

Eso dejó a Duncan solo con varios cientos de hombres, todos mirándolo en busca de dirección. Se dio la vuelta y los miró.

“Leifall se acerca,” dijo al verlos venir en el horizonte. “Cuando lleguen, cabalgaremos juntos hacia el Barranco.”

Duncan fue a subirse a su caballo cuando, de repente, una voz cortó el aire:

“¡Comandante!”

Duncan se dio la vuelta y se quedó impactado por lo que vio. Desde el este se acercaba una sola figura, caminando hacia ellos por el desierto. El corazón de Duncan se aceleró al verla. No era posible.

Sus hombres abrieron camino mientras se acercaba. El corazón de Duncan dejó de latir y lentamente sintió los ojos llenársele de lágrimas de alegría. Apenas podía creerlo. Ahí, acercándose como una aparición en el desierto, estaba su hija.

Kyra.

Kyra caminó hacia ellos, sola, con una sonrisa en el rostro y directo hacia él. Duncan estaba desconcertado. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Estaba sola? ¿Había caminado todo el camino? ¿Dónde estaba Andor? ¿Dónde estaba su dragón?

Nada de esto tenía sentido.

Pero ahí estaba, en carne y hueso; su hija había regresado. Al verla sintió como si su alma fuera restaurada. Todo en el mundo se sintió bien, aunque fuera por un momento.

“Kyra,” dijo él acercándose con emoción.

Los soldados se hicieron a un lado mientras Duncan avanzaba, sonriendo, extendiendo sus brazos y deseando poder abrazarla. Ella también sonreía y extendía sus brazos avanzando hacia él. El saber que ella seguía con vida hizo que toda su vida valiera la pena.

Duncan dio los pasos finales, emocionado por abrazarla, y cuando ella llegó hasta él, él la envolvió con sus brazos.

“Kyra,” dijo él con lágrimas. “Estás viva. Has regresado a mí.”

Podía sentir las lágrimas cayendo por sus ojos, lágrimas de alegría y alivio.

Pero al abrazarla, de manera extraña, ella estaba inmóvil y en silencio.

Lentamente Duncan se dio cuenta de que algo andaba mal. Pero a medio segundo de poder darse cuenta, su mundo se llenó de un agudo dolor.

Duncan jadeó perdiendo el aliento. Sus lágrimas de alegría rápidamente se convirtieron en lágrimas de dolor al ver que no podía respirar. No podía procesar lo que estaba pasando; en lugar de un amoroso abrazo, sintió un frío acero atravesándole las costillas y siendo empujado hacia adentro. Sintió algo caliente que brotaba bajando por su estómago, y se quedó entumecido, incapaz de respirar o pensar. El dolor era tan agudo, tan punzante, tan inesperado. Miró hacia abajo y vio una daga en su corazón, y se quedó completamente impactado.

Volteó hacia Kyra, la miró a los ojos y, aunque el dolor era horrible, el dolor de su traición era mucho peor. El morir no le molestaba, pero el morir en manos de su hija lo estaba haciendo pedazos.

Al sentir que el mundo empezaba a dar vueltas debajo de él, Duncan parpadeó, consternado, tratando de entender por qué la persona que más amaba en el mundo lo había traicionado.

Pero Kyra simplemente sonrió, mostrando ningún remordimiento.

“Hola padre,” dijo ella. “Me alegra verte de nuevo.”




CAPÍTULO DOS


Alec estaba en la boca del dragón, sosteniendo la Espada Incompleta con manos temblorosas, aturdido mientras la sangre del dragón caía sobre él como una cascada. Miró por entre las filas de dientes afilados, cada uno tan grande como él, y se preparó mientras el dragón se desplomaba directamente sobre el mar. Sintió que su estómago se le subía a la garganta mientras las aguas congeladas de la Bahía de la Muerte se acercaban cada vez más. Sabía que si el impacto no lo mataba, entonces sería aplastado por el peso del dragón muerto.

Alec, aún sorprendido por haber podido matar a esta gran bestia, sabía que el dragón, con todo su peso y velocidad, se hundiría hasta el fondo de la Bahía de la Muerte llevándoselo con él. La Espada Incompleta podía matar a un dragón; pero ninguna espada podría detener este descenso. Y lo que era peor, las fauces del dragón empezaban a cerrarse encima de él mientras los músculos de la mandíbula se relajaban, convirtiéndose en una jaula de la que Alec nunca podría escapar. Sabía que tenía que actuar pronto si quería tener una oportunidad de sobrevivir.

Mientras la sangre caía sobre su cabeza desde el paladar de la boca del dragón, Alec sacó la espada y, antes de que la boca se cerrara por completo, se preparó y saltó. Gritó mientras caía por el aire helado no sin que antes los dientes afilados le rasgaran la espalda cortando su piel, y por un momento su camisa se atoró en uno de los dientes y pensó que no lo lograría. Detrás de él escuchó que las grandes mandíbulas se cerraban y cortaban el pedazo de tela, y por fin cayó libremente.

Alec se agitaba al caer por el aire, ya listo para que lo recibieran las peligrosas y negras aguas debajo.

De repente sintió el impacto y se quedó congelado al sentir las frías aguas, de una temperatura tan baja que se quedó sin aliento. Lo último que vio al ver hacia arriba fue el cuerpo muerto del dragón cayendo cerca de él, a punto de chocar con la bahía.

El cuerpo del dragón golpeó la superficie con un tremendo impacto, enviando grandes olas de agua en todas direcciones. Afortunadamente no había caído sobre Alec, y la ola se elevó y lo alejó de su cuerpo. Elevó a Alec unos veinte pies de altura antes de detenerse y, para el horror de Alec, empezó a succionar todo a su alrededor en un remolino gigante.

Alec nadó con todas su fuerzas, pero no podía alejarse. A pesar de sus esfuerzos, lo siguiente que supo fue que era succionado por el vasto remolino hacia las profundidades.

Alec nadó lo mejor que pudo sin soltar la espada muy en lo profundo, pateando y hundiéndose en las aguas congeladas. Pateó con desesperación tratando de ir a la superficie siguiendo el resplandor del sol, y mientras lo hacía, vio que tiburones inmensos empezaban a nadar hacia él. Alcanzó a ver el casco del barco flotando en la superficie y supo que solo tenía poco tiempo para poder llegar si es que quería sobrevivir.

Alec finalmente salió a la superficie con un último esfuerzo, jadeando por aire; un momento después sintió manos fuertes que lo tomaban. Miró hacia arriba y vio que Sovos lo subía al barco, y un segundo después ya estaba en el aire aferrándose a la espada.

Pero sintió movimiento y, al voltear hacia un lado, vio a un inmenso tiburón rojo que se dirigía a su pierna. Ya no había tiempo.

Alec sintió la espada vibrando en su mano, diciéndole qué hacer. Era algo que nunca antes había sentido. Giró y gritó mientras la bajaba con todas sus fuerzas con ambas manos.

A esto le siguió el sonido del acero cortando la carne, y Alec vio con sorpresa cómo la Espada Incompleta cortaba al enorme tiburón en dos. Las aguas rojas rápidamente se llenaron de tiburones que se comían los pedazos.

Otro tiburón saltó hacia su pierna, pero esta vez Alec sintió que lo levantaban con fuerza y cayó fuertemente sobre la cubierta.

Se dio la vuelta y gimió cubierto de contusiones y golpes, y respiró agitadamente, aliviado y completamente empapado. Alguien de inmediato lo cubrió con una manta.

“Como si matar a un dragón no fuera suficiente,” dijo Sovos sonriendo de pie a su lado y pasándole una botella de vino. Alec tomó un gran trago y sintió el calor en su estómago.

El barco estaba lleno de soldados, todos emocionados y en estado caótico. Alec no se sorprendió; después de todo no era común que un dragón fuera derribado por una espada. Miró a su alrededor y vio entre la multitud a Merk y Lorna, claramente también rescatados de las aguas. Merk le dio la apariencia de ser un truhan, posiblemente un asesino, mientras que Lorna era hermosa, con una calidad etérea. Ambos estaban empapados y parecían confundidos y felices de seguir con vida.

Alec notó que todos los soldados lo miraban, pasmados, y lentamente se puso de pie, también perplejo, al darse cuenta de lo que acababa de hacer. Miraban hacia la espada que seguía goteando agua y después hacia él, como si fuera un dios. No pudo evitar voltear hacia la espada el mismo, sintiendo el peso de esta en su mano como si fuera una cosa viviente. Examinó el misterioso y brillante metal como si fuera un objeto extraño y vio en su mente el momento en el que había apuñalado al dragón, en su impresión al ver que atravesaba su piel. Se quedó maravillado con el poder de su arma

Pero tal vez más que eso, Alec no pudo evitar preguntarse quién era él. ¿Cómo era él, un simple muchacho de una simple aldea, capaz de matar a un dragón? ¿Qué era lo que le tenía preparado el destino? Empezaba a sentir que este no sería un destino ordinario.

Alec escuchó el sonido de mil mandíbulas y miró por la barandilla a un grupo de tiburones rojos que se comían el cuerpo del tiburón muerto flotando en la superficie. Las aguas negras de la Bahía de la Muerte eran ahora color rojo sangriento. Alec vio el cuerpo flotante y finalmente comprendió que en realidad había pasado. De alguna manera había matado a un dragón. El único en todo Escalon que lo había conseguido.

El cielo se llenó de chillidos y Alec vio a docenas de dragones más volando en la distancia, respirando grandes columnas de fuego y deseando venganza. Mientras lo veían, algunos parecían temerosos de acercarse. Algunos se separaron de la manada al ver a su compañero dragón muerto y flotando en el agua.

Pero otros chillaron con furia y bajaron directamente hacia él.

Al verlos descender, Alec no esperó. Corrió hacia la popa, se subió a la barandilla y los enfrentó. Sintió el poder de la espada pasando dentro de él, animándolo, y dándole una nueva determinación de acero. Sentía como si la espada lo estuviera impulsando. Él y la espada ahora eran uno.

El grupo de dragones descendió directamente hacia él. Los guiaba uno inmenso de brillantes ojos verdes que rugía mientras arrojaba fuego. Alec levantó la espada al sentir el valor que le daba la vibración en su mano. Sabía que el mismísimo destino de Escalon estaba en juego.

Alec sintió una oleada de valor que nunca antes había sentido mientras él mismo dejaba salir un grito de batalla; al hacerlo, la espada de iluminó. Un intenso estallido de luz salió disparado y se elevó, deteniendo el muro de fuego a mitad del cielo. Este continuó hasta que hizo que las flamas cambiaran de dirección, y mientras Alec empujaba con la espada de nuevo, el dragón chilló al ver que su propia columna de fuego lo envolvía. Convirtiéndose en una gran bola de fuego, el dragón chilló y se agitó mientras caía y se hundía en las aguas.

Otro dragón bajó volando, y de nuevo Alec levantó la espada para detener el muro de fuego y lo mató. Otro dragón vino por abajo y, al hacerlo, extendió sus garras tratando de levantar a Alec. Alec se dio la vuelta dando un golpe y se sorprendió al ver que la espada le cortaba las patas. El dragón chilló y Alec atacó de nuevo cortándole el costado y ocasionándole una gran herida. El dragón se desplomó sobre el océano y, al agitarse sin poder volar, fue atacado por un grupo de tiburones.

Otro dragón, uno rojo y pequeño, voló bajo por el otro lado abriendo sus mandíbulas. Mientras lo hacía, Alec dejó que sus instintos actuaran y dio un salto en el aire. La espada le dio poder y saltó más alto de lo que podía imaginar, pasando por encima de la cabeza del dragón y cayendo en su espalda.

El dragón chilló y se sacudió, pero Alec se sostuvo con fuerza. No pudo quitárselo de encima.

Alec se sintió más fuerte que el dragón, capaz de dominarlo.

“¡Dragón!” le gritó. “¡Te ordeno! ¡Ataca!”

El dragón no tuvo opción más que darse la vuelta y volar hacia arriba, directo hacia la manada de dragones que todavía venían hacia él. Alec los encaró sin miedo, volando para enfrentarlos y extendiendo la espada frente a él. Cuando se encontraron en el cielo, Alec atacó con la espada una y otra vez, con un poder y velocidad que no sabía que poseía. Cortó el ala de uno de los dragones; después le cortó la garganta a otro; después apuñaló a otro en un costado del cuello; después dio vuelta y cortó la cola de otro. Uno a uno los dragones se desplomaron del cielo, cayendo en las aguas y creando un remolino en la bahía debajo.

Alec no se detuvo. Atacó a la manada una y otra vez, volando en el cielo sin retroceder. Atrapado en el torbellino, apenas se dio cuenta de que los pocos dragones que quedaban se dieron la vuelta chillando y se alejaban temerosos.

Alec apenas podía creerlo. Dragones. Temerosos.

Alec miró hacia abajo. Vio lo alto que volaba sobre la Bahía de la Muerte, vio cientos de barcos, la mayoría en llamas, y vio a miles de troles que flotaban muertos. También la isla de Knossos estaba en llamas, y su gran fortaleza en ruinas. Era una impresionante escena de caos y destrucción.

Alec detectó a su flota y le ordenó al dragón que bajara. Cuando se acercaron, Alec levantó su espada y la introdujo en la espalda del dragón. Este chilló y empezó a caer, y cuando se acercaron al agua, Alec saltó y cayó en las aguas junto al barco.

Inmediatamente lanzaron cuerdas y ayudaron a Alec a subir de nuevo.

Al llegar de nuevo a la cubierta, esta vez no temblaba. Ya no sentía ni el frío ni el cansancio ni la debilidad ni el miedo. En vez de eso, sentía un poder que desconocía. Se sintió lleno de valor, de fuerza. Se sintió renacer.

Había matado una manada de dragones.

Nada en Escalon podría detenerlo ahora.




CAPÍTULO TRES


Vesuvius, despertando al sentir las afiladas garras lastimándole el revés de su mano, abrió uno de sus ojos para ver qué era lo que pasaba. Miró hacia arriba desorientado y vio que estaba boca abajo sobre la arena, con las olas del mar rompiendo detrás de él y sintiendo el agua helada en sus piernas. Entonces recordó. Después de la batalla épica había terminado en la costa de la Bahía de la Muerte; ahora se preguntaba cuánto tiempo había estado ahí inconsciente. La marea ahora lo estaba alcanzando, y lo hubiera arrastrado hacia adentro si no hubiera despertado. Pero no había sido el frío de las aguas lo que lo había despertado; había sido la criatura en su mano.

Vesuvius miró hacia su mano que reposaba en la arena y vio a un gran cangrejo púrpura que le encajaba una garra en la mano, arrancándole un pequeño pedazo de piel. Se tomaba su tiempo, como creyendo que Vesuvius era un cadáver. Con cada corte, Vesuvius sentía una oleada de dolor.

Vesuvius no podía culpar a la criatura. Miró a su alrededor y vio miles de cadáveres dispersados por toda la playa; los restos de su ejército de troles. Todos estaban tirados y cubiertos de cangrejos púrpuras, y el sonido de sus garras llenaba el aire. El olor de los troles muertos era tan desagradable que casi lo hizo vomitar. Este cangrejo en su mano era claramente el primero que había llegado hasta Vesuvius. Los otros probablemente sintieron que aún estaba vivo y esperaron su momento. Pero este valiente cangrejo se había arriesgado. Docenas más ya empezaban a acercarse, tentativamente siguiendo su ejemplo. Vesuvius supo que en unos momentos estaría cubierto y sería comido vivo por este pequeño ejército; eso si no era primero succionado por la marea congelada de la Bahía de la Muerte.

Sintiéndose hervir por la furia, Vesuvius extendió su otra mano, tomó al cangrejo púrpura y lo apretó lentamente. El cangrejo trataba de escapar, pero Vesuvius no se lo permitiría. Se agitaba salvajemente tratando de alcanzar a Vesuvius con sus pinzas, pero él lo apretaba con fuerza evitando que se diera la vuelta. Apretó más y más fuerte, lentamente, tomándose su tiempo, sintiendo gran placer al provocarle dolor. La criatura chilló con un terrible sonido agudo mientras Vesuvius lentamente cerraba por completo su puño.

Finalmente explotó. Borbotones de sangre púrpura salieron por su mano mientras Vesuvius escuchaba con satisfacción el crujir del caparazón. Lo tiró, completamente aplastado.

Vesuvius logró levantarse en una rodilla, aún tambaleante y, al hacerlo, docenas de cangrejos corrieron claramente asustados al ver a un muerto levantarse. Esto creo una reacción en cadena, y al levantarse, miles de cangrejos huyeron dejando la playa vacía mientras Vesuvius daba su primer paso en la playa. Caminó por el cementerio y lentamente empezó a recordarlo todo.

La batalla de Knossos. Estaba ganando y estaba a punto de destruir a Lorna y Merk cuando llegaron los dragones. Recordó caer de la isla; perdió su ejército; recordó su flota en llamas; y finalmente, que casi se ahogaba. Había tenido una derrota y el solo pensarlo lo hacía arder con vergüenza. Se dio la vuelta y vio hacia la bahía, hacia el lugar de su derrota, y vio en la distancia que la isla de Knossos seguía en llamas. Vio lo que quedaba de su flota flotando ahora en pedazos, con algunos barcos aún encendidos. Entonces escuchó un chillido en las alturas. Volteó hacia arriba inmediatamente.

Vesuvius no podía creer lo que estaba viendo. No era posible. Los dragones estaban cayendo del cielo hacia la bahía y dejaban de moverse.

Muertos.

En las alturas vio a un hombre que montaba a uno de ellos, peleando contra ellos mientras se sostenía de la espalda del dragón y con una espada. Finalmente el resto de la manada se fue huyendo.

Volteó de nuevo hacia las aguas y vio, en el horizonte, docenas de barcos con banderas de las Islas Perdidas, y vio cómo el hombre bajaba del último dragón y subía a su barco. Vio a la mujer, Lorna, y al asesino, Merk, y se llenó de furia al ver que habían sobrevivido.

Vesuvius miró de nuevo hacia la costa y vio a su nación de troles muertos, que eran comidos por los cangrejos o por los tiburones al ser llevados por la corriente; nunca se había sentido tan solo. Se dio cuenta con gran sorpresa que él era el único sobreviviente de su ejército.

Vesuvius giró y miró hacia el norte, hacia el continente de Escalon, y sabía que en algún lugar en el norte lejano Las Flamas ya habían sido bajadas. Justo ahora su gente debería estar saliendo de Marda, invadiendo Escalon, con millones de troles migrando hacia el sur. Después de todo, Vesuvius había conseguido llegar a la Torre de Kos y destruir la Espada de Fuego, y seguramente ahora su nación ya había cruzado y estaban desgarrando Escalon. Necesitaban un líder; lo necesitaban a él.

Vesuvius había perdido esta batalla; pero tenía que recordar que ya había ganado la guerra. Su momento más glorioso, el momento que había esperado toda su vida, lo estaba esperando. Había llegado el momento de recuperar el poder y de guiar a su pueblo a una completa y total victoria.

Sí, pensó mientras se erguía, olvidándose del dolor, de las heridas y del frío extremo. Había conseguido lo que había venido a obtener. Dejaría a la chica y a su gente flotar en el océano. Después de todo, le esperaba la destrucción de Escalon. Ya habría tiempo de regresar y matarla después. Sonrió al pensarlo. En realidad la mataría; le arrancaría todas las extremidades.

Vesuvius entonces empezó a trotar y pronto ya estaba corriendo. Se dirigía al norte. Encontraría a su nación y los guiaría en la batalla más grande de todos los tiempos.

Había llegado el momento de destruir a Escalon ahora y para siempre.

Pronto, Escalon y Marda serían uno.




CAPÍTULO CUATRO


Kyle miraba con asombro mientras la grieta en la tierra crecía y miles de troles caían hacia sus muertes, agitándose hacia el vientre de la tierra. Alva estaba cerca con su bastón levantado e intensos rayos de luz caían de este, tan brillantes que Kyle tenía que cubrirse los ojos. Estaba eliminando al ejército de troles, protegiendo al norte él solo. Kyle había peleado con todo lo que tenía al igual que Kolva a su lado, y aunque habían logrado derribar a docenas de troles en un fiero combate mano a mano antes de resultar heridos, sus recursos eran limitados. Alva era lo único que ahora evitaba que los troles invadieran Escalon.

Los troles pronto se dieron cuenta de que la grieta los estaba matando, y se detuvieron del otro lado, a cincuenta yardas de distancia, al darse cuenta de que no podían avanzar. Miraban a Alva y Kolva y Kyle y Dierdre y Marco con ojos llenos de frustración. Mientras la grieta seguía extendiéndose hacia ellos, los troles se dieron la vuelta y huyeron con pánico en sus rostros.

El ajetreo pronto se detuvo y cayó el silencio. La marea de troles se había detenido. ¿Estaban huyendo de regreso a Marda? ¿Se reagrupaban para invadir en otra parte? Kyle no estaba seguro.

En medio del silencio, Kyle se quedó en el suelo en agonía por sus heridas. Miró cómo Alva bajaba lentamente su bastón y cómo la luz se atenuaba a su alrededor. Alva entonces se volteó hacia él, extendió su mano y la puso en la frente de Kyle. Kyle sintió una oleada de luz entrando en su cuerpo, sintió el calor y la luz y, en solo unos momentos, sintió que estaba completamente curado. Se sentó y sintió que volvía a la vida; inundado de gratitud.

Alva se arrodilló al lado de Kolva, puso su mano en su estómago y lo curó también. En solo unos momentos Kolva pudo levantarse, claramente sorprendido de poder estar de pie y con brillo de luz en sus ojos. Dierdre y Marco eran los siguientes, y mientras Alva ponía sus palmas sobre ellos, ellos también fueron curados. Extendió su bastón y también toco a Leo y Andor, y ambos se levantaron al ser curados por los poderes mágicos de Alva antes de que sus heridas los acabaran.

Kyle se quedó impactado al presenciar con sus propios ojos el poder de este ser mágico del que solo había escuchado rumores toda su vida. Sabía que estaba en presencia de un verdadero maestro. También sintió que era una presencia que sería fugaz; el maestro no se quedaría.

“Lo has logrado,” dijo Kyle lleno de admiración y gratitud. “Has detenido a la entera nación de troles.”

Alva negó con la cabeza.

“No lo he hecho,” respondió él deliberadamente, con voz tranquila y ancestral. “Simplemente los he retrasado. Se acerca una destrucción grande y terrible.”

“¿Pero cómo?” presionó Kyle. “La grieta; ellos nunca podrán cruzarla. Has matado a miles de ellos. ¿No estamos seguros ahora?”

Alva negó con la cabeza con tristeza.

“Esto ni siquiera fue la punta del iceberg de esta nación. Millones más están por avanzar. La gran batalla ha comenzado; la batalla que decidirá el destino de Escalon.”

Alva caminó por entre los escombros de la Torre de Ur, abriéndose camino con su bastón mientras Kyle lo miraba, confundido por este enigma. Finalmente se volteó hacia Dierdre y Marco.

“Desean regresar a Ur, ¿no es así?” les preguntó.

Dierdre y Marco asintieron, con esperanza en sus rostros.

“Vayan,” les ordenó.

Ellos lo miraron, claramente estupefactos.

“Pero ahí ya no queda nada,” dijo ella. “La ciudad fue destruida, inundada. Ahora los Pandesianos gobiernan.”

“Regresar ahí sería regresar a nuestras muertes,” añadió Marco.

“Por ahora,” respondió Alva. “Pero pronto se les necesitará en ese lugar, cuando llegue la gran batalla.”

Dierdre y Marco, sin necesitar que se les insistiera, se subieron juntos a Andor y cabalgaron hacia el sur por entre el bosque, de regreso hacia la ciudad de Ur.

Leo se quedó atrás al lado de Kyle, y Kyle le acarició la cabeza.

“¿Te preocupas por mí y por Kyra, ¿no es así, muchacho?” le preguntó Kyle a Leo.

Leo gimió con afecto, y entonces Kyle supo que se quedaría a su lado y lo protegería como si se tratara de Kyra. Sintió que sería un gran compañero de pelea.

Kyle se dio la vuelta y miró a Alva, que ahora observaba los bosques del norte.

“¿Y nosotros, mi maestro?” preguntó Kyle. “¿En dónde se nos necesita?”

“Justo aquí,” dijo Alva.

Kyle miró hacia el horizonte, siguiendo su mirada al norte hacia Marda.

“Ya vienen,” añadió Alva. “Y nosotros tres somos la última esperanza.”




CAPÍTULO CINCO


Kyra estaba llena de pánico tratando de liberarse de la telaraña, agitándose desesperadamente mientras la inmensa criatura se arrastraba hacia ella. No quería mirarla, pero no pudo evitarlo. Se dio la vuelta y se llenó de terror al ver a una araña masiva que se acercaba cada vez más hacia ella. La miraba con sus grandes ojos rojos y levantaba sus largas y peludas patas negras, mientras abría su boca revelando colmillos amarillos por los que caía saliva. Kyra sabía que su vida estaba a punto de terminar, y que esta sería una manera horrible de morir.

Mientras se retorcía, Kyra escuchó el ajetreo de los huesos en la red a su alrededor; volteó y vio los restos de todas las víctimas que habían muerto antes que ella, y supo que su probabilidad de sobrevivir era limitada. Estaba atrapada en la red y no había nada que pudiera hacer.

Kyra cerró los ojos sabiendo que no tenía otra opción. No podía depender en el mundo exterior; tendría que mirar dentro de ella. Sabía que no podría encontrar la respuesta en su fuerza externa o en sus armas físicas. Si dependía del mundo exterior, moriría.

Pero sintió que en su interior su poder era vasto e infinito. Tendría que sacar su fuerza interna, invocar los poderes a los que temía enfrentarse. Finalmente tendría que entender lo que la motivaba, entender el resultado total de su entrenamiento espiritual.

Energía. Eso era lo que Alva le había enseñado. Cuando dependemos en nosotros mismos, tan solo usamos una fracción de nuestra energía, una fracción de nuestro potencial. Utiliza la energía del mundo. El entero universo está esperando para ayudarte.

Lo sentía, estaba pasando por sus venas. Era ese algo especial con el que había nacido, que su madre le había dejado como herencia. Era el poder que fluía por todas las cosas como un río debajo de la tierra. Era el mismo poder en el que siempre le había costado confiar. Era la parte más profunda de ella, la parte en la que no confiaba por completo. Era la parte a la que más temía, incluso más que a un enemigo. Quería desesperadamente invocar a su madre para que la ayudara. Pero sabía que en la tierra de Marda no podría escucharla. Estaba completamente sola. Tal vez el estar completamente sola y sin poder depender de nadie era el último trecho de su entrenamiento.

Kyra cerró los ojos sabiendo que era ahora o nunca. Sabía que debía volverse más grande que ella misma, más grande que el mundo enfrente de ella. Se obligó a enfocarse en su energía interior, y después en la energía a su alrededor.

Lentamente, Kyra se sintonizó. Sintió la energía de la red y de la araña; pudo sentirla pasar dentro de ella. Lentamente permitió que esta formara parte de ella. Ya no peleaba contra ella. En vez de eso, se permitió ser una sola con ella.

Kyra sintió que ella y el tiempo se volvían más lentos. Pudo concentrarse hasta en los más pequeños detalles, en todo lo que escuchaba y en todo lo que estaba a su alrededor.

De repente, Kyra sintió un destello de energía y por primera vez supo que el universo era uno solo. Sintió que todos los muros de separación eran derribados, y sintió que la barrera entre el mundo externo e interno se disolvía. Sintió que la distinción misma era falsa.

Al hacerlo, sintió una oleada de energía, como si una presa se abriera dentro de ella. Sus palmas le ardían como si se estuvieran quemando.

Kyra abrió los ojos y vio que la araña ya estaba cerca y lista para caer sobre ella. Se dio la vuelta y vio que su bastón estaba en la red cerca de ella. Estiró la mano ya sin dudar de ella misma. Invocó a su bastón y, al hacerlo, este voló por el aire directamente hacia su palma. Lo tomó con fuerza.

Kyra utilizó su poder sabiendo que era más fuerte que cualquier cosa frente a ella, y confió en ella misma. Al hacerlo, levantó el brazo que sostenía el bastón y se liberó de la telaraña.

Giró y, justo cuando la araña dejaba caer sus colmillos sobre ella, ella dio la vuelta y le encajó el bastón dentro de la boca.

La araña dejó salir un chillido espantoso y Kyra empujó su bastón más profundo en su boca mientras lo giraba. Esta trató de cerrar su mandíbula, pero no pudo hacerlo al tener el bastón atravesado en la boca.

Pero entonces, para la sorpresa de Kyra, esta de repente cerró las mandíbulas e hizo trizas el antiguo bastón. Rompió lo que no podía ser roto, destruyéndolo en su boca como un palillo. Esta bestia era más poderosa de lo que había imaginado.

La araña se lanzó hacia ella y, al hacerlo, el tiempo se ralentizo. Kyra sintió que todo encajaba en su enfoque. Sintió muy dentro de ella que podía ser libre, que podía ser más rápida que ella.

Kyra se lanzó hacia adelante, liberándose y rodando en la red; cuando cayeron los colmillos, atravesaron la red en vez de a ella.

Mientras Kyra se enfocaba sintió, por primera vez, una pequeña vibración en el aire, algo que la llamaba. Se dio la vuelta y vio del otro lado de la red aquello por lo que había venido a Marda: el Bastón de la Verdad. Ahí estaba, encajado en un bloque de granito negro, etéreo, brillando bajo el cielo de medianoche.

Kyra sintió una conexión intensa con este, y sintió un hormigueo en su palma al extender su mano derecha hacia este. Dejó salir el grito de batalla más grande de su vida, y entonces supo, simplemente lo supo, que el bastón la obedecería.

De repente, Kyra sintió que la tierra temblaba debajo de ella. Supo que estaba atrayendo el arma desde el mismísimo núcleo de la tierra, y por un glorioso momento no dudó ni de ella misma ni de sus poderes ni del universo.

A esto le siguió el gran sonido de piedra chocando contra piedra, y Kyra miró con admiración que el bastón se elevaba lentamente liberándose del granito. Se elevó lentamente y después voló por el aire, con su eje negro y adornado con joyas cayendo en la palma derecha de Kyra. Lo tomó y se sintió viva. Era como sostener una serpiente, como sostener un ser vivo.

Sin dudar, Kyra giró y atacó justo cuando la araña venía por ella. El bastón de repente se transformó en una cuchilla y cortó la inmensa red en dos.

La araña, chillando, cayó al suelo claramente aturdida.

Kyra se dio la vuelta y cortó la red de nuevo, liberándose completamente y cayendo de pie. Sostuvo el bastón con ambas manos por sobre su cabeza justo cuando la bestia se abalanzaba sobre ella. La enfrentó valientemente, dando un paso hacia adelante y golpeándola con el Bastón de la Verdad con todas sus fuerzas. Sintió que el bastón cortaba por entre el grueso cuerpo de la araña. Esta chilló horriblemente mientras era cortada en dos.

De esta brotó sangre negra y espesa mientras caía muerta sobre el suelo.

Kyra se quedó de pie sosteniendo el bastón con brazos temblorosos, sintiendo una oleada de energía como la que nunca había sentido antes. Sintió que en ese momento había cambiado. Sintió que se había vuelto más poderosa y que nunca volvería a ser la misma. Sintió que todas las puertas se abrieron delante de ella y que todo era posible.

En las alturas, el cielo tronaba y los relámpagos crujían. Rayos escarlata cruzaban las nubes dejándolas marcadas, como si lava fluyera por entre las nubes. A esto le siguió un gran rugido y Kyra se regocijó al ver a Theon salir de entre las nubes. Sintió que la barrera había desaparecido al haber sacado el bastón. Por primera vez supo que ella estaba destinada a cambiarlo todo.

Theon aterrizó frente a ella y, sin esperar, ella se subió a su espalda y se elevaron en el aire. Se escuchaban truenos por todas partes mientras volaban por el cielo hacia el sur, lejos de Marda y con destino a Escalon. Kyra supo que había bajado hasta los niveles más profundos y había prevalecido, que había pasado su prueba final.

Y ahora, con el Bastón de la Verdad en su mano, tenía una guerra que ganar.




CAPÍTULO SEIS


Mientras se alejaba navegando, Lorna observaba la isla de Knossos todavía en llamas desvanecerse en el horizonte y sintió que su corazón se rompía dentro de ella. Estaba en la proa del barco aferrándose a la barandilla, con Merk a su lado y la flota de las Islas Perdidas detrás de ella. Podía sentir todas las miradas sobre ella. Esta querida isla, hogar de los Observadores y de los valientes guerreros de Knossos, había dejado de existir. La gloriosa fortaleza había sido destruida con fuego y los queridos guerreros que habían hecho guardia por miles de años ahora estaban muertos, asesinados por la oleada de troles y terminados por la bandada de dragones.

Lorna sintió movimiento y vio que a su lado llegaba Alec, el muchacho que había matado a los dragones y que había logrado que hubiera silencio de nuevo en la Bahía de la Muerte. Se miraba tan confundido como ella al sostener su espada, y ella sentía una gran gratitud hacia él y hacia el arma que sostenía en las manos. Le dio una mirada a la Espada Incompleta, una obra de arte, y pudo sentir la intensa energía que emanaba de esta. Recordó la muerte de los dragones y entonces supo que lo que él tenía en las manos era el destino de Escalon.

Lorna estaba agradecida por seguir con vida. Sabía que tanto ella como Merk habrían llegado a su final en la Bahía de la Muerte si estos hombres de las Islas Perdidas no hubieran llegado. Pero también sentía mucha culpa por los que no habían sobrevivido. Lo que más le dolía era el no haber podido predecir esto. Toda su vida había podido predecir cosas, todos los giros y vueltas del destino durante su solitaria vida en la Torre de Kos. Había previsto la llegada de los troles, la llegada de Merk, y hasta había visto que la Espada de Fuego sería destruida. Había previsto la gran batalla en la isla de Knossos; pero no había previsto el resultado. No había previsto la isla en llamas ni a los dragones. Ahora dudaba de sus propios poderes, y esto le dolía más que cualquier otra cosa.

¿Cómo pasó todo esto? se preguntaba. La única respuesta podía ser que el destino de Escalon cambiaba momento a momento. Lo que había estado escrito por miles de años estaba siendo cambiado. Sintió que el destino de Escalon estaba en la balanza y ahora era amorfo.

Lorna sintió todos los ojos sobre ella, todos queriendo saber a dónde dirigirse ahora y el destino que les esperaba al alejarse navegando de la isla en llamas. Con el mundo entero en caos, la buscaban por respuestas.

Lorna cerró los ojos y, lentamente, pudo sentir la respuesta dentro de ella, algo que le decía en dónde se les necesitaba más. Pero algo oscurecía su visión. Con un sobresalto, lo recordó. Thurn.

Lorna abrió los ojos y examinó las aguas debajo, observando los cuerpos flotantes que pasaban y el mar de muertos que chocaban con el casco. Los otros marineros también habían estado buscando por horas, escaneando los rostros junto con ella pero sin éxito.

“Mi señora, el barco espera tus órdenes,” presionó Merk gentilmente.

“Hemos revisado las aguas por horas,” añadió Sovos. “Thurn está muerto. Debemos dejarlo.”

Lorna negó con la cabeza.

“Siento que no lo está,” replicó ella.

“Yo, más que nadie, desearía que eso fuera verdad,” respondió Merk. “Le debo mi vida. Él nos salvó del fuego de los dragones. Pero lo vimos quemarse y caer al mar.”

“No lo vimos morir,” respondió ella.

Sovos suspiró.

“Mi señora, incluso si de alguna manera sobrevivió a la caída,” añadió Sovos, “no pudo haber sobrevivido a estas aguas. Debemos dejarlo. Nuestra flota necesita dirección.”

“No,” dijo ella con una voz decisiva y llena de autoridad. Pudo sentirlo dentro de ella, una premonición, un hormigueo en medio de los ojos. Este le decía que Thurn seguía vivo ahí abajo, en medio de los escombros y en medio de los miles de cuerpos flotantes.

Lorna examinó las aguas, esperando y escuchando. Se lo debía, y ella nunca le había dado la espalda a un amigo. La Bahía de la Muerte estaba tenebrosamente callada, con los troles muertos y los dragones fuera de vista. Pero aun así tenía su propio sonido, el constante aullido del viento, el chapoteo de un millar de olas, y el agitarse del barco que no dejaba de mecerse. Mientras escuchaba, las ráfagas de viento se volvieron más feroces.

“Se acerca una tormenta, mi señora,” dijo Sovos finalmente. “Debemos irnos. Necesitamos dirección.”

Sabía que tenían razón. Pero aun así no podía irse.

Justo cuando Sovos abría la boca para hablar, Lorna sintió de repente una oleada de emoción. Se inclinó y miró algo en la distancia que se movía entre las aguas y que era atraído hacia el barco por la corriente. Sintió un hormigueo en su estómago y supo que era él.

“¡AHÍ!” gritó ella.

Los hombres se apuraron hacia la barandilla y también lo miraron: ahí estaba Thurn, flotando en el agua. Lorna no perdió tiempo. Dio dos grandes pasos, saltó por la orilla, y se lanzó cabeza abajo por el aire hacia las heladas aguas de la bahía.

“¡Lorna!” gritó Merk detrás de ella, con preocupación en su voz.

Lorna vio a los tiburones rojos nadando debajo de ella y entendió su preocupación. Estaban rodeando a Thurn, y aunque lo atacaban, ella vio que todavía no eran capaces de penetrar su armadura. Ella se dio cuenta de lo afortunado que era Thurn de todavía traer su armadura; y más afortunado aún al poder sostenerse de un tablón de madera que lo mantenía a flote. Pero los tiburones ahora atacaban con más fuerza, volviéndose más valientes, y supo que se le acababa el tiempo.

También sabía que los tiburones irían por ella, pero esto no la detendría, no cuando la vida de él estaba en peligro. Estaba en deuda con él.

Lorna cayó en el agua impactada por lo helada que estaba y, sin detenerse, nadó y pateó por debajo del agua hasta llegar con él, usando sus poderes para nadar más rápido que los tiburones. Lo tomó poniéndole un brazo alrededor y sintió que estaba vivo, aunque inconsciente. Los tiburones empezaron a nadar hacia ella y ella se preparó, lista para hacer lo que fuera necesario para mantenerse con vida.

Lorna de repente vio cuerdas a su alrededor y se aferró de una fuertemente, sintió que era jalada hacia atrás, y voló por el aire. Fue justo en el momento exacto: un tiburón rojo saltó del agua y trató de morderle las piernas, pero falló.

Lorna, sosteniendo a Thurn, fue levantada en el aire atravesando el viento helado que los hacía chocar contra el casco del barco. Un momento después fueron levantados por la tripulación y, antes de subir al barco, echó una mirada hacia abajo y alcanzó a ver a los tiburones furiosos por haber perdido su almuerzo.

Lorna cayó en la cubierta con Thurn todavía en sus brazos, y al hacerlo, inmediatamente le dio la vuelta y lo examinó. La mitad de su rostro estaba desfigurado, quemado por el fuego, pero al menos había sobrevivido. Sus ojos estaban cerrados. Al menos no estaban abiertos hacia el cielo; esto era una buena señal. Le puso una mano en el corazón y sintió algo. Aunque muy débil, era un latido de corazón.

Lorna le puso las palmas sobre el corazón y, al hacerlo, sintió una oleada de energía, un intenso calor que salía de las palmas de sus manos y hacia él. Invocó a sus poderes y esperó que Thurn pudiera regresar a la vida.

Thurn de repente se sentó derecho con un jadeo y respirando agitadamente y escupiendo agua. Tosió y los otros hombres se acercaron rápidamente para cubrirlo en pieles y calentarlo. Lorna estaba eufórica. Vio que le regresaba el color al rostro y supo que viviría.

Lorna entonces sintió que le colocaban pieles calientes sobre los hombros, y al darse vuelta vio que Merk estaba de pie a su lado, sonriéndole y ayudándole a ponerse de pie.

Los hombres pronto ya estaban todos a su alrededor, mirándola incluso con más respeto.

“¿Y ahora?” le preguntó él a su lado. Casi tuvo que gritar para ser escuchado por sobre el viento y el mecimiento del barco.

Lorna sabía que les quedaba poco tiempo. Cerró los ojos y levantó las palmas al cielo, y lentamente sintió el tejido del universo. Con la Espada de Fuego destruida, Knossos acabado, y los dragones desaparecidos, necesitaba saber en dónde los necesitaba más Escalon en este tiempo de crisis.

De repente sintió la vibración de la Espada Incompleta a su lado, y entonces lo supo. Se dio la vuelta hacia Alec y él la miró, claramente esperando.

Ella sintió que su destino especial empezaba a aparecer dentro de ella.

“Ya no deberás perseguir a los dragones,” dijo ella. “Aquellos que han huido no te buscarán; ahora te temen. Y si los buscas, no los encontrarás. Han ido a pelear en otra parte de Escalon. La misión de destruirlos ahora es de otra persona.”

“¿Entonces qué, mi señora?” preguntó él, claramente sorprendido.

Cerró los ojos y sintió que llegaba la respuesta.

“Las Flamas,” respondió Lorna sintiendo que esa era la respuesta. “Deben ser restauradas. Esa es la única forma de evitar que Marda destruya Escalon. Eso es lo que más importa ahora.”

Alec parecía perplejo.

“¿Y eso que tiene que ver conmigo?” preguntó él.

Ella lo miró.

“La Espada Incompleta,” respondió ella. “Es la última esperanza. Esta, y solo esta, podrá restaurar el muro de fuego. Deberá ser regresada a su hogar original. Hasta entonces, Escalon nunca podrá estar seguro.”

Él la miró con sorpresa en el rostro.

“¿Y dónde está su hogar?” preguntó él mientras los hombres se acercaban para escuchar.

“En el norte,” dijo ella. “En la Torre de Ur.”

“¿Ur?” preguntó Alec, estupefacto. “¿No ha sido ya destruida la torre?”

Lorna asintió.

“La torre, sí,” respondió ella. “Pero no lo que yace debajo.”

Respiró profundo mientras todos la miraban fijamente.

“La torre tiene una cámara secreta muy por debajo del suelo. En realidad la torre nunca fue importante; tan solo era una distracción. Se trata de lo que hay debajo. Ahí encontrará su hogar la Espada Incompleta. Cuando la regreses, la tierra estará segura y Las Flamas volverán para siempre.”

Alec respiró profundo, claramente tratando de procesarlo todo.

“¿Quieres que viaje hacia el norte?” preguntó él. “¿Hacia la torre?”

Ella asintió.

“Será un viaje muy peligroso,” dijo ella. “Encontrarás enemigos por ambos lados. Lleva a los hombres de las Islas Perdidas contigo. Naveguen por el Mar de los Lamentos y no se detengan hasta llegar a Ur.”

Dio un paso hacia adelante y le puso una mano en el hombro.

“Regresa la espada,” le ordenó. “Y sálvanos.”

“¿Y usted, mi señora?” preguntó Alec.

Ella cerró los ojos y sintió una terrible oleada de dolor; entonces supo a dónde debería ir.

“Duncan muere mientras hablamos,” dijo ella. “Y solo yo puedo salvarlo.”




CAPÍTULO SIETE


Aidan cabalgaba por los páramos con los hombres de Leifall, Cassandra a su lado, Anvin al otro lado, Blanco a sus pies, y todos galopaban dejando una nube de polvo mientras Aidan se regocijaba por el sentimiento de victoria y orgullo. Había ayudado a lograr lo imposible: redirigir las cataratas, cambiar la inmensa corriente de Everfall, y enviar las aguas a borbotones por las planicies para inundar el cañón; y así salvar a su padre justo a tiempo. Al acercarse y estando muy deseoso de poder reencontrarse con su padre, Aidan pudo ver a los hombres de su padre en la distancia, pudo escuchar los gritos de júbilo que llegaban hasta ahí, y se llenó de orgullo. Lo habían conseguido.

Aidan estaba eufórico al ver que su padre y sus hombres habían sobrevivido, el cañón inundado, rebosante, y miles de Pandesianos muertos a sus pies. Por primera vez Aidan sintió un gran sentido de propósito y pertenencia. En realidad había contribuido a la causa de su padre a pesar de su corta edad, y se sentía un hombre entre los hombres. Sintió que este sería uno de los momentos más grandes de su vida.

Mientras galopaban acompañados por el brillante sol, Aidan estaba impaciente por el momento en que viera a su padre, el orgullo en sus ojos, su gratitud y, más que nada, su mirada de respeto. Estaba seguro de que ahora su padre lo miraría como a un igual, como a uno de los suyos, como a un verdadero guerrero. Era todo lo que Aidan siempre había querido.

Aidan siguió avanzando con el estruendoso sonido de los caballos en sus oídos, cubierto de tierra y quemado por la larga cabalgata, y al pasar la colina vio el último trecho delante de ellos. Miró hacia el grupo de los hombres de su padre con el corazón acelerado por la anticipación; cuando de repente se dio cuenta de que algo andaba mal.

Ahí en la distancia los hombres de su padre estaban abriendo camino, y en medio caminaba una sola figura, caminando sola por el desierto. Una chica.

No tenía sentido. ¿Qué estaba haciendo una chica sola ahí caminando hacia su padre? ¿Por qué se detenían todos los hombres dejándola pasar? Aidan no sabía exactamente qué era lo que estaba mal, pero por el latir de su corazón supo que algo dentro de él le decía que esto significaba problemas.

Y lo que fue más extraño, al acercarse Aidan pudo reconocer la figura particular de la chica. Vio su capa de gamuza y cuero, sus altas botas negras, su bastón en la mano, su cabello largo color rubio claro, su rostro orgulloso distintivo, y parpadeó confundido.

Kyra.

Su confusión siguió creciendo. Al verla caminar, vio la forma de su marcha y la forma en que sostenía los hombros, y supo que había algo extraño. Se miraba como ella, pero no lo era. No era la hermana con la que había pasado toda su vida, con la que había leído libros apoyado en su regazo.

Aún a cien yardas de distancia, el corazón de Aidan se aceleraba al sentir cada vez más nerviosismo. Bajó su cabeza, pateó a su caballo para que acelerara y cabalgó tan rápido que apenas si podía respirar. Tenía una terrible premonición, un sentimiento de muerte inminente al ver a la chica acercarse a Duncan.

“¡PADRE!” gritó.

Pero desde ahí sus gritos eran apagados por el viento.

Aidan galopó más rápido, separándose del resto del grupo y bajando a toda velocidad. Miró con impotencia cómo la chica se acercaba para abrazar a su padre.

“¡NO, PADRE!” gritó él.

Estaba a cincuenta yardas de distancia, después cuarenta, después treinta; pero aún muy lejos como para poder hacer algo.

“¡BLANCO, CORRE!” le ordenó.

Blanco avanzó corriendo incluso más rápido que el caballo. Pero aun así Aidan sabía que no llegaría a tiempo.

Entonces lo vio suceder. Para el horror de Aidan, la chica sacó una daga y la encajó en el pecho de su padre. Los ojos de su padre se ensancharon y cayó de rodillas.

Aidan sintió que él también era apuñalado. Sintió que todo su cuerpo se colapsaba dentro de él al nunca haberse sentido tan impotente. Todo había pasado tan rápido que los hombres de su padre estaban estupefactos y confundidos. Nadie sabía qué estaba pasando. Pero Aidan lo sabía; lo había sabido desde un principio.

Aún a veinte yardas de distancia, Aidan desesperadamente sacó la daga que Motley le había dado de su cinturón, se inclinó hacia atrás y la lanzó.

La daga giró por el aire reflejando la luz del sol y dirigiéndose hacia la chica. Ella sacó la daga, sonriendo, y se preparó para apuñalar a Duncan otra vez; pero entonces la daga de Aidan llegó a su objetivo. Aidan se sintió aliviado al ver que le había atravesado la mano, al verla gritar y soltar su arma. No fue un grito de este mundo, y ciertamente no era de Kyra. Quienquiera que fuese, Aidan la había expuesto.

Se dio la vuelta y lo miró y, al hacerlo, Aidan miró con horror cómo su rostro se transformaba. La apariencia femenina fue reemplazada por un grotesco rostro masculino que crecía a cada segundo. Los ojos de Aidan se agrandaron por la sorpresa. No era su hermana. Se trataba del Grande y Sagrado Ra.

Los hombres de Duncan se quedaron perplejos al verlo. De alguna manera, la daga en su mano había interrumpido la ilusión, había destruido la hechicería utilizada para engañar a Duncan.

Al mismo tiempo Blanco saltó hacia él, atravesando el aire y cayendo sobre el pecho de Ra con sus grandes patas, derribándolo hacia atrás. Gruñendo, el perro atacó su cuello y utilizó sus garras. Le cortó el rostro tomando a Ra completamente por sorpresa y evitando que pudiera prepararse para atacar a Duncan de nuevo.

Ra, peleando en la tierra, miró hacia el cielo y gritó unas palabras, algo en un lenguaje que Aidan no pudo entender y claramente invocando un hechizo antiguo.

Y entonces, de repente, Ra desapareció en una esfera de polvo.

Todo lo que quedó fue su daga ensangrentada en el suelo.

Y ahí, en un charco de sangre, estaba el cuerpo inmóvil del padre de Aidan.




CAPÍTULO OCHO


Vesuvius cabalgaba hacia el norte por el campo, galopando en un caballo que había robado después de matar a un grupo de soldados Pandesianos, y ahora creando un alboroto casi sin detenerse al destruir aldea tras aldea asesinando mujeres y niños inocentes. En algunos casos pasaba por una aldea para conseguir comida y armas; en otros, tan solo por el placer de matar. Sonrió ampliamente al recordar prenderle fuego a una aldea tras otra, quemándolas por completo él solo. Dejaría su marca en Escalon en cualquier lugar por el que pasara.

Al salir de la última aldea Vesuvius gruñó y lanzó una antorcha encendida, observando con satisfacción mientras caía en otro techo y se incendiaba otra aldea. Salió de esta regocijándose. Era la tercera aldea que quemaba en una hora. Las quemaría todas si pudiera, pero tenía asuntos urgentes. Encajó sus tacones en el caballo y estaba determinado a unirse a sus troles y guiarlos en el último trecho de la invasión. Lo necesitaban ahora más que nunca.

Vesuvius cabalgó y cabalgó, cruzando las grandes planicies y entrando en la parte norteña de Escalon. Sintió que su caballo empezaba a cansarse, pero eso solo lo hizo encajarle más profundo sus tacones. No le importaba si lo cabalgaba hasta la muerte; de hecho, esperaba que así fuera.

Mientras el sol empezaba a bajar en el cielo, Vesuvius pudo sentir que su nación de troles estaba cerca y lo esperaban; podía olerlo en el aire. Le dio gran felicidad el pensar en su gente finalmente de este lado de Las Flamas en Escalon. Pero al avanzar, se preguntó por qué sus troles no estaban ya más al sur saqueando todo el terreno. ¿Qué los detenía? ¿Eran sus generales tan incompetentes que no podían hacer nada si él?

Vesuvius finalmente salió libre de una gran extensión de bosque, y al hacerlo, su corazón saltó al ver a sus fuerzas extendiéndose en las llanuras de Ur. Se emocionó al ver que se juntaban decenas de miles de troles. Pero estaba confundido: en vez de parecer victoriosos, los troles parecían derrotados y desamparados. ¿Cómo era posible?

Mientras Vesuvius veía a su gente simplemente parados allí, su rostro se ruborizó con disgusto. Sin él, todos parecían desmoralizados y sin motivación para pelear. Con Las Flamas abajo, Escalon ya era de ellos. ¿Qué era lo que estaban esperando?

Vesuvius finalmente los alcanzó y, al entrar en la multitud galopando, vio que todos se volteaban y lo miraban con sorpresa, miedo y después esperanza. Todos se quedaron congelados. Siempre había tenido ese efecto en ellos.

Vesuvius bajó de su caballo y, sin dudar, levantó su alabarda con las manos y le cortó la cabeza a su caballo. El caballo sin cabeza se quedó de pie por un momento; después cayó muerto.

Eso, pensó Vesuvius, fue por no correr lo bastante rápido.

Además, siempre le gustaba matar algo cuando llegaba a algún lugar.

Vesuvius vio el miedo en el rostro de los troles mientras marchaba hacia ellos furioso, demandando respuestas.

“¿Quién está liderando a estos hombres?” demandó.

“Yo, mi señor.”

Vesuvius dio la vuelta y vio a un trol grande y grueso, Suves, su subcomandante en Marda, que lo miraba con decenas de miles de troles detrás de él. Vesuvius pudo ver que Suves trataba de parecer orgulloso, pero podía detectar el miedo detrás de su mirada.

“Pensamos que estabas muerto, mi señor,” añadió tratando de explicar.

Vesuvius frunció el ceño.

“Yo no muero,” replicó. “Morir es para los cobardes.”

Los troles lo miraron con temor y silencio mientras Vesuvius abría y cerraba su agarre en su alabarda.

“¿Y por qué te has detenido aquí?” demandó. “¿Por qué no has destruido todo Escalon?”

Suves pasaba la mirada de sus hombres a Vesuvius con miedo.

“Fuimos detenidos, mi maestro,” admitió él finalmente.

Vesuvius sintió una oleada de rabia.

“¿¡Detenidos!?” gritó. “¿Por quién?”

Suves dudó.

“El que es conocido como Alva,” dijo finalmente.

Alva. El nombre resonó profundamente en el alma de Vesuvius. Era el hechicero más grande de Escalon. Tal vez el único con más poder que él mismo.

“Creó una grieta en la tierra,” explicó Suves. “Un cañón que no pudimos cruzar. Ha separado el sur del norte. Muchos de nosotros ya hemos muerto intentándolo. Fui yo el que detuvo el ataque para salvar a los troles que ves aquí hoy. Soy yo al que tienes que agradecer por haber conservado estas preciosas vidas. Soy yo el que salvó nuestra nación. Por eso, mi maestro, te pido que me promuevas y me des mi propio comando. Después de todo, esta nación ahora me busca a mí por liderazgo.”

Vesuvius sintió que su rabia estaba a punto de explotar. Con manos temblorosas, dio dos pasos rápidos, giró su alabarda, y cortó la cabeza de Suves.

Suves cayó al suelo mientras el resto de los troles lo miraban con sorpresa y temor.

“Ahí tienes,” le dijo Vesuvius al trol muerto, “tu comando.”

Vesuvius examinó a su nación de troles con disgusto. Pasó por las filas mirando todos los rostros, infundiendo temor y pánico en todos ellos como le gustaba hacerlo.

Finalmente habló, con su voz pareciendo más un gruñido.

“El gran sur está frente a ustedes,” dijo con una voz oscura y llena de furia. “Esas tierras fueron una vez de nosotros, saqueadas por nuestros antepasados. Esas tierras una vez fueron Marda. Nos han robado lo que es nuestro.”

Vesuvius respiró profundo.

“Para aquellos que tengan miedo de avanzar, juntaré sus nombres y los nombres de sus familias y haré que todos sean torturados lentamente uno a uno, y entonces serán enviados a pudrirse en los fosos de Marda. Aquellos que deseen pelear y salvar sus vidas y recuperar lo que alguna vez fue de nuestros antepasados me seguirán. ¿Quién está conmigo?” gritó.

A esto le siguió un gran vitoreo, un gran estruendo por las filas hasta donde se alcanzaba a ver de los troles levantando sus alabardas y coreando su nombre.

“¡VESUVIUS! ¡VESUVIUS! ¡VESUVIUS!”

Vesuvius dejó salir un gran grito de batalla, se dio la vuelta y corrió hacia el sur. Detrás de él se escuchaba un estruendo como el del trueno, el estruendo de miles de troles siguiéndolo, de una gran nación determinada a acabar con Escalon de una vez por todas.




CAPÍTULO NUEVE


Kyra voló sobre la espalda de Theon dirigiéndose al sur sobre Marda, lentamente volviendo a ser ella misma mientras dejaba esta tierra de oscuridad. Se sentía más poderosa que nunca. En su mano derecha sostenía el Bastón de la Verdad, del que salía una luz que los envolvía a ambos. Sabía que esta arma era mucho más grande que ella; era un objeto del destino que la llenaba con su poder, que la manejaba a ella tanto como ella manejaba a este. El sostenerlo hizo que el universo se sintiera más grande, que ella se sintiera más grande.

Kyra sintió como si sostuviera el arma que había sido destinada para ella desde que había nacido. Por primera vez en su vida pudo entender qué era lo que le hacía falta y ahora se sintió completa. Ella y el bastón, esta misteriosa arma que había recuperado desde las profundidades de la tierra de Marda, eran uno.

Kyra voló hacia el sur sintiendo que Theon también era más grande y fuerte, y que la furia de venganza en sus ojos era igual a la suya. Mientras pasaban las horas y seguían volando, finalmente la negrura empezó a desvanecerse y el verde de Escalon se hizo visible. El corazón de Kyra dio un salto al ver su tierra natal; pensó que nunca la volvería a ver. Tuvo una sensación de urgencia; sabía que su padre, rodeado por los ejércitos de Ra, la necesitaba en el sur; sabía que los soldados Pandesianos llenaban el terreno; sabía que las flotas Pandesianas aplastaban a Escalon desde el mar; sabía que en algún lugar en las alturas volaban los dragones también tratando de destruir Escalon; y sabía que millones de troles también destrozaban el país. Escalon estaba en caos por todos lados.

Kyra parpadeó y trató de alejar de su memoria el pensamiento de su tierra natal hecha pedazos, las largas extensiones de ruinas y escombro y cenizas. Aun así, sabía que el arma que apretaba en su mano podría significar una esperanza de redención. ¿Podrían este bastón, Theon, y los poderes de ella realmente salvar a Escalon? ¿Podría ser salvado algo que ya estaba en ruinas? ¿Podría Escalon recuperar algo de lo que alguna vez había sido?

Kyra no lo sabía, pero siempre había esperanza. Eso era lo que su padre le había enseñado: incluso en la hora más desesperada, cuando las cosas se ven más sombrías y parecen ya estar destruidas, siempre hay esperanza. Siempre hay una chispa de vida, de esperanza, de cambio. Nada nunca era absoluto, ni siquiera la destrucción.

Kyra siguió volando sintiendo que su destino crecía dentro de ella, sintiendo una oleada de optimismo y sintiéndose más poderosa con cada momento que pasaba. Reflexionó y sintió que había conquistado algo dentro de ella misma. Recordó cortar la red de la araña y sintió que, mientras la cortaba, también había cortado algo dentro de sí misma. Había sido obligada a sobrevivir por sí sola, y había conquistado a los demonios más profundos dentro de ella. Ya no era la misma chica que había crecido en el fuerte de Volis; ni siquiera era la misma chica que se había aventurado dentro de Marda. Ahora regresaba como una mujer, como una guerrera.

Kyra miró hacia abajo por entre las nubes sintiendo que el paisaje empezaba a cambiar y vio que finalmente llegaban hasta la frontera en la que anteriormente habían estado Las Flamas. Al examinar la gran cicatriz en la tierra, vio movimiento que atrajo su atención.

“Más bajo, Theon.”

Atravesaron las pesadas nubes y, mientras se disolvía la oscuridad, su corazón se emocionó al ver de nuevo la tierra que había amado. Se sintió feliz al ver su propio suelo, las colinas y los árboles que reconocía, y al oler el aire de Escalon.

Pero al volver a mirar, su corazón se desplomó. Ahí abajo había millones de troles que inundaban la tierra al avanzar hacia el sur desde Marda. Parecía una migración en masa de las bestias, con su estruendo audible hasta allí. Al ver esto, no supo cómo su nación podría resistir un ataque como este. Sabía que su pueblo la necesitaba; y rápido.

Kyra sintió que el Bastón de la Verdad vibraba en sus manos y después produjo un silbido agudo. Sintió que le decía que era momento de actuar, de atacar. No supo si era ella la que le ordenaba al bastón o si el bastón le ordenaba a ella.

Kyra apuntó el bastón hacia el suelo y, al hacerlo, salió un sonido de crujido de este. Era como si sostuviera truenos y relámpagos en su mano. Miró con fascinación cómo una intensa esfera de luz salía del bastón y se dirigía hacia el suelo.

Cientos de troles se detuvieron y miraron hacia arriba, y vio pánico y terror en sus ojos mientras veían la esfera de luz que caía sobre ellos desde el cielo. No tuvieron tiempo de correr.

A esto le siguió una explosión tan poderosa que las ondas del impacto sacudieron incluso a Theon y a ella desde el suelo. La esfera de luz golpeó el suelo con la fuerza de un cometa que chocaba contra la tierra. Al impactar, miles de troles cayeron aplastados por la creciente oleada de luz.

Kyra examinó el bastón con asombro. Se preparó para atacar de nuevo y acabar con el ejército de troles; pero de repente escuchó un horrible rugido encima de ella. Volteó hacia arriba y se quedó impactada al ver el inmenso rostro de un dragón escarlata que salía de las nubes; y una docena más detrás de este. Se dio cuenta muy tarde que estos dragones los habían estado buscando.

Antes de que Kyra pudiera atacarlos con su bastón, uno de los dragones se acercó y golpeó a Theon con sus garras. Theon fue tomado con la guardia baja y salió volando por el aire por el tremendo golpe.

Kyra se aferró con todas sus fuerzas mientras giraba sin control. Las alas de Theon estaban hacia abajo mientras trataba de controlarse y giró una y otra vez, con Kyra apenas sosteniéndose de las escamas hasta que finalmente recuperó el control.

Theon rugió desafiante y, a pesar de ser más pequeño que ese grupo, se lanzó hacia arriba sin miedo contra el dragón que lo había golpeado. El dragón claramente estaba sorprendido por el contraataque del más pequeño Theon y, antes de que pudiera reaccionar, Theon le encajó los dientes en la cola.

El gran dragón chilló mientras Theon le arrancaba la cola de una mordida. Voló sin cola por un momento, después perdió el equilibrio y cayó boca abajo hacia la tierra. Cayó con un gran impacto, creando un cráter y una nube de polvo.

Kyra levantó su bastón al sentirlo arder en su mano, y lo hizo girar al ver a tres dragones más que se acercaban. Vio salir una esfera de luz que golpeó a los tres dragones en el rostro. Estos chillaron, se detuvieron y empezaron a sacudirse. Después dejaron de moverse y también cayeron muertos hacia el suelo como rocas creando una gran explosión.

Kyra estaba impresionada con su poder. ¿Acababa el Bastón de la Verdad de matar a tres dragones con un solo golpe?

Kyra levantó el bastón de nuevo al ver aparecer a otra docena de dragones, y mientras lo bajaba esperando derribarlos, de repente la sorprendió un terrible dolor en su mano. Se dio la vuelta y vio que un dragón se había acercado por detrás con las garras extendidas hacia su mano. Le había cortado la mano haciéndola sangrar y, en el mismo movimiento, había tomado el Bastón de la Verdad y se lo había quitado de las manos.

Kyra gritó, más por el horror de perder el bastón que por el dolor de la mano. Observó con impotencia que el dragón se alejaba volando llevándose el bastón. El dragón entonces lo soltó y ella miró con horror que este caía por el aire girando hacia el suelo. El bastón, la última esperanza de Escalon, iba a ser destruido.

Y Kyra, ahora indefensa, se enfrentaba a una manada de dragones, listos para hacerla trizas.




CAPÍTULO DIEZ


Lorna caminaba rápidamente por el campamento con un sentido de urgencia mientras los hombres de Duncan le abrían camino. Merk caminaba a su lado junto con Sovos y seguidos de una docena de hombres de las Isas Perdidas, guerreros que se habían separado de los otros y habían viajado desde la Bahía de la Muerte y de vuelta al continente por el desierto, pasando Leptus. Lorna los había podido guiar hasta ahí sabiendo que Duncan la necesitaba.

Al acercarse, Lorna vio que los hombres de Duncan la miraban con asombro. Abrieron camino para ella hasta que finalmente llegó al pequeño claro en el que estaba Duncan. Había guerreros preocupados arrodillándose a su alrededor, todos gravemente alarmados por su moribundo comandante. Vio a Anvin y a Aidan llorando con Blanco a sus pies, que emitía el único sonido en el pesado silencio.

Una mano la detuvo mientras se acercaba a Duncan, y ella se detuvo y miró hacia atrás. Merk y Sovos se pusieron tensos y pusieron sus manos sobre sus espadas, pero ella los detuvo gentilmente al no querer iniciar una confrontación.

“¿Quién eres y a qué has venido aquí?” le preguntó seriamente uno de los guerreros de Duncan.

“Soy la hija del Rey Tarnis,” respondió con autoridad. “Duncan trató de salvar a mi padre. He venido a regresar el favor.”

El hombre pareció sorprendido.

“Su herida es fatal,” dijo el guerrero. “Lo he visto muchas veces en batalla. Ya no es posible ayudarlo.”

Ahora Lorna frunció el ceño.

“Perdemos tiempo. ¿Prefieres que Duncan muera desangrado aquí? ¿O puedo tratar de curarlo?”

Los guerreros estaban claramente escépticos desde su encuentro con Ra y su hechicería, y se miraban entre sí. Finalmente, Anvin asintió.

“Déjenla pasar,” dijo.

Se hicieron a un lado y, mientras Merk y Sovos bajaban sus armas, Lorna se apresuró y se arrodilló a su lado.

Lo examinó e inmediatamente supo que estaba muy mal. Pudo sentir un aura negra de muerte alrededor de él y, al examinar sus ojos cerrados y agitados, supo que su fin estaba cerca. Pronto dejaría esta tierra. El golpe de Ra había hecho mucho daño; pero no tanto por la daga, sino porque Duncan podía sentir la traición detrás de esta. Duncan todavía pensaba que había sido Kyra quien lo había apuñalado, y ella sintió en el aura que él no deseaba seguir viviendo debido a eso. Esto hacía que se escapara su fuerza de vida.

“¿Puedes salvar a mi padre?”

Lorna volteó hacia Aidan que tenía los ojos rojos y las mejillas llenas de lágrimas y la miraba con esperanza y desesperación. Respiró profundo.

“No lo sé,” respondió ella simplemente.

Lorna puso una mano sobre la frente de Duncan y la otra sobre la herida. Empezó a murmurar un antiguo himno y la multitud lentamente guardó silencio. Aidan dejó de llorar. Ella sintió un intenso calor que cursaba por sus manos y que peleaba contra la herida. Cerró los ojos e invocó todo el poder que tenía tratando de leer su destino, de entender lo que había pasado, y lo que le tenía preparado el destino.

Lentamente todo llegó hasta ella. El futuro de Duncan había sido el de morir hoy. Ese era su destino; en este campo de batalla después de una gran victoria en el cañón. Vio todas las batallas que él había peleado; vio cómo se convirtió en guerrero y comandante; vio su batalla más grande y final aquí en el cañón. No debía sobrevivir después de la inundación. Él estaba destinado a morir a su paso. Había llevado la revolución tan lejos como estaba destinado a llevarla.

Ella sintió que su hija, Kyra, volaba dirigiéndose hasta este lugar y estaba destinada a tomar su lugar. Duncan debía morir en este momento.

Pero ahora, arrodillada ante él, Lorna invocó el poder del universo y rogó por que cambiara su futuro, por que cambiara su destino. Después de todo, Duncan había sido el único amigo verdadero de su padre, el Rey Tarnis, incluso cuando los otros le habían dado la espalda. Duncan era al que su padre le había pedido que fuera a salvarla. Se lo debía en el nombre de su padre. Además, sentía dentro de ella que a Duncan podría quedarle una última batalla épica en su vida.

Lorna peleó contra el destino sintiendo que el esfuerzo era desgastante. Sintió una batalla épica de espíritus desarrollándose dentro de ella mientras luchaba con poderes contra los que se suponía no debía pelear. Eran poderes peligrosos; poderes que podían matarla. Después de todo, el destino no debía tomarse a la ligera.

Mientras peleaba, Lorna sintió que la vida de Duncan estaba en la balanza. Finalmente se colapsó por el cansancio y, respirando agitadamente, finalmente lo supo: era tanto una victoria como un fracaso. La vida de Duncan sería extendida; pero solo por un corto tiempo. Se le permitiría tener una última batalla y ver el rostro de su hija de nuevo, su verdadera hija, y a él se le permitiría morir en sus brazos. Había logrado conseguir algo.

Lorna se estremeció sintiéndose mareada, abrumada por los poderes con los que había peleado. Sus palmas le ardían y finalmente hubo un destello, un sentimiento como el que nunca antes había sentido y que la hizo retroceder. Cayó de espaldas a unos pies de distancia.





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Una fantasía llena de acción que le encantará a los fans de las otras novelas de Morgan Rice, igual que a los fans de obras como The Inheritance Cycle de Christopher Paolini… Los fans de Ficción para Jóvenes Adultos devorarán este último trabajo de Rice y rogarán por más. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El Despertar de los Dragones) En LA NOCHE DEL VALIENTE, Kyra debe encontrar una manera de escapar de Marda y regresar a Escalon con el Bastón de la Verdad. Si lo logra, le espera la batalla más épica de toda su vida al enfrentarse a los ejércitos de Ra, a la nación de troles, y a la manada de dragones. Si sus poderes y su arma son lo suficientemente fuertes, su madre la esperará para revelarle los secretos de su destino y de su nacimiento. Duncan debe crear una gran defensa contra los ejércitos de Ra de una vez por todas. Pero incluso mientras pelea las batallas más grandes de su vida que lo llevarán a la batalla final en El Barranco del Diablo, no se imagina el engaño oscuro que Ra le tiene preparado. En la Bahía de la Muerte, Merk y la hija del Rey Tarnis deben unir fuerzas con Alec y los guerreros de las Islas Perdidas para pelear contra los dragones. Deben encontrar a Duncan y unirse para salvar a Escalon, pero Vesuvius ha resurgido y no pueden anticipar lo que les tiene preparados. En el final épico de Reyes y Hechiceros, las batallas más dramáticas, las armas y la hechicería, todos conducen a una impresionante conclusión inesperada llena tanto de tragedia desgarradora como de un inspirador renacimiento. Con su fuerte atmósfera y complejos personajes, LA NOCHE DEL VALIENTE es una dramática saga de caballeros y guerreros, de reyes y señores, de honor y valor, de magia, destino, monstruos y dragones. Es una historia de amor y corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una excelente fantasía que nos invita a un mundo que vivirá en nosotros para siempre, uno que encantará a todas las edades y géneros. Si pensaste que ya no había razón para vivir después de terminar de leer la serie El Anillo del Hechicero, te equivocaste. Morgan Rice nos presenta lo que promete ser otra brillante serie, sumergiéndonos en una fantasía de troles y dragones, de valor, honor, intrepidez, magia y fe en tu destino. Morgan ha logrado producir otro fuerte conjunto de personajes que nos hacen animarlos en cada página. … Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores que aman la fantasía bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre El Despertar de los Dragones)

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