Книга - Un Reino de Sombras

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Un Reino de Sombras
Morgan Rice


Reyes y Hechiceros #5
Una fantasía llena de acción que le encantará a los fans de las otras novelas de Morgan Rice, igual que a los fans de obras como The Inheritance Cycle de Christopher Paolini… Los fans de Ficción para Jóvenes Adultos devorarán este último trabajo de Rice y rogarán por más. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El Despertar de los Dragones) ¡Las series Bestselling #1, con más de 400 calificaciones de cinco estrellas en Amazon! UN REINO DE SOMBRAS es el libro #5 en la serie de fantasía épica bestselling de Morgan Rice REYES Y HECHICEROS (que inicia con EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES como descarga gratuita) En UN REINO DE SOMBRAS, Kyra se encuentra en medio de la capital en llamas siendo atacada por una manada de dragones y luchando por su vida. Con su amada tierra natal destruida, sin la protección de Las Flamas y con los troles invadiendo el país, Kyra debe ir de manera urgente a Marda para recuperar un arma mágica antes de que sea demasiado tarde; incluso si tiene que llegar hasta el corazón de la oscuridad. Duncan está atrapado junto con los otros en la capital en llamas y utiliza todas sus fuerzas para encontrar a sus hombres, planear un escape y reagrupar a sus fuerzas para atacar a Pandesia. Del otro lado del reino, Merk navega junto con la hija del Rey Tarnis por la Bahía de la Muerte, abandonando la Torre de Kos y dirigiéndose hacia la isla guerrera de Knossos. Perseguidos por Vesuvius y su ejército de troles y cruzando las aguas más peligrosas del mundo, saben que tienen pocas posibilidades de llegar a la isla y menos posibilidades de escapar. Dierdre y Marco sobreviven a la marejada que destruyó Ur solo para descubrir que su preciada ciudad está bajo el agua. Con todos sus seres queridos muertos o perdidos, deberán recuperar las fuerzas y viajar hacia la única persona que saben sigue con vida: Kyra. Mientras tanto, Alec navega de regreso a Escalon junto con la gente de las Islas Perdidas, sosteniendo la preciosa espada que puede cambiarlo todo. Pero nadie espera encontrar una tierra destruida, una tierra llena de dragones. Con su fuerte atmósfera y complejos personajes, UN REINO DE SOMBRAS es una dramática saga de caballeros y guerreros, de reyes y señores, de honor y valor, de magia, destino, monstruos y dragones. Es una historia de amor y corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una excelente fantasía que nos invita a un mundo que vivirá en nosotros para siempre, uno que encantará a todas las edades y géneros. El libro #6 de REYES Y HECHICEROS se publicará pronto. Si pensaste que ya no había razón para vivir después de terminar de leer la serie El Anillo del Hechicero, te equivocaste. Morgan Rice nos presenta lo que promete ser otra brillante serie, sumergiéndonos en una fantasía de troles y dragones, de valor, honor, intrepidez, magia y fe en tu destino. Morgan ha logrado producir otro fuerte conjunto de personajes que nos hacen animarlos en cada página. … Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores que aman la fantasía bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre El Despertar de los Dragones)





Morgan Rice

UN REINO DE SOMBRAS REYES Y HECHICEROS—lIBRO 5




Morgan Rice

Morgan Rice tiene el #1 en éxito en ventas como el autor más exitoso de USA Today con la serie de fantasía épica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de once libros (y contando); de la serie #1 en ventas LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspenso post-apocalíptica compuesta de dos libros (y contando); y de la nueva serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS, compuesta de cuatro libros (y contando). Los libros de Morgan están disponibles en audio y ediciones impresas, y las traducciones están disponibles en más de 25 idiomas.

¡TRANSFORMACIÓN (Libro #1 en El Diario del Vampiro), ARENA UNO (Libro #1 de la Trilogía de Supervivencia), LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1 en el Anillo del Hechicero) y EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Reyes y Hechiceros—Libro #1)  están todos disponibles como descarga gratuita!

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Elogios Dirigidos a Morgan Rice

“Si pensaste que ya no había razón para vivir después de terminar de leer la serie El Anillo del Hechicero, te equivocaste. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice nos presenta lo que promete ser otra brillante serie, sumergiéndonos en una fantasía de troles y dragones, de valor, honor, intrepidez, magia y fe en tu destino. Morgan ha logrado producir otro fuerte conjunto de personajes que nos hacen animarlos en cada página.… Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores que aman la fantasía bien escrita.”

–-Books and Movie Reviews

Roberto Mattos



“EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES funciona desde el principio…. Una fantasía superior…Inicia, como debe, con los problemas de una protagonista y se mueve de manera natural hacia un más amplio circulo de caballeros, dragones, magia y monstruos, y destino.… Todo lo que hace a una buena fantasía está aquí, desde soldados y batallas hasta confrontaciones con uno mismo….Un campeón recomendado para los que disfrutan de libros de fantasía épica llenos de poderosos y creíbles protagonistas jóvenes adultos.”

–-Midwest Book Review

D. Donovan, Comentarista de eBooks



“Una fantasía llena de acción que satisfará a los fans de las novelas anteriores de Morgan Rice, junto con fans de trabajos tales como THE INHERITANCE CYCLE de Christopher Paolini…. Los fans de Ficción para Jóvenes Adultos devorarán este trabajo más reciente de Rice y pedirán aún más.”

–-The Wanderer, A Literary Journal (sobre El Despertar de los Dragones)



“Una fantasía con espíritu que une elementos de misterio e intriga en su historia. A Quest of Heroes se trata del desarrollo de la valentía y sobre tener un propósito en la vida que llega al crecimiento, madurez, y excelencia… Para los que buscan aventuras fantásticas sustanciosas, los protagonistas, dispositivos y acciones proporcionan un vigoroso conjunto de encuentros que se enfocan bien en la evolución de Thor de un niño soñador a un joven adulto enfrentándose a probabilidades imposibles de sobrevivir….Sólo el inicio de lo que promete ser una serie épica para jóvenes adultos.”

--Midwest Book Review (D. Donovan, Comentarista de eBooks)



“EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para un éxito instantáneo: tramas, contratramas, misterio, valientes caballeros, y relaciones crecientes llenas de corazones rotos, decepción y traiciones. Te mantendrá entretenido por horas, y satisfará a todas las edades. Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores de fantasía.”

–-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos



“En este primer libro lleno de acción en la serie de fantasía épica el Anillo del Hechicero (que ya cuenta con 14 libros), Rice les presenta a los lectores a un joven de 14 años llamado Thorgrin "Thor" McLeod, cuyo sueño es unirse a la Legión de Plata, los caballeros de élite que sirven al Rey…. La escritura de Rice es sólida y la premisa intrigante.”

--Publishers Weekly




Libros de Morgan Rice




REYES Y HECHICEROS


EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)


EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2)


El PESO DEL HONOR (Libro #3)


UNA FORJA DE VALOR (Libro #4)


UN REINO DE SOMBRAS (Libro #5)


LA NOCHE DEL VALIENTE (Libro #6)




EL ANILLO DEL HECHICERO


LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)


UNA MARCHA DE REYES (Libro #2)


UN DESTINO DE DRAGONES (Libro #3)


UN GRITO DE HONOR (Libro #4)


UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)


UNA POSICIÓN DE VALOR (Libro #6)


UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)


UNA CONCESIÓN DE ARMAS (Libro #8)


UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)


UN MAR DE ESCUDOS (Libro #10)


UN REINO DE ACERO (Libro #11)


UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)


UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)


UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)


UN SUEÑO DE MORTALES (Libro #15)


UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)


EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)




LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA


ARENA UNO: SLAVERSUNNERS (Libro #1)


ARENA DOS (Libro #2)




EL DIARIO DEL VAMPIRO


TRANSFORMACIÓN (Libro # 1)


AMORES (Libro # 2)


TRAICIONADA (Libro # 3)


DESTINADA (Libro # 4)


DESEADA (Libro # 5)


COMPROMETIDA (Libro # 6)


JURADA (Libro # 7)


ENCONTRADA (Libro # 8)


RESUCITADA (Libro # 9)


ANSIADA (Libro # 10)


CONDENADA (Libro # 11)












¡Escucha REYES Y HECHICEROS en su versión de Audiolibro!



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Derechos de autor © 2015 por Morgan Rice

Todos los derechos reservados. Excepto como permitido bajo el Acta de 1976 de EU de Derechos de Autor, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en ninguna forma o medio, o guardada en una base de datos o sistema de recuperación, sin el permiso previo del autor.

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Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, negocios, organizaciones, lugares, eventos, e incidentes son o producto de la imaginación del autor o usados de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es completa coincidencia.

Jacket image Copyright Algol, usado bajo licencia de Shutterstock.com.








“La vida no es más que una sombra andante, un pobre actor,
Que baila y se pavonea sobre el escenario,
Y después ya no se escucha más.”

    --William Shakespeare, Macbeth






CAPÍTULO UNO


El capitán de la Guardia Real estaba apostado en su torre de vigilancia y miraba hacia los cientos de Guardianes debajo de él, hacia todos los soldados jóvenes bajo su mando que patrullaban Las Flamas, y suspiró con resentimiento. Siendo un hombre digno de liderar batallones, el capitán sintió que era un insulto para él el estar posicionado en este lugar, en el lugar más recóndito de Escalon y vigilando un grupo de criminales rebeldes a los que les decían soldados. Estos no eran soldados; eran esclavos, criminales, muchachos, ancianos, los indeseables de la sociedad, todos enlistados para cuidar un muro de llamas que no había cambiado en mil años. No era más que una celda glorificada, y él merecía algo mejor. Merecía estar en cualquier parte menos aquí, quizá custodiando las puertas reales de Andros.

El capitán miró hacia abajo de manera desinteresada mientras se desataba otra pelea, la tercera del día. Esta parecía desarrollarse entre dos muchachos crecidos que peleaban por un pedazo de carne. Un grupo de muchachos gritando y animándolos rápidamente se puso alrededor de ellos. Esta era su única fuente de diversión en este lugar. Estaban totalmente aburridos de pie mirando Las Flamas día tras día y con sed de sangre; y él les permitía divertirse. Si se mataban entre ellos, mucho mejor; esos serían dos muchachos menos que vigilar.

Se escuchó un grito mientras uno de los muchachos vencía al otro, encajándole una daga en el corazón. El muchacho se desplomó mientras los otros vitoreaban su muerte y se lanzaban sobre su cuerpo para ver qué podían encontrar. Esta al menos era una muerte rápida y misericordiosa, mucho mejor que las muertes lentas que les esperaban a los otros. El victorioso se acercó, empujó a los demás, se agachó y tomó el pedazo de pan del bolsillo del muerto y lo puso en el suyo de nuevo.

Tan solo era un día más en Las Flamas, y el capitán ardía con indignidad. Él no se merecía esto. Había cometido un error desobedeciendo en una ocasión una orden directa, y como castigo lo habían mandado a este lugar. Era injusto. Lo daría todo por poder regresar y cambiar ese momento de su pasado. La vida, pensó, podía ser demasiado exigente, demasiado absoluta, demasiado cruel.

El capitán, aceptando su suerte, se dio la vuelta y observó de nuevo Las Flamas. Había algo en su constante crujir, incluso después de todos estos años, que le parecía atrayente y hasta hipnótico. Era como ver el rostro de Dios mismo. Mientras se perdía en el resplandor, pensó en la naturaleza de la vida. Todo parecía tan insignificante. Su puesto aquí—los puestos de todos estos muchachos—parecía tan insignificante. Las Flamas habían existido por miles de años y nunca morirían, y mientras siguieran ardiendo, la nación de troles nunca podría invadir.

Era como si Marda estuviera al otro lado del océano. Si dependiera de él, tomaría a los mejores de estos muchachos y los pondría en otra parte de Escalon, en las costas, en donde realmente se les necesitaba, y les daría muerte a todos los criminales entre ellos.

El capitán perdió la noción del tiempo como le pasaba a menudo, perdiéndose en el resplandor de Las Flamas, y no fue sino hasta muy tarde en el día cuando se sobresaltó poniéndose en alerta. Había visto algo, algo que no podía procesar, y se frotaba los ojos pensando que era una alucinación. Pero mientras miraba, lentamente se dio cuenta de que esto no era una ilusión. El mundo estaba cambiando delante de sus ojos.

Lentamente, el constante crujir por el que había vivido cada momento desde que llegó aquí, se detuvo. El calor que emanaba desde Las Flamas desapareció de repente haciéndole sentir un escalofrío, su primer escalofrío real desde que había llegado a este lugar. Y entonces, al mirar, la columna de flamas brillantes rojas y naranjas, las que le habían hecho arder los ojos iluminando día y noche sin cesar, habían desaparecido por primera vez.

Desaparecieron.

El capitán se frotó los ojos de nuevo en confusión. ¿Estaba soñando? Delante de él Las Flamas estaban bajando hacia el suelo como una cortina que caía. Y un segundo después, no quedó nada en absoluto.

Nada.

El capitán dejó de respirar y el pánico y la incredulidad empezaron a crecer dentro de él. Por primera vez se encontró mirando hacia lo que había del otro lado: Marda. Era una visión clara y sin obstrucciones. Era una tierra llena de negro; montañas negras y desiertas, escarpadas rocas negras, tierra negra, y árboles negros y muertos. Era una tierra que nunca debió ver; una tierra que nunca nadie en Escalon debió ver.

Hubo un silencio aterrante mientras los muchachos debajo por primera vez dejaron de pelear entre ellos. Todos ellos, impactados, se voltearon boquiabiertos. El muro de flamas se había extinguido y, del otro lado de pie y mirándolos con avaricia, estaba un ejército de troles que llenaba la tierra hasta el horizonte.

Una nación.

El corazón del capitán se desplomó. Ahí, a unos pies de distancia, estaba una nación de las bestias más desagradables, gigantescas, grotescas y deformes que había visto, todas blandiendo enormes alabardas y todas esperando pacientemente este momento. Millones de ellos los miraban pareciendo igual de impactados al darse cuenta de que nada los separaba de Escalon.

Las dos naciones se encararon mirándose entre ellos, los troles con una mirada de victoria y los humanos en pánico. Después de todo, eran unos cientos de humanos contra un millón de troles.

Se escuchó un grito que rompió el silencio. Este vino del lado de los troles, un grito de triunfo, y este fue seguido por un gran estruendo mientras los troles avanzaban. Se abalanzaron como una manada de búfalos, levantando sus alabardas y cortando las cabezas de muchachos congelados en pánico que ni siquiera pudieron correr. Fue una oleada de muerte, una oleada de destrucción.

El capitán mismo se quedó inmóvil en su torre, muy aterrado como para sacar su espada mientras los troles ya iban hacia él. Un momento después sintió cómo caía mientras la furiosa multitud derribaba su torre. Cayó sobre los brazos de los torres y gritó al sentir que lo tomaban con sus garras y lo hacían pedazos.

Y al encontrarse ahí muriendo y sabiendo lo que se avecinaba sobre Escalon, un pensamiento final cruzó por su mente: el muchacho que había sido apuñalado, que había muerto por un pedazo de pan, era el más afortunado de todos.




CAPÍTULO DOS


Dierdre sentía que sus pulmones eran aplastados mientras daba vueltas en la profundidad y desesperada por aire. Trató de estabilizarse pero sin poder lograrlo debido a las masivas olas de agua que la hacían girar una y otra vez. Deseaba respirar más que cualquier otra cosa en el mundo y su cuerpo gritaba por oxígeno, pero sabía que tratar de respirar ahora significaría su muerte.

Cerró los ojos y lloró, mezclando sus lágrimas con el agua y preguntándose cuándo terminaría este infierno. Su único consuelo fue el pensar en Marco. Lo había visto caer al agua junto con ella, lo había sentido tomarla de la mano y ahora lo buscaba por todas partes. Pero no encontró nada más que negrura y olas de espuma en la aplastante agua. Pensó que Marco ya debería estar muerto.

Dierdre deseaba llorar, pero el dolor derribó cualquier pensamiento de autocompasión de su mente y la hizo pensar solo en sobrevivir. Pero justo cuando pensó que la ola no podría cobrar más fuerza, esta la empujó contra el suelo una y otra vez atrapándola con tal fuerza que sintió que el peso del mundo entero estaba sobre ella. Sabía que no sobreviviría.

Pensó que el morir aquí en su ciudad natal y aplastada por una ola gigante creada por los cañones de los Pandesianos era irónico. Hubiera elegido morir de cualquier otra forma. Pensó que podría arreglárselas con cualquier clase de muerte; excepto ahogarse. No podía soportar el dolor extremo, la agitación, el no poder abrir la boca y tomar una bocanada de aire que cada parte de su cuerpo deseaba con desesperación.

Sintió que se volvía más débil y que sucumbía ante el dolor. Pero entonces y justo cuando sentía sus ojos cerrarse, justo cuando sabía que no podría soportar un segundo más, sintió que daba la vuelta y giraba rápidamente hacia arriba arrojada por la ola con la misma fuerza con la que la había aplastado. Se dirigió rápidamente hacia la superficie con el impulso de una catapulta, alcanzando a ver la luz solar y con la presión lastimándole los oídos.

Para su sorpresa, un momento después salió a la superficie. Jadeó tomando grandes bocanadas de aire y más agradecida de lo que nunca había estado en su vida. Abrió la boca tratando de respirar y, un momento después y para su terror, fue succionada debajo del agua de nuevo. Pero esta vez tuvo suficiente oxígeno para resistir un poco más y el agua no la empujó tan profundo.

Pronto salió a la superficie de nuevo tomando otra bocanada de agua y antes de ser sumergida de nuevo. Era diferente en cada ocasión, la ola se debilitaba y, al subir, sintió que la ola estaba llegando al final de la ciudad y se diluía.

Dierdre pronto se encontró en los límites de la ciudad, pasando los grandes edificios que ahora estaban bajo el agua. Fue empujada bajo el agua una vez más pero esta vez fue capaz de abrir los ojos y ver todos los grandes edificios que una vez habían estado erguidos. Vio montones de cuerpos flotando en el agua delante de ella como peces, cuerpos cuyas expresiones de muerte ella ya trataba de eliminar de su mente.

Finalmente y sin saber cuánto tiempo había pasado, Dierdre salió a la superficie de una vez por todas. Fue lo suficientemente fuerte para pelear contra la última ola que trató de sumergirla, y con una última patada pudo mantenerse a flote. El agua del puerto había viajado demasiado lejos tierra adentro y no quedaba un lugar a dónde ir, y Dierdre pronto sintió que llegaba a un campo de césped mientras las aguas bajaban dirigiéndose otra vez al mar y dejándola sola.

Dierdre se quedó boca abajo con el rostro sobre el húmedo césped y gimiendo por el dolor. Seguía jadeando por el dolor en sus pulmones y disfrutando cada respiro profundo. Débilmente logró voltear su cabeza para mirar por sobre su hombro, y se horrorizó al ver que lo que había sido una gran ciudad ahora no era más que mar. Solo alcanzaba a mirar la punta de la torre de la campana que se elevaba unos cuantos pies, y se quedó pasmada al recordar que solía elevarse a cientos de pies en el aire.

Completamente exhausta, Dierdre por fin se rindió. Dejó caer su rostro en el suelo dejando que el dolor de lo que había sucedido ahí la sobrecogiera. No podía moverse.

Momentos después se quedó profundamente dormida, apenas viva en un campo remoto en una esquina del mundo. Pero de alguna manera, había sobrevivido.


*

“Dierdre,” dijo una voz acompañada de un gentil empujón.

Dierdre abrió los ojos y se sorprendió al ver que ya bajaba el sol. Helada y con su ropa todavía mojada, trató de recuperarse preguntándose cuánto tiempo llevaba ahí, preguntándose si estaba viva o muerta. Pero entonces sintió la mano de nuevo tocándole la espalda.

Dierdre miró hacia arriba y, con un gran alivio, vio que se trataba de Marco. Sintió una gran alegría al saber que estaba vivo. Se miraba golpeado, demacrado y muy pálido, y parecía como si hubiera envejecido cien años. Pero seguía vivo. De alguna manera había logrado sobrevivir.

Marco se arrodilló a su lado, sonriéndole pero mirándola con ojos tristes, ojos que no brillaban con la vida que alguna vez habían tenido.

“Marco,” le respondió ella débilmente y sorprendida por lo grave que estaba su voz.

Ella le miró una cortada en el rostro y, preocupada, estiró la mano para tocarla.

“Te vez tan mal como yo me siento,” dijo ella.

Él la ayudó a levantarse y ella se puso de pie, con su cuerpo adolorido por todos los golpes, magulladuras, rasguños y cortadas por todos sus brazos y piernas. Pero al menos pudo comprobar que no tenía nada roto.

Dierdre respiró profundo y se llenó de valor para ver detrás de ella. Tal como lo temía, era una pesadilla: su amada ciudad había desaparecido en el mar y lo único que quedaba era una pequeña parte de la torre de la campana. En el horizonte vio una flota de barcos negros Pandesianos que iban más y más profundo tierra adentro.

“No podemos quedarnos aquí,” dijo Marco con urgencia. “Ya vienen.”

“¿A dónde podemos ir?” preguntó ella sintiéndose desesperanzada.

Marco la miró con una expresión en blanco claramente sin saber.

Dierdre miró hacia la puesta de sol tratando de pensar y con la sangre palpitándole en los oídos. Todos a los que conocía y amaba estaban muertos. Sintió que no le quedaba nada por qué vivir; ningún lugar a dónde ir. ¿A dónde podías ir cuando tu ciudad natal había sido destruida, cuando todo el peso del mundo estaba cayendo sobre ti?

Dierdre cerró los ojos y sacudió la cabeza en desconsuelo deseando que todo desapareciera. Sabía que su padre estaba ahí atrás, muerto. Sus soldados estaba todos muertos. Personas a la que había conocido y amado toda su vida estaba todas muertas gracias a estos monstruos Pandesianos. Ahora no quedaba nadie que pudiera detenerlos. ¿Cuál era el sentido de continuar?

Dierdre, aunque quiso evitarlo, se echó a llorar. Pensando en su padre, cayó de rodillas sintiéndose devastada. Lloró y lloró deseando morir también, deseando haber muerto, maldiciendo al cielo por permitirle seguir con vida. ¿Por qué no simplemente murió en esa ola? ¿Por qué no pudo simplemente ser asesinada junto con los demás? ¿Por qué había recibido la maldición de la vida?

Sintió una mano consoladora en el hombro.

“Está bien, Dierdre,” dijo Marco suavemente.

Dierdre se sobresaltó, avergonzada.

“Lo siento,” dijo ella mientras lloraba. “Es solo que… mi padre… Ahora no tengo nada.”

“Lo has perdido todo,” dijo Marco también con voz pesada. “Y yo también. Tampoco deseo continuar. Pero tenemos que hacerlo. No podemos quedarnos aquí a morir. Esto los deshonraría. Deshonraría a todo por lo que vivieron y pelearon.”

En el largo silencio que le siguió, Dierdre lentamente se puso erguida al darse cuenta de que él tenía razón. Además, al ver los ojos cafés de Marco que la miraban con compasión, se dio cuenta de que sí tenía a alguien; tenía a Marco. También tenía el espíritu de su padre que la miraba desde arriba deseando que fuera fuerte.

Se obligó a recuperar la confianza. Tenía que ser fuerte. Su padre hubiera querido que fuera fuerte. Se dio cuenta de que la autocompasión no le ayudaría en nada; y tampoco su muerte.

Miró a Marco y pudo descubrir más que compasión; también pudo ver el amor por ella en sus ojos.

Sin estar completamente consciente de lo que hacía, Dierdre, con el corazón acelerado, se acercó encontrando los labios de Marco en un beso inesperado. Por un momento sintió que era llevaba a otro mundo y que todas sus preocupaciones desaparecían.

Sorprendida, se hizo para atrás lentamente sin dejarlo de mirar. Marco se miraba igual de sorprendido. La tomó de la mano.

Al hacerlo, ella se sintió llena de ánimo y esperanza y pudo pensar con claridad de nuevo; entonces tuvo una idea. Había alguien más, un lugar a dónde ir, una persona a quién buscar.

Kyra.

Dierdre sintió una repentina oleada de esperanza.

“Sé a dónde debemos ir,” dijo emocionada y precipitadamente.

Marco la miró, confundido.

“Kyra,” dijo ella. “Podemos encontrarla. Ella nos ayudará. En donde sea que esté, está peleando. Podemos ayudarle.”

“¿Pero cómo sabes que sigue con vida?” preguntó él.

Dierdre negó con la cabeza.

“No lo sé,” respondió. “Pero Kyra siempre sobrevive. Es la persona más fuerte que jamás he conocido.”

“¿En dónde está?” le preguntó.

Dierdre pensó y recordó que la última vez que había visto a Kyra se dirigía hacia el norte, hacia la Torre.

“La Torre de Ur,” dijo ella.

Marco parecía sorprendido; después un rayo de optimismo pasó por sus ojos.

“Ahí están los Observadores,” dijo él. “Al igual que otros guerreros. Estos hombres pueden pelear con nosotros.” Ella asintió con emoción. “Una buena opción,” añadió él. “Estaremos seguros en esa torre. Y si tu amiga está ahí, entonces mucho mejor. Está a un día de caminata desde aquí. Vámonos. Debemos movernos con rapidez.”

Él la tomó de la mano y, sin decir otra palabra, empezaron a avanzar. Dierdre se llenó con un nuevo sentido de optimismo mientras se dirigían hacia el bosque y, en alguna parte en el horizonte, hacia la Torre de Ur.




CAPÍTULO TRES


Kyra se preparó mientras se adentraba en un campo de fuego. Las flamas se elevaron en el cielo y bajaron con la misma rapidez, todas de diferentes colores y acariciándola mientras caminaba con los brazos a los lados. Sintió que su intensidad la abrazaba y envolvía completamente. Sabía que caminaba hacia la muerte, pero no había otro camino.

Pero de alguna increíble manera no sentía ningún dolor. Tenía una sensación de paz, la sensación de llegar al final de su vida.

Miró hacia adelante y, entre las flamas, vio a su madre que la esperaba en el otro extremo, en el lado opuesto del campo. Se sintió en paz al pensar que al fin estaría en los brazos de su madre.

Aquí estoy, Kyra, la llamó. Ven a mí.

Kyra observó entre las llamas y apenas pudo distinguir el rostro de su madre, casi translúcido, parcialmente oculto entre un muro de llamas que se elevaba. Se adentró más en las crujientes flamas y sin poder detenerse hasta que estuvo rodeada por todos lados.

Un rugido atravesó el aire incluso elevándose sobre el sonido del fuego, y miró hacia arriba impresionada al ver el cielo lleno de dragones. Volaban en círculo y chillaban y, mientras observaba, un inmenso dragón rugió y se dirigió justo hacia ella.

Kyra sintió que era la muerte viniendo por ella.

Mientras el dragón se acercaba extendiendo sus garras, de repente el suelo se abrió debajo de ella y empezó a caer dentro de la tierra, una tierra envuelta en llamas, un lugar del que ella sabía nunca podría escapar.

Kyra abrió los ojos con un sobresalto y respirando agitadamente. Miró hacia los lados preguntándose en dónde estaba y sintiendo dolor en todo su cuerpo. Sintió dolor en su rostro y sus mejillas estaban palpitantes e hinchadas, y mientras levantaba la cabeza respirando con dificultad, descubrió que su rostro estaba cubierto de lodo. Se dio cuenta de que estaba boca abajo sobre el lodo, y mientras se levantaba lentamente empujando con sus manos, se limpió el lodo del rostro y se preguntó qué había pasado.

De repente un rugido atravesó el aire, y Kyra sintió una oleada de terror al ver algo en el cielo que era muy real. El aire estaba lleno de dragones de todas formas y tamaños y colores, todos dando vueltas, chillando, respirando fuego y enfurecidos. Mientras observaba, uno de ellos bajó y arrojó una columna de fuego directamente hacia el suelo.

Kyra miró hacia los lados tratando de reconocer el lugar y su corazón se detuvo al ver en dónde estaba: Andros.

Su memoria regresó en un instante. Había estado volando encima de Theon en dirección a Andros para salvar a su padre cuando fueron atacados en el cielo por una manada de dragones. Aparecieron repentinamente en el cielo, mordieron a Theon, y los habían arrojado al suelo. Kyra descubrió que había perdido la consciencia.

Ahora era despertada por una oleada de calor, espeluznantes chillidos, una capital en caos, y por una capital que estaba cubierta en llamas. Las personas corrían por sus vidas en todas direcciones mientras una tormenta de fuego caía sobre ellos. Parecía como si el fin del mundo hubiera llegado.

Kyra escuchó una respiración agitada y su corazón se desplomó al ver que Theon estaba derribado cerca de ella, herido y con sangre saliéndole por entre las escamas. Sus ojos estaban cerrados, su lengua estaba fuera de su boca y parecía estar a punto de morir. La única razón por la que seguían vivos era que estaban cubiertos por una montaña de escombros. Debieron haber sido lanzados contra un edificio que se colapsó encima de ellos. Al menos esto les había dado protección escondiéndolos de los dragones en el cielo.

Kyra sabía que tenía que tomar a Theon y salir de allí cuanto antes. No les quedaba mucho tiempo antes de ser descubiertos.

“¡Theon!” le gritó.

Se dio la vuelta haciendo un gran esfuerzo y al fin fue capaz de quitarse un pedazo de escombro que estaba sobre su espalda para liberarse. Entonces se dirigió con rapidez hacia Theon y empezó a arrojar frenéticamente el escombro que estaba sobre él. Fue capaz de arrojar la mayoría de las rocas, pero al empujar la roca más grande que lo mantenía atrapado, no fue capaz de moverla. Empujó una y otra vez pero, sin importar cuanto lo intentaba, no pudo hacer que cediera.

Kyra corrió hacia el rostro de Theon desesperada por despertarlo. Le acarició las escamas y lentamente, para su alivio, Theon abrió los ojos. Pero volvió a cerrar los ojos mientras ella lo sacudía con más fuerza.

“¡Despierta!” demandó Kyra. “¡Te necesito!”

Los ojos de Theon se abrieron un poco otra vez y voltearon a verla. El dolor y furia en su mirada se suavizó cuando pudo conocerla. Trató de moverse, de levantarse, pero estaba claramente muy débil; la roca lo tenía atrapado.

Kyra empujó la roca con desesperación pero finalmente se echó a llorar al ver que no podrían moverla. Theon estaba atrapado. Moriría aquí al igual que ella.

Kyra, escuchando un rugido, miró hacia arriba y vio que un inmenso dragón con afiladas escamas verdes los había descubierto. Rugió con furia y empezó a bajar sobre ellos.

Déjame.

Kyra escuchó una voz resonando en su interior. Era la voz de Theon.

Escóndete. Vete lejos de aquí mientras haya tiempo.

“¡No!” dijo ella estremeciéndose y rehusándose a dejarlo.

Vete, insistió él. O ambos moriremos aquí.

“¡Entonces moriremos los dos!” gritó ella dejando que una valiente determinación la dominara. No abandonaría a su amigo. Nunca lo haría.

El cielo se oscureció y Kyra vio que el dragón estaba sobre ellos con las garras extendidas. Abrió su boca mostrando filas de dientes afilados y ella supo que no sobrevivirían. Pero no le importó. No abandonaría a Theon. La muerte podía vencerla pero no la cobardía. No temía morir.

A lo único que le temía era a no vivir correctamente.




CAPÍTULO CUATRO


Duncan corrió junto con los otros por las calles de Andros, cojeando pero haciendo su mejor esfuerzo por seguirle el paso a Aidan, Motley y a la joven que iba con ellos, Cassandra, mientras que el perro de Aidan, Blanco, lo animaba empujando sus talones. Tomándolo del brazo estaba su antiguo y leal comandante, Anvin, con Septin, su nuevo escudero a su lado, tratando de ayudarlo a seguir avanzando pero claramente estando también en mal estado. Duncan pudo ver que su amigo estaba muy herido, y se conmovió al pensar que había venido en tal estado desde tan lejos para liberarlo.

El desorganizado grupo corría por las calles destrozadas de Andros, con caos levantándose en todos lados y teniendo las probabilidades de sobrevivir en contra. Por un lado, Duncan se sentía aliviado por estar libre, feliz por volver a ver a su hijo otra vez, y agradecido de estar con todos ellos. Pero al mirar al cielo, sentía que había dejado una celda para caer en una muerte segura. El cielo estaba lleno de dragones que volaban en círculos, que caían sobre los edificios y pasaban sobre la ciudad arrojando sus terribles muros de fuego. Calles completas estaban cubiertas en fuego limitando el avance del grupo. Mientras perdían una ruta tras otra, escapar de la ciudad parecía cada vez menos probable.

Motley claramente conocía estas calles muy bien y los guiaba con habilidad pasando por un callejón tras otro, encontrando atajos en todas partes y logrando esquivar a los grupos de soldados Pandesianos que eran la otra amenaza en su escape. Pero sin importar lo habilidoso que era, Motley no podía evitar a los dragones, y mientras entraban en otro callejón se encontraron con que ya estaba en llamas. Se detuvieron al sentir el calor en sus rostros y retrocedieron.

Duncan, cubierto en sudor mientras retrocedía, miró hacia Motley, pero no encontró consuelo al ver que, esta vez, Motley volteaba hacia todos lados con el rostro lleno de pánico.

“¡Por aquí!” dijo finalmente Motley.

Se dio la vuelta y los guio por otro callejón apenas escapando de otro dragón que cubría el lugar en el que habían estado con una nueva oleada de fuego.

Mientras corrían, Duncan sentía el dolor de ver su ciudad siendo destrozada, el lugar al que tanto había amado y defendido. No pudo evitar sentir que Escalon nunca recuperaría su antigua gloria; que su tierra natal estaba arruinada para siempre.

Se escuchó un grito y Duncan vio sobre su hombro que una docena de soldados Pandesianos los habían descubierto. Los perseguían por el callejón acercándose cada vez más, y Duncan supo que no podrían pelear contra ellos ni mucho menos huir. La salida de la ciudad aún estaba muy lejos y se les había acabado el tiempo.

Pero entonces se escuchó un inmenso impacto, y Duncan vio cómo un dragón derribaba la torre de la campana del castillo con sus garras.

“¡Cuidado!” gritó.

Se arrojó hacia adelante quitando a Aidan y a los otros del camino antes de que los restos de la torre cayeran sobre ellos. Un gran pedazo de piedra cayó detrás de él con una explosión ensordecedora levantando una gran nube de polvo.

Aidan miró hacia su padre con sorpresa y gratitud en sus ojos, y Duncan sintió una gran satisfacción al ver que al menos había salvado la vida de su hijo.

Duncan escuchó gritos apagados y se dio cuenta con gratitud de que la roca había bloqueado el camino de los soldados que los perseguían.

Siguieron corriendo mientras Duncan trataba de seguir el paso, con su debilidad y heridas por el encarcelamiento limitando sus esfuerzos; estaba desnutrido, magullado y golpeado, y cada paso representaba un doloroso esfuerzo. Pero aun así se obligó a continuar, al menos hasta lograr que su hijo y los demás estuvieran a salvo. No podía decepcionarlos.

Pasaron por una esquina angosta y llegaron a una bifurcación en el camino. Se detuvieron y todos miraban a Motley.

“¡Tenemos que salir de esta ciudad!” le gritó Cassandra a Motley claramente frustrada. “¡Y tú no sabes hacia dónde vas!”

Motley miró hacia izquierda y derecha claramente confundido.

“Solía haber un burdel en este callejón,” dijo mirando hacia la derecha. “Lleva hacia la parte posterior de la ciudad.”

“¿Un burdel?” replicó Cassandra. “Ya veo que tienes buenas compañías.”

“No importa las compañías que tenga,” añadió Anvin, “mientras podamos salir de aquí.”

“Tan solo esperemos que no esté bloqueado,” añadió Aidan.

“¡Vamos!” gritó Duncan.

Motley empezó a correr de nuevo girando hacia la derecha, sin condición y respirando con dificultad.

Los demás giraron y lo siguieron, todos poniendo sus esperanzas en Motley mientras avanzaban por los callejones traseros de la capital.

Giraron una y otra vez hasta que finalmente llegaron hasta un pequeño arco de piedra. Se agacharon corriendo debajo de él y, al pasar al otro lado, Duncan sintió alivio al ver que veía el campo abierto. Se emocionó al ver en la distancia la puerta trasera de Andros y las llanuras y desierto detrás de ella. Justo del otro lado de la puerta estaban una docena de caballos Pandesianos atados, claramente abandonados por sus jinetes muertos.

Motley sonrió.

“Se los dije,” dijo él.

Duncan corrió junto con los otros aumentando la velocidad, sintiendo que era él mismo otra vez y sintiendo una nueva oleada de esperanza; cuando de repente escuchó un grito que le atravesó el alma.

Se detuvo inmediatamente, escuchando.

“¡Esperen!” les gritó a los otros.

Todos se detuvieron y voltearon a verlo como si hubiera perdido la cabeza.

Duncan se quedó de pie, esperando. ¿Podría ser? Podía jurar que había escuchado la voz de su hija, Kyra. ¿Había sido una alucinación?

Por supuesto que debió habérselo imaginado. ¿Cómo sería posible que estuviera aquí en Andros? Ella estaba del otro lado de Escalon, sana y salva en la Torre de Ur.

Pero aun así no pudo seguir avanzando después de escucharlo.

Se quedó inmóvil, esperando; y entonces lo escuchó de nuevo. Sintió un escalofrío en todo su cuerpo. Esta vez estaba seguro. Era Kyra.

“¡Kyra!” gritó él abriendo los ojos.

Sin pensarlo, les dio la espalda a los demás y a la salida y regresó hacia la ciudad en llamas.

“¿¡A dónde vas!?” gritó Motley detrás de él.

“¡Kyra está aquí!” dijo mientras corría. “¡Y está en peligro!”

“¿Estás loco?” dijo Motley alcanzándolo y tomándolo del hombro. “¡Te diriges a una muerte segura!”

Pero Duncan, determinado, se quitó la mano de Motley y siguió corriendo.

“Una muerte segura,” respondió, “sería el darle la espalda a la hija que amo.”

Duncan no se detuvo mientras pasaba solo por un callejón, corriendo hacia la muerte y hacia la ciudad en llamas. Sabía que significaría su muerte. No le importaba. Lo único que importaba era ver a Kyra de nuevo.

Kyra, pensó. Espérame.




CAPÍTULO CINCO


El Santísimo y Supremo Ra estaba sentado en su trono dorado en la capital, en el centro de Andros, y miraba hacia la cámara llena con sus generales, esclavos, y suplicantes, mientras frotaba sus manos en los respaldos del trono ardiendo con insatisfacción. Sabía que debía sentirse satisfecho y victorioso después de todo lo que había conseguido. Después de todo, Escalon había sido el último bastión de libertad en el mundo, el último lugar en su imperio que no estaba en completa subyugación, y en los últimos días había logrado que sus fuerzas pasaran por una de las rutas más famosas de todos los tiempos. Cerró los ojos y sonrió al recordar pasar por la Puerta del Sur sin ningún impedimento, arrasar con las ciudades del sur de Escalon, y crear un trayecto al norte hasta llegar a la capital. Sonrió al pensar que este país, que en alguna ocasión había sido fructífero, ahora no era más que un gigantesco cementerio.

Sabía que el norte de Escalon había tenido una suerte similar. Sus flotas habían logrado inundar la gran ciudad de Ur haciendo que ahora solo quedara la memoria. En la costa este sus flotas habían tomado el Mar de las Lágrimas y habían destrozado todas las ciudades portuarias de la costa, empezando con Esephus. Casi todo rincón de Escalon ya estaba en sus manos.

Pero más que nada, el comandante rebelde que había empezado todo esto, Duncan, ahora estaba en una celda como prisionero de Ra. Ahora, mientras Ra veía el sol elevarse por la ventana, se llenó de emoción con la idea de llevar personalmente a Duncan a la horca. Él mismo jalaría la cuerda y lo vería morir. Sonrió al pensarlo. Este sería un excelente día.

La victoria de Ra estaba completa en todos los frentes; pero aun así no se sentía satisfecho. Ra trataba de ver dentro de sí mismo para entender este sentimiento de insatisfacción. Tenía todo lo que deseaba. ¿Qué era lo que lo molestaba?

Ra nunca se había sentido satisfecho, ni en ninguna de sus campañas ni en toda su vida. Siempre había algo que ardía en su interior, un deseo de tener más y más. Incluso ahora podía sentirlo. ¿Qué más podía hacer para satisfacer sus deseos? se preguntaba. ¿Qué hacer para que su victoria se sintiera más completa?

Lentamente pensó en un plan. Podía matar a cada hombre, mujer y niño que quedara en Escalon. Podría primero violar a las mujeres y torturar a los hombres. Sonrió aún más. Sí, eso ayudaría. De hecho, podía empezar justo ahora.

Ra miró hacia sus consejeros, cientos de sus mejores hombres que se inclinaban ante el con las cabezas bajas y sin atreverse a verlo a los ojos. Todos miraban hacia el suelo en silencio como era debido. Después de todo, eran afortunados de estar en la presencia de un dios.

Ra se aclaró la garganta.

“Tráiganme a las diez mujeres más hermosas que queden en Escalon cuanto antes,” ordenó con una voz profunda que hizo eco en la cámara.

Uno de sus sirvientes bajo la cabeza hasta que casi tocó el piso de mármol.

“¡Sí, mi señor!” dijo mientras daba la vuelta y salía corriendo.

Pero mientras el sirviente iba hacia la puerta esta se abrió primero y otro sirviente entró en la cámara, frenético, corriendo directamente hacia el trono de Ra. Todos los demás en la sala se quedaron sin aliento, horrorizados por la afrenta. Nunca nadie se atrevía a entrar en la habitación y mucho menos acercarse a Ra sin una invitación formal. Hacerlo significaba una muerte segura.

El sirviente se arrojó boca abajo al suelo y Ra lo miró con disgusto.

“Mátenlo,” ordenó.

Inmediatamente varios de sus soldados se acercaron y tomaron al hombre. Lo arrastraban y mientras lo hacían este se retorció y gritó: “¡Espera, mi grandioso Señor! ¡Traigo noticias urgentes, noticias que debes escuchar cuanto antes!”

Ra dejó que arrastraran al hombre sin importarle las noticias. El hombre se sacudió todo el camino y cuando estaba a punto de pasar por la puerta, gritó:

“¡Duncan ha escapado!”

Ra, sintiendo un repentino impacto, levantó su palma derecha. Sus hombres se detuvieron sosteniendo al mensajero en la puerta.

Frunciendo el ceño, Ra lentamente procesó la noticia. Se levantó y respiró profundo. Bajó por los escalones de marfil uno a la vez mientras sus botas doradas hacían eco al atravesar toda la cámara. Había un silencio lleno de tensión en la habitación hasta que finalmente se detuvo frente al mensajero. Ra pudo sentir la furia creciendo dentro de él con cada paso que daba.

“Dímelo de nuevo,” ordenó Ra con voz oscura y siniestra.

El mensajero se estremeció.

“Lo siento mucho, mi grande y sagrado Supremo Señor,” dijo con voz temblorosa, “pero Duncan ha escapado. Alguien lo ha rescatado de los calabozos. ¡Nuestros hombres lo persiguen por la capital mientras hablamos!”

Ra sintió que su rostro se enrojeció sintiendo un fuego dentro de él. Apretó los puños. No lo permitiría. No permitiría que le robaran la última pieza de su satisfacción.

“Gracias por traerme estas noticias,” dijo Ra.

Ra sonrió y por un momento el mensajero pareció relajado e incluso empezó a sonreír y llenarse de orgullo.

Ra sí lo recompensó. Dio un paso hacia adelante y lentamente puso sus manos alrededor del cuello del hombre y empezó a apretar. Los ojos del hombre se le hinchaban en la cabeza mientras tomaba las muñecas de Ra; pero no fue capaz de escapar. Ra sabía que no lo lograría. Después de todo, él solo era un hombre, y Ra era el grande y sagrado Ra, el Hombre Que Una Vez Fue Dios.

El hombre cayó al suelo, muerto. Pero esto le dio a Ra muy poca satisfacción.

“¡Hombres!” gritó Ra.

Sus comandantes prestaron atención y lo miraron con miedo.

“¡Sellen cada salida de la ciudad! Manden a todos los soldados que tenemos a encontrar a Duncan. Y mientras lo hacen, maten a cada hombre, mujer y niño que quede en esta ciudad de Escalon. ¡VAYAN!”

“¡Sí, Supremo Señor!” respondieron los hombres al mismo tiempo.

Todos salieron corriendo de la habitación tropezando uno con otro, todos tratando de seguir las órdenes de su amo más rápido que los demás.

Ra se dio la vuelta, hirviendo, mientras cruzaba solo la ahora vacía habitación. Salió hacia un ancho balcón que permitía ver toda la ciudad.

Ra salió y sintió el aire fresco mientras veía la ciudad en caos debajo. Vio con alegría que sus soldados ocupaban la mayor parte de ella. Se preguntó en dónde estaría Duncan. Tenía que reconocer que lo admiraba; tal vez incluso hasta veía algo de él mismo en él. Pero aun así Duncan sabría lo que significaba desafiar al grandioso Ra. Aprendería a aceptar con gracia la muerte. Aprendería a someterse como el resto del mundo.

Se empezaron a escuchar gritos y Ra vio que sus soldados empezaban a apuñalar con espadas y lanzas a hombres, mujeres y niños por la espalda. Siguiendo sus órdenes, las calles empezaron a llenarse de sangre. Ra suspiró consolándose con esto y obteniendo un poco de satisfacción. Todos estos Escalonianos aprenderían. Era lo mismo en cualquier lugar a donde iba, en cualquier país que conquistaba. Pagarían por los pecados de su comandante.

Pero un sonido repentino cruzó por el aire incluso por encima de los gritos, y esto sacó a Ra de su ensimismamiento. No podía comprender de qué se trataba o por qué lo había perturbado tanto. Fue un sonido grave y bajo semejante a un trueno.

Justo cuando se preguntaba si en realidad lo había escuchado, se escuchó de nuevo con más fuerza y se dio cuenta de que no venía del suelo, sino del cielo.

Ra miró hacia arriba perplejo, examinando las nubes en confusión. El sonido vino una y otra vez y entonces supo que no eran truenos. Era algo mucho más tenebroso.

Mientras examinaba las nubes grises, Ra de repente vio algo que nunca olvidaría. Parpadeó al creer que lo había imaginado. Pero sin importar las veces que cerraba los ojos, eso seguía allí.

Dragones. Una manada entera.

Bajaron sobre Escalon extendiendo alas y garras y respirando llamas de fuego. Volaban directamente hacia él.

Antes de que pudiera procesarlo, cientos de sus soldados ya estaban siendo quemados debajo, gritando al quedar atrapados en las columnas de fuego. Cientos más gimieron mientras los dragones los despedazaban.

Mientras se quedó inmóvil por el pánico y la incredulidad, un enorme dragón se dirigió hacia él. Apuntó hacia su balcón levantando las garras y bajó.

Un momento después ya estaba cortando la piedra en dos y errando por solo un poco gracias a que se agachó. Ra, en pánico, sintió que la piedra empezaba a derrumbarse debajo de él.

Momentos después sintió que caía retorciéndose y gritando hacia los pisos de abajo. Había pensado que era intocable, más grande que cualquier otra cosa.

Pero después de todo, la muerte lo había encontrado.




CAPÍTULO SEIS


Kyle giró su bastón con todas sus fuerzas, exhalaba por el cansancio mientras golpeaba tanto a soldados Pandesianos como a troles que se le acercaban por todos lados. Derribaba a hombres y troles a diestra y siniestra mientras espadas y alabardas chocaban con su bastón haciendo que chispas volaran en todas direcciones. Aunque los estaba venciendo, ya podía sentir un dolor profundo en sus hombros. Ya había estado peleando por horas, y ahora que estaba rodeado, sabía que su situación era alarmante.

Al principio, los Pandesianos y los troles peleaban entre ellos dejándolo pelear con quien él quisiera, pero al ver que Kyle derribaba a todos a su alrededor, se dieron cuenta de que lo mejor era unirse para pelear contra él. Por un momento los Pandesianos y los troles dejaron de tratar de matarse entre ellos y se enfocaron en matarlo a él.

Mientras Kyle atacaba y derribaba a tres troles, un Pandesiano se escabulló por detrás y cortó el estómago de Kyle con su espada. Kyle gritó y se retorció por el dolor tratando de evitar que fuera grave, pero aun así sangraba. Al mismo tiempo y antes de que pudiera contraatacar, un trol levantó su mazo y golpeó a Kyle en el hombro, derribando el bastón de su mano y haciéndolo caer de rodillas y manos.

Kyle se arrodilló sintiendo un dolor intenso en su hombro y tratando de recuperar el aliento. Antes de que pudiera recuperarse, un trol más se acercó y lo pateó en el rostro arrojándolo de espaldas al suelo.

Un Pandesiano entonces dio un paso tomando su lanza, la levantó en lo alto con ambas manos, y la bajó hacia la cabeza de Kyle.

Kyle, no estando listo para morir, giró quitándose del camino y la lanza cayó sobre el suelo justo a un lado de su rostro. Siguió rodando, se puso de pie y, mientras dos troles más lo atacaban, tomó una espada del suelo y los apuñaló al darse la vuelta.

Mientras varios más empezaron a rodearlo, Kyle rápidamente tomó su bastón y los derribó a todos, peleando como un animal acorralado mientras se formaba un círculo a su alrededor. Se quedó inmóvil respirando agitadamente y con sangre saliéndole del labio mientras sus enemigos lo rodeaban más y más con sangre en sus ojos.

El dolor en su estómago y hombro era insoportable. Kyle trató de ignorarlo para poder concentrarse. Sabía que se enfrentaba a una muerte inminente, pero se consoló con el hecho de que había rescatado a Kyra. Eso había hecho que todo valiera la pena y estaba dispuesto a pagar el precio.

Miró hacia el horizonte y se consoló al ver que había logrado escapar de todo esto cabalgando en Andor. Se preguntó si estaba a salvo y oró por que lo estuviera.

Kyle había peleado valientemente por horas, un hombre contra dos ejércitos, y había matado a miles de ellos. Pero ahora sabía que estaba muy débil para continuar. Simplemente había demasiados de ellos y sus números parecían nunca acabar. Se había colocado en medio de una guerra; los troles invadían la tierra desde el norte mientras los Pandesianos aparecían desde el sur, y ya no podía seguir peleando con ambos.

Kyle sintió un dolor repentino en las costillas cuando un trol se acercó por detrás y lo golpeó en la espalda con el mango de su hacha. Kyle giró su bastón cortando al trol en la garganta y derribándolo; pero al mismo tiempo dos soldados Pandesianos avanzaron y lo golpearon con sus escudos. El dolor en su cabeza era agobiante y Kyle cayó al suelo esta vez sabiendo que no podría levantarse. Estaba muy débil para continuar.

Kyle cerró los ojos y por su mente pasaron imágenes de su vida. Vio a todos los Observadores, personas con las que había servido por días, y vio a todos los que había conocido y amado. Más que nada, vio el rostro de Kyra. Lo único que lamentaba era que no podría volver a verla antes de morir.

Kyle miró hacia arriba y vio que tres horribles troles se acercaban levantando sus alabardas. Sabía que era el final.

Mientras las bajaban hacia él, pudo enfocarse en todo. Fue capaz de escuchar el sonido del viento, de oler el aire fresco. Por primera vez en siglos, se sintió realmente vivo. Se preguntó por qué nunca antes había podido realmente apreciar la vida hasta ahora que estaba a punto de morir.

Mientras Kyle cerraba los ojos y se preparaba para recibir la muerte, de repente un rugido atravesó el cielo. Lo despertó de su ensimismamiento. Parpadeó y miró hacia arriba para ver algo que salía por entre las nubes. Al principio Kyle pensó que eran ángeles que venían a llevarse su cuerpo muerto.

Pero entonces vio que los troles estaban congelados en confusión examinando el cielo; Kyle supo que era real. Era algo diferente.

Y entonces, al alcanzar a ver de lo que se trataba, su corazón se detuvo.

Dragones.

Una manada de dragones bajaban en círculos, furiosos y respirando fuego. Descendieron rápidamente extendiendo los talones y arrojando llamas y, sin avisar, matando a cientos de soldados y troles a la vez. Una oleada de fuego cayó extendiéndose y, en solo segundos, los troles encima de Kyle se convirtieron en cenizas. Kyle, al ver que se acercaban las llamas, tomó un gran escudo de cobre que estaba a su lado y se escondió debajo de este. El calor fue tan intenso al pasar sobre él que casi le quemó las manos; pero no lo soltó. Los troles y soldados muertos cayeron encima de él, y sus armaduras lo protegieron todavía más mientras llegaba otra oleada de fuego más poderosa. De manera irónica, ahora estos soldados y troles lo salvaban de la muerte.

Él se aferró, sudando y apenas resistiendo el calor mientras los dragones bajaban una y otra vez. Sin poder resistirlo más, se desmayó rogando por que no fuera quemado vivo.




CAPÍTULO SIETE


Vesuvius estaba en la orilla del desfiladero junto a la Torre de Kos, mirando las olas romperse del Mar de los Lamentos y el vapor que se elevaba desde donde la Espada de Fuego había sido hundida; tenía una gran sonrisa. Lo había logrado. La Espada de Fuego ya no era más. Les había robado a la Torre de Kos y a Escalon su artefacto más apreciado. Había acabado con Las Flamas de una vez por todas.

Vesuvius estaba radiante de emoción. Su palma aún le dolía después de haber tocado la Espada de Fuego y, al observarla, vio que la insignia le había quedado marcada. Pasó uno de sus dedos por las cicatrices frescas sabiendo que las tendría para siempre como prueba de su éxito. El dolor era sobrecogedor, pero se obligó a sacarlo de su mente y a no dejar que lo molestara. De hecho, había aprendido a disfrutar el dolor.

Finalmente y después de varios siglos, su pueblo por fin tendría lo que merecía. Ahora ya no estarían relegados a Marda, a las orillas al norte del imperio y a una tierra infértil. Ahora tendrían su venganza después de estar atrapados tras el muro de fuego, inundarían Escalon y lo harían pedazos.

Su corazón se aceleró con tan solo pensarlo. Ya estaba ansioso por darse la vuelta, cruzar el Dedo del Diablo, regresar al continente y encontrarse con su pueblo en medio de Escalon. La nación entera de troles se reuniría en Andros, y juntos destruirían para siempre cada rincón de Escalon. Se convertiría en el nuevo país de los troles.

Pero mientras Vesuvius estaba de pie mirando las olas y el lugar en el que se había hundido la espada, algo le molestaba. Miró hacia el horizonte examinando las aguas negras de la Bahía de la Muerte y sentía que faltaba algo, algo que hacía que su satisfacción fuera incompleta. Al mirar hacia el horizonte, en la distancia, vio un pequeño barco de velas blancas que navegaba en la Bahía de la Muerte. Navegaba hacia el oeste alejándose del Dedo del Diablo. Al verlo avanzar, supo que algo no estaba bien.

Vesuvius se dio la vuelta y miró hacia arriba hacia la Torre. Estaba vacía. Sus puertas estaban abiertas. La Espada lo había estado esperando. Los guardas la habían abandonado. Había sido muy sencillo.

¿Por qué?

Vesuvius sabía que Merk el asesino había estado tras la Espada; lo había estado siguiendo por el Dedo del Diablo. ¿Por qué la abandonaría? ¿Por qué se alejaba navegando a través de la Bahía de la Muerte? ¿Quién era esa mujer que viajaba con él? ¿Había estado ella cuidando la torre? ¿Qué secretos escondía?

¿Y a dónde iban?

Vesuvius volteó hacia el vapor que salía del océano y después de nuevo hacia el horizonte; sintió un ardor en la venas. No pudo evitar sentir que de alguna manera había sido engañado, que le habían robado su victoria completa.

Mientras Vesuvius más pensaba en ello, más se daba cuenta de que algo estaba mal. Todo había sido muy conveniente. Examinó las violentas aguas debajo, las olas rompiendo contra las rocas, y el vapor que se elevaba, y entonces se dio cuenta de que nunca sabría la verdad. Nunca sabría si la Espada de Fuego en realidad se había hundido hasta el fondo; si había algo que no había descubierto; si en realidad había sido la espada correcta; y si Las Flamas realmente habían sido bajadas para siempre.

Vesuvius, ardiendo en indignación, tomó una decisión: tenía que perseguirlos. Nunca sabría la verdad hasta que los alcanzara. ¿Había otra torre secreta en otra parte? ¿Había otra espada?

Incluso si no la había, incluso si había hecho todo lo que necesitaba, Vesuvius era famoso por no dejar víctimas vivas; nunca. Él siempre continuaba hasta darle muerte al último hombre, y el ver a estos dos escapar de sus garras no le sentaba bien. Sabía que no podía simplemente dejarlos ir.

Vesuvius miró las docenas de barcos que seguían atados en la costa, abandonados, meciéndose en las violentas aguas y casi como si lo esperaran. Tomó una decisión inmediata.

“¡A los barcos!” le ordenó a su ejército de troles.

Todos al mismo tiempo empezaron a seguir sus órdenes, bajando por la orilla rocosa y abordando los barcos. Vesuvius los siguió subiéndose a la popa del último barco.

Se dio la vuelta, levantó su alabarda y cortó la cuerda.

Un momento después ya avanzaba junto con sus troles, todos ellos apretados en los barcos y  navegando por la legendaria Bahía de la Muerte. En alguna parte en el horizonte avanzaban Merk y la chica. Y Vesuvius no se detendría, sin importar lo lejos que tuviera que ir, hasta que ambos estuvieran muertos.




CAPÍTULO OCHO


Merk se aferraba a la barandilla de la proa del pequeño barco, con la hija del antiguo Rey Tarnis a su lado, y cada uno estaba perdido en su propio mundo mientras eran golpeados por las salvajes aguas de la Bahía de la Muerte. Merk miraba hacia las aguas negras espumosas y movidas por el viento y no pudo evitar preguntarse sobre la mujer que estaba a su lado. El misterio alrededor de ella solamente había crecido desde que dejaron la Torre de Kos y subieron a este barco hacia un lugar misterioso. Su mente estaba llena de preguntas para ella.

La hija de Tarnis. Era difícil de creer para Merk. ¿Qué había estado haciendo aquí al final del Dedo del Diablo y viviendo en la Torre de Kos? ¿Se escondía? ¿Estaba exiliada? ¿Estaba siendo protegida? ¿De quién?

Merk sintió que ella, con sus ojos translúcidos, tez muy pálida y aplomo imperturbable, era de otra raza. Pero si era verdad, ¿entonces quién era su madre? ¿Por qué había sido dejada sola para cuidar la Espada de Fuego en la Torre de Kos? ¿A dónde habían ido todos los demás?

Pero más importante aún, ¿a dónde lo llevaba?

Con una mano en el timón, ella dirigía la nave hacia el horizonte y hacia un destino que Merk ni se podía imaginar.

“Todavía no me has dicho hacia dónde vamos,” dijo él levantando la voz para que se escuchara sobre el viento.

A esto le siguió un silencio tan largo que él se preguntó si recibiría respuesta.

“Al menos dime tu nombre,” añadió él al darse cuenta que no se habían presentado.

“Lorna,” respondió ella.

Lorna. Le agradó escucharlo.

“Las Tres Dagas,” añadió ella volteando hacia él. “Ese es nuestro destino.”

Merk frunció el ceño.

“¿Las Tres Dagas?” preguntó con sorpresa.

Ella simplemente miró hacia adelante.

Pero Merk se quedó perplejo por la noticia. Las islas más remotas de todo Escalon, Las Tres Dagas, estaban tan profundo en la Bahía de la Muerte que él no conocía a nadie que hubiera viajado hasta ese lugar. Knossos, la legendaria isla y fortaleza, estaba en la última de ellas, y la leyenda decía que ahí se encontraban los guerreros más feroces de Escalon. Eran hombres que vivían en una isla desolada de una península desolada, en la masa de agua más peligrosa que existía. Los rumores decían que los hombres eran tan rudos como el mar que los rodeaba. Merk nunca había conocido a ninguno en persona. Nadie lo había hecho. Eran más leyenda que reales.

“¿Ahí es a dónde fueron los Observadores?” preguntó él.

Lorna asintió.

“Esperan nuestra llegada,” dijo ella.

Merk se dio la vuelta esperando ver por última vez la Torre de Kos y, al hacerlo, su corazón de repente se detuvo con lo que vio: en el horizonte había docenas de barcos persiguiéndolos a toda velocidad.

“Tenemos compañía,” dijo él.

Pero para su sorpresa, Lorna simplemente asintió sin siquiera darse la vuelta.

“Nos perseguirán hasta el fin del mundo,” dijo ella calmadamente.

Merk estaba confundido.

“¿Incluso después de hallar la Espada de Fuego?”

“En realidad no era la Espada lo que estaban buscando,” corrigió ella. “Era la destrucción; la destrucción de todos nosotros.”

“¿Y cuando nos alcancen?” preguntó Merk. “No podremos pelear solos contra un ejército de troles. Tampoco una pequeña isla de guerreros, sin importar lo fuertes que sean.”

Ella asintió aún sin perturbarse.

“Puede que muramos,” respondió ella. “Pero moriremos junto con nuestros compañeros Observadores, peleando por lo que es correcto. Quedan muchos secretos qué guardar.”

“¿Secretos?” preguntó él.

Pero ella guardó silencio observando las aguas.

Estaba a punto de hacerle más preguntas cuando de repente una ráfaga de viento casi vuelca el barco. Merk cayó boca abajo chocando contra un costado del casco y resbalando hasta la orilla.

Colgando, se aferró a la barandilla con las piernas hundidas en el agua, agua tan helada que sintió que moriría congelado. Colgaba con una sola mano casi sumergido, y al mirar hacia atrás sobre su hombro, su corazón se aceleró al ver a un grupo de tiburones rojos acercándose. Sintió un terrible dolor mientras dientes se le sumergían en la pantorrilla y mientras veía sangre en el agua que sabía era la suya.

Un momento después Lorna se acercó y golpeó las aguas con su bastón; al hacerlo, una luz blanca y brillante se extendió por la superficie y los tiburones se dispersaron. En el mismo movimiento, lo tomó de la mano y lo subió de nuevo al barco.

El barco se estabilizó al pasar el viento y Merk se sentó en la cubierta, mojado, frío, respirando agitadamente y con un terrible dolor en la pantorrilla.

Lorna le examinó la herida, arrancó un pedazo de tela de su propia vestidura, y le envolvió la pierna cubriendo la hemorragia.

“Me salvaste la vida,” dijo él lleno de gratitud. “Había docenas de esas cosas ahí. Me habrían matado.”

Ella lo miró con sus grandes e hipnotizantes ojos azul claro.

“Esas criaturas son la menor de tus preocupaciones aquí,” le dijo.

Siguieron navegando en silencio. Merk se puso de pie lentamente y miró hacia el horizonte, esta vez aferrándose con ambas manos de la barandilla. Examinó el horizonte pero, sin importar cuanto lo intentaba, no veía señal de Las Tres Dagas. Miró hacia abajo y estudió las aguas de la Bahía de la Muerte con un nuevo respeto y miedo. Miró con cuidado y vio enjambres de pequeños tiburones rojos bajo la superficie, apenas visibles y ocultos solo por las olas. Ahora sabía que entrar en esas aguas significaba la muerte; y no pudo evitar pensar en qué otras criaturas vivirían en esta masa de agua.

El silencio creció, interrumpido solo por el silbido del viento, y después de que pasaron varias horas Merk, sintiéndose desolado, necesitaba hablar.

“Lo que hiciste con ese bastón,” dijo Merk mirando a Lorna. “Nunca he visto nada parecido.”

Lorna no mostró expresión alguna y siguió mirando hacia el horizonte.

“Háblame de ti,” presionó él.

Ella le dio una mirada, pero después miró de nuevo hacia el horizonte.

“¿Qué te gustaría saber?” le preguntó.

“Cualquier cosa,” respondió. “Todo.”

Ella guardó silencio por un largo rato hasta que finalmente dijo:

“Tú empieza.”

Merk la miró, sorprendido.

“¿Yo?” le preguntó. “¿Qué quieres saber?”

“Háblame de tu vida,” dijo ella. “Lo que sea que quieras decirme.”

Merk respiró profundo mientras se daba la vuelta y miraba hacia el horizonte. No tenía ningún deseo de hablar acerca de su vida.

Finalmente y al darse cuenta de que tenían un largo camino por delante, suspiró. Sabía que tendría que enfrentarse a sí mismo tarde o temprano, incluso si no era placentero.

“He sido un asesino la mayor parte de mi vida,” dijo con arrepentimiento y mirando hacia el horizonte, con voz grave y llena de odio a sí mismo. “No me enorgullece. Pero era el mejor de todos. Era solicitado por reyes y reinas. Mis habilidades no tenían comparación.”

Merk guardó silencio quedando atrapado en memorias de las que se arrepentía, memorias que prefería no recordar.

“¿Y ahora?” preguntó ella suavemente.

Merk se sintió agradecido al no detectar juicio en su voz como le pasaba al escuchar a otros. Suspiró.

“Ahora,” dijo él, “ya dejé de serlo. Ya no soy esa persona. He jurado renunciar a la violencia, poner mis servicios en una buena causa. Pero aunque lo intento, no logro alejarme por completo. La violencia parece hallarme. Siempre parece haber una causa más.”

“¿Y cuál es tu causa?” preguntó ella.

Lo pensó.

“Mi causa, al principio, era convertirme en Observador,” respondió. “Poner mi devoción a ese servicio; Proteger la Torre de Ur y proteger la Espada de Fuego. Cuando esta cayó, sentí que mi causa era llegar hasta la Torre de Kos y salvar la Espada.”

Suspiró.

“Y ahora aquí estamos, navegando por la Bahía de la Muerte, con la Espada perdida, los troles persiguiéndonos y dirigiéndonos hacia una cadena de islas desiertas,” respondió Lorna con una sonrisa.

Merk frunció el ceño sin parecerle divertido.

“He perdido mi causa,” dijo. “He perdido el propósito de mi vida. Ya no sé quién soy. Ya no sé a dónde voy.”

Lorna asintió.

“Ese es un buen lugar en el cual estar,” dijo ella. “La incertidumbre también significa posibilidades.”

Merk la miró, confundido. Estaba conmovido al ver que no lo condenaba. Cualquier otra persona que escuchara su historia lo pondría como el villano.

“Veo que no me juzgas,” observó él, sorprendido, “por quien soy.”

Lorna lo miró con ojos tan intensos que parecía que estaba mirando hacia la luna.

“Eso era lo que tú eras,” lo corrigió. “No quien eres ahora. ¿Cómo puedo juzgarte por quien fuiste en el pasado? Yo solo juzgo al hombre que está frente a mí.”

Merk se sintió restaurado por su respuesta.

“¿Y quién soy yo ahora?” preguntó él, queriendo saber la respuesta y sin conocerla él mismo.

Ella lo miró.

“Veo a un buen guerrero,” respondió. “Un hombre desinteresado. Un hombre que quiere ayudar a otros. Y un hombre lleno de deseos. Veo a un hombre que está perdido. Un hombre que nunca ha llegado a conocerse.”

Merk pensó en sus palabras y estas resonaron muy profundo en él. Sintió que todas eran verdad. Muy ciertas.

Hubo un largo silencio entre ellos mientras el bote se mecía en las aguas, lentamente dirigiéndose hacia el oeste. Merk miró hacia atrás y vio que la flota de troles seguía en el horizonte, aún a buena distancia.

“¿Y tú?” preguntó él finalmente. “Tú eres la hija de Tarnis, ¿verdad?”

Ella miró hacia el horizonte con ojos brillantes y, finalmente, asintió.

“Lo soy,” respondió ella.

Merk se quedó perplejo al oírlo.

“¿Entonces por qué estás aquí?” le preguntó.

Ella suspiró.

“He estado escondida aquí desde que era muy joven.”

“¿Pero por qué?” presionó él.

Ella se encogió de hombros.

“Supongo que era muy peligroso mantenerme en la capital. Las personas no debían saber que yo era la hija ilegítima del Rey. Era más seguro aquí.”

“¿Más seguro?” preguntó él. “¿En el fin del mundo?”

“Me dieron un secreto para guardar,” explicó ella. “Más importante incluso que el reino de Escalon.”

Su corazón se aceleró al preguntarse qué podría ser.

“¿Me lo dirías?” preguntó él.

Pero Lorna se dio la vuelta lentamente y apuntó hacia adelante. Merk siguió su mirada y ahí, en el horizonte, el sol brillaba sobre tres islas desiertas que emergían del océano, la última siendo una fortaleza de roca sólida. Era el lugar más desolado pero al mismo tiempo hermoso que Merk jamás había visto. Este era un lugar lo suficientemente alejado como para mantener todos los secretos de la magia y el poder.

“Bienvenido,” dijo Lorna, “a Knossos.”




CAPÍTULO NUEVE


Duncan corría solo por las calles de Andros tratando de ignorar el dolor en sus tobillos y muñecas, impulsado por la adrenalina al pensar solo en una cosa: salvar a Kyra. Su grito por ayuda le hacía eco en su cabeza, en su alma, y le hacía olvidar sus heridas mientras corría sudando por las calles hacia el origen del sonido.

Duncan giraba y pasaba por los angostos callejones de Andros sabiendo que Kyra estaba justo detrás de ese grueso muro de piedra. Los dragones volaban todo en derredor incendiando calle tras calle, con un calor emanando de las paredes tan tremendo que Duncan podía sentirlo hasta en el otro extremo del muro. Esperaba y rogaba por que no bajaran hacia su callejón o entonces estaría perdido.

Pero a pesar del dolor, Duncan no se detuvo. Tampoco se dio la vuelta. No podía. Impulsado por su instinto paternal, físicamente no podía ir a ninguna otra parte más que hacia el sonido de su hija. Le pasó por la mente que se estaba dirigiendo hacia su muerte y que perdería cualquier oportunidad de escapar; pero no se detuvo. Su hija estaba atrapada, y esto era todo lo que le importaba ahora.

“¡NO!” escuchó el grito.

Duncan sintió un escalofrío. Ahí estaba de nuevo, su grito, y su corazón dio un sobresalto al escucharlo. Corrió más rápido y con todas sus fuerzas al dar vuelta en otro callejón.

Finalmente y dando vuelta de nuevo, pasó por un pequeño y bajo arco de piedra y el cielo se abrió delante de él.

Duncan llegó a una explanada, y estando en el borde, se quedó impactado con lo que vio frente a él. Las llamas llenaban el otro lado del patio mientras los dragones volaban por encima de él y, debajo de una saliente de piedra y apenas protegida de todo el fuego, estaba su hija.

Kyra.

Ahí estaba y seguía con vida.

Pero incluso más impactante que verla con vida fue el ver al bebé dragón a su lado. Duncan lo miraba sin entender. Al principio asumió que Kyra estaba tratando de matar a un dragón que había caído del cielo. Pero entonces vio que el dragón estaba atrapado por una roca. Se confundió más al ver que Kyra trataba de empujarla. Se preguntó qué es lo que intentaba hacer. ¿Liberar a un dragó? ¿Por qué?

“¡Kyra!” gritó.

Duncan corrió por el patio abierto esquivando las columnas de fuego, esquivando las garras de un dragón, y avanzando hasta que llegó al lado de su hija.

Mientras lo hacía, Kyra miró hacia arriba y se quedó impactada. Después regocijada.

“¡Padre!” gritó.

Corrió hacia sus brazos y Duncan la tomó regresándole el abrazo. Mientras la abrazaba, se sintió restaurado y como si parte de él hubiera regresado.

Lágrimas de alegría cayeron por sus mejillas. Apenas podía creer que Kyra estaba aquí y viva.

Se abrazaron fuertemente y él se sintió aliviado al ver que, aunque temblaba, su hija estaba bien.

Recordando, la hizo hacia un lado, sacó su espada, la levantó, y se preparó para cortar la cabeza del dragón para proteger a su hija.

“¡No!” gritó Kyra.

Duncan se sorprendió al ver que se acercaba y lo tomaba de la muñeca con una fuerza sorprendente y evitando que terminara su golpe. Esta no era la hija dócil que había dejado atrás en Volis; ahora claramente era una guerrera.

Duncan la miró, desconcertado.

“No lo lastimes,” le ordenó ella con voz confiada, voz de guerrero. “Theon es mi amigo.”

Duncan la miró, perplejo.

“¿Tu amigo?” le preguntó. “¿Un dragón?”

“Por favor, Padre,” dijo ella, “no hay tiempo para explicar. Ayúdanos. Está atrapado y no puedo mover esta piedra sola.”

Duncan, tan impactado como estaba, confió en ella. Guardó su espada, se puso a su lado, y empujó la piedra con todas sus fuerzas. Pero sin importar cuánto lo intentaba, no podía moverla.

“Es muy pesada,” dijo él. “No puedo. Lo siento.”

De repente, escuchó el sonido de armaduras detrás de él y se emocionó al darse la vuelta y ver a Aidan, Anvin, Cassandra, y Blanco acercándose. Habían regresado por él y de nuevo estaban arriesgando sus vidas.

Sin dudar, corrieron juntos hacia la piedra y empezaron a empujar.

Se movió un poco, pero aún no pudieron quitarla.

Se escuchó una respiración agitada y Duncan vio que llegaba Motley detrás de ellos tratando de recuperar el aliento. Se les unió poniendo todo su peso en la piedra; y esta vez empezó a rodar. Motley, el actor, el tonto con sobrepeso, del que nadie esperaba nada, hizo la diferencia en poder quitar la piedra de encima del dragón.

Con un último esfuerzo, la piedra cayó al suelo levantando una nube de polvo y el dragón quedó libre.

Theon se puso de pie y rugió arqueando la espalda y extendiendo sus garras. Furioso, miró hacia el cielo. Un gran dragón morado los había visto y se dirigía hacia ellos, y Theon, sin detenerse, saltó en el aire abriendo su mandíbula y voló directamente hacia arriba, mordiendo la suave yugular del desprevenido dragón.

Theon se aferró con toda su fuerza. El inmenso dragón chilló furioso al haber sido tomado con la guardia baja, claramente no esperando mucho del bebé dragón, y los dos juntos chocaron contra un muro de piedra del otro lado del patio.

Duncan y los otros se quedaron estupefactos mientras Theon peleaba con el dragón, rehusándose a soltarlo y atrapándolo al extremo del patio. Theon se retorcía y gruñía con ferocidad, y no se soltó hasta que el dragón más grande finalmente dejó de moverse.

Por un momento todos respiraron aliviados.

“¡Kyra!” gritó Aidan.

Kyra miró hacia abajo y vio a su pequeño hermano, y Duncan miró con alegría mientras Aidan corría hacia los brazos de Kyra. Ella lo abrazó mientras Blanco saltaba junto a ellos claramente emocionado.

“Mi hermano,” dijo Kyra con los ojos llenos de lágrimas. “Estás vivo.”

Duncan pudo escuchar el alivio en su voz.

Los ojos de Aidan de repente se llenaron de tristeza.

“Brandon y Braxton están muertos,” le informó a Kyra.

Kyra se puso pálida. Se dio la vuelta y miró hacia Duncan, y él asintió de manera solemne.

De repente, Theon voló y se posó junto a ellos, agitando sus alas e indicándole a Kyra que se subiera a su espalda. Duncan escuchó los rugidos en las alturas y vio que ya todos volaban en círculos preparándose para bajar.

Para la sorpresa de Duncan, Kyra se montó en Theon. Ahí estaba, sentada en un dragón, fuerte, feroz, con el porte de un gran guerrero. Ya no existía la chica que había conocido; había sido reemplazada por una orgullosa guerrera, una mujer que podría comandar a legiones. Nunca antes se había sentido tan orgulloso.

“No tenemos tiempo. Vengan conmigo,” les dijo ella. “Todos. Ahora.”

Se miraron entre ellos con sorpresa y Duncan sintió un hueco en el estómago con la idea de montar un dragón, especialmente uno que les estaba gruñendo.

“¡Apresúrense!” dijo ella.

Duncan, viendo que la manada de dragones bajaba y no teniendo otra opción, actuó inmediatamente. Se apresuró junto con Aidan, Anvin, Motley, Cassandra, Septin y Blanco subiendo en la espalda del dragón.

Se aferró a las pesadas y ancestrales escamas, maravillándose al ver que realmente estaba sobre un dragón. Era como un sueño.

Se sostuvo con todas sus fuerzas mientras el dragón se elevaba. Su estómago se sintió ligero y apenas pudo creer lo que sentía. Estaba volando por primera vez en su vida, por encima de las calles y con una velocidad que nunca había experimentado.

Theon, más rápido que los demás, voló dando vueltas tan rápido que los demás dragones no pudieron alcanzarlo en medio de la confusión y el humo de la ciudad. Duncan se sorprendió al ver la ciudad desde arriba, al ver los techos de los edificios y las calles que se asemejaban a un laberinto.

Kyra dirigía a Theon de manera asombrosa, y Duncan se sintió orgulloso de su hija y sorprendido de que pudiera manejar a una bestia como esta. En solo unos momentos ya estaban libres en cielo abierto, más allá de los muros de la capital y volando por el campo.

“¡Debemos ir al sur!” gritó Anvin. “Ahí hay formaciones rocosas más allá del perímetro de la capital. ¡Nuestros hombres nos esperan! Se han retirado hacia ese lugar.”

Kyra guiaba a Theon y pronto ya se dirigían al sur hacia una gran saliente rocosa en el horizonte. Duncan vio los cientos de enormes rocas marcadas por pequeñas cuevas en el interior al sur de las murallas de la capital.

Al acercarse, Duncan vio las armaduras y armas dentro de las cuevas brillando con la luz del desierto, y su corazón se animó al ver a cientos de sus hombres esperándolo en las cuevas en este punto de encuentro.

Mientras Kyra guiaba a Theon hacia abajo, aterrizaron en la entrada de una inmensa cueva. Duncan pudo ver el temor en los rostros de los hombres abajo y cómo se preparaban para el ataque al ver que el dragón se acercaba. Pero entonces pudieron ver a Kyra y a los otros en su espalda, y sus expresiones cambiaron a asombro. Bajaron la guardia.

Duncan desmontó y corrió para recibir a sus hombres, feliz de ver que seguían con vida. Ahí estaban Kavos y Bramthos, Seavig y Arthfael, hombres que habían arriesgado sus vidas por él y hombres que pensó no volvería a ver.

Duncan volteó  hacia Kyra y se sorprendió al ver que no había desmontado como los demás.

“¿Por qué sigues sentada ahí?” le preguntó. “¿No vienes con nosotros?”

Pero Kyra se quedó sentada, con su espalda erguida y orgullosa, y negó solemnemente.

“No puedo, Padre. Tengo un asunto solemne en otra parte. Lo hago por Escalon.”

Duncan le devolvió la mirada, desconcertado, maravillado por la fuerte guerrera en que se había convertido su hija.

“¿Pero dónde?” preguntó Duncan. “¿Qué es más importante que estar a nuestro lado?”

Ella dudó.

“Marda,” respondió.

Duncan sintió un escalofrío al escuchar esa palabra.

“¿Marda?” Dijo casi sin aliento. “¿Tú? ¿Sola? ¡Nunca regresarás!”

Ella asintió y él pudo ver en sus ojos que ella ya lo sabía.

“Juré que iría,” respondió, “y no puedo abandonar mi misión. Ahora que estás seguro, el deber me llama. Padre, ¿no me has enseñado siempre que el deber es primero?”

Duncan sintió que su corazón se hincho de orgullo al escucharla. Dio un paso hacia adelante, estiró los brazos y la abrazó fuertemente mientras los hombres se acercaban.

“Kyra, mi hija. Tú eres la mejor parte de mi alma.”

Él vio que sus ojos se le llenaron de lágrimas y que asentía, más fuerte y más poderosa y sin los sentimientos que solía tener. Ella le dio una pequeña patada a Theon y este le elevó en el aire. Kyra ella voló orgullosa en su espalda más y más alto en el cielo.

El corazón de Duncan se partió al verla partir hacia el norte, preguntándose si alguna vez la volvería a ver mientras ella volaba hacia la negrura de Marda.




CAPÍTULO DIEZ


Kyra se inclinaba hacia adelante aferrándose de las escamas de Theon mientras volaban, sosteniéndose firmemente y sintiendo el viento en su cabello. Entraban y salían de las nubes y sus manos le temblaban por la humedad y el frío, pero Kyra lo ignoraba mientras atravesaban Escalon en su camino a Marda. Nada la detendría ahora.

La mente de Kyra estaba llena de todo lo que acababa de pasar y aún trataba de procesarlo. Recordó a su padre y estaba feliz al pensar que estaba seguro con sus hombres a las afueras de Andros. Sintió una gran satisfacción. Ya había estado a punto de morir varias veces por tratar de llegar hasta él, y le habían advertido que moriría si lo intentaba. Pero no se había rendido ya que podía sentir en su corazón que él la necesitaba. Había aprendido una valiosa lección: siempre confiar en sus instintos sin importar cuántas personas le dijeran que no lo hiciera.

Al reflexionar en ello, se dio cuenta de que esto era precisamente por lo que Alva le había dicho que no fuera: era una prueba. Había sido claro al decirle que moriría si regresaba por su padre ya que él quería ver su resolución y probar su valentía. Todo el tiempo había sabido que ella sobreviviría. Quería saber si ella iría a la batalla aun sabiendo que iba a morir.

Pero al mismo tiempo, su padre la había salvado; si no hubiera llegado en ese preciso momento, Theon seguiría atrapado bajo esa piedra y ella seguramente estaría muerta. El pensar que su padre había sacrificado todo por ella le levantó el ánimo. No pudo evitar las lágrimas en sus ojos al pensar que él se había enfrentado a las llamas, los dragones y la muerte; todo por ella.

Kyra sonrió al pensar en su hermano, Aidan, feliz de saber que también estaba sano y salvo. Pensó en sus dos hermanos muertos, y a pesar de los problemas y rivalidades que habían tenido, sintió dolor. Deseaba haber podido estar ahí para protegerlos.

Kyra pensó en Andros, la que una vez había sido una gran capital ahora convertida en una caldera, y su corazón se desplomó. ¿Volvería a tener Escalon su antigua gloria?

Habían pasado tantas cosas al mismo tiempo que Kyra apenas podía procesarlo. Era como si el mundo estuviera girando debajo de ella, como si la única constante fuera el cambio.

Kyra trató de sacarlo todo de su mente y enfocarse en el viaje por delante: Marda. Kyra se llenó de un nuevo sentido de propósito mientras volaba, ansiosa por llegar y encontrar el Bastón de la Verdad. Bajó por entre las nubes y trató de ver terrenos familiares, tratando de ver qué tan cerca estaba de la frontera y de Las Flamas. Al analizar el paisaje, su corazón decayó al ver lo que le había sucedido a su país: vio una tierra destrozada, llena de cicatrices y quemada por las llamas. Vio fortalezas completas destrozadas, aunque no sabía si habían sido soldados Pandesianos, o troles merodeadores, o furiosos dragones. Vio una tierra tan arrasada que no se parecía al lugar que una vez había conocido y amado. Era difícil creerlo. El Escalon que ella conocía ya no existía.

Para ella todo fue surreal y era difícil de imaginar que tal cambio hubiera llegado tan drástica y rápidamente. La hizo pensar. ¿Qué habría pasado si en esa noche nevada nunca se hubiera encontrado al herido Theos? ¿Habría sido diferente el destino de Escalon?

¿O había sido todo predestinado? ¿Era ella la responsable de todo esto, de todo lo que miraba ahí abajo? ¿O había sido ella solo el medio? ¿Habría todo esto pasado de alguna otra forma?

Kyra deseaba con desesperación el poder bajar y quedarse en Escalon y pelear en la guerra contra los Pandesianos, contra los troles, y ayudar a arreglar todo lo que pudiera. Pero, a pesar de un sentimiento de temor por lo que se avecinaba, se obligó a mirar hacia adelante y mantenerse enfocada en su misión, en volar hacia el norte y en algún lugar hacia la oscuridad de Marda.

Kyra se estremeció. Sabía que este era un viaje hacia la mismísima esencia de la oscuridad. Para ella, Marda siempre había sido un lugar de leyenda, un lugar de maldad, fuera de los límites, un lugar al que nadie se atrevía a visitar. Por el contrario, era un lugar que debía mantenerse alejado del mundo, encerrado, un lugar que hacía que las personas le agradecieran todos los días al universo por tener Las Llamas. Ahora, increíblemente, era un lugar al que ella se dirigía.

Por un lado, esto era una locura. Pero por el otro, la madre de Kyra la había enviado allí, y muy en su interior sentía que su misión era importante. Sentía que Marda era el lugar en el que debía estar; en donde estaba su prueba final. Ahí estaba el Bastón de la Verdad y solo ella podía recuperarlo. Era una locura, pero ella ya podía sentir que el bastón la invocaba y llamaba como a un viejo amigo.

Aun así Kyra, por primera vez desde que podía recordar, sintió una oleada de dudas que la abrumó. ¿Era lo suficientemente fuerte para esto? ¿Sobreviviría en Marda, un lugar al que ni los hombres de su padre se atrevían a ir? Sintió una batalla desarrollarse dentro de su alma. Todo en su interior le decía que el ir a Marda era igual que ir hacia su muerte. Y ella no deseaba morir.

Kyra trató de obligarse a ser fuerte y a no desviarse de su camino. Sabía que este era un viaje que tenía que realizar, y sabía que no debía acobardarse ahora que era necesitada. Trató de no pensar en los horrores que le esperaban del otro lado de Las Flamas. Una nación de troles. Volcanes, lava, ceniza. Una nación de maldad y hechicería. Criaturas inimaginables y monstruos. Trató de no recordar las historias que había escuchado cuando era niña. Un lugar en el que las personas se destrozaban por diversión y gobernado por su líder demoníaco, Vesuvius. Una nación que vivía para ver sangre y crueldad.

Bajaron por entre las nubes por un momento y Kyra pudo ver que pasaban sobre la esquina noreste de Escalon. Su corazón se aceleró al empezar a reconocer el paisaje: Volis. Vio las colinas de su pueblo natal, una vez hermosas, ahora una costra de lo que antes eran. Su corazón decayó con la imagen. En la distancia estaba la fortaleza de su padre ahora en ruinas. Era un gran montón de escombros en los que se veían cadáveres en posiciones no naturales, visibles incluso desde ahí arriba, y que miraban hacia el cielo como preguntándole a Kyra por qué había permitido que les pasara esto.

Kyra cerró los ojos y trató de alejar la imagen de su mente; pero no pudo hacerlo. Fue muy difícil el volar sobre este lugar que había significado tanto para ella. Miró hacia adelante, hacia Marda, y sabía que debía continuar su viaje. Pero algo dentro de ella le decía que debía visitar su antiguo hogar. Tendía que detenerse y verlo por sí misma antes de dejar Escalon en lo que podría ser su último viaje.

Kyra le indicó a Theon que bajara y pudo sentir que este se resistía; como si él también sintiera que debía continuar su misión hacia Marda. Pero al final cedió.

Bajaron y aterrizaron en lo que antes era Volis, lo que antes había sido una fortaleza llena de vida: niños, baile, canciones, el olor de la comida, y los orgullosos guerreros de su padre marchando de un lado a otro. Kyra sintió que perdía el aliento al empezar a caminar. Dejó salir un grito involuntario. No quedaba nada. Solo quedaban escombros y un silencio opresivo solamente interrumpido por la respiración agitada de Theon, de sus garras arañando el suelo como si él también estuviera molesto y deseoso de irse. No podía culparlo; este pueblo era una tumba.

La grava crujía bajo las botas de Kyra mientras caminaba por el lugar, con ráfagas de viento provenientes de las desoladas planicies que rodeaban la fortaleza. Volteó hacia todos lados, necesitando ver pero al mismo tiempo queriendo apartar la mirada: era como una pesadilla. Ahí estaba la calle de los comerciantes, ahora nada más que una pila de escombros carbonizados. Del otro lado estaba la armería, ahora completamente destruida y convertida en un montón de piedras y con la puerta principal derrumbada. Delante de ella estaba el inmenso fuerte en el que su padre había tenido tantos banquetes, el que había sido su hogar, pero ahora convertido en ruinas y con solo algunas murallas en pie. La puerta estaba abierta como invitando al mundo a entrar a ver lo que alguna vez había sido.





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Una fantasía llena de acción que le encantará a los fans de las otras novelas de Morgan Rice, igual que a los fans de obras como The Inheritance Cycle de Christopher Paolini… Los fans de Ficción para Jóvenes Adultos devorarán este último trabajo de Rice y rogarán por más. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El Despertar de los Dragones) ¡Las series Bestselling #1, con más de 400 calificaciones de cinco estrellas en Amazon! UN REINO DE SOMBRAS es el libro #5 en la serie de fantasía épica bestselling de Morgan Rice REYES Y HECHICEROS (que inicia con EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES como descarga gratuita) En UN REINO DE SOMBRAS, Kyra se encuentra en medio de la capital en llamas siendo atacada por una manada de dragones y luchando por su vida. Con su amada tierra natal destruida, sin la protección de Las Flamas y con los troles invadiendo el país, Kyra debe ir de manera urgente a Marda para recuperar un arma mágica antes de que sea demasiado tarde; incluso si tiene que llegar hasta el corazón de la oscuridad. Duncan está atrapado junto con los otros en la capital en llamas y utiliza todas sus fuerzas para encontrar a sus hombres, planear un escape y reagrupar a sus fuerzas para atacar a Pandesia. Del otro lado del reino, Merk navega junto con la hija del Rey Tarnis por la Bahía de la Muerte, abandonando la Torre de Kos y dirigiéndose hacia la isla guerrera de Knossos. Perseguidos por Vesuvius y su ejército de troles y cruzando las aguas más peligrosas del mundo, saben que tienen pocas posibilidades de llegar a la isla y menos posibilidades de escapar. Dierdre y Marco sobreviven a la marejada que destruyó Ur solo para descubrir que su preciada ciudad está bajo el agua. Con todos sus seres queridos muertos o perdidos, deberán recuperar las fuerzas y viajar hacia la única persona que saben sigue con vida: Kyra. Mientras tanto, Alec navega de regreso a Escalon junto con la gente de las Islas Perdidas, sosteniendo la preciosa espada que puede cambiarlo todo. Pero nadie espera encontrar una tierra destruida, una tierra llena de dragones. Con su fuerte atmósfera y complejos personajes, UN REINO DE SOMBRAS es una dramática saga de caballeros y guerreros, de reyes y señores, de honor y valor, de magia, destino, monstruos y dragones. Es una historia de amor y corazones rotos, de decepción, ambición y traición. Es una excelente fantasía que nos invita a un mundo que vivirá en nosotros para siempre, uno que encantará a todas las edades y géneros. El libro #6 de REYES Y HECHICEROS se publicará pronto. Si pensaste que ya no había razón para vivir después de terminar de leer la serie El Anillo del Hechicero, te equivocaste. Morgan Rice nos presenta lo que promete ser otra brillante serie, sumergiéndonos en una fantasía de troles y dragones, de valor, honor, intrepidez, magia y fe en tu destino. Morgan ha logrado producir otro fuerte conjunto de personajes que nos hacen animarlos en cada página. … Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores que aman la fantasía bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre El Despertar de los Dragones)

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