Книга - Una Joya para La Realeza

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Una Joya para La Realeza
Morgan Rice


Un Trono para Las Hermanas #5
La imaginación de Morgan Rice no tiene límites. En una serie que promete ser tan entretenida como las anteriores, UN TRONO PARA LAS HERMANAS nos presenta la historia de dos hermanas (Sofía y Catalina), huérfanas, que luchan por sobrevivir en el cruel y desafiante mundo de un orfanato. Un éxito inmediato. ¡Casi no puedo esperar a hacerme con el segundo y tercer libros! Books and Movie Reviews (Roberto Mattos) De la #1 en ventas Morgan Rice viene una nueva e inolvidable serie de fantasía. En UNA JOYA PARA LA REALEZA (Un trono para las hermanas-Libro cinco), Sofía, de 17 años, se entera de que Sebastián, su amor, está encarcelado y listo para ser ejecutado. ¿Lo arriesgará todo por amor?Su hermana Catalina, de 15 años, lucha para escapar del poder de la bruja – pero puede que este sea muy fuerte. Catalina puede verse forzada a pagar el precio por el trato que hizo -y a vivir una vida que no quiere. La Reina está furiosa con Lady D’Angelica por haber fallado en enamorar a su hijo, Sebastián. Está dispuesta a sentenciarla a la Máscara de Plomo. Pero Lady D’Angelica tiene sus propios planes y no cederá tan fácilmente. Cora y Emelina finalmente llegan al Hogar de Piedra – y lo que encuentran allí las deja atónitas. Pero lo más sorprendente de todo es el hermano de Sofía y Catalina, un hombre que cambiará sus destinos para siempre. ¿Qué secreto guarda sobre sus padres perdidos hace tiempo?UNA JOYA PARA LA REALEZA (Un trono para las hermanas-Libro cinco) es el quinto libro de una nueva y sorprendente serie de fantasía llena de amor, desamor, tragedia, acción, aventura, magia, espadas, brujería, dragones, destino y un emocionante suspense. Un libro que no podrás dejar, lleno de personajes que te enamorarán y un mundo que nunca olvidarás. Pronto saldrá el libro#6 de la serie. poderoso principio para una serie mostrará una combinación de enérgicos protagonistas y desafiantes circunstancias para implicar plenamente no solo a los jóvenes adultos, sino también a admiradores de la fantasía para adultos que buscan historias épicas avivadas por poderosas amistades y rivales. Midwest Book Review (Diane Donovan)







UNA JOYA PARA LA REALEZA



(un trono para las hermanas – libro 5)



morgan rice


Morgan Rice



Morgan Rice tiene el #1 en éxito de ventas como el autor más exitoso de USA Today con la serie de fantasía épica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de doce libros; de la serie #1 en ventas LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspense post-apocalíptica compuesta de tres libros; de la serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS, compuesta de seis libros; y de la nueva serie de fantasía épica DE CORONAS Y GLORIA. Los libros de Morgan están disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones están disponibles en más de 25 idiomas.



A Morgan le encanta escucharte, así que, por favor, visita www.morganrice.books (http://www.morganrice.books/) para unirte a la lista de correo, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar la app gratuita, conocer las últimas noticias, conectarte con Facebook o Twitter ¡y seguirla de cerca!


Algunas opiniones sobre Morgan Rice



«Si pensaba que no quedaba una razón para vivir tras el final de la serie EL ANILLO DEL HECHICERO, se equivocaba. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice consigue lo que promete ser otra magnífica serie, que nos sumerge en una fantasía de trols y dragones, de valentía, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un conjunto de personajes que nos gustarán más a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores que disfrutan de una novela de fantasía bien escrita».

--Books and Movie Reviews

Roberto Mattos



«Una novela de fantasía llena de acción que seguro satisfará a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, además de a los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la Ficción para Jóvenes Adultos devorarán la obra más reciente de Rice y pedirán más».

--The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones)



«Una animada fantasía que entrelaza elementos de misterio e intriga en su trama. La senda de los héroes trata sobre la forja del valor y la realización de un propósito en la vida que lleva al crecimiento, a la madurez, a la excelencia… Para aquellos que buscan aventuras fantásticas sustanciosas, los protagonistas, las estrategias y la acción proporcionan un fuerte conjunto de encuentros que se centran en la evolución de Thor desde que era un niño soñador hasta convertirse en un joven adulto que se enfrenta a probabilidades de supervivencia imposibles… Solo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para jóvenes adultos».

--Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer)



«EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, engaño y traición. Lo entretendrá durante horas y satisfará a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género fantástico».

-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos

«En este primer libro lleno de acción de la serie de fantasía épica El anillo del hechicero (que actualmente cuenta con 14 libros), Rice presenta a los lectores al joven de 14 años Thorgrin “Thor” McLeod, cuyo sueño es alistarse en la Legión de los Plateados, los caballeros de élite que sirven al rey… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante».

--Publishers Weekly


Libros de Morgan Rice



LAS CRÓNICAS DE LA INVASIÓN

TRANSMISIÓN (Libro #1)

LLEGADA (Libro #2)



EL CAMINO DE ACERO

SOLO LOS DIGNOS (Libro #1)



UN TRONO PARA LAS HERMANAS

UN TRONO PARA LAS HERMANAS (Libro #1)

UNA CORTE PARA LOS LADRONES (Libro #2)

UNA CANCIÓN PARA LOS HUÉRFANOS (Libro #3)

UN CANTO FÚNEBRE PARA LOS PRÍNCIPES (Libro #4)

UNA JOYA PARA LA REALEZA (Libro #5)

UN BESO PARA LAS REINAS (Libro #6)



DE CORONAS Y GLORIA

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1)

CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA (Libro #2)

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #3)

REBELDE, POBRE, REY (Libro #4)

SOLDADO, HERMANO, HECHICERO (Libro #5)

HÉROE, TRAIDORA, HIJA (Libro #6)

GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO (Libro #7)

VENCEDOR, DERROTADO, HIJO (Libro #8)



REYES Y HECHICEROS

EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)

EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2)

EL PESO DEL HONOR (Libro #3)

UNA FORJA DE VALOR (Libro #4)

UN REINO DE SOMBRAS (Libro #5)

LA NOCHE DE LOS VALIENTES (Libro #6)



EL ANILLO DEL HECHICERO

LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)

UNA MARCHA DE REYES (Libro #2)

UN DESTINO DE DRAGONES (Libro #3)

UN GRITO DE HONOR (Libro #4)

UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)

UNA POSICIÓN DE VALOR (Libro #6)

UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)

UNA CONCESIÓN DE ARMAS (Libro #8)

UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)

UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10)

UN REINO DE ACERO (Libro #11)

UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)

UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)

UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)

UN SUEÑO DE MORTALES (Libro #15)

UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)

EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)



LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA

ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1)

ARENA DOS (Libro #2)

ARENA TRES (Libro #3)



VAMPIRA, CAÍDA

ANTES DEL AMANECER (Libro #1)



EL DIARIO DEL VAMPIRO

TRANSFORMACIÓN (Libro #1)

AMORES (Libro #2)

TRAICIONADA(Libro #3)

DESTINADA (Libro #4)

DESEADA (Libro #5)

COMPROMETIDA (Libro #6)

JURADA (Libro #7)

ENCONTRADA (Libro #8)

RESUCITADA (Libro #9)

ANSIADA (Libro #10)

CONDENADA (Libro #11)

OBSESIONADA (Libro #12)


¿Sabías que he escrito múltiples series? ¡Si no has leído todas mis series, haz clic en la imagen de abajo para descargar el principio de una serie!






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Derechos Reservados © 2018 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora. Este libro electrónico está disponible solamente para su disfrute personal. Este libro electrónico no puede ser revendido ni regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, tiene que adquirir un ejemplar adicional para cada uno. Si está leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo compró solamente para su uso, por favor devuélvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia.


ÍNDICE

CAPÍTULO UNO (#ua0b96b47-e1e8-5f8f-8338-e813ef15b885)

CAPÍTULO DOS (#u54a47d93-a2f4-5323-bf53-6f14ac098920)

CAPÍTULO TRES (#u622682de-f9d5-5b36-88cf-db6e9b72f715)

CAPÍTULO CUATRO (#u706bfd70-115a-59c2-8765-83a17e7b08eb)

CAPÍTULO CINCO (#u1fccf643-8cf6-59af-a779-5f495cfd5bc9)

CAPÍTULO SEIS (#u25b5c4ab-ab83-5497-9fa8-8c3e4e80f208)

CAPÍTULO SIETE (#u86982d18-329b-57bd-a72d-3c2b3e855fb4)

CAPÍTULO OCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO NUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIEZ (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO ONCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DOCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TRECE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO CATORCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO QUINCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIDÓS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTITRÉS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTICUATRO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTICINCO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTISIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTINUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA (#litres_trial_promo)




CAPÍTULO UNO


Sofía miraba fijamente al joven que tenía delante y, aunque sabía que debería estar haciendo todo tipo de preguntas, eso no significaba que durara por un instante de quién era. El contacto de su mente con la de ella parecía demasiado cercano al modo en que lo hacía con Catalina. Su aspecto allí bajo la luz del sol era demasiado parecido.

Era su hermano. No había modo de que pudiera ser otra cosa. Solo había un problema con eso.

—¿Cómo? —preguntó Sofía—. ¿Cómo eres mi hermano? Yo no… Yo no recuerdo un hermano. Ni tan solo sé tu nombre.

—Me llamo Lucas —dijo él. Bajó rápidamente al muelle donde ella y Jan esperaban. Se movía con la gracia de un bailarín, los listones de madera parecían ceder bajo cada paso—. Y tú eres Sofía.

Sofía asintió. Después lo abrazó. Parecía muy natural hacerlo, muy evidente. Lo abrazó fuerte, como si soltarlo significara que desaparecería de golpe. Aun así, tuvo que apartarse, aunque solo fuera para que ambos pudieran respirar.

—Yo hace poco que descubrí tu nombre, y el de Catalina —dijo. Para sorpresa de Sofía, Sienne se frotaba contra sus piernas, el gato del bosque se enroscó cerca de él antes de volver a ella—. Mis tutores me contaron cuando llegué a la mayoría de edad. Cuando recibí vuestro mensaje, vine tan rápido como pude. Unos amigos en las Tierras de la Seda me prestaron un barco.

Parecía que su hermano tenía amigos influyentes. Pero esto todavía no respondía su mayor pregunta.

—¿Cómo puedo tener un hermano? —preguntó ella—. Yo no te recuerdo. No vi tu cuadro en ningún lugar en Monthys.

—Yo estaba… escondido —dijo Lucas—. Nuestros padres sabían que nuestra paz con la Viuda era frágil y no resistiría un hijo. Hicieron que corriera la voz de que yo había muerto.

Sofía sintió que se tambaleaba un poco. Sintió la mano de Jan sobre su brazo, el contacto de su primo la sujetó.

—¿Estás bien? —preguntó—. El niño…

«¿Estás embarazada?» —De nuevo sonó diferente a cuando otra persona con una pizca de poder se ponía en contacto con su mente. Sonaba familiar. De algún modo, sonaba bien. Parecía como estar en casa.

«Sí» —le mandó Sofía con una sonrisa—. «Pero por ahora deberíamos hablar en voz alta».

Ella no sabía si Jan se había enterado de que su hermano tenía unos poderes parecidos a los de ella, pero ahora lo sabía. Parecía justo advertirlo de eso y darle la oportunidad de guardar los pensamientos.

«Y hay cosas que nosotros deberíamos saber» —dijo Jan. Parecía desconfiado de un modo que Sofía no lo era, tal vez porque no había sentido esa contacto con la mente—. ¿Cómo sabemos que eres quien dices ser?

—¿Tú eres Jan Skyddar, el hijo de Lars Skyddar? —dijo Lucas—. Mis tutores me lo enseñaron todo sobre ti, aunque me advirtieron de no ponerme en contacto contigo a no ser que estuviera preparado. Dijeron que sería peligroso. Quizás tenían razón.

—Él es mi hermano, Jan —dijo Sofía. Alargó el brazo que Jan no sujetaba hacia el de Lucas—. Puedo sentir sus poderes y… bueno, míralo.

—Pero no hay ningún registro sobre él —insistió Jan—. Oli lo hubiera mencionado si realmente hubiera un hijo de los Danse. A ti y a Catalina os mencionó bastante.

—Parte de esconderme era esconder los rastros de mí —dijo Lucas—. Supongo que dicen que morí de bebé. No te culpo por no creerme.

Sofía culpaba un poco a Jan, a pesar de que lo entendía. Ella quería que esto fuera bien. Quería que todo el mundo aceptara a su hermano.

—Lo llevaremos al castillo —dijo Sofía—. Si alguien sabrá sobre esto es mi tío.

Jan pareció aceptarlo y se dispusieron a dirigirse de vuelta a Ishjemme, pasando por delante de las casas de madera y los árboles que crecían entre ellas. Para Sofía, la presencia de Lucas le encajaba de algún modo, como si un fragmento de su vida que no sabía que le faltaba había vuelto de alguna manera.

—¿Cuántos años tienes? —preguntó Sofía.

—Dieciséis —dijo. Eso lo situaba entre ella y Catalina, no era el primogénito, pero el chico mayor. Sofía podía entender cómo eso hubiera hecho peligrar las cosas en el reino de la Viuda. Pero que Lucas marchara no los había mantenido a salvo, ¿no?

—¿Y has estado viviendo en las Tierras de la Seda? —preguntó Jan. Había una nota de interrogatorio en ello.

—Allí y en un par de lugares de sus islas periféricas —respondió Lucas. Le mandó una imagen a Sofía de una casa que era de lujo pero sosa, las habitaciones se dividían con sedas en lugar de paredes sólidas—. Pensaba que era normal crecer educado por tutores. ¿Fue así para vosotras?

—No exactamente. —Sofía dudó por un momento y después le mandó una imagen de la Casa de los Abandonados. Vio que Lucas, su hermano, apretaba la mandíbula.

—Las mataré —prometió y tal vez su intensidad mejoró las cosas con Jan, pues su primo asintió también con el sentimiento.

—Catalina te ganó a eso —le aseguró Sofía—. Te gustará.

—Por lo que decís, mejor espero gustarle yo a ella —contestó.

Sofía no tenía ninguna duda de eso. Lucas era su hermano, y Catalina lo vería tan claro como ella. Por lo que veía, los dos también encajaban bien. No eran los polos opuestos que ella y Catalina a menudo parecían ser.

—Si crecisteis… allí —dijo Lucas—, ¿cómo llegasteis hasta aquí, Sofía?

—Es una historia larga y complicada —le aseguró Sofía.

Su hermano encogió los hombros.

—Bueno, parece que hay un largo camino de vuelta al castillo y a mí me gustaría saberlo. Parece que ya me he perdido demasiado de vuestra vida.

Sofía hizo todo lo que pudo, exponiéndolo trozo a trozo, desde que escaparon de la Casa de los Abandonados, hasta que se infiltró en el palacio, se enamoró de Sebastián, tuvo que marcharse, la volvieron a capturar…

—Parece que habéis pasado mucho —dijo Lucas—. Y aún no has empezado a contarme cómo todo esto os llevó a terminar aquí.

—Había una artista: Laurette van Klett.

—¿La que te pintó con la marca de los contratados incluida? —dijo Lucas. Parecía que ya la había colocado en la misma categoría que los demás que la habían martirizado y Sofía no quería eso.

—Ella pinta lo que ve —dijo Sofía. Esa era una persona de su viaje por la que no sentía ninguna rabia—. Y vio el parecido entre mi madre y yo en un cuadro. Sin eso, no hubiera sabido por dónde empezar a buscar.

—Entonces todos le debemos nuestra gratitud —dijo Jan—. ¿Y tú, Lucas? Antes hablaste de tutores. ¿En qué te instruyeron? ¿Para convertirte en qué te educaron?

De nuevo, Sofía tuvo la sensación de que su primo estaba intentando protegerla de su hermano.

—Me enseñaron idiomas y política, a luchar y por lo menos los principios de cómo usar los talentos que todos nosotros tenemos —explicó Lucas.

—¿Te enseñaron a ser un rey a la espera? —preguntó Jan.

Ahora Sofía entendía parte de su preocupación. Pensaba que Lucas estaba allí para intentar apartarla. Aunque sinceramente, sospechaba que su primo estaba más preocupado de lo que estaba ella. De hecho, ella no había pedido que la llamaran a ser la heredera del trono del reino de la Viuda.

—¿Piensas que estoy aquí para reclamar el trono? —preguntó Lucas. Negó con la cabeza—. Me enseñaron a ser un noble, lo mejor que pudieron. También me enseñaron que no hay nada más importante que la familia. Por eso vine.

Sofía podía sentir su sinceridad a pesar de que Jan no lo hiciera. Para ella era suficiente –más que suficiente. La ayudaba a sentirse… segura. Ella y Catalina habían confiado la una en la otra durante demasiado tiempo. Ahora, había una extensa colección de primos, su tío… y un hermano. Sofía no podía expresar la sensación que eso daba de que su mundo se había extendido.

Lo único que lo haría mejor era que Sebastián estuviera allí. Esa ausencia parecía un agujero en el mundo que no se podía llenar.

—O sea —dijo Lucas—, ¿el padre de tu hijo es el hijo de la mujer que ordenó que mataran a nuestros padres?

—¿Piensas que eso complica demasiado las cosas? —preguntó Sofía.

Lucas le contestó medio encogiendo los hombros.

—Complicado, sí. ¿Demasiado complicado? Eso lo tienes que decir tú. ¿Por qué no está aquí él?

—No lo sé —confesó Sofía—. Me gustaría que estuviera.

Por fin, llegaron al castillo y se dirigieron al recibidor. Las noticias de la llegada de Lucas se les debían haber adelantado, pues todos los primos estaban en el recibidor, incluso Rika, que tenía una venda para tapar la herida en la cara que había recibido defendiendo a Sofía. Sofía se dirigió primero a ella y le cogió las manos.

—¿Estás bien? —preguntó.

—¿Y tú? —replicó Rika—. ¿Y el bebé?

—Todo está bien —la tranquilizó. Miró alrededor—. ¿Catalina está aquí?

Ulf negó con la cabeza.

—Frig y yo no la hemos visto hoy.

Hans tosió.

—No podemos esperar. Tenemos que entrar. Padre está esperando.

Hizo que pareciera serio, pero entonces, Sofía recordó cómo había sido cuando ella llegó allí, y lo precavida que había sido la gente con ella. En Ishjemme, eran muy prudentes con la gente que aseguraba ser uno de ellos. Sofía se sentía casi tan nerviosa estando allí esperando a que las puertas se abrieran como lo había estado la primera vez, cuando había sido ella la que reclamaba su herencia.

Lars Skyddar estaba delante del asiento ducal, esperándolos con gesto serio como si estuviera preparado para recibir a un embajador. Sofía tenía la mano entrelazada con la de su hermano mientras avanzaban, a pesar de que eso provocó una mueca de confusión de su tío.

—Tío —dijo Sofía—, este es Lucas. Es el que vino de las Tierras de la Seda. Es mi hermano.

—Le he dicho que eso no es posible —dijo Jan—. Que…

Su tío alzó una mano.

—Había un niño. Pensaba… me dijeron, incluso a mí, que murió.

Lucas dio un paso adelante.

—No morí. Estaba escondido.

—¿En las Tierras de la Seda?

—Con el Oficial Ko —dijo Lucas.

El nombre pareció bastar para el tío de Sofía. Dio un paso adelante y le brindó a Lucas el mismo abrazo aplastante e inmenso que le había dado a Sofía cuando la reconoció.

—Pensé que ya me habían bendecido lo suficiente con el regreso de mis sobrinas —dijo—. No pensaba que podría tener un sobrino también. ¡Debemos celebrarlo!

Parecía evidente que debía haber un banquete, e igual de evidente que no había tiempo para prepararlo, lo que significaba que casi a la vez, había sirvientes corriendo casi en todas direcciones, intentando preparar las cosas. Casi parecía que Sofía y Lucas se habían convertido en el punto inmóvil del centro de todo aquello, allí de pie mientras incluso sus primos corrían alrededor intentando preparar cosas.

«¿Las cosas siempre son así de caóticas?» —preguntó Lucas, mientras media docena de sirvientes pasaban corriendo por delante con bandejas.

«Creo que solo cuando hay un nuevo miembro de la familia» —le devolvió Sofía. Se quedó quieta, preguntándose si debía hacer la siguiente pregunta.

—Sea lo que sea, pregúntalo —dijo Lucas—. Sé que tiene que haber cosas que necesitas saber.

—Antes dijiste que te criaron unos tutores —dijo Sofía—. ¿Eso significa que… mis, nuestros, padres no están en las Tierras de la Seda?

Lucas negó con la cabeza.

—Al menos, no que yo pudiera descubrir. He estado buscando desde que llegué a la mayoría de edad.

—¿Tú también has estado buscándolos? ¿Tus tutores no sabían dónde estaban? —preguntó Sofía. Suspiró—. Lo siento. Parece que no esté feliz de haber ganado un hermano. Lo estoy. Estoy muy feliz de que estés aquí.

—¿Pero sería perfecto si estuviéramos todos? —supuso Lucas—. Lo comprendo, Sofía. Yo he ganado dos hermanas, y primos… pero también estoy muy ávido de tener padres.

—No creo que eso cuente como avaricia —dijo Sofía con una sonrisa.

—Tal vez, tal vez no. El Oficial Ko decía que las cosas son como son, y el dolor viene de desear otra cosa. Para ser justos, normalmente lo decía mientras bebía vino y le masajeaban con los mejores aceites.

—Pero ¿sabes alguna cosa sobre nuestros padres y a dónde fueron? —preguntó Sofía.

Lucas asintió.

—No sé a dónde fueron —dijo—. Pero sé cómo encontrarlos.




CAPÍTULO DOS


Catalina abrió los ojos mientras la luz cegadora se debilitaba e intentó entender dónde estaba y qué había sucedido. La última cosa que recordaba era que había estado luchando para abrirse camino hacia una imagen de la fuente de Siobhan y había clavado su espada en la bola de energía que la había unido a la bruja como aprendiza. Ella había cortado ese vínculo. Había ganado.

Ahora, parecía que estaba al aire libre, sin ningún rastro de la cabaña de Haxa o de las cuevas que había detrás. Se parecía solo un poco a las partes del paisaje de Ishjemme que ella había visto, pero los campos llanos y las explosiones de bosque podrían haber estado allí. Eso esperaba Catalina. La alternativa era que la magia la hubiera transportado a algún rincón del mundo que ella no conocía.

A pesar de la rareza de estar en un lugar que no conocía, Catalina se sentía libre por primera vez en mucho tiempo. Lo había conseguido. Había luchado contra todo lo que Siobhan, y su propia mente, le habían puesto en el camino, y se había librado de la opresión de la bruja. Al lado de esto, encontrar el camino de vuelta al castillo de Ishjemme parecía algo fácil.

Catalina escogió una dirección al azar y partió, caminando a pasos regulares.

Continuaba avanzando, intentando pensar en qué haría con su recién descubierta libertad. Evidentemente, protegería a Sofía. Eso por descontado. Ayudaría a criar a su sobrinita o sobrinito cuando llegara. Tal vez podría ir a buscar a Will, aunque con la guerra eso podría ser difícil. Y encontraría a sus padres. Sí, eso parecía una cosa buena que hacer. Sofía no iba a poder deambular por el mundo en su busca a medida que avanzaba su embarazo, pero Catalina sí que podía.

—Primero tengo que descubrir dónde estoy —dijo. Miró a su alrededor, pero aún no había puntos de referencia que reconociera. Sin embargo, había una mujer un poco más lejos en un campo, doblada sobre un rastrillo mientras sacaba malas hierbas. Tal vez ella podría ayudar.

—¡Hola! —gritó Catalina.

La mujer alzó la vista. Era mayor, con la cara arrugada por tantas estaciones trabajando allá fuera. Para ella, Catalina seguramente tenía el aspecto de una especie de bandida o ladrona, armada como estaba. Aun así, sonrió mientras Catalina se acercaba. La gente era amable en Ishjemme.

—Hola, querida —dijo—. ¿Me dirás cómo te llamas?

—Me llamo Catalina —Y, como eso no parecía suficiente, y como ahora sí que podía asegurarlo—: Catalina Danse, hija de Alfredo y Cristina Danse.

—Un buen nombre —dijo la mujer—. ¿Qué te trae por aquí?

—Yo… no lo sé —confesó Catalina—. Estoy un poco perdida. Esperaba que usted pudiera ayudarme a encontrar mi camino.

—Por supuesto —dijo la mujer—. Es un honor que hayas puesto tu camino en mis manos. Es lo que estás haciendo, ¿verdad?

Esa parecía una manera extraña de decirlo, pero Catalina no sabía dónde estaba. Tal vez solo era la forma en que la gente hablaba aquí.

—Sí, supongo que sí —dijo—. Estoy intentando encontrar el camino de vuelta a Ishjemme.

—Claro —dijo la mujer—. Yo conozco los caminos a todas partes. Aun así, creo que un favor merece otro. —Alzó el rastrillo—. Hoy en día no tengo mucha fuerza. ¿Me darás tu fuerza, Catalina?

Si eso era lo que hacía falta para regresar, Catalina trabajaría en una docena de campos. No podía ser más duro que las tareas dispuestas en la Casa de los Abandonados, o del trabajo más agradable en la forja de Tomás.

—Sí —dijo Catalina, tendiendo la mano hacia el rastrillo.

La mujer rió, se echó hacia atrás y tiró de la capa que llevaba. Salió y, al hacerlo, todo en ella parecía cambiar. Siobhan estaba frente a ella y ahora el paisaje a su alrededor cambiaba, mutando a algo muy conocido.

Se lanzó hacia delante, sabiendo que su única opción ahora yacía en matar a Siobhan, pero la mujer de la fuente era más rápida. Lanzó su capa y, de algún modo, se convirtió en una burbuja de puro poder, cuyas paredes agarraban con tanta fuerza como cualquier celda de prisión.

—No puedes hacerlo —exclamó Catalina—.¡Ya no tienes poder sobre mí!

—No tenía ningún poder —dijo Siobhan—. Pero me acabas de dar tu camino, tu nombre y tu fuerza. Aquí, en este lugar, esas cosas sí que significan algo.

Catalina golpeó con el puño contra la pared de la burbuja. Resistió.

—No querrías debilitar esa burbuja, Catalina querida —dijo Siobhan—. Ahora estás muy lejos del camino plateado.

—No me obligarás a ser de nuevo tu aprendiza —dijo Catalina—. No me obligarás a matar por ti.

—Oh, ya hemos pasado eso —dijo Siobhan—. De haber sabido que causarías tantos problemas, nunca te hubiera hecho mi aprendiza para empezar, pero algunas cosas no se pueden prever, ni tan solo yo.

—Si soy un problema tan grande, ¿por qué no me dejas ir? —probó Catalina. Incluso mientras lo decía, sabía que no funcionaría así. El orgullo obligaría a Siobhan a más, incluso aunque nada más lo hiciera.

—¿Dejarte ir? —dijo Siobhan—. ¿No sabes lo que hiciste cuando clavaste una espada forjada con mis propias runas en mi fuente? ¿Cuándo cortaste nuestro vínculo, sin importarte las consecuencias?

—No me diste opción —dijo Catalina—. Tú…

—Tu destruiste el centro de mi poder —dijo Siobhan—. Buena parte de él, liquidado en un instante. Apenas tenía la fuerza para sujetarlo. No me falta sabiduría, ni modos de sobrevivir.

Hizo un gesto, y la escena más allá de la burbuja brilló. Ahora reconoció el interior de la cabaña de Haxa, grabada en cada superficie con runas y figuras. La bruja de las runas estaba sentada en una silla, observando la silueta quieta de Catalina. Evidentemente la había arrastrado o la había traído desde el espacio ritual de lo más profundo de las cuevas.

—Mi fuente me alimentaba —dijo Siobhan—. Ahora necesito una vasija para hacer lo mismo. Y resulta que hay una que está oportunamente vacía.

—¡No! —gritó Catalina, golpeando de nuevo con la mano contra la burbuja.

—Oh, no te preocupes —dijo Siobhan—. No estaré mucho tiempo allí. Solo el tiempo suficiente para matar a tu hermana, creo.

Catalina se quedó helada al oírlo.

—¿Por qué? ¿Por qué quieres a Sofía muerta? ¿Solo para hacerme daño? Mátame a mí, en su lugar. Por favor.

Siobhan la miró.

—Realmente darías la vida por ella, ¿verdad? Matarías por ella. Morirías por ella. Y ahora nada de eso basta.

—¡Por favor, Siobhan, te lo suplico! —exclamó Catalina.

—Si no querías esto, deberías haber hecho lo que te pedía —dijo Siobhan—. Con tu ayuda, podría haber dispuesto las cosas en un camino donde mi hogar hubiera estado a salvo para siempre. Donde yo hubiera tenido poder. Ahora, tú te lo has llevado y yo tengo que vivir.

Catalina todavía no entendía por qué eso significaba que Sofía tenía que morir.

—Entonces vive dentro de mi cuerpo —dijo—. Pero no hagas daño a Sofía. No tienes ninguna razón para hacerlo.

—Tengo todas las razones —dijo Siobhan—. ¿Crees que disfrazarse como la hermana pequeña de una gobernante es suficiente? ¿Tú crees que morir en una única vida humana es suficiente? Tu hermana lleva un hijo. Un hijo que gobernará. Lo transformaré en algo nonato. La mataré y le arrancaré el niño. Lo tomaré y creceré con él. Me convertiré en todo lo que necesito ser.

—No —dijo Catalina mientras se daba cuenta de todo aquel horror—. No.

Siobhan rió y en ello había crueldad.

—Matarán a tu cuerpo cuando yo mate a Sofía —dijo—. Y tú te quedarás aquí, entre mundos. Espero que disfrutes de tu libertad de mí, aprendiza.

Murmuró unas palabras y pareció disiparse. Pero la imagen de la cabaña de Haxa no lo hizo y Catalina se puso a chillar al ver que su propio cuerpo respiraba hondo.

—¡Haxa, no, no soy yo! —exclamó y, a continuación, intentó mandar el mismo mensaje con su poder. No pasó nada.

Sin embargo, al otro lado de esta fina división, pasaban muchas cosas. Siobhan respiraba agitadamente con sus pulmones, abría sus ojos y se incorporaba con el cuerpo de Catalina.

—Tranquila, Catalina —dijo Haxa, sin levantarse—. Has tenido una larga y dura experiencia.

Catalina observaba cómo su cuerpo se sentía de manera insegura, como si intentara descubrir dónde estaba. Para Haxa, debía parecer que Catalina todavía estaba desorientada por su experiencia, pero Catalina veía que Siobhan estaba probando sus extremidades, averiguando qué podía y qué no podía hacer.

Finalmente se puso de pie, levantándose de forma insegura. Con su primer paso se tambaleó, pero el segundo fue más seguro. Desenfundó la espada de Catalina y la hizo zumbar en el aire como si comprobara el equilibrio. Haxa parecía un poco preocupada por ello, pero no se retiró. Seguramente pensó que era lo que Catalina podría hacer para comprobar su equilibrio y coordinación.

—¿Sabes dónde estás? —preguntó Haxa.

Siobhan la miró fijamente usando los ojos de Catalina.

—Sí, lo sé.

—¿Y sabes quién soy yo?

—Eres la que se llama a sí misma Haxa para intentar ocultar su nombre. Eres la guardiana de las runas y no eras mi enemiga hasta que decidiste ayudar a mi aprendiza.

Desde donde estaba atrapada, Catalina vio que la expresión de Haxa cambiaba a una de terror.

—Tú no eres Catalina.

—No —dijo Siobhan—. No lo soy.

Entonces avanzó, con toda la velocidad y el poder del cuerpo de Catalina, clavando la ligera espada de modo que apenas fue más que un parpadeo cuando se clavó en el pecho de Haxa. Sobresalió por el otro lado, atravesándola.

—El problema con los nombres —dijo Siobhan— es que solo funcionan cuando tienes aliento para usarlos. No deberías haberte alzado contra mí, bruja de las runas.

Dejó caer a Haxa y, a continuación, alzó la vista, como si supiera dónde estaba la posición de Catalina.

—Murió por tu culpa. Sofía morirá por tu culpa. Su hijo y su reino serán míos por tu culpa. Quiero que pienses en ello, Catalina. Piensa en ello cuando la burbuja se desvanezca y tus miedos vengan a ti.

Saludó con la mano y la imagen se desvaneció. Catalina se lanzó contra la burbuja para intentar llegar hasta ella, para intentar salir de allí y encontrar un modo de detener a Siobhan.

Se quedó quieta mientras las cosas a su alrededor cambiaban, convirtiéndose en una especie de paisaje gris y borroso ahora que Siobhan no le estaba dando forma para engañarla. Había un leve destello de plata a lo lejos que podría haber sido el camino seguro, pero estaba tan lejos que también podría no haber estado allí.

Unas siluetas empezaron a salir de la neblina. Catalina reconoció las caras de las personas a las que ella había matado: monjas y soldados, el maestro de entrenamiento de Lord Cranston y los hombres del Maestro de los Cuervos. Sabía que eran solo imágenes más que fantasmas, pero eso no hacía nada por reducir el miedo que la atravesaba como un hilo, haciendo que su mano temblara y que la espada que llevaba pareciera inútil.

Gertrude Illiard estaba allí de nuevo, sujetando una almohada.

—Yo voy a ser la primera —prometió—. Voy a asfixiarte como tú me asfixiaste a mí, pero no morirás. Aquí no. No importa lo que te hagamos, no morirás, aunque lo supliques.

Catalina los miró y cada uno de ellos llevaba algún tipo de herramienta, ya fuera un cuchillo o un látigo, una espada o una cuerda de estrangular. Cada uno de ellos parecía ansiar hacerle daño y Catalina sabía que se echarían encima de ella sin piedad tan pronto como pudieran.

Ahora veía que el escudo se desvanecía, haciéndose más translúcido. Catalina agarró su espada con más fuerza y se preparó para lo que estaba por llegar.




CAPÍTULO TRES


Emelina seguía a Asha, Vincente y los demás a través de los páramos de más allá de Strand, sujetando el antebrazo de Cora para no perderse la una a la otra en las neblinas que se alzaban en los páramos.

—Lo conseguimos —dijo Emelina—. Encontramos el Hogar de Piedra.

—Creo que el Hogar de Piedra nos encontró a nosotros —puntualizó Cora.

Esa era una opinión justa, dado que los habitantes del lugar las habían rescatado de la ejecución. Emelina todavía recordaba el calor ardiente de las piras si cerraba los ojos, el hedor punzante del humo. No quería hacerlo.

—También —dijo Cora— creo que para encontrar un lugar, tienes que poderlo ver.

«Me gusta tu mascota» —le respondió Asha, adelantándose a ellos— «¿Siempre habla tanto?»

La mujer que parecía ser uno de los líderes del Hogar de Piedra dio largos pasos, arrastrando su larga capa y con su amplio sombrero no dejaba pasar la humedad.

«No es mi mascota» —le mandó Emelina. Pensó en decirlo en voz alta por Cora, pero fue por ella que no lo hizo.

«¿Por qué otra cosa iba alguien a tener a uno de los Normales por aquí?» —preguntó Asha.

—Ignora a Asha —dijo Vincente, en voz alta. Era lo suficientemente alto para alzarse imponente pero, a pesar de eso y de la espada en forma de cuchillo de carnicero que llevaba, parecía el más amable de los dos—. Tiene problemas para creer que los que no tienen nuestros dones pueden ser parte de nuestra comunidad. Por suerte, no todos nosotros lo sentimos así. En cuanto a la neblina, es una de nuestras protecciones. Los que buscan el Hogar de Piedra para dañarlo deambulan sin encontrarlo. Se pierden.

—Y nosotros podemos cazar a los que vinieron a hacernos daño —dijo Asha, con una sonrisa que no era del todo tranquilizadora—. Sin embargo, ya casi estamos allí. Pronto se levantará.

Lo hizo, y fue como meterse en una amplia isla cercada por la neblina, la tierra surgió de ella en una amplia extensión que fácilmente era más grande de lo que era Ashton. No porque estuviera abarrotada de casas como lo estaba la ciudad. En su lugar, la mayor parte parecía ser tierra de pasto, o terrenos donde la gente trabajaba para cultivar verduras. Dentro del perímetro de la tierra de cultivo había un muro de piedra seca que llegaba hasta el hombro de una persona, colocado delante de una zanja que la convertía en una estructura de defensa en lugar de solo un poste indicador. Emelina sintió un leve destello de poder y se preguntó si había algo más en él.

En su interior, había una serie de casas de piedra y turba: cabañas bajas con tejados de turba y pasto, casas redondas que parecía que siempre habían estado allí. En el centro de todo esto había un círculo de piedra parecido a los otros que había en la llanura, solo que este era más grande y estaba lleno de gente.

Por fin habían encontrado el Hogar de Piedra.

—Vamos —dijo Asha, caminando rápidamente hacia él—. Haremos que os sintáis cómodas. Me aseguraré de que nadie os confunde con un invasor y os mata.

Emelina la observó y después miró a Vincente.

—¿Siempre es así? —preguntó.

—Normalmente es peor —dijo Vincente—. Pero ayuda a protegernos. Venga, deberíais ver vuestro nuevo hogar vosotras dos.

Bajaron hacia la aldea construida de piedra, los demás fueron tras ellos o partieron para correr a hablar con amigos.

—Parece un lugar muy hermoso —dijo Cora. Emelina se alegró de que le gustara. No estaba segura de lo que hubiera hecho si su amiga hubiera decidido que el Hogar de Piedra no era el santuario que esperaba.

—Lo es —le dio la razón Vincente—. No estoy seguro de quién lo fundó, pero rápidamente se convirtió en un lugar para aquellos como nosotros.

—Aquellos con poderes —dijo Emelina.

Vincente encogió los hombros.

—Eso es lo que dice Asha. Personalmente, prefiero pensar en él como en un lugar para todos los desfavorecidos. Las dos sois bienvenidas aquí.

—¿Tan sencillo como eso? —preguntó Cora.

Emelina imaginaba que sus sospechas tenían mucho que ver con las cosas que se habían encontrado en el camino. Parecía que casi todo el mundo que se habían encontrado había estado decidido a robarles, esclavizarlas o algo peor. Debía confesar que podría haber compartido muchas, solo que eran gente como ella en muchos aspectos. Quería poder confiar en ellos.

—Los poderes de tu amiga dejan claro que es una de los nuestros, mientras que tú… ¿eras una de las criadas ligadas por contrato?

Cora asintió.

—Sé lo que es eso —dijo Vincente—. Yo crecí en un lugar donde me decían que tenía que pagar por mi libertad. Igual que Asha. Pagó por ella con sangre. Es por eso que es cautelosa para confiar en los demás.

Emelina se puso a pensar en Catalina al oír eso. Se preguntaba que habría pasado con la hermana de Sofía. ¿Habría conseguido encontrar a Sofía? ¿Iba también de camino al Hogar de Piedra, o estaba intentando encontrar el camino a Ishjemme para estar con ella? No había manera de saberlo, pero Emelina tenía esperanzas.

Bajaron hasta la aldea, detrás de Vincente. A primera vista, podría haber parecido una aldea normal pero, cuando miró más de cerca, Emelina vio las diferencias. Vio las runas y las marcas de hechizo trabajadas en la piedra y la madera de los edificios, sentía la presión de docenas de personas con talento para la magia en el mismo lugar.

—Esto es muy tranquilo —dijo Cora.

Puede que a ella le pareciera tranquilo, pero para Emelina, el aire estaba animado con el parloteo de la gente mientras se comunicaban mente a mente. Aquí parecía tan común como hablar en voz alta, tal vez incluso más.

También había otras cosas. Ya había visto lo que el curandero, Tabor, podía hacer, pero había quien usaba otros talentos. Un chico parecía jugar a un juego de copa y pelota sin tocarlo. Un hombre parecía chisporrotear luces en tarros de cristal, pero parecía no haber ningún encendido involucrado. Incluso había un herrero trabajando sin fuego, el metal parecía responder a su contacto como algo vivo.

—Todos tenemos nuestros dones —dijo Vincente—. Hemos acumulado conocimiento, para poder ayudar a los que tienen poder a manifestarlo todo lo que puedan.

—Te hubiera gustado nuestra amiga Sofía —dijo Cora—. Parecía tener todo tipo de poderes.

—Los individuos verdaderamente poderosos son raros —dijo Vincente—. Los que parecen más fuertes a menudo son los más limitados.

—Y, sin embargo, conseguís reunir una neblina que se extiende unos kilómetros alrededor —remarcó Emelina. Sabía que eso requería más que una cantidad limitada de poder. Mucho más.

—Lo hacemos juntos —dijo Vincente—. Si te quedas, seguramente contribuirás a ello, Emelina.

Señaló hacia el círculo que había en el centro de la aldea, donde había unos tipos sentados en asientos de piedra. Emelina podía sentir el crujido del poder allí, a pesar de que parecía que lo más extenuante que estaban haciendo era mirar fijamente. Mientras ella miraba, uno de ellos se levantó, con aspecto de estar agotado y otro aldeano fue a ocupar su lugar.

Emelina no había pensado en ello. Los más poderosos conseguían su poder canalizando la energía de otros lugares. Había oído hablar de brujas que robaban las vidas de la gente, mientras que Sofía parecía conseguir el poder de la misma tierra. Incluso parecía lógico, dado quién era. Sin embargo, esta… esta era una aldea entera de aquellos con poder canalizándolo juntos para convertirse en más que la suma de sus partes. ¿Cuánto poder podrían generar de esa forma?

—Mira, Cora —dijo, señalando—. Están protegiendo toda la aldea.

Cora la miró fijamente.

—Eso es… ¿cualquiera puede hacerlo?

—Cualquiera con una pizca de poder —dijo Vincente—. Si alguien normal lo hiciera, o no pasaría nada o…

—¿O? —preguntó Emelina.

—Podrían succionarles la vida. No es seguro intentarlo.

Emelina vio el malestar de Cora al oírlo, pero no pareció durar. Estaba demasiado ocupada mirando alrededor de la aldea como si estuviera intentando entender cómo funcionaba todo esto.

—Venid —dijo Vincente—. Hay una casa vacía en esta dirección.

Las guió hasta una cabaña con las paredes de piedra que no era muy grande, pero aun así parecía lo suficientemente grande para ellas dos. La puerta chirrió cuando Vincente la abrió, pero Emelina imaginaba que podía arreglarse. Si podía aprender a guiar un barco o un carro, podía aprender a arreglar una puerta.

—¿Qué haremos aquí? —preguntó Cora.

Vincente sonrió al oírlo.

—Viviréis. Nuestras granjas proporcionan suficiente comida y la compartimos con cualquiera que ayude a trabajar en la aldea. La gente contribuye con aquello en lo que son aptos para contribuir. Los que pueden trabajar el metal o la madera lo hacen para construir o para vender. Los que saben luchar trabajan para proteger la aldea, o para cazar. Encontramos una utilidad para cualquier talento.

—He pasado la vida aplicando maquillaje a los nobles mientras se preparan para las fiestas —dijo Cora.

Vincente encogió los hombros.

—Bueno, estoy seguro de que encontrarás algo. Y aquí también hay celebraciones. Encontrarás un modo de encajar.

—¿Y si quisiéramos irnos? —preguntó Cora.

Emelina miró a su alrededor.

—¿Por qué alguien iba a quererse ir? Vosotras no queréis, ¿verdad?

Entonces hizo lo impensable y hurgó en la mente de su amiga sin preguntar. Allí podía sentir sus dudas, pero también la esperanza de que todo esto saldría bien. Cora realmente quería poderse quedar. Sencillamente no quería sentirse como un animal enjaulado. No quería estar otra vez atrapada. Emelina lo podía entender, pero aun así, se relajó. Cora iba a quedarse.

—Yo no —dijo Cora— pero… necesito saber que todo esto no es una trampa, o una prisión. Necesito saber que no vuelvo a ser una sirvienta ligada por contrato en todo menos en el nombre.

—No lo eres —dijo Vincente—. Esperamos que te quedes, pero si decides marchar, solo pedimos que guardes nuestros secretos. Esos secretos protegen el Hogar de Piedra, más que la neblina, más que nuestros guerreros. Ahora, me iré para que os instaléis. Cuando estéis listas, venid al edificio circular del centro de la aldea. Allí Flora lleva el comedor y habrá comida para las dos.

Se fue, lo que significó que Emelina y Cora pudieron echar un vistazo a su nuevo hogar.

—Es pequeña —dijo Emelina—. Sé que tú vivías en un palacio.

—Yo vivía en cualquier rincón del palacio que encontraba para dormir —puntualizó Cora—. Comparada con una alacena o una hornacina vacía, esto es enorme. Pero necesitará trabajo.

—Podemos trabajar —dijo Emelina, mirando ya las posibilidades—. Atravesamos medio reino. Podemos hacer una cabaña mejor en la que vivir.

—¿Piensas que Catalina o Sofía alguna vez vendrán aquí? —preguntó Cora.

Emelina se había estado haciendo casi la misma pregunta.

—Creo que Sofía va a estar ocupada en Ishjemme —dijo—. Con suerte, realmente encontró a su familia.

—Y tú encontraste a la tuya, en cierto modo —dijo Cora.

Eso era cierto. Puede que la gente que había allí no fueran realmente sus familiares, pero lo parecían. Habían experimentado el mismo odio en el mundo, la misma necesidad de esconderse. Y ahora, estaban allí el uno por el otro. Era lo más cercano a una definición de familia que Emelina había encontrado.

Eso también convertía a Cora en familia. Emelina no quería que ella lo olvidara.

Emelina la abrazó.

—Creo que esto puede ser una familia para las dos. Es un lugar donde las dos podemos ser libres. Es un lugar donde las dos podemos estar a salvo.

—Me gusta la idea de estar a salvo —dijo Cora.

—A mí me gusta la idea de ya no tener que atravesar el reino andando en busca de este lugar —respondió Emelina. A estas alturas ya estaba harta de estar de camino. Alzó la vista—. Tenemos un techo.

Después de tanto tiempo de viaje, incluso eso parecía un lujo.

—Tenemos un techo —le dio la razón Cora—. Y una familia.

Se hacía extraño poder decirlo después de tanto tiempo. Era suficiente. Más que suficiente.




CAPÍTULO CUATRO


La Reina Viuda María de la Casa de Flamberg estaba sentada en sus recibidores y luchaba por contener la furia que amenazaba con consumirla. Furia por el bochorno del día anterior, furia por el modo en que su cuerpo la traicionaba, haciéndola toser sangre en un pañuelo de encaje incluso ahora. Sobre todo, furia por unos hijos que no hacían lo que se les decía.

—El Príncipe Ruperto, su majestad —anunció un sirviente, cuando el hijo mayor entraba haciendo aspavientos en el recibidor, pareciendo esperar exactamente alabanzas por todo lo que había hecho.

—¿Va a felicitarme por mi victoria, Madre? —dijo Ruperto.

La Viuda adoptó su tono más frío. Era lo único que la frenaba de gritar ahora mismo.

—Es costumbre hacer una reverencia.

Al menos eso bastó para que Ruperto parara de golpe y la mirara fijamente con una mezcla de sorpresa y rabia antes de intentar una breve reverencia. Bueno, hagamos que recuerde quién todavía mandaba aquí. Parecía haberlo olvidado por completo en los últimos días.

—Así que quieres que yo te felicite, ¿verdad? —preguntó la Viuda.

—¡Gané yo! —insistió Ruperto—. Yo hice retroceder la invasión. Yo salvé al reino.

Lo dijo como si fuera un caballero que vuelve de una gran cruzada en los viejos tiempos. Bueno, tiempos como estos habían pasado hacía mucho.

—Siguiendo tu propio plan temerario en lugar del que se acordó —dijo la Viuda.

—¡Funcionó!

La Viuda hacía un esfuerzo por contener su mal genio, al menos por ahora. Sin embargo, a cada segundo se hacía más difícil.

—¿Y piensas que la estrategia que yo escogí no hubiera funcionado? —preguntó—. ¿Piensas que no hubieran colisionado contra nuestras defensas? ¿Piensas que debería estar orgullosa de la matanza que ocasionaste?

—Una matanza de enemigos y de los que no luchaban contra ellos —contraatacó Ruperto—. ¿Piensa que no he oído historias sobre las cosas que ha hecho usted, Madre? ¿De las matanzas de los nobles que apoyaban a los Danse? ¿De su acuerdo para permitir que la iglesia de la Diosa Enmascarada matara a cualquiera que ellos consideraran malvado?

No permitiría que su hijo comparara esas cosas. No daría vueltas a las duras necesidades del pasado con un chico que había sido un bebé de pecho incluso durante las más recientes.

—Eso era diferente —dijo—. No teníamos opciones mejores.

—Aquí no tuvimos opciones mejores —espetó Ruperto.

—Teníamos una opción que no incluía la matanza de nuestro pueblo —respondió la Viuda, con el mismo calor en su tono—. Eso no incluía la destrucción de parte de las tierras de cultivo más valiosas del reino. Hiciste retroceder al Nuevo Ejército, pero nuestro plan lo hubiera destrozado.

—El plan de Sebastián era estúpido, como hubiera visto si no hubiera estado tan ciega con sus defectos.

Lo que llevó a la Viuda a la segunda razón de su rabia. La más grande, y la que había estado ocultando sobre que no se fiaba de que pudiera estallar con ella.

—¿Dónde está tu hermano, Ruperto? —preguntó.

Lo intentó con la inocencia. A estas alturas debería haberse dado cuenta de que esto no funcionaba con ella.

—¿Cómo iba a saberlo, Madre?

—Ruperto, Sebastián fue visto por última vez en los muelles, intentando coger un barco hacia Ishjemme. Tú llegaste personalmente para atraparlo. ¿Piensas que no tengo espías?

Ella miraba cómo él intentaba calcular qué decir a continuación. Siempre lo había hecho desde que era un niño, intentar encontrar la forma de las palabras que le permitiera hacer trampa con el mundo para que tuviera la forma que él quería.

—Sebastián está en un lugar seguro —dijo Ruperto.

—Lo que significa que lo has encarcelado, a tu propio hermano. No tienes ningún derecho a hacerlo, Ruperto. —Un ataque de tos se llevó algo de la bofetada de sus palabras. Ignoró la sangre nueva.

—Había pensado que se alegraría, Madre —dijo—. Al fin y al cabo, estaba intentando huir del reino después de escapar del matrimonio que usted había organizado.

Eso era cierto, pero no cambiaba nada.

—Si hubiera querido detener a Sebastián, lo hubiera ordenado —dijo—. Lo liberarás inmediatamente.

—Como usted diga, Madre —dijo Ruperto y, de nuevo, la Viuda tuvo la sensación de que estaba siendo cualquier cosa menos sincero.

—Ruperto, permíteme que sea clara sobre esto. Tus acciones de hoy nos han situado a todos en un gran peligro. ¿Dar órdenes al ejército a tu antojo? ¿Encarcelar al heredero al trono sin autorización? ¿Qué crees que les parecerá esto a la Asamblea de los Nobles?

—¡Que los maldigan! —dijo Ruperto, las palabras se le escaparon—. Ya estoy harto de ellos en esto.

—No puedes permitirte maldecirlos —dijo la Viuda—. Las guerras civiles nos lo enseñaron. Debemos trabajar con ellos. Y el hecho de que hables como si te perteneciera una facción de ellos me preocupa, Ruperto. Tienes que aprender cuál es tu lugar.

Ahora ella vio su ira, que ya no estaba oculta como antes.

—Mi lugar es como su heredero —dijo.

—El lugar de Sebastián es el de mi heredero —replicó la Viuda—. El tuyo… las tierras de la montaña necesitan un gobernador que limite sus asaltos hacia el sur. Quizás la vida entre los pastores y los granjeros te enseñará humildad. O quizás no, y por lo menos estaré lo suficientemente lejos de aquí para que yo olvide mi ira contigo.

—Usted no puede…

—Sí que puedo —espetó la Viuda—. Y solo por discutir, no será en las tierras de la montaña y no serás gobernador. Irás a las Colonias Cercanas, donde harás de ayudante a mi enviado allí. Él proporcionará informes regulares sobre ti y no volverás hasta que yo considere que estás listo.

—Madre… —empezó Ruperto.

La Viuda lo dejó inmóvil con una mirada. Todavía podía hacerlo, a pesar de que su cuerpo se desmoronaba.

—Vuelve a hablar y serás un trabajador de las Colonias Lejanas —dijo bruscamente—. Ahora sal, y espero ver a Sebastián aquí al final del día. Él es mi heredero, Ruperto. No lo olvides.

—Confíe en mí, Madre —dijo Ruperto al salir—. No lo he hecho.

La Viuda esperó hasta que se hubo ido y, a continuación, chasqueó los dedos al sirviente que estaba más cerca.

—Todavía hay un fastidio más del que ocuparme. Tráeme a Milady D’Angelica y después márchate.



***



Angelica todavía llevaba el vestido de novia cuando el guardia fue a por ella para convocarla a hablar con la reina. No le dio tiempo para cambiarse, sino que sencillamente la escoltó rápidamente hacia los recibidores.

A Angelica, la anciana le pareció delgadísima. Quizás moriría pronto. Solo ese pensamiento hacía que Angelica tuviera esperanzas de que encontraran pronto a Sebastián y le hicieran llevar a cabo la boda. Había mucho en juego como para que eso no sucediera, a pesar de la traición que ella ya sentía ahora porque él había huido.

Se inclinó en una genuflexión y, a continuación, se arrodilló al notar el peso de la mirada de la Viuda sobre ella. La anciana se levantó de su asiento tambaleándose, solo para recalcar la diferencia en sus posiciones.

—Cuéntame —dijo la Viuda— por qué no te estoy felicitando por tu boda con mi hijo.

Angelica se atrevió a alzar la mirada hacia ella.

—Sebastián escapó. ¿Cómo podía saber yo que escaparía?

—Porque se supone que no eres estúpida —replicó la Viuda.

Angelica sintió cierta ira al escuchar eso. A esta anciana le encantaba jugar a juegos con ella, para ver hasta dónde podía apretar. Sin embargo, pronto estaría en una posición en la que no necesitaría la aprobación de la anciana.

—Di todos los pasos que pude —dijo Angelica—. Seduje a Sebastián.

—¡No lo suficiente! —gritó la Viuda, dando un paso adelante para abofetear a Angelica.

Angelica se medio levantó y sintió unas manos fuertes que la empujaban de nuevo hacia abajo. El guardia se había quedado de pie detrás de ella, como un recordatorio de lo desamparada que estaba aquí. Por primera vez desde que estaba allí, Angelica sintió miedo.

—Si hubieras seducido a mi hijo completamente, no hubiera estado intentando escapar de aquí, hacia Ishjemme —dijo la Viuda, en un tono más tranquilo—. ¿Qué hay en Ishjemme, Angelica?

Angelica tragó saliva y contestó por reflejo.

—Está Sofía.

Eso no hizo más que avivar la ira de la mujer.

—Así que mi hijo está haciendo exactamente lo que te dije que evitaras que hiciera —dijo la Viuda—. Te dije que todo el sentido de tu existencia continuada era evitar que se casara con esa chica.

—Pero lo que no me dijo fue que era la primogénita de los Danse —dijo Angelica—, o que la reclaman como legítima gobernante de este reino.

Esta vez, Angelica se mantuvo firme para la bofetada de la Viuda. Sería fuerte. Encontraría una salida a esto. Encontraría la manera de que la anciana se arrodillara ante ella antes de que esto terminara.

—La legítima gobernante de este reino soy yo —dijo la Viuda—. Y mi hijo lo será después de mí. Pero si se casa con ella, eso hace que los de su clase entren por la puerta de atrás. Devuelve al reino a lo que era, un lugar gobernado por la magia.

Esa era una cosa en la que Angelica podía estar de acuerdo con ella. No tenía ningún cariño por aquellos que podían ver las mentes. Si la Viuda hubiera visto la suya, sin duda la hubiera apuñalado sencillamente como un acto de supervivencia.

—Estoy intrigada por cómo sabes todo esto —dijo la Viuda.

—Tengo un espía en Ishjemme —dijo Angelica, decidida a demostrar su utilidad. Si podía demostrar que todavía era útil, esto podría volverse a favor suyo—. Un noble de allí. Hace un tiempo que estoy en contacto con él.

—¿Así que conspiras con un poder extranjero? —preguntó la Viuda—. ¿Con una familia que no me tiene ningún cariño?

—No es eso —dijo Angelica—. Yo busco información. Y… puede que ya haya resuelto el problema con Sofía.

La Viuda no respondió a eso, sencillamente dejó un espacio en el que Angelica sentía que tenía que verter palabras antes que la reclamara.

—Endi ha mandado un asesino para que la mate —dijo Angelica—.Y yo he contratado a uno de los míos por si esto fallara. Aunque Sebastián llegara allí, no encontraría a Sofía esperándolo.

—No llegará allí —dijo la Viuda—. Ruperto lo ha metido en la cárcel.

—¿Lo ha metido en la cárcel? —dijo Angelica—. Usted debe…

—¡No me digas lo que debo hacer!

La Viuda bajó la mirada hacia ella y ahora Angelica sintió verdadero terror.

—Has sido una víbora desde el principio —dijo la Viuda—. Intentaste forzar al matrimonio a mi hijo con engaños. Buscaste progresar a costa de mi familia. Eres una mujer que contrata asesinos y espías, que mata a los que se le resisten. Mientras pensaba que podías apartar a mi hijo de ese apego engañado a esta chica, podía aguantar eso. Ya no.

—No es peor de lo que usted ha hecho —insistió Angelica. Tan pronto como lo dijo supo que era un error decirlo.

La Viuda inclinó la cabeza y las manos del guardia estiraron a Angelica bruscamente para que se pusiera de pie.

—Únicamente he actuado siempre como era necesario para conservar a mi familia —dijo la Viuda—. Cada muerte, cada compromiso fue para que otra persona ansiosa de poder no matara a mis hijos. Una persona como tú. Solo actúas para ti y morirás por ello.

—No —dijo Angelica, como si esa palabra tuviera el poder de detenerlo—. Por favor, puedo arreglarlo.

—Has tenido tus oportunidades —dijo la Viuda—. Si mi hijo no quiere casarse contigo por propia voluntad, no le obligaré a irse a la cama con una araña como tú.

—La Asamblea de los Nobles… mi familia…

—Oh, seguramente yo no puedo hacer que de verdad lleves la máscara de plomo por tus acciones —dijo la Viuda—, pero existen otras maneras. Tu prometido te acaba de abandonar. Tu reina acaba de hablarte con dureza. En retrospectiva, debería haber visto lo disgustada que estabas, lo frágil…

—No —dijo de nuevo Angelica.

La Viuda miró por encima de ella al guardia.

—Llévala al tejado y tírala de allí. Haz que parezca que se lanzó ella por el dolor de perder a Sebastián. Asegúrate de que no te vean.

Angelica intentó suplicar, intentó librarse, pero esas manos fuertes ya estaban tirando de ella hacia atrás. Hizo lo único que podía hacer y chilló.




CAPÍTULO CINCO


Ruperto se sentía inquieto mientras caminaba por las calles de Ashton, hacia sus muelles. Debería haber estado cabalgando ante los gritos de un pueblo cariñoso, celebrando su victoria. Debería haber tenido a la gente común aclamando su nombre y lanzando flores. Debería haber habido mujeres a lo largo del trayecto ansiosas por lanzarse a él y hombres jóvenes celosos porque nunca podrán ser él.

En su lugar, solo había calles húmedas y gente dedicándose a los deprimentes asuntos a los que los campesinos se dedican cuando no están aclamando a sus superiores.

—Su alteza, ¿está todo bien? —preguntó Sir Quentin Mires. Caminaba como uno de la docena de soldados que habían sido escogidos para acompañarlo, probablemente para asegurarse de que llegaba al barco sin perderse. Probablemente con órdenes de conseguir el paradero de Sebastián antes de que marchara. No estaba ni tan solo cerca de eso. Ni tan solo bastaba para un guardia de honor, realmente no.

—No, Sir Quentin —dijo Ruperto—. No está todo bien.

En ese instante, él debería haber sido el héroe. Él había detenido la invasión sin ayuda de nadie, mientras su madre y su hermano habían sido demasiado cobardes para hacer lo que era necesario. Él había sido el príncipe que el reino había necesitado en ese momento, ¿y qué estaba recibiendo por ello?

—¿Cómo son las Colonias Cercanas? —preguntó.

—Me han dicho que sus islas varían, su alteza —dijo Sir Quentin—. Algunas son rocosas, algunas son arenosas, otras tienen ciénagas.

—Ciénagas —repitió Ruperto—. Mi madre me ha mandado a ayudar a gobernar unas ciénagas.

—Me han dicho que allí hay una gran variedad de fauna —dijo Sir Quentin—. Algunos de los hombres de ciencias naturales del reino han pasado años allí con la esperanza de hacer descubrimientos.

—¿Así que son ciénagas infestadas? —dijo Ruperto—. ¿Sabes que no lo estás mejorando, Sir Quentin? —Decidió hacer preguntas importantes, para comprobar las cosas de primera mano mientras caminaban—. ¿Hay buenas casas de juego allí? ¿Cortesanas famosas? ¿Bebidas destacadas de la región?

—Me han dicho que el vino es…

—¡A la mierda con el vino! —contestó bruscamente Ruperto, incapaz de evitarlo. Normalmente, recordar ser el príncipe dorado que todo el mundo esperaba se le daba mejor—. Discúlpeme, Sir Quentin, pero la calidad del vino o la abundante fauna no compensarán el hecho que yo esté exiliado en todo menos en nombre.

El hombre hizo una reverencia con la cabeza.

—No, su alteza, por supuesto que no. Usted merece algo mejor.

Esa era una declaración tan evidente como inútil. Por supuesto que merecía algo mejor. Él era el mayor de los príncipes y el legítimo heredero al trono. Merecía todo lo que su reino pudiera ofrecer.

—Estoy tentado a decirle a mi madre que no voy a ir —dijo Ruperto. Echó un vistazo a Ashton. Nunca hubiera pensado que echaría de menos una ciudad apestosa y sucia como esta.

—Eso podría ser… imprudente, su alteza —dijo Sir Quentin, con esa voz especial que tenía que seguramente significaba que estaba intentando evitar llamar idiota a Ruperto. Seguramente pensaba que Ruperto no se daba cuenta. La gente tenía tendencia a pensar que era estúpido, hasta que era demasiado tarde.

—Lo sé, lo sé —dijo Ruperto—. Si me quedo, me arriesgo a la ejecución. ¿Realmente piensas que mi madre me ejecutaría?

La pausa mientras Sir Quentin buscaba las siguientes palabras fue demasiado larga.

—Lo piensa. Realmente piensas que mi madre ejecutaría a su propio hijo.

—Tiene cierta reputación por… la crueldad —puntualizó el cortesano. Sinceramente, ¿no era así como los hombres con contactos en la Asamblea de los Nobles hablaban siempre?—. Y aunque realmente no llevara a cabo su ejecución, los que estuvieran a su alrededor podrían ser… vulnerables.

—Oh, es su propio pellejo lo que le preocupa —dijo Ruperto. Eso tenía más sentido para él. Pensaba que la gente, en su mayoría, miraba por sus propios intereses, Esta era una lección que había aprendido pronto—. Hubiera pensado que sus contactos en la Asamblea lo mantendrían a salvo, especialmente después de una victoria como esta.

Sir Quentin encogió los hombros.

—Tal vez dentro de uno o dos meses. Ahora tenemos el apoyo. Pero por el momento, todavía están hablando de la extralimitación del poder real, sobre que usted actuó sin su consentimiento. En el tiempo que les llevaría cambiar de opinión, un hombre podría perder la cabeza.

Sir Quentin podría perder la suya de todos modos si insinuaba que, de algún modo, Ruperto necesitaba permiso para hacer lo que quisiera. ¡Él era el hombre que se convertiría en rey!

Y, por supuesto, aunque ella no lo ejecutara, su madre podría encarcelarlo, o mandarlo a un lugar peor con guardias para asegurarse de que llegaba sin incidentes.

Ruperto hizo un gesto intencionado a los hombres que tenía alrededor, marchando a su ritmo y al de Sir Quentin.

—Pensaba que eso era lo que ya estaba sucediendo.

Sir Quentin negó con la cabeza.

—Estos hombres están entre los que lucharon a su lado contra el Nuevo Ejército. Respetan la valentía de su decisión y querían asegurarse de que no se iba solo, sin el honor de una escolta.

Así que esto era una guardia de honor. Ruperto no estaba seguro de haberla podido tomar como tal. Aun así, ahora que se molestaba en echarles un vistazo, vio que la mayoría de los hombres que estaban allí eran oficiales en lugar de soldados comunes y que la mayoría de ellos parecían contentos de acompañarlo. Se acercaba al tipo de adulación que Ruperto quería, pero aun así no era suficiente para compensar la estupidez de lo que su madre le había hecho.

Era una humillación y, conociendo a su madre, calculada.

Llegaron a los muelles. Ruperto había esperado que por lo menos para esto habría un gran barco de guerra esperando y los cañones disparando un saludo en reconocimiento a su estatus, como mínimo.

En su lugar, no había nada.

—¿Dónde está el barco? —exigió Ruperto, mirando alrededor. Hasta donde el podía ver, los muelles simplemente tenían el ajetreo de la selección de barcos habitual, de los comerciantes volviendo al trabajo tras la retirada del Nuevo Ejército. Él había pensado que ellos, por lo menos, le agradecerían sus esfuerzos, pero parecían demasiado ocupados intentando ganar su dinero.

—Creo que el barco está allí, su alteza —dijo Sir Quentin, señalando.

—No —dijo Ruperto, siguiendo la línea del dedo del hombre que señalaba—. No.

El barco era una barca, quizás adecuada para el viaje de un comerciante, y ya parecía en parte cargada de bienes para el viaje de vuelta a las Colonias Cercanas. No era para nada adecuada para transportar a un príncipe.

—Es un poco menos que de lujo —dijo Sir Quentin—. Pero creo que Su Majestad pensó que viajar sin llamar la atención rebajaría las posibilidades de peligro a lo largo del camino.

Ruperto dudaba que su madre hubiera pensado en los piratas. Había pensado en que le haría sentir menos cómodo, y había hecho un buen trabajo al calcularlo.

—Aun así —dijo Sir Quentin, con un suspiro—, por lo menos usted no estará solo en esto.

Ruperto se detuvo al oírlo y miró fijamente al hombre.

—Discúlpeme, Sir Quentin —dijo Ruperto, pellizcándose el puente de la nariz para prevenir un dolor de cabeza—, pero, exactamente, ¿por qué está usted aquí?

Sir Quentin se dirigió a él.

—Lo siento, su alteza, debería haberlo hecho. Mi propia posición se ha vuelto… algo precaria ahora.

—¿Lo que significa que teme la ira de mi madre si yo no estoy por aquí? —dijo Ruperto.

—¿Usted no lo haría? —preguntó Sir Quentin, escapando de las frases cuidadosamente pensadas del político por un instante—. Tal y como yo lo veo, puedo quedarme esperando a que ella encuentre una excusa para ejecutarme, o puedo dedicarme a los intereses de mi familia en las Colonias Cercanas por un tiempo.

Hizo que sonara muy sencillo: ir a las Colonias Cercanas, liberar a Sebastián, esperar a que el furor disminuya y regresar con el aspecto de estar adecuadamente disciplinado. El problema con eso era sencillo: Ruperto no podía rebajarse a hacerlo.

No podía fingir sentir algo que estaba claro que había sido la decisión correcta. No podía soltar a su hermano para que tomara lo que era suyo. Su hermano no merecía ser libre cuando lo único que había hecho era llevar a cabo un golpe contra Ruperto, utilizando una trampa o un timo con su madre para convencerla para que le diera el trono.

—No puedo hacerlo —dijo Ruperto—. No voy a hacerlo.

—Su alteza —dijo Sir Quentin, en ese tono suyo estúpidamente sensato—. Su madre habrá mandado avisar al gobernador de las Colonias Cercanas. Estará esperando su llegada y mandará avisar si usted no está allí. Incluso si escapara, su madre enviaría soldados, en particular para descubrir dónde está el Príncipe Sebastián.

Ruperto apenas pudo contenerse de golpear al hombre. No era una buena idea golpear a tus aliados, al menos mientras todavía te eran útiles.

Y Ruperto había pensado en una manera en la que Sir Quentin podía ser realmente útil. Echó un vistazo al grupo de oficiales que le acompañaba hasta encontrar a uno con el pelo rubio que parecía tener el tamaño adecuado.

—Tú, ¿cómo te llamas?

—Aubrey Chomley, su alteza —dijo el hombre. Su uniforme tenía la insignia de un capitán.

—Bien, Chomley —dijo Ruperto—, ¿cómo de leal eres tú?

—Totalmente —dijo el hombre. Vi lo que hizo contra el Nuevo Ejército. Usted salvó a nuestro reino, y usted es el legítimo heredero al trono.

—Buen hombre —dijo Ruperto—. Tu lealtad te hace honor, pero ahora tengo una prueba para esa lealtad.

—Lo que sea —dijo el hombre.

—Necesito que intercambies la ropa conmigo.

—¿Su alteza? —El soldado y Sir Quentin consiguieron decir casi al unísono.

Ruperto se las arregló para no suspirar.

—Es sencillo. Chomley irá con usted en la barca. Fingirá ser yo e irá con usted a las Colonias Cercanas.

El soldado parecía igual de nervioso que si Ruperto le hubiera ordenado cargar contra una horda del enemigo.

—¿No… no se darán cuenta? —dijo el hombre—. ¿No se dará cuenta el gobernador?

—¿Por qué iba a hacerlo? —preguntó Ruperto—. Nunca he visto al hombre, y Sir Quentin responderá por ti. ¿No es así, Sir Quentin?

Sir Quentin miraba de Ruperto al soldado, evidentemente intentando calcular el procedimiento con el que era más probable no quedarse sin cabeza.

Esta vez, Ruperto sí que suspiró.

—Mirad, es sencillo. Vaya a las Colonias Cercanas. Responda por Chomley como si se tratara de mí. Como todavía estoy aquí, esto nos da la oportunidad de encontrar juntos el apoyo que necesitamos. El apoyo que les podría traer de vuelta mucho más rápido que si se ponen a esperar a que mi madre olvide un desprecio.

Esa parte pareció llamar la atención del hombre. Asintió.

—Muy bien —dijo Sir Quentin—. Lo haré.

—¿Y usted, Capitán? —preguntó Ruperto—. ¿O debería decir General?

Le llevó un momento asimilarlo. Vio que Chomley tragaba saliva.

—Lo que usted mande, su alteza —dijo el hombre.

Tardaron unos minutos en encontrar un edificio vacío entre los almacenes y los cobertizos para las barcas y cambiarse la ropa con el capitán para que Chomley ahora pareciera… bueno, sinceramente, para nada un príncipe del reino, pero con la recomendación de Sir Quentin debería ser suficiente.

—Váyanse —les ordenó Ruperto, y ellos se fueron, acompañados por casi la mitad de los soldados para que pareciera más auténtico. Echó un vistazo a los demás, pensando en qué haría a continuación.

No había problema para abandonar Ashton, pero ahora tendría que moverse con cuidado hasta estar preparado. Sebastián ya estaba suficientemente seguro de momento. El palacio era lo suficientemente grande para poder evitar a su madre por lo menos durante un tiempo. Sabía que tenía apoyo. Era el momento de descubrir cuánto, y cuánto poder este le podía proporcionar.

—Vamos —les dijo a los demás—. Es el momento de pensar cómo conseguir lo que debería ser mío.




CAPÍTULO SEIS


—¡Yo soy Lady Emelina Constancia Ysalt D’Angelica, Marquesa de Sowerd y Lady de la Orden de la Banda! —gritaba Angelica, con la esperanza de que alguien la oyera. Con la esperanza de que su nombre completo llamara la atención si no lo hacía nada más—. ¡Me llevan para matarme contra mi voluntad!

El guardia que la arrastraba no parecía preocupado por ello, lo que le daba a entender a Angelica que no existía una posibilidad real de que alguien la oyera. Al menos, nadie que la ayudara. En un lugar con tantas crueldades como el palacio, los sirvientes hacía tiempo que se habían acostumbrado a ignorar los gritos de ayuda, a ser ciegos y sordos a no ser que sus superiores les dijeran que no lo fueran.

—No permitiré que haga esto —dijo Angelica, intentando clavar sus talones y mantenerse firme. El guardia sencillamente tiraba de ella igualmente, la diferencia de tamaño era demasiado grande. En su lugar, ella le atacó y le pegó con tanta fuerza que la mano le escoció por ello. Por un momento, el agarrón del guardia se relajó y Angelica se dio la vuelta para escapar.

En unos instantes, el guardia estaba sobre ella, agarrándola y golpeándola de manera que a Angelica le resonó la cabeza.

—No puedes… no puedes golpearme —dijo—. Lo sabrán. ¡Querrás que esto parezca un accidente!

La abofeteó de nuevo, y Angelica tuvo la sensación de que lo hacía sencillamente porque podía.

—Después de que haya caído de un edificio, nadie prestará atención a un moratón. Entonces la tomó, llevándola sobre los hombros con la misma facilidad que si fuera una niña caprichosa. Angelica nunca se había sentido tan desamparada como lo hacía en ese momento.

—Chilla otra vez —avisó— y te golpearé de nuevo.

Angelica no lo hizo, aunque fuera porque no parecía probable que cambiara algo. No había visto a nadie de camino hasta aquí, bien porque todo el mundo estaba todavía ocupado con la boda que no había sucedido o porque la Viuda los había apartado del camino con cuidado como preparación para esto. A Angelica no le extrañaría esto de ella. La anciana planificaba tan pacientemente y tan cruelmente como un gato que espera fuera de un agujero de ratón.

—No tienes por qué hacer esto.

El guardia respondió sencillamente con un gesto de desdén que la empujó para que estuviera quieta sobre su hombro. Iban subiendo por el palacio, a lo largo de unas escaleras en espiral que se estrechaban más cuanto más subían. En un punto, el guardia tuvo que bajar a Angelica para avanzar, pero la cogió cruelmente por el pelo, arrastrándola con una dureza que hizo que Angelica gritara de dolor.

—Podrías dejarme marchar —dijo Angelica—. Nadie lo sabría.

El guardia resopló al oírlo.

—¿Nadie se dará cuenta cuando aparezca de repente en la corte, o en la casa de su familia? ¿Los espías de la Viuda no sabrían que usted está viva?

—Podría irme —intentó Angelica. Lo cierto era que probablemente tendría que marcharse si quería vivir. La Viuda no se detendría ante ese intento en su vida.

—Mi familia tiene intereses tan lejos al otro lado del mar que apenas hay noticias nunca. Podría desaparecer.

El guardia no parecía mucho más impresionado por esa idea que por la anterior.

—¿Y cuando algún espía la mencione? No, creo que cumpliré con mi deber.

—Podría darte dinero —dijo Angelica. Ahora estaban llegando más alto. Tan alto que, cuando miraba a través de las delgadas ventanas, podía ver la ciudad allá abajo dispuesta como el juguete de un niño. Tal vez así era cómo la Viuda la veía: un juguete que debía ser dispuesto para su diversión.

Eso también significa que debían estar casi en el tejado.

—¿De verdad no quieres dinero? —preguntó Angelica—. Un hombre como tú no puede ganar mucho. Yo podría darte tanta riqueza que serías un hombre rico.

—No puede darme nada si está muerta —puntualizó el guardia—. Y yo no puedo gastarlo si lo estoy yo.

Más adelante había una pequeña puerta, rígida, con un simple cerrojo. Angelica pensaba que el camino hasta su muerte debería tener, de algún modo, más drama. Aun así, esa sola visión hizo que su miedo creciera de nuevo, haciendo que se echara hacia atrás aunque el guardia la arrastrara hacia delante.

Si Angelica hubiera poseído un puñal, lo hubiera usado mientras él descorría la puerta y la abría para dejar que el aire frío tras ella los rasgara. Si por lo menos hubiera tenido un cuchillo de comer afilado, por lo menos hubiera intentado cortarle el cuello con él, pero no era así. En su vestido de boda, no lo tenía. Lo máximo que tenía eran un par de polvos pensados para refrescar su maquillaje, un rape sedante que se suponía que estaba allí para la amenaza de los nervios y… ya está. Eso era todo lo que tenía. Todo lo demás estaba por allá abajo en algún lugar, guardados ante la conclusión de su boda.

—Por favor —suplicó, y no tuvo que actuar mucho para parecer desamparada—, si el dinero no es suficiente, ¿qué tal la decencia? Solo soy una mujer joven, atrapada en un juego que yo no quería. Por favor, ayúdame.

El guardia la sacó al tejado. Era plano, con unas almenas que no tenían nada que ver con una defensa real. El viento azotaba el pelo de Angelica.

—¿Espera que crea algo de eso? —le preguntó el guardia—. ¿Que usted es una pobre inocente? ¿Sabe las historias que cuentan sobre usted en palacio, señora?

Angelica conocía la mayoría. Insistía en saber lo que la gente decía de ella para poder vengarse del desprecio más tarde.

—Dicen que usted es vanidosa y cruel. Que ha arruinado a personas solo por hablar de usted en el tono equivocado y que ha organizado que se llevaran en barco a rivales con una marca de los criados tatuada donde antes no estaba. ¿Cree que merece piedad?

—Eso son mentiras —dijo Angelica—. Son…

—Tampoco me preocupa mucho —Tiró de ella hacia el parapeto—. La Viuda me ha dado órdenes.

—¿Y qué harás cuando las hayas cumplido? —preguntó Angelica—. ¿Crees que ella te dejará vivir? Si la Asamblea descubriera que asesinó a una mujer noble, la destituirían.

El hombre grande encogió los hombros.

—He matado para ella antes.

Lo dijo como si nada y Angelica supo que iba a morir. Dijera lo que dijera, intentara lo que intentara, este hombre la iba a asesinar. Por la pinta que tenía, también iba a disfrutar de ello.

Empujó a Angelica hacia el borde y ella supo que solo sería cuestión de minutos que cayera. Inexplicablemente, se puso a pensar en Sebastián y los pensamientos no estaban llenos de odio, como deberían haber estado, dado el modo en el que la había abandonado. Angelica no podía entender por qué tenía que ser así, cuando él solo era el hombre al que había captado como marido para impulsar su posición, un hombre al que se había preparado para atraerlo hasta la cama con unos polvos para dormir…

Se le ocurrió una idea. Era desesperada pero, ahora mismo, todo era desesperado.

—Podría ofrecerte algo más valioso que el dinero —dijo Angelica—. Algo mejor.

El guardia rió pero, aun así, se detuvo.

—¿Qué?

Angelica buscó en su cinturón, sacó una pequeña tabaquera de sedante y la levantó como si fuera la cosa más valiosa del mundo. El guardia se lo permitió, mirando fijamente casi fascinado mientras intentaba averiguar qué era. Muy delicadamente, Angelica abrió la caja.

—¿Qué es? —preguntó el guardia—. Parece…

Angelica sopló bruscamente y le mandó una diseminación de polvos a la cara mientras él respiraba con dificultad. Se marchó mientras él la agarraba, con la esperanza de esquivarlo mientras todavía estaba lidiando con el polvo de sus ojos. Una mano gruesa la sujetó y los dos retrocedieron hacia el borde del tejado de palacio.

Angelica no sabía qué efecto tendría el sedante. Siempre que lo había usado, había funcionado rápidamente, pero normalmente iba en dosis pequeñas y tenía efectos leves. ¿Qué le haría una dosis tan grande a un hombre de ese tamaño? ¿Y ella tendría tiempo suficiente antes de que eso sucediera? Angelica ya podía sentir el borde del tejado contra su espalda, el cielo se hizo visible mientras el hombre la empujaba.

—¡Te mataré! —bramó el guardia y lo más que podía decir Angelica sobre ello era que sus palabras salían ligeramente arrastradas. ¿Se estaba debilitando su agarre? ¿La presión que la empujaba hacia atrás era algo menos?

La reclinó tanto que podía ver el suelo por debajo de ella y una diseminación de sirvientes y nobles. Un segundo más y estaría cayendo, para estrellarse contra los adoquines del patio y hacerse añicos tan seguramente como una copa caída.

En ese instante, Angelica sintió que el agarre del guardia se debilitaba. No mucho, pero lo suficiente para que ella se girara y escapara de él, poniéndolo de espaldas al cielo vacío.

—Deberías haber cogido el dinero —dijo ella, y cargó hacia delante, empujando con toda su fuerza. El guardia se balanceó en el borde durante un segundo y, a continuación, cayó hacia atrás, agitando los brazos en el aire.

No solo en el aire. Consiguió cogerla con uno y Angelica vio cómo la tiraba hacia delante, hacia el borde y más allá de él. Ella chillaba y se agarraba a cualquier cosa que podía encontrar. Con los dedos encontró un trozo de cantería, perdieron su agarre y lo encontraron de nuevo mientras el guardia continuaba cayendo por debajo de ella. Angelica miró hacia abajo el tiempo suficiente para seguir su caída hasta el suelo. Sintió un breve momento de satisfacción cuando él chocó, rápidamente sustituido por el horror que venía de estar colgando del lado del castillo.

Angelica escarbaba en busca de asideros, intentando encontrar algo más a lo que sujetarse. Sus pies colgaron en el aire por un momento y después consiguieron encontrar un apoyo en los irregulares lados de un escudo heráldico de piedra trabajada. Angelica se dio cuenta con una ligera diversión de que era el escudo real, pero tampoco pudo evitar sentir alivio ante el hecho de que estaba allí. Sin él, sin duda ahora estaría tan muerta como la Viuda deseaba que estuviera.

Subir de nuevo al tejado parecía que no terminaba nunca, los músculos de Angelica quemaban por el esfuerzo inesperado. Ahora oía gritos abajo, mientras la gente empezaba a reunirse alrededor del guardia caído. Sin duda, algunos mirarían hacia arriba y la verían volver al tejado, desplomarse y tumbarse allí, respirando con dificultad.

—Levántate —se dijo a sí misma—. Estás muerta si te quedas aquí. ¡Levántate!

Se obligó a ponerse de pie e intentar pensar. La Viuda había intentado matarla. La cosa evidente que hacer era escapar, pues ¿quién podía alzarse en contra de la Viuda? Necesitaba encontrar una salida de palacio, quizás llegar a los muelles y partir hacia las tierras de su familia en el extranjero. Eso o escabullirse a través de una de las rutas más pequeñas de la ciudad, evitando a los vigilantes que habían establecido y dirigiéndose hacia el campo. Su familia era poderosa, con la clase de amigos que podrían alzar preguntas sobre esto en la Asamblea de los Nobles, que…

—Harán lo que les diga la Viuda —se dijo Angelica a sí misma. Si es que actuaban, sería tan lentamente que sin duda la asesinarían mientras tanto. Lo mejor que podía esperar era correr y seguir corriendo, sin estar nunca a salvo, sin estar en el centro de las cosas de nuevo. Esta era una solución inaceptable para todo esto.

Lo que la llevó de vuelta a su anterior pregunta: ¿quién podía alzarse en contra de la Viuda?

Angelica se sacó el polvo con cuidado, se arregló el pelo tan bien como pudo y asintió para sí misma. Este plan era… peligroso, sí. Desagradable, casi con seguridad. Pero era la mejor oportunidad que tenía.

Mientras la gente gritaba allá abajo, echó a correr a través del palacio.




CAPÍTULO SIETE


Los ojos de Sebastián empezaban a acostumbrarse a la cercana oscuridad de su celda, a la humedad, incluso al hedor. Empezaba a adaptarse al ligero borboteo del agua en algún lugar a lo lejos y al ruido de la gente yendo y viniendo más allá. Seguramente eso era una mala señal. Existían algunos lugares a los que nadie debería acostumbrarse.

La celda era pequeña, poco más de un metro por cada lado, con barras de hierro en la parte delantera, atadas con una cerradura sólida. Esta no era la prisión refinada de una torre, donde la familia de un hombre podía pagar su mantenimiento con clase hasta que, finalmente, le llegara el momento de perder la cabeza. Era la clase de lugar donde arrojaban a un hombre para que el mundo se olvidara de él.

—Y si se olvidan de mí —susurró Sebastián—, Ruperto consigue la corona.

Debía tratarse de eso. Sebastián no tenía ninguna duda de esa parte. Si su hermano lo hacía desaparecer, si hacía que pareciera que Sebastián había escapado para no regresar, entonces Ruperto se convertiría en el heredero al trono por sistema. El hecho de que todavía no hubiera matado a Sebastián daba a entender que podría ser suficiente para él; que podría soltar a Sebastián una vez tuviera lo que quería.

—O simplemente podría significar que quiere tomarse su tiempo para matarme —dijo Sebastián.

En este momento, no oía otras voces en la cercana oscuridad, aunque de vez en cuando llegaban de más lejos. Sebastián sospechaba que allá abajo había otras celdas, tal vez otros prisioneros. Donde fuera que estaba. Realmente esa era una pregunta en la que merecía la pena pensar. Si estaban en algún lugar bajo palacio, entonces existía la posibilidad de que Sebastián pudiera llamar suficientemente la atención para conseguir ayuda. Si estaban en algún otro lugar de la ciudad… bueno, dependería de dónde estuvieran, pero Sebastián encontraría un modo de conseguir ayuda.

Intentaba pensar en el viaje que habían hecho para llegar allí, pero era imposible decirlo con seguridad. Ahora imaginaba que no era el palacio. Ni tan solo Ruperto sería tan arrogante como para guardar a Sebastián allí. Su hermano, su familia, tenían dinero suficiente como para haber podido comprar otra propiedad en la ciudad. Una casa extra guardada para amoríos y negocios turbios.

—Seguramente para ambas cosas —dijo Sebastián.

—Tú, cállate—dijo una voz. Una silueta salió de la oscuridad: un hombre anodino que actuaba como uno de sus carceleros. El hombre solo bajaba un par de veces al día, para traer agua salobre y pan duro. Ahora, hacía repiquetear un garrote de madera contra las barras de la celda de Sebastián, haciendo que él se sobresaltara por el repentino ruido tras tanto tiempo en silencio.

—Tú sabes quién soy yo —dijo Sebastián—. Soy el hermano de Ruperto, el hijo menor de la Viuda. Se cogió con fuerza a las barras—. Ella matará a cualquiera que esté involucrado en hacer daño a sus hijos. Tú lo sabes, no eres idiota. Tu única oportunidad de sobrevivir ahora mismo es ser el que me suelta.

A Sebastián no le gustaba amenazar. Era el tipo de cosa que podría haber hecho su hermano, pero también no era más que la verdad. Su madre destrozaría Ashton buscándolo si pensara que se lo habían llevado y, cuando lo encontrara, cualquiera que le hubiera hecho daño moriría por ello. Cuando se trataba de su familia, su madre era una monarca todo lo cruel e implacable que la gente pensaba.

—Eso solo importa si lo descubre —dijo el guardia, aplastando las manos de Sebastián con el garrote casi con indiferencia. Sebastián hizo una mueca de dolor, pero consiguió hacerse con el garrote y tirar del hombre para que se acercara, llevando las manos a su cinturón.

No fue una buena estrategia. Al fin y al cabo, el hombre iba armado y Sebastián estaba atrapado en una celda reducida, sin la capacidad de sortearlo o evitarlo. El guardia le golpeó con su mano libre y, después, le clavó su garrote en la barriga. Sebastián sentía que se le escapaba el aire a toda prisa. Cayó sobre sus rodillas.

—Nobles arrogantes —espetó el hombre, escupiendo al suelo al lado de Sebastián—. Piensas que todo se solucionará para ellos, intenten lo que intenten. Bueno, no será así. Tu madre no vendrá a por ti, tú no vas a salir de aquí y yo estaré justo aquí cuando tu hermano decida empezar a cortarte en trocitos.

Volvió a golpear a Sebastián con el garrote y, a continuación, se alejó en la oscuridad. Sebastián oyó el ruido de un cerrojo.

Entonces no le importaba el dolor, a pesar de que corría por sus costillas como el fuego. No se preocupaba por sí mismo, o por lo que Ruperto pudiera hacer, o por lo que podría estar sucediendo ahora para dejar que todo esto tuviera lugar. Incluso así, los pensamientos de Sebastián estaban en Sofía, en Ishjemme y en su hijo.

¿Cómo de avanzado estaría ahora su embarazo? Lo suficientemente avanzado como para ser visible; lo suficientemente avanzado que no pasaría mucho tiempo hasta que naciera su hijo. Sebastián no podía soportar el pensamiento de que podría perderse ese momento, podría perderse los primeros lloros de su hijo en el frío aire del ducado. No podía soportar el pensamiento de que ahora no estaba con Sofía, a su lado y protegiéndola de cualquier daño que el mundo intentara arrojarle. No tenía ninguna duda de que, una vez se enterara de que vivía, quienquiera que había intentado matarla lo intentaría de nuevo. Sebastián tenía que estar allí para pararlo, costara lo que costara.





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La imaginación de Morgan Rice no tiene límites. En una serie que promete ser tan entretenida como las anteriores, UN TRONO PARA LAS HERMANAS nos presenta la historia de dos hermanas (Sofía y Catalina), huérfanas, que luchan por sobrevivir en el cruel y desafiante mundo de un orfanato. Un éxito inmediato. ¡Casi no puedo esperar a hacerme con el segundo y tercer libros! Books and Movie Reviews (Roberto Mattos) De la #1 en ventas Morgan Rice viene una nueva e inolvidable serie de fantasía. En UNA JOYA PARA LA REALEZA (Un trono para las hermanas-Libro cinco), Sofía, de 17 años, se entera de que Sebastián, su amor, está encarcelado y listo para ser ejecutado. ¿Lo arriesgará todo por amor?Su hermana Catalina, de 15 años, lucha para escapar del poder de la bruja – pero puede que este sea muy fuerte. Catalina puede verse forzada a pagar el precio por el trato que hizo -y a vivir una vida que no quiere. La Reina está furiosa con Lady D’Angelica por haber fallado en enamorar a su hijo, Sebastián. Está dispuesta a sentenciarla a la Máscara de Plomo. Pero Lady D’Angelica tiene sus propios planes y no cederá tan fácilmente. Cora y Emelina finalmente llegan al Hogar de Piedra – y lo que encuentran allí las deja atónitas. Pero lo más sorprendente de todo es el hermano de Sofía y Catalina, un hombre que cambiará sus destinos para siempre. ¿Qué secreto guarda sobre sus padres perdidos hace tiempo?UNA JOYA PARA LA REALEZA (Un trono para las hermanas-Libro cinco) es el quinto libro de una nueva y sorprendente serie de fantasía llena de amor, desamor, tragedia, acción, aventura, magia, espadas, brujería, dragones, destino y un emocionante suspense. Un libro que no podrás dejar, lleno de personajes que te enamorarán y un mundo que nunca olvidarás. Pronto saldrá el libro#6 de la serie. [UN TRONO PARA LAS HERMANAS es un] poderoso principio para una serie [que] mostrará una combinación de enérgicos protagonistas y desafiantes circunstancias para implicar plenamente no solo a los jóvenes adultos, sino también a admiradores de la fantasía para adultos que buscan historias épicas avivadas por poderosas amistades y rivales. Midwest Book Review (Diane Donovan)

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