Книга - Transmisión

a
A

Transmisión
Morgan Rice


Las Crónicas de la Invasión #1
De la autora de literatura fantástica #1 en ventas en todo el mundo Morgan Rice, llega una serie de estreno de ciencia ficción que hace tiempo que esperábamos. SETI por fin recibe una señal de una civilización alienígena, ¿qué pasará a continuación?Un gran argumento, el tipo de libro que te costará dejar por la noche. El suspense del final es tan espectacular que querrás comprar el siguiente libro inmediatamente solo para ver qué pasa. -The Dallas Examiner (sobre Amores) Otra serie excelente que nos sumerge en una historia fantástica de honor, valor, magia y fe en tu destino… Recomendada para la biblioteca permanente de todos los lectores amantes de la literatura fantástica bien escrita. -Books and Movie Review, Roberto Mattos, sobre El despertar de los dragonesUna lectura rápida y fácil… necesitas saber qué sucede a continuación y no puedes dejarlo. -FantasyOnline. net, sobre La senda de los héroesUn chico de 13 años, que está muriendo de una enfermedad rara del cerebro, es el único capaz de oír y descodificar las señales del espacio exterior. SETI confirma que se trata de una señal real. ¿Cuál es el mensaje? ¿Cómo reaccionará el mundo?Y sobre todo: ¿van a venir los extraterrestres?Llena de acción… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante. -Publishers Weekly, sobre La senda de los héroesUna novela de fantasía superior… Una recomendación premiada para cualquiera que disfrute de la literatura fantástica épica animada por protagonistas jóvenes adultos creíbles. -Midwest Book Review, sobre El despertar de los dragonesUna novela de fantasía llena de acción que seguro satisfará a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, además de a los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la Ficción para Jóvenes Adultos devorarán la obra más reciente de Rice y pedirán más. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) ¡El libro#2 de la serie – LLEGADA- también está disponible por adelantado! También están disponibles muchas series de Morgan Rice dentro del género fantástico, que incluyen LA SENDA DE LOS HÉROES (LIBRO#1 EN EL ANILLO DEL HECHICERO), ¡una descarga gratuita con más de 1. 300 críticas de cinco estrellas!







TRANSMISIÓN



(LAS CRÓNICAS DE LA INVASIÓN – LIBRO 1)



MORGAN RICE


Morgan Rice



Morgan Rice tiene el #1 en éxito de ventas como el autor más exitoso de USA Today con la serie de fantasía épica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de doce libros; de la serie #1 en ventas LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspense post-apocalíptica compuesta de tres libros; de la serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS, compuesta de seis libros; de la serie de fantasía épica DE CORONAS Y GLORIA, compuesta de ocho libros; de la serie de fantasía épica UN TRONO PARA LAS HERMANAS, compuesta de cinco libros (y subiendo); y de la nueva serie de ciencia ficción LAS CRÓNICAS DE LA INVASIÓN. Los libros de Morgan están disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones están disponibles en más de 25 idiomas.

A Morgan le encanta escucharte, así que, por favor, visita www.morganrice.books (http://www.morganrice.books/) para unirte a la lista de correo, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar la app gratuita, conocer las últimas noticias, conectarte con Facebook o Twitter ¡y seguirla de cerca!


Algunas opiniones sobre Morgan Rice



«Si pensaba que no quedaba una razón para vivir tras el final de la serie EL ANILLO DEL HECHICERO, se equivocaba. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice consigue lo que promete ser otra magnífica serie, que nos sumerge en una fantasía de trols y dragones, de valentía, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un conjunto de personajes que nos gustarán más a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores que disfrutan de una novela de fantasía bien escrita».

--Books and Movie Reviews

Roberto Mattos



«Una novela de fantasía llena de acción que seguro satisfará a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, además de a los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la Ficción para Jóvenes Adultos devorarán la obra más reciente de Rice y pedirán más».

--The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones)



«Una animada fantasía que entrelaza elementos de misterio e intriga en su trama. La senda de los héroes trata sobre la forja del valor y la realización de un propósito en la vida que lleva al crecimiento, a la madurez, a la excelencia… Para aquellos que buscan aventuras fantásticas sustanciosas, los protagonistas, las estrategias y la acción proporcionan un fuerte conjunto de encuentros que se centran en la evolución de Thor desde que era un niño soñador hasta convertirse en un joven adulto que se enfrenta a probabilidades de supervivencia imposibles… Solo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para jóvenes adultos».

--Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer)



«EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, engaño y traición. Lo entretendrá durante horas y satisfará a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género fantástico».

-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos

«En este primer libro lleno de acción de la serie de fantasía épica El anillo del hechicero (que actualmente cuenta con 14 libros), Rice presenta a los lectores al joven de 14 años Thorgrin “Thor” McLeod, cuyo sueño es alistarse en la Legión de los Plateados, los caballeros de élite que sirven al rey… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante».

--Publishers Weekly


Libros de Morgan Rice



LAS CRÓNICAS DE LA INVASIÓN

TRANSMISIÓN (Libro #1)

LLEGADA (Libro #2)



EL CAMINO DE ACERO

SOLO LOS DIGNOS (Libro #1)



UN TRONO PARA LAS HERMANAS

UN TRONO PARA LAS HERMANAS (Libro #1)

UNA CORTE PARA LOS LADRONES (Libro #2)

UNA CANCIÓN PARA LOS HUÉRFANOS (Libro #3)

UN CANTO FÚNEBRE PARA LOS PRÍNCIPES (Libro #4)

UNA JOYA PARA LA REALEZA (Libro #5)

UN BESO PARA LAS REINAS (Libro #6)



DE CORONAS Y GLORIA

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1)

CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA (Libro #2)

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #3)

REBELDE, POBRE, REY (Libro #4)

SOLDADO, HERMANO, HECHICERO (Libro #5)

HÉROE, TRAIDORA, HIJA (Libro #6)

GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO (Libro #7)

VENCEDOR, DERROTADO, HIJO (Libro #8)



REYES Y HECHICEROS

EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)

EL DESPERTAR DEL VALIENTE(Libro #2)

EL PESO DEL HONOR (Libro #3)

UNA FORJA DE VALOR (Libro #4)

UN REINO DE SOMBRAS (Libro #5)

LA NOCHE DE LOS VALIENTES (Libro #6)



EL ANILLO DEL HECHICERO

LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)

UNA MARCHA DE REYES (Libro #2)

UN DESTINO DE DRAGONES(Libro #3)

UN GRITO DE HONOR (Libro #4)

UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)

UNA POSICIÓN DE VALOR (Libro #6)

UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)

UNA CONCESIÓN DE ARMAS (Libro #8)

UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)

UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10)

UN REINO DE ACERO (Libro #11)

UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)

UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)

UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)

UN SUEÑO DE MORTALES (Libro #15)

UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)

EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)



LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA

ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1)

ARENA DOS (Libro #2)

ARENA TRES (Libro #3)



VAMPIRA, CAÍDA

ANTES DEL AMANECER (Libro #1)



EL DIARIO DEL VAMPIRO

TRANSFORMACIÓN (Libro #1)

AMORES (Libro #2)

TRAICIONADA(Libro #3)

DESTINADA (Libro #4)

DESEADA (Libro #5)

COMPROMETIDA (Libro #6)

JURADA (Libro #7)

ENCONTRADA (Libro #8)

RESUCITADA (Libro #9)

ANSIADA (Libro #10)

CONDENADA (Libro #11)

OBSESIONADA (Libro #12)


¿Sabías que he escrito múltiples series? ¡Si no has leído todas mis series, haz clic en la imagen de abajo para descargar el principio de una serie!






(http://www.morganricebooks.com/read-now/)


¿Quieres libros gratuitos?

Suscríbete a la lista de correo de Morgan Rice y recibe 4 libros gratis, 3 mapas gratis, 1 app gratis, 1 juego gratis, 1 novela gráfica gratis ¡y regalos exclusivos! Para suscribirte, visita:

www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com)



Derechos Reservados © 2018 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora. Este libro electrónico está disponible solamente para su disfrute personal. Este libro electrónico no puede ser revendido ni regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, tiene que adquirir un ejemplar adicional para cada uno. Si está leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo compró solamente para su uso, por favor devuélvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia.


ÍNDICE



CAPÍTULO UNO (#uc331f59a-6b2a-51cb-a6d4-831d1d9552b3)

CAPÍTULO DOS (#ub5c23c3e-e9cd-58cb-87fa-3da3415d794f)

CAPÍTULO TRES (#u404b5d4c-b87c-57dd-928e-156b772ff75f)

CAPÍTULO CUATRO (#u0c157c2c-eb30-5d87-b9cf-b8c78fa55b07)

CAPÍTULO CINCO (#u7f9663c1-f1b3-5b21-8c06-fececb013178)

CAPÍTULO SEIS (#ub1222785-7924-5c96-aabc-291f9aa7d92a)

CAPÍTULO SIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO OCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO NUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIEZ (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO ONCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DOCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TRECE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO CATORCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO QUINCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIDÓS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTITRÉS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTICUATRO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTICINCO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTISIETE (#litres_trial_promo)




CAPÍTULO UNO


Kevin estaba bastante seguro de que a los trece años no debían decirte que ibas a morir. Probablemente, no existía un buen momento para decirlo, para ser justos, pero desde luego no cuando tienes trece años.

—Kevin —dijo el Dr. Markham, echándose hacia delante en su silla—, ¿entiendes lo que te estoy diciendo? ¿Tienes alguna pregunta? ¿Y usted, Sra. McKenzie?

Kevin miró a su mamá, con la esperanza de que ella tuviera algo más de idea de qué decir a continuación de lo que tenía él. Con la esperanza de que tal vez él lo había entendido todo mal y ella lo explicaría. Era bajita y delgada y tenía el aspecto fuerte de alguien que ha trabajado mucho para criar sola a su hijo en Walnut Creek, California. Kevin ya era más alto que ella y una vez, solo una, ella había dicho que era igual que su padre.

Ahora mismo, parecía que estaba intentando contener las lágrimas.

—¿Está seguro de que no es un error? —preguntó—. Solo vinimos al médico por las cosas que Kevin veía.

Las cosas que él veía. Era una manera muy suave de decirlo, como si con solo hablar de todo esto lo empeorara, o trajera más. La primera vez que Kevin se lo dijo a su madre, se quedó mirándolo fijamente y después le dijo que no debería hacer caso. Finalmente, cuando se desmayó, al despertar tenía cita con el médico de cabecera.

Rápidamente habían ido del despacho del médico a hacer pruebas al hospital y después al despacho del Dr. Markham, que tenía las paredes blancas y estaba lleno de souvenirs de lo que parecían viajes a cada rincón del planeta. La primera vez que había pisado ese lugar, le había dado la sensación de ser un intento por hacer que un lugar frío y frío pareciera hogareño. Ahora pensaba que tal vez al Dr. Markham le gustaba recordar que había una vida que no incluía decir a la gente que iba a morir.

—Las alucinaciones pueden ser un factor cuando se trata de enfermedades así. Lo dijo como si no fueran reales, cosas fantasmales, pero las cosas que él veía parecían llenar el mundo cuando llegaban. Imágenes de paisajes que él no había visto, indicios de horizontes.

Y, por supuesto, los números.

—23h 06m 29,283s, -05º 02’ 28,59 —dijo —. Esto debe tener algún significado. Debe tenerlo.

El Dr. Markham negó con la cabeza.

—Estoy seguro de que debe darte esa sensación, Kevin. Estoy seguro de que debes querer que todo esto signifique algo, pero ahora mismo, necesito que entiendas lo que te está sucediendo.

En parte, había sido por eso por lo que Kevin se lo había dicho a su madre desde el principio. Le había costado semanas convencerla de que no estaba bromeando o jugando a algún juego. Al principio, ella estaba segura de que no lo decía en serio. Cuando empezó a tener los dolores de cabeza, se lo tomó más en serio y le dejaba quedarse en casa y no ir a la escuela aquel día cuando el dolor era paralizante. Cuando se desmayó por primera vez, lo llevó corriendo al médico.

—¿Qué me está pasando? —preguntó Kevin. Lo extraño era lo tranquilo que se sentía –bueno, tranquilo no. Tal vez algo paralizado. Probablemente paralizado era la palabra adecuada para esto. Su mamá parecía estar a punto de derrumbarse pero, para Kevin, todo parecía lejos, todavía esperando a entrar como una tromba.

—Tienes uno de un grupo de trastornos degenerativos del cerebro conocidos como leucodistrofias —dijo el Dr. Markham—. Toma, te lo escribiré si quieres.

—Pero yo nunca he oído hablar de eso antes —dijo la mamá de Kevin, con el tono de alguien para quien eso significaba que no podía ser real. Él podía ver las lágrimas que estaba intentando contener—. ¿Cómo puede mi hijo tener algo de lo que yo nunca he oído hablar?

Ver a su mamá de esa manera era probablemente la parte más difícil para Kevin. Ella siempre había sido muy fuerte. Nunca había tenido un problema que no hubiera sido capaz de resolver. Imaginaba que ella también estaba pensando eso.

—Es una enfermedad muy rara, Sra. McKenzie —dijo el Dr. Markham—. O mejor dicho, un grupo de enfermedades, cada una de las cuales se presenta de forma diferente. Hay diferentes formas, cada una provocada por una anomalía genética que afecta a la materia blanca, lo que llamamos la vaina de mielina, del cerebro. Normalmente solo hay unos cuantos centenares de pacientes para cada una de estas enfermedades al mismo tiempo.

—Si sabe lo que las provoca, ¿no puede hacer algo? —preguntó la madre de Kevin—. ¿No existe alguna terapia genética o algo?

Kevin había visto a su madre en Internet. Ahora, le parecía saber lo que había estado mirando. No había dicho nada, pero tal vez había tenido la esperanza de estar equivocada. Tal vez había tenido la esperanza de que se había perdido algo.

—Hay terapias disponibles para algunas formas de leucodistrofias —dijo el Dr. Markham. Negó con la cabeza—. Y tenemos la esperanza de que en el futuro, podrían ayudar, pero la de Kevin no es una para la que haya un tratamiento establecido. La triste verdad es que, cuanto más rara es la enfermedad, menos investigación se ha hecho en ella, porque hay menos fondos para esa investigación.

—Debe de haber algo —dijo su madre—. Alguna opción experimental, algún estudio…

Kevin estiró el brazo para poner la mano sobre la de su madre. Era extraño que ya casi fueran del mismo tamaño.

—No pasa nada, mamá —dijo, intentando que pareciera que él lo tenía todo bajo control.

—Sí, sí que pasa. —Parecía que su mamá iba a estallar por el impacto de todo aquello—. Si no hay nada, entonces ¿qué tenemos que hacer ahora?

—Usamos los tratamientos disponibles para darle a Kevin la mejor calidad de vida que podamos —dijo el Dr. Markham—. Para el tiempo que todavía le queda. Lo siento, me gustaría tener mejores noticias.

Kevin veía que su madre se forzaba a ser valiente y recomponerse un poco a la vez. Imaginaba que lo estaba haciendo por él y casi se sentía culpable de que tuviera que hacerlo.

—¿Qué significa eso? —preguntó—. ¿Exactamente qué es lo que está proponiendo hacer por Kevin?

—Voy a recetarle unas pastillas que ayudan a controlar el dolor —dijo el Dr. Markham— y a reducir las posibilidades de convulsión. Kevin, sé que las alucinaciones pueden ser angustiantes, así que me gustaría que hablaras con alguien sobre técnicas para controlarlas y de tus reacciones a ellas.

—¿Quiere que Kevin vaya al psicólogo? —preguntó su madre.

—Linda Yalestrom es una experta que ayuda a la gente, en particular a la gente joven, a manejar los síntomas que puedan provocar las enfermedades raras como esta —dijo el Dr. Markham—. Le recomiendo encarecidamente que lleve a Kevin a verla, dadas las cosas que ha estado viendo.

—No son solo alucinaciones —insistió Kevin. Él estaba seguro de que eran más que eso.

—Estoy seguro de que debe dar esa sensación —dijo el Dr. Markham—. La Dra. Yalestrom podría ayudar.

—Lo que… lo que usted crea que es mejor —dijo la madre de Kevin. Kevin veía que lo único que quería era salir de allí. Sin embargo, había algo que él necesitaba saber. Algo evidente que él sentía que probablemente debería preguntar, aunque realmente no quisiera oír la respuesta.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó él—. O sea, ¿cuánto tiempo queda para que yo… muera?

Todavía era difícil creerse esa palabra. Kevin esperaba que todo esto resultara ser un error, incluso ahora, pero sabía que no lo era. No podía serlo.

—Es imposible saberlo con certeza —dijo el Dr. Markham—. El ritmo de evolución para las leucodistrofias puede variar, mientras que cada caso es diferente.

—¿Cuánto tiempo? —repitió Kevin.

—Quizás seis meses —el Dr. Markham extendió las manos—. Lo siento, Kevin. No puedo ser más preciso que eso.



***



Kevin y su madre se fueron a casa, su madre conducía con el cuidado que proporcionaba el saber que probablemente se harían pedazos si no se concentraba completamente. Durante la mayor parte del viaje a las afueras estuvieron callados. Kevin no sabía seguro lo que podía decir.

Su madre habló primero.

—Encontraremos algo —dijo—. Buscaremos a otro doctor, tendremos una segunda opinión. Probaremos cualquier tratamiento que se nos ocurra.

—No puedes pagarlos —dijo Kevin. Su madre trabajaba mucho en su trabajo en una agencia de marketing, pero su casa era pequeña y Kevin sabía que no había mucho dinero para cosas extra. Él intentaba no pedir mucho, porque eso solo hacía que su madre se sintiera triste cuando no podía dárselo. Odiaba ver a su madre así, lo que solo lo hacía más difícil.

—¿Crees que eso me importa ahora? —exigió su madre. Kevin veía cómo le salían las lágrimas de los ojos—. Eres mi hijo, y te estás muriendo, y… yo no puedo… no puedo salvarte.

—No tienes que salvarme —dijo Kevin, aunque ahora mismo deseaba que alguien lo hiciera. Deseaba que apareciera alguien y parara todo esto.

Lo que eso significaba empezaba a calar. Lo que significaría, en menos tiempo que el final de curso. Él estaría muerto. Desaparecido. Cualquier cosa que él hubiera deseado se interrumpiría, cualquier cosa que él hubiera esperado para el futuro se detendría por el hecho de que no habría un futuro.

Kevin no estaba seguro de cómo se sentía por ello. Triste, sí, porque era el tipo de noticia por las que se suponía que debías sentirte triste y porque no quería morir. Enfadado, porque lo que él quería parecía no importar cuando llegados a ese punto. Confundido, porque no estaba seguro de por qué tenía que ser él, cuando había billones de personas más en el mundo.

Pero comparado con su madre, estaba tranquilo. Estaba temblando mientras conducía y Kevin estaba tan preocupado porque podían estrellarse que suspiró aliviado cuando llegaron a la calle donde estaba su casa. Era una de las casas más pequeñas de la manzana, vieja y llena de reparaciones.

—Todo irá bien —dijo su madre. No sonó como si lo creyera. Cogió a Kevin del brazo mientras se dirigían hacia la casa, pero parecía más que ella se apoyaba en Kevin.

—Seguro —respondió Kevin, porque sospechaba que su madre necesitaba oírlo incluso más que él. Podría haber ayudado si fuera cierto.

Entraron y hacer cualquier cosa después de eso daba la sensación de no estar bien, como si hacer cosas normales hubiera sido una traición, después de las noticias que el Dr. Markham les había dado. Kevin puso una pizza congelada en el horno, mientras de fondo, oía a su madre sollozando en el sofá. Hizo la intención de ir a consolarla, pero le frenaron dos cosas. La primera fue pensar que su madre seguramente no quería que lo hiciera. Ella siempre había sido la fuerte, la que lo cuidaba incluso después de que su padre se marchara cuando él era solo un bebé.

La segunda era la visión.

Vio un paisaje bajo un cielo que parecía más lila que azul, los árboles de debajo tenían unas formas extrañas, con unas hojas de palma que a Kevin le recordaban las palmeras de las playas, pero con unos troncos que se retorcían de unas maneras que las palmeras nunca lo hacían. En el cielo parecía que el sol se estaba poniendo, pero parecía que, de algún modo, el sol no tenía buen aspecto. Kevin no podía entenderlo, pues había pasado tiempo mirando al sol, pero sabía que este no era el mismo.

En un rincón de su mente, los números vibraban una y otra vez.

Ahora caminaba a través de un lugar cubierto de arena rojiza y sentía que los dedos de los pies se le hundían en ella. Allí había unas criaturas, pequeñas y con aspecto de lagartos, que se escabullían cuando se les acercaba demasiado. Miró alrededor…

… y el mundo se esfumó entre llamas.

Kevin despertó en el suelo de la cocina, el temporizador del horno pitaba para decirle que la pizza estaba lista, el olor a comida quemada lo hizo ir a rastras del suelo hasta el horno antes de que tuviera que hacerlo su madre. No quería que ella lo viera así, no quería darle aún más razones para preocuparse.

Sacó la pizza, la cortó a trozos y los llevó a la sala de estar. Su madre estaba en el sofá y, aunque había dejado de llorar, tenía los ojos rojos. Kevin dejó la pizza sobre la mesa baja, se sentó a su lado y encendió la tele para, por lo menos, fingir que las cosas eran normales.

—Tú no deberías hacer esto —dijo su madre, y Kevin no supo si se refería a la pizza o a todo lo demás. Ahora mismo, esto no importaba.

Los nombres todavía colgaban en su cabeza: 23h 06m 29,283s, -05º 02’ 28,59.




CAPÍTULO DOS


Kevin no estaba seguro de haberse sentido jamás tan cansado como lo estaba cuando su madre y él entraron con el coche al aparcamiento. El plan era intentar continuar con normalidad, pero él sentía que podría quedarse dormido en cualquier momento. Eso distaba mucho de ser normal.

Probablemente era a causa de los tratamientos. Los últimos días había habido un montón de tratamientos. Su madre había encontrado más doctores, y cada uno tenía un plan diferente para por lo menos intentar ralentizar las cosas. Eso era lo que decían, cada vez, aunque las palabras dejaban claro que sería algo especial y que detener las cosas no era algo que ellos pudiesen esperar.

—Que tengas un buen día en la escuela, cariño —dijo su madre. Había algo falso en aquella alegría, un filo frágil que daba a entender lo mucho que tenía que esforzarse por sacar una sonrisa. Kevin sabía que ella estaba haciendo un esfuerzo por él y él también hacía lo que podía.

—Lo intentaré, mamá —le aseguró y oyó que su propia voz tampoco sonaba natural. Parecía que los dos estaban interpretando papeles porque tenían miedo de la verdad que yacía bajo ellos. Kevin interpretaba el suyo porque no quería que su madre llorara otra vez.

¿Cuántas veces había llorado ya? ¿Cuántos días habían pasado desde que habían ido a ver al Dr. Markham por primera vez? Kevin había perdido la cuenta. Uno o dos días no había ido al colegio porque estaba enfermo, antes de que se hiciera evidente que ninguno de los dos quería eso. Después vino esto: colegio entremezclado con pruebas e intentos de terapias. Había habido inyecciones y análisis de sangre, suplementos porque su madre había leído en la red que podrían ayudar, y comida sana que distaba mucho de la pizza.

—Solo quiero que las cosas sean lo más normales posible —dijo su madre. Ninguno de los dos decía eso en un día normal, Kevin hubiera cogido el autobús y no tendrían que haberse preocupado de lo que era normal y lo que no.

O que en un día normal, no tendría que esconder lo que le pasaba, ni sentirse agradecido de que su mejor amiga fuera a un colegio diferente después de la última vez que su madre y él se mudaron, de manera que no tenía que imaginarse nada de eso. Ahora hacía días que no llamaba a Luna, y los mensajes se le amontonaban en el teléfono. Kevin los ignoraba, pues no se le ocurría cómo contestarlos.

Kevin sintió las miradas sobre él en el momento en que entró en la escuela. Habían corrido los rumores, a pesar de que nadie sabía con seguridad lo que le pasaba. Más adelante vio a un profesor, el Sr. Williams, y en un día normal Kevin podría haber pasado por delante de él sin tan solo llamar la atención por un instante. Él no era uno de los niños a quienes los profesores vigilaban de cerca porque siempre estaban haciendo algo malo. Ahora, el profesor lo detuvo, mirándolo de arriba abajo como si esperara señales de que podría morir en cualquier momento.

—¿Cómo te sientes, Kevin? —preguntó—. ¿Estás bien?

—Estoy bien, Sr. Williams —le aseguró Kevin. Era más fácil estar bien que intentar explicar la verdad: lo preocupado que estaba por su madre y que estaba cansado todo el rato por los intentos de tratamiento, lo asustado que estaba por lo que iba a pasar.

Cómo los números todavía daban vueltas a su cabeza.

23h 06m 29,283s, -05º 02’ 28,59. Estaban en su mente, agachados como un sapo que no se movía, imposibles de olvidar, imposibles de ignorar, independientemente de lo mucho que Kevin intentaba seguir las instrucciones de su madre para olvidarlos.

—Bueno, ya nos dirás si necesitas algo —dijo el profesor.

Kevin todavía no estaba seguro de cómo responder a eso. Esta era una de esas cosas amables que decía la gente que, a la vez, eran inútiles. Lo único que necesitaba era lo que no le podían dar: enmendar todo esto; para que las cosas fueran normales otra vez. Los profesores sabían muchas cosas, pero eso no.

Aun así, él hacía todo lo que podía para fingir que era normal durante toda su clase de matemáticas y durante la mayor parte de la de historia de después. La Srta. Kapinski les estaba hablando de la antigua historia europea, que Kevin estaba seguro de que no salía en ningún examen, pero aparentemente era lo que ella había estudiado en la facultad y parecía que se hacía ver más de lo que debería.

—¿Sabíais que la mayoría de restos romanos encontrados en el norte de Europa realmente no son romanos? —dijo. Normalmente a Kevin le gustaban las clases de la Srta. Kapinski, pues no le daba miedo desviarse del tema y contarles cualquier fragmento del pasado que le pasara por la cabeza. Era un recordatorio de lo mucho que había habido en el mundo antes de cualquiera de ellos.

—¿Así que son falsos? —preguntó Francis de Longe. Normalmente, hubiera sido Kevin el que lo preguntara, pero estaba disfrutando de la oportunidad de estar callado, de ser casi invisible.

—No exactamente —dijo la Srta. Kapinski—. Cuando digo que no son romanos, quiero decir que son restos que dejaron atrás unas personas que nunca habían estado cerca de lo que es ahora Italia. Eran los habitantes de la región, pero a medida que avanzaban los romanos, a medida que conquistaban, los habitantes de allí se dieron cuenta de que el mejor camino era adaptarse a la manera de hacer de los romanos. El modo en el que vestían, los edificios en los que vivían, el idioma que hablaban, lo cambiaron todo para dejar claro en qué bando estaban, y porque les proporcionaba una oportunidad mejor de tener buenas posiciones en el nuevo orden. —Sonrió—. Después, cuando vinieron las rebeliones contra Roma, una de las claves para ser parte de ella era precisamente no usar esos símbolos.

Kevin intentó imaginarlo: la misma gente en un lugar cambiando quienes eran cuando cambiaba la corriente política, cambiando todo su ser dependiendo de quién gobernaba. Pensó que podría ser un poco como estar en uno de los montones populares de la escuela, intentando llevar la ropa adecuada y decir las cosas correctas. Aun así, costaba de imaginar, y no solo porque imágenes de paisajes imposibles continuaban filtrándose en su mente.

Probablemente esa era la única cosa buena de su problema: los síntomas eran invisibles. De algún modo, también era lo que asustaba. Estaba esa cosa que lo estaba matando y, si la gente no lo conocía ya, nunca lo descubrirían. Él solo podía quedarse sentado y nunca nadie…

Kevin sintió que la visión venía, levantándose en su interior como una especie de presión que crecía en su cuerpo. Hubo el ataque de mareo, la sensación de que el mundo se alejaba flotando mientras él conectaba con otra… cosa. Se dispuso a levantarse para preguntar si lo disculpaban pero, para entonces, ya era demasiado tarde. Sintió que sus piernas cedían y se desplomó.

Estaba mirando los mismos paisajes que recordaba de antes, el cielo con la sombra equivocada, los árboles demasiado retorcidos. Observaba cómo el fuego se propagaba por allí, cegador y brillante, que parecía venir de todas partes a la vez. Él ya había visto todo eso antes. Sin embargo, ahora había un nuevo elemento: un débil latido que parecía repetirse a intervalos regulares, preciso como el tictac de un reloj.

Una parte de Kevin sabía que tenía que tratarse de un reloj, igual que sabía por instinto que era la cuenta atrás para algo, que no solo marcaba la hora. Daba la sensación que los latidos eran sutilmente cada vez más intensos, como si estuvieran formando un crescendo lejano. Había una palabra en un idioma que él no debería haber entendido, pero que sí que entendió.

«Espera».

Kevin quería preguntar qué se suponía que tenía que esperar, o cuánto tiempo o por qué. Sin embargo, no lo hizo, en parte porque no estaba seguro de a quién tenía que preguntar y, en parte, porque casi tan repentinamente como llegó el momento, se fue, dejando a Kevin levantándose la oscuridad y encontrándose tumbado en el suelo de la clase, mientras la Srta. Kapinski lo supervisaba.

—Quédate quieto un momento, Kevin —dijo—. He mandado llamar al médico del colegio. Hal estará aquí en un minuto.

Kevin se incorporó a pesar de sus instrucciones, pues a estas alturas ya conocía bien esa sensación.

—Estoy bien —le aseguró.

—Creo que tendría que ser Hal el que lo determinara.

Hal era un antiguo paramédico grande y robusto que prestaba servicios para asegurarse de que los alumnos de St. Brendan School superaban cualquier emergencia médica que sufriesen. Algunas veces, Kevin sospechaba que lo hacían porque pensar en la idea del cuidado de un médico les hacía ignorar los peores daños.

—Vi cosas —consiguió decir Kevin—. Había un planeta, y un sol ardiente, y una especie de mensaje… como una cuenta atrás.

En las películas, alguien hubiera insistido en ponerse en contacto con alguien importante. Hubieran reconocido el mensaje por lo que era. Hubiera habido reuniones e investigaciones. Y alguien hubiera hecho algo al respecto. Fuera de las películas, Kevin solo era un chico de trece años y la Srta. Kapinski lo miraba con una mezcla de lástima y leve perplejidad.

—Bueno, estoy segura de que no es nada —dijo—. Probablemente es normal ver toda clase de cosas cuando tienes este tipo de… episodios.

A su alrededor, Kevin oía el cuchicheo de los demás que estaban en su clase. Nada de esto le hacía sentirse mejor.

—… cayó y empezó a dar sacudidas…

—… yo oí que estaba enfermo, espero que no se contagie…

—… Kevin cree que ve planetas…

El último fue el que le hizo daño. Lo dijo como si él se estuviera volviendo loco. Kevin no se estaba volviendo loco. Como mínimo, él no lo creía.

A pesar de sus mejores intentos por insistir en que estaba bien, Kevin todavía tuvo que ir con Hal cuando el médico vino. Tuvo que sentarse en el despacho del médico mientras dirigía unas luces a los ojos de Kevin y hacía preguntas sobre una enfermedad de la que era evidente que él no tenía más idea de la que Kevin tenía sobre lo que estaba pasando.

—El director quería vernos cuando yo estuviera seguro de que tú estabas bien —dijo—. ¿Te sientes en condiciones de ir andando hasta su despacho, o le pedimos que venga hasta aquí?

—Puedo andar —dijo Kevin—. Estoy bien.

—Si tú lo dices —dijo Hal.

Se dirigieron al despacho del director, y Kevin casi ni se sorprendió de encontrar allí a su madre. Evidentemente la habían llamado por una emergencia médica, evidentemente estaría allí si él se desplomaba, pero eso no era bueno, no cuando se suponía que debía estar en el trabajo.

—Kevin, ¿estás bien? —le preguntó su madre en cuanto llegó, dirigiéndose hacia él y envolviéndolo en un abrazo—. ¿Qué pasó?

—Estoy bien, mamá —dijo Kevin.

—Sra. McKenzie, estoy seguro de que no la hubiéramos llamado si no fuera grave —dijo el director—. Kevin se desplomó.

—Ahora estoy bien —insistió Kevin.

Pero parecía que, por muchas veces que lo dijera, no cambiaba nada.

—Además —dijo el director—, parece ser que estaba bastante confundido cuando volvió en sí. Hablaba de… bueno, de otros planetas.

—Planetas —repitió la madre de Kevin. Lo dijo con una voz monótona.

—La Srta. Kapinski dice que alteró un poco su clase cuando lo hizo —dijo el director. Suspiró—. No sé si tal vez sería mejor que Kevin se quedara en casa una tiempo.

Lo dijo sin mirar a Kevin. Allí se estaba tomando una decisión y, aunque Kevin era el centro de la misma, quedaba claro que en realidad él no tenía ni voz ni voto.

—Yo no quiero perder escuela —dijo Kevin, mirando a su madre. Seguramente ella tampoco querría que lo hiciera.

—Creo que lo que tenemos que preguntarnos —dijo el director— es si, en este punto, la escuela es realmente lo mejor que puede hacer Kevin con el tiempo que le queda.

Probablemente, la intención era decirlo de una forma amable pero lo único que consiguió fue recordarle a Kevin lo que había dicho el médico. Seis meses de vida. No parecía el tiempo suficiente para nada, y mucho menos para tener una vida. Seis meses que valen segundos, cada uno de los cuales pasa a un ritmo regular que coincidía con la cuenta atrás dentro de su cabeza.

—¿Me está diciendo que no tiene sentido que mi hijo esté en la escuela porque de todas formas pronto estará muerto? —dijo bruscamente su madre—. ¿Eso es lo que me está diciendo?

—No, claro que no —dijo el director a toda prisa, levantando las manos para calmarla.

—Eso es lo que parece que esté diciendo —dijo la madre de Kevin—. Parece que pierda los papeles con la enfermedad de mi hijo tanto como los chicos que hay aquí.

—Lo que estoy diciendo es que va a ser difícil enseñar a Kevin a medida que esto empeore —dijo el director—. Lo intentaremos, pero… ¿no prefieres aprovechar al máximo el tiempo que te queda?

Lo dijo en un tono amable que consiguió llegar directo al corazón de Kevin. Estaba diciendo exactamente lo que su madre había pensado, pero en palabras más amables. Lo peor era que tenía razón. Kevin no iba a vivir el tiempo suficiente para ir a la facultad, o tener un trabajo, o hacer cualquier cosa para la que necesitara que la escuela lo preparase, así que ¿por qué molestarse en estar ahí?

—No pasa nada, mamá —dijo, alargando la mano para tocarle el brazo.



Aquella pareció ser una razón suficiente para convencer a su madre y eso le hizo ver a Kevin lo grave que era todo esto. En cualquier otra ocasión, hubiera esperado que su madre discutiera. Ahora parecía que le habían succionado las ganas de discutir.

Salieron a buscar el coche en silencio. Kevin se giró para mirar la escuela. Le golpeó el pensamiento de que probablemente no volvería. Ni tan solo había tenido la oportunidad de despedirse.

—Siento que te llamaran al trabajo —dijo Kevin cuando se sentaron en el coche. Notaba la tensión que había. Su madre no encendió el motor, simplemente se quedó sentada.

—No es solo eso —dijo ella—. Solo es que… cada vez era más fácil fingir que no pasaba nada. —Parecía muy triste, profundamente dolida. Kevin se había acostumbrado a la expresión que significaba que estaba intentando no llorar. Pero no lo estaba logrando.

—¿De verdad que estás bien, Kevin? —preguntó, incluso entonces, era él el que la abrazaba a ella, tan fuerte como podía.

—Yo… ojalá no tuviera que dejar la escuela —dijo Kevin. Nunca hubiera pensado que se escucharía a sí mismo decir eso. Nunca hubiera pensado que escucharía a alguien decir eso.

—Podemos volver a entrar —dijo su madre—. Podría decirle al director que voy a traerte aquí mañana, y después cada día, hasta…

Rompió a llorar.

—Hasta que la cosa esté muy mal —dijo Kevin. Cerró los ojos con fuerza—. Mamá, creo que quizás ya está muy mal.

La oyó golpear el salpicadero, el golpe seco resonó por todo el coche.

—Lo sé —dijo ella—. Lo sé y lo odio. Odio esta enfermedad que me está arrebatando a mi hijito.

Volvió a llorar durante un ratito. A pesar de sus intentos por mantenerse fuerte, Kevin también lo hizo. Pareció que pasó mucho rato antes de que su madre estuviera lo suficientemente tranquila para decir algo más.

—¿Dijeron que viste… planetas, Kevin? —preguntó.

—Los vi —dijo Kevin. ¿Cómo podía explicar cómo era? ¿Lo real que era?

Su madre lo recorrió con la mirada y ahora Kevin tenía la sensación de que estaba luchando para decir las palabras adecuadas. Luchando para ser reconfortante, firme y tranquila, todo a la vez—. Tu ves que esto no es real, ¿verdad, cariño? Es solo… es solo la enfermedad.

Kevin sabía que debía comprenderlo, pero…

—Esta no es la sensación que tengo —dijo Kevin.

—Ya lo sé —dijo su madre—. Y lo odio, pues me recuerda que mi hijito se está apagando. Me gustaría hacer que todo esto desapareciera.

Kevin no sabía qué decir a eso. Él también deseaba que desapareciera.

—Pero parece real —dijo Kevin, aún así.

Su madre se quedó callada durante un buen rato. Cuando por fin habló, su voz tenía el tono frágil e íntegro que llegó justo con el diagnóstico, pero que ahora ya era de sobra conocido.

—Tal vez… tal vez haya llegado el momento de que te vea esa psicóloga.




CAPÍTULO TRES


El despacho de la Dra. Linda Yalestrom no tenía ni de cerca el aspecto clínico de todos los demás en los que Kevin había estado últimamente. En primer lugar, era su casa, en Berkeley, tan cerca de la universidad que esta parecía confirmar sus credenciales con tanta certeza como los certificados que estaban cuidadosamente enmarcados en la pared.

El resto tenía el aspecto del tipo de despacho en casa que Kevin imaginaba por la televisión, con accesorios indefinidos que evidentemente habían sido desterrados aquí después de alguna mudanza anterior, un escritorio donde se habían amontonado trastos del resto de la casa y unas cuantas plantas en macetas que parecían aguardar su momento, preparadas para tomar el testigo.

A Kevin le gustaba la Dra. Yalestrom. Era una mujer de unos cincuenta años, bajita y con el pelo oscuro, cuya ropa alegremente estampada no podía estar más lejos de las batas médicas. Kevin pensó que podría hacerlo a propósito, si pasaba mucho tiempo trabajando con personas que ya habían recibido las peores noticias posibles de los médicos.

—Ven a sentarte, Kevin —dijo con una sonrisa, señalando hacia un amplio diván rojo que estaba muy gastado tras años de gente sentándose en él—. Sra. McKenzie, ¿por qué no nos deja un rato? Quiero que Kevin sienta que puede decir todo lo que necesita decir. Mi ayudante le traerá café.

Su madre asintió.

—Estaré aquí fuera.

Kevin fue a sentarse al sofá, que resultó ser tan cómodo como parecía. Miró las fotografías de excursiones para ir a pescar y vacaciones que había por toda la habitación. Le llevó un rato darse cuenta de algo importante.

—Usted no sale en ninguna de las fotos que hay aquí —dijo.

La Dra. Yalestrom sonrió al oírlo.

—La mayoría de mis clientes nunca se fijan. La verdad es que muchos de ellos son lugares a los que siempre quise ir, o lugares que oí que eran interesantes. Las puse porque los jovencitos como tú pasan mucho tiempo mirando la habitación, sin hacer otra cosa que hablar conmigo e imagino que al menos deberíais tener algo a lo que mirar.

A Kevin le pareció que era hacer un poco de trampa.

—Si trabaja mucho con gente que se está muriendo —dijo—, ¿por qué tiene fotos de lugares a los que siempre quiso ir? ¿Por qué dejarlo para más adelante, cuando usted ha visto que…?

—¿Cuando he visto lo rápido que todo puede acabar? —preguntó la Dra. Yalestrom, dulcemente.

Kevin asintió.

—Tal vez a causa de la maravillosa habilidad humana de saberlo y, aun así, procrastinar. O tal vez sí que he estado en algunos de estos lugares, y la razón por la que no estoy en las fotos solo es que creo que con una en la que yo mire fijamente a la gente hay más que suficiente.

Kevin no estaba seguro de si esas eran buenas razones o no. De algún modo, no parecían suficientes.

—¿Tú dónde irías, Kevin? —preguntó la Dra. Yalestrom—. ¿Dónde irías si pudieses ir a cualquier lugar?

—No lo sé —respondió él.

—Bueno, piénsalo. No tienes que decírmelo ahora mismo.

Kevin negó con la cabeza. Era raro hablar así con un adulto. Normalmente, cuando tienes trece años, las conversaciones se reducen a preguntas y órdenes. Con la posible excepción de su mamá, que igualmente estaba en el trabajo buena parte del tiempo, a los adultos realmente no les interesaba lo que alguien de su edad tenía que decir.

—No lo sé —repitió—. O sea, realmente nunca pensé que podría ir a algún sitio. —Intentaba pensar en lugares a los que le gustaría ir, pero era difícil que se le ocurriera algún lugar, especialmente ahora que solo le quedaban unos cuantos meses para hacerlo—. Siento que, piense en el lugar que piense, ¿qué sentido tiene? Muy pronto estaré muerto.

—¿Cuál crees que es el sentido? —preguntó la Dra. Yalestrom.

Kevin hizo todo lo posible por pensar en una razón.

—Creo que… ¿por qué muy pronto no es lo mismo que ahora?

La psicóloga asintió.

—Creo que esta es una buena manera de decirlo. Entonces, ¿hay algo que te gustaría hacer muy pronto, Kevin?

Kevin lo pensó.

—Supongo… supongo que debería decirle a Luna lo que está pasando.

—¿Y quién es Luna?

—Es mi amiga —dijo Kevin—. Ya no vamos al mismo colegio, o sea que no me ha visto desmayarme ni nada, y hace días que no la llamo, pero…

—Pero deberías decírselo —dijo la Dra. Yalestrom—. No es sano rechazar a tus amigos cuando las cosas no van bien, Kevin. Ni tan solo para protegerlos.

Kevin se tragó una negación, pues eso era más o menos lo que él estaba haciendo. No quería causar dolor a Luna con esto, no quería hacerle daño con las noticias de lo que iba a suceder. Esta era en parte la razón por la que no la había llamado en tanto tiempo.

—¿Qué más? —dijo la Dra. Yalestrom—. Vamos a probar otra vez con los lugares. Si pudieras ir a cualquier lugar, ¿adónde irías?

Kevin intentó escoger entre todos los lugares que había en la habitación, pero lo cierto era que solo había un paisaje que continuaba apareciendo en su cabeza, con unos colores que una cámara normal no podía capturar.

—Sonaría estúpido.

—No hay nada malo en sonar estúpido —le aseguró la Dra. Yalestrom—. Te contaré un secreto. La gente a menudo piensa que todo el mundo menos ellos son especiales. Piensan que las otras personas deben ser más inteligentes, o más valientes, o mejores, porque solo ellos pueden ver las partes de ellos mismos que no son esas cosas. Les preocupa que todos los demás digan lo correcto y que ellos parezcan estúpidos. Pero no es cierto.

Aun así, Kevin se quedó allí sentado durante unos segundos, examinando el tapizado del diván en detalle.

—Yo… yo veo lugares. Un lugar. Creo que esta es la razón por la que tuve que venir aquí.

La Dra. Yalestrom sonrió.

—Estás aquí porque una enfermedad como la tuya puede crear un montón de efectos raros, Kevin. Yo estoy aquí para ayudarte a hacerles frente, sin que dominen tu vida. ¿Te gustaría hablarme más de las cosas que ves?

De nuevo, Kevin examinó detalladamente el diván, memorizando su relieve y sacó una pelusa diminuta que sobresalía del resto. La Dra. Yalestrom estaba callada mientras lo hacía; con el tipo de silencio que parecía que le estaba succionando las palabras, proporcionándoles un espacio en el que caer.

—Veo un lugar en que nada es como aquí. Los colores son falsos, las plantas son diferentes —dijo Kevin—. Lo veo destrozado… por lo menos, eso creo. Hay fuego y calor, un destello brillante. Hay una serie de números. Y hay algo que parece una cuenta atrás.

—¿Por qué parece una cuenta atrás? —preguntó la Dra. Yalestrom.

Kevin se encogió de hombros.

—No estoy seguro. ¿Porque los latidos cada vez están más cerca, supongo?

La psicóloga asintió y, a continuación, se dirigió al escritorio. Volvió con papel y lápices.

—¿Cómo se te da el arte? —preguntó—. No, no respondas a eso. No importa si es una gran obra de arte o no. Solo quiero que intentes dibujar lo que ves, para que pueda hacerme una idea de cómo es. No le prestes mucha atención, solo dibuja. ¿Puedes hacer eso por mí, Kevin?

Kevin se encogió de hombros.

—Lo intentaré.

Cogió los lápices y el papel e intentó traer a la mente el paisaje que había visto, intentando recordar cada detalle del mismo. Era difícil hacerlo, pues aunque los números permanecían en su cabeza, parecía que tenía que sumergirse en lo profundo de sí mismo para arrancar las imágenes. Estaban bajo la superficie y, para llegar hasta ellas, Kevin tenía que meterse en sí mismo, concentrándose solo en eso, dejando que el lápiz fluyera sobre el papel casi de forma automática…

—Bien, Kevin —dijo, quitándole el bloc de notas antes de que Kevin pudiera ver bien lo que había dibujado—. Vamos a ver lo que has…

Kevin vio la mirada de sorpresa que le atravesó la cara, tan breve que casi no estuvo allí. Pero que sí que lo estuvo y Kevin tuvo que preguntarse lo que costaría sorprender a alguien que oía historias de gente que se estaba muriendo cada día.

—¿Qué pasa? —preguntó Kevin—. ¿Qué dibujé?

—¿No lo sabes? —preguntó la Dra. Yalestrom.

—Intenté no pensar demasiado —dijo Kevin—. ¿Hice algo malo?

La Dra. Yalestrom dijo que no con la cabeza.

—No, Kevin, no hiciste nada malo.

Sujetó en alto el dibujo de Kevin.

—¿Te gustaría echarle un vistazo a lo que hiciste? Tal vez te ayudará a entender cosas.

Lo sujetaba doblado, solo con las puntas de sus dedos, como si no quisiera tocarlo más de lo necesario. Eso hizo que Kevin se preocupara un poquito. ¿Qué podría haber dibujado que hacía que un adulto reaccionara así? Lo cogió y lo desdobló.

Allí había el dibujo de una nave espacial, probablemente dibujo no era la palabra correcta para esto. Se parecía más a un cianotipo, completo con todos los detalles, que parecía imposible en el tiempo que Kevin tuvo para dibujar. Nunca antes lo había visto, pero aquí estaba, sobre la página, con un aspecto gigante y plano, como una ciudad encaramada sobre un disco. A su alrededor había discos más pequeños, como abejas obreras alrededor de una reina.

El detalle daba a entender que había algo meticuloso, casi clínico, en el modo en que estaba dibujado, pero había algo más. Había algo en su geometría que simplemente no estaba… bien, de algún modo, pues parecía tener unas profundidades y unos ángulos que no deberían ser posibles de capturar en un esbozo como este.

—Pero esto… —Kevin no sabía qué decir. ¿Esto no demostraba lo que estaba sucediendo? ¿Alguien pensaba que él podría haberse inventado algo así?

Al parecer, la Dra. Yalestrom no estaba convencida. Cogió de nuevo el dibujo y lo dobló con cuidado como si no quisiera tener que mirarlo. Kevin sospechaba que su rareza era demasiado para ella.

—Pienso que es importante que hablemos de las cosas que ves —dijo—. ¿Crees que esas cosas son reales?

Kevin dudó.

—No… estoy seguro. Parecen reales, pero ahora mucha gente me ha dicho que no pueden serlo.

—Tiene sentido —dijo la Dra. Yalestrom—. Lo que sientes es muy común.

—¿Ah, sí? —Lo que él estaba experimentando no parecía en absoluto

nada común—. Pensaba que mi enfermedad era rara.

La Dra. Yalestrom se dirigió hacia su escritorio y metió el dibujo de Kevin dentro de un archivo. Cogió una tableta y empezó a escribir notas.

—¿Es importante que otras personas no experimenten lo que tú estás experimentando, Kevin?

—No, no es eso —dijo Kevin—. Es solo que el Dr. Markham dijo que esta enfermedad solo afecta a unas pocas personas.

—Eso es cierto —le dio la razón la Dra. Yalestrom—. Pero yo visito a mucha gente que sufre alucinaciones de algún tipo por otras razones.

—Piensa que me estoy volviendo loco —supuso Kevin. Todos los demás parecían pensarlo. Incluso su mamá, presuntamente, pues ella había sido la que lo había traído aquí después de que empezara a hablar de ellas. Pero a él no le parecía para nada que se estuviera volviendo loco.

—Esa no es una palabra que me guste usar aquí —dijo la Dra. Yalestrom—. Creo que, a menudo, el comportamiento que etiquetamos como loco existe por una buena razón. Lo que sucede es que, a menudo, esas razones solo tienen sentido para la persona afectada. La gente hará cosas para protegerse a sí misma de situaciones que son demasiado difíciles de manejar, que parecen… insólitas.

—¿Piensa que es eso lo que estoy haciendo con esas visiones? —preguntó Kevin. Negó con la cabeza—. Son reales. No me las invento.

—¿Puedo decirte lo que pienso, Kevin? Creo que una parte de ti podría estar apegado a esas “visiones” porque te ayuda a pensar que tu enfermedad podría estar sucediendo por alguna especie de bien mayor. Creo que tal vez estas “visiones” realmente son tú intentando encontrarle el sentido a tu enfermedad. Las imágenes que hay en ellas… hay un lugar raro que no es como el mundo normal. ¿Eso podría representar el modo en el que han cambiado las cosas?

—Supongo —dijo Kevin. No estaba convencido. Las cosas que había visto no iban de un mundo en el que él no tenía su enfermedad. Iban de un lugar que no comprendía en absoluto.

—Pero tienes la sensación de una fatalidad inminente con fuego y luz —dijo la Dra. Yalestrom—. La sensación de que las cosas llegan a su fin. Incluso tienes una cuenta atrás, que incluye números.

Los números no eran parte de la cuenta atrás; solo era el ritmo lento, que poco a poco era más rápido. Kevin sospechaba que ahora no iba a convencerla de eso. Cuando los adultos habían decidido cuál era la verdad sobre algo, él no iba a poder hacerles cambiar de opinión.

—Entonces, ¿qué puedo hacer? —preguntó Kevin—. Si usted piensa que no son reales, ¿yo no debería querer deshacerme de ellas?

—¿Y tú quieres deshacerte de ellas? —preguntó la Dra. Yalestrom.

Kevin se lo pensó.

—No lo sé. Pienso que podrían ser importantes, pero yo no las pedí.

—Del mismo modo que no pediste que te diagnosticaran una enfermedad degenerativa del cerebro —dijo la Dra. Yalestrom—. Quizás esas dos cosas están relacionadas, Kevin.

Kevin ya había pensado que sus visiones estaban relacionadas con la enfermedad de alguna manera. Que tal vez su cerebro había cambiado lo suficiente para ser receptivo a esas visiones. Sin embargo, no creía que eso fuera lo que quería decir la psiquiatra.

—Entonces ¿qué puedo hacer? —preguntó de nuevo Kevin.

—Existen cosas que puedes hacer, no para que se vayan, pero al menos para poder sobrellevarlas.

—¿Como que? —preguntó Kevin. Debía confesar que tuvo un momento de esperanza al pensarlo. No quería que todo esto diera vueltas y más vueltas en su cabeza. Él no había pedido ser el que recibiera mensajes que nadie más entendía, y que eso le hiciera parecer loco cuando hablaba de ellas.

—Puedes intentar buscar cosas que te distraigan de las alucinaciones cuando vengan —dijo la Dra. Yalestrom—. Puedes intentar recordarte a ti mismo que eso no es real. Si tienes dudas, busca maneras de comprobarlo. Tal vez preguntarle a alguien si ve lo mismo. Recuerda, no hay ningún problema con ver lo que veas, pero cómo reacciones a eso depende de ti.

Kevin suponía que podría recordarlo todo. Aun así, no hizo nada para acallar el débil latido de la cuenta atrás, que tamboreaba de fondo, un poco más rápido cada vez.

—Y pienso que tienes que contárselo a la gente que no lo sabe —dijo la Dra. Yalestrom—. No es justo que no los tengas informados de esto.

Tenía razón.

Y había una persona a quien debía hacérselo saber más que a nadie.

Luna.




CAPÍTULO CUATRO


—Entonces —dijo Luna, mientras Kevin y ella se abrían camino por una de las rutas del área recreativa de Lafayette Reservoir, esquivando a los turistas y a las familias que estaban disfrutando del día—, ¿por qué me has estado evitando?

Sin duda Luna iba a ir directo al grano. Era una de las cosas que a Kevin le gustaban de ella. A ella no le gustaba gustarle a él. La gente siempre parecía darlo por sentado. Pensaban que porque era guapa, y rubia, y probablemente material de animadora, si no fuera porque ella pensaba que todo eso era estúpido, que evidentemente eran novios. Daban por sentado que así era cómo funcionaba el mundo.

No estaban juntos. Luna era, desde luego, su mejor amiga. La persona con la que pasaba más tiempo, fuera de la escuela. Probablemente la única persona en el mundo con la que podía hablar de absolutamente cualquier cosa.

Excepto, mira por dónde, esto.

—Yo no he… —Kevin se fue apagando ante la mirada fija de Luna. A ella se le daban bien las miradas. Kevin sospechaba que probablemente practicaba. Había visto a todo el mundo desde abusones hasta propietarios de tiendas maleducados echarse atrás por no mantenerle más la mirada. Ante aquella mirada fija, era imposible mentirle—. De acuerdo, sí, pero es difícil, Luna. Tengo algo… bueno, algo que no sé cómo contarte.

—Oye, no seas tonto —dijo Luna. Se encontró una lata de refresco abandonada y la iba chutando por el camino, pasándosela de un pie a otro con la habilidad que proporciona hacerlo muy a menudo—. Quiero decir, ¿tan malo es? ¿Vas a mudarte? ¿Vas a cambiar de escuela otra vez?

Tal vez notó algo en su gesto, pues se quedó callada durante unos segundos. Ese silencio tenía algo de frágil, como si los dos anduvieran de puntillas para no romperlo. Aun así, tenían que hacerlo. No podían seguir andando así para siempre.

—¿Entonces es malo? —dijo, mandando la lata a una papelera con un último golpe con el pie.

Kevin asintió. Malo era una buena palabra para ello.

—¿Cómo de malo?

—Malo —dijo él—. ¿El embalse?

El embalse era el lugar al que iban los dos cuando querían sentarse y hablar de cosas. Habían hablado de que a Billy Hames le gustaba Luna cuando tenían nueve años y de que el gato de Kevin, Tiger, se estaba muriendo cuando tenían diez. Nada de esto parecía una buena preparación para lo de ahora. Él no era un gato.

Se dirigieron hacia el borde del agua y miraron hacia los árboles del otro extremo, a la gente con sus canoas y sus botes a pedales en el embalse. Comparado con alguno de los sitios a los que iban, este era bonito. La gente daba por sentado que Kevin era el chico del lugar malo de la ciudad que llevaba por el mal camino a Luna, pero era ella la que tenía facilidad para saltar vallas y escalar por edificios abandonados, dejando a Kevin que la siguiera si podía. Aquí, no había nada de eso, solo agua y árboles.

—¿Qué pasa? —preguntó Luna. Se quitó de una patada los zapatos y dejó los pies colgando dentro del agua. A Kevin no le apetecía hacer lo mismo. Ahora mismo, deseaba correr, esconderse. Cualquier cosa para no tener que decirle la verdad. Le daba la sensación de que, cuanto más tiempo pudiera evitar decirle la verdad, más tiempo no sería realmente real.

—¿Kevin? —dijo Luna—. Ahora me estás preocupando. Mira, si no me dices qué es, voy a llamar a tu mamá y lo voy a saber de esta manera.

—No, no hagas eso —dijo Kevin rápidamente—. No estoy seguro de que… mamá lo esté llevando bien.

Luna parecía cada vez más preocupada.

—¿Qué pasa? ¿Está enferma? ¿Estás enfermo tú?

Kevin asintió a lo último.

—Yo estoy enfermo —dijo. Puso la mano sobre el hombro de Luna—. Tengo una cosa que se llama leucodistrofia. Me estoy muriendo, Luna.

Sabía que lo había dicho demasiado rápidamente. Algo así debería tener toda una preparación, un preámbulo adecuado, pero sinceramente, esa era la parte importante.

Ella lo miró fijamente, diciendo que no con la cabeza con evidente incredulidad.

—No, no puede ser, eso es…

Entonces ella lo abrazó, tan fuerte que Kevin apenas podía respirar.

—Dime que es una broma, dime que no es verdad.

—Ya me gustaría que no lo fuera —dijo Kevin. Ahora mismo, no había nada que deseara más que eso.

Luna se apartó y Kevin vio que hacía un gesto fuerte en un esfuerzo por no llorar. Normalmente, a Luna se le daba bien no llorar por las cosas. Sin embargo, ahora, él veía que ahora estaba haciendo un gran esfuerzo.

—Esto… ¿cuánto tiempo? —preguntó ella.

—Dijeron que quizás seis meses —dijo Kevin.

—Y eso ya fue hace días, o sea que ahora es menos —replicó Luna—. Y has tenido que enfrentarte a esto tú solo, y… —Se fue apagando hasta quedar en silencio cuando toda su gravedad la golpeó.

Kevin veía que miraba a la gente que había en el embalse, los observaba con sus pequeñas barcas y sus incursiones rápidas dentro del agua. Parecían muy felices allí. Los miraba fijamente como si fueran ellos la parte que no podía creer, no la enfermedad.

—No parece justo —dijo—. Toda esta gente, siguiendo como si el mundo fuera lo mismo, continuando con la diversión mientras tú te estás muriendo.

Kevin sonrió con tristeza.

—¿Y qué se supone que tenemos que hacer? ¿Decirles a todos que dejen de divertirse?

Se dio cuenta del peligro de decirlo un poco demasiado tarde cuando Luna se puso de pie de un salto y, con las manos ahuecadas alrededor de la boca, gritó todo lo fuerte que pudo.

—¡Eh, todos vosotros, tenéis que parar! ¡Mi amigo se está muriendo y os exijo que dejéis de divertiros inmediatamente!

Un par de personas echaron un vistazo, pero nadie se detuvo. Kevin sospechaba que no se trataba de eso. Luna se quedó quieta durante varios segundos y, esta vez, fue él el que la abrazó, sujetándola mientras lloraba. Era rareza suficiente que el mismo significado de la sorpresa mantuviera allí a Kevin. Que Luna gritara a la gente, que se comportara de un modo que nunca se esperaría de ella, era normal. Que Luna se derrumbara no lo era.

—¿Estás mejor? —le dijo él después de un rato—.

Ella negó con la cabeza.

—La verdad es que no. ¿Y tú?

—Bueno, está bien saber que hay alguien que pararía el mundo por mí —dijo él—. ¿Sabes la peor parte?

Luna consiguió sonreír de nuevo.

—¿No saber escribir lo que te está matando?

Kevin no pudo hacer otra cosa que devolverle la sonrisa. Sin duda Luna sabía que él necesitaba que fuera la de siempre, la que le tomaba el pelo.

—Sí que sé, practiqué. Lo peor es que esto significa que nadie me cree cuando les digo que he visto cosas. Dicen que todo es solo por la enfermedad.

Luna inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Qué tipo de cosas?

Kevin le habló de los extraños paisajes que había visto, del fuego arrasándolos, de la sensación de cuenta atrás.

—Eso… —empezó Luna cuando él terminó. Pero parecía que no sabía cómo acabar.

—Ya sé, es una locura, estoy loco —dijo Kevin. Ni tan solo Luna le creía.

—No me has dejado acabar —dijo Luna, tomando aire—. Eso… mola mucho.

—¿Mola? —repitió Kevin. Esa no era la respuesta que esperaba, ni tan solo de ella—. Todos los demás piensan que estoy loco, o que se me está derritiendo el cerebro, o algo así.

—Todos los demás son imbéciles —declaró Luna, aunque, para ser justos, ese parecía ser una configuración suya por defecto para la vida. Según ella, todo el mundo era imbécil hasta que se demostrara lo contrario.

—O sea, ¿que me crees? —dijo Kevin. Incluso ni él estaba ya completamente seguro, después de todo lo que la gente le había dicho.

Luna lo cogió por los hombros, mirándolo directamente a los ojos. Si fuera otra chica, Kevin podría haber pensado que estaba a punto de darle un beso. Pero con Luna, no.

—Si tú me dices que estas visiones son reales, entonces son reales. Yo te creo. Y poder ver mundos extraterrestres está claro que mola.

Kevin abrió un poco más los ojos al oír eso.

—¿Por qué piensas que es un mundo extraterrestre?

Luna dio un paso atrás y encogió los hombros.

—¿Qué otra cosa va a ser?

Cuando se lo preguntó, Kevin tuvo la sensación de que estaba tan atónita con todo esto como lo estaba él. Solo que a ella se le daba mejor ocultarlo.

—Quizás … —supuso ella— …¿quizás todo esto ha cambiado tu cerebro, de manera que ahora tiene línea directa con un lugar extraterrestre?

Si Luna alguna vez conseguía algún superpoder, probablemente sería la habilidad de sacar grandes conclusiones rápidamente de un solo solo salto. A Kevin le gustaba eso de ella, especialmente cuando eso significaba que ella era la única persona que podría creerlo, pero aun así, daba la sensación de que era mucho, para decidirlo tan rápidamente.

—Sabes que suena a locura, ¿verdad? —dijo él.

—No es más locura que la idea que el mundo me va a arrebatar a mi amigo sin ninguna buena razón —replicó Luna, con los puños apretados de una manera que daba a entender que discutiría gustosamente sobre el tema. O tal vez los apretaba por el esfuerzo de no volver a llorar. Luna era propensa a enfadarse, o a hacer bromas, o a hacer locuras en lugar de estar molesta. Ahora mismo, Kevin no podía culparla.

Observó cómo bajaba de cualquier estado cercano al lloro en el que estuviera, quedándose poco a poco sin energía y forzando una sonrisa a cambio.

—O sea, una enfermedad terrible, visiones molonas de mundos extraterrestres… ¿hay algo más que no me hayas contado?

—Solo los números —dijo Kevin.

Luna lo miró evidentemente enojada.

—¿No pillas que aquí se suponía que no tenías que decir que sí?

—Quería contártelo todo —dijo Kevin, aunque imaginaba que ahora probablemente era un poco tarde—. Lo siento.

—Vale —dijo Luna. De nuevo, Kevin tuvo la sensación de que se estaba esforzando por procesarlo todo—. ¿Los números?

—También los veo —dijo Kevin. Los repetía de memoria—. 23h 06m 29,283s, -05º 02’ 28,59

—Vale —dijo Luna. Frunció los labios—. Me pregunto qué querrán decir.

Parecía no ocurrírsele que no podrían no significar nada. A Kevin le encantaba eso de ella.

Sacó su teléfono.

—No puede ser para una matrícula y sería raro como contraseña. ¿Qué más?

Kevin no había pensado en ello, al menos no con la franqueza con la que Luna parecía estar poniendo en práctica con el problema.

—¿Tal vez como número de un artículo, un número de serie? —sugirió Kevin.

—Pero hay horas y minutos —dijo Luna. Parecía estar profundamente atrapada en el problema de lo que podría significar—. ¿Qué más?

—¿Tal vez una hora de entrega y una ubicación? —sugirió Kevin—. Esas segundas partes parecen ser coordenadas.

—No parece muy adecuado como referencia de un mapa —dijo Luna—. A lo mejor si lo busco en Google… oh, guay.

—¿Qué? —preguntó Kevin. Una mirada a la cara de Luna le dejó claro que habían dado en el clavo.

—Cuando escribes esa serie de números en un buscador, solo encuentras resultados sobre una cosa —dijo Luna. Hizo que sonara muy seguro. Giró su teléfono para mostrárselo, con las páginas colocadas en una clara fila—. El sistema estelar Trappist 1.

Kevin sentía que su emoción crecía. Aún más, notaba que crecía su esperanza. Esperanza de que esto realmente podría significar algo y que no era solo su enfermedad, a pesar de lo que dijeran. Esperanza de que realmente podría ser verdad.

—Pero ¿por qué iba a ver esos números? —preguntó él.

—¿Tal vez porque se cree que el sistema Trappist es uno de los que tienen la posibilidad de albergar vida? —dijo Luna—. Por lo que dice aquí, allí hay varios planetas en lo que se piensa que es una zona habitable.

Lo dijo como si fuera la cosa más evidente del mundo. La idea de que unos planetas podrían tener vida parecía demasiada coincidencia cuando Kevin, en efecto, había visto esa vida. O, por lo menos, había visto una vida extraña.

—Tienes que hablar de esto con alguien —declaró Luna—. Tú eres… algo así como la primera prueba de contacto extraterrestre. ¿Quiénes eran esa gente que buscaban extraterrestres, los científicos?

—¿SETI? —dijo Kevin.

—Esos son —dijo Luna—. ¿No tienen la base en San Francisco, o San José, o algo así?

Kevin no lo sabía, pero cuanto más pensaba en ello, más le tiraba la idea.

—Tienes que ir, Kevin —dijo Luna—. Por lo menos tienes que hablar con ellos.



***



—No —dijo su madre, dejando su café con tanta firmeza que se derramó—. ¡No, Kevin, de ninguna manera!

—Pero mamá…

—No voy a llevarte en coche hasta San Francisco para que molestes a una panda de chiflados —dijo su madre.

Kevin sujetó su teléfono en alto, mostrando la información sobe SETI que había en él.

—No están locos —dijo—. Son científicos.

—Los científicos también pueden estar locos —dijo su madre—. Y toda esta idea… Kevin, ¿no puedes aceptar sencillamente que estás viendo cosas que no existen?

Ese era el problema; lo más fácil sería aceptarlo. Sería fácil decirse a sí mismo que esto no era real, pero había algo que daba vueltas por su cerebro y que le decía que sería muy mala idea hacerlo. La cuenta atrás todavía continuaba, y Kevin sospechaba que tendría que hablar con alguien que lo creyera antes de que esta llegara a su fin.

—Mamá, los números que te dije que veía… resultaron ser la posición de un sistema estelar.

—Hay tantas estrellas por allí que estoy segura de que cualquier serie aleatoria de números conectaría con una de ellas —dijo su madre—. Pasaría lo mismo con la masa de la estrella o… o, no sé lo suficiente sobre las estrellas para saber qué más, pero algo sería.

—Yo no quiero decir eso —dijo Kevin—. Quiero decir que era exactamente lo mismo. Luna introdujo los números y el sistema Trappist 1 fue la primera cosa que salió. De hecho, la única cosa que salió.

—Tendría que haber imaginado que Luna estaría metida —dijo su madre con un suspiro—. Me encanta esa chica, pero la pierde que tiene demasiada imaginación.

—Por favor, mamá —dijo Kevin—. Esto es real.

Su madre estiró los brazos para ponerle las manos sobre los hombros. ¿Cuándo había empezado a tener que estirar los brazos para hacerlo?

—No lo es, Kevin. La Dra. Yalestrom dijo que tenías problemas para aceptar todo esto. Tienes que entender lo que está pasando y yo tengo que ayudarte a aceptarlo.

—Sé que me estoy muriendo, mamá –dijo Kevin. No debería haberlo dicho así, pues ya veía que a su madre le salían las lágrimas de los ojos.

—¿Ah, sí? Porque esto…

—Encontraré la manera de llegar hasta allí —prometió Kevin—. Cogeré un autobús si hace falta. Cogeré un tren hasta la ciudad y andaré. Por lo menos, tengo que hablar con ellos.

—¿Y que se rían de ti? —Su madre se apartó, sin mirarlo—. ¿Sabes que esto es lo que pasará, verdad, Kevin? Estoy intentando protegerte.

—Ya lo sé —dijo Kevin—. Y sé que seguramente se reirán de mí, pero por lo menos tengo que intentarlo, mamá. Tengo la sensación de que es realmente importante.

Quería decir más, pero no estaba seguro de que eso ayudara ahora mismo. Su madre estaba callada del modo que daba a entender que estaba pensando y, ahora mismo, eso era lo mejor que Kevin podía esperar. Continuó pensando, dando toquecitos con la mano sobre la encimera de la cocina, marcando el tiempo mientras se decidía.

Kevin oyó suspirar a su madre.

—Está bien —dijo—. Lo haré. Te llevaré, pero solo porque sospecho que, si no lo hago, recibiré una llamada de la policía para decirme que mi hijo se ha desmayado en un autobús en algún sitio.

—Gracias, mamá —dijo Kevin, adelantándose para abrazarla.

Sabía que ella realmente no le creía, pero de algún modo, eso hacía que la muestra de amor fuera aún más impresionante.




CAPÍTULO CINCO


Tardaron alrededor de una hora para ir en coche desde Walnut Creek hasta el Instituto SETI en Mountain View, pero a Kevin le pareció toda una vida. No solo porque el tráfico hasta la ciudad iba a paso de tortuga por el cierre de carreteras; cada momento era algo perdido cuando él podía estar allí, podía estar descubriendo lo que le pasaba. Ellos lo sabrían, de eso estaba seguro.

—Intenta no hacerte demasiadas ilusiones —le advirtió su madre, por lo que parecía ser la vigésima vez.

Kevin sabía que solo intentaba protegerle, pero aun así, él no quería que su emoción disminuyera. Estaba seguro de que este sería el lugar en el que descubriría lo que estaba pasando. Ellos eran científicos que estudiaban a los extraterrestres. ¿No lo sabrían todo con toda certeza?

Sin embargo, cuando llegaron allí, el instituto no era lo que esperaba. El 189 de Bernardo Avenue parecía más una galería de arte o parte de una universidad que el tipo de edificios de ultra alta tecnología que la imaginación de Kevin había fabulado. Esperaba unos edificios que pareciera que podrían ser del espacio exterior pero, en cambio, parecían un poco las versiones caras del tipo de edificios que tenía su escuela.

Llegaron hasta allí y aparcaron delante de los edificios. Kevin respiró profundamente. Ya estaba. Entraron a un vestíbulo, donde una mujer los miró sonriente, consiguiendo convertir eso en una pregunta incluso antes de hablar.

—Hola, ¿estás seguro de que estás en el lugar correcto?

—Necesito hablar con alguien sobre señales alienígenas —dijo Kevin, antes de que su madre pudiera intentar explicarse.

—Lo siento —dijo la mujer—. En realidad no hacemos visitas públicas.

Kevin negó con la cabeza. Sabía que tenía que hacérselo entender.

—No estoy aquí por una visita —dijo—. Creo… creo que estoy recibiendo algún tipo de señal alienígena.

La mujer no lo miró con esa especie de sorpresa e incredulidad que la mayoría de las otras personas podrían tener, o incluso con la sorpresa que tuvo su madre cuando él saltó con eso. Esta era más una mirada de resignación, como si tuviera que aguantar este tipo de cosas más a menudo de lo que le gustaría.

—Entiendo —dijo—. Por desgracia, a nosotros no nos corresponde hablar con la gente que viene de la calle. Si quieres enviarnos un mensaje a través de nuestra dirección de correo electrónico de contacto, estaremos encantados de tenerlo en cuenta, pero de momento…

—Vamos, Kevin —dijo su madre—. Lo intentamos.

Para su propia sorpresa, igual que para la de las demás, Kevin negó con la cabeza—. No, no me voy a ir.

—Kevin, tienes que hacerlo —dijo su madre.

Kevin se sentó, justo en medio del vestíbulo. La moqueta no era muy cómoda, pero no le importaba.

—No voy a ir a ningún sitio hasta que hable de esto con alguien.

—Espera, no puedes hacer eso —dijo la recepcionista.

—No voy a ir a ningún sitio —dijo Kevin.

—Kevin… —empezó su madre.

Kevin negó con la cabeza. Sabía que era infantil pero, tal y como lo veía él, tenía trece años y se lo podía permitir. Además, esto era importante. Si salía y se iba ahora, se había terminado. No podía permitir que terminara.

—Levántate, o tendré que llamar a seguridad —dijo la recepcionista. Se dirigió hacia él y cogió a Kevin fuerte por el brazo.

Al instante, la madre de Kevin cambió su atención de él a la recepcionista, estrechando los ojos.

—Quítele las manos de encima a mi hijo, ahora mismo.

—Entonces haga que su hijo se levante y se marche antes de que tenga que hacer intervenir a la policía.

La recepcionista lo soltó de todas formas, aunque eso podría haber tenido algo que ver con la mirada que le lanzó su madre. Kevin tuvo la sensación de que, ahora que sí que había una manera en que pudiera proteger a su hijo, su madre lo haría, costara lo que costara.

—No nos amenace con la policía. Kevin no está haciendo ningún daño a nadie.

—¿Piensa que no tenemos chiflados aquí con frecuencia?

—¡Pero Kevin no está chiflado! —gritó su madre, a un volumen que normalmente reservaba para cuando Kevin había hecho algo realmente malo.

Los siguientes dos minutos incluyeron más discusiones de las que Kevin quería. Su madre le gritaba que se levantara. La recepcionista gritaba que llamaría a seguridad. Se gritaban la una a la otra, pues la madre de Kevin decidió que no quería que nadie amenazara a su hijo con seguridad, y la mujer parecía dar por sentado que su madre podría mover a Kevin. Kevin estaba sentado en medio de todo aquello con una serenidad sorprendente.

Esto lo hizo dormirse y, en esas profundidades, vio algo…

La fría oscuridad del espacio lo rodeaba, las estrellas parpadeaban, la Tierra se veía tan diferente desde arriba que casi dejó a Kevin sin respiración. Había un objeto plateado flotando allí en el espacio, solo uno de los muchos objetos que colgaban en órbita. El lado estaba decorado con las palabras Pioneer 11…

Después estaba tumbado sobre el suelo del Instituto SETI, su madre lo ayudaba a levantarse, junto con la recepcionista.

—¿Está bien? —preguntó la recepcionista—. ¿Quiere que llame a una ambulancia?

—No, estoy bien —insistió Kevin.

Su madre negó con la cabeza.

—Sabemos lo que sucede. Mi hijo se está muriendo. Todo esto… yo pensé que le ayudaría a asimilar el hecho de que lo que estaba viendo no era real, que era su enfermedad.

Visto así, parecía una traición, como si la madre de Kevin hubiera estado planeando todo el rato que sus sueños se destrozaran.

—Comprendo —dijo la recepcionista—. Vale, vamos a levantarte, Kevin. ¿Os traigo algo a los dos?

—Yo solo quiero hablar con alguien —dijo Kevin.

La recepcionista se mordió el labio y, a continuación, asintió.

—Vale, veré lo que puedo hacer.

En un abrir y cerrar de ojos, toda su actitud parecía haber cambiado.

—Espera aquí. Siéntate. Voy a ver si hay alguien por aquí que por lo menos pueda hablar contigo, tal vez enseñarte esto. Aunque en realidad no hay mucho que ver.

Kevin se sentó con su madre. Quería contarle todo lo que acababa de ver, pero por su cara podía ver que solo le haría daño. En su lugar, esperó en silencio.

Finalmente, apareció una mujer. Tenía treinta y pocos, iba vestida con un traje oscuro que daba a entender que tenía el tipo de reuniones en las que la ropa más informal no funcionaría. Había algo en ella que decía que era intelectual –tal vez algo en la curiosidad con la que miraba a Kevin. Le ofreció la mano a su madre y después a Kevin.

—Hola, Kevin —dijo—. Yo soy la Dra. Elise Levin. Soy la directora aquí en el instituto.

—¿Usted es la responsable? —preguntó Kevin, cada vez más esperanzado—. ¿De todo lo de los extraterrestres?

Ella sonrió divertida.

—Creo que es una manera un poco fuerte de decirlo. Mucha investigación sobre la vida extraterrestre se hace en otros lugares. La NASA proporciona datos, algunas universidades se involucran y nosotros a menudo tomamos tiempo prestado con los telescopios de otras personas donde podemos. Pero sí, yo soy la responsable de este instituto y de las cosas que pasan aquí.

—Entonces tengo que decírselo —dijo Kevin. Estaba hablando más rápido de lo que quería, intentando sacar las palabras antes de que esta adulta tuviera tiempo para no creerle—. Está sucediendo algo. Sé lo extraño que suena, pero he estado viendo cosas, hay una especie de cuenta atrás…

¿Cómo podía explicar la cuenta atrás? No era como unos números, había un punto evidente que él podía decir que marcaba su final. Solo había un débil latido que venía con la señal de su cerebro, cada vez más constante, casi imperceptiblemente más rápido mientras se abría camino hacia algo que Kevin no podía adivinar.

—¿Por qué no me lo cuentas mientras echamos un vistazo por aquí? —sugirió la Dra. Levin—. Te enseñaré algo de lo que hacemos aquí.

Llevó a Kevin y a su madre por los pasillos del instituto y, para ser sincero, Kevin había pensado que sería más emocionante. Había pensado que no parecería tanto un bloque de oficinas.

—Pensaba que aquí habría telescopios grandes, o laboratorios llenos de equipos para comprobar cosas en el espacio —dijo Kevin.

La Dra. Levin encogió los hombros.

—Tenemos algunos laboratorios y, de vez en cuando, hacemos materiales de prueba, pero no tenemos ningún telescopio. Pero estamos trabajando con Berkeley para construir un sistema dedicado a los radiotelescopios.

—Entonces ¿cómo buscan extraterrestres? —dijo la madre de Kevin. Parecía estar tan sorprendida por la falta de telescopios gigantes y equipamiento de escucha como lo estaba Kevin.

—Trabajamos con otras personas —dijo la Dra. Levin—. Pedimos, o alquilamos, tiempo con los telescopios o los sistemas de sensores. Trabajamos con datos de la NASA. Les aportamos sugerencias sobre lugares en los que podrían querer mirar, o tipos de datos que podrían querer intentar reunir. Lo siento, no es tan emocionante como a veces piensa la gente. Por aquí, venid conmigo.

Se dirigió a una oficina que, por lo menos, parecía un poco más interesante que algunos de los otros lugares. Tenía un par de ordenadores, un montón de pósters relacionados con el sistema solar, unas cuantas revistas que habían hablado del trabajo del SETI y algunos muebles que parecían haber estado especialmente diseñados para ser ergonómicos, modernos y casi tan cómodos como un ladrillo.

—Dejadme que os muestre algunas de las cosas en las que hemos estado trabajando —dijo la Dra. Levin, incorporando imágenes de grandes sistemas de telescopio en proceso de ser construidos—. Estamos mirando de desarrollar sistemas de radiotelescopio que puedan ser lo suficientemente potentes para recoger radiofrecuencias ambientales en lugar de esperar a que alguien se dirija a nosotros con una señal.

—Pero es que yo creo que alguien nos está haciendo señales —dijo Kevin. Necesitaba hacérselo entender.

La Dra. Levin hizo un pausa.

—Iba a preguntarte si te referías a la teoría que algunas personas creen que son explosiones de radio de alta frecuencia de un púlsar que podrían ser señales inteligibles, pero no es así, ¿verdad?

—Yo he estado viendo cosas —dijo Kevin. Intentó explicar sus visiones. Le habló del paisaje que había visto y de la cuenta atrás.

—Entiendo —dijo la Dra. Levin—. Pero tengo que preguntarte algo, Kevin. ¿Entiendes que el SETI trata de estudiar este tema con ciencia, buscando pruebas reales? Es la única manera en que podemos hacerlo y saber que todo lo que encontramos es real. O sea, que, debo preguntarte, Kevin, ¿cómo sabes que lo que ves es real?

Kevin ya había resuelto cómo contestar a eso con Luna.

—Vi algunos números. Cuando los busqué, resultaron ser la ubicación de algo llamado el sistema Trappist 1.

—Uno de los candidatos más prometedores para la vida extraterrestre —dijo la Dra. Levin—. Aun así, ¿entiendes mi problema ahora? Dices que viste esos números, y te creo, pero tal vez los viste porque los habías leído en algún sitio. Yo no puedo redireccionar los recursos del SETI basándome en eso y, en cualquier caso, no estoy segura de que podamos hacer algo más en referencia al sistema Trappist 1. Para algo así, necesitaría algo nuevo. Algo que no se pudiera haber conseguido de otra forma.

Kevin imaginaba que estaba intentando decepcionarlo de la forma más delicada posible pero, aun así, dolía. ¿Cómo podía proporcionarles eso? Entonces pensó en lo que había visto en el vestíbulo. Debía de haberlo visto por alguna razón, ¿no?

—Creo… —No estaba seguro de si decirlo o no, pero sabía que tenía que hacerlo—. Creo que vais a recibir una señal de algo llamado Pioneer 11.

La Dra. Levin lo miró durante dos segundos.

—Lo siento, Kevin, pero eso no parece muy probable.

Kevin vio que su madre fruncía el ceño.

—¿Qué es Pioneer 11?

—Es una de las sondas espaciales profundas que ha mandado la NASA —explicó la Dra. Levin—. Atravesó nuestro sistema solar, mandando datos y tenía la velocidad suficiente para mandarlos más allá de los límites del sistema solar. Por desgracia, el último contacto que tuvimos con ella fue en 1995, así que realmente no creo que…

Paró cuando su teléfono empezó a sonar y lo sacó como para ignorar la llamada. Kevin vio el momento en el que se quedó parada y miró fijamente.

—Lo siento, tengo que cogerlo —dijo—. ¿Sí, hola, qué pasa? ¿Puede esperar un momento? Estoy en medio de… bueno, si es tan urgente. ¿Una señal? ¿Me estás llamando porque están llegando datos a la NASA? Pero la NASA siempre tiene… Paró de nuevo, echó un vistazo a Kevin, la incredulidad era evidente en su rostro. Aun así, lo dijo—. ¿Puedo adivinarlo? —dijo al teléfono—. ¿Acabáis de recibir algún tipo de señal de la Pioneer 11? ¿Sí? No, no puedo decírtelo. No estoy segura de que me creyeras si lo hiciera.

Colgó el teléfono y miró fijamente a Kevin como si lo estuviera viendo por primera vez en aquel momento.

—¿Cómo lo hiciste? —preguntó.

Kevin encogió los hombros.

—Lo vi cuando estaba esperando en el vestíbulo.

—¿Lo viste? ¿De la misma manera que “viste” este paisaje extraterrestre? —La Dra. Levin lo miró fijamente y Kevin tuvo la sensación de que estaba intentando deducir algo. Probablemente intentando deducir alguna manera en la que pudiera haber hecho trampa con esto, o hacer que sucediera.

Pasó casi un minuto hasta que tomó una decisión.

—Creo —dijo la Dra. Levin, con el tono cuidadoso de alguien que intenta asegurarse de que no se ha vuelto loca— que es mejor que vengas conmigo.




CAPÍTULO SEIS


Kevin y su madre siguieron a la Dra. Levin desde las instalaciones del SETI hasta un coche que parecía demasiado pequeño para pertenecer a alguien de su posición.

—Es muy respetuoso con el medio ambiente —dijo, en un tono que daba a entender que se había enfrentado mucho a esa pregunta—. Vamos, será más fácil que os lleve a los dos en coche. Son bastante estrictos con la seguridad.

—¿Quiénes? —preguntó la madre de Kevin.

—La NASA.

A Kevin se le cortó la respiración al oírlo. ¿Iban a hablar con la NASA? Tratándose de extraterrestres, eso era incluso mejor que el SETI.

El viaje en coche a través de Mountain View fue corto, como mucho de unos cuantos minutos. Aun así, fue lo suficientemente largo para que Kevin mirara a través de las ventanas a las compañías de alta tecnología esparcidas por la zona, evidentemente atraídas hasta allí por la NASA y Berkeley, la presencia de tanta gente inteligente en un solo lugar las había llevado en la misma dirección.

—¿En serio que vamos a ir a la NASA? —dijo Kevin. Casi no podía creérselo, lo cual no tenía sentido, dadas las cosas que había tenido que creerse en los últimos días.

Las instalaciones de la NASA eran todo lo que no había sido el edificio del SETI. Eran grandes, desplegadas por varios edificios y situadas en un lugar en el que conseguía tener vistas tanto de las colinas que la rodeaban como de la bahía. Había una oficina de turismo que básicamente era una carpa construida a una escala que parecía difícil de creer, de un blanco luminoso con el logotipo de la NASA pintado. Pero pasaron de largo de ella, hacia una zona que estaba cerrada al público, tras una valla metálica y una barrera donde la Dra. Levin tuvo que enseñar una identificación para que pudieran entrar.

—Me esperan —dijo.

—¿Y quiénes son ellos, señora? —preguntó el guardia.

—Son Kevin McKenzie y su madre —dijo la Dra. Levin. Vienen conmigo.

—Ellos no están en la…

—Vienen conmigo —dijo la Dra. Levin de nuevo y, por primera vez, Kevin se dio cuenta del tipo de dificultad que su posición implicaba. El guardia dudó por un instante y, a continuación, sacó un par de pases de visitante, que la Dra. Levin les entregó. Kevin se lo colgó del cuello y le pareció un trofeo, un talismán. Con esto, podía ir a donde quería. Con esto, la gente lo creía de verdad.

—Tendremos que ir a las áreas de investigación —dijo la Dra. Levin—. Por favor, id con cuidado de no tocar nada, pues algunos de los experimentos son delicados.

Los llevó hasta dentro del edificio que parecía estar compuesto mayoritariamente de delicadas curvas de acero y cristal. Este era el tipo de lugar que Kevin había esperado tratándose de Mountain View. Así era cómo un lugar que observaba el espacio debía ser. Había laboratorios a ambos lados, con el tipo de equipo avanzado que daba a entender que podían probar casi cualquier cosa que el espacio lanzara en su dirección. Había lásers y ordenadores, mesas de trabajo y aparatos que parecían diseñados para la química. Había talleres llenos de equipos de soldar y partes que podrían haber sido de coches, pero que Kevin quería creer que eran para vehículos para usar en otros planetas.

La Dra. Levin iba preguntando a medida que avanzaban, al parecer intentando descubrir dónde estaban todos los que estaban relacionados con la noticia del mensaje de la Pioneer 11. Siempre que pasaban por delante de alguien, ella lo paraba y a Kevin le apreció que conocía a todos los que estaban allí. Puede que el SETI estuviera separado de todo esto, tal y como decía ella que lo estaba, pero era evidente que la Dra. Levin pasaba mucho tiempo aquí.

—Oye, Marvin, ¿dónde está todo el mundo? —le preguntó a un hombre con barba y una camisa de cuadros.

—La mayoría están reunidos en el centro para la investigación de superordenadores —dijo—. Con algo así, quieren ver qué se inventarán ahora en los boxes.

—¿Los boxes? —preguntó Kevin.

La Dra. Levin sonrió.

—Ya verás.

—¿Quiénes son? —preguntó el hombre barbudo.

—¿Qué dirías si te contara que aquí Kevin puede ver extraterrestres? —preguntó la Dra. Levin.

Marvin rió.

—Puedes intentar jugar con la reputación de cazadora de extraterrestres loca todo lo que quieras, Elise. Eres tan escéptica como todos nosotros.

—Tal vez con esto no —dijo la Dra. Levin. Se giró para mirar a Kevin y a su madre—. Por aquí.

Los llevó a otra parte del edificio y ahora Kevin tenía la sensación de seguridad extra, con escáners de identificación y cámaras casi a cada curva. Aun más, probablemente este era el lugar más limpio en el que había estado. Mucho más limpio que, por ejemplo, su dormitorio. Parecía que ni una sola mota de polvo podía colarse en él sin permiso, por no hablar de los montones de ropa vieja que llenaban el espacio hasta que su madre le decía que lo ordenara.

Los laboratorios estaban casi vacíos en ese momento, y vacíos de una manera que daba a entender que los habían abandonado a toda prisa porque estaba sucediendo algo más interesante. Fue fácil ver a donde habían ido. La gente se amontonaba en los pasillos mientras los tres se acercaban a su destino, intercambiando chismes de los que Kevin solo pillaba trozos.

—Hay una señal, pero es una señal de verdad.

—Después de todo este tiempo.

—No son solo datos de telemetría, o incluso escaneos. Hay algo… más.

—Estamos aquí —dijo la Dra. Levin cuando llegaron a la habitación donde habían dejado la puerta abierta, evidentemente para dejar que la multitud de gente intentara embutirse dentro—. Déjennos pasar, por favor. Tenemos que hablar con Sam.





Конец ознакомительного фрагмента. Получить полную версию книги.


Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=43697159) на ЛитРес.

Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.



De la autora de literatura fantástica #1 en ventas en todo el mundo Morgan Rice, llega una serie de estreno de ciencia ficción que hace tiempo que esperábamos. SETI por fin recibe una señal de una civilización alienígena, ¿qué pasará a continuación?Un gran argumento, el tipo de libro que te costará dejar por la noche. El suspense del final es tan espectacular que querrás comprar el siguiente libro inmediatamente solo para ver qué pasa. -The Dallas Examiner (sobre Amores) Otra serie excelente que nos sumerge en una historia fantástica de honor, valor, magia y fe en tu destino… Recomendada para la biblioteca permanente de todos los lectores amantes de la literatura fantástica bien escrita. -Books and Movie Review, Roberto Mattos, sobre El despertar de los dragonesUna lectura rápida y fácil… necesitas saber qué sucede a continuación y no puedes dejarlo. -FantasyOnline. net, sobre La senda de los héroesUn chico de 13 años, que está muriendo de una enfermedad rara del cerebro, es el único capaz de oír y descodificar las señales del espacio exterior. SETI confirma que se trata de una señal real. ¿Cuál es el mensaje? ¿Cómo reaccionará el mundo?Y sobre todo: ¿van a venir los extraterrestres?Llena de acción… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante. -Publishers Weekly, sobre La senda de los héroesUna novela de fantasía superior… Una recomendación premiada para cualquiera que disfrute de la literatura fantástica épica animada por protagonistas jóvenes adultos creíbles. -Midwest Book Review, sobre El despertar de los dragonesUna novela de fantasía llena de acción que seguro satisfará a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, además de a los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la Ficción para Jóvenes Adultos devorarán la obra más reciente de Rice y pedirán más. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) ¡El libro#2 de la serie – LLEGADA- también está disponible por adelantado! También están disponibles muchas series de Morgan Rice dentro del género fantástico, que incluyen LA SENDA DE LOS HÉROES (LIBRO#1 EN EL ANILLO DEL HECHICERO), ¡una descarga gratuita con más de 1. 300 críticas de cinco estrellas!

Как скачать книгу - "Transmisión" в fb2, ePub, txt и других форматах?

  1. Нажмите на кнопку "полная версия" справа от обложки книги на версии сайта для ПК или под обложкой на мобюильной версии сайта
    Полная версия книги
  2. Купите книгу на литресе по кнопке со скриншота
    Пример кнопки для покупки книги
    Если книга "Transmisión" доступна в бесплатно то будет вот такая кнопка
    Пример кнопки, если книга бесплатная
  3. Выполните вход в личный кабинет на сайте ЛитРес с вашим логином и паролем.
  4. В правом верхнем углу сайта нажмите «Мои книги» и перейдите в подраздел «Мои».
  5. Нажмите на обложку книги -"Transmisión", чтобы скачать книгу для телефона или на ПК.
    Аудиокнига - «Transmisión»
  6. В разделе «Скачать в виде файла» нажмите на нужный вам формат файла:

    Для чтения на телефоне подойдут следующие форматы (при клике на формат вы можете сразу скачать бесплатно фрагмент книги "Transmisión" для ознакомления):

    • FB2 - Для телефонов, планшетов на Android, электронных книг (кроме Kindle) и других программ
    • EPUB - подходит для устройств на ios (iPhone, iPad, Mac) и большинства приложений для чтения

    Для чтения на компьютере подходят форматы:

    • TXT - можно открыть на любом компьютере в текстовом редакторе
    • RTF - также можно открыть на любом ПК
    • A4 PDF - открывается в программе Adobe Reader

    Другие форматы:

    • MOBI - подходит для электронных книг Kindle и Android-приложений
    • IOS.EPUB - идеально подойдет для iPhone и iPad
    • A6 PDF - оптимизирован и подойдет для смартфонов
    • FB3 - более развитый формат FB2

  7. Сохраните файл на свой компьютер или телефоне.

Книги серии

Книги автора

Аудиокниги автора

Рекомендуем

Последние отзывы
Оставьте отзыв к любой книге и его увидят десятки тысяч людей!
  • константин александрович обрезанов:
    3★
    21.08.2023
  • константин александрович обрезанов:
    3.1★
    11.08.2023
  • Добавить комментарий

    Ваш e-mail не будет опубликован. Обязательные поля помечены *