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Llegada
Morgan Rice


Las Crónicas de la Invasión #2
De la autora de fantasía éxito en ventas Morgan Rice llega una serie de ciencia ficción muy esperada. El SETI ha recibido una señal de una civilización alienígena. ¿Hay tiempo para salvar al mundo?Un gran argumento, el tipo de libro que te costará dejar por la noche. El final tiene un suspense tan espectacular que inmediatamente querrás comprar el siguiente libro solo para ver lo que pasa. – The Dallas Examiner (sobre Amores) Otra serie brillante, que nos sumerge en una fantasía de honor, valentía, magia y fe en tu destino… Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores a los que les encanta la literatura fantástica bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos, sobre El despertar de los dragonesUna lectura rápida y fácil… tienes que leer lo que pasa a continuación y no quieres dejarlo. FantasyOnline. net, sobre La senda de los héroesDespués de que el SETI recibiera la señal, Kevin, de 13 años, se da cuenta: él es el único que puede salvar el mundo. Pero ¿hay tiempo? ¿Qué debe hacer?¿Y qué tienen pensado hacer los extraterrestres a continuación?Llena de acción… La escritura de Rice es de buna calidad y el argumento es intrigante. Publishers Weekly, sobre La senda de los héroesUna novela de fantasía superior… Una ganadora recomendada para aquellos a los que les guste la literatura de fantasía épica avivada por jóvenes protagonistas adultos creíbles. – Midwest Book Review, sobre La senda de los héroesUna novela de fantasía llena de acción que seguro que satisfará a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, junto con los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la ficción para jóvenes adultos devorarán esta última obra de Rice y pedirán más. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) El libro#3 estará pronto disponible. También están disponibles muchas series de fantasía de Morgan Rice, incluida LA SENDA DE LOS HÉROES (LIBRO#1 EN EL ANILLO DEL HECHICERO), ¡una descarga gratuita con cerca de 1. 300 críticas de cinco estrellas!







LLEGADA



(LAS CRÓNICAS DE LA INVASIÓN – LIBRO 2)



MORGAN RICE


Morgan Rice



Morgan Rice tiene el #1 en éxito de ventas como el autor más exitoso de USA Today con la serie de fantasía épica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de doce libros; de la serie #1 en ventas LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspense post-apocalíptica compuesta de tres libros; de la serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS, compuesta de seis libros; y de la nueva serie de fantasía épica DE CORONAS Y GLORIA. Los libros de Morgan están disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones están disponibles en más de 25 idiomas.



A Morgan le encanta escucharte, así que, por favor, visita www.morganrice.books (http://www.morganrice.books/) para unirte a la lista de correo, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar la app gratuita, conocer las últimas noticias, conectarte con Facebook o Twitter ¡y seguirla de cerca!


Algunas opiniones sobre Morgan Rice



«Si pensaba que no quedaba una razón para vivir tras el final de la serie EL ANILLO DEL HECHICERO, se equivocaba. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice consigue lo que promete ser otra magnífica serie, que nos sumerge en una fantasía de trols y dragones, de valentía, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un conjunto de personajes que nos gustarán más a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores que disfrutan de una novela de fantasía bien escrita».

--Books and Movie Reviews

Roberto Mattos



«Una novela de fantasía llena de acción que seguro satisfará a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, además de a los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la Ficción para Jóvenes Adultos devorarán la obra más reciente de Rice y pedirán más».

--The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones)



«Una animada fantasía que entrelaza elementos de misterio e intriga en su trama. La senda de los héroes trata sobre la forja del valor y la realización de un propósito en la vida que lleva al crecimiento, a la madurez, a la excelencia… Para aquellos que buscan aventuras fantásticas sustanciosas, los protagonistas, las estrategias y la acción proporcionan un fuerte conjunto de encuentros que se centran en la evolución de Thor desde que era un niño soñador hasta convertirse en un joven adulto que se enfrenta a probabilidades de supervivencia imposibles… Solo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para jóvenes adultos».

--Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer)



«EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, engaño y traición. Lo entretendrá durante horas y satisfará a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género fantástico».

-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos

«En este primer libro lleno de acción de la serie de fantasía épica El anillo del hechicero (que actualmente cuenta con 14 libros), Rice presenta a los lectores al joven de 14 años Thorgrin “Thor” McLeod, cuyo sueño es alistarse en la Legión de los Plateados, los caballeros de élite que sirven al rey… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante».

--Publishers Weekly


Libros de Morgan Rice



OLIVER BLUE Y LA ESCUELA DE VIDENTES

LA FÁBRICA MÁGICA (Libro #1)

LA ESFERA DE KANDRA (Libro #2)

LOS OBSIDIANOS (Libro #3)



LAS CRÓNICAS DE LA INVASIÓN

TRANSMISIÓN (Libro #1)

LLEGADA (Libro #2)

ASCENSO (Libro #3)

REGRESO (Libro #4)



EL CAMINO DE ACERO

SOLO LOS DIGNOS (Libro #1)



UN TRONO PARA LAS HERMANAS

UN TRONO PARA LAS HERMANAS (Libro #1)

UNA CORTE PARA LOS LADRONES (Libro #2)

UNA CANCIÓN PARA LOS HUÉRFANOS (Libro #3)

UN CANTO FÚNEBRE PARA LOS PRÍNCIPES (Libro #4)

UNA JOYA PARA LA REALEZA (Libro #5)

UN BESO PARA LAS REINAS (Libro #6)

UNA CORONA PARA LAS ASESINAS (Libro #7)



DE CORONAS Y GLORIA

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1)

CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA (Libro #2)

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #3)

REBELDE, POBRE, REY (Libro #4)

SOLDADO, HERMANO, HECHICERO (Libro #5)

HÉROE, TRAIDORA, HIJA (Libro #6)

GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO (Libro #7)

VENCEDOR, DERROTADO, HIJO (Libro #8)



REYES Y HECHICEROS

EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)

EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2)

EL PESO DEL HONOR (Libro #3)

UNA FORJA DE VALOR (Libro #4)

UN REINO DE SOMBRAS (Libro #5)

LA NOCHE DE LOS VALIENTES (Libro #6)



EL ANILLO DEL HECHICERO

LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)

UNA MARCHA DE REYES (Libro #2)

UN DESTINO DE DRAGONES (Libro #3)

UN GRITO DE HONOR (Libro #4)

UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)

UNA POSICIÓN DE VALOR (Libro #6)

UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)

UNA CONCESIÓN DE ARMAS (Libro #8)

UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)

UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10)

UN REINO DE ACERO (Libro #11)

UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)

UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)

UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)

UN SUEÑO DE MORTALES (Libro #15)

UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)

EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)



LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA

ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1)

ARENA DOS (Libro #2)

ARENA TRES (Libro #3)



VAMPIRA, CAÍDA

ANTES DEL AMANECER (Libro #1)



EL DIARIO DEL VAMPIRO

TRANSFORMACIÓN (Libro #1)

AMORES (Libro #2)

TRAICIONADA(Libro #3)

DESTINADA (Libro #4)

DESEADA (Libro #5)

COMPROMETIDA (Libro #6)

JURADA (Libro #7)

ENCONTRADA (Libro #8)

RESUCITADA (Libro #9)

ANSIADA (Libro #10)

CONDENADA (Libro #11)

OBSESIONADA (Libro #12)


¿Sabías que he escrito múltiples series? ¡Si no has leído todas mis series, haz clic en la imagen de abajo para descargar el principio de una serie!






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Derechos Reservados © 2018 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora. Este libro electrónico está disponible solamente para su disfrute personal. Este libro electrónico no puede ser revendido ni regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, tiene que adquirir un ejemplar adicional para cada uno. Si está leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo compró solamente para su uso, por favor devuélvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia.


ÍNDICE

CAPÍTULO UNO (#u70d42780-72a6-52dd-9281-05ba005c6c6f)

CAPÍTULO DOS (#uffa13a75-48ba-57e0-b16a-45feb3cb3e04)

CAPÍTULO TRES (#u9eb38259-1177-5fcf-9d07-54fca18822ff)

CAPÍTULO CUATRO (#u909d7e76-2e9e-5f77-845b-8e3135a4b6db)

CAPÍTULO CINCO (#u70cdcf34-faaa-52ec-8800-65b7099bb1b6)

CAPÍTULO SEIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO SIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO OCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO NUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIEZ (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO ONCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DOCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TRECE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO CATORCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO QUINCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIDÓS (#litres_trial_promo)




CAPÍTULO UNO


Kevin golpeó la pared de monitores del búnker, en parte por la frustración y, en parte, porque en la televisión había visto que funcionaba. Sin embargo, aquí no funcionaba y eso solo avivó la frustración que sentía.

—No pueden quedarse así, en blanco —insistió. ¿No se suponía que estos sistemas estaban pensados para sobrevivir a cualquier cosa? —Ahora no, así no.

No cuando acababan de ver que el mundo se estaba acabando y la gente se reunía mientras naves extraterrestres hacían una entrada triunfal por encima de ellos. A su lado, Luna los miraba fijamente como si esperara que volvieran en cualquier momento, o tal vez solo porque imaginaba a sus padres en algún lugar por allí, subiendo a una nave extraterrestre.

Kevin la rodeó con el brazo, sin estar seguro de si la consolaba a ella o estaba intentando consolarse él.

—¿Piensas que la gente está bien? —preguntó Luna—. ¿Piensas que mis padres lo están?

Kevin tragó saliva, al pensar en la gente que hacía cola para entrar en las naves. Su madre también estaría entre ellos, en algún lugar.

—Eso espero —dijo.

—Esto no está bien —dijo Luna—. Nosotros estamos aquí seguros en un búnker, mientras todos los demás están allí atrapados… ¿a cuánta gente crees que convirtieron?

Kevin pensó en los vastos mares de gente que había en las pantallas antes de que se quedaran en blanco y en la menguante cantidad de personas que estaban allí para informar de todo.

—No lo sé, mucha —supuso.

—Tal vez todo el mundo —dijo Luna—. Tal vez nosotros seamos los últimos.

—Deberíamos echar un vistazo —dijo—. Tal vez podamos encontrar un modo de poner en marcha todo esto de nuevo. Entonces lo veremos.

Lo dijo tanto para intentar distraer a Luna como porque pensaba que tenía esperanzas de hacerlo. ¿Qué sabían ellos de arreglar sistemas informáticos? Si hubiera uno de los científicos del instituto de la NASA allí… tal vez la Dra. Levin… pero no estaba, igual que todos los demás. El vapor los había transformado, convirtiéndolos en unas cosas que iban detrás de ellos y los perseguían.

—Vamos —le dijo a Luna, apartándola delicadamente de la pantalla—. Tenemos que echar un vistazo.

Luna asintió, aunque no parecía estar asimilando mucho ahora mismo.

—Supongo.

Partieron a través del búnker por debajo del monte Diablo y Kevin miraba a su alrededor, sorprendido por su espacio. Si hubieran estado buscando en un lugar así en otro momento, podría haber parecido una aventura. Tal y como estaban las cosas, el eco de cada paso le recordaba a Kevin lo solos que estaban. Esto era una base militar completa y ellos eran los únicos que estaban dentro.

—Esto mola —dijo Luna, su sonrisa era demasiado radiante para ser real—. Como colarse en los almacenes.

Pero Kevin podía ver que no lo decía con mucho entusiasmo. Puede que hubiera intentado ser la Luna de siempre con todas sus fuerzas, pero lo que salió fue demasiado plano para eso.

—No pasa nada —dijo Kevin—, conmigo no tienes que fingir. Yo estoy…

¿Qué podía decir? ¿Qué él también estaba triste? No parecía suficiente para comprender el fin del mundo, o la pérdida de todos los que conocían, o nada de esto, en realidad.

—Lo sé —dijo Luna—. Supongo que solo intento ser… optimista. Venga, vamos a ver qué hay por aquí.

Kevin tenía la sensación de que ella deseaba la distracción, así que se adentraron más en el búnker. Era un espacio enorme, que parecía que podría haber albergado a centenares de personas si hubiera sido necesario. Había unas tuberías y unos cables que conducían hasta las profundidades y había unas señales estarcidas con pintura amarilla en las paredes.

—Mira —dijo Luna, señalando—, por ahí hay una cocina.

Kevin sintió cómo le sonaba la barriga al pensarlo y, aunque por ahí no cortaban camino, los dos giraron hacia la dirección que indicaba la señal. Bajaron por un pasillo, y después por otro, hasta ir a parar a una cocina que estaba construida a escala industrial. Había unos congeladores situados al fondo, tras unas puertas que podrían haber protegido una cámara acorazada, y otras puertas que parecían llevar a unas despensas.

—Deberíamos mirar si queda comida —sugirió Luna, abriendo una.

El espacio que había detrás era incluso más grande de lo que Kevin esperaba, con cajas amontonadas una tras otra. Abrió una y encontró unos paquetes plateados y sellados que parecía que podían conservarse para siempre.

—Aquí hay comida suficiente para alimentarnos durante toda la vida —dijo Kevin, y entonces se dio cuenta de lo que acababa de decir exactamente—. No es que… Quiero decir, puede que no tengamos que quedarnos aquí para siempre.

—¿Y si tenemos que hacerlo? —preguntó Luna.

Kevin no estaba seguro de tener una respuesta para ello. No podía imaginar vivir aquí para siempre. Apenas podía imaginar pasar la vida, por no hablar de una sola noche, dentro de un búnker—. Entonces supongo que estamos mejor aquí dentro que fuera de aquí. Al menos aquí estamos a salvo.

—Supongo que sí —dijo Luna—, mirando a las paredes como para evaluar lo gruesas que eran—. A salvo, sí.

—Deberíamos ver qué más hay aquí —dijo Kevin—. Si vamos a quedarnos aquí, necesitaremos otras cosas. Agua, sitios para dormir, aire puro. Un modo de hablar con el exterior.

Las contaba con los dedos mientras pensaba en ellas.

—Deberíamos mirar si hay otras entradas o salidas —dijo Luna—. Debemos asegurarnos de que nadie más puede entrar.

Kevin asintió, pues eso parecía importante. Empezaron a inspeccionar el búnker, usando la cocina como una especie de base, yendo y viniendo entre ella y la sala de control principal, que parecía extrañamente silenciosa sin nada en sus pantallas.

Por allí cerca había otra sala que estaba llena de equipos de comunicación. Kevin vio radios y ordenadores. Incluso había algo que parecía un telégrafo en una esquina, como si la gente de allí no confiara en que los equipos más modernos estuvieran allí para ellos cuando hiciera falta.

—Tienen muchas cosas —dijo Luna, que apretó un botón y obtuvo una explosión de ruido de vibración como respuesta.

—Ahora somos nosotros los que tenemos muchas cosas —remarcó Kevin—. Tal vez si hay otras personas allá fuera, podremos comunicarnos con ellas.

Luna miró a su alrededor.

—¿Crees que quedan otras personas? ¿O que solo estamos nosotros?

Kevin no sabía qué decir a eso. Si iba a quedarse atrapado como una de las últimas personas en el mundo, no había nadie a quien le gustaría más estar pegado que su mejor amiga. Aun así, tenía que creer que había otras personas allá fuera en algún lugar. Tenía que hacerlo.

—Debe haber otras personas en algún lugar —dijo—. Hay otros búnkeres y cosas, y algunas personas habrán deducido lo que estaba pasando. Había gente divulgando fotos, así que deben haber sabido lo que estaba sucediendo.

—Pero las pantallas se quedaron en blanco —puntualizó Luna—. No sabemos si todavía están allí fuera.

Kevin tragó saliva al pensarlo. Había dado por sentado que simplemente se había cortado la señal, pero ¿y si no era la señal? ¿Y si la gente que la mandaba también habían desaparecido?

Negó con la cabeza.

—No podemos pensar así —dijo—. Tenemos que tener esperanzas de que hay más gente allá fuera.

—Gente que pueda matar a los extraterrestres —dijo Luna, con un duro destello en su mirada. Kevin tuvo la sensación de que si ella hubiera tenido los medios para luchar contra ellos, ahora mismo Luna estaría allí fuera intentando enfrentarse a ellos.

Kevin podía entenderlo. Era parte de quién era Luna; una parte de lo que tanto le gustaba de ella. Incluso sentía una parte de la misma rabia, notando cómo borboteaba en su interior al pensar en que los extraterrestres le engañaron y en todo lo que le habían quitado.

Necesitaba la distracción de buscar por el búnker tanto como Luna, pues la alternativa era pensar en su madre, en sus amigos y en todos los demás que podrían haber estado bajo las naves de los extraterrestres cuando llegaron.

Continuaron mirando por el búnker y no tardaron mucho en encontrar lo que parecía una salida trasera. Las palabras « Espacio sin cerrar. ¡Solo para salidas de emergencia!» estaban estarcidas por encima de una trampilla que parecía el tubo de torpedo de un submarino, que se completaba con una gran manivela circular para cerrarlo. Apenas parecía lo suficientemente grande para que la mayor parte de las personas pudieran atravesarlo reptando. Evidentemente, para Kevin y Luna eso significaría espacio de sobra.

—¿Espacio sin cerrar? —dijo Luna—. ¿Qué crees que significa eso?

—Supongo que significa que en esta salida no hay un compartimento estanco, ¿no? —dijo Kevin, inseguro. Las palabras estarcidas a su alrededor lo hacían parecer algo enormemente peligroso si se abría. Tal vez lo fuera.

—¿Sin compartimento estanco?

—La gente no lo querría si tuvieran que salir rápido.

Vio que Luna se llevaba la mano a la máscara antigás que había tenido que llevar durante todo el viaje hacia allí, y que ahora colgaba del cinturón de sus pantalones vaqueros. Kevin podía imaginar lo que estaba pensando.

—No hay manera de que el vapor de los extraterrestres pueda entrar aquí —dijo, intentando tranquilizarla. No quería que Luna se asustara—. No si no abrimos esa puerta.

—Sé que es una estupidez —dijo Luna—. Sé que probablemente el vapor ya no está allí; que solo es la gente de la que se han apoderado…

—¿Pero aun así no parece seguro? —adivinó Kevin. Ahora mismo, nada parecía seguro, ni tan solo dentro de un búnker.

Luna asintió.

—Tengo que alejarme de esa puerta.

Kevin fue con ella, de vuelta al búnker, lejos de la salida de emergencia. Realmente le hizo sentir un poco más seguro, al saber que los dos podrían escapar si era necesario, pero esperaba de verdad no tener que hacerlo. Ahora mismo, necesitaban un lugar seguro. Algún lugar en el que pudieran esconderse de los extraterrestres hasta que fuera seguro salir de nuevo.

O hasta que su enfermedad lo matara. Ese era un pensamiento particularmente horrible. Ahora mismo no había ningún temblor de la leucodistrofia, pero Kevin no tenía ninguna duda de que volverían, y peor. Solo el hecho de que tenían cosas mayores de las que preocuparse le obligaba a apartar esos pensamientos, y ¿qué indicaba que hiciera falta una invasión alienígena para hacer que su enfermedad pareciera insignificante?

—Creo que allá abajo hay habitaciones —dijo Luna, bajando por uno de los pasillos. Las había. Allí había dormitorios completos, con una hilera tras otra de literas que en su mayoría no eran más que estructuras de metal, pero algunas tenían algunas posesiones al lado, junto con colchones y ropa de cama.

—Podría pensarse que algunos de ellos se quedaron dentro —dijo Kevin—. No tiene sentido que no haya nadie aquí.

Luna negó con la cabeza.

—Saldrían fuera a ayudar. Y entonces… bueno, para cuando dedujeron que era una mala idea, los extraterrestres ya los habían controlado.

Eso tenía algo de sentido, pero aun así era un pensamiento horrible.

—Echo de menos a mis padres —dijo Luna inesperadamente, aunque tal vez lo había estado pensando todo este tiempo. El dolor que provocó que se llevaran a la madre de Kevin no había desaparecido; solo se había empujado al fondo por la necesidad de continuar haciendo cosas, por la necesidad de llegar a un lugar seguro y para asegurarse de que los dos estaban a salvo.

—Yo también echo de menos a mi madre —dijo Kevin, sentado en el borde de la estructura de una cama. Pensó que entonces era imposible imaginarla como era antes de que llegaran los extraterrestres. En su lugar, la imagen que aparecía en su mente era la de cuando estaba en el umbral de su casa, controlada por los extraterrestres e intentando cogerlo.

Luna se sentó en la estructura de otra cama. Ninguno de ellos había escogido una de las que tenían sábanas. De algún modo, no parecía correcto. Daba la sensación de que pertenecían a alguien, y que sus propietarios podrían volver en cualquier momento.

—No solo son mis padres —dijo Luna—. Son todos los otros chicos de la escuela, toda la gente que he conocido. Se los han llevado a todos. A todos ellos.

Puso la cabeza sobre sus manos y Kevin estiró el brazo para cogerle la mano, sin decir nada. En ese momento, era igual de tremendo para él pensar que los alienígenas podrían haberse llevado a todas las personas del mundo. La gente común, los famosos, los amigos…

—No queda gente —dijo Luna.

—Pensaba que no te gustaba la gente de todos modos —replicó Kevin—. Pensaba que habías decidido que la mayoría de personas eran estúpidas.

Luna sonrió un poco al oírlo, pero parecía que tenía que esforzarse.

—Cualquier día me encargaré de los estúpidos en lugar de los controlados por los extraterrestres. —Se paró por un instante—. ¿Piensas… piensas que la gente volverá a estar bien alguna vez?

Kevin no podía mirarla.

—No lo sé. —No podía imaginar cómo lo harían—. Pero nosotros estamos a salvo. Es lo único que importa.

Pero no lo era. Ni de lejos.



***



Empezaron a buscar por el búnker hasta encontrar más sábanas, pues no querían coger nada de las literas que ya estaban hechas. Esas continuaban tan impolutas como si sus dueños pudieran regresar en cualquier momento, aunque Kevin debía esperar que no lo hicieran, pues imaginaba que ahora los controlaban los alienígenas.

Regresaron a la cocina el tiempo suficiente para comer algo. En el paquete ponía pollo, pero Kevin apenas pudo probarlo. Tal vez hizo bien, a juzgar por la mirada en la cara de Luna.

—Nunca volveré a quejarme por tener que comer verdura —dijo, aunque Kevin sospechaba que posiblemente lo haría. No sería Luna si no lo hiciera.

Cuando hubieron acabado, se lavaron por turnos en uno de los baños del búnker. Posiblemente podrían haber cogido un baño cada uno pero, por lo menos Kevin, no quería estar tan lejos de Luna por ahora. Incluso cuando llegó el momento de escoger litera, escogieron unas que estaban casi una al lado de la otra, cuando tenían todo el espacio del dormitorio para escoger. Era como escoger una pequeña isla allá en medio y, si lo intentaba con todas sus fuerzas, Kevin casi podía fingir que era una especie de fiesta de pijamas. Bueno, no podía, pero estaba bien por lo menos intentarlo.

Apagaron las luces y usaron linternas de estilo militar para que los guiaran hasta la cama. Luna saltó sobre la cama de arriba de la litera que había escogido, mientras que Kevin cogió la parte de debajo de la suya.

—¿Te dan miedo las alturas? —preguntó Luna.

—Sencillamente no quiero tener una visión desde allá arriba y caerme al suelo —dijo Kevin. No porque hubiera tenido alguna visión desde la que lo avisó de la invasión. No porque si lo hiciera haría algún bien. Se puso a pensar qué sentido tenían sus visiones si ninguna de ellas había ayudado.

—De acuerdo —dijo Luna—. Supongo… sí, supongo que debes ir con cuidado.

—Tal vez veremos las cosas más claras por la mañana —sugirió Kevin. Realmente no lo creía.

—Tendríamos que ver la mañana antes de verla más clara —puntualizó Luna.

—Bueno, tal vez podremos encontrar un modo de ver las cosas de nuevo —dijo Kevin. Pero si lo hacían, ¿qué podrían ver? ¿Verían multitudes de alienígenas por el mundo ahora? ¿Un paisaje árido sin nada?

—Tal vez calcularemos qué vamos a hacer a continuación —sugirió Luna—. Tal vez soñaremos una manera de hacer que esto mejore.

—Tal vez —dijo Kevin, aunque sospechaba que cualquier sueño que tuviera estaría dominado por la vista de todas aquellas personas silenciosas.

—Que duermas bien —dijo Kevin.

—Que duermas bien.

De hecho, a Kevin le parecía que no iba a dormirse nunca. Estaba allí tumbado a oscuras, escuchando cómo la respiración de Luna se hacía más profunda y empezaba a roncar de un modo que posiblemente ella no reconocería cuando estuviera despierta. Esto hubiera sido muy diferente sin ella aquí. Aunque hubiese habido alguien más allí, Kevin se hubiera sentido solo, pero tal y como estaban las cosas…

…Tal y como estaban las cosas, todavía estaba casi solo, pero por lo menos Luna estaba allí para compartir aquella soledad. Kevin no podía escapar de los pensamientos sobre lo que le había pasado a su madre, a todo el mundo, pero por lo menos sabía que Luna estaba a salvo.

Esos pensamientos le siguieron hasta quedarse dormido y en sus sueños.

En sus sueños, Kevin estaba rodeado por todos los que conocía. Su madre estaba allí, sus amigos de la escuela, sus profesores, la gente de la NASA. Ted estaba allí, con herramientas militares colgadas por todas partes y el Profesor Brewster, con una mala cara que daba a entender que desaprobaba todo lo que Kevin había hecho.

Sus rostros se distorsionaron mientras Kevin miraba, convirtiéndose en cada uno de los alienígenas de películas de ciencia ficción de todos los tiempos. A algunos la piel se les volvía gris y los ojos grandes, mientras otros parecían más insectos con placas de coraza por encima. Al Profesor Brewster le salían tentáculos de las manos, mientras que a la Dra. Levin los ojos le sobresalían al final de unos tallos. Se movían con pesadez hacia Kevin y él empezó a correr.

Corría por los pasillos del instituto de la NASA, manteniéndose a duras penas por delante de ellos mientras ellos atravesaban una puerta tras otra y, a pesar de que Kevin había vivido allí, no podía encontrar la salida hacia un lugar seguro. No podía encontrar la manera de hacer que esto fuera mejor.

Se metió en un laboratorio, cerró la puerta tras él y construyó una barricada con sillas, mesas y todo lo que encontró. Aun así, la gente transformada que estaba fuera aporreaba la puerta, golpeándola con los puños mientras, por ninguna razón que Kevin comprendiera, empezó a sonar una alarma…

Kevin despertó respirando agitadamente. Todavía estaba oscuro, pero al mirar la hora en su teléfono entendió que solo era porque estaban bajo tierra. La alarma sonaba de fondo, su sordo zumbido era constante, mientras que por debajo de él había un seco ruido metálico.

Supo que Luna estaba despierta porque ella encendió las luces.

—¿Qué es eso? —preguntó Kevin.

Luna lo miró.

—Creo… creo que alguien quiere entrar.




CAPÍTULO DOS


Fueron a toda prisa hacia el centro de comandos, los golpes eran más fuertes ahora que se acercaban a la entrada. Aun así, con el compartimento estanco en medio, a Kevin le impresionó que el ruido continuara. ¿Con qué estaban golpeando la puerta?

Luna no parecía impresionada, parecía preocupada.

—¿Qué pasa? —preguntó Kevin.

—¿Y si son los extraterrestres, o los controlados? —preguntó—. ¿Y si van por ahí reuniendo supervivientes?

—¿Por qué iban a hacerlo? —preguntó Kevin, pero el miedo se coló dentro de él al pensarlo. ¿Y si era así? ¿Y si entraban?

—Eso es lo que yo haría si fuera un extraterrestre —dijo Luna—. Tomar el poder de todo, asegurarme de que no queda nadie para contraatacar. Matar a cualquiera que se meta en mi camino.

No por primera vez en su vida, Kevin juró que nunca se iría al lado malo de Luna. Aun así, podía oír el miedo bajo sus palabras. Incluso podía compartirlo. ¿Y si habían ido corriendo a un lugar que parecía seguro, para encontrarse con que este ya estuviera haciéndose pedazos?

—¿Podemos ver quién hay ahí fuera? —preguntó Kevin.

Luna señaló hacia las pantallas en blanco.

—Están muertas desde ayer por la noche.

—Pero esta solo es la señal para alrededor del mundo —insistió Kevin—. Debe haber… no sé, cámaras de seguridad o algo así.

Tenía que haber. Un edificio de investigación militar no estaría ciego a todo lo que pasase a su alrededor. Empezó a tocar teclas de los sistemas informáticos para intentar encontrar una manera de que hicieran lo que ellos querían. La mayoría de las pantallas estaban en blanco, las señales de alrededor del mundo cortadas, o bloqueadas, o sencillamente… habían desaparecido. Luna empezó a tocar teclas a su lado, aunque Kevin sospechaba que no tenía más idea que él sobre qué hacer.

—Sea quien sea, no sé si deberíamos dejarlos entrar —dijo Luna—. Cualquiera podría estar allí fuera.

—Podría ser —dijo Kevin—, pero ¿y si es alguien que necesita nuestra ayuda?

—Tal vez —dijo Luna, sin parecer muy convencida—. Sea quien sea, está golpeando la puerta bastante fuerte.

Eso era cierto. Los ecos metálicos de cada golpe resonaban en el búnker. Venían de tres en tres y, poco a poco, Kevin empezó a darse cuenta de que los espacios entre ellos seguían un patrón.

—Tres cortos, tres largos, tres cortos —dijo.

—¿Un SOS, quieres decir? —preguntó Luna.

Kevin le lanzó una mirada.

—Pensé que todo el mundo lo sabía —dijo—. Eso es lo único que recuerdo.

—¿Así que alguien está en problemas allá fuera? —preguntó Kevin, y ese pensamiento le trajo otro tipo de preocupación. ¿Deberían estar ayudando en lugar de dudar? Divisó la imagen de una cámara en la esquina de una de las pantallas. La tocó y entonces las cámaras se encendieron con imágenes de las cámaras de seguridad de la base desierta.

—Esa —dijo Luna, señalando una de las imágenes como si Kevin no supiera distinguir a una del resto—. Déjame.

Tocó una tecla y la imagen llenó la pantalla.

Kevin no sabía lo qué esperar. Tal vez una multitud de personas controladas por los alienígenas. Un soldado que conociera la base y se había abierto camino luchando por todo el país para llegar allí. No una chica de su edad, que sujetaba lo que parecían los restos de un letrero y que golpeaba la puerta con él a un ritmo regular.

Era atlética y tenía el pelo oscuro, lo llevaba corto y llevaba un pendiente en la nariz con el que parecía retar al mundo a que dijeran algo sobre él. Kevin vio que su cara era bonita, muy bonita, pensó, pero con una dura astucia que daba a entender que no agradecería que la llamaran así. Llevaba una sudadera oscura con capucha y una chaqueta de cuero por encima que parecía ser un par de tallas grande, tejanos rotos y botas de montaña. Tenía una pequeña mochila, como si estuviera haciendo senderismo por la montaña, pero por lo demás parecía más una fugitiva, su ropa estaba tan sucia que podría haber estado por ahí fuera durante semanas antes de que vinieran los extraterrestres.

—Esto no me gusta —dijo Luna—. ¿Por qué solo hay una chica allá fuera intentando entrar?

—No lo sé —dijo Kevin—, pero probablemente deberíamos dejarla entrar.

Eso tenía sentido, ¿verdad? Si estaba pidiendo ayuda, ellos deberían por lo menos intentarlo, ¿verdad? Ahora la chica estaba mirando a la cámara y, a pesar de que parecía que no había ningún ruido, no parecía contenta de que la dejaran allá fuera.

Luna tocó algo y entonces la oyeron, los micrófonos recogieron sus palabras.

—¡… que me dejéis entrar! ¡Esas cosas todavía están por aquí fuera! ¡Estoy segura!

Kevin se puso a mirar por detrás de ella en las cámaras y, como era de esperar, pensó que podía distinguir señales de la gente que había allí, que se movían sin ninguna finalidad y que daba a entender que los extraterrestres los tenían.

—Deberíamos dejarla entrar —dijo Kevin—. No podemos dejar a alguien allá fuera.

—No lleva máscara —puntualizó Luna.

—¿Y?

Luna negó con la cabeza.

—Y si no lleva máscara, ¿cómo es que el vapor alienígena no la está transformando? ¿Cómo sabemos que no es una de ellos?

Como respuesta a ello, la chica de la pantalla se acercó más a la cámara y miró directamente hacia ella.

—Sé que hay alguien ahí —dijo—. Vi que la cámara se movió. Mirad, no soy uno de ellos, soy normal. ¡Miradme!

Kevin la miró a los ojos. Eran grandes y marrones, pero lo más importante es que las pupilas eran normales. No habían cambiado al blanco puro de las de los científicos cuando el vapor de la roca se había apoderado de ellos, o de la manera en que lo habían hecho las de su madre cuando él había ido a casa…

—Tenemos que dejarla entrar —dijo Kevin—. Si la dejamos allá fuera, los controlados la cogerán.

Como era de esperar, Kevin vio unas siluetas vestidas con uniforme militar que avanzaban hacia delante, moviéndose al unísono, evidentemente bajo el control de los extraterrestres.

Fue corriendo hacia el compartimento estanco y usó la llave que la Dra. Levin le había dado para abrirlo. Detrás, la chica estaba allí esperando, mientras los antiguos soldados ahora se estaban acercando y rompían a correr.

—¡Rápido, dentro! —dijo Kevin. Tiró de la chica hacia el compartimento estanco, pues no había tiempo que perder. Fue a tirar de la puerta para cerrarla, sabiendo que estarían a salvo en el momento en el que estuviera entre ellos y los controlados que avanzaban hacia la base.

No cedía.

—¡Ayúdame! —le gritó Kevin, tirando de la puerta y sintiendo la solidez del acero bajo sus manos. La chica la agarró con él, tiró de la puerta y tiró su peso hacia atrás para intentar moverla.

Un poco más lejos, los antiguos soldados avanzaban corriendo y a Kevin le costaba mantener su atención en la puerta y no en ellos. Era la única manera en que podía mantener su pánico a raya y concentrarse en tirar su propio peso hacia atrás, tirando de la puerta.

Finalmente, cedió, giró hasta ponerse en movimiento mientras se arrastraba hasta cerrarse. Kevin oyó su eco al cerrarse de golpe y bloquearse con un clic que sonó en todo el compartimento estanco.

«Iniciando proceso de descontaminación» —dijo una voz electrónica, tal y como lo había hecho cuando Kevin y Luna llegaron primero. Hubo una ráfaga al limpiar el aire con los filtros del búnker que había a su alrededor.

—Hola, me llamo Kevin —dijo. Sospechaba que debía haber algo más impresionante para decir en un momento así, pero no se le ocurría.

La chica se quedó callada durante uno o dos segundos, pero después pareció darse cuenta de que Kevin podría estar esperando una respuesta.

—Yo soy Chloe.

—Encantado de conocerte, Chloe —dijo Kevin.

Ella lo miró en silencio, como si lo estuviera evaluando y parecía casi preparada para salir corriendo.

—Claro, supongo.

La otra puerta del compartimento estanco se abrió con un chasquido. Luna los estaba esperando, sonriendo con su sonrisa más cálida, a pesar de que ella había sido la que había discutido en contra de dejar entrar a Chloe.

—Hola —dijo Luna. Tendió una mano—. Yo soy Luna.

Chloe la miró fijamente y, a continuación, encogió los hombros sin cogerla.

—Esta es Chloe —dijo Kevin por ella.

Chloe asintió sin mucho entusiasmo en señal de conformidad y miró alrededor cautelosamente.

—¿Dónde están todos? —preguntó por fin.

—No hay todos —respondió Luna—. Solo estamos nosotros. Kevin y yo.

Dio un paso hasta ponerse al lado de Kevin como para recalcar que eran un equipo. Incluso le puso una mano encima del hombro.

—¿Solo vosotros dos? —dijo Chloe. Se sentó en una de las sillas del centro de mando y negó con la cabeza—. Todo este camino ¿y solo estáis vosotros dos?

—¿Tú de dónde vienes? —preguntó Kevin.

—Eso no importa —dijo Chloe sin mirarlos.

—Yo creo que un poco sí que importa —replicó Luna—. Es decir, has aparecido de la nada y nos pides que confiemos en ti.

Chloe echó un vistazo rápidamente, encogió de nuevo los hombros y, a continuación, salió de la habitación. Kevin fue tras ella, sobre todo porque sospechaba que si Luna iba tras ella podría haber alguna discusión y porque había algo intrigante en Chloe. Había muchas cosas que no sabían sobre ella.

—No tienes por qué seguirme —dijo Chloe, mirando hacia atrás mientras Kevin la seguía por uno de los pasillos.

—Pensé que podría enseñarte el lugar —dijo Kevin—. Bueno… si quieres.

Chloe encogió los hombros una vez más. Parecía haber matices en sus encogimientos de hombros y, al parecer, este significaba vale. Kevin no estaba seguro de qué hacer con ella.

—Hemos estado mirando por todas partes desde que llegamos aquí —dijo Kevin—. Aquí abajo hay una cocina y un almacén, y aquí hay algunos baños. Este es el dormitorio donde dormimos. Escoge una cama si quieres. Yo estoy por allí, y Luna también.

Chloe escogió una cama. Estaba al otro lado de la habitación de las que Luna y Kevin habían escogido.

—No es que no me fíe de vosotros —dijo ella—, pero no os conozco, y… —Negó con la cabeza y no terminó. Tenía una mirada afligida al hacerlo.

—¿Estás bien? —preguntó Kevin.

—Estoy bien —replicó Chloe, pero después suavizó un poco su voz—. Estoy bien. Hace un tiempo que me he acostumbrado a cuidar de mí misma. Supongo que no se me da muy bien abrirme a la gente.

—Vale —dijo Kevin. Dio un paso atrás hacia la puerta—. Me puedo ir si no quieres…

—Me escapé de casa —dijo Chloe. Esto bastó para que Kevin se quedara quieto.

—¿Qué?

—Quiero decir, antes de que vinieran los extraterrestres —continuó Chloe—. Mi madre siempre me gritaba y mi padre era… bueno, pasó algo y todos dijeron que yo estaba loca… bueno, tengo un primo en el norte. Pensé que si podía llegar hasta él, estaría bien y entonces llegaron los extraterrestres.

A Kevin, le sonaba como si se estuviera saltando bastantes cosas, pero lo dejó pasar. Muchas de las pausas daban la sensación de ser agujeros que escondían el tipo de cosas que dolían demasiado, como si fingir hiciese que todo esto marchara. Él sabía de eso. Como si fingiendo que todo iba bien su enfermedad no estuviera realmente allí.

—¿Cómo sobreviviste allá fuera? —preguntó Kevin.

—Hice lo que tenía que hacer —dijo Chloe, sonando a la defensiva y de nuevo un poco afligida también. Estaba a cubierto lejos de todo el mundo cuando esto empezó a pasar, y la gente decía que había un gas o algo así, pero para cuando yo salí, solo estaban esas cosas intentando agarrar a la gente y exhalar encima suyo.

—¿Para cuando saliste? —dijo Kevin.

—Un carnicero me encerró dentro de su congelador de carne. Dijo que estaba intentando robarle.

—¿Era ese un lugar que podía no dejar pasar el vapor? ¿Significaba esto que Luna y él ya no necesitaban sus máscaras?

—Irá bien —dijo Kevin.

Chloe le dedicó otro de sus encogimientos de hombros.

—Tú eres el niño de la tele, ¿no? Cuando dijiste que te llamabas Kevin, no lo pillé, pero creo que te reconozco. ¿Por eso estás aquí? ¿Te guardaron en un lugar seguro porque eres el chico que conoce a los extraterrestres?

Kevin negó con la cabeza y se dirigió hacia ella.

—Ellos no me metieron aquí. La Dra. Levin me dio una llave que encajaba con los búnkeres que tienen y me habló de uno que está debajo del centro de investigación de la NASA, pero eso salió mal. Luna y yo tuvimos que encontrar este lugar solos.

Chloe asintió.

—Luna… ¿es tu novia?

La gente siempre lo daba por sentado. Kevin no entendía el porqué. A él le parecía evidente que Luna nunca sería su novia.

—Es mi amiga —dijo Kevin—. No somos… quiero decir…

Resultaba extraño que hablar de los extraterrestres fuera más fácil que hablar de qué eran exactamente Luna y él.

—Extraño —dijo Chloe—. Quiero decir, pareces majo. Yo desde luego no te dejaría solo como a un amigo. Me pregunto…

Kevin no consiguió descubrir lo que se preguntaba, pues vino una tos penetrante desde la puerta. Casi tan penetrante como la mirada que les lanzó Luna cuando Kevin se giró.

—Quería ver por qué estabais tardando tanto —dijo, y no parecía contenta. Parecía… casi celosa, y eso no tenía sentido, pues allí no estaba pasando nada y, en cualquier caso, Kevin y Luna no eran así. ¿O sí?

—Hola, Luna —dijo Kevin—. Chloe me estaba hablando de ella.

—Ya me lo imagino —dijo Luna—. Tal vez también podría contarme algo a mí. Y quizás, mientras tanto, podemos pensar en qué vamos a hacer todos a continuación.



***



Fueron hacia la zona de la cocina, pues ninguno de ellos había desayunado todavía. Kevin fue a buscar provisiones del almacén, sin estar del todo seguro de si debía dejar solas a Luna y a Chloe ahora mismo.

Kevin escogió un paquete en el que ponía que eran tortitas de arándanos y se lo llevó a ellas. Estaban calladas, lo que en sí mismo ya era algo preocupante –Luna no estaba callada casi nunca.

—Encontré tortitas de arándanos —dijo.

—Eso es fantástico —dijo Luna—. Me encantan las tortitas de arándanos.

—A mí también me gustan —dijo Chloe, aunque Kevin tenía la sensación de que solo lo decía porque Luna lo había dicho.

—Bueno, no sé si estarán muy buenas —dijo Kevin.

La respuesta a eso era sencilla: tenían el gusto de algo que había estado en un paquete dentro de un almacén más tiempo de lo que debería haber estado. Aun así, tenía el hambre suficiente como para comérselo todo.

—¿Cómo supiste de este lugar? —le preguntó Kevin a Chloe mientras comían.

—Mi padre… en su trabajo él… oía cosas —dijo, pero no se extendió más que eso. Kevin sospechaba que si hubiera preguntado Luna en lugar de él, ni tan solo hubiera dicho eso.

—¿Así que viniste andando hasta aquí y apaleaste la puerta hasta que alguien te dejó entrar? —dijo Luna. A Kevin le pareció que no se lo creía mucho.

—Tenía que ir a algún sitio —dijo Chloe.

—Me pregunto si hay otros lugares como este donde la gente haya conseguido esconderse —dijo Kevin antes de que eso se convirtiera en una discusión. Quería que se llevaran bien, si iban a estar allí atrapados.

—Si los hay, no podemos contactar con ellos —dijo Luna—… Todavía no viene ninguna señal de las pantallas y todos esos aparatos de comunicación son inútiles si no sabemos con quién nos estamos poniendo en contacto.

—Quizás no los encendéis correctamente —dijo Chloe.

Luna le echó una mirada intencionada.

—De todos modos, podemos quedarnos aquí todo el tiempo que necesitemos —dijo Luna—. Aquí estamos a salvo. Ayer hablamos de esto, Kevin.

Lo habían hecho, y entonces había sido un pensamiento reconfortante, pero ¿lo era? ¿Iban a quedarse los tres allí para el resto de sus vidas?

—Puede que yo conozca un lugar —dijo Chloe entre bocados de tortita.

—Resulta que conoces un lugar —dijo Luna—. ¿Del mismo modo que habías oído hablar de aquí?

A Kevin eso le sonó sospechoso. Quería darle a Chloe el beneficio de la duda, pero parecía que Luna confiaba mucho menos en ella.

Chloe dejó el tenedor.

—Oí hablar de esto a algunas personas que conocí cuando venía de camino. Supuse que esto estaba más cerca y era más seguro. Pero si no hay nadie aquí…

—Nosotros estamos aquí —dijo Luna—. Aquí estamos a salvo.

—¿Seguro? —exigió Chloe, mirando hacia Kevin como para que lo confirmara—. Se supone que hay un grupo hacia LA. que esta ayudando a los refugiados a agruparse y a estar a salvo. Se llaman a sí mismos los Supervivientes.

—¿Así que quieres que vayamos todos a LA y busquemos a esa gente? —preguntó Luna.

—¿Y cuál es tu plan? ¿Quedarte aquí sentada y esperar a que las cosas mejoren?

Kevin miraba de la una a la otra, intentando pensar en la mejor manera de mantener todo esto en calma.

—Tenemos la comida suficiente como para durar para siempre y tal vez consigamos que la radio funcione pronto. No podemos simplemente salir allí donde podría haber cualquier cosa.

Chloe dijo que no con la cabeza.

—Las cosas no mejoran. Confiad en mí.

—¿Qué confiemos en ti? —dijo Luna—. Ni tan solo te conocemos. Nos quedaremos aquí.

Kevin conocía ese tono. Significaba que Luna no iba a bajar del burro.

—Escuchad a la pequeña animadora perfecta, piensa que ella es la que manda —replicó Chloe.

—Tú no sabes nada de mí —insistió Luna con un tono de voz peligroso.

Kevin apenas podía entender por qué estaban discutiendo. Había intentado no meterse, pero ahora parecía que podría tener que hacerlo.

Se levantó para decir algo, pero se detuvo, pues un dolor salió disparado hacia su cabeza, junto con algo más, una sensación que hacía días que no tenía.

—Kevin? —dijo Luna—. ¿Estás bien?

Kevin negó con la cabeza.

—Creo… creo que viene otra señal.




CAPÍTULO TRES


Unos números destellaron en la mente de Kevin, irrumpiendo en ella en una rápida secuencia, que casi parecía que se le grababa en el cerebro. Parecían demasiado rápidos para pillarlos, pero Kevin sabía que tenía que intentarlo. Fue a por ellos…

Kevin despertó y miró parpadeando a la litera de arriba de la cama que había escogido desde el suelo. Le dolía la cabeza como si se la hubieran golpeado, pero no era eso. Solo era el dolor que venía de que su cuerpo intentaba procesar una señal alienígena que no podía manejar e intentó entenderla en vano. Se llevó una mano a la nariz y, al apartarla, estaba manchada por un fino chorro de sangre.

—Toma —dijo Luna, pasándole un trapo.

—Gracias —respondió Kevin.

Chloe lo observaba desde el otro lado de la litera, como si esta fuera una barrera entre Luna y ella.

—¿Estás bien? —preguntó—. ¿Qué pasó?

—Ya te dije lo que pasó —dijo Luna. Kevin notó su enfado.

Chloe negó con la cabeza.

—Quiero oírlo de él.

Kevin tragó saliva.

—Creo… creo que hay una transmisión.

—Ya te lo dije —dijo Luna, con cierta satisfacción y, de nuevo, miró a Kevin—. Espera, ¿de verdad crees que hay una?

Kevin comprendía su duda. Antes, todas las transmisiones habían sido muy claras.

—No habían palabras —dijo Kevin—. Todo eran números.

—Como la primera vez —dijo Luna.

Kevin asintió y se esforzó por incorporarse. Cuando parpadeaba, podía ver claramente los números, quemando detrás de sus párpados, allí estaban quisiera verlos o no.

—¿O sea que así es como sucede? —preguntó Chloe, que parecía casi emocionada por ello—. ¿Recibes transmisiones de verdad en tu cerebro?

—Recibo indicios de cosas —dijo Kevin—, pero las transmisiones de verdad vienen a través de los radiotelescopios de la NASA. Yo solo sé traducirlas.

—Eso es… increíble —dijo Chloe.

Era fácil olvidar que allá fuera había gente que no le había visto hacer esto un montón de veces.

—No es algo divertido —dijo Luna—. Ya ves lo que le hace a Kevin. Y todos los problemas que han venido de esto… no solo que los alienígenas vinieran aquí. Ha habido gente que nos ha amenazado, nos ha intentado matar, gente que no creía a Kevin. ¿Sabes lo que es que no te crean cuando dices la verdad? ¿Qué te digan que estás loco?

Chloe había estado mirando cada vez más enojada a Luna mientras hablaba, pero cuando dijo esto, Chloe se tranquilizó.

—Sí —dijo en voz baja—. Sí que lo sé.

Fue a sentarse en la esquina de una de las otras camas y Kevin vio que tamborileaba los dedos como si quisiera decir muchas cosas, pero no lo hizo. Kevin podría haberle preguntado qué le pasaba, pero Luna le estaba hablando otra vez.

—¿O sea que eso significa que hay otro mensaje a la espera? —preguntó—. ¿Otra transmisión de los extraterrestres?

Kevin asintió.

—Pero no de los que invadieron. Esta se parecía más al modo en que lo hicieron los otros. Los que intentaron advertirnos.

—Ya me lo imagino —dijo Luna—. Quiero decir, ¿qué van a decir ahora los invasores? ¿Rendíos y os destruiremos, humanos esmirriados? ¿La resistencia es inútil? ¿Qué clase de alienígenas alardea cuando ya te ha vencido?

—Todo el mundo lo hace —murmuró Chloe y, a continuación, se levantó y se fue.

Luna torció el gesto al ver que se retiraba.

—¿Qué problema tiene?

Kevin dijo que no con la cabeza.

—No lo sé. Me da la sensación de que le pasó algo malo antes de venir aquí.

—¿Quieres decir peor que el hecho que los alienígenas invadieran el mundo? —preguntó Luna—. ¿O peor que el hecho que te coja un tío con una pistola en una rueda de prensa?

—No lo sé —repitió Kevin. Tenía la sensación de que probablemente debería ir detrás de Chloe, pero todavía no se sentía suficientemente fuerte para hacerlo y, de todos modos, también tenía la sensación de que a Luna no le gustaría que lo hiciera.

—Supuse que te lo habría contado —dijo Luna—. Quiero decir, parecía que estabais teniendo una agradable conversación cuando aparecí antes de repente.

Sonó casi a celos, pero ¿por qué iba a estar celosa Luna? Tendría que saber que Kevin y ella siempre serían los mejores amigos y que nada se interpondría, ¿no? Y por lo demás… bueno, eso significaría que Luna estaba interesada en ser algo más que amigos y Kevin no podía creer que eso pasara jamás de verdad.

—No dijo gran cosa —dijo Kevin—… Solo que escapó.

—Parece que eso se le da bien —dijo Luna, con otra mirada intencionada hacia la puerta.

—Luna —dijo Kevin—. ¿Puedes por lo menos intentar ser amable con ella? Quiero decir, ni tan solo ser porque estás enfadada con ella. Pensé que os llevaríais bien.

—¿Porque las dos somos chicas? —dijo Luna.

—¡No! —se apresuró a decir Kevin—. O sea, porque las dos sois… —Intentó pensar en las palabras adecuadas. ¿Fuertes sería adecuada? Chloe desde luego que lo parecía, pero Luna no, aunque Kevin sabía por experiencia que lo era.

—No nos parecemos en nada —dijo Luna—. Me llamó animadora.

Hizo que sonara a insulto.

—Bueno, estabas en el…

—No se trata de eso —dijo Luna, pero después se detuvo—.Vale, está bien. Seré amable. Supongo que si estamos atrapadas juntas en un búnker, tendremos que llevarnos bien. Pero lo hago por ti, no por ella.

—Gracias —dijo Kevin.

—Evidentemente, si hay una nueva señal, no vamos a poder quedarnos en el búnker, ¿verdad? —dijo Luna, como si todo fuera bastante evidente. Tal vez para ella lo era. A Luna siempre se le había dado bien inventarse planes para las cosas. Bastante a menudo, eran planes para meterse en más problemas.

Kevin todavía no lo había pensado bien, pero Luna probablemente tenía razón. Si había una nueva señal, entonces tenían que descubrir lo que significaba, y solo había un lugar donde podían hacerlo.

—Creo que tenemos que volver al instituto de investigación —dijo Kevin.

—¿A pesar de que casi no pudimos salir de allí la primera vez? —dijo Luna—. Y que no sabemos que hay en el mensaje, y que no sabemos si servirá de algo cuando los alienígenas ya han tomado el mundo. Podría ser simplemente «lo sentimos, intentamos advertiros».

—Pero ¿y si no lo es? —replicó Kevin—. Quiero decir, ¿en serio piensas que mandarían un mensaje a través del espacio para eso?

—No, supongo que no —dijo Luna, ahora más seria.

—¿Y si descubrieron una manera de vencer a los extraterrestres, o de obligarlos a dejar de controlar los cuerpos de la gente? —dijo Kevin—. ¿Y si nos proporcionan un modo de mejorar esto? Tenemos que regresar. Bueno… tengo. O sea, tú podrías estar más a salvo si…

—Acaba ese pensamiento y te doy un puñetazo —dijo Luna—. Por supuesto que yo voy a ir.

—Pero yo pensaba que…

—¿Pensabas en dejarme atrás mientras tú pasabas una aventura solo? —preguntó Luna.

Kevin negó con la cabeza.

—Pensaba que por fin habíamos encontrado un lugar seguro. Pensaba que tal vez no querrías dejarlo. Yo sí que tengo que estar allí para traducir el mensaje, pero nadie más… ¡ay!

Se frotó el brazo donde Luna le había dado con el puño.

—Te dije que lo haría —dijo con una amplia sonrisa que daba a entender que no lo sentía ni de lejos—. Iré contigo, pues alguien tiene que evitar que te cojan los controlados. Además, si hay algo que nos permita dar la vuelta y darles una paliza por lo que hicieron, quiero saberlo.

Eso era en parte lo que hacía tan increíble a Luna. No se rendía, incluso cuando todo daba a entender que era lo sensato. Lucharía contra cualquier cosa, incluida una invasión alienígena.

—¿Te he dicho alguna vez lo increíble que eres? —preguntó Kevin.

—No hace falta que me lo digas —dijo Luna con otra gran sonrisa—. Ya lo sé. Sinceramente, tienes suerte de poder ser mi amigo.

—Es verdad —dijo Kevin. Se puso serio por un instante—. Necesitamos un plan si vamos a volver.

—Necesitaremos provisiones —dijo Luna y empezó a contar las cosas con los dedos—. Necesitaremos comida, tal vez herramientas para entrar, máscaras…

—Chloe dijo que el vapor había desaparecido —puntualizó Kevin.

—¿Y ella cómo lo sabe? —replicó Luna—. Vale, de acuerdo, pero por si acaso yo preferiría tener una. Podrías encargarte tú de decirle que nos vamos.

—A lo mejor querrá venir con nosotros —dijo Kevin.

Luna hizo una mueca.

—Supongo que eso es mejor que dejarla aquí y preguntarnos si nos dejará entrar de nuevo. Yo empezaré a reunir provisiones. Tú ve a hablar con ella.



***



Kevin fue por todo el complejo subterráneo en busca de Chloe. Tardó un rato en encontrarla en los enredados pasillos y los almacenes, pero por fin la oyó más adelante. Parecía que estaba hablando sola.

—No puedo hacerlo… No puedo hacerlo…

Con cuidado, Kevin miró desde la puerta y vio a Chloe sentada en el suelo de un almacén. Había cosas esparcidas por ahí de una manera que no parecía accidental. Parecía que había pasado el brazo por una de las estanterías y lo había tirado todo al suelo. Tenía la cabeza apoyada en las manos y parecía que estaba llorando.

—¿Chloe?

Alzó la vista cuando Kevin se acercó y se secó las lágrimas como si tuviera miedo de que pudieran usarse en su contra.

—Estoy bien —dijo, antes de que Kevin pudiera preguntar si lo estaba—. Estoy bien.

—Yo decía que estaba bien cuando la gente me preguntaba por mi enfermedad —dijo Kevin, avanzando hasta sentarse a su lado—. Pero generalmente quería decir que no lo estaba.

—Solo que… a veces… me enfado —dijo Chloe, y Kevin supuso que había escogido con cuidado aquella palabra de entre todas las que se le habían ocurrido—. Hago cosas sin pensarlas bien. Es en parte por lo que la gente me decía que estaba loca.

—Yo no pienso que estás loca —dijo Kevin.

Chloe suspiró.

—Todavía no me conoces. ¿Viniste hasta aquí solo para ver el lío que había montado?

—No, claro que no —dijo Kevin—. Nosotros… yo… creo que tenemos que volver al instituto de investigación de la NASA. Con lo que vi, podría haber un mensaje y puede que sea importante.

—¿Quieres meterte en medio de la ciudad, para ir a un lugar que podría estar lleno de ellos? —contestó Chloe—. Eso… eso no tiene ningún sentido. Podríamos ir a cualquier sitio. Hay Supervivientes en LA, o mi primo en el norte…

—Tenemos que hacerlo —dijo Kevin—. Luna está recogiendo provisiones y pensaremos un plan para llegar allí a salvo. Pero tú puedes quedarte aquí si quieres. No hace falta que vengas con nosotros si piensas que no va a ser muy seguro.

—¿No queréis que venga con vosotros? —dijo Chloe y ahora parecía igual de enfadada que antes.

—Yo no he dicho eso —dijo Kevin.

—Pero es lo que querías decir, ¿verdad? —replicó Chloe.

—No —contestó Kevin—. Yo pensaba que eras tú la que no quería venir. Tú misma dijiste que podría ser peligroso.

Chloe encogió los hombros.

—Lo que tú digas.

—Chloe —dijo Kevin—. Yo no quiero que…

—Lo que tú digas —repitió Chloe en un tono desganado—. Haced lo que queráis. me da igual. Márchate a hacer tus putas preparaciones.

—Chloe…

—¡Márchate! —espetó.

Kevin se fue, con la esperanza de que si dejaba sola a Chloe un rato, podrían hablar sobre ello más tarde o algo así. Eso era lo que hacía la gente, ¿no? ¿Hablar las cosas y reconciliarse?

Por ahora, sabía que probablemente tendría que ayudar a Luna a encontrar provisiones para su viaje. Necesitarían todo tipo de cosas, desde gasolina para el coche que habían dejado fuera esperando a ropa y mapas. Pasó por delante de una puerta en la que encima estaba impresa la palabra «Armería» y probó el pomo, pero estaba cerrado con llave. Quizás eso ya estaba bien. Dudaba que Luna y él pudieran abrirse camino luchando a través de una multitud de controlados por muchas armas que tuvieran. Además, solo pensar en ello le hacía imaginar a su madre corriendo hacia él, o a los científicos del Instituto, o a los padres de Luna. Pensaba que no podría hacer daño a ninguno de ellos.

Todavía estaba pensando en ello cuando oyó que se disparaban las alarmas en dirección a la sala de control.

Kevin fue corriendo hacia allí, con la esperanza de que solo fuera una falsa alarma o un pequeño fallo, pero en su corazón, sabía que no. Sabía exactamente quién sería la responsable de esa alarma y no quería ni pensar en lo que podría estar haciendo.

Vio a Chloe cuando entró corriendo en la sala de control. Estaba pulsando las teclas de los ordenadores en una neblina de lágrimas, apuñalándolas con los dedos como si pulsarlas más fuerte hiciera que funcionaran mejor.

—Chloe, ¿qué estás haciendo? —exigió Kevin.

—No tengo que hacer lo que vosotros me digáis. No tengo que hacer lo que nadie me diga —dijo con un tono decidido—. No podéis hacer que me quede aquí. ¡Tengo que salir!

—Nadie intenta…

—Pensé que te gustaba. Pensé que podrías ser mi amigo, pero eres como todos los demás. Me iré. ¡No podrás detenerme!

Pulsó algo más y el tono de las alarmas cambió. Unas palabras generadas por ordenador resonaron en los altavoces.

«Procedimiento de evacuación de urgencia iniciado. Abriendo las puertas. Por favor, salgan de la base de manera ordenada».

—¿Qué? —dijo Kevin—. Chloe, ¿qué has hecho?

—¿Y ahora qué está haciendo? —preguntó Luna, cuando entró corriendo a la sala. Llevaba una mochila sobre un hombro que evidentemente había usado para recoger provisiones, todavía medio abierta por la prisa en llegar allí. No parecía contenta.

Pero no tan triste como Chloe.

—Ibais a dejarme aquí olvidada como si fuera una especie de… de prisionera —dijo y su tono era frenético, furioso y aterrorizado todo a la vez—. No vais a dejarme aquí. Voy a ir hasta mi primo. Voy a descubrir lo que le pasó. Después iré hasta los Supervivientes.

Tras ella, la gran puerta que daba al compartimento estanco se abrió de golpe. Para sorpresa de Kevin, la puerta exterior hizo lo mismo, las dos se abrieron a la vez mostrando un camino despejado hacia el exterior. Allá fuera Kevin vio la carretera de la montaña y los árboles. Aún peor, veía unas siluetas avanzando hacia allí, dirigiéndose hacia el ruido casi al unísono.

Tan pronto como el camino estuvo libre, Chloe atravesó la puerta a toda velocidad hacia la montaña. Kevin estaba demasiado conmocionado por todo aquello como para intentar detenerla, y Luna se estaba poniendo la máscara a toda prisa, evidentemente todavía insegura de si podía fiarse del aire de fuera o no.

—¡La puerta, Kevin! —exclamó Luna mientras iba a toda velocidad para ponerla en su lugar—. Tenemos que cerrar la puerta.

Kevin asintió.

—La tengo.

Por lo menos, eso esperaba. Veía que la gente de fuera avanzaba hacia la puerta, más de los que él podía haber creído ya que se suponía que los extraterrestres se habían llevado a la gente. Había soldados y excursionistas, familias enteras moviéndose con una especie de coordinación forzada y silenciosa.

Kevin pulsaba las teclas del ordenador, con la esperanza de enmendar lo que se había hecho. Nada parecía tener ningún efecto. No ayudaba que no tuviera ni idea de cómo funcionaba el sistema informático de aquí. No estaba todo etiquetado para cualquiera que deseara intentar usarlo. Además, sospechaba que una puerta de emergencia que se abriera así no sería fácil de enmendar, por si la gente se quedaba atrapada dentro. Machacaba las teclas del ordenador, con la esperanza de encontrar alguna combinación que pudiera hacer algo.

Nada de esto funcionó. Las puertas continuaban abiertas, un camino despejado llevaba al exterior y ahora, por el camino, la gente controlada por los extraterrestres avanzaba acechando.

Venían.

Y si llegaban al búnker, Kevin estaba aterrorizado por lo que pasaría a continuación.




CAPÍTULO CUATRO


—¡Corre! —exclamó Kevin mientras las personas a las que los extraterrestres habían convertido se acercaban al búnker. Luna ya parecía estar siguiendo su consejo, corriendo de vuelta a las confusas profundidades del lugar, tan rápido que Kevin tenía que esforzarse por seguir el ritmo.

Siempre se les había dado bien escapar corriendo. Cuando se habían metido en problemas por estar en un lugar que no deberían, siempre conseguía dejar atrás a quien les estuviera siguiendo. Bueno, casi siempre. Bueno, por lo menos más de la mitad de las veces. Sin embargo, Kevin sospechaba que esta vez tendrían algo mucho peor que una severa advertencia si las criaturas de detrás los atrapaban.

Oía el ruido sordo de sus pies sobre el suelo del búnker mientras iban detrás, y el sonido de su silenciosa persecución con excepción de las botas retumbando contra el hormigón. No llamaban en voz alta durante la persecución, no chillaban ni gritaban ni exigían a Kevin y a Luna que pararan. De algún modo, esto lo hacía todo más escalofriante.

—¡Por aquí! —exclamó Luna, adentrándolo todavía más en la base. Pasaron por delante de la armería, y ahora Kevin si que deseaba tener alguna clase de arma, sencillamente porque parecía el único modo en el que iban a poder salir de ahí sanos y salvos. Al no tenerla, se conformó con hacer caer cualquier cosa al pasar corriendo por delante y empujó un carrito para que se interpusiera en el camino de los que iban avanzando mientras cerraba las puertas tras él. Unos estruendos le dieron a entender que iban chocando contra los obstáculos que Kevin les iba poniendo en el camino, pero por ahora nada de eso parecía frenarlos ni tan solo un poco.

—Ahora silencio —susurró Luna, tirando de Kevin hacia otro pasillo y reduciendo la velocidad hasta ir de puntillas. Una multitud de excursionistas y soldados pasaron por delante a toda prisa tan solo un segundo más tarde, avanzando con toda la velocidad y fuerza que parecía venir de estar controlados por los extraterrestres.

—Pero ¿por qué son tan rápidos? —susurró Kevin, intentando recobrar el aliento. No parecía justo que fueran tan rápidos. Lo mínimo que podías esperar de una invasión alienígena era poder escapar de ella en buenas condiciones.

—Probablemente los extraterrestres les están haciendo usar todos los músculos —dijo Luna—, sin importar si les duelen. Ya sabes, como cuando las abuelas levantan coches de encima de la gente.

—¿Las abuelas pueden levantar coches de encima de la gente? —dijo Kevin.

Luna encogió los hombros. Con la máscara antigás puesta, era imposible saber si se estaba riendo de él o no.

—Lo vi en la tele. ¿Ya has recuperado la respiración?

Kevin asintió aunque no fuera del todo cierto.

—¿A dónde vamos? Si son listos, habrán dejado gente en la entrada.

—Entonces vamos a la otra entrada –dijo Luna.

La salida de emergencia. Kevin había estado tan ocupado pensando en que estaban invadiendo el búnker que prácticamente se había olvidado de ella. Si podían llegar hasta ella, entonces a lo mejor tenían una oportunidad. Podían llegar al coche y conducir hasta la NASA.

—¿Preparado? —preguntó Luna—. Vale, vamos.

Se apresuraron por los pasillos y, de algún modo, no ver a las personas controladas era peor que verlas. Eran tan silenciosas que podrían haber estado en cualquier esquina, esperando para agarrarlos y, si lo hacían, lo que pasaría a continuación no valdría la pena…

—¡Corre! —exclamó Luna mientras un brazo la asaltó en la siguiente esquina. Consiguió coger la ropa de su camisa y Kevin salió disparado hacia delante, lanzando todo su peso contra el brazo como si intentara hacerle un placaje.

Se soltó y Luna y él corrieron de nuevo, tomando curvas y giros al azar para intentar perder a sus perseguidores. No podían correr más rápido que ellos en línea recta, así que tuvieron que buscar espacios donde los controlados no los pudieran seguir, e intentar usar el diseño laberíntico del búnker en su contra.

—Está aquí —dijo Luna, señalando hacia una puerta.

Kevin tenía que fiarse de sus palabras. Ahora mismo, se sentía tan perdido que ni tan solo podía decirle a alguien el camino de vuelta a la sala de control. Se metió en la sección de pasillo detrás de Luna, después cerró la puerta tras ellos y cogió un extintor para usarlo para atrancar la puerta. Parecía igual de endeble que el cartón comparado con la fuerza de los controlados.

Ahora tenían que conseguir abrir la escotilla de emergencia.

Kevin puso las manos sobre la rueda para intentar girarla. No pasó nada; estaba tan rígida que parecía que podría estar hecha de roca. Lo intentó de nuevo y los nudillos se le pusieron blancos por el esfuerzo.

—¿Qué tal un poco de ayuda? —insinuó.

—Pero si parecía que te estabas divirtiendo —replicó Luna desde detrás de la máscara, antes de agarrar la rueda y tirar de ella. Todavía estaba atascada.

—Tenemos que intentarlo con más fuerza —dijo Luna.

—Lo estoy intentando con toda la fuerza que puedo —le aseguró Kevin.

—Bueno, a no ser que quieras ir a pedir ayuda a uno de los controlados, tenemos que hacer más. A la de tres. Uno…

Se oyó un sonido metálico de la puerta que Kevin había atrancado.

—¡Y tres! —dijo él, tirando de la rueda con cada fragmento de fuerza que podía reunir. Al parecer, Luna tuvo la misma idea y prácticamente colgó todo su peso de aquella cosa.

Finalmente, cuando vino un segundo ruido metálico de la puerta que habían atrancado, la cosa se movió. La giraron hasta abrirla mientras los músculos de Kevin se quejaban y, a continuación, Luna se metió dentro sin pensarlo, sin esperar a ver si Kevin quería ir primero. Él fue a toda prisa tras ella, cerrando la escotilla tras él con la esperanza de que el pasillo pareciera vacío lo que fuera que los perseguía.

El espacio que había después era estrecho, poco más que un túnel en el que reptar. Si hubieran sido adultos, probablemente apenas hubieran cabido. Tal y como estaban las cosas, había el espacio suficiente para gatear sobre manos y rodillas, a toda prisa hacia otra escotilla que había en la otra punta. Afortunadamente, esta no estaba atascada y se abrió con facilidad dejando al descubierto la ladera que había tras ella.

—Tenemos que ir con cuidado —dijo Luna en voz baja mientras los dos saltaron hacia la ladera—. Todavía podrían estar aquí.

Estaban, pues Kevin vio unas siluetas a lo lejos, subiendo la ladera como para llegar a la entrada de delante. Por allí cerca había unos árboles, así que Luna y él se deslizaron hasta ellos, se agacharon e intentaron no ser vistos.

Treparon montaña arriba, intentando calcular dónde habían escondido exactamente el coche de la Dra. Levin. Si podían llegar al coche, entonces podrían salir de allí, dejar a los controlados por los extraterrestres e ir a la base.

Kevin lo divisó un poco más lejos, justo donde lo habían dejado, escondido para que no lo vieran. Fue lentamente hacia él. Y entonces fue cuando vio a Chloe en una curva de la carretera de la montaña, viniendo del aparcamiento de la cima. Un par de turistas, que se movían con el silencio extrañamente controlado de los alienígenas, iban corriendo tras ella y estaban ganando.

—Tenemos que ayudarla —dijo Kevin.

—¿Después de todo lo que acaba de hacer? —replicó Luna—. Tendría bien merecido que la dejáramos convertirse también en un alienígena. Posiblemente daría menos problemas.

—Luna —dijo Kevin.

—Solo estoy diciendo que no merece del todo nuestra ayuda —dijo Luna.

Ahora los controlados estaban casi sobre Chloe.

—Probablemente sea cierto –dijo Kevin. Salió corriendo—. Pero aun así voy a ayudarla.

Partió en dirección a Chloe y no le sorprendió mucho ver que Luna corría junto a él.

—Esto lo hago por ti, no por ella —dijo Luna.

—Claro —le dio la razón Kevin, corriendo más deprisa.

—Y ya puedes dejar de sonreír por esto —continuó Luna—. Solo lo estoy haciendo porque si no te ayudo, te alienigenarán.

—¿Me alienigenarán?

—Después pensaré una palabra mejor —dijo Luna.

Ahora ya casi habían llegado a Chloe. Uno de los controlados estiró el brazo hacia ella, pero Kevin y Luna fueron más rápidos, la agarraron y tiraron de ella para apartarla del camino y llevarla hasta unos árboles. La cuesta lo hacía accidentado, pero tal vez eso fuera bueno, pues uno de los controlados pasó tropezando por delante de ellos.

—Volvisteis a por mí —dijo Chloe—. Vosotros…

—Deja de hablar y sigue corriendo —espetó Luna—. El coche está ahí delante.

Y el excursionista que quedaba estaba justo detrás, moviéndose con toda la tenacidad de un lobo que persigue a un ciervo. Kevin no quería pensar en cómo acababan estas cosas normalmente, simplemente continuó corriendo, cambiando de dirección a través de los árboles.

El excursionista controlado por los extraterrestres lo agarró y Kevin consiguió esquivarlo. Ante su sorpresa, allí estaba Chloe, empujó al hombre desde el lado y lo mandó dando volteretas ladera abajo, peleando por parar su caída. Ella sonrió al verlo, a pesar de que Kevin hizo una mueca de dolor, pues aunque hubiera un extraterrestre controlando aquel cuerpo, aún pertenecía a alguien y, si alguna vez lo recuperaba, probablemente lo querría sin huesos rotos.

—¡Entrad! —exclamó Luna desde más adelante. Ahora ella estaba en el coche y de un salto se puso en el asiento del conductor.

Kevin y Chloe fueron corriendo hacia el coche y entraron mientras Luna empezaba a girar la llave. Kevin oyó que decía palabrotas en voz baja y solo le llevó un momento darse cuenta del porqué: El coche no arrancaba. Hizo una especie zumbido y tosió pero, aparte de eso, no pasó nada, no importaba las veces que Luna intentara hacerlo funcionar.

Entonces empezó a crecer el miedo dentro de Kevin, aunque había habido más que suficiente derramándose en su interior de todos modos gracias a tener que escapar de los controlados por los extraterrestres. Miró hacia los árboles para intentar detectar movimiento, en busca de cualquier señal de los controlados. No solo los que habían caído ladera abajo, pues habría más. Siempre parecía haber más.

—No funciona —dijo Luna.

—No va a funcionar —dijo Chloe—. Lo has ahogado.

—Como si tú supieras algo de esto —replicó Luna.

Daba la sensación de ser una discusión que duraría demasiado y sería demasiado fuerte; que haría que todavía estuvieran allí cuando más controlados llegaran. A Kevin ya le parecía oír un crujido en los árboles.

—Tenemos que irnos —dijo Kevin. Le pareció ver unas formas detrás de los troncos más cercanos—. Y tenemos que irnos ahora.

Salió otra vez del coche y las demás le siguieron con evidente reticencia. Por lo menos siguieron y se escabulleron entre unos árboles justo a tiempo mientras Kevin echaba la vista atrás y veía excursionistas y soldados, guardas forestales y familias, que llegaban al coche como una masa silenciosa y coordinada. Algunos de ellos miraban alrededor, casi parecía que olfateaban el aire. Kevin salió pitando todo lo rápido que pudo.

—El coche no los distraerá durante mucho rato —supuso Kevin—. Tenemos que pensar en otra cosa.

—Hay coches de sobra en el aparcamiento —dijo Chloe.

Luna resopló.

—De los que no tenemos llaves.

—Yo no necesito una llave. Eso es lo que estaba haciendo allí, hasta que fueron a por mí. —Todavía parecía que quería buscar pelea, pero ahora mismo, si todos conseguían salir de allí, Kevin podía vivir con eso.

—Tenemos que estar en silencio —dijo Kevin, y entonces las demás lo miraron como si acabara de decir la cosa más evidente del mundo. Avanzaron lentamente, dirigiéndose montaña arriba hacia la cima y el aparcamiento que había allí para los visitantes. Por lo menos, de momento, parecía que estaba vacío.

—Ya te podrías quitar esa dichosa máscara —le dijo Chloe a Luna—. Ya te lo dije, lo que fuera que pusieran en el aire ha desaparecido. ¿O es que tienes miedo?

Lo último bastó para molestar a Luna. Intencionadamente, estiró el brazo, se quitó la máscara y la colgó del cinturón.

—No tengo miedo —dijo—. Solo es que no soy imbécil.

—Tenemos que encontrar un coche —dijo Kevin, interrumpiendo antes de que pudieran discutir de nuevo.

Había suficientes de donde escoger, abandonados donde los habían aparcado las personas que estaban dando una vuelta por la montaña. Había SUVs y minifurgonetas, coches modernos y viejos en todo tipo de colores y…

—Ese —dijo Chloe, señalando hacia una ranchera que parecía molida hasta el punto que Kevin se sorprendió de que quedara algo de ella. La pintura estaba pelada, mostrando óxido en algunos lugares—. Ese lo podré arrancar.

Fueron hacia él y una de las ventanas resultó estar entreabierta. Chloe la tiró un poco más para abajo, metió el brazo dentro y abrió la puerta.

—¿No te preocupa que sepa hacer todo esto? —le preguntó Luna a Kevin.

Chloe miró hacia atrás por encima del hombro.

—No todos tenemos vidas perfectas, animadora.

Kevin casi agradeció ver a un grupo de los controlados avanzando lentamente, evidentemente a la caza.

—¡Rápido —dijo—, a la furgoneta!

Entraron con las cabezas bajas. Chloe estaba en el asiento del conductor, trabajando en algo del arranque. Parecía que llevaba mucho tiempo.

—Pensaba que habías dicho que sabías hacerlo —susurró Luna.

—A ti me gustaría verte intentándolo —replicó Chloe.

—Mientras nos puedas llevar hasta la NASA —dijo Luna.

Chloe negó con la cabeza.

—Vamos a ir a LA.

—San Francisco —insistió Luna.

—LA —replicó Chloe.

Kevin sabía que tenía que intervenir, porque si no lo hacía, probablemente todavía estarían discutiendo cuando los controlados los alcanzaran.

—Por favor, Chloe, de verdad que tenemos que oír este mensaje. Y… bueno, si esto no cuadra, entonces a lo mejor podríamos ir a LA. Juntos.

Chloe se quedó callada durante un minuto. Kevin se atrevió a mirar por encima del salpicadero. Esperaba que se decidiera pronto, pues el grupo de controlados se estaba acercando.

—Supongo que de alguna manera antes me salvasteis la vida —dijo Chloe—. Está bien.

Continuó trabajando en lo que estaba haciendo con el arranque. El motor tosió. Kevin alzó la vista y vio que todas las personas controladas por alienígenas ahora los miraban fijamente, los miraban con la intensidad de un gato que acaba de detectar un ratón.

—Esto… ¿Chloe?

Empezaron a avanzar corriendo.

—¿Puedes hacerlo o no? —dijo Luna.

Chloe no respondió, sencillamente continuó trabajando en lo que fuera que estaba haciendo. El motor chisporroteó de nuevo y después rugió hasta cobrar vida. Chloe alzó la vista victoriosa.

—¿Veis? Os dije que…

Se detuvo de golpe cuando una silueta chocó contra el coche e intentó agarrarlos.

—Sácanos de aquí —dijo Kevin, y Chloe asintió.

La furgoneta avanzaba a trompicones mientras ella conducía, al parecer sin importarle si golpeaba a los controlados o no. Giraron bruscamente para evitar un coche, y un soldado se lanzó y se metió en el camino de la furgoneta. Chloe no disminuyó la velocidad ni tan solo un momento y el crujido al golpearlo fue horrible. Rebotó en el capó y rodó por el suelo hasta ponerse de pie, pero para entonces ellos ya estaban lejos.

O, por lo menos, algo lejos. No podían ir muy rápido por la carretera de la montaña, especialmente con el peligro de los coches abandonados por el camino, dejados allá donde la gente estaba cuando el vapor había transformado a sus ocupantes. Chloe zigzagueaba entre ellos, pero esto todavía los frenaba lo suficiente como para que los controlados que corrían detrás de ellos siguieran el ritmo.

—No van a rendirse —dijo Luna echando la vista atrás.

—Ellos no se cansan, no paran —dijo Chloe, y algo en la forma en que lo dijo dio a entender que lo había aprendido a las malas—. Sujetaos todos.

Kevin se agarró al salpicadero cuando aceleraron, la furgoneta serpenteaba de forma alarmante mientras iba a toda velocidad esquivando los obstáculos del camino. Kevin estaba seguro de que chocarían en cualquier momento, pero de algún modo, increíblemente, no lo hicieron. Chloe giraba violentamente el volante de un lado al otro, y la furgoneta se movía atropelladamente como respuesta.

Derraparon cerca del borde de la carretera, y Kevin no sabía qué sería peor: chocar o que los atraparan. Pero parecía que Chloe lo había decidido, pues no redujo la velocidad. Bajaron a toda velocidad por la montaña, y ahora Kevin veía caer a los controlados por detrás más y más a lo lejos.

—Lo conseguimos —dijo—. Sobrevivimos.

Luna lo abrazó. Por encima del hombro, Kevin vio la mirada en el rostro de Chloe cuando lo hizo.

—Ahora lo único que tenemos que hacer —dijo Luna— es ir a la ciudad, asaltar un lugar del que escapamos con dificultad y encontrar un mensaje de un segundo grupo de extraterrestres sin que nos cojan los primeros.

Visto así, parecía una tarea imposible. Kevin apenas podía imaginar llegar al instituto de la NASA sanos y salvos, pero aun así tenían que hacerlo.

Era la única esperanza que tenía el mundo.




CAPÍTULO CINCO


—Tengo tentaciones de preguntar si falta mucho —dijo Luna sonriendo a Kevin.

Kevin debería haber supuesto que uno de los problemas más grandes de un viaje como este no era solo el peligro de chocar, o que los controlados les tendieran una emboscada, o algo así. Era la posibilidad de que Luna se pudiera aburrir lo suficiente como para empezar a pensar en maneras de entretenerse. No tenía ninguna duda de que eso significaría una discusión con Chloe y, puesto que Chloe conducía, eso no parecía nada bueno.

Muchas cosas no lo parecían, desde la nave espacial alienígena, del tamaño de la luna y amenazante, que colgaba del cielo al vacío casi silencioso de las carreteras. Todo esto le recordó lo extraña que era toda esta situación, y lo mucho que había cambiado el mundo casi de la noche a la mañana.

—¿No puedes conducir más rápido? —preguntó Luna.

—¿Quieres ir más rápido? —dijo Chloe, y apretó el acelerador.

Kevin se agarró. Una vez salieron de la montaña, las carreteras se abrieron un poco, pero eso no significaba que sencillamente pudieran ir tan rápido como quisieran. En primer lugar, Kevin dudaba que Chloe supiera conducir más de lo que sabían Luna o él.

Además, todavía había demasiados coches en la carretera para ello.

—Baja la velocidad —dijo Kevin cuando esquivaron como un torpedo un Chevy aparcado en medio de la autopista, cuyo propietario hacía tiempo que se había ido. Apenas pasaron derrapando por delante de una moto que habían dejado a un lado, abandonada—. Chloe, por favor, reduce la velocidad.

Redujeron un poco y, probablemente, fue bien que lo hicieran. Ahora había coches esparcidos por todas partes, en su mayoría abandonados allá donde habían convertido a sus dueños, pero algunos de ellos eran poco más que masas de metal retorcidas allá donde evidentemente habían colisionado.

Un camión cisterna estaba tumbado de lado en el borde de la autopista, y el petróleo se filtraba en la tierra que lo rodeaba. Una chispa lo hubiera encendido y, en ese mismo momento, a Kevin le pareció entender lo que eso significaba.

—Tenemos que trabajar juntos —dijo, intentando calmar un poco las cosas. Intentaba pensar en lo que hubiera dicho su madre en una situación así, o Ted, o la Dra. Levin. El único problema con eso era que dolía demasiado pensar en todas las personas que les habían quitado, que ahora incluso podrían estar en la nave que colgaba del cielo como una segunda luna.

—Nosotros… todo el mundo ha desaparecido —dijo, tragándose el dolor—. Todos hemos perdido a gente. A todos nos han pasado cosas malas—. Esta no parecía una cosa lo suficientemente buena como para contener todo aquel horror—. A todos nos duele y no podemos discutir solo porque es malo. Solo sobreviviremos a esto si trabajamos juntos.

Las demás se quedaron calladas un ratito.

—Vale —dijo por fin Chloe.

—Sí, supongo —le dio la razón Luna.

Continuaron conduciendo, la vieja furgoneta se abría camino traqueteando y dando sacudidas a lo largo de las carreteras atestadas con los escombros de los últimos momentos de la gente antes de que los extraterrestres los cogieran. Había cartones de comida rápida abandonados y vehículos abandonados, mascotas abandonados que deambulaban al lado de la carretera, y gente tirada allá donde habían caído cuando los coches habían chocado con ellos, tan inmóviles que era evidente que no se podía hacer nada para ayudarlos, incluso aunque Kevin hubiera sabido algo de medicina.

Alzó la vista y vio la nave espacial en órbita por encima del mundo. ¿Su madre estaba allí, o estaba en una de las naves que Luna y él habían visto bajar de ella para planear por encima de las ciudades del mundo? Tal vez la habían dejado andando por ahí, esperando algo más, igual que los excursionistas y los soldados de la montaña. Kevin no estaba seguro de cual de esas opciones debía esperar. Ninguna de ellas parecía buena.

—Mira —dijo Luna señalando.

Kevin vio lo que estaba señalando inmediatamente. La gran nave que se había colocado sobre San Francisco todavía estaba allí, cerniéndose increíblemente sobre la ciudad mientras de vez en cuando lanzaba unas formas mucho más pequeñas. Después de tanta tranquilidad en las carreteras, ese movimiento era casi tan estremecedor como el hecho de que hubiera una nave espacial allí quieta.

Casi.

—De hecho, nos dirigimos hacia ella —dijo Chloe—. No tiene muy buena pinta.

—Bueno, en eso podemos estar de acuerdo —dijo Luna.

Probablemente fuera casi la única cosa en la que estuvieran de acuerdo, pero aun así tenían que ir hasta allí. Tenían que hacerlo, pues en ese momento, parecía la única esperanza que pudiera tener cualquiera. Kevin tragó saliva al pensarlo. Era demasiada presión, demasiada.

La nave espacial estaba tan alta por encima de la ciudad que tuvieron que pasar diez minutos más para que empezaran a verse los edificios de debajo, rascacielos que se clavaban hacia arriba en el aire que había debajo como dedos que intentaran estirarse para tocarla. A medida que se acercaban, las carreteras también estaban cada vez más llenas, con más y más coches abandonados, de manera que tuvieron que frenar hasta ir casi a paso de tortuga para abrirse camino con cuidado y sin peligro.

—Por lo menos no estamos al otro lado de la carretera —dijo Luna. Tenía razón. Ahora la salida de la ciudad estaba tan congestionada por los coches que parecía imposible que alguien pudiera conducir a través de aquel caos. Parecía que habían salido justo a tiempo por primera vez.

—Esto va a hacer que salir de la ciudad otra vez sea un poco difícil —dijo Kevin mientras pensaba en ello. No le gustaba la idea de quedarse allí atrapado. A lo mejor habría algún modo sencillo de lidiar con los extraterrestres cuando llegaran a la NASA y escucharan la nueva señal, a lo mejor no tendrían que irse de nuevo antes de que todo estuviera bien, pero ante la vista de las naves espaciales, costaba de creer.

—Es fácil —dijo Chloe—. No hay nadie en la carretera, así que conduzcamos por el lado equivocado.

Eso funcionaría. Sin embargo, era extraño que incluso con lo que parecía ser el fin del mundo, aún no parecía correcto ni tan solo pensarlo.

—¿Por dónde? —preguntó Chloe.

Kevin señaló, con la esperanza de acertarlo. Había vivido en la NASA durante mucho tiempo, pero en realidad su madre y él solo habían conducido hasta allí unas cuantas veces. Se adentraron más en la ciudad, intentando seguir las señales que parecía que los llevarían más cerca de donde querían ir.

La ciudad estaba siniestramente silenciosa. Había basura abandonada por las calles y animales que vagabundeaban por allí, pero Kevin no veía ninguna señal de gente. Suponía que cualquiera que hubiera llegado a esta altura de la ciudad había ido andando hacia el lugar donde todo el mundo se había quedado mirando hacia arriba, a la nave que colgaba de allí. Deseaba tratar de ignorarla, pero era imposible. Incluso cuando conseguía apartar la vista de ella, esto solo significaba que la pasaba por alto para mirar a la forma incluso más grande que colgaba a lo lejos en órbita.





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De la autora de fantasía éxito en ventas Morgan Rice llega una serie de ciencia ficción muy esperada. El SETI ha recibido una señal de una civilización alienígena. ¿Hay tiempo para salvar al mundo?Un gran argumento, el tipo de libro que te costará dejar por la noche. El final tiene un suspense tan espectacular que inmediatamente querrás comprar el siguiente libro solo para ver lo que pasa. – The Dallas Examiner (sobre Amores) Otra serie brillante, que nos sumerge en una fantasía de honor, valentía, magia y fe en tu destino… Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores a los que les encanta la literatura fantástica bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos, sobre El despertar de los dragonesUna lectura rápida y fácil… tienes que leer lo que pasa a continuación y no quieres dejarlo. FantasyOnline. net, sobre La senda de los héroesDespués de que el SETI recibiera la señal, Kevin, de 13 años, se da cuenta: él es el único que puede salvar el mundo. Pero ¿hay tiempo? ¿Qué debe hacer?¿Y qué tienen pensado hacer los extraterrestres a continuación?Llena de acción… La escritura de Rice es de buna calidad y el argumento es intrigante. Publishers Weekly, sobre La senda de los héroesUna novela de fantasía superior… Una ganadora recomendada para aquellos a los que les guste la literatura de fantasía épica avivada por jóvenes protagonistas adultos creíbles. – Midwest Book Review, sobre La senda de los héroesUna novela de fantasía llena de acción que seguro que satisfará a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, junto con los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la ficción para jóvenes adultos devorarán esta última obra de Rice y pedirán más. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) El libro#3 estará pronto disponible. También están disponibles muchas series de fantasía de Morgan Rice, incluida LA SENDA DE LOS HÉROES (LIBRO#1 EN EL ANILLO DEL HECHICERO), ¡una descarga gratuita con cerca de 1. 300 críticas de cinco estrellas!

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