Книга - La fábrica mágica

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La fábrica mágica
Morgan Rice


Oliver Blue y la escuela de Videntes #1
Un poderoso primer libro de una serie mostrará una combinación de protagonistas enérgicos y circunstancias desafiantes para involucrar plenamente no solo a los jóvenes adultos, sino a los adultos aficionados a la fantasía que buscan historias épicas avivadas por poderosas amistades y adversarios. Midwest Book Review (Diane Donovan) (re Un trono par alas hermanas) ¡La imaginación de Morgan Rice no tiene límites! Books and Movie Reviews (re Un trono para las hermanas) De la autora de fantasia #1 en ventas Morgan Rice llega una nueva serie para jóvenes lectores -¡y también para adultos! Los fans de Harry Potter y Percy Jackson ¡no busquéis más! LA FÁBRICA MÁGICA: OLIVER BLUE Y LA ESCUELA DE VIDENTES (LIBRO UNO) cuenta la historia de Oliver Blue, un niño de 11 años, un chico al que su odiosa familia no quiere. Oliver sabe que es diferente y nota que tiene unos poderes que otros no tienen. Obsesionado con los inventos, Oliver está decidido a huir de su horrible vida y dejar su huella en el mundo. Cuando Oliver se muda a una casa aún más horrible, lo meten en un nuevo sexto curso, todavía más aterrador que el último. Lo acosan y lo excluyen y no ve salida. Pero cuando se cruza con la fábrica de inventos abandonada, se pregunta si sus sueños podrían estar a punto de hacerse realidad. ¿Quién es el misterioso viejo inventor que se esconde en la fábrica?¿Cuál es su invento secreto?¿Acabará Oliver transportado atrás en el tiempo, a 1944, a una escuela mágica para niños con poderes que compiten con el suyo?Una novela de fantasía inspiradora, FÁBRICA MÁGICA es el libro#1 en una nueva y fascinante serie llena de magia, amor, humor, desamor, tragedia, destino y una serie de giros sorprendentes. Hará que te enamores de Oliver Blue y no podrás ir a dormir hasta tarde. ¡El libro#2 de la serie (LA ESFERA DE KANDRA) y el libro#3 (LOS OBSIDIANOS) también están disponibles ahora! El principio de algo extraordinario está aquí. San Francisco Book Review (re La senda de los héroes)







LA FÁBRICA MÁGICA



(OLIVER BLUE Y LA ESCUELA DE VIDENTES—LIBRO UNO)



morgan rice


Morgan Rice



Morgan Rice tiene el #1 en éxito de ventas como el autor más exitoso de USA Today con la serie de fantasía épica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de doce libros; de la serie #1 en ventas LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspense post-apocalíptica compuesta de tres libros; de la serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS, compuesta de seis libros; y de la nueva serie de fantasía épica DE CORONAS Y GLORIA. Los libros de Morgan están disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones están disponibles en más de 25 idiomas.



A Morgan le encanta escucharte, así que, por favor, visita www.morganrice.books (http://www.morganrice.books/) para unirte a la lista de correo, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar la app gratuita, conocer las últimas noticias, conectarte con Facebook o Twitter ¡y seguirla de cerca!


Algunas opiniones sobre Morgan Rice



«Si pensaba que no quedaba una razón para vivir tras el final de la serie EL ANILLO DEL HECHICERO, se equivocaba. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice consigue lo que promete ser otra magnífica serie, que nos sumerge en una fantasía de trols y dragones, de valentía, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un conjunto de personajes que nos gustarán más a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores que disfrutan de una novela de fantasía bien escrita».

--Books and Movie Reviews

Roberto Mattos



«Una novela de fantasía llena de acción que seguro satisfará a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, además de a los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la Ficción para Jóvenes Adultos devorarán la obra más reciente de Rice y pedirán más».

--The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones)



«Una animada fantasía que entrelaza elementos de misterio e intriga en su trama. La senda de los héroes trata sobre la forja del valor y la realización de un propósito en la vida que lleva al crecimiento, a la madurez, a la excelencia… Para aquellos que buscan aventuras fantásticas sustanciosas, los protagonistas, las estrategias y la acción proporcionan un fuerte conjunto de encuentros que se centran en la evolución de Thor desde que era un niño soñador hasta convertirse en un joven adulto que se enfrenta a probabilidades de supervivencia imposibles… Solo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para jóvenes adultos».

--Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer)



«EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, engaño y traición. Lo entretendrá durante horas y satisfará a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género fantástico».

-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos

«En este primer libro lleno de acción de la serie de fantasía épica El anillo del hechicero (que actualmente cuenta con 14 libros), Rice presenta a los lectores al joven de 14 años Thorgrin “Thor” McLeod, cuyo sueño es alistarse en la Legión de los Plateados, los caballeros de élite que sirven al rey… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante».

--Publishers Weekly


Libros de Morgan Rice



OLIVER BLUE Y LA ESCUELA DE VIDENTES

LA FÁBRICA MÁGICA (Libro #1)

LA ESFERA DE KANDRA (Libro #2)

LOS OBSIDIANOS (Libro #3)



LAS CRÓNICAS DE LA INVASIÓN

TRANSMISIÓN (Libro #1)

LLEGADA (Libro #2)

ASCENSO (Libro #3)

REGRESO (Libro #4)



EL CAMINO DE ACERO

SOLO LOS DIGNOS (Libro #1)



UN TRONO PARA LAS HERMANAS

UN TRONO PARA LAS HERMANAS (Libro #1)

UNA CORTE PARA LOS LADRONES (Libro #2)

UNA CANCIÓN PARA LOS HUÉRFANOS (Libro #3)

UN CANTO FÚNEBRE PARA LOS PRÍNCIPES (Libro #4)

UNA JOYA PARA LA REALEZA (Libro #5)

UN BESO PARA LAS REINAS (Libro #6)

UNA CORONA PARA LAS ASESINAS (Libro #7)



DE CORONAS Y GLORIA

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1)

CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA (Libro #2)

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #3)

REBELDE, POBRE, REY (Libro #4)

SOLDADO, HERMANO, HECHICERO (Libro #5)

HÉROE, TRAIDORA, HIJA (Libro #6)

GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO (Libro #7)

VENCEDOR, DERROTADO, HIJO (Libro #8)



REYES Y HECHICEROS

EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)

EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2)

EL PESO DEL HONOR (Libro #3)

UNA FORJA DE VALOR (Libro #4)

UN REINO DE SOMBRAS (Libro #5)

LA NOCHE DE LOS VALIENTES (Libro #6)



EL ANILLO DEL HECHICERO

LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)

UNA MARCHA DE REYES (Libro #2)

UN DESTINO DE DRAGONES (Libro #3)

UN GRITO DE HONOR (Libro #4)

UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)

UNA POSICIÓN DE VALOR (Libro #6)

UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)

UNA CONCESIÓN DE ARMAS (Libro #8)

UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)

UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10)

UN REINO DE ACERO (Libro #11)

UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)

UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)

UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)

UN SUEÑO DE MORTALES (Libro #15)

UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)

EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)



LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA

ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1)

ARENA DOS (Libro #2)

ARENA TRES (Libro #3)



VAMPIRA, CAÍDA

ANTES DEL AMANECER (Libro #1)



EL DIARIO DEL VAMPIRO

TRANSFORMACIÓN (Libro #1)

AMORES (Libro #2)

TRAICIONADA(Libro #3)

DESTINADA (Libro #4)

DESEADA (Libro #5)

COMPROMETIDA (Libro #6)

JURADA (Libro #7)

ENCONTRADA (Libro #8)

RESUCITADA (Libro #9)

ANSIADA (Libro #10)

CONDENADA (Libro #11)

OBSESIONADA (Libro #12)


¿Sabías que he escrito múltiples series? ¡Si no has leído todas mis series, haz clic en la imagen de abajo para descargar el principio de una serie!









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Derechos Reservados © 2018 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora. Este libro electrónico está disponible solamente para su disfrute personal. Este libro electrónico no puede ser revendido ni regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, tiene que adquirir un ejemplar adicional para cada uno. Si está leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo compró solamente para su uso, por favor devuélvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia.


ÍNDICE

CAPÍTULO UNO (#u178a881b-b381-5abf-a3ae-68ea4e5e3a3c)

CAPÍTULO DOS (#u8af939e5-006f-589f-b1c0-20eb9eae9659)

CAPÍTULO TRES (#uc99605d8-90f0-5ab3-a829-d97a0b649461)

CAPÍTULO CUATRO (#u8c68b1d2-ff4c-5b78-9f8c-d25940e8de24)

CAPÍTULO CINCO (#u48f75800-8d41-59fe-a9e6-6ff5d42335a9)

CAPÍTULO SEIS (#u077183d0-3a25-5b3d-ad35-56e1e855a725)

CAPÍTULO SIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO OCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO NUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIEZ (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO ONCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DOCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TRECE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO CATORCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO QUINCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIDÓS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTITRÉS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTICUATRO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTICINCO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTISIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTINUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA Y UNO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA Y DOS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA Y TRES (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA Y CINCO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA Y SEIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA Y SIETE (#litres_trial_promo)


PRIMERA PARTE




CAPÍTULO UNO


Oliver Blue echó un vistazo a la lóbrega y oscura habitación. Suspiró. Esta nueva casa era más o menos igual de mala que la última. Cogía con fuerza su única maleta.

—¿Mamá? —dijo—. ¿Papá?

Los dos se giraron para mirarlo, con sus ceños permanentemente fruncidos.

—¿Qué, Oliver? —dijo su madre, que parecía exasperada—. Si vas a decir que odias este lugar, no lo hagas. Es lo único que podemos permitirnos.

Parecía más agobiada de lo normal. Oliver apretó los labios con fuerza.

—No importa —murmuró.

Se dio la vuelta y fue hacia las escaleras. Ya oía a su hermano mayor, Chris, caminando por el piso de arriba haciendo ruido. Su insoportable hermano siempre recorría cada nueva casa con sus andares pesados para reclamar su derecho a la mejor habitación antes de que Oliver tuviera ocasión de hacerlo.

Subió cansado las escaleras, maleta en mano. En el rellano, encontró tres puertas. Detrás de una había un cuarto de baño; la siguiente daba a una habitación principal con una cama doble; y en la tercera estaba Chris despatarrado en la cama como una estrella de mar.

—¿Dónde está mi habitación? —dijo en voz alta Oliver.

Como si previera la pregunta, su madre chilló hacia la escalera.

—Solo hay una habitación. Vais a tener que compartir.

Oliver sintió un remolino de pánico en la boca del estómago. ¿Tendrían que compartir? Esa no era una palabra que Oliver se tomara bien.

Como era de esperar, Chris se levantó como un cohete. Fue a toda velocidad hacia Oliver y lo sujetó contra la pared. Oliver soltó un auuu.

—Por supuesto que no vamos a compartir —dijo Chris entre dientes—. ¡Tengo trece años y no voy a compartir habitación con un NIÑO PEQUEÑO!

—Yo no soy un niño pequeño —murmuró Oliver—. Tengo once años.

Chris lo miró con desprecio.

—Exactamente. Un mocoso. Así que baja y diles a mamá y a papá que no quieres compartir.

—Díselo tú —se quejó Oliver—. Eres tú el que tiene el problema.

Chris frunció todavía más e ceño.

—¿Y manchar mi reputación de hijo favorito? Ni hablar. Lo vas a hacer tú.

Oliver sabía que era mejor no provocar más a Chris. Su hermano podía montar en cólera por las cosas más insignificantes. A lo largo de los años teniendo la mala suerte de ser el hermano pequeño de Chris Blue, Oliver había aprendido a cómo andar con pies de plomo, a cómo evitar los cambios de humor de su hermano. Intentó hacerlo entrar en razón.

—No hay ningún otro sitio donde dormir —replicó—. ¿Dónde se supone que voy a ir?

—No es problema mío —respondió Chris, dando otro empujón a Oliver—. Por mí como si duermes en el armario de debajo del fregadero con los ratones. Pero conmigo no vas a compartir nada.



Hizo un gesto en el aire con el puño, una amenaza que no necesitaba ninguna explicación. No había nada más que decir.

Con un suspiro de resignación, Oliver recobró la compostura de la pared, aplanó su ropa arrugada y bajó las escaleras arrastrando los pies.

Su enorme hermano bajo las escaleras tras él armando un escándalo y lo empujó con un codazo al pasar.

—Oliver dijo que no compartiría —vociferó Chris al pasar.

Oliver oía que su madre, su padre y Chris empezaban a discutir en el salón sobre cómo iban a dormir. Él fue a un paso más lento, pues no deseaba para nada verse envuelto en la discusión.

Últimamente, Oliver había adquirido una estrategia de defensa para cuando estallaban las peleas y consistía en enviar su mente a un sitio diferente, una especie de mundo ideal donde todo era tranquilo y seguro, donde el único límite era su imaginación. Ahora había ido hasta allí, cerró los ojos y se imaginó a sí mismo en una enorme fábrica de ladrillos rodeado de inventos increíbles. Dragones voladores hechos de latón y cobre, enormes máquinas humeantes con engranajes giratorios. A Oliver le encantaban los inventos, por eso una gran fábrica llena de inventos mágicos era exactamente el tipo de lugar en el que deseaba poder estar, en lugar de aquí, en esta horrible casa con su horrible familia.

De repente, la voz estridente de su madre lo devolvió al mundo real.

—¡Oliver! ¿Qué es todo este lío que estás montando?

Oliver tragó saliva y bajó el último escalón. Cuando llegó al salón, los tres estaban ya juntos, con los brazos cruzados y con el mismo ceño fruncido en sus rostros.

—Sabes que solo hay dos habitaciones —dijo su padre.

—Y estás montando un escándalo diciendo que no compartirás —añadió su madre.

—¿Qué se supone que tenemos que hacer? —continuó su padre—. No tenemos dinero para que los dos tengáis una habitación.

Oliver deseaba gritarles que todo ella por culpa de Chris, pero la amenaza de daño por parte de su hermano era demasiado grande. Chris estaba allí fulminándolo con la mirada. Oliver no podía hacer nada, excepto tragarse las duras e injustas palabras de sus padres.

—¿Y? —terminó su madre—. ¿Dónde exactamente tiene pensado dormir su señoría?

Chris sonrió con aires de superioridad cuando Oliver lo miró. Hasta donde él podía ver, la zona de las escaleras tenía forma de L, con un salón que llevaba a una especie de comedor –que en realidad solo era una esquina en la que tan solo había una mesa destartalada- y justo al lado una cocina. Allí abajo no había otra habitación, tan solo un espacio sin paredes.

Oliver no podía creer lo que estaba pasando. Todas sus casas habían sido horribles, pero al menos había tenido una habitación.

Oliver vio que había una ligera hendidura detrás de él, quizá de alguna chimenea que habían quitado años atrás. Era poco más que un hueco, pero ¿qué otra opción había? ¡Iba a tener que dormir en un rincón! ¿Sin ningún tipo de intimidad!

¿Y qué pasaba con todos sus inventos secretos, en los que trabajaba por las noches cuando nadie le miraba? Sabía que si Chris descubría lo que estaba haciendo se lo estropearía. Seguramente los pisotearía hasta convertirlos en polvo. Sin una habitación propia y algún lugar donde guardar todos sus chismes secretos, ¡Oliver no iba a poder trabajar en ellos en absoluto!

Oliver se planteó de verdad el armario de la cocina, preguntándose si realmente podría ser mejor. Pero decidió que sería igual de malo que los ratones mordisquearan sus inventos como que Chris los pisoteara. Así que decidió que, con un poco de imaginación –una cortina, una estantería, unas luces, cosas de estas- el hueco casi podría ser un poco como una habitación.

—Allí —dijo Oliver en voz baja, señalando hacia el hueco.

—¿Allí? —exclamó su madre.

Chris soltó una de sus risas entre ladrido y risa. Oliver lo miró con furia. Su padre solo chasqueó la lengua y negó con la cabeza.

—Es un niño raro —dijo frívolamente, a nadie en particular. Entonces soltó un suspiro exagerado, como si todo este altercado fuera muy engorroso para él—. Pero si quiere dormir en la esquina, que duerma en la esquina. Yo ya no sé qué hacer con él.

—Vale —dijo su madre, exasperada—. Tienes razón. Cada vez se vuelve más raro.

Los tres se dieron la vuelta y se dirigieron hacia la cocina. Chris miró a Oliver por encima del hombro y susurró:

—Friqui.

Oliver respiró profundamente. Fue andando hacia el hueco y colocó maleta en el suelo junto a sus pies. No tenía un lugar en el que poner su ropa; ni estanterías ni cajones, y no había prácticamente espacio para meter su cama –suponiendo que sus padres le dieran una cama. Pero se las arreglaría. Podía colgar una cortina para tener intimidad, hacer algunas estanterías de madera y construir un cajón extraíble para debajo de su cama –la cama que esperaba tener- para que por lo menos hubiera un lugar seguro en el que guardar sus inventos.

Además, si tenía que mirar la parte positiva –algo que Oliver siempre se esforzaba al máximo por hacer- estaba justo al lado de una gran ventana, lo que significaba que tendría suficiente luz y vistas fuera a las que mirar.

Reposó los codos sobre la repisa y contempló el gris día de octubre. Fuera hacía mucho viento y la basura volaba por la calle. Delante de su casa había un coche averiado y una lavadora oxidada que habían abandonado allí. Estaba claro que era un barrio pobre, resolvió Oliver. Uno de los peores en los que había vivido.

El viento soplaba, haciendo que el cristal de las ventanas se moviera y por un agujero de las molduras entraba el airecillo. Oliver temblaba. Para ser octubre, el tiempo era mucho más frío de lo que habitualmente era en Nueva Jersey. Incluso había oído una noticia en la radio acerca de una enorme tormenta que se acercaba. Pero a Oliver le encantaban las tormentas, especialmente cuando había rayos y truenos.

Olfateó cuando el olor de cocina se arremolinó en los agujeros de la nariz. Se apartó de la ventana y se atrevió a girar la esquina hacia donde estaba la cocina. Su madre estaba en los fogones, removiendo una olla grande de algo.

—¿Qué hay para cenar? —preguntó.

—Carne —dijo ella—. Y patatas. Y guisantes.

A Oliver le rugió el estómago al pensarlo. Su familia siempre comía platos sencillos, pero a Oliver eso no le importaba mucho. Él tenía gustos sencillos.

—Id a lavaros las manos, chicos —dijo el padre desde donde estaba sentado a la mesa.

Por el rabillo del ojo, Oliver entrevió la mezquina sonrisa de Chris y ya supo que su hermano tenía otro cruel tormento debajo de la manga. Lo último que quería hacer era quedarse atrapado en el baño con Chris, pero su padre alzó la vista de nuevo desde la mesa, con las cejas levantadas.

—¿Tengo que decirlo todo dos veces? —se quejó.

No había ninguna salida. Oliver salió de la habitación, seguido de Chris. Subió a toda prisa las escaleras, yendo derecho al baño para intentar acabar con el lavado de manos tan rápido como fuera posible. Pero Chris ya iba en su busca y, en cuanto estuvieron fuera del alcance del oído de sus padres, agarró a Oliver y lo empujó contra la pared.

—¿Sabes qué, mequetrefe? —dijo.

—¿Qué? —dijo Oliver, preparándose.

—Esta noche tengo mucha, mucha hambre —dijo Chris.

—¿Y? —respondió Oliver.

—Que vas a dejar que me coma tu cena, ¿verdad? Vas a decir a papá y a mamá que no tienes hambre.

Oliver negó con la cabeza.

—¡Ya te he dado la habitación! —rebatió—. Por lo menos, deja que me coma las patatas.

Chris rio.

—Ni hablar. Mañana empezamos en una nueva escuela. Tengo que estar fuerte por si hay otros mocosos con los que me tenga que meter.

Mencionar la escuela una nueva ola de inquietud invadió a Oliver. Él había empezado muchas nuevas escuelas en su vida y cada vez parecía un poco peor. Siempre había un equivalente a Chris Blue rastreándolo, que quería meterse con él hiciera lo que hiciera. Y nunca había ningún aliado. Hacía tiempo que Oliver había desistido en hacer amigos. ¿Qué sentido tenía si en unos meses iba a volver a mudarse.

La cara de Chris se suavizó.

—¿Sabes qué te digo, Oliver? Seré amable. Solo por esta vez —Entonces sonrió y estalló en una risa maníaca—. ¡Te daré un sándwich de nudillos para cenar!

Levantó el puño. Oliver se agachó y el puño que se estaba agitando no lo alcanzó por unos milímetros. bajó corriendo las escaleras en dirección al salón.

—¡Vuelve, bicho! —chilló Chris.

Le estaba pisando los talones a Oliver, pero Oliver era rápido y llegó corriendo a la mesa. Su padre lo miró mientras él respiraba entrecortadamente, recuperándose de la carrera.

—¿Ya estáis peleando otra vez? —Suspiró—. ¿Qué pasa esta vez?

Chris frenó derrapando al lado de Oliver.

—Nada —dijo rápidamente.

De repente, Oliver notó una intensa sensación de pellizco en la cintura. Chris le estaba clavando las uñas. Oliver lo miró y vio el regocijo victorioso en su cara.

Su padre parecía desconfiado.

—No te creo. ¿Qué pasa aquí?

El pellizcó se intensificó, el dolor se extendió hacia el costado de Oliver. Sabía lo que tenía que hacer. No había elección.

—Solo decía —dijo, con un gesto de dolor— que esta noche no tengo mucha hambre.

Su padre lo miró sin mucha energía.

—Mamá ha estado trabajando como una esclava en los fogones por vosotros ¿y ahora dices que no quieres?

Su madre miró por encima del hombro desde los fogones con un gesto herido.

—¿Qué problema hay? ¿Ya no te gusta la carne? ¿O el problema son las patatas?

Oliver sintió que Chris le pellizcaba aún más y sentía un dolor aún más intenso.

—Lo siento, mamá —dijo, con los ojos llorosos—. Yo te lo agradezco, de verdad. Pero no tengo hambre.

—¿Qué se supone que tengo que hacer con él? —exclamó su madre—. ¡Primero la habitación, ahora esto! Mis nervios no pueden soportarlo.

—Yo me comeré lo suyo —dijo rápidamente Chris. Y, a continuación, añadió con voz dulce: No quiero que se desperdicien todos sus esfuerzos, mamá.

Su madre y su padre miraron a Chris. Cada vez estaba más gordo pero no parecían preocupados. O eso, o no querían enfrentarse al hijo abusón que habían criado.

—Bueno —dijo su madre, suspirando—. Pero tienes que poner orden a ese cerebro tuyo, Oliver. No puedo tener esta clase de escándalo cada noche.

Oliver notó que Chris dejaba de pellizcarle. Se frotó el costado dolorido.

—Sí, mamá —dijo, con tristeza—. Lo siento, mamá.

Mientras el ruido de cubiertos y vajilla tintineaba detrás de él, Oliver se fue del salón, con el estómago gruñendo, y volvió a su hueco. Para aislarse de los olores que hacían que su hambre se pronunciara aún más, se distrajo abriendo su maleta y sacando su única posesión, un libro sobre inventores. Un amable bibliotecario se lo había dado unos años atrás tras darse cuenta de que iba una y otra vez a leerlo. Ahora tenía las esquinas de las páginas dobladas y estaba deteriorado por los millones de veces que lo había hojeado. Pero no importaba las veces que lo leyera, nunca se aburría. Los inventores y los inventos le fascinaban. De hecho, una de las razones por las que Oliver no estaba tan triste por mudarse a este barrio de Nueva Jersey era porque había leído acerca de una fábrica que había por allí cerca donde un inventor llamado Armando Illstrom construyó algunas de sus mejores creaciones. A Oliver no le importaba que Armando Illstrom estuviera incluido en la sección de Inventores chiflados del libro, o que la mayoría de sus artilugios fallaran. Oliver aún lo encontraba muy inspirador, en especial su aparato de trampa cazabobos que estaba pensado para asustar a los mapaches. Oliver estaba intentando crear su propia versión para mantener a raya a Chris.

Justo entonces, oyó el ruido del tintineo de los cubiertos procedente de la cocina. Alzó la vista y vio a su familia sentada a la mesa, preocupados por su cena, y a Chris sorbiendo la ración de Oliver.

Oliver frunció el ceño ante aquella injusticia y, discretamente, sacó las piezas de su invento de su maleta y las colocó en el suelo delante de él. La trampa cazabobos estaba a medio completar. Tenía un mecanismo parecido a un tirachinas, que se pondría en marcha al pisar con el pie una palanca y catapultaría bellotas en la cara del intruso. Evidentemente, la versión de Armando era para un mapache, así que Oliver había tenido que aumentarla para que se adecuase a las dimensiones mucho más grandes de su hermano, y había tenido que sustituir las bellotas por la única cosa que tenía a mano, que era una figurita de plástico de un soldado. Había conseguido construir la mayor parte del mecanismo, además de la palanca. Pero cada vez que lo presionaba, no funcionaba. El soldado no salía lanzado. Se quedaba allí quieto, con la pistola preparada.

Con su familia distraída, Oliver se puso a trabajar en él. Expuso todas las piezas y colocó la trampa. Pero no podía entender por qué no funcionaba. Quizá, pensó, esta era la razón por la que a Armando Illstrom le consideraban un chiflado. Ninguno de sus inventos funcionaba muy bien. Si es que funcionaba.

Justo entonces, Oliver oyó que su familia empezaba a discutir. Cerró los ojos apretando con fuerza para aislarse, dejando que su mente lo llevara al lugar especial de sus sueños. Una vez más, estaba en una fábrica. Esta vez el aparato de trampa cazabobos estaba justo delante de él. Funcionaba a la perfección, catapultando bellotas a la izquierda, a la derecha y al centro. Pero Oliver no veía en qué se diferenciaba de su propia versión.

—Magia —dijo una voz tras él.

Oliver dio un salto. ¡Nunca había habido gente en la tierra de sus sueños!

Pero cuando miró detrás suyo, allí no había nadie. Dio vueltas sobre sí mismo, en busca del dueño de la voz, pero no pudo ver a nadie en absoluto.

Abrió los ojos y volvió al mundo real, al oscuro rincón de la sucia habitación que era su nuevo hogar. ¿Por qué narices su imaginación había evocado la magia como solución? La magia no era lo que más le gustaba. De haberlo sido, hubiera traído un libro de trucos, no un libro de inventores. A él le gustaban los inventos, las cosas sólidas, los artículos prácticos con un propósito. A él le gustaba la ciencia y la física, no las cosas intangibles y místicas.

Justo entonces, el olor de la cena llegó hasta él. Desde donde estaba en el suelo, Oliver no pudo evitar mirar hacia la mesa. Allí estaba Chris, con la mirada clavada en Oliver. Se metió una patata grande en la boca e hizo una amplia sonrisa mientras le caía la grasa hasta la barbilla.

Oliver le lanzó una mirada asesina y tuvo la sensación de que la ira lo invadía. ¡Esa patata era suya! Se apoderó de él una fuerte necesidad de ir hacia allí, barrer la mesa con el brazo y tirar al suelo todo lo que había en ella, con un fuerte estruendo. Ahora podía visualizarlo. ¡Sería una dulce victoria!

De repente, la sensación de ira de Oliver fue sustituida por algo diferente, algo nuevo que nunca antes había sentido. Con un zumbido, lo invadió una extraña calma, una rara sensación de seguridad. Y de golpe, un fuerte crujido procedente de la mesa retumbó. Una de sus patas se había partido justo por la mitad. La mesa se tambaleó, de repente, hacia un lado. Todos los platos empezaron a resbalar por ella, hasta llegar al final y hacerse añicos uno a uno en el suelo. El ruido fue espantoso.

Su padre y su madre chillaban, ambos asustados por el repentino giro de los acontecimientos. Cuando los guisantes y las patatas salieron volando por todas partes, se levantaron de sus sillas de un salto.

Estupefacto, Oliver también se puso de pie de un salto. ¿Había hecho él que esto sucediera? ¿Solo con su mente? ¡No podía ser!

Mientras su madre iba a toda prisa a la cocina, en busca de trapos para limpiar aquel desastre, su padre se arrodillaba para examinar la mesa.

—¡Qué baratija! —dijo bruscamente—. ¡La pata se ha partido por la mitad!

Desde la mesa, Chris tenía la mirada fija en Oliver. Hubiera partido la pata de la mesa con la mente o no, estaba claro que Chris culpaba a Oliver de ello.

Con la mirada clavada en Oliver, Chris se levantó poco a poco de la silla. De su regazo cayeron patatas y guisantes rodando hasta el suelo. Cada vez tenía la cara más roja. Apretó los puños con fuerza. Después, salió disparado como un cohete, pero con torpeza, hacia Oliver.

Oliver resopló y se dirigió rápidamente a la trampa cazabobos. Sus dedos se movían con rapidez para prepararlo.

—«¡Por favor, funciona! ¡Por favor, funciona!» —pensaba una y otra vez.

Todo parecía suceder como a cámara lenta. Chris se plantó amenazador ante Oliver. Oliver pisó con fuerza la palanca. Oliver seguía con su deseo de que la máquina funcionara, imaginando que el soldado volaba por los aires igual que había imaginado que los platos se estrellaban contra el suelo. Y entonces, como era de esperar, el mecanismo empezó a zumbar. El soldado salió disparado por los aires, dibujó un arco e impactó contra Chris con su rifle de plástico afilado, ¡justo en medio de los ojos!

El tiempo aceleró hasta lo normal. Oliver resopló, anonadado, casi sin poder creer que hubiera funcionado.

Chris estaba allí, perplejo. El soldado cayó al suelo. En medio de la frente de Chris había una pequeña marca roja, una heridita de la pistola de plástico duro.

—¡Enano tarado! —chilló Chris, frotándose la cabeza incrédulo—. ¡Me vengaré de esto!

Pero por primera vez en su vida, dudó. Parecía demasiado escarmentado como para acercarse a Oliver, para golpearle en la oreja o frotar los nudillos contra su cabeza. En su lugar, se echó hacia atrás como si tuviera miedo. A continuación, salió hecho una furia de la habitación y subió las escaleras. El ruido del portazo resonó en toda la casa.

Oliver se quedó con a boca abierta. ¡No podía creer que hubiera funcionado de verdad! No solo había hecho que su invento funcionara en el último segundo, ¡sino que literalmente había hecho caer la comida de Chris al suelo con su mente!

Se miró las manos. ¿Tenía algún tipo de poder? ¿Realmente existía algo como la magia? No podía empezar a creer de repente en ella por una pequeña experiencia. Pero en el fondo sabía que de algún modo era diferente, que tenía algún tipo de poder.

Con la mente dándole vueltas, volvió a su libro y leyó, por millonésima vez, el pasaje sobre Armando Illstrom. Gracias a su invento, Oliver había asustado a Chris por primera vez en su vida. Deseaba conocer a Armando Illstrom más que nunca. Yen realidad la fábrica no estaba tan lejos de su nueva escuela. Tal vez debería visitarlo mañana después de la escuela.

Pero seguramente él ahora sería un hombre muy mayor. Posiblemente tan mayor que ya habría pasado a mejor vida. Pensar eso entristecía a Oliver. Odiaría que su héroe hubiera muerto antes de que hubiera tenido ocasión de conocerlo, ¡y de agradecerle que inventara la trampa cazabobos!

Leyó de nuevo el pasaje sobre la serie de inventos fallidos de Armando. El pasaje enunciaba –en un tono bastante irónico, observó Oliver- que Armando Illstrom había estado a punto de inventar una máquina del tiempo cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Su fábrica fue a menos. Pero cuando terminó la guerra, Armando nunca intentó terminar su invento. Desde el principio, todos lo habían ridiculizado por intentarlo, llamándolo el Edison Menor. Oliver se preguntaba por qué Armando había parado. Seguro que no era porque unos inventores bravucones se habían reído de él.

Se le despertó el interés. Decidió que, al día siguiente, encontraría la fábrica. Y si Armando Illstrom todavía estaba vivo, le preguntaría, a la cara, qué había pasado con su máquina del tiempo.

Sus padres aparecieron por la esquina de la cocina, ambos cubiertos de comida.

—Nos vamos a la cama —dijo su madre.

—¿Y qué pasa con mis sábanas y mis cosas? —preguntó Oliver, mirando al hueco vacío.

Su padre suspiró.

—Supongo que quieres que vaya a buscarlas al coche, ¿verdad?

—Estaría bien —respondió Oliver—. Me gustaría dormir bien antes de ir mañana a la escuela.

La sensación de terror que sentía por el día de mañana empezaba a crecer, siendo un reflejo de la tormenta que se estaba formando. Ya podía decir que iba a pasar el peor día de su vida. Por lo menos, quería estar descansado para prepararse. Había tenido tantos horribles primeros días en escuelas nuevas, que estaba seguro de que mañana iba a ser otro para añadir a la lista.

Su padre salió de la casa caminando fatigosamente y de mala gana, una columna de aire se coló rugiendo cuando abrió la puerta. Volvió al cabo de unos segundos con una almohada y una sábana para Oliver.

—De aquí a dos días compraremos una cama —dijo, mientras le daba la ropa de cama a Oliver. Estaba fría por haber estado todo el día en el coche.

—Gracias —respondió Oliver, agradecido por esa mínima comodidad.

Sus padres se fueron, apagaron la luz al marcharse, sumergiendo a Oliver en la oscuridad. Ahora la única luz de la habitación venía de fuera, de una farola de la calle.

El viento empezó a rugir de nuevo y los cristales de las ventanas traqueteaban. Oliver veía que el tiempo estaba alborotándose, que había algo raro en el aire. En la radio había oído que se acercaba una tormenta nunca vista. No podía evitar emocionarse por ello. La mayoría de niños tendrían miedo de una tormenta, pero Oliver solo tenía miedo de su primer día en su nueva escuela.

Fue hacia la ventana y apoyó los codos en el alféizar, tal y como había hecho antes. El cielo estaba casi completamente oscuro. Un árbol larguirucho se movía con el viento, doblado hacia un lado de forma pronunciada. Oliver se preguntaba si podría quebrarse. Ahora podía imaginarlo, la fina corteza se partía, el árbol salía lanzado hacia el aire y se lo llevaban por el viento extremo.

Y entonces fue cuando los vio. Justo cuando estaba cambiando a su estado de ensoñación, vio a dos personas que estaban al lado del árbol. Una mujer y un hombre que se parecían extraordinariamente a él, tanto que podrían confundirse con sus padres. Tenían caras amables y le sonreían mientras se daban las manos.

Oliver se apartó de la ventana de un saltó, sorprendido. Por primera vez, se dio cuenta de que ninguno de sus padres se parecía nada a él. Los dos tenían el pelo oscuro y los ojos azules, como Chris. Oliver, por otro lado, tenía la combinación más extraña de pelo rubio y ojos marrones.

De repente, Oliver se preguntó si sus padres no eran realmente sus padres. ¿Quizá fuera por eso por lo que lo odiaban tanto? Miró por la ventana pero las dos personas ya no estaban. Solo eran productos de su imaginación. Pero parecían muy reales. Y muy familiares.

—«Una ilusión» —concluyó Oliver.

Oliver se sentó recostado en la fría pared, acurrucado en el hueco que era su nueva habitación y se tapó con las sábanas. Se llevó las rodillas al pecho, las sujetó con fuerza y una repentina sensación extraña le golpeó, un momento de comprensión, de claridad –acerca de que todo estaba a punto de cambiar.




CAPÍTULO DOS


Oliver despertó con una sensación de inquietud. Le dolía todo el cuerpo de dormir sobre el suelo duro. Las sábanas no habían sido lo suficientemente gruesas para evitar que el frío le llegara a los huesos. Estaba sorprendido de haber podido dormir algo, teniendo en cuenta lo nervioso que estaba por su primer día de escuela.

La casa estaba muy silenciosa. Nadie más estaba despierto. Oliver se dio cuenta de que, en realidad, se había despertado más pronto de lo necesario gracias al apagado amanecer que se colaba por la ventana.

Se levantó y echó un vistazo por la ventana. El viento había causado estragos durante la noche, había tumbado vallas y buzones y había tirado basura por las aceras. Oliver miró hacia el árbol larguirucho y torcido donde había tenido la visión de la afable pareja la noche anterior, los que se parecían tanto a él y que le hicieron preguntarse si, tal vez, él no era para nada familia de los Blues. Negó con la cabeza. Solo son ilusiones por su parte, razonó. ¡Cualquiera que tuviera a Chris Blue como hermano mayor soñaría con no estar relacionado con él de verdad!

Como sabía que tenía un poco más de tiempo antes de que despertara su familia, Oliver dejó la ventana y fue hasta su maleta. La abrió y miró todos los engranajes y alambres, las palancas y los interruptores de dentro, que había acumulado para sus inventos. Se sonrió a sí mismo al mirar el tirachinas cazabobos que había usado el día anterior con Chris. Pero este solo era uno de los muchos inventos de Oliver y no era el más importante, ni de lejos. El invento definitivo de Oliver era algo un poco más complejo y muchísimo más importante –pues Oliver estaba intentando inventar un modo de hacerse invisible.

En teoría, era posible. Había leído sobre ello. En realidad, solo eran necesarios dos elementos. El primero era desviar la luz alrededor del objeto para que no pudiera hacer sombra, parecido al modo en el que el agua de la piscina desviaba la luz y hacía que los nadadores que estaban dentro se vieran extrañamente bajitos. El segundo elemento necesario para la invisibilidad consistía en eliminar el reflejo del objeto.

Sobre el papel parecía muy sencillo, pero Oliver sabía que existía una razón por la que nadie lo había conseguido todavía. Sin embargo, eso no iba a impedir que lo intentara. Lo necesitaba para huir de su miserable vida y no importaba el tiempo que le costara llegar hasta ahí.

Fue hasta su maleta y sacó todos los trozos de tela que había acumulado en busca de algo con propiedades refractivas negativas. Desafortunadamente, todavía no había encontrado la tela adecuada. Después sacó todos los rollos de alambre fino que necesitaría para hacer microondas magnéticas para curvar la luz de forma natural. Desgraciadamente, ninguno de ellos eran suficientemente finos. Para funcionar, los rollos tendrían que tener un ancho menor a cuarenta nanómetros, lo que era un ancho tan pequeño que era inviable que la mente humana lo concibiera. Pero Oliver sabía que alguien, en algún lugar, algún día, tendría una máquina que hiciera los alambres suficientemente finos y las telas suficientemente refractivas.

Justo entonces, oyó que el despertador de sus padres tintineaba en el piso de arriba. Rápidamente, guardó todas sus cosas, pues sabía de sobra que a continuación irían a despertar a Chris y que si lo que estaba intentando hacer llegaba alguna vez a oídos de Chris, este destrozaría todo su duro trabajo.

Entonces a Oliver le rugió el estómago y le recordó que el abuso y el tormento de Chris estaban a punto de empezar de nuevo, y que era mejor que tuviera algo de comida dentro antes de que lo hicieran.

Pasó por delante de la mesa del comedor, todavía rota, y fue a la cocina. La mayoría de los armarios estaban rotos. La familia todavía no había tenido la ocasión de ir a hacer la compra para la nueva casa. Pero Oliver encontró una caja de cereales que había venido en la mudanza y en la nevera había leche fresca, así que rápidamente preparó un bol y lo devoró. Justo a tiempo también. Unos segundos más tarde, sus padres aparecieron en la cocina.

—¿Café? —le preguntó su madre a su padre, con cara de sueño y el pelo enredado.

Su padre sencillamente gruñó un sí. Miró la mesa rota y, con un fuerte suspiro, fue a buscar cinta de embalar. Se puso a arreglar la pata de la mesa, con un gesto de dolor mientras lo hacía.

—Es esa cama —se quejó mientras trabajaba—. Está torcida. Y el colchón está lleno de bultos —Se frotó la espalda para recalcar lo que decía.

Oliver sintió una ola de rabia. ¡Por lo menos su padre había dormido en una cama! ¡Era él el que había tenido que dormir sobre unas sábanas en un rincón! La injusticia le escocía.

—No tengo ni idea de cómo voy a sobrevivir un día entero en el servicio telefónico de atención al cliente —añadió la madre de Oliver, viniendo con el café. Lo colocó encima de la mesa provisionalmente arreglada.

—¿Tienes un trabajo nuevo, mamá? —preguntó Oliver.

Mudarse de casa todo el tiempo hacía imposible que sus padres conservaran un trabajo de jornada completa. Cuando estaban en el paro, las cosas en casa eran más duras. Pero si su madre estaba trabajando eso significaba mejor comida, mejor ropa y calderilla para comprar más chismes para sus inventos.

—Sí —dijo, soltando una sonrisa forzada—. Papá y yo, los dos. Pero son muchas horas. Hoy es un día de prueba pero, después de esto, haremos el último turno. Así que no estaremos aquí después de la escuela. Pero Chris cuidará de ti, así que no hay nada de lo que preocuparse.

Oliver sintió cómo se le encogía el estómago. Preferiría que Oliver no estuviera en la ecuación para nada. Él era perfectamente capaz de cuidar de sí mismo.

Como convocado al mencionar su nombre, Chris entró de un salto de repente en la cocina. Era el único Blue que parecía renovado esa mañana. Se estiró y soltó un bostezo exagerado, mientras su camiseta se subía por encima de su barriga redonda y rosada.

—Buenos días, mi maravillosa familia —dijo con su sonrisa sarcástica. Rodeó a Oliver con un brazo y le hizo una llave de cabeza astutamente enmascarada como cariño de hermano—. ¿Cómo estás, enano? ¿Con ganas de ir a la escuela?

Chris lo sujetaba con tanta fuerza que Oliver apenas podía respirar. Como siempre, sus padres parecían ajenos al acoso.

—Estoy… impaciente… —consiguió decir.

Chris soltó a Oliver y tomó un asiento a la mesa delante de su padre. Su madre trajo de tostadas con mantequilla de la encimera. Lo colocó en el centro de la mesa. El padre cogió una rebanada. Entonces Chris se inclinó hacia delante y cogió el resto, sin dejar nada para Oliver.

—¡EH! —gritó Oliver—. ¿Lo habéis visto?

Su madre miró el plato vacío y soltó uno de sus exasperados suspiros. Miró al padre como si esperara que él se metiera y dijera algo. Pero su padre solo encogió los hombros.

Oliver apretó los puños. Era muy injusto. Si él no se hubiera anticipado a un suceso así, se hubiera perdido otra comida gracias a Chris. Le enfurecía que ninguno de sus padres nunca le defendiera, o que nunca pareciera darse cuenta de lo a menudo que él tenía que quedarse sin por culpa de Chris.

—¿Iréis juntos andando a la escuela? —preguntó la madre, claramente intentando desviar el tema.

—No puedo —dijo Chris con la boca llena. La mantequilla se escurría por su barbilla—. Si me ven con un empollón, nunca haré amigos.

Su padre levantó la cabeza. Por un segundo, parecía que estaba a punto de decir algo a Chris, de reñirlo por insultar a Oliver. Pero después claramente cambió de opinión, pues simplemente suspiró con poca energía y dejó caer la mirada de nuevo a la mesa.

Oliver apretó los dientes, intentando mantener a raya su creciente ira.

—No me importa —dijo entre dientes, lanzando una mirada asesina a Chris—. Preferiría no estar a menos de treinta metros de ti, de todas formas.

Chris dejó ir una maliciosa risa de perro.

—Chicos… —advirtió su madre con una voz más mansa que nunca.

Chris sacudió su puño hacia Oliver, lo que indicaba con bastante claridad que más tarde volvería a por él.

Al terminar el desayuno, la familia se preparó rápidamente y se marcharon de casa para empezar sus respectivos días.

Oliver observó cómo sus padres entraban en su coche maltrecho y se marchaban. Después se marchó ofendido sin decir una palabra más, con las manos en los bolsillos y el ceño fruncido. Oliver sabía lo importante que era para Chris dejar claro que no había que molestarlo. Esta era su armadura, la forma en la que él se enfrentaba a presentarse en una escuela nueva cuando hacía seis semanas que había empezado el curso. Por desgracia para Oliver, él era demasiado delgado y demasiado bajito para ni tan solo intentar cultivar una imagen así. Su apariencia no hacía más que incrementar lo que ya llamaba la atención.

Chris se fue hecho una furia hasta desaparecer de la vista de Oliver, dejándolo solo andando por las calles desconocidas. No fue el paseo más agradable de la vida de Oliver. El barrio era duro, con un montón de perros furiosos ladrando tras vallas de alambre, y coches ruidosos y destartalados que giraban violentamente en las calles llenas de baches sin tener en cuenta a los niños que cruzaban.

Cuando el Campbell Junior High se alzó amenazador ante él, Oliver sintió que un escalofrío lo recorría. Era un lugar de aspecto horrible hecho de ladrillos grises, completamente cuadrado y con una fachada castigada por el clima. No había ni tan solo hierba sobre la que sentarse, solo un gran patio de asfalto con aros de baloncesto rotos a cada lado. Los niños se daban empujones los unos a los otros, peleando por la pelota. ¡Y el ruido! Era ensordecedor, de discusiones a cantos, de gritos a parloteo.

Oliver deseaba dar la vuelta e irse corriendo por donde había venido. Pero se tragó su miedo y ando, con la cabeza baja y las manos en el bolsillo, a través del patio y de las grandes puertas de cristal.

Los pasillos del Campbell Junior High estaban oscuros. Olían a lejía, a pesar de que parecía que no los habían limpiado en una década. Oliver vio un letrero hacia la zona de recepción y lo siguió, pues sabía que tendría que darse a conocer a alguien. Cuando la encontró, dentro había una mujer con un aspecto aburrido y enfadado, con las luchas largas y rojas y escribiendo en un ordenador.

—Perdone —dijo Oliver.

No respondió. Él se aclaró la voz y lo intentó de nuevo, un poco más alto.

—Perdone. Soy un alumno nuevo, empiezo hoy.

Por fin, movió sus ojos del ordenador a Oliver. Entrecerró los ojos.

—¿Un alumno nuevo? —preguntó, con una mirada de sospecha en la cara—. Estamos en octubre.

—Lo sé —respondió Oliver. No hacía falta que se lo recordaran—. Mi familia se acaba de mudar aquí. Me llamo Oliver Blue.

Lo contempló en silencio durante un largo momento. Después, sin decir ni palabra, volvió de nuevo su atención al ordenador y empezó a escribir. Sus largas uñas repiqueteaban contra las teclas.

—¿Blue? —dijo—. Blue. Blue. Blue. Oh, aquí. Christopher John Blue. Octavo curso.

—Oh, no, ese es mi hermano —respondió Oliver—. Yo soy Oliver. Oliver Blue.

—No veo a ningún Oliver –respondió débilmente.

—Bueno… aquí estoy —dijo Oliver, sonriendo débilmente—. Debería estar en la lista. En algún sitio.

La recepcionista parecía extremadamente poco impresionada. Todo ese debacle no le estaba ayudando a él lo más mínimo con sus nervios. Ella volvía a escribir y soltó un largo suspiro.

—Bueno. Aquí está. Oliver Blue. Sexto curso —Se giró en su silla giratoria y dejó una carpeta con documentación encima de la mesa—. Tienes tu horario, mapa, contactos útiles, etcétera, todo está aquí —Le dio un golpecito sin muchas ganas con una de sus uñas rojas y brillantes—. Tu primera clase es inglés.

—Perfecto —dijo Oliver, cogiendo la carpeta y metiéndosela bajo el brazo—. Se me da bien.

Sonrió para evidenciar que había hecho una broma. La recepcionista torció un poco un lado del labio hacia arriba, solo un poquito, en una expresión que podría haber parecido diversión. Se dio cuenta de que no tenían nada más que decirse y notó que a la recepcionista le gustaría mucho que se fuera, así que Oliver salió de la habitación cogiendo con fuerza su carpeta.

Una vez en el pasillo, la abrió y empezó a estudiar el mapa, en busca del aula de inglés y de su primera clase. Estaba en el tercer piso, así que Oliver fue en dirección a las escaleras.

Allí, los chicos que se daban empujones parecían hacerlo más. Oliver se dejó llevar dentro de un mar de cuerpos, empujado hacia las escaleras por la multitud más que por su propia voluntad. Tuvo que abrirse camino a la fuerza dentro de aquel enjambre para salir al tercer piso.

Salió al pasillo del tercer piso respirando con dificultad. ¡Esa no era una experiencia que quisiera repetir varias veces al día!

Usando el mapa para que lo guiara, Oliver pronto encontró el aula de Inglés. Miró a través dela ventanilla cuadrada de la puerta. Ya estaba llena de alumnos. Sintió que el estómago le daba vueltas por la angustia al pensar en conocer a gente nueva, en que lo vieran, lo juzgaran y lo analizaran. Empujó el mango de la puerta y entró.

Evidentemente, tenía razón para asustarse. Lo había hecho las veces suficientes como para saber que todo el mundo miraría con curiosidad al niño nuevo. Oliver había tenido esa sensación más veces de las que quería recordar. Intentaba no mirar a nadie a los ojos.

—¿Quién eres tú? —dijo una voz ronca.

Oliver se giró y vio al profesor, un hombre mayor con el pelo asombrosamente blanco, que alzó la mirada de la mesa hacia él.

—Me llamo Oliver. Oliver Blue. Soy nuevo aquí.

El profesor frunció el ceño. Tenía los ojos negros, pequeños y brillantes. Se quedó mirando a Oliver durante un largo e incómodo rato. Evidentemente, eso no hizo más que acrecentar el estrés de Oliver, pues ahora incluso más compañeros se estaban fijando en él y muchos más entraban a raudales por la puerta. Un público más y más grande lo observaba con curiosidad, como si fuera una especie de espectáculo de circo.

—No sabía que tendría uno más —dijo por fin el profesor, con un aire de desprecio —Hubiera estado bien que me informaran—. Suspiró con poca energía, recordándole a Oliver a su padre—. Bueno, supongo que tendrás que sentarte.

Oliver fue a toda prisa hasta un asiento libre, sintiendo cómo todos lo seguían con la mirada. Él intentaba hacerse lo más pequeño posible, lo más invisible posible. Pero evidentemente destacaba como un pulgar irritado, por mucho que intentara esconderse. Al fin y al cabo, era el chico nuevo.

Ahora todos los asientos estaban llenos y el profesor empezó la clase.

—Seguiremos por donde lo dejamos en la última clase —dijo—. Las reglas gramaticales. ¿Alguien puede explicarle a Óscar de qué estábamos hablando?

Todo el mundo empezó a reírse por el error.

Oliver sintió que se le tensaba la garganta.

—Err, siento interrumpir, pero me llamo Oliver. No Óscar.

Al instante, la expresión del profesor se volvió enojada. Oliver supo de inmediato que no era el tipo de hombre que agradecía que le corrigieran.

—Cuando llevas sesenta y seis años viviendo con un nombre como Sr. Portendorfer —dijo el profesor fulminándolo con la mirada—, superas que la gente pronuncie mal tu nombre. Profendoffer. Portenworten. Lo he oído todo. ¡Así que te sugiero, Óscar, que seas menos preciso con tu nombre!

Oliver subió las cejas, aturdido y en silencio. Incluso el resto de sus compañeros parecía sorprendido por el arrebato, pues ni tan solo tenían una risita nerviosa. La reacción del Sr. Portendorfer estaba por encima de lo que cualquiera esperaba y que fuera dirigida a un chico nuevo lo hacía incluso peor. De la recepcionista cascarrabias al inestable profesor de inglés, ¡Oliver se preguntaba si había ni que fuera una única persona amable en toda la nueva escuela!

El Sr. Portendorfer empezó a hablar de forma monótona sobre pronombres. Oliver se agachó todavía más en su asiento, sintiéndose tenso e infeliz. Afortunadamente, el Sr. Portendorfer no se metió más con él, pero cuando sonó el timbre una hora más tarde, su reprimenda todavía sonaba en los oídos de Oliver.

Oliver caminaba fatigosamente por las aulas en busca de su clase de matemáticas. Cuando la encontró, se aseguró de ir directamente a la última fila. Si el Sr. Portendorfer no sabía que tenía un nuevo alumno, tal vez el profesor de matemáticas tampoco lo supiera. Tal vez podría ser invisible durante la siguiente hora.

Para alivio de Oliver, funcionó. Estuvo sentado, en silencio y anónimo, durante toda la clase, como un fantasma obsesionado con el álgebra. Pero Oliver pensaba que eso tampoco parecía la mejor solución a sus problemas. Pasar desapercibido era igual de malo que ser humillado en público. Le hacía sentir insignificante.

El timbre sonó de nuevo. Era la hora de comer, así que Oliver siguió su mapa hasta el comedor. Si el patio había sido intimidante, no era nada comparado con el comedor. Aquí, los chicos eran como animales salvajes. Sus voces estridentes hacían eco en las paredes, haciendo el ruido aún más insoportable. Oliver agachó la cabeza y fue a toda prisa hacia la cola.

Bam. De repente, chocó contra un cuerpo grande y ominoso. Lentamente, Oliver alzó la mirada.

Para su sorpresa, estaba mirando a la cara de Chris. A cada lado de él, en una especie de formación de flecha, había tres chicos y una chica con la misma cara enfurruñada. Amigotes fue la palabra que le vino a la mente a Oliver.

—¿Ya has hecho amigos? —dijo Oliver, intentando no parecer sorprendido.

Chris entrecerró los ojos.

—No todos somos friquis antisociales y perdedores —dijo.

Oliver se dio cuenta de que esa no iba a ser una interacción agradable con su hermano. Pero, por otra parte, nunca lo eran.

Chris miró a sus nuevos amigotes.

—Este es el mocoso de mi hermano, Oliver —anunció. Después soltó una carcajada—. Duerme en un hueco.

Sus nuevos amigos abusones también empezaron a reír.

—Aquí lo tenéis para hacerle dar vueltas, tirarle de los calzoncillos hacia arriba, llaves de cabeza y mi favorito —continuó Chris. Agarró a Oliver y le apretó sus nudillos contra la cabeza—. Los coscorrones.

Oliver se retorcía y revolcaba mientras Chris lo tenía agarrado. Atrapado en la horrible y dolorosa llave de cabeza, Oliver recordó sus poderes del día anterior, el momento en el que había roto la pata de la mesa y había mandado las patatas sobre el regazo de Chris. Si supiera cómo había reunido esos poderes, podría hacerlo ahora y liberarse. Pero no tenía ni idea de cómo lo había hecho. Lo único que había hecho era visualizar en su imaginación que la mesa se rompía, que el soldadito de plomo volaba por los aires. ¿Era eso lo único que hacía falta? ¿Su imaginación?

Ahora lo intentaba, se imaginaba a sí mismo peleando hasta librarse de Chris. Pero no sirvió de nada. Con todos los nuevos amigos de Chris mirando y riendo con regocijo, estaba demasiado sintonizado con la realidad de su humillación como para cambiar su mente a la imaginación.

Finalmente, Chris lo soltó. Oliver se tambaleó hacia atrás, frotándose su dolorida cabeza. Se aplanó el pelo con la mano, que se había quedado encrespado por la electricidad estática. Pero más que la humillación por el acoso de Chris, Oliver sentía el escozor de la decepción por fracasar en reunir sus poderes. Quizás todo lo de la mesa de la cocina fue solo una coincidencia. Quizá no tenía ningún poder especial después de todo.

La chica que se apoyaba sobre el hombro de Chris habló en voz alta.

—Estoy impaciente por conocerte mejor, Oliver —Lo dijo en una voz amenazante que Oliver entendió que quería decir justo lo contrario.

Había estado preocupado por los abusones. Evidentemente, debería haber previsto que el peor abusón de todos sería su hermano.

Oliver se abrió camino entre Chris y sus nuevos amigos a empujones y se dirigió a la cola de la comida. Con un suspiro triste, cogió un sándwich de queso de la nevera y se fue, hecho polvo, hacia el baño. El cubículo del lavabo era el único lugar en el que se sentía a salvo.



***



La siguiente clase de Oliver después de la comida era ciencias. Deambuló por los pasillos en busca del aula correcta, con el estómago revuelto por la certeza de que sería tan mala como sus dos primeras clases.

Cuando encontró el aula llamó a la puerta. La profesora era más joven de lo que él esperaba. Los profesores de ciencias, según su experiencia, acostumbraban a ser mayores y algo raro, pero la Sra. Belfry parecía completamente cuerda. Tenía el pelo largo, liso y castaño claro, que era casi del mismo color que su vestido de algodón y su chaqueta de punto. Se giró cuando lo oyó llamar y sonrió, mostrando unos hoyuelos en las mejillas y le hizo señas para que entrara.

—Hola —dijo la Sra. Belfry sonriendo—. ¿Tú eres Oliver?

Oliver asintió. Aunque era el primero en estar allí, de repente se sintió muy tímido. Por lo menos, parecía que esta profesora lo esperaba. Eso era un alivio.

—Encantada de conocerte —dijo la Sra. Belfry, alargando la mano para dársela.

Todo era muy formal, pero para nada lo que esperaba Oliver teniendo en cuenta lo que había experimentado en el Campbell Junior High hasta el momento. Pero le dio la mano. Tenía una piel muy cálida y su conducta amable y respetuosa le ayudó a sentirse a gusto.

—¿Tuviste ocasión de leer un poco? —preguntó la Sra. Belfry.

Oliver abrió los ojos como paltos y sintió un pequeño ataque de pánico en el pecho.

—No sabía que había que leer algo.

—No pasa nada —dijo la Sra. Belfry para tranquilizarlo, sonriendo con su amable sonrisa—. No hay de qué preocuparse. Este trimestre estamos aprendiendo acerca de científicos y algunos personajes históricos importantes —Señaló hacia un retrato en blanco y negro que había en la pared—. Este es Charles Babbage, inventó la…

—… calculadora —terminó Oliver.

La Sra. Belfry sonrió y aplaudió.

—¿Ya lo sabías?

Oliver asintió.

—Sí. Y a menudo se le atribuye ser el padre del ordenador, pues fueron sus diseños los que llevaron a su invención —Miró hacia la siguiente retrato que había en la pared—. Y ese es James Watt —dijo—. El inventor de la máquina de vapor.

La Sra. Belfry asintió. Parecía entusiasmada.

—Oliver, ya puedo decirte que vamos a llevarnos estupendamente.

Justo entonces, se abrió la puerta y entraron los compañeros de Oliver a raudales. Tragó saliva, su ansiedad había vuelto en una enorme avalancha.

—¿Por qué no te sientas? —sugirió la Sra. Belfry.

Él asintió y se apresuró a ir al asiento más cercano a la ventana. Si se complicaba todo mucho, como mínimo podría mirar hacia fuera e imaginarse en algún otro lugar. Desde allí, tenía una gran vista del barrio, de todos los trozos de basura y las hojas crujientes del otoño que se llevaba el viento. Las nubes allá arriba parecían incluso más oscuras que por la mañana. Esto no ayudaba a la sensación de premonición de Oliver.

El resto de los niños de la clase hacían mucho ruido y estaban muy alborotados. A la Sra. Belfry le llevó un buen rato tranquilizarlos para poder empezar la clase.

—Hoy seguiremos donde lo dejamos la semana pasada —dijo, teniendo que subir la voz para que la oyeran por encima del escándalo, se dio cuenta Oliver—. Con algunos increíbles inventores de la Segunda Guerra Mundial. Me pregunto si alguien sabe quién es.

Sujetó en alto una foto en blanco y negro de una mujer sobre la que Oliver había leído en su libro de inventores. Katharine Blodgett, que inventó la máscara antigás, la cortina de humo y el vidrio no reflejante que se usó en los periscopios submarinos en tiempos de guerra. Después de Armando Illstrom, Katharine Blodgett era una de las inventoras favoritas de Oliver, pues pensaba que todos los avances tecnológicos que había hecho en la Segunda Guerra Mundial eran fascinantes.

Justo entonces, se dio cuenta de que la Sra. Belfry lo estaba mirando expectante. Seguramente por la cara que ponía él podía decir que él sabía exactamente quién era la de la foto. Pero después de las experiencias de hoy, le daba miedo decir cualquier cosa en voz alta. Con el tiempo, su clase descubriría que era un empollón; Oliver no quería acelerar el proceso.

Pero la Sra. Belfry le hizo una señal con la cabeza, entusiasta y alentadora. Contra su propia convicción, abrió la boca.

—Es Katharine Blodgett —dijo, por fin.

La sonrisa de la Sra. Belfry estalló en su rostro, mostrando sus encantadores hoyuelos.

—Correcto, Oliver. ¿Puedes decir a la clase quién es? ¿Qué inventó?

Oliver oyó unas risitas por lo bajo detrás de él. Los niños ya se estaban dando cuenta de su condición de empollón.

—Fue una inventora durante la Segunda Guerra Mundial —dijo—. Creó montones de inventos importantes y útiles en tiempos de guerra, como los periscopios submarinos. Y las máscaras antigás, que salvaron la vida de muchas personas.

La Sra. Belfry parecía entusiasmada con Oliver.

—¡FRIQUI! —gritó alguien desde atrás.

—No, Paul, gracias —dijo la Sra. Belfry seriamente al chico que había gritado. Se dirigió hacia la pizarra y empezó a escribir acerca de Katharine Blodgett.

Oliver sonrió para sí mismo. Después del bibliotecario que le había regalado el libro de los inventores, la Sra. Belfry era la adulta más amable que jamás había conocido. Su entusiasmo era como un escudo a prueba de balas que Oliver podía ponerse sobre los hombros para parar las crueles palabras del resto de su clase. Se relajó en la clase, más a gusto de lo que había estado en días.



***



Más pronto de lo que esperaba, sonó el timbre anunciando el final del día. Todos salieron a toda prisa, corriendo y gritando. Oliver recogió sus cosas y fue hacia la salida.

—Oliver, estoy muy impresionada con tus conocimientos —dijo la Sra. Belfry cuando se encontró con él en el pasillo—. ¿Dónde aprendiste acerca de todas estas personas?

—Tengo un libro —explicó él—… Me gustan los inventores. Yo quiero serlo.

—¿Haces tus propios inventos? —preguntó, al parecer entusiasmada.

Él dijo que sí con la cabeza pero no dijo nada sobre su capa de invisibilidad. ¿Y si ella pensaba que era absurdo? No podría soportar ver algo parecido a la burla en su cara.

—Creo que eso es fantástico, Oliver —dijo, asintiendo—. Es importante tener sueños que seguir. ¿Quién es tu inventor favorito?

Oliver recordó la cara de Armando Illstrom en la foto descolorida de su libro.

—Armando Illstrom —dijo—. No es muy famoso, pero inventó un montón de cosas chulas. Incluso intentó hacer una máquina del tiempo.

—¿Una máquina del tiempo? —dijo la Sra. Belfry, levantando las cejas—. Eso es fascinante.

Oliver asintió, se sentía más capaz de sincerarse gracias a su apoyo.

—Su fábrica está cerca de aquí. Pensaba en ir a visitarla.

—Debes hacerlo —dijo la Sra. Belfry, con su cálida sonrisa—. Mira, cuando yo tenía tu edad, me encantaba la física. Todos los otros niños se burlaban de mí, no entendían por qué quería hacer circuitos en lugar de jugar con las muñecas. Pero un día, mi físico favorito absoluto vino a la ciudad a grabar un capítulo de su programa de televisión. Fui hasta allí y después hablé con él. Me dijo que nunca abandonara mi pasión. Incluso aunque las otras personas me dijeran que era rara por interesarme por ello, si yo tenía un sueño, debía seguirlo. Si no hubiera sido por esa conversación, yo no estaría aquí hoy. Nunca subestimes lo importante que es recibir ánimo de alguien que lo da, especialmente cuando parece que nadie más lo hace.

Las palabras de la Sra. Belfry impactaron fuertemente a Oliver. Por primera vez ese día, se sentía optimista. Ahora estaba completamente decidido a encontrar la fábrica y ver a su héroe cara a cara.

—Gracias, Sra. Belfry —dijo, sonriéndole—. ¡Nos vemos en la siguiente clase!

Mientras se alejaba corriendo y dando saltitos, oyó que la Sra. Belfry gritaba:

—¡Sigue siempre tus sueños!




CAPÍTULO TRES


Oliver caminaba fatigosamente hacia la parada del autobús, luchando contra las ráfagas de viento. Su mente estaba centrada en su consuelo, en el único rayo de luz en este nuevo capítulo oscuro de su vida: Armando Illstrom. Si podía encontrar al inventor y a su fábrica, la vida sería por lo menos soportable. Quizás Armando Illstrom podría ser su aliado. Un hombre que alguna vez había intentado inventar una máquina del tiempo seguramente sería el tipo de persona que se llevaría bien con un chico que estaba intentando hacerse invisible. Seguramente él, de entre todos, podría manejar algunas de las idiosincrasias de Oliver. ¡Como mínimo, sería más empollón de lo que lo era Oliver!

Oliver rebuscó en su bolsillo y sacó el trozo de papel en el que había garabateado la dirección de la fábrica. Estaba más lejos de la escuela de lo que había pensado en un principio. Tendría que coger un autobús. Comprobó si tenía algo de cambio en el otro bolsillo y descubrió que le había sobrado lo justo de la comida para pagar el viaje. Aliviado y lleno de expectación, se dirigió hacia la parada del autobús.

Mientras esperaba el autobús, el viento rugía a su alrededor. Si empeoraba, no podría mantenerse recto. De hecho, la gente que pasaba por delante de él luchaban por mantenerse erguidos. Si no estuviera tan exhausto por su primer día en la escuela, esa visión le podría haber parecido divertida. Pero ahora estaba únicamente centrado en la fábrica.

Finalmente, llegó el autobús. Era una cosa vieja y destartalada que había conocido días mejores.

Oliver subió y pagó su billete y después tomó un asiento justo en la parte de atrás. Dentro del autobús olía a patatas fritas grasientas y a cebolla. A Oliver le rugió el estómago y le recordó que seguramente se perdería la cena que estaría esperándole en casa. Tal vez gastar el dinero en un autobús en lugar de en comida era una decisión estúpida. Pero encontrar la fábrica de Armando era el único rayo de luz en la, por otro lado, lúgubre existencia de Oliver. Si no lo hacía, ¿qué sentido tenía todo eso?

El autobús se sacudía y siseaba por las calles. Oliver miraba tristemente por la ventana las calles por las que iba pasando. Los cubos de la basura habían caído al suelo al suelo y algunos incluso patinaban por la calle, empujados por el viento. Las nubes allá arriba eran tan oscuras que casi eran negras.

Cada vez había menos casa y la vista desde su ventana era aún más desierta y ruinosa. El autobús se detuvo para dejar bajar a unos pasajeros y se detuvo de nuevo, esta vez para decir adiós a una madre cansada con su sollozante bebé. Después de varias paradas, Oliver se dio cuenta de que era la última persona que quedaba a bordo. El silencio se hacía inquietante.

Finalmente, el autobús pasó por delante de una parada con una señal oxidada y descolorida. Oliver se dio cuenta de que esta era su parada. Se levantó de un saltó y fue corriendo hacia la parte delantera del autobús.

—¿Puedo bajar, por favor? —dijo.

El conductor lo miró con los ojos tristes y vagos.

—Toca el timbre.

—Perdone, ¿quiere que…?

—Toca el timbre —repitió el conductor de manera monótona—. Si quieres bajar del autobús, tienes que tocar el timbre.

Oliver soltó un suspiro de exasperación. Apretó el botón del timbre. Se oyó un ring. Miró hacia el conductor, con las cejas levantadas a la expectativa—. ¿Y ahora puedo bajar?

—En la siguiente parada —dijo el conductor.

Oliver se enfureció más.

—¡Yo quería esa parada!

—Haber tocado antes el timbre —respondió el conductor de autobuses arrastrando vagamente sus palabras.

Oliver apretó los puños por la desesperación. Pero, por fin, notó que el autobús empezaba a frenar. Se detuvo al lado de una señal que era tan vieja que no era más que un cuadrado de óxido. La puerta se abrió chirriando.

—Gracias —murmuró Oliver al poco diligente conductor.

Bajó corriendo las escalerillas y saltó a la acera resquebrajada. Miró hacia la señal pero estaba demasiado oxidada como para leer algo. Solo podía descifrar algunas letras, escritas en aquella vieja fuente de los años 40 que fue tan popular durante la guerra.

Mientras el autobús se alejaba, soltando una nube de gases de escape, la sensación de soledad de Oliver empezó a intensificarse. Pero cuando los humos se dispersaron, un edificio con un aspecto muy familiar apareció ante él. ¡Era la fábrica del libro! ¡La verdadera fábrica de Armando Illstrom! La hubiera reconocido en cualquier lugar. La vieja parada de autobús debía haber servido a la fábrica durante su apogeo. En realidad, la cabezonería del conductor de autobús le había hecho un gran favor a Oliver, dejándolo en el lugar exacto en el que tenía que estar.

Solo que, al mirar de cerca la fábrica, Oliver se dio cuenta de que tenía un aspecto mucho peor por el desgaste. La gran fábrica rectangular lucía varias ventanas rotas. A través de ellas Oliver pudo ver que el interior estaba completamente oscuro. Parecía que dentro no había nadie en absoluto.

El miedo se apoderó de Oliver. ¿Y si Armando había fallecido? Un inventor que trabajara durante la Segunda Guerra Mundial ahora sería muy mayor, y las posibilidades de que hubiera muerto eran bastante altas. Si su héroe en efecto había muerto, entonces ¿de qué le quedarían ganas en esta vida?

Una sensación de desconsuelo abrumaba a Oliver mientras caminaba hacia el destartalado almacén. Cuanto más se acercaba, más podía ver. Todas las ventanas de la planta baja estaban selladas. Una enorme puerta de acero estaba asegurada a lo que él recordaba de la foto que era la gran entrada principal. ¿Cómo se suponía que iba a entrar?

Oliver empezó a rodear el exterior del edificio, caminando con dificultad entre enredos de ortigas y yedra que crecían alrededor del perímetro. Encontró una pequeña grieta en una de las ventanas selladas y miró dentro a través de ella, pero estaba demasiado sombrío como para ver algo. Continuó andando por el perímetro del edificio.

Cuando llegó a la parte de atrás, Oliver encontró otra puerta. Al contrario que las otras, esta no estaba sellada. De hecho, estaba parcialmente entornada.

Con el corazón en la boca, Oliver empujó la puerta. Sintió que se resistía a su fuerza y soltó el característico ruido fuerte y chirriante del metal oxidado. Oliver pensó que eso no era una buena señal mientras hacía un gesto de dolor ante el desagradable ruido. Si la puerta se usara ni que fuera de forma semifrecuente, no debería estar tan atascada por el óxido, ni hacer ese ruido.

Con la puerta abierta lo justo para que él se pudiera colar, Oliver calzó su cuerpo por el agujero y se metió de golpe en la fábrica. Sus pasos resonaron al ser impulsado unos cuantos pasos hacia delante por el esfuerzo de empujarse a sí mismo por el pequeño agujero.

Dentro del almacén, estaba negro como la boca del lobo y los ojos de Oliver todavía no se habían ajustado al repentino cambio de luz. Prácticamente ciego por la penumbra, Oliver notó que su sentido del olfato se intensificaba para compensar. Se dio cuenta de los hedores de polvo y metal, y del peculiar olor de un edificio abandonado.

Conteniendo el aliento, esperó a que sus ojos finalmente se adaptaran a la luz. Pero cuando lo hicieron, solo sirvió para que viera a pocos metros de su cara. Empezó a caminar con cuidado por la fábrica.

Oliver respiraba agitadamente por el asombro cuando se topó con un enorme artilugio de madera y metal, como una olla de cocina descomunal. Lo tocó por un lado y empezó a balancearse como un péndula en su marco de metal. También giró y a Oliver le hizo pensar que tenía algo que ver con mapear el sistema solar y el movimiento de los planetas a su alrededor, dando vueltas en varios ejes. Pero Oliver no tenía ni idea para qué servía realmente el artilugio.

Anduvo un poco más y encontró otro objeto de aspecto extraño. Consistía en una columna de metal pero con una especie de brazo dirigido de forma mecánica que salía por arriba y una garra en forma de mano al final. Oliver probó la rueda y el brazo empezó a moverse.

—«Igual que en las máquinas recreativas» —pensó Oliver.

Se movía como las que tienen brazos motorizados y una garra y con las que nunca podías coger un muñeco de peluche. Pero esta era mucho más grande, como si hubiera sido diseñada para mucho más que recoger objetos.

Oliver tocó cada uno de los dedos de la mano en forma de garra. Cada uno tenía el número exacto de articulaciones que tendría una mano de verdad, y cada parte se movía cuando la empujaba. Oliver se preguntó si Armando Illstrom había estado intentando hacer su propio robot, pero decidió que tenía más sentido que fuera un intento de autómata. Había leído sobre ellos; máquinas a cuerda con forma humana que podían realizar acciones específicas planeadas, como escribir a mano o con un teclado.

Oliver continuó andando. A su alrededor, grandes máquinas silenciosas e imponentes, como bestias gigantes congeladas en el tiempo. Estaban hechas de una combinación de materiales como la madera y el metal, y consistían de muchas partes diferentes, como engranajes y muelles, palancas y poleas. De ellas colgaban telarañas. Oliver probó algunos de los mecanismos, despertando a una variedad de insectos que se habían acomodado en las oscuras grietas de las máquinas.

Pero la sensación de asombro empezó a desvanecerse cuando Oliver empezó a darse cuenta, con una horrible sensación de desespero, de que en efecto la fábrica había sido abandonada. Y no hacía poco. Debería haber sido décadas atrás por el grosor de polvo que se veía y la acumulación de telarañas, por el modo en el que chirriaban los mecanismos y por la gran cantidad de bichos que se habían instalado en su interior.

Con una creciente sensación de angustia, Oliver recorrió a toda prisa el resto de la fábrica, echando un vistazo cada vez con menos esperanzas a las habitaciones laterales y por los pasillos oscuros. No había señales de vida.

Se quedó allí quieto, en el oscuro y vacío almacén, rodeado por las antiguallas de un hombre al que ahora sabía que no conocería. Él necesitaba a Armando Illstrom. Necesitaba al salvador que pudiera sacarlo de su tristeza. Pero solo había sido un sueño. Y ahora ese sueño estaba frustrado.



***



Durante todo el viaje en autobús de regreso a casa, Oliver se sintió herido y desanimado. Estaba demasiado abatido hasta para leer su libro.

Llegó a su parada de autobús y, al salir, se encontró con una noche lluviosa. La lluvia le golpeaba la cabeza y lo empavaba. Él apenas se daba cuenta por lo consumido que estaba por su pena.

Cuando llegó a su nueva casa, Oliver recordó que aún no tenía su propia llave. Entrar parecía un cruel golpe extra para un día ya desesperadamente triste. Pero no tenía elección. Llamó a la puerta y se preparó.

La puerta se abrió con un rápido movimiento. Allí, delante de él, estaba Chris con una sonrisa demoníaca.

—Llegas tarde a la cena —dijo, fulminándolo con la mirada y con destellos de placer detrás de sus ojos—. Mamá y papá están se están volviendo locos.

Detrás de Chris, Oliver podía oír la voz chillona de su madre.

—¿Es él? ¿Es Oliver?

Chris le respondió gritando por encima del hombro.

—Sí. Y parece una rata mojada.

Volvió a mirar a Oliver, su expresión era de alegría ante el enfrentamiento que se avecinaba. Oliver se abrió camino hacia dentro con un empujón y pasando por delante del cuerpo grande y gordo de Chris. De su ropa empapada salía un rastro de gotas, haciendo un charco bajo sus pies.

Su madre fue corriendo hacia el pasillo y se quedó en el otro extremo mirándolo fijamente. Oliver no podía decir si su expresión era alivio o rabia.

—Hola, mamá —dijo con resignación.

—¡Mírate! —exclamó ella—. ¿Dónde estabas?

Si era un alivio ver a su hijo otra vez en casa, ¿por qué a eso no lo seguía un abrazo o algo así? La madre de Oliver no daba abrazos.

—Tenía que hacer una cosa después de la escuela —respondió Oliver, evasivamente. Se quitó su suéter empapado.

—¿Una clase de empollones? —abrió la boca Chris. Después rio de forma estridente de su propio chiste.

Su madre extendió la mano para coger el suéter de Oliver.

—Dámelo. Tendré que lavarlo —Suspiró ruidosamente—. Ahora entra. Se te está enfriando la cena.

Acompañó a Oliver hasta la sala de estar. Inmediatamente, Oliver se dio cuenta de que habían revuelto las cosas en su hueco, que las habían movido. Al principio pensó que era porque habían traído un colchón hasta allí, y que lo habían tirado todo encima, pero después vio el tirachinas encima de su sábana. Al lado estaba su maleta, con las cerraduras rotas y la cubierta entreabierta. Y después vio horrorizado que todos los rollos para su capa de invisibilidad habían sido desparramados por el suelo y deformados, como si los hubieran pisoteado.

Oliver supo al instante que había sido cosa de Chris. Le lanzó una mirada asesina. Su hermano observaba su reacción a la expectativa.

—¿Lo has hecho tú? —preguntó Oliver.

Chris se metió las manos en los bolsillos y se meció hacia atrás sobre sus talones, en una imagen de inocencia.

—No tengo ni idea de qué estás hablando —dijo con una sonrisita reveladora.

Era la gota que colmaba el vaso. Después de todo lo que había sucedido en los dos últimos días, con la mudanza, la horrible experiencia en la escuela y la pérdida de su héroe, Oliver no tenía fuerzas para soportarlo. La rabia explotó en su interior. Antes de que tuviera ocasión de pensarlo, Oliver fue corriendo hacia Chris a toda velocidad.

Se estrelló fuerte contra su hermano. Chris apenas se tambaleó hacia atrás por la fuerza; era muy grande y estaba claro que esperaba que Oliver le atacara. Y era evidente que disfrutaba de los intentos de Oliver por enfrentarse a él, pues reía alocadamente. Era tan más grande que Oliver que lo único que tuvo que hacer fue colocar una mano en la cabeza de Oliver y empujarlo hacia atrás.

Desde la mesa de la cocina, su padre gritó:

—¡CHICOS! ¡DEJAD DE PELEAROS!

—Es Oliver —gritó Chris—. Me atacó sin razón.

—¡Sabes exactamente cuál es la razón! —exclamó Oliver, moviendo los puños en el aire, incapaz de llegar al cuerpo de Chris.

—¿Yo pisoteando tus rollitos raros? —dijo Chris entre dientes, lo suficientemente bajo para que ninguno de sus padres pudiera oírlo—. ¿O rompiendo tu estúpido tirachinas? ¡Eres un friqui, Oliver!

Oliver se había agotado luchando contra Chris. Se echó hacia atrás, respirando con dificultad.

—¡ODIO esta familia! —gritó Oliver.

Fue corriendo hasta su hecho, recogiendo todos los rollos dañados y los trozos rotos de alambre, las palancas partidas y el metal doblado y los tiró dentro de su maleta.

Sus padres vociferaban:

—¿Cómo te atreves? —gritó su padre.

—¡Ya te lo encontrarás! —chilló su madre.

—Ahora sí que la has liado —dijo Chris, sonriendo maliciosamente.

Mientras todos le estaban chillando, Oliver sabía que solo había un lugar al que podía escapar. El mundo de sus sueños, el lugar dentro de su imaginación.

Apretó con fuerza los ojos y silenció sus voces.

Entonces, de repente, estaba allí, en la fábrica. No en la que había visitado antes, que estaba llena de arañas, sino una versión limpia, donde todas las máquinas brillaban y relucían bajo luces brillantes.

Oliver estaba allí, mirando boquiabierto a la fábrica en su antiguo esplendor. Pero igual que en la vida real, Armando no estaba allí para recibirlo. Ningún aliado. Ningún amigo. Incluso en su imaginación, estaba completamente solo.



***



Hasta que todo el mundo no se había ido a la cama y la casa estaba completamente a oscuras, Oliver no se sintió capaz de ponerse a arreglar sus inventos. Quería ser optimista mientras trasteaba con todas las piezas, intentando hacer que encajaran. Pero era inútil. Todo había sido destruido. Todos los rollos y los alambres estaban dañados sin remedio. Tendría que empezar de nuevo.

Tiró todas las piezas dentro de su maleta y la cerró de golpe. Ahora que las dos cerraduras estaban rotas, la tapa rebotó antes de volver a caer de nuevo y se quedo entreabierta. Oliver suspiró profundamente y se dejó caer sobre su colchón. Se tapó la cabeza con la manta.

Debió ser por puro cansancio que Oliver pudo quedarse dormido aquella noche. Pero sí que durmió. Y mientras se quedaba dormido, Oliver empezó a soñar y se encontró delante de la ventana mirando hacia fuera al árbol larguirucho que estaba al otro lado de la calle. Allí estaban el hombre y la mujer que había visto la noche anterior, cogidos de la mano.

Oliver dio un golpe en la ventana.

—¿Quiénes sois? —gritó.

La mujer sonrió intencionadamente. Su sonrisa era amable, más bonita incluso que la de la Sra. Belfry.

Pero ninguno de ellos habló. Solo le miraban fijamente, sonriendo.

Oliver tiró de la ventana y la abrió.

—¿Quiénes sois? —gritó de nuevo, pero esta vez el viento ahogó su voz.

El hombre y la mujer estaban allí, callados, agarrados de las manos, con unas sonrisas cálidas y acogedoras.

Oliver empezó a trepar por la ventana. Pero mientras lo hacía, las siluetas parpadearon y se sacudieron, como si fueran hologramas y las bombillas estuvieran parpadeando. Estaban empezando a desaparecer.

—¡Esperad! —gritó él—. ¡No os vayáis!

Cayó de la ventana y fue a toda prisa al otro lado de la calle. A cada paso que daba él, se desvanecían más.

Cuando se acercó a ellos, apenas eran visibles. Alargó la mano hacia la de la mujer, pero la atravesó, como si fuera un fantasma.

—¡Por favor, decidme quiénes sois! —suplicó.

El hombre abrió la boca para hablar, pero el viento rugiente ahogó su voz. Oliver se desesperó.

—¿Quiénes sois? —volvió a preguntar, gritando para que se le oyera por encima del viento—. ¿Por qué me estáis vigilando?

El hombre y la mujer se estaban desvaneciendo rápidamente. El hombre habló de nuevo, y esta vez Oliver oyó un pequeño susurro.

—Tienes un destino…

—¿Cuál? —tartamudeó Oliver—. ¿A qué te refieres? No lo entiendo.

Pero antes de que alguno de los dos tuviera ocasión de volver a hablar, se desvanecieron por completo. Habían desaparecido.

—¡Volved! —exclamó Oliver al vacío.

Entonces, como si le estuviera hablando al vacío, oyó que la escasa voz de la mujer decía:

—Tú salvarás a la humanidad.

Oliver parpadeó hasta abrir los ojos. Volvía a estar en la cama de su hueco, bañado en la luz pálida y azul que entraba por la ventana. Era por la mañana. Podía sentir como su corazón bombeaba con fuerza.

El sueño le había sacudido hasta la médula. ¿Qué habían querido decir con que tenía un destino? ¿Y con que salvaría a la humanidad? ¿Y quiénes eran aquel hombre y aquella mujer, de todos modos? ¿Productos de su imaginación o algo más? Era demasiado para comprenderlo.

Cuando la conmoción inicial por el sueño empezó a desaparecer, Oliver sintió que una nueva sensación se adueñaba de él. La esperanza. En algún lugar, en lo profundo de su ser, sentía que estaba a punto de experimentar un día trascendental, que todo estaba a punto de cambiar.




CAPÍTULO CUATRO


El buen humor de Oliver se acrecentó cuando se dio cuenta de que la primera clase del día era ciencias, y que eso significaba que podría ver de nuevo a la Sra. Belfry. Incluso mientras cruzaba el patio, agachándose para esquivar pelotas de baloncesto que sospechaba que iban intencionadamente dirigidas a su cabeza, la sensación de emoción de Oliver no hacía más que crecer.

Llegó a las escaleras y sucumbió a la fuerza de los niños, que lo empujaron como un surfista hasta arriba al cuarto piso. Entonces salió paso a empujones en el rellano y se dirigió a la clase.

Fue el primero. La Sra. Belfry ya estaba dentro, llevaba un vestido gris de lino y estaba preparando una fila de modelos a escala en la parte de delante de su mesa. Oliver vio que había un pequeño biplano, un globo aerostático, un cohete espacial y un avión moderno.

—¿Va sobre vuelo la clase de hoy? —preguntó.

La Sra. Belfry se sobresaltó, pues era evidente que no se había dado cuenta de que uno de sus alumnos había entrado.

—Ah, Oliver —dijo, sonriente—. Buenos días. Sí, así es. Pero supongo que tú ya sabes un par de cosas sobre este tipo de inventos.

Oliver asintió. Su libro de inventores tenía una sección entera sobre vuelo, desde los primeros globos inventados por los hermanos franceses Montgolfier, pasando por el primer aeroplano de los hermanos Wright hasta llegar a la ingeniería aeroespacial. Igual que el resto de las páginas del libro, había leído tantas veces esta sección que en su mayoría había aprendido de memoria.

La Sra. Belfry sonreía como si ya hubiese adivinado que Oliver sería una fuente de conocimiento sobre este tema en particular.

—Podrías ayudarme a explicar algo de física a los demás —le dijo.

Oliver se sonrojó mientras tomaba asiento. Odiaba hablar en voz alta delante de sus compañeros de clase, especialmente desde que ya era un sospechoso de empollón, y confirmarlo daba la sensación de que alardeaba más de lo que él realmente deseaba. Pero la Sra. Belfry tenía una manera de ser tranquilizadora, como si pensara que el conocimiento de Oliver era algo que debía celebrarse en lugar de ridiculizarse.

Oliver escogió una silla cerca de la parte delantera de la clase. Si es que se veía forzado a hablar en voz alta, prefería no tener treinta pares de ojos mirándolo embobado mientras lo hacía. Por lo menos, de esta forma solo sería consciente de los otros cuatro niños de la primera fila que lo mirasen.

Justo entonces, los compañeros de Oliver empezaron a entrar y a tomar asiento. El ruido en el aula empezó a intensificarse. Oliver nunca entendía cómo las otras personas tenían tanto de que hablar. Aunque él podría hablar sobre inventores e inventos eternamente, no había mucho más de lo que él sintiera la necesidad de hablar. Siempre le desconcertaba cómo las otras personas conseguían conversación tan fácilmente y cómo compartían tantas palabras sobre lo que, en su mente, parecía casi nada importante.

La Sra. Belfry empezó su clase, haciendo señales con las manos intentando que todos se callaran. Oliver se sentía muy mal por ella. Siempre parecía una batalla conseguir que los niños escucharan. Y ella era tan dulce y tenía la voz tan suave que nunca recurría a alzar la voz o a gritar, así que sus intentos por hacer callar a todo el mundo tardaban un buen rato en funcionar. Pero, finalmente, el parloteo empezó a desvanecerse.

—Niños —empezó la Sra. Belfry—, hoy tengo un problema que necesita solución —Levantó un palito de helado—. Me pregunto si alguien puede decirme cómo hacerlo volar.

Una ola de alboroto recorrió el aula. Alguien gritó:

—¡Láncelo!

La Sra. Belfry hizo lo que sugirieron. El palito de helado viajó menos de un metro antes de caer al suelo.

—Mmm, no sé vosotros, chicos —dijo la Sra. Belfry—, pero a mí me parece que sencillamente ha caído. Lo que yo quiero es que vuele. Que se eleve en el aire, no que caiga en picado al suelo.

Paul, el que se burló de Oliver en la clase anterior, hizo la siguiente sugerencia:

—¿Por qué no prueba con una goma elástica? Como un tirachinas.

—Esa es una buena idea —dijo la Sra. Belfry asintiendo—. Pero hay algo que no os he dicho. Este palito en realidad mide tres metros.

—¡Entonces hay que hacer un tirachinas de tres metros! —gritó alguien.

—¡O ponerle un lanzacohetes! —se metió otra voz en la conversación.

La clase empezó a reír. Oliver se movía en su asiento. Él sabía exactamente cómo podía volar el palito de helado. Todo se reducía a la física.

La Sra. Belfry consiguió que la clase se calmara de nuevo.

—Este es exactamente el problema al que se enfrentaron los hermanos Wright cuando estaban intentando crear el primer aeroplano. Cómo imitar el vuelo de los pájaros. Cómo convertir esto —sujetó el palito de forma horizontal— en alas que puedan aguantar el vuelo. Así que ¿alguien sabe cómo lo hicieron?

Inmediatamente fijó la mirada en Oliver. Él tragó saliva. Por mucho que deseara no hablar en voz alta, otra parte de él deseaba desesperadamente demostrarle a la Sra. Belfry lo inteligente que era.

—Tiene que crear sustentación —dijo en voz baja.

—¿Cómo dijiste? —dijo la Sra. Belfry, aunque Oliver sabía de sobra que lo había oído a la perfección.

—Con reticencia, habló un poco más alto.

—Tiene que crear sustentación.

En cuanto terminó de hablar, Oliver sintió que se le sonrojaban las mejillas. Notó el cambio en el aula, la tensión de los otros alumnos a su alrededor. Demasiada para no tener treinta pares de ojos mirándolo embobados; Oliver casi podía sentir cómo le quemaban en la espalda.

—¿Y qué es exactamente la sustentación? —continuó la Sra. Belfry.

Oliver se mojó sus secos labios y se tragó la angustia.

—Sustentación es el nombre de la fuerza que contrarresta la gravedad. La gravedad siempre está atrayendo objetos al centro de la tierra. La sustentación es la fuerza que la contrarresta.

Desde algún lugar por allí atrás, oyó la voz de Paul en un susurro y gimiendo en tono de burla imitándolo:

—La sustentación lo contrarresta.

Una risita nerviosa se extendió entre los alumnos que había detrás de él. Oliver sintió que los músculos se le tensaban como defensa en respuesta.

La Sra. Belfry estaba claramente ajena a la burla silenciosa que estaba sufriendo Oliver.

—Mmm —dijo, como si esto fuera nuevo para ella—. Parece complicado. ¿Contrarrestar la gravedad? ¿Eso no es imposible?

Oliver se movía incómodamente en su asiento. En realidad, quería dejar de hablar, tener un pequeño descanso de los susurros. Pero era evidente que nadie más conocía la respuesta, y la Sra. Belfry lo estaba mirando con su mirada centelleante y alentadora.

—Para nada —respondió Oliver, mordiendo el anzuelo—. Para crear sustentación lo único que tienes que hacer es cambiar la rapidez con la que el aire fluye alrededor de algo, que puedes hacerlo sencillamente cambiando la forma del objeto. Así que el palito de helado solo necesita una cuña en el lado superior. Eso significa que mientras el palito avanza el aire que fluye por encima y por debajo de él tiene trayectorias con diferentes formas. Por encima del lado abultado del ala la trayectoria es curva, mientras que por debajo del ala, la trayectoria es plana y continua.

Oliver terminó de hablar e inmediatamente apretó los labios. No solo había contestado la pregunta, había ido más allá en la explicación. Se había dejado llevar y ahora se iban a burlar de él sin piedad. Se preparó.

—¿Podrías dibujárnoslo? —preguntó la Sra. Belfry.

Le tendió un rotulador de pizarra a Oliver. Él lo miró con los ojos abiertos como platos. Hablar era una cosa, ¡pero estar delante de todo el mundo como un blanco era otra muy distinta!

—Preferiría no hacerlo —murmuró por un lado de la boca.

Vio un destello de comprensión en la expresión de la Sra. Belfry. Debía haberse dado cuenta de que lo había presionado hasta el límite de su zona de confort, incluso más allá de la misma, y que lo que le estaba pidiendo ahora era algo imposible.

—De hecho —dijo—, ¿quizás a alguien le gustaría intentar dibujar lo que Oliver explicó?

Samantha, una de las chicas atrevidas que quería llamar la atención, se levantó de un salto y le quitó el rotulador a la Sra. Belfry. Fueron juntas hacia la pizarra y la Sra. Belfry ayudó a Samantha a dibujar un diagrama de lo que Oliver estaba describiendo.

Pero en cuanto la Sra. Belfry se puso de espaldas, Oliver sintió que algo le golpeaba detrás de la cabeza. Se giró y vio una bola de papel arrugado en sus pies. Se agachó y lo cogió, pero no quería abrirlo porque sabía que dentro habría una nota cruel.

—Eh… —dijo Paul entre dientes—. No me ignores. ¡Lee la nota!

Con tensión, Oliver abrió la bola de papel que tenía en las manos. La aplanó sobre la mesa que tenía delante. Las palabras «¿Sabes qué más puede volar?» estaban escritas con una horrible letra ininteligible.

Justo entonces, notó otra cosa que le golpeaba la cabeza. Otra bola de papel. Seguida de otra, y otra y otra.

—¡EH! —gritó Oliver, levantándose de golpe y girándose enfadado.

La Sra. Belfry también se giró. Frunció el ceño al ver la escena que tenía delante.

—¿Qué está pasando? —preguntó.

—Solo intentábamos encontrar cosas que volaran —dijo Paul inocentemente—. Una debe haber chocado contra Oliver por accidente.

La Sra. Belfry parecía escéptica.

—¿Oliver? —preguntó, dirigiendo la mirada hacia él.

Oliver volvió a sentarse en su silla y se agachó.

—Es verdad —murmuró.

Para entonces, la escandalosa Samantha ya había terminado su diagrama y la Sra. Belfry pudo dirigir de nuevo su atención a la clase. Señaló hacia la pizarra, donde ahora había el diagrama de un ala, no recta sino curva como una lágrima alargada hacia un lado. Dos líneas de puntos indicaban las trayectorias del aire pasando por encima y por debajo del ala. El flujo de aire que pasaba por encima del ala abultada parecía diferente en comparación con el flujo que iba directamente por debajo.

—¿Así? —dijo la Sra. Belfry—. Pero todavía no entiendo cómo esto produce la sustentación.

Oliver sabía de sobra que la Sra. Belfry lo sabía todo, pero al haber sido bombardeado por bolas de papel se sentía reticente a hablar de nuevo.

Entonces se dio cuenta de algo. Nada de lo que hiciera iba a parar la burla. O se quedaba allí callado en silencio y se metían con él por no hacer nada, o hablaba y se metían con él por su inteligencia. Entonces se dio cuenta de cuál de las dos prefería.

—Como el aire, de esta forma, sigue diferentes trayectorias, crea una fuerza hacia abajo —explicó—. Y si tomamos la tercera ley del movimiento de Isaac Newton –para cada reacción existe una reacción igual y opuesta- veréis que la reacción que resulta de esa fuerza, de la fuerza hacia abajo, es que el aire que viaja debajo del ala crea sustentación.

Cruzó los brazos y volvió a sentarse en la silla.

La Sra. Belfry parecía victoriosa.

—eso está muy bien, Oliver.

Fue hasta el dibujo y añadió unas flechas. Oliver sintió que una bola de papel chocaba contra su cabeza, pero esta vez ni tan solo reaccionó. Ya no le preocupaba lo que sus compañeros de clase pensaran de él. De hecho, sencillamente estaban celosos de que él fuera tan inteligente y supiera cosas tan chulas como las leyes de la física de Isaac Newton, cuando ellos lo único que sabían hacer era arrugar una bola de papel y tirarla a la cabeza de alguien.

Cruzó los brazos con más fuerza y, ignorando las bolas de papel que le golpeaban la cabeza, se concentró en la imagen de la Sra. Belfry. Estaba dibujando una flecha que señalaba hacia abajo. A su lado escribió «fuerza hacia abajo». La otra flecha que había dibujado señalaba hacia arriba con la palabra «sustentación».

—¿Y qué pasa con los globos aerostáticos? —le retó una voz desde atrás—. No funcionan así, pero aun así vuelan.

Oliver se giró en su silla y buscó al propietario de la voz. Era un chico de aspecto gruñón –cejas oscuras y pobladas, hoyuelo en la barbilla- que se había unido a Paul en el lanzamiento de bolas de papel.

—Bueno, aquí entra una ley completamente diferente —explicó Oliver—. Funciona porque el aire caliente sube. Los hermanos Montgolfier, que inventaron el globo aerostático, se dieron cuenta de que si atrapas el aire dentro de una envoltura, como un globo, se vuelve flotante debido a la baja densidad del aire caliente de dentro comparado con el aire frío de fuera.

El chico parecía más furioso con la explicación de Oliver.

—Vale, ¿y qué pasa con los cohetes? —le retó—. No son flotantes o lo que sea lo que acabas de decir. Pero suben. Y vuelan. ¿Cómo funciona eso, sabelotodo?

Oliver sencillamente sonrió.

—Volvemos a la tercera ley del movimiento de Isaac Newton. Solo que esta vez la fuerza involucrada es la propulsión, no la sustentación. La propulsión es lo mismo que mueve un tren de vapor. Una gran explosión en un extremo produce una reacción contraria a la propulsión. Solo que con un cohete tiene que llegar hasta el espacio, así que la explosión tiene que ser realmente inmensa.

Oliver sentía que se emocionaba cuando hablaba de esas cosas. Aunque todos los chicos le estaban mirando como si fuera un bicho raro, a él no le importaba.

Se giró en su silla para mirar hacia delante. Allí, sonriendo con orgullo, estaba la Sra. Belfry.

—¿Y sabéis qué tenían en común todos estos inventores? —dijo—. ¿Los Montgolfiers y los Wrights y Robert Goddard, que lanzó el primer cohete de combustible líquido? Yo os lo diré. ¡Hicieron cosas que les habían dicho que eran imposibles! Sus inventos eran de locos. ¡Imaginad que alguien dijera que podríamos usar los mismos principios que las antiguas hondas chinas para lanzar a un hombre al espacio! ¡Y aún así han sido inventores revolucionarios, cuyos inventos han cambiado el mundo, y toda la trayectoria de la humanidad!

Oliver sabía que le estaba hablando a él, diciéndole que no importaba lo que la gente hiciera o dijera, él nunca debía callarse porque lo intimidaran.

Entonces sucedió algo excepcional. En respuesta a la pasión y el entusiasmo de la Sra. Belfry, la clase se quedó en un silencio sepulcral. No era el silencio tenso de un ataque preparado, sino el silencio humilde de haber aprendido algo inspirador.

Oliver sintió que se le hinchaba el estómago. La Sra. Belfry realmente era la profesora más genial. Era la única persona que había demostrado casi el mismo nivel de entusiasmo que él tenía por la física, la ciencia y los inventores, y su entusiasmo incluso consiguió silenciar a sus alborotados compañeros, aunque solo fuera por un rato.

Justo entonces, una enorme ráfaga de viento hizo repiquetear los cristales de las ventanas. Todo el mundo saltó a la vez y dirigió la mirada al cielo gris que había fuera.

—Parece que la tormenta va a atacar pronto —dijo la Sra. Belfry.

Inmediatamente después de que ella hablara, se oyó la voz del director por el altavoz.

—Alumnos, acabamos de recibir un aviso del Servicio Nacional de Meteorología. Esta va a ser la tormenta del siglo, como nada que hayamos visto antes. Realmente no sabemos qué esperar. Así que para curarnos en salud, el alcalde ha cancelado las clases por hoy.

Todos empezaron a gritar entusiasmados y Oliver se tuvo que esforzar por oír las últimas palabras del anuncio del director.

—Se espera que llegue la tormenta en la siguiente hora. Fuera hay autobuses. Por favor, id directos a casa. El aviso oficial es no estar en al calle cuando llegue la tormenta aproximadamente dentro de una hora. Este es un aviso para toda la ciudad así que vuestros padres os estarán esperando en casa. Cualquiera que sea pillado haciendo novillos será expulsado.

Alrededor de Oliver, a nadie parecía importarle. Lo único que habían oído era que no había escuela y que iban a aprovecharlo al máximo. Cogieron los libros y salieron corriendo de la clase como una estampida de búfalos.

Oliver cogió sus cosas más lentamente.

—Lo hiciste muy bien hoy —le dijo la Sra. Belfry mientras metía todos sus pequeños modelos dentro de su bolso—. ¿Tienes cómo llegar a casa? —Parecía preocupada por su bienestar.

Oliver asintió para tranquilizarla.

—Cogeré el autobús como todos —dijo, mientras se daba cuenta de que eso podría significar soportar un viaje con Chris. Se estremeció.

Oliver se pasó la tira de su mochila por el hombro y siguió al resto de chicos de la escuela hasta fuera. El cielo estaba muy oscuro, era prácticamente negro. Parecía muy amenazante.

Con la cabeza baja, Oliver empezó a andar hacia la parada de autobús. Pero justo entonces vio algo detrás de él, algo mucho más escalofriante que una nube negra de tormenta tropical: Chris. Y corriendo a su lado estaban sus amigotes.

Oliver se giró y echó a correr. Fue directo al primer autobús que había en la cola. El autobús estaba abarrotado de niños y, evidentemente, a punto de irse. Sin tan solo ver hacia donde iba, Oliver se lanzó a bordo.

Justo a tiempo. El mecanismo siseó y la puerta se cerró tras él. Un instante después, Chris apareció al otro lado, mirando fulminándolo amenazadoramente con la mirada. Sus amigotes se acercaron a su lado y todos lanzaron una mirada amenazadora a Oliver a través de la puerta, que en realidad no era más que un fino escudo de cristal protector.

El autobús partió, alejando a Oliver de sus violentas caras.

Él miraba por la ventana mientras el autobús se alejaba y empezaba a coger velocidad. Muy a pesar de Oliver, Chris y sus compinches entraron a la fuerza en el autobús que esperaba detrás. Este también se alejó de la escuela, siguiendo de cerca.

Oliver tragó saliva por el miedo. Con Chris y sus amigos justo un autobús por detrás, sabía que si lo veían bajar ellos también lo harían. Entonces se lanzarían a aporrearlo. Se mordió el labio preocupado, sin saber qué hacer a continuación. Si su capa de invisibilidad realmente existiera, ¡ahora sería el momento de usarla!

Con un enorme chasquido, el cielo pareció abrirse. La lluvia caía en cascada y los rayos cubrían el cielo. Oliver pensó que era demasiado quedando una hora para que llegara. Ya tenían la tormenta encima.

El autobús zigzagueaba peligrosamente por la calle. Oliver se agarraba a la barra de metal y chocaba con los hombros de los otros niños que había a su alrededor. Las cosas habían pasado de parecer amenazantes a parecer, de repente, bastante escalofriantes.

Otro relámpago rasgó el cielo. Los chicos que había en el autobús gritaban de miedo.

Entonces Oliver se dio cuenta de que tal vez podía usar la tormenta a su favor. Dado que bajar en su parada era imposible con los amigotes de Chris vigilando, tendría que bajar inesperadamente. Mezclarse con la multitud. Y con la fuerte lluvia y la desorientación general, eso podría ser posible.

En ese momento exacto, el autobús fue frenando hasta detenerse. Un gran grupo de niños salió disparado hacia la puerta. Oliver miró a su alrededor y vio que estaban a las afueras del barrio bueno, que parecía ser donde la mayoría de alumnos del Campbell Junior High vivía. Oliver no conocía el barrio especialmente bien, pero tenía una ligera idea de dónde estaba en relación con el suyo.

Así que siguió a la multitud y bajó en una parada desconocida. La lluvia torrencial caía sobre él y los demás. Intentaba pegarse a la multitud pero, para su desesperación, todo el mundo se dispersó en diferentes direcciones y rápido también para escapar del tiempo. Antes de que Oliver pudiera parpadear, se quedó solo en la acera completamente al descubierto.

Ni un instante más tarde, el segundo autobús se detuvo en la parada. Oliver vio a Chris a través de la ventana empañada. Y obviamente Chris vio a Oliver, pues empezó a señalar nervioso y a gritar algo a sus amigos. Oliver no necesitó un intérprete para saber lo que significaban los gestos de Chris. Iba a por él.

Oliver corrió.

No tenía mucha idea de dónde estaba, pero corría de todas formas, en dirección a lo que él estaba seguro que era la dirección fácil hasta casa.

Sin mirar hacia atrás, Oliver corría y corría. La lluvia y el viento lo azotaban, dificultándole avanzar, pero esta una de las pocas ocasiones en las que ser pequeño era una ventaja. Oliver sabía que a Chris le costaría arrastrar su torpe cuerpo, mientras que él era brioso.

Pero Oliver se dio cuenta de que Chris no era su único problema. Todos sus amigos estaban con él. La chica en particular corría muy rápido. Oliver miró de reojo por encima del hombro y vio que lo estaba alcanzando.

Oliver pasó por delante de algunas tiendas y después giró en un callejón que llevaba a las calles laterales. Esquivó y zigzagueó entre obstáculos como carros de compra abandonados y cajas vacías que habían sido barridas por el viento.

Entonces giró en una esquina. Por un breve instante, estaba fuera de la vista de los abusones que se acercaban.

Cuando una fuerte sacudida tumbó un cubo de la basura, Oliver tuvo un repentino golpe de inspiración. Sin dudarlo ni un momento, se metió dentro de un cubo de un salto, gateando por encima de comida podrida y envoltorios vacíos hasta que estuvo completamente fuera de la vista. Después se hizo una pelota y esperó.

Los pies de la chica aparecieron en el trozo de acera que podía ver. Se paró y caminó haciendo un círculo entero, como si lo estuviera buscando a él. Entonces Oliver oyó más pasos fuertes y vio que se le habían unido Chris y los otros amigotes.

—¿Adónde fue? —oyó que gritaba uno de ellos.

—¿Cómo lo perdiste? —dijo claramente la voz de Chris.

—¡Un segundo estaba aquí y al siguiente había desaparecido! —gritó la chica en respuesta.

Oliver estaba muy quieto. El corazón le latía fuerte y las extremidades temblaban por todo el esfuerzo.

—Ha hecho uno de sus hechizos —dijo Chris.

Dentro de su apestoso y sombrío cubo de basura, Oliver frunció el ceño. ¿Qué quería decir Chris?

—¡Qué miedo! —dijo la chica—. ¿Quieres decir que se hizo desaparecer?

—¿No te lo dije? —respondió Chris—. Es un bicho raro.

—Quizá esté poseído —dijo uno de los chicos.

—No seas imbécil —replicó Chris—. No está poseído. Pero pasa algo raro con él. ¿Me creéis ahora?

—Yo sí —dijo la chica, pero Oliver notó que su voz venía de más lejos.

Miró donde antes estaban sus pies y vio que ahora habían desaparecido de su vista. Chris y sus compinches se iban.

Oliver esperó. Incluso después de su despreciativa conversación sobre que él se había disipado en la nada, no quería dejar la seguridad del cubo de basura. Todavía existía una posibilidad de que uno de ellos estuviera esperando, por si acaso él estuviera a punto de descubrir su escondite.

Pronto, la lluvia empezó a caer de verdad. Oliver oía cómo golpeaba con fuerza el cubo de basura de metal. Hasta entonces no aceptó que Chris decididamente se había ido. Aunque deseara pegar a Oliver, no iba a quedarse bajo la lluvia torrencial para hacerlo, y Oliver estaba bastante seguro de que no convencería a sus amigotes para que los hicieran.

Finalmente convencido de que estaba a salvo, Oliver empezó a salir del cubo de basura. Pero justo cuando serpenteaba hacia la parte delantera, empezó una enorme ráfaga de viento. De un golpe lo metió de nuevo dentro. Entonces el viento debió cambiar de dirección, pues Oliver sintió que el cubo daba tumbos debajo de él de repente. ¡El viento era tan fuerte que le hacía dar vueltas!

Oliver se agarraba al borde de su cárcel de metal. Llenó de terror, desorientado, empezó a dar vueltas y más vueltas. Tenía náuseas por el pánico y por el movimiento. Oliver deseaba que terminara pronto pero parecía que iba para largo.

Daba vueltas y se movía bruscamente.

De repente, se golpeó muy fuerte la cabeza con el lado del cubo. Aparecieron estrellas en sus ojos. Los cerró. Después todo se volvió oscuro.



***



Oliver parpadeó hasta abrir los ojos y contempló la visión de la prisión esférica de metal que lo rodeaba. El movimiento giratorio había terminado pero aún oía el rugido de la tormenta a su alrededor. Parpadeó, desorientado, la cabeza golpeteaba por el golpe que lo había dejado sin sentido.

No tenía ni idea de cuánto tiempo había estado inconsciente pero estaba cubierto de basura apestosa. Tenía el estómago revuelto por las náuseas.

Rápidamente, Oliver se arrastró hasta la parte delantera del cubo y miró hacia fuera. El cielo estaba oscuro y la lluvia torrencial parecía una sábana gris.

Oliver salió gateando del cubo de basura. Helaba y apenas en unos segundos estaba ya empapado. Se frotó los brazos para intentar calentarlos un poco. Temblando, Oliver miró a su alrededor, intentando distinguir su paradero.

De repente, cayó en la cuenta de dónde estaba, de dónde el cubo de basura le había llevado rodando durante la tormenta. ¡Estaba en la fábrica! Solo que esta vez, Oliver se dio cuenta de que había luces brillando dentro.

Abrió la boca de golpe. ¿Eran imaginaciones suyas? Quizás había recibido una sacudida con el golpe en la cabeza.

La lluvia continuaba descargando sobre Oliver. Las luces de dentro de la fábrica brillaban como una especie de faro que lo atraía hacia ella.

Oliver fue corriendo a toda prisa. Llegó a la hierba que rodeaba la fábrica y chapoteaba bajo sus pies, estaba cenagosa por el chaparrón. Entonces rodeó el lateral del almacén, pisoteando la yedra y las ortigas con prisa por llegar a la puerta trasera, bajo cobijo. Encontró la puerta tal y como la había dejado, entreabierta, y con la anchura justa para que él se metiera. Rápidamente, lo hizo y fue a parar a la misma habitación oscura, con el mismo olor de polvo, el mismo eco de abandono.

Oliver se paró, aliviado por no estar bajo la lluvia. Esperó a que la vista se le ajustara. Cuando lo hubo hecho, vio que todo estaba igual que la última vez que había estado aquí, con máquinas polvorientas, con telarañas, en desuso y en mal estado. Excepto…

Oliver vio una línea recta amarilla y muy delgada que se extendía por el suelo. No era pintura, sino luz. Un fragmento de luz. Bueno, Oliver sabía que un fragmento de luz necesitaba un origen, así que fue a toda prisa hacia ella, siguiéndola como si fuera un camino de migas de pan. Llegaba hasta una pared de ladrillos sólidos.

—«Qué raro» —pensó Oliver mientras paraba y apretaba los dedos contra la pared—. «Se supone que la luz no atraviesa los objetos».

Buscaba a tientas en la tenue luz, intentando averiguar cómo la luz podía atravesar un objeto sólido. Entonces, de repente, tocó algo diferente con la mano. ¿Un pomo?

Oliver sintió que un subidón repentino de esperanza se apoderaba de él. Giró el pomo y saltó hacia atrás cuando retumbó un enorme ruido chirriante.

El suelo tembló. Oliver se tambaleó al intentar mantenerse recto mientras el suelo se movía bajo sus pies.

Estaba girando. No solo él, también la pared. ¡Debieron construirla sobre una plataforma giratoria! Y mientras giraba, estalló un enorme fragmento de luz dorada.

Oliver parpadeó por el repentino y cegador brillo. Sentía las piernas inestables por el movimiento del suelo giratorio.

Pero tan pronto como empezó el movimiento, terminó. Se oyó un clic cuando la pared encontró su nueva posición. Oliver se tambaleó, esta vez por la repentina desaceleración.

Miró a su alrededor y se quedó atónito con lo que vio. Ahora estaba en una la de la fábrica completamente nueva. ¡Estaba llena de inventos increíbles y fantásticos! No las reliquias con telarañas, chirriantes y oxidadas del almacén de antes, sino, del suelo hasta el techo, hasta que la vista alcanzaba, había máquinas gigantescas, brillantes, nuevas y relucientes.

Oliver no pudo evitarlo. Lleno de emoción, fue corriendo hasta la primera máquina. Tenía un brazo movible que giraba justo por encima de su cabeza. Se agachó justo a tiempo y vio que la mano al final del brazo dejaba un huevo hervido dentro de una taza para huevos. Justo a su lado, dos manos autómatas sin cuerpo se deslizaban por las teclas de un piano, mientras a su lado un mecanismo de relojería de latón muy grande hacía tictac.

Oliver estaba tan absorto y deleitado con los inventos que tenía alrededor, que ni tan solo vio el extraño aparato con forma de cuenco del día anterior, ni al hombre que lo trasteaba. Hasta que el cuco de un reloj no echó a volar, haciendo que él se tambaleara hacia atrás y chocara contra el hombre, Oliver nos e dio cuenta de que no estaba solo.

Oliver se quedó sin aliento y dio una vuelta allí mismo. De repente, se dio cuenta de a quién estaba mirando. Aunque tenía muchos más años que en la foto de su libro, Oliver supo que estaba mirando a los ojos a Armando Illstrom.

Oliver respiraba agitadamente. No podía creerlo. ¡Su héroe estaba realmente allí, delante de él, vivo y bien!

—¡Oh! —dijo Armando, sonriendo—. Me preguntaba cuándo aparecerías.




CAPÍTULO CINCO


Oliver parpadeó, atónito ante lo que estaba viendo. Al contrario que la parte polvorienta y cubierta de telarañas de la fábrica, que estaba al otro lado de la pared mecanizada, este lado de la fábrica era luminoso y acogedor, relucía por la limpieza y rebosaba de señales de vida.

—¿Tienes frío? —preguntó Armando—. Parece que has estado bajo la lluvia.

Oliver fijó rápido la vista otra vez hacia el inventor. Estaba estupefacto por estar realmente cara a cara con su héroe. A pesar de que pasaban los segundos, estaba completamente mudo.

Oliver intentaba decir que sí, pero el único sonido que salió de su garganta fue una especie de gruñido incoherente.

—Ven, ven —dijo Armando—. Te prepararé una bebida caliente.

Aunque sin lugar a dudas era el Armando de su libro de inventores, su cara había sido desolada por el tiempo. Oliver hizo algunos cálculos rápidos en su cabeza; por su libro de inventores sabía que la fábrica de Armando estaba abierta y en funcionamiento durante la Segunda Guerra Mundial, y que Armando era un joven de apenas treinta años durante el auge de la fábrica, ¡lo que significaba que ahora estar bien entrado en los noventa! Vio por primera vez que Armando tenía un bastón para apoyar su frágil cuerpo.

Oliver empezó a seguir a Armando por la fábrica, la luz era demasiado débil para averiguar qué eran exactamente las grande sombras oscuras que había a su alrededor, aunque sospechaba que eran más de los magníficos inventos de Armando, en funcionamiento, no como los que había al otro lado de la pared mecanizada.

Bajaron por un pasillo y Oliver todavía era incapaz de creer realmente que nada de eso fuera real. Continuaba esperando despertar en cualquier momento y descubrir que era un sueño provocado por el golpe que se había dado en la cabeza dentro del cubo de basura.

Lo que para Oliver hacía que las cosas parecieran aún más fantásticas e irreales era la misma fábrica. Estaba diseñada como los túneles de los conejos, un laberinto lleno de puertas y arcos, de pasillos y escaleras, que salían todos del piso principal de la fábrica. Ni tan solo cuando había andado por todo el perímetro externo de la fábrica el día anterior no había notado nada extraño en su arquitectura, ninguna señal de escaleras exteriores o algo parecido. Pero pensó que la fábrica era tan enorme que desde fuera solo parecía un enorme prisma rectangular de ladrillos. Desde fuera, nadie imaginaría cómo estaba diseñado el interior. Ni tampoco lo esperarían. Sabía que se decía que Armando estaba chiflado, ¡pero la forma en la que la fábrica estaba estructurada era realmente estrambótica!

Oliver miraba a izquierda y derecha mientras andaba y, al mirar a través de una puerta, vio una máquina enorme que se parecía al primer prototipo de ordenador de Charles Babbage. Al otro lado de otra puerta había una habitación con un tejado en punta, como en una iglesia y un entresuelo, sobre el que había una inmensa de enormes telescopios de latón, dirigidos hacia una enorme ventana de cristal.

Oliver continuaba siguiendo al tembloroso inventor, con la respiración continuamente atrapada en la garganta. Echó un vistazo dentro de otra habitación al pasar. Estaba llena de autómatas que tenían un aspecto siniestramente humano. La siguiente contenía un tanque militar entero, que estaba montado con las armas de aspecto más extraño que Oliver hubiera visto jamás.

—No te preocupes por Horacio —dijo de repente Armando. Oliver dio un salto, rompiendo una vez más su ensimismamiento.

Miró a su alrededor en busca del tal Horacio, su mente evocaba todo tipo de máquinas que podrían haberse ganado ese nombre, hasta que vio a un sabueso de aspecto triste que estaba tumbado en una cesta a sus pies.

Armando continuó hablando:

—Su artritis es peor que la mía, pobre. Le hace ser muy irascible.

Oliver echó un vistazo rápido al perro. Horacio olfateó el aire cuando el pasó y, a continuación, se colocó para dormir otra vez con un suspiro cansado.

Armando fue cojeando hasta una pequeña cocina y Oliver lo siguió. Era un lugar modesto y muy desordenado; el tipo de cocina que esperarías de un hombre que en los últimos setenta años había puesto su atención en inventar máquinas chifladas que no funcionaban.

Oliver parpadeó por el titileo de los fluorescentes.

—¿Te gusta la sopa de tomate? —preguntó de repente Armando.

—Eeh… —dijo Oliver, todavía con la lengua trabada para poder hablar, para incluso entender realmente el hecho de que su héroe se estuviera ofreciendo a hacerle sopa, nada más y nada menos.

—Me lo tomaré como un sí —dijo Armando, sonriendo amablemente.

Oliver observó cómo cogía dos latas de sopa de un armario cuya puerta apenas se aguantaba en sus bisagras. Entonces cogió un artilugio de un cajón que por su diseño parecía un abrelatas, pero que era tan grande que se necesitaban dos manos para manejarlo.

—Existe una razón por la que dicen que no hace falta reinventar la rueda —dijo Armando con una risita cuando vio la curiosa expresión de Oliver.

Finalmente se abrieron las latas y Armando se puso a hervir la sopa a fuego lento dentro de un pote en un pequeño fogón de gas. Oliver estaba completamente inmovilizado, incapaz de hablar o incluso moverse. Lo único que podía hacer era mirar fijamente a este hombre, la versión viva de su héroe. Incluso se pellizcó un par de veces para asegurarse. Pero era real. Estaba allí de verdad. De verdad, con Armando Illstrom.

—Por favor, siéntate —dijo Armando mientras venía y colocaba dos cuencos de sopa sobre la endeble mesa.

Por lo menos, Oliver recordaba cómo sentarse. Tomó asiento, sintiéndose ciertamente muy raro. Armando se sentó lentamente en el asiento de delante. Oliver percibió la naturaleza neblinosa de sus ojos y los trozos de piel decolorada en la cara. Todas las señales de una edad avanzada. Cuando Armando colocó las manos sobre la mesa, todas las articulaciones de sus dedos se veían rojas e hinchadas por la artritis.

El estómago de Oliver rugió cuando el vapor de la sopa le llegó a la cara. Aunque estaba en una nube y muy impactado por todo, su deseo por comer se apoderó de él y, antes incluso de tener tiempo para pensar, ya había cogido su cuchara y había tomado un enorme trago de sopa caliente y sabrosa. Era muy rica y nutritiva. Mucho mejor que cualquier cosa que sus padres hubieran cocinado alguna vez. Tomó otra cucharada, sin preocuparle que la sopa le estaba quemando el paladar.

—¿Está buena? —preguntó Armando de modo alentador, comiéndose su propia sopa a una velocidad mucho más lenta.

Oliver consiguió usar una pizca de control y se detuvo entre tragos para asentir.

—Espero que pronto entres en calor —añadió Armando, amablemente.

Oliver no estaba seguro de si quería decir entrar en calor después de la fría lluvia o entrar en calor socialmente. La verdad es que no había dicho mucho desde que había llegado aquí, pero estaba tan confuso por la tormenta y después tan sorprendido por ver a Armando en persona, ¡que su facultad para la habla le había fallado por completo!

Entonces intentó hablar para hacer algunas de sus preguntas urgentes. Pero cuando abrió la boca, en lugar de palabras, la única cosa que salió fue un bostezo.

—Estás cansado —dijo Armando—. Evidentemente. Hay una habitación libre en la que puedes dormir una siesta, y yo te traeré algunas mantas más, pues ahora hace bastante frío.

Entonces Oliver parpadeó.

—¿Una siesta?

Armando asintió y, a continuación, matizó su oferta.

—¿No estarás pensando regresar con esta tormenta, verdad? El último mensaje del alcalde decía que debíamos pensar en no salir durante horas.

Por primera vez, los pensamientos de Oliver se dirigieron a sus padres. Si habían hecho caso a las indicaciones del alcalde para volver a casa, ¿qué habría pasado cuando descubrieron que solo uno de sus hijos había regresado de la escuela? No tenía ni idea de cuánto tiempo había estado inconsciente en el cubo de basura, ni tampoco de cuántas horas habían pasado mientras había estado viajando dentro de él. ¿Estarían preocupados por él?

Entonces Oliver se sacudió la preocupación. Posiblemente sus padres ni se habían dado cuenta. ¿Por qué debería perder la oportunidad de descansar en una cama de verdad cuando lo único que le esperaba en casa era un lóbrego hueco?

Alzó la vista hacia Armando.

—Eso suena muy bien —dijo, consiguiendo decir al fin una frase entera—. Gracias —Entonces hizo una pausa para pensar sus palabras—. Tengo muchas preguntas para hacerle.

—Todavía estaré aquí cuando despiertes —dijo el viejo inventor, sonriendo amablemente—. Una vez estés caliente, alimentado y descansado, entonces podremos hablar de todo.

Tenía una mirada cómplice. Por alguna razón, Oliver se preguntaba si Armando sabía algo sobre él, sobre sus extraños poderes, sus visiones y lo que significaban. Pero Oliver pronto rechazó esos pensamientos. Por supuesto que no. Armando no tenía nada mágico. Él solo era un viejo inventor en una extraña fábrica, no un mago o un hechicero o algo así.

Vencido de repente por la fatiga, a Oliver no le quedaba nada para pensar. La tormenta, los días de estrés por la mudanza y por empezar en una escuela nueva, la falta de comida suficiente, de repente todo esto era demasiado para poderlo manejar.

—Vale —cedió él—. Pero solo será una siesta rápida.

—Por supuesto —respondió Armando.

Oliver se puso de pie y se frotó sus ojos cansados. Armando usó su bastón para ayudarse a levantar su frágil cuerpo.

—Por aquí —dijo Armando, haciendo un gesto hacia el pasillo estrecho y tenuemente iluminado.

Oliver dejó que Armando lo guiara, caminando fatigosamente y sin energía detrás de él. Ahora le pesaba mucho el cuerpo, como si hubiera estado reprimiendo demasiado estrés y tristeza y hasta ahora no fuera consciente.

Al final del pasillo había una extraña puerta de madera que era más baja que una puerta normal y era curva por arriba como si perteneciera a una capilla. Incluso tenía una ventanilla, con un marco de hierro pulido.

Armando abrió la puerta y acompañó a Oliver hasta dentro. Oliver tuvo una sensación nerviosa de expectación al cruzar el umbral.

La habitación era más grande de lo que esperaba y estaba mucho más limpia en comparación con el estado de la cocina. Había una cama grande cubierta con un edredón blanco y suave y unas almohadas a juego, con una manta de lana de repuesto doblada al final de la misma. Había un escritorio de madera cubierto de pequeñas figuritas de guerra, bajo una ventana con unas largas cortinas azules. En un rincón de la habitación había una silla forrada de tela, al lado de una estantería abarrotada de libros de aventuras con un aspecto apasionante.

En todos los sentidos, tenía el aspecto del tipo de habitación que un niño de once años como Oliver debería tener, en lugar de un hueco en un rincón frío y sombrío de una sala de estar sin muebles. Sintió un repentino ataque de pena por su vida. Pero la gratitud que sentía por su repentina oportunidad de escapar de todo eso, aunque solo fuera por unas horas, era más grande.

Oliver miró a Armando por encima del hombro.

—Esta habitación es muy bonita —dijo—. ¿Está seguro de que no le importa que me quede aquí?

Entonces fue muy consciente de su ropa empapada y de la porquería que debía haber arrastrado hasta la fábrica de Armando. Pero en lugar de castigarlo o reñirlo –como habían hecho sus padres el día anterior con el lluvioso tiempo- Armando solo le hizo una sonrisa cómplice.

—Espero que duermas bien y te sientas descansado cuando te levantes —dijo. Después se giró y salió de la habitación.

Oliver se quedó de pie y fascinado durante un momento más antes e darse cuenta de que estaba demasiado agotado incluso hasta para estar de pie. Quería pensar en los extraños acontecimientos del día, intentar encontrarles un sentido, recordarlos, ordenarlos y catalogarlos dentro de su mente. Pero ahora mismo su cuerpo solo le pedía una cosa y era dormir.

Así que se quitó la ropa, se puso un pijama demasiado grande que encontró colgado en el armario y se metió en la cama. El colchón era cómodo. El edredón era caliente y olía a lavanda fresca.

Mientras Oliver se acurrucaba en la gran y cálida cama, se sentía más seguro que nunca antes en su vida. Finalmente, sentía que estaba en algún lugar en el que encajaba.




CAPÍTULO SEIS


El mundo estaba bastante tranquilo. La luz del sol calentaba los párpados de Oliver. Dejó que parpadearan hasta abrirlos. Por un agujero de las cortinas entraba un rayo de luz.

De repente, Oliver recordó dónde estaba. Se incorporó, parpadeando, asimilando la visión del dormitorio de la fábrica de Armando. Todo era real. Realmente estaba allí.

De repente se le ocurrió que era por la mañana. Su siesta se había convertido en un sueño profundo que había durado toda la noche y hasta el día siguiente. No debería sorprenderse; la cama era la más calentita y cómoda en la que había dormido. De hecho, la fábrica de Armando tenía más sensación de hogar para Oliver que cualquiera de las casas previas que había tenido. Se acurrucó bajo el edredón, sintiéndose feliz y completamente enamorado de ese lugar. No quería irse nunca.

Pero ¿y su familia?, se preguntó Oliver con una creciente sensación de angustia. A estas alturas ya deberían haber notado que no estaba. No había ido a casa en toda la noche. Tal vez pensaban que se lo había llevado la tormenta. Debían estar preocupados.

Aunque el pensamiento preocupaba a Oliver, estaba la otra cara de la moneda. Si realmente pensaban que se lo había llevado la tormenta, eso significaba que no tendría que ir a casa para nada…

Oliver luchaba contra sus pensamientos, atrapados en algún lugar entre la angustia por causarles algún sufrimiento y la emoción por la oportunidad que, al parecer, el destino le presentaba. Finalmente, decidió que hablaría del tema con Armando.





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    21.08.2023
  • константин александрович обрезанов:
    3.1★
    11.08.2023
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