Книга - El Secreto Del Relojero

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El Secreto Del Relojero
Jack Benton


El segundo misterio electrizante de la serie de los misterios de Slim Hardy.

Un reloj enterrado tiene la clave para descifrar un misterio de hace décadas. De vacaciones para escapar de las pesadillas de su último caso, el soldado caído en desgracia y convertido en detective privado, John «Slim» Hardy, encuentra algo enterrado en la turba de Bodmin Moor. Inacabado y dañado por el agua, el viejo reloj ofrece pistas vitales para un caso sin resolver de personas desaparecidas. A medida que Slim empieza a hacer preguntas en el diminuto pueblo de Penleven, en Cornwall, va entrando en un mundo de mentiras, rumores y secretos, algunos de los cuales los residentes preferirían que permanecieran enterrados. Hace veintitrés años, un relojero solitario salió de su taller y caminó hacia Bodmin Moor, llevando con él su último reloj inacabado. Desapareció. Slim está decidido a descubrir por qué. El secreto del relojero es la deslumbrante secuela del aclamado debut de Jack Benton, El hombre a la orilla del mar.









El secreto del relojero

Los misterios de Slim Hardy nº 2

Jack Benton










Otras Obras de Jack Benton


(y disponible en español)

El hombre a la orilla del mar


"El Secreto del Relojero” Copyright © Jack Benton / Chris Ward 2019

Traducido por Mariano Bas

El derecho de Jack Benton / Chris Ward a ser identificado como el autor de este trabajo fue declarado por él de conformidad con la Ley de derechos de autor, diseños y patentes de 1988.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación o transmitida, en cualquier forma o por cualquier medio, sin el permiso previo por escrito del Autor.

Esta historia es una obra de ficción y es producto de la imaginación del autor. Todas las similitudes con lugares reales o con personas vivas o muertas son pura coincidencia.




Índice


El secreto del relojero (#u11234637-5248-53e8-b99d-4b667d79c2ea)

Capítulo 1 (#ua1ee5bbd-1df2-5979-b620-7862956c0524)

Capítulo 2 (#uf7ea2d99-5d10-5081-b4d0-5674309fd295)

Capítulo 3 (#uea69bfa2-d9da-5bad-bbcb-364ec9a602a1)

Capítulo 4 (#u93408843-e182-54d0-a1ce-85821bb4dee2)

Capítulo 5 (#u225c8d55-39b7-5bc9-8555-3ea16e317cac)

Capítulo 6 (#u93404543-b65c-5860-8b05-59e262f3c1f5)

Capítulo 7 (#u77e9bf2a-b934-5b76-81f5-8af647b13b3f)

Capítulo 8 (#ufd36f90f-002f-586d-936f-a4eb2135f142)

Capítulo 9 (#u78dbdc82-bbc6-5769-ae1f-1054292967c7)

Capítulo 10 (#ufe4fc37b-9791-5aa7-987c-8fa9a43915dd)

Capítulo 11 (#ud51eaf49-3c2b-5089-b2ff-42243d7796a0)

Capítulo 12 (#ue4a4fd07-d8a7-5537-b08e-441d283dbcdf)

Capítulo 13 (#udcaa2d43-d2e1-5cc5-8d2d-b55b5814f8af)

Capítulo 14 (#u88f3f488-8764-570a-8ad2-3f0de2554ec7)

Capítulo 15 (#uded26a23-0a79-586e-9c9b-bd73e5c0f164)

Capítulo 16 (#u803bb548-6d63-510d-b16a-6e34671cdba6)

Capítulo 17 (#uc2f1b9fd-5899-5ff6-9702-f52c227c11c4)

Capítulo 18 (#u73b2d98b-84c7-5db6-b57e-eebee9446a37)

Capítulo 19 (#u956e58da-dec5-5c39-8fac-c19d42e46ca0)

Capítulo 20 (#ueb67089e-8f15-5e9c-895c-f60368197252)

Capítulo 21 (#u3b301a22-eef3-53f0-a12c-18426e414ace)

Capítulo 22 (#ue2f4bce7-44ca-5245-9f57-54938d62a2c8)

Capítulo 23 (#ua15dde84-4e06-554e-8037-02e77a9e81fe)

Capítulo 24 (#u84b46cf5-172f-55de-8f90-26336d17be1f)

Capítulo 25 (#u93584eef-2c80-50dd-976b-0e334cad2736)

Capítulo 26 (#u6bab42cb-0644-5ccf-ad7d-3756414783ed)

Capítulo 27 (#ue1c5ab12-bd91-588a-81a3-3ced8cfbcdc4)

Capítulo 28 (#u4c670bf2-ed00-54fd-95a4-0ca9c4e14f95)

Capítulo 29 (#u0245855e-1343-571e-b4df-5a586053c56d)

Capítulo 30 (#uc1a9ed06-6236-5b19-9e81-81968e02b94e)

Capítulo 31 (#u210f0fc2-6cc6-50fc-8e03-d257bb107dfc)

Capítulo 32 (#u1bcd57f9-d8d0-52f8-a320-3229e44dc0bd)

Capítulo 33 (#u95e6997b-5c62-5b47-9090-56c9a8d4ff2f)

Capítulo 34 (#uc0224c3e-3061-5993-9fc2-bf6fbd519a6b)

Capítulo 35 (#u0e120cb2-a98f-5e3e-a408-8bae933d5873)

Capítulo 36 (#u15688906-ad37-5a00-a2f6-fa048d412551)

Capítulo 37 (#ua147fd76-15a6-5fea-994a-3f34bfd00757)

Capítulo 38 (#uc66f1555-d064-5ea5-b9be-1d96c64ae80c)

Capítulo 39 (#ua2cd8202-2802-523c-b0d7-83caf820e5ec)

Capítulo 40 (#ue803d822-20fc-50be-a3f1-717ac1a818b6)

Capítulo 41 (#uf160ac6c-2a8c-557c-8084-2ad7fd115427)

Capítulo 42 (#u56c918e2-6960-52c7-8a98-40654e0f7d44)

Capítulo 43 (#u7ee7404d-10c9-5cb8-9451-b7aebc1c5b78)

Capítulo 44 (#ubd2f48cd-2863-5553-b5f3-1ec23c8c42e2)

Capítulo 45 (#u2c4d4769-1d22-5374-8178-68c300ffeace)

Capítulo 46 (#u4a5cadbc-1ab5-51f6-91ec-c86bb45f5eee)

Capítulo 47 (#ud8c207dd-c30d-5ad9-97c9-bf8f62348eec)

Capítulo 48 (#u340d4760-a7b6-51e4-9fc3-eb7aefff42af)

Capítulo 49 (#ude16a0b8-4a3a-521a-9444-2c32cab9d0d9)

Capítulo 50 (#ud2cc9db0-80df-5cd0-a112-9a31fd5168ea)

Capítulo 51 (#u8f540c9f-ca59-56a8-a9ce-25b25106cf79)

Capítulo 52 (#u625e8390-33a8-54bf-86df-4c1e9d5cbe4c)

Capítulo 53 (#u22a97b10-3465-53c6-b1f9-199e3588a3ab)

Capítulo 54 (#u406eb459-ab6f-5b09-9db3-ce53f8f0f3b1)

Sobre el Autor (#ua2bab43e-9bdf-5c91-b615-ed28c2db660c)

Notes (#u80b82731-2f17-538d-893d-deba3f370096)




El secreto del relojero


El secreto del relojero

Los misterios de Slim Hardy nº 2

Jack Benton




1







El paseo no estaba yendo como había previsto.

Las amenazantes pilas de granito de Rough Tor eran un mal indicador de dirección, brotando sobre la línea del horizonte mientras Slim Hardy trataba de recuperar el rastro del sendero que le llevaba a lo alto de la colina desde el estacionamiento.

A su derecha, un pequeño rebaño de ponis de los páramos bloqueaba la ruta directa hacia la cadena montañosa y las cotas más altas. Sus ojos desafiantes vigilaban cada uno de sus pasos mientras Slim los bordeaba, moviéndose lentamente sobre el terreno húmedo y desigual, cauteloso ante los canchales de granito que afloraban a través de las toberas de hierba paramera.

Slim suspiró. Ahora había perdido el rumbo, con la larga cordillera de Rough Tor alzándose casi enfrente y la cumbre plana de Brown Willy con su rosario de rocas apareciendo justo delante de él a través de un valle amplio y accesible. Buscó por costumbre la petaca que ya no llevaba, sacudió su mano como para castigarse por haberlo olvidado y luego se sentó en una piedra para darse un respiro.

En lo alto de la cordillera, los dos ciclistas a los que había seguido desde el estacionamiento pasaron las rocas y se dirigieron hacia Brown Willy. Mientras desaparecían de su vista, Slim sintió un espasmo de soledad. Al fondo de la pendiente había tres coches en el estacionamiento junto a la mancha de su bicicleta, pero no había ninguna señal de los demás paseantes. Aparte de los ponis, estaba solo.

Después de un mordisco a las sobras de un sándwich y un trago de una botella de agua, Slim miró a lo alto del pico, presa de la indecisión. Tenía por delante un largo camino para bicicletas y la pila de su linterna estaba agotada. Sin embargo, mientras se daba la vuelta, el sol se abrió paso por un momento entre las nubes y a lejos, en el sur, el canal de la Mancha brilló entre dos colinas. Hacia el noroeste, Slim buscó el Atlántico, pero había un banco de nubes tendido sobre los campos, oscureciendo todo, salvo un diminuto triángulo gris que podría haber sido agua.

Con un gruñido perseverante, se echó a los hombros su mochila y volvió al sendero, pero pocos pasos después una piedra suelta se deslizó debajo de su bota, haciendo que metiera la pierna hasta la rodilla en un charco de agua sucia. Gesticulando, Slim sacó el pie del barro y avanzó penosamente hasta un terreno más seco.

Mientras se quitaba y vaciaba su bota izquierda, sonrió pensativamente al recordar que había dejado un par de calcetines de recambio sobre la cama de su habitación, al sacarlos de su bolsa para hacer sitio a un viejo libro de la estantería del albergue.

El sol volvió a aparecer entre las nubes, con las columnas de granito brillando bajo su repentino resplandor. La manada de ponis se había movido en la colina, dejando a Slim una ruta directa hacia la cordillera.

—Vamos —se dijo a sí mismo—. Tú nunca te rindes, ¿verdad?

Su bota chapoteó mientras se la volvía a poner, pero con una mueca que no abandonaba su cara acabó llegando a la cordillera quince minutos después, trepando por los montones de granito hasta el punto más alto. La niebla había caído, oscureciendo todo, salvo las laderas de la colina. Las antiguas canteras de caolín del suroeste eran como fantasmas en la niebla, pero detrás de una turbia lámina gris se encontraba el mundo.

Con la arenilla del agua como un papel de lija entre los dedos de sus pies, Slim solo se detuvo lo suficiente como para echar un trago rápido antes de empezar a bajar. El tibio día de primavera se estaba convirtiendo rápidamente en una tarde de finales de invierno y solo le quedaba una hora de luz antes de una oscuridad completa. Aunque la niebla no había caído todavía sobre el pequeño estacionamiento de tierra con su amorfa paleta de grises (una mota de rojo cerca de la pared inferior identificaba su bicicleta), parecía mucho más lejano de lo que le había parecido la cumbre cuando empezó a subir.

Estaba mirando a lo lejos, contando las ovejas apiñadas en un pequeño valle natural más debajo de la ladera como una manera de no pensar en las gélidas ráfagas de viento, cuando algo se hundió bajo sus pies.

Se cayó de bruces, usando las manos para protegerse. Se había caído sobre el mismo pie, pero esta vez se había torcido el tobillo y un dolor agudo corrió por su pierna. Se dio la vuelta en el suelo, se quitó la bota y empezó a frotarse el tobillo durante unos minutos. Al quitarse su calcetín mojado, vio el principio de una molesta torcedura y la exposición al aire envió un frío invernal a todo su cuerpo. Al menos allí el suelo estaba seco, así que se sentó y miró a lo alto de la ladera, sintiéndose al mismo tiempo enfadado y estúpido. Engáñame una vez, engáñame dos, recordaba el inicio de un refrán que le gustaba decir a su exesposa, aunque había olvidado el resto.

Miró a su alrededor, preguntándose qué piedra la había hecho tropezar y frunció el ceño. Algo asomaba entre dos matas de hierba, ondeando en la brisa.

La esquina de una bolsa de plástico, desgastada y a tiras, con su antiguo color convertido en un gris blanquecino. Slim titubeó antes de recogerla, recordando su estancia en Irak con el ejército, cuando eso podría haber indicado una mina en el suelo, un indicador para los milicianos locales que seguían usando la zona. Cualquier porquería podía significar la muerte y en los alrededores de algunos pueblos sucios y polvorientos Slim apenas se atrevía a dar un paso al frente.

Para su sorpresa, se resistió al tirón. Puso ambas manos en las matas y colocó los dedos alrededor de la forma dura y angulosa que tenía la bolsa. Se encontraba por debajo a la mata, cruzada un par de palmos y su corazón empezó a latir con fuerza. ¿Munición militar perdida? Dartmoor, hacia el nordeste, se usaba para maniobras militares, pero Bodmin Moor supuestamente era seguro.

Presionó un dedo sobre la dura superficie y esta cedió un poco. Madera, no plástico o metal. Ninguna bomba que él hubiera conocido se había fabricado con madera.

Empujó hacia atrás la mata, que cedió con facilidad y giró el objeto envuelto para sacarlo de la hierba. Las esquinas cuadradas y los surcos tallados despertaron su curiosidad. Desató el nudo de la bolsa y sacó el objeto del interior.

—¿Qué…?

La bolsa contenía un bonito y adornado reloj de cuco. Unas delicadas tallas de madera rodeaban una bonita esfera central. Para su sorpresa, seguía funcionando cuando un pequeño cuco salió repentinamente por encima del número 12, con un cansado grito que resonó en los sorprendidos oídos de Slim.




2







—¿Se va a quedar una semana más, Mr. Hardy?

Mrs. Greyson, la anciana dueña de Lakeview Bed & Breakfast, un albergue que cumplía solo dos de sus tres nombres,


con su mirada severa, estaba esperando en el sombrío recibidor cuando Slim entró a través de la puerta principal. Helado y dolorido por el largo paseo y todavía asustado por lo cerca que un Escort con un motor revolucionado había estado de hacerlo picadillo, había esperado evitar una disputa al menos hasta después de haberse duchado.

—No lo he decidido todavía —dijo—. ¿Puedo contestarle mañana?

—Es que necesito saber si puedo alquilar su habitación.

Slim no había visto ningún otro cliente en ese albergue de cuatro habitaciones. Sonrió forzadamente a Mrs. Greyson, pero, mientras pasaba por delante de ella hacia las escaleras, se detuvo.

—Oiga, ¿no conocerá algún sitio por aquí que haga tasaciones?

—¿Tasaciones? ¿De qué?

Slim levantó la muñeca y agitó el reloj vulgar que había comprado en unas rebajas en Boots hacía un año.

—He pensado que podía empeñar esto —dijo—. Tal vez sea el momento de cambiarlo.

Mrs. Greyson arrugó la nariz.

—Puedo decirle lo que vale eso. Nada.

Slim sonrió.

—Hablo en serio. Era de mi padre. Es una herencia familiar.

Mrs. Greyson encogió los hombros, como si fuera consciente de que estaba mintiendo.

—Estoy segura de que pierde el tiempo, pero si va realmente en serio, encontrará alguno en Tavistock. Tienen mercado todos los sábados. Se vende todo tipo de basura y sin duda encontrará a alguien dispuesto a quitarle eso de las manos por un pequeño importe.

—¿Tavistock? ¿Dónde está?

—Al otro lado de Launceston. En Devon. —Esto último lo dijo arrugando la nariz, como si existir más allá de Cornualles fuera el más horrible de los crímenes.

—¿Hay autobús?

Mrs. Greyson suspiró.

—¿Por qué no alquila un coche? ¿Qué clase de persona viene a Cornualles sin un coche?

«La clase de persona que ya no tiene permiso de conducir», quiso decir Slim, pero no lo dijo. Sus prejuicios ya eran suficientes sin saber su suspensión por conducir ebrio.

—Ya se lo dije, trato de ser responsable con el medio ambiente. Trato de vivir de acuerdo con mi lado ecologista.

—Me alegro por usted. —Otro suspiro—. Bueno, hay un horario en la puerta de su habitación, como le dije antes.

Slim no recordaba si se lo había dicho o no. Es verdad que había algo, pero se había borrado hasta casi hacerse ilegible y probablemente estaría desactualizado desde hacía años.

—Gracias —dijo, lanzándole una sonrisa.

—Sinceramente, no sabe la suerte que ha tenido de que First Bus haya empezado a funcionar en el norte de Cornualles. Hasta ahora, solo había un autobús a Camelford en toda una semana. Salía a las dos de la tarde el martes y tenías que esperar una semana para volver a casa. ¿Se imagina atrapado en Camelford una semana? A cualquiera le basta con una hora.

—¿Tan malo es?

Mrs. Greyson no apreció el sutil sarcasmo de Slim.

—Han tenido una circunvalación durante años. Al menos ahora los autobuses van dos veces al día. Fue Blair quien lo arregló. Las cosas han ido a peor desde que volvieron los conservadores. Fueron a por la piscina de mar de Bude, luego los baños públicos de…

—Gracias, Mrs. Greyson —dijo Slim.

Mrs. Greyson se volvió hacia la cocina, aún moviendo la boca en silencio, mientras las palabras seguían cayendo como gotas de un grifo que pierde agua, con sus manos mezclando torpemente un fajo de sobres de facturas y extractos bancarios. Slim empezó a creer que la conversación había terminado, cuando ella se detuvo y se volvió hacia él.

—¿Va a salir a cenar otra vez esta noche?

Penleven solo tenía una tienda que cerraba a las seis y un pub que dejaba de servir comida a las ocho y media. Tenía media hora para llegar a su mesa solitaria en el comedor o serían unos fideos precocinados y un sándwich de atún por tercera noche seguida. Aunque Slim tenía sus motivos para extender su estancia en Cornualles, vivir de acuerdo con su sobrenombre no era uno de ellos.




Asintió.

—Creo que sí —dijo.

—Bueno, no se olvide de la llave —dijo, algo que le había dicho todas las noches de su estancia de tres días—. No me voy a levantar para abrirle.




3







Arriba en su habitación limpia y sorprendentemente grande para una casa que exteriormente era bastante pequeña, Slim sacó el reloj de su mochila y lo desenvolvió de la bolsa de plástico.

No sabía nada sobre relojes. Su último piso solo tenía uno de plástico barato que se había dejado el anterior ocupante y para saber la hora siempre usaba su viejo Nokia o una sucesión de relojes de pulsera de rebajas hasta que estaban tan arañados que no permitían ver la hora.

El reloj era una caja cuadrangular con el diseño de una casa de invierno, con un tejado apuntado y en voladizo y un agujero debajo para un péndulo inexistente. La esfera del reloj, con sus números romanos de metal ligeramente dañados, estaba rodeada de espirales y tallas: dibujos de animales y árboles, símbolos que tal vez representaran el sol y la luna o las estaciones. En un semicírculo debajo de la esfera del reloj había una cinta delgada que mostraba una luna mirando hacia arriba o tal vez una herradura inacabada. Había unos arañazos ilegibles sobre su superficie. Todo el reloj estaba barnizado con una densa primera capa, que tendría que haberse lijado cuando el diseño se hubiera terminado y perfilado.

Slim sacudió confundido su cabeza. Nunca había encontrado antes un reloj hecho a mano. Si alguien se había tomado el tiempo para crear algo tan complejo, ¿por qué envolverlo en una bolsa y enterrarlo en el páramo?

Curiosamente, a pesar de la falta de péndulo, seguía funcionado, aunque las manecillas estaban un par de horas adelantadas (ahora mostraba casi las once) y la parte inferior estaba bastante dañada por el agua allí donde se había desgarrado la bolsa. Slim trató de retirar la parte de atrás para mirar dentro, pero estaba fuertemente atornillada, no tenía herramientas y no quería molestar a Mrs. Greyson de nuevo. Aun así, la madera tenía el olor a quemado de la turba, así como a vieja humedad. Slim podía pensar fácilmente que el reloj era más viejo que sus propios cuarenta y seis años.

Slim tomó un trapo húmedo del lavabo y limpió el reloj. El barniz rápidamente mostró un brillo imperial a medida que la arena y el polvo desaparecían. Los detalles de las tallas se hicieron más visibles: ratones, zorros, tejones y otros elementos de la fauna salvaje británica escondidos entre las curvas y los arcos pulidos de los árboles. Con el firme tictac del mecanismo del reloj sugiriendo un conocimiento mecánico igual al artístico, quienquiera que hubiera construido este reloj lo había hecho con un gran orgullo y con un nivel excepcional de habilidad.

Slim dejó el reloj encima de la cómoda junto a su cama cuando tomó su abrigo. Era la hora del paseo nocturno al pub local, ojalá a tiempo para las últimas comandas. No le apetecían los fideos precocinados por tercera vez consecutiva. No era que los odiara, sino que la pequeña tienda del pueblo solo tenía un sabor. La noche en que había subido de nivel y comprado una lata de alubias y salchichas, había descubierto que habían caducado hacía tres meses.

Mientras andaba bajo la ligera lluvia que era habitual en Bodmin Moor en sus alrededores después de caer la noche, no podía dejar de pensar en el reloj.

Si hubiera encontrado una bolsa de oro, no podía haber sido más misterioso.




4







—¿Quién es usted realmente, Mr. Hardy? —dijo Mrs. Greyson, reteniendo su desayuno, como si su entrega dependiera de su respuesta—. Quiero decir, está aquí como mi huésped en medio de la nada durante semanas y todo lo que hace cada día es pasear por las montañas o dar vueltas por el pueblo. ¿Está aquí por alguna razón concreta?

Slim se encogió de hombros.

—Soy un alcohólico en rehabilitación.

—¿Y aun así cena todas las noches en el Crown?

—Llámelo penitencia —dijo Slim—. Me enfrento a mis demonios personales. Además, siempre me siento en el comedor, sin ver el alcohol.

—¿Pero por qué aquí? ¿Por qué está en Penleven? Si no hubiera advertido su incapacidad para recordar cosas básicas como llevarse su llave del portal cuando se va, podría haber pensado que es un espía que esconde.

Slim se encogió de hombros.

—No me puedo pagar un viaje al extranjero. Y siempre me ha atraído Cornualles, especialmente las partes frías, oscuras y anodinas que evita la mayor parte de la gente.

—Bueno no hay nada que cumpla mejor con eso que Penleven —dijo Mrs. Greyson con un aire de ligera decepción, como si una vez hubiera tenido una oportunidad de irse, pero la hubiera dejado pasar—. Solo hay unas doscientas personas en el pueblo, pero al menos no somos un pueblo fantasma como muchos de los de la costa.

—¿Pueblos fantasma?

—Boscastle, Port Isaac, Padstow… todos son sitios de vacaciones. Activos durante el verano, desiertos en invierno. Puede que no seamos muy animados, pero al menos siempre hay una cara amistosa en la tienda o el pub.

Las veces que se había aventurado en la barra del Crown para pedir su comida, Slim había visto pocas caras amistosas, pero muchas tristes, tiradas sobre sus pintas de cerveza, mirando al vacío. Tal vez fuera el invierno: por la noche el viento aullaba, haciendo temblar su ventana lo suficientemente fuerte como para que a veces temiera que se saliera de la pared y la noche era muy oscura en el camino hacia el albergue, no era la oscuridad de la ciudad a la que Slim estaba acostumbrado. O tal vez fuera que había poco de qué hablar en esos lugares. Slim no tenía cobertura de teléfono hasta que subía más de un kilómetro por la colina por la carretera que se dirigía a la A39, pero para alguien con más por olvidar que por mirar adelante, estaba en un lugar ideal.

Como si renunciara a la caza del fragmento de cotilleo que podría haber elevado su prestigio entre los miembros más lenguaraces de la comunidad, Mrs. Greyson hizo descender el desayuno de Slim y se echó atrás, cruzando los brazos, quedándose a mirar unos momentos antes de darse rápidamente la vuelta y volver a la cocina. Slim se quedó solo en la estrecha zona de comedor del albergue: tres mesas tan apretadas contra las paredes que estaban marcadas sobre el papel pintado y una flotando en medio, como si estuviera olvidada. Mrs. Greyson, en una especie de acto de desafío contra su descaro por cargarle sus asuntos, preparaba el lugar menos deseable de todos para Slim cada mañana, en una mesa atrapada detrás de una puerta del recibidor. La carta, con tres de las cuatro opciones tachadas, constaba solo de repollo hervido y frito con el acompañamiento ocasional de unas alubias estofadas. Slim tenía tantos gases que tenía que dejar abierta la ventana de su dormitorio por la noche.

Al menos la tostada estaba siempre buena y el café, aunque le faltaba el extra de algo que Slim habría añadido en otro tiempo, era fuerte y sabía como si se hubiera preparado al día anterior, tal y como le gustaba a Slim.

Acabó rápidamente, gritó dando las gracias a Mrs. Greyson y luego se fue antes de que le arrinconara de nuevo. Lo recibió un viento húmedo que soplaba desde Bodmin Moor, a unos tres kilómetros al este, que puso a prueba la capacidad de su cazadora para mantenerlo seco y caliente. Incluso cuando los páramos estaban secos, Penleven estaba envuelto en la misma llovizna, como si fuera el dueño de su propio microcosmos climático.

El autobús llegó unos diez aceptables minutos tarde y le llevó por un aparentemente interminable serpenteo a través de valles boscosos siguiendo carreteras estrechas y sinuosas hasta llegar por fin al valle del bonito pueblo de Tavistock. Ubicado a lo largo de un tramo del río Tavy, era un agradable conjunto de calles históricas rodeadas por tiendas sorprendentemente metropolitanas. Disfrutando de la rara comodidad de la gente, Slim aprovechó la oportunidad para actualizar el viejo jabón del baño de Mrs. Greyson, comprarse una camiseta de H&M y luego almorzar en un Wetherspoons. Al volver a su propósito después de acabar de ver un partido de rugby en una gran pantalla, encontró el mercado cubierto cerca del río y preguntó por algún vendedor de antigüedades. Tres personas le recomendaron Geoff Bunce, el dueño de una tienda de baratijas situada en el rincón nordeste detrás de un bullicioso café.

—Necesito que me tase un reloj —dijo Slim a Bunce, un hombre con la barba blanca, cuyo grosor y vello facial le daban la apariencia de un Papá Noel fuera de temporada, un parecido acentuado por los tirantes que rodeaban su prominente barriga.

—Déjeme que eche un vistazo.

Bunce dio la vuelta al reloj varias veces, canturreando en voz baja con aprecio y contento, mirando demasiado a menudo a Slim y entrecerrando sus ojos con gesto de sospecha.

—¿Le importa que quite la tapa de atrás?

—Claro que no.

Mientras Bunce se ponía a trabajar con un destornillador, Slim se sentó alejándose de su mesa y dejó que sus ojos vagaran por las estanterías y las cajas cargadas de baratijas. No había tantas antigüedades como basura cubierta de polvo de un pasado ya olvidado.

—¿Es usted amigo del viejo Birch? —dijo Bunce de repente.

—¿Qué?

Bunce le mostró un sobre dañado por el agua.

—El Viejo Birch. Amos.

Slim frunció el ceño, preguntándose si Bunce estaba hablando en algún dialecto de la zona. Luego, con una pizca de frustración, el hombre repitió:

—Amos Birch. El hombre que fabricó este reloj. Vivía en Trelee, cerca de Bodmin Moor. Tenía una granja. En sus primeros tiempos, solía vender sus relojes aquí mismo, en el mercado de Tavistock, antes de hacerse famoso. ¿Era amigo suyo?

—Sí, un amigo.

—Bueno, pues supongo que esto le pertenece. —El hombre sacudió el sobre como para recordar a Slim su existencia.

Slim lo tomó, sintiendo de inmediato la delicadeza antigua del papel junto a su humedad. Si tratara de abrirlo, el sobre se desmenuzaría en sus manos y cualquier mensaje que contuviera se perdería.

—Ah, ahí es donde estaba —dijo, lanzando una sonrisa poco convencida al tendero—. Lo estaba buscando.

—Sin duda, Mr…

—Hardy. John Hardy, pero la gente me llama Slim.

—No voy a preguntarle por qué.

—No lo haga. La historia no merece la pena.

Bunce volvió a suspirar. Dio la vuelta al reloj una vez más.

—Está sin terminar —dijo, confirmando lo que ya había supuesto Slim—. ¿Supongo que su amigo Birch se lo dio como un regalo? No podría haberlo vendido en estas condiciones, un hombre con su reputación.

—Parece que lo conocía bien.

—Amigos de la escuela. Amos era dos años mayor, pero no había muchos chicos por los alrededores. Todos nos conocíamos.

—Supongo que eso son las comunidades pequeñas para ustedes.

—Usted no es de aquí, ¿verdad, Mr. Hardy?

Slim siempre había pensado que hablaba con un acento neutro, pero eso le hacía un forastero donde se esperaba que uno tuviera un acento del suroeste del país.

—De Lancashire —dijo—. Pero he estado mucho tiempo en el extranjero.

—¿Militar?

—¿Cómo lo sabe?

—Por sus ojos —dijo Bunce—. Veo fantasmas en ellos.

Slim dio un paso atrás. Una película de recuerdos indeseados empezó a parpadear, lo que le hizo sacudir la cabeza para apagarla.

—¿Usted también fue militar?

—En las Falklands. Cuanto menos hablemos de ello, mejor.

Slim asintió. Al menos tenían algo en común.

—Bueno, supongo que ya le he hecho perder demasiado tiempo…

—Podría conseguir unos cientos por él —dijo Bunce, dándole de golpe el reloj—. Tal vez un poco más si lo subasta. Hay coleccionistas de relojes de Amos Birch, aunque sean pocos. No está acabado y tiene algunos arañazos, pero sigue siendo un reloj original de Amos Birch. Solía tener demanda. Amos fue un artesano antes de que la artesanía estuviera de moda.

—¿Solía?

Bunce frunció el ceño y Slim sintió que los ojos del hombre diseccionaban cada hilo de sus mentiras.

—El interés por Amos Birch se desvaneció después de que desapareciera.

—¿Después de que…?

—¿Verdad que usted sabe, Mr. Hardy, que su amigo ha estado desaparecido desde hace más de veinte años?




5







El Crown & Lion, el pub solitario que se encontraba en el mismo límite de Penleven, con una ristra de árboles separándolo de la propiedad más cercana de casas como un vecino maldito nunca había sido más atractivo. Desde la única parada de autobús, Slim no podía más que pasar por delante de él para llegar a su alojamiento y aunque había comido frecuentemente en su desangelado comedor con tentaciones de un alcohol que habría borrado en un abrir y cerrar de los ojos de un bizco local los últimos tres meses de rehabilitación, esa noche sentía demasiado la antigua tensión, la nerviosa inquietud que siempre le había empujado al abismo. La gente decía que una vez que se es un alcohólico, siempre se es un alcohólico y aunque Slim tenía la esperanza de que algún día podría disfrutar tranquilamente de alguna cerveza ocasional, esos días libres de demonios, de control y conformidad quedaban muy lejos. Echó una única mirada nostálgica a las luces de la ventana del pub, avivó el paso y pasó aprisa por delante.

El albergue estaba en silencio cuando volvió, pero, a través de una puerta cerrada, llegaba el sonido apagado de un televisor con el volumen bajo. Slim abrió la puerta y vio a Mrs. Greyson dormida en su butaca delante de una estufa eléctrica. El mando del televisor descansaba a su lado sobre el brazo de la butaca, como si hubiera tenido la previsión de bajar el sonido antes de quedarse dormida.

Slim subió las escaleras. Puso el reloj sobre la cama y volvió a salir. A menos de un kilómetro siguiendo la carretera, fuera de la única tienda del pueblo, Slim encontró una cabina.

Llamó a un amigo en Lancashire. Kay Skelton era un experto en lingüística y traducción a quien Slim conocía desde sus tiempos en el ejército y con quien había trabajado antes. Slim le habló de la vieja carta encontrada dentro del reloj.

—Tengo que saber qué hay escrito en ella, si es que hay algo —dijo Slim.

—Envíamela por correo urgente —dijo Kay—. Yo no puedo hacer nada, pero tengo un amigo que puede ayudar.

Después de la llamada, Slim se sorprendió al ver que la tienda seguía abierta, aunque eran casi las seis y cuarto.

—Estoy cerrando —fue la seca bienvenida de la tendera, una mujer mayor con una cara tan agria que Slim dudó de si podría sonreír si lo intentara.

—Solo será un minuto —dijo Slim.

—¡Ah, eso es lo que dicen todos! —dijo con una mueca y una risa sarcástica que hizo que Slim dudara sobre si estaba haciendo una broma o mostrándose desagradable.

Después de comprar un sobre, Slim averiguó que, sí, la tienda también funcionaba como oficina local de correos, pero, aunque, sí, podía hacer envíos urgentes, había que pagar un suplemento por envíos fuera de horario.

—¿Trelee está lejos de aquí? —preguntó, mientras la tendera, no muy sutilmente, le acompañaba hasta la puerta.

—¿Para qué quiere ir allí arriba? No hay mucho que ver para turistas.

—He oído que hay algo misterioso allí.

La tendera puso los ojos en blanco.

—Ah, se refiere a Amos Birch, el relojero. Yo creía que eso se había olvidado. ¿Por qué le importa que desapareciera un viejo?

—Soy investigador privado. La historia me ha parecido interesante.

—¿Por qué? Hay poco que decir. ¿Le ha contratado alguien?

Puso tanto desdén en la palabra «contratado» que Slim se preguntó si la tendera había tenido alguna mala experiencia con investigadores privados en el pasado.

—Estoy de vacaciones —dijo—. Pero ya sabe lo que dicen: una vez se es un poli, siempre se es un poli.

—¿Eso dicen, de verdad?

—Entonces… ¿saliendo del pueblo a la izquierda o a la derecha?

La tendera volvió a poner los ojos en blanco.

—Hacia el norte por el camino hacia el viejo Camelford. Puede que vea una señal: solía haber una, pero el ayuntamiento ya no poda como antes. Unos diez minutos en coche.

—¿Y a pie?

—Una hora. Tal vez un poco más. Si conoce el camino, puede atajar por el borde de Bodmin Moor y ahorrarse algo de tiempo, pero tenga cuidado. Era un terreno de minas.

—Gracias.

—Y llévese algo de comer. Esta es la única tienda por aquí hasta llegar al garaje de la Shell en la A39 justo a las afueras de Camelford.

Slim asintió.

—Gracias por la información.

La tendera se encogió de hombros.

—Si quiere un consejo, yo me ahorraría el esfuerzo. No hay mucho más que ver que una vieja granja y poco por saber. Cuando Amos Birch desapareció, se aseguró de que nadie lo encontrara.




6







La lluvia dio la bienvenida a Slim a la mañana siguiente, pero Mrs. Greyson estaba del mejor humor que le había visto nunca cuando le explicó que salía.

—No es el mejor día para andar por los páramos, ¿verdad? —dijo. Cuando Slim se encogió de hombros, añadió—: Quiero decir, tengo un paraguas que le puedo prestar, pero no lo va a poder llevar en su bicicleta y, en todo caso, el viento allí arriba lo estropearía.

Slim consideró aceptar el farol y pedírselo de todos modos, pero decidió arriesgarse con su cazadora habitual. Mrs. Greyson, sin embargo, sí le ofreció un antiguo mapa del Departamento de Fomento, con Trelee marcado con un gran punto a un par de casillas por encima de donde se concedía a Penleven bastante más espacio que el que merecía su disperso caserío.

La carretera era como ya había llegado a esperar de Cornualles en cualquier sitio que no fuera la A30 o la A39: un camino serpenteante e interminable apenas suficientemente ancho como para que pasaran dos vehículos, un laberinto de curvas sin visibilidad y desvíos ocultos que entraban y salían de valles boscosos entre suaves colinas onduladas de granjas y páramos. De vez en cuando se abrían setos claustrofóbicos que revelaban bellos panoramas rurales de espacios abiertos llenos de neblina, pero al caminar a través de las sombras que dejaban los grandes árboles, con la única compañía del ladrido distante de un perro o el canto de un pájaro, la imaginación de Slim empezó a acosarlo con imágenes de cuerpos mutilados y anuncios de personas desaparecidas en la contraportada de los periódicos dominicales.

Trelee, en el rincón del camino en el que el mapa indicaba que debía estar el pueblo, era apenas una docena de casas, distribuidas a lo largo de menos de un kilómetro en un tramo llano rodeado de portones a campos que miraban a Bodmin Moor. Unos pocos caminos rurales desaparecían en valles ocultos, con agrupaciones de graneros y granjas ocultos que solo mostraban sus tejados a través de árboles sin hojas.

Slim encadenó su bicicleta a un portón cercano a una señal del ayuntamiento anunciando TRELEE con letras firmes y la hierba aplastada a su alrededor, como si la hubieran golpeado con un palo y continuó a pie, preguntándose si el viaje habría merecido la pena. Las tres casas más cercanas eran bungalós modernos alejados de la carretera. Ninguno tenía vehículos en el exterior, lo que sugería que sus habitantes estaban trabajando en alguna ciudad lejana. Vio pocas señales más de vida: algunos juguetes de niño en la entrada de uno, un elegante gato sentado en la ventana de otro.

Pasados lo bungalós, había tres granjas más antiguas, con muros de piedra y tejados de paja, un pedazo de un documental de viajes transportado a un sitio desconocido de Cornualles. Las dos primeras parecían vacías, con los portones cerrados y los buzones arañados, pero en la tercera un hombre mayor trabajaba en el jardín, echando los restos esqueléticos de plantas muertas en una compostadora antes de colocar las viejas bandejas en una pila.

Slim levantó una mano en respuesta a un amable saludo.

—¿Tiene un minuto? —preguntó.

El hombre vagaba por el jardín.

—Claro. ¿Es usted nuevo por aquí?

—Solo estoy de visita. Vacaciones.

El hombre asintió pensativo.

—Qué bien. Yo hubiera elegido algún lugar más cerca de la costa, pero cada uno es como es.

Slim se encogió de hombros.

—Era barato.

—No me sorprende.

—Estoy buscando a alguien que pueda haber conocido a Amos Birch —dijo Slim, pues las palabras le salieron de la boca sin pensar realmente en qué estaba diciendo—. Ya sé que murió, pero me pregunto si tal vez tenía una esposa o un hijo. Encontré algo que podría pertenecerle.

El hombre se puso visiblemente tenso al oír el nombre de Amos.

—El que haya muerto o no es dudoso. ¿A quién le importa?

—Mi nombre es Slim Hardy. Estoy en el albergue Lakeview en Penleven.

—¿Y qué ha encontrado?

Slim se dio cuenta de que no tenía sentido volverse atrás.

—Un reloj. Oí que era aficionado a esto.

El hombre se rio.

—¿Un aficionado? ¿Quién le ha dicho eso?

—Es lo que he oído.

—Bueno, amigo mío, si yo encontrara un reloj de Amos Birch, yo me lo quedaría para mí o al menos lo guardaría bajo llave.

—¿Por qué?

—Son cosas muy buscadas. Amos Birch no era un aficionado. Era un artesano famoso en todo el país. Sus relojes valen miles.




7







Mientras Slim se sentaba al otro lado de la mesa destartalada del hombre que se había presentado como Lester «pero llámeme Les» Coates, se encontró pensando constantemente en el reloj que había dejado despreocupadamente sobre la cama en el albergue. Podría valer una pequeña fortuna, algo que, en ausencia de trabajos a la vista, le habría resultado muy útil ahora mismo.

—Las historias continuaron —dijo Les tomando el té que Slim encontraba decepcionantemente flojo—. Fue literalmente un caso de visto y no visto. Desde el desplome de un pozo minero en Bodmin Moor al secuestro por un grupo terrorista internacional. Muy rocambolesco, podríamos decir.

—¿Vivía cerca de aquí?

—En la Granja Worth. Al norte de la mía, la segunda entrada a la izquierda. Tenía gente que trabajaba para él, pero era un mero mantenimiento. La gente siempre decía que la mantenía con pérdidas para desgravar impuestos.

—¿Para sus relojes?

—Eso fue luego. Empezó como granjero, al heredar la granja de su padre, creo. Luego, cuando aumentó el interés por su otro trabajo, recortó por un lado para expandirse por otro.

—¿Eran amigos?

Les sacudió la cabeza.

—Vecinos. Nadie era en realidad amigo del viejo Birch. No era la persona más sociable, pero era bastante amable si te lo encontrabas por la calle.

—¿Familia?

—Esposa e hija. Mary la sobrevivió unos pocos años, pero, después de morir, Celia vendió la propiedad y se mudó. La nueva pareja que vive ahí son los Tinton. Gente bastante agradable, pero algo cerrados. Maggie es algo pija, pero no es buena gente.

—¿Conocían la historia del lugar cuando lo compraron?

Les sacudió la cabeza.

—No sabría decirle. Ni siquiera supe que Celia lo había puesto en venta hasta que empezaron a llegar las furgonetas de la mudanza. Indudablemente no había carteles de venta hasta que apareció el de vendido. Habría estado bien que alguien del pueblo lo comprara, pero no puedes evitar estas cosas. De todos modos, a nadie le entristeció que Celia se fuera. Buen viaje.

Slim frunció el ceño ante el repentino cambio en el tono de voz de Les. Le recordó la reacción que había recibido al principio al mencionar a Amos.

—¿Por qué dice eso?

Les suspiró.

—La niña era mala gente. El viejo Birch tenía dinero. A la niña no le faltaba nada, iba por ahí con descaro. Se decían todo tipo de cosas sobre ella.

—¿Como qué?

Les parecía dolido, haciendo muecas como si las palabras fueran una fruta podrida en su interior y no tuviera otra alternativa que tragarla.

—Le gustaban los hombres, eso decían. Los prefería casados. Más de un par de casas se vendieron mientras ella estaba por aquí, con familias que se separaban. Tenía solo diecinueve años cuando Amos desapareció y muchos dijeron que él ya había tenido bastante.

—¿Cree que ella lo mató?

Les golpeó la mesa lo suficientemente fuerte como para sobresaltar a Slim y luego dejó escapar una risa perruna.

—Oh, Dios, no. ¿Cree que se habría librado con algo así? La chica tenía sus recursos, pero no puedo creer que ideara una forma de librarse de él.

Slim quería preguntar a Les si conocía el nuevo domicilio de Celia, pero el viejo estaba frunciendo el ceño como mirando al vacío. Slim miró a su alrededor, buscando señales de la presencia de una mujer y no encontró ninguna. Se preguntó si las historias sobre el estilo de vida decadente de Celia Birch eran algo más que rumores.

—Gracias por su tiempo —dijo, levantándose—. Le dejo con sus cosas.

Les acompañó a Slim hasta la puerta.

—Venga cuando quiera —dijo—, pero, si quiere un consejo, no profundice mucho.

—¿Qué quiere decir?

—Las puertas de este sitio siempre están abiertas a los extraños. Pero si curiosea demasiado en lo que hay detrás de ellas, tienden a cerrarse de golpe.




8







Slim comió en unos escalones con una panorámica del distante tapete verde de Bodmin Moor. Unas huellas de pisadas en el barro blando en un rincón del campo le decían que la ruta era popular, pero todavía no había visto otros paseantes.

Se sintió un poco incómodo cuando llegó a la puerta de la Granja Worth, pero el sendero hacia el valle hacía un ángulo en torno a la parte trasera del corral antes de pasar un arroyo y dirigirse hacia el páramo, así que Slim pudo ver a través del seto según pasaba.

Una granja enfrente de un patio de cemento rodeado por anexos: dos grandes establos para animales, uno para maquinaria y un par más cuyo uso Slim solo podía adivinar; silos para el grano o una procesadora láctea, tal vez. En la parte trasera del espacio principal, un camino de grava baja a un grupo de edificios más pequeños que tenían el aspecto de ser de uso personal. Slim echó un vistazo a través de la valla, preguntándose si el más grande de ellos (una caseta de ladrillo con dos ventanas a ambos lados de la puerta y una pequeña chimenea sobresaliendo del tejado en un extremo) habría sido en su momento el taller de Amos Birch.

Con un instinto para posibles pistas desarrollado a lo largo de ocho años como investigador privado, Slim sacó su cámara digital y tomó unas pocas fotos del corral. La acababa de devolver al bolsillo justo un momento antes de que la voz de una mujer lo saludara.

—Mire, puede quedarse atascado ahí.

Slim se giró rápidamente. Salió del seto para caer en un montón de barro hasta el fondo. Mientras se giraba haciendo muecas ante la mancha marrón que subía desde su tobillo hasta casi la mitad de su muslo, se encontró cara a cara con una señora anciana ataviada con ropa de senderismo de tweed. Se apoyaba en un bastón de caminar y lo miraba fijamente, entrecerrando los ojos a través de unas gafas que llevaba en la parte baja de la nariz.

Slim se puso en pie y se quitó el barro de su ropa lo mejor que pudo. La mujer seguía mirándolo, frunciendo el ceño cada vez más, con la cabeza inclinada hacia un lado como un artista examinan la obra de un rival.

—¿Ha visto algo de interés desde su posición estratégica?

—¿Qué?

—Desde ese matorral. —Agitó su bastón de paseo hacia el páramo—. Ya sabe, la mayoría de la gente en este camino mira más lejos a esos bloques espectaculares. Me pregunto qué puede encontrar interesante en unos pocos edificios de una granja ocultos tras un seto colocados de tal manera que alguien con al menos una pizca de sensatez podría considerar como un atentado a la privacidad de alguien.

El tono de voz de la mujer había pasado del interés general a uno al borde del enfado. Slim estaba cansándose de sus aires de grandeza, pero de repente se dio cuenta de con quién estaba hablando.

—¿Mrs. Tinton? Usted es la dueña de la Granja Worth, ¿verdad?

La mujer asintió con firmeza.

—Muy listo, ¿no? Lo soy. Y le voy a decir algo: no me importa quién haya vivido aquí. Estoy harta de que los buscadores de tesoros merodeando por aquí. He dicho a Trevor durante años que poner una valla eléctrica era la única solución, pero siempre piensa que cada mirón que atrapamos merodeando por nuestra propiedad será el último. Sinceramente, es demasiado amable para su propio bien.

—Lo siento.

—Debería. Ahora salga de ese seto de una vez. El derecho a vagar podría protegerlo en el camino, pero ese seto es parte de mi propiedad y al entrar en él está cometiendo un allanamiento. ¿Sabe que podría recibir una multa de hasta cinco mil libras por allanamiento?

En un momento de urgencia relacionado con un caso anterior, Slim había mirado una guía para principiantes de las leyes británicas y no recordaba nada de eso, pero no ganaba nada discutiendo. Extendió las manos, le lanzó su mejor sonrisa de disculpa y dijo:

—No quería hacer daño a nadie.

—¡La Granja Worth no es una atracción turística!

La mujer clavó su bastón en el suelo para dar más énfasis a sus palabras, salpicando barro sobre las botas ya mojadas de Slim. Pensó en volver a protestar, pero decidió no molestarse. Ella no había notado la cámara, así que era mejor irse mientras podía.

—Mejor me voy a casa —dijo, volviendo al camino mientras ella agitaba el bastón en su dirección—. Vuelvo a pedirle perdón. No quería hacer daño a nadie.

—¡Lárguese!

Slim se alejó por el camino. Una vez entre los árboles al fondo del campo se arriesgó a echar una mirada atrás. Mrs. Tinton había seguido caminando hasta los escalones, pero allí había recuperado su tarea de centinela, apoyada en el bastón con ambas manos como un soldado con un rifle.

Solo la ruta más larga alrededor de la parte trasera de la granja le llevaría de vuelta a la carretera sin pasar por delante de ella. El camino seguía una estrecha y traicionera ribera con un salto de agua sobre el arroyo. El alto seto que rodeaba la granja solo ofrecía grupos de zarzas para agarrarse, mientras que había una línea de árboles plantados en el lado de la granja, creando una red confusa de sombras en un terreno irregular. En algunos sitios, el arroyo había hecho desaparecer parte del camino y una sección del seto cerca de la esquina sudeste se apoyaba en una pared más nueva de piedra, lo que indicaba que en algún momento se había socavado y derrumbado.

Las primeras gotas de lluvia empezaron a caer a su alrededor cuando el camino se abría a otro campo. Dentro de un invernadero pintoresco con un plato de bollos o incluso con una botella de whisky habría sido un sonido agradable y romántico. Pero ahora le recordó a Slim el largo camino en bicicleta de vuelta a Penleven. Se preguntó si no era el momento de abandonar Cornualles y dejar atrás el campo, pero no podía enfrentarse al problema de la búsqueda de piso o las tentaciones que podía traer el estrés. En todo caso, miró enfadado el cielo oscuro y salió a la lluvia dejando atrás la última cobertura de los árboles.

Al llegar de vuelta al albergue una hora después, Mrs. Greyson le amonestó por dejar barro en el felpudo, pero, por otro lado, parecía contenta de verlo volver antes de que se hiciera de noche. En su habitación, picó unas patatas fritas y algo de chocolate mientras cargaba sus fotografías en su portátil. No esperaba encontrar nada notable, pero cuando agrandó la imagen del pequeño edificio de ladrillo, un par de cosas captaron su atención.

Dentro de las ventanas de ambos lados parecía haber barrotes, mientras que la puerta estaba adornada con un gran candado.




9







La desaparición de Amos Birch resultó ser demasiado banal como para causar mucha agitación en Internet. Tras bastante rastreo y un poco de búsqueda en los sitios de aficionados y especulación en fuentes fiables, Slim fue capaz de determinar la fecha exacta como el 2 de mayo de 1996, un martes, hacía veintiún años y diez meses. De acuerdo con el historial meteorológico, había estado nublado por la mañana, con algo de lluvia a partir de las cuatro, aproximadamente.

El único artículo relacionado con la propia desaparición estaba en un blog de aficionados a la relojería, un post sobre «qué fue de» acerca de relojeros aficionados que incluía poco que Slim no supiera ya. En la noche del martes 2 de mayo de 1996, Amos Birch cenó con su mujer y su hija y luego se fue a su taller para seguir trabajando en su único reloj. No se le volvió a ver.

Las hipótesis iban del asesinato a la fuga. Entonces tenía cincuenta y tres años y compartía su hogar con su esposa, Mary, que entonces tenía 47 años, y su hija. Celia, de 19. Tuvo lugar una investigación policial, incluyendo una búsqueda exhaustiva en Bodmin Moor, pero se llegó a la conclusión, en ausencia de evidencias que sugirieran otra cosa, de que Amos Birch sencillamente se había hartado y había abandonado su vida. El taller estaba abierto y sus botas de montaña y su cazadora habían desaparecido. No se había llevado ninguna identificación y su cartera se encontró posteriormente en un armario de la cocina. Sin embargo, como se creía que había vendido muchos de sus relojes en efectivo a coleccionistas locales, la ausencia de retiradas de efectivo en cajeros automáticos en los siguientes días significaba que probablemente se había ido llevándose dinero y posteriormente se habría creado una nueva identidad.

El artículo no tenía ningún otro detalle notable, pero la última línea tocó la fibra sensible de Slim.

«Parece que Birch sencillamente se hartó y salió por la puerta, llevando consigo su último reloj».

No había nada que sugiriera que el autor sabía algo acerca del reloj. En ninguna parte se mencionaba un reloj inacabado en el taller, así que podía ser una elegante imaginación.

¿El último reloj era el que Slim había encontrado en el páramo?

Geoff Bunce había estado de acuerdo con la evaluación de Slim de que el reloj estaba sin terminar. ¿Y si el último reloj de Amos Birch estaba ahora bajo la cama de Slim?

Slim se levantó, sintiéndose nervioso de repente. No se conocían las circunstancias de la desaparición de Amos, pero Slim no se había callado acerca de lo que había encontrado. ¿Y si Amos había escondido el reloj por alguna razón concreta?

¿Y si alguien lo estaba buscando? ¿Podría haber desaparecido Amos llevando consigo el reloj para esconderlo de alguien?

Slim tomó la silla de la pequeña mesa de la habitación, la inclinó y la colocó bajo el pomo de la puerta. No había pensado que la falta de cerradura fuera un problema, pero ser cauto no podía hacerle daño.

Se preguntó si tendría que decirle algo a Mrs. Greyson, pero se lo pensó mejor. Eso solo la preocuparía y, en todo caso, le buscarían a él, no a ella.

Salvo que, por supuesto, Amos hubiera sido asesinado. Bodmin Moor y el área que lo rodeaba supuestamente habían sufrido muchas excavaciones mineras en el pasado y el suelo estaba plagado de antiguos pozos, muchos de los cuales no estaban identificados ni aparecían en los mapas. No podía ser difícil deshacerse del cuerpo de Amos en algún sitio donde nadie podría encontrarlo nunca.




10







Durante el desayuno de la mañana siguiente, Slim juzgó que Mrs. Greyson estaba de buen humor, así que le hizo un gesto. A su llamada, los silbidos que llegaban desde la cocina como el trino de un pájaro viejo pero contento callaron de repente y se dirigió con pasos firmes, estrujando su delantal como si recordara a Slim la molestia que se estaba atreviendo a causar.

—Mr. Hardy… espero que todo sea de su agrado.

Él sonrió, pinchando el plato con un tenedor.

—Por supuesto. Estos huevos me recuerdan a mi difunta madre y a las delicias culinarias a las que estaba sometido cada día.

—Eso es… estupendo. ¿En qué puedo ayudarle?

—Ayer subí a Trelee. Me perdí un poco en el páramo, pero una señora mayor fue muy amable dándome indicaciones. Querría enviarle una nota de agradecimiento, pero me temo que he olvidado su nombre.

—¿Y por qué cree que yo lo sé?

—Dijo que vivía en la antigua casa de Amos Birch. ¿No conoce el nombre de los nuevos dueños?

—No tan nuevos: llevan allí una docena de años.

Slim mantuvo su sonrisa, pero asintió como para animarla a contarle más.

—Tinton —dijo Mrs. Greyson—. Maggie Tinton. Solo puedo decir que debe haberla pillado en un día bueno. La vieja bruja más desagradable de los alrededores. Y apuesto a que usted pensaba que yo era mala.

La sonrisa de Slim estaba empezando a hacer que le doliera la cara.

—Su marido, Trevor, es mucho más agradable. Solía ir a beber al Crown hasta que… bueno, hace algún tiempo de eso.

—¿De qué?

Mrs. Greyson desenrolló su delantal, se lo quitó y luego frunció el ceño, como si Slim le estuviera pidiendo que se saltara alguna frontera moral.

—Se hablaba… la gente decía que habían tenido algo que ver.

—¿Con qué?

—Con la desaparición de Amos —Antes de que Slim pudiera responder, añadió—: Es ridículo, por supuesto. Los Tinton vienen de Londres. No pueden haber sabido nada de Amos. Después de todo, Mary estuvo viviendo allí durante diez años después de que Amos desapareciera. Los Tinton se limitaron a encontrar una ganga.

—¿La gente cree de verdad que tuvieron algo que ver?

—Por supuesto que no. Solo era un rumor estúpido, pero ambos se ofendieron y, después de eso, se aislaron de la comunidad local.

—Parece que los conocía bien.

—Solía jugar al bridge en el local de la legión con Maggie, pero dejó de venir y nunca volvió.

—Es casi como reconocerse culpables.

—Les insultaron, nada más —dijo—. Se mudaron aquí para retirarse a la vida rural típica que se ve en televisión. Creo que esperaban una comunidad de gente simple que los esperaba con los brazos abiertos para llevarlos a las fiestas del pueblo y a los cafés de las mañanas. Cuando no consiguieron lo que querían, renunciaron.

—¿Pero no hay manera de que tuvieran algo que ver con la desaparición de Amos Birch?

Mrs. Greyson sacudió la cabeza.

—Absolutamente ninguna.

—¿Qué cree que pasó, entonces?

Mrs. Greyson puso los ojos en blanco.

—Pensaba que estábamos hablando de Mrs. Tinton.

—Debe creer algo. Parece que los conocía.

Mrs. Greyson se encogió de hombros y suspiró.

—Él huyó de su familia. ¿Qué hay que saber? Amos tenía mucho dinero guardado y estaba fuera a menudo en sus viajes de negocios, convenciones de relojeros y todo eso. ¿Quiere mi opinión? Tenía alguna querida en el extranjero y huyó para estar con ella.

—¿No hubiera sido más sencillo divorciarse de Mary?

Mrs. Greyson tomó de nuevo su delantal.

—No tengo tiempo para esto —dijo. Mientras se daba la vuelta y se dirigía a la cocina, añadió—: Disfrute de su paseo, Mr. Hardy.

Slim la miró frunciendo el ceño. No iba a sacar más de ella, estaba seguro, pero al mencionar a la otra mujer, sus mejillas habían tomado un color sonrosado que sin duda no tenían antes.




11







Visitar la biblioteca local más cercana significaba volver a Tavistock. Slim se encontró solo en una sala de archivos buscando entre enormes ficheros de viejos periódicos locales de gran tamaño, amarillentos y crujientes por el paso del tiempo.

Cada fichero contenía el equivalente a un año de semanarios. Como esperaba de los periódicos de un pueblo pequeño llenos de anuncios de agentes de propiedad inmobiliaria y empresas de alquiler de maquinaria agrícola, había poco sensacionalismo en las breves noticias sobre la desaparición de Amos Birch. «Relojero local desaparece en misteriosas circunstancias», decía un titular, antes de continuar con una noticia tan poco detallada que era casi una repetición del título, centrándose en la historia de Amos como artesano con grandes habilidades y respetable granjero local, pero sin ningún rastro de especulación.

La noticia más interesante la encontró en un fichero de un periódico llamado el Tavistock Tribune:

«El granjero local y famoso relojero Amos Birch (53) está desaparecido desde la tarde del jueves, 2 de mayo, según ha denunciado ante la policía su esposa Mary (47). Famoso tanto nacional como internacionalmente por sus complejos relojes hechos a mano, se cree que Amos pudo ir a dar un paseo al atardecer por Bodmin Moor y perderse. Se considera que estaba mentalmente bien y no tenía problemas de salud, pero, según su esposa, estaba cada vez más nervioso durante la semana anterior a su desaparición. La familia pide que cualquier información con respecto a la desaparición de Amos se comunique a la policía de Devon y Cornualles».

Slim releyó el artículo un par de veces y luego frunció el ceño. ¿Nervioso? Podía querer decir cualquier cosa, pero sugería que Amos sabía que algo podía estar a punto de ocurrir. ¿Había planeado huir o le había ocurrido algo?

Recordando una cita que le había contado un antiguo colega del ejército acerca de cómo las pistas de un delito aparecían a menudo mucho antes que el propio delito, buscó unas semanas antes en las páginas de los periódicos para encontrar algo relacionado con Amos Birch. Aparte de una columna de más de un mes antes de la desaparición, que daba cuenta de un premio a Amos de una asociación nacional de relojeros, no había nada.

A la hora de la comida empezaron a dolerle los ojos doloridos por la lectura de textos difuminados por el tiempo, por lo que se fue a un café cercano a recuperarse. Allí llamó a Kay, pero su amigo traductor no tenía aún información sobre el contenido de la carta.

La mente que se había dirigido a la investigación privada unos pocos años después de su deshonrosa expulsión del ejército estaba empezando a zumbar con ideas rocambolescas. Nadie se levanta y abandona una relación estable sin ninguna razón. O vas hacia algo o huyes de algo.

Las posibilidades eran infinitas. Un amante sería lo evidente hacia lo que ir y un cliente descontento o un competidor de lo que huir. Sin ninguna imagen del propio Amos, era difícil hacerse un juicio. Hasta ahora en las conversaciones de Slim el relojero había resultado un personaje oscuro en la comunidad, con la misma oscuridad de su profesión colocándole un halo de misterio. Incluso el camino a la Granja Worth y los altos setos que la rodeaban daban a la familia Birch un aire de encierro, un aire que los Tinton habían mantenido.

El café tenía teléfono. Slim tomó una guía de una estantería a su lado y volvió a su mesa. Había unas dos docenas de Birch, pero ninguno que empezara con una C.

Slim volvía a la estación de autobuses cuando oyó a alguien gritar detrás de él. Algo en su tono urgente le hizo darse la vuelta y vio a Geoff Bunce saludándolo desde el otro lado de la calle. Slim esperó a que el hombre cruzara la calle.

—Pensé que era usted. Unas largas vacaciones.

Slim se encogió de hombros.

—Soy mi propio jefe. Puedo hacerlas tan largas como quiera.

—¿Así que le ha visto? ¿A su amigo?

El sarcasmo en el tono de voz del hombre causó una ola de enfado en el estómago de Slim, pero forzó indiferencia en su voz.

—¿Amos Birch?

—Sí. ¿Le ha devuelto el reloj?

—Todavía no. Estoy en ello.

—Mire, no sé quién es usted, pero creo que sería sensato tomar ese reloj y volver por donde vino.

Slim no pudo reprimir una sonrisa. Era un exmarine que había prestado servicios en el ejército británico amenazado por un Papá Noel vestido con una chaqueta verde de entretiempo. Bunce podría haber dicho que había sido militar, pero era difícil creerlo.

—¿Qué es tan divertido?

—Nada. Solo me intriga la dureza de su tono. Solo soy un hombre que trata de vender un reloj antiguo.

—Venga, Mr. Hardy, eso es lo último que creo que sea.

—Recuerda mi nombre.

—Lo anoté. Hay algo en usted que me da mala espina.

—¿Solo algo? —Slim suspiró, cansado de juegos—. Mire, ¿quiere saber la verdad? Estoy aquí de vacaciones. Encontré ese reloj enterrado en Bodmin Moor. Esa mierda casi me rompe el tobillo. Solo resulta que mi trabajo actual, para bien o para mal, es el de investigador privado. Es difícil resistirse a un misterio.

Bunce arrugó la nariz.

—Bueno, eso cambia las cosas.

—¿Qué quiere decir?

El otro hombre asintió, resopló, como si se preparara para revelar algo importante. Slim levantó una ceja.

—Verá —dijo Bunce—, yo fui la última persona que vio vivo a Amos Birch aparte de su familia más cercana.




12







—¿Entonces dónde está el reloj que encontró?

Slim se sentó enfrente de Geoff Bunce en un café en un rincón del mercado de Tavistock. Dio un sorbo a un café flojo en una taza de plástico y dijo:

—Lo escondí.

—¿Dónde?

Slim sonrió.

—Donde estoy seguro de que estará seguro.

Bunce asintió rápidamente.

—Bien, bien. Buena idea. ¿Tiene entonces alguna idea de qué le pasó a Amos?

—Ninguna en absoluto.

—Pero usted es un investigador privado, ¿no?

—Trabajo sobre todos en asuntos extramaritales y fraudes en las bajas laborales —dijo Slim—. Nada para entusiasmarse. No voy a ganar dinero con esta investigación, así que si dejan de aparecer rastros probablemente desaparezca en el campo y busque algún caso con el que pueda hacerlo.

—¿No tiene ninguna pista?

—Todo lo que tengo es una lista mental de posibilidades y cuantas más borre, más cerca estaré de averiguar qué pasó realmente.

—¿Qué tiene en su lista?

Slim rio.

—Prácticamente cualquier cosa, desde un asesinato a una abducción alienígena.

—No pensará realmente… —Bunce se calló de repente, arrugando la nariz—. Ah, es una broma. Ya veo.

—En realidad no tengo ninguna pista. Por el momento, me limito a averiguar las circunstancias que rodean su desaparición. Tal vez pueda ayudarme con eso.

—¿Cómo?

—Dijo que fue la última persona que lo vio vivo aparte de su familia. ¿Y si me cuenta eso?

Bunce se encogió de hombros, mostrándose repentinamente inseguro.

—Bueno, ha pasado mucho tiempo, ¿verdad? Fuimos a dar un paseo por el páramo, hasta Yarrow Tor, más allá de la granja abandonada que hay allí.

—¿Recuerda por qué?

Bunce encogió un hombro con un gesto extraño y torcido.

—Era un paseo habitual. Lo hacíamos cada dos meses. No había ninguna razón especial.

—¿Recuerda de qué hablaron?

Bunce sacudió la cabeza.

—Bueno, debió ser lo habitual. No teníamos conversaciones muy profundas. Nos veíamos mucho, ya sabe. Siempre era sobre el tiempo, las quejas sobre la política, todo eso.

—No me está dando mucho para trabajar.

Bunce se mostró decepcionado.

—Supongo que no hay mucho que decir. Quiero decir, conocía a Amos desde siempre, pero no éramos tan íntimos como para contarnos todo el uno al otro. No era ese tipo de hombre. La gente a menudo bromeaba diciendo que prefería los relojes a las personas.

—Me dijo que ese reloj valía unos miles de pavos. ¿Es eso realmente cierto?

Bunce sonrió, pareciendo aliviado de que Slim le hubiera planteado una pregunta que podía contestar.

—Era como un matemático con sus manos. La mayoría de los artesanos tienen una habilidad particular, pero Amos era el paquete completo. Hacía todo: el diseño, las tallas, así como todo el trabajo mecánico interno a mano. ¿Tiene idea de lo difícil que es fabricar piezas de reloj a mano? En un día de trabajo puedes hacer una o dos partes pequeñas. Requiere mucho trabajo y poca gente hoy en día tiene ese tipo de concentración. Amos era de una raza especial.

—¿Cuántos fabricaba?

—No muchos. Dos o tres al año. Algunos eran encargos, creo, otros, ventas privadas. No tenía prisa. No quería ser rico. Le gustaban sus páramos y la vida tranquila. Su granja daba algunas ganancias (a pesar de lo que dicen muchos) y la venta de relojes le daba suficiente dinero extra como para tener un cierto grado de lujos.

—¿Es posible que alguien pudiera guardarle rencor? ¿Una venta fallida o tal vez un trato incumplido?

—Es posible, pero lo dudo. Amos era un hombre agradable y humilde.

—¿En qué sentido?

Bunce se tiró de la barba.

—Era inofensivo, es la mejor manera que tengo de decirlo. Hablaba bajo y nunca decía nada malo de nadie. Se encerraba en su trabajo. Y su trabajo era bueno. Nadie podía quejarse de relojes hechos con tanto cariño y cuidado. Quiero decir, ¿cuántas veces se estropean los relojes de cuco? ¿Cuántas veces ha entrado en un pub y ha visto uno estropeado en la pared de un rincón? Por el contrario, los relojes de Amos… Quiero decir, ¿cuánto tiempo ha estado enterrado ese reloj? ¿Veinte años? ¿Y aun así pudo darle cuerda y funcionó sin problemas? Ningún reloj que compre en una tienda tendrá esa resistencia. Los relojes de Amos se fabricaban para durar.

Bunce no tenía nada interesante que añadir, así que Slim apuntó su número, se excusó y se fue. Había llegado a la estación de autobuses y estaba en la cola de la taquilla cuando tuvo una idea.

Sacó el número de Bunce y llamó al anticuario.

—¿Tan pronto me vuelve a necesitar?

Slim sonrió.

—Solo una pregunta rápida. ¿Con un reloj como el que encontré, ¿cada cuánto tiempo cree que hay que darle cuerda?

—Oh, no lo sé, una vez cada pocos meses. Amos solía hacer unos muelles increíbles. Podías darles cuerda y duraban un montón.

—Muy bien, gracias.

Cuando volvió al albergue, Mrs. Greyson estaba quitando el polvo en el recibidor. Slim le dio educadamente las buenas tardes y luego subió aprisa a su habitación. Allí sacó el reloj de debajo de la cama y se sentó a oír el tictac durante unos minutos. Luego le dio la vuelta, quitó el panel de madera que Bunce había dejado desatornillado y miró el mecanismo del reloj. El pequeño dial enrollado en el reloj reverberaba ligeramente con cada tic.

Frunció el ceño, tocándolo ligeramente con un dedo, advirtiendo la falta de suciedad, comparado con el resto del reloj.

Cada pocos meses, había dicho Bunce. Si el reloj se había fabricado hacía unos veinte años, el muelle se habría desenrollado mucho tiempo atrás.

Slim no le había dado cuerda, lo que le hizo preguntarse quién lo había hecho.





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El segundo misterio electrizante de la serie de los misterios de Slim Hardy.

Un reloj enterrado tiene la clave para descifrar un misterio de hace décadas. De vacaciones para escapar de las pesadillas de su último caso, el soldado caído en desgracia y convertido en detective privado, John «Slim» Hardy, encuentra algo enterrado en la turba de Bodmin Moor. Inacabado y dañado por el agua, el viejo reloj ofrece pistas vitales para un caso sin resolver de personas desaparecidas. A medida que Slim empieza a hacer preguntas en el diminuto pueblo de Penleven, en Cornwall, va entrando en un mundo de mentiras, rumores y secretos, algunos de los cuales los residentes preferirían que permanecieran enterrados. Hace veintitrés años, un relojero solitario salió de su taller y caminó hacia Bodmin Moor, llevando con él su último reloj inacabado. Desapareció. Slim está decidido a descubrir por qué. El secreto del relojero es la deslumbrante secuela del aclamado debut de Jack Benton, El hombre a la orilla del mar.

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