Книга - Arena Dos

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Arena Dos
Morgan Rice


Trilogía De Supervivencia #2
Adictivo.. ARENA UNO, es uno de esos libros que lees en la noche hasta que ves bizco porque no quieres soltarlo. –The Dallas ExaminerDe la autora número uno en ventas, Morgan Rice, llega el Libro Dos de LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, una trilogía de ficción distópica. Habiendo escapado de la isla traicionera que una vez fue Manhattan, Brooke, Ben, Logan, Bree y Rose van por el Río Hudson en una lancha robada, con poco combustible, poca comida y necesitando desesperadamente refugiarse del frío. Pisando sus talones van los tratantes de esclavos, que no se detendrán por nada hasta capturarlos y llevarlos de regreso. A medida que se abren camino río arriba en este thriller post apocalíptico lleno de acción, en su camino para tratar de encontrar la mítica ciudad de Canadá, tendrá que utilizar todas sus habilidades e ingenio y de supervivencia, para mantenerse con vida. En el camino se encontrarán con los supervivientes enloquecidos, bandas errantes de depredadores, caníbales, animales salvajes, un páramo desolado y una tormenta de nieve imparable. Ellos sufren lesiones, enferman, y el Hudson se congela y hacen todo lo posible para salvar lo que pueden y evitar la persecución de los tratantes de esclavos. Ellos encuentran una pequeña isla y piensan que han encontrado un respiro, hasta que los acontecimientos no les favorecen. No es hasta que se suben a un misterioso tren a sin rumbo, que encuentran que las cosas siempre pueden empeorar. En el camino, los sentimientos de Brooke por Logan se intensifican, así como sus sentimientos hacia Ben. Indecisa entre estos dos jóvenes, atrapada entre sus celos, no está segura de sus sentimientos – hasta que los sucesos eligen por ella. Al encontrarse arrojados de nuevo en una Arena, se sorprenden al descubrir que la Arena Dos es aún peor. Lanzados a una etapa de lucha bárbara, equipados con armas, enfrentados a otros adolescentes y en contra de ellos mismos, Brooke y los demás se verán obligados a elegir lo que es importante y a hacer los sacrificios más difíciles de sus vidas. Porque en Arena Dos, nadie sobrevive. Jamás. "Llamó mi atención desde el principio y no lo solté. La historia es una aventura sorprendente, de ritmo rápido y llena de acción desde el principio. No hay un momento aburrido". –Paranormal Romance Guild {acerca de Turned}





Morgan Rice

ARENA TWO




ALGUNAS OPINIONES ACERCA DE LAS OBRAS DE MORGAN RICE

“Me llamó la atención desde el principio y no dejé de leerlo… Esta historia es una aventura increíble, de ritmo rápido y llena de acción desde su inicio.  No hay un momento aburrido”.

–-Paranormal Romance Guild {con respecto a Turned}



“Tiene una trama estupenda y este libro en especial es de los que le costará trabajo dejar de leer en la noche.  El final en suspenso es tan espectacular, que inmediatamente querrá comprar el siguiente libro, solamente para ver qué sigue”.

–-The Dallas Examiner {referente a Loved}



“Es un libro equiparable a Twilight y The Vampire Diaries, (Diario de un Vampiro), y hará que quiera seguir leyendo ¡hasta la última página! Si le gusta la aventura, el amor y los vampiros, ¡este libro es para usted!”.

–-vampirebooksite.com {con respecto a Turned}



"Es una historia ideal para los lectores jóvenes. Morgan Rice hizo un buen trabajo dando un giro interesante a lo que pudo haber sido un típico cuento de vampiros. Innovador y singular, tiene los elementos clásicos que se encuentran en muchas historias paranormales para adultos jóvenes".

–-Reseña de The Romance {referente a Turned}



"Rice hace un gran trabajo para captar su atención desde el principio, al utilizar una gran calidad descriptiva que va más allá de la simple descripción de la ambientación… Bien escrito y sumamente rápido de leer, es un buen comienzo para una nueva serie sobre vampiros, que seguramente será un éxito entre los lectores que buscan una historia ligera, pero entretenida".

–-Reseña de Black Lagoon {respecto a Turned}



“Lleno de acción, romance, aventura y suspenso. Este libro es una maravillosa adición a esta saga y lo dejará deseando más de Morgan Rice".

–-vampirebooksite.com {respecto a Loved}



“Morgan Rice se demuestra a sí misma una vez más, que es una narradora de gran talento… Esto atraerá a una gran audiencia, incluyendo a los aficionados más jóvenes, del género de los vampiros y de la fantasía.  El final de suspenso inesperado lo dejará estupefacto".

–-RESEÑAS DE THE ROMANCE {respecto a Loved}



Acerca de Morgan Rice

Morgan es la escritora número uno de bestsellers de las series para adultos jóvenes de THE VAMPIRE JOURNALS, (DIARIO DE UN VAMPIRO) que comprende ocho libros, que han sido traducidos a seis idiomas.

Morgan también es autora del libro bestseller #1: ARENA UNO y ARENA DOS, que son los primeros dos libros de la TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, una novela de suspenso, de acción apocalíptica, ambientada en el futuro.

Morgan también es autora de la serie de fantasía, bestseller # 1 de THE SORCERER’S RING, (EL ANILLO DEL HECHICERO), que comprende seis libros, y siguen sumándose.

A Morgan le encantaría tener comunicación con usted, así que visite www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com/) para mantenerse en contacto.






¡Escucha! (https://itunes.apple.com/es/audiobook/arena-one-slaverunners-survival/id644803253?uo=4)



Libros de Morgan Rice




THE SORCERER’S RING (EL ANILLO DEL HECHICERO)


A QUEST OF HEROES (Libro #1 del Anillo del Hechicero)


A MARCH OF KINGS (Libro #2 del Anillo del Hechicero)


A FEAST OF DRAGONS (Libro #3 del Anillo del Hechicero)


A CLASH OF HONOR (Libro #4 del Anillo del Hechicero)


A VOW OF GLORY (Libro #5 del Anillo del Hechicero)


A CHARGE OF VALOR (Libro #6 del Anillo del Hechicero)


A RITE OF SWORDS (Libro #7 del Anillo del Hechicero)


A GRANT OF ARMS (Libro #8 del Anillo del Hechicero)


A SKY OF SPELLS (Libro #9 del Anillo del Hechicero)


A SEA OF SHIELDS (Libro #10 del Anillo del Hechicero)


A REIGN OF STEEL (Libro #11 del Anillo del Hechicero)




THE SURVIVAL TRILOGY (LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA)


ARENA ONE (ARENA UNO): SLAVERUNNERS (TRATANTES DE ESCLAVOS)


(Libro #1 de la Trilogía de Supervivencia)


ARENA TWO  (ARENA DOS)


(Libro #2 de la Trilogía de Supervivencia)




THE VAMPIRE JOURNALS (DIARIO DE UN VAMPIRO)


TURNED (Libro #1 del Diario de un Vampiro)


LOVED (Libro #2 del Diario de un Vampiro)


BETRAYED (Libro #3 del Diario de un Vampiro)


DESTINED (Libro #4 del Diario de un Vampiro)


DESIRED (Libro #5 del Diario de un Vampiro)


BETROTHED (Libro #6 del Diario de un Vampiro)


VOWED (Libro #7 del Diario de un Vampiro)


FOUND (Libro #8 del Diario de un Vampiro)


RESURRECTED (Libro #9 del Legado de un Vampira)


CRAVED (Libro #10 of del Legado de un Vampiro)








Derechos Reservados © 2012 por Morgan Rice



Todos los derechos reservados.  A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en un sistema de base de datos o de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora.



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Esta es una obra de ficción.  Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación de la autora o son usados ficticiamente.  Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es solo coincidencia


“Los cobardes mueren muchas veces antes de sus muertes;
Los valientes sólo prueban la muerte una vez.
De todas las maravillas que he escuchado,
Me parece más extraño que los hombres deban temer,
Viendo que la muerte es un fin necesario,
Que llegará cuando tenga que llegar”.

    --Shakespeare, Julio César






UNO


Hay días en la vida que parecen perfectos. Hay otros en los que una cierta quietud cubre al mundo, cuando la calma nos cobija tanto que uno se siente como si pudiera desaparecer, cuando uno tiene una sensación de paz, que es inmune a todas las preocupaciones del mundo. En que somos inmunes al miedo.  Al mañana. Puedo contar momentos como estos con una sola mano.

Y éste es uno de ellos.

Tengo trece años, Bree tiene seis y estamos en una playa de arena fina y suave. Papá sostiene mi mano, y mamá la de Bree, y los cuatro vayamos por la arena caliente, rumbo al mar.  El fresco rocío de las olas le sienta bien a mi cara, disminuyendo el calor de este día de agosto.  Las olas se estrellan alrededor nuestro y papá y mamá están riendo, sin preocupaciones.  Nunca los había visto tan relajados.  Los sorprendo mirándose con mucho amor y fijo esa imagen en mi mente.  Es una de las pocas veces que los he visto tan felices juntos y no quiero olvidarlo.  Bree grita en éxtasis, emocionada por el choque de las olas, que están en su pecho, en el tirón de la resaca, que llega hasta sus muslos.  Mamá la sujeta con fuerza y papá me aprieta la mano, conteniéndonos del tirón del mar.

“¡UNA! ¡DOS! ¡TRES!”, grita papá.

Soy levantada en el aire mientras papá tira de mi mano y mamá la de Bree. Subo alto sobre una ola y grito cuando la paso y se estrella detrás de mí. Me sorprende que papá pueda estar ahí parado,  tan fuerte como una roca, aparentemente ajeno a la fuerza de la naturaleza.

Mientras me hundo en el mar, entro en él, impactada por el agua fría en mi pecho. Aprieto la mano de papá con más fuerza, cuando regresa la resaca, y nuevamente me sostiene con firmeza. Siento en ese momento que me protegerá de todo, por siempre.

Se estrella una ola tras otra, y por primera vez desde que recuerdo, mamá y papá no tienen prisa.  Nos levantan una y otra vez, Bree grita con más alegría que nunca.  No sé cuánto tiempo ha pasado en este estupendo día de verano, en esta playa tranquila, bajo un cielo sin nubes, el rocío golpeando mi cara.  No quiero que el sol se oculte nunca, no quiero que nada de esto cambie.  Quiero estar aquí, así, por siempre.  Y en este momento, siento que podría suceder.

Abro mis ojos lentamente, desorientada por lo que veo frente a mí. No estoy en el mar, sino que estoy sentada en el asiento del pasajero de una lancha de motor, yendo a toda velocidad río arriba.  No es verano, sino invierno y las orillas están revestidas de nieve. Frente a nosotros flotan ocasionalmente, pedazos de hielo.  Mi cara recibe el rocío del agua, pero no es el rocío frío de las olas del mar de verano, sino el rocío helado del congelado Hudson en invierno.  Pestañeo varias veces hasta que me doy cuenta de que no es una mañana de verano, sino una tarde nublada de invierno. Trato de pensar qué fue lo que pasó, cómo cambió todo.

Estoy sentada, sintiendo escalofrío y miro a mi alrededor, poniéndome en guardia de inmediato.   Que yo recuerde, no había dormido a la luz del día, desde que recuerdo, y me sorprende. Me oriento rápidamente y veo a Logan, de pie, impasible, detrás del timón, con los ojos fijos en el río, navegando por el Hudson.  Volteo y veo a Ben, con la cabeza entre sus manos, mirando al río, perdido en su propio mundo. Al otro lado de la lancha está Bree, sentada, con los ojos cerrados, reclinada hacia atrás en su asiento, y su nueva amiga Rose, acurrucada, dormida en su hombro.  Sentada en su regazo está nuestra nueva mascota, la perrita Chihuahua tuerta, dormida.

También me sorprende haberme permitido dormir, pero cuando miro hacia abajo y veo la botella medio vacía de champaña en mi mano, me doy cuenta de que el alcohol, que no había tomado en años, debe haberme dejado fuera de combate— eso, junto con tantas noches sin dormir y tantos días de descarga de adrenalina. Mi cuerpo está tan golpeado, tan dolorido y magullado, que debe haberse quedado dormido por sí mismo.  Me siento culpable: nunca dejo a Bree sin mi supervisión. Pero mientras miro a Logan, su presencia es tan fuerte, que me doy cuenta de que debo haberme sentido lo suficientemente segura con él, que por eso lo hice.  En cierta forma, es como tener a papá otra vez conmigo.  ¿Será por eso que soñé con él?

“Me da gusto que hayas regresado”, se oye la voz grave de Logan. Él dirige la mirada hacia mí, con una sonrisita en la comisura de sus labios.

Me inclino hacia adelante, contemplando el río frente a nosotros, al pasar por él como si fuera mantequilla.  El rugido del motor es ensordecedor, y la lancha recorre la corriente, moviéndose hacia arriba y hacia abajo con un movimiento sutíl, meciéndose un poquito. El rocío helado golpea directamente mi cara y miro hacia abajo y veo que todavía traigo la misma ropa que he estado usando durante varios días.  La ropa está prácticamente pegada a mi piel, cubierta de sudor y sangre y mugre —y ahora húmeda por el rocío.  Estoy mojada, con frío y hambre.  Daría lo que fuera por darme un baño caliente, tomar chocolate caliente, tener una chimenea encendida, y cambiarme de ropa.

Veo al horizonte: el Hudson parece un vasto y amplio mar. Nos mantenemos en el centro, lejos de ambas costas; Logan sabiamente nos mantiene lejos de depredadores potenciales. Me acuerdo y de inmediato miro hacia atrás, buscando cualquier señal de los tratantes de esclavos.  No veo ninguno.

Miro hacia atrás buscando cualquier señal de alguna lancha en el horizonte, frente a nosotros.  Nada. Exploro las costas, buscando cualquier señal de actividad.  Nada.  Es como si tuviéramos el mundo para nosotros solamente. Es reconfortante e inhóspito, al mismo tiempo.

Lentamente, bajo la guardia.  Siento como si hubiera dormido por mucho tiempo, pero por la posición del sol en el cielo, solamente es media tarde.  No pude haber estado dormida más de una hora, cuando mucho. Miro alrededor buscando algún punto de referencia. Después de todo, estamos cerca de volver a casa.  Pero no veo nada.

“¿Cuánto tiempo dormí?”, le pregunto a Logan.

Se encoge de hombros. “Tal vez una hora”.

Una hora, pienso. Parece una eternidad.

Reviso el indicador de combustible y está medio vacío. Eso no es un buen augurio.

“¿Ves combustible por algún lado?”, le pregunto.

Al momento de hacer la pregunta, me doy cuenta de que es una tontería.

Logan me mira, como diciendo: ¿preguntas en serio? Desde luego que si hubiera visto algún depósito de combustible, ya lo habría utilizado.

“¿Dónde estamos?”, pregunto.

“Estos son tus rumbos”, contesta. “Iba a preguntarte lo mismo”.

Exploro el río nuevamente, pero aún no puedo reconocer nada. Eso es lo que pasa con el Hudson—que es tan amplio y se extiende enormemente, que es muy fácil perder la orientación.

“¿Por qué no me despertaste?”, pregunto.

“¿Para qué? Necesitabas dormir”.

No sé qué más decirle. Eso es lo que pasa con Logan: me agrada, y siento que le gusto, pero no creo que tengamos mucho que decirnos. No ayuda el hecho de que es reservado, y de que yo también lo soy.

Continuamos en silencio, el agua blanca batiendo por debajo de nosotros y me pregunto ¿cuánto tiempo más podremos avanzar? ¿Qué haremos cuando se nos acabe el combustible?

A lo lejos, veo algo en el horizonte.  Parece una especie de estructura en el agua. Primero me pregunto si es una visión, pero después Logan estira el cuello, alerta, y me doy cuenta de que él también debe verlo.

“Creo que es un puente”, dice. “Un puente caído”.

Me doy cuenta de que tiene razón.  Acercándose más está un altísimo pedazo de metal retorcido, imponente, sobresaliendo del agua, como si fuera un monumento al infierno. Recuerdo que este puente antes atravesaba bellamente el río; ahora es un enorme montón de chatarra, que se zambulle en ángulos dentados en el agua.

Logan reduce la velocidad de la lancha, el motor se aquieta a medida que nos acercamos.  Nuestra velocidad baja y la lancha se mece fuertemente. El metal dentado sobresale en todas direcciones y Logan navega, maniobrando la lancha a la izquierda y a la derecha, creando su propio sendero. Miro hacia arriba conforme avanzamos hacia los restos del puente, que emerge sobre nosotros. Parece que se eleva cientos de metros de altura, como testimonio de lo que fue la humanidad, antes de empezarnos a matar unos a otros.

“El Puente Tappan Zee”, comento. “Estamos una hora al norte de la ciudad. Llevamos una buena ventaja sobre ellos, si nos persiguen”.

“Nos están persiguiendo”, dice él. “De eso puedes estar segura”.

Lo miro. “¿Cómo puedes estar tan seguro?”.

“Los conozco. Ellos nunca olvidan”.

Al pasar por el último pedazo de metal, Logan aumenta la velocidad y me inclino hacia atrás cuando aceleramos.

“¿Qué tan lejos crees que estén de nosotros?”, pregunto.

Él mira hacia el horizonte, impasible. Finalmente, se encoge de hombros.

“Es difícil saberlo. Depende del tiempo que les tome reunir a las tropas. La nieve es espesa, lo cual es bueno para nosotros.  ¿Unas tres horas? Tal vez seis, si corremos con suerte. Lo bueno es que esta lancha es rápida.  Creo que podemos escapar de ellos, mientras tengamos combustible”.

“Pero no lo tenemos”, digo, señalando lo obvio. “Salimos con tanque lleno—ya gastamos la mitad.  Se nos acabará en unas cuantas horas.  Canadá queda muy lejos.  ¿Cómo sugieres que encontremos combustible?”.

Logan se queda mirando al agua, pensando.

“No tenemos elección”, dice. “Tenemos que conseguirlo. No tenemos otra alternativa.  No podemos detenernos”.

“Tendremos que descansar en algún momento”, digo. “Vamos a necesitar comida y un lugar dónde dormir.  No podemos quedarnos afuera, con este clima, todo el día y toda la noche”.

“Será mejor morir de hambre y congelarnos, que ser atrapados por los tratantes de esclavos”, dice él.

Pienso en la casa de papá, río arriba. Vamos a pasar cerca de ella. Recuerdo mi promesa a mi vieja perra, Sasha, de enterrarla. También pienso en toda la comida que hay allá arriba, en la cabaña de piedra—podemos rescatarla y nos podría mantener durante varios días. Pienso en todas las herramientas que hay en el garaje de papá, en todas las cosas que podemos utilizar. Y ni qué decir de la ropa adicional, mantas y fósforos.

“Quiero hacer una parada”.

Logan voltea a verme como si estuviera loca. Noto que no le gusta esto.

“¿De qué hablas?”.

“De la casa de mi papá. En Catskill. Está una hora al norte de aquí. Quiero que nos detengamos ahí. Hay muchas cosas que podemos rescatar. Cosas que necesitaremos. Por ejemplo, la comida. Y…”, hago una pausa, “quiero enterrar a mi perra”.

“¿Enterrar a tu perra?”, pregunta, alzando la voz. “¿Estás loca? ¿Quieres que nos maten a todos por eso?”.

“Se lo prometí a ella”, le digo.

“¿Lo prometiste?”, responde. “¿A tu perra? ¿A tu perra muerta? Debes estar bromeando”.

Sostengo la mirada y se da cuenta rápidamente de que no estoy bromeando.

“Si prometo algo, lo cumplo. Te enterraría, si te lo hubiera prometido”.

Él niega con la cabeza.

“Escucha”, digo con firmeza. “Querías ir a Canadá. Podríamos haber ido a cualquier lugar. Ese era tu sueño. No el mío. ¿Quién sabe si existe siquiera esa ciudad? Te estoy siguiendo en tu capricho. Y esta lancha no es solo tuya. Sólo quiero detenerme en la casa de mi papá. Buscar algunas cosas que necesitamos y enterrar a mi perra. No tardaremos. Llevamos una gran ventaja sobre los tratantes de esclavos. Además de que tenemos un pequeño bote de combustible allá.  No es mucho, pero nos servirá”.

Logan niega lentamente con su cabeza.

“Preferiría no ir por ese combustible y no correr tal riesgo.  Estás hablando de las montañas. Estás hablando de unos treinta y dos kilómetros hacia el interior, ¿cierto? ¿Cómo supones que llegaremos ahí una vez que atraquemos? ¿Caminando?”

“Yo sé dónde hay un viejo vehículo. Es una camioneta destartalada. Es solamente una estructura oxidada, pero funciona, y tiene suficiente combustible para llevarnos allá y regresarnos. Está escondida cerca de la orilla del río. El río nos llevará directamente hacia él.  La camioneta nos llevará arriba y nos regresará. Será rápido. Y después podemos continuar nuestro largo viaje a Canadá. Y vamos a estar mejor”.

Logan mira fijamente al agua, en silencio, durante mucho tiempo, con los puños apretados firmemente en el timón.

Finalmente, dice: “como quieras. Es la vida de ustedes la que arriesgan. Pero yo me quedaré en la lancha.  Tienes dos horas.  Si no regresas a tiempo, me iré”.

Me aparto de él y miro al agua, presa de rabia. Yo quería que él me acompañara. Creo que solo está preocupado por él mismo, y eso me decepciona.  Pensé que era una mejor persona.

“¿Entonces sólo te interesa tu bienestar, no?”, le pregunto.

También me preocupa que no quiera acompañarme a casa de mi papá; no había pensado en eso.  Sé que Ben no querrá venir y me hubiera gustado tener ayuda. No importa. Sigo decidida a cumplir la promesa que hice, y la cumpliré.  Con o sin él.

Él no contesta y noto que está molesto.

Miro hacia el agua, tratando de evitar verlo.  Mientras el agua se agita en medio del constante zumbido del motor, me doy cuenta de que estoy enojada y no solamente porque me siento decepcionada de él, sino porque me había empezado a gustar, porque contaba con él. No había dependido de nadie desde hacía mucho tiempo.  Es un sentimiento aterrador, tener que depender de alguien otra vez y me siento traicionada.

“¿Brooke?”

Me siento contenta al escuchar el sonido de una voz conocida, y giro para ver a mi hermana que ya ha despertado.  Rose también despierta.  Ellas dos son como dos gotas de agua, como la extensión de una persona.

Todavía me cuesta creer que Bree esté aquí conmigo otra vez.  Es como un sueño. Cuando se la llevaron, una parte de mí estaba segura de que nunca la volvería a ver con vida. Cada momento que estoy con ella, siento que me han dado una segunda oportunidad, y me siento más decidida que nunca a ver por ella.

“Tengo hambre”, dice Bree, frotando sus ojos con el dorso sus manos.

Penélope también se sienta, en el regazo de Bree. No deja de temblar y levanta el ojo bueno y me mira, como si también tuviera hambre.

“Estoy congelada”, dice Rose, frotando sus hombros. Ella sólo lleva una blusa delgada y me siento terriblemente mal por ella.

Entiendo. Yo también muero de hambre y me congelo. Mi nariz está roja y apenas puedo sentirla. Lo que encontramos en la lancha estuvo riquísimo, pero no satisface—especialmente si teníamos el estómago vacío.  Y lo comimos hace horas.  Piensoo nuevamente en el baúl de comida, en lo poco que queda y me pregunto cuánto tiempo nos durará. Sé que debería racionar la comida. Pero todos tenemos mucha hambre, y no soporto ver a Bree con ese aspecto.

“No queda mucha comida”, le digo a ella, “pero puedo darles un poco ahora. Tenemos algunas galletas dulces y saladas”.

“¡Galletas dulces!” gritan las dos al mismo tiempo. Penélope ladra.

“Yo no haría eso”, se oye la voz de Logan, quien está junto a mí.

Volteo a verlo y me mira con desaprobación.

“Tenemos que racionarla”.

“¡Por favor!”, dice Bree. “Necesito algo. Tengo mucha hambre”.

“Tengo que darles algo”, digo con firmeza a Logan, entendiendo su criterio, pero molesta por su falta de compasión. “Repartiré una galleta a cada uno.  A todos nosotros”.

“¿Y a Penélope?”, pregunta Rose.

“La perra no tendrá nuestra comida”, espeta Logan. “Que se consiga la suya”.

Siento otra punzada de enojo hacia Logan, aunque sé que está siendo congruente. De cualquier manera, al ver la mirada cabizbaja de Rose y la cara de Bree, y cuando vuelvo a oírla ladrar, no puedo permitir que muera de hambre. En silencio, me resigno a darle algo de la comida que me toca.

Abro el baúl y exploro una vez más nuestra reserva de comida. Veo dos cajas de galletas dulces tres cajas de galletas saladas, varias bolsas de ositos de goma, y media docena de barras de chocolate. Quisiera que tuviéramos comida más sustanciosa, y no sé cómo haremos para que esto nos dure, cómo será suficiente para comer tres veces al día las cinco personas.

Saco las galletas y reparto una a cada quien. Ben finalmente se espabila al ver la comida, y acepta una galleta. Tiene ojeras, y parece como si no hubiera dormido. Es doloroso ver su expresión, tan devastado por la pérdida de su hermano, y yo miro hacia otro lado cuando le entrego su galleta.

Voy a la parte delantera de la lancha y le entrego la suya a Logan. La toma y en silencio la guarda en su bolsillo, desde luego, la guardará para más adelante. No sé de dónde saca fuerzas.  Yo pierdo la voluntad con solo oler la galleta de chocolate. Sé que debería reservarla también, pero no puedo evitarlo.  Le doy una pequeña mordida, resuelta a guardarla—pero es tan deliciosa, que no puedo evitarlo—me la como toda, dejando sólo la última mordida, que aparto para dársela a Penélope.

La comida me hace sentir tan bien.  El subidón de azúcar llega a mi cabeza, después a mi cuerpo y quisiera comer otra docena. Respiro profundamente mientras siento dolor en el estómago, tratando de controlarme.

El río se hace angosto, las orillas se aproximan una a otra y gira y da vueltas. Estamos cerca de la tierra y estoy en estado de alerta, mirando las costas en busca de alguna señal de peligro.  Al dar vuelta en una curva, miro a mi izquierda y a lo alto de un acantilado veo las ruinas de una antigua fortificación, ahora bombardeada.  Me sorprendo al darme cuenta de lo que había sido antes.

“La Academia Militar”, dice Logan. Debe haberse dado cuenta al mismo tiempo que yo.

Es impactante ver a este bastión de fortaleza norteamericana, convertido en un montón de escombros, el mástil torcido colgando sin gracia sobre el Hudson. Casi nada es igual a como había sido antes.

“¿Qué es eso?”, pregunta Bree, castañeando los dientes. Ella y Rose han subido a la parte delantera de la lancha, junto a mí, y ella mira hacia afuera, siguiendo mi mirada. No quiero decirle.

“No es nada, mi amor”, le digo. “Es solo una ruina”.

Pongo mi brazo alrededor de ella y la acerco hacia mí, y pongo mi otro brazo sobre Rose, y también la acerco hacia mí.  Intento calentarlas, frotando sus hombros lo mejor que puedo.

“¿Cuándo iremos a casa?”, pregunta Rose.

Logan y yo intercambiamos miradas. No sé qué contestar.

“No iremos a casa”, le digo a Rose, con el mayor tacto posible, “pero vamos a buscar un nuevo hogar”.

“¿Vamos a pasar por nuestro antigua casa?”, pregunta Bree.

Titubeo. “Sí”, le digo.

“Pero no nos vamos a quedar ahí, ¿verdad?”, me pregunta.

“Así es”, le digo. “Es muy peligroso vivir ahí ahora”.

“No quiero vivir ahí otra vez”, dice ella. “Odié ese lugar. Pero no podemos dejar ahí a Sasha. ¿Vamos a detenernos para enterrarla? Tú lo prometiste”.

Pienso nuevamente en mi discusión con Logan.

“Tienes razón”, le digo en voz baja. “Lo prometí. Y sí, vamos a detenernos”.

Logan se aparta, visiblemente enojado.

“¿Y después, qué?”, pregunta Rose. “¿Después a dónde iremos?”

“Seguiremos yendo río arriba”, le explico. “Tan lejos como lleguemos”.

“¿Dónde termina?”, pregunta ella.

Es una buena pregunta, y la considero de mucha profundidad. ¿Dónde termina todo esto? ¿Con nuestra muerte? ¿Sobreviviremos? ¿Acabará alguna vez? ¿Se ve algún final a la vista?

Yo no tengo la respuesta.

Doy la vuelta y me arrodillo, y la miro a los ojos.  Necesito darle alguna esperanza.  Algún incentivo para vivir.

“Termina en un lugar hermoso”, le digo. “Al lugar que vamos, todo está bien, otra vez.  Las calles están limpias y brillan, y todo es perfecto y seguro. Ahí habrá gente, gente amable, y nos aceptarán y protegerán.  También habrá comida, comida de verdad, todo lo que puedas comer, todo el tiempo.  Será el lugar más hermoso que hayas visto alguna vez”.

Los ojos de Rose se abren de par en par.

“¿Eso es verdad?”, pregunta.

Asiento con la cabeza. Lentamente, muestra una gran sonrisa.

“¿Cuánto falta para que lleguemos?”

Sonrío. “No sé, mi amor”.

Pero Bree es más escéptica que Rose.

“¿Eso es verdad?”, pregunta en voz baja. “¿Realmente existe ese lugar?”

“Existe”, le digo, intentando con ganas parecer convincente. “¿Verdad, Logan?”.

Logan voltea, asiente con la cabeza brevemente, y aleja la mirada. Después de todo, él es quien cree en Canadá, quien cree en la tierra prometida. ¿Cómo puede negarlo ahora?

El Hudson serpentea, haciéndose más estrecho, y después ampliándose nuevamente.  Finalmente, entramos a territorio conocido.  Pasamos por lugares que reconozco, acercándonos cada vez más a la casa de papá.

Pasamos otra orilla y veo una isla deshabitada, que es solamente un afloramiento pedregoso. En ella quedan los restos de un faro, su lámpara que fue hecha pedazos hace mucho tiempo; su estructura es apenas una fachada.

Pasamos otra curva en el río y a lo lejos, veo el puente en el que he estado hace unos días, mientras perseguía a los tratantes de esclavos. Ahí, a mitad del puente, veo que el centro estalló, tiene un enorme agujero, como si un martillo de demolición hubiera caído al centro. Recuerdo cómo Ben y yo corrimos a través de él en la moto y casi derrapamos en él. No puedo creerlo. Ya casi llegamos.

Esto me hace pensar en Ben, en cómo me salvó la vida ese día.  Volteo a verlo. Él mira fijamente al agua, taciturno.

“¿Ben?”, pregunto.

Se vuelve y me mira.

“¿Recuerdas ese puente?”

Voltea a verlo y noto el miedo en sus ojos.  Lo recuerda.

Bree me da un codazo. “¿Puedo darle a Penélope un poco de mi galleta?”, me pregunta.

“¿Yo también?”, pregunta Rose.

“Por supuesto”, le dijo en voz alta, para que Logan pueda oírlo. Él no es el único que manda aquí y podemos hacer con nuestra comida lo que queramos.

La perra, que está en el regazo de Rose, se anima, como si entendiera. Es increíble. Nunca había visto a un animal tan listo.

Bree se inclina para darle un pedazo de su galleta, pero yo detengo su mano.

“Espera”, le digo. “Si vas a darle de comer, ella debería tener un nombre, ¿no?”

“Pero no tiene collar”, dice Rose. “Su nombre podría ser cualquier cosa”.

“Ahora es tu perra”, le digo. “Ponle un nombre nuevo”.

Rose y Bree intercambian una mirada de emoción.

“¿Cómo debemos llamarla?”, pregunta Bree.

“¿Qué te parece Penélope?” dice Rose.

“¡Penélope!”, grita Bree. “Me gusta”.

“A mí también me gusta”, le digo.

“¡Penélope!”, le dice Rose a la perrita.

Sorprendentemente, la perrita voltea a verla cuando la llama así, como si siempre hubiera sido su nombre.

Bree sonríe, mientras extiende la mano y le da un pedazo de galleta.  Penélope se lo arrebata de las manos y lo traga de un bocado. Bree y Rose ríen animadamente, y Rose le da el resto de su galleta.  Ella también se lo arrebata y yo extiendo la mano y le doy el último bocado de mi galleta. Penélope nos mira a las tres con entusiasmo, temblando y ladra tres veces.

Todas reímos.  Por un momento, casi olvido nuestros problemas.

Pero entonces, a lo lejos, sobre el hombro de Bree, veo algo.

“Ahí”, le digo a Logan, yendo hacia arriba y señalando a nuestra izquierda. “Ahí es donde tenemos que ir.  Gira ahí”.

Veo la península donde Ben y yo fuimos en moto, sobre el hielo del Hudson. Me estremezco al recordarlo, al pensar en la locura de esa persecución. Sigo sorprendida de que estemos vivos.

Logan mira sobre su hombro en busca de alguien que nos esté siguiendo; después, de mala gana, desacelera, desviándonos a un costado, llevándonos hacia la ensenada.

Inquieta, miro alrededor con cautela cuando llegamos a la desembocadura de la península. Nos deslizamos junto a él mientras tuerce tierra adentro. Estamos muy cerca de la costa, pasando una torre de agua destartalada. Seguimos adelante y pronto nos deslizamos junto a las ruinas de una ciudad, justo en el centro de la misma. Catskill. Hay edificios quemados por todos lados y parece como si hubiera estallado una bomba.

Todos estamos en ascuas al abrirnos camino lentamente hasta la ensenada, yendo tierra adentro; la costa está a varios metros de distancia al hacerse angosta. Estamos expuestos a tener una emboscada, e inconscientemente, bajo la mano y la apoyo en mi cadera, donde está mi cuchillo.  Me doy cuenta de que Logan hace lo mismo.

Veo sobre mi hombro buscando a Ben; pero él sigue en estado casi catatónico.

“¿Dónde está el camión?”, pregunta Logan, con voz nerviosa. “No iré tierra adentro, te lo digo desde ahora. Si algo sucede, necesitamos poder salir al Hudson, y rápidamente. Esto es una trampa mortal”, dice, mirando con recelo la orilla.

Yo también la veo. Pero la costa está vacía, desolada, congelada, sin nadie a la vista, hasta donde alcanzo a ver.

“¿Ves ahí?”, le digo, señalando. “¿Ese cobertizo oxidado? Es adentro”.

Logan nos acerca otras treinta yardas más o menos, después gira hacia el cobertizo.  Hay un viejo muelle en ruinas, y logra llevar la lancha a unos metros de la orilla. Apaga el motor, toma el ancla y la tira por la borda.  Después toma la cuerda de la lancha, hace un nudo flojo en un extremo, y lo lanza a un poste de metal oxidado.  Cae adentro y nos acerca, apretándolo, para que podamos caminar hacia el muelle.

“¿Vamos a bajar?”, pregunta Bree.

“Yo bajaré”, le digo. “Espérame aquí, en la lancha. Es demasiado peligroso para que ustedes vayan. Volveré pronto.  Voy a enterrar a Sasha.  Lo prometo”.

“¡No!”, grita ella. “Prometiste que nunca volveríamos a separarnos. ¡Lo prometiste! ¡No puedes dejarme aquí, sola! ¡NO puedes!”.

“No te voy a dejar sola”, le digo, con el corazón hecho pedazos.  “Te quedarás con Logan, con Ben, y con Rose. Estarás totalmente segura. Lo prometo”.

Pero Bree se levanta, y para mi sorpresa, da un salto a través de la cuerda y salta a la orilla de arena, cayendo justamente en la nieve.

Ella se queda en tierra, con las manos en sus caderas, mirándome desafiante.

“Si te vas, yo iré contigo”, afirma.

Respiro profundamente, viendo que está decidida. Sé que cuando se pone así, es porque lo dice en serio.

Será una responsabilidad ir con ella, pero tengo que reconocer que una parte de mí se siente bien teniéndola a mi lado todo el tiempo. Y si trato de disuadirla, solamente perderé más tiempo.

“De acuerdo”, le digo. “Pero quédate cerca de mí todo el tiempo. ¿Lo prometes?”

Ella asiente con la cabeza. “Lo prometo”.

“Tengo miedo”, dice Rose, mirando a Bree, con los ojos bien abiertos. “Yo no quiero bajar de la lancha. Quiero quedarme aquí, con Penélope. ¿No les molesta?”.

“Quiero que te quedes”, le digo, negándome en silencio a traerla también.

Volteo a ver a Ben, y él se da vuelta y me mira con sus ojos de tristeza.  Su mirada me hace querer ver ahacia otro lado, pero me obligo a no hacerlo.

“¿Vas a venir?”, le pregunto. Espero que diga que sí. Estoy molesta con Logan por quedarse aquí, por decepcionarme, y podría necesitar su apoyo.

Pero Ben, sigue notoriamente aturdido, y sólo me mira. Me mira como si no comprendiera.  Me pregunto si sabe lo que está ocurriendo a su alrededor.

“¿Vas a venir?” Le pregunto contundentemente. No tengo paciencia para esto.

Lentamente, niega con la cabeza, retirándose.  Está fuera de sí, y trato de perdonarlo, pero es difícil.

Me vuelvo para dejar la lancha y salto a la orilla.  Se siente bien tener los pies en tierra firme.

“¡Esperen!”.

Volteo y veo a Logan levantarse del asiento del conductor.

“Sabía que pasaría una porquería así”, dijo.

Camina por la lancha, recogiendo sus cosas.

“¿Qué estás haciendo?”, le pregunto.

“¿Tú qué crees?”, me pregunta. “No permitiré que vayan las dos solas”.

Mi corazón se llena de alivio.  Si yo fuera sola, no me importaría tanto—pero me alegra tener otro par de ojos para cuidar a Bree.

Salta de la lancha, hacia la costa.

“Desde ahora te digo que es una idea tonta”, dice, mientras se pone a mi lado. “Deberíamos irnos.  Pronto va a anochecer.  El Hudson se puede congelar. Podríamos quedar varados aquí. Y ni qué decir de los tratantes de esclavos.  Tienes 90 minutos, ¿entiendes? 30 minutos para llegar, 30 para estar ahí y 30 para regresar.  Sin excepciones de cualquier tipo.  De otro modo, me iré sin ustedes”.

Volteo a verlo, impresionada y agradecida.

“Trato hecho”, le digo.

Pienso en el sacrificio que acaba de hacer y empiezo a sentir algo más.  Detrás de toda su pose, empiezo a sentir que realmente le agrado a Logan. Y que no es tan egoista como pensé.

Cuando giramos para irnos, hay otro desplazamiento de la lancha.

“¡Esperen!”, grita Ben.

Volteo a ver.

“No pueden dejarme aquí sola con Rose. ¿Qué pasa si alguien viene? ¿Qué se supone que yo haga?

“Cuidar la lancha”, dice Logan, girando nuevamente para marcharse.

“¡No sé conducirla!”, grita Ben. “¡No tengo armas!”.

Logan se vuelve nuevamente, molesto, se agacha, toma una de las armas de fuego de una correa que tiene en su muslo, y se la da a él.  Le pega fuerte en el pecho, y la suelta.

“Tal vez aprendas a usarla”, dice Logan con desdén, alejándose nuevamente.

Echo un buen vistazo a Ben, quien está ahí parado, pareciendo tan indefenso y asustado, sosteniendo un arma que no sabe cómo utilizar. Se ve totalmente aterrado.

Quiero consolarlo.  Decirle que todo va a estar bien, que regresaremos pronto.  Pero en cuanto me doy la vuelta, y miro hacia la gran cordillera ante nosotros, por vez primera no estoy tan segura de que lo haremos.




DOS


Caminamos rápidamente por la nieve y miro con ansiedad el cielo que se oscurece, sintiendo la presión del tiempo.  Echo un vistazo por encima de mi hombro, veo huellas en la nieve, y atrás de ellas, parado en la lancha que se mece, están Ben y Rose, mirándonos con los ojos bien abiertos. Rose sostiene a Penélope, que también tiene miedo. Penélope ladra. Me siento mal por dejar ahí a los tres, pero sé que nuestra misión es necesaria. Sé que podemos rescatar suministros y alimentos que nos ayudarán, y siento que tenemos una buena ventaja sobre los tratantes de esclavos.

Me apresuro hacia el cobertizo oxidado, que está cubierto de nieve y abro de un tirón su puerta torcida, rezando para que el vehículo que escondí hace años, aún esté ahí.  Era una vieja camioneta oxidada, en muy mal estado, que es más estructura que vehículo, con solo un octavo de tanque de combustible. Me la encontré un día, en una zanja en la Ruta 23 y la escondí aquí, con cuidado, cerca del río, por si algún día la necesitaba. Recuerdo haber quedado sorprendida cuando pude voltearla.

La puerta del cobertizo se abre haciendo un chirrido, y ahí está, tan bien escondida como el día en que la oculté, todavía cubierta de heno.  Siento un gran alivio.  Doy un paso al frente y quito el heno, mis manos se enfrían cuando toco el metal congelado. Voy a la parte trasera del cobertizo y abro las puertas dobles del granero, y la luz inunda el lugar.

“Qué buenos neumáticos”, dice Logan, caminando detrás de mí, observándola.  “¿Estás segura de que camina?”

“No”, le contesto. “Pero la casa de mi papá está a treinta y dos kilómetros de distancia, y no podemos caminar, precisamente”.

Noto en su voz que realmente no quiere estar en esta misión, que quiere regresar a la lancha, ir río arriba.

Subo de un salto al asiento del conductor y busco la llave en el piso.  Por fin la encuentro, escondida en lo más profundo.  La pongo en marcha, respiro profundamente y cierro mis ojos.

Por favor, Dios. Por favor.

Al principio no pasa nada.  Me siento descorazonada.

Pero le doy marcha una y otra vez, girando más a la derecha y poco a poco empieza a encender.  Al principio es un sonido suave, como gato moribundo.  Pero acelero, doy marcha una y otra vez y finalmente enciende más.

Arranca, arranca.

Finalmente enciende, estruendosamente y crujiendo a la vida.  Se embarulla y jadea, claramente está en las últimas.  Por lo menos arranca.

No puedo evitar sonreír, llena de alivio.  Funciona.  Realmente arrancó.  Vamos a poder ir a mi casa, a enterrar a mi perro, a buscar comida.  Siento como si Sasha nos estuviera mirando, ayudándonos.  Tal vez también mi papá.

Se abre la puerta del pasajero y entra Bree, llena de emoción, pasando por el asiento de vinilo, justo a mi lado, mientras Logan salta y se sienta junto a ella, y cierra la puerta, mirando al frente.

“¿Qué estás esperando?”, pregunta él. “El reloj está corriendo”.

“No tienes que decírmelo dos veces”, le digo, igualmente tajante con él.

Lo pongo en marcha y acelero, saliendo de reversa del cobertizo hacia la nieve y el cielo de la tarde.  Al principio, las ruedas quedan atrapadas en la nieve, pero acelero más y chisporrotea. Conducimos, virando bruscamente, con los neumáticos lisos, a través de un campo, lleno de baches, siendo sacudidos en todas direcciones.  Pero continuamos avanzando y es todo lo que me importa.

Pronto, llegamos a un pequeño camino de tierra.  Estoy tan agradecida de que la nieve se haya derretido la mayor parte del día—de otra manera, nunca podríamos lograrlo.

Empezamos por tomar una buena velocidad.  El camión me sorprende, tranquilizándome en cuanto se calienta.  Llegamos casi a 48 kph, al ir por la Ruta 23 hacia el oeste.  Sigo acelerando, hasta que llegamos a un bache y lo lamento.  Todos gemimos, al golpearnos la cabeza. Reduzco la velocidad.  Es casi imposible ver los baches en la nieve, y olvido el mal estado en que están estos caminos.

Es escalofriante volver a este camino, yendo hacia lo que antes fue nuestro hogar.  Vuelvo a pasar por el camino que tomé cuando perseguía a los tratantes de esclavos, y me inundo de recuerdos. Recuerdo haber corrido aquí en una motocicleta, pensando que iba a morir, y trato de eliminarlo de mi mente.

Conforme avanzamos, nos encontramos con el enorme árbol caído sobre el camino, que ahora está cubierto de nieve. Lo reconozco como el árbol que había sido talado durante mi salida, el que bloqueaba el camino de los tratantes de esclavos, por algún sobreviviente desconocido que nos estaba cuidado.  No puedo evitar preguntarme si hay otras personas por ahí ahora, sobreviviendo, o incluso vigilándonos.  Miro de un lado a otro, peinando el bosque.  Pero no veo ninguna señal.

Estamos haciendo un buen tiempo y para mi alivio, nada va mal. No confío en ello. Es como si fuera demasiado sencillo. Miro el indicador de combustible y noto que no hemos gastado mucho.  Pero no sé qué tan preciso sea, y por un momento me pregunto si habrá suficiente combustible para ir allá y regresar.  Me pregunto si esto fue una idea tonta.

Finalmente nos desviamos del camino principal hacia un camino de tierra angosto y serprenteante que nos llevará a la montaña, a la casa de mi papá. Ahora estoy más en ascuas, al ir zigzagueando en la montaña, viendo los acantilados en abrupto desnivel, a mi derecha. Estoy atenta y no puedo evitar notar la increíble vista, que abarca toda la cordillera Catskill. Pero el desnivel es empinado y la nieve es más espesa ahí, y sé que con un giro equivocado, una derrapada equivocada, este viejo cacharro de herrumbre irá justo al acantilado.

Para mi sorpresa, el camión se queda ahí. Es como un bulldog. Pronto pasamos lo peor de todo, y al dar la vuelta en un curva, de repente veo nuestra antigua casa.

“¡Oigan! ¡La casa de papá!”, grita Bree, reacomodándose en el asiento emocionada.

Yo también me siento aliviada de verla. Aquí estamos e hicimos un buen tiempo.

“¿Lo ves?”, le digo a Logan, “eso no estuvo tan mal”.

Pero Logan no se siente aliviado, con una mueca en el rostro, nervioso, mientras observa los árboles.

“Ya llegamos aquí”, se queja. “Pero no hemos regresado aún”.

Típico. Se niega a reconocer que se equivocó.

Me detengo frente a nuestra casa y veo las antiguas huellas de los tratantes de esclavos.  Me hace recordar todo el temor que yo había sentido cuando se habían llevado a Bree. Me acerco a ella y le pongo el brazo alrededor de su hombro, la aprieto con fuerza, y decido no volver a dejarla nunca lejos de mi vista.

Apago la marcha y todos salimos rápidamente y nos dirigimos hacia la casa.

“Lamento el desastre”, le digo a Logan mientras me adelanto a él, hasta la puerta principal. “No esperaba invitados”.

Sin proponérselo, esboza una sonrisa.

“Ja, ja”, dice inexpresivamente. “¿Debo quitarme los zapatos?”.

Tiene sentido del humor. Eso me sorprende.

Al abrir la puerta y entrar, cualquier sentido del humor que yo haya tenido, desaparece de repente.  Cuando veo el lugar que está frente a mí, me siento descorazonada. Sasha está ahí, tendida, con la sangre seca, su cuerpo rígido y congelado. A pocos centímetros de distancia se encuentra el cadáver del tratante de esclavos que Sasha había matado, también está congelado, pegado al suelo.

Miro la chamarra que tengo puesta—que era de él—la ropa que tengo puesta—su ropa—mis botas—sus botas—y me siento rara. Es casi coo si yo fuera su doble.

Logan me mira y debe darse cuenta de eso, también.

“¿No le quitaste los pantalones?”, pregunta.

Miro hacia abajo y recuerdo que no lo hice.  Era demasiado.

Niego con la cabeza.

“Fue tonto”, dice.

Ahora que lo menciona, me doy cuenta de que tiene razón. Mis viejos pantalones de mezclilla están húmedos y fríos y se pegan a mí.  Y aunque yo no los quisiera, tal vez Ben sí. Es una lástima desperdiciarlos: después de todo, es ropa perfectamente buena.

Oigo un llanto ahogado y veo a Bree, ahí parada, mirando a Sasha. Me rompe el corazón ver su cara de esa manera, abatida, mirando hacia abajo a su antigua perrita.

Me acerco y pongo mi brazo encima de ella.

“Tranquilízate, Bree”, le digo. “No la veas”.

Beso su frente e intento alejarla, pero ella me aleja con una fuerza sorprendente.

“No”, dice ella.

Da un paso adelante, se arrodilla y abraza a Sasha en el suelo.  Ella pone sus brazos sobre su cuello y se inclina y la besa en la cabeza.

Logan y yo intercambiamos miradas.  Ninguno de los dos sabemos qué hacer.

“No tenemos tiempo”, dice Logan. “Necesitas enterrarla y seguir adelante”.

Me arrodillo junto a ella, me inclino y acaricio la cabeza de Sasha.

“Todo va a estar bien, Bree. Sasha ya está en un lugar mejor. Ahora es feliz. ¿Me entiendes?”.

Las lágrimas caen de sus ojos, y ella levanta la mano, respira profundo y las limpia con el dorso de su mano.

“No podemos dejarla aquí, así”, dice ella. “Tenemos que enterrarla”.

“Lo haremos”, le digo.

“No podemos”, dice Logan. “El suelo está congelado”.

Me levanto y miro a Logan, más molesta que nunca.  Sobre todo porque me doy cuenta de que tiene razón.  Debí haber pensado en ello.

“¿Y qué sugieres que hagamos?”, le pregunto.

“No es mi problema. Estaré afuera, vigilando”.

Logan se da la vuelta y sale, dando un portazo detrás de él.

Volteo a ver a Bree, intentando pensar rápidamente.

“Él tiene razón”, le digo. “No tenemos tiempo para enterrarla”.

“¡NO!”, grita ella. “Lo prometiste. ¡Tú lo prometiste!”.

Ella tiene razón. Lo prometí.  Pero no había pensado las cosas detalladamente. Pensar en dejar a  Sasha aquí así, me mata. Pero tampoco puedo arriesgar nuestras vidas. A Sasha no le gustaría eso.

Tengo una idea.

“La pondremos en el río, Bree”.

Ella voltea a verme.

“¿Y si la enterramos en el agua? Ya sabes, como hacen con los soldados que mueren condecorados?”.

“¿Qué soldados?”, pregunta.

“Cuando los soldados mueren en el mar, a veces se les entierra ahí.  Es un entierro con honor. A Sasha le encantaba el río.  Estoy segura de que será feliz ahí.  Podemos llevárnosla y enterrarla ahí. ¿Te parece bien?”.

Mi corazón late con fuerza, en espera de la respuesta. Se nos acaba el tiempo y sé cuán instransigente puede llegar a ser Bree cuando algo significa mucho para ella.

Para alivio mío, asienta con la cabeza.

“De acuerdo”, dice. “Pero yo la llevo”.

“Creo que es muy pesada para ti”.

“No me iré, a menos que yo la cargue”, dice ella, con los ojos brillando con determinación, mientras se levanta, me mira a la cara, con las manos en sus caderas. Me doy cuenta en su mirada, que no permitirá que sea de otra manera.

“De acuerdo”, le digo. “Puedes llevarla”.

Entre las dos levantamos a Sasha del suelo, y después exploro rápidamente la casa en busca de cualquier cosa que podamos rescatar. Me apresuro a acercame al cadáver del tratante de esclavos, le quito los pantalones, y al hacerlo, siento algo en su bolsillo trasero. Me da gusto descubrir algo voluminoso y metálico en el interior.  Saco una pequeña navaja automática. Me alegra tenerla y la meto a mi bolsillo.

Reviso rápidamente el resto de la casa, yendo apresuradamente de una habitación a otra, buscando cualquier cosa que nos pueda ser útil. Encuentro algunos viejos sacos de yute vacíos  y los llevo todos.  Abro uno y pongo adentro el libro favorito de Bree, El Árbol Generoso, y mi ejemplar de El Señor de las Moscas. Corro hacia el armario, tomo el resto de las velas y fósforos y los pongo adentro.

Corro a la cocina y voy al garaje, las puertas están abiertas desde que los tratantes de esclavos allanaron la casa. Espero ansiosamente que no hayan tenido tiempo de buscar en la parte posterior, más a fondo en el garaje, su caja de herramientas. La escondí bien, en un hueco en la pared, y me apresuro a ir atrás y me siento aliviada al ver que sigue ahí. Es demasiado pesada para llevar toda la caja de herramientas, por lo que rebusco en ella y elijo lo que pueda ser de utilidad. Tomo un pequeño martillo, un destornillador, una cajita de clavos. Encuentro una linterna, con batería en su interior.  La pruebo y funciona.  Tomo un juego de alicates, una llave inglesa y la cierro y me preparo para salir.

Cuando estoy a punto de salir corriendo, algo llama mi atención, en lo alto de la pared. Es una tirolina grande, fruncida, atada cuidadosamente y colgando de un gancho. La había olvidado. Años atrás, papá compró esta tirolina y la ató entre los árboles, pensando en que podríamos divertirnos. La usamos una vez y nunca más, y después la colgó en el garaje. Viéndola ahora, pienso que podría ser valiosa. Subo al banco de herramientas, levanto la mano y la bajo, colgándola sobre mi hombro y con mi saco de yute en el otro.

Salgo rápidamente del garaje y vuelvo a la casa y Bree está ahí parada, sosteniendo a Sasha con ambos brazos, mirándola.

“Estoy lista”, dice ella.

Salimos apresuradamente por la puerta principal y Logan se vuelve y ve a Sasha.  Mueve la cabeza negando.

“¿A dónde la llevan?”, pregunta.

“Al río”, digo yo.

Él mueve la cabeza en señal de desaprobación.

“El reloj sigue caminando”, dice. “Quedan 15 minutos, antes de regresar. ¿Dónde está la comida?”

“Aquí no está”, le digo. “Tenemos que ir más arriba, a una cabaña que encontré.  Podemos hacerlo en 15 minutos”.

Camino con Bree hacia el camión y meto la tirolina y la bolsa en la parte trasera. Conservo los sacos vacíos, sabiendo que los necesitaré para llevar la comida.

“¿Para qué es esa cuerda?”, pregunta Logan, caminando detrás de nosotras. “No vamos a necesitarla”.

“Nunca se sabe”, le digo.

Volteo, pongo un brazo alrededor de Bree, quien todavía se queda mirando a Sasha, y la parto, mirando hacia la montaña.

“Andando”, le digo a Logan.

De mala gana, se vuelve y camina con nosotras.

Los tres caminamos hacia la montaña, el viento sopla cada vez más fuerte y frío.  Miro con preocupación el cielo; está oscureciendo más rápido de lo que pensé. Sé que Logan tiene razón: tenemos que estar de vuelta en el río al caer la noche.

Y ya que tenemos encima la puesta del sol, me siento cada vez más preocupada.  Pero también sé que tenemos que conseguir la comida.

Los tres subimos arduamente la ladera de la montaña, y finalmente llegamos al claro de la cima, mientras una fuerte ráfaga me golpea la cara. Está haciendo más frío y oscurece rápidamente.

Rememoro mis pasos a la cabaña, la nieve es más espesa aquí; siento que me perfora las botas a medida que avanzo.  La veo, todavía oculta, cubierta de nieve, sigue estando bien oculta y manteniendo el anonimato más que nunca.  Me apresuro hacia ella y abro con fuerza la puerta. Logan y Bree están detrás de mí.

“Qué buen descubrimiento”, dice, y por primera vez escucho admiración en su voz. “Está bien escondida.  Me gusta.  Casi es suficiente para querer quedarme aquí—si los tratantes de esclavos no nos estuvieran persiguiendo y si tuviéramos un suministro de alimentos”.

“Lo sé”, le digo, mientras entro a la pequeña casa.

“Es hermosa”, dice Bree. “¿Esta es la casa a la que nos íbamos a mudar?”.

Volteo a verla, sintiéndome mal.  Asiento con la cabeza.

“Será en otra ocasión, ¿de acuerdo?”.

Ella entiende.  Tampoco está ansiosa por esperar a los tratantes de esclavos.

Entro apresuradamente y abro la puerta de la trampilla y bajo la escalera empinada. Está oscuro aquí y palpo mi camino. Extiendo la mano y toco una fila de envases, tintineando al tocarlos.  Son los tarros.  No pierdo tiempo. Saco mis bolsas y las lleno lo más rápidamente posible con los tarros. Apenas puedo descrifrarlos ya que la bolsa se pone pesada, pero recuerdo que había mermelada de frambuesas, de zarzamora, pepinillos, pepinos. Lleno la bolsa lo más que puedo y luego levanto la mano y se lo entrego en la escalera a Logan.  Él la sujeta y yo lleno tres más.

Saco todo lo que está en la pared.

“Ya no más”, dice Logan. “No podría cargarla. Y está oscureciendo. Tenemos que irnos”.

Ahora habla con más respeto en su voz.  Obviamente, está impresionado con el alijo que encontré, y por fin reconoce lo mucho que necesitábamos que viniera.

Me ofrece la mano pero yo subo sola la escalera, no necesitando su ayuda y todavía ofendida por su actitud anterior.

Estando otra vez en la cabaña, sujeto dos de los pesados sacos mientras Logan toma los demás. Los tres nos apresuramos para salir de la cabaña y rápidamente retomamos nuestros pasos para bajar por el sendero empinado. En cuestión de minutos estamos de regreso en el camión y me siento aliviada al ver que todo sigue ahí.  Veo al horizonte y no hay señal de actividad en algún lugar de la montaña ni en el valle distante.

Subimos al camión, doy vuelta a la marcha, feliz de que arranque, y despegamos hacia el sendero. Tenemos comida, víveres, a nuestra perrita y pude decir adiós a la casa de mi papá.  Me siento satisfecha.  Siento que Bree, que está sentada junto a mí, también está satisfecha.  Logan mira afuera de la ventanilla, perdido en su propio mundo, pero no puedo evitar sentir que él piensa que tomamos la decisión correcta.


*

El viaje de regreso a la montaña no tuvo incidentes, los frenos de este viejo camión funcionan bien, para mi sorpresa. En algunos lugares, donde está muy empinado, es más un deslizamiento controlado que un frenado, pero en unos minutos habremos salido de lo peor, y volveremos a la estable Ruta 23, rumbo al Este. Tomamos velocidad, y por primera vez en mucho tiempo, me siento optimista.  Tenemos algunas herramientas valiosas y suficiente comida para varios días.  Me siento bien,  realizada, al bajar por la Ruta 23, a unos minutos de distancia de la lancha.

Y entonces, todo cambia.

Freno de golpe cuando una persona aparece de repente, agitando sus brazos histéricamente, bloqueando nuestro camino.  Está a escasos cuarenta y cinco metros y tengo que clavar los frenos, haciendo que el camión patine.

“¡NO TE DETENGAS!”, ordena Logan. “¡Sigue conduciendo!” Lo dice usando un tono de voz como de militar.

Pero no puedo escuchar.  Hay un hombre ahí, parado, indefenso, vistiendo únicamente unos pantalones vaqueros deshilachados y un chaleco sin mangas, en el frío polar. Él tiene una barba larga, negra, el cabello revuelto y ojos grandes, negros, delirantes.  Él es tan delgado, que parece que no ha comido en muchos días.  Lleva un arco y una flecha atada a su pecho.  Es un ser humano, un sobreviviente, como nosotros, eso es obvio.

Él agita sus brazos frenéticamente y no puedo atropellarlo.  Ni puedo soportar dejarlo.

Nos detenemos abruptamente, a unos centímetros de distancia del hombre.  Está ahí parado con los ojos abiertos de par en par, como si no esperara que nos detuviéramos realmente.

Logan no pierde el tiempo para salir de un salto, con las dos manos sobre su pistola, apuntando a la cabeza del hombre.

“¡APÁRTATE!”, grita.

Yo también salgo de repente.

El hombre levanta sus brazos, lentamente, aturdido, mientras da varios pasos hacia atrás.

“¡No disparen!”, suplica el hombre. “¡Por favor! ¡Soy como ustedes! Necesito ayuda. Por favor. No pueden dejarme morir aquí. Muero de hambre.  No he comido en varios días.  Déjenme ir con ustedes. Déjenme ir con ustedes. Por favor.  ¡Por favor!”.

Se le quiebra la voz y veo la angustia en su rostro. Entiendo lo que él siente. No hace mucho tiempo, yo estaba igual que él, viviendo de gorra para sobrevivir con cada comida, aquí en las montañas. No estoy mucho mejor ahora.

“¡Tomen esto!”, dice el hombre, quitándose el arco y la carcaza de flechas. “¡Es para ustedes! ¡No es mi intención hacer daño!”.

“Camina despacio”, advierte Logan, sospechando aún.

El hombre extiende la mano con cautela y entrega el arma.

“Brooke, recógelo tú”, dice Logan.

Doy un paso al frente, tomo el arco y las flechas y las pongo en la parte trasera del camión.

“¿Lo ven?”, dice el hombre, sonriendo. “No soy una amenaza. Solamente quiero unirme a ustedes. Por favor. No pueden dejarme morir aquí”.

Lentamente, Logan relaja la guardia y baja un poco su arma.  Pero mantiene enfocada la mirada en el hombre.

“Lo siento”, dice Logan. “No podemos tener otra boca que alimentar”.

“¡Espera!”, le grito a Logan. “No eres el único que está aquí. Tú no tomas todas las decisiones”. Me dirijo al hombre. “Cómo te llamas?”, le pregunto. “¿De dónde eres?”.

Me mira con desesperación.

“Me llamo Rupert”, dice él. “He sobrevivido aquí durante dos años.  Yo ya te había visto a ti y a tu hermana.  Cuando los tratantes de esclavos se la llevaron, intenté ayudar. ¡Soy quien taló ese árbol!”.

Mi corazón se rompe cuando dice esto.  Él es la única persona que intentó ayudarnos.  No puedo dejarlo aquí.  No es correcto.

“Tenemos que llevarlo”, le digo a Logan. “Podemos hacer espacio para uno más”.

“No lo conoces”, dice Logan. “Además, no tenemos comida”.

“Puedo cazar”, dice el hombre. “Tengo la flecha y el arco”.

“Te está siendo de mucha ayuda aquí arriba”, dice Logan.

“Por favor”, dice Rupert. “Puedo ayudar. Por favor. No quiero su comida”.

“Lo llevaremos”, le digo a Logan.

“No, no lo llevaremos”, contesta. “No conoces a este hombre. No sabes nada de él”.

“No sé gran cosa de ti”, le digo a Logan, sintiendome más enojada. Odio que sea tan cínico, tan reservado. “Tú no eres la única persona que tiene derecho a vivir”.

“Si lo llevas, nos pondrás en peligro a todos”, dice. “No solamente a ti. También a tu hermana”.

“Somos tres personas, hasta donde sé”, se escucha la voz de Bree.

Volteo a ver que ella salió del camión y está parada detrás de nosotros.

“Y eso significa que somos una democracia. Y mi voto cuenta. Voto por llevarlo.  No podemos dejarle aquí para que muera”.

Logan mueve la cabeza, parece enojado.  Sin decir otra palabra, su mandíbula se enducrece, vuelve a subir al camión.

El hombre me mira con una gran sonrisa, su cara tiene miles de arrugas.

“Gracias”, dice susurrando. “No sé cómo agradecerte”.

“Sólo date prisa, antes de que él cambie de opinión”, digo, mientras volvemos al camión.

Al acercarse Rupert a la puerta, Logan dice: “No te sentarás adelante. Entra en la parte trasera del camión”.

Antes de que yo pueda discutir, Rupert sube feliz en la parte trasera del camión.  Bree entra y yo también y nos vamos.

Es un estresante recordatorio del viaje de regreso al río.  Conforme avanzamos, el cielo se oscurece; constantemtne observo la puesta del sol, de un rojo sangriento a través de las nubes. Está haciendo más frío cada segundo, y la nieve se está endureciendo conforme avanzamos, convirtiéndose en hielo en algunos lugares, lo que hace más inestable la conducción. El indicador de gasolina está disminuyendo, parpadea en rojo y aunque nos falta kilómetro y medio para llegar, siento como si estuviéramos luchando por cada centímetro.  También siento cómo Logan está desasosegado por nuestro nuevo pasajero.  Es un desconocido más. Una boca más que alimentar.

En silencio obligo al camión a seguir adelante, al cielo a mantener la luz, a la nieve a que no se endurezca, mientras piso a fondo el acelerador. Justo cuando creo que nunca vamos a llegar allá, rodeamos la curva, y veo nuestra salida. Giro con fuerza sobre el estrecho camino de tierra, que desciende hacia el río, obligando al camión a lograrlo. Sé que la lancha está a solo ciento ochenta metros de distancia.

Damos vuelta en otra curva, y al hacerlo, mi corazón se llena de alivio cuando veo la lancha.  Todavía está ahí, flotando en el agua, y veo a Ben ahí parado, parece nervioso, mirando al horizonte esperando que nos acerquemos.

“¡Nuestra lancha!”, grita Bree emocionada.

Este camino tiene más baches cuando aceleramos cuesta abajo.  Pero vamos a lograrlo. Me siento aliviada.

Sin embargo, al ver el horizonte, a lo lejos veo algo que me hace sentir descorazonada.  No puedo creerlo. Logan debe estarlo viéndolo al mismo tiempo.

“Maldita sea”, susurra.

A lo lejos, en el Hudson, está la lancha de un tratante de esclavos—una lancha motora grande, brillante, elegante, negra, que se acerca rápidamente hacia nosotros. Es del doble de tamaño de la nuestra, y estoy segura de que está mucho más equipada. Para empeorar las cosas, veo otra lancha detrás de esa, más atrás.

Logan tenía razón.  Estaban mucho más cerca de lo que creí.

Oprimo el freno y patinamos hasta detenernos como a nueve metros de la costa.  Pongo la palanca de cambios en estacionar, abro la puerta y salgo, preparándome para correr hacia la lancha.

De repente, algo anda muy mal.  Siento que no puedo respirar y un brazo rodea mi garganta; después siento que me arrastran hacia atrás.  Me estoy sofocando, viendo estrellas, y no entiendo qué está pasando.  ¿Los tratantes de esclavos nos tendieron una emboscada?

“No te muevas”, sisea una voz en mi oído.

Siento algo afilado y frío contra mi garganta y me percato de que es un cuchillo.

Es entonces que me doy cuenta de lo que ha sucedido. Rupert. El desconocido. Él me ha tendido una emboscada.




TRES


“¡BAJA TU ARMA!”, grita Rupert. “¡YA!”.

Logan está a unos metros de distancia, levanta su pistola, apuntando a mi cabeza.  La sostiene y veo que delibera acerca de dispararle a este hombre. Veo que quiere hacerlo, pero le preocupa herirme.

Ahora me doy cuenta de lo tonta que fui al recoger a esta persona.  Logan había estado en lo cierto.  Yo debería hacerle hecho caso.  Rupert nos estuvo usando todo el tiempo, quería tomar nuestra lancha y alimentos y suministros y quedarse con todo. Está totalmente desesperado. Me doy cuenta de repente de que seguramente va a matarme. No tengo duda de ello.

“¡Dispara!”, le digo gritando a Logan. “¡Hazlo!”.

Confío en Logan—sé que es un gran tirador.  Pero Rupert me sostiene fuertemente y veo a  Logan indeciso, inseguro. Es en ese momento que veo en los ojos de Logan el miedo que tiene de perderme.  Se preocupa, después de todo.  Realmente le importa.

Lentamente, Logan tiende la pistola, con la mano abierta, después la coloca suavemente en la nieve.  Me siento descorazonada.

“¡Suéltala!”, le ordena.

“¡La comida!”, responde Rupert, siento su aliento caliente en mis oídos. “¡Esos sacos! ¡Tráemelos! ¡Ahora!”.

Logan camina lentamente hacia la parte trasera del camión, extiende la mano y toma los cuatro pesados sacos, y camina hacia el hombre.

“¡Ponlos en el suelo!”, grita Rupert. “¡Lentamente!”

Poco a poco, Logan los pone en el suelo.

A lo lejos, oigo el zumbido de los motores de los tratantes de esclavos, acercándose.  No puedo creer lo tonta que fui.  Todo se está derrumbando ante mis ojos.

Bree baja del camión.

“¡Suelta a mi hermana!”, le dice gritando.

Es entonces cuando veo el futuro desentrañándose ante mis ojos. Veo lo que pasará. Rupert me cortará el cuello, después le quitará el arma a Logan y lo matará a él y a Bree. Después, a Ben y a Rose. Nos robará la comida y la lancha y se irá.

Que me mate es una cosa. Pero latimar a Bree, es diferente. Es algo que no puedo permitir.

De pronto, reacciono. Vienen a mi memoria imágenes de mi papá, de su rudeza, de los movimientos de combate cuerpo a cuerpo que me enseñó. De los puntos de presión.  De los golpes. Llaves. De cómo salir casi de cualquier cosa. De cómo hacer que un hombre caiga de rodillas con un solo dedo. Y de cómo quitar un cuchillo del cuello.

Evoco algunos reflejos antiguos y dejo que mi cuerpo se haga cargo.  Levanto la parte interna de mi codo quince centímetros, y lo llevo hacia atrás, apuntando a su plexo solar.

Doy un fuerte golpe, donde quería.  Su cuchillo se clava un poco más en mi cuello, arañándolo, y me duele.

Pero al mismo tiempo, lo escucho resollar, y me doy cuenta de que mi golpe funcionó.

Doy un paso hacia adelante, alejo su brazo de mi garganta y doy una patada hacia atrás, golpeándolo con fuerza entre las piernas.

Él tropieza de espaldas unos centímetros y se derrumba en la nieve.

Respiro profundamente, jadeando, mi garganta me está matando. Logan va por su pistola.

Me doy vuelta y veo a Rupert salir corriendo hacia nuestra lancha.  Da tres grandes pasos y salta directamente al centro de ésta.  Con ese mismo movimiento, estira la mano y corta la cuerda que sostiene a la lancha a la orilla.  Todo ocurre en un abrir y cerrar de ojos; no puedo creer lo rápido que lo hace.

Ben está ahí parado, aturdido y confundido, sin saber cómo reaccionar. Rupert, por otro lado, no vacila: él salta hacia Ben y lo golpea con fuerza en la cara con la mano que tiene libre.

Ben tambalea y cae y es derribado, y antes de que se pueda levantar, Rupert lo sujeta por detrás con una llave, y pone el cuchillo en su cuello.

Él se vuelve frente anosotros, usando a Ben como escudo humano.  En el interior de la lancha, Rose se encoge de miedo y grita, y Penélope ladra como loca.

“¡Si me disparan, también morirá él!”, grita Rupert.

Logan recupera su arma y está ahí parado, apuntando.  Pero no es un tiro fácil.  La lancha se desplaza lejos de la orilla, a unos catorce metros de distancia, balanceándose salvajemente con la marea. Logan tiene casi cinco centímetros de alcance para sacarlo, sin matar a Ben. Logan vacila y puedo ver que no quiere arriesgarse a matar a Ben, ni siquiera para que sobrevivamos. Es la característica que lo redime.

“¡Las llaves!”, dice Rupert gritando a Ben.

Ben, en su haber, por lo menos ha hecho algo bueno: debe haber escondido las llaves en algún lugar cuando vio acercarse a Rupert.  Fue un movimiento inteligente.

A lo lejos, de repente veo a los tratantes de esclavos salir a la luz, mientras el zumbido de sus motores se hace más fuerte. Tengo un creciente sentido de temor, de desamparo. De impotencia. No sé qué hacer. Nuestra lancha está muy lejos de la orilla para llegar a ella—y aunque pudiéramos hacerlo, Rupert podría matar a Ben en el proceso.

Penélope ladra y salta de las manos de Rose, corre por la lancha, y clava sus dientes en la pantorrilla de Rupert.

Él grita y momentáneamente suelta a Ben.

Resuena un disparo.  Logan encontró su oportunidad y no perdió el tiempo.

Es un tiro limpio, justo entre los ojos.  Rupert nos mira por un momento, mientras la bala entra en su cerebro, y tiene los ojos abiertos de par en par.  Luego cae de espaldas, en el borde de la lancha, como si fuera a sentarse, cae hacia atrás, aterrizando en el agua con un chapoteo.

Todo acabó.

“¡Acerca la lancha a la orilla!”, grita Logan a Ben. “¡AHORA!”

Ben, todavía aturdido, entra en acción. Él pesca las llaves de su bolsillo, enciende la lancha, y se dirige a la orilla. Tomo dos sacos de comida y Logan sujeta los otros y los lanzamos a la lancha en cuanto llega a la orilla. Tomo a Bree y la subo a la lancha, después regreso corriendo al camión.  Y Logan toma los suministros rescatados y yo tomo a Sasha. Después, recordando, corro al camión y tomo el arco y flechas de Rupert. Habiendo metido todos, salto a la lancha y empieza a alejarse.  Logan se hace cargo del timón, pisa el acelerador y nos saca del pequeño canal.

Vamos rápidamente hacia la entrada del Hudson, unos cientos de metros adelante.  En el horizonte, la lancha de los tratantes de esclavos—elegante, negra, amenazante—corre hacia nosotros, tal vez a ochocientos metros de distancia.  Será difícil.  Parece que a duras penas saldremos del canal a tiempo, y apenas tenemos oportunidad de escapar.  Van a estar justo detrás de nosotros.

Vamos en el río Hudson y justo cuando oscurece, los tratantes de esclavos están a plena vista.  Están escasamente a noventa metros de nosotros y se acercan rápídamente. Atrás de ellos, en el horizonte, también veo otra lancha, aunque ésa está a kilómetro y medio de distancia.

Estoy segura de que si tuviéramos más tiempo, Logan me diría: te lo dije. Y tendría razón.

Al tener estos pensamientos, de repente se oyen disparos.  Las balas pasan zumbando por nosotros, y una se impacta en un costado de nuestra lancha, destrozando la madera; Rose y Bree gritan.

“¡Agáchense!”, grito.

Me lanzo sobre Bree y Rose, las sujeto y las tiro al suelo. Logan, en su haber, no se inmuta y continúa conduciendo la lancha. Se desvía un poco, pero no pierde el control. Se agacha mientras conduce, tratando de evitar las balas, mientras también trata de evitar los grandes pedazos de hielo que se empiezan a formar.

Me arrodillo en la parte trasera de la embarcación, levantando mi cabeza solamente lo necesario, y apunto, al estilo militar, con mi pistola.  Mi objetivo es el conductor y disparo varios tiros.

Fallo todos, pero logro hacer que cambien de dirección la lancha.

“¡Toma el timón!”, le grita Logan a Ben.

Ben, en su haber, no vacila. Se apresura a ir al frente y toma el timón, la lancha cambia de dirección.

Logan se apresura a venir a mi lado, arrodillándose junto a mí.

Él dispara y sus balas fallan, rozando su lancha. Ellos contraatacan, y una bala no alcanza mi cabeza por unos centímetros.  Se están acercando rápidamente.

Otra bala destroza una gran parte de la madera, de la parte posterior de nuestra lancha.

“¡Van a disparar a nuestro tanque de combustible!”, grita Logan. “¡Dispara al de ellos!”

“¿Dónde está?”, grito por encima del rugido del motor y las balas que vuelan.

“¡Está atrás de la lancha, en el costado izquierdo!”, grita él.

“No puedo atinarle”, le digo. “No mientras estén frente a nosotros”.

De repente, se me ocurre una idea.

“¡Ben!”, digo gritando. “Haz que se den la vuelta. ¡Necesitamos apuntar al tanque de combustible!”

Ben no vacila; apenas termino de pronunciar las palabras cuando gira bruscamente el timón, y la fuerza me lanza a un costado de la lancha.

Los tratantes de esclavos giran, también, tratando de seguirnos. Y eso expone el costado de su embarcación.

Me arrodillo, igual que Logan, y disparamos varias veces.

Al principio, nuestra descarga falla.

Vamos. ¡Vamos!

Pienso en mi papá. Mantengo firme mi muñeca, respiro profundo, y disparo una vez más.

Para mi sorpresa, hago un disparo directo.

La lancha de los tratantes de esclavos estalla de repente.  Media docena de ellos explota en llamas, gritando, mientras la embarcación acelera fuera de control. Segundos después, se estrella de cabeza en la costa.

Otra enorme explosión.  Su barco se hunde rápidamente, y si alguien sobrevivió, seguramente se está ahogando en el río Hudson.

Ben nos lleva río arriba, manteniéndonos avanzando en línea recta, lentamente; me levanto y respiro profundo.  Casi no puedo creerlo.  Los matamos.

“Buen tiro”, dice Logan.

Pero no es hora de dormir en nuestros laureles.  En el horizonte, otra lancha se está acercando.  Dudo que tengamos suerte una segunda vez.

“Ya no tengo municiones”, digo.

“Yo casi no tengo”, dice Logan.

“No podemos confrontar a la siguiente embarcación”, digo. “Y no somos lo suficientemente rápidos para aventajarlos”.

“¿Qué sugieres?”, pregunta él.

“Tenemos que escondernos”.

Volteo a ver a Ben.

“Busca un refugio.  Hazlo ahora. Tenemos que ocultar esta lancha. ¡AHORA!”

Ben acelera y yo corro al frente, y me detengo junto a él, explorando el río por si hay algún posible escondite. Tal vez, si tenemos suerte, pasarán corriendo frente a nosotros.

Pero posiblemente eso no ocurrirá.




CUATRO


Todos exploramos el horizonte desesperadamente, y por último, a la derecha, vemos una ensenada estrecha. Nos lleva a una estructura oxidada de una vieja embarcación. “¡Ahí, a la derecha!”, le digo a Ben.

“¿Y si nos ven?”, pregunta él. “No hay salida. Estaremos atorados. Nos matarán”.

“Es un riesgo que tenemos que correr”, le digo.

Ben gana velocidad, haciendo un giro brusco a la ensenada estrecha.  Corremos más allá de las puertas oxidadas, la angosta entrada de un viejo y oxidado almacén.  Al pasar, él apaga el motor, después gira a la izquierda, escondiéndonos detrás de la costa, mientras flotamos en el agua. Miro la estela que dejamos a la luz de la luna, y ruego para que se calme lo suficiente para que tratantes de esclavos no nos sigan la pista.

Todos nos sentamos ansiosamente en silencio, flotando en el agua, observando, esperando. El rugido del motor de los tratantes de esclavos se hace más fuerte y contengo la respiración.

Por favor, Dios. Haz que sigan de frente.

Los segundos parecen durar horas.

Finalmente, su embarcación pasa zumbando por delante de nosotros, sin frenar ni por un segundo.

Contengo la respiración diez segundos más, mientras el ruido del motor de su lancha se hace imperceptible, y rezo para que no regresen por nuestro camino.

No vuelven. Funcionó.


*

Ha pasado casi una hora desde que nos detuvimos aquí, y estamos todos apiñados juntos, anonadados, en nuestra lancha. Apenas nos movemos por miedo a ser detectados. Pero no he oído un sonido desde entonaces, y no hemos detectado ninguna acción desde que su embarcación pasó cerca de nosotros. Me pregunto a dónde habrán ido. ¿Siguen corriendo por el Hudson, yendo al norte, en la oscuridad, pensando que estamos cerca? ¿O se espabilaron y están regresando, peinando la costa, buscándnos? No puedo evitar sentir que sólo será cuestión de tiempo para que regresen por aquí.

Pero, mientras me estiro en la lancha, pienso que todos estamos empezando a sentirnos más relajados, un poco menos cautelosos. Aquí estamos bien escondidos, dentro de esta estructura oxidada, y aunque regresaran, no veo cómo puedan detectarnos los tratantes de esclavos.

Mis piernas y pies están están acalambrados de estar sentados; está haciendo más frío y me estoy congelando. Noto por los dientes de Bree y de Rose que castañean, que también están congeladas.  Quisiera tener mantas o ropa para darles, o algún tipo de calor.  Me gustaría poder hacer una fogata—no solo para calentarlos, sino para poder vernos entre nosotros, para confortarnos viéndonos a la cara.  Pero sé que eso es imposible.  Sería demasiado arriesgado.

Veo a Ben sentado ahí, apiñado, temblando y recuerdo los pantalones que rescaté.  Me levanto, y la lancha se balancea, y me acerco a mi saco y busco adentro y los saco. Los lanzo a Ben.

Caen sobre su pecho, mientras me mira, confundido.

“Deben caberte”, le digo. “Prúebatelos”.

Él lleva unos pantaones vaqueros andrajosos, llenos de agujeros, son demasiados delgados y están mojados.  Lentamente, se inclina y se quita las botas, después se pone los pantalones de cuero sobre los suyos.  Se ven graciosos en él, son los pantalones militares del tratante de esclavos—pero como sospechaba, le quedan perfectamente.  Sube la cremallera sin hablar, mientras se inclina hacia atrás, y puedo ver el agradeciiento en sus ojos.

Siento que Logan me mira y siento que está celoso de mi amistad con Ben. Él ha estado así desde que vio a Ben besarme en la Estación Penn. Es incómodo, pero no puedo hacer nada al respecto. Me agradan los dos, de diferentes maneras. Nunca había conocido a dos personas más distintas entre sí—sin embargo, les encuentro parecido.

Me acerco a Bree, que sigue temblando, acurrucada con Rose; Penélope en su regazo, y me siento junto a ella, pongo mi brazo sobre ella y la beso en la frente.  Ella apoya su cabeza en mi hombro.

“No te preocupes Bree”, le digo.

“Tengo hambre”, dice en voz baja.

“Yo también”, repite Rose.

Penélope lloriquea suavemente, y puedo notar que ella también tiene hambre. Ella es más lista que cualquier otro perro que he conocido.  Y valiente, pese a estar temblando. Es increíble que haya mordido a Rupert cuando lo hizo, y si no hubiera sido por ella, tal vez ninguno de nosotros estaríamos aquí.  Me inclino para acariciar su cabeza y ella me lame la mano nuevamente.

Ahora que mencionan la comida, me doy cuenta de que es una buena idea. He estado intentando reprimir mis ataques de hambre demasiado tiempo.

“Tienes razón”, le digo. “Vamos a comer”.

Las dos me ven con los ojos abiertos de par en par con esperanza y expectativa.  Me levanto, cruzo la lancha y alcanzo uno de los sacos.  Saco dos grandes frascos de mermelada de frambuesa y le doy uno a Bree, desenroscándoselo.

“Compartan este frasco”, les digo a ellos. “Nosotras tres compartiremos el otro”.

Abro el otro frasco y lo paso a Logan, y él mete su dedo, toma una gran cantidad y la pone en su boca.  Respira profundamente lleno de satisfacción—debe haber estado hambriento.

Se lo entrega a Ben, quien toma una también, después yo meto el dedo y tomo un puñado y lo pongo en mi lengua. Siento el subidón de azúcar, mientras la frambuesa satisface mis sentidos, y probablemente es la mejor que he probado. Sé que no es una comida, pero es como si lo fuera.

Parece que soy la encargada de la comida, así que nuevamente me acerco a las bolsas y tomo lo que queda de nuestras galletas y le doy una a cada persona, incluyéndome a mí misma. Miro a Bree y a Rose comiendo alegremente la mermelada, y con cada puñado, le dan uno a Penélope.  Ella lame sus dedos como loca, lloriqueando al hacerlo. La pobre debe estar tan hambrienta como nosotras.

“Regresarán, ¿saben?”, se oye una voz de mal agüero, junto a mí.

Volteo y veo a Logan sentándose, limpiando su arma, mirándome.

“¿Lo sabes, verdad?”, dice presionándome. “Estando aquí, somos presa fácil”.

“¿Qué propones?”, le pregunto.

Se encoge de hombros y aparta la mirada, decepcionado.

“Nunca debimos habernos detenido. Deberíamos haber seguido avanzando, como dije”.

“Pues, ya es tarde ahora”, le digo, molesta. “Deja de quejarte”.

Me estoy cansando de su pesimismo a cada paso, me estoy hartando de nuestra lucha por el poder.  Me molesta tenerlo cerca, aunque al mismo tiempo, le estoy agradecida.

“Ninguna de nuestras opciones son buenas”, dice él. “Si vamos río arriba esta noche, podríamos encontrarlos.  Podría arruinarse la lancha. Podríamos toparnos con el hielo que flota, o alguna otra cosa. O peor, podrían atraparnos. Si nos vamos en la mañana, pueden vernos en la luz. Podríamos navegar, pero podrían estarnos esperando”.

“Entonces vámonos en la mañana”, le digo. “Al amanecer. Iremos al norte y esperemos que ellos regresen hacia el sur”.

“¿Y si no lo hicieran?”, pregunta él.

“¿Tienes alguna idea mejor? Tenemos que alejarnos de la ciudad, no ir hacia ella. Además, Canadá está al norte, ¿no es así?”

Da media vuelta y mira hacia otro lado, suspirando.

“Podríamos quedarnos aquí”, dice él. “Esperar algunos días. Para asegurarnos que nos pasen primero”.

“¿Con este clima? Si no conseguimos un refugio, moriremos de frío.  Y se nos habrá terminado la comida para entonces.  No podemos quedarnos aquí.  Tenemos que seguir adelante”.

“¿Ah, ahora quieres seguir adelante?”. pregunta.

Lo miro fijamente—está empezando a sacarme de quicio.

“Está bien”, dice él. “Nos iremos al amanecer. Mientras tanto, si vamos a pasar la noche aquí, tenemos que hacer guardia.  En turnos.  Yo empezaré, después tú, y luego Ben. Duerman ustedes ahora.  Ninguno de nosotros hemos dormido y lo necesitamos. ¿De acuerdo?”, pregunta, primero me mira a mí y después a Ben.

“De acuerdo”, respondo.  Él tiene razón.

Ben no responde, sigue con la mirada perdida, perdido en su propio mundo.

“Oye”, dice Logan con rudeza, echándose hacia atrás y pateando su pie. “Te estoy hablando. ¿Trato hecho?”

Ben gira lentamente y lo mira, aún sin concentrarse, y luego asiente con la cabeza. Pero no sé si realmente lo escuchó.  Me siento mal por Ben; es como si no estuviera aquí realmente. Claramente, el dolor y la culpa por su hermano lo consumen.  No imagino por lo que está pasando.

“Bien”, dice Logan. Revisa sus municiones, amartilla su arma, y salta de la lancha al muelle que está junto a nosotros. La embarcación se mece, pero no se aleja. Logan se para en el muelle seco, examinando el entorno. Se sienta en un poste de madera y mira en la oscuridad, con el arma sobre su regazo.

Me instalo junto a Bree, poniendo mi brazo alrededor de ella.  Rose también se inclina, y envuelvo mi brazo alrededor de las dos.

“Descansen un poco. Nos espera un largo día mañana”, digo, preguntándome en secreto si ésta será nuestra última noche en la Tierra. Preguntándome si habrá un mañana.

“No hasta que me encargue de Sasha”, dice Bree.

Sasha. Casi la olvido.

Veo el cadáver congelado de nuestra perrita, a un costado de la lancha.  Me cuesta trabajo creer que la trajimos aquí.  Bree es una ama fiel.

Bree se levanta, cruza la embarcación en silencio y se pone de pie ante Sasha. Se arrodilla y le acaricia la cabeza.  Sus ojos se iluminan con la luz de la luna.

Me acerco y me arrodillo a su lado.  También acaricio a Sasha, por siempre agradecida con ella por protegernos.

“¿Te ayudo a enterrarla?”, le pregunto.

Bree asiente con la cabeza, mirando hacia abajo, mientras cae una lágrima.

Juntas bajamos las manos para recoger a Sasha, y nos inclinamos hacia adelante con ella, por el costado de la embarcación.  Ambas la sujetamos, ninguna de las dos queremos soltarla.  Miro hacia abajo, en el agua oscura y congelada, del río Hudson que está abajo, con las olas flotando.

“¿Quieres decir algo?”, le pregunto, “Antes de soltarla”.

Bree mira hacia abajo, parpadeando para contener las lágrimas, con su rostro iluminado por la luz de la luna.  Se ve angelical.

“Ella fue una buena perrita. Me salvó la vida.  Espero que esté ahora en un lugar mejor. Y espero que la vuelva a ver”, dice con la voz entrecortada.

Nos estiramos todo lo que podemos y colocamos dentro a Sasha. Con una ligera salpicadura, su cadáver cae al agua. Flota uno o dos segundos y empieza a hundirse. Las olas del río Hudson son fuertes y rápidamente tiran de ella, hacia mar abierto. Vemos cómo flota, medio sumergida, a la luz de la luna, yendo a la deriva, cada vez más lejos. Siento que se me rompe el corazón. Me recuerda lo cerca que estuvo de que me quitaran a Bree para siempre, de ser arrastrada por el río Hudson, igual que Sasha.


*

No sé cuántas horas han pasado.  Ya es de noche, y estoy ahí acostada en la lancha, hecha un ovillo alrededor de Bree y de Rose, pensando, sin poder dormir. Ninguno de nosotros ha dicho una palabra desde que enterramos a Sasha en el agua.  Todos estamos ahí sentados, en un silencio sombrío, la lancha meciéndose suavemente. A pocos pies de nosotros está Ben sentado, perdido en su mundo. Parece más muerto que vivo; a veces, cuando lo miro, siento que estoy viendo a un fantasma caminando.  Es extraño: estamos todos ahí sentados, pero cada quien está en su mundo.

Logan está a nuevemetros, vigilando el muelle, con el arma en la mano, mirando el entorno.  Lo imagino como soldado.  Me da gusto que nos proteja en el primer turno.  Estoy agotada, mis huesos están cansados, y no tengo ganas de tomar el siguiente turno.  Sé que debería estar durmiendo, pero no puedo. Tumbada ahí, con Bree en mis brazos, mi mente vuela.

Pienso en lo loco, loco, que es el mundo ahora.  Me cuesta trabajo creer que todo esto sea real.  Es como una larga pesadilla que no termina. Cada vez que siento que estoy a salvo, algo sucede.  Pensándolo bien, casi no puedo creer lo cerca que he estado de perder la vida a manos de Rupert. Fue muy tonto de mi parte tener piedad de él, dejarlo venir con nosotros. Todavía no puedo entender por qué se asustó.  ¿Qué esperaba ganar? ¿Estaba tan desesperado que iba a matarnos a todos, tomar nuestra embarcación y desaparecer—sólo para tener más comida para él? ¿Y a dónde la habría llevado? ¿Solamente era una mala persona? ¿Era un psicópata? ¿O era un buen hombre y llevaba tantos años solo y hambriento y congelado que lo hicieron colapsar?

Quiero pensar que fue lo último, que en el fondo era un buen hombre que enloqueció por las circunstancias. Eso espero.  Pero nunca lo sabré.

Cierro mis ojos y pienso en lo cerca que estuve de ser asesinada, en cómo sentí el frío metal de su cuchillo contra mi cuello.  La próxima vez, no confiaré en nadie. No me detendré por nadie. No le creeré a nadie.  Haré todo lo que pueda para asegurarme que Bree y Rose y yo y los demás sobrevivamos. No me arriesgaré más.  No tomaré más riesgos. Si esto significa volverme insensible, pues así será.

En retrospectiva, creo que cada hora en el Hudson ha sido una batalla de vida o muerte.  No sé cómo podremos llegar a Canadá. Me sorprenderá poder sobrevivir los próximos días, o incluso los siguientes kilómetros en el agua. Sé que no tenemos muchas posibilidades. Abrazo fuerte a Bree, sabiendo que ésta puede ser nuestra última noche juntas.  Por lo menos moriremos luchando, sobre nuestros pies, y no como esclavas o prisioneras.

“Tuve mucho miedo”, dice Bree.

Su voz me asusta en la oscuridad.  Es tan suave, Primero me asombré de que hablara. Llevaba horas sin decier nada y pensé que estaba dormida.

Volteo a verla y sus ojos están abiertos, mirando con miedo.

“¿Qué te dio miedo, Bree?”.

Ella mueva su cabeza y espera varios segundos antes de hablar.  Me doy cuenta de que está recordando.

“Ellos me secuestraron.  Yo estaba sola. Después me subieron a un autobús y me llevaron en una embarcación. Todas estábamos encadenadas.  Hacía mucho frío, todas teníamos mucho miedo. Me metieron a esa casa y no creerías las cosas que vi. Lo que le hacían a esas otras chicas. Todavía escucho sus gritos.  No puedo sacarlos de mi mente”.

Su rostro se arruga y empieza a llorar.

Mi corazón se rompe en mil pedazos.  No puedo ni imaginar lo que ha pasado.  No quiero que piense en ello. Siento que quedará marcada para siempre y que es mi culpa.

La abrazo con fuerza y le doy un beso en la frente.

“Shhh”, susurro. “Tranquila. Eso ya quedó en el pasado. Ya no pienses más en eso”.

Pero aún así, sigue llorando.

Bree entierra su cara en mi pecho.  La arrullo mientras llora y llora.

“Lo siento mucho, mi amor”, le digo. “Lo lamento mucho”.

Quisiera poder borrar todo eso de su mente. Pero no puedo.  Ahora forma parte de ella. Siempre quise protegerla, cuidarla de todo.  Y ahora su corazón está lleno de cosas horribles.

Mientras la mezo, quisiera que pudiéramos estar en cualquier otro lugar y no aquí.  Quisiera que las cosas fueran como antes.  Regresar el tiempo.  Volver a cuando el mundo era bueno. Volver a cuando teníamos a nuestros padres. Pero no podemos.  Estamos aquí.

Y siento un desazón – estoy preocupada, sintiendo que las cosas empeorarán.


*

Me despierto y me doy cuenta que es de día. No sé cómo puede ser tan tarde, ni cómo dormí tanto tiempo. Veo alrededor de la lancha y estoy totalmente desorientada.  No entiendo qué es lo que está pasando.  Nuestra embarcación está flotando a la deriva, en el Hudson, en medio del enorme río. Bree y yo estamos solas en la lancha.  No sé dónde están los demás y no puedo entender cómo llegamos aquí.

La dos estamos en el borde de la lancha, mirando al horizonte, y veo que tres embarcaciones de los tratantes de esclavos vienen corriendo hacia nosotras.

Trato de entrar en acción, pero siento que me atan los brazos por detrás. Volteo a ver a varios tratantes de esclavos en la lancha, y noto que me han esposado por detrás, y me sostienen por atrás. Lucho con todas mis fuerzas, no puedo hacer nada.

Se detiene una lancha de los tratantes de esclavos y uno de ellos baja, una máscara cubre su rostro, sube a nuestra embarcación, se agacha y sujeta a Bree. Ella se retuerce, pero no puede contra él.  La levanta de un brazo y empieza a llevársela.

“¡BREE! ¡NO!”, grito.

Lucho con todas mis fuerzas, pero es inútil. Me veo obligada a estar ahí parada, mientras se llevan a Bree, pateando y gritando hacia su lancha. Su barco se aleja en la corriente, hacia Manhattan. Al poco tiempo, ya van lejos.

Mientras veo a mi hermanita alejarse más y más de mí, sé que esta vez la perdí para siempre.

Grito, es un grito sobrenatural, suplicando, llorando para que regrese mi hermana conmigo.

Me despierto sudando.  Me incorporo como relámpago, respirando agitadamente, mirando alrededor, tratando de averiguar lo que ocurrió.

Fue una pesadilla. Veo alrededor y Bree está acostada junto a mí; todos los demás están dormidos en la lancha. Fue un sueño.  Nadie ha venido. Nadie se ha llevado a Bree.

Trato de recuperar mi respiración, mi corazón sigue palpitando fuertemente. Me incorporo y veo al horizonte y empieza a amanecer, hay una franja tenue en el horizonte. Miro hacia el muelle y veo a  Ben haciendo guardia sentado.  Recuerdo que Logan me despertó, recuerdo haber hecho guardia.  Después desperté a Ben, le di el arma, y tomó mi lugar. Debo haberme quedado dormida después de eso.

Al mirar a Ben, me doy cuenta que se desplomó. Veo desde aquí, con la luz tenue de la aurora, que también está dormido.  Se supone que debería estar haciendo guardia.  Estamos indefensos.

De repente, detecto movimiento, veo sombras en la oscuridad.  Parece que un grupo de personas o de criaturas, se acercan a nosotros. Me pregunto si mis ojos me están engañando.

Pero después, mi corazón empieza a palpitar con fuerza en mi pecho, y mi boca se seca, al darme cuenta de que no es un truco de la luz.

No estamos preparados.  Y la gente nos va a emboscar.




CINCO


“¡BEN!”, grito, sentándome.

Pero es muy tarde.  Un segundo después, nos atacan.

Uno ha tomado a Ben, derribándolo, mientras los otros dos saltan corriendo a nuestra lancha.

La embarcación se mueve violentamente mientras toman posesión de nuestra lancha.

Logan despierta, pero no a tiempo. Uno de los hombres va directamente hacia él, con el cuchillo en la mano y está a punto de hundirlo en su pecho.



Reaccionan mis reflejos.  Me volteo, sujeto el cuchillo de mi cintura, me inclino hacia adelante y lo lanzo. El cuchillo vuela dando vueltas.

Es un tiro perfecto. Se aloja en el cuello del hombre, un segundo antes de que apuñale a Logan. El hombre se derrumba, sin vida, encima de él.

Logan se incorpora y arroja el cadáver, y cae en el agua, salpicando.  Por suerte él tiene la  entereza para quitarle el cuchillo antes de lanzarlo.

Otros dos vienen a atacarme. Habiendo un poco más de luz, puedo ver que no son hombres, son mutantes. Mitad hombres, mitad no sé qué. Irradiados por la guerra. Son los Locos. Esto me aterra: esos tipos, a diferencia de Rupert, son muy fuertes, sumamente malos, y no tienen nada que perder.

Uno de ellos se dirige a Bree y a Rose, y no puedo permitirlo. Me lanzo hacia él, derribándolo al suelo.

Ambos caemos con fuerza, la lancha se mueve salvajemente. Veo a Logan por el rabillo de mi ojo, encima de otro sujeto, golpeándolo con fuerza y lanzándolo por la borda.

Hemos detenido a dos de ellos.  Pero un tercero corre hacia nosotros. Al que derribé me da vueltas y me arrincona. Está encima de mí y él es fuerte. Llega por la espalda y me golpea con fuerza en la cara, y siento una punzada en mi mejilla.

Pienso rápidamente: levanto una rodilla con fuerza y lo golpeo entre sus piernas.

Es un golpe perfecto.  Gime y cae y al hacerlo, llego por la espalda y le doy un fuerte codazo en la cara.  Se oye un crujido cuando le rompo el pómulo y él se derrumba en la lancha.

Lo lanzo por la borda al agua.  Fue un movimiento estúpido.  Debí haberlo despojado de sus armas primero.  El barco se balancea violentamente mientras su cuerpo se hunde.

Ahora me dirijo al último, al mismo tiempo que Logan.

Pero ninguno de los dos somos lo suficientemente rápidos.  Él pasa corriendo ante nosotros y por alguna razón, ataca primero a Bree.

Penélope salta en el aire, y gruñendo, encaja sus dientes en su muñeca.

Él la sacude como si fuera un muñeco de trapo, tratando de quitarla. Penélope se aferra, pero finalmente le da una violenta sacudida y la envía volando a través de la lancha.

Antes de que pueda alcanzarlo, está a punto de descender sobre Bree.  Mi corazón se detiene cuando me doy cuenta de que no voy a llegar a tiempo.

Rose salta para salvar a Bree y se interpone al ataque del hombre. Él levanta a Rose y hunde sus dientes en su brazo.

Rose deja escapar un grito escalofriante, mientras él rasga su carne con los dientes. Es una escena nauseabunda, horrible, que se alojará en mi mente para siempre.

El hombre se inclina hacia atrás y está a punto de morderla nuevamente—pero esta vez lo atrapo a tiempo.  Saco el cuchillo que tengo en mi bolsillo, tomo puntería y me preparo para lanzarlo.

Pero antes de hacerlo, Logan se acerca, apunta con su pistola y dispara.

La sangre salpica por todos lados, mientras dispara al hombre en la parte posterior de la cabeza.  Él se derrumba en la lancha y Logan se adelanta y lanza su cadáver por la borda.

Corro hacia Rose, quien grita histéricamente, sin saber cómo consolarla.  Arranco una tira de mi blusa y la envuelvo alrededor de su brazo que sangra profusamente, tratando de contener la sangre lo mejor que puedo.

Detecto movimiento por el rabillo de mi ojo, y me doy cuenta de que un Loco ha arrinconado a Ben en el muelle. Él se inclina hacia atrás, a punto de morder el cuello de Ben. Giro y lanzo mi cuchillo.  Vuela dando vueltas y se aloja en la parte posterior del cuello del hombre. Su cuerpo no se mueve, mientras se desploma sobre el suelo.

Ben se incorpora, aturdido.

“¡Regresen a la lancha!”, grita Logan. “¡AHORA!”

Oigo la furia en la voz de Logan, y también la siento. Ben estaba de guardia y se durmió.  Nos dejó vulnerables al ataque.

Ben sube tambaleando a la lancha y al hacerlo, Logan llega con su cuchillo y corta la cuerda.  Mientras, me hago cargo de Rose, quien grita en mis brazos, y Logan toma el timón, poniendo en marcha la embarcación y oprimiendo el acelerador.

Aceleramos fuera del canal, en el amanecer.  Hace bien en sacarnos de aquí.  Esos disparos podrían haber alertado a alguien; quién sabe cuánto tiempo tengamos ahora.

Salimos del canal hacia la luz púrpura del día, dejando varios cadáveres flotando detrás de nosotros. Nuestro refugio ha sido rápidamente transformado en un lugar de horrores, y espero no verlo nunca más.

Corremos otra vez hacia el centro del río Hudson; la lancha se bambolea mientras Logan acelera.  Estoy en guardia, buscando por todos lados una señal de los tratantes de esclavos.  Si están cerca de nosotros, no hay ningún lugar dónde escondernos:  los sonidos de los disparos, los gritos de Rose y de un motor rugiendo, no nos hacen pasar inadvertidos.

Rezo porque en algún momento de la noche regresen a buscarnos y estén más al sur que nosotros; si es así, están en algún lugar detrás de nosotros.  Si no, vamos a encontrarnos con ellos.

Si realmente tenemos suerte, se dieron por vencidos y dieron vuelta dirigiéndose hacia Manhattan.  Pero lo dudo.  Nunca hemos sido tan afortunados.

Como esos Locos.  Fue un golpe de mala suerte estacionarnos allá.  He oído rumores de grupos depredadores de Locos que se volvieron caníbales, que sobreviven por el consumo de los demás, pero nunca lo creí.  Todavía me cuesta trabajo creer que es verdad.

Sujeto a Rose con fuerza, la sangre se filtra a través de la herida, en mi mano; estoy meciéndola, tratando de consolarla. Su vendaje improvisado ya está rojo, así que rasgo otro pedazo de mi bllusa, exponiendo mi estómago al frío congelante, y reemplazo su vendaje.  No es nada higiénico, pero es mejor que nada, y tengo que contener la sangre de alguna manera. Me gustaría tener medicamentos, antibióticos o al menos analgésicos—lo que sea que pudiera darle. Al quitar el vendaje empapado, veo el trozo de carne que falta en su brazo y miro a otro lado, tratando de no pensar en el dolor que debe estar pasando. Es horrible.

Penélope se sienta en su regazo, gimiendo, mirándola, claramente queriendo ayudar también.  Bree parece estar traumatizada, una vez más, de la mano de Rose, tratando de acallar sus gritos.  Pero ella está inconsolable.

Desearía desesperadamente tener un tranquilizante—lo que fuera. Y entonces, de repente, me acuerdo. La botella de champaña que dejamos a la mitad.  Corro al frente de la lancha, lo sujeto y corro de regreso hacia ella.

“Bebe esto”, le digo.

Rose llora histéricamente, gritando en agonía, y ni siquiera me toma en cuenta.

Lo acerco a sus labios y la obligo a beber.  Casi se ahoga con ella, derramando un poco, pero la bebe.

“Por favor, Rose, bebe. Esto te ayudará”.

La acerco nuevamente a su boca, y entre sus gemidos toma unos sorbos más.  Me siento mal por dar alcohol a una niña, pero espero que eso la ayude a mitigar su dolor; no sé qué más hacer.

“Encontré pastillas”, dice una voz.

Volteo a ver a Ben, ahí parado, pareciendo alerta, por primera vez.  El ataque, lo que le sucedió a Rose, debe haberlo hecho reaccionar, tal vez porque se siente culpable por quedarse dormido en la guardia.  Está ahí, de pie, sosteniendo un pequeño contenedor de píldoras.

Lo tomo y lo examino.

“Lo encontré dentro del compartimento”, dice. “No sé qué sea”.

Leo la etiqueta: Ambien. Píldoras para dormir.  Los tratantes de esclavos deben haber guardado esto para ayudarlos a dormir. La ironía de esto: ahí están ellos, manteniendo a los demás despiertos toda la noche, y guardando píldoras para dormir para ellos mismos. Pero para Rose, esto es perfecto, justamente lo que necesitábamos.

No sé cuántas darle, pero necesito calmarla.  Le doy nuevamente la champaña, asegurándome de que la trague, y después le doy dos pastillas.  Guardo el resto en mi bolsillo, para que no se pierdan, y después mantengo una estrecha vigilancia sobre Rose.

En cuestión de minutos, la bebida y las pastillas empiezan a surtir efecto.  Poco a poco, sus gemidos se convierten en lloriqueos, y después se amortiguan.  Tras veinte minutos, sus ojos se empiezan a cerrar, y se queda dormida en mis brazos.

Le doy otros diez minutos, para asegurarme de que está dormida, y después miro a Bree.

“¿La puedes sostener?”, le pregunto.

Bree corre a mi lado y poco a poco me levanto y pongo a Rose en sus brazos.

Me levanto, mis piernas están acalambradas, y camino al frente de la lancha, junto a Logan.  Continuamos corriendo río arriba, hay un claro en las nubes, y cuando miro hacia el agua, no me gusta lo que veo.

Pequeños trozos de hielo empiezan a formarse en el río Hudson en esta mañana congelada. Oigo un sonido metálico en la lancha. Es lo último que necesitamos.

Pero eso me da una idea.  Me inclino sobre el barco, el agua rocía mi cara, y pongo mis manos en el agua congelada. Es doloroso al tacto, pero obligo a mi mano a seguir así, tratando de sujetar un pequeño pedazo de hielo a medida que avanzamos.  Pero vamos demasiado rápido, y es difícil sujetar uno. Sigo fallando por escasos centímetros.

Finalmente, después de un minuto de agonía, atrapo uno.  Levanto la mano, temblando de frío,  corro y se lo doy a Bree.

Ella lo toma, atónita.

“Sostén esto”, le digo.

Regreso y tomo otra venda, la que está llena de sangre, y la envuelvo en el hielo.  Se la paso a Bree.

“Ponla sobre su herida”.

Espero que le ayude a adormecer su dolor, y tal vez a detener la inflamación.

Regreso mi atención hacia el río y miro alrededor, por todos lados, mientras la mañana se vuelve cada vez más brillante. Vamos acelerados, cada vez más al norte y me siento aliviada al no ver señales de los tratantes de esclavos por ningún lado. No escucho motores ni detecto movimiento alguno en ambos lados del río. De hecho, el silencio es mal agüero. ¿Nos están esperando?

Voy en el asiento del pasajero, al lado de Logan, y miro hacia el indicador de combustible. Menos de un cuarto.  Esto no es un buen presagio.

“Tal vez ya se fueron”, me atrevo a decir. “Tal vez regresaron, dejaron la búsqueda”.

“No cuentes con eso”, dice él.

Como si fuera una señal, de repente, escucho el rugido de un motor. Mi corazón se detiene.  Es un sonido que reconocería en cualquier parte del mundo: su motor.

Me dirijo hacia la parte posterior de la lancha y veo al horizonte: efectivamente, ahí, como a kilómetro y medio de distancia, están los tratantes de esclavos.  Corren hacia nosotros. Los veo venir, sintiéndome desamparada. Ya casi no tenemos municiones, y ellos están bien equipados y bien tripulados, con toneladas de armas y municiones.  No tenemos ninguna oportunidad, si peleamos contra ellos, y no tenemos la oportunidad de correr más rápido: ya se están acercando.  Ni podemos tratar de ocultarnos otra vez.

No tenemos otra opción mas que enfrentarlos. Y sería una batalla perdida.  Es una sentencia de muerte que corre hacia nosotros en el horizonte.

“¡Tal vez deberíamos rendirnos!” grita Ben, viendo hacia atrás, aterrado.

“Nunca”, le digo.

No me puedo imaginar convertida en prisionera nuevamente.

“Si caigo, será como hombre muerto”, dice Logan.

Trato de pensar, buscando una solución en mi mente.

“¿No puedes ir más rápido?”, presiono a Logan, mientras los veo cerrando la brecha.

“¡Voy tan rápido como puedo!”, dice gritando, por encima del rugido del motor.

No sé qué más hacer.  Me siento impotente.  Rose está despierta, gimiendo otra vez y Penélope ladra. Siento que el mundo se me cierra. Si no pienso en algo rápidamente y se me ocurre alguna solución, estaremos muertos en cuestión de minutos.

Exploro la lancha, en busca de armas, o lo que sea que pueda usar.





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Adictivo.. ARENA UNO, es uno de esos libros que lees en la noche hasta que ves bizco porque no quieres soltarlo. –The Dallas ExaminerDe la autora número uno en ventas, Morgan Rice, llega el Libro Dos de LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, una trilogía de ficción distópica. Habiendo escapado de la isla traicionera que una vez fue Manhattan, Brooke, Ben, Logan, Bree y Rose van por el Río Hudson en una lancha robada, con poco combustible, poca comida y necesitando desesperadamente refugiarse del frío. Pisando sus talones van los tratantes de esclavos, que no se detendrán por nada hasta capturarlos y llevarlos de regreso. A medida que se abren camino río arriba en este thriller post apocalíptico lleno de acción, en su camino para tratar de encontrar la mítica ciudad de Canadá, tendrá que utilizar todas sus habilidades e ingenio y de supervivencia, para mantenerse con vida. En el camino se encontrarán con los supervivientes enloquecidos, bandas errantes de depredadores, caníbales, animales salvajes, un páramo desolado y una tormenta de nieve imparable. Ellos sufren lesiones, enferman, y el Hudson se congela y hacen todo lo posible para salvar lo que pueden y evitar la persecución de los tratantes de esclavos. Ellos encuentran una pequeña isla y piensan que han encontrado un respiro, hasta que los acontecimientos no les favorecen. No es hasta que se suben a un misterioso tren a sin rumbo, que encuentran que las cosas siempre pueden empeorar. En el camino, los sentimientos de Brooke por Logan se intensifican, así como sus sentimientos hacia Ben. Indecisa entre estos dos jóvenes, atrapada entre sus celos, no está segura de sus sentimientos – hasta que los sucesos eligen por ella. Al encontrarse arrojados de nuevo en una Arena, se sorprenden al descubrir que la Arena Dos es aún peor. Lanzados a una etapa de lucha bárbara, equipados con armas, enfrentados a otros adolescentes y en contra de ellos mismos, Brooke y los demás se verán obligados a elegir lo que es importante y a hacer los sacrificios más difíciles de sus vidas. Porque en Arena Dos, nadie sobrevive. Jamás. «Llamó mi atención desde el principio y no lo solté. La historia es una aventura sorprendente, de ritmo rápido y llena de acción desde el principio. No hay un momento aburrido». –Paranormal Romance Guild {acerca de Turned}

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