Книга - El Reino de los Dragones

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El Reino de los Dragones
Morgan Rice


La Era de los Hechiceros #1
“Tiene todos los ingredientes para un éxito inmediato: argumentos, contraargumentos, misterio, valientes caballeros y relaciones que florecen repletas de corazones rotos, engaños y traición. Los mantendrá entretenidos durante horas, complaciendo a todas las edades. Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores de fantasía.”

–-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (respecto a El Anillo del Hechicero)



“Allí están los comienzos de algo extraordinario”.

–-San Francisco Book Review (respecto a La Senda de los Héroes)



De la escritora de USA Today y bestseller No. 1, Morgan Rice, autora de La Senda de los Héroes (más de 1.300 opiniones con cinco estrellas), llega el debut de una nueva serie de fantasía sorprendente.



EL REINO DE LOS DRAGONES (La Era de los Hechiceros—Libro uno) cuenta la historia de una épica llegada a la madurez de un joven de 16 años muy especial, el hijo de un herrero de una familia pobre, quien no tiene la oportunidad de demostrar sus habilidades para luchar e irrumpir en las filas de los nobles. Sin embargo, alberga un poder que no puede negar, y un destino que debe seguir.



Cuenta la historia de una princesa de 17 años en la víspera de su boda, destinada a la grandeza, y de su hermana menor, rechazada por la familia y muriéndose de plaga.



Cuenta la historia de tres hermanos, tres príncipes que no podrían ser más distintos, todos compitiendo por el poder.



Cuenta la historia de un reino al borde de un cambio, de una invasión, la historia de la extinción de la raza de dragones, que caen diariamente del cielo.



Cuenta la historia de dos reinos rivales, de los rápidos que los separan, de un paisaje salpicado por volcanes inactivos y de una capital accesible solamente con la marea. Es una historia de amor, pasión, de odio y rivalidad entre hermanos; de delincuentes y tesoros escondidos; de monjes y guerreros secretos; de honor y gloria, y de traición y engaño.



Es la historia de Dragonfell, una historia de honor y valor, de hechiceros, magia y destino. Es una historia que no podrás dejar hasta las primeras horas, que te transportará a otro mundo y hará que te enamores de personajes que nunca olvidarás. Atrae a todas las edades y géneros.



Los libros dos y tres (TRONO DE DRAGONES y NACIDA DE DRAGONES) están disponibles ahora para reservar.



“Una fantasía animada…. Solo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para jóvenes”.

–-Midwest Book Review (respecto a La Senda de los Héroes)



“Lleno de acción…. La composición de Rice es sólida y el argumento, intrigante”.

–-Publishers Weekly (respecto a La Senda de los Héroes)





Morgan Rice

EL REINO DE LOS DRAGONES




EL REINO DE LOS DRAGONES




(LA ERA DE LOS HECHICEROS – LIBRO UNO)




MORGAN RICE



Morgan Rice

Morgan Rice es autora de best sellers de USA Today y de la serie de fantasía épica EL ANILLO DEL HECHICERO, best seller No. 1 que consta de diecisiete libros; de la serie de best sellers No. 1 DIARIO DE UN VAMPIRO, que comprende doce libros; de la serie de best sellers No.1 LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, un thriller postapocalíptico compuesto por tres libros; de la serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS, compuesta por seis libros; de la serie de fantasía épica DE CORONAS Y GLORIA, que consta de ocho libros; de la serie de fantasía épica UN TRONO PARA LAS HERMANAS, que consta de ocho libros; de la nueva serie de ciencia ficción LAS CRÓNICAS DE LA INVASIÓN, compuesta por cuatro libros; de la serie de fantasía OLIVER BLUE Y LA ESCUELA DE VIDENTES, compuesta de cuatro libros; de la serie de fantasía EL CAMINO DEL ACERO, que consta de cuatro; y de la nueva serie de fantasía LA ERA DE LOS HECHICEROS. La obra de Morgan está disponible en audio y en ediciones impresas, con traducciones a más de 25 idiomas.



A Morgan le encanta saber de sus lectores, así que por favor no dudes en visitar su sitio web  www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com/) para suscribirte a la lista de correos electrónicos, recibir un libro gratis y otros obsequios, descargar la aplicación gratuita, recibir noticias exclusivas, conectarte por Facebook y Twitter, y estar en contacto.



Selección de reconocimientos a Morgan Rice

“Si pensaban que ya no había razones para vivir después del final de la serie EL ANILLO DEL HECHICERO, estaban equivocados. En el DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice ha creado lo que promete ser otra serie brillante, sumergiéndonos en una fantasía de troles y  dragones, de valor, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan otra vez ha logrado producir una serie de personajes fuertes que nos hacen alentarlos en cada página…Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores que adoren las fantasías bien escritas”.



    --Books and Movie Reviews
    Roberto Mattos



“Una fantasía llena de acción que asegura complacer a los fanáticos de las novelas anteriores de Morgan Rice, además de a fanáticos de obras como EL LEGADO de Christopher Paolini…. Fanáticos de la ficción para jóvenes van a devorar este último trabajo de Rice y rogarán por más”.



    --The Wanderer,A Literary Journal (respecto a El Despertar de los Dragones)

“Una fantasía animada que en su trama entrelaza elementos de misterio e intriga. La Senda de los Héroes se trata de la construcción del coraje y de alcanzar un propósito en la vida que conduzca al crecimiento, la madurez y la excelencia….Para aquellos que buscan aventuras fantásticas sustanciosas, los protagonistas, recursos y acción proveen una enérgica serie de encuentros que se enfocan bastante en la evolución de Thor, de un niño soñador a un joven que se enfrenta a posibilidades de sobrevivencia imposibles ….Solo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para jóvenes”.



    --Midwest Book Review (D. Donovan, crítico de eBooks)

“EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para un éxito inmediato: argumentos, contraargumentos, misterio, valientes caballeros y relaciones que florecen repletas de corazones rotos, engaños y traición. Los mantendrá entretenidos durante horas complaciendo a todas las edades. Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores de fantasía.”



    --Books and Movie Reviews, Roberto Mattos

“En este primer libro lleno de acción de la serie de fantasía épica El Anillo del Hechicero (que actualmente cuenta con 14 libros), Rice les presenta a los lectores a Thorgrin "Thor" McLeod, de 14 años, cuyo sueño es pertenecer a la Legión de los Plateados, los selectos caballeros que sirven al rey…. La composición de Rice es sólida y el argumento, intrigante”.



    --Publishers Weekly



Libros de Morgan Rice

LA ERA DE LOS HECHICEROS

EL REINO DE LOS DRAGONES (Libro #1)



OLIVER BLUE Y LA ESCUELA DE VIDENTES

LA FÁBRICA MÁGICA (Libro #1)

LA ESFERA DE KANDRA (Libro #2)

LOS OBSIDIANOS (Libro #3)

EL CETRO DE FUEGO (Libro #4)



LAS CRÓNICAS DE LA INVASIÓN

TRANSMISIÓN (Libro #1)

LLEGADA (Libro #2)

ASCENSO (Libro #3)



EL CAMINO DEL ACERO

SOLO LOS DIGNOS (Libro #1)

SOLO LOS VALIENTES (Libro #2)

SOLO LOS DESTINADOS (Libro #3)



UN TRONO PARA LAS HERMANAS

UN TRONO PARA LAS HERMANAS (Libro #1)

UNA CORTE PARA LOS LADRONES (Libro #2)

UNA CANCIÓN PARA LOS HUÉRFANOS (Libro #3)

UN CANTO FÚNEBRE PARA LOS PRÍNCIPES (Libro #4)

UNA JOYA PARA LA REALEZA (Libro #5)

UN BESO PARA LAS REINAS (Libro #6)

UNA CORONA PARA LAS ASESINAS (Libro #7)



DE CORONAS Y GLORIA

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1)

CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA (Libro #2)

CABALLERO, HEREDERO, PRÍNCIPE (Libro #3)

REBELDE, POBRE, REY (Libro #4)

SOLDADO, HERMANO, HECHICERO (Libro #5)

HÉROE, TRAIDORA, HIJA (Libro #6)

GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO (Libro #7)

VENCEDOR, DERROTADO, HIJO (Libro #8)



REYES Y HECHICEROS

EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)

EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2)

EL PESO DEL HONOR (Libro #3)

UNA FORJA DE VALOR (Libro #4)

UN REINO DE SOMBRAS (Libro #5)

LA NOCHE DEL VALIENTE (Libro #6)



EL ANILLO DEL HECHICERO

LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)

LA MARCHA DE LOS REYES (Libro #2)

EL DESTINO DE LOS DRAGONES (Libro #3)

UN GRITO DE HONOR (Libro #4)

UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)

UNA CARGA DE VALOR (Libro #6)

UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)

UNA SUBVENCIÓN DE ARMAS (Libro #8)

UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)

UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10)

UN REINO DE HIERRO (Libro #11)

UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)

UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)

UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)

UN SUEÑO DE MORTALES (Libro #15)

UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)

EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)



LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA

ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1)

ARENA DOS (Libro #2)

ARENA TRES (Libro #3)



LA CAÍDA DE LOS VAMPIROS

ANTES DEL AMANECER (Libro #1)



EL DIARIO DEL VAMPIRO

TRANSFORMACIÓN (Libro #1)

AMORES (Libro #2)

TRAICIONADA (Libro #3)

DESTINADA (Libro #4)

DESEADA (Libro #5)

COMPROMETIDA (Libro #6)

JURADA (Libro #7)

ENCONTRADA (Libro #8)

RESUCITADA (Libro #9)

ANSIADA (Libro #10)

CONDENADA (Libro #11)

OBSESIONADA (Libro #12)


¿Sabías que he escrito múltiples series? Si no las has leído todas, ¡haz clic en la imagen más abajo para descargar el comienzo de una de las series!








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Derechos reservados © 2019 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. Con excepción de lo permitido por la ley de derechos reservados de EE.UU. de 1976, ninguna parte de este libro podrá reproducirse, distribuirse o transmitirse en ninguna forma y por ningún medio, o almacenarse en una base de datos o sistema de recuperación, sin previo permiso de la autora. Este ebook está autorizado únicamente para su disfrute personal. Este ebook no podrá revenderse o regalarse a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, por favor adquiera una copia adicional para cada lector. Si usted está leyendo este libro y no lo compró, o si no se lo compraron para que únicamente usted lo usara, por favor, devuélvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el trabajo del autor. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación del autor o se utilizan de forma ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es mera coincidencia. Los derechos de la imagen de portada son de cosmin4000 y se utilizaron bajo autorización de istockphoto.com




CAPÍTULO UNO


El rey Godwin III del Reino del Norte había visto muchas cosas en su tiempo. Había visto marchar ejércitos y el funcionamiento de la magia, pero en este momento solo podía mirar fijamente al cuerpo de la criatura que yacía frente a él, postrado boca abajo e inmóvil sobre el pasto, con los huesos y escamas dando una sensación de irrealidad al momento en la luz nocturna.

El rey desmontó su caballo, que se negaba a acercarse ya fuera por lo que era la criatura o simplemente por el lugar en donde estaban. Habían cabalgado más de un día hacia el sur de Royalsport, por lo que el rugido del río Slate estaba a solo unas pocas decenas de metros, en donde las tierras de su reino desaparecían en el rugido de esas aguas violentas y aceradas. Más allá del río podría haber observadores mirando desde el sur, incluso del otro lado de su amplia anchura. Godwin esperaba que no, y no solo porque él y los otros estaban muy lejos de casa, la que había quedado expuesta para cualquiera que pudiera cruzar los puentes entre los reinos. Él no quería que ellos vieran esto.

El rey Godwin avanzó, mientras que a su alrededor, el pequeño grupo de gente que había venido con él intentaba decidirse si debería hacer lo mismo. No eran muchos porque esto…esto no era algo que él quisiera que la gente viera. Su hijo mayor, Rodry, estaba allí, tenía veintitrés y se parecía al hombre que Godwin había sido una vez, alto y corpulento, con el cabello rubio rapado en las sienes para que no obstruyera su manejo de la espada, el único recuerdo de su madre. Los hermanos de Rodry, Vars y Greave, se habían quedado en casa; no era del estilo de ninguno de los dos soportar algo así. Vars probablemente se quejaría de que Rodry había sido elegido para esto, aunque Vars nunca se ofrecería a nada que tuviera un indicio de peligro. Greave estaría encerrado en la biblioteca con sus libros.

Francamente, hubiese sido más probable que sus hijas vinieran, o al menos dos de ellas. La más joven, Erin, hubiese disfrutado la aventura. Nerra hubiese querido ver lo extraño de la criatura, y probablemente hubiese llorado por su muerte a pesar de lo que era. Godwin sonrió al pensar en su bondad, aunque como siempre su sonrisa se borró levemente ante el recuerdo de su último acceso de tos y de la enfermedad que mantenían cuidadosamente oculta. Lenore probablemente hubiese preferido quedarse en el Castillo, aunque también es cierto que tenía que prepararse para su boda.

En lugar de todos ellos, estaban Godwin y Rodry. Había media docena de los Caballeros de la Espuela con él: Lars y Borus, Halfin y Twell, Ursus y Jorin; todos hombres en los que Godwin confiaba, algunos de ellos cumplieron bien su cometido durante décadas, con las armaduras grabadas con los símbolos que ellos habían elegido brillando en la salpicadura del río. Estaban los pobladores que habían encontrado esto, y allí, sobre un caballo de aspecto enfermizo, estaba la silueta togada de su hechicero.

–Gris —dijo el rey Godwin, haciéndole señas al hombre para que se acercara.

Maese Gris se adelantó lentamente, apoyándose en sus hombres.

En otras circunstancias, el rey Godwin se hubiese reído del contraste entre ellos. Gris era delgado, tenía la cabeza rapada y la piel tan pálida como su nombre, y vestía togas blancas y doradas. Godwin era más grande, de hombros anchos y francamente de barriga pronunciada en estos días, llevaba puesta la armadura y tenía una barba completa y el cabello oscuro hasta los hombros.

–¿Crees que están mintiendo?—Le dijo el rey Godwin, sacudiendo la cabeza hacia los pobladores.

Godwin sabía el modo en que los hombres lo intentaban, con huesos de vaca y mantas de cuero, pero su hechicero no le respondió la pregunta. Gris solo sacudió la cabeza y lo miró directo a los ojos.

A Godwin le corrió un escalofrío por la espalda. No había dudas de la autenticidad de esto. No se trataba de una broma para intentar ganarse el favor o dinero o ambos.

Esto era un dragón.

Sus escamas eran rojas como la sangre derramada sobre hierro oxidado. Sus dientes como el marfil, tan largos como la estatura de un hombre, y sus garras afiladas. Sus grandes alas estaban extendidas, desgarradas y rotas, enormes y parecidas a las de un murciélago, y parecían apenas lo suficiente para sostener en el aire a tan enorme bestia. El cuerpo de la criatura estaba enrollado en el suelo, más largo que una decena de caballos, lo suficientemente grande para que, en vida, pudiese haber levantado a Godwin como a un juguete.

– Nunca había visto a uno antes —admitió el rey Godwin, posando una mano sobre la piel escamosa.

Casi esperaba que estuviese cálida, pero por el contrario, estaba fría como la quietud de la muerte.

–Muy pocos lo han hecho —dijo Gris.

Mientras la voz de Godwin era profunda y sonora, la de Gris era apenas un susurro.

El rey asintió. Por supuesto que el hechicero no diría todo lo que sabía. No era un pensamiento que lo tranquilizara. Ver a un dragón ahora y muerto…

–¿Qué sabemos de este?—preguntó el rey.

Caminó a lo largo de este hasta lo que quedaba de su cola, que se extendía largamente detrás.

–Una hembra —dijo el hechicero— y roja, con todo lo que ello implica.

Por supuesto, no explicó lo que eso implicaba. El hechicero caminó alrededor mirando pensativamente. De vez en cuando miraba tierra adentro como si tuviese calculando algo.

–¿Cómo murió?—preguntó Godwin.

Había estado en batallas en su tiempo, pero no podía ver la herida de un hacha o espada en la criatura, no se podía imaginar qué arma podría dañar a una bestia de este tipo.

– Quizás fue la edad…

Godwin se lo quedó mirando.

–Pensé que vivían para siempre —dijo Godwin.

En ese momento no era el rey sino el niño que por primera vez había acudido a Gris hacía todos esos años, buscando su ayuda y sabiduría. El hechicero le había parecido anciano incluso en ese entonces.

– No para siempre. Mil años, nacen sólo en la luna de dragón —dijo Grey como si estuviese citando algo.

– Aun así, mil años es demasiado para que hayamos encontrado uno muerto aquí, ahora —dijo el rey Godwin— No me gusta. Se parece mucho a un presagio.

–Posiblemente —admitió Gris, y era un hombre que rara vez admitía algo así—. La muerte es a veces un poderoso presagio. A veces es solo una muerte. Y a veces, también es vida.

Volvió a mirar hacia el reino.

El rey Godwin suspiró, desalentado por nunca poder verdaderamente entender al hombre, y se quedó observando a la bestia, intentando entender cómo algo tan poderoso y magnífico podía haber muerto. No tenía señales de haber luchado ni heridas visibles. Observe los ojos de la criatura como si le pudiesen ofrecer algún tipo de respuesta.

–¿Padre? —Gritó Rodry.

El rey Godwin se volteó hacia su hijo. Se parecía mucho a Godwin a esa edad, musculoso y fuerte, aunque con un rastro de la belleza y el cabello más claro de su madre para recordarla ahora que ya no estaba. Estaba sentado sobre un corcel y tenía una armadura incrustada con brillos azules. Parecía impaciente ante la perspectiva de estar atrapado allí, haciendo nada. Probablemente cuando supo que había un dragón habría esperado pelear con él. Aún era bastante joven para pensar que él le podía ganar a todo.

Los caballeros a su alrededor esperaron pacientemente las órdenes del rey.

El rey Godwin sabía que no podían estar mucho tiempo allí afuera. Al estar tan cerca del río, corrían el riesgo de que los sureños se escabulleran por uno de los puentes, y además estaba oscureciendo.

–Si demoramos mucho la reina pensará que estamos intentando rehuir de los preparativos de la boda —señaló Rodry—. Nos llevará bastante volver, incluso cabalgando rápido.

Estaba eso. Faltando solo una semana para la boda de Lenore, era poco probable que Aethe los perdonara, menos aún si se había ido con Rodry. A pesar de sus esfuerzos, ella aún creía que él favorecía más a sus tres hijos con Illia que a las tres hijas que ella le había dado.

–Volveremos lo antes posible —dijo el rey Godwin—. Aunque primero debemos hacer algo al respecto.

El rey Godwin miró a Gris antes de continuar.

–Si la gente se entera de que apareció un dragón, por no hablar de un dragón muerto, pensarán que es un mal presagio, y no quiero que haya malos presagios en la semana de la boda de Lenore.

–No, claro que no —dijo Rodry, sintiéndose avergonzado por no haberlo pensado—. ¿Qué hacemos entonces?

El rey ya había pensado en eso. Se acercó primero a los pobladores sacando todas las monedas que tenía.

–Tienen mi agradecimiento por haberme contado esto —dijo él mientras les entregaba las monedas  —. Ahora vuelvan a sus casas y no le cuenten a nadie lo que vieron. Ustedes no estuvieron aquí, esto no ocurrió. Si escucho otra cosa…

Recibieron la amenaza tácita haciendo una apresurada reverencia.

–Sí, mi rey —dijo uno, antes de que ambos se fueran rápidamente.

–Ahora —dijo él, volviéndose hacia Rodry y los caballeros—. Ursus, eres el más fuerte; veamos cuánta fuerza tienes realmente. Uno de ustedes traiga cuerdas para que podamos arrastrar a la bestia.

El caballero más alto asintió y todos comenzaron a trabajar, buscando en las alforjas hasta que uno encontró unas cuerdas gruesas. Twell, el planificador, era la persona en quien confiar que tiene todo lo que se necesita.

Ataron los restos del dragón, lo que les llevó más tiempo de lo que el rey Godwin hubiese querido. El enorme volumen de la bestia parecía resistirse a los intentos por contenerlo, por lo que Jorin, siempre el más ágil, tuvo que treparse a la criatura con las cuerdas sobre sus hombros para atarla. Se bajó fácilmente de un salto, aún teniendo la armadura. Finalmente, lograron amarrarla. El rey descendió hasta ellos y asió la cuerda.

–¿Y?—le dijo al resto— ¿Creen que voy a arrastrarlo al río yo solo?

Hubo un tiempo en el que podría  haberlo hecho, cuando había sido tan fuerte como Ursus, sí, o Rodry. Pero ahora, él se conocía lo suficiente para saber cuándo necesitaba ayuda. Los hombres captaron el mensaje y agarraron la cuerda. El rey Godwin sintió el momento en que su hijo sumó su potencia al esfuerzo, empujando el cuerpo del dragón desde el otro extremo y gruñendo por el esfuerzo.

Lentamente comenzó a moverse, dejando huellas en la tierra mientras ellos desplazaban su peso. Solo Gris no sumó su esfuerzo a la cuerda, y francamente no habría servido de mucho de todos modos. Poco a poco, lograron acercar el dragón al río.

Finalmente llegaron al borde, dejándolo preparado en el punto en donde el terreno descendía abruptamente  hacia el río que era tanto el límite del reino como su defensa. Permaneció sentado ahí, tan perfectamente equilibrado que un soplo lo podría haber derribado, mirando momentáneamente hacia el rey Godwin como si estuviese en posición para volar hacia las tierras sureñas.

Apoyó una bota en el flanco y con un grito de esfuerzo lo empujó hacia la orilla.

–Ya está —dijo cuando cayó al agua con un chapoteo.

Sin embargo, no desapareció. En cambio permaneció meciéndose allí, la furia pura de las aguas color gris acero era suficiente para arrastrar el cuerpo del dragón río abajo al tiempo que se golpeaba contra las rocas y giraba con la corriente. Ningún hombre podría nadar contra esa corriente, para la que el peso del dragón era algo minúsculo. Lo arrastraba en la dirección el mar expectante, las aguas oscuras se apresuraban para juntarse en la masa de agua más inmensa.

–Esperemos que no haya dejado huevos —susurró Gris.

El rey Godwin permaneció parado allí, demasiado cansado para cuestionar al hombre, mirando al cuerpo de la criatura hasta que desapareció de su vista. Se dijo a sí mismo que lo hacía para asegurarse de que la marea no lo llevara a su reino y de que no volviera a causar problemas otra vez. Se dijo a sí mismo que estaba recobrando el aliento porque ya no era más un hombre joven.

Sin embargo, no era verdad. La verdad era que estaba preocupado. Él había gobernado su reino durante mucho tiempo, y nunca había visto algo parecido antes. Para que ocurriera ahora, algo tenía que estar sucediendo.

Y el rey Godwin sabía que, fuera lo que fuese, estaba por afectar a todo su reino.




CAPÍTULO DOS


En sueños, Devin se encontró en un lugar muy lejos de la forja en donde trabajaba, incluso más allá de la ciudad de Royalsport, en donde vivía con su familia. Él soñaba con frecuencia, y en sus sueños podía ir a cualquier lado y ser cualquier cosa. En sus sueños, podía ser el caballero que siempre había querido ser.

Aunque este sueño era extraño. En primer lugar, el sabía que estaba en un sueño, cuando habitualmente no lo sabía. Eso quería decir que podía caminar por él y parecía cambiar cuando lo observaba, lo que le permitía crear paisajes a su alrededor.

Era como si estuviese flotando sobre el reino. Allí abajo podía ver cómo el terreno se extendía debajo de él, el norte y el sur, divididos por el río Slate, y Leveros, la isla de los monjes, hacia el este. En el extremo norte, sobre el límite del reino, a cinco o seis días a caballo, podía ver lo volcanes que había estado inactivos durante años. En el extremo oeste, apenas pudo divisar el Tercer Continente, del que la gente hablaba en voz baja y con asombro de las cosas que vivían allí.

Era un sueño, sin embargo, y él o sabía, era una visión extraordinariamente acertada del reino.

Ahora ya no estaba por encima del mundo. Ahora estaba en un lugar oscuro, y había algo allí con él: una silueta que llenaba el espacio, con un aroma mohoso, seco y reptiliano. Un parpadeo de luz destelló en las escamas, y en la casi oscuridad él creyó escuchar el susurro del movimiento junto con la respiración como un fuelle. En el sueño, Devin podía sentir que su miedo aumentaba, aferrando la empuñadura de una espada con la mano instintivamente y alzando la hoja de metal negro azulado.

Unos enormes ojos dorados se abrieron en la oscuridad y la luz volvió a parpadear. Entonces, él pudo ver un cuerpo enorme con escamas oscuras, de una dimensión que jamás había visto, con las alas enrolladas y la boca totalmente abierta que revelaba una luz interior. Devin tuvo un momento para darse cuenta de que era un destello de llamas lo que salía de la boca de la criatura, y entonces no había nada más que llamas, rodeándolo, llenando el mundo…

Las llamas cedieron, y ahora estaba sentado en una sala cuyas paredes formaban un círculo, como si estuviese en la cima lo alto de una torre. El lugar estaba lleno desde el suelo hasta el techo de artículos que debían haber sido recolectados en decenas de momentos y lugares. Cortinas de seda cubrían las paredes, y había objetos de latón sobre las repisas que Devin no podía adivinar su propósito.

Había un hombre allí, sentado con las piernas cruzadas en un pequeño espacio abierto, en un círculo dibujado con tiza y rodeado de velas. Era calvo y de apariencia seria, y tenía los ojos fijos en Devin. Vestía togas exquisitas bordadas con sigilos y joyas con diseños místicos.

–¿Me conoce? —Le  preguntó Devin mientras se acercaba.

Siguió un largo silencio, tan largo que Devin comenzó a preguntarse si le había hecho la pregunta.

–Las estrellas dijeron que si esperaba aquí, en sueños, tu vendrías —dijo finalmente la voz— El que será.

Devin se dio cuenta entonces de quién era este hombre.

–Usted es Maese Gris, el hechicero del rey.

Tragó ante la idea. Se decía que este hombre tenía el poder de ver las cosas que ningún hombre cuerdo querría; que le había dicho al rey el momento en que su primera esposa moriría y todos se rieron hasta que tuvo un desvanecimiento y se rompió la cabeza en la piedra de uno de los puentes. Se decía que podía buscar dentro del alma de un hombre y sacar todo lo que había visto allí.

El que será.

¿Qué podía significar eso?

–Usted es Maese Gris.

–Y tú eres el muchacho que nació en el día más imposible. He buscado y buscado, y tú no deberías existir. Pero existes.

A Devin se le aceleró el corazón al pensar que el hechicero del rey sabía quién era él. ¿Por qué un hombre así tendría interés él?

Y en ese momento, supo que esto era más que un sueño.

Esto era un encuentro.

–¿Qué quiere de mí? —Le preguntó Devin.

–¿Querer? —La pregunta parecía haber tomado por sorpresa al hechicero, si es que algo podía hacerlo—. Simplemente quería verte con mis propios ojos. Verte en el día en que tu vida cambiará para siempre.

Devin tenía muchas preguntas, pero en ese momento, Maese Gris extendió el brazo hacia una de las velas a su alrededor y la apagó con dos dedos largos mientras susurraba algo que apenas se escuchaba.

Devin quería acercarse y comprender lo que estaba sucediendo, pero en cambio sintió una fuerza que no podía entender, que lo arrastraba hacia atrás, hacia afuera de la torre, hacia la oscuridad…


***

—¡Devin! —Lo llamó su madre—. Despierta, o te perderás el desayuno.

Devin maldijo y abrió los ojos de golpe. La luz del amanecer ya entraba por la ventana de la pequeña casa familiar. Eso quería decir que si no se apresuraba, no podría llegar temprano a la Casa de las Armas ni tendría tiempo más que para meterse derecho a trabajar.

Estaba acostado en la cama, respirando con esfuerzo e intentando quitarse de encima el peso y realismo de sus sueños.

Pero por más que intentó, no pudo. Colgaba de él como un manto pesado.

–¡DEVIN!

Devin sacudió la cabeza.

Saltó de la cama y se apresuró a vestirse. Su ropa era simple, sencilla, con algunas partes remendadas. Algunas cosas las había heredado de su padre y no le quedaban bien, ya que a sus dieciséis años, Devin era aún más delgado que él, no más grande que el promedio para su edad, aunque un poco más alto. Se quitó de los ojos el cabello oscuro, con las manos que también habían sufrido pequeñas quemaduras y cortes en la Casa de las Armas. Él sabía que sería aún peor con el paso de los años. El viejo Gund apenas podía mover algunos dedos; el esfuerzo del trabajo le había quitado mucho.

Devin se vistió y corrió hacia la cocina de la cabaña familiar. Se sentó allí y comió estofado en la mesa de la cocina con su madre y su padre. Lo untó con un pedazo de pan duro, sabiendo que aunque era algo simple, lo necesitaría para el día de trabajo duro que tenía por delante en la Casa de las Armas. Su madre era una mujer pequeña, como un pájaro, y parecía muy frágil a su lado, como si se fuese a quebrar por el peso de sus tareas diarias, aunque nunca lo había hecho.

Su padre también era de menor estatura que él, pero era ancho, musculoso y duro como la teca. Cada mano era como un mazo, y tenía tatuajes en los antebrazos que aludían a otros lugares, desde el Reino del Sur a las tierras en el otro extremo del mar. Incluso tenía un mapa que mostraba ambos territorios y también la isla de Leveros y el continente Sarras, lejos, del otro lado del mar.

–¿Por qué me miras los brazos, muchacho? —Le preguntó su padre con voz ronca.

Él nunca había sido bueno para demostrar afecto. Incluso cuando Devin obtuvo su puesto en la Casa, incluso cuando había demostrado ser capaz de forjar armas de la misma forma que los mejores maestros, su padre no había hecho mucho más que asentir.

Devin quería contarle acerca de su sueño desesperadamente. Pero sabía que era mejor no hacerlo. Su padre lo menospreciaría y estallaría en una celosa rabieta.

–Es solo que hay un tatuaje que no había visto —le dijo Devin.

Generalmente su padre vestía mangas largas y Devin nunca estaba allí el tiempo suficiente como para observarlo.

–¿Por qué en este están Sarras y Leveros? ¿Estuviste allí cuando eras…?

–¡Eso no es de tu incumbencia! —le gritó su padre.

La pregunta parecía haber desatado su ira curiosamente ante el enfrentamiento. Rápidamente se bajó las mangas y ató los puños a la altura de las muñecas para que Devin no pudiese ver más.

–¡Hay cosas por las que no debes preguntar!

–Lo siento —dijo Devin.

Había días en los que Devin apenas sabía qué decirle a su padre; días en los que apenas se sentía como su hijo.

–Debo irme a trabajar.

–¿Tan temprano? Vas a practicar con la espada otra vez, ¿no? —Le reclamó su padre—Aún intentas convertirte en un caballero.

Parecía realmente enojado y Devin no podía deducir por qué.

–¿Sería algo tan terrible? —le preguntó Devin con vacilación.

–Acepta tu lugar, muchacho —desembuchó su padre—. No eres un caballero. Solo un plebeyo como el resto de nosotros.

Devin reprimió una respuesta rabiosa. No tenía que ir a trabajar hasta dentro de una hora, pero sabía que al quedarse se arriesgaría a tener una discusión, como todas las que habían precedido.

Se levantó sin siquiera molestarse en terminar su comida, y se marchó.

La débil luz del sol lo iluminó. A su alrededor, la mayor parte de la ciudad aún dormía tranquilamente en las primeras horas de la mañana, incluso cuando aquellos que trabajaban durante la noche habían retornado a sus casas. Eso significaba que Devin tenía la mayoría de las calles para él mientras se dirigía hacia la Casa de las Armas, corriendo por los adoquines con esfuerzo. Cuanto más temprano llegara más tiempo tendría, y en todo caso, había escuchado como los maestros de la espada les decían a sus alumnos que este tipo de ejercicio era fundamental para tener resistencia durante un combate. Devin no sabía si alguno de ellos lo hacía, pero él sí. Necesitaría todas las herramientas que pudiese obtener si iba a convertirse en un caballero.

Devin continuó su camino por la ciudad, corriendo más rápido y con mayor esfuerzo, aún intentando quitarse de encima los restos de su sueño. ¿Realmente había sido un encuentro?

El que será.

¿Qué podía significar eso?

El día en que tu vida cambiará para siempre.

Devin miró a su alrededor como si estuviese buscando una señal o algún indicio de que algo lo cambiaría en este día.

Sin embargo, no vio nada más que los comunes tejemanejes de la ciudad.

¿Habría sido un sueño ridículo? ¿Un deseo?

Royalsport era un lugar con puentes y callejones, esquinas oscuras y aromas extraños. Con la marea baja, cuando el río entre las islas que lo formaban estaba lo suficientemente bajo, la gente caminaba por los lechos del río, aunque los guardias intentaban manejarlo y asegurarse de que ninguno de ellos fuese a distritos en los que no eran bienvenidos.

Los canales entre las islas formaban una serie de círculos concéntricos, con las partes más adineradas hacia el centro, protegidas por las capas del río. Hacia afuera había distritos de entretenimiento y de la nobleza, luego los mercantiles y las áreas más pobres, por las que quienes caminaban tenían que ser cuidadosos y vigilar su bolsa de dinero.

Las Casas sobresalían en el horizonte, sus edificios habían sido entregados a instituciones tan antiguas como el reino; más antiguas, ya que eran reliquias de los días en los que se decía que gobernaban los reyes de los dragones, mucho antes de que las guerras los expulsaran. La Casa de las Armas se erigía arrojando humo a pesar de ser tan temprano, mientras que la Casa del Conocimiento se levantaba como dos agujas enroscadas, la Casa de los Mercaderes estaba bañada en oro hasta brillar y la Casa de los Suspiros se levantaba en el corazón del distrito de entretenimiento. Devin avanzó zigzagueando por las calles y evitando las pocas siluetas que se habían levantado tan temprano como él, mientras corría hacia la Casa de las Armas.

Cuando llegó, la Casa de las Armas estaba casi tan quieta como el resto de la ciudad. Había un vigilante en la puerta, pero conocía a Devin de vista y estaba acostumbrado a que él entrara a horas extrañas. Devin pasó saludándolo con la cabeza y luego se dirigió hacia adentro. Tomó la espada con la que había estado trabajando recientemente, sólida y fiable, adecuada para la mano de un verdadero soldado. Terminó de envolver la empuñadura y la llevó para arriba.

Este espacio no tenía el hedor de la forja, ni la mugre. Era un lugar con madera limpia y aserrín para atrapar sangre suelta, en donde había soportes con armas y armaduras y un espacio   de doce caras en el medio, rodeado de algunos bancos para que los que esperaban por su clase se sentaran. Allí había postes y fardos para cortar, todos dispuestos para que los estudiantes de la nobleza pudieran practicar.

Devin se acercó a un estafermo para maestros de armas, un poste más alto que él sobre una base con pértigas de metal que hacían las veces de armas y podían girar en respuesta a los golpes de los espadachines. La destreza consistía en atacar y luego moverse o rebatir, atravesarlo sin que el arma quedara atrapada y golpearlo sin ser golpeado. Devin adoptó una postura defensiva y luego atacó.

Sus primeros golpes fueron constantes, metiéndose en la actividad y probando la espada. Bloqueó los primeros giros de respuesta de los postes y luego esquivó los siguientes, acostumbrándose lentamente a la espada. Empezó a aumentar el ritmo y a ajustar el juego de piernas, moviéndose de una posición a otra con sus golpes: del buey al espectro, luego al largo y volver a empezar.

En algún momento en medio del ajetreo dejó de pensar en los movimientos individuales; los golpes, los bloqueos y las estocadas empezaron a fluir en un todo en donde el acero sonaba contra el acero y su hoja se movía rápidamente para cortar y apuñalar. Practicó hasta transpirar, cuando el poste se movía a una velocidad que podía magullarlo o herirlo si incluso calculaba mal una sola vez.

Finalmente, retrocedió e hizo el saludo que había visto que hacían los espadachines a sus oponentes, antes de revisar el daño de su espada. No tenía cortes ni rajaduras. Eso era algo bueno.

–Tienes una buena técnica —dijo una voz, y Devin se volteó.

Frente a él vio a un hombre de unos treinta años, con pantalones cortos y una camisa ajustada al cuerpo para evitar que la tela se enredara en la trayectoria de una espada. Tenía el cabello largo y oscuro, atado con trenzas difíciles de deshacer en una pelea y rasgos aguileños que culminaban en unos ojos grises penetrantes. Caminaba con una leve cojera, como si fuera de una herida vieja.

–Pero deberías quitarle el peso a los talones cuando te volteas; hace que sea más difícil estabilizarte hasta que completas el movimiento.

–Tú…Tú eres Wendros, el maestro espadachín —dijo Devin.

En la Casa había muchos maestros espadachines, pero los nobles pagaban más por aprender con Wendros, algunos incluso después de años de espera.

–¿Lo soy? —Se tomó un momento para observar su reflejo en una armadura de placas—. Pues, sí lo soy. Hum, entonces si fuera tú, yo prestaría atención a lo que dije. Dicen que yo sé todo lo que hay que saber acerca de la espada, como si eso fuera mucho.

–Ahora, escucha otro consejo —agregó el maestro espadachín Wendros—. Abandónalo.

–¿Qué? —Dijo Devin con asombro.

–Abandona tu intento de convertirte en un espadachín —le dijo—. Los soldados solo tienen que saber cómo parase en línea. Ser un guerrero implica más —Se acercó—. Mucho más.

Devin no sabía qué decir. Sabía que se refería a algo más importante, algo que superaba su sabiduría; pero no tenía idea de qué podía ser.

Devin quería decir algo, pero no le salían las palabras.

Y de repente, Wendros se volteó y marchó hacia la salida del sol.

Devin se encontró pensando en el sueño que había tenido. No podía evitar sentir que estaban relacionados.

No podía evitar sentir como si hoy fuese el día que cambiaría todo.




CAPÍTULO TRES


La princesa Lenore apenas daba crédito a la belleza del castillo, mientras los criados lo transformaban durante los preparativos para la boda. Había pasado de ser una cosa de piedra gris a estar revestido con seda azul y tapices elegantes, cadenas de promesas tejidas y abalorios colgantes. Alrededor de ella, una decena de doncellas se mantenían ocupadas con elementos de vestidos y decoraciones, yendo de un lado para otro como un enjambre de abejas obreras.

Lo hacían por ella, y Lenore estaba realmente agradecida por ello, aún sabiendo que, como princesa, debía esperarlo. A Lenore siempre le había parecido increíble que los demás estuviesen preparados para hacer mucho por ella, simplemente por quién era ella. Valoraba la belleza casi más que a cualquier otra cosa, y allí estaban ellos, arreglando el castillo con seda y encaje para que luciera magnífico…

–Estás perfecta —dijo su madre.

La reina Aethe estaba dando instrucciones en el centro de todo, luciendo resplandeciente en terciopelo oscuro y alhajas brillantes mientras lo hacía.

–¿Lo crees?—preguntó Lenore.

Su madre la llevó a pararse en frente del enorme espejo que las criadas habían colocado. En él, Lenore pudo ver las similitudes entres ellas, desde el cabello casi negro a la complexión alta y delgada. Excepto Greave, todos sus hermanos se parecían a su padre, pero Lenore era definitivamente la hija de su madre.

Gracias al esfuerzo de las criadas, brillaba entre sedas y diamantes, su cabello estaba trenzado con hilo azul y su vestido bordado en plata. Su madre hizo cambios mínimos y luego la besó en la mejilla.

–Estás perfecta, exactamente como debe estar una princesa.

Viniendo de su madre, ese era el mayor halago que podía recibir. Siempre le había dicho a Lenore que como la hermana mayor, su deber era ser la princesa que el reino necesitaba y verse y actuar como tal en todo momento. Lenore hacía lo mejor que podía, con la esperanza de que fuese suficiente. Nunca parecía serlo, pero aún así Lenore intentaba estar a la altura de todo lo que debía ser.

Por supuesto, eso también permitía que sus hermanas menores fueran… otras cosas. Lenore deseaba que Nerra y Erin también estuviesen allí. Oh, Erin se estaría quejando de que le confeccionaran un vestido y Nerra probablemente tendría que detenerse a medio camino por sentirse indispuesta, pero Lenore quería verlas allí más que a nadie.

Bueno, había UNA persona.

–¿Cuándo llega él? —le preguntó Lenore a su madre.

–Dicen que el séquito del duque Viris llegó a la ciudad esta mañana —le dijo su madre—. Su hijo debería estar entre ellos.

–¿De veras?

Lenore corrió inmediatamente hacia la ventana y el balcón más cercanos, inclinándose sobre el balcón, como si estar un poco más cerca de la ciudad le permitiera ver a su prometido cuando llegara. Buscó sobre las islas conectadas por puentes constituían Royalsport, pero desde esa altura no era posible distinguir individuos, solo los círculos concéntricos que formaba el agua entre las islas, y los edificios que se erigían entre ellas. Podía ver las barracas de los guardias, de donde los hombres salían en masa cuando la marea estaba baja para dirigir el tráfico por los ríos, y las Casas de Armas y de Suspiros, del Conocimiento y de Mercaderes, cada una en el corazón de su distrito. Estaban las casas de la población más pobre en las islas hacia los límites de la ciudad, y las magníficas casas de los adinerados, cercanas a la ciudad, algunas incluso en su propia isla. Por supuesto que el castillo sobrepasaba todo eso, pero eso no quería decir que Lenore pudiera encontrar al hombre con quien se iba a casar.

–Estará aquí —le prometió su madre—. Tu padre ha organizado una caza para mañana como parte de las celebraciones, y el duque no se arriesgará a perdérsela.

–¿Su hijo vendrá para la caza de mi padre, pero no para verme a mí? —le preguntó Lenore.

Por un momento se sintió nerviosa como una niña, no como una mujer de dieciocho veranos. Era demasiado fácil imaginarse que él no la deseara ni la amara en un matrimonio arreglado como este.

–Él te verá, y te amará—le prometió su madre—. ¿Cómo podría no hacerlo?

–No lo sé, madre… Ni siquiera me conoce—dijo Lenore, sintiendo que los nervios la amenazaban con agobiarla.

–Te conocerá muy pronto, y… —Su madre hizo una pausa al sentir que golpeaban la puerta de la cámara—. Adelante.

Entró otra doncella, esta con vestimenta menos elaborada que las otras; una criada del castillo más que de la princesa.

–Su majestad, su alteza —dijo con una reverencia—. Me han enviado para informarles que el hijo del duque Viris, Finnal, ha llegado, y está esperando en la antecámara mayor si tienen tiempo de conocerlo antes del banquete.

Ah, el banquete. Su padre había declarado una semana de banquete y más, lleno de entretenimientos y abierto para todos.

–¿Si tengo tiempo? —dijo Lenore, y luego recordó cómo se hacían las cosas en la corte.

Después de todo, era una princesa.

–Por supuesto. Por favor, dile a Finnal que bajaré inmediatamente —se volvió hacia su madre— ¿Padre puede permitirse ser tan generoso con el banquete? —le preguntó—. No soy… No merezco una semana entera y más, y esto consumirá nuestras reservas de dinero y alimentos.

–Tu padre quiere ser generoso —dijo la madre de Lenore—. Él dice que la caza de mañana traerá suficientes presas para compensarlo —se rió—. Mi esposo aún se cree el gran cazador.

–Y es una Buena oportunidad para organizar las cosas mientras la gente está ocupada con el banquete —supuso Lenore.

–Eso también —dijo su madre—. Bueno, si va a haber un banquete debemos asegurarnos de que tengas la apariencia adecuada, Lenore.

Siguió inquieta alrededor de Lenore por unos instantes más, y Lenore esperaba verse lo suficientemente bien.

–Ahora, ¿vamos a conocer a tu futuro esposo?

Lenore asintió sin poder calmar el entusiasmo que prácticamente explotaba de su pecho. Caminó con su madre y con su grupito de doncellas a lo largo del castillo hacia la antecámara que conducía al salón principal.

Había mucha gente en el castillo, todos trabajando en los preparativos para la boda, y también muchos de ellos en dirección al salón principal. El castillo era un lugar de esquinas zigzagueantes y de salas que conducían a otras salas; toda la distribución formaba un espiral al igual que la disposición de la ciudad, para que cualquier atacante tuviese que enfrentar capa tras capa de defensa. Aunque sus ancestros habían hecho del Castillo más que algo con defensas de piedra gris, cada sala estaba pintada con colores tan vivos que parecían traer al mundo exterior hacia adentro. Bueno, quizás no la ciudad, demasiado apagada por la lluvia, el barro, el humo y los vapores sofocantes.

Lenore se dirigió por una galería con pinturas de sus ancestros en una pared, cada uno parecía más fuerte y refinado que el anterior. Desde allí tomó las escaleras serpenteantes que llevaban a una serie de salas de recepción hacia un área en donde había una antecámara previa al salón principal. Se detuvo frente a la puerta con su madre, esperando que los criados la abrieran y la anunciaran.

–La princesa Lenore del Reino del Norte y su madre, la reina Aethe.

Entraron, y allí estaba él.

Era…perfecto. No había otra palabra para describirlo mientras se volteaba hacia Lenore, inclinándose en la reverencia más elegante que había visto en mucho tiempo. Tenía el cabello oscuro con rizos cortos y espléndidos, sus rasgos eran refinados, casi hermosos, y una silueta que parecía esbelta y atlética, vestida con un jubón rojo y calzas grises. Parecía ser uno o dos años mayor a Lenore, pero eso la entusiasmaba más que asustarla.

–Su majestad —dijo él mirando a la madre de Lenore—Princesa Lenore. Soy Finnal de la Casa Viris. Solo diré que he estado esperando este momento por mucho tiempo. Eres aún más bonita de lo que pensaba.

Lenore se avergonzó, pero no se ruborizó. Su madre siempre le decía que era impropio. Cuando Finnal extendió la mano, ella la tomó lo más elegantemente posible, sintiendo la fuerza de esas manos, imaginándose como sería si la empujaran hacia él para poder besarse, o más que besarse…

–A tu lado, difícilmente me siento bonita —dijo ella.

–Si yo brillo es solo con el reflejo de tu luz —le respondió él.

Tan apuesto, ¿y también podía elogiar de forma tan poética?

–Me cuesta creer que en una semana estaremos casados —dijo Lenore.

–Quizás sea porque nosotros no tuvimos que negociar el matrimonio durante largos meses —respondió Finnal, y sonrió hermosamente—. Pero me alegra que nuestros padres lo hayan hecho —. Miró alrededor de la sala, a su madre y a las criadas que estaban allí —. Es casi una lástima no tenerte aquí para mí solo, princesa, pero quizás sea mejor así. Me temo que me perdería en tu mirada, y luego tu padre se enojaría conmigo por perderme la mayor parte del banquete.

–¿Siempre haces cumplidos tan lindos? —le preguntó Lenore.

–Solo cuando son justificados —respondió él.

Lenore se quedó enganchada pensando en él mientras esperaba a su lado frente a la puerta que había entre la antecámara y el salón principal. Cuando los criados la abrieron, pudo ver el banquete en pleno movimiento; escuchó la música de los trovadores y vio a los acróbatas entreteniendo al final del salón, en donde se sentaban los plebeyos.

–Deberíamos entrar —dijo su madre—. Tu padre sin dudas querrá demostrar que aprueba este matrimonio, y estoy segura de que querrá ver lo feliz que estás. Porque ¿estás feliz, Lenore?

Lenore miró a los ojos a su prometido y solo pudo asentir.

–Sí —dijo ella.

–Y yo me esforzaré por que sigas sintiéndote así —dijo Finnal.

Le tomó la mano y la acercó a sus labios, y ese contacto intensificó el calor en Lenore. Se encontró imaginándose todos los lugares en donde él podría besarla, y Finnal volvió a sonreírle como si supiera el efecto que había causado.

–Muy pronto, mi amor.

¿Su amor? ¿Lenore ya lo amaba, aunque recién lo hubiese conocido? ¿Podía amarlo cuando solo habían tenido ese breve contacto? Lenore sabía que era ridículo pensar que podía, eran las cosas que decían las canciones de los bardos, pero en ese momento lo sentía. Oh, cómo lo sentía.

Se adelantó en perfecta sintonía con Finnal, sonriendo, consciente de que juntos deberían parecer como algo salido de una leyenda para aquellos que los observaban, moviéndose al unísono, unidos. Pronto lo estarían, y ese pensamiento era más que suficiente para Lenore mientras iban a sumarse al banquete.

Nada, pensó, podría arruinar este momento.




CAPÍTULO CUATRO


El príncipe Vars vació una jarra de ale, asegurándose de tener una buena vista de Lyril mientras lo hacía. Ella estaba sentada sobre su cama, aún desnuda, y observándolo con el mismo interés, con los moretones de la noche anterior apenas asomándose.

Como debería, pensó Vars. Después de todo, él era un príncipe de sangre, quizás no tan musculoso como su hermano mayor, pero a sus veintiún años aún era joven, aún apuesto. Ella debería mirarlo con interés, sumisión y quizás con miedo, si pudiese adivinar las cosas que él pensaba hacerle en ese momento.

No, por ahora era mejor no hacerlo. Ser violento con ella era una cosa, pero ella tenía la nobleza suficiente para que fuese importante. Sería mejor descargarse plenamente con alguien a quien nadie fuese a extrañar.

Por su parte, Lyril era muy hermosa, por supuesto, porque Vars no se acostaría con ella si no lo fuese: pelirroja y con la piel color crema, con buen cuerpo y ojos verdes. Era la hija mayor de un noble que se creía mercader, o un mercader que había comprado un título de nobleza, Vars no recordaba cuál de las dos, y tampoco le importaba. Ella era inferior a él, por lo que hacía lo que él le ordenaba. ¿Qué más necesitaba?

–¿Has visto suficiente, mi príncipe? —le preguntó ella.

Se levantó y caminó hacia él. A Vars le gustaba la forma en que ella lo hacía. Le gustaba la forma en que hacía muchas cosas.

–Mi padre quiere que vaya de caza con él mañana —dijo Vars.

–Podría cabalgar contigo —dijo Lyril—. Observarte y ofrecerte mis favores mientras cabalgas.

Vars se rió, y si eso la hería ¿a quién le importaba? Además, a esta altura Lyril ya debería estar acostumbrada. Habitualmente, se acostaba con mujeres por un tiempo hasta que se aburría de ellas, o ellas deambulaban a otra parte, o él las lastimaba demasiado y ellas huían. Lyril le había durado más que la mayoría, años, aunque obviamente había habido otras al mismo tiempo.

–¿Te avergüenza que te vean conmigo? —preguntó ella.

Vars se acercó a ella, deteniéndola con la mirada. En ese momento de temor, era tan hermosa como cualquier otra que él hubiese visto.

–Haré lo que me plazca —dijo Vars.

–Sí, mi príncipe —respondió ella, con otro temblor que hizo que los brazos de Vars se estremecieran de deseo.

–Eres tan bonita como cualquier otra mujer, y de cuna noble, y perfecta —dijo él.

–Entonces ¿por qué te está tomando tanto tiempo casarte conmigo? —Preguntó Lyril.

Era una vieja discusión.

Le había estado preguntando, insinuando y comentando desde que Vars tenía memoria.

Dio un paso adelante, rápido y brusco, y la tomó del cabello.

–¿Casarme contigo? ¿Por qué debería casarme contigo? ¿Crees que eres especial?

–Debo serlo —argumentó—. O un príncipe como tú nunca me hubiese querido.

En eso tenía razón.

–Muy pronto —dijo Vars, reprimiendo la ira súbita—. Cuando el momento sea apropiado.

–¿Y cuándo será apropiado? —exigió Lyril.

Se comenzó a vestir, y solo con verla hacerlo era suficiente para que Vars quisiera volver a desvestirla. Se acercó a ella y la besó profundamente.

–Pronto —prometió Vars, porque era fácil prometer—. Sin embargo, por ahora…

–Por ahora se supone que vayamos al banquete de tu padre para celebrar la llegada del prometido de tu hermana —dijo Lyril.

Permaneció pensativa por un momento.

–Me pregunto si será apuesto.

Vars la giró hacia él y la sujetó con fuerza entre sus brazos, haciendo que jadeara.

–¿No soy suficiente para ti?

–Suficiente y más que suficiente.

La trampa hizo gruñir a Vars. Luego encontró una petaca de vino y le dio unos sorbos mientras iba a vestirse. Se la ofreció a Lyril, quien también tomó unos tragos. Salieron y se dirigieron por los caminos zigzagueantes del castillo hacia el salón principal.

–Su alteza, señora mía —dijo un criado mientras ellos pasaban—, el banquete ya ha comenzado.

Vars atacó al hombre.

–¿Crees que necesito que me lo digas? ¿Crees que soy estúpido o que no tengo idea de la hora?

–No, mi príncipe, pero su padre…

–Mi padre estará ocupado con sus asuntos políticos o escuchando como Rodry se jacta de lo que sea que mi hermano haya hecho ahora —dijo Vars.

–Como usted diga, su alteza —dijo el hombre, y atinó a marcharse.

–Espera —dijo Lyril—. ¿Crees que puedes marcharte así como así? Deberías disculparte con el príncipe y conmigo por interrumpirnos.

–Sí, por supuesto —dijo el criado—. Estoy muy…

–Una verdadera disculpa —dijo Lyril— Arrodíllate.

El hombre vaciló por un momento, y Vars se lanzó de lleno.

–Hazlo.

El criado se puso de rodillas.

–Pido disculpas por haberlos interrumpido, su alteza, señora mía. No debí haberlo hecho.

Vars vio que Lyril sonreía.

–No —dijo ella—. Ahora vete, fuera de nuestra vista.

El criado salió prácticamente corriendo ante su orden, como un galgo detrás de un conejo. Vars se rio mientras se iba.

–A veces puedes ser deliciosamente cruel —dijo él.

Le gustaba eso de ella.

–Solo cuando es divertido —respondió Lyril.

Continuaron su camino hacia el banquete. Por supuesto que para cuando entraron estaba en pleno auge, todos tomaban y bailaban, comían y se divertían. Vars podía ver a su media-hermana al frente, el centro de atención junto con su futuro esposo. No entendía por qué la hija de la segunda esposa del rey justificaba tanta atención.

Ya era suficiente que Rodry estuviese allí con un grupo de jóvenes nobles en una esquina, admirándolo mientras él contaba historias de sus hazañas una y otra vez. ¿Por qué el destino había considerado conveniente que él fuese el mayor? Vars no le encontraba sentido cuando era obvio que Rodry era tan apropiado para su futuro rol de rey como él era para volar aleteando sus brazos demasiado musculosos.

–Por supuesto, una boda como esta ofrece posibilidades —dijo Lyril—Reúne a tantos lores y ladies…

–Que luego podrán convertirse en nuestros amigos – dijo Vars.

Él entendía cómo funcionaba el juego.

–Por supuesto, es más fácil si uno conoce sus debilidades. ¿Sabías que el conde Durris allí tiene la debilidad de fumar ámbar de sangre?

–No lo sabía —dijo Lyril.

–Ni lo sabrá nadie más si él se acuerda que soy su amigo —dijo Vars.

Él y Lyril siguieron por la multitud, dejándose llevar lentamente en direcciones opuestas. La podía ver estudiando detenidamente a las mujeres, intentando decidir en todas las formas en que eran menos bonitos que ella, o más débiles, o simplemente no estaban a su nivel. Probablemente intentaba decidir también todas las ventajas que podía ganar con ellas. Había una frialdad en ese examen que a Vars le gustaba. Quizás era una de las razones por las que había estado con ella por tanto tiempo.

–Por supuesto, esa es otra razón para no participar de la cacería de mañana —dijo él—. Con todos los idiotas lejos puedo hacer lo que me plazca, quizás hasta pueda acomodar las cosas a mi favor.

–¿Escuché que alguien mencionaba la cacería?

La voz de su hermano era estridente y fanfarrona, como de costumbre. Vars se volteó hacia Rodry, con la risa forzada que había aprendido a utilizar durante gran parte de su niñez.

–Rodry, hermano —le dijo—. No me había dado cuenta de que había vuelto de…¿me repites a dónde fueron con mi padre?

Rodry se encogió de hombros.

–Podrías haber venido y haberlo descubierto.

–Ah, pero tú fuiste corriendo —dijo Vars— y eres el que a él le importa.

Si Rodry había captado la aspereza con que lo había dicho, no lo demostraba.

–Vamos —dijo Rodry, dándole una palmada en la espalda— Acompáñame a mí y a mis amigos.

Lo decía como si acompañar al puñado de tontos jóvenes que prácticamente lo adoraban como a un héroe fuese un gran obsequio, más que un horror por el que Vars hubiese pagado oro puro por evitar. Jugaban a ser como los Caballeros de la Espuela de su padre, pero ninguno de ellos había llegado a ser alguien hasta ahora. Su sonrisa se volvió más tensa mientras caminaba hacia el centro del grupo, y tomó un cáliz de vino para distraerse. En un breve instante  lo vació, así que tomó otro.

–Estamos hablando de todas nuestras cacerías —dijo Rodry—. Berwick dice que una vez derribó a un jabalí con una daga.

Uno de los jóvenes que estaba allí hizo una reverencia que hizo que Vars quisiera darle un golpe en la cabeza.

–Me corneó dos veces.

–Entonces quizás debiste usar una jabalina —dijo Vars.

–Mi jabalina se quebró en los campos de entrenamiento de la Casa de las Armas —dijo Berwick.

–¿Cuándo fue la última vez que pisaste los campos de entrenamiento, hermano? —Le preguntó Rodry, obviamente sabiendo la respuesta— ¿Cuándo te unirás a los caballeros, como lo hice yo?

–Yo entreno con la espada —dijo Vars, en un tono más defensivo del que hubiese debido—. Solo creo que hay cosas más útiles que hacer que pasar todo el día haciéndolo.

–O quizás no te guste la idea de enfrentarte  a un enemigo preparado para derribarte, ¿eh, hermano? —Dijo Rodry, dándole un golpecito en el hombro—. De la misma forma en que no te gusta salir a cazar, por si te llegara a pasar algo.

Él se rio, y lo más cruel era que su hermano probablemente no lo consideraba como un comentario hiriente. Rodry no era un hombre que fuese por el mundo con preocupaciones, después de todo.

–¿Estás diciendo que soy un cobarde, Rodry? —dijo Vars.

–Oh no —dijo Rodry—. Hay algunos hombres que están destinados a salir a pelear, y otros que es mejor que se queden en su casa, ¿verdad?

–Podría cazar si quisiera hacerlo —dijo Vars.

–Ah, ¡el caballero valiente! —Dijo Rodry, y eso produjo otra de esas carcajadas que nadie consideraría cruel excepto Vars—. ¡Bueno, entonces deberías venir con nosotros! Vamos a ir a la ciudad para asegurarnos de tener las armas que necesitamos para mañana.

–¿Y dejar el banquete? —Replicó Vars.

–El banquete durará días —le contestó Rodry—. Vamos, podemos elegirte una buena jabalina para que nos muestres cómo cazar un jabalí.

Vars deseó poder darse la vuelta, o aún mejor, estrellarle la cara a su hermano en la mesa más cercana. Quizás seguir estrellándola hasta que se hiciese añicos, y él quedara como el heredero que siempre debió haber sido. En cambio, él sabía que iba a tener que ir a la ciudad, cruzar los puentes, pero al menos allí podría encontrar a alguien en quien descargar su ira. Sí, Vars estaba esperando eso con ansias, y más que eso. Quizás incluso llegar a ser rey algún día.

Aunque por ahora, la parte de él que le gritaba que se mantuviese a salvo para evitar el peligro, le decía que no confrontara a su hermano. No, esperaría para eso.

Pero quien se cruzara en su camino en la ciudad, se las iba a pagar.




CAPÍTULO CINCO


Devin blandió su martillo y aporreó la masa de metal que se convertiría en una hoja. Los músculos de su espalda le dolían al hacerlo, y el calor de la forja hacía que la traspiración le traspasara la ropa. En la Casa de las Armas siempre hacía calor, y así de cerca a una de las forjas era casi insoportable.

–Lo estás hacienda bien, niño —dijo el viejo Gund.

–Tengo dieciséis, no soy un niño —dijo Devin.

–Sí, pero aún tienes el tamaño de uno. Además, para un hombre viejo como yo, ustedes son todos niños.

Devin se encogió de hombros. Él sabía que, para cualquiera que estuviese mirando, él no debía parecer un herrero, pero él pensaba. El metal requería pensamiento para realmente entenderlo. Las sutiles gradaciones de calor y los diseños del acero que podían hacer de un arma defectuosa una perfecta eran casi mágicos, y Devin estaba decidido a saberlos todos, a entenderlos realmente.

–Con cuidado o se enfriará demasiado —dijo Gund.

Rápidamente, Devin devolvió el metal hacia el calor, observando su tono hasta que estuvo en el punto correcto, y luego lo apartó para trabajar en él. Estaba cerca, pero aún no estaba del todo bien, había algo en el filo que no era perfecto. Devin lo sabía con la misma seguridad con la que distinguía la derecha de la izquierda.

Aún era joven, pero sabía de armas. Sabía las mejores formas de fabricarlas y afilarlas…incluso sabía cómo blandirlas, aunque sus padres y el maestro Wendros parecían decididos a impedírselo. El entrenamiento que ofrecía la Casa de las Armas era para nobles, hombres jóvenes que venían a aprender de los mejores maestros de la espada, lo que incluía al increíblemente talentoso Wendros. Devin tenía que hacerlo solo, practicar con todo desde espadas a hachas, de lanzas a cuchillos, cortar los postes y esperar que lo hiciera bien.

Un clamor cerca del frente de la Casa llamó brevemente su atención. Las enormes puertas de metal del frente estaban abiertas, en perfecto equilibrio para abrirse al mínimo toque. Los hombres jóvenes que habían entrado eran claramente de la nobleza, y era casi igual de claro que estaban un poco borrachos. Estar borracho en la Casa de las Armas era peligroso. Un hombre que llegara a trabajar borracho era enviado de vuelta a su casa, y si lo hacía más de una vez, lo echaban.

Incluso se echaba a los clientes si no estaban lo suficientemente sobrios. Un hombre borracho con una cuchilla era peligroso, incluso si esa no era su intención. En cambio estos…vestían los colores de la realeza, y no ser cortés era arriesgar más que el trabajo.

–Necesitamos armas —dijo el que estaba al frente.

Devin reconoció inmediatamente al príncipe Rodry por las historias acerca de él si no en persona.

–Mañana habrá una cacería, y probablemente un torneo después de la boda.

Gund se acercó a ellos porque era uno de los maestros herreros de allí. Devin mantuvo su atención en la espada que estaba forjando, porque el mínimo error podía generar burbujas de aire que formarían rajaduras. Era motivo de orgullo que las armas que él forjaba no se quebraban o destrozaban al golpearlas.

A pesar de que el metal necesitaba su atención, Devin no pudo quitarles los ojos a los jóvenes nobles que habían llegado. Parecían tener más o menos su edad; eran muchachos intentando hacerse amigos del príncipe más que Caballeros de la Espuela que servían a su padre. Gund empezó a mostrarles lanzas y hojas que podían ser apropiadas para los ejércitos del rey, pero ellos las desestimaron rápidamente.

–¡Esos son los hijos del rey! —dijo uno de los hombres, gesticulando al príncipe Rodry primero y luego a otro hombre que Devin supuso que sería el príncipe Vars, solo por no tener la apariencia suficientemente delgada, sombría y afeminada del príncipe Greave.

–Merecen algo más fino que esto.

Gund empezó a mostrarles cosas más finas, con mango dorado o decoración grabada en las puntas de las lanzas. Incluso les mostró las de mejor calidad, con capas y capas del más fino acero, diseños ondulantes impresos por medio de arcilla tratada en calor y con un filo que les permitía usarlas como cuchillas de ser necesario.

–Demasiado finas para ellos —murmuró Devin para sí.

Tomó la espada que estaba forjando y la contempló. Estaba lista. La calentó una vez más y se aprontó para sofocarla en la larga tina de aceite oscuro que la esperaba.

Pudo deducir por la forma en que levantaban las armas y las agitaban que la mayoría de ellos no tenía idea de lo que hacían. Quizás el príncipe Rodry sí, pero él estaba del otro lado del piso principal de la Casa, probando una lanza enorme con la punta en forma de hoja, haciéndola girar con el dominio de la práctica. En cambio, los que estaban con él parecían estar jugando a ser caballeros más que ser realmente caballeros. Devin podía notar la torpeza en algunos de sus movimientos y como la manera de agarrarlas era sutilmente incorrecta.

–Un hombre debería conocer las armas que fabrica y usa —dijo Devin mientras sumergía la espada que había forjado en la zanja.

Por un momento flameó y ardió, luego siseó mientras se enfriaba lentamente.

Él practicaba con espadas para saber cuando estaban listas para un guerrero entrenado. Trabajaba en su equilibrio y flexibilidad así como también en su fuerza, porque le parecía que un hombre debía forjarse a sí mismo como a cualquier arma. Ambas cosas le resultaban difíciles. Saber de las cosas era más fácil para él, hacer las herramientas perfectas, entender el momento en que…

Un estruendo que vino desde donde los nobles estaban jugando con las armas llamó su atención, y la mirada de Devin giró a tiempo para ver al príncipe Vars en medio de una pila de armaduras que se había desplomado de su soporte. Miraba con furia a Nem, otro de los muchachos que trabajaba en la Casa de las Armas. Nem había sido amigo de Devin desde siempre, era corpulento y demasiado bien alimentado, quizás no era el más inteligente pero con sus manos podía fabricar los trabajos en metal más finos. El príncipe Vars lo empujó rápidamente, como Devin podría haber empujado una puerta atascada.

–¡Estúpido muchacho!—dijo el príncipe Vars de mala manera—. ¿No puedes ver por dónde vas?

–Lo siento, mi señor —dijo Nem—, pero fue usted quien se tropezó conmigo.

Devin contuvo la respiración porque sabía lo peligroso que era contestarle a cualquier noble, y mucho menos a uno borracho. El príncipe Vars se enderezó completamente y luego golpeó a Nem en la oreja lo suficientemente fuerte como para hacerlo rodar entre el acero. Él chilló y se levantó con sangre, algo filoso le había cortado en el brazo.

–¿Cómo te atreves a contestarme? —Dijo el príncipe—. Yo digo que te tropezaste conmigo, ¿y tú me llamas mentiroso?

Quizás otros habían venido enojados, listos para pelear, pero a pesar de su tamaño, Nem siempre había sido amable. Solamente parecía herido y perplejo.

Devin vaciló por un momento, mirando alrededor para ver si alguno de los otros iba a intervenir. Aunque ninguno de los que estaban con el príncipe Rodry parecía que fuese a intervenir, probablemente les preocupaba demasiado insultar a alguien que de rango superior incluso siendo nobles, y alguno de ellos quizás pensara que su amigo realmente se merecía una golpiza por lo que fuera que creyesen que él había hecho.

En cuanto al príncipe Rodry, aún estaba del otro lado de ese piso de la Casa, probando una lanza. Si había escuchado el escándalo en medio del alboroto de los martillos y el rugido intense de la forja, no lo demostraba. Gund no iba a interferir, porque el anciano no había sobrevivido tanto tiempo en el ambiente de la forja por causar problemas a sus superiores.

Devin sabía que también debía mantenerse al margen, aún cuando vio que el príncipe volvía a levantar la mano.

–¿Vas a disculparte? —exigió Vars.

–¡No hice nada! —insistió Nem, probablemente demasiado aturdido para recordar cómo funcionaba el mundo y, a decir verdad, no era particularmente inteligente cuando se trataba de cosas como esta.

Él aún creía que el mundo era justo, y que no hacer nada malo era una excusa suficiente.

–Nadie me habla de esa manera – dijo el príncipe Vars, y volvió a golpear a Nem—. Te voy a enseñar modales a los golpes, y cuando termine contigo me agradecerás por la lección. Y si te confundes mi título en tu agradecimiento, aprenderás eso a los golpes también. O, no, voy a darte una verdadera lección.

Devin sabía que no debía hacer nada, porque él era más grande que Nem y sabía cómo funcionaba el mundo. Si un príncipe de sangre te pisa los talones te disculpas, o le agradeces por tener ese privilegio. Si quiere tu mejor trabajo, se lo vendes, aún si parece que no puede blandirlo correctamente. No interfieres, no intervienes, porque eso implica consecuencias para ti y tu familia.

Devin tenía una familia afuera, más allá de los muros de la Casa de las Armas. No quería que la lastimaran solo por haberse exaltado y no le haberle importado sus modales. Aunque tampoco quería permanecer al margen y ver cómo golpeaban sin sentido a un muchacho por el capricho de un príncipe borracho. Apretó con fuerza el martillo y luego lo soltó, intentando obligarse a mantener distancia.

Entonces, el príncipe Vars sujetó a Nem de la mano. La forzó hacia abajo sobre uno de los yunques.

–Veamos qué  tan buen herrero eres con una mano quebrada —dijo él.

Tomó un martillo y lo alzó, y en ese momento Devin supo lo que ocurriría si no hacía algo. Se le aceleró el corazón.

Sin pensarlo, Devin se lanzó hacia adelante y sujetó al príncipe del brazo. No desvió mucho el golpe, pero fue suficiente para que no le diera a Nem en la mano y golpeara el hierro del yunque.

Devin siguió sujetándolo, por si acaso el príncipe intentaba golpearlo a él.

–¿Qué? —Dijo el príncipe Vars— Quítame las manos de encima.

Devin resistió, sujetándolo con la mano. A esta distancia, Devin pudo sentirle el aliento a alcohol.

–No si va a seguir golpeando a mi amigo —dijo Devin.

Él sabía que por solo sujetar al príncipe se había metido en problemas, pero ahora era demasiado tarde.

–Nem no entiende, y él no fue la razón por la que derribó la mitad de las armaduras que hay aquí. Esa sería la bebida.

–Quítame la mano de encima, dije —repitió el príncipe, y movió la otra mano hacia el cuchillo de cocina que tenía en el cinturón.

Devin lo empujó lo más suave que pudo. Una parte de él aún esperaba que esto fuera pacífico, aún cuando él sabía exactamente que iba a ocurrir después.

–No quiere hacer eso, su alteza.

Vars lo miró con furia y aversión pura, respirando con dificultad.

–Yo no soy el que se ha equivocado aquí, traidor —gruñó el príncipe Vars con voz fulminante.

Vars soltó el martillo y levantó una espada de uno de los bancos, aunque para Devin era obvio que no era un experto.

–Así es, eres un traidor. Atacar a un integrante de la realeza es traición, y los traidores mueren por ello.

Balanceó la espada hacia Devin, y de forma instintiva, Devin atrapó lo que pudo encontrar. Resultó ser uno de sus martillos de forja, y lo alzó para bloquear el golpe, escuchando el ruido del metal sobre el metal mientras evitaba que la espada le diera en la cabeza. El impacto le hizo sacudir las manos, y ahora no había tiempo para pensar. Atrapó la hoja con la cabeza del martillo y con todas sus fuerzas se la quitó al príncipe de un tirón, retumbó en el piso y se sumó a la pila de armaduras desechadas.

Entonces, se obligó a detenerse. Estaba furioso de que el príncipe pudiera venir y golpearlo de esa manera, pero Devin tenía mucha paciencia. El metal lo requería. El hombre que fuera impaciente en la forja era el que terminaba lastimado.

–¿Lo ven? —Clamó el príncipe Vars, señalando con un dedo tembloroso por la furia o el miedo—. ¡Él me ataca! Deténganlo. Quiero que lo arrastren a la celda más profunda del castillo, y en la mañana ver su cabeza en una pica.

Los jóvenes a su alrededor parecían reacios a reaccionar, pero era igual de obvio que no iban a quedarse al margen cuando alguien de baja cuna como Devin se peleaba con el príncipe. La mayoría aún sostenía las espadas y lanzas que habían probado de forma inexperiente, y ahora Devin se encontraba en el medio de un círculo de armas, todas apuntándole directo al corazón.

–No quiero tener problemas —dijo Devin, sin saber qué más hacer.

Dejó caer el martillo al suelo, porque no le serviría allí. ¿Qué podía hacer? ¿Intentar luchar contra muchos de ellos para salir? Aunque sospechaba que tenía un mejor dominio de la espada que los hombres que estaban allí, eran demasiados para siquiera intentarlo, y si lo hacía, ¿qué haría luego? ¿A dónde podría escaparse, y qué significaría para su familia si lo hiciera?

–Quizás no sea necesaria una celda —dijo el príncipe Vars—. Quizás le corte la cabeza aquí, en donde todos puedan verlo. Pónganlo de rodillas. ¡Dije de rodillas! —repitió cuando los otros no o hacían lo suficientemente rápido.

Cuatro de ellos se adelantaron y empujaron a Devin hacia el suelo, mientras que el resto mantenía las armas apuntando hacia él. Entre tanto, el príncipe Vars volvió a tomar la espada. La levantó, claramente probando su peso, y en ese momento Devin supo que iba a morir. Lo invadió el terror, porque no podía ver cómo escaparse. Por más que pensara y por más fuerte que fuera, nada de eso cambiaría las cosas. Los otros allí podrían no estar de acuerdo con lo que el príncipe estaba a punto de hacer, pero lo apoyarían de todos modos. Permanecerían parados allí, observando mientras el príncipe blandía la espada y…

…y el mundo parecía extender en ese momento, un latido fundiéndose con el próximo. En ese instante, fue como si pudiese ver cada músculo de la figura del príncipe y las chispas de pensamiento que lo impulsaban. En ese momento parecía muy fácil estirar el brazo y cambiar tan solo uno de ellos.

–¡Ay! ¡Mi brazo! —Gritó el príncipe Vars, y su espada retumbó en el suelo.

Devin se volteó confundido. Intentó encontrarle sentido a lo que acababa de hacer.

Y estaba aterrorizado de sí mismo.

El príncipe estaba allí parado, sujetándose el brazo y frotándose los dedos para devolverles la sensibilidad.

Devin solo podía mirarlo. ¿Realmente había hecho eso, de alguna forma? ¿Cómo? ¿Cómo podía hacer que a alguien se le acalambrara el brazo con solo pensarlo?

Volvió a recordar el sueño…

–Es suficiente —interrumpió una voz—. Déjalo ir.

El príncipe Rodry entró en el círculo de armas y los jóvenes allí las bajaron ante su presencia, casi con un suspiro de alivio de que él estuviese allí.

Devin definitivamente suspiró, pero mantuvo sus ojos en el príncipe Vars y el arma que ahora tenía en la mano menos hábil

–Es suficiente, Vars —dijo Rodry.

Se puso entre medio de Devin y el príncipe, y el príncipe Vars dudó por un momento. Devin pensó que blandiría la espada de todos modos, a pesar de la presencia de su hermano.

Entonces arrojó la espada a un lado.

–No quería venir aquí de todos modos —dijo él, y se marchó.

El príncipe Rodry se volvió hacia Devin, y no tuvo que pronunciar otra palabra para que los hombres que lo sujetaban lo liberaran.

–Fuiste muy valiente en defender al muchacho —dijo él, y alzó la lanza que sostenía—. Y haces un muy buen trabajo. Me han dicho que este es uno de tus trabajos.

–Sí, su alteza —dijo Devin.

No sabía qué pensar. En cuestión de segundos, había pasado de estar seguro de que iba a morir a que lo liberaran, de ser considerado un traidor a que lo halagaran por su trabajo. No tenía sentido, pero al fin y al cabo, ¿por qué tendría que tener sentido en un mundo en el que él había, de alguna manera, hecho… magia?

El príncipe Rodry asintió y luego se volteó para marcharse.

–Ten más cuidado en el futuro. Quizás no esté aquí para salvarte la próxima vez.

Devin estuvo varios minutes hasta que se obligó a pararse. Respiraba de forma brusca y entrecortada. Miró a donde estaba Nem, que intentaba mantener la herida en el brazo cerrada. Parecía asustado y alterado por lo que había ocurrido.

El viejo Gund estaba allí ahora, envolviendo el brazo de Nem con una banda de tela. Miró a Devin.

–¿Tenías que interferir? —Le preguntó.

–No podía dejar que lastimara a Nem —dijo Devin.

Eso era algo que volvería a hacer, cientos de veces de ser necesario.

–Lo peor que le podía pasar era que le dieran una paliza —dijo Gund—. Todos hemos sufrido cosas peores. Ahora…debes irte.

–¿Irme? —Dijo Devin— ¿Por hoy?

–Por hoy y todos los días que le siguen, idiota —dijo Gund—. ¿Crees que podemos permitir que un hombre que se peleó con un príncipe continúe trabajando en la Casa de las Armas?

Devin sintió que el pecho se vaciaba de aire. ¿Irse de la Casa de las Armas? ¿El único hogar verdadero que había tenido?

–Pero yo no…—comenzó Devin, pero se detuvo.

Él no era Nem para pensar que el mundo sería de la forma en que él quería solo porque era lo correcto. Por supuesto que Gund querría que él se marchara, Devin había sabido lo que podía costarle esto antes de interferir.

Devin lo miró y asintió, era todo lo que podía responder. Se volteó y empezó a caminar.

–Espera —gritó Nem, corriendo hacia su mesa de trabajo y luego volvió corriendo con algo envuelto en tela— No…no tengo mucho más. Tú me salvaste. Esto debería ser tuyo.

–Lo hice porque soy tu amigo —dijo Devin— No tienes que darme nada.

–Quiero hacerlo —respondió—. Si me hubiese dado en la mano, no podría hacer nada más, así que quiero darte algo que hice yo.

Se lo entregó a Devin, y Devin lo tomó con cuidado. Al desenvolverlo, vio que era… bueno, no exactamente una espada, sino un cuchillo grande, un messer, allí estaba, demasiado largo para ser un verdadero cuchillo, pero no lo suficiente para ser una espada. Tenía un solo filo, con una empuñadura que sobresalía en un costado y una punta en forma de cuña. Era un arma de campesino, que hacía mucho tiempo que ya no formaba parte de las espadas largas y el armamento de los caballeros. Pero era ligera. Mortal. Y hermosa. Con un vistazo, al voltearla y ver su brillo reflejando la luz,  Devin pudo ver que podía ser mucho más ágil y mortal que cualquier espada. Era un arma de sigilo, astucia y velocidad. Y era perfecta para la complexión ligera y corta edad de Devin.

–No está terminada —dijo Nem—, pero é que tú puedes terminarla mejor que yo, y el acero es bueno, te lo prometo.

Devin la blandió como prueba y sintió cómo la hoja cortaba el aire. Quería decir que era demasiado, que no podía aceptarla, pero podía ver que Nem realmente quería que él la tuviera.

–Gracias, Nem —le dijo.

–¿Ya terminaron? —Dijo Gund, y miró a Devin—. No voy a decir que no me lamento porque te marches. Eres un buen trabajador y un herrero mejor que muchos aquí. Pero no puedes estar aquí cuando esto se vuelva en contra de nosotros. Tienes que irte, muchacho. Ahora.

Incluso entonces, Devin quiso discutirlo. Pero sabía que era inútil, y se dio cuenta de que ya no quería estar allí. No quería estar en un lugar en donde no lo querían. Este nunca había sido su sueño. Esta había sido una manera de sobrevivir. Su sueño siempre había sido convertirse en un caballero, y ahora…

Ahora parecía que sus sueños le deparaban cosas mucho más extrañas. Tenía que deducir qué eran esas cosas.

El día en que tu vida cambiará para siempre.

¿Era esto a lo que se refería el hechicero?

Devin no tenía opción. No podía dar la vuelta ahora, no podía volver a la forja para volver todo a su lugar.

En cambio, caminó hacia la ciudad. Hacia su destino.

Y hacia el día que tenía por delante.




CAPÍTULO SEIS


Nerra caminó por el bosque sola, deslizándose entre los árboles, disfrutando de sentir el calor del sol en su rostro. Se imaginó que, para entonces, todos en el castillo ya se habrían dado cuenta  de que se había escabullido, pero también sospechó que no les importaría tanto. Solo complicaría las preparaciones para la boda si estuviese allí. Ella encajaba aquí entre lo salvaje. Entrelazó flores en su cabello oscuro dejando que formaran parte de sus trenzas. Se quitó las botas, las ató y las colgó sobre su hombro para poder sentir la tierra bajo sus pies. Su complexión delgada zigzagueaba entre los árboles casi como una voluta con su vestido de colores otoñales. Por supuesto, era de manga larga. Su madre le había machacado esa necesidad hacía  mucho tiempo. Su familia podía saber acerca de su enfermedad, pero nadie más podía saberlo.

Amaba la naturaleza. Le encantaba ver a las plantas e identificar sus nombres, campánula y heracleum, roble y olmo, lavanda y champiñón. Además de sus nombres también sabía las propiedades de cada una, las cosas para las que podrían ayudar y el daño que podían hacer. Una parte de ella deseaba poder pasar el resto de su vida aquí afuera, libre y en paz. Quizás podría convencer a su padre a dejarla construir una casa en el bosque y aprovechar sus conocimientos, sanar a los enfermos y heridos.

Ese pensamiento la hizo sonreír tristemente, porque aunque  sabía que era un lindo sueño, su padre nunca lo consentiría, y en cualquier caso…Nerra refrenó su pensamiento por un momento, pero no podía hacerlo para siempre. En cualquier caso, no viviría tantos años como para construir ningún tipo de vida. La enfermedad mataba o la transformaba demasiado rápido para ello.

Nerra tiró de una hebra de corteza de sauce que sería buena para los dolores, colocando las tiras en la bolsa de su cinturón.

Probablemente las necesite pronto, supuso. Hoy no sentía dolor, pero si no eran para ella, quizás entonces para el hijo de la viuda Merril en la ciudad. Había escuchado que tenía fiebre, y Nerra sabía lidiar con enfermos como cualquier persona.

Quiero tener un día sin tener que pensar en eso, pensó Nerra para sí.

Como si pensar en ello lo hubiese atraído, Nerra sintió que se desvanecía y tuvo que sostenerse de uno de los árboles. Se aferró a él mientras esperaba que se le pasara el mareo, y sintió que respiraba con dificultad. También sentía que le pulsaba el brazo derecho, le picaba y punzaba, como si algo estuviese luchando para liberarse debajo de su piel.

Nerra se sentó, y allí, en la privacidad el bosque, hizo lo que nunca haría en el castillo: se arremangó, con la esperanza de que el aire fresco del bosque le hiciera bien en donde nunca había funcionado nada más.

La tracería de marcas en el brazo ya le era conocida a esta altura, negra y parecida a venas, sobresaliendo en la palidez casi translúcida de su piel. ¿Las marcas habían crecido desde la última vez que las había visto? Era difícil de saber, porque Nerra evitaba mirarla si podía, y no se atrevía a mostrarlas a nadie más. Ni siquiera sus hermanos y hermanas sabían toda la verdad, solo sabían de los desmayos, no del resto. Eso le correspondía a ella, a sus padres, a Maese Gris y al médico solitario a quien su padre se lo había confiado.

Nerra sabía por qué. Aquellos con marcas de escamas eran desterrados o algo aún peor, por miedo a que la enfermedad se extendiera, y por miedo a lo que pudiese significar. La leyenda decía que aquellos con la enfermedad de las escamas se transformaban, eventualmente, en cosas que eran de todo menos humanas, y mortales para aquellos que aún vivían.

–Y por eso debo estar sola —dijo en voz alta, volviendo a bajarse la manga porque no podía soportar ver lo que había ahí.

Casi lo mismo le molestaba pensar en estar sola. Por más que le gustara el bosque, la falta de compañía la hacía sufrir. Incluso cuando era niña no había podido tener amigos, ni la colección de doncellas y jóvenes nobles que había tenido Lenore, porque alguien podría haberla visto. Ni siquiera había tenido la promesa de tener enamorados, y aún menos probable para una muchacha que claramente estaba enferma era tener pretendientes. Una parte de Nerra deseaba haber tenido todo eso, imaginándose una vida en la que hubiese sido normal, sana, segura. Sus padres podrían haber encontrado un joven noble que se casara con ella, como habían hecho con Lenore. Podrían haber tenido un hogar y una familia. Nerra podría haber tenido amigos, y habría podido ayudar a la gente. En cambio…solamente tenía esto.

Ahora entristecí hasta al bosque, pensó Nerra con otra pálida sonrisa.

Se levantó y siguió caminando, decidida a permitirse al menos disfrutar del hermoso día. Mañana habría una cacería, pero eso significaba demasiada gente para poder disfrutar del exterior. Se esperaba que ella recordara cómo conversar con aquellos que veían la destreza de matar a criaturas del bosque como una virtud, y el ruido de los cuernos de caza sería ensordecedor.

Entonces, Nerra escuchó algo más; no era un cuerno de caza, sino el sonido de alguien en las cercanías. Pensó haber visto a alguien entre los árboles por un segundo, un muchacho joven, quizás, aunque era difícil decirlo con seguridad. Se empezó a preocupar. ¿Cuánto habría visto?

Quizás no era nada. Nerra sabía que tenía que haber gente en otros lugares del bosque. Quizás fuesen carboneros o guardabosques, quizás cazadores furtivos. Quien fuera que fuese, si seguía caminando, Nerra se volvería a topar con ellos. No le gustaba esa idea, no le gustaba el riesgo de que vieran más de lo que deberían, así que se dirigió en una nueva dirección, casi al azar. Sabía su camino en el bosque, por lo que no le preocupaba perderse. Simplemente siguió caminando, encontrándose ahora con acebos y abedules, celidonias y rosas silvestres.

Y algo más.

Nerra se detuvo al ver un claro  que parecía como si algo enorme hubiese estado allí, las ramas rotas y el suelo pisoteado. ¿Habría sido un jabalí o quizás una manada? ¿Habría un oso en los alrededores, lo suficientemente grande como para justificar la cacería después de todo? Aunque Nerra no veía huellas de oso entre los árboles, o nada que sugiriera que algo hubiese pasado a pie.

Aunque podía ver un huevo en el medio del claro, volteado sobre un lado sobre el pasto.

Se paralizó, dudando.

No puede ser.

Había historias, por supuesto, y las galerías del castillo tenían unas versiones aterrorizantes, desprovistas de vida.

Pero esto…no podía ser realmente…

Se acercó, y ahora podía empezar a asimilar el verdadero tamaño del huevo. Era enorme, tan grande que Nerra apenas podría rodearlo con los brazos si intentara abrazarlo. Tan grande que no podía ser de un pájaro.

Era de un color azul vivo y profundo, casi negro, con venas doradas que lo atravesaban como rayos de un relámpago en el cielo nocturno. Cuando Nerra estiró el brazo, con vacilación, para tocarlo, sintió que la superficie estaba extrañamente cálida, no del modo en que debería estarlo un huevo. Eso, además del resto, confirmaba lo que había encontrado.

Un huevo de dragón.

Eso era imposible. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que alguien vio un dragón? Incluso las historias hablaban de enormes bestias aladas que volaban los cielos, no de huevos. Los dragones nunca eran algo inútil y pequeño. Eran enormes, atemorizante, e imposibles. Pero Nerra no sabía qué más podía ser esto.

Y ahora, la decisión es mía.

Sabía que no podía marcharse ahora que había visto el huevo allí, abandonado, sin señales de un nido de la forma en que los pájaros ponían sus huevos. Si hacía eso, lo más probable era que algo viniera y se comiera el huevo, destruyendo a la criatura en su interior. Eso, o la gente lo vendería, de eso no tenía dudas. O la aplastarían por el miedo. La gente, a veces, podía ser cruel.

Tampoco se lo podía llevar a casa. Quién se podría imaginar, pasando por las puertas del castillo con un huevo de dragón entre las manos. Su padre ordenaría que se lo quitaran inmediatamente, posiblemente para que Maese Gris lo estudiara. En el mejor de los casos, la criatura terminaría encerrada y maltratada en una jaula. En el peor…Nerra se estremeció ante la idea de que los académicos diseccionaran al huevo en la Casa del Conocimiento. Incluso el galeno Jarran probablemente querría destriparlo para estudiarlo.

¿En dónde, entonces?

Nerra intentó pensar.

Conocía el bosque como el camino hacia su habitación. Tenía que haber un lugar mejor que al aire libre en donde dejar al huevo…

Sí, sabía el lugar justo.

Envolvió al huevo entre sus brazos y lo levantó, sintiendo la extraña sensación del calor contra su cuerpo. Era pesado, y por un momento Nerra se preocupó de que fuera a soltarlo, pero logró sujetarse las manos y empezar a caminar por el bosque.

Le llevó un tiempo encontrar el lugar que estaba buscando, siempre alerta a los álamos que señalizaban la pequeña área en donde estaba la antigua cueva, marcada con piedras cubiertas de musgo desde hace mucho tiempo. Se abría en la ladera de una pequeña colina en el medio del bosque, y Nerra vio por el suelo a su alrededor que nadie la había utilizado como lugar de descanso. Eso era una buena señal. No quería llevar su premio a un lugar donde estuviese en un peligro inminente.

El claro le había sugerido que los dragones no hacían nidos, pero ella hizo uno para el huevo de todos modos, juntó ramas grandes y pequeñas, maleza y pasto, luego los entrelazó lentamente en un óvalo irregular en donde logró colocar el huevo. Los empujó a la parte oscura de la cueva, segura de que nadie podría verlo desde afuera.

–Ahí —le dijo—. Estará a salvo ahora, al menos hasta que decida qué hacer contigo.

Encontró ramas de árboles y follaje y cubrió la entrada intencionalmente. Recogió piedras y las acomodó allí, todas tan enormes que apenas las podía mover. Esperó que fuera suficiente para mantener alejadas todas las cosas que pudiesen intentar entrar.

Estaba terminando cuando escuchó un ruido y se volteó sobresaltada. Allí, entre los árboles, estaba el niño que había visto antes. Estaba parado observándola, como si intentara entender lo que había visto.

–Espera —le gritó Nerra, pero solo el grito lo sobresaltó.

Se volteó y salió corriendo, y Nerra se quedó pensando en qué había visto y a quién le contaría.

Tenía la horrible sensación de que era demasiado tarde.




CAPÍTULO SIETE


La princesa Erin sabía que no debía estar allí, cabalgando en el bosque hacia el norte, hacia la Espuela. Tendría que estar en el castillo, probándose un vestido para el casamiento de su hermana mayor, pero se retorcía solo de pensarlo.

Le traía demasiados pensamientos acerca de qué le esperaba a ella, y por qué se había ido. Como mínimo prefería estar cabalgando con una túnica, jubón y pantalones cortos antes de estar parada allí, jugando a vestirse de gala mientras Rodry y sus amigos se burlaban de ella, Greave estaba deprimido y Vars… Erin se estremeció. No, era mejor estar allí afuera, haciendo algo útil, algo que demostrara que era más que una hija para casarse.

Cabalgó por el bosque, apreciando las plantas a los lados del camino mientras pasaba, aunque esa era la fascinación de Nerra más que de ella. Cabalgó entre gruesos robles y abedules de plata, observando sus sombras e intentando no pensar en todos los espacios que dejaban esas sombras para que alguien se escondiera.

Probablemente su padre estaría furioso con ella por salir sin escolta. Las princesas necesitaban protección, le diría él. No salían solas a lugares como este, en donde los árboles parecían rodearlas y el camino era poco más que una sugerencia. Estaría furioso con ella por más que eso, por supuesto. Probablemente pensaba que no había escuchado la conversación con su madre, la que la había irse prácticamente corriendo hacia el establo.

—Tenemos que encontrar un esposo para Erin —había dicho su madre.

—¿Un esposo? Es más probable que quiera más lecciones con la espada —había contestado su padre.

—Y ese es el punto. Una mujer no debería hacer esas cosas, ponerse en peligro de esa manera. Tenemos que encontrarle un esposo.

—Después de la boda —había dicho su padre—. Asistirán muchos nobles al banquete y la cacería. Quizás encontremos a un hombre joven que pueda ser un esposo apropiado para ella.

—Quizás debamos ofrecer una dote por ella.

—Entonces lo haremos. Oro, un ducado, lo que sea más apropiado para mi hija.

La traición había sido instantánea y absoluta.  Erin había dado zancadas hasta su habitación para juntar sus cosas: una vara, su ropa y un paquete lleno de provisiones. Entonces, se había jurado a sí misma que no volvería.

–Además —le dijo a su caballo—, tengo la edad suficiente para hacer lo que quiero.

Si bien era la menor de sus hermanos, tenía dieciséis. Puede que no fuera todo lo que su madre quería, era demasiado masculina con el cabello oscuro a la altura de los hombros para que no la estorbara y nunca había estado inclinada a coser, hacer reverencias o tocar el arpa. Aún así, era más que capaz de cuidar de sí misma.

Al menos, eso pensaba.

Tendría que serlo, si quería se parte de los Caballeros de la Espuela. Solo el nombre de la orden hacía que le palpitara el corazón. Eran los mejores guerreros del reino, cada uno de ellos era un héroe. Servían a su padre, pero también salían a enmendar injusticias y luchar contra los enemigos más difíciles. Erin daría cualquier cosa por unirse a ellos.

Por eso cabalgaba hacia el norte, a la Espuela. Por eso también había tomado ese camino por partes del bosque que se consideraban peligrosas hacía mucho tiempo.

Continuó cabalgando, asimilando el lugar. En otro momento hubiese sido hermoso, pero en otro momento no hubiese estado aquí. En cambio, miró a su alrededor rápidamente, demasiado consciente de las sombras a ambos lados del camino y la forma en que las ramas la rozaban al pasar. Era un lugar en el que se podía imaginar que alguien desapareciera para no volver.

De todos modos, era el camino que tenía que tomar si quería alcanzar a los Caballeros de la Espuela. Especialmente si los quería impresionar cuando llegara. Al lado de eso, su miedo no importaba.

–¿Por qué no te detienes ahí? —gritó una voz más allá del sendero.

Ahí. Erin sintió un breve escalofrío ante esas palabras, y agitación en su estómago. Detuvo su caballo y luego se bajó hábilmente de la montura. Casi como una ocurrencia tardía, tomó su vara corta con las manos enguantadas sujetándola ligeramente.

–Ahora, ¿qué crees que vas a hacer con ese palo? —dijo el hombre más allá del sendero.

El hombre dio un paso adelante, llevaba ropa de tejido áspero y sostenía un hacha. Dos hombres más salieron de los árboles detrás de Erin, uno con un cuchillo largo, el otro con una espada de combate que sugería que alguna vez había peleado en nombre de un noble.

–Pasé por un pueblo —dijo Erin— y me hablaron de los bandidos en el bosque.

No parecía resultarles extraño que hubiese llegado allí de todos modos. Erin podía sentir el miedo en su interior. ¿Debía haber venido aquí? Había tenido muchos combates de entrenamiento pero esto… esto era diferente.

–Parece que somos famosos, muchachos —gritó el líder con una risotada.

Famosos era una forma de decirlo. Había hablado con una joven en el pueblo que viajaba con su esposo. Ella le había dicho que aún cuando le daban todo lo que tenían a esos hombres, ellos querían más, y lo conseguían. Se lo había contado a Erin en detalle, y Erin había querido tener el trato que tenía Lenore con la gente, o la compasión de Nerra. Erin no tenía ninguno de los dos, todo lo que tenía era esto.

–Dicen que ustedes matan a aquellos que dan pelea —dijo Erin .

–En ese caso —dijo el líder—, sabrás que no debes pelear.

–Casi no vale la pena —dijo uno de los otros—. No se parece para nada a una muchacha.

–¿Te estás quejando? —Lanzó el líder—. ¿Por las cosas que le has hecho a muchachos también?

Erin permaneció allí, esperando. Aún sentía miedo, y este había crecido convirtiéndose en una cosa monstruosa del tamaño de un oso, que amenazaba con aplastarla e inmovilizarla. No debía haber venido aquí. Este no era un combate de entrenamiento y, en realidad, nunca había peleado de verdad contra alguien. Era solo una joven que estaba a punto de ser asesinada, o peor…

No. Erin pensó en eso y en la mujer del pueblo, y se obligó a que la furia  aplastara el miedo.

–Si quieres que esto sea fácil para ti, entregarnos todo lo que tienes. El caballo, las cosas de valor, todo.

–Y quítate la ropa —dijo el otro que había hablado—. Nos ahorrará mancharla de sangre.

Erin tragó pensando en lo que podría significar eso

–No.

–Entonces —dijo el líder—, parece que tendremos que hacerlo por las malas.

El que tenía el cuchillo largo se abalanzó hacia Erin primero, la sujetó y le hizo un corte en el cuerpo con el cuchillo. Erin se soltó pero la hoja le cortó la ropa con la facilidad que lo hubiese con la manteca de una lechera. La mirada lasciva de triunfo del hombre se convirtió rápidamente en sorpresa cuando su hoja se detenía y sentía el sonido del metal contra el metal.

–Atravesar una cota de malla no es un trabajo fácil —dijo Erin .

Lo atacó con su vara y lo golpeó en la cara con el mango, haciendo que se tambaleara hacia atrás. El líder se abalanzó hacia ella con el hacha y ella la bloqueó con su arma, arrojándola a un lado. Lo atacó con la punta y se la clavó en la garganta, haciendo que el hombre gorgoteara y se alejara tambaleándose.

–¡Zorra!—dijo el hombre con el cuchillo.

Entonces Erin giró la vara y le quitó la punta para revelar la larga cuchilla, casi la mitad de su largo. Reflejaba oscuramente la luz moteada del bosque. En el extraño y silencioso momento que siguió, ella habló. No tenía sentido esconder nada ahora.

–Cuando era más joven, mi madre me hacía tomar clases de costura, pero la mujer que nos enseñaba estaba casi ciega, y Nerra, mi hermana, me cubría mientras yo salía a pelear contra los varones con un palo. Cuando mi madre me descubrió se enfureció, pero mi padre dijo que era mejor que aprendiera de forma apropiada, y él era el rey, entonces…

–¿Tu padre es el rey?—dijo el líder , y miedo cruzó su rostro, seguido de avaricia—Si nos atrapan nos matarán, pero lo hubiesen hecho de todos modos, y el rescate que obtendremos por alguien como tú…

Probablemente lo pagarían. Aunque después de lo que había escuchado Erin y el monto que pagarían para deshacerse de ella…

El bandido volvió a lanzarse sobre Erin, interrumpiendo el hilo de su pensamiento al blandir su hacha y golpearla con ella. Erin barrió el golpe del hacha a un lado con una mano, empujó el codo del hombre y luego lo pateó en la rodilla mientras él intentaba patearla a ella, tirándolo al suelo. A su maestro probablemente le hubiese enojado que ella no continuara .

Mantente en movimiento, termínalo rápido, no te arriesgues. Erin casi podía escuchar las palabras del maestro espadachín Wendros. Él había sido el que le había dicho que usara la lanza corta, un arma que podía compensar su falta de altura y fuerza, con su velocidad y alcance. En su momento, Erin se había sentido desilusionada por la propuesta , pero ahora no lo estaba.

Tomando el arma con las dos manos giró, cubriéndose mientras el que tenía la espalda la atacaba. Rechazó los golpes uno tras otro y luego apuntó a herirlo. Una lanza podía herir tanto como una estocada. Él intentó bloquear el golpe alzando su espada y Erin giró las muñecas para lanzar la cuchilla por debajo del bloqueo y atravesarle el cuello con la punta de la lanza. Aún moribundo, el hombre se sacudió intentando golpearla y Erin lo bloqueó a un lado y siguió adelante.

No te detengas. Mantente en movimiento hasta que termine la pelea.

–¡Lo mató!—gritó el que tenía el cuchillo— ¡Mató a Ferris!

Se lanzó hacia ella con el cuchillo largo, claramente con la intención de matarla, no de capturarla. Él se apresuró intentando acercarse a un punto en donde el largo del arma de Erin no fuese una ventaja. Erin atinó a retroceder y luego se acercó más de lo que él esperaba, haciéndolo rodar con la cadera y aterrizar ruidosamente en el suelo…

O así hubiese ocurrido, si no la hubiese arrastrado con él.

Muchacha presumida. Solo haz lo necesario.

Ahora era demasiado tarde para eso, porque estaba en el suelo con el bandido, atrapada allí mientras él la apuñalaba, y solo la cota de malla la salvaba de la muerte. Había sido demasiado confiada y ahora estaba en un lugar en el que empezaba a sentir que la fuerza  del hombre era mayor. Ahora estaba sobre ella, presionando el cuchillo hacia su garganta …

De alguna manera, Erin logró acercarse lo suficiente a él como para morderlo y eso le dio espacio suficiente para escaparse gateando, sin ninguna destreza o habilidad esta vez, solo desesperación. El líder ya estaba de pie para entonces, blandiendo su espalda otra vez. Erin apenas logró esquivar el primer golpe, de rodillas, recibió una patada en el abdomen y se levantó escupiendo sangre.

–Elegiste meterte con las personas equivocadas, zorra —dijo el líder y apuntó a golpearle la cabeza.

No había tiempo de esquivar ni de defenderse. Lo único que podía hacer Erin era agacharse y arremeter con su lanza. Sintió el crujido al atravesar la carne, y esperó sentir el impacto del arma del  enemigo en su propio cuerpo, pero por un momento todo se paralizó. Se atrevió a levantar la vista y allí estaba él, paralizado en la punta de la lanza, tan entretenido observando el arma que no había terminado su propio ataque.

Tener suerte es algo bueno, y confiar en ella es estúpido, decía en su mente la voz del maestro espadachín Wendros.

El hombre del cuchillo aún estaba en el suelo, luchando por levantarse.

–Piedad, por favor—dijo el hombre.

–¿Piedad? —Dijo Erin— ¿Cuánta piedad le tuviste a la gente robaste, mataste y violaste? Cuando te rogaron, ¿te reíste de ellos? ¿Los atropellaste cuando se escaparon? ¿Cuánta piedad me hubieses tenido a mí?

–Por favor —dijo el hombre, poniéndose de pie.

Se volteó para correr, probablemente con la esperanza de dejar a Erin atrás entre los árboles.

Estuvo a punto de dejarlo ir, pero ¿qué haría él entonces? ¿Cuántas personas más morirían si pensaba que podía salirse con la suya otra vez?  Volteó la cuchilla, la alzó y la arrojó.

Si la distancia entre ellos hubiese sido mayor no hubiera funcionado, porque la lanza era más corta que una jabalina, pero en el corto espacio voló por los aires sin esfuerzo, cayendo en el punto en donde estaba el bandido y arrojándolo al suelo.  Erin se acercó a él, puso un pie sobre su espalda y le arrancó la lanza. La alzó y luego la hundió rápidamente en su cuello.

–Esa es toda la piedad que tengo hoy —dijo ella.

Se quedó allí parada y luego se movió a un lado del camino sintiéndose nauseabunda. Le había parecido bien y fácil mientras peleaba, pero ahora…

Vomitó. Nunca había matado a nadie, y ahora el horror y el hedor la abrumaban. Se arrodilló allí durante lo que parecieron horas hasta que su mente le insistió que debía moverse. La voz del maestro espadachín Wendros volvió a ella…

Cuando está hecho, está hecho. Enfócate en lo práctico, y no te arrepientas de nada.

Era más fácil decirlo que hacerlo, pero Erin se obligó a pararse. Limpió la espada en la ropa de los bandidos, luego arrastró los cuerpos a un lado del camino. Esa fue la parte más difícil de todas, porque eran todos más grandes que ella, y además un cuerpo era más pesado que un ser viviente. Para cuando hubo terminado tenía más sangre en la ropa que la que había corrido durante la pelea, por no hablar del corte que el hombre que tenía el cuchillo le había hecho. Tuvo el extraño y repentino pensamiento de que tendría que asegurarse de que un criado la arreglara antes de que su madre la viera. Eso le causó risa, y no pudo para de reírse por un largo rato.

Los nervios del combate. La amenaza más grande para un espadachín, y la mejor droga que el mundo haya tenido.

Erin permaneció allí parada por unos minutos más, dejando que el entusiasmo de la pelea corriera por sus venas. Había matado a unos hombres, y había hecho más que eso. Había demostrado su valor. Ahora los Caballeros de la Espuela tendrían que aceptarla.




CAPÍTULO OCHO


Renard seguía yendo a la posada de la Escama Rota por tres razones, y ninguna tenía que ver con la cerveza, que era muy mala. La primera era la tabernera, Yselle, a quien parecía gustarle los hombres fornidos y pelirrojos como él, y quien alternaba entre acusarlo de engañarla y reclamarle que la visitara más seguido.

La segunda razón era que, en los días en los que estaba dispuesto a ganarse la vida de forma honesta, no les molestaba que él sacara su laúd y tocara algunas viejas baladas. Generalmente, Renard no tenía ganas de hacerlo, pero a veces sus dedos ansiaban la interpretación.

La tercera razón era que sus dedos solían ansiar otras cosas, y la taberna era un buen lugar para escuchar rumores.

–Se parece mucho a un cuento —le dijo al hombre sentado enfrente de él, utilizando la distracción cuidadosamente para cambiar una carta por otra que tenía escondida bajo la manga.





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“Tiene todos los ingredientes para un éxito inmediato: argumentos, contraargumentos, misterio, valientes caballeros y relaciones que florecen repletas de corazones rotos, engaños y traición. Los mantendrá entretenidos durante horas, complaciendo a todas las edades. Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores de fantasía.”

–Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (respecto a El Anillo del Hechicero)

“Allí están los comienzos de algo extraordinario”.

–San Francisco Book Review (respecto a La Senda de los Héroes)

De la escritora de USA Today y bestseller No. 1, Morgan Rice, autora de La Senda de los Héroes (más de 1.300 opiniones con cinco estrellas), llega el debut de una nueva serie de fantasía sorprendente.

EL REINO DE LOS DRAGONES (La Era de los Hechiceros—Libro uno) cuenta la historia de una épica llegada a la madurez de un joven de 16 años muy especial, el hijo de un herrero de una familia pobre, quien no tiene la oportunidad de demostrar sus habilidades para luchar e irrumpir en las filas de los nobles. Sin embargo, alberga un poder que no puede negar, y un destino que debe seguir.

Cuenta la historia de una princesa de 17 años en la víspera de su boda, destinada a la grandeza, y de su hermana menor, rechazada por la familia y muriéndose de plaga.

Cuenta la historia de tres hermanos, tres príncipes que no podrían ser más distintos, todos compitiendo por el poder.

Cuenta la historia de un reino al borde de un cambio, de una invasión, la historia de la extinción de la raza de dragones, que caen diariamente del cielo.

Cuenta la historia de dos reinos rivales, de los rápidos que los separan, de un paisaje salpicado por volcanes inactivos y de una capital accesible solamente con la marea. Es una historia de amor, pasión, de odio y rivalidad entre hermanos; de delincuentes y tesoros escondidos; de monjes y guerreros secretos; de honor y gloria, y de traición y engaño.

Es la historia de Dragonfell, una historia de honor y valor, de hechiceros, magia y destino. Es una historia que no podrás dejar hasta las primeras horas, que te transportará a otro mundo y hará que te enamores de personajes que nunca olvidarás. Atrae a todas las edades y géneros.

Los libros dos y tres (TRONO DE DRAGONES y NACIDA DE DRAGONES) están disponibles ahora para reservar.

“Una fantasía animada…. Solo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para jóvenes”.

–Midwest Book Review (respecto a La Senda de los Héroes)

“Lleno de acción…. La composición de Rice es sólida y el argumento, intrigante”.

–Publishers Weekly (respecto a La Senda de los Héroes)

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