Книга - Una Razón para Esconderse

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Una Razón para Esconderse
Blake Pierce


Un Misterio de Avery Black #3
Una historia dinámica que te atrapa desde el primer capítulo y no te deja ir. Midwest Book Review, Diane Donovan (sobre ‘Una vez desaparecido’) Del autor exitoso de misterio Blake Pierce llega una nueva obra maestra del suspenso psicológico, UNA RAZÓN PARA ESCONDERSE (Un misterio de Avery Black – Libro 3) . Cuerpos están siendo encontrados en las afueras de Boston, sus cadáveres quemados más allá del reconocimiento, y la policía entiende que un nuevo asesino en serie está al acecho en las calles. A medida que los medios de comunicación se convergen y la presión aumenta, el Departamento de Policía de Boston decide que su única opción es pedirle ayuda a su detective de Homicidios más brillante y más controversial: Avery Black. Avery, aún tratando de recoger los pedazos de su propia vida, su nueva relación con Ramírez y su reconciliación con Rose, se encuentra repentinamente en medio del caso más difícil de su carrera. Con poca evidencia, debe entrar en la mente de un asesino psicótico, tratar de entender su obsesión con el fuego y qué es lo que eso quiere decir de su personalidad. Su rastro la lleva a las profundidades de los peores vecindarios de Boston, a enfrentamientos con los peores psicópatas y, finalmente, a un giro que jamás se hubiera imaginado. En un juego psicológico del gato y el ratón y una carrera frenética contra el tiempo, Avery se adentra demasiado en el laberinto de la mente de un asesino y en lugares demasiado oscuros. Un thriller psicológico oscuro con suspenso emocionante, UNA RAZÓN PARA ESCONDERSE es el libro #3 de una nueva serie fascinante, con un nuevo personaje querido, que te dejará pasando páginas hasta bien entrada la noche. El libro #4 de la serie de Avery Black estará disponible pronto. Una obra maestra del thriller y el misterio. Pierce hizo un trabajo magnífico desarrollando a los personajes psicológicamente, tanto así que sientes que estás en sus mentes, vives sus temores y aclamas sus éxitos. La trama es muy inteligente y te mantendrá entretenida durante todo el viaje. Este libro te mantendrá pasando páginas hasta bien entrada la noche debido a sus giros inesperados. Opiniones de libros y películas, Roberto Mattos (Una vez desaparecido)





Blake Pierce

Una Razón para Esconderse. Un Misterio de Avery Black 3




Blake Pierce

Blake Pierce es el autor de la serie exitosa de misterio de RILEY PAIGE que cuenta con siete libros hasta los momentos. Blake Pierce también es el autor de la serie de misterio de MACKENZIE WHITE (que cuenta con cuatro libros), de AVERY BLACK (que cuenta con cuatro libros) y de la nueva serie de misterio de KERI LOCKE.

Blake Pierce es un ávido lector y fan de toda la vida de los géneros de misterio y los thriller. A Blake le encanta comunicarse con sus lectores, así que por favor no dudes en visitar su sitio web www.blakepierceauthor.com (http://www.blakepierceauthor.com/) para saber más y mantenerte en contacto.



Copyright © 2017 por Blake Pierce. Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976 y las leyes de propiedad intelectual, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o distribuida en cualquier forma o por cualquier medio, o almacenada en un sistema de bases de datos o de recuperación sin el previo permiso del autor. Este libro electrónico está licenciado para tu disfrute personal solamente. Este libro electrónico no puede ser revendido o dado a otras personas. Si te gustaría compartir este libro con otras personas, por favor compra una copia adicional para cada destinatario. Si estás leyendo este libro y no lo compraste, o no fue comprado solo para tu uso, por favor regrésalo y compra tu propia copia. Gracias por respetar el trabajo arduo de este autor.  Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son productos de la imaginación del autor o se emplean como ficción. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es totalmente coincidente. Los derechos de autor de la imagen de la cubierta son de Dimedrol68, utilizada bajo licencia de Shutterstock.com.



LIBROS ESCRITOS POR BLAKE PIERCE



SERIE DE MISTERIO DE RILEY PAIGE

UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1)

UNA VEZ TOMADO (Libro #2)

UNA VEZ ANHELADO (Libro #3)

UNA VEZ ATRAIDO (Libro #4)

UNA VEZ CAZADO (Libro #5)

UNA VEZ AÑORADO (Libro #6)

UNA VEZ ABANDONADO (Libro #7)



SERIE DE MISTERIO DE MACKENZIE WHITE

ANTES DE QUE ASESINE (Libro #1)

ANTES DE QUE VEA (Libro #2)

ANTES DE QUE DESEE (Libro #3)

ANTES DE QUE ARREBATE (Libro #4)



SERIE DE MISTERIO DE AVERY BLACK

UNA RAZÓN PARA MATAR (Libro #1)

UNA RAZÓN PARA HUIR (Libro #2)

UNA RAZÓN PARA ESCONDERSE (Libro #3)

UNA RAZÓN PARA TEMER (Libro #4)



SERIE DE MISTERIO DE KERI LOCKE

UN RASTRO DE MUERTE (Libro #1)

UN RASTRO DE ASESINATO (Libro #2)




PRÓLOGO


Estaba a punto de amanecer cuando llegó al otro lado del terreno baldío. Había llovido un poco la noche anterior, creando una nube de niebla. Caminaba lenta y metódicamente, como si hiciera esto todas las mañanas.

Había cimientos de casas por todas partes, casas que jamás serían terminadas. Supuso que las estructuras fueron colocadas hace cinco o seis años, para finalmente ser abandonadas cuando estalló la crisis de las viviendas. Y, por alguna razón, esto lo enfurecía. Tan promisorias tanto para las familias y un constructor, solo para terminar fracasando rotundamente al final.

Se veía demacrado contra la niebla; alto y delgado, como un espantapájaros real. Su abrigo negro se integraba perfectamente con la brizna de color gris claro. Era una escena etérea. La escena lo hacía sentirse como un fantasma. Lo hacía sentirse legendario, casi invencible. Se sentía como si fuera una parte del mundo, y que el mundo también era parte de él.

Pero su presencia allí no era nada natural. De hecho, pasó semanas planeando esto. Meses. Los años anteriores solo fueron los pasos que lo trajeron a este momento.

Caminó por la niebla y escuchó la ciudad. El ajetreo estaba lejos, como a dos kilómetros de allí. Se encontraba en una parte olvidada y decrépita de la ciudad que había sufrido un colapso económico. Muchas esperanzas y sueños muertos yacían en el suelo cubierto de niebla.

Todo esto lo enfurecía.

Esperó pacientemente. Caminó de un lado a otro sin ningún propósito real.  Caminó por el borde de la calle vacía y luego al área de construcción entre los esqueletos de las casas que nunca llegaron a ser. Siguió caminando, esperando que otra figura se mostrara en la niebla. Sabiendo que el universo se la enviaría.

Finalmente apareció.

Incluso antes de que pudiera verla, pudo sentirla a través de la luz débil del amanecer y la niebla. La figura era femenina.

Esto era lo que había esperado. El destino estaba siendo escrito justo en frente de él.

Con el corazón tronando en su pecho, dio un paso hacia adelante, haciendo todo lo posible para parecer natural y tranquilo. Abrió la boca y empezó a llamar a un perro que no estaba allí. En la niebla, su voz no sonaba como la suya; era delgada y vacilante, como la de un fantasma.

Metió la mano en el bolsillo de su abrigo largo y sacó una correa para perros retractable que había comprado el día anterior.

“¡Cariño!”, gritó.

Era el tipo de nombre que confundiría a un transeúnte antes de que tuviera tiempo para siquiera echarle otro vistazo.

“¡Cariño!”.

La figura de la mujer se acercó por la niebla. Vio que ella tenía su propio perro, y que este era su paseo matutino. Era uno de esos perros pequeños y pretenciosos, del tipo que se parecía más a una rata. Él obviamente ya sabía eso de ella. Sabía casi todo de su horario matutino.

“¿Todo bien?”, preguntó la mujer.

Podía ver su cara ahora. Ella era mucho más joven que él, unos veinte años menor.

Levantó la correa vacía y le sonrió tristemente. “Mi perra se soltó. Estoy bastante seguro de que se fue por aquí, pero no la escucho”.

“Ay no”, dijo la mujer.

“¡Cariño!”, gritó de nuevo.

A los pies de la mujer, el pequeño perro levantó la pata y orinó. La mujer ni se dio cuenta. Ella lo estaba mirando ahora. Sus ojos se llenaron de reconocimiento. Inclinó su cabeza. Una sonrisa incierta se formó en sus labios. Dio un pequeño paso hacia atrás.

Él metió la mano en el otro bolsillo de su abrigo y envolvió su mano alrededor del mango del martillo que había escondido allí. Lo sacó con una velocidad sorprendente.

Le golpeó la cabeza fuertemente con él. El ruido que hizo en el terreno tranquilo, en el manto de la niebla, fue mínimo. Pum.

Los ojos de la mujer se volvieron vidriosos. Cuando cayó al suelo, Aun podía ver las huellas de esa pequeña sonrisa en su boca.

Su pequeño perro la olfateó y luego levantó la mirada. Dejó escapar un ladrido patético. El hombre se le acercó y el perro gruñó suavemente. Orinó un poco más, retrocedió y luego se fue corriendo del terreno, su correa arrastrando detrás de él.

Guardó el martillo y la correa inútil. Luego miró el cuerpo de la mujer por un momento y lo alcanzó lentamente, el único sonido el de los ladridos del perro, haciendo eco en la niebla matutina.




CAPÍTULO UNO


Avery bajó las últimas cajas en el suelo del nuevo apartamento de su hija y sintió ganas de llorar. El camión en movimiento se había alejado de la acera hace cinco minutos y no había vuelta atrás ahora: Rose tenía un apartamento propio. Avery sintió el hueco creciendo en su estómago; esto era completamente diferente a su vida en un dormitorio universitario, donde tenía amigos en cada esquina y la seguridad de la policía del campus.

Rose viviría sola ahora. Y Avery todavía no lo había aceptado. Hace poco, Rose estuvo en peligro debido al último caso de Avery, y ella todavía se sentía culpable por eso. Para Avery, era irresponsable que Rose viviera sola después de ese calvario. La hacía sentirse como una mala madre. También temía mucho por su hija. Y eso era significativo ya que era una detective de homicidios.

“Tiene dieciocho años”, pensó Avery. “No puedes aferrarte a ella para siempre, sobre todo cuando tu agarre sobre ella fue débil, casi inexistente, durante sus años de formación”.

¿Cómo había crecido tan rápido? ¿Cómo se había convertido en una mujer tan hermosa, independiente y motivada? Avery ciertamente no podía tomar el crédito por eso, ya que había estado ausente durante la mayor parte de su vida.

Aun así, ver a su hija mientras desempacaba sus propios platos y los colocaba en sus propios gabinetes la hacía sentirse orgullosa. A pesar de los años tumultuosos de infancia y adolescencia que había vivido, Rose lo había logrado. El futuro era suyo, y comenzaba en este momento: ella colocando sus platos de la tienda de un dólar en los gabinetes de su primer apartamento.

“Estoy orgullosa de ti”, dijo Avery. Hizo su camino por el laberinto de cajas que ocupaban el piso de la sala de estar de Rose.

“¿Por qué?”, dijo Rose.

“Por sobrevivir”, dijo Avery con una sonrisa. “Sé que no te facilité mucho las cosas”.

“Es cierto. Pero papá lo hizo bien. Y no digo eso para ofenderte”.

Avery sintió una punzada de dolor.

“Lo sé”.

Avery sabía que tal admisión era difícil para Rose. Sabía que su hija todavía estaba tratando de entender su relación. Para una típica madre e hija que habían estado separadas, la reconciliación era bastante difícil. Pero ambas habían pasado por cosas muy difíciles últimamente. Rose fue acechada por un asesino en serie y trasladada a una casa segura, y Avery estaba lidiando con el estrés postraumático de haber tenido que correr al rescate de Rose. Esos baches en el camino serían difíciles de superar. Incluso algo tan sencillo como mover cajas al nuevo apartamento de su hija era un gran paso en el camino de reparar la relación que Avery tanto deseaba tener con ella.

Tomar ese paso requería una cierta normalidad, una normalidad que no siempre estaba disponible en el mundo de una detective obsesionada con el trabajo.

Fue a la cocina y ayudó a Rose a desempacar las cajas etiquetadas COCINA. Avery sintió muchas ganas de llorar de nuevo.

“¿Qué demonios? ¿Por qué estoy tan emocional?”.

“¿Crees que estarás bien?”, preguntó Avery, tratando de mantener la conversación en pie. “Esto no es como un dormitorio universitario. Estarás sola, por tu cuenta. ¿Estás lista para eso después de… bueno, después de todo lo que has pasado?”.

“Sí, mamá. Ya no soy una niña”.

“Bueno, eso es muy evidente”.

“Además”, dijo, guardando el último plato y colocando la caja vacía a un lado, “en realidad ya no estoy sola”.

Eso era. Rose había estado un poco distraída últimamente, pero también de buen humor, y un buen humor era una extraña ocurrencia para Rose Black. Avery supuso que podría ser por un chico, y eso hizo que unas emociones totalmente diferentes que Avery no estaba preparada para lidiar salieran a la superficie. Se perdió la charla de la menstruación con Rose, se perdió detalles de su primer amor, primer baile y primer beso. Ahora que se enfrentaba a la potencial vida sentimental de su hija de dieciocho años de edad, comprendía lo mucho que se había perdido.

“¿Qué quieres decir con eso?”, preguntó Avery.

Rose se mordió el labio, como si estuviera arrepentida de haber hablado.

“Yo… bueno, conocí a alguien”.0

Lo dijo casualmente y un poco despectivamente, dejando en claro que no tenía ningún interés de hablar de ello.

“¿Ah sí?”, preguntó Avery. “¿Cuándo?”.

“Hace aproximadamente un mes”, dijo Rose.

“Exactamente la cantidad de tiempo que he estado notando su mejor humor”, pensó Avery. A veces era inquietante cómo sus habilidades de detective se superponían en su vida personal.

“Pero… No está viviendo aquí, ¿cierto?”, preguntó Avery.

“No, mamá. Pero probablemente pasará mucho tiempo aquí”.

“Ese no es el tipo de cosas que la madre de una joven de dieciocho años de edad quiere escuchar”, dijo Avery.

“Dios, mamá. Todo estará bien”.

Avery sabía que debía dejarlo así. Si Rose querría hablar con ella de este chico, lo haría en su propio tiempo. Presionarla solo empeoraría las cosas.

Pero, de nuevo, su instinto laboral la dominó y no pudo contenerse de hacer más preguntas.

“¿Puedo conocerlo?”.

“Claro que no. Todavía no, de todos modos”.

Avery percibió la oportunidad de profundizar la conversación, la conversación incómoda sobre el sexo con protección y el riesgo de enfermedades y embarazo en la adolescencia. Pero sentía que no tenía ese derecho, dada su relación tensa.

Sin embargo, le era imposible no preocuparse. Siendo detective, sabía lo que las personas eran capaces de hacer. No solo había visto asesinatos, sino también casos graves de abuso doméstico. Y si bien este tipo en la vida de Rose podría ser un perfecto caballero, era mucho más fácil para Avery asumir que era una amenaza.

Sin embargo, ¿no tenía que confiar en los instintos de su hija en algún punto? ¿No acababa de felicitar a Rose por lo bien que había salido a pesar de su crianza?

“Ten cuidado”, dijo Avery.

Era evidente que Rose estaba incómoda. Puso los ojos en blanco y comenzó a desempacar DVDs en la pequeña sala de estar que estaba unida a la cocina.

“¿Y qué de ti?”, preguntó Rose. “¿No te cansas de estar sola? Papá también sigue solo”.

“Estoy consciente de eso”, dijo Avery. “Pero eso no es asunto mío”.

“Es tu ex esposo”, señaló Rose. “Y es mi padre. Así que sí es asunto tuyo. Quizás te haga bien volver a verlo”.

“Eso no nos haría ningún bien”, respondió Avery. “Si le preguntas, estoy segura que te dirá lo mismo que yo”.

Avery sabía que eso era verdad. Aunque nunca habían hablado de volver a estar juntos, había un acuerdo tácito entre ellos, algo que habían sentido desde que perdió su trabajo como abogada y arruinó su vida en las semanas que siguieron. Se tolerarían solo por Rose. Aunque había sentimientos mutuos de amor y respeto, los dos sabían que no volverían a estar juntos. Jack solo se preocupaba por lo mismo que ella. Quería que Avery pasara más tiempo con Rose. Y le tocaba a ella encontrar la manera de hacer eso. Había pasado algún tiempo ideando un plan las últimas semanas y, aunque requeriría sacrificio, estaba dispuesta a intentarlo.

Al sentir que el tema delicado de Jack ya estaba pasando como una nube tempestuosa, Avery trató de abordar el tema de ese sacrificio. No había forma de abordarlo sutilmente, así que simplemente decidió decirlo y ya.

“Estaba pensando en pedir una carga de trabajo más ligera durante los próximos meses. Supuse que tú y yo deberíamos intentar mejorar nuestra relación”.

Rose se detuvo. Se veía sorprendida, realmente sorprendida. Dio un pequeño gesto de reconocimiento y volvió a desempacar. Hizo un pequeño sonido.

“¿Qué?”, preguntó Avery.

“Pero amas tu trabajo”.

“Cierto”, dijo Avery. “Pero he estado pensando en transferirme a otro departamento. Si hiciera eso, mi horario sería mejor”.

Rose dejó de desempacar. Muchas expresiones cruzaron su rostro en un segundo. A Avery le complació ver que una era de ellas fue esperanza.

“Mamá, no tienes que hacer eso”. Su voz era dulce y desprevenida, casi como la de la niña que solía ser. “Eso es cambiar tu vida por completo”.

“No, no lo es. Ya soy mayor y me estoy dando cuenta de que me perdí un montón de cosas familiares. Es lo que tengo que hacer para seguir adelante… para ser mejor”.

Rose se sentó en el sofá lleno de cajas y ropa. Levantó la mirada, ese destello de esperanza todavía en su rostro.

“¿Estás segura de que es lo que quieres?”, preguntó.

“No lo sé. Quizás”.

“Además, veo de donde viene mi capacidad impresionante para recuperarme… de ti”.

“Ya veo que al fin lo notaste”.

“Sí. Y, para ser honesta, creo que papá también”.

“Rose…”.

Rose se volvió hacia ella.

“Te echa de menos, mamá”.

Avery se encorvó. Se quedó allí, en silencio por un momento, incapaz de responder.

“Yo también lo echo de menos a veces”, admitió Avery. “Simplemente no lo suficiente como para llamar y sacar a relucir el pasado”.

“Te echa de menos, mamá”.

Avery dejó que esa frase surtiera efecto. Rara vez pensaba en Jack románticamente. Sin embargo, había dicho la verdad. Ella sí lo echaba de menos. Echaba de menos el extraño sentido del humor de Jack, la forma en que su cuerpo siempre parecía demasiado frío en las mañanas, cómo su necesidad de tener sexo era casi cómicamente predecible. Y extrañaba verlo ser un excelente padre más que nada. Pero ese era el pasado, una parte de su vida que estaba tratando de dejar atrás.

Aun así, no pudo evitar preguntarse qué pudo haber sido, cayendo en cuenta que pudo haber tenido una excelente vida a su lado. Una vida con cercas blancas, eventos escolares, domingos tranquilos en el patio trasero.

Pero era posibilidad ya no existía. Rose no había tenido la oportunidad de vivir esa vida perfecta y Avery seguía culpándose a sí misma.

“¿Mamá?”.

“Lo siento, Rose. No creo que tu padre y yo podamos arreglar las cosas. Además”, añadió, y respiró hondo, preparándose para la reacción de Rose, “tal vez no eres la única que ha conocido a alguien”.

Rose se volvió hacia ella, y Avery se sintió aliviada al ver su sonrisa. Miró a su madre con la sonrisa maliciosa que unas amigas podrían compartir mientras hablaban de chicos en medio de unos tragos. Eso calentaba el corazón de Avery de una manera que no estaba preparada para explicar, si es que pudiera hacerlo.

“¿Qué?”, preguntó Rose, fingiendo sorpresa. “¿Tú? Detalles, por favor”.

“No hay detalles todavía”.

“Bueno, ¿quién es?”.

Avery se rio entre dientes al darse cuenta de lo tonto que parecería. Casi no lo dijo. Demonios, ni siquiera le había dicho al chico cómo se sentía. Expresarlo en frente de su hija sería un poco surrealista.

Sin embargo, ella y Rose estaban progresando. No tenía sentido guardárselo a causa de su propia vergüenza de tener sentimientos por un hombre que no era el padre de Rose.

“Es un hombre con el que trabajo. Ramírez”.

“¿Ya estuvieron juntos?”.

“¡Rose!”.

Rose se encogió de hombros. “Querías una relación abierta y honesta con tu hija, ¿cierto?”.

“Sí, supongo que sí”, dijo con una sonrisa. “Y no… todavía no. Pero me estoy enamorando de él. Es agradable. Divertido, atractivo… y tiene este encanto que solía molestarme, pero que ahora me parece atractivo”.

“¿Él se siente igual?”, preguntó Rose.

“Sí. Bueno… se sentía. Creo que estropeé las cosas. Ha sido paciente, pero creo que ya se le agotó la paciencia”. Lo único que no le dijo es que había tomado la decisión de decirle a Ramírez cómo se sentía, pero aún no había tenido el coraje suficiente para hacerlo.

“¿Lo echaste a un lado?”, preguntó Rose.

Avery sonrió.

“Maldita sea, eres observadora”.

“Te lo estoy diciendo… Es la genética”.

Rose volvió a sonreír. Parecía haberse olvidado de que tenía que desempacar.

“¡Hazlo, mamá!”.

“Dios mío”.

Rose se echó a reír, y Avery también. Sin duda este era el momento más vulnerable que habían compartido desde que habían comenzado a trabajar para arreglar su relación. De repente, la idea de tomarse algo de tiempo libre del trabajo parecía una necesidad más que solo una idea esperanzadora.

“¿Qué harás este fin de semana?”, preguntó Avery.

“Desempacar. Tal vez saldré con Ma… el tipo que permanecerá en el anonimato por ahora”.

“¿Qué tal un día de chicas con tu madre mañana? Podemos ir a almorzar, ver una película, arreglarnos las uñas”.

Rose arrugó la nariz ante la idea, pero luego pareció considerarla seriamente. “¿Puedo elegir la película?”.

“Sí”.

“Suena divertido”, dijo Rose con emoción. “Cuenta conmigo”.

“Excelente”, dijo Avery. Luego sintió una necesidad de preguntar algo que se sentía extraño, pero que sería fundamental para su relación. Saber lo que estaba a punto de preguntarle a su hija era aleccionador pero, de una manera muy extraña, también liberador.

“¿Así que no te molesta que siga adelante?”, preguntó Avery.

“¿Qué quieres decir con eso?”, preguntó Rose. “¿Por papá?”.

“Sí. De tu padre y de toda esa parte de mi vida, la parte de mi vida que dificultó las cosas para todos nosotros. Una gran parte de seguir adelante es ya no sentirme encadenada por la culpa de lo que pudo haber sido. Y tengo que alejarme de tu padre para poder hacerlo. Siempre lo amaré y lo respetaré por criarte mientras que yo no estuve allí, pero él es una parte importante de la vida de la cual tengo que alejarme. ¿Entiendes?”.

“Sí”, dijo Rose. Su voz se había vuelto dulce y vulnerable de nuevo. Oírla hizo que Avery sintiera ganas de ir al sofá y abrazarla. “Y no necesitas mi permiso, mamá”, continuó Rose. “Sé que lo estás intentando. Lo veo”.

Por tercera vez en quince minutos, Avery sintió que estaba a punto de llorar. Suspiró para alejar las lágrimas.

“¿Cómo saliste tan bien?”, preguntó Avery.

“Genética”, dijo Rose. “Es verdad que has cometido errores, mamá. Pero siempre has sido una dura”.

Antes de que Avery tuviera tiempo de formar una respuesta, Rose dio un paso adelante y la abrazó. Fue un verdadero abrazo, algo que no había sentido de su hija en bastante tiempo.

Esta vez, Avery se permitió llorar.

No recordaba la última vez que había estado tan feliz. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que realmente estaba accionando para escapar de los errores de su pasado.

Una gran parte de eso sería hablar con Ramírez y hacerle saber que ya estaba cansada de ocultar lo que había estado creciendo entre ellos. Ella quería estar con él. De repente, con los brazos de su hija alrededor de ella, Avery sintió que no podía esperar a tener esa discusión con él.

De hecho, esperaba que fuera más allá de una discusión. Esperaba que terminaran haciendo mucho más que hablar, finalmente dejando que la tensión que había estado creándose entre ellos se disipara de la mejor forma posible.




CAPÍTULO DOS


Se reunió con Ramírez tres horas más tarde, justo después del fin de su turno. Había respondido su llamada con entusiasmo, pero había sonado cansado. Es por eso que habían elegido reunirse a orillas del río Charles, en uno de los muchos bancos ubicados en los senderos alrededor del borde oriental del río.

Mientras caminaba hasta el banco en el que habían acordado reunirse, vio que acababa de llegar. Estaba sentado en el banco, mirando al otro lado del río. El cansancio en su voz se notaba en su rostro. Sin embargo, se veía en paz. Había notado que él se volvía silencioso e introspectivo cada vez que se le presentaba una vista panorámica de la ciudad.

Se acercó y él se volvió hacia ella cuando oyó sus pasos. Le mostró su sonrisa ganadora y, en ese instante, ya no se veía cansado. Una de las muchas cosas que le gustaban a Avery de él era la forma en la que la hacía sentir cada vez que la miraba. Era claro que había algo más que simple atracción allí; la miraba con reconocimiento y respeto. Eso, más el hecho de que él le decía a menudo que era hermosa, la hacía sentirse más segura y más deseable de lo que jamás había recordado sentir.

“¿Tuviste un día largo?”, le preguntó Avery a lo que se sentó en el banco a su lado.

“Sí. Tuve mucho trabajo. Quejas por ruido. Una pelea en un bar que se volvió sangrienta. Y hasta recibí una llamada sobre un perro que había perseguido a un niño a un árbol”.

“¿Un niño?”.

“Un niño”, dijo Ramírez. “La vida glamorosa de un detective cuando la ciudad está tranquila y aburrida”.

Ambos miraron el río en un silencio que, durante las últimas semanas, había comenzado a volverse cómodo. Si bien no eran técnicamente una pareja, habían llegado a apreciar el tiempo juntos que no estaba lleno de charla por el simple hecho de hablar. Lenta y deliberadamente, Avery se acercó y le tomó la mano.

“Camina conmigo, ¿quieres?”.

“Claro”, dijo, dándole un apretón a su mano.

Incluso sostener su mano era algo monumental para Avery. Ella y Ramírez se habían tomado de manos con frecuencia y se habían besado brevemente en algunas ocasiones, pero agarrar su mano intencionalmente estaba fuera de su zona de confort.

“Pero cada vez se siente más cómodo”, pensó cuando empezaron a caminar. “Bueno, lleva mucho tiempo sintiéndose así, admítelo”.

“¿Estás bien?”, preguntó Ramírez.

“Sí”, dijo. “Tuve un buen día con Rose”.

“¿Las cosas se están empezando a normalizar?”, preguntó.

“Sí, un poco”, dijo Avery. “Es un trabajo en progreso. Y hablando de progreso…”.

Se detuvo, confundida porque no entendía por qué le era tan difícil decir lo que quería decir. Debido a su pasado, sabía que era emocionalmente fuerte… Entonces ¿por qué le era tan difícil expresarse cuando realmente importaba?

“Esto va a sonar cursi”, dijo Avery. “Así que por favor mantén mi vulnerabilidad en mente”.

“Está bien…”, dijo Ramírez, claramente confundido.

“He sabido desde hace bastante tiempo que tengo que hacer algunos cambios. Una gran parte de eso es tratar de arreglar las cosas con Rose. Pero hay otras cosas también. Cosas que no he querido admitirme a mí misma por temor”.

“¿Como qué?”, dijo Ramírez.

Sabía que él estaba un poco incómodo. Habían sido transparentes antes, pero nunca a esta medida. Esto era más difícil de lo que había esperado.

“Mira… sé que arruiné las cosas entre nosotros”, dijo Avery. “Me mostraste una paciencia y un entendimiento tremendo durante las cosas que estaba pasando. Y sé que te alejé luego de haberte esperanzado”.

“Eso es cierto”, dijo Ramírez, con un poco de humor.

“Te pido disculpas por eso”, dijo Avery. “Espero que puedas pasar por alto mis temores y mi vacilación… Quiero otra oportunidad”.

“¿Una oportunidad para…?”, dijo Ramírez.

“Va a hacerme decirlo”, pensó. “Y me lo merezco”.

Ya era de noche y había pocas personas caminando por las aceras y senderos que alineaban el río. Era una escena pintoresca, como algo salido de una de esas películas que por lo general odiaba ver.

“Una oportunidad para nosotros”, dijo Avery.

Ramírez dejó de caminar, pero mantuvo su mano en la suya. La miró con sus ojos marrones oscuros y sostuvo la mirada. “No puede ser una oportunidad”, dijo. “Tiene que ser real. Algo seguro. No puedo seguir en esto de toma y dame”.

“Lo sé”.

“Si me puedes decir qué quieres decir con nosotros, entonces lo consideraré”.

No sabía si estaba hablando en serio o simplemente tratando de hacerla pasar un mal rato. Rompió el contacto visual y apretó sus manos.

“Maldita sea”, dijo Avery. “Me dificultarás esto, ¿cierto?”.

“Bueno, creo que…”.

Ella lo interrumpió con un beso. En el pasado, sus besos habían sido breves, incómodos y llenos de su vacilación habitual. Pero ahora se perdió en él. Lo acercó tanto como pudo y lo besó con más pasión que nunca, más que la pasión de su último contacto físico con un hombre durante su último año feliz de matrimonio con Jack.

Ramírez no se molestó en luchar. Sabía que llevaba mucho tiempo esperando esto, y podía sentir su entusiasmo.

Se besaron como adolescentes enamorados por el río Charles. Fue un beso suave pero caliente que vibraba con la frustración sexual que había estado floreciendo entre ellos durante varios meses.

Cuando sus lenguas se encontraron, Avery sintió una oleada de energía a través de ella, energía que sabía que quería utilizar de una forma específica.

Ella rompió el beso y acercó su frente a la suya. Se miraron el uno al otro durante varios segundos en esa postura, disfrutando del silencio y del peso de lo que acababan de hacer. Habían cruzado una línea. Y, en el tenso silencio, ambos sintieron que todavía había muchas más por cruzar.

“¿Estás segura de esto?”, preguntó Ramírez.

“Sí. Y lamento que me haya tomado tanto tiempo darme cuenta”.

La acercó a su cuerpo y la abrazó. Sentía algo como alivio en su cuerpo, como si se hubiera quitado un gran peso de encima.

“Quiero intentarlo”, dijo Ramírez.

Rompió el abrazo y la besó de nuevo en el lado de su boca.

“Creo que tenemos que celebrar la ocasión. ¿Quieres ir a cenar?”.

Suspiró y sonrió temblorosamente. Ya había roto una barrera emocional confesándole sus sentimientos. ¿Qué de malo sería seguir siendo honesta con él ahora mismo?

“Sí, creo que tenemos que celebrar”, dijo. “Pero ahora mismo, en este mismo momento, no estoy muy interesada en ir a cenar”.

“Entonces, ¿qué quieres hacer?”, preguntó.

Su inocencia era encantadora. Ella se inclinó y le susurró al oído, disfrutando de la sensación de tenerlo cerca, así como también el olor de su piel.

“Vamos a tu casa”.

Se apartó y la miró con la misma seriedad que antes, pero ahora había algo más allí. Era algo que había visto en sus ojos antes, algo de emoción que nacía de una necesidad física.

“¿Sí?”, dijo con incertidumbre.

“Sí”, dijo ella.

Mientras corrían por el césped, hacia el estacionamiento donde ambos habían estacionado sus autos, estaban riéndose como unos niños. Era genial, ya que Avery no podía recordar la última vez que se había sentido tan liberada, emocionada y libre.


***

La pasión que habían experimentado a la orilla del río seguía viva cuando Ramírez abrió la puerta de su apartamento. Una parte de Avery quería saltar encima de él en ese mismo momento, antes de que tuviera tiempo de cerrar la puerta detrás de ellos. Se habían toqueteado todo el viaje y, ahora que estaban allí, Avery sentía como si estuvieran en el precipicio de algo monumental.

Cuando Ramírez cerró la puerta con llave, a Avery le sorprendió que no se le acercara de inmediato. En su lugar, se dirigió a la cocina, donde se sirvió un vaso de agua.

“¿Agua?”, le preguntó.

“No, gracias”, respondió.

Se bebió su agua y miró por la ventana de la cocina. Las luces de la ciudad brillaban a través del cristal.

Avery se fue a la cocina para acompañarlo y le quitó el vaso de la mano. “¿Qué pasa?”, preguntó.

“No quiero decirlo”, dijo.

“¿Cambiaste de parecer?”, preguntó. “¿Tanta espera disipó las ganas que sentías por mí?”.

“No”, dijo él. Puso sus brazos alrededor de su cintura, viéndolo tratar de formar las palabras adecuadas.

“Podemos esperar”, dijo ella, esperando en lo más profundo de su ser que no quisiera hacerlo.

“No”, dijo con un poco de urgencia. “Es que… no lo sé”.

Esto fue una sorpresa para Avery. Con todo su coqueteo magistral y frases seductoras de los últimos meses, estaba segura de que hubiera sido un poco agresivo cuando, y si alguna vez, llegara este momento. Pero ahora parecía inseguro de sí mismo, casi nervioso.

Se inclinó y le besó la mandíbula. Luego suspiró y se apoyó en su cuerpo.

“¿Qué pasa?”, preguntó Avery, sus labios rozando su piel mientras hablaba.

“Es que esto es real ahora, ¿sabes? Esto no es solo una aventura de una noche. Me importas mucho, Avery. Realmente me importas. Y yo no quiero apresurar las cosas”.

“Hemos estado en esto los últimos cuatro meses”, dijo. “No creo que estemos apresurando nada”.

“Buen punto”, dijo. La besó en la mejilla, luego en el pequeño pedazo de hombro que su camiseta dejaba al desnudo. Sus labios encontraron su cuello y, cuando él la besó allí, pensó que colapsaría allí mismo, y que se llevaría a él consigo.

“¿Ramírez?”, dijo, negándose a utilizar su nombre de pila en broma.

“¿Sí?”, preguntó él, su rostro rozando su cuello y dándole besos.

“Llévame a la habitación”.

La acercó a su cuerpo, la levantó y le permitió envolver sus piernas alrededor de su cintura. Comenzaron a besarse, y luego él la obedeció. La llevó lentamente a la cama y, para cuando cerró la puerta de la habitación, Avery estaba tan perdida en el momento que ni siquiera la oyó cerrarse.

Lo único que veía y sentía eran sus manos, su boca, su cuerpo bien tonificado presionando contra ella.

Él cortó el beso el tiempo suficiente para preguntar: “¿Estás segura de esto?”.

Y si necesitaba una razón más para desearlo, era esa. Él realmente se preocupaba por ella y no quería arruinar lo que tenían.

Asintió con la cabeza y lo acercó a su cuerpo.

Y, por un tiempo, Avery fue una detective de homicidios frustrada, ni una madre, ni una hija que había visto a su madre morir a manos de su padre. No era más que Avery Black… Una mujer como cualquier otra, disfrutando de los placeres que la vida tenía para ofrecer.

Casi ni recordaba cómo se sentían estos placeres.

Y, una vez que empezó a familiarizarse con ellos, se prometió a sí misma que nunca se permitiría olvidarlos de nuevo.




CAPÍTULO TRES


Avery abrió los ojos y miró el techo desconocido por encima de su cabeza. La tenue luz del amanecer entraba por la ventana de la habitación, iluminando su cuerpo desnudo. También iluminaba la espalda desnuda de Ramírez a su lado. Se volvió y sonrió. Él todavía estaba dormido, su rostro mirando al otro lado.

Hicieron el amor dos veces la noche anterior, tomándose dos horas entre cada sesión para hacer cena y discutir cómo acostarse podría complicar su relación de trabajo si no tenían cuidado. Se quedaron dormidos como a la medianoche. Avery había estado somnolienta y no podía recordar exactamente cuándo se había quedado dormida, pero sí recordaba su brazo alrededor de su cintura.

Ella quería eso de nuevo… Esa sensación de sentirse querida y segura.  Pensó en pasar sus dedos por la base de su columna (así como también por otros lugares) solo para despertarlo para que pudiera abrazarla.

Pero no tuvo la oportunidad de hacerlo. La alarma mensajera de su teléfono sonó, y también la del de Ramírez. Eso solo podía significar una cosa: era un asunto laboral.

Ramírez se sentó rápidamente. Cuando lo hizo, la sábana se deslizó, revelando todo su cuerpo. Avery le echó un vistazo, incapaz de resistirse. Tomó su teléfono de la mesita de noche y lo miró con ojos vidriosos. Mientras lo hacía, Avery tomó su propio teléfono de la pila de ropa en el suelo.

El mensaje de texto era de Dylan Connelly, el supervisor de homicidios de la A1. En la forma típica de Connelly, el mensaje fue directo al grano:



Encontramos un cuerpo muy quemado. Tal vez traumatismo craneal.

Mueve el culo al terreno de construcción abandonado en la calle Kirkley AHORA.



“Que agradable es despertar a esto”, se quejó.

Ramírez se bajó de la cama, todavía completamente desnudo, y se puso en cuclillas en el suelo a su lado. La acercó a él y le dijo: “Sí, es muy agradable despertar a esto”.

Se apoyó en él, un poco alarmada por lo contenta que estaba en ese momento. Refunfuñó de nuevo y se puso de pie.

“Mierda”, dijo Avery. “Vamos a llegar tarde a la escena. Tengo que buscar mi auto y volver a casa para cambiarme”.

“Estaremos bien”, dijo Ramírez mientras empezaba a vestirse. “Le responderé en unos minutos, cuando estemos en camino a buscar tu auto. Tú no respondas aun. Tal vez el sonido del mensaje de texto no te despertó. Tal vez tuve que llamarte para que te despertaras”.

“Eso suena engañoso”, dijo, colocándose su camisa.

“Más bien es inteligente”, dijo.

Se sonrieron el uno al otro mientras terminaron de vestirse. Luego entraron en el baño, donde Avery hizo todo lo posible para arreglar su cabello, mientras que Ramírez se cepilló los dientes. Se apresuraron a la cocina y Avery preparó rápidamente dos tazones de cereal.

“Como puedes ver, soy una excelente cocinera”, dijo.

La abrazó por detrás y parecía estar inhalando su aroma. “¿Vamos a estar bien?”, preguntó. “Podemos hacer que esto funcione, ¿verdad?”.

“Creo que sí”, dijo. “Intentémoslo”.

Se devoraron sus cereales, pasando la mayor parte del tiempo mirándose, tratando de medir la reacción del otro a lo que había sucedido la noche anterior. Él se veía igual de feliz que ella.

Salieron por la puerta principal, pero, antes de que Ramírez la cerrara detrás de ellos, se detuvo. “Espera, vuelve adentro por un momento”.

Confundida, dio un paso atrás.

“Adentro, no estamos de servicio. No somos compañeros realmente, ¿cierto?”.

“Cierto”, dijo Avery.

“Así que puedo hacer esto una vez más”, dijo.

Se inclinó y la besó. Fue un beso vertiginoso, uno con la fuerza suficiente para causar que sus rodillas cedieran un poco. Lo empujó a un lado juguetonamente. “Como te dije antes, no empieces”, dijo. “No si no tienes la intención de terminar”.

“Para la próxima”, dijo. Luego salieron y él cerró la puerta detrás de ellos. “Está bien, ahora estamos de servicio. Abre el camino, detective Black”.


***

Siguieron el plan de Ramírez. Ella respondió el mensaje de texto de Connelly luego de diez y seis minutos. En ese momento, ya estaba cerca de su apartamento y todavía bastante atolondrada por la forma en la que habían salido las cosas la noche anterior. Se las arregló para vestirse, tomar café y salir a la calle de nuevo en menos de diez minutos. El resultado, por supuesto, fue que llegaron a la escena en la calle Kirkley aproximadamente media hora más tarde que Connelly hubiera preferido.

Había varios oficiales ya dando vueltas. Todos ellos eran caras conocidas, caras que había llegado a conocer y respetar desde que se convirtió en detective de homicidios. La expresión de sus rostros la hizo entender que esta sería una mañana muy larga y amarga.

Una de las personas que vio fue a Mike O’Malley. Le pareció alarmante que el capitán estuviera aquí tan pronto. Como la cabeza de la mayor parte de la policía de Boston, rara vez era visto en el ajetreo de escenas del crimen comunes, sin importar cuán viles eran. O’Malley estaba hablando con otros dos agentes, uno de los cuales era Finley. Avery respetaba a Finley como oficial, a pesar de que tendía a ser un poco distante para su gusto.

Vio a Ramírez de inmediato; charlaba con Connelly en el lado más lejano del terreno abandonado.

A lo que hizo su camino a Ramírez y Connelly, trató de analizar la escena lo mejor que pudo. Había pasado por esta parte de la ciudad varias veces, pero nunca le había prestado atención. Era una de las muchas plagas financieras en este extremo de la ciudad, una zona donde desarrolladores entusiastas habían hundido toneladas de dinero en propiedades solo para ver a las propiedades perder su valor y a los compradores potenciales huir. Una vez que los esfuerzos de vivienda llegaron a su fin, la zona volvió a la ruina. Y parece que encajaba bien con el entorno.

Veía chimeneas gemelas en la distancia, elevándose como gigantes manchados. Ambos produjeron columnas de humo en el aire, dándole a la mañana una sensación muy nublada, pero solo en esta parte de la ciudad. En el otro lado del terreno abandonado, Avery podía ver los bordes de lo que pudo haber sido una pequeña quebrada prometedora que hubiera pasado por detrás de las propiedades de las casas de clase media alta. Ahora estaba llena de malas hierbas y zarzas. Bolsas de plástico, envoltorios de bocadillos y otra basura estaban atrapadas en las malas hierbas muertas. Los bancos poco profundos eran fangosos y descuidados, añadiendo un nuevo nivel de estancamiento a toda esa ruina.

En general, esta zona se había convertido en una parte de la ciudad que casi cualquier persona hubiera querido pasar por alto. Avery conocía la sensación, y dejó que surtiera efecto mientras se acercaba a Ramírez y Connelly. El área de inmediato la hizo sentirse agobiada.

“Una zona como esta no puede ser una coincidencia”, pensó. “Si alguien mató aquí o incluso solo arrojó un cuerpo aquí, tiene que tener algún significado… O bien al asesinato o al asesino en sí”.

Inmediatamente a la izquierda de Finley y Ramírez, un oficial acababa de terminar de colocar estacas rojas para acordonar una sección rectangular del terreno. Cuando los ojos de Avery cayeron en lo que descansaba dentro de ese rectángulo, la voz de Connelly resonó desde una distancia corta.

“Mierda, Black… ¿por qué te tardaste tanto?”.

“Lo siento”, dijo ella.  “El zumbido del mensaje de texto no me despertó. Ramírez me llamó y me despertó”.

“Bueno, es obvio que no llegaste tarde porque estabas ocupada arreglándote el pelo o maquillándote”, comentó Connelly.

“Ella no necesita maquillaje”, dijo Ramírez. “Esa mierda es para niñas”.

“Gracias, chicos”, dijo Avery.

“Como sea”, dijo Connelly. “Entonces, ¿qué opinas de esto?”, preguntó, señalando hacia el rectángulo dibujado por las estacas rojas.

Dentro del área acordonada, vio lo que asumió eran restos humanos. La mayor parte de lo que vio fue una estructura esquelética, pero parecía brillar. Sin lugar a dudas era un esqueleto que hace muy poco había sido despojado de su carne. Todo a su alrededor era lo que parecía ser ceniza o algún tipo de suciedad. En ciertas partes vio lo que pudo haber sido músculo y tejido, particularmente alrededor de las piernas y las costillas.

“¿Qué demonios pasó?”, preguntó.

“Bueno, esa es una excelente pregunta”, dijo Connelly. “Pero esto es lo que sabemos hasta ahora. Hace como una hora y quince minutos, una mujer que había salido a correr llamó para reportar algo que parecía un extraño ritual satánico. Nos llevó a esto”.

Avery se puso en cuclillas por los marcadores rojos y escudriñó la zona. Hace una hora y diez minutos. Eso significaba que, si lo negro alrededor del esqueleto era ceniza, este esqueleto había estado cubierto de piel hace al menos una hora y media. Pero eso no parecía probable. Necesitaría una determinación y planificación enfermiza matar a alguien y luego milagrosamente quemarla a nada más que huesos en un período de tiempo corto. De hecho, pensó que sería casi imposible.

“¿Alguien tiene guantes de evidencia?”, preguntó ella.

“Un segundo”, dijo Ramírez.

Mientras corría a Finley y los otros oficiales que habían dado un paso atrás para darle espacio a Avery, también notó un olor en la zona. Era débil, pero notable. Un olor químico que era casi como blanqueador para su nariz.

“¿Alguien más huele eso?”, preguntó.

“Algún tipo de químico, ¿cierto?”, preguntó Connelly. “Supusimos que una quemadura inducida por productos químicos es la única forma en la que alguien pudiera freír un cuerpo como este tan rápidamente”.

“No creo que quemó el cuerpo aquí”, dijo.

“¿Cómo puedes estar segura de eso?”, preguntó Connelly.

“No lo estoy”, pensó. “Pero lo único que tiene sentido para mí es muy absurdo”.

“Avery”, dijo Connelly.

“Un segundo”, dijo. “Estoy pensando”.

“Dios…”.

Ella lo ignoró, mirando la ceniza y el esqueleto con un ojo investigativo. “No… el cuerpo no pudo haber sido quemado aquí. No hay marcas de quemaduras alrededor del cuerpo. Una persona en llamas correría salvajemente. Nada de lo que está aquí está quemado en absoluto. Las únicas señales de fuego son estas cenizas. ¿Por qué un asesino quemaría el cuerpo y luego lo traería para acá? Tal vez aquí fue donde tomó a la víctima…”, pensó.

Las posibilidades eran infinitas. Una de las posibilidades era que tal vez el esqueleto era propiedad de un laboratorio médico y que esta era solo una broma estúpida y enfermiza. Sin embargo, dada la ubicación y el descaro del acto, dudaba que ese fuera el caso.

Ramírez volvió con un par de guantes de látex. Avery se los colocó y se acercó a las cenizas. Agarró solo un poco con su dedo índice y pulgar. Se frotó los dedos y se los llevó al rostro. Olió las cenizas y las observó de cerca. Parecía ceniza estándar, pero percibía un olor químico.

“Tenemos que analizar esta ceniza”, dijo Avery. “Si utilizó alguna sustancia química, es bastante probable de que aun queden rastros en las cenizas”.

“El equipo forense ya viene en camino”, dijo Connelly.

Avery se puso de pie lentamente y se quitó los guantes de látex. O’Malley y Finley se acercaron, y a Avery no le sorprendió que Finley mantuvo su distancia del esqueleto y las cenizas. Lo miraba como si el esqueleto pudiera saltar y asustarlo en cualquier momento.

“Estoy trabajando con la ciudad para obtener imágenes de todas las cámaras de seguridad dentro de un radio de seis cuadras”, dijo O’Malley. “Como no hay muchas por aquí, no debe tardar mucho”.

“Quizás no sea mala idea obtener también el número de las compañías que venden productos químicos altamente inflamables”, señaló Avery.

“Podrían haber miles de compañías”, dijo Connelly.

“No, tiene razón”, dijo O’Malley. “Esta quemadura no fue realizada con solo un limpiador o spray doméstico. Para mí usó un producto químico concentrado. Finley, ¿puedes empezar a trabajar en eso?”.

“Sí, señor”, dijo Finley, claramente contento de tener una razón para abandonar la escena.

“Black y Ramírez… este es su caso ahora”, dijo O’Malley. “Trabajen con Connelly para armar un equipo lo antes posible”.

“Listo”, dijo Ramírez.

“Y Black, por favor no vuelvas a llegar tardar. Hoy nos retrasaste quince minutos”.

Avery asintió, no permitiéndose que lo dicho la provocara y la hiciera discutir. Ella sabía que la mayoría de los hombres por encima de ella seguían tratando de aprovecharse de cualquier cosita para llamarle la atención. Y no le molestaba eso. Dada su historia sórdida, casi se lo esperaba.

Cuando empezó a alejarse de los marcadores rojos, notó algo más a varios metros a la derecha. Lo había visto cuando se acercó por primera vez a los restos óseos, pero pensó que solo era basura. Pero ahora, mientras se acercaba más a los desperdicios, vio lo que parecía ser los fragmentos rotos de algo. Parecía vidrio, posiblemente algo que había sido cocido en un horno en algún momento. Se acercó, obteniendo una mejor vista de la quebrada turbia y estancada a lo largo de la parte posterior del terreno.

“¿Alguien notó esto?”, preguntó.

Connelly miró, apenas interesado.

“Solo es basura”, dijo.

Avery negó con la cabeza.

“No creo”, dijo.

Se puso los guantes de látex de nuevo y cogió un pedazo. Tras una inspección más cercana, vio que el objeto tuvo que haber sido de vidrio, no de un material cerámico. No parecía haber polvo o desgaste en los fragmentos. Había siete trozos más grandes, del tamaño de la palma de su mano, y luego un sinnúmero de pequeñas astillas en todo el suelo. Aparte de haber sido destruido, lo que había sido roto parecía ser bastante nuevo.

“Sea lo que sea, no ha estado aquí por mucho tiempo”, dijo. “Asegúrate de que los forenses lo verifiquen para huellas dactilares”.

“Está bien”, dijo Connelly en un tono que indicaba que no le gustaba tomar órdenes. “Ahora, ustedes dos… Asegúrense de llegar a la A1 en la próxima media hora. Haré algunas llamadas y tendré un equipo esperándolos en la sala de conferencias. Esta escena es reciente, tiene menos de dos horas. Me gustaría atrapar a este pendejo antes de que tenga mucha ventaja”.

Avery le echó un último vistazo al esqueleto. Sin la carne, parecía estar sonriendo. Para Avery, era casi como si el asesino estaba sonriéndole a ella, reprimiendo una risa burlona. Y no era solo ver un esqueleto recién despojado que la hacía sentir aprensión y fatalidad. Era la ubicación, los montículos casi perfectamente esculpidos de ceniza alrededor de los huesos, los restos ocultos y el olor químico.

Todo parecía apuntar a algo preciso. Señalaba una gran intención y planificación. Para Avery, eso solo podía significar una cosa: la persona que hizo esto sin duda lo haría de nuevo.




CAPÍTULO CUATRO


Cuarenta minutos después, Avery entró en la sala central de conferencias de la sede de la A1. Ya estaba llena de una variedad de agentes y expertos, doce en total, y conocía a la mayoría de ellos, aunque no tan bien como Ramírez o Finley. Supuso que eso era su culpa. Después de que Ramírez había sido asignado como su compañero, no se había esforzado en hacer amigos. Parecía que era algo tonto para una detective de homicidios.

A lo que todos se sentaron alrededor de la mesa (salvo Avery, que siempre prefería estar de pie), uno de los oficiales que no conocía comenzó a repartir copias impresas de la información escasa que tenían hasta los momentos: imágenes de la escena del crimen y una hoja de viñetas de lo que sabían acerca de la escena. Le pareció breve después de leerla.

Notó que Ramírez se sentó frente a ella. Lo miró y se dio cuenta de que ella instintivamente había dado un paso para acercarse a él. También se dio cuenta de que quería descansar su mano sobre su hombro, solo para tocarlo. Retrocedió, dándose cuenta de que Finley estaba mirándola curiosamente.

“Mierda”, pensó. “¿Es tan obvio?”.

Se ocupó en releer las notas. Mientras lo hacía, O’Malley y Connelly entraron en la sala. O’Malley cerró la puerta y se dirigió al frente de la sala. Antes de que empezara a hablar, los murmullos y las conversaciones dentro de la habitación llegaron a su fin. Avery lo observó con gran aprecio y respeto. Él era el tipo de hombre que podía tomar las riendas simplemente aclarándose la garganta o dejando que se hiciera evidente que estaba a punto de hablar.

“Gracias por agruparse tan rápido”, dijo O’Malley. “Tienen en sus manos todo lo que sabemos acerca de este caso hasta el momento, con una excepción. Hice que los trabajadores de la ciudad me ubicaran todas las imágenes de las cámaras de semáforos de la zona. Dos de las cuatro cámaras muestran a una mujer paseando a su perro. Y eso es todo lo que tenemos”.

“Hay otra cosa”, dijo uno de los oficiales sentados en la mesa. Avery sabía que el nombre de este hombre era Mosely, pero no sabía nada más. “Me enteré dos minutos antes de entrar en esta reunión que recibimos una llamada esta mañana de un hombre de edad que alegó que vio lo que describió como ‘un hombre alto y espeluznante’ caminando en esa zona. Dijo que estaba metiéndose una especie de bolsa abajo de un abrigo largo. Tomaron nota de su llamada, pero supusieron que era solo un viejo entrometido sin nada mejor que hacer. Pero cuando nos llegó este caso de quemadura esta mañana, me avisaron de la llamada”.

“¿Tenemos la información de contacto de este anciano?”, preguntó Avery.

Connelly le lanzó una mirada molesta. Suponía que él pensaba que estaba hablando fuera de turno, a pesar de que él le había dicho hace no más de cuarenta y cinco minutos que esta era su caso.

“Sí”, respondió Mosely.

“Quiero que alguien lo llame justo después de que termine esta reunión”, dijo O’Malley. “Finley… ¿Cómo vamos con la lista de lugares que venden productos químicos que pueden quemar fuertemente en muy poco tiempo?”.

“Encontré tres lugares dentro de treinta kilómetros. Dos de ellos me enviarán una lista de los productos químicos que podrían hacer tal cosa y si los mantienen en stock por correo electrónico”.

Avery escuchó el vaivén, tomando notas mentales y tratando de clasificarlas en las ranuras apropiadas. Con cada nuevo pedacito de información, más sentido tenía la escena del crimen extraña de esta mañana. Aunque, en realidad, no había mucho que analizar en este momento.

“Aún no sabemos quién es la víctima”, dijo O’Malley. “Tendremos que utilizar los registros dentales a menos que podamos hacer alguna conexión con las imágenes de las cámaras”. Luego miró a Avery y le hizo un gesto para que se acercara al frente de la mesa. “La detective Black está a cargo de este caso, así que todo lo que encuentren de aquí en adelante irá directamente a ella”.

Avery se fue al frente y examinó la mesa. Miró a Jane Parks, una de las investigadoras forenses principales. “¿Tenemos algún resultado de los fragmentos de vidrio?”, preguntó.

“Todavía no”, dijo Parks. “Sabemos con certeza que no hay huellas dactilares. Todavía estamos tratando de descifrar qué era el objeto. Hasta ahora solo podemos imaginar que podría haber sido algún tipo de objeto que no está nada relacionado con el crimen”.

“¿Y cuál es la opinión de los forenses sobre el incendio?”, preguntó Avery. “¿También estás de acuerdo en que esto no fue un incendio casual?”.

“Sí. La ceniza todavía está siendo estudiada, pero es obvio que ningún fuego estándar puede quemar carne humana así. Ni siquiera había restos calcinados en los huesos y los huesos en sí casi parecían prístinos, sin signos de quemazón”.

“Y ¿puedes describirnos cómo podría ser el proceso habitual de quemar un cuerpo?”, preguntó Avery.

“Bueno, quemar un cuerpo no es nada típico a menos que estés cremándolo”, dijo Parks. “Pero digamos que un cuerpo está atrapado en una casa en llamas y se prende fuego de esa manera. La grasa corporal actúa como una especie de combustible una vez que la piel se quema, lo que mantiene el fuego encendido. Casi como una vela, ¿entiendes? Pero esta quemadura fue rápida… Probablemente tan intensa que vaporizó la grasa antes de que incluso pudiera actuar como un combustible”.

“¿Cuánto tiempo se tardaría un cuerpo en quemarse hasta los huesos?”, preguntó Avery.

“Bueno, hay varios factores determinantes”, dijo Parks. “Pero entre cinco a siete horas es un número exacto. Las incineraciones lentas y controladas, como las utilizadas en crematorios, pueden tardar hasta ocho horas”.

“¿Y este cuerpo se quemó en menos de hora y media?”, preguntó Connelly.

“Sí, ese es el supuesto”, dijo Parks.

La sala de conferencias fue inundada de murmullos de disgusto y asombro. Avery entendía. Era difícil darle sentido a todo esto.

“O el cuerpo fue quemado en otro lugar y los restos fueron vertidos en ese terreno esta mañana”, dijo Avery.

“Pero ese esqueleto… era nuevo”, dijo Parks. “No estuvo mucho tiempo sin su piel, músculos y tejidos”.

“¿Hace cuánto tiempo crees que el cuerpo fue quemado?”, preguntó Avery.

“Hace no más de un día”.

“Así que el asesino tuvo que haber planificado e investigado bien”, dijo Avery. “Seguramente sabe mucho de quemar cuerpos. Y como no hizo ningún intento de ocultar los restos y mató a la víctima de una manera tan sorprendente… eso indica un par de cosas. Y lo que más temo es que este es probablemente el primer asesinato de muchos por venir”.

“¿Qué quieres decir con eso?”, preguntó Connelly.

Sintió la mirada penetrante de todos los presentes.

“Que probablemente fue obra de un asesino en serie”.

Un silencio tenso inundó la sala.

“¿De qué estás hablando?”, preguntó Connelly. “No hay ninguna evidencia que respalde eso”.

“Nada obvio”, admitió Avery. “Quería que los restos fueran encontrados. No hizo nada para esconderlos en el terreno. Hay un arroyo justo atrás de la propiedad. Pudo haber vertido los restos allí. También había ceniza. ¿Por qué verter la ceniza en la escena cuando fácilmente pudo haberlas desechado en casa? La planificación y el método del asesinato definitivamente le ocasionaron gran orgullo y placer. Él quería que los restos fueran encontrados y analizados. Y eso indica un asesino en serie”.

Sentía las miradas de todos, y sabía que estaban pensando lo mismo que ella: esto estaba evolucionando rápidamente de un caso raro que implicaba una cremación improvisada a una búsqueda urgente de un asesino en serie.




CAPÍTULO CINCO


Después de la tensión de la reunión, Avery estaba contenta de encontrarse a sí misma de vuelta al volante de su auto con Ramírez en el asiento del pasajero. Había un silencio un poco extraño entre ellos que la ponía nerviosa. ¿Realmente había sido tan ingenua en pensar que acostarse no alteraría su relación de trabajo?

“¿Fue un error?”.

Estaba empezando a sentir que sí. El hecho de que el sexo había sido alucinante lo hacía difícil de aceptar.

“¿Podemos hablar de anoche, ya que tenemos un poco de tiempo?”, preguntó Ramírez.

“Sí”, dijo Avery. “¿De qué quieres hablar?”.

“Bueno, a riesgo de sonar como un hombre estereotípico, me preguntaba si era una sola ocurrencia, o si lo haremos de nuevo”.

“No lo sé”, dijo Avery.

“¿Ya estás arrepentida?”, preguntó.

“No”, dijo. “Nada de arrepentimientos. Es que, en ese momento, no estaba pensando en cómo afectaría nuestra relación de trabajo”.

“Creo que no nos afectará negativamente”, dijo Ramírez. “Fuera de broma, llevábamos meses en esta tensión sexual. Finalmente hicimos algo al respecto, así que la tensión debe desaparecer, ¿cierto?”.

“Sí”, dijo Avery con una sonrisa maliciosa.

“¿Tú todavía sientes tensión?”, dijo Ramírez.

Ella pensó por un momento y luego se encogió de hombros. “No lo sé. Y, francamente, no estoy segura de estar lista para hablar de ello”.

“Eso es justo. Estamos casi en el medio de lo que parece ser un caso muy jodido”.

“Sí, tienes razón”, dijo. “¿Recibiste el correo electrónico de la A1? ¿Qué más sabemos acerca de nuestro testigo salvo su dirección?”.

Ramírez miró su teléfono y buscó el correo electrónico. “Lo tengo”, dijo. “Nuestro testigo se llama Donald Greer, de ochenta y un años de edad. Jubilado. Vive en un apartamento como a unos trescientos metros de la escena del crimen. Es un viudo que trabajó durante cincuenta y cinco años como supervisor de un astillero después de que le reventaran dos dedos de los pies en Vietnam”.

“¿Y cómo vio al asesino?”, preguntó Avery.

“Aún no lo sabemos. Pero supongo que es nuestro trabajo averiguarlo, ¿o no?”.

“Correcto”, dijo ella.

El silencio cayó sobre ellos de nuevo. Ella sintió el instinto de extender y tomar su mano, pero no lo hizo. Lo mejor era mantener las cosas estrictamente profesionales. Tal vez acabarían juntos en la cama de nuevo y tal vez las cosas hasta progresarían a más que eso, a algo más emocional y concreto.

Pero nada de eso importaba ahora. Ahora tenían un trabajo que hacer y todo lo personal tendría que ser puesto en espera.


***

Donald Greer aparentaba sus ochenta y un años de edad. Su cabello blanco y sus dientes estaban un poco decolorados por la edad y una atención inadecuada. Sin embargo, era evidente que estaba contento de tener compañía a lo que invitó a Avery y Ramírez a pasar a su casa. Cuando les sonrió, su sonrisa fue tan genuina y amplia que la afección desagradable de sus dientes pareció desaparecer.

“¿Quieren café o té?”, les preguntó a lo que entraron.

“No, gracias”, dijo Avery.

En algún otro lugar de la casa, un perro ladró. Era un perro pequeño, y su ladrido sugería que podría ser igual de viejo que Donald.

“¿Vinieron por el hombre que vi esta mañana?”, preguntó Donald. Se dejó caer en un sillón en la sala de estar.

“Sí, señor”, dijo Avery. “Nos dijeron que vio a un hombre alto que parecía estar escondiendo algo bajo su…”.

El perro que se encontraba en algún lugar de la parte trasera del apartamento comenzó a ladrar de nuevo. Sus ladridos eran ruidosos.

“¡Cállate, Daisy!”, dijo Donald. La perra se quedó en silencio, dando un pequeño gemido. Donald negó con la cabeza y se echó a reír. “Daisy ama la compañía”, dijo. “Pero está vieja y tiende a orinarle a la gente cuando se emociona demasiado, así que tuve que encerrarla para su visita. Estaba paseando con ella esta mañana cuando vi al hombre”.

“¿Cuánta distancia recorren cuando van de paseo?”, preguntó Avery.

“Daisy y yo caminamos al menos dos kilómetros casi todas las mañanas. Mi corazón no es tan fuerte como antes. El doctor dice que necesito caminar tanto como sea posible. También me ayuda con mis articulaciones”.

“Entiendo”, dijo Avery. “¿Toman la misma ruta cada mañana?”.

“No. La cambiamos de vez en cuando. Tomamos cinco rutas diferentes”.

“¿Y dónde estuvo cuando vio al hombre esta mañana?”.

“En Kirkley. Daisy y yo acabábamos de cruzar en la esquina de la calle Spring. Esa parte de la ciudad siempre está vacía en las mañanas. Unos camiones por aquí y allá, pero eso es todo. Creo que hemos pasado solo a dos o tres personas en Kirkley en el último mes… y todas estaban paseando a sus perros. Aquí ni siquiera se ven esas personas masoquistas que les gusta correr”.

Era evidente por la forma en la que charlaba que Donald Greer no recibía muchos visitantes. Era demasiado hablador y hablaba en una voz muy alta. Avery se preguntó si era porque la edad había afectado su capacidad para oír o si sus oídos se habían dañado por los ladridos de Daisy.

“¿Y este hombre iba o venía?”, preguntó Avery.

“Creo que venía. No estoy seguro. Iba muy adelante de mí y pareció parar por un segundo cuando llegué a Kirkley. Creo que él sabía que yo estaba allí, detrás de él. Empezó a caminar de nuevo, más o menos rápido, y luego solo desapareció en la niebla. Tal vez tomó una de las calles laterales a lo largo de Kirkley”.

“¿Estaba paseando un perro?”, preguntó Ramírez.

“No. Lo hubiera sabido. Daisy se enfurece cuando ve a otro perro o incluso cuando huele uno en la zona. Pero se quedó tranquilita”.

“¿Tiene usted alguna idea de lo que podría haber estado llevando en el abrigo que dijo que llevaba puesto?”.

“No lo vi”, dijo Donald. “Solo lo vi moviendo algo debajo del abrigo. La niebla de esta mañana fue terrible”.

“¿Y el abrigo que llevaba puesto?”, preguntó Avery. “¿De qué tipo era?”.

Antes de que pudiera responder, fueron interrumpidos por el teléfono celular de Ramírez. Él contestó y se alejó, hablando en voz baja en el mismo.

“El abrigo era como uno de esos largos y lujosos de color negro que los empresarios usan a veces. De los que llegan hasta las rodillas”.

“Parecido a un sobretodo”, dijo Avery.

“Sí”, dijo Donald.

Avery se estaba quedando sin preguntas, sintiéndose bastante segura de que esta entrevista con su único testigo era un fracaso. Trató de pensar en otra pregunta relevante cuando Ramírez volvió a entrar en la habitación.

“Necesito irme”, dijo Ramírez. “Connelly me necesita en Boston College”.

“Está bien”, dijo Avery. “Creo que ya terminamos de todos modos”. Se volvió a Donald y dijo: “Sr. Greer, muchas gracias por su tiempo”.

Donald salió a la entrada del edificio de apartamentos y los despidió con la mano cuando se metieron en el auto.

“¿Irás conmigo?”, preguntó Ramírez cuando se dirigían por la calle.

“No”, dijo. “Creo que voy a volver a la escena del crimen”.

“¿A la calle Kirkley?”, dijo.

“Sí. Puedes tomar el auto para hacer lo que Connelly te pidió. Tomaré un taxi de vuelta a la oficina central”.

“¿Estás segura?”.

“Sí. No es como si tuviera otra cosa…”.

“¿Qué?”.

“¡Mierda!”.

“¿Qué pasa?”, preguntó Ramírez, preocupado.

“Rose. Se suponía que pasaría el rato con Rose esta tarde. Hice un gran alboroto sobre un día de chicas. Y parece que eso no va a suceder. Tendré que decepcionarla otra vez”.

“Ella lo entenderá”, dijo Ramírez.

“No. No, lo hará. Siempre le hago esto”.

Ramírez no tenía respuesta para eso. No dijeron nada hasta que llegaron a la calle Kirkley. Ramírez detuvo el auto a un lado de la calle, justo enfrente de la escena del crimen de esa mañana.

“Ten cuidado”, dijo Ramírez.

“Lo haré”, dijo. Se sorprendió a sí misma cuando se inclinó y lo besó brevemente en la boca.

Luego se bajó del auto y comenzó a estudiar la escena inmediatamente. Estaba tan centrada y en la zona que apenas se dio cuenta cuando Ramírez se fue.




CAPÍTULO SEIS


Después de mirar fijamente la escena por un momento, Avery se volvió y miró por la calle. Sus ojos siguieron el camino que Donald Greer debió haber tomado, todo el camino a su derecha, hasta la intersección de Kirkley con la calle Spring. Ella caminó por la calle, llegó a la intersección y luego se volvió.

Varios pensamientos entraron en su mente a lo que comenzó a caminar hacia adelante. ¿El asesino había estado a pie todo el tiempo? Y, si es así, ¿por qué había entrado por la calle Spring, una calle igual de desértica que Kirkley? O tal vez había llegado en auto. Si ese fue el caso, ¿en dónde se estacionó? Si la niebla estuvo lo suficientemente espesa, quizás se estacionó en cualquier lugar a lo largo de Kirkley y nadie lo vio.

Si el hombre del abrigo negro y largo era de hecho el asesino, había caminado por esta misma ruta hace menos de ocho horas. Ella trató de imaginar la escena envuelta en la niebla espesa de la mañana. No fue difícil de hacer debido a que era un área tan desolada de la ciudad. Mientras caminaba lentamente hacia el terreno donde encontraron los huesos y los fragmentos, mantuvo los ojos abiertos para lugares que el hombre pudo haber usado para alejarse de la vista.

Había un montón de ellos. Había seis terrenos vacíos y dos calles laterales en las que el hombre pudo haberse escondido. Si la niebla había sido lo suficientemente espesa, cualquiera de esos lugares hubiera sido perfecto.

Eso planteaba una idea interesante. Si el hombre se escondió en una de esas áreas, dejó que Donald Greer pasara sin molestarlo. Eso eliminaba la posibilidad de que el asesinato fue un acto de pura violencia. La mayoría de las personas capaces de ese tipo de violencia no habrían permitido que Donald pasara tan fácilmente. De hecho, Donald se habría convertido en una víctima en la mayoría de los casos.

Si necesitaba más pruebas de que el cuerpo había sido quemado en otro lugar, esta idea se la has había dado. Tal vez el artículo que el hombre había estado moviendo debajo de su abrigo había sido un recipiente que contenía los restos que había vertido en el terreno.

Tenía mucho sentido, y ella poco a poco empezó a sentir una sensación de realización. Al fin estaba avanzando.

Se dirigió al terreno donde fueron encontrados los restos. Siempre eficiente y rápido, O’Malley ya había sacado a los policías de la escena. Supuso que había hecho esto tan pronto como los forenses habían llegado a recoger los restos.

Se dirigió al lugar donde los huesos y cenizas habían sido arrojados y simplemente se quedó allí, mirando a su alrededor. La zona pantanosa detrás del terreno estaba más visible que nunca. Estaba muy cerca y era mucho menos abierta que el terreno. Entonces, ¿por qué alguien vertería los huesos en el medio del terreno en lugar de un arroyo lleno de malas hierbas? ¿Por qué pondría restos en plena intemperie en lugar de botarlas en el barro y el agua estancada?

Era una pregunta que ya había considerado. Y, en su mente, la respuesta era la prueba de que se trataba de un asesino en serie.

“Porque quiere que la gente vea su trabajo. Está orgulloso y tal vez es un poco arrogante”.

También pensaba que podría ser inteligente. El uso de la niebla para esconderse indicaba que había planeado las cosas muy bien. Tendría que ser persistente y verificar bastante el tiempo para asegurarse de que habría mucha niebla. También tenía que conocer la zona relativamente bien. Tendría que haber planificado bastante.

Y el fuego… tendría que saber bastante del fuego. Quemar un cuerpo de esa forma sin carbonizar ni dañar los huesos de otra forma indicaba dedicación y paciencia. El asesino realmente tendría que saber mucho sobre el fuego y el proceso de quemar.

“Quemar”, pensó. “Fuego”.

Mientras estudiaba la escena del crimen y visualizaba al asesino de pie en este mismo lugar, sentía como si le faltara algo, alguna pista crucial que tenía justo en frente pero que no podía ver. Pero lo único que había para ver era la zona pantanosa y barrosa en la parte trasera de la propiedad, así como el pequeño cuadrado de espacio en el que una pobre víctima había sido abandonada como si no fuera nada más que basura.

Miró alrededor del terreno vacío de nuevo y se preguntó si la ubicación de los restos no era tan importante como ella pensaba. Si el asesino estaba usando el fuego como una forma de enviarle un mensaje a alguien (ya sea a la víctima o a la policía), tal vez necesitaba enfocarse en eso.

Con una idea en mente, sacó su teléfono y llamó a la compañía de taxis más cercana para salir de allí. Después de finalizar la llamada, se metió en sus contactos y se quedó mirando el nombre de su hija durante unos segundos.

“Lo siento mucho, Rose”, pensó.

Presionó LLAMAR y llevó el teléfono a su oído mientras su corazón se rompió un poco.

Rose respondió después del tercer timbre. Sonaba muy feliz. Avery pudo escuchar música suave en el fondo. Podía imaginarse a Rose preparándose para su tarde y se odió a sí misma un poco.

“Hola, mamá”, dijo Rose.

“Hola, Rose”.

“¿Cómo estás?”.

“Rose…”, dijo. Estaba a punto de llorar. Miró el terreno baldío detrás de ella, tratando de convencerse de que tenía que hacer esto y que Rose lo entendería algún día.

Sin que Avery tuviera que decir una palabra más, Rose aparentemente se percató de lo sucedido. Dejó escapar una risa enojada. “Perfecto”, dijo Rose, la alegría ahora ausente en su voz. “Mamá, ¿me estás jodiendo ahora mismo?”.

Avery había oído a Rose maldecir antes, pero esta vez fue como una daga a su corazón porque se lo merecía.

“Rose, tengo un nuevo caso. Uno muy grave y tengo que…”.

“Sé lo que tienes que hacer”, dijo Rose. No gritó. Ni siquiera levantó la voz. Y, de alguna manera, eso era mucho peor.

“Rose, no es mi culpa. No me esperaba esto. Cuando hice esos planes contigo, estaba completamente libre. Pero ahora pasó esto y… bueno, las cosas cambian”.

“Supongo que lo hacen a veces”, dijo Rose. “Pero no contigo. Contigo las cosas no cambian… bueno, cuando se trata de mí, de todos modos”.

“Rose, eso no es justo”.

“¡Ni se te ocurra decirme lo que no es justo en este momento! ¿Y sabes qué, mamá? Solo olvídalo. Olvídate de este momento y los demás en los que quieras pretender que eras buena madre. Simplemente no es nuestro destino”.

“Rose…”.

“Lo entiendo, mamá. De verdad. Pero ¿sabes lo horrible que es tener a una mujer así como madre… una mujer dura con un trabajo exigente? Una mujer que respeto… ¿pero una mujer que me decepciona una y otra vez?”.

Avery no tenía idea qué decir. Aunque eso no importaba, porque Rose estaba harta.

“Adiós, mamá. Sin embargo, gracias por avisarme por adelantado. Supongo que es mejor que ser plantada”.

“Rose, yo…”.

Pero la línea se cortó.

Avery se metió el teléfono en su bolsillo y respiró profundamente. Una lágrima rodó por su ojo derecho y se la limpió lo más rápido que pudo. Luego caminó resueltamente hacia el área que había sido acordonada con cinta policial esa mañana y se la quedó mirando por mucho tiempo.

“Fuego”, pensó. “Tal vez sea algo más que lo que el asesino está utilizando para sus actos. Tal vez sea simbólico. Tal vez el fuego ofrece un pista mayor que lo demás”.

Mientras esperaba que llegara el taxi, pensó en el fuego y qué clase de persona podría utilizarlo para enviar algún tipo de mensaje. Sin embargo, era difícil analizarlo, ya que sabía muy poco sobre el incendio provocado.

“Necesitaré a otra persona con otra perspectiva”, pensó.

Y con ese pensamiento, sacó su teléfono y llamó a la sede de la A1. Pidió que la comunicaran con Sloane Miller, la psicóloga de los oficiales y detectives de la A1. Sloane sería la indicada… Podría entrar en la mente de un asesino obsesionado con fuego.




CAPÍTULO SIETE


Avery estaba de vuelta en la sede de la A1 media hora más tarde. Al entrar, no tomó el ascensor hasta su oficina. En cambio, se quedó en el primer piso y se dirigió hacia la parte trasera del edificio. Había estado aquí antes, cuando había recibido la orden de hablar con Sloane Miller durante su último gran caso que la había afectado de una forma que aún no comprendía. Pero ahora estaba de visita por otra razón… para conocer a fondo la mente de un asesino. Y esta visita se sentía más natural porque estaba en su elemento.

Llegó a la oficina de Sloane y se sintió aliviada al encontrar la puerta entreabierta. Sloane no tenía un horario fijo y más bien atendía las solicitudes de la fuerza policial a medida que las iba recibiendo. Cuando Avery tocó su puerta, oyó a Sloane tecleando algo en su portátil.

“Adelante”, dijo Sloane.

Avery pasó, sintiéndose mucho más a gusto que la última vez que había venido a ver a Sloane. Aquí en su oficina, en lugar del lugar que usaba para atender a sus pacientes, las cosas eran un poco más formales.

“Ah, detective Black”, dijo Sloane con alegría genuina a lo que levantó la mirada de su portátil. “¡Me da mucho gusto verte! Me alegró saber de ti cuando llamaste. ¿Cómo has estado?”.

“Las cosas van bien”, dijo Avery. Pero, en el fondo de su mente, sabía que Sloane aprovecharía la oportunidad de analizar sus problemas con Rose y su relación complicada con Ramírez.

“¿Qué se te ofrece?”, preguntó Sloane.

“Bueno, estaba esperando que me dieras tu perspectiva sobre un tipo de personalidad en particular. Estoy llevando un caso que involucra a un hombre que estamos bastante seguros de que quema a sus víctimas. Dejó solo huesos y cenizas en la escena del crimen, huesos limpios, no carbonizados ni dañados. También nos percatamos de un olor químico en el aire… procedente de las cenizas, creo. Es bastante claro que sabe lo que está haciendo. Él sabe cómo quemar un cuerpo, y eso me parece un conocimiento muy específico. Pero no creo que esté usando el fuego únicamente como una herramienta para sus actos. Necesito saber qué clase de persona no solo utilizaría el fuego para eso, sino como un símbolo”.

“La idea de que esté utilizando el fuego como un símbolo es una gran deducción”, dijo Sloane. “En un caso como este, casi puedo garantizar que eso es lo que está pasando. Creo que podrías estar tratando con alguien que tiene un interés o tal vez incluso un historial con incendio provocado. Tal vez tuvo un trabajo o un pasatiempo relacionado con fuego. Los estudios han demostrado que hasta los niños que están fascinados con fogatas o fósforos muestran señales de interés en actos relacionados con incendios provocados”.

“¿Qué puedes decirme acerca de este tipo de personalidad que podría ayudarnos a atraparlo más pronto que tarde?”.

“En primer lugar, tendría problemas mentales, pero nada demasiado grave. Podría ser algo tan simple como una tendencia a la ira, incluso en la más inocente de las situaciones. Probablemente no tenga mucha educación. La mayoría de los incendiarios reincidentes no se gradúan de la escuela secundaria. Algunos lo ven como una forma de rebelarse contra un sistema que nunca pudieron entender, la idiotez esa de que “algunos hombres solo quieren ver el mundo arder”. Algunos dirán que provocan incendios como un acto de venganza, pero nunca pueden definir de qué se quieren vengar.

Por lo general se sienten aislados o apartados del mundo. Así que es bastante probable que estés buscando bien sea un hombre soltero o un hombre que forma parte de un matrimonio sin amor. Para mí, es probable que viva solo en una casa pequeña, que pasa mucho tiempo en un despacho, sótano o garaje de algún tipo”.

“¿Y qué sucede cuando mezclas todo eso con alguien que claramente no le importa matar personas?”.

“Eso dificulta las cosas”, admitió Sloane. “Pero creo que las mismas reglas aplican. A los incendiarios usualmente les gusta que la gente vea su trabajo. Prender fuegos es una manera de llamar la atención. Casi se sienten orgullosos de ello, como si fuera algo que ellos crearon. En lo que respecta al hecho que tu sospechoso dejó restos… eso es extraño. Supongo que podría estar relacionado con estudios que indican que algunos incendiarios visitan las escenas de sus fuegos para ver a los bomberos apagarlos. El incendiario ve a los bomberos trabajando duro y siente que hizo que eso sucediera, que el incendiario está controlando a los bomberos en cierto sentido”.

“¿Entonces crees que nuestro sospechoso pudiera estar cerca, observando?”.

Sloane lo consideró por un momento y luego se encogió de hombros. “Ciertamente es una posibilidad. Sin embargo, la precisión con la que dijiste que está quemando los cuerpos me hace pensar que este tipo también es paciente y organizado. No creo que haría algo tan tonto como volver a visitar la escena del crimen”.

“Paciente y organizado”, pensó Avery. “Esto coincide con su excelente planificación, el uso de la niebla como cobertura para llegar a sus víctimas y verter los restos”.

Pensó en la forma en la que los huesos casi habían sido puestos en exhibición, casi igual de chocante y obvio como un fuego desatado.

“¿Qué piensas del caso hasta ahora?”, preguntó Sloane.

“Pienso que es un asesino en serie. Creemos que esta es su primera víctima, pero la forma flagrante en la que exhibió los restos me molesta. Más que eso, hay algo muy organizado sobre tomar a una víctima, quemarla por completo y luego verter los restos de una manera específica. Son tendencias de un asesino en serie”.

“Estoy de acuerdo con eso”, dijo Sloane.

“Quisiera que algunos de los hombres con los que trabajo fueran tan brillantes”, dijo Avery con una sonrisa.

“¿Cómo te has sentido últimamente, Avery? Nada de mentiras, por favor”.

“Estoy bien en general. Por primera vez en mi vida, mis problemas parecen normales en comparación con mi pasado”.

“¿Qué tipo de problemas normales?”, preguntó Sloane.

“Problemas con mi hija. Una relación complicada con un hombre”.

“Los peligros de una mujer que trabaja duro”.

Avery sonrió, aunque sintió que una conversación más profunda se aproximaba. Esta era la razón por la cual suspiró internamente cuando su teléfono sonó en ese momento. Se lo sacó del bolsillo y vio el número de Connelly. “Tengo que atender esta llamada”.

Ella asintió.

Avery salió de la oficina y contestó la llamada en el pasillo.

“Black, no dejes que esto se te suba a la cabeza, pero tienes razón. Ya analizaron los registros dentales de los restos. Acertaste. La víctima es Keisha Lawrence. Treinta y nueve años de edad y vivía a dos kilómetros de la zona”.

“¿Qué más sabemos?”, dijo Avery, haciendo caso omiso de los cumplidos.

“Lo suficiente como para comenzar”, dijo. “Ahora sabemos con certeza que no tenía familia inmediata en la zona. La única persona de interés que tenemos es un novio y su madre, que murió hace muy poco”.

“¿Ya hablaron con el novio?”.

“Ya asigné a alguien a la tarea. Ya busqué sus antecedentes. Tiene muchos antecedentes penales de abuso doméstico y peleas en bares. Un excelente tipo, por lo visto”.

“¿Quieres que hable con él después que lo haga el agente que asignaste?”.

“Sí… ve a hablar con ese pendejo. Llamaré a Ramírez y lo sacaré de la tarea en el Boston College. Será todo tuyo por el resto del día”.

¿Eso fue sarcasmo en su voz? Estaba bastante segura de que sí. O era eso, o estaba paranoica.

“Tu vida sexual no es tan relevante”, pensó. “No te hagas la importante”.

“Apúrate, Black”, dijo Connelly. “Atrapemos a este tipo antes de que encontremos otra pila de huesos”.

Avery finalizó la llamada y se apresuró al garaje para tomar un auto. Pensó en lo que Sloane le dijo, que los incendiarios a menudo veían a los bomberos trabajando, sintiendo que estaban controlándolos de cierta forma.

“Tal vez tenemos que añadir ‘voyeur’ a la lista de las características potenciales del sospechoso”, pensó.

En cuanto al hecho de que los incendiarios querían sentir que estaban controlando las personas que trabajaban para comprender sus crímenes… Avery Black no era bombera y obviamente no le gustaba la sensación de que alguien estuviera controlándola.

Salió del garaje rápidamente, los neumáticos chillando de la velocidad. El novio de Keisha Lawrence era su primera pista real en este caso y Avery quería visitarlo antes de que cualquier otra persona lo hiciera.




CAPÍTULO OCHO


Avery se estacionó en frente al apartamento del novio justo cuando Ramírez se estaba bajando de su propio auto delante de ella. Le sonrió, una sonrisa diferente a la que estaba acostumbrada. Aunque no quería admitirlo, estaban compenetrándose de una forma que era mucho más profunda que una simple asociación laboral.

“¿Cómo te fue en la universidad?”, preguntó Avery a lo que se encontraron en las escaleras.

“Fue sofocante. Una protesta estúpida. ¿Qué tenemos aquí?”.

“Novio con un pasado agresivo. Antecedentes penales de abuso. Recibí una llamada en el camino. Me dijeron que se portó mal con la policías que le dieron la noticia”.

“Entonces esto será divertido”, dijo Ramírez.

Avery asintió cuando empezaron a subir las escaleras. Tocó el timbre y escuchó pasos pesados acercándose a la puerta. En cuestión de segundos, un hombre corpulento abrió la puerta. Era grueso, pero era evidente por sus grandes músculos que iba al gimnasio. Tenía varios tatuajes en ambos brazos, uno de los cuales era de una mujer desnuda montando un cráneo.

“¿Sí?”, dijo, sonando más irritado que triste.

“¿Usted es Adam Wentz?”, preguntó Avery.

“¿Quién lo pregunta?”.

Avery le mostró su placa y dijo: “Soy la detective Black y este es el detective Ramírez. Queremos hacerle unas preguntas sobre Keisha”.

“Ya hablé de ella demasiado hoy”, dijo Adam Wentz. “Que dos policías lleguen a tu casa temprano en la mañana para decirte que una mujer con la que estabas saliendo está muerta es una forma terrible de comenzar el día. Así que no hablaré más de eso hoy”.

“Perdóneme por decir esto”, dijo Avery, “pero yo esperaría que un hombre que acababa de perder a su novia de una manera tan trágica querría ayudar en todo lo que pudiera mientras la policía trata de llegar al fondo de todo”.

“No importa lo que descubran. Nada de eso la traerá de vuelta”, dijo Adam.

“Sí, eso es cierto”, dijo Avery. “Sin embargo, cualquier información que pueda darnos podría ayudar a encontrar al hombre que lo hizo”.

Adam puso los ojos en blanco. “¿Así que se supone que debo invitarlos a pasar y llorar en el sofá por lo mucho que la extraño y lo mucho que quiero que lleven al asesino ante la justicia?

“¿Sería tan terrible?”, preguntó Ramírez.

Con eso, Adam salió de la puerta, la cerró detrás de él y se detuvo en la escalera de entrada. Era evidente que no los invitaría a pasar.

“Realmente no estoy de humor para esto”, dijo Adam. “Que sea rápido. ¿Qué quieren?”.

Avery se tomó un momento para tratar de analizar el porqué de su actitud hostil. ¿Era una forma extraña de expresar su dolor? ¿Estaba escondiendo algo? Era demasiado pronto como para saberlo con seguridad.

“O bien sabe algo o la noticia le cayó peor de lo que esperaba”, pensó. “Tenemos que tener cuidado con las preguntas que hagamos”.

“Ahora solo estamos tratando de reducir nuestras opciones y averiguar una línea de tiempo”.

Adam cruzó los brazos y dijo a regañadientes: “Está bien”.

“¿Puede decirnos dónde estuvo en el transcurso de los últimos dos días?”, preguntó Avery.

“Fui a trabajar ayer y el día anterior. Entré a las ocho y salí a las cinco y media en ambas ocasiones. Volví a casa, me comí un sándwich y me tomé unas cuantas cervezas para la cena. Una vida muy emocionante la mía”.

“¿Vio a Keisha esos días?”, preguntó Avery.

“Sí. Vino a las siete anteanoche. Vimos televisión y tuvimos sexo en el sofá”.

Avery sintió ira estallando dentro de ella por el hecho de que un hombre como Adam Wentz podía hablar de su novia recién fallecida de una manera tan casual. Detrás de ella, sintió a Ramírez acercándose un paso. Sabía que a él tampoco le agradaba el humor de Adam.

“¿Se quedó a dormir?”, preguntó Avery.

“No. Lleva mucho tiempo sin quedarse a dormir. Dice que eso la hace llegar tarde al trabajo”.

“¿Eso no tiene nada que ver con sus antecedentes de abuso contra las mujeres?”, preguntó Ramírez.

Avery se encogió; no le gustaba que Ramírez había llevado la conversación en esa dirección. Adam lo miró a los ojos y frunció el ceño.

“No”, dijo Adam. “Es porque su apartamento queda unos veinte minutos más cerca de su trabajo, pendejo”.

Ramírez se acercó más, ahora parado junto a Avery y a un metro de Adam.





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Una historia dinámica que te atrapa desde el primer capítulo y no te deja ir. Midwest Book Review, Diane Donovan (sobre ‘Una vez desaparecido’) Del autor exitoso de misterio Blake Pierce llega una nueva obra maestra del suspenso psicológico, UNA RAZÓN PARA ESCONDERSE (Un misterio de Avery Black – Libro 3) . Cuerpos están siendo encontrados en las afueras de Boston, sus cadáveres quemados más allá del reconocimiento, y la policía entiende que un nuevo asesino en serie está al acecho en las calles. A medida que los medios de comunicación se convergen y la presión aumenta, el Departamento de Policía de Boston decide que su única opción es pedirle ayuda a su detective de Homicidios más brillante y más controversial: Avery Black. Avery, aún tratando de recoger los pedazos de su propia vida, su nueva relación con Ramírez y su reconciliación con Rose, se encuentra repentinamente en medio del caso más difícil de su carrera. Con poca evidencia, debe entrar en la mente de un asesino psicótico, tratar de entender su obsesión con el fuego y qué es lo que eso quiere decir de su personalidad. Su rastro la lleva a las profundidades de los peores vecindarios de Boston, a enfrentamientos con los peores psicópatas y, finalmente, a un giro que jamás se hubiera imaginado. En un juego psicológico del gato y el ratón y una carrera frenética contra el tiempo, Avery se adentra demasiado en el laberinto de la mente de un asesino y en lugares demasiado oscuros. Un thriller psicológico oscuro con suspenso emocionante, UNA RAZÓN PARA ESCONDERSE es el libro #3 de una nueva serie fascinante, con un nuevo personaje querido, que te dejará pasando páginas hasta bien entrada la noche. El libro #4 de la serie de Avery Black estará disponible pronto. Una obra maestra del thriller y el misterio. Pierce hizo un trabajo magnífico desarrollando a los personajes psicológicamente, tanto así que sientes que estás en sus mentes, vives sus temores y aclamas sus éxitos. La trama es muy inteligente y te mantendrá entretenida durante todo el viaje. Este libro te mantendrá pasando páginas hasta bien entrada la noche debido a sus giros inesperados. Opiniones de libros y películas, Roberto Mattos (Una vez desaparecido)

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