Книга - Antes De Que Anhele

a
A

Antes De Que Anhele
Blake Pierce


De la mano de Blake Pierce, autor de los éxitos de ventas #1 UNA VEZ DESAPARECIDO (un éxito de ventas #1 con más de 1200 críticas de cinco estrellas), llega ANTES DE QUE ANHELE, el libro #10 en la trepidante serie de misterio con Mackenzie White.ANTES DE QUE ANHELE es el libro #10 en la serie éxito de ventas #1 de Mackenzie White, que comienza con ANTES DE QUE MATE (Libro #1), un éxito de ventas #1 con más de 500 críticas!Llaman a la agente especial del FBI Mackenzie White cuando se encuentra un segundo cadáver en un depósito de alquiler. No parece que haya ninguna conexión entre ambos casos, pero cuando Mackenzie escarba un poco más a fondo, se da cuenta de que se trata de la obra de un asesino en serie—y de que pronto atacará de nuevo.Mackenzie se verá forzada a adentrarse en el cerebro de un demente cuando intente comprender una mente obsesionada con el desorden, los almacenes, y los sitios claustrofóbicos. Es un lugar oscuro desde el que se teme que no pueda retornar—y, aun así, un lugar que tiene que examinar a fondo si quiere tener alguna posibilidad de ganar el juego del gato y el ratón que puede salvar la vida de nuevas víctimas. Incluso entonces, puede que sea demasiado tarde. Un thriller psicológico oscuro de suspense estremecedor, ANTES DE QUE ANHELE es el libro #9 en esta fascinante nueva serie—con un nuevo personaje entrañable—que le tendrá pasando páginas hasta altas horas de la madrugada.   Entre otros libros de Blake Pierce, también está disponible a la venta UNA VEZ DESAPARECIDO (Un Misterio con Riley Paige—Libro #1), un éxito de ventas #1 con más de 1200 críticas de cinco estrellas—¡y una descarga gratuita!







A N T E S D E Q U E A N H E L E



(UN MISTERIO CON MACKENZIE WHITE—LIBRO 10)



B L A K E P I E R C E



TraducIDO POR ASUNCIÓN HENARES


Blake Pierce



Blake Pierce es el autor de la serie exitosa de misterio RILEY PAIGE que cuenta con trece libros hasta los momentos. Blake Pierce también es el autor de la serie de misterio de MACKENZIE WHITE (que cuenta con nueve libros), de la serie de misterio de AVERY BLACK (que cuenta con seis libros), de la serie de misterio de KERI LOCKE (que cuenta con cinco libros), de la serie de misterio LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE (que cuenta con tres libros), de la serie de misterio de KATE WISE (que cuenta con dos libros), de la serie de misterio psicológico de CHLOE FINE (que cuenta con dos libros) y de la serie de misterio psicológico de JESSE HUNT (que cuenta con tres libros).



Blake Pierce es un ávido lector y fan de toda la vida de los géneros de misterio y los thriller. A Blake le encanta comunicarse con sus lectores, así que por favor no dudes en visitar su sitio web www.blakepierceauthor.com para saber más y mantenerte en contacto.



Copyright © 2016 por Blake Pierce. Todos los derechos reservados. Excepto por lo que permite la Ley de Copyright de los Estados Unidos de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida de ninguna forma ni por ningún medio, o almacenada en una base de datos o sistema de recuperación sin el permiso previo del autor. Este libro electrónico tiene licencia para su disfrute personal solamente. Este libro electrónico no puede volver a ser vendido o regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, por favor, compre una copia adicional para cada destinatario. Si está leyendo este libro y no lo compró, o no lo compró solamente para su uso, entonces por favor devuélvalo y compre su propia copia. Gracias por respetar el duro trabajo de este autor. Esta es una obra de ficción. Los nombres, los personajes, las empresas, las organizaciones, los lugares, los acontecimientos y los incidentes son producto de la imaginación del autor o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia. Imagen de portada Copyright lassedesignen, utilizada con licencia de Shutterstock.com.


LIBROS ESCRITOS POR BLAKE PIERCE



SERIE DE THRILLER DE SUSPENSE PSICOLÓGICO CON JESSIE HUNT

EL ESPOSA PERFECTA (Libro #1)

EL TIPO PERFECTO (Libro #2)

LA CASA PERFECTA (Libro #3)



SERIE DE MISTERIO PSICOLÓGICO DE SUSPENSO DE CHLOE FINE

AL LADO (Libro #1)

LA MENTIRA DEL VECINO (Libro #2)

CALLEJÓN SIN SALIDA (Libro #3)



SERIE DE MISTERIO DE KATE WISE

SI ELLA SUPIERA (Libro #1)

SI ELLA VIERA (Libro #2)

SI ELLA CORRIERA (Libro #3)

SI ELLA SE OCULTARA (Libro #4)

SI ELLA HUYERA (Libro #5)



SERIE LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE

VIGILANDO (Libro #1)

ESPERANDO (Libro #2)

ATRAYENDO (Libro #3)



SERIE DE MISTERIO DE RILEY PAIGE

UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1)

UNA VEZ TOMADO (Libro #2)

UNA VEZ ANHELADO (Libro #3)

UNA VEZ ATRAÍDO (Libro #4)

UNA VEZ CAZADO (Libro #5)

UNA VEZ AÑORADO (Libro #6)

UNA VEZ ABANDONADO (Libro #7)

UNA VEZ ENFRIADO (Libro #8)

UNA VEZ ACECHADO (Libro #9)

UNA VEZ PERDIDO (Libro #10)

UNA VEZ ENTERRADO (Libro #11)

UNA VEZ ATADO (Libro #12)

UNA VEZ ATRAPADO (Libro #13)

UNA VEZ INACTIVO (Libro #14)



SERIE DE MISTERIO DE MACKENZIE WHITE

ANTES DE QUE MATE (Libro #1)

ANTES DE QUE VEA (Libro #2)

ANTES DE QUE CODICIE (Libro #3)

ANTES DE QUE SE LLEVE (Libro #4)

ANTES DE QUE NECESITE (Libro #5)

ANTES DE QUE SIENTA (Libro #6)

ANTES DE QUE PEQUE (Libro #7)

ANTES DE QUE CACE (Libro #8)

ANTES DE QUE ATRAPE (Libro #9)

ANTES DE QUE ANHELE (Libro #10)

ANTES DE QUE DECAIGA (Libro #11)



SERIE DE MISTERIO DE AVERY BLACK

CAUSA PARA MATAR (Libro #1)

UNA RAZÓN PARA HUIR (Libro #2)

UNA RAZÓN PARA ESCONDERSE (Libro #3)

UNA RAZÓN PARA TEMER (Libro #4)

UNA RAZÓN PARA RESCATAR (Libro #5)

UNA RAZÓN PARA ATERRARSE (Libro #6)



SERIE DE MISTERIO DE KERI LOCKE

UN RASTRO DE MUERTE (Libro #1)

UN RASTRO DE ASESINATO (Libro #2)

UN RASTRO DE VICIO (Libro #3)

UN RASTRO DE CRIMEN (Libro #4)

UN RASTRO DE ESPERANZA (Libro #5)


CONTENIDOS



PRÓLOGO (#ub530f9dd-53a5-5962-ac92-ad7baa66ed5d)

CAPÍTULO UNO (#u84865754-0af5-5dc2-88a5-34e9d3e108b7)

CAPÍTULO DOS (#u6c411957-c2c5-5634-9692-2cb06fd8e1d5)

CAPÍTULO TRES (#u50aa56bd-3551-5cfb-bb4e-b0ee1864a9d4)

CAPÍTULO CUATRO (#u324b2ab5-a2be-5df8-b2e4-06a3c57d24a2)

CAPÍTULO CINCO (#ue3936ac1-567f-5e71-8f6a-46edd3f1889f)

CAPÍTULO SEIS (#u3e2ec9bd-a3c6-54ca-933b-ba9a6b85129c)

CAPÍTULO SIETE (#uc2fbbd0a-d171-5009-879b-1906536a3c4c)

CAPÍTULO OCHO (#ub0cd8a45-efda-52a7-80d1-a99a7246dd53)

CAPÍTULO NUEVE (#u20b655e8-d1c4-5c4c-a5c9-ffc5e6513331)

CAPÍTULO DIEZ (#u4da6e3ba-14bc-5d8e-9ce1-f4c9a0d51c73)

CAPÍTULO ONCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DOCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TRECE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO CATORCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO QUINCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIDÓS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTITRÉS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTICUATRO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTICINCO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTISIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTINUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA Y UNO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA Y DOS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA Y TRES (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA Y CINCO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA Y SEIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA Y SIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA Y OCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE (#litres_trial_promo)




PRÓLOGO


Le asustaba abrir los ojos. Los había cerrado hacía ya un rato, pero exactamente cuándo, no lo sabía, porque había tenido la certeza de que él la iba a matar. No lo había hecho, pero aun así seguía sin poder abrir los ojos. No quería verle ni saber lo que le tenía preparado. Tenía la esperanza de que así, cuando llegara el momento, la muerte le resultaría algo menos dolorosa si no era consciente del método que él había empleado.

Sin embargo, a cada minuto que pasaba, Claire empezaba a preguntarse si tenía la intención de matarle en absoluto. Le zumbaba la cabeza en el punto que él le había golpeado con algún objeto. Un martillo de alguna clase, pensaba ella. Su memoria estaba borrosa, al igual que los recuerdos de lo que había sucedido después de que él le golpeara en la cabeza.

Hasta con los ojos cerrados, había algunas cosas que Claire podía deducir. En algún momento, le había colocado en el asiento de atrás de su coche. Podía escuchar el ronroneo del motor y una estación de radio local (WRXS, donde solo se escucha grunge auténtico y original de la zona de Seattle) a un volumen muy bajito. También podía oler algo familiar, que era un olor orgánico, pero no un olor a comida.

Abre los ojos, idiota, pensó. Sabes que estás en un coche y que él está conduciendo. No creo que te pueda matar ahora, ¿no es cierto?

Se obligó a sí misma a abrir los ojos. Cuando lo hizo, el coche saltó un pequeño montículo y empezó a ralentizar la marcha. Escuchó el chirrido bajo que hacían los frenos y cómo se aplastaba la gravilla bajo los neumáticos. “Love, Hate, Love” de Alice in Chains sonaba en la radio. Vio las letras WRXS en letras digitales en la radio que había delante de ella. Vio las siluetas de dos asientos entre ella y el hombre que le había golpeado con el martillo en la cabeza.

Por supuesto, también estaba el hecho de que estaba maniatada y amordazada. Estaba bastante segura de que lo que le había puesto en la boca y con lo que había envuelto sus mejillas era alguna clase de mordaza sexual, que venía completa con su bola roja en el medio. En cuanto a lo que había utilizado para atarle los brazos a la espalda, parecía algo así como una cuerda de nylon. Suponía que había utilizado lo mismo para atarle las piernas a la altura de los tobillos.

Como si presintiera que ella había abierto los ojos, él se dio la vuelta para mirarla de frente. Le sonrió y en ese momento, ella se acordó de por qué se había entregado tan fácilmente. Psicótico o no, el hombre era atractivo.

Él dio la vuelta y aparcó el coche. Cuando salió del coche y vino a abrir la puerta del capó, lo hizo como si fuera lo más normal del mundo. Parecía que hiciera algo así todos los días. Extendió la mano y le agarró por los hombros. Cuando le rozó duramente el pecho con su mano derecha, ella no supo si lo había hecho con intención o no.

Él tiró de sus hombros hacia él. Ella intentó darle una patada, pero sus tobillos atados no se lo permitieron. Cuando ya estaba al aire libre y fuera del coche, vio que ya era casi la hora del crepúsculo. Caía una brizna de lluvia, o más que una brizna, era como lo que su padre siempre llamaba un escupitajo, y estaba nublado.

Por detrás de ellos, ella vio su coche y una colina suave. Una entrada de garaje pequeña de gravilla y una cadena muy larga que se extendía hasta una caseta de perro hecha trizas que había en el patio. La caseta tenía un aspecto extraño… como si la hubieran construido para que pareciera vieja. Y había algo dentro de ella… que no era un perro para nada sino una…

¿Qué diablos es eso?, se preguntó, aunque sabía muy bien lo que era. Y le asustó muchísimo. Su temor ascendió rápidamente y algo relativo a ese objeto tan extrañamente colocado en la caseta del perro le indicó con certeza que iba a morir, que el hombre que la llevaba a hombros estaba completamente loco.

Había una muñeca allí dentro. Quizás dos. Era difícil de decir. Las habían colocado frente a frente, con las cabezas levemente inclinadas.

Parecía como si estuvieran atisbando a través de la apertura de la caseta, observándola.

Un horror invasivo se asentó en su mente, negándose a marcharse.

“¿Qué me estás haciendo?”, preguntó. “Por favor… haré lo que quieras si me dejas marchar”.

“Ya sé que lo harás”, le dijo él. “Oh, lo sé”.

Subió uno de los destartalados escalones del porche e hizo un movimiento giratorio con su hombro derecho. Claire apenas sintió el impacto de la valla con un lateral de su cabeza. La oscuridad llegó demasiado deprisa como para que la registrara en absoluto.



***



Abrió los ojos y supo que había pasado algún tiempo. Demasiado tiempo.

Y tenía la sensación de que ya no se encontraba en la casa que había cerca de la caseta de perro. La habían trasladado.

Su pánico se disparó.

¿Adónde le había llevado ahora?

Soltó un grito y, en cuanto un gemido salió de su boca, allí estaba él. Le puso la mano con aspereza encima de la boca. Se aplastó contra ella. Su aliento olía a patatas fritas revenidas y, de cintura para abajo, todo él estaba endurecido. Trató de luchar contra él, pero descubrió que seguía maniatada.

“Todo va a ir bien”, le dijo.

Y dicho eso, le besó en la boca. Fue un beso lento, como si realmente lo estuviera saboreando, pero no es que hubiera nada de lujurioso en ello. A pesar de la obvia erección que sentía contra su cadera y del beso de por sí, a ella no le pareció que hubiera nada sexual en lo que estaba intentando hacer.

Se puso de pie y le miró. Le mostró la mordaza que había tenido puesta en la boca y se la colocó de nuevo. Ella sacudió la cabeza para rebelarse, pero solo sirvió para que él presionara con más fuerza. Cuando bajó la cabeza después de atar algo a sus espaldas, cayó al suelo.

Los ojos de ella buscaron frenéticamente algo con lo que ayudarse y entonces fue cuando supo con certeza que no estaban en su casa. No… esto era diferente. Había cachivaches variados por todas partes, apilados contra paredes metálicas. Una bombilla de luz tenue colgaba del techo.

No, pensó. No es su casa. Esto es como una de esas unidades para guardar cosas… diablos, ¿estamos en mi unidad?

Así era, precisamente. Y este hecho le martilleó el cerebro más fuertemente de lo que el suelo le había golpeado la espalda. También le hizo sentir con bastante claridad que, sin duda alguna, iba a morir.

Él se puso en pie y la miró casi con cariño. Sonrió de nuevo y, esta vez, no había nada de atractivo en él. Ahora parecía un monstruo.

Se alejó, abriendo una puerta que hizo un sonido casi mecánico al moverse. La cerró de golpe si mirarla ni una vez más.

En la oscuridad, Claire cerró los ojos de nuevo y gritó contra la mordaza de la bolita roja que tenía en la boca. El grito retumbó en su cabeza hasta que pensó que se le iba a partir el cráneo por la mitad. Lanzó un grito ahogado hasta que pudo saborear la sangre en su boca, y en algún momento, poco después, llegó la oscuridad de nuevo.




CAPÍTULO UNO


La vida de Mackenzie White se había convertido en algo que ella jamás hubiera imaginado para sí misma. A ella nunca le había preocupado demasiado la ropa cara o encajar con el grupo popular. A pesar de que era increíblemente bella según los gustos de la mayoría, nunca había sido lo que su padre había llamado en su día “la clase presumida”.

Sin embargo, últimamente, se había sentido de esa manera. Le echaba la culpa a la planificación de su boda. Culpaba a las revistas de bodas y las degustaciones de pasteles. De una potencial ubicación de lujo a la otra, de pedir unas invitaciones exclusivas a tratar de decidir el menú de la recepción, nunca se había sentido tan estereotípicamente femenina en toda su vida.

Es por esa razón que, cuando agarró la lustrosa, familiar, arma de nueve milímetros en la mano, la estaba reivindicando. Era como volver a ver a una vieja amiga que sabía quién era ella de verdad. Sonrió ante ese sentimiento mientras entraba al nuevo circuito de tiroteo activo simulado del bureau. Basado en la misma idea que el infame Callejón de Hogan, una instalación de formación táctica diseñada para que parezca cualquier calle de una ciudad y que el FBI ha utilizado desde finales de los 80, el nuevo circuito ofrecía equipamiento de vanguardia y nuevos obstáculos que la mayoría de los agentes y agentes en formación tenían que experimentar por primera vez. Entre las novedades, había brazos robóticos que venían con luces infrarrojas que funcionaban de un modo similar a las etiquetas láser. Si no derribaba un objetivo lo bastante deprisa, la luz del brazo parpadearía, detonando una pequeña alarma en el chaleco que llevaba puesto.

Pensó en Ellington y en que se había referido a ello como a la versión que había hecho el bureau de American Ninja Warrior. Y lo cierto es que razón no le faltaba, por lo que a Mackenzie le incumbía. Miró la luz roja en la esquina de la entrada, esperando a que se pusiera en verde. Cuando lo hizo, Mackenzie no perdió ni un segundo.

Entró al circuito y se puso a la busca de objetivos de inmediato. Habían dispuesto el espacio casi como si se tratara de un videojuego en el sentido de que los objetivos aparecían por sorpresa desde detrás de los obstáculos, esquinas, y hasta desde el techo. Todos ellos estaban conectados con brazos robóticos que permanecían ocultos y que, por lo que ella entendió, nunca hacían aparecer los objetivos con la misma pauta temporal. Por tanto, durante esta segunda ocasión, ninguno de los objetivos que había derribado en la primera ocasión saldrían del mismo sitio que la última vez. Siempre se le iba a presentar como una nueva carrera.

Tras dar dos pasos, surgió un objetivo desde una caja estratégicamente colocada. Lo derribó con un disparo de su nueve milímetros e instantáneamente, se puso a caminar en busca de más. Cuando llegó el siguiente, llegó desde el techo, un objetivo que tenía el tamaño como de una softball. Mackenzie le dio directamente en el centro al tiempo que se le venía encima otro objetivo desde su derecha. También aplastó a este último y siguió entrando a la sala.

Decir que esto le resultó catártico era quedarse cortos. Aunque no le incomodaba planificar su boda ni la dirección que estaba tomando su vida, aun quedaba cierta sensación de libertad en permitir que el cuerpo se moviera por instinto, reaccionando a situaciones intensas. Mackenzie no había formado parte de un caso activo en casi cuatro meses, que había pasado concentrada en atar todos los cabos sueltos en el caso de su padre y, por supuesto, en su inminente boda con Ellington.

Durante ese tiempo, también había conseguido una especie de promoción. Aunque todavía trabajaba bajo la supervisión del director McGrath y reportaba sus actividades directamente a él, le habían asignado el papel del agente de confianza. Era otra de las razones por las que no había trabajado en un caso activamente en casi cuatro meses; McGrath estaba ocupado intentando decidir qué rol quería que jugase Mackenzie dentro del grupo de agentes que estaban a cargo de su vigilancia.

Mackenzie se movió por la carrera como si fuera algo mecánico, como un robot al que hubieran programado para que hiciera esta cosa en concreto. Se movió con fluidez, apuntó con precisión y velocidad, corrió como una experta y sin titubeos. Si acaso, estos cuatro meses que había pasado sentada al escritorio y en reuniones le habían renovado la motivación para participar en este tipo de ejercicios de entrenamiento. Cuando por fin regresara al campo, tenía toda la intención de ser mejor como agente que la que había acabado por solucionar el caso de su padre.

Llegó al final del circuito sin caer realmente en la cuenta de que había terminado. Había una puerta metálica enrollable en la pared que tenía delante de ella. Cuando cruzó la línea amarilla sobre el hormigón del circuito que indicaba que había concluido, la puerta se enrolló hacia arriba. Entonces entró a una pequeña sala con una mesa y un solo monitor en la pared. La pantalla del monitor mostraba sus resultados. Diecisiete objetivos, diecisiete aciertos. De los diecisiete aciertos, nueve habían dado en la diana. De los otros ocho, cinco habían estado a un veinticinco por ciento de dar en la diana. La calificación general de su carrera era del ochenta y nueve por ciento. Era un cinco por ciento mejor que su carrera anterior y un nueve por ciento mejor que cualquiera de los otros ciento diecinueve resultados publicados por otros agentes y estudiantes.

Necesito practicar más, pensó mientras salía de la sala para ir al vestuario. Antes de cambiarse, sacó su teléfono móvil de la mochila y vio que tenía un mensaje de texto de Ellington.

Mamá acaba de llamar. Va a llegar antes de tiempo. Lo siento…

Mackenzie suspiró profundamente. Hoy, Ellington y ella iban a visitar un posible espacio para la boda y habían decidido invitar a su madre. Iba a ser la primera vez que Mackenzie se encontraba con ella y se sentía como si estuviera de nuevo en el instituto, esperando estar a la altura de la mirada escrutadora de una madre amorosa y vigilante.

Tiene gracia, pensó Mackenzie. Excepcionalmente diestra con un arma, nervios de acero… y aun así, tengo miedo de conocer a mi futura suegra.

Todo este asunto de la vida domesticada le estaba empezando a irritar de verdad. Aun así, sentía la agitación por esa emoción mientras se ponía su ropa de calle. Hoy iban a ver el espacio que ella prefería, Se casaban en seis semanas. Era el momento de emocionarse. Y con esto en mente, se marchó a casa, con una sonrisa en la cara la mayor parte del camino.



***



Resulta que Ellington estaba igual de nervioso que Mackenzie por el encuentro con su madre. Cuando Mackenzie llegó al apartamento, él caminaba nervioso de arriba debajo de la cocina. No es que pareciera preocupado, pero había cierta tensión nerviosa en la manera en que se movía.

“Pareces asustado”, dijo Mackenzie mientras tomaba asiento en uno de los taburetes que había junto a la barra.

“Bueno, es que se me acaba de ocurrir que vamos a ver este sitio con mi madre exactamente dos semanas después de que finalice mi divorcio. Sin duda, tú y yo y la mayoría de los seres humanos racionales saben que estas cosas llevan su tiempo debido al papeleo y al ritmo generalmente lento del gobierno. Pero mi madre… te garantizo que se está agarrando a este pedazo de información, esperando a tirármelo a la cara en el peor momento”.

“Sabes, se supone que tienes que hacer que quiera conocer a esa mujer”, dijo Mackenzie.

“Lo sé, y es encantadora la mayoría del tiempo, pero también puede ser… en fin, una bruja cuando quiere”.

Mackenzie se puso de pie y le rodeó con sus brazos. “Ese es su derecho como mujer. Todas lo tenemos, ¿sabes?”.

“Oh, lo sé”, dijo él con una sonrisa antes de besarle en los labios. “Entonces… ¿estás lista?”.

“He enviado a asesinos a prisión. He participado en algunos casos de alto nivel y he mirado por los cañones de más armas de las que recuerdo. Así que… no. No estoy lista. Esto me asusta”.

“Entonces estaremos asustados los dos juntos.”

Salieron del apartamento de la manera casual en que lo llevaban haciendo desde que se mudaran juntos. Para todos intentos y propósitos, Mackenzie ya se sentía como si estuviera casada con ese hombre. Sabía todo sobre él. Se había acostumbrado a sus ronquidos suaves y hasta a su tendencia a escuchar glam metal de los 80. Y estaba empezando a adorar de verdad los leves toques de pelo gris que le estaban saliendo en las sienes.

Había pasado por el infierno con Ellington, encontrándose con algunos de sus casos más duros con él a su lado. Así que seguramente serían capaces de enfrentarse al matrimonio juntos, con suegras temperamentales y todo.

“Tengo que preguntarte algo”, dijo Mackenzie cuando se metieron a su coche. “¿Te sientes más ligero ahora que el divorcio está finalizado? ¿Puedes sentir un hueco donde solías tener a ese mono en la espalda?”.

“Me siento más ligero”, dijo Ellington. “Aunque ese era un mono bastante pesado”.

“¿Deberíamos haberla invitado a la boda? Parece que tu madre lo agradecería”.

“Cualquier día de estos, me harás gracia. Lo prometo”.

“Eso espero”, dijo Mackenzie. “Va a ser una vida muy larga los dos juntos si sigues perdiéndote mi genio para la comedia”.

Extendió la mano para agarrar la de ella, mirándola como si fueran una pareja que se acababa de enamorar. Llevó el coche hasta el espacio donde ella estaba bastante segura de que se iban a acabar casando, ambos tan felices que podían prácticamente ver su futuro, resplandeciente y luminoso, por delante suyo.




CAPÍTULO DOS


Quinn Tuck tenía un sencillo sueño: vender los contenidos de algunas de esas consignas abandonadas a algún paleto como lo vio hacer en ese programa llamado Storage Wars. Se podía hacer un dinero decente con ello; él se llevaba a casa casi seis mil al mes por las consignas de las que se encargaba. Y después de terminar de pagar la hipoteca de su casa el año anterior, había sido capaz de ahorrar lo suficiente como para llevarse a París a su mujer, algo que no había dejado de pedirle desde que empezaron a salir juntos, veinticinco años atrás.

De veras, le encantaría vender todo el garito y mudarse a vivir a alguna parte. Quizá a alguna parte de Wyoming, un lugar que nadie echaba nunca en falta, pero que era bastante pintoresco y asequible. Sin embargo, a su mujer eso no le hacía ninguna gracia, aunque seguramente sería más feliz si él dejara el negocio de las consignas de almacenamiento.

En primer lugar, la mayoría de los clientes eran unos imbéciles presuntuosos. Se trataba, después de todo, del tipo de gente que tenía tantas cosas que tenían que alquilar espacio adicional para poder guardarlas todas. Y en segundo, no echaría en falta las llamadas que recibían los sábados de ciertos propietarios quisquillosos para quejarse de las cuestiones más estúpidas.

La llamada de esta mañana la había hecho una mujer mayor que alquilaba dos unidades. Había estado sacando cosas de una de sus unidades y decía que había olido algo terrible proveniente de una de las unidades cercanas a la suya.

Normalmente, Quinn le hubiera dicho que lo comprobaría, pero no hubiera hecho nada. Sin embargo, esta era una situación peliaguda. Dos años antes, había recibido una queja similar. Entonces esperó tres días para comprobarla, para descubrir que un mapache se las había arreglado de alguna manera para entrar a una de las consignas, pero no para salir de ella. Cuando Quinn lo encontró, estaba hinchado y llevaba muerto por lo menos una semana.

Y por eso estaba llevando su camioneta al aparcamiento de su espacio primario de consignas un sábado por la mañana en vez de quedarse remoloneando en la cama e intentar convencer a su mujer de que hagan el amor con promesas de ese viaje a París. Este complejo de consignas de almacenamiento era el más pequeño de los que poseía. Era un complejo al aire libre con cincuenta y cuatro unidades en total. El alquiler era más bien de los bajos, y tenía todas alquiladas excepto por nueve.

Quinn se bajó de su camioneta y caminó entre las consignas. Cada cuadrado de consignas contenía seis espacios de almacenamiento, todos del mismo tamaño. Caminó hasta el tercer bloque de consignas y se dio cuenta de que la mujer que había llamado por la mañana no había estado exagerando ni un poco. También él podía oler algo horrible y eso que la consigna en cuestión todavía estaba a dos cuadrículas enteras de distancia. Sacó su llavero del bolsillo y empezó a circular con su bicicleta hasta que llegó a la Consigna 35.

Para cuando llegó a la puerta de la consigna, casi tenía miedo de abrirla. Algo olía mal. Empezó a preguntarse si alguien, de algún modo, había dejado encerrado a su perro dentro sin darse cuenta. Y como de algún modo, nadie le había escuchado ladrar ni lloriquear con lo que no le habían sacado de allí. Fue una imagen que alejó de la mente de Quinn cualquier idea de ponerse caliente con su mujer un sábado por la mañana.

Con una mueca en el rostro debido al olor, Quinn metió la llave al cerrojo de la Consigna 35. Cuando el cerrojo se abrió, Quinn lo sacó del pasador y después enrolló la puerta estilo acordeón para arriba.

El olor de atizó con tal fuerza que dio dos pasos firmes hacia atrás, con miedo a ponerse a vomitar. Se colocó la mano sobre la nariz y la boca, dando un pequeño paso hacia delante.

Pero ese fue el único paso que dio. Vio de dónde provenía el olor solo con quedarse parado fuera de la consigna.

Había un cadáver en el suelo de la consigna. Estaba cerca de la parte delantera, a un par de metros de los cachivaches que estaban apilados en la de atrás, taquillas pequeñas, cajas de cartón, y cajas de leche llenas con un poquito de todo.

El cadáver era el de una mujer que parecía tener veintitantos años. Quinn no podía ver ninguna herida visible en ella, pero había una buena cantidad de sangre acumulada a su alrededor. Ya había dejado de estar húmeda o pegajosa, y se había resecado en el suelo de hormigón.

Ella estaba lívida como un fantasma y tenía los ojos abiertos de par en par, inmóviles. Durante un instante, Quinn pensó que le estaba mirando directamente a él.

Sintió como se elevaba un grito ahogado en su garganta. Reprimiéndose antes de que se le pudiera escapar, Quinn rebuscó su teléfono en su bolsillo y llamó al 9-1-1. Ni siquiera estaba seguro de que fuera el número al que llamar para algo como esto, pero era todo lo que se le ocurría hacer.

Cuando sonó el teléfono y respondió el agente de comunicaciones, Quinn intentó desviar la vista para descubrir que era incapaz de quitarle los ojos de encima a la grotesca visión, con su mirada entrelazada con la de la mujer muerta que había en la consigna.




CAPÍTULO TRES


Ni Mackenzie ni Ellington querían una boda a lo grande. Ellington decía que ya se había sacado todas las tonterías relativas a la boda de su sistema con su primer matrimonio, pero quería asegurarse de que Mackenzie tenía todo lo que quisiera. Los gustos de ella eran sencillos. Ella hubiera estado perfectamente satisfecha en una iglesia básica. Nada de campanitas, ni silbatos, ni elegancia fabricada.

Entonces, el padre de Ellington les había llamado poco después de que anunciaran su compromiso. El padre de Ellington, que nunca había formado realmente parte de su vida, le felicitó pero también le informó de que no podría atender ninguna boda a la que asistiera la madre de Ellington. Sin embargo, les compensó por su futura ausencia utilizando sus conexiones con un amigo muy adinerado de DC y reservando la Meridian House para ellos. Era un regalo que rayaba en lo obsceno, pero que también había puesto punto y final a la cuestión de cuándo celebrar el matrimonio. Resulta que al final la respuesta era cuatro meses después del compromiso, gracias a que el padre de Ellington reservó una fecha en particular: el 5 de septiembre.

Y, aunque ese día todavía estaba a dos meses y medio de distancia, parecía estar mucho más cerca cuando Mackenzie se puso de pie en los jardines que había junto a Meridian House. El día era perfecto y todo acerca del lugar parecía haber sido recientemente alterado y diseñado.

Me casaría aquí mismo mañana si pudiera, pensó. Por norma, Mackenzie no se dejaba llevar por impulsos caprichosos, pero había algo en la idea de casarse aquí que le hacía sentir de cierta manera, en un punto medio entre lo romántico y lo rarito. Le encantaba la sensación de otra época que emanaba el lugar, el cálido y sencillo encanto y los jardines.

Mientras se quedaba de pie y examinaba el lugar, Ellington se acercó por detrás y le colocó los brazos alrededor de la cintura. “Así que… en fin, este es el sitio”.

“Sí que lo es”, dijo ella. “Tenemos que darle las gracias a tu padre. De nuevo. O quizá solo des-invitemos a tu madre para que él pueda presentarse”.

“Puede que sea un poco tarde para eso”, dijo Ellington. “Sobre todo porque ahí está ella, caminando por la acera a tu derecha”.

Mackenzie miró en esa dirección y vio a una mujer mayor con la que los años habían sido amables. Llevaba gafas de sol negra que le hacían parecer excepcionalmente juvenil y sofisticada de una manera que rayaba en lo petulante. Cuando divisó a Mackenzie y a Ellington de pie entre dos jardineras grandes llenas de flores y tallos, les saludó con un poco de entusiasmo de más.

“Parece dulce”, dijo Mackenzie.

“También lo parecen las golosinas, pero cómete las suficientes y se te pudrirán los dientes”.

Mackenzie no pudo evitar que le saliera una risita al oír esto, pero la reprimió mientras la madre de Ellington se les unía.

“Espero que tú seas Mackenzie”, dijo.

“Lo soy”, dijo Mackenzie, insegura de cómo tomarse la broma.

“Por supuesto que lo eres, querida”, dijo. Le dio un abrazo flojo a Mackenzie con una sonrisa resplandeciente. “Y yo soy Frances Ellington… pero solo porque me resulta demasiado laborioso cambiarme el apellido”.

“Hola, madre”, dijo Ellington, acercándose para darle un abrazo.

“Hijo. Por favor, ¿cómo diablos os las arreglasteis para conseguir este lugar? ¡Es definitivamente espectacular!”.

“Llevo suficiente tiempo en DC como para hacer amistad con la gente adecuada”, mintió Ellington.

Mackenzie se estremeció por dentro. Entendía completamente por qué necesitaba mentir, pero también se sentía incómoda con formar parte de una mentira tan grande que implicaba a su suegra en esta etapa de su relación.

“¿Pero entiendo que no conoces a quienes podían acelerar el papeleo y las ramificaciones legales de tu divorcio?”.

Era un comentario que habían hecho con un tono ligeramente sarcástico, con la intención de que fuera una broma. Pero Mackenzie ya había interrogado a suficiente gente y sabía lo bastante sobre conductas y expresiones faciales como para saber cuándo alguien está siendo simplemente cruel. Quizá fuera una broma, pero también había algo de cierto y de amargura en ella.

Ellington, por otra parte, picó el anzuelo. “No. No he hecho amigos como esos, pero sabes una cosa, mamá, la verdad es que preferiría enfocarnos en el día de hoy. Y en Mackenzie, una mujer que no me va a hacer morder el barro como la primera esposa que tuve y a la que pareces sentirte apegada”.

Dios mío, esto es terrible, pensó Mackenzie.

Tuvo que tomar una decisión en ese preciso instante, y supo que podía llegar a afectar la opinión que se hiciera de ella su suegra, pero ya lidiaría con eso más adelante. Estaba a punto de hacer un comentario, para excusarse y que así Ellington y su madre pudieran tener esta conversación tan tensa en privado.

Entonces, sonó el teléfono. Lo miró y vio el nombre de McGrath. Se lo tomó como la oportunidad que necesitaba, sosteniendo el teléfono cerca de ella mientras decía: “Lo siento mucho, pero tengo que responder a esto”.

Ellington le lanzó una mirada escéptica mientras ella se alejaba un poco por la acera. Mackenzie respondió la llamada mientras se ocultaba detrás de unos matos de rosas de lo más artesanal.

“Al habla la agente White”, respondió.

“White, necesito que vengas cuanto antes. Ellington y tú, creo. Hay un caso que os tengo que asignar lo antes posible”.

“¿Estás en tu despacho en este momento? ¿Un domingo?”.

“No estaba, pero esta llamada me ha traído aquí. ¿Cuándo podéis vosotros dos estar aquí?”-

Mackenzie sonrió y le miró a Ellington, que seguía riñendo con su madre. “Oh, creo que lo podemos hacer bastante rápido”, dijo.




CAPÍTULO CUATRO


Como era domingo, no había nadie sentado al escritorio de la zona de espera que tenía afuera el despacho de McGrath. De hecho, la puerta de su oficina estaba abierta de par en par cuando llegaron Mackenzie y Ellington. Mackenzie llamó a la Puerta antes de pasar al interior sin esperar a una respuesta, sabiendo lo riguroso que podía ponerse McGrath cuando se trataba de su privacidad.

“Pasad adentro”, les gritó McGrath.

Al entrar, se encontraron a McGrath sentado a su escritorio, revolviendo entre unas carpetas. Había papeles esparcidos por todas partes y su escritorio parecía encontrarse en un leve estado caótico. Ver al generalmente ordenado McGrath en tal estado hizo que Mackenzie se preguntara qué tipo de caso había conseguido alterarle tanto.

“Os agradezco que hayáis venido tan deprisa”, dijo McGrath. “Ya sé que utilizáis la mayoría de vuestro tiempo libre para planear la boda”.

“Eh, me arrancaste de las garras de mi madre”, dijo Ellington. “Me pondré a trabajar en cualquier caso que quieras darme”.

“Está bien saberlo”, dijo McGrath, seleccionando una pila de papeles unidos con clips del revoltijo de su escritorio y arrojándoselo a Ellington. “Ellington, cuando empezaste a trabajar como agente de campo, te asigné la limpieza de un caso en Salem, Oregón. Alguna cosa con las consignas de almacén. ¿Te acuerdas?”.

“Lo cierto es que sí. Cinco cadáveres, todos aparecieron muertos en unidades de almacenamiento. Nunca se encontró a ningún asesino. Se dio por sentado que, cuando se implicó el FBI, se asustó y se detuvo”.

“Ese es. Ha habido una búsqueda continua por el tipo, pero no ha dado ningún resultado. Y han pasado ya casi ocho años”.

“¿Le encontró alguien al final?”, preguntó Ellington. Estaba hojeando los papeles que le había entregado McGrath. También Mackenzie pudo echar una ojeada y ver los pocos informes y detalles de los asesinatos de Oregón.

“No, pero han empezado a aparecer cadáveres en unidades de almacenamiento de nuevo. Esta vez es en Seattle. A uno le hallaron la semana pasada, que podía ser juzgado de coincidencia, pero encontraron otro más ayer. El cadáver llevaba muerto algún tiempo, al menos cuatro días por la pinta que tiene”.

“Entonces, ¿es bastante certero decir que ya no se están considerando los casos de Seattle como incidentes aislados?”, especuló Mackenzie.

“Eso es, con lo que el caso es tuyo, White”. Entonces McGrath se volvió hacia Ellington. “No estoy Seguro sobre si enviarte también a ti. Me gustaría hacerlo porque vosotros dos os las arregláis para trabajar bien juntos a pesar de la relación, pero con la boda tan cerca en el tiempo…”.

“Es su decisión, señor”, dijo Ellington. A Mackenzie le sorprendió bastante ver lo frívolo que estaba siendo sobre ello. “Aunque creo que mi historial con el caso de Oregón podría beneficiar a Macken—la agente White. Además de lo de dos cabezas y todo eso…”.

McGrath lo ponderó durante un momento, mirándolos alternativamente al uno y al otro. “Lo permitiré, pero puede que este sea el último caso en que os pongo juntos. Ya tengo a bastante gente incómoda con que una pareja que está comprometida trabaje en equipo. Cuando os caséis, podéis olvidaros de ello”.

Mackenzie lo entendía y hasta pensaba que era buena idea en principio. Asintió mientras McGrath hacía su presentación mientras tomaba los papeles que tenía Ellington en la mano. No se tomó el tiempo de leerlos allí mismo, porque no quería ser grosera, pero los examinó por encima lo bastante como para hacerse una idea.

Se habían hallado cinco cadáveres en consignas de almacenamiento en 2009, todas ellas en un periodo de diez días. A uno de los cadáveres parecía que le habían matado hacía poco, mientras que a otro le habían matado tanto tiempo antes de que lo descubrieran que la carne había empezado a pudrirse en los huesos. Habían detenido a tres sospechosos, pero todos ellos habían salido a la calle gracias a coartadas o a falta de pruebas reales.

“Por supuesto, tampoco nosotros estamos preparados para afirmar que hay un enlace directo entre los dos, ¿no es cierto?”, preguntó.

“No, todavía no”, dijo McGrath. “Pero esa es una de las cosas que me gustaría que averiguaras. Busca conexiones mientras estés buscando a este tipo”.

“¿Alguna cosa más?”, preguntó Ellington.

“No. Se están encargando del transporte en este preciso instante, pero deberíais estar volando en menos de cuatro horas. Realmente me gustaría resolver este asunto antes de que este maniaco pueda cargarse otras cinco personas como hizo antes”.

“Pensé que no estábamos diciendo que hubiera un enlace directo”, dijo Mackenzie.

“No oficialmente, no”, dijo McGrath. Y entonces, como si no pudiera evitarlo, sonrió con sarcasmo y se volvió hacia Ellington. “¿Y tú vas a vivir con ese tipo de escrutinio para el resto de tu vida?”.

“Oh sí”, dijo Ellington. “Y estoy deseando hacerlo.”



***



Estaban a mitad de camino del apartamento antes de que Ellington se molestara en llamar a su madre. Le explicó que les habían reclamado y le preguntaba si le gustaría quedar con ellos cuando regresaran. Mackenzie escuchaba de cerca, apenas capaz de entender la respuesta de su madre. Dijo algo sobre el peligro de trabajar y vivir juntos para una pareja romántica. Ellington le interrumpió antes de que se le subiera a la parra de verdad.

Cuando concluyó la llamada, Ellington arrojó su teléfono al piso y suspiró. “Pues bien, mamá te envía saludos”.

“Estoy segura”.

“Pero eso que dijo sobre el marido y la esposa que también trabajan juntos… ¿estás preparada para eso?”.

“Ya oíste a McGrath”, dijo ella. “Eso no va a suceder cuando nos casemos”.

“Lo sé, pero aun así. Vamos a estar en el mismo edificio, oyendo hablar de los casos del otro. Hay días en que creo que eso sería estupendo… pero hay otros en que me pregunto lo extraño que podría llegar a ser”.

“¿Por qué? ¿Acaso tienes miedo de que te acabe eclipsando?”.

“Oh, ya lo has hecho”, le dijo con una sonrisa. “Es solo que te niegas a reconocerlo”.

Mientras iban a toda prisa al apartamento y procedían a la tarea de hacer la maleta, la realidad de la situación le impactó de verdad por primera vez. Este podía ser el último caso en el que Ellington y ella trabajaran juntos. Estaba segura de que recordarían sus casos juntos con gusto cuando se hicieran mayores, casi como una especie de broma privada. Pero, por el momento, con la boda todavía cerniéndose sobre ellos y dos cadáveres esperándoles al otro lado del país, resultaba estremecedor, como si fuera el final de algo muy especial.

Supongo que tendremos que despedirnos con una buena, pensó mientras hacía su maleta. Le echó una ojeada a Ellington, que también estaba haciendo su maleta para el viaje, y sonrió. Sin duda, estaban a punto de meterse en un caso potencialmente peligroso y posiblemente había vidas en riesgo, pero estaba deseando echarse a la carretera con él una vez más… quizá la última vez…




CAPÍTULO CINCO


Llegaron a Seattle con dos escenas del crimen que visitar: la ubicación de la primera víctima, descubierta hacía ocho días, y la ubicación de la segunda víctima, que habían descubierto el día anterior. Como Mackenzie nunca había visitado Seattle en su vida, se sintió casi decepcionada de ver que uno de los estereotipos sobre la ciudad parecía ser bien acertado: caía una lluvia fina cuando aterrizaron en el aeropuerto. La llovizna continuó hasta que se metieron en su coche de alquiler y después se acabó convirtiendo en una lluvia más constante mientras se ponían de camino hacia Seattle Storage Solution, la ubicación del último cadáver que habían descubierto.

Cuando llegaron, había un hombre de mediana edad esperándolos en su camioneta de reparto. Se bajó, abrió un paraguas, y les saludó en su coche. Les entregó otro paraguas con una sonrisa alicaída.

“A ninguno de los que vienen de fuera de la ciudad se les ocurre traer uno”, explicaba al tiempo que Ellington lo agarraba. Lo abrió y, tan caballeroso como de costumbre, se aseguró de que Mackenzie estuviera completamente resguardada por él.

“Gracias”, dijo Ellington.

“Quinn Tuck”, dijo el hombre, ofreciéndole la mano.

“Agente Mackenzie White”, dijo Mackenzie, estrechándole la mano. Ellington hizo lo mismo, presentándose también.

“Vamos entonces”, dijo Quinn. “No tiene sentido retrasarlo. Preferiría estar en casa, si os da igual a vosotros. Ya se llevaron el cadáver, gracias a Dios, pero la consigna todavía me da escalofríos”.

“¿Es la primera vez que le ha pasado algo parecido?”, preguntó Mackenzie.

“Es la primera vez que es tan horrible, sin duda. En una ocasión, tuve un mapache muerto que estaba atrapado en una consigna. Y en otra ocasión, unas avispas encontraron la manera de entrar a una de las consignas, hacer un nido, y lanzarse en bandada contra el rentero. Pero no… nunca nada tan malo como esto”.

Quinn les llevó hasta una consigna con un 35 pegado sobre su puerta estilo garaje. La puerta estaba abierta y había un policía revolviendo por la parte de atrás del espacio. Llevaba un bolígrafo y un bloc de notas, y apuntaba algo cuando entraron Mackenzie y Ellington.

El policía se giró hacia ellos y sonrió. “¿Vosotros sois del bureau?”, les preguntó.

“Así es”, dijo Ellington.

“Encantado de conoceros. Soy el ayudante del alguacil Paul Rising. Pensé que sería mejor que estuviera por aquí cuando llagarais. Estoy anotando todo lo que hay guardado aquí, esperando encontrar algún tipo de pista, porque, por el momento, tenemos exactamente cero”.

“¿Estabas en la escena cuando se llevaron el cadáver?”.

“Por desgracia. Era bastante truculento. Una mujer llamada Claire Locke, de veinticinco años. Lleva muerta al menos una semana. No está claro si se murió de inanición o si se desangró antes”.

Lentamente, Mackenzie examinó el aspecto de la consigna. La parte trasera estaba llena de cajas, cestas de la leche, y varios baúles viejos, las cosas típicas que se pueden encontrar en una consigna de almacén. Pero la mancha que había en el suelo sin duda alguna lo distinguía. No era una mancha muy grande, pero adivinó que podía haber sido como resultado de una pérdida de sangre lo bastante grande como para provocar la muerte. Quizá fuera su imaginación, per estaba bastante segura de que todavía podía oler el hedor que había dejado el chico tras largarse.

Mientras que Rising continuó con su tarea con las cajas y los contenedores que había por detrás, Mackenzie y Ellington comenzaron a investigar el resto del interior. Por lo que a Mackenzie concernía, una mancha de sangre en el suelo indicaba que había algo más que merecía la pena encontrar. Mientras miraba alrededor suyo en busca de pistas, escuchó cómo Ellington le preguntaba a Rising por los detalles del caso.

“¿Estaba la mujer atada o amordazada de alguna manera?”, preguntó Ellington.

“Las dos cosas. Tenía las manos atadas a la espalda, los tobillos atados, y una de esas mordazas de bola en la boca. La sangre que viste en el suelo provenía de una leve herida de arma blanca en el estómago”.

Al menos el hecho de que la hubieran atado y amordazado explicaba por qué había sido incapaz Claire Locke de hacer ningún ruido para llamar la atención de la gente al otro lado de las paredes de la consigna. Mackenzie intentó imaginarse a una mujer encerrada en este diminuto espacio abarrotado de cosas sin luz, ni comida, ni agua. Le ponía furiosa.

Mientras daba la Vuelta alrededor de la consigna, llegó a la esquina de la entrada. La lluvia tamborileaba delante de ella, abofeteando el hormigón del pavimento. Pero, a lo largo del interior del marco metálico de la puerta, Mackenzie divisó algo. Estaba muy cerca del suelo, en la misma base del marco que permitía que la puerta se deslizara hacia arriba y hacia abajo.

Se puso de rodillas y se inclinó para mirarlo más de cerca. Al hacerlo, vio algo de sangre al borde del surco. No mucha, tan poca, de hecho, que dudaba que la hubiera visto ninguno d ellos policías. Y entonces, en el suelo justo debajo de la mancha de sangre, había algo pequeño, roto, y blanco.

Mackenzie lo tocó suavemente con su dedo. Era un trozo de uña.

Al final, parecía que Claire Locke se las había arreglado para intentar escapar. Mackenzie cerró los ojos un momento, intentando visualizarlo. Dependiendo de cómo le hubieran atado las manos, podía haber vuelto hasta la puerta, arrodillado, e intentado levantar la puerta hacia arriba. Hubiera sido un intento inútil debido al cerrojo que había fuera, pero sin duda algo que merecía la pena intentar si estabas a punto de morir de inanición o desangrada.

Mackenzie hizo un gesto a Ellington para que se acercara y para enseñarle lo que había encontrado. Entonces se giró hacia Rising y preguntó: “¿Te acuerdas de su había alguna herida adicional en las manos de la señorita Locke?”.

“Lo cierto es que sí,” dijo él. “Tenía unos cuantos cortes superficiales en su mano derecha. Y creo que le faltaba la mayor parte de una de sus uñas”.

Se acercó donde estaban Mackenzie y Ellington y soltó un rápido “Oh.”

Mackenzie continuó mirando pero no encontró nada más que unos cuantos cabellos sueltos. Cabello que asumía pertenecería a Claire Locke o al propietario de la consigna.

“¿Señor Tuck?”, dijo.

Quinn estaba parado afuera de la consigna, arrebujado debajo de su paraguas. Estaba haciendo todo lo posible para no estar de pie dentro de la consiga, para ni siquiera mirar al interior. Sin embargo, al oír el sonido de su nombre, entró al espacio a regañadientes.

“¿A quién pertenece esta consigna?”.

“Eso es lo más jodido”, dijo. “Claire Locke ha estado alquilando esta consigna durante siete meses por lo menos”.

Mackenzie asintió mientras miraba hacia la parte de atrás, donde estaban apiladas las posesiones de Locke en filas bien ordenadas que llegaban hasta el techo. El hecho de que fuera su consigna de almacén añadía un toque de misterio a todo ello, pero, pensó Mackenzie, podía servirles de ventaja a la hora de establecer el motivo o hasta de rastrear al asesino.

“¿Hay cámaras de seguridad por aquí?”, preguntó Ellington.

“Solamente tengo una en la entrada principal”, dijo Quinn Tuck.

“Hemos visto todas las cintas de seguridad de las últimas semanas”, dijo Rising. “No había nada fuera de lo normal. En este momento, estamos hablando con todos los que aparecieron por aquí en cualquier momento durante las últimas dos semanas. Como podéis imaginaros, va a ser aburrido. Todavía nos queda como una docena de personas que interrogar”.

“¿Alguna posibilidad de que podamos hacernos con esas cintas?”, preguntó Mackenzie.

“Desde luego”, dijo Rising, aunque su tono indicara que pensaba que Mackenzie estaba loca por querer irse de pesca entre ellas.

Mackenzie le siguió a Ellington a la parte de atrás de la consigna. Una parte de ella quería revolver entre las cajas y los contenedores, pero sabía que seguramente eso no llevaría a gran cosa. Una vez tuvieran pistas o sospechosos potenciales, puede que encontraran algo que mereciera la pena, pero, hasta entonces, los contenidos de la consigna no significarían absolutamente nada para ellos.

“¿Sigue el cadáver donde el forense?”, preguntó Mackenzie.

“Por lo que yo tengo entendido”, dijo Rising. “¿Quieres que le llame y le diga que vais a ir por allí?”

“Por favor. Y mira lo que puedes hacer para conseguirnos esas cintas de video”.

“Oh, puedo enviar eso, agente White”, dijo Quinn. “Es todo digital. Solo tienes que decirme dónde quieres que te lo envíe”.

“Vamos”, dijo Rising. “Os llevaré a la oficina del forense. Resulta que está solo dos pisos por debajo de mi despacho”.

Dicho eso, los cuatro salieron de la consigna y regresaron bajo la lluvia. Hasta debajo de un paraguas, era ruidosa. Caía lenta pero duramente, como si tratara de llevarse las visiones y los olores que había presenciado esta consigna.




CAPÍTULO SEIS


Resultó que Quinn Tuck les fue de lo más útil. Parecía que él quisiera llegar al fondo de lo que había pasado tanto como el que más. Por esa razón, cuando Mackenzie y Ellington llegaron a la comisaría, ya les había proporcionado el enlace para que accedieran todos sus archivos digitales del sistema de seguridad del complejo de almacenamiento.

Decidieron empezar con las cintas de seguridad en vez de con el cadáver de Claire Locke. Eso les daba la oportunidad de sentarse y orientarse un poco mejor. Casi había llegado el crepúsculo y la lluvia continuaba cayendo. Cuando Rising les preparó un monitor, Mackenzie repasó el día y le costó creer que había estado en un pintoresco jardín pensando en su boda hacía menos de nueve horas.

“Aquí están los sellos temporales relevantes”, dijo Rising, pasándole a Mackenzie un trozo de papel de su bloc de notas. “No hay muchos”. Tocó con el dedo una entrada en concreto, escrita con una caligrafía inclinada. “Esta es la única vez que vemos a Claire Locke en el complejo. Sacamos la información de su vehículo y obtuvimos su número de matrícula, así que sabemos que se trata de ella. Y esta”, dijo, tocando otra entrada, “es de cuando se marchó. Y estas son las únicas veces que ella aparece en las cintas”.

“Gracias, Rising”, dijo Ellington. “Esto resulta de gran ayuda”.

Rising le hizo un leve gesto de reconocimiento antes de salir de nuevo del diminuto despacho de sobra que les habían dado a los agentes. La monótona tarea llevó un rato, pero como Rising había indicado, la policía local ya había hecho parte de su trabajo por ellos, con lo que pudieron ver las cintas deprisa, al saltarse los periodos en que no había nadie en la pantalla. Cuando el coche que se decía pertenecía a Claire Locke aparecía en pantalla, Mackenzie amplió la imagen, pero fue incapaz de ver al conductor. Esperó, vigilando la entrada sin ornamentos del complejo durante veintidós minutos a toda velocidad antes de que mostrara el coche de Locke saliendo de allí. Durante el tiempo que ella había estado allí, nadie más había llegado y ningún coche había salido.

“Sabes qué”, dijo Mackenzie, “es totalmente posible que no le atacaran en la consigna de almacenamiento”.

“¿Crees que le mataron en otra parte y le trajeron a este sitio?”.

“Quizá no matarla en otra parte, pero probablemente secuestrarla. Creo que ver el cadáver nos ayudará a determinarlo. Si muestra señales de inanición o deshidratación, eso básicamente nos dice que se deshicieron allí de ella”.

“Pero según el informe, el cerrojo estaba trancado desde afuera”.

“Entonces quizá alguien más tenga la llave”, sugirió Mackenzie.

“Probablemente alguno de los ocupantes de los demás coches durante esos días y más días de cintas”.

“Lo más seguro”.

“¿Quieres quedarte aquí y seguir dándole a esto mientras yo voy a comprobar el cadáver?”, preguntó Ellington. “¿O al revés?”.

Mackenzie se imaginó a esta pobre mujer, sola en la oscuridad e inhabilitada hasta para pedir ayuda a gritos. La visualizó dando tumbos en la oscuridad tratando de encontrar la manera de al menos intentar abrir esa puerta.

“Creo que me gustaría ir a ver el cadáver. ¿Estás bien aquí?”.

“Oh claro que sí. Esta es una peli de las buenas. Nada de anuncios ni cosas así”.

“Genial”, dijo ella. “Te veo en un rato”.

Mackenzie se inclinó para darle un beso en la comisura del labio antes de salir. Lo hizo con naturalidad y sin pensarlo demasiado, a pesar de que no era de lo más profesional. Servía como recordatorio de las razones por las que no podrían trabajar juntos de esta manera una vez estuvieran casados.

Mackenzie salió de la diminuta oficina en busca de la morgue mientras que Ellington siguió mirando como pasaba el tiempo a toda velocidad en la pantalla.



***



La cuestión sobre si Claire Locke había experimentado inanición o deshidratación en algún grado durante el tiempo que pasó en la consigna fue respondida en el momento que Mackenzie la vio. Aunque Mackenzie no fuera una experta en la materia, las mejillas de la joven tenían un aspecto hueco. Puede que también hubiera algo similar en el estómago, pero no ere evidente debido a la incisión que había hecho el forense.

La mujer que le recibió en la morgue era una señora enorme y extrañamente agradable llamada Amanda Dumas. Saludó cálidamente a Mackenzie y se apoyó sobre una mesa de acero que estaba decorada con las herramientas de su gremio.

“En base a tu examen”, dijo Mackenzie, “¿dirías que la víctima experimentó hambre o deshidratación graves antes de morir?”

“Sí, aunque no sé hasta qué punto, exactamente”, dijo Amanda. “Hay muy poco ácido graso en su estómago, prácticamente nada. Eso, además de algunos signos de deterioro muscular, indican que experimentó al menos los primeros pinchazos de la inanición. Hay cosas que también indican deshidratación, aunque no puedo estar segura de que ninguna de ellas fuera lo que le mató”.

“¿Crees que se desangró antes?”.

“Así es, y con toda franqueza, eso hubiera sido una bendición para ella”.

“En base a lo que has visto con el cadáver, ¿crees que estaba viva cuando la dejaron en la consigna de almacenamiento?”.

“Oh, sin lugar a dudas. Y también diría que fue en contra de su voluntad”. Amanda dio un paso al frente y señaló las laceraciones en la mano derecha de Locke. “Parece que opuso algo de resistencia y que, en algún momento, hizo todo lo que pudo por escaparse”.

Mackenzie vio los cortes y notó que uno de ellos parecía bastante magullado. Podría haber llegado allí por obra del pasador con ranura sobre el que se deslizaba la puerta de la consigna. También vio la uña que se le había roto.

“También hay moratones en la parte de la nuca”, dijo Amanda. Utilizó un peine para retirar el cabello de Claire a un lado. Lo hizo con un respeto y consideración que rezumaban amor. Cuando hizo esto, Mackenzie pudo ver un morado intenso en la base superior de su cuello, donde se le unía el cráneo.

“¿Algún indicio de que estuviera drogada?”, preguntó Mackenzie.

“Ninguno. Todavía queda otro análisis químico que tengo que recibir, pero en base a todo lo demás que he visto, no espero nada de él”.

Mackenzie supuso que el moratón que tenía en la nuca junto con la mordaza que habían encontrado sobre su boca fueron más que razón suficiente para que Claire Locke no montara ningún lío o alarma cuando le llevaron a su consigna de almacén. Pensó de nuevo en las cintas de video, segura de que el conductor de uno de esos coches era el responsable de su asesinato, y de la muerte de la otra persona que habían encontrado la semana anterior, según los informes.

Mackenzie volvió a mirar el cadáver con el ceño fruncido. Sentir cierto remordimiento por alguien a quien habían asesinado era una reacción natural, pero Mackenzie estaba sintiendo un grado más intenso de tristeza con Claire Locke. Quizá fuera porque podía imaginarla completamente sola en esa consigna de almacén, incapaz de moverse apropiadamente o de pedir ayuda.

“Gracias por la información”, dijo Mackenzie. “Mi compañero y yo vamos a estar en la ciudad unos días. Dinos si aparece cualquier cosa en ese informe químico”.

Salió de la morgue y regresó al piso principal. De camino a la diminuta oficina desde la que estaban trabajando Ellington y ella, de detuvo en el mostrador de comunicaciones y pidió una copia del archivo actual sobre Claire Locke. Lo tenía en la mano dos minutos después y se los llevó a la oficina.

Se encontró a Ellington mirando fijamente al monitor, reclinado en su butaca.

“¿Encontraste algo?”, le preguntó ella.

“Nada concreto. He visto otros siete vehículos entrar y salir. Uno se quedó unas seis horas antes de salir. Quiero comprobar con el departamento de policía para ver con quiénes de estas personas ya han hablado. Para que Claire Locke acabara en esa consigna, alguien que aparece en estas cintas ha tenido que llevarla hasta allí”.

Mackenzie asintió para mostrar su acuerdo y empezó a examinar el archivo. Locke no tenía antecedentes criminales en absoluto y no es que los detalles personales ofrecieran gran cosa. Tenía veinticinco años, graduada de la UCLA hace dos años, y había estado trabajando como artista digital con una empresa de marketing local. Padres divorciados, su padre vive en Hawái y su madre en alguna parte de Canadá. No tiene marido, ni hijos, pero había una anotación al final de los detalles personales que afirmaba que habían informado a su novio de su muerte. Le habían llamado el día anterior a las tres de la tarde.

“¿Cuánto tiempo te queda con eso?”, le preguntó.

Ellington se encogió de hombros. “Otros tres días más, por lo visto”.

“¿Estás bien aquí mientras yo me voy a hablar con el novio de Claire Locke?”.

“Supongo”, dijo con un suspiro jocoso. “Llega la vida de casados, será mejor que te acostumbres a verme sentado delante de una pantalla todo el tiempo, sobre todo en temporada de fútbol”.

“Está bien”, dijo ella. “Siempre y cuando no tengas problema con que yo salga por ahí y haga mis cosas mientras tú lo haces”.

Y, para demostrale lo que quería decir, volvió a salir por la puerta. Le gritó mientras se iba corriendo: “Dame unas cuantas horas”.

“Sin duda, pero no esperes tener la cena preparada cuando regreses”.

El humor que compartían le hacía increíblemente feliz de que McGrath les hubiera permitido trabajar juntos en este caso. Entre la lluvia y las nubes que había afuera y la peculiar tristeza que sentía hacia Claire Locke, no sabía si hubiera sido capaz de manejar este caso adecuadamente por su cuenta. Sin embargo, con Ellington a su lado, sentía como si llevara un trozo de su hogar con ella, un lugar al que regresar si el caso se ponía demasiado abrumador.

Volvió a salir afuera. Había caído la noche y a pesar de que la lluvia había vuelto a estabilizarse en forma de leve sirimiri, Mackenzie no pudo evitar pensar que se trataba de una especie de señal de mal agüero.




CAPÍTULO SIETE


Mackenzie no sabía nada sobre el novio, ya que no había nada acerca de él en las notas. Lo único que sabía era que se llamaba Barry Channing y que vivía en 376 Rose Street, Apartamento 7. Cuando llamó al timbre del Apartamento 7, le respondió una mujer que parecía tener cincuenta y muchos años. Parecía cansada y entristecida, y obviamente no le hacía ninguna gracia tener una visita después de las nueve de una noche lluviosa de domingo.

“¿Les puedo ayudar en algo?”, preguntó la mujer,

Mackenzie casi vuelve a comprobar el número sobre la puerta, pero en vez de eso dijo, “estoy buscando a Barry Channing.”

“Yo soy su madre. ¿Quién es usted?”.

Mackenzie le mostró su placa. “Mackenzie White, del FBI. Esperaba poder hacerle unas cuantas preguntas sobre Claire”.

“Lo cierto es que no está en condiciones para hablar con nadie”, dijo la madre. “De hecho, él…”.

“Por Dios, mamá”, dijo una voz masculina, que se acercaba a la puerta. “Estoy bien”.

La madre se echó a un lado, haciendo espacio para que su hijo saliera a la entrada. Barry Channing era bastante alto y llevaba el pelo rubio cortado al estilo militar. Al igual que su madre, parecía que estaba falto de sueño y era evidente que había estado llorando.

“¿Ha dicho que son del FBI?”, dijo Barry.

“Sí. ¿Tienes unos minutos?”.

Barry le miró a su madre con el ceño levemente fruncido y después suspiró. “Sí, tengo algo de tiempo. Hagan el favor de entrar”.

Barry llevó a Mackenzie al interior del apartamento, por un pasillo estrecho, hasta una cocina de aspecto común. Su madre, entretanto, se quedó más atrás en el pasillo, fuera de su vista. Cuando Barry se acomodó en una silla ante la mesa de la cocina, Mackenzie escuchó cómo se cerraba una puerta con bastante fuerza en alguna otra parte del apartamento.

“Disculpen eso”, dijo Barry. “Estoy empezando a pensar que mi madre se sentía más cerca de Claire de lo que lo estaba yo. Y eso ya es decir, teniendo en cuenta que le compré un anillo de compromiso hace dos semanas”.

“Lamento mucho tu pérdida”, dijo Mackenzie.

“He oído mucho eso últimamente,” dijo Barry, mirando al mostrador. “Fue inesperado y aunque lloré como un bebé cuando me lo dijo ayer la policía, me las estoy arreglando para mantener el control. Mi madre vino para quedarse conmigo y ayudarme hasta que pase el funeral, y le estoy agradecido, pero se pasa de protectora. Cuando se vaya, seguramente podré dejar que salga el dolor, ¿sabes?”.

“Te voy a hacer lo que puede parecer una pregunta estúpida”, dijo Mackenzie. “¿Conoces a alguien que pueda tener alguna razón para hacerle esto a Claire?”.

“No. La policía me hizo la misma pregunta. No tenía ningún enemigo, ¿sabes? No se llevaba muy bien con su madre, pero nada de un nivel que causaría algo como esto. Claire era una persona bastante privada, ¿sabes? No tenía amigas íntimas ni nada… solo conocidas. Ese tipo de cosas”.

“¿Cuándo le viste por última vez?”, preguntó Mackenzie.

“Hace ocho días. Vino por aquí para ver si tenía algo que necesitara poner en su consigna de almacén. Nos reímos acerca de ello. Ella no sabía que yo tenía el anillo, pero los dos sabíamos que nos íbamos a casar. Empezamos a hacer planes para ello. Que ella me preguntara si tenía algo que poner en su almacén era otra manera de reforzarlo, ¿sabes?”.

“Después de ese día, ¿cuánto tiempo pasó antes de que empezaras a asustarte? No veo que denunciaras su desaparición ni nada por el estilo”.

“Bueno, estoy yendo a clases en el colegio de la comunidad, haciéndome con mis GPA para volver a la universidad y terminar del todo. Es un montón de trabajo y eso es además de un trabajo al que voy entre cuarenta y cuarenta y cinco horas a la semana. Así que hay unos cuatro o cinco días que pueden pasar sin que Claire y yo nos veamos. Claro que, después de tres días sin mensajes ni llamadas, empecé a preocuparme. Pasé por su apartamento para ver que estaba a salvo, pero no me respondió. Pensé en llamar a la policía, pero me apreció estúpido. Y realmente, en el fondo de mi mente, me preguntaba si a lo mejor simplemente se había largado y me había dejado. Que a lo mejor la idea de casarse le había asustado o algo así”.

“En esa última ocasión que la viste, ¿parecía estar bien? ¿Actuaba de una manera distinta a la normal?”.

“No, estaba muy bien, de buen humor”.

“Por casualidad, ¿sabes lo que iba a llevar para guardar en el almacén?”

“Seguramente algunos de sus libros de texto de la universidad. Los ha estado llevando en el maletero durante un tiempo”.

“¿Sabes cuánto tiempo lleva alquilando esa consigna?”.

“Unos seis meses. Estaba trasladando cosas desde California y guardándolas. De nuevo… como tenemos esta cosa de que nos vamos a casar, en vez de llevar las cosas directamente a su apartamento, dejó algunas de ellas en la consigna. Es la razón por la que la alquiló para empezar, creo yo. Le dije que no lo necesitaba, pero no dejaba de repetir cómo haría todo mucho más fácil cuando nos mudáramos a vivir juntos”.

“Te pregunté si Claire tenía enemigos… ¿qué hay de ti? ¿Hay alguien que podría hacer esto para hacerte daño?”.

Barry tenía un aspecto de conmoción, como si jamás se le hubiera ocurrido algo así. Sacudió la cabeza lentamente y Mackenzie pensó que podía echarse a llorar. “No, pero casi desearía que lo hubiera. Me ayudaría a encontrarle el sentido a todo eso, porque lo cierto es que conozco a nadie que quisiera a Claire muerta. Era tan… era muy buena persona. La persona más encantadora que pudiera conocer”.

Mackenzie podía afirmar que estaba siendo sincero. También sabía que no iba a conseguir nada de Barry Channing. Colocó una de sus tarjetas de visita sobre la mesa y la deslizó hacia él.

“Si se te ocurre cualquier cosa en absoluto, haz el favor de llamarme”, le dijo.

Tomó la tarjeta y solo asintió.

A Mackenzie le pareció que debía decir algo más, pero era uno de esos momentos en que había quedado claro que no había nada más que decir. Se alejó hasta la puerta y mientras la cerraba tras salir, sintió un pinchazo de arrepentimiento al escuchar cómo se echaba a llorar Barry Channing.

Ahora la lluvia que caía afuera era poco más que una neblina. Mientras caminaba de vuelta a su coche, llamó a Ellington, esperando que la lluvia amainara por completo. No estaba segura de por qué le molestaba tanto. Lo cierto es que lo hacía.

“Al habla Ellington”, le respondió, como de costumbre, sin mirar a su pantalla antes de responder.

“¿Ya has terminado de ver la tele?”.

“Sí, la verdad”, le respondió. “Ahora mismo estoy trabajando con el ayudante Rising para tachar a la gente de la lista con la que ya se ha hablado. ¿Algo nuevo por tu parte?”.

“No, pero quiero ir a la consigna de almacén donde encontraron el primer cadáver. ¿Puedes obtener esa información de Rising y quedar conmigo delante de comisaría en unos veinte minutos? Y mira a ver si alguien puede poner al propietario al teléfono”.

“Así lo haré, te veo después”.

Terminaron la llamada y Mackenzie siguió conduciendo, pensando en el novio desconsolado que acababa de ver… pensando en Claire Locke, a solas en la oscuridad, muriéndose de hambre y aterrorizada en sus últimos momentos.




CAPÍTULO OCHO


Mackenzie y Ellington llegaron a U-Store-It a las 10:10 de la mañana. Las instalaciones se distinguían de las de Seattle Storage Solution en que estas estaban en un edificio de verdad. La estructura en sí misma daba la impresión de haber sido en su día una pequeña fábrica de algún tipo, pero el exterior había sido embellecido con un diseño sencillo que solo se revelaba a medias en las lucecitas que bordeaban el pavimento. Como habían llamado con antelación, había una luz encendida en el interior ya que les estaba esperando el propietario y manager del lugar.

El propietario les recibió en la puerta, un hombre bajito y con sobrepeso que llevaba gafas y se llamaba Ralph Underwood. Parecía encantado de contar con su presencia allí y no trató de ocultar el hecho de que le había impresionado la belleza de Mackenzie.

Les llevó por delante del edificio, que consistía en una pequeña sala de espera y una sala de conferencias todavía más pequeña. Había hecho un gran trabajo para conseguir que el lugar tuviera aspecto cálido y acogedor, pero todavía tenía el olor de una vieja fábrica.

“¿Cuántas consignas tiene aquí?”, preguntó Ellington.

“Ciento cincuenta”, dijo Underwood. “Todas las consignas tienen una puerta trasera para poder cargar y descargar mercancías con facilidad desde fuera en vez de tener que pasar por delante del edificio”.

“Parece bastante eficiente”, dijo Mackenzie, que nunca había visto un complejo de almacenamiento que estuviera ubicado completamente en un edificio distinto.

“Dijiste por teléfono que os interesaba enteraros de más sobre ese cadáver con que me encontré hace dos semanas, ¿correcto?”.

“Eso es correcto”, dijo Mackenzie. Había pedido a Rising que le enviara el informe y ahora estaba leyéndolo, en su teléfono. “Elizabeth Newcomb, de treinta años. Según el informe de la policía, la hallaron en su propia consigna de almacenamiento, muerta como consecuencia de una herida de arma blanca en el pecho”.

“No sé nada acerca de eso”, dijo Underwood. “Todo lo que sé es que cuando vine esa mañana y di una vuelta por el terreno como hago siempre, vi algo rojo en el bordillo de la puerta de la consigna. Supe lo que era de inmediato, pero intenté convencerme a mí mismo de que estaba equivocado. Sin embargo, cuando por fin abrí la consigna, ahí estaba. Tumbada en el suelo, muerta, en medio de un charco de sangre”.

Relataba la historia como si estuviera sentado delante de la hoguera en una acampada. Le irritaba un poco a Mackenzie, pero también sabía que la gente con tendencias dramáticas solían ser buenas fuentes de información.

“¿Alguna vez se ha encontrado algo como esto?”, preguntó Ellington.

“No, pero a decir verdad…. He acabado teniendo unas doce consignas abandonadas. Es parte del contrato que si nadie viene a abrir la unidad al menos una vez cada tres meses, puedo llamar al usuario para asegurarme de que siguen interesados en el espacio. Si no ha habido ninguna comunicación después de seis meses, vendo los contenidos en subasta, posesiones y todo”.

Aunque Mackenzie sabia de sobre que esto era práctica habitual, por lo que a ella se refería, le resultaba casi ilegal.

“Hay algunas cosas que se deja la gente en estas consignas que son… muy desagradables”, continuó Underwood. “En tres de las consignas abandonadas que me dejaron, había toda clase de juguetes sexuales. Alguien tenía quince armas dentro de la suya, entre las que había dos AK-47. Por lo visto, una de las consignas pertenecía a un taxidermista porque había cuatro animales disecados… y no hablo de ositos de peluche, ¿me entendéis?”.

Underwood les llevó a través de una puerta en la parte trasera del pequeño ala de la entrada. No había transición después de la puerta; atravesaron un pasillo muy ancho. El suelo era de cemento y el techo estaba a más de siete metros por encima de su cabeza. Ahora más que nunca, Mackenzie estaba convencida de que este sitio había servido como fábrica de alguna clase. Las consignas estaban divididas en agrupaciones de cinco, cada agrupación separada por un pasillo que bordeaba el lateral del edificio por ambos lados. Las agrupaciones estaban colocadas a ambos lados del edificio, dispuestas de tal manera que, cuando mirabas por el pasillo central del medio, parecía no tener un final. Ahora que ya estaban adentro, Mackenzie vio la profundidad y el alcance del lugar por lo que eran. El edificio tenía fácilmente cien metros de longitud.

“La consigna que queréis ver está por aquí subiendo un poco”, dijo Underwood. Siguieron caminando durante unos dos minutos, mientras Underwood seguía dándoles la paliza con las peculiares piezas de coleccionista que se había encontrado en algunas de las consignas abandonadas, además de tesoros como juguetes en condición inmaculada, revistas gráficas de gran valor, y una caja fuerte de verdad sin abrir que tenía más de cinco de los grandes en su interior.

Finalmente, les invitó a detenerse delante de una consigna con el letrero C-2. Por lo visto, había preseleccionado la llave antes de su llegada; rebuscó una sola llave en su bolsillo y desbloqueó el candado que había en el pasador de la puerta. Entonces levantó la puerta, revelando el mohoso interior. Underwood encendió la luz apretando un interruptor que había en la pared y la luz que les iluminó desde el fondo de la habitación reveló una consigna de almacenamiento básicamente vacía.

“¿Y no ha venido ningún familiar a reclamar sus cosas?”, preguntó Mackenzie.

“Recibí una llamada de su madre hace cuatro días”, dijo. “Va a venir en algún momento, pero no concretamos una fecha ni nada por el estilo”.

Mackenzie dio una vuelta por el espacio, en busca de cualquier cosa que resultara similar a lo que habían visto en la consigna de Claire Locke. Pero, o Elizabeth Newcomb no tenía las agallas para luchar que tenía Claire Locke o las pruebas de su pelea ya habían sido limpiadas por el departamento de policía local y los detectives locales.

Mackenzie se acercó a las posesiones que estaba apiladas en la parte de atrás. La mayoría de ellas estaban metidas en contenedores de plástico, etiquetados con cinta adhesiva y un marcador negro: Libros y Revistas, Infancia, Cosas de Mamá, Decoraciones de Navidad, Antiguos Utensilios Pastelería.

Hasta la manera en que estaban apilados parecía muy organizada. Había unas cuantas cajitas de cartón llenad de álbumes de fotos y de fotos enmarcadas. Mackenzie echo una ojeada a unos cuantos de los álbumes, pero no vio nada que sirviera de ayuda. Solo vio fotografías de familiares sonrientes, vistas de primera línea de playa, y un perro que por lo visto había sido una mascota muy apreciada.

Ellington se acercó donde ella estaba y echó un vistazo a las cajas. Tenía las manos en las caderas, una de las señales que indicaban que se sentía perdido. Todavía le seguía sorprendiendo de vez en cuando lo bien que le conocía.

“Creo que, si había alguna cosa que encontrar aquí, seguro que ya lo hizo la policía”, dijo. “Quizá podamos encontrar algo en los archivos”.

Mackenzie estaba asintiendo, pero sus ojos habían recaído en otra cosa. Caminó hasta la esquina opuesta, donde habían apilado tres contenedores de plástico uno encima del otro. Encasquetada exactamente en el rincón, tan atrás que se le había pasado por alto en una primera inspección, había una muñeca. Era una muñeca antigua, con el pelo sin brillo y manchitas de tierra en las mejillas. Parecía que fuera algo que alguien hubiera podido robar del set de una película mala de terror.

“Qué raro”, dijo Ellington, siguiéndole la mirada.

“Y que extrañamente fuera de lugar”, dijo Mackenzie.

Recogió la muñeca del suelo, con cuidado de mantener las manos en la misma posición a su espalda, en caso de que hubiera algún tipo de pista. Pero claro, a primera vista parecía un objeto al azar en el contenedor de almacenamiento de alguien, quizá algo que arrojaron en el último instante, como una ocurrencia tardía.

Sin embargo, todo lo demás que hay en esta consigna está meticulosamente apilado y organizado. Esta muñeca llama la atención. Y no solo eso, es casi como si fuera su intención llamar la atención.

“Creo que tenemos que meterlo en una bolsa de pruebas”, dijo ella. “¿Por qué no han metido este objeto a una caja para guardarlo? Este lugar está tan limpio que da miedo. ¿Por qué dejarse esto fuera?”.

“¿Crees que el asesino lo colocó allí?”, preguntó Ellington. Pero, antes de que la pregunta saliera por completo de sus labios, ella podía decir que él también lo estaba considerando como una posibilidad muy real.

“No lo sé”, dijo ella. “Pero creo que quiero echarle otro vistazo a la consigna de Claire Locke. Y también quiero ver lo rápido que podemos obtener el archivo completo del caso de los asesinatos de Oregón en los que tú trabajaste… al principio del todo”. Dijo la última parte con una sonrisa, sin perder una oportunidad de provocarle por ser siete años mayor que ella.

Ellington se volvió hacia Underwood. Estaba de pie junto a la puerta, fingiendo que no les estaba escuchando. “Supongo que no hablaste con la señorita Newcomb excepto para alquilarle su consigna, ¿verdad?”

“Me temo que no”, dijo Underwood. “Intento ser amable y hospitalario con todo el mundo, pero hay mucha gente, ¿sabes?”. Entonces vio la muñeca que Mackenzie todavía tenía en la mano y frunció el ceño. “Ya te lo dije… montones de cosas raras en esos contenedores”.

Mackenzie no lo dudaba, pero esta cosa rara en particular parecía estar llamativamente fuera de lugar. Y tenía toda la intención de descubrir qué significaba todo ello.




CAPÍTULO NUEVE


Debido a la hora intempestiva, era comprensible que a Quinn Tuck le hubiera fastidiado que le llamara Mackenzie. Aun así, les dijo cómo entrar al complejo y donde podían encontrar las llaves de repuesto. Era justo antes de medianoche cuando Mackenzie y Ellington abrieron de nuevo la consigna de Claire Locke. Mackenzie no pudo evitar pensar que estaban moviéndose en círculos, un sentimiento que no era especialmente alentador tan temprano en el caso, pero también le parecía que esta era la opción correcta.

Tomando en cuenta la muñeca de la consigna de Elizabeth Newcomb, Mackenzie volvió a entrar al espacio de la consigna. Quizá fuera por que era consciente de que ya era tarde, pero el sitio le causaba todavía más aprensión en esta ocasión. Los contenedores y las cajas de la parte de atrás no eran tan perfectas como las que había en la consigna de Elizabeth Newcomb, aunque estuvieran ordenadas a su manera.

“Un poco triste, ¿no es cierto?”, dijo Ellington.

“¿El qué?”.

“Estas cosas… estos contenedores y cajas. Seguramente nadie a quien le importe lo que hay dentro de ellas las vaya a volver a abrir jamás”.

Realmente era un pensamiento triste, uno que Mackenzie intentó alejar de su atención. Caminó hasta la parte trasera de la consigna, sintiéndose casi como una intrusa. Tanto Ellington como ella examinaron los contenidos en busca de alguna muñeca o alguna otra distracción, pero no encontraron nada. Entonces, Mackenzie pensó que estaba esperando encontrarse algo tan obvio como una muñeca. Quizá hubiera algo distinto, algo más pequeño…

O quizá aquí no haya ninguna conexión en absoluto, pensó.

“¿Ya viste esto?”, le preguntó Ellington.

Estaba arrodillado junto a la pared de la derecha. Asintió con la cabeza hacia la esquina de la consigna, en un espacio estrecho entre la pared y una pila de cajas de cartón. Mackenzie también se puso de rodillas y vio lo que había divisado Ellington.

Era una tetera en miniatura, no en el sentido de que fuera una tetera pequeñita, sino más bien como que era la tetera de un juego de té de esos que las niñas pueden utilizar para tomar un té imaginario.

Gateó hacia adelante y lo recogió del suelo. Le sorprendió bastante darse cuenta de que no estaba hecho de plástico, sino de cerámica. Tenía el mismo tacto de una tetera real, solo que esta no era de más de quince centímetros de largo. Podía agarrar el objeto entero en una mano.

“Si quieres saber lo que pienso”, dijo Ellington, “no hay manera de que colocaran eso ahí por accidente o que lo dejara alguien que estaba harto de meter cosas a la consigna”.

“Y no es que se acabe de caer de una caja”, añadió Mackenzie. “Es cerámica. Si se hubiera caído de una caja, se hubiera roto en mil pedazos en el suelo”.

“¿Y qué diablos significa?”.

Mackenzie no tenía respuesta. Ambos se quedaron mirando a la tetera, que era bastante bonita pero también algo cutre, igual que la muñeca en la consigna de Elizabeth Newcomb. Y, a pesar de su pequeño tamaño, a Mackenzie le parecía que representaba algo mucho más grande.



***



Era la 1:05 de la mañana cuando por fin reservaron una habitación de motel. Aunque Mackenzie estaba cansada, también se sentía activada por el puzle que planteaban la muñeca y la pequeña tetera. Una vez en la habitación, se tomó un momento para quitarse la ropa de trabajo y ponerse una camiseta y unos pantalones de deporte. Encendió su portátil mientras Ellington también se ponía algo de ropa más cómoda. Entró a su cuenta de email y vio que McGrath había encargado a alguien que les enviaran todos y cada uno de los archivos que tuvieran sobre el caso de Salem, Oregón, de los asesinatos en consignas de almacén de hace ocho años.

“¿Qué estás haciendo?”, preguntó Ellington al tiempo que se ponía a su lado. “Ya es tarde y mañana va a ser un día muy largo.”

Ignorándole, le preguntó: “¿Había algo en los casos de Oregón que apuntara a algo como esto? ¿A una muñeca, una tetera… lago por el estilo?”.

“Sinceramente, no me acuerdo. Como dijo McGrath, solo me encargué de hacer limpieza. Interrogué a unos cuantos testigos, ordené los informes y el papeleo. Si hubo algo como eso, no destacó. No estoy preparado para decir que ambos casos estén vinculados. Sí, son chocantemente similares, pero no idénticos. Aun así… puede que no venga mal investigarlo en algún momento. Quizá reunirnos con el departamento de policía de Salem para ver si alguien que estuviera más cerca del caso se acuerda de algo como esto”.

Mackenzie confiaba en su palabra, pero no pudo evitar escanear varios de los archivos antes de entregarse a su necesidad de descanso. Sintió cómo Ellington reposaba la mano en su hombro y entonces, sintió el rostro de él junto al suyo.

“¿Soy muy vago si me voy a dormir?”.

“No. ¿Y yo soy demasiado obsesiva si no lo hago?”.

“No. Tú solo estás siendo de lo más devota a tu trabajo”. Le besó en la mejilla y después se tiró en la cama individual que había en la habitación.

Se sentía tentada de unirse a él, no para ninguna actividad extracurricular, sino simplemente para disfrutar de algo de sueño antes del frenético ritmo que les iba a traer el día siguiente. Pero le parecía que tenía que encontrar al menos algunas piezas potenciales más del puzle, incluso aunque estuvieran enterradas en un caso de hace ocho años.

A primera vista, no había nada que encontrar. Había habido cinco asesinatos, todos los cuerpos fueron hallados en unidades de almacenamiento. Una de las unidades tenía entre sus contenidos unas tarjetas de béisbol por valor de más de diez mil dólares, y otra contenía una colección macabra de armamento medieval. Se había interrogado a siete personas en conexión con las muertes, pero ninguna de ellas había sido condenada. La teoría con la que habían trabajado la policía y el FBI era que el asesino estaba secuestrando a sus víctimas y después forzándolas a abrir sus unidades de almacenamiento. En base a los informes originales, no parecía que el asesino estuviera llevándose nada de las unidades, aunque obviamente era imposible estar seguro de esto.

Por lo que podía ver Mackenzie, no hubo ningún objeto peculiar que se colocara en las escenas. Los archivos contenían fotografías de las escenas del crimen y de las cinco víctimas, tres de las unidades de almacenamiento se encontraban en un estado caótico, sin haber visto jamás el toque obsesivamente organizado de alguien como Elizabeth Newcomb.

Dos de las imágenes de las escenas del crimen eran sorprendentemente claras. Una era de la escena de la segunda víctima, y la otra de la quinta. Ambas unidades se habían hallado en un estado que Mackenzie consideraba caos organizado; había montones de cosas por aquí y por allá, pero las había puesto juntas al azar.

Examinando la fotografía de la segunda escena del crimen, Mackenzie escudriñó el fondo, ampliando todo lo que podía sin provocar que la pantalla se pixelara. Cerca del centro de la habitación, encima de tres cajas precariamente apiladas, pensó que había visto algo de interés. Parecía una jarra de algún tipo, quizá algo donde poner agua o limonada. Estaba apoyada en lo que parecía ser un plato de alguna clase. Aunque había otros objetos al azar fuera de las cajas, parecía que hubieran colocado estas en el mismo centro de la habitación.

Miró fijamente la imagen hasta que le empezaron a doler los ojos y todavía no estaba segura de qué es lo que estaba mirando. A sabiendas de que podía no resultar en nada, abrió la página de redactar un email para enviárselo a dos agentes que sabía actuarían rápida y eficazmente, dos agentes a quienes, pensó distraída, Ellington y ella tenían que invitar a su boda: los agentes Yardley y Harrison.

Adjuntó los archivos que había recibido al email y escribió un mensaje rápido: ¿podría alguno de vosotros investigar los archivos de estos casos y ver si hubo alguien que acabara tomando un inventario de lo que había dentro de las unidades de almacenamiento? A lo mejor podéis hablar con los propietarios de las instalaciones de almacenamiento.

Sabiendo que quedaba muy poco por hacer, Mackenzie se permitió finalmente irse a la cama. Como estaba tan cansada y el día se le vino encima como una bola de nieve, se había quedado dormida en menos de dos minutos después de recostar su cabeza en la almohada.

Incluso cuando resurgió la tenebrosa visión de la muñeca del almacén de Elizabeth Newcomb dentro de su mente, se las arregló para ignorarla, por su mayor parte, y meterse en un sueño profundo.




CAPÍTULO DIEZ


A Mackenzie no le sorprendió lo más mínimo despertarse a las 6:30 para encontrarse con que el agente Harrison ya le había contestado. Era prácticamente un gurú de la investigación y había aprendido deprisa a navegar entre archivos, carpetas, y copiosas cantidades de datos. Su email contenía dos archivos adjuntos y un mensaje directo, típico de él.

Los dos documentos que adjunto son de los inventarios que realizó el FBI. Estos son todo lo que tenemos porque las familias de las otras víctimas rechazaron las solicitudes del bureau de examinar las posesiones almacenadas. El quinto falta porque el propietario de la instalación subastó los contenidos a los tres días de su muerte. Parece algo cruel que hacer, pero la víctima no tenía ningún familiar que viniera a recorrer sus posesiones.

Espero que esto sirva de ayuda. Dime si necesitas algo más específico.

Mackenzie abrió los archivos adjuntos y se encontró con una lista muy simplificada preparada en un sencillo documento de Word. El primero tenía siete páginas. El segundo tenía treinta y seis páginas. El documento más largo era un inventario de una consigna que pertenecía a Jade Barker. El nombre hizo clic al instante en la mente de Mackenzie, sacó las imágenes de las escenas del crimen de los documentos originales y vio que el más caótico había sido el de Jade Barker, el mismo con el posible plato y jarra colocados directamente en el centro de la imagen.

Mackenzie hizo una búsqueda rápida a través de todo el documento y encontró los dos artículos listados en la página dos.

Jarra de juguete.

Plato de juguete de plástico.

Detrás suyo, Ellington se estaba vistiendo. Mientras se abrochaba la camisa, se acercó a ella y miró la pantalla. “Diablos”, dijo. “Hacen lo que haga falta por ti, ¿no es cierto?”.

“Sí que lo hacen”, dijo ella, señalando los dos artículos. Entonces pensó algo durante un instante antes de preguntar: “¿Dónde exactamente está Salem, Oregón?”.

“Al norte del estado. No estoy seguro de dónde”. Se detuvo, le miró con fingida irritación, y suspiró. “¿Estás pensando en irte a pasar el día?”.

“Creo que puede que merezca la pena. Me gustaría echarles un vistazo a las escenas y quizá hablar con algunos familiares de las víctimas”.

“Ya tenemos a familiares con los que hablar aquí”, señaló Ellington. “Empezando por los padres de Elizabeth Newcomb. Y francamente, me gustaría tener una charla con los policías que fueron originalmente a esa unidad de almacenamiento para obtener un informe detallado”.

“Suena como que tienes la mañana planeada, entonces”.

“Mac… Salem está como a unas cuatro horas, creo. No tiene sentido separarnos solo para que tú te puedas pasar todo el día en la carretera para, con suerte, hacerte una idea confusa de lo que pasó allí hace ocho años”.

Mackenzie abrió una pestaña en su portátil y tecleó Seattle y Salem, OR. Sin volver la vista hacia él, le dijo: “Está a tres horas y media… digamos que tres conmigo al volante. Si todo va bien, estaré de vuelta para cenar”.

“Si todo va bien”, repitió Ellington.

Ella sonrió y se puso de pie. “Yo también te quiero”.

Tras decir eso, le besó y deseó haberse ido a dormir un poquito antes la noche anterior.



***



“Harrison, necesito que encuentres algo más de información para mí”.

Había algo en conducir y hablar por teléfono que realmente excitaba a Mackenzie. Sin duda, sabía que no estaba bien visto pero en su línea de trabajo, lo consideraba como la modalidad definitiva de hacer de todoterreno.

“Y buenos días a ti también”, dijo el agente Harrison desde el otro lado de la línea. “¿Entiendo que recibiste mi email?”.

“Así es. Y me fue de gran ayuda. Aunque me preguntaba si podías hacer algunas averiguaciones más para mí”.

Ya sabía que él estaría de acuerdo. En el pasado, se había tenido que preocupar de lo que podía pensar McGrath, pero ahora que Mackenzie tenía un nuevo puesto directamente bajo las órdenes de McGrath, sabía que Harrison empujaría su solicitud hasta la primera posición de su lista.

“¿Qué necesitas?”.

“Ahora mismo voy de camino hacia Salem, Oregón, para echarles un vistazo a las escenas de allá y entrevistar a quien pueda al respecto. Me gustaría que vieras si puedes averiguar la información de contacto de cualquier familiar o amigo íntimo de las víctimas que viva en la zona”.

“Claro, puedo ponerme a ello. ¿Cuántas horas de viaje estás anticipando?”.

“Como tres horas más”.

“Tendrás todo lo que necesitas antes de que llegues allí”.

“Gracias, Harrison”.

“Entonces, ¿es este caso alguna cosa rara de pre-luna de miel para vosotros dos?”, le preguntó.

“Ni de lejos. Supongo que se podría decir que es algo así como el juego preliminar”, bromeó ella.

“Bueno, eso es demasiada información. Deja que vuelva al trabajo para ti. Feliz viaje, agente White”.

Concluyeron la llamada, dejando a Mackenzie con la mirada fija en la Interestatal 5 sin más compañía que sus pensamientos. Seguía pensando en la imagen de la unidad de almacenamiento de Jade Barker, muerta desde hacía unos ocho años. Si el plato y la jarra que ella había encontrado en la imagen eran los dos mismos objetos que el FBI había añadido a su inventario, ¿qué significaban? Claro, había una débil conexión con algunos hallazgos extraños en este nuevo caso de Seattle, pero ¿adónde llevaban? Incluso si salía de Salem con pruebas irrefutables de que el asesino estaba dejando cachivaches y juguetes relacionados con una fiesta para tomar el té (y sí, incluía a las muñecas en esa temática de la fiesta del té), ¿realmente conseguiría algo?





Конец ознакомительного фрагмента. Получить полную версию книги.


Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=51923082) на ЛитРес.

Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.



De la mano de Blake Pierce, autor de los éxitos de ventas #1 UNA VEZ DESAPARECIDO (un éxito de ventas #1 con más de 1200 críticas de cinco estrellas), llega ANTES DE QUE ANHELE, el libro #10 en la trepidante serie de misterio con Mackenzie White.ANTES DE QUE ANHELE es el libro #10 en la serie éxito de ventas #1 de Mackenzie White, que comienza con ANTES DE QUE MATE (Libro #1), un éxito de ventas #1 con más de 500 críticas!Llaman a la agente especial del FBI Mackenzie White cuando se encuentra un segundo cadáver en un depósito de alquiler. No parece que haya ninguna conexión entre ambos casos, pero cuando Mackenzie escarba un poco más a fondo, se da cuenta de que se trata de la obra de un asesino en serie—y de que pronto atacará de nuevo.Mackenzie se verá forzada a adentrarse en el cerebro de un demente cuando intente comprender una mente obsesionada con el desorden, los almacenes, y los sitios claustrofóbicos. Es un lugar oscuro desde el que se teme que no pueda retornar—y, aun así, un lugar que tiene que examinar a fondo si quiere tener alguna posibilidad de ganar el juego del gato y el ratón que puede salvar la vida de nuevas víctimas. Incluso entonces, puede que sea demasiado tarde. Un thriller psicológico oscuro de suspense estremecedor, ANTES DE QUE ANHELE es el libro #9 en esta fascinante nueva serie—con un nuevo personaje entrañable—que le tendrá pasando páginas hasta altas horas de la madrugada. Entre otros libros de Blake Pierce, también está disponible a la venta UNA VEZ DESAPARECIDO (Un Misterio con Riley Paige—Libro #1), un éxito de ventas #1 con más de 1200 críticas de cinco estrellas—¡y una descarga gratuita!

Как скачать книгу - "Antes De Que Anhele" в fb2, ePub, txt и других форматах?

  1. Нажмите на кнопку "полная версия" справа от обложки книги на версии сайта для ПК или под обложкой на мобюильной версии сайта
    Полная версия книги
  2. Купите книгу на литресе по кнопке со скриншота
    Пример кнопки для покупки книги
    Если книга "Antes De Que Anhele" доступна в бесплатно то будет вот такая кнопка
    Пример кнопки, если книга бесплатная
  3. Выполните вход в личный кабинет на сайте ЛитРес с вашим логином и паролем.
  4. В правом верхнем углу сайта нажмите «Мои книги» и перейдите в подраздел «Мои».
  5. Нажмите на обложку книги -"Antes De Que Anhele", чтобы скачать книгу для телефона или на ПК.
    Аудиокнига - «Antes De Que Anhele»
  6. В разделе «Скачать в виде файла» нажмите на нужный вам формат файла:

    Для чтения на телефоне подойдут следующие форматы (при клике на формат вы можете сразу скачать бесплатно фрагмент книги "Antes De Que Anhele" для ознакомления):

    • FB2 - Для телефонов, планшетов на Android, электронных книг (кроме Kindle) и других программ
    • EPUB - подходит для устройств на ios (iPhone, iPad, Mac) и большинства приложений для чтения

    Для чтения на компьютере подходят форматы:

    • TXT - можно открыть на любом компьютере в текстовом редакторе
    • RTF - также можно открыть на любом ПК
    • A4 PDF - открывается в программе Adobe Reader

    Другие форматы:

    • MOBI - подходит для электронных книг Kindle и Android-приложений
    • IOS.EPUB - идеально подойдет для iPhone и iPad
    • A6 PDF - оптимизирован и подойдет для смартфонов
    • FB3 - более развитый формат FB2

  7. Сохраните файл на свой компьютер или телефоне.

Видео по теме - Un Corazón feat. Living - Jesucristo Basta (Versión acústica)

Книги автора

Аудиокниги автора

Рекомендуем

Последние отзывы
Оставьте отзыв к любой книге и его увидят десятки тысяч людей!
  • константин александрович обрезанов:
    3★
    21.08.2023
  • константин александрович обрезанов:
    3.1★
    11.08.2023
  • Добавить комментарий

    Ваш e-mail не будет опубликован. Обязательные поля помечены *