Книга - Si Ella Corriera

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Si Ella Corriera
Blake Pierce


“Una obra maestra de misterio y suspenso. Blake Pierce ha hecho un magnífico trabajo desarrollando personajes con un mundo psicológico tan bien descrito que es como un acceso directo al interior de sus mentes, para seguirlos en sus temores y aplaudirlos en sus triunfos. Lleno de giros, este libro le mantendrá despierto hasta la última página".--Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (re: Una Vez Ido) SI ELLA CORRIERA (Un Misterio Kate Wise) es el libro #3 en una nueva serie de suspenso psicológico del exitoso autor Blake Pierce, cuyo bestseller #1 Una Vez Ido (Libro #1) (descarga gratis) ha recibido más de 1000 reseñas de cinco estrellas. Kate Wise, agente del FBI ya retirada, de 55 años de edad, es llamada de nuevo cuando un marido, residente de un opulento suburbio, es hallado muerto por disparos en su camino a casa. Es la segunda vez que sucede. ¿Puede ser una coincidencia?Hay un caso que ha perseguido a Kate durante toda su carrera, ese que no pudo resolver.Ahora, 10 años después, un segundo marido --perteneciente a la misma, exclusiva comunidad-- es asesinado de la misma manera.¿Cuál es la conexión?¿Y podrá Kate redimirse, y resolverlo antes de que se enfríe de nuevo?Una historia de suspenso y acción que acelera el corazón, SI ELLA CORRIERA es el libro #3 en una nueva y trepidante serie que te pondrá a leer hasta bien entrada la noche. El libro #4 de la SERIE DE MISTERIOS KATE WISE ya está disponible para ordenar por adelantado.







s i e l l a c o r r i e r a



(un misterio kate wise —libro 3)



b l a k e p i e r c e


Blake Pierce



Blake Pierce es el autor de la serie exitosa de misterio RILEY PAIGE que cuenta con trece libros hasta los momentos. Blake Pierce también es el autor de la serie de misterio de MACKENZIE WHITE (que cuenta con nueve libros), de la serie de misterio de AVERY BLACK (que cuenta con seis libros), de la serie de misterio de KERI LOCKE (que cuenta con cinco libros), de la serie de misterio LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE (que cuenta con tres libros), de la serie de misterio de KATE WISE (que cuenta con dos libros), de la serie de misterio psicológico de CHLOE FINE (que cuenta con dos libros) y de la serie de misterio psicológico de JESSE HUNT (que cuenta con tres libros).



Blake Pierce es un ávido lector y fan de toda la vida de los géneros de misterio y los thriller. A Blake le encanta comunicarse con sus lectores, así que por favor no dudes en visitar su sitio web www.blakepierceauthor.com para saber más y mantenerte en contacto.



Copyright © 2018 by Blake Pierce. Todos los derechos reservados. Excepto como esté permitido bajo la U.S. Copyright Act of 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida bajo ninguna forma y por ningún medio, o almacenada en una base de datos o sistema de recuperación, sin el permiso previo del autor. Este libro electrónico está licenciado solo para su entretenimiento personal. Este libro electrónico no puede ser revendido o regalado a otras personas. Si usted quisiera compartir este libro con otra persona, compre por favor una copia adicional para cada destinatario. Si usted está leyendo este libro y no lo compró, o no fue comprador para su uso exclusivo, entonces por favor regréselo y compre su propia copia. Gracias por respetar el arduo trabajo de este autor. Esta es una obra de ficción. Nombre, personajes, negocios, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son, o producto de la imaginación del autor o son usados en forma de ficción. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia. Imagen de portada Copyright Tom Tom, usada bajo licencia de Shutterstock.com.



Traducción: Milagros Rosas Tirado


LIBROS ESCRITOS POR BLAKE PIERCE



SERIE DE THRILLER DE SUSPENSE PSICOLÓGICO CON JESSIE HUNT

EL ESPOSA PERFECTA (Libro #1)

EL TIPO PERFECTO (Libro #2)

LA CASA PERFECTA (Libro #3)



SERIE DE MISTERIO PSICOLÓGICO DE SUSPENSO DE CHLOE FINE

AL LADO (Libro #1)

LA MENTIRA DEL VECINO (Libro #2)

CALLEJÓN SIN SALIDA (Libro #3)



SERIE DE MISTERIO DE KATE WISE

SI ELLA SUPIERA (Libro #1)

SI ELLA VIERA (Libro #2)

SI ELLA CORRIERA (Libro #3)

SI ELLA SE OCULTARA (Libro #4)

SI ELLA HUYERA (Libro #5)



SERIE LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE

VIGILANDO (Libro #1)

ESPERANDO (Libro #2)

ATRAYENDO (Libro #3)



SERIE DE MISTERIO DE RILEY PAIGE

UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1)

UNA VEZ TOMADO (Libro #2)

UNA VEZ ANHELADO (Libro #3)

UNA VEZ ATRAÍDO (Libro #4)

UNA VEZ CAZADO (Libro #5)

UNA VEZ AÑORADO (Libro #6)

UNA VEZ ABANDONADO (Libro #7)

UNA VEZ ENFRIADO (Libro #8)

UNA VEZ ACECHADO (Libro #9)

UNA VEZ PERDIDO (Libro #10)

UNA VEZ ENTERRADO (Libro #11)

UNA VEZ ATADO (Libro #12)

UNA VEZ ATRAPADO (Libro #13)

UNA VEZ INACTIVO (Libro #14)



SERIE DE MISTERIO DE MACKENZIE WHITE

ANTES DE QUE MATE (Libro #1)

ANTES DE QUE VEA (Libro #2)

ANTES DE QUE CODICIE (Libro #3)

ANTES DE QUE SE LLEVE (Libro #4)

ANTES DE QUE NECESITE (Libro #5)

ANTES DE QUE SIENTA (Libro #6)

ANTES DE QUE PEQUE (Libro #7)

ANTES DE QUE CACE (Libro #8)

ANTES DE QUE ATRAPE (Libro #9)

ANTES DE QUE ANHELE (Libro #10)



SERIE DE MISTERIO DE AVERY BLACK

CAUSA PARA MATAR (Libro #1)

UNA RAZÓN PARA HUIR (Libro #2)

UNA RAZÓN PARA ESCONDERSE (Libro #3)

UNA RAZÓN PARA TEMER (Libro #4)

UNA RAZÓN PARA RESCATAR (Libro #5)

UNA RAZÓN PARA ATERRARSE (Libro #6)



SERIE DE MISTERIO DE KERI LOCKE

UN RASTRO DE MUERTE (Libro #1)

UN RASTRO DE ASESINATO (Libro #2)

UN RASTRO DE VICIO (Libro #3)

UN RASTRO DE CRIMEN (Libro #4)

UN RASTRO DE ESPERANZA (Libro #5)


CONTENIDOS



CAPÍTULO UNO (#u05b46e62-880e-5649-adf1-25e966daee03)

CAPÍTULO DOS (#uc76e55f1-226b-561c-a512-33b8c3be4fb9)

CAPÍTULO TRES (#u4ead1457-5d50-5881-b9a7-ed2b987143af)

CAPÍTULO CUATRO (#u5d138488-ff99-5a7e-8a58-82fbbd17811b)

CAPÍTULO CINCO (#u89b23b01-c0d0-54b2-9407-a595c11b0cbd)

CAPÍTULO SEIS (#u57c7513d-548e-550d-9ce1-abe94136d7ac)

CAPÍTULO SIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO OCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO NUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIEZ (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO ONCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DOCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TRECE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO CATORCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO QUINCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIDÓS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTITRÉS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTICUATRO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTICINCO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTISIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTINUEVE (#litres_trial_promo)




CAPÍTULO UNO


Sus nervios estaban al límite y se sentía como si fuera a enfermarse en cualquier momento. En sus manos, los guantes de boxeo se sentían extraños y el protector de cabeza la sofocaba. Ninguna de estas cosas era nueva para Kate Wise —había estado entrenando durante unos dos meses—, pero era su primera vez practicando con una contrincante. Aunque consciente de que todo era por diversión y como parte del régimen de ejercicios, no por ello dejaba de sentirse nerviosa. Estaría lanzando golpes de verdad al cuerpo de alguien y eso no era cosa que alguna vez se hubiera tomado a la ligera.

Miró al otro lado del cuadrilátero a su compañera de prácticas, una mujer más joven a la que se esforzaba en no ver como una oponente. Era otro miembro del pequeño gimnasio que, al igual que ella, había estado siguiendo el programa de boxeo. El nombre de la mujer era Margo Dunn y estaba tomando el curso por la misma razón que Kate; era un gran ejercicio que involucraba todo el cuerpo, y en esencia, no requería demasiada carrera ni levantamiento de pesas.

Margo le sonrió a Kate en tanto su entrenador le ajustaba el protector bucal. Kate asintió en respuesta mientras su entrenador le colocaba a su vez el suyo. En cuanto calzó a la perfección alrededor de sus dientes, Kate sintió como si un interruptor hubiera sido pasado. Ahora estaba en modo boxeo. Sí, los nervios seguían allí, y ella se sentía incómoda con toda la situación, pero era el momento de avanzar, el momento de actuar. Solo había siete espectadores —los entrenadores y dos otros miembros del gimnasio que simplemente eran curiosos.

A un costado del cuadrilátero, alguien hizo sonar la pequeña campana para indicar el comienzo de la pelea. Kate avanzó a la mitad del ring, al encuentro con Margo. Entrechocaron los guantes y dieron dos respetuosos pasos hacia atrás.

Y entonces comenzó. Kate se movió un poco trazando un círculo, encontrando el ritmo con sus pies, el cual le habían enseñado a recordar como si fuera una danza. Dio un paso hacia adelante y lanzó su primer jab. Margo lo bloqueó con facilidad, pero fue bueno para ir calentando. Kate golpeó de nuevo, un pequeño puñetazo en la nuca con su mano izquierda. Margo bloqueó este y respondió con un izquierdazo que alcanzó a Kate de lleno en un costado de la cabeza. El puñetazo fue intencionadamente suave —esto era, después de todo, solo un encuentro para practicar— y aterrizó de lleno en el relleno del protector de cabeza. Con todo, fue suficiente para hacer que Kate se estremeciera un poco.

Tienes cincuenta y seis, se dijo mentalmente a sí misma. ¿Qué diablos estabas pensando?

Sopesaba la pregunta cuando Margo lanzó un gancho de derecha. Kate dio un paso al costado para evadirse. Esquivarlo con tanta facilidad le dio más confianza. Bloquear sin esfuerzo el jab de Margo que vino a continuación, avivó la necesidad de superarla.

Sabes porqué estás haciendo esto, pensó. Nueve semanas aquí y has perdido nueve kilos además de tener el mejor tono muscular de toda tu vida. Te sientes como veinte años más joven y sé sincera… ¿alguna vez te has sentido así de fuerte?

No, nunca. Y aunque no estaba ni así de cerca de dominar el arte del boxeo, sabía que había asimilado las habilidades básicas.

Con esta firme creencia, avanzó con un empuje casi agresivo, amagó un izquierdazo, y dio un gancho de derecha. En cuanto este aterrizó justo en la barbilla de Margo, Kate lanzó un jab de izquierda… y luego otro. Ambos dieron de lleno, sacudiendo un poco a Margo. Sus ojos brillaron de sorpresa mientras retrocedía con estupefacción hacia el ensogado. Sonrió, sin embargo. Al igual que Kate, ella sabía que esto era solo una práctica y acababa de aprender una lección: estar atenta todo el tiempo a los amagos.

Margo respondió con dos jabs al cuerpo, uno de los cuales conectó con las costillas de Kate. En un instante esta se quedó sin aire, y para cuando recuperó el aliento, vio venir por su izquierda un tremendo gancho de derecha. Intentó moverse pero no lo había captado a tiempo. Azotó un costado de su protegida cabeza y la sacudió hacia atrás.

Se mareó por un momento. Su visión se volvió borrosa y sintió algo débiles sus rodillas. Pensó en dejarse caer, solo para recuperar el aliento.

Sí… demasiado vieja para esto.

Pero entonces la respuesta a eso fue: ¿Conoces otras mujeres mayores de cincuenta que al recibir este puñetazo puedan permanecer de pie?

Kate respondió con dos jabs y un golpe dirigidos al cuerpo. Solo uno de los jabs aterrizó pero el impacto en el cuerpo lo sacudió. Margo se fue de nuevo contra las cuerdas, con un poco de pasmo. Regresó del ensogado y lanzó con impaciencia un gancho. No buscaba pegar. Solo era para hacer que Kate alzara sus brazos para bloquearlo, de manera que Margo pudiera entonces conectar unos jabs al indefenso tronco. Pero Kate vio la ligera vacilación en la maniobra, sabiendo cuál era el propósito que había detrás. En lugar de bloquear el golpe, violentamente dio un paso a la derecha, no interrumpió la trayectoria en arco del puñetazo, y entonces lanzó un jab de derecha que conectó con el costado de la cabeza de Margo.

Margo se fue abajo de inmediato. Cayó sobre su estómago y rodó con rapidez. Se deslizó hasta su esquina y expulsó su protector bucal. Sonrió a Kate y sacudió su cabeza en señal de.incredulidad.

—Lo siento —dijo Kate, arrodillándose delante de Margo.

—No hay porqué —dijo Margo—. Honestamente es inconcebible como logras ser así de rápida. Siento que necesito disculparme. Porque por tu edad, supuse que serías… más lenta.

El entrenador de Kate, un sexagenario de pelo entrecano y larga barba blanca, pasó por entre las cuerdas, riendo suavemente, —Yo cometí el mismo error —dijo—. Tuve un ojo morado por cerca de una semana a causa de ello. Recibí el mismísimo puñetazo que te tumbó.

—No tienes de qué excusarte —dijo Kate—. El que aterrizó en mi cabeza fue tremendo. Casi me acaba.

—Debería haber sido así —dijo el entrenador—. Honestamente, fue un poco más fuerte de lo que me gusta ver en estos pequeños encuentros de práctica —miró entonces a Margo—. Depende de ti. ¿Quieres continuar?

Margo asintió y se puso de pie. De nuevo, su entrenador le colocó el protector dental. Ambas mujeres retornaron a sus respectivas esquinas y aguardaron la campana.

Pero no fue la campana lo que Kate escuchó. En su lugar, escuchó sonar su teléfono. Y era el timbre que había asignado para las llamadas que venían del Buró.

Empujó el protector de su boca y extendió sus manos enguantadas a su entrenador. —Lo siento —dijo—. Tengo que atender esa.

Su entrenador sabía acerca de su trabajo de medio tiempo como agente especial. Pensaba que era una dura (en sus palabras, no las de ellas) cuando rehusaba a retirarse del todo de ese trabajo. Así que cuando desató sus guantes, lo hizo tan rápido como fue posible.

Kate se deslizó por entre las sogas y corrió hasta su bolso de gimnasio, que se hallaba recostado de la pared. Siempre lo mantenía afuera y no en los casilleros, por si acaso recibía una llamada. Tomó el teléfono y su corazón se aceleró llevado a un tiempo por la emoción y el desespero cuando vio en la pantalla el nombre del Director Adjunto Durán.

—Habla la Agente Wise —dijo.

—Wise, soy yo, Durán. ¿Tienes un segundo?

—Lo tengo —dijo, mirando hacia al cuadrilatero con ganas de volver allí. El entrenador de Margo estaba trabajando con ella en cómo evitar las fintas—. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Esperaba que te incorporaras a un caso. Es efectivo en este momento, y necesitaría que tú y DeMarco tomaran un vuelo esta noche.

—No sé —dijo. Y esa era la verdad. Era muy repentino y ella le había hablado a Melissa, su hija, varias veces en las últimas semanas, acerca de no estar tan disponible para trabajos de ultimo minuto. Había estado pasando mucho más tiempo con Melissa y Michelle, su nieta, por algo más de un mes y finalmente tenían algo bueno que marchaba, algo como una rutina. Algo como una familia.

—Aprecio que pienses en mí —dijo Kate—. Pero no sé si puedo incorporarme a este. Es muy de ultimo minuto. Y tomar un vuelo… eso lo hace ver como que es bastante lejos. No sé si estoy preparada para un largo viaje. ¿Dónde es, en todo caso?

—Nueva York. Kate… Estoy casi seguro de que tiene relación con el caso Nobilini.

El nombre le produjo escalofríos. Su cabeza comenzó a vibrar, y no por el golpe que Margo le había dado hacía unos instantes. Destellos de un caso de hacía casi ocho años surgieron en su mente cual cascada —provocadores, incitantes.

—¿Kate?

—Estoy aquí —dijo. Miró entonces hacia el ring. Margo se estaba estirando y trotaba con suavidad en su sitio, lista para el próximo asalto.

Era una pena que no volviera a subirse. Porque tan pronto como Kate escuchó el nombre, supo que tomaría el caso. Tenía que hacerlo.

El caso Nobilini se le había escapado hacía ocho años —una de las auténticas derrotas que había tenido en su carrera.

Esta era su oportunidad de cerrarlo —de echarle el cerrojo al único caso que la había superado.

—¿Cuándo es el vuelo? —preguntó a Durán.

—Dulles a JFK, sale en cuatro horas.

Pensó en Melissa y Michelle con un peso en el corazón. Melissa no lo comprendería, pero Kate no podía rechazar esta oportunidad.

—Allí estaré —dijo.




CAPÍTULO DOS


Kate consiguió empacar y salir de Richmond en menos de hora y media. Cuando se encontró con su compañera, Kristen DeMarco, en las afueras de uno de los muchos Starbucks en el Aeropuerto Internacional de Dulles, solo disponían de diez minutos antes del despegue; ya la mayor parte de los pasajeros del avión se hallaba a bordo.

DeMarco caminó con rapidez hacia Kate, café en mano, al tiempo que sonreía y meneaba la cabeza. —Si solo te decidieras y te mudaras a Washington, no andarías con estas prisas y casi llegando tarde todo el tiempo.

—No puedo hacerlo —dijo Kate juntándose con ella y apurando el paso hasta la puerta de embarque—. Ya es bastante que este llamado trabajo de medio tiempo me mantenga alejada de mi familia más de lo que me gustaría. Si vivir en Washington fuera un requisito, no lo haría en absoluto.

—¿Cómo están Melissa y la pequeña Michelle? —preguntó DeMarco.

—Les va bien. Hablé con Melissa viniendo para acá. Dijo que comprendía y me deseó suerte. Y por primera vez, creo que en verdad lo sentía así.

—Bien. Te dije que se convencería. Supongo que no será de lo más agradable tener a una arisca como madre.

—Estoy lejos de ser arisca —dijo Kate al tiempo que llegaban a la puerta de embarque. Con todo, pensó en lo que estaba haciendo cuando recibió la llamada y pensó que estaría bien aceptar ese calificativo… al menos en parte.

—Lo último que escuché —dijo Kate—, es que estabas trabajando en un triple homicidio allá en Maine.

—Sí, lo estaba. Lo cerramos hace cerca de una semana —como seis agentes en total en esa cosa. Cuando recibí la llamada de Durán sobre este caso, me dijo que planeaba enviarte y preguntó si quería hacer equipo contigo. Yo, por supuesto, me abalancé sobre esa oportunidad. Le dije que me gustaría hacer equipo contigo siempre que fuera posible.

—Gracias —dijo Kate. Lo dejó hasta allí, sin embargo. En verdad significaba mucho para ella, pero no quería ponerse sentimental con DeMarco.

Abordaron el avión y ocuparon sus asientos, una junto a la otra. Una vez se pusieron cómodas, DeMarco buscó en su bolso de mano y sacó una gruesa carpeta repleta de papeles y documentos.

—Esto es todo sobre el archivo Nobilini —dijo—. Considerando tu historia con respecto al mismo, supongo que lo conoces al derecho y al revés.

—Probablemente —dijo Kate.

—Es un vuelo bastante corto —señaló DeMarco—. Preferiría escucharlo de ti, en lugar de repasar notas y archivos.

Kate hubiera pensado igual. Lo que la sorprendía era lo bien dispuesta que estaba a compartir los detalles del caso con DeMarco. El caso, a través de los años, había sido como una verdadera molestia en el fondo de su mente, pero ella siempre había logrado apartarlo, por no querer concentrarse en el único y verdadero fracaso de su carrera.

Así que mientras el avión comenzaba a posicionarse en la pista, Kate empezó a repasar las líneas del caso. Mientras lo hacía, haciendo un alto para dar espacio a la monotonía de los anuncios que precedían al vuelo, se dio cuenta que ahora todo se veía novedoso. Quizás era todo el tiempo que había pasado desde que ella realmente lo había manejado, o el retiro a medias (o ambos), pero el caso lo sentía ahora vivo y activo.

Le contó a DeMarco los detalles del caso, localizado en un suburbio de lujo justo en las afueras de la ciudad de Nueva York. Solo un cuerpo, pero el caso había tenido la presión de alguien en el Congreso con quien la víctima estaba estrechamente relacionada. Nada de huellas, nada de pistas. El cuerpo, de un tal Frank Nobilini, fue hallado en un callejón en el distrito de Midtown. La mejor conjetura: que él se dirigía al trabajo y cubría a pie la única cuadra desde el estacionamiento a su oficina. Solo una simple herida de bala en la parte trasera de la cabeza, estilo ejecución.

—¿Como podría ser estilo ejecución si alguien claramente lo secuestró y lo arrastró al callejón? —preguntó DeMarco.

—Esa es otra pregunta sin respuesta en el caso. Supusimos que Nobilini fue traído a empellones, obligado a ponerse de rodillas, y luego baleado por detrás de la cabeza. Sangre y pequeños fragmentos de su cráneo estaban esparcidos por toda la pared del edificio, junto al cuerpo. Las llaves de su BMW estaban todavía en su mano.

DeMarco asintió y permitió que Kate continuara.

—La víctima era de una pequeña población, un pequeño y bien acomodado suburbio llamado Ashton —dijo Kate—. Es la clase de pueblo que atrae visitantes a sus pretenciosas tiendas de antigüedades, costosos restaurantes, y propiedades inmaculadas.

—Y eso es lo que no entiendo —dijo DeMarco—. En un lugar como ese, las personas tienden a chismorrear, ¿correcto? Uno pensaría que alguien habría sabido algo o escuchado rumores acerca de quién fue el asesino. Pero no hay nada en estos archivos —dijo esto último mientras tamborileaba sus dedos sobre la carpeta.

—Eso siempre me desconcertó —dijo Kate—. Ashton es un lugar acomodado. Pero fuera de eso, es también una comunidad con lazos estrechos. Todos se conocen entre sí. En su mayor parte, todos son corteses entre sí. Vecinos que ayudan a vecinos, buenos resultados en los eventos solidarios de la escuela, una comunidad integrada. El lugar es de una pulcritud única.

—¿Qué motivo pudo haber tenido el asesino? —preguntó DeMarco.

—Nada supe al respecto. Ashton tiene una población de un poco más de tres mil. Y seguro, aunque atrae una buena cantidad de personas de la ciudad de Nueva York y otras áreas adyacentes, tiene una tasa de criminalidad increíblemente baja. Así que, aunque el asesinato de Nobilini no ocurrió en realidad en Ashton, es por eso que tuvo tanta repercusión hace ocho años.

—¿Y nunca hubo otros asesinatos como este?

—No. No hasta hoy, aparentemente. Mi teoría es que el asesino notó la presencia del FBI y se asustó. En un pueblo de ese tamaño, sería fácil de notar la presencia del FBI —Kate hizo entonces una pausa y tomó la carpeta en manos de DeMarco—. ¿Qué tanto te contó Durán?

—No mucho. Dijo que había que darse prisa y que leyera los archivos del caso.

—¿Viste qué clase de pistola fue usada en el asesinato? —preguntó Kate.

—Lo vi. Una Ruger Hunter Mark IV. Parecía extraño. Parecía profesional. Esa es una pistola costosa para esta clase de asesinato incidental sin motivo aparente.

—Estoy de acuerdo. La bala y el cartucho que hallamos facilitó el reconocimiento. Y a pesar de lo costoso y atractivo de esta pistola, el hecho de que fuera usada nos dijo todo lo que necesitábamos saber: era alguien que sabía muy poco sobre el oficio de matar personas.

—¿Cómo es eso?

—Cualquiera que supiera lo que estaba haciendo sabría que la Ruger Hunter Mark IV dejaría un cartucho. Lo que hace de ella una terrible elección.

—¿Debo suponer que este último hombre fue asesinado con un arma similar? —preguntó DeMarco.

—De acuerdo con Durán, es exactamente la misma arma.

—Así que este asesino decidió hacerlo de nuevo ocho años después. Extraño.

—Bueno, tendremos que esperar y ver eso —dijo Kate—. Todo lo que Durán me comentó fue que la víctima se veía como si hubiera sido colocada como un puntal, y que el arma empleada para matarlo era del mismo modelo que la que asesinó a Frank Nobilini.

—Sí, y esto es en Midtown, en la ciudad de Nueva York. Me pregunto si esta última víctima está también conectada con Ashton.

Kate solo se encogió de hombros mientras el avión experimentaba un poco de turbulencia. Le había hecho bien recorrer los detalles del caso. Le había quitado las telarañas al caso y ahora se sentía como si fuera reciente. Y quizás, Kate supuso, ocho años de espacio entre ella y el caso original podrían permitirle mirarlo con nuevos ojos.



***



Había pasado un tiempo desde que Kate había estado en Nueva York. Ella y Michael, su fallecido esposo, habían venido allí para una escapada de fin de semana no mucho antes de que muriera. La congestión y el ajetreo del lugar nunca terminaban de maravillarla. Hacían que los atascos de Washington, DC, parecieran triviales en comparación. El hecho de que fueran las nueve en punto de un viernes por la noche no era de mucha ayuda.

Llegaron a la escena del crimen a las 8:42 p.m. Kate aparcó el auto alquilado tan cerca como pudo de la cinta de escena del crimen. La escena era un callejón trasero localizado en la Calle 43, con el rebullicio de la Estación Grand Central a pocas cuadras. Había dos patrullas aparcadas frente a frente delante del callejón, sin bloquear la cinta amarilla de escena de crimen o el callejón mismo, pero haciendo evidente para cualquiera que quisiera echarle un vistazo a lo que estaba sucediendo que su curiosidad tendría repercusiones.

Cuando Kate y DeMarco se acercaron al callejón, un fornido agente policial las detuvo junto a la cinta amarilla. Pero cuando Kate mostró su placa, se encogió de hombros y levantó la cinta. Observó ella que él no hizo siquiera el intento de revisar a DeMarco cuando se inclinó para pasar por debajo de la cinta. Se preguntó sin demasiado interés, si DeMarco, una mujer abiertamente homosexual, se ofendía cuando un hombre la revisaba o si lo consideraba un cumplido.

—Federales —gruñó el oficial—. Escuché que les habían llamado. Me parece un poco exagerado. Se ve como un caso de abrir y cerrar.

—Es solo para comprobar algo —dijo Kate al tiempo que ella y DeMarco caminaban al interior del callejón.

Las patrullas policiales en la boca del callejón había sido estacionadas en un ángulo tal que permitiera a los faros iluminar la oscuridad. Las sombras alargadas de Kate y DeMarco añadían un aire fantasmagórico a la escena.

Al fondo del callejón —que terminaba en una pared de ladrillos— había dos policías y un detective de paisano de pie, haciendo un semicírculo. Había un pequeño bulto junto a la pared que tenían enfrente. La víctima, supuso Kate. Se aproximó a los tres hombres y ella y DeMarco se presentaron al tiempo que mostraban sus identificaciones.

—Encantado de conocerlas —dijo uno de los oficiales—, pero para ser honesto, no sé porqué el FBI fue tan insistente en enviar a alguien hasta acá.

—Ah, Jesús —dijo el detective de paisano. Lucía como de cuarenta y tantos, y era un poco desaliñado. Largos cabellos oscuros, barba incipiente, y un par de gafas que le recordaron a Kate todas las imágenes que había visto de Buddy Holly.

—Hemos pasado por esto —dijo el detective. Miró a Kate, puso los ojos en blanco, y dijo—. Si este es un crimen de más de una semana de antigüedad, el Departamento de Policía de Nueva York no quiere tocarlo. Les molesta que alguien quiera desenterrar un asesinato no resuelto de hace ocho años. Yo fui en realidad quien llamó al Buró. Sé que ellos fueron insistentes con el caso Nobilini, cuando estuvo activo. Alguna clase de amistad con alguien en el Congreso, ¿correcto?

—Eso es correcto —dijo Kate—. Y yo era la agente principal en ese caso.

—Oh. Un placer conocerla. Soy el Detective Luke Pritchard. Tengo una cierta obsesión con los casos no resueltos. Este despertó mi interés por el arma que parece haber sido empleada y el hecho de que el homicidio fue llevado a cabo estilo ejecución. Si mira atentamente, puede ver rozaduras en la frente, por donde el asesino aparentemente lo recostó de la pared de ladrillos, justo allí —colocó su mano en el costado del edificio a su derecha, que por todas partes mostraba salpicaduras de sangre ya seca.

—¿Podemos? —preguntó Kate.

Los dos policías se encogieron de hombros y dieron un paso atrás. —Adelante —dijo uno—. Con un detective y el Buró en esto, estaremos feliz de dejárselo.

—Diviértanse —dijo el otro policía al tiempo que se daban la vuelta y se dirigían de regreso a la boca del callejón.

Kate y DeMarco se colocaron alrededor del cuerpo. Pritchard se hizo atrás para darles más espacio, pero se mantuvo cerca.

—Bueno —dijo DeMarco—, yo diría que la causa inmediata de la muerte está bastante clara.

Esto era cierto. Había un solo orificio de bala en la parte trasera de la cabeza del hombre, un orificio más bien limpio, pero el borde del mismo estaba quemado y ensangrentado —justo como el de Frank Nobilini. Era un hombre, al final de la treintena o comienzos de los cuarenta si Kate tuviera que adivinar. Vestía ropa deportiva de marca, un sudadera con capucha y cremallera, y un bonito pantalón para correr. Las trenzas de sus costosos zapatos de correr estaban perfectamente anudadas, y los auriculares de Apple con los que había estado escuchando descansaban a su lado, como su hubieran sido colocados intencionalmente.

—¿Tenemos una identificación? —preguntó Kate.

—Sí —dijo Pritchard—. Jack Tucker. La identificación en su billetera apunta a que tiene residencia en el pueblo de Ashton. Lo cual, para mí, era una conexión incluso más fuerte con el caso Nobilini.

—¿Está familiarizado con Ashton, Detective? —preguntó Kate.

—No mucho. He pasado por allí unas pocas veces, pero no es mi tipo de lugar. Demasiado perfecto, también pintoresco y horriblemente dulce.

Ella sabía lo que él quería decir. No pudo dejar de preguntarse cómo se iba a sentir teniendo que regresar a Ashton.

—¿Cuándo fue descubierto el cuerpo? —preguntó DeMarco.

—A las cuatro treinta de esta tarde. Yo llegué a la escena a las cinco y cuarto, e hice todas esas conexiones. Tuve que rogarles que no movieran el cuerpo hasta que ustedes llegaran aquí. Me figuraba que necesitarían ver la escena, el cuerpo, todo eso.

—Apuesto a que eso te hizo muy popular —comentó Kate.

—Oh, estoy acostumbrado. Me gustaría que solo fuera una broma decir que un montón de policías me llaman Caso Sin Resolver Pritchard.

—Bueno, yo pienso que con este, hiciste la llamada correcta —dijo Kate—. Incluso si resulta que no está conectado, aún así hay alguien por allí que le disparó a este hombre, alguien que necesitamos encontrar por si acaso este no es un incidente aislado.

—Sí, ni idea por mi parte —dijo Pritchard—. Tengo unas pocas notas de voz con mis observaciones, si quieren revisarlas.

—Eso podría ser de ayuda. Supongo que los forenses ya han tomado fotos.

—Sí. Las digitales probablemente ya están disponibles.

Dicho eso, Kate se puso de pie, sus ojos aún puestos en el cuerpo de Jack Tucker. Su cabeza estaba inclinada hacia la derecha, como si estuviera contemplando con nostalgia los auriculares que habían sido tan cuidadosamente colocados a su lado.

—¿Ha sido notificada la familia? —preguntó DeMarco.

—No. Y temo eso porque como le pedí al Departamento de Policía que retrasara el levantamiento del cadáver y el posterior procesamiento del caso, me van a dejar esa tarea.

—Si todo es como siempre, preferiría hacerlo —dijo Kate—. Mientras menos canales procesen los detalles, mejor.

—Si eso es lo que quiere.

Kate finalmente apartó la vista del cuerpo de Jack Tucker y miró entonces la boca del callejón donde los dos policías estaban reunidos con el patrullero que había levantado la cinta. Ella había dado noticias así de devastadoras más veces de las que podía contar, y nunca era fácil. De hecho, de alguna manera, parecía volverse cada vez más difícil.

Pero ella también había aprendido que por extraño que pareciera, era en la profundidad de la pena cuando aquellos que sufrían una pérdida parecían ser capaces de recordar el más mínimo de los detalles.

Kate tenía la esperanza de que así sería en este caso.

Y si era así, quizás una nueva e insospechada viuda podría ayudarla a cerrar un caso que la había perseguido por cerca de una década.




CAPÍTULO TRES


Era un trayecto de solo veinte minutos desde Midtown a Ashton. Eran las 9:20 cuando dejaron la escena del crimen y el tráfico de un viernes por la noche seguía siendo tan penoso como implacable. En cuanto salieron de lo peor del tráfico e ingresaron en la autopista, Kate notó que DeMarco estaba desusadamente silenciosa. Estaba en el asiento de copiloto, contemplando con aire casi desafiante el panorama de la ciudad que pasaba ante su vista.

—¿Todo bien por allí? —preguntó Kate.

Sin girarse hacia Kate, DeMarco contestó de inmediato, dejando en claro que algo había en su mente desde que dejaron la escena del crimen.

—Sé que has estado en esto desde hace rato y conoces cómo son las cosas, pero yo solo una vez he tenido que dar la noticia de que un miembro de la familia está muerto. Lo detesté. Me hizo sentir pésima. Y realmente quería que me hubieses preguntado antes de ofrecerte a hacerlo.

—Lo siento. Ni siquiera lo pensé. Pero es parte del trabajo en algunos casos. A riesgo de sonar fría, es mejor acostumbrarse a ello desde el principio. Además… si estamos llevando el caso, ¿cuál es el punto en delegar esta miserable tarea a ese pobre detective?

—De todas maneras… no estaría de más en el futuro un poco de consulta en cosas como esa.

El tono de su voz era de irritación, algo que no le había escuchado antes a DeMarco —no dirigido hacia ella en todo caso. —Sí —dijo, y lo dejó así.

Rodaron el resto del camino hacia Ashton en silencio. Kate había trabajado en suficientes casos donde ella tenía que dar las noticias de una muerte como para saber que cualquier tensión entre compañeros empeoraría las cosas. Pero también sabía que DeMarco no era del tipo que iba escuchar cualquier lección que ella tuviera que impartirle en tanto estuviese enfadada. Así que quizás esto, pensó Kate, sería algo que simplemente podría aprender a través de las experiencias.

Llegaron a la residencia Tucker a las 9:42. A Kate no la sorprendió en lo absoluto ver que la luz del porche, al igual que casi cada luz de la casa, estaba encendida. A juzgar por el atuendo de Jack Tucker, él había salido a trotar por la mañana. La pregunta de porqué su cuerpo había sido hallado en la ciudad, sin embargo, generaba muchas preguntas. Todas esas preguntas presumiblemente conducían a una esposa muy preocupada.

Una esposa preocupada que está a punto de descubrir que ahora es una viuda, pensó Kate. Dios mío, espero que no tengan chicos.

Kate estacionó delante de la casa y se bajaron del auto. DeMarco la seguía, solo que más despacio, como si quisiera dejarle en claro a Kate que no estaba para nada feliz acerca de este detalle en particular. Ascendieron por el camino empedrado que llevaba a la escalinata y Kate observó cómo la puerta principal se abría antes de que ellas siquiera llegaran al portal.

La mujer en la puerta las vio y se paralizó. Se veía como si estuviera haciendo un esfuerzo para encontrar las palabras que quería pronunciar. Al final, todo lo que pudo decir fue: —¿Quiénes son ustedes?

Kate lentamente metió la mano en el bolsillo de su chaqueta para buscar su identificación. Antes de que pudiera mostrarla completamente o dar su nombre, la esposa ya sabía. Lo expresaron sus ojos y el modo en que su rostro lentamente comenzó a arrugarse. Y cuando Kate y DeMarco finalmente llegaron a los escalones del portal, la esposa de Jack Tucker cayó de rodillas en la entrada y comenzó a gemir.



***



Resultó que los Tuckers sí tenían chicos. Tres de siete, diez, y trece. Estaban todavía despiertos, matando el tiempo en el salón de recibo mientras Kate hacía lo que podía para que la esposa—Missy, ella logró presentarse entre lágrimas y gemidos— pasara y se sentara. La de trece años se apresuró a venir al lado de su madre mientras esta asimilaba la devastadora noticia que acababa de recibir, y DeMarco hacía su mejor esfuerzo para alejar a los otros dos niños.

De alguna manera, Kate se dio cuenta que quizás había sido severa con DeMarco. Los primeros veinte minutos que pasó esa noche en el hogar de los Tucker fueron desgarradores. En su carrera solo hubo otro momento así de doloroso. Miró a DeMarco, tanto durante como después de que ella intentara apartar a los niños, y vio la cólera y la actitud desafiante. Kate se figuró que esto podría ser algo que DeMarco tendría en contra de ella por mucho tiempo.

En algún momento en medio de todo esto, Missy Tucker se dio cuenta de que tenía que hallar a alguien que estuviera con sus hijos, si pretendía ser de alguna ayuda para Kate y DeMarco. Entre sollozos, llamó a su cuñado, dándole a su vez las noticias. Él y su esposa también vivían en Ashton, así que salieron casi de inmediato para encargarse de los niños.

En un esfuerzo para darle a Missy y a los niños Tucker algo de privacidad para enfrentar su pena, Kate obtuvo el permiso de Missy para revisar la casa en busca de indicios de lo que podría haber ocurrido para que alguien terminara deseando asesinar a su marido. Comenzaron por el dormitorio principal, registrando las mesitas de noche de los Tuckers y sus objetos personales teniendo como fondo los sollozos de la familia en la planta baja.

—Esto realmente es desagradable —dijo DeMarco.

—Lo es. Lo siento, DeMarco. De verdad. Yo solo pensé que sería más fácil para todos los involucrados.

—¿Realmente es así? —preguntó DeMarco— Sé que todavía no te conozco bien, pero una de las cosas que conozco acerca de ti es que tienes una tendencia a salirte de tu senda para aplicarte toda la presión que puedas. Es porque no puedes solucionar algo tan simple como balancear tu tiempo con el Buró con el tiempo para tu familia.

—¿Perdón? —preguntó Kate, sintiendo una llamarada de indignación.

DeMarco se encogió de hombros. —Lo siento. Pero es cierto. Los policías locales podrían haber hecho esto y nosotros podríamos haber estado en cualquier otro lugar, indagando este caso.

—Sin testigos, la esposa es la mejor apuesta —dijo Kate—. Solo que ella también tiene que lidiar con la muerte de su marido. Es horrible para todos los involucrados. Pero tienes que superar tu propia incomodidad. En el gran esquema de las cosas, ¿quién sufre la mayor tribulación ahora mismo? ¿Tú o la reciente viuda que está allá abajo con su pena?

Kate no estaba consciente de su tono irritado y destemplado hasta que las últimas palabras salieron su boca. DeMarco la contempló por un momento antes de menear su cabeza como una adolescente malcriada sin nada que replicar y salió de la habitación.

Cuando Kate salió a su vez de la habitación, vio que DeMarco estaba revisando un estudio y una pequeña biblioteca justo al final del corredor. Kate la dejó en eso, optando por salir en busca de indicios. No estaba esperando encontrar algo mientras bordeaba los costados de la casa, pero sabía que sería irresponsible no seguir la rutina.

Regresando al interior, vio que el hermano de Jack Tucker y su esposa habían llegado. El hermano y Missy se hallaban enlazados en un trémulo abrazo mientras la esposa se arrodillaba junto a los niños y les daba a todos un abrazo. Kate vio que la de trece años —una chica que se parecía mucho a su padre— tenía una mirada inexpresiva en su rostro. Al verlos, no culpó a DeMarco por estar molesta con ella.

—¿Agente Wise?

Kate se volvió, a punto de dirigirse a los escalones, y vio venir a Missy por el pasillo. —¿Sí?

—Si vamos a hablar, hagámoslo ahora. No sé por cuánto tiempo más pueda mantenerme serena —ya comenzaba de nuevo con los gemidos y los llantos por lo bajo. Considerando que la noticia de la muerte de su marido se sabía hacía apenas una hora, Kate admiró su fortaleza.

Missy no dijo nada más, pero subió los escalones echando un vistazo hacia la sala de recibo donde sus hijos y parientes estaban reunidos. DeMarco se unió a ellas desde donde se encontraba, examinando el gabinete de medicamentos en el baño de la planta alta, y las tres ingresaron al dormitorio principal —el que Kate y DeMarco ya habían revisado.

Missy se sentó en el borde de la cama como una mujer que se despierta de un muy mal sueño, solo para darse cuenta de que el sueño era real.

—Usted me preguntó antes porqué estaba él en la ciudad de Nueva York —dijo—. Jack trabajaba como contador senior para una importante firma, Adler y Johnson. Ellos han estado trabajando día y noche en una gran auditoría para una compañía de energía nuclear que está terminando su contrato en Carolina del Sur. En las jornadas en las que han terminado a altas horas de la noche, él simplemente se había estado quedando en la ciudad.

—¿Esperaba que regresara esta noche o estaba usted pensando que se quedaría en un hotel? —preguntó DeMarco.

—Yo hablé con él como a las siete de esta mañana, antes de que saliera para su carrera matutina. Dijo no solo que planeaba llegar hoy a casa, sino que probablemente vendría temprano, quizás alrededor de las cuatro.

—Supongo que en algún momento comenzó a llamarlo o enviarle mensajes de texto, cuando se dio cuenta de que se estaba haciendo tarde —preguntó Kate.

—Sí, pero no hasta las siete más o menos. Cuando esos hombres se enfrascan en sus trabajos, el tiempo no existe.

—Sra. Tucker, el FBI fue llamado por el asesinato de su marido debido a que la situación refleja los detalles y circunstancias de un caso de hace ocho años. La víctima era otro hombre que vivía aquí en Ashton, asesinado también en Nueva York —explicó Kate—. No hay evidencias firmes que lo sostengan, pero es lo suficientemente parecido para haber alarmado al Buró. Así que es muy importante que usted trate de pensar en alguna persona que se haya vuelto enemiga de su marido.

Kate podía afirmar que Missy estaba luchando de nuevo por retener las lágrimas. Se tragó la necesidad de dar rienda suelta a la pena, tratando de reprimirla.

—No puedo pensar en nadie. No lo estoy diciendo porque ame al hombre, era extremadamente amable. Fuera de unas pocas y pequeñas discusiones en el trabajo, no creo que alguna vez haya sostenido una discusión acalorada.

—¿Qué hay de algún amigo cercano? —preguntó Kate— ¿Hay algunos amigos, hombres en particular, con los que él se juntara que pudieran haber visto otro lado de él?

—Bueno, le gustaba tontear con este grupo de amigos allá en el club de yates, pero no creo que ellos le describirían como alguien negativo.

— ¿Tiene los nombres de algunos de estos amigos con los que pudiéramos hablar? —preguntó DeMarco.

—Sí. Tenía este pequeño grupo… él y otros tres sujetos. Se juntan en el club de yates o se la pasan en el bar y miran los partidos. De fútbol, más que nada.

—¿Por casualidad sabe si alguno de ellos tiene personas que pudiera considerar enemigas? —preguntó DeMarco— ¿Incluso ex-esposas celosas o parientes distanciados?

—No sé. No los conozco tan bien...

El sonido de un llanto sin control en la planta baja la interrumpió. Missy miró en dirección a la puerta del dormitorio con una expresión que conmovió el corazón de Kate.

—Ese es Dylan, nuestro hijo del medio. Él y su padre eran…

Calló entonces, su labio temblaba mientras intentaba mantenerse serena.

—Está bien, Sra. Tucker —dijo DeMarco—. Vaya con sus hijos. Tenemos suficiente para empezar.

Missy se incorporó rápidamente y corrió hacia la puerta, comenzando a llorar. DeMarco la siguió con paso lento, lanzando una mirada de irritación hacia Kate. Esta se quedó parada en el dormitorio un rato más, poniendo freno a sus propias emociones. No, esta parte del trabajo nunca se hacía más fácil. Y el hecho de que hubieran conseguido tan poca información con esa visita lo hacía aún peor.

Finalmente se dirigió de regreso al corredor, comprendiendo porqué DeMarco estaba enojada con ella. Diablos, estaba un poco molesta consigo misma.

Kate bajó y se dirigió a la puerta. Vio que DeMarco ya se estaba subiendo al auto, enjugándose las lágrimas de sus ojos. Kate cerró la puerta suavemente detrás de ella, con el pesar y el llanto de la familia Tucker como un ujier que la iba conduciendo y la hundía más y más en un caso que ya parecía perdido.




CAPÍTULO CUATRO


A las nueve en punto de la mañana siguiente, las noticias del asesinato de Jack Tucker habían comenzado a recorrer Ashton. Era la principal razón por la que fue tan fácil para Kate y DeMarco entrar en contacto con los amigos de Jack —cuyos nombres y números Missy les había proporcionado la noche anterior. No solo sus amigos ya habían escuchado las noticias, también habían comenzado a hacer planes sobre cómo ayudar a Missy y los niños mientras estos lidiaban con su pérdida.

Luego de unas llamadas telefónicas, Kate y DeMarco quedaron en reunirse con tres de los amigos de Jack en el club de yates. Era un sábado, así que el estacionamiento ya se estaba llenando, siendo apenas las nueve de la mañana. El club estaba ubicado justo a lo largo de Long Island Sound y tenía lo que Kate pensó era probablemente la mejor vista del estrecho sin todo el pretencioso desfile de botes.

El club mismo era un edificio de dos plantas que se veía casi de estilo colonial, con un toque moderno, en particular el exterior y el paisajismo. Un hombre parado junto a la entrada saludó a Kate. Estaba vestido con una sencilla camisa con las puntas del cuello abotonadas y un par de pantalones kaki —probablemente adecuado en un fin de semana casual para alguien que pertenecía a un club de yates como este.

—¿Es usted la Agente Wise? —preguntó el hombre.

—Lo soy. Y esta es mi compañera, la Agente DeMarco.

DeMarco solo asintió, con la irritación y la amargura de la noche anterior todavía muy presente. Cuando se separaron al llegar al hotel aquella noche, DeMarco no había dicho ni una sola palabra. Apenas había dicho —buenos días— en el corto desayuno, pero eso había sido todo hasta el momento.

—Soy James Cortez —dijo el hombre—. Hablé con usted por teléfono esta mañana. Los otros están afuera en la veranda, listos y esperando con el café.

Las condujo a través del club, con sus altos techos y su cálido ambiente, extremadamente encantador. Kate se preguntó cuánto costaría la membrecía por un año. Fuera de sus posibilidades eso era seguro. Cuando pusieron un pie en la veranda que dominaba el Long Island Sound, no le quedó duda de su belleza: miraba directamente hacia el agua, con las elevadas siluetas y la bruma de la ciudad al fondo.

Había otros dos hombres sentados ante una pequeña mesa de madera sobre la que descansaba una enorme bandeja con pastas y bollos, al igual que una jarra de café. Ambos levantaron la vista hacia las agentes y se pusieron de pie para saludarlas. Uno de los hombres lucía más bien joven, ciertamente no mayor de treinta, en tanto que James Cortez y el otro hombre fácilmente eran cuarentones.

—Duncan Ertz —dijo el más joven, extendiendo su mano.

Kate y DeMarco estrecharon las manos de los hombres a medida que se fueron presentando rápidamente. El más viejo era Paul Wickers, recién retirado de su trabajo como corredor de bolsa y más que dispuesto a hablar de ello, siendo la segunda cosa que salió de su boca.

Kate y DeMarco se sentaron a la mesa. Kate tomó una de las tazas vacías de café y la llenó, sirviéndose el azúcar y la crema que se hallaban junto a la bandeja de pastas para desayunar.

—Duele pensar esta mañana en la pobre Missy y esos chicos —dijo Duncan, mordiendo una galleta danesa.

Kate recordó el trauma de la noche pasada y sintió la necesidad de ir a ver cómo estaba la pobre mujer. Miró a DeMarco al otro lado de la mesa y se preguntó si necesitaba ver cómo estaba ella, también. Tomando distancia de la situación, Kate comenzaba a comprender que tal vez DeMarco lo había tomado muy a pecho por algo en su pasado —algo que ella aún no había superado.

—Bueno —dijo Kate, —Missy específicamente les mencionó a ustedes, caballeros, como los más cercanos a Jack, fuera de su familia. Esperaba obtener algunas apreciaciones sobre la clase de hombre que era fuera de la casa y el trabajo.

—Bueno, esa es la cosa —dijo James Cortez—. Por lo que sé, Jack era el mismo hombre sin importar dónde estaba. Un hombre sin dobleces. Un alma noble que siempre quería ayudar a los demás. Si tuvo algún fallo, diría que se involucraba demasiado con su trabajo.

—Él siempre era bueno para los chistes —dijo Duncan—. La mayoría no eran graciosos, pero le encantaba contarlos.

—Eso es seguro —dijo Paul.

—¿No hay secretos que él les haya contado? —preguntó DeMarco— ¿Quizás una aventura o incluso el pensar en una?

—Dios, no —dijo Paul—. Jack Tucker estaba locamente enamorado de su esposa. Me sentiría seguro diciendo que ese hombre amaba todo lo que tenía que ver con su vida. Su esposa, hijos, trabajo, amigos…

—Y es por eso que esto no tiene sentido —dijo James—. Quiero decir esto de la manera más respetuosa posible, pero desde la perspectiva de un extraño, Jack era un sujeto bastante normal. Aburrido, casi.

—¿Alguna idea de si podría tener alguna conexión con la víctima de un asesinato que ocurrió hace ocho años? —preguntó Kate— Un sujeto de nombre Frank Nobilini que también vivía en Ashton y fue asesinado en Nueva York.

—¿Frank Nobilini?— dijo Duncan Ertz, meneando su cabeza.

—Sí —dijo James—. trabajaba para esa tremenda agencia de publicidad que hace los trabajos más arteros. Su esposa era Jennifer… tu esposa probablemente la conoce. Encantadora mujer. Metida en proyectos de embellecimiento de la comunidad, y muy activa con la Asociación de Padres y Maestros y otras cosas parecidas.

Ertz se encogió de hombros. Aparentemente era el nuevo del grupo y nada sabía de esto.

—¿Usted cree que el asesinato de Jack está vinculado con el de Nobilini?— preguntó Paul.

—Todavía es demasiado pronto para saber —dijo Kate—. Pero dada la naturaleza del asesinato, tenemos que mirarlo desde ese punto de vista.

—¿Sabrá alguno de ustedes los nombres de los que trabajaban con Jack? —preguntó DeMarco.

—Solo hay dos personas por encima de él —dijo Paul—. Uno de ellos es un sujeto de nombre Luca. Él vive en Suiza y viene tres o cuatro veces al año. El otro es un sujeto local de nombre Daiju Hiroto. Estoy casi seguro de que él es el supervisor en las oficinas Adler y Johnson NYC.

—De acuerdo con Jack —dijo Duncan—, Daiju es el tipo de sujeto que prácticamente vive en el trabajo.

—¿Era normal para Jack tener que trabajar el fin de semana? —preguntó Kate.

—De cuando en cuando —dijo James—. Lo había estado haciendo a menudo últimamente, en realidad. Están en medio de un enorme trabajo para ayudar a rescatar a una compañía nuclear cuya comisión había terminado. La última vez que hablé con Jack, dijo que si enderezaban todo a tiempo, podría haber un montón de dinero.

—Apostaría una buena suma que encontrarán a todo el personal trabajando hoy —dijo Paul—. Ellos podrían estar en capacidad de contarles algunas cosas que no sabemos.

DeMarco deslizó una de sus tarjetas de presentación para dársela a James Cortez, y luego tomó una galleta danesa de cereza de la bandeja que tenían delante. —Por favor, llámenos si usted piensa en algo más en el curso de los próximos días.

—Y mantengan la idea del caso de hace ocho años solo para ustedes —dijo Kate—. La última cosa que necesitamos es que las personas que viven en Ashton se pongan nerviosas.

Paul asintió, percibiendo que ella estaba hablándole directamente a él.

—Gracias, caballeros —dijo Kate.

Tomó otro largo sorbo de café y dejó que los hombres desayunaran tranquilos. Lanzó la vista en dirección al estrecho, donde un velero hacía una lenta navegación de cabotaje, como si remolcara el comienzo del fin de semana.

—Conseguiré la dirección de la oficina de Jack Tucker en Adler y Johnson —dijo DeMarco, sacando su teléfono. Y hasta para eso, su tono fue frío y distante.

Ella y yo vamos a tener que cortar esto antes de que se salga de las manos, pensó Kate. Seguro, ella tiene su carácter, pero si tengo que ponerla en su lugar, no dudaré en hacerlo.



***



Las oficinas de Adler y Johnson estaban localizadas en uno de los rascacielos de aspecto más glamoroso de Manhattan. En el primer y segundo piso de un edificio que también contenía un despacho de abogados, un desarrollador de aplicaciones para móviles, y una pequeña agencia literaria. Resultó que Paul Wickers tenía razón, la mayor parte del equipo con el que Jack Tucker había trabajado estaba en la oficina. El sitio olía a café negro y aunque había bastante trajín, en el grupo de ocho personas que laboraban también reinaba un humor sombrío.

Daiju Hiroto salió de inmediato a recibirlas, escoltándolas a su amplia oficina. Lucía como un hombre dividido —tal vez entre la necesidad de concluir a tiempo este enorme proyecto y la muy humana reacción ante la muerte de un compañero de trabajo y amigo.

—Supe la noticia esta mañana —dijo Hiroto detrás de su gran escritorio—. Yo había estado en el trabajo desde las seis esta mañana y una de nuestras empleadas —Katie Mayer— llegó con la noticia. Quince de nosotros estábamos aqui en ese momento y les di a todos la opción de tomarse el fin de semana. Seis personas pensaron que lo mejor era ir a dar las condolencias.

—Si no tuviera un equipo que supervisar, ¿habría hecho lo mismo? —preguntó Kate.

—No. Es una respuesta egoísta, pero este trabajo tiene que hacerse. Tenemos dos semanas para finalizar todo y vamos un poco retrasados. Y los empleos de más de cincuenta personas están en riesgo si no terminamos.

—De su equipo, ¿quién cree que conocería mejor a Jack? —preguntó Kate.

—Probablemente yo. Jack y yo trabajamos estrechamente en varios grandes proyectos en los últimos diez años. Hemos viajado juntos por todo el mundo, y nos hemos desvelado y asistido a reuniones que el resto del equipo ni siquiera conoce.

—Pero, ¿usted dijo que alguien supo antes de su muerte? —preguntó DeMarco.

—Sí, Katie. Ella vive en Ashton y tiene una buena amistad con la esposa de Jack.

Kate quería decir algo acerca de cómo le parecía un poco ofensivo que Hiroto no suspendiera las labores, para que él y los otros que se habían quedado en aras del deber pudieran participar del duelo. Pero ella conocía los demonios que a veces dominaban a los hombres poseídos por su trabajo y sabía que no le competía a ella hacer ese juicio.

—En todo su tiempo con Jack, ¿alguna vez supo que guardara secretos? —preguntó DeMarco.

—Nada se me ocurre. Y si así fue, yo aparentemente no era alguien a quien él deseara contárselos. Pero aquí entre nos, encuentro difícil de creer que Jack tuviera una vida secreta. Él era muy correcto y estricto, ¿sabe? Un buen sujeto. Sin aristas.

—Entonces, ¿no se le ocurre ninguna razón para que alguien pudiera haber querido matarlo? —preguntó Kate.

—No. La idea es insólita —hizo una pausa y miró a través de los ventanales de su oficina al resto de su equipo—. ¿Y fue aquí en la ciudad? —preguntó.

—Sí. ¿No lo llamó cuando se dio cuenta que él no había venido?

—Oh, lo hice. Varias veces. Cuando al mediodía más o menos no respondió, lo dejé pasar. Jack fue siempre muy sagaz, muy inteligente. Si necesitaba unas pocas horas solo para alejarse —cosa que hacía de vez en cuando—, yo se lo permitía.

—Sr. Hiroto, ¿le importaría si hablamos con los que están por aquí? —preguntó Kate, señalando con la cabeza hacia el otro lado del vidrio.

—Para nada. Dispongan ustedes.

—Y, ¿podría usted conseguir la información de contacto de aquellos que decidieron marcharse? —preguntó DeMarco.

—Seguro.

Kate y DeMarco se adentraron en un lugar lleno de cubículos, grandes escritorios y rico café. Pero incluso antes de que le hubiesen hablado a una sola persona, Kate sintió que iban a escuchar más de lo mismo. Usualmente, cuando más de una persona describía a alguien más como normal y sencillo, por lo general resultaba cierto.

En quince minutos, habían hablado con los otros ocho empleados que estaban en ese momento en la oficina. Kate había tenido razón; todos describieron a Jack como dulce, amable, alguien que no creaba problemas. Y por segunda vez esa mañana, alguien se refirió a Jack Tucker como aburrido —pero de manera tranquila, sin ofender.

En el fondo de su mente, Kate sintió que algo se agitaba, algún recuerdo o frase que ella había escuchado en algún lado en un momento de su vida. Algo acerca de estar vigilante con una esposa o un esposo aburrido —de cómo el aburrimiento podía hacerlos quebrarse. Pero no recordó nada.

Después de pasar una última vez por la oficina de Hiroto para obtener una lista de las personas que habían elegido dejar el trabajo, Kate y DeMarco emprendieron el regreso en medio de una maravillosa mañana sabatina en la ciudad de Nueva York. Pensó en la pobre Missy Tucker, en tan bello día, tratando de adaptarse a una vida que, por un tiempo en todo caso, podría no parecer bella en lo absoluto.



***



Pasaron el resto de su mañana visitando a quienes habían decidido no ir a trabajar. Se encontraron con muchas lágrimas, e incluso unos pocos que estaban indignados por el hecho de que un hombre gentil e inocente como Jack Tucker hubiera sido asesinado. Fue exactamente lo mismo que hablar con los de la oficina, solo que no tan agobiante.

Hablaron con la última persona—un hombre llamado Jerry Craft —poco después de la hora del almuerzo. Llegaron a su casa justo cuando Jerry estaba subiendo a su auto. Kate estacionó detrás de él en la salida de su garaje, lo que le valió una mirada irritada. Ella se apeó del auto al tiempo que Jerry Craft se acercaba a ellas. Sus ojos estaban enrojecidos y lucía algo melancólico.

—Siento molestarlo —dijo Kate, mostrando su identificación. DeMarco se colocó junto a ella e hizo lo mismo—. Somos las agentes Wise y DeMarco, FBI. Esperábamos que pudiera tener algo de tiempo para hablar con nosotras acerca de Jack Tucker.

La irritación se desvaneció rápidamente del rostro de Jerry, asintió y se recostó de la parte trasera de su auto.

—No sé que podría aportar que estoy seguro ya le habrán escuchado a los demás. Supongo que ya hablaron con el Sr. Hiroto y con todos los demás en la oficina.

—Lo hemos hecbo —dijo Kate—. Estamos ahora hablando con aquellos que se fueron hoy, porque pareciera que tenían una conexión más estrecha con Jack.

—No sé si eso es necesariamente cierto —dijo Jerry—. Solo unas pocos de nosotros en realidad salimos a divertirnos algunas veces, fuera del trabajo. Y Jack usualmente no estaba entre esos. En unas pocas ocasiones probablemente aceptó la oferta de Hiroto de tomarse un día.

—¿Alguna idea de porqué Jack no era de los que se reunía después del trabajo? —preguntó DeMarco.

—Nada especial, creo. Jack era muy de su hogar, ¿sabe? En su tiempo libre, prefería estar en casa con su esposa y sus chicos. El trabajo de por sí lo ponía a trabajar equis cantidad de horas, no tenía sentido quedarse en un bar con las mismas personas que dejaba en el trabajo. Amaba a su familia, ¿sabe? Siempre hacía cosas extravagantes para cumpleaños y aniversarios. Siempre hablaba de sus hijos en el trabajo.

—¿Así que usted también piensa que tenía una vida perfecta? —preguntó Kate.

—Así parecía. Aunque, realmente, ¿puede alguno de nosotros tener una vida perfecta? Quiero decir, incluso Jack tenía alguna tirantez con su madre por lo que sé. Pero, ¿no las tenemos todos?

—¿Cómo es eso?

—Nada gordo. Un día en el trabajo lo escuché hablando por teléfono con su esposa. Estaba en la escalera para tener algo de privacidad, pero yo estaba usando una de las viejas estaciones de trabajo que estaba justo al lado de la puerta que daba a la misma. Lo destaco porque fue la única vez que lo escuché hablando con su esposa con un tono que no era de felicidad.

—¿Y era una conversación sobre su madre? —preguntó Kate.

—Estoy bastante seguro. Me mofé un poco de él cuando regresó, pero él no estaba de humor.

—¿Sabe algo acerca de sus padres? —preguntó Kate.

—No. Como dije, Jack era un gran sujeto, pero realmente no lo llamaría un amigo.

—¿Adónde se dirige ahora mismo? —preguntó DeMarco.

—Iba a comprar flores para su familia y dejárselas en su casa. Vi a su esposa y a sus hijos unas pocas veces en las fiestas navideñas y en las barbacoas de la compañía, cosas así. Una gran familia. Es un asco lo que sucedió. Me pone un poco mal, ¿sabe?

—Bueno, no lo retendremos más —dijo Kate—. Gracias, Sr. Craft.

De regreso en el auto, Kate salió del acceso al garaje de Jerry y dijo: —¿Quieres buscar la información de la madre de Jack?

—De inmediato —dijo DeMarco con cierta frialdad.

Kate de nuevo se vio luchando por mantenerse callada. Si DeMarco iba a alargar su pequeña irritación con respecto a los eventos de la noche anterior, era cosa suya. Kate estaba bien segura que no iba a permitir que eso afectara su progreso en este caso.

Al mismo tiempo, halló que se tenía que morder el labio para sofocar una sonrisa de ironía. Había pasado tiempo debatiendo sobre si su nueva posición la mantenía lejos de su familia, y aquí estaba ella, trabajando con una mujer que a veces le recordaba tanto a Melissa que asustaba. Pensó en Melissa y Michelle mientras DeMarco era remitida de uno a otro departmento del Buró, buscando información sobre la madre de Jack Tucker. Pensó en cómo Melissa se había comportado y actuado la primera vez que ella, Kate, había estado enfrascada en el caso Nobilini. De eso hacía ocho años; Melissa tenía veintiuno, y era aún ligeramente rebelde y estaba bastante en contra de lo que su madre quería de ella. Había sido una temporada en la que Melissa había probado teñirse el cabello de púrpura. En realidad se veía bastante bien, pero Kate nunca había podido decirlo en voz alta. Había sido un tiempo desquiciante en sus vidas, incluso cuando Michael, su marido, todavía estaba vivo y podía ayudar con Melissa mientras maduraba.

—Eso es interesante —dijo DeMarco, sacando a Kate de sus evocaciones. Bajó el teléfono y miró hacia adelante con un brillo excitado en sus ojos.

—¿Qué es interesante? —preguntó Kate.

—La madre de Jack es una tal Olivia Tucker. Sesenta y seis años de edad, vive en Queens. Un registro criminal inmaculado, excepto por un pequeño toque de atención.

—¿Cuál es el toque de atención?

—Llamaron a la policía a causa de ella hace dos años. La llamada fue hecha por Missy Tucker, la misma noche que Olivia Tucker estaba tratando de irrumpir en su casa.

Intercambiaron una mirada. Kate sintió que parte de la tensión entre ellas comenzaba a desvanecerse. Las buenas pistas, después de todo, tenían la tendencia a juntar a los compañeros más disgustados.

Sintiendo como si finalmente iba a algún lado, Kate giró el auto en redondo y se dirigió hacia Queens.




CAPÍTULO CINCO


Olivia Tucker vivía en un muy sencillo apartamento en Jackson Heights. Cuando Kate y DeMarco llegaron, estaba siendo visitada por un predicador local. Fue él quien acudió a la puerta, un negro alto que lucía triste y sombrío. Miró a las agentes de manera escéptica y suspiró suavemente.

—¿Puedo ayudarlas, señoras?

—Necesitamos hablar con la Sra. Tucker —dijo DeMarco—. ¿Quién es es usted?

—Soy Leland Toombs, el pastor de su iglesia. ¿Y quiénes son ustedes?

Ellas pasaron por la acostumbrada rutina de mostrar sus identificaciones y presentarse. Toombs dio un vacilante paso atrás y les lanzó una mirada de reproche.

—¿Comprenden que ella se encuentra en un estado de mucha aflicción, correcto?

—Por supuesto —dijo Kate—. Estamos intentando encontrar al asesino de su hijo y esperamos que ella pueda ser capaz de arrojar alguna luz que sirva de ayuda.

—¿Quién es? —una voz temblorosa se dejó escuchar desde algún rincón del apartamento. Una mujer apareció saliendo de otra habitación y dirigiéndose a la puerta.

—Es el FBI —le dijo Leland—, pero Olivia, le sugeriría que se tomara un momento para pensar si está lista para hablar con ellos.

Olivia Tucker llegó hasta la puerta luciendo como un absoluto desastre. Sus ojos estaban rojos y se veía como si tuviera incluso problemas para caminar. Miró a Kate y DeMarco y entonces colocó una mano sobre el hombro de Toombs a fin de tranquilizarlo.

—Sí, creo que lo necesito —dijo—. Pastor Toombs, ¿me daría un momento?

—Creo que quizás debería estar aquí cuando hablen con usted.

Ella sacudió su cabeza. —No. Lo aprecio, pero yo necesito hacer esta parte sola.

Toombs frunció el ceño, y entonces miró a Kate y DeMarco. —Por favor sean amables. Ella no se está tomando esto bien —le echó a Olivia una última mirada y salió por la puerta mientras llamaba por encima de su hombro—. Por favor, llámeme si necesita algo, Olivia.

Olivia lo observó irse y entonces, lentamente cerró la puerta detrás de ella. —Por favor, vamos a la sala de recibo.

Su voz era suave y desigual y todavía caminaba como si sus piernas no estuvieran bastante seguras de lo que estaban haciendo.

—¿Sabían —dijo cuando ingresaban a la sala de recibo—, que la policía me llamó y me dijo lo que había sucedido seis horas completas después de que su cuerpo fue hallado?

—¿Por qué tanto tiempo? —preguntó Kate.

—Supongo que ellos asumieron que Missy llamaría y me contaría. Se lo dijeron a ella primero, por supuesto. Pero fue más tarde, luego que Missy se hubo rehusado, que la policía finalmente llamó.

—¿Está segura de que ella se rehusó? —preguntó DeMarco— Dada la naturaleza de lo que sucedió, ¿no cree que simplemente lo olvidó?

Olivia se encogió de hombros, Pero no como un gesto de No sé . Era más un no me importa.

—¿Lo que me quiere decir es que usted cree que Missy habría hecho algo así a propósito? —preguntó Kate.

—Honestamente, Simplemente no lo sé. La mujer es totalmente vengativa.Yo no esperaría mucho de ella. Probablemente lo olvidó para así no tener que hablarme o, Dios la perdone, verme.

—¿Quiere decirnos por qué parece que ella le desagrada tanto? —preguntó DeMarco.

—Oh, a mí realmente nunca me gustó ella. Era bastante encantadora al principio, cuando estaba intentando ganarse mi simpatía. Pero en el momento en que Jack puso ese anillo de compromiso en su dedo, se convirtió en otra persona. Controladora. Manipuladora. Ella nunca ha apreciado la vida tan acomodada que tiene. Puede que haya amado a Jack de una manera intensa, enferma, y retorcida, eso no lo dudo. Pero nunca lo apreció.

—¿Puede explicar eso un poco más? —preguntó Kate.

—Ella siempre quería algo más, y más. Y no lo ocultaba. Todo lo que tenía, sin importar lo que fuera: chicos, un marido con buena posición, una bella casa, lo que fuera, nunca era suficiente. Nada de lo que Jack hizo fue suficientemente bueno para ella.

Kate notó la mirada absolutamente envenenada en el rostro de Olivia a medida que hablaba. Creía cada palabra que decía. Pero basándose en el breve tiempo que Kate había pasado con Missy Tucker, encontraba todo difícil de creer.

—¿Sabe si Jack se sentía de esta manera con respecto a ella?

—Dios, no. Estaba tan ciego por todo. Por ella y su pequeño teatro.

—¿Así que usted no tendría problemas en descartar la idea de que él estaría involucrado en una aventura?

Su mirada de sorpresa era la respuesta que Kate necesitaba. Pero Olivia soltó una perlas, también. —Considerando todo por lo que he pasado en las últimas horas, ¿cómo se atreve a hacerme esa estúpida pregunta? ¿Está tratando de ser insensible y grosera?

—Lo pregunto solo porque eso al menos nos daría algo por donde empezar a buscar. Si estaba involucrado en algo como eso, eso nos daría una serie de pistas que seguir porque francamente, ahora mismo, no tenemos testigos ni sospechosos.

—¿Sospechosos? Cariño, ya se lo he dicho. Fue su odiosa mujer.

Kate y DeMarco intercambiaron miradas de inquietud. Tanto si la declaración de Olivia Tucker fuera cierta o no, este caso iba a ponerse difícil antes de llevarlo a una conclusión.

Kate dejó que el comentario quedara en el aire por un momento antes de seguir. Cuando lo hizo se aseguró de emplear las palabras cuidadosamente, escogiendo cada una muy a propósito.

—¿Está segura? ¿Quiere hacer una declaración así de seria? —preguntó Kate— Si usted lo sostiene, tengo que considerarlo una pista y comenzar a ver a Missy Tucker como una potencial sospechosa.

—Haga su trabajo como quiera —dijo Olivia—. Pero sé que la mujer quería algo diferente. Quería salirse de eso, pero sin el riesgo de perderlo todo en el proceso. Ahora dígame una manera más fácil de lograrlo que no sea matando a su marido.

En toda su carrera, Kate no creía haber conocido a alguien que tuviera un odio tan ciego hacia otra persona —parientes políticos, hermanos distanciados, y así sucesivamente, ella lo había visto todo. Pero lo de Olivia Tucker iba más allá.

—Tengo que señalar —dijo DeMarco— que gran parte del tiempo del trayecto hasta acá fue invertido en repasar todo lo que había que saber sobre Jack y Missy. Aunque no tenemos reportes completos ni mucho menos, había más que suficiente para ver que no había suficiente discordia marital como para considerarlo un tema legal.

—Eso es correcto —dijo Kate—. Adicionalmente, no había problemas financieros, ni antecedentes penales para ella, nada de eso. Usted, por otro lado, sí tiene una pequeña entrada en su registro. ¿Quiere contarme acerca de la noche cuando Missy tuvo que llamar a la policía porque usted estaba tratando de irrumpir en su casa?

—Jack la estaba pasando mal en el trabajo. Había tenido un ataque de pánico. Llamé para saber cómo estaba y hablar con mis nietos, pero Missy no me lo permitía. Me dijo que Jack era demasiado bueno para decir algo, pero eso era parte de la razón de su ataque de ansiedad. Me.colgó cuando llamé, así que decidí ir a su casa. Tuvimos una discusión y ella me apartó de la puerta, rehusando a dejarme entrar en la casa. Después de eso… Bueno, me dejé llevar por mi temperamento y ella llamó a la policía.

—Indagaremos eso de ser necesario —dijo Kate —, pero, honestamente, no hay nada que hayamos visto y nada en los registros que indique que Missy habría tenido alguna razón para matar a su marido. No vemos ningún motivo.

—Bueno, si están así de convencidas, ¿por qué diablos están aquí hablando conmigo?

—¿Honestamente? —dijo DeMarco— Porque su nombre salió a relucir. Uno de los compañeros de trabajo de Jack le escuchó sin querer sosteniendo una acalorada conversación con su esposa acerca de usted. Simplemente revisamos sus registros para cubrir ese dato y encontramos lo de la llamada a la policía.

Olivia mostró la clase de sonrisa que a menudo se le ve a los villanos en las películas. —Bueno, tal parece que ya se han hecho su idea acerca de mí.

—Ese no es el caso en lo absoluto. Solo...

—Si a ustedes señoras no les importa, voy a pedirles educadamente que se vayan. QuisIera llorar apropiadamente a mi hijo.

Kate sabía que su tiempo con Olivia Tucker había terminado; si continuaba presionando, la mujer solo se cerraría. Además de eso, ella no había aportado información útil —a menos que los viles sentimientos que tenía hacia su nuera pudieran ser considerados como verdades, y Kate dudaba que lo fueran.

—Gracias —dijo Kate—, y en verdad sentimos su pérdida.

Olivia asintió, se levantó, y se dispuso a salir de la habitación. —Estoy segura de que recuerdan dónde está la puerta —dijo, antes de desaparecer hacia el interior de la casa.

Kate y DeMarco se marcharon, sin conseguir algo cercano a una sólida pista, pero habiendo sido bombardeadas por la visión que Olivia Tucker tenía de Missy.

—¿Crees que hay una pizca de verdad en todo eso? —preguntó DeMarco. Parecía estar saliendo de su estado de desánimo, aparentemente motivada por el caso.

—Yo pienso en este momento que ella está buscando respuestas a lo que sucedió, y cree que algo de eso es cierto. Pienso que ella está tomando todas esas pequeñas aprensiones que ha experimentado a través de los años y las está amplificando solo para tener algo de qué culparla y así descargar su rabia.

DeMarco asintió mientras se subían al auto. —Sea lo que sea, estuvo feo.

—Y yo pienso que eso la descarta como sospechosa. Puede que tengamos que estar pendientes de Missy, sin embargo, solo para mantenerla a salvo. Quizás incluso hacerle saber al Departamento de Policía lo transtornada que parece estar Olivia.

—Y entonces, ¿qué?

—Y entonces hacemos balance. Posiblemente con una o dos copas de vino delante, cuando regresemos al hotel.

Sonaba como una buena idea, pero Kate continuó pensando en Missy Tucker y en cómo su mundo era ahora como el cascarón vacío de lo que alguna vez había sido. Kate recordaba demasiado bien lo que se sentía perder al hombre que una amaba, el hombre que te conocía como un libro leído un millón de veces. Rompía el corazón más allá de las palabras y dejaba vacía tu vida.

Evocar tal sensación en ese momento, mientras se dirigía al hotel, la motivó más que nunca. La hizo remontarse en sus recuerdos a los detalles del primer caso, hasta el comienzo del caso Nobilini.

Su mente trató de evocar un nombre—un nombre que ella conocía bien pero que se había desvanecido en las regiones más profundas de su memoria. Era un nombre que recordó ese día, más temprano, cuando estaban reunidas con los amigos de Jack Tucker en el club de yates.

Cass Nobilini.

Tú sabes que hay respuestas allí, pensó Kate.

Podría ser. Y ella iría a buscarlas llegado el momento.

Pero en realidad tenía la esperanza de que no. Ella esperaba no tener que volver a ver en el resto de su vida a Cass Nobilini, pero también sabía que las probabilidades eran mínimas —que ella podía, de hecho, estarla visitando más temprano que tarde.




CAPÍTULO SEIS


Se instalaron en el bar del hotel justo cuando el tráfico de la cena empezaba a ceder. Aunque la perspectiva de una copa de vino era en efecto prometedora, Kate encontró que estaba un poco más ansiosa por la hamburguesa que había ordenado. Usualmente, cuando estaba en un caso, olvidaba almorzar, lo que la dejaba hambrienta llegado el final de la jormada. Al hundir su boca en la hamburguesa para darle el primer mordisco, vio una pequeña sonrisa en DeMarco. Su primera auténtica sonrisa del día.

—¿Que? —preguntó Kate con la boca llena.

—Nada —dijo DeMarco, hundiendo el tenedor en su ensalada de pollo a la plancha—. Es tranquilizador ver una mujer de tu edad y estatura comer así.

Mientras tragaba el bocado, Kate asintió y dijo, —Fui agraciada con un asombroso metabolismo.

—Oh, pero qué animal.

—Vale la pena ser capaz de comer así.

Un breve silencio se extendió entre ellas, roto por la risa de ambas ante esos comentarios. Se sentía bien poder bajar la guardia frente a DeMarco luego del tenso día que habían compartido. DeMarco parecía sentirse de la misma forma, a juzgar por lo que dijo después de tomar un sorbo de su copa de vino.

—Siento haber estado tan amargada durante todo el día. Ese asunto de dar noticias como esa a una familia… es difícil. Quiero decir, yo sé que es difícil, pero lo es especialmente para mí. Una cosa de estas me sucedió en el pasado y me afectó. Pensé que lo había superado, pero aparentemente no ha sido así.

—¿Qué sucedió?

DeMarco se tomó un momento, tal vez para considerar si quería o no ahondar en la historia. Tras otro largo sorbo de vino, decidió hacerlo. Dejó escapar un suspiro y comenzó.

—Yo sabía que era gay cuando tenía catorce. Tuve mi primera pareja cuando tenía dieciséis. A los diecisiete, Rose y yo —ella tenía diecinueve— decidimos que ibamos a revelarlo a los demás. Ambas lo habíamos mantenido en secreto, en particular con respecto a nuestros padres. Así que en esas estábamos —a punto de dar la noticia. Se suponía que iría a su casa y se lo ibamos a decir a sus padres, quienes, debo añadir, suponían que Rose y yo éramos solo buenas amigas. Yo estaba siempre en su casa, y viceversa, ¿sabes? Así que estoy sentada en el sofá de sus padres cuando recibo una llamada telefónica. Es de la policía, para decirme que Rose había tenido un accidente de tráfico y que había muerto de manera instantánea, a causa del impacto. Me llamaron a mí en lugar de sus padres porque encontraron su teléfono celular y vieron que el noventa por ciento de su historial eran llamadaspara mí.

—Así que me derrumbo de inmediato y sus padres están sentados allí, preguntándose, ¿qué diablos sucedió? ¿por qué de repente estoy llorando de rodillas en el piso? Y tuve que decirles. Tuve que contarles lo que la policía acababa de decirme —hizo una pausa, echó un vistazo a su ensalada, y entonces añadió—. Fue el peor momento de mi vida.

A Kate se le hacía difícil mirar a DeMarco; no estaba contando la historia como si estuviera involucrada emocionalmente, sino como si fuera un robot recitando una serie de eventos. Con todo, el relato era más que suficiente para explicar la actitud de DeMarco la noche anterior, cuando ella, Kate, se había ofrecido a darle las malas noticias a Missy Tucker.

—Si hubiera sabido eso, sabes, no nos habríamos ofrecido —dijo Kate.

—Lo sé. Y lo sabía entonces. Pero mis emociones ahogaron toda razón o lógica. Honestamente, solo necesitaba sentarme un rato y calmarme. Siento haberme desquitado contigo.

—Eso es agua pasada —dijo Kate.

—¿Has hecho eso muchas veces en tu carrera? ¿Dar noticias como esa?

—Oh, sí. Y nunca es fácil. Se hace más fácil si tomas distancia, pero el acto mismo nunca es fácil.

El silencio cayó sobre la mesa de nuevo. El camarero vino y volvió a llenar sus copas, mientras Kate seguía dando cuenta de su hamburguesa.

—Y entonces, ¿cómo está tu hombre? —preguntó DeMarco —Allen, ¿correcto?

—Él está bien. Está cerca de un punto en la relación en el que se preocupa por que todavía yo esté involucrada con el FBI. Preferiría que yo tomara un trabajo de escritorio. O que permanezca retirada.

—¿Entonces se está volviendo algo serio?

—Así se siente. Y parte de mí está emocionada por ello. Pero hay otra pequeña parte de mí que siente que sería una pérdida de tiempo. Él y yo estamos aproximándonos con rapidez a los sesenta. Comenzar una nueva relación a esa edad se siente... extraño, supongo —sintiendo que DeMarco se pegaría del tema si la dejaba, Kate rápidamente cambió la conversación.

—¿Qué hay de ti? ¿Ha alzado vuelo tu vida sentimental desde la última vez que tuvimos esta incómoda conversación?

DeMarco sacudió su cabeza y sonrió. —No, pero es por decisión propia. Disfruto estar en la Tierra de Una Sola Noche mientras puedo.

—¿Eso te hace feliz?

DeMarco pareció genuinamente impactada por la pregunta. —En cierto modo, sí. Ahora mismo no necesito las responsabilidades y los requerimientos que conlleva una relación.

Kate rió suavemente. Ella nunca había estado en la Tierra de Una Sola Noche. Había conocido a Michael estando en la universidad y se había casado con él un año y medio más tarde. Había sido el tipo de relación donde ella supo que pasarían el resto de sus vidas juntos una vez se dieron el primer beso.

—Entonces, ¿cuál es el próximo paso en este caso? —preguntó DeMarco.

—Estoy pensando en repasar el caso inicial en lugar de usarlo como referencia. Me pregunto si hay nueva información que pudiera haber surgido en la familia Nobilini. Pero… bueno, al igual que tu historia acerca de tu pareja muriendo mientras tú te hallabas sentada en el sofá de sus padres, no es un territorio al que sea fácil retornar.

—¿Así que más visitas y conversaciones incómodas para mañana?

—Quizás. Todavía no estoy segura.

—¿Hay algo que valga la pena que me informes antes de que yo me interne a ciegas en eso?

—Probablemente. Pero, confía en mí… sería mejor dejarlo para mañana. Meterse en eso ahora solo nos mantendrá despiertas hasta tarde y arruinará mi sueño.

—Oh, esa clase de historias.

—Exactamente.

Terminaron sus copas de vino y pagaron sus cuentas. Camino de sus habitaciones, Kate pensó en la historia DeMarco acababa de contarle —de ese triste vislumbre de su pasado. Le hizo darse cuenta que sabía muy poco acerca de su compañera. Si tuvieran una relación de trabajo normal, viéndose casi todos los días en lugar de uno o dos cada cuantos meses, eso sería muy diferente. La hizo preguntarse si estaba haciendo lo que le correspondía para conocer en verdad a DeMarco.

Se separaron para entrar en sus respectivas habitaciones —la de DeMarco ubicada cruzando el pasillo con respecto a la de Kate —y esta sintió la necesidad de decir algo. Algo, para hacerle saber a DeMarco que apreciaba su disposición a abrirse.

—De nuevo, me disculpo por lo de anoche. Apenas me estoy dando cuenta de que no te conozco suficientemente bien como para tomar por ambas decisiones como esa.

—Está bien, de verdad —dijo DeMarco—. Debería haberte contado anoche acerca de eso.O

—Necesitamos hacer un esfuerzo por conocernos. Si una va a confiar su vida a la otra, eso es de alguna manera necesario. Quizás fuera del trabajo, en algún momento.

—Sí que sería bueno —DeMarco hizo entonces una pausa mientras abría su puerta—. Dijiste que estabas pensando algo… acerca del viejo caso. El caso Nobilini. Hazme saber si necesitas alguien con quien contrastar ideas.

—Lo haré —dijo Kate.

Dicho eso, entraron en las habitaciones, finalizado así la jornada. Kate se descalzó y fue directamente hasta su portátil. Mientras lo encendía, llamó al Director Durán. Como lo esperaba, él no contestó su teléfono, pero la línea fue redirigida a la asistente del director, una mujer de nombre Nancy Saunders. Kate introdujo una solicitud para que copias digitales de los archivos Nobilini fueran enviadas a su correo electrónico tan pronto como fuera posible. Ella sabía que DeMarco había traído algo de ese material, pero era lo más general del caso. Kate sentía la necesidad de volver a las particularidades del caso, hasta los detalles más menudos. Saunders prometió que lo haría, haciéndole saber que los tendría para las nueve en punto de la mañana siguiente.

Cass Nobilini, pensó Kate.

Había pensado en la mujer casi de inmediato, luego que Durán le mencionó la posible conexión. Había pensado en ella de nuevo al escuchar el llanto y los gemidos de Missy Tucker al llorar a su marido asesinado, y de nuevo mientras hablaba con los amigos de Jack Tucker.

Cass Nobilini, la madre de Frank Nobilini. la mujer que había encontrado insultante e impropio de parte de los medios insistir con lo del asesinato de su hijo, solo porque había trabajado en una ocasión como consejero financiero de gente popular en el Congreso. Kate sentía que había sido una tonta al pretender en algún momento que este caso no iba de alguna manera a llevarla de regreso a Cass Nobilini.

Fue este pensamiento el que permaneció con ella por el resto de la noche, quedando en el centro de su mente mientras se acostaba en la cama rendida de sueño.



***



Todavía podía ver la escena del crimen en su mente. El desgaste y la antigüedad del recuerdo lo hacía ver algo desdibujado, pero la bruma desaparecía siempre que soñaba con eso. En sus sueños, era tan claro como ver televisión.

Y lo vio esa noche, habiéndose dormido poco después de las nueve, aunque moviéndose y gimiendo un poco a medida que se aproximaba la medianoche.

La escena: Frank Nobilini, asesinado en el callejón y aún sosteniendo las llaves de su BMW. El caso eventualmente la había llevado a su hogar, una casa de cuatro habitaciones en Ashton. Ella había comenzado por el garaje, donde había percibido el débil olor de recortes de hierba producto de un reciente corte de césped. Había sentido como si estuviera en un lugar embrujado, como si el espíritu de Frank Nobilini estuviera por alli, esperándola. Quizás en el espacio vacío donde se suponía que estaba su BMW, aunque en ese tiempo, estaba en un estacionamiento a varias cuadras de donde fue hallado su cuerpo. El garaje estaba frío como una extraña tumba. Era una de un puñado de escenas de su pasado que siempre regresaban de la manera más vívida, por razones que ella nunca había comprendido.

No había habido pistas de ningún tipo en la casa, ni indicios de porqué alguien podría querer matarlo. Uno pensaría que quizás era por su muy bello auto, pero las llaves habían quedado en su mano. La casa estaba limpia, de manera casi inquietante. No había rastros de documentación, nada destacable en las libretas de direcciones o el correo. Nada.

En su sueño, Kate estaba parada allí, en el callejón. Estaba tocando la todavía pegajosa mancha de sangre en la pared, de la misma manera experimental que un niño podría usar para tocar una gota derramada de sirope en la mesa de la cocina. Se volvió y miró detrás de ella, pues quería ver el callejón, pero lo que vio fue el garaje de los Nobilinis. Como si hubiera sido invitada a entrar, subió por los escalones de madera que conducían a la puerta que comunicaba con la cocina. Se movía de la manera que solo los sueños permiten, fluidamente, casi siendo proyectada en lugar de mover sus piernas. De alguna manera terminó en el baño, mirando en la pared la gran instalación de ducha y bañera combinadas. Estaba llena de sangre. Algo se movía bajo la superficie, haciendo que las pequeñas burbujas subieran hasta la misma. Cuando una reventaba, salpicaba con mínimas gotas la porcelana de la pared.

Retrocedió, saliendo del baño hacia el pasillo. Allí, Frank Nobilini venía caminando hacia ella. Detrás de él, su esposa, Jennifer, simplemente observaba. Ella incluso hizo un gesto inofensivo con la mano para saludar a Kate mientras su difunto marido avanzaba tambaleante por el corredor. Frank caminaba casi como un zombie, lentamente y con un paso demasiado vacilante.

—Está bien —dijo alguien detrás de ella.

Se giró y vio a Cass Nobilini, la madre de Frank, sentada en el piso. Lucía cansada, derrotada… como si estuviera aguardando la espada del verdugo.

—¿Cass…?

—Tú nunca ibas a resolverlo. Estaba más allá de tu comprensión. Pero el tiempo… tiene una manera de cambiar las cosas, ¿no es así?

Kate se volvió hacia Frank, que aún avanzaba. Al pasar él junto a la puerta del baño, Kate vio que parte de la sangre se había salido de la bañera hacia el piso, derramándose hacia el corredor. Cuando Frank puso el pie en el mismo, produjo un sonido de chapoteo.

Frank Nobilini le sonrió y levantó su mano hacia ella —ligeramente podrida y manchada de negro. Kate retrocedió lentamente, levantando sus propias manos hasta su rostro, y dejando escapar un grito.

Despertó, sintiendo que el grito estaba atorado en su garganta.

Esa maldita casa. Ella nunca había comprendido porqué la inquietaba de esa manera. Quizás porque los gritos y gemidos de Jennifer Nobilini, en una casa de tanta perfección… le habían parecido surrealistas. Como algo salido de una artística película de horror.

Kate se incorporó hasta quedar sentada y lentamente se arrastró hasta el borde de la cama. Respiró profundo varias veces y miró el reloj: 1:22. La única luz en la habitación provenía de los números en el reloj de alarma y el débil resplandor de las luces de seguridad en el exterior, que apenas brillaban a través de las persianas cerradas.





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“Una obra maestra de misterio y suspenso. Blake Pierce ha hecho un magnífico trabajo desarrollando personajes con un mundo psicológico tan bien descrito que es como un acceso directo al interior de sus mentes, para seguirlos en sus temores y aplaudirlos en sus triunfos. Lleno de giros, este libro le mantendrá despierto hasta la última página".–Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (re: Una Vez Ido) SI ELLA CORRIERA (Un Misterio Kate Wise) es el libro #3 en una nueva serie de suspenso psicológico del exitoso autor Blake Pierce, cuyo bestseller #1 Una Vez Ido (Libro #1) (descarga gratis) ha recibido más de 1000 reseñas de cinco estrellas. Kate Wise, agente del FBI ya retirada, de 55 años de edad, es llamada de nuevo cuando un marido, residente de un opulento suburbio, es hallado muerto por disparos en su camino a casa. Es la segunda vez que sucede. ¿Puede ser una coincidencia?Hay un caso que ha perseguido a Kate durante toda su carrera, ese que no pudo resolver.Ahora, 10 años después, un segundo marido –perteneciente a la misma, exclusiva comunidad– es asesinado de la misma manera.¿Cuál es la conexión?¿Y podrá Kate redimirse, y resolverlo antes de que se enfríe de nuevo?Una historia de suspenso y acción que acelera el corazón, SI ELLA CORRIERA es el libro #3 en una nueva y trepidante serie que te pondrá a leer hasta bien entrada la noche. El libro #4 de la SERIE DE MISTERIOS KATE WISE ya está disponible para ordenar por adelantado.

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