Книга - La cara de la muerte

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La cara de la muerte
Blake Pierce


Un misterio de Zoe Prime #1
"UNA OBRA MAESTRA DE THRILLER Y MISTERIO. Blake Pierce hizo un magnífico trabajo desarrollando personajes con un lado psicológico tan bien descrito como para sentirnos dentro de sus mentes, seguimos sus miedos y queremos que tengan éxito. Lleno de vueltas de tuerca, este libro te mantendrá alerta hasta el final de la última página”

–– Libros y reseñas de películas, Roberto Mattos (sobre Una vez desaparecido)



LA CARA DE LA MUERTE es el libro número 1 de una nueva serie de thriller del autor de best-sellers, Blake Pierce, cuyo primer libro, Una vez desaparecido (Libro número 1) (de descarga gratuita), tiene más de 1.000 críticas de cinco estrellas.



La Agente Especial del FBI, Zoe Prime, sufre de una rara enfermedad que también le da un talento único: ve el mundo a través de una lente numérica. Los números la atormentan, la hacen incapaz de relacionarse con la gente y hacen que su vida romántica sea un fracaso, pero también le permiten ver patrones que ningún otro agente del FBI puede ver. Zoe mantiene su condición en secreto, y se encuentra avergonzada por temor a que sus colegas se enteren.



Sin embargo, cuando un asesino en serie ataca en la región del Medio Oeste de Estados Unidos, estrangulando mujeres en lugares remotos y aparentemente al azar, por primera vez, Zoe se queda perpleja. ¿Hay un patrón? ¿Puede no haber ningún patrón en absoluto?



¿O este asesino está tan obsesionado con los números como ella?



En una loca carrera contra el tiempo, Zoe deberá entrar en la mente diabólica de un asesino que siempre parece estar un paso por delante de ella, y debe evitar que consiga su próxima víctima antes de que sea demasiado tarde. Al mismo tiempo, debe mantener a raya sus propios demonios, que pueden resultar aún más amenazadores.



Un thriller lleno de acción con un suspenso desgarrador, LA CARA DE LA MUERTE es el libro número uno de una nueva y fascinante serie que te dejará pasando las páginas hasta bien entrada la noche.



Los libros 2 y 3 de la serie, LA CARA DEL ASESINATO y LA CARA DEL MIEDO, también están disponibles para preventa.





Blake Pierce

LA CARA DE LA MUERTE




LA CARA


DE LA


MUERTE




(Un Misterio de Zoe Prime—Libro Uno)




B L A K E  P I E R C E



Blake Pierce

Blake Pierce es el autor de la exitosa serie de misterio de RILEY PAIGE, que incluye dieciséis libros hasta el momento. Blake Pierce es también el autor de la serie de misterio MACKENZIE WHITE, que comprende trece libros (y contando); de la serie de misterio AVERY BLACK, que comprende seis libros; de la serie de misterio KERI LOCKE, que comprende cinco libros; de la serie de misterio LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE, que comprende cinco libros (y contando); de la serie de misterio KATE WISE, compuesta por seis libros (y contando); del misterio de suspenso psicológico CHLOE FINE, compuesto por cinco libros (y contando); de la serie de thriller de suspenso psicológico JESSE HUNT, compuesta por cinco libros (y contando); de la serie de thriller de suspenso psicológico LA AU PAIR, compuesta por dos libros (y contando); y la serie de misterio de ZOE PRIME, compuesta por dos libros (y contando).



Blake es un ávido lector y fanático de toda la vida de los géneros de misterio y thriller, y le encanta escuchar de sus lectores, así que por favor no dudas en visitar http://www.blakepierceauthor.com (http://www.blakepierceauthor.com/) para saber más y ponerte en contacto con el autor.








Copyright © 2019 por Blake Pierce. . Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976 y las leyes de propiedad intelectual, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o distribuida en cualquier forma o por cualquier medio, o almacenada en un sistema de bases de datos o de recuperación sin el previo permiso del autor. Este libro electrónico está licenciado para tu disfrute personal solamente. Este libro electrónico no puede ser revendido o dado a otras personas. Si te gustaría compartir este libro con otras personas, por favor compra una copia adicional para cada destinatario. Si estás leyendo este libro y no lo compraste, o no fue comprado solo para tu uso, por favor regrésalo y compra tu propia copia. Gracias por respetar el trabajo arduo de este autor.  Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son productos de la imaginación del autor o se emplean como ficción. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es totalmente coincidente. Derechos de autor de la imagen de la cubierta son de Fred Mantel, utilizada bajo licencia de Shutterstock.com.



LIBROS ESCRITOS POR BLAKE PIERCE

LA NIÑERA

CASI AUSENTE (Libro #1)

CASI PERDIDA (Libro #2)

CASI MUERTA (Libro #3)



SERIE DE MISTERIO DE ZOE PRIME

LA CARA DE LA MUERTE (Libro #1)

LA CARA DEL ASESINATO (Libro #2)

LA CARA DEL MIEDO (Libro #3)



SERIE DE THRILLER DE SUSPENSE PSICOLÓGICO CON JESSIE HUNT

EL ESPOSA PERFECTA (Libro #1)

EL TIPO PERFECTO (Libro #2)

LA CASA PERFECTA (Libro #3)



SERIE DE MISTERIO PSICOLÓGICO DE SUSPENSO DE CHLOE FINE

AL LADO (Libro #1)

LA MENTIRA DEL VECINO (Libro #2)

CALLEJÓN SIN SALIDA (Libro #3)



SERIE DE MISTERIO DE KATE WISE

SI ELLA SUPIERA (Libro #1)

SI ELLA VIERA (Libro #2)

SI ELLA CORRIERA (Libro #3)

SI ELLA SE OCULTARA (Libro #4)

SI ELLA HUYERA (Libro #5)



SERIE LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE

VIGILANDO (Libro #1)

ESPERANDO (Libro #2)

ATRAYENDO (Libro #3)

TOMANDO (Libro #4)



SERIE DE MISTERIO DE RILEY PAIGE

UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1)

UNA VEZ TOMADO (Libro #2)

UNA VEZ ANHELADO (Libro #3)

UNA VEZ ATRAÍDO (Libro #4)

UNA VEZ CAZADO (Libro #5)

UNA VEZ AÑORADO (Libro #6)

UNA VEZ ABANDONADO (Libro #7)

UNA VEZ ENFRIADO (Libro #8)

UNA VEZ ACECHADO (Libro #9)

UNA VEZ PERDIDO (Libro #10)

UNA VEZ ENTERRADO (Libro #11)

UNA VEZ ATADO (Libro #12)

UNA VEZ ATRAPADO (Libro #13)

UNA VEZ INACTIVO (Libro #14)



SERIE DE MISTERIO DE MACKENZIE WHITE

ANTES DE QUE MATE (Libro #1)

ANTES DE QUE VEA (Libro #2)

ANTES DE QUE CODICIE (Libro #3)

ANTES DE QUE SE LLEVE (Libro #4)

ANTES DE QUE NECESITE (Libro #5)

ANTES DE QUE SIENTA (Libro #6)

ANTES DE QUE PEQUE (Libro #7)

ANTES DE QUE CACE (Libro #8)

ANTES DE QUE ATRAPE (Libro #9)

ANTES DE QUE ANHELE (Libro #10)

ANTES DE QUE DECAIGA (Libro #11)

ANTES DE QUE ENVIDIE (Libro #12)



SERIE DE MISTERIO DE AVERY BLACK

CAUSA PARA MATAR (Libro #1)

UNA RAZÓN PARA HUIR (Libro #2)

UNA RAZÓN PARA ESCONDERSE (Libro #3)

UNA RAZÓN PARA TEMER (Libro #4)

UNA RAZÓN PARA RESCATAR (Libro #5)

UNA RAZÓN PARA ATERRARSE (Libro #6)



SERIE DE MISTERIO DE KERI LOCKE

UN RASTRO DE MUERTE (Libro #1)

UN RASTRO DE ASESINATO (Libro #2)

UN RASTRO DE VICIO (Libro #3)

UN RASTRO DE CRIMEN (Libro #4)

UN RASTRO DE ESPERANZA (Libro #5)




NOTA DEL AUTOR:


Habrán notado que este libro fue publicado por primera vez con el nombre de ―Stella Gold―. De vez en cuando me gusta experimentar y probar nuevos géneros, y cuando lo hago, puedo usar un seudónimo para mantenerlo separado y evitar la confusión de mis fans. Inicialmente publiqué este libro con el seudónimo de Stella Gold. Poco después de publicarlo, me sorprendió felizmente la recepción y los comentarios de los lectores, y me di cuenta de que este libro y la serie sería apropiado para todos los fans de Blake Pierce. Así que cambié el nombre del autor de nuevo a Blake Pierce. Si es la primera vez que lees uno de mis libros, ¡bienvenido al universo de Blake Pierce! Siéntete libre de descubrir mis otras series. ¡He hecho que los primeros libros y audiolibros de la mayoría de mis series sean gratuitos!



CARA:

-– La parte delantera de la cabeza que en los humanos se extiende desde la frente hasta el mentón e incluye la boca, la nariz, las mejillas y los ojos.



--En matemáticas, la forma que está delimitada por los bordes de un objeto tridimensional.



-– Una de las superficies poligonales de un poliedro.




PRÓLOGO


Linda se acomodó en su silla, tratando de ponerse cómoda en los viejos y gastados cojines. La silla, que había soportado el peso de innumerables empleados de la gasolinera durante los últimos quince o veinte años, estaba en tan buen estado como el resto del lugar.

Al menos tenía una silla. Y el televisor, incluso aunque fuera tan pequeño y anticuado que apenas llegaba a poder ver las caras a través de la interferencia de la pantalla.

Linda suspiró y dio unos golpecitos al costado del televisor unas cuantas veces, tratando de obtener una imagen más clara. Estaba esperando que comenzara su programa favorito, y quería al menos poder distinguir qué personaje aparecía.

Por lo menos no era probable que la molestaran. Este rincón del oeste de Missouri no era precisamente muy frecuentado, y podían pasar horas antes de que apareciera un cliente. Nadie vivía en kilómetros a la redonda, y la carretera había sido reemplazada por una nueva autopista que llevaba a la gente a sus destinos por una ruta más directa. Probablemente era sólo cuestión de tiempo antes de que el lugar cerrara, así que Linda disfrutaba de su descanso mientras lo aún podía hacerlo.

La melodía de su show comenzó, y era tranquilizadoramente familiar a pesar de la calidad del sonido. Linda se reclinó contra el respaldo de nuevo, tratando de ponerse lo más cómoda posible, y tomó una bolsa de patatas fritas del expositor que estaba detrás de ella.

–Oh, Loretta ―dijo el personaje en la pantalla―. ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¿No sabes que estamos…?

El diálogo fue opacado por el tintineo de la campana sobre la puerta. Linda se puso de pie, casi tropezándose al querer hacer parecer que había estado atenta. Con un sentimiento de culpa, puso el paquete abierto de patatas fritas en un estante debajo del mostrador.

–Hola ―dijo el cliente, sonriendo. Parecía divertido, pero amistoso, como si ambos estuvieran compartiendo una broma privada―.¿Podría por favor usar su baño?

Fue bastante agradable. Era un hombre delgado y de apariencia juvenil. No debía tener ni treinta años. A Linda le gustó de inmediato. Tenía una especie de sexto sentido sobre los clientes. Podía decir de inmediato si le iban a causar algún problema.

–Lo siento, cariño ―dijo―. Es sólo para clientes.

–Oh ―dijo, mirando a su alrededor. Había un exhibidor de caramelos baratos al lado del mostrador, diseñado para atraer a los niños que se los pedirían a sus padres―. Me llevaré estos.

Agarró una bolsa de caramelos y la arrojó suavemente sobre el mostrador, justo delante de ella. Buscó en su bolsillo un puñado de monedas, y las colocó al lado de la bolsa.

–Aquí tiene, señor ―dijo Linda, deslizando una de las llaves del baño hacia él―. Está justo en la parte de atrás del edificio. Simplemente salga y dé la vuelta a la esquina.

–Oh, gracias ―dijo el hombre, tomando la llave y dándole toquecitos contra su pulgar mientras miraba hacia el estacionamiento―. Pero… ¿Le importaría mostrarme dónde está?

Linda dudó. Estaban pasando su programa y ya se había perdido mucho. Y a pesar de su sensación de que este tipo era perfectamente bueno y normal, aún tenía una pequeña duda sobre él. ¿Debería realmente abandonar el mostrador para mostrarle el baño? ¿Ir sola con un extraño en la oscuridad, fuera de la vista?

Oh, Linda, se dijo a sí misma. Estás tratando de ganar más tiempo para ver tu programa. Levántate de esta silla y haz tu trabajo.

–Claro ―dijo ella, aunque aún estaba algo reacia―. Sígame.

El sol se había puesto hacía una media hora, así que no era de extrañar que él quisiera ayuda para encontrar el baño. Un lugar desconocido no era fácil de encontrar en la oscuridad. Linda comenzó a guiarlo en la dirección correcta, pasando por encima de las hierbas que crecían entre las fisuras del hormigón.

–Este lugar sí que es desierto, ¿eh? ―dijo él.

–Sí ―dijo Linda. Era un poco extraño mencionar eso en la oscuridad, ¿no? Tal vez se sentía un poco asustado y quería conversar para sentirse más tranquilo. No es que ella disfrutara de esa soledad. ―No hay mucho tráfico por aquí en estos días.

–Siempre pienso que se puede saber mucho de un lugar por sus gasolineras. Hay pequeñas señales, ¿sabes? Patrones que puedes captar. Como qué tan rica es una comunidad, o qué tipo de comida es popular.

–Supongo que nunca pensé en eso.

Personalmente, a Linda no le importaba en absoluto su explicación de las complejidades de las gasolineras de todo el país. Quería alejarse del baño y volver a entrar lo más rápido posible, sin hablar de cosas raras. Pero no quería decírselo y ser grosera.

–Oh, sí. Me gusta visitar diferentes gasolineras. Algunas de ellas son enormes. Luego hay otras que son pequeñas, más venidas a menos y en lugares apartados, como esta. Y también puedes aprender mucho sobre la gente que trabaja allí.

Eso hizo que un escalofrío recorriera la columna vertebral de Linda. Estaba hablando de ella. No quería preguntarle qué podía aprender de ella, o qué ya sabía. No creía que le gustara la respuesta.

–Es un trabajo extraño, aquí en el medio de la nada ―continuó―. Debes pasar mucho tiempo sola. Si llegas a precisar ayuda, debe ser difícil conseguirla. Hay un cierto tipo de persona que acepta este tipo de trabajo. Sabiendo esto, puedes predecir todo tipo de cosas sobre el comportamiento basándote en los patrones. Como hasta dónde estarías dispuesta a ir para ayudar a un cliente.

Linda apresuró el paso a través de la tierra oscura, sintiendo la necesidad de alejarse de él. Que alguien le recordara el hecho de que era vulnerable no era algo que quisiera escuchar en ese momento. Eso le provocó otro escalofrío, incluso cuando se dijo a sí misma que estaba siendo estúpida. Sintió el metal duro de la llave de la puerta principal en su bolsillo, y la deslizó entre dos de sus dedos, de forma que pudiera servirle como arma.

Ella no dijo nada. No quiso provocarlo para que dijera o hiciera algo más. Aunque no podía determinar qué esperaba que él hiciera, estaba segura de que no quería que lo hiciera. Caminaron por el estacionamiento vacío, el auto del cliente debía estar estacionado frente a los surtidores.

–Allí está su baño, por allí ―dijo Linda, señalando. Ella no quería ir más lejos. Si él seguía solo, ella podía volver a su mostrador, donde había un teléfono para pedir ayuda y puertas que podía cerrar.

El cliente no dijo nada, pero sacó su paquete de caramelos duros y lo abrió. Ni siquiera la miraba, pero parecía concentrado en su tarea mientras daba vuelta el paquete y lo vertía todo en el piso.

Las coloridas bolas de caramelo se dispersaron y saltaron por el hormigón. Linda gritó y dio un paso atrás sin quererlo. ¿Quién en su sano juicio tiraría caramelos por todo el suelo de esa manera? ¿Sólo para asustarla, o para qué? Linda levó su mano al pecho, tratando de calmar sus acelerados latidos.

–¡Mira eso! ―dijo el cliente riéndose, señalando los caramelos―. Siempre es igual, ¿sabes? No existe el azar. Tienes los mismos patrones y fractales, y siempre hay algo. Incluso si intentas no verlo, tu mente se aferra a un patrón, es así.

Linda había escuchado suficiente. Este tipo era un demente. Ella estaba sola aquí, en la oscuridad, como él le había remarcado. Tenía que alejarse de él y volver al mostrador. Volver a donde era seguro.

A Linda se le ocurrió una solución para irse rápidamente. Se apresuró para dar los últimos pasos hacia el baño y lo abrió para él, la luz sobre la puerta se encendió automáticamente.

–¡Oh! ―dijo el joven―. Ahí, mira. En tu mano. Otro patrón.

Linda se congeló y miró sus pecas que ahora eran visibles baja la pálida luz naranja. La atención que él le había prestado a su piel era algo que instintivamente no le gustó.

–Tengo que volver a la tienda ―dijo Linda―. Por las dudas de que haya más clientes. Deja la llave cuando termines.

Ella empezó a apresurarse hacia el frente de la gasolinera, hacia la puerta y la seguridad del mostrador. Había algo raro en este joven, algo muy extraño, y ella no quería pasar ni un segundo más en su compañía, aunque eso significara volver por la llave más tarde. Todos los pelos de su nuca estaban erizados, y su corazón latía con prisa.

Tal vez debería llamar a alguien. Pensó en su exmarido, sentado a kilómetros de distancia en su casa, probablemente sentado delante del televisor. O en su jefe, que por las pocas veces que lo había visto, bien podría vivir en Canadá. ¿Siquiera le atenderían el teléfono? Y si lo hicieran, ¿qué podrían hacer para ayudarla?

¿Quizás a la policía? No, esto sería un poco exagerado..

Linda casi se resbala con un caramelo suelto que se había deslizado más lejos que el resto, y trató de mirar con atención donde colocaba sus pies. Su corazón se aceleró, y pudo oír sus propios pasos resonando demasiado fuerte mientras se dirigía hacia la esquina de la edificación. Deseaba poder hacer menos ruido, moverse más rápido y llegar hacia la puerta de la gasolinera.

Casi estaba corriendo, con la respiración entrecortada. Dobló la esquina, sintiendo una sensación de alivio al ver las conocidas puertas del frente.

Pero algo la estaba empujando hacia atrás, algo que le apretaba alrededor de su cuello.

Las manos de Linda subieron instintivamente, agarrando el fino y afilado cable que cortaba sus dedos mientras luchaba por liberarse. Sus pies trataron de mover su cuerpo hacia adelante, el impulso sólo empujaba su cabeza más atrás. Tenía que volver a las puertas. ¡Tenía que entrar!

El pánico le nubló su visión y la agónica presión se intensificó hasta que hubo una ráfaga de liberación, algo húmedo y caliente brotaba sobre su pecho y hacia abajo. No hubo tiempo de encontrarle sentido a lo que pasaba, sólo pudo jadear intentando respirar y sintiendo una húmeda sensación de succión donde había estado el cable, y notar el suelo bajo sus rodillas, y luego su cabeza contra el piso, y luego nada en absoluto.




CAPÍTULO UNO


La Agente Especial del FBI Zoe Prime miró a la mujer que estaba a su lado en el asiento del acompañante y trató de no sentirse intimidada.

–Esto sí que es empezar a toda máquina ―bromeó Shelley.

Zoe sabía lo que quería decir. Acababan de ser colocadas como compañeras, y aquí iban a toda velocidad hacia la escena del crimen. Una gran escena del crimen. Una que sería un gran titular en los diarios.

Pero eso no era lo que hacía que Zoe se sintiera incómoda. Era el hecho de que la habían puesto de compañera con una nueva agente que ya estaba dando que hablar en el FBI. Shelley Rose tenía un rostro amable, y se rumoreaba que podía obtener una confesión de cualquiera con sólo una sonrisa. Cuando tienes un secreto que ocultar, que tu compañera sea alguien así es algo que te puede poner muy nerviosa y paranoica.

Sin mencionar el hecho de que Zoe no era considerada como la mejor en nada en el FBI y albergaba bastante envidia sobre el nivel de respeto que ya tenía su compañera novata.

Shelley tenía una cara casi simétrica, sólo un milímetros la separaba de la perfección, una ligera variación entre sus ojos. No era de extrañar que ella provocara automáticamente la confianza y la amabilidad de los que la rodeaban. Era psicología clásica. Un pequeño defecto que hacía su belleza más humana.

Incluso sabiendo eso, Zoe no pudo evitar que a ella también le agradara su nueva compañera.

–¿Qué sabemos hasta ahora? ―preguntó Zoe.

Shelley hojeó la pila de papeles que tenía en sus manos, metidos en una carpeta.

–Un convicto se escapó de Tent City, en Phoenix ―dijo ella. Afuera del auto, el desierto de Arizona pasó de largo. ―Huyó a pie. Aparentemente, eso no lo ha frenado. Tres homicidios conocidos hasta ahora.

–¿Eran los guardias? ―preguntó Zoe. Su mente se adelantaba, estaba contando los kilómetros que un hombre puede recorrer a pie con este calor. No podría ir muy lejos sin descanso, sin refugio y sin agua. Si a esto se le sumaba el factor de la arena, se reducía aún más la distancia.

–No, gente al azar. Primero fueron dos excursionistas ―Shelley se detuvo, tomando una bocanada de aire a través de sus dientes―. Según todos los indicios los asesinatos fueron… despiadados. La última víctima era un turista que iba camino al Gran Cañón.

–Ahí es a donde nos dirigimos ahora ―asumió Zoe. El mapa de la zona se desplegó en su mente, trazando los caminos y senderos que cada víctima probablemente tomó para cruzarse con este hombre.

–Correcto. Parece que deberíamos prepararnos.

Zoe asintió en silencio. Había notado que era más difícil para gente como Shelley llegar a la escena del crimen y ver el cuerpo de la víctima. La gente así sentía el dolor y el sufrimiento que se les había infligido. Zoe siempre veía un cuerpo como si fuera carne. Carne que podría contener pistas que podrían ayudar a la investigación, y los números que la rodeaban.

Eso fue probablemente lo que le permitió pasar todos los exámenes de ingreso y convertirse en Agente Especial, manteniéndose tranquila y controlada, analizando los hechos en lugar de las emociones. Pero fue gracias a su naturaleza tranquila y su tendencia a la inexpresividad lo que la había llevado a precisar una nueva compañera. Aparentemente, el último había sentido que Zoe era demasiado tranquila y distante.

Había intentado remediar esto en su primer caso con Shelley comprando dos cafés para llevar y suministrándole uno a su compañera cuando se conocieron, imitando un ritual aparentemente antiguo entre compañeros de trabajo. Parecía que le había ido bien. Shelley era bastante agradable, por lo que Zoe tenía la esperanza de que esto pudiera funcionar.

No fue difícil detectar dónde era el sitio. La policía local deambulaba en uniforme bajo el sol implacable, el sol estaba tan fuerte que atacó los brazos expuestos de Zoe tan pronto como salió del coche con aire acondicionado. Su piel podría quemarse en cuarenta y cinco minutos si no se la protegía. Probablemente tendría sus mejillas, nariz y manos algo bronceadas para cuando volvieran a entrar en el coche.

Shelley las presentó, y ambas mostraron sus placas al oficial a cargo antes de acercarse a la escena. Zoe sólo escuchaba a medias, estaba feliz de dejar que Shelley se hiciera cargo. A pesar de que Zoe era la oficial superior, no tenía ningún problema en que Shelley se pusiera a cargo. Zoe ya estaba buscando las claves que le revelarían todo. Shelley asintió con la cabeza, un acuerdo tácito que marcaba que ella trataría con los policías locales mientras Zoe examinaba los alrededores.

–No sé si encontrarás demasiado ―le estaba diciendo el jefe de policía―. Hemos investigado todo con mucho detalle.

Zoe lo ignoró y siguió buscando. Había cosas que ella podía ver, cosas que otros no podían ver. Cosas que a ella le parecían que estaban escritas en letras de tres metros de alto, pero que eran invisibles para la gente normal.

Este era su secreto, su superpoder. Vio sus huellas en la arena y los cálculos aparecieron junto a ellas, diciéndole todo lo que necesitaba saber. Era tan fácil como leer un libro.

Se agachó un poco para ver mejor las huellas cercanas y podía ver cómo se alejaban del cuerpo de la víctima. La zancada le decía que el perpetrador medía un metro ochenta. La profundidad de sus huellas indicaba fácilmente un peso de alrededor de 95 kilos. Había estado corriendo a un paso constante, acercándose a la víctima a seis kilómetros por hora, según su distancia.

Zoe se movió, examinando el cuerpo a continuación. El convicto había usado un cuchillo de unos diecinueve centímetros para apuñalarlo por encima del cuerpo en un ángulo de cuarenta y nueve grados. La huida fue en dirección noroeste, a un ritmo de trote más rápido de unos nueve kilómetros por hora.

La sangre en la arena le mostraba que esto había ocurrido hacía menos de cuatro horas. Los cálculos fueron fáciles. Usando un índice promedio de fatiga y teniendo en cuenta el calor del día, Zoe miró hacia arriba y entrecerró los ojos mirando a lo lejos, imaginando exactamente a qué distancia lo encontrarían. Su corazón se aceleró cuando se imaginó que lo atrapaban. Lo atraparían fácilmente. Ya estaba fatigado, sin agua, y sin forma de saber que ya habían descubierto sus crímenes. Esto terminaría pronto.

Su atención se desvió a los arbustos y pequeños árboles que crecían a la distancia, se encontraban demasiado dispersos para ofrecer suficiente refugio para un humano. Vio las distancias entre ellos y los números aparecieron ante sus ojos, contándole la historia detrás del patrón. Dispersos unos de otros, con escasos recursos naturales. Agrupados, las raíces buscando una fuente de agua subterránea y un suelo rico en nutrientes. Aunque parecían aleatorias a los ojos desprevenidos, la colocación de cada uno era un diseño. Un diseño del mundo natural.

–¿Ves algo? ―preguntó Shelley. Tenía una mirada expectante, como si esperara que su compañera más experimentada lo resolviera todo.

Zoe miró hacia arriba, comenzando a sentirse culpable. Se puso en pie y rápidamente sacudió la cabeza.

–Supongo que él corrió hacia allí ―dijo señalando la dirección obvia de sus huellas alejándose. Había un afloramiento de rocas a lo lejos que parecía ser un buen lugar para descansar. La formación le habló de patrones de viento, de miles de años de esculpir esas rocas. ―Tal vez se detuvo a la sombra por allí. Es un día caluroso.

Un secreto era un secreto. No había forma de que pudiera admitir lo que sabía. No había manera de que pudiera decir en voz alta que era un bicho raro que entendía el mundo de una manera que nadie más lo hacía. O admitir el resto, que tampoco entendía cómo lo veían ellos. Pero sí podía decirle eso. Era el tipo de indicio que una persona normal podría ver.

El jefe se aclaró la garganta, interrumpiendo.

–Ya hemos explorado en esa dirección y no hemos encontrado nada. Los perros perdieron el rastro. Hay un terreno más rocoso por allí que no deja huellas. Pensamos que debe haber seguido corriendo en línea recta. O incluso quizás pudo haber sido recogido por un vehículo.

Zoe entrecerró los ojos. Ella sabía lo que sabía. Este hombre corría desesperado, sus zancadas eran largas, su cuerpo estaba más próximo al suelo mientras se lanzaba hacia adelante para coger velocidad. No se dirigía a un rescate, y no estaba tan lejos como para que no pudieran encontrarlo.

–Complácenos ―sugirió Zoe. Ella dio unos golpecitos sobre el emblema del FBI en su placa, que aún estaba en su mano. Había una cosa genial en ser un agente especial: no siempre debías explicarte. De hecho, cumplías el estereotipo si no lo hacías.

Shelley dejó de estudiar la cara de Zoe para volver a relacionarse con el comisario con un cierto aire de determinación sobre ella.

–Envíe el helicóptero. ¿Tienen a los perros listos?

–Claro ―asintió el jefe de policía, aunque no parecía muy contento―. Ustedes mandan.

Shelley le agradeció.

–Conduzcamos hacia allí ―le sugirió a Zoe―. Tengo al piloto en la radio. Nos mantendrá informadas cuando descubran algo.

Zoe asintió con la cabeza y volvió al coche obedientemente. Shelley la había apoyado, la había respaldado. Eso fue una buena señal. Estaba agradecida, y no le tocaba el ego que fuera Shelley la que daba las órdenes. No cambiaba nada, siempre y cuando se salvaran vidas.

–Menos mal ―Shelley se detuvo descansando en el asiento del acompañante con un mapa abierto en sus manos―. Esto no se hace menos difícil, ¿verdad? Una mujer sola, sin provocar a nadie. No se merecía eso.

Zoe asintió de nuevo.

–De acuerdo ―dijo, sin estar segura de qué más podía añadir a la conversación. Arrancó el coche y empezó a conducir para llenar el espacio vacío.

–No hablas mucho, ¿verdad? ―preguntó Shelley. Hizo una pausa antes de agregar―. Está bien. Sólo estoy tratando de entender cómo trabajas.

El asesinato fue injusto, eso era cierto. Zoe podía entender eso. Pero lo hecho, hecho está. Ahora tenían un trabajo que hacer. Pasaron más segundos de los que son contemplados como normales de una respuesta esperada. Zoe intentó pensar en algo pero no se le ocurrió nada que decir. El tiempo había pasado. Si hablaba ahora, sólo sonaría aún más extraña.

Zoe trató de concentrarse en mantener una expresión triste mientras conducía, pero era demasiado difícil hacer las dos cosas a la vez. Pero después dejó de intentarlo, su rostro se relajó volviendo a su natural inexpresividad. No era que no pensara, o que no hubiera emociones detrás de sus ojos. Era difícil pensar en cómo se veía su rostro y controlarlo conscientemente, mientras su mente calculaba la distancia exacta entre cada marcador de la carretera y se aseguraba de que se mantuviera una velocidad que evitara que el coche se volcara si tenía que desviarse en este tipo de asfalto.

Siguieron el camino por la superficie más lisa mientras se curvaba a través del paisaje llano. Zoe ya podía ver que el camino las llevaba en la dirección correcta, permitiéndoles alcanzarlo si corría en línea recta. Apoyó con fuerza su pie sobre el pedal, usando la ventaja del asfalto para acelerar.

Una voz sonó por la radio, sacando a Zoe de sus pensamientos.

–Tenemos al sospechoso a la vista. Cambio.

–Copiado ―respondió Shelley. Fue precisa y no perdió el tiempo, Zoe apreció eso―. ¿Coordenadas?

El piloto del helicóptero dijo cuál era su posición, y Shelley dirigió a Zoe desde su mapa. No tuvieron que ajustar su curso, estaban en la dirección correcta. Zoe apretó el volante más fuerte, sintiendo la emoción de la validación. Ella había tenido razón con sus suposiciones.

Unos momentos después vieron el helicóptero sobrevolando en el aire sobre una patrulla local, cuyos dos ocupantes aparentemente habían salido y habían tumbado al convicto sobre el suelo. Estaba tendido en la arena, notoriamente perturbado, moviéndose para todos lados, y maldiciendo.

Zoe detuvo el coche y Shelley salió inmediatamente, transmitiendo información por su radio de mano. Un pequeño grupo de hombres con perros ya se acercaban desde el sureste, los perros ladraban excitados al encontrar la fuente del olor que habían sentido.

Zoe recogió el mapa que Shelley había desechado, comparándolo con el GPS. Estaban a menos de unos doscientos metros de donde ella había dicho que estaría, en una trayectoria directa. Debe haber huido del afloramiento de rocas cuando oyó a los perros.

Se permitió una pequeña sonrisa de victoria, saliendo del coche para unirse a ellos con un renovado vigor. Afuera, bajo el sol ardiente, Shelley le mostró una sonrisa que hacía juego con la suya, obviamente estaba feliz de ya estar cerrando su primer caso juntas.

Más tarde, de vuelta en el coche, la tranquilidad se instaló de nuevo. Zoe no sabía qué decir… nunca sabía qué decir. La charla trivial era algo ajeno a ella. ¿Cuántas veces podía hablar del clima antes de que se convirtiera en un obvio cliché? ¿Cuántas veces se puede entablar una conversación sobre cosas banales antes de que el silencio se convirtiera en una compañía, en lugar de una molestia?

–No dijiste mucho allí ―dijo Shelley, finalmente rompiendo el silencio.

Zoe hizo una pausa antes de contestar.

–No ―ella estuvo de acuerdo, tratando de sonar amigable. No había mucho más que pudiera decir más allá que estar de acuerdo.

Más silencio. Zoe calculó los segundos dentro de su cabeza, dándose cuenta de que había pasado más tiempo de lo que se consideraría una ruptura normal de la conversación.

Shelley aclaró su garganta y dijo: ―Con los compañeros que tenía en el entrenamiento, practicábamos hablando durante el caso ―dijo ella―. Trabajando juntos para resolverlo. No solos.

Zoe asintió, manteniendo sus ojos fijos en el camino.

–Entiendo ―dijo, aunque sintió una creciente sensación de pánico. No lo entendía… no completamente. En cierto modo entendía cómo se sentía la gente a su alrededor, porque siempre se lo decían. Pero no sabía qué se suponía que debía hacer al respecto. Ella lo estaba intentando, se estaba esforzando con todas sus fuerzas.

–Habla conmigo la próxima vez ―dijo Shelley, acomodándose en su asiento como si todo estuviera resuelto―. Se supone que somos compañeras. Quiero que trabajemos juntas de verdad.

Esto no era un buen augurio. El último compañero de Zoe había tardado al menos unas semanas en quejarse de lo tranquila y distante que era.

Ella había pensado que lo estaba haciendo mejor esta vez. Ella había comprado los cafés. Y Shelley le había sonreído antes. ¿Se suponía que debía comprar más bebidas? ¿Debía llegar a un cierto número de cafés para hacer su relación más cómoda?

Zoe vio el camino abrirse frente al parabrisas, bajo un cielo que empezaba a oscurecerse. Sintió que debía decir algo más, aunque no podía imaginarse qué podría ser. Todo esto era su culpa, y ella lo sabía.

Siempre parecía tan fácil para los demás. Hablaban, y hablaban, y se hacían amigos de la noche a la mañana. Ella había observado cómo sucedía muchas veces, pero no parecía haber ninguna regla a seguir. No se definía por un período de tiempo determinado o un número de interacciones, o la cantidad de cosas que la gente necesitaba tener en común.

La gente era mágicamente buena para relacionarse con los demás, como lo era Shelley. O no lo eran. Como Zoe.

Ella no sabía lo que estaba haciendo mal. La gente le decía que fuera más cálida y amistosa, pero ¿qué significaba eso exactamente? Nadie le había dado un manual explicando todas las cosas que se suponía que debía saber. Zoe agarró el volante con más fuerza, tratando de no demostrar lo disgustada que se sentía. Ella no precisaba que Shelley viera esto.

Zoe se dio cuenta de que el problema era ella misma. No tenía dudas sobre eso. No sabía cómo ser de otra manera, y los demás sabían hacerlo, y se avergonzaba de no haber aprendido nunca. De alguna manera, admitir eso sería incluso peor.


***

El viaje de regreso a casa en avión fue aún más incómodo.

Shelley hojeó casualmente las páginas de una revista femenina que estaba a la venta en el aeropuerto, y solo miró superficialmente cada página antes de continuar con la próxima. Después de terminarla de principio a fin, echó un vistazo a Zoe. Parecía que estaba pensando en iniciar una conversación, pero se arrepintió y abrió la revista de nuevo, dedicándole más tiempo a cada artículo.

Zoe odiaba leer cosas así. Las fotos, las palabras, todo estaba resaltado en las páginas. Todo chocaba, desde los tamaños de letra y las caras, incluso los artículos eran contradictorios. Imágenes que pretendían probar que una celebridad se había hecho cirugía plástica, mostrando sólo la variación normal de los cambios en el rostro con el tiempo y la edad, algo que era fácilmente calculable para cualquiera con un conocimiento básico de la biología humana.

Zoe trató de forzarse en pensar en algo para decirle a su nueva compañera muchas veces. No podía hablar de la revista. ¿Qué más podrían tener en común? Las palabras no venían.

–Resolvimos muy bien nuestro primer caso ―dijo al final, murmurando, casi sin valor para decir ni siquiera eso.

Shelley la miró sorprendida, con los ojos muy abiertos por un momento antes de sonreír y decir: ―Oh, sí. Lo hicimos bien.

–Esperemos que el próximo sea igual de fácil ―dijo Zoe sintiendo que su interior se marchitaba. ¿Por qué era tan mala charlando? Le costaba mucho concentrarse para encontrar qué decir a continuación.

–Tal vez podamos hacerlo incluso más rápido la próxima vez ―sugirió Shelley―. Cuando estemos realmente en sintonía entre nosotras, trabajaremos mucho más rápido.

Zoe lo sintió como un golpe. Podrían haber atrapado al tipo más rápido, haber puesto el helicóptero sobre su ubicación exacta desde el momento en que llegaron, si Zoe hubiera compartido lo que sabía. Si no hubiera sido tan cautelosa en ocultar el motivo por el que lo sabía.

–Tal vez ―dijo, de forma algo evasiva. Le sonrió a Shelley intentando que fuera tranquilizadora, de una agente más experimentada a una novata. Shelley le sonrió también pero con un poco de vacilación, y volvió a leer su revista.

No volvieron a hablar hasta que aterrizaron.




CAPÍTULO DOS


Zoe abrió la puerta de su apartamento con un suspiro de alivio. Este era su refugio, el lugar donde podía relajarse y dejar de intentar ser la persona que todos los demás aceptaban.

Escuchó un suave maullido desde la cocina mientras encendía las luces, y Zoe se dirigió directamente hacia allí después de depositar sus llaves en la mesa lateral.

–Hola, Euler ―dijo, agachándose para acariciar a uno de sus gatos detrás de las orejas―. ¿Dónde está Pitágoras?

Euler, un gato atigrado gris, sólo maulló de nuevo en respuesta, mirando hacia el armario donde Zoe guardaba las bolsas y latas de comida para gatos.

Zoe no necesitaba un traductor para entender eso. Los gatos eran bastante simples. La única interacción que realmente anhelaban era la comida y alguna caricia ocasional.

Tomó una nueva lata del armario y la abrió, metiendo el contenido con una cuchara en un tazón de comida. Su gato birmano, Pitágoras, pronto captó el olor y apareció frente a ella acercándose desde otra parte de su casa.

Zoe los vio comer por un momento, preguntándose si ellos deseaban tener otro humano para cuidarlos. Que ella viviera sola significaba que solamente cuando ella llegaba a casa eran alimentados, sin importar la hora que fuera. Sin duda, apreciarían tener un horario más regular, pero si tenían hambre siempre estaban los ratones del vecindario para cazar. Y ahora que los estaba mirando con detenimiento, se dio cuenta de que Pitágoras había engordado algún kilito últimamente. Podría hacer una dieta.

De todas formas, no era que Zoe estuviera a punto de casarse, ni por los gatos ni por cualquier otra razón. Ella nunca había tenido una relación seria. Por la forma en que la habían criado, casi que se había resignado al hecho de que estaba destinada a morir sola.

Su madre había sido estrictamente religiosa, y eso significaba intolerante. Zoe nunca había podido encontrar en la Biblia un lugar donde dijera que había que comunicarse como todo el mundo y pensar en acertijos lingüísticos en lugar de fórmulas matemáticas, pero su madre lo había leído allí de todos modos. Estaba convencida de que algo estaba mal con su hija, que ella tenía algo pecaminoso.

La mano de Zoe se desvió hasta su clavícula, trazando la línea donde una vez había colgado un crucifijo en una cadena de plata. Durante muchos años de su niñez y adolescencia, no había sido capaz de quitárselo sin ser acusada de blasfemia, ni siquiera para ducharse o dormir.

No había muchas cosas que pudiera hacer sin ser acusada de ser la hija del diablo.

–Zoe ―solía decirle su madre, agitando un dedo y frunciendo los labios―. Deja ya esa lógica demoníaca. El diablo está en ti, niña. Tienes que echarlo fuera.

Aparentemente, la lógica demoníaca era la matemática, especialmente cuando estaba presente en una niña de seis años.

Una y otra vez, su madre sacaba a relucir lo diferente que era. Cuando Zoe no socializaba con los niños de su edad en el jardín de infancia o en la escuela. Cuando no elegía ninguna actividad después de la escuela, excepto cuando era para estudiar matemáticas y ciencias, e incluso entonces no formaba grupos ni hacía amigos. Cuando entendía las proporciones en la cocina después de ver a su madre hornear cosas sólo una vez.

Muy rápidamente, Zoe había aprendido a reprimir su instinto natural para los números. Cuando sabía las respuestas a las preguntas que la gente hacía sin siquiera pensarlas dos segundos, se mantenía callada. Cuando averiguaba cuál de los niños de su clase había robado las llaves de la maestra y las había escondido, y dónde debían estar escondidas, todo gracias a la proximidad y las pistas dejadas, tampoco había dicho una palabra.

En muchos sentidos, no había cambiado mucho desde que era esa asustada niña de seis años, desesperada por complacer a su madre que había dejado de decir cada pequeña cosa extraña que le venía a la mente y empezó a fingir ser normal.

Zoe sacudió la cabeza, volviendo su atención al presente. Eso había sido hacía más de veinticinco años. No valía la pena seguir pensando en ello.

Ella miró por su ventana al horizonte de Bethesda, siempre lo hacía en la precisa dirección de Washington, DC. Había descubierto la forma correcta de mirar hacia allí el día que firmó el contrato de arrendamiento, observando varios puntos de referencia locales que se alineaban para mostrarle la dirección de la brújula. No era nada político o patriótico; sólo le gustaba la forma en que se alineaban creando una línea perfecta en el mapa.

Ya estaba oscuro, e incluso las luces de los otros edificios alrededor del suyo se estaban apagando, una a una. Era tarde, lo suficientemente tarde como para que terminar sus tareas y se fuera a dormir.

Zoe encendió su computadora portátil y rápidamente tecleó su contraseña, abriendo su casilla de correo electrónico para comprobar si había alguna novedad. La última tarea de su día. Había unos cuantos que podía borrar rápidamente, la mayoría eran mensajes sobre ofertas de marcas que nunca había comprado y estafas de supuestos príncipes nigerianos.

Borrar el correo basura le dejó otros cuantos más que podía leer y luego descartar, misivas que no necesitaban respuesta. Actualizaciones de las redes sociales, que rara vez visitaba, y boletines de noticias de sitios web que seguía.

Uno de ellos era un poco más interesante. Un mensaje a través de su perfil de citas online. Era un mensaje corto pero dulce… un tipo invitándola para una cita. Zoe hizo clic en su página y examinó sus fotografías. Rápidamente evaluó su altura real, y se sorprendió gratamente al encontrar que coincidía con lo que había escrito en sus datos. Tal vez era alguien más bien honesto.

El siguiente correo era aún más intrigante, pero de todas formas, Zoe sintió la necesidad de posponer su lectura. Era de su mentora y exprofesora, la Dra. Francesca Applewhite. Podía predecir lo que la doctora le iba a preguntar antes de leerlo, y no le iba a gustar.

Zoe suspiró y lo abrió de todos modos, resignada a la necesidad de ponerle un fin al asunto. La Dra. Applewhite era brillante, la clase de matemática que ella siempre había soñado ser, hasta que se dio cuenta de que podía usar su talento siendo agente. Francesca también era la única persona que sabía la verdad sobre la forma en la que funcionaba su mente, entendía la sinestesia que convertía las pistas en números visuales y en hechos en su cabeza. La única persona que le caía bien y en la que confiaba para hablar sobre ello.

En realidad, la Dra. Applewhite fue quien la puso en contacto con el FBI en primer lugar. Ella le debía mucho. Pero no era por eso por lo que ella estaba reacia a leer su mensaje.

«Hola Zoe», decía el correo electrónico. «Sólo quería preguntarte si te has contactado con la terapeuta que te sugerí. ¿Has podido programar una sesión? Hazme saber si necesitas ayuda».

Zoe suspiró. No había contactado con la terapeuta, y no sabía si realmente lo iba a hacer. Cerró el correo electrónico sin responder, relegándolo a una de las tareas de mañana.

Euler saltó a su regazo, obviamente satisfecho con su cena, y empezó a ronronear. Zoe lo acarició de nuevo, mirando su pantalla, decidiendo.

Pitágoras soltó un maullido indignado por ser relegado, y Zoe lo miró con una sonrisa afectuosa. No era exactamente una señal, pero fue suficiente para empujarla a la acción. Volvió al mensaje anterior, del sitio de citas, y escribió una respuesta antes de que pudiera cambiar de opinión.

«Me encantaría conocerte. ¿Cuándo te queda bien? Z».


***

―Después de ti ―dijo él, sonriendo y haciendo un gesto señalando la panera.

Zoe también le sonrió y cogió un trozo de pan, su mente calculó automáticamente el ancho y la profundidad de cada trozo para escoger uno que estuviera en algún lugar de la gama media. No quería parecer demasiado codiciosa.

–Entonces, ¿en qué trabajas, John? ―preguntó Zoe. Era bastante fácil iniciar la conversación de esta manera. Había tenido suficientes citas para saber que esta era una forma estándar. Además, siempre era una buena idea asegurarse de que tenía un buen ingreso.

–Soy abogado ―dijo John, tomando su propia porción de pan. El trozo más grande. Debería tener unas 300 calorías. Estaría bastante lleno antes de que llegara el plato principal. ―Mayoritariamente trato con disputas de propiedad, así que no hay mucha diferencia entre tu trabajo y el mío.

Zoe reflexionó cuál era el salario promedio de un abogado de propiedad en su área y asintió en silencio, los cálculos le pasaron por la cabeza. Entre los dos probablemente podrían llegar al valor para una hipoteca de una propiedad de tres habitaciones, y eso era sólo el comienzo. Tendrían lugar para un cuarto de bebé. Con un margen suficiente para avanzar en sus carreras con el tiempo.

Él también tenía una cara era casi simétrica. Era curioso como eso aparecía últimamente. Sólo había un detalle, una cierta forma de sonreír que levantaba su mejilla derecha mientras la izquierda se mantenía más o menos en posición. Una sonrisa torcida. Había algo encantador en ella, quizás por la asimetría. Contó el número correcto de dientes perfectamente rectos y blancos que brillaban entre sus labios.

–Entonces, ¿qué hay de tu familia? ¿Algún hermano? ―le preguntó John, su tono vacilaba un poco.

Zoe se dio cuenta de que se esperaba que ella al menos hiciera algún tipo de comentario sobre su trabajo, y se despertó mentalmente.

–Sólo yo ―dijo―. Me crio mi madre. No somos muy unidas.

John levantó una ceja por un segundo antes de asentir con la cabeza.

–Oh, eso apesta. Mi familia es muy unida. Nos reunimos para hacer comidas familiares al menos una vez al mes.

Los ojos de Zoe se posaron sobre su esbelto físico, y decidió que debía comer bien en esas cenas. Eso sí, claramente iba al gimnasio. ¿Cuánto podría levantar en el banquillo? Tal vez 90 kilos, a juzgar por los músculos de los brazos que se dejaban ver bajo su camisa de rayas azules.

Hubo un silencio entre ellos por unos momentos. Zoe tomó un trozo de pan y se lo metió en la boca, y luego lo masticó tan rápido como pudo para liberar su boca de nuevo. La gente no hablaba mientras comía, al menos no en una sociedad educada, así que para ella eso servía como una especie de excusa.

–¿Sólo eres tú y tus padres? ―preguntó Zoe, mientras el bocado bajaba por su garganta, era grueso y pegajoso. «No», pensó ella. «Debe tener dos hermanos, por lo menos».

–Tengo un hermano mayor y una hermana ―dijo John―. Sólo nos llevamos cuatro años entre nosotros, así que nos llevamos bastante bien.

Detrás de él, sobre su hombro, Zoe vio a su camarera de metro y medio luchando con una pesada bandeja de bebidas. Dos botellas de vino repartidas en siete vasos, todas destinadas a una mesa ruidosa al final de una fila de mesas de dos. Todos de la misma edad. Debían ser amigos de la universidad, teniendo una reunión.

–Eso debe ser agradable ―dijo Zoe vagamente. Realmente no pensó que hubiera sido agradable tener hermanos mayores. No tenía ni idea de cómo debía ser. Era una experiencia totalmente diferente a la que ella había tenido.

–Yo diría que sí.

Las respuestas de John se estaban volviendo más distantes. Ya no le hacía más preguntas. Y ni siquiera habían llegado al plato principal todavía.

Fue con cierto alivio que Zoe vio a la camarera traer dos platos, equilibrados expertamente en su brazo, con el peso distribuido uniformemente entre el codo y la palma.

–Oh, nuestra comida está aquí ―dijo, sólo para distraerlo.

John miró a su alrededor, moviéndose con una gracia ágil que ciertamente demostraba su compromiso con el gimnasio. Era un hombre bastante apropiado. Guapo, encantador, con un buen trabajo. Zoe trató de centrarse en él, de aplicarse. Mientras estuvieran comiendo debería ser más fácil. Ella miraba fijamente la comida en su plato, eran 27 guisantes, un filete de exactamente cinco centímetros de grosor y trataba de no dejar que nada la distrajera de lo que él decía.

Aun así, ella se percató de los incómodos silencios tanto como él.

Al final, él se ofreció a pagar todo, la parte de ella eran unos 38 dólares, y Zoe aceptó con gratitud. Olvidó que debía negarse al menos una vez, para darle la oportunidad de insistir, pero lo recordó cuando vio el ligero bajón en las comisuras de su boca mientras ofrecía su tarjeta de crédito a la camarera.

–Bueno, ha sido una gran noche ―dijo John, mirando alrededor y abrochando la chaqueta de su traje mientras se ponía de pie―. Este es un restaurante encantador.

–La comida fue maravillosa ―murmuró Zoe, levantándose aunque hubiera preferido que se hubieran quedado sentados más tiempo.

–Fue un placer conocerte, Zoe ―dijo y le ofreció su mano para que la estrechara. Cuando ella la tomó, él se inclinó y la besó en la mejilla lo más brevemente posible, antes de alejarse de nuevo.

No se ofreció a acompañarla a su coche, o a llevarla a casa. No hubo abrazo, ni petición de volver a verla. John era bastante agradable, tenía una sonrisa torcida y gestos cuidadosos, pero el mensaje era claro.

–Tú también, John ―dijo Zoe, permitiéndole salir del restaurante delante de ella mientras ella recogía su bolso, para que no hubiera ninguna pequeña charla incómoda camino al estacionamiento.

En la privacidad de su coche, Zoe se desplomó en el asiento del conductor y enterró su cabeza entre sus manos. Estúpida, estúpida, estúpida. Estabas tan preocupada por la longitud del paso de los distintos miembros del personal que no podías ni siquiera concentrarte en el encantador, guapo y extremadamente apropiado hombre con el que tenías la cita.

Las cosas se estaban saliendo de control. Zoe era consciente de ello en el fondo de su corazón, y tal vez lo estaba desde hace tiempo. Apenas podía concentrarse en las señales sociales sin que los cálculos y la exploración de los patrones la distrajeran. Ya era bastante malo que ella no pudiera entender todas las señales cuando las escuchaba o las veía, pero no notarlas en absoluto era aún peor.

–Qué bicho raro eres ―murmuró para sí misma, sabiendo que era la única persona que lo escucharía. Eso la hizo querer reír y llorar al mismo tiempo.

Durante todo el viaje a casa, Zoe repasó en su mente los eventos de la noche. Diecisiete pausas incómodas. Veinte ocasiones, al menos, en las que John debe haber querido que ella mostrara más interés. Quién sabe en cuántas ella ni siquiera se había dado cuenta. Una cena gratis no es suficiente para compensar el sentirse como el tipo de paria que iba a morir sola.

Con sus gatos, por supuesto.

Ni siquiera Euler y Pitágoras, maullando e intentando competir por el derecho a saltar en su regazo en el sofá podían hacerla sentir mejor. Ella los subió y los calmó, no se sorprendió en absoluto cuando ambos perdieron inmediatamente el interés y empezaron a merodear por la parte trasera del sofá.

Abrió el correo electrónico de la Dra. Applewhite una vez más, mirando el número que le había enviado de la terapeuta.

No se pierde nada, ¿verdad?

Zoe introdujo el número en su teléfono un dígito a la vez, aunque lo había memorizado de un vistazo. Sintió que su respiración se aceleraba cuando su dedo se posicionó vacilante sobre el botón verde de llamada, pero de todas formas lo forzó a bajar y llevó el teléfono hasta su oreja.

Ring-ring-ring.

Ring-ring-ring.

–Hola ―dijo una voz femenina al otro lado de la línea.

–Hola ―empezó Zoe, pero se cortó inmediatamente mientras la voz continuaba.

–Se ha comunicado con el consultorio de la Dra. Lauren Monk. Disculpe, pero no estamos en horario de oficina.

Zoe gimió internamente. Buzón de voz.

–Si desea reservar una cita, cambiar una cita concertada, o dejar un mensaje, por favor hágalo después de la se…

Zoe se quitó el celular de la oreja como si estuviera en llamas, y canceló la llamada. En el medio del silencio, Pitágoras maulló con fuerza, y luego saltó del brazo del sofá a su hombro.

Ella iba a tener que hacer una cita, y la iba a tener que hacer pronto. Se lo prometió a sí misma. Pero no estaría mal demorar un día más, ¿verdad?




CAPÍTULO TRES


―Arderás en el infierno ―anunció su madre. Tenía una mirada triunfante en su rostro, una especie de locura que iluminaba sus ojos. Mirando con más atención, Zoe se dio cuenta de que era el reflejo de las llamas. ―¡Niña diabólica, arderás en el infierno por toda la eternidad!

El calor era insoportable. Zoe luchaba por ponerse de pie, por moverse, pero algo la ataba. Sus piernas eran como plomo, ancladas en el suelo, y no podía levantarlas. No podía escapar.

–¡Mamá! ―gritó Zoe―. ¡Mamá, por favor! Cada vez hace más calor, ¡duele!

–Arderás para siempre ―dijo su madre riéndose, y delante de los ojos de Zoe, su piel se volvió roja como una manzana, le crecieron cuernos en la parte superior de la cabeza y le brotó una cola detrás de ella. ―Te quemarás, hija mía.

El estridente timbrazo de su celular despertó a Zoe de su sueño de un sobresalto, y Pitágoras la miró abriendo uno de sus ojos verdes antes de moverse de su posición en la parte superior de sus tobillos y alejarse.

Zoe sacudió la cabeza, tratando de orientarse. Bien… Estaba en su propia habitación en Bethesda, y su celular estaba sonando.

Zoe buscó a tientas el aparato para aceptar la llamada, sus dedos se sentían lentos y pesados por estar somnolienta.

–¿Hola?

–Agente Especial Prime, me disculpo por la hora tardía ―dijo su jefe.

Zoe echó un vistazo al reloj. Era poco después de las tres de la mañana.

–Está bien ―dijo ella, arrastrándose hasta lograr sentarse―. ¿Qué sucede?

–Tenemos un caso en el Medio Oeste al que le vendría bien tu ayuda. Sé que acabas de llegar a casa, podemos enviar a alguien más si es demasiado para ti.

–No, no ―dijo Zoe que apresuradamente―. Puedo manejarlo.

El trabajo le haría bien. Sentirse útil y resolver casos era lo único que la hacía sentir que podía tener algo en común con el resto de la humanidad. Después de la debacle de anoche, sería un alivio poder concentrarse en algo nuevo.

–Muy bien. Las pondré a ti y a tu compañera en un avión en un par de horas. Van a ir a Missouri.


***

Un poco al sur de Kansas City, el coche de alquiler llegaba a una pequeña estación y se detenía.

–Es aquí ―dijo Shelley, consultando el GPS por última vez.

–Finalmente ―suspiró Zoe, dejando de apretar el volante y frotándose los ojos. El vuelo había sido un vuelo nocturno, persiguiendo al sol mientras se elevaba en el horizonte. Aún era temprano en la mañana, y se sentía como si hubiera estado despierta durante todo un día. La falta de sueño seguida directamente de una prisa por coger un avión podría causar eso.

–Necesito un poco de café ―dijo Shelley, antes de salir del coche.

Zoe estaba de acuerdo. El vuelo, aunque había sido breve, había estado lleno de interrupciones. El despegue, las azafatas ofreciendo desayunos y jugos al menos cinco veces, y luego el aterrizaje, no hubo mucho tiempo para dormir. Aunque las dos habían pasado la mayor parte del viaje en silencio, discutiendo sólo sus planes al aterrizar y dónde conseguirían el coche de alquiler, no habían logrado ningún descanso.

Zoe siguió a Shelley hasta el edificio, una vez más relegando su papel de agente superior y más experimentada. Shelley podría recibir más elogios, pero Zoe no era una novata. Tenía muchos casos en su haber, y los días de entrenamiento le parecían tan lejanos que apenas los recordaba. Aun así, se sentía más cómoda siguiéndola.

Shelley se presentó ante comisario local, y él asintió con la cabeza y estrechó la mano de ambas cuando Zoe repitió su propio nombre.

–Me alegro de que hayan llegado ―dijo. Eso era destacable. Normalmente los locales sentían algo de resentimiento ante el FBI, sentían que podían ocuparse del caso ellos mismos. Sólo cuando sabían que era algo fuera de su alcance se alegraban de que llegara la caballería.

–Esperemos que podamos resolver esto con rapidez y así podremos dejarlo tranquilo antes de que termine el día ―dijo Shelley, lanzándole una sonrisa tranquila a Zoe―. La agente especial Prime está de racha. Conseguimos cerrar nuestro primer caso juntas en cuestión de horas, ¿no es así, Zoe?

–Tres horas y cuarenta y siete minutos ―respondió Zoe, incluyendo el tiempo que le había llevado procesar a su convicto fugado.

Se preguntó brevemente cómo Shelley podía sonreírle tan fácilmente. Parecía bastante genuina, pero Zoe nunca había sido buena para notar la diferencia, a menos que hubiera algún tipo de tic o un gesto en la cara, un pliegue alrededor de los ojos en el ángulo correcto que indicara que algo no estaba bien. Después de su último caso, sin mencionar el casi completamente silencioso viaje en avión y en coche hasta aquí, creía que habría alguna tensión entre ellas.

El comisario inclinó la cabeza.

–Sería muy bueno que pudieran subirse a un avión de vuelta a casa al anochecer, si no les molesta que se los diga. Me quitaría un peso de encima.

Shelley se rio.

–No te preocupes. Somos la gente que nunca quieres ver, ¿verdad?

–Sin ánimo de ofender ―aceptó el comisario alegremente. Pesaba ochenta y tres kilos, pensó Zoe, al verlo caminar con ese particular ángulo de pie ancho que era común en la gente con sobrepeso.

Pasaron a su oficina y comenzaron a revisar el informe. Zoe cogió los archivos y empezó a hojearlos.

–Dime lo que ves, Z ―dijo Shelley, inclinándose en su silla expectante.

Parecía que ya le había dado un apodo.

Zoe levantó la vista con sorpresa, pero cuando se dio cuenta de que Shelley hablaba en serio, empezó a leer en voz alta.

–Tres cuerpos en tres días, parece. El primero fue en Nebraska, el segundo en Kansas, y el tercero aquí en Missouri.

–¿Qué? ¿Nuestro sospechoso es un viajante? ―se burló Shelley.

Zoe trazó las líneas en su cabeza, dibujando una conexión entre los pueblos. La dirección era principalmente hacia el sudeste; el trayecto más probable era continuar atravesando Missouri hasta Arkansas, Mississippi, tal vez llegar hasta Tennessee cerca de Memphis. Suponiendo, por supuesto, que no lo detuvieran primero.

–El último asesinato ocurrió fuera de una gasolinera. La auxiliar solitaria fue la víctima. Su cuerpo fue encontrado fuera.

Zoe podía imaginárselo en su cabeza. Una oscura y solitaria gasolinera, era una postal de cualquier otra gasolinera solitaria en esta parte del país. Gasolineras aisladas, las luces sobre el estacionamiento debían ser las únicas en kilómetros a la redonda. Empezó a rebuscar entre las fotografías de la escena, entregándoselas a Shelley cuando terminó.

Una imagen más detallada estaba emergiendo. Una mujer muerta en el suelo, mirando hacia la entrada, regresando de alguna parte. ¿Fue atraída hacia afuera y luego la atacó cuando bajó la guardia? ¿Algún tipo de ruido que pudiera parecer de coyotes, o tal vez un cliente quejándose de un problema con el coche?

Fuera lo que fuera, era suficiente para atraerla hacia afuera en la oscuridad de la noche, hacia el aire frío, lejos de su puesto. Tenía que haber sido algo.

–Todas las víctimas son mujeres ―siguió leyendo Zoe―. No hay una coincidencia particular en su apariencia. Diferentes grupos de edad, color de pelo, peso, altura. Lo único que tienen en común es el género.

Mientras hablaba, Zoe se imaginaba a las mujeres en su mente, de pie contra un tablero de fotos. Una medía un metro sesenta y dos otra un metro setenta y la otra medía un metro setenta y ocho. Eran bastante diferentes. Ocho centímetros entre ellas, ¿eso era una pista? No, los asesinatos no eran en orden. La mujer más baja era la más pesada, la más alta la más ligera y por lo tanto la más delgada. Probablemente era fácil ganarle físicamente, a pesar de su altura.

Diferentes alturas. Distintas distancias entre cada escena del crimen, sin indicios de una fórmula o algoritmo que le dijera a qué distancia estaría la siguiente. La topografía en los lugares de los asesinatos era diferente.

–Parecen… aleatorios.

Shelley suspiró, sacudiendo la cabeza.

–Temía que dijeras eso. ¿Hay algún motivo?

–Un crimen de oportunidad, tal vez. Cada mujer fue asesinada por la noche en un lugar desolado. No hubo testigos y no había cámaras de vigilancia en ninguno de los sitios. Los agentes de CSI dicen que casi no quedó nada en forma de evidencia.

–Así que tenemos un psicópata que tiene la necesidad de asesinar, que acaba de decidir alborotarse, y sin embargo tiene suficiente control para mantenerse a salvo ―resumió Shelley. Su tono era tan seco que Zoe podía decir que se sentía tan incómoda como la misma Zoe.

Este no iba a ser el caso fácil que ella estaba esperando.




CAPÍTULO CUATRO


La gasolinera estaba perturbadoramente tranquila cuando Zoe llegó sola a la escena del crimen. Había cinta por todas partes, reteniendo a los posibles espectadores, y un solo oficial asignado a la puerta principal para vigilar a los adolescentes rebeldes.

–Buenos días ―dijo Zoe, mostrando su placa―. Voy a echar un vistazo.

El hombre asintió con la cabeza, aunque ella no precisaba que lo hiciera, y pasó junto a él, agachándose bajo la cinta para entrar.

Shelley había encontrado la mejor manera de desplegar las habilidades únicas y particulares de ambas. Sin discusión previa, había sugerido que ella misma iría a entrevistar a la familia, mientras que Zoe iría a la escena del último asesinato después dejar a Shelley en la casa de la familia. Parecía sensato. Zoe podría encontrar los patrones aquí, y Shelley sabría cómo leer las emociones y mentiras en la gente. Zoe tenía que aceptarlo.

Así que había estado de acuerdo, solamente aparentando estar a cargo. Este arreglo parecía apropiado gracias a la naturaleza cálida de Shelley y la poca importancia que le daba Zoe a apegarse a la estructura de mando, siempre y cuando el caso se resolviera. Shelley parecía hacerlo casi disculpándose, demostrando que estaba muy al tanto de los límites que estaba sobrepasando al decretar algo así.

Zoe se detuvo un momento en la puerta de la gasolinera, sabiendo que las cosas deberían haber empezado allí. Había marcas débiles en el suelo, huellas marcadas por pequeñas banderas y triángulos de plástico. La víctima, la mujer mayor con zapatos cómodos y una zancada corta, era quién había pasado primero. Esta gasolinera estaba tan aislada que no podía tener más que unos pocos clientes ese día, y las marcas mostraban claramente un movimiento extraño a sólo unos pasos de la puerta.

La mujer había sido seguida, aunque quizás no lo sabía. Los números aparecieron ante los ojos de Zoe, diciéndole todo lo que necesitaba saber: la distancia entre ellos indicaba una zancada sin prisa. No había otros pasos que indicaran si el autor había venido del interior de la gasolinera o de algún lugar del estacionamiento. La mujer había caminado con calma, a un ritmo constante, hacia la esquina. Allí había un desorden, pero Zoe le pasó al lado, viendo que los pasos continuaban y sabiendo que eventualmente volverían.

Luego, los pasos continuaron a un ritmo ligeramente más rápido. ¿Era la mujer consciente ahora de que la seguían?

Aquí se habían detenido, justo al lado de unos pocos caramelos dispersos que llenaban el suelo, tal vez de una entrega donde uno se había roto o de un niño torpe. La mujer había girado allí para mirar al hombre, antes de seguir su camino y apurarse hacia una puerta en la parte trasera del edificio.

Todavía había una llave colgando de la cerradura que se balanceaba ligeramente de vez en cuando con la brisa. Allí el suelo estaba ligeramente raspado, era donde la víctima se había parado para girar la llave en la cerradura y luego se fue corriendo.

Sus pasos en retirada mostraban una zancada mucho más larga, un paso más rápido. Casi había estado corriendo, tratando de escapar y volver a la tienda. ¿Tenía miedo? ¿Tenía frío en la oscuridad? ¿Sólo quería volver a su mostrador?

El hombre la había seguido. No inmediatamente; había una hendidura aquí, un raspón de tierra levantada en el borde de una huella de un talón donde se había girado lentamente para mirarla. Luego la había perseguido con lo que probablemente era un paso fácil y ligero, acercándose directamente a ella, cortando su camino para alcanzarla en la esquina.

Ahora llegó nuevamente al desorden. Zoe se puso en cuclillas sobre sus talones, examinándolo más de cerca. El suelo estaba profundamente alterado aquí, las marcas de raspones dejaban ver claramente donde la víctima había pateado para intentar conseguir unos segundos más. Lo más visible era la huella más pesada de los zapatos del hombre, donde él debe haberla levantado un poco para estrangularla con su propio peso.

El cuerpo ya había sido retirado, pero la sangre hablaba por sí misma.

Debió haber sido rápido; ella no pudo luchar por mucho tiempo.

Zoe se asomó para ver más de cerca las huellas del culpable masculino. Lo que era interesante era su apariencia. Ella había podido distinguir un patrón débil en las marcas dejadas por la víctima, lo suficiente como para darle una idea de la marca y el estilo cómodo del zapato, pero sus huellas eran sólo un contorno vago, una impresión de un talón en su mayor parte.

Zoe volvió sobre sus propios pasos, comprobando a medida que avanzaba. Sólo había dos lugares donde podía distinguir los pasos del asesino: cerca de la puerta, donde había esperado, y aquí, en el momento de la muerte. En ambos casos, todas las marcas de identificación, incluyendo el largo y el ancho del zapato, habían sido borradas.

En otras palabras, él había limpiado sus huellas.

–¿No quedaba ninguna evidencia física aparte del cuerpo? ―le preguntó Zoe al guardia, que aún no se había movido de su posición junto a la puerta.

Tenía los pulgares enganchados en las trabillas del cinturón, los ojos entrecerrados mirando en ambas direcciones del camino.

–No, señora ―dijo.

–¿No hay folículos capilares? ¿Huellas de neumáticos?

–Nada que podamos adjudicar al agresor. Parece que borró todas las huellas de neumáticos del estacionamiento, no sólo las suyas.

Zoe se mordió el labio inferior mientras pensaba. Él podría estar eligiendo sus víctimas al azar, pero estaba lejos de ser solo un loco. Shelley lo había dicho, él tenía el control. Más que eso, era paciente y meticuloso. Incluso los asesinos que planificaban sus ataques no solían ser tan buenos.

El tono de llamada de Zoe retumbó en la tranquilidad del camino vacío, haciendo que el guardia se sobresaltara.

–Agente Especial Prime ―respondió ella automáticamente, sin siquiera mirar en la pantalla quien la llamaba.

–Z, tengo una pista. Un exesposo maltratador ―dijo Shelley. Ella no se andaba con rodeos. Su tono era apresurado, excitado. Era la emoción de la primera pista. ―Parece que el divorcio estaba a punto de terminar. ¿Quieres venir a recogerme y vamos a investigar eso?

–No hay mucho que ver aquí ―respondió Zoe. No tenía sentido que ambas investigaran la escena, si había otras pistas que seguir. Además, tenía la sensación de que Shelley no quería ver el lugar donde una mujer había perdido la vida. Todavía estaba un poco verde en muchos sentidos. ―Te pasaré a buscar en veinte minutos.


***

―¿Dónde estuvo anoche? ―presionó Shelley, inclinándose para que el tipo sintiera que era su pequeño secreto.

–Estaba en un bar ―gruñó él―. Se llama Lucky's, está en el lado este de la ciudad.

Zoe apenas estaba escuchando. Ella sabía desde el momento en que entraron que este no era su asesino. Quizás al exmarido le gustaba que su autoridad tuviera peso cuando se casaron, pero ese era exactamente el problema: su peso. Era al menos 45 kilos más pesado de lo que debería ser para dejar esas huellas, y además era demasiado bajo. Tenía la altura necesaria para someter a su esposa, una mujer más pequeña que sin duda había sufrido a causa de sus puños muchas veces. Podía adivinar que él medía aproximadamente un metro sesenta y ocho o setenta. Y no era lo suficiente para levantarla así.

–¿Alguien puede verificar que usted estuvo allí? ―preguntó Shelley.

Zoe quería detenerla, evitar más pérdidas de tiempo. Pero no dijo nada. No quería tratar de explicar algo que era tan obvio para ella como que el cielo era azul.

–Estaba inconsciente ―dijo, lanzando su mano al aire en un gesto de frustración―. Revisa las cámaras. Pregúntale al barman. Me echó de allí mucho después de la medianoche.

–¿El barman tiene un nombre? ―preguntó Zoe, sacando una libreta para tomar nota. Al menos sería algo que podrían verificar fácilmente. Anotó lo que él le dijo.

–¿Cuándo fue la última vez que vio a su exmujer? ―preguntó Shelley.

Él se encogió de hombros, sus ojos se movieron de lado a lado mientras pensaba.

–No lo sé. La perra siempre se interponía en mi camino ―dijo―. Supongo que hace unos meses. Se estaba poniendo muy nerviosa por la pensión alimenticia. No le hice algunos pagos.

Shelley estaba visiblemente enfadada por la forma en la que hablaba. Había algunas emociones que a Zoe le resultaban difíciles de leer, cosas esquivas que no sabía nombrar o que venían de fuentes con las que no se podía identificar. Pero la ira era fácil. La ira podría ser una luz roja intermitente, y eso era lo que estaba demostrando la expresión de Shelley en ese momento.

–¿Considera que todas las mujeres son una molestia, o sólo las que se divorcian de usted después de un maltrato violento?

Los ojos del hombre prácticamente se le salieron de la cabeza.

–Oye, mira, no puedes…

–Usted tiene antecedentes de maltrato contra Linda, ¿no? ―Shelley lo interrumpió antes de que pudiera terminar―. Vimos en su historial que ha sido arrestado por varias quejas de violencia doméstica. Parece que tenía el hábito de golpearla hasta dejarla con moretones.

–Yo… ―dijo el hombre sacudiendo la cabeza, como si tratara de despejarla―. Nunca la lastimé de esa manera. Nunca fue tanto. No la mataría.

–¿Por qué no? Seguramente quería librarse de esos pagos de pensión alimenticia ―presionó Shelley.

Zoe se puso tensa, sus manos se cerraron en puños. Si pasaba más tiempo ella iba a tener que intervenir. Shelley se dejaba llevar, su voz subía de tono y volumen al mismo tiempo.

–No los he estado pagando de todas formas ―señaló. Sus brazos estaban cruzados a la defensiva sobre su pecho.

–Así que, tal vez sólo perdió el control una última vez, ¿es eso? ¿Quería hacerle daño, y fue más lejos que nunca?

–¡Detente! ―gritó él perdiendo la compostura. Puso sus manos sobre su cara inesperadamente, y las dejó caer para revelar la lágrimas que habían escapado de sus ojos hacia sus mejillas. ―Dejé de pagar la pensión alimenticia para que viniera a verme. La extrañaba, ¿de acuerdo? La perra tenía un poder sobre mí. Salgo y me emborracho todas las noches porque estoy solo. ¿Es eso lo que quieren oír? ¿Es eso?

Ya habían terminado aquí, eso estaba claro. Aun así, Shelley le agradeció al hombre con fuerza y le entregó una tarjeta, pidiéndole que las llamara si se le ocurría algo más. Zoe pensó en las cosas que podría haber resuelto antes si eso funcionara. La mayoría de la gente nunca llamaba a Zoe.

En esta ocasión, también dudaba mucho que Shelley recibiera una llamada.

Shelley respiró hondo mientras se alejaban.

–Un camino sin salida. Yo me creo su historia. ¿Qué crees que deberíamos hacer ahora?

–Me gustaría ver el cuerpo ―respondió Zoe―. Si hay más pistas que encontrar, están en la víctima.




CAPÍTULO CINCO


La oficina del forense era un tosco edificio al lado de la comisaría, junto con casi todo lo demás en esta pequeña ciudad. Sólo había una carretera que pasaba por aquí, las tiendas y una pequeña escuela primaria y todo lo que un pueblo necesitaba para sobrevivir estaba situado a la izquierda o a la derecha.

Esto incomodaba a Zoe. Se parecía demasiado a su ciudad natal.

El forense las esperaba abajo, la víctima ya estaba tendida sobre la mesa proporcionando una imagen espeluznante. El hombre, un anciano a pocos años de jubilarse con un ligero sobrepeso, comenzó una larga y sinuosa explicación de sus hallazgos, pero Zoe no lo escuchaba.

Podía ver las cosas que él les decía expuestas ante ella. La herida del cuello le dijo el calibre exacto del alambre que buscaban. La mujer pesaba un poco más de 77 kilos a pesar de su pequeña estatura, aunque una buena cantidad de eso había salido a borbotones junto con casi tres litros de su sangre.

El ángulo de la incisión y la fuerza aplicada sobre ella le decían dos cosas. Primero, que el asesino medía entre un metro ochenta y un metro ochenta y cinco de altura. Segundo, que el asesino no dependía de la fuerza para cometer los crímenes. El peso de la víctima no se mantuvo en el cable por mucho tiempo. Cuando se desplomó, la dejó caer. Eso, combinado con la elección del alambre como su primera elección de arma, probablemente significaba que no era muy fuerte.

Que no fuera muy fuerte combinado con una altura promedio, probablemente significaba que no era ni musculoso ni pesado. Si lo hubiera sido, su propio peso corporal habría servido de contrapeso. Eso significaba que probablemente tenía una complexión delgada, bastante parecida a lo que uno normalmente se imagina cuando se piensa en un hombre promedio, de estatura promedio.

Sólo había una cosa que no era promedio, y eso era su acto de asesinato.

En cuanto al resto, no había mucho que decir. Su color de pelo, su nombre, de qué ciudad venía, por qué hacía esto, nada de eso estaba escrito en la envoltorio vacío y abandonado de la cosa que solía ser una mujer delante de ellos.

–Así que, lo que podemos decir de esto ―decía el forense lentamente, con su voz quejumbrosa y pesada―. Es que el asesino era probablemente de la estatura promedio masculina, tal vez entre un metro setenta y cinco y un metro ochenta y cinco.

Zoe sólo se contuvo de sacudir la cabeza. Esa fue una estimación demasiado amplia.

–¿La familia de la víctima se ha puesto en contacto? ―preguntó Shelley.

–No desde que el exmarido vino a identificarla ―dijo el forense se encogiéndose de hombros.

Shelley agarró un pequeño colgante que estaba sobre su cuello, tirando de él hacia atrás y adelante en una delgada cadena de oro.

–Eso es muy triste ―suspiró―. Pobre Linda. Se merecía algo mejor que esto.

–¿Qué impresión te dieron cuando los entrevistaste? ―preguntó Zoe. Cualquier pista era una pista, aunque ya estaba firmemente convencida de que la selección de Linda como víctima no era más que el acto aleatorio de un extraño.

Shelley se encogió de hombros impotente.

–Estaban sorprendidos por la noticia. No estaban desconsolada. No creo que fueran muy unidos.

Zoe intentó no preguntarse quién se preocuparía por ella o vendría a ver su cuerpo si moría, y reemplazó ese pensamiento en su lugar con la frustración. Ese sentimiento vino rápidamente. Este era otro callejón sin salida, literalmente. Linda no tenía más secretos que contarles.

Estar de pie por aquí compadeciéndose de los muertos era agradable, pero no las acercaba a las respuestas que buscaban.

Zoe cerró los ojos momentáneamente y se dio la vuelta hacia el otro lado de la habitación y se dirigió a la puerta por la que habían entrado. Necesitaban estar activas, pero Shelley seguía conversando con el forense en un tono bajo y respetuoso, discutiendo quién había sido la mujer en vida.

Nada de eso importaba. ¿Shelley no se daba cuenta de eso? La causa de la muerte de Linda fue muy simple: había estado sola en una gasolinera aislada cuando el asesino llegó. No había nada más que destacar sobre su vida.

Shelley pareció captar el deseo de Zoe de irse, se puso a su lado y educadamente se distanció del forense.

–¿Qué deberíamos hacer ahora? ―le preguntó.

Zoe deseaba poder saber que responder a esa pregunta, pero no lo sabía. Sólo quedaba una cosa por hacer en este punto, y no era la acción directa que ella quería.

–Crearemos un perfil del asesino ―dijo Zoe―. Enviemos un mensaje a los estados vecinos para advertirle a las fuerzas del orden locales que estén alerta. Luego revisaremos los archivos de los asesinatos anteriores.

Shelley asintió con la cabeza, siguiendo los pasos de Zoe mientras se dirigía a la puerta. No era que tuvieran un lugar a donde ir.

Al subir las escaleras y salir por las puertas de la oficina, Zoe miró a su alrededor y volvió a ver la línea del horizonte, fácilmente visible más allá de la pequeñas residencias e instalaciones que componían la ciudad. Suspiró, cruzando los brazos sobre su pecho y girando su cabeza hacia la comisaría y hacia donde se dirigían. Cuanto menos tiempo pasara mirando este lugar, mejor.

–No te gusta este pueblito, ¿verdad? ―le preguntó Shelley a su lado.

Zoe se sintió sorprendida por un momento, pero sin embargo, Shelley ya había demostrado ser perspicaz y estar en sintonía con las emociones de los demás. A decir verdad, Zoe probablemente estaba siendo transparente. No podía quitarse de encima el mal humor que se apoderaba de ella cuando terminaba en un lugar así.

–No me gustan los pueblos pequeños en general―dijo.

–¿Eres una chica de ciudad? ―preguntó Shelley.

Zoe reprimió un suspiro. Esto era lo que pasaba cuando tenías compañeros, siempre querían conocerte. Desenterrar todas las pequeñas piezas del rompecabezas que era tu pasado, y unirlas hasta que encajaran de una manera que les conviniera.

–Me recuerdan al lugar donde crecí ―dijo Zoe.

Shelley asintió, como si la captara y entendiera. Ella no la había captado. Zoe lo sabía con certeza.

Hubo una pausa en su conversación al pasar por las puertas de la comisaría, dirigiéndose a una pequeña sala de reuniones que los agentes locales les habían permitido usar para su base de operaciones. Viendo que estaban solas allí, Zoe colocó una nueva pila de papeles sobre la mesa y comenzó a extender el informe del forense junto con fotografías y algunos otros informes de los oficiales que habían llegado primero a la escena.

–¿No tuviste una gran infancia? ―preguntó Shelley.

Quizás ella podía captar más de lo que Zoe creía.

Tal vez no debería haberse sorprendido. ¿Por qué no debería Shelley ser capaz de leer las emociones y pensamientos de la misma manera que Zoe podía leer ángulos, medidas y patrones?

–No fue la mejor ―dijo Zoe, quitándose el pelo de los ojos y concentrándose en los papeles. ―Y no fue lo peor. Sobreviví.

Había un eco en su cabeza, un grito que le llegó a través del tiempo y la distancia. «Niña diabólica. Fenómeno de la naturaleza. ¡Mira lo que nos has hecho hacer!». Zoe lo bloqueó, ignorando el recuerdo de un día encerrada en su habitación como castigo por sus pecados, ignorando la larga y dura soledad del aislamiento de niña.

Shelley se movió rápidamente frente a ella, extendiendo algunas de las fotografías que ya tenían, y luego levantando los archivos de los otros casos.

–No tenemos que hablar de ello ―dijo ella, en voz baja―. Lo siento. No me conoces todavía.

Eso era inquietante, aunque fuera en un futuro lejano, implicaba un tiempo en el que se esperaría que Zoe confiara lo suficiente en ella. Tiempo en el que sería capaz de revelar todos los secretos encerrados en su interior desde que era una niña. Lo que Shelley no sabía, lo que no podía adivinar por su ligera investigación, era que Zoe no le contaría a nadie lo que había vivido en su infancia.

Excepto tal vez a esa terapeuta que la Dra. Applewhite había estado tratando de que viera.

Zoe ignoró todo para sonreírle a su compañera y asentir con la cabeza, y luego tomó uno de los archivos.

–Deberíamos revisar los casos anteriores. Yo leeré este, y tú puedes leer el otro.

Shelley se sentó en una silla en el lado opuesto de la mesa, mirando las imágenes del primer archivo mientras las extendía por la mesa, mientras masticaba una de sus uñas. Zoe apartó la mirada y se centró en las páginas que tenía delante.

–La primera víctima, asesinada en un estacionamiento vacío fuera de un restaurante que había cerrado media hora antes ―Zoe leyó en voz alta, resumiendo el contenido del informe―. Era una camarera del lugar, madre de dos hijos sin educación universitaria que aparentemente se había quedado en la misma ciudad toda su vida. No había signos de evidencia forense de valor en la escena; la metodología es la misma, la muerte por el alambre filoso y luego el cuidadoso barrido de las huellas y marcas.

–De nuevo no hay nada que nos ayude a localizarlo ―suspiró Shelley.

–Ella se había quedado cerrando el lugar después de limpiar y se dirigía a su casa después de un largo turno. Se dieron cuenta cuando no llegó a casa como de costumbre ―Zoe pasó a la siguiente página, escaneando el contenido para buscar algo de valor. ―Su marido fue el que la encontró. Salió a buscarla después de que no contestara el teléfono. Hay una gran posibilidad de que contaminara la evidencia al agarrar el cuerpo de su esposa cuando lo descubrió.

Zoe miró hacia arriba, satisfecha de que este caso estaba tan vacío de pistas como el otro. Shelley seguía concentrada, jugando con el colgante de su cadena de nuevo. Lo tapaban su pulgar y su dedo, era lo suficientemente pequeño como para desaparecer completamente detrás de ellos.

–¿Eso es una cruz? ―preguntó Zoe, cuando su nueva compañera finalmente levantó la mirada. Pensó que era un tema de conversación. Era algo bastante natural hablar sobre las joyas que usaba habitualmente su compañera. ¿Verdad?

Shelley miró su pecho, como si no se hubiera dado cuenta de lo que hacían sus manos.

–Oh, ¿esto? No. Fue un regalo de mi abuela. ―dijo y alejó sus dedos, sosteniéndolos para que Zoe pudiera ver el colgante de oro en forma de flecha, con un pequeño diamante en la cabeza puntiaguda. ―Por suerte mi abuelo tenía buen gusto para los regalos. Solía ser suyo.

–Oh ―dijo Zoe sintiendo un poco de alivio. No se había dado cuenta de lo tensa que estaba desde que había notado que Shelley sacaba el colgante y jugaba con él. ―¿Una flecha para el verdadero amor?

–Eso es ―sonrió Shelley. Luego frunció el ceño ligeramente, obviamente había captado el cambio de humor de Zoe. ―¿Te preocupaba que fuera demasiado religiosa o algo así?

Zoe aclaró un poco su garganta. Apenas se había dado cuenta de que esa era la razón por la que lo había preguntado. Pero por supuesto que lo era. Hacía mucho tiempo que no era esa niña tímida con una madre demasiado celosa y temerosa de Dios, pero aun así era muy precavida con la gente que consideraba que la iglesia era lo más importante de sus vidas.

–Sólo tenía curiosidad ―dijo Zoe, pero su voz se notaba tensa y lo sabía.

Shelley frunció el ceño, inclinándose para recoger el siguiente archivo de la mesa.

–Sabes que vamos a tener que pasar mucho tiempo trabajando juntas si seguimos siendo compañeras ―dijo ella―. Tal vez sea más fácil si no nos ocultamos cosas la una a la otra. No tienes que decirme por qué te preocupas por eso, pero apreciaría la honestidad.

Zoe tragó saliva, mirando el archivo que ya había terminado de leer. Reunió su orgullo, cerrando los ojos momentáneamente para apagar la voz que le decía que «no, que los archivos no eran iguales, que uno era aproximadamente cinco milímetros más grueso». Y miró a Shelley a los ojos.

–No tengo una buena historia con ella ―dijo ella.

–¿Con la religión, o la honestidad? ―preguntó Shelley con una sonrisa juguetona, abriendo su archivo. Después de un momento, durante el cual Zoe luchó tratando de saber qué responder, Shelley añadió: ―Era una broma.

Zoe le sonrío débilmente.

Entonces volvió a prestarle atención al nuevo archivo del caso y comenzó a examinar las fotografías de la escena del crimen, sabiendo que esto era lo único que le quitaría la sensación de ardor que recorría sus mejillas y cuello y la incomodidad de la habitación.

–La segunda víctima es otra versión de la misma historia ―dijo Shelley, sacudiendo la cabeza―. Una mujer encontrada asesinada al lado de una carretera que serpenteaba por el borde de un pequeño pueblo. El tipo de camino por el que podrías caminar si te dirigieras a casa después de una noche de trabajo, que era lo que ella hacía. Era una profesora… había un montón de trabajos calificados esparcidos a su alrededor donde los había dejado caer después de que su garganta fuera cortada por el alambre de garrote.

Shelley se detuvo a escanear las fotografías, encontrando la de los papeles. La sostuvo por un segundo, mordiéndose el labio inferior y sacudiendo la cabeza. Se lo pasó a Zoe, que trató de sentir el mismo nivel de lástima y descubrió que no podía. Los papeles esparcidos no la hicieron más conmovedora que cualquier otra muerte en su mente. De hecho, había visto asesinatos mucho más brutales que parecían más dignos de lástima.

–Fue encontrada por un ciclista a la mañana siguiente. Le habían llamado la atención los papeles moviéndose en el viento, arrastrándose a través de la acera y hacia el cuerpo desplomado entre la hierba crecida ―resumió Shelley, recapitulando las notas de su expediente―. Parece que hubiera salido del camino como para ayudar a alguien. Fue atraída hacia allí de alguna manera. Maldita sea… era una buena mujer.

Varios escenarios revoloteaban por la cabeza de Zoe: un ficticio perro perdido, un extraño pidiendo direcciones, una bicicleta con una cadena suelta, alguien pidiendo la hora.

–No hay huellas en el suelo duro, ni fibras o cabellos en el cuerpo, ni ADN bajo las uñas. Estaba tan limpia como las otras escenas del crimen ―dijo Shelley, poniendo el archivo delante de ella con otro suspiro.

Lo que la había dejado vulnerable era todo lo que tenían para continuar, aunque ello quizás solo fuera el elemento de sorpresa y alejarse del camino mientras luchaba contra el alambre alrededor de su garganta,

Zoe dejó que sus ojos se deslizaran sobre el papel sin rumbo, tratando hacer las conexiones pertinentes para que encajaran en los tres casos.

Dos estaban felizmente casadas, una divorciada. Dos madres, una sin hijos. Trabajos diferentes para cada una de ellas. Diferentes lugares. Una con un título universitario, dos sin él. No hay un patrón particular en sus nombres o conexiones a través de las compañías para las que trabajaron.

–No veo una conexión ―dijo Shelley, rompiendo el silencio entre ellas.

Zoe suspiró y cerró el archivo. Tuvo que admitirlo.

–Yo tampoco.

–Así que, estamos de vuelta donde empezamos. Víctimas al azar. ―al decirlo, Shelley se quedó sin aliento―. Lo que significa que el próximo objetivo también será aleatorio.

–Y es una posibilidad mucho menor de que podamos atraparlo ―añadió Zoe―. A menos que podamos crear juntas un perfil apropiado para rastrear a este hombre y atraparlo antes de que tenga oportunidad.

–Así que trabajemos en eso ―dijo Shelley, expresando en su rostro una determinación que realmente le daba a Zoe un poco de esperanza.

Colocaron una hoja en blanco en un caballete en la esquina de la habitación y empezaron a revisar lo que sabían.

–Podemos ver su camino ―dijo Zoe; algo que ya había destacado en voz alta, y era lo suficientemente fácil para que cualquiera lo resolviera. ―Por alguna razón se está moviendo. ¿Por qué podría ser?

–Podría ser que viaja por trabajo ―sugirió Shelley―. Un camionero, un vendedor o representante, algo así. O podría estar viajando sólo porque quiere. También podría ser un sin techo.

–Son demasiadas opciones para que podamos tomar una decisión al respecto ―Zoe escribió «viajando» en la pizarra, y luego trató de determinar las implicaciones. ―Debe dormir en el camino. Moteles, hoteles, o tal vez en su coche.

–Si está en su auto, no tenemos muchas esperanzas de rastrearlo ―señaló Shelley, mientras los bordes de su boca se curvaban levente hacia abajo―. Podría estar usando nombres falsos en los hoteles, también.

–No podemos hacer mucho con ello. Pero debe viajar de alguna manera. Debe ser en vehículo, a juzgar por las distancias entre los lugares de la matanza y el tiempo transcurrido.

Shelley se apresuró a desbloquear su celular, abriendo mapas y revisando las ubicaciones.

–No creo que haya una ruta de tren allí. Tal vez de autobús o de coche.

–Eso lo reduce un poco ―dijo Zoe, añadiendo esas posibilidades a la lista―. Podría ser un autoestopista, aunque es menos común hoy en día. ¿Qué hay de sus características físicas?

–Tradicionalmente, el alambre de garrote es usado por aquellos que no son físicamente musculosos. Así que tal vez podríamos suponer que es de una complexión más promedio.

Zoe se alegró de que Shelley lo hubiera descubierto, era una cosa menos con la que podría levantar sospechas.

–Promedio, pero no demasiado pequeño o menudo. Creo que ya estamos seguras de que esto es obra de un hombre. Si tuviera muy poca fuerza, o altura, las víctimas podrían haber sido capaces de dominarlo y liberarse.

–Y si fuera demasiado bajo, no llegaría a atraparlas ―añadió Shelley―. Las víctimas probablemente murieron todas de pie, lo que significa que tenía que ser capaz de alcanzar fácilmente sus cuellos.

Zoe tuvo que admitir que estaba impresionada, aunque sólo lo mantuviera para ella misma. Escribió en la pizarra: «altura media o superior a la media, entre un metro setenta y cinco y ochenta y cinco», según el informe del forense, y «constitución media o delgada».

–Ahora, hablemos de psicología ―dijo Zoe―. Hay algo que le impulsa a matar, aunque no sea algo que consideremos lógico. Si no hay un vínculo real entre las víctimas, tenemos que ver esa fuerza impulsora que viene de adentro.

–Me parecen crímenes de oportunidad. Solo va tras las mujeres quizás porque son más débiles. Están solas, indefensas, en un área no cubierta por las cámaras de seguridad, y donde tienen pocas posibilidades de ser interrumpidos.

–Veo dos posibilidades. La primera es que está decidido a matar, y por lo tanto busca a estas víctimas que encajan en el perfil perfecto para evitar ser atrapado. Por alguna razón, está haciendo esto ahora, por lo que estaríamos ante un evento desencadenante ―dijo Zoe, golpeando el extremo del bolígrafo contra su barbilla―. La otra posibilidad es que sea provocado específicamente por estas víctimas. En ese caso, ni siquiera sabe que las matará hasta que llegue el momento.

–En otras palabras, o está buscando mujeres para matar deliberadamente, o está matando basado puramente en la oportunidad y hay algo en las propias mujeres que lo hace actuar.

–Piensa en ello ―dijo Zoe sacudiendo la cabeza, caminando delante del caballete―. Es demasiado perfecto para ser tan aleatorio. Uno por noche, eso significa una compulsión. Si sólo le impulsara a matar por momentos provocado, los ataques estarían distanciados en el tiempo. Estaría en casa algunas noches, o simplemente no se encontraría con alguien que lo provocara. No, esto es deliberado y calculado. Hay alguna razón por la que tiene que matar a cada una, aquí hay algún mensaje o ritual.

Ella dio un paso adelante de nuevo y escribió «un asesinato por día – ritual» en la pizarra.

–¿Qué hay de las ubicaciones? ―preguntó Shelley―. Tal vez haya algo ahí.

Ya había un mapa en la pared, había tres alfileres rojos marcando donde se habían encontrado los tres cuerpos. Zoe lo miró por un momento, y luego usó el borde de un pedazo de papel para alinearlos. Había una línea recta entre el primero y el tercero. El segundo se había desviado un poco, pero todavía se encontraba sobre el camino general.

–¿Qué hay de esos pueblos? ―dijo Shelley señalando hacia el final del papel, después del último alfiler, hacia las localidades que se encontraban a lo largo del mismo camino.

Zoe recitó una lista, leyéndola del mapa, haciendo una pequeña desviación a cada lado por si se desviaba como lo había hecho anteriormente.

–Deberíamos llamar a las autoridades de cada uno de estos pueblos. Asegurarnos de que todos están al tanto de lo que podría pasar. Reforzar la seguridad y que las fuerza del orden estén con los ojos abiertos, eso podría ayudarnos a atraparlo.

Ambas miraban el perfil en silencio, sumergidas en sus propios pensamientos. Zoe estaba tratando de ver el patrón. Sólo había tres cosas que tenían sentido: el hecho de que todas eran mujeres, la línea de tiempo, o algo relacionado con los lugares. ¿Pero qué era?

Pensó en los coloridos caramelos dispersos por todo el suelo de la gasolinera. Estaban dispersos no muy lejos del cuerpo de Linda, en el estacionamiento, en el camino que debe haber tomado hacia la parte trasera del edificio. Era extraño. Era muy probable que a algún niño se le hubieran caído más temprano ese día después de pasar con sus padres, pero… algo de eso la molestaba.

Tal vez era simplemente la incongruencia. Caramelos brillantes y alegres en la escena de un brutal asesinato nocturno. Manchas de color en un suelo que de otra manera estaba manchado de rojo. Tal vez no significaba nada en absoluto.

–No tenemos mucho ―dijo ella suspirando al final―. Pero es un comienzo. Añade a esto que probablemente sea un hombre joven, al menos de mediana edad según las estadísticas de la edad en que los asesinos en serie comienzan su trabajo, y lo hemos reducido lo suficiente como para presentar algo. Le pediré a los forenses que nos den algunos números más concretos basados en sus hallazgos, y podemos al menos dar una descripción para estar atentas.

Pensó que eso no era un gran consuelo si el asesino iba a reclamar otra víctima esta noche y no estaban lo suficientemente cerca como para hacer algo al respecto.




CAPÍTULO SEIS


Habría otro cuerpo esta noche.

Era la cuarta noche, y eso significaba que debía haber un cuarto cuerpo.

Él había estado conduciendo todo el día, acercándose cada vez más a su objetivo. A pesar de estar yendo a buen ritmo, seguía poniéndose más y más nervioso mientras el sol seguía su curso encima de él. Cuando llegara la noche, tenía que estar en el lugar correcto, o todo se echaría a perder.

No podía fallar ahora.

Miró de nuevo al teléfono celular enganchado en un soporte conectado a sus conductos de ventilación. Aquí el mapa en línea demoraba en actualizarse, la señal era más débil. La autopista era larga y recta, al menos no precisaba desviarse. No se perdería, ni pasaría por alto su destinación.

Sabía exactamente a dónde tenía que ir. Para él todo estaba planeado, estaba escrito en las estrellas. Con la excepción de que este patrón era mucho más preciso que la masa de puntos titilantes en el cielo nocturno, y era mucho más fácil de leer. Claro que un experto podría encontrar esos patrones estelares incluso estando tan lejos en el cielo. Pero su patrón tenía que ser leído incluso por aquellos que normalmente no lo verían. Y solo lo verían cuando finalmente lo terminara.

Quién sería, esa era la interrogante. Dónde y cuándo, era algo que el patrón ya había dictaminado. Pero el "quién" era una cuestión de suerte, y esto era lo que le hacía mover su pierna nerviosamente sobre el freno, casi golpeando el volante en cada movimiento oscilante.

Respiró hondo y con calma, aspirando el aire que comenzaba a enfriarse rápidamente. Era fácil percibir que el sol ya se estaba empezando a ocultar, pero aún no era demasiado tarde. Los patrones le habían dicho lo que debía hacer, y ahora lo iba a hacer. Tenía que confiar en eso.

El constante sonido de las llantas de su sedán sobre el suave asfalto de la carretera era un ruido de fondo calmante. Cerró los ojos brevemente, confiando en que el coche se mantendría recto, y respiró hondo otra vez.

Golpeó con los dedos el borde de la ventana abierta, haciendo un ritmo fácil y repetitivo, y volvió a respirar con más facilidad. Todo estaría bien. Como este coche que había soportado todos los años que le había pertenecido, siempre fiable y confiable, los patrones no lo defraudarían. Siempre y cuando le revisara el aceite y lo llevara a revisión de vez en cuando, funcionaría. Y si estaba en el lugar correcto en el momento adecuado, los patrones estarían allí.

Los patrones estaban a su alrededor: las líneas de la autopista, extendiéndose a lo largo de la distancia, rectas y estrechas, diciéndole exactamente a dónde ir. Las rayas de las nubes que también parecían apuntar en la misma dirección, largos dedos que le animaban a seguir adelante. Incluso las flores a los lados de la carretera se doblaban, inclinándose hacia adelante en anticipación, como bandas laterales que pasaban velozmente.

Todo estaba encajando en su lugar, como los caramelos que habían caído antes de que matara a la mujer en la gasolinera. La forma en que le habían dicho exactamente lo que tenía que hacer a continuación, y eso le había permitido ver que había encontrado el lugar correcto y la víctima adecuada.

Los patrones se lo mostrarían al final.


***

A pesar de todas sus afirmaciones mentales, su corazón empezaba a acelerarse con ansiedad cuando el sol empezó a caer más y más bajo, sumergiéndose en el horizonte, y todavía no había visto a nadie que fuera apropiado.

Pero ahora la suerte lo había encontrado de nuevo, la afortunada casualidad de estar en el lugar correcto en el momento adecuado, y confiar que el universo haría el resto.

Ella caminaba de espaldas en el borde de la autopista, con un brazo extendido a su lado, con el pulgar levantado. Debió darse vuelta en cuanto le oyó acercarse, su motor y el sonido de las ruedas lo delataron mucho antes de que pudieran verse el uno al otro. Ella llevaba una pesada mochila con un saco de dormir enrollado debajo de ella, y medida que él se acercaba, pudo ver que era joven. No tenía más de dieciocho o diecinueve años, era un espíritu libre de camino hacia una nueva aventura.

Parecía ser tranquila y dulce, pero nada de eso importaba. Cosas así nunca influían. Lo que importaba eran los patrones.

Él disminuyó la velocidad, deteniéndose un poco después de dónde estaba ella, y esperó pacientemente a que ella lo alcanzara.

–Hola ―dijo, bajando la ventanilla del lado del acompañante e inclinando su cabeza para mirarla―. ¿Necesitas un aventón?

–Um, sí ―dijo, mirándolo con desconfianza, mordiéndose el labio inferior―. ¿A dónde te diriges?

–A la ciudad ―dijo, haciendo un vago gesto hacia adelante. Era una autopista. Habría una ciudad al final de ella, y ella podría interpretar cuál era. ―Me alegro de haberte visto. No hay muchos otros coches en la carretera a esta hora del día. Sería una noche fría por aquí.

–No estaría tan mal ―dijo ella sonriendo ligeramente.

Él le sonrió ampliamente de una manera muy amable, logrando sonreírle también con sus ojos.

–Podría ser mejor que no tan mal ―dijo―. Sube. Te dejaré fuera de un motel en los límites de la ciudad.

Ella todavía dudaba, no dejaba de ser una joven sola entrando al coche de un hombre, poco importaba lo agradable que él fuera. Él comprendió que siempre estaría nerviosa. Pero ella miró en ambas direcciones de la carretera, y debe haber visto que incluso ahora, cuando recién empezaba a anochecer, no había faros de coches en ninguna dirección.

Abrió la puerta del lado del acompañante con un suave clic, quitándose la mochila de los hombros, y él sonrió, esta vez para sí mismo. Todo lo que él tenía que hacer era confiar y las cosas saldrían como los patrones le decían que saldrían.




CAPÍTULO SIETE


―Muy bien, escuchen ―dijo Zoe. Ella ya estaba incómoda, y la incomodidad fue mayor cuando la charla dispersa en la habitación cesó y todo el mundo se quedó viéndola.

Tener a Shelley a su lado no disminuía la sensación incómoda de presión, del peso de la expectativa al que estaba sometida. La atención se dirigió completamente hacia ella, era algo palpable y chocante. Esta era el tipo de cosas que intentaba evitar todos los días de su vida.

Pero a veces el trabajo lo exigía, y por mucho que quisiera, no podía obligar a Shelley a presentar un perfil por su cuenta. Al ser la agente principal debía hacerlo ella.

Respiro hondo, mirando a todos los oficiales amontonados en filas temporales de sillas en la sala de reuniones más grande de la comisaría. Luego apartó la mirada, enfocándose en un punto de la pared lejana para hablar, algo menos amenazador.

–Este es el perfil que buscamos ―continuó Zoe―. El sospechoso masculino medirá alrededor de un metro ochenta según los cálculos de los tres forenses y las pocas pruebas físicas que encontramos en las escenas. También creemos que será de complexión delgada a mediana. No es particularmente fuerte, contundente o intimidante.

Shelley tomó el control, dando un paso adelante para su momento en el centro de atención, sus ojos parecían brillar disfrutándolo más que temiéndolo.

–A la mayoría de la gente le parecerá poco amenazador hasta el momento del asesinato. Creemos que ha sido capaz de atraer a sus víctimas a tener una conversación e incluso las ha alejado de la relativa seguridad hacia un espacio abierto donde podía manipular la situación para ponerse físicamente detrás de ellas. Incluso puede ser encantador y educado.

–No es de por aquí ―añadió Zoe―. Su coche tendrá la matrículas de otro estado. Aunque no hemos podido determinar su estado de origen, está en movimiento, y probablemente seguirá estándolo.

Las imágenes de las mujeres cuyas vidas había tomado aparecieron en la pantalla del proyector detrás de ellas. Las tres aparecían vivas, sonriéndole a la cámara, incluso riéndose. Eran mujeres normales y reales, no modelos o facsímiles del mismo aspecto ni nada que las distinguiera como especiales. Sólo mujeres, que hasta hace tres noches estaban vivas, respirando y riendo.

–Su objetivo son las mujeres ―dijo Zoe―. Una cada noche, en lugares aislados con pocas posibilidades de ser atrapado en el acto o captado en las grabaciones de vigilancia. Eso sería en áreas oscuras, lejos de los caminos transitados, lugares que le dan el tiempo y el espacio para llevar a cabo el asesinato.

–¿Cómo se supone que lo atrapemos con un perfil como ese? ―dijo uno de los policías estatales en el medio del mar de sillas. ―Debe haber miles de tipos altos y delgados con placas de otro estado por aquí.

–Sabemos que esto no es mucho ―intervino Shelley, salvando a Zoe de la molestia que la podría llegar a hacerla decir algo desagradable. ―Sólo podemos trabajar con lo que tenemos. Lo más útil que podemos hacer con esta información ahora es poner una advertencia para que las personas eviten áreas aisladas, y que estén atentos, particularmente si a alguien se le acerca un hombre que se ajuste a esta descripción,.

–¿En todo el estado? ―preguntó uno de los policías locales del pequeño equipo cuya estación les había servido a ellas como centro de investigación y donde estaban presentando este informe.

Zoe sacudió la cabeza.

–A varios estados. Él ya ha recorrido Kansas, Nebraska y Missouri. Eso es un indicio claro de que seguirá viajando largas distancias para llevar a cabo sus crímenes.

Había pequeños ruidos de desacuerdo en toda la habitación, murmullos y sonidos de descontento.

–Soy consciente de que es una gran área ―dijo Zoe, tratando de mantenerse firme―. Y soy consciente de que es una vaga advertencia. Pero tenemos que hacer lo que podamos.

–¿Quién va a hacer la conferencia de prensa? ―preguntó el comisario local. Tenía un aire de autoridad maltratada, como si lo estuviera aplastando el peso de todos los demás agentes de la ley apiñados en su diminuta comisaría.

Zoe dudó por un momento. Odiaba las conferencias de prensa. A menudo la habían criticado por parecer tan rígida e inexpresiva al hablar de las víctimas y la amenaza potencial de que hubiera más víctimas. Ya había hecho suficientes de ellas en su carrera para saber que no quería volver a hacer otra.

–Mi colega, la agente especial Shelley Rose, hablará con los medios de comunicación ―dijo ella, viendo como Shelley levantó la mirada sorprendida―. Los invitaremos a una conferencia televisada esta tarde.

Mientras los numerosos policías en la sala comenzaban a retirarse, el murmullo en la sala se elevó a conversaciones normales. Shelley se acercó a Zoe diciéndole en un murmullo nervioso: ―Nunca antes he dado una conferencia de prensa.

–Lo sé ―respondió Zoe―. Pensé que sería una buena oportunidad para que ganaras la experiencia. Es mejor hacerla ahora, mientras el caso está fresco. Cuanto más tiempo pase sin ser resuelto, peores serán los reporteros. Créeme, lo sé. Si no lo atrapamos antes de que sea necesario dar otra conferencia de prensa, yo me haré cargo como agente superior para la próxima.

Shelley asintió con la cabeza, sonrojándose por la emoción.

–Oh, Dios. ¿Me ayudarás a ensayar qué decir? Nunca he estado en la televisión, ni siquiera en el fondo ―dijo ella.

Zoe no pudo evitar sonreír. Había algo contagioso en la emoción de Shelley, aunque no lo suficiente como para hacerle pensar que una conferencia de prensa era algo agradable.





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"UNA OBRA MAESTRA DE THRILLER Y MISTERIO. Blake Pierce hizo un magnífico trabajo desarrollando personajes con un lado psicológico tan bien descrito como para sentirnos dentro de sus mentes, seguimos sus miedos y queremos que tengan éxito. Lleno de vueltas de tuerca, este libro te mantendrá alerta hasta el final de la última página”

– Libros y reseñas de películas, Roberto Mattos (sobre Una vez desaparecido)

LA CARA DE LA MUERTE es el libro número 1 de una nueva serie de thriller del autor de best-sellers, Blake Pierce, cuyo primer libro, Una vez desaparecido (Libro número 1) (de descarga gratuita), tiene más de 1.000 críticas de cinco estrellas.

La Agente Especial del FBI, Zoe Prime, sufre de una rara enfermedad que también le da un talento único: ve el mundo a través de una lente numérica. Los números la atormentan, la hacen incapaz de relacionarse con la gente y hacen que su vida romántica sea un fracaso, pero también le permiten ver patrones que ningún otro agente del FBI puede ver. Zoe mantiene su condición en secreto, y se encuentra avergonzada por temor a que sus colegas se enteren.

Sin embargo, cuando un asesino en serie ataca en la región del Medio Oeste de Estados Unidos, estrangulando mujeres en lugares remotos y aparentemente al azar, por primera vez, Zoe se queda perpleja. ¿Hay un patrón? ¿Puede no haber ningún patrón en absoluto?

¿O este asesino está tan obsesionado con los números como ella?

En una loca carrera contra el tiempo, Zoe deberá entrar en la mente diabólica de un asesino que siempre parece estar un paso por delante de ella, y debe evitar que consiga su próxima víctima antes de que sea demasiado tarde. Al mismo tiempo, debe mantener a raya sus propios demonios, que pueden resultar aún más amenazadores.

Un thriller lleno de acción con un suspenso desgarrador, LA CARA DE LA MUERTE es el libro número uno de una nueva y fascinante serie que te dejará pasando las páginas hasta bien entrada la noche.

Los libros 2 y 3 de la serie, LA CARA DEL ASESINATO y LA CARA DEL MIEDO, también están disponibles para preventa.

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