Книга - El Retorno

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El Retorno
Danilo Clementoni


Volumen 1/3. ”Estábamos volviendo. Solo había pasado un año solar desde que hemos tenido que abandonar rápidamente el planeta pero, para ellos, habían pasado 3.600 años terrestres. ¿Qué íbamos a encontrar?”

Nibiru, el duodécimo planeta de nuestro sistema solar, tiene una órbita extremadamente elíptica, retrógrada y bastante más grande de la de los otros planetas. De hecho, para hacer un giro completo alrededor del Sol tarda casi 3.600 años. Sus habitantes, aprovechando esta aproximación cíclica, desde hace cientos de miles de años nos han hecho sistemáticamente visitas, influenciando cada vez cultura, conocimientos, tecnología e incluso la misma evolución de la raza humana. Nuestros predecesores los han llamado de muchos modos, pero seguramente el nombre que más les representa desde siempre es ”Dioses”. Azakis y Petri, dos simpáticos habitantes de este extraño planeta a bordo de su astronave Theos, están volviendo a la Tierra para recuperar una misteriosa y valiosísima carga escondida la última vez que han estado aquí. Un relato apasionante, divertido, pero también lleno de suspense y con relecturas de acontecimientos históricos que os van a sorprender.





Danilo Clementoni

El retorno




Danilo Clementoni




El retorno


Las aventuras de Azakis y Petri


Título original: Il Ritorno




Traducido por: Ester Vidal


Editor: Tektime


Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y organizaciones citadas son fruto de la imaginación del autor y tienen la finalidad de aportar veracidad a la narración. Cualquier semejanza con hechos o personas reales, vivas o difuntas, es pura coincidencia.



EL RETORNO

Copyright © 2013 Danilo Clementoni



Primera edición: Noviembre de 2013

Editado e impreso de forma independiente



Facebook: www.facebook.com/libroilritorno

blog: dclementoni.blogspot.it

e-mail: d.clementoni@gmail.com



Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de esta publicación pueden reproducirse en ninguna forma, ni por ningún medio, sea electrónico o mecánico, sin el permiso previo por escrito del editor, a excepción de pasajes breves que pueden citarse para reseñas.


A mi mujer y a mi hijo, por la paciencia que han tenido conmigo y por las valiosas sugerencias que me han dado, contribuyendo a mejorar tanto a mí como a esta novela.

Un agradecimiento especial a todos mis amigos, que continuamente me han reconfortado y animado a seguir hacia adelante en la finalización de este libro, que quizás, sin ellos, nunca habría visto la luz.

Otro agradecimiento especial a mi traductora, Ester Vidal, por el tiempo y energías dedicados a este libro y por la pasión y profesionalidad que ha demostrado en la traducción de este libro.




«Volvíamos. Había pasado tan solo un año solar nuestro desde que nos vimos obligados a abandonar el planeta a toda prisa, pero para ellos habían pasado 3.600 años terrestres. ¿Qué nos íbamos a encontrar?»







Introducción


El duodécimo planeta, Nibiru (el planeta de cruce) como lo llamaron los Sumerios, o Marduk (el rey de los cielos) como lo rebautizaron los Babilonios, es en realidad un cuerpo celeste que orbita alrededor de nuestro sol, durante un periodo de 3.600 años. Su órbita es claramente elíptica, retrógrada (gira alrededor del sol en sentido contrario a todos los demás planetas) y está muy inclinada respecto al plano de nuestro sistema solar.

Cada una de sus aproximaciones cíclicas ha provocado, casi siempre, enormes alteraciones interplanetarias en nuestro sistema solar, tanto en las órbitas como en la conformación de los planetas implicados. Concretamente, fue en uno de sus más tumultuosos cruces donde el majestuoso planeta Tiamat, situado entre Marte y Júpiter, con una masa de casi nueve veces la actual Tierra, rico en agua y con once satélites, fue devastado debido a una colisión épica. Una de las siete lunas orbitantes alrededor de Nibiru impactó en el gigantesco Tiamat, rompiéndolo prácticamente por la mitad y forzando a las dos secciones a moverse en órbitas diferentes. En el cruce sucesivo (el «segundo día» del Génesis), los demás satélites de Nibiru completaron la obra, destruyendo completamente una de las dos partes que se formaron en la primera colisión. Una parte de los detritos generados por los múltiples impactos formaron lo que hoy conocemos como el «cinturón de asteroides» o, como lo llamaban los Sumerios, el «Brazalete Martillado», mientras que otra parte fue absorbida por los planetas vecinos. En concreto, fue Júpiter el que capturó la mayor parte de los detritos, aumentando de forma considerable su masa.

Los satélites que provocaron el desastre, entre ellos los supervivientes del ex-Tiamat, fueron «lanzados» en su mayoría a órbitas externas, formando lo que hoy conocemos como «cometas». La parte que sobrevivió al segundo cruce se ubicó, sin embargo, en una órbita estable entre Marte y Venus, llevándose el último satélite que quedaba y formando así la que hoy conocemos como la Tierra, junto a su inseparable compañera la Luna.

La cicatriz provocada por aquel impacto cósmico, que tuvo lugar hace unos 4 millones de años, es aún hoy parcialmente visible.  La parte dañada del planeta se encuentra, actualmente, completamente cubierta por las aguas de lo que hoy se denomina Océano Pacífico. Éste ocupa una tercera parte de la superficie terrestre, con una extensión de más de 179 millones de kilómetros cuadrados. En toda esta inmensa superficie no existen prácticamente tierras emergidas, tan solo una gran depresión que se extiende hasta profundidades que superan los diez kilómetros.



Actualmente, Nibiru posee una conformación muy similar a la de la Tierra. Dos terceras partes están cubiertas de agua, mientras que el resto está ocupado por un único continente, que se extiende de norte a sur y que posee una superficie total que supera los 100 millones de kilómetros cuadrados. Algunos de sus habitantes, desde hace cientos de miles de años y aprovechando la aproximación cíclica de su planeta al nuestro, nos han visitado regularmente, influyendo en cada ocasión en la cultura, el conocimiento, la tecnología e incluso en la evolución misma de la raza humana. Nuestros predecesores los han llamado de muchas formas, pero quizás el nombre que siempre les ha representado mejor es el de «Dioses».




Nave Espacial Theos – A 1.000.000 Km de Júpiter


Azakis estaba cómodamente tumbado en su oscuro sillón autoconformable, aquél que un viejo amigo Artesano, construyéndolo con sus propias manos, quiso regalarle algunos años antes, con motivo de su primera misión interplanetaria.

«Te traerá suerte», le dijo aquel día. «Te ayudará a relajarte y a tomar las decisiones correctas cuando lo necesites».

Efectivamente, ahí sentado, había tomado muchas decisiones desde entonces y la suerte estuvo a menudo de su parte. Así que se aseguró de llevar consigo aquel preciado recuerdo, sin tener en cuenta muchas de las reglas que impedían su uso, especialmente en una nave estelar de categoría Bousen-1 como en la que se hallaba ahora.



Una estela azulada de humo se alzaba recta y veloz del cigarro que sostenía entre el pulgar y el índice mientras, con la mirada, intentaba recorrer las 4,2 UA[1 - Unidad astronómica. Indica la distancia media entre el Sol y la Tierra igual a 149.597.870,700 Km.] que aún lo separaban de su meta. A pesar de que hiciera ya algunos años que realizaba este tipo de viaje, el encanto de la oscuridad del espacio que lo rodeaba y los millones de estrellas que lo salpicaban eran capaces de raptar sus pensamientos. La gran apertura elíptica, justo frente a su posición, le permitía tener una visión completa de la dirección del viaje y siempre se sorprendía de cómo aquel delgadísimo campo de fuerza era capaz de protegerlo del frío sideral del espacio e impedía que el aire saliera repentinamente, succionado por el vacío absoluto del exterior. La muerte sería prácticamente inmediata.

Aspiró una rápida bocanada del largo cigarro y volvió a mirar en el visor holográfico frente a él, donde aparecía el rostro cansado y sin afeitar de Petri, su compañero de viaje que, al otro lado de la nave, estaba reparando el sistema de control de los conductos de descarga. Se entretuvo un rato distorsionando la imagen, soplando el humo apenas aspirado en el centro, creando así un efecto ondulante que le recordaba mucho a los movimientos sinuosos de las sensuales bailarinas, a las que solía ir a ver cuando finalmente regresaba a su ciudad de origen y podía disfrutar de un poco de descanso bien merecido.



Petri, su amigo y compañero de aventuras, tenía ya casi treinta y dos años y era la cuarta misión de este tipo en la que participaba. Su imponente y maciza complexión inspiraba siempre, a todos aquellos que se lo encontraban, un profundo respeto. Ojos negros como el espacio exterior, cabellos oscuros, largos y desordenados que le llegaban hasta los hombros, casi dos metros treinta de altura, tórax y brazos poderosos capaces de levantar a un Nebir[2 - Mamífero cuadrúpedo de densa piel marrón oscura. De adulto llega a superar los cien kilogramos de peso.] adulto sin esfuerzo y, aun así, tenía el espíritu de un niño. Era capaz de emocionarse viendo florecer una flor de Soel[3 - Rarísima flor de tallo largo con seis pétalos. Cada pétalo tiene la parte central blanca y un color diferente en el iris. Solo se abre dos veces al año, y su perfume es intenso y embriagador.], podía permanecer horas mirando extasiado las olas del mar mientras rompían en las ebúrneas costas del Golfo de Saraan[4 - Golfo situado en el sud del Continente, donde enormes acantilados sobre el mar forman una gran cueva natural. La antigua ciudad de Saraan lo domina con su majestuosidad, convirtiéndolo en uno de los lugares más bellos del planeta.]. Una persona increíble, fiel, leal, dispuesta a dar su vida por él sin dudarlo. Nunca habría partido si no hubiera tenido a Petri a su lado. Era el único en el mundo en el que confiaba ciegamente y al que no traicionaría nunca.



Los motores de la nave, configurados para la navegación dentro del sistema solar, transmitían el clásico y tranquilizador zumbido bifásico. Para sus oídos expertos, ese sonido confirmaba que todo estaba funcionando a la perfección. Con su sensibilidad auditiva habría sido capaz de percibir una variación en las cámaras de intercambio, incluso de tan solo 0,0001 Lasig, mucho antes de que el sofisticadísimo sistema de control automatizado se diera cuenta. Otra razón por la que se le había permitido, desde muy joven, dirigir una nave de categoría Pegasus.

Muchos de sus compañeros habrían dado un brazo por estar ahí, en su lugar. Pero ahora estaba él.



El implante intraocular O^COM materializó frente a él la nueva ruta recalculada.  Era increíble cómo un objeto de pocas micras podía desempeñar todas aquellas funciones. Introducido directamente en el nervio óptico, era capaz de visualizar todo un puente de control, superponiendo la imagen a la realidad que se tenía delante. Al principio, no había sido fácil acostumbrarse a aquella maldita cosa y más de una vez las náuseas habían intentado tomar el control. Sin embargo, ahora no sería capaz de vivir sin él.

Todo el sistema solar giraba a su alrededor con su fascinante majestuosidad. El pequeño punto azul, cercano al gigantesco Júpiter, representaba la posición de su nave y la sutil línea roja, ligeramente más curvada que la anterior ya desvanecida, indicaba la nueva trayectoria de aproximación a la Tierra.

La atracción gravitacional del planeta más grande del sistema era impresionante. Definitivamente, debían mantener una distancia de seguridad y solo la potencia de los dos motores Bousen permitiría a la Theos huir de aquel abrazo mortal.

«Azakis», graznó al comunicador portátil apoyado en la consola ante él, «tenemos que comprobar el estado de las juntas del compartimento seis».

«¿Aún no lo has hecho?», respondió con tono divertido, convencido de que iba a hacer enfadar a su amigo.

«¡Tira ese apestoso cigarro y ven a echarme una mano!», gritó Petri.

Lo sabía.

Había conseguido ponerlo nervioso y eso le encantaba.

«Ya vengo, ya vengo. Estoy llegando, amigo mío, no te cabrees».

«Date prisa, llevo cuatro horas rodeado de esta porquería y no estoy de humor para juegos».

Cascarrabias como de costumbre, pero nada ni nadie habría podido separarlo de él.

Se conocían desde la niñez. Fue él quien, en más de una ocasión, lo salvó de una paliza asegurada (era mucho más grande que los demás niños), interponiéndose con su respetable tamaño entre su amigo y la habitual banda de matones de la que casi siempre era objetivo.

Durante la adolescencia, Azakis no era precisamente la clase de chico por el que las agraciadas representantes del otro sexo se habrían peleado. Siempre vestía demasiado desaliñado, pelo rapado, complexión delgada, constantemente conectado a la Red[5 - Sistema de interconexión global que puede memorizar y distribuir el Saber a nivel  planetario. Todos los habitantes pueden acceder, con varios niveles de profundidad, mediante un sistema neural N^COM, implantado desde el nacimiento en el cerebro, de manera permanente.] de la que absorbía millones de datos a una velocidad diez veces superior a la media. Ya con dieciséis años, gracias a sus notables resultados en los estudios, obtuvo un acceso de nivel C, con la posibilidad de alcanzar conocimientos vetados a casi todos sus coetáneos. El implante neuronal N^COM, que le garantizaba ese tipo de acceso, tenía, sin embargo, alguna pequeña contraindicación. Durante las fases de adquisición, la concentración debía ser casi absoluta y, dado que la mayor parte de su tiempo lo pasaba así, tenía prácticamente siempre una expresión ausente, con la mirada perdida, totalmente ajeno a lo que sucedía a su alrededor. De hecho, todos pensaban que, al contrario de lo que proclamaban los Ancianos, era un poco retrasado.

A él no le importaba.

Su sed de conocimiento no tenía límites. Incluso durante la noche permanecía conectado y, aunque durante el sueño las capacidades de adquisición se redujeran a un triste 1%, precisamente por la necesidad de concentración absoluta, no quería desperdiciar ni siquiera un solo instante de su vida sin tener la posibilidad de aumentar su bagaje cultural.

Se levantó esbozando una leve sonrisa y se dirigió hacia el compartimento seis, donde su amigo lo estaba esperando.




Planeta Tierra – Tell el-Mukayyar – Iraq


Elisa Hunter estaba intentando por enésima vez secar aquella maldita gotita de sudor que, desde la frente, se obstinaba en descender lentamente hacia su nariz, para después zambullirse en la ardiente arena bajo sus pies. Hacía ya varias horas que estaba de rodillas, con su inseparable Trowel Marshalltown[6 - Espátula de arqueólogo creada especialmente para las actividades de excavación.] raspando delicadamente el terreno intentando sacar a la luz, sin dañarla, lo que parecía ser la parte superior de una lápida. No obstante, esta idea no le había convencido desde un principio. En las inmediaciones del Zigurat de Ur[7 - Construcción en forma de torre compuesta por troncos de pirámide superpuestos en pisos (pirámide escalonada).], donde desde hace casi dos meses, gracias a su fama de arqueóloga y de experta conocedora del idioma Sumerio, le permitieron trabajar, se habían encontrado muchas tumbas desde las primeras excavaciones realizadas a principios del siglo XX, pero nunca, en ninguna de ellas, había aparecido un artefacto de ese tipo. Dada la particular forma cuadrada y el importante tamaño, más que un sarcófago, parecía la «tapa» de alguna clase de contenedor sepultado ahí hace miles de años, para proteger o esconder quién sabe qué.

Por desgracia, al haber desenterrado, hasta el momento, solo una porción de la parte superior, aún no había sido capaz de establecer la altura del supuesto contenedor. Las incisiones cuneiformes, que recubrían toda la superficie visible de la tapa, no se parecían a nada que jamás hubiese visto.

Para traducirlas habrían sido necesarios varios días y otras tantas noches insomnes.



«Doctora».

Elisa levantó la cabeza y, apoyando la mano derecha justo encima de los ojos para protegerse del sol, vio a su ayudante Hisham venir hacia ella a paso ligero.

«Doctora», repitió el hombre, «hay una llamada para usted de la base. Parece urgente».

«Ya voy. Gracias Hisham».

Aprovechó el parón forzado para tomar un sorbo de agua, ya casi hirviendo, de la cantimplora que llevaba siempre sujeta a la cintura.



Una llamada de la base… Solo podía significar problemas.



Se levantó, sacudió sus pantalones levantando una nube de polvo y se dirigió decidida hacia la tienda que funcionaba como campamento base para la investigación.

Abrió la cremallera que cerraba la tienda de campaña y entró. Hicieron falta unos segundos para que sus ojos se acostumbraran al cambio de luminosidad, pero esto no le impidió reconocer, en el monitor, las facciones del coronel Jack Hudson que, con aire siniestro, miraba al vacío esperando su respuesta.



El coronel era oficialmente el responsable de la escuadra estratégica antiterrorismo destinada en Nassiriya, pero su misión real era la de coordinar una serie de investigaciones científicas contratadas y controladas por un misterioso departamento. ELSAD[8 - Extraterrestrial Lifeforms Search and Discovery.]. Dicho departamento estaba rodeado del usual misterio que envuelve todas las estructuras de ese tipo. Casi nadie conocía exactamente el objetivo y la finalidad de todo el tinglado. Solo se sabía que el cuartel general de la operación respondía directamente ante el Presidente de los Estados Unidos de América.

En realidad, a Elisa no le importaba demasiado todo esto. El verdadero motivo por el que había decidido aceptar la oferta, y participar en una de las expediciones, era que finalmente podía volver al lugar que más amaba del mundo, haciendo un trabajo que le encantaba y en el que, a pesar de su relativa corta edad (treinta y ocho años), era una de las mejores y más cotizadas del sector.



«Buenas tardes coronel», dijo exhibiendo su mejor sonrisa, «¿A qué debo este honor?»

«Doctora Hunter, déjese de formalidades. Conoce perfectamente el motivo de mi llamada.  El permiso que se le ha concedido para realizar su trabajo caducó hace dos días y usted no puede seguir allí».

Su voz era firme y decidida. En esta ocasión, ni siquiera su indiscutible atractivo iba a ser suficiente para conseguir una nueva prórroga. Así que decidió jugarse su última carta.



Desde que la coalición encabezada por los Estados Unidos decidiera, el 23 de Marzo de 2003, invadir Iraq con el propósito de destituir al dictador Saddam Hussein, acusado de poseer armas de destrucción masiva (acusación que resultó ser infundada) y de apoyar al terrorismo islámico, en Irak todas las investigaciones arqueológicas, ya bastante complicadas en tiempos de paz, habían sufrido un estancamiento. Solo el cese oficial de las hostilidades, el 15 de Abril de 2004, había reavivado la esperanza de los arqueólogos de todo el mundo de poder acercarse a uno de los lugares desde donde, supuestamente, las civilizaciones más antiguas de la historia se habían desarrollado y habían difundido su cultura en todo el mundo.  La decisión de las autoridades iraquíes, a finales de 2011, de abrir nuevamente a las excavaciones algunos lugares de valor histórico inestimable para «continuar valorando el propio patrimonio cultural», había finalmente transformado la esperanza en certeza. Bajo el amparo de la ONU y con numerosas autorizaciones firmadas previamente y refrendadas por un incalculable número de «autoridades», algunos grupos de investigadores seleccionados y supervisados por comisiones específicas, podían operar, con carácter temporal, en las principales áreas de interés arqueológico del territorio iraquí.



«Querido coronel», dijo, acercándose todo lo posible a la webcam para que sus grandes ojos verde esmeralda obtuvieran el efecto que esperaba, «tiene usted toda la razón».

Sabía muy bien que dar inicialmente la razón a su interlocutor lo predisponía de forma más positiva.

«Pero…estamos tan cerca».

«¿Cerca de qué?», gritó el coronel levantándose de la silla y apoyando los puños sobre el escritorio. «Hace semanas que me repite la misma historia. No estoy dispuesto a seguir confiando en usted sin ver con mis propios ojos algo sólido».

«Si me concede el honor de acompañarme esta noche durante la cena, estaré encantada de mostrarle algo que le devolverá la esperanza. ¿Qué le parece?»

Sus blanquísimos dientes, brillando en una espléndida sonrisa, y el jugueteo con su rubio y largo cabello hicieron el resto. Estaba segura de que lo había convencido.

El coronel frunció el ceño intentando mantener una mirada enfurecida, pero incluso él sabía que no se podía resistir a aquella propuesta.  Elisa siempre le había gustado y una cena para dos le intrigaba muchísimo.

También él, a pesar de sus cuarenta y ocho años, aún era un hombre atractivo. Físico atlético, rasgos marcados, pelo corto canoso, mirada firme y decidida sostenida por ojos de un color azul intenso, con una excelente cultura general que le permitía mantener discusiones sobre innumerables temas, todo ello junto al indiscutible atractivo del uniforme, lo convertía en un hombre considerablemente «interesante».

«Vale», resopló el coronel, «pero si esta noche no me trae algo impresionante, ya puede comenzar a recoger toda su chatarra y a hacer la maleta». Intentó utilizar el tono más autoritario que pudo, pero no le salió demasiado bien.

«Esté preparada a las 20:00 horas. Un coche le recogerá en el hotel», y cortó la comunicación algo arrepentido de no haberse, ni siquiera, despedido de ella.



Tengo que darme prisa. Me quedan solo algunas horas hasta que oscurezca.



«Hisham», gritó asomándose a la tienda, «rápido, reúne a todo el equipo. Necesito toda la ayuda posible».

Recorrió, a paso ligero, los pocos metros que la separaban de la zona de excavación, dejando tras ella una serie de nubes de polvo. En cuestión de minutos, todos se reunieron alrededor de ella a la espera de órdenes.

«Tú, por favor, quita la arena de aquella esquina», ordenó indicando el lado de la piedra más alejado de ella. «Y tú, ayúdalo. Por favor, tened mucho cuidado. Si es lo que creo, esta cosa nos salvará el culo».




Nave Espacial Theos – Órbita de Júpiter


El pequeño, pero extremadamente cómodo, módulo esférico de transferencia interna estaba recorriendo, a una velocidad media de 10 m/s, el conducto número tres, que conduciría a Azakis a la entrada del compartimento, donde lo esperaba su compañero Petri.



La Theos, también con forma esférica y con un diámetro de noventa y seis metros, contaba con dieciocho conductos tubulares, cada uno con una longitud de unos trescientos metros que, como meridianos, fueron construidos a una distancia de diez grados el uno del otro y cubrían toda la circunferencia. Cada uno de los veintitrés niveles, de cuatro metros de altura, excepto por la cabina central (nivel undécimo) que medía el doble, era fácilmente alcanzable gracias a las “paradas” que cada conducto tenía en cada planta. En la práctica, para recorrer la distancia entre los puntos más alejados de la nave, se tardaba como máximo quince segundos.



El frenazo del módulo fue casi imperceptible. La puerta se abrió con un ligero silbido y tras ella apareció Petri, de pie con las piernas separadas y los brazos cruzados.

«Hace horas que te espero», dijo con un tono claramente poco creíble. «¿Has terminado de saturar los filtros del aire con esa porquería maloliente que siempre llevas encima?». La alusión a su cigarro fue muy sutil.

Ignorando, con una sonrisita, la provocación, Azakis sacó del cinturón el analizador portátil y lo activó con un gesto del pulgar.

«Aguántame esto y démonos prisa», dijo pasándole con una mano el aparato, mientras con la otra intentaba colocar el sensor dentro del conector de su derecha. «La llegada está prevista para dentro de unas 58 horas y estoy muy preocupado».

«¿Por qué?», preguntó ingenuamente Petri.

«No lo sé. Tengo la sensación de que nos espera una desagradable sorpresa».

El instrumento que Petri tenía en la mano empezó a emitir una serie de sonidos de diferentes frecuencias. Lo observó sin tener ni idea de lo que indicaban. Levantó la mirada hacia el rostro de su amigo buscando alguna señal, pero no la encontró. Azakis, moviéndose con mucho cuidado, movió el sensor a la otra conexión. El analizador emitió una nueva serie de sonidos indescifrables. Después, solo silencio. Azakis cogió el instrumento de la mano de su compañero, observó atentamente los resultados y a continuación sonrió.

«Todo en orden. Podemos proceder».

Sólo entonces, Petri se dio cuenta de que hacía ya rato que había dejado de respirar. Echó todo el aire y notó una cierta sensación de relajación. Un fallo, incluso mínimo, de uno de aquellos conectores, podría comprometer irremediablemente su misión, obligándoles a volver lo más rápidamente posible. Era lo último que quería. Ya casi lo habían conseguido.

«Voy a asearme», dijo Petri, intentando sacudirse el polvo de encima. «La visita a los conductos de descarga siempre es así…», y torciendo el labio superior añadió, «¡instructiva!».

Azakis sonrió. «Nos vemos en la cubierta».

Petri llamó a la cápsula y un segundo después, ya había desaparecido.

El sistema central comunicó que ya habían pasado la órbita de Júpiter sin ningún problema y que se estaban dirigiendo sin incidentes hacia la Tierra. Con un leve pero rápido movimiento de los ojos hacia la derecha, Azakis pidió a su O^COM que le mostrara de nuevo la ruta. El puntito azul que se movía en la línea roja ahora se había desplazado un poco hacia la órbita de Marte. La cuenta atrás que indicaba el tiempo previsto para la llegada indicaba 58 horas exactas y la velocidad de la nave era de 3.000 Km/s. Cada vez estaba más nervioso. Después de todo, esta nave en la que viajaba, era la primera nave espacial equipada con los nuevos motores Bousen, con un diseño completamente diferente a los anteriores. Los diseñadores afirmaban que se podía impulsar la nave a una velocidad parecida a una décima parte de la de la luz. No se había arriesgado aún a llegar a tanto. Por el momento, 3.000 Km/s, le parecían más que suficientes para un viaje inaugural.

De los cincuenta y seis miembros de la tripulación que normalmente deberían alojarse en la Theos, para esta primera misión habían sido seleccionados solo ocho, incluyendo a Petri y Azakis. Los motivos expuestos por los Ancianos no fueron demasiado exhaustivos. Se limitaron a sentenciar que, debido a la naturaleza del viaje y del destino, podían aparecer dificultades y, por lo tanto, era mejor no poner en peligro demasiadas vidas inútilmente.



Entonces, ¿nosotros somos sacrificables? ¿Qué clase de explicación era esa? Siempre pasaba lo mismo. Cuando había que arriesgar el pellejo, ¿a quién enviaban? A Azakis y a Petri.



En el fondo, su inclinación a la aventura e incluso la considerable habilidad que tenían para resolver situaciones “complicadas”, les habían permitido obtener todo tipo de ventajas muy interesantes.

Azakis vivía en un enorme edificio de la hermosa ciudad de Saraan, ubicada en el sur del Continente, que los Artesanos de la ciudad habían utilizado, hasta poco tiempo antes, como almacén. Él, gracias a las “influencias”, había podido tomar posesión y tener el permiso para modificarlo a su gusto.

La pared sur había sido sustituida completamente por un campo de fuerza parecido al que utilizaba en su nave espacial, de manera que podía admirar, directamente desde su inseparable sillón autoconformable, el maravilloso golfo que se extendía a sus pies. Si era necesario, toda la pared podía transformarse en un gigantesco sistema tridimensional, donde podían visualizarse al mismo tiempo hasta doce transmisiones simultáneas de la Red. En más de una ocasión, este sofisticado sistema de control y gestión le había permitido recoger con mucha antelación información decisiva, permitiéndole así resolver brillantemente algunas   crisis de magnitud considerable. No podría renunciar a él.

Toda un ala del ex-almacén había sido reservada para su colección de “souvenirs” recogidos en cada una de sus misiones hechas durante años alrededor del espacio. Cada uno de ellos le recordaba algo concreto y cada vez que se encontraba en medio de aquel absurdo revoltijo de extrañísimos objetos, no podía parar de dar gracias a su buena suerte y, sobre todo, a su fiel amigo, que más de una vez le había salvado el pellejo.

Petri, sin embargo, a pesar de haber destacado brillantemente en los estudios, no era un amante de la alta tecnología. Aunque fuera capaz de pilotar sin dificultad prácticamente todo tipo de aeronaves, conociera a la perfección todos los modelos de armas y todos los sistemas de comunicación local e interplanetaria, prefería, a menudo, confiar en su instinto y en sus habilidades manuales para resolver los problemas que se le presentaban. Más de una vez, ante él, lo había visto transformar, en poquísimo tiempo, una masa amorfa de chatarra en un medio de locomoción o en una temible arma de defensa. Era increíble, era capaz de construir cualquier cosa que necesitara. Esto se lo debía en parte a lo que había heredado de su padre, un hábil Artesano, pero, sobre todo, a su gran pasión por las Artes. Desde joven, de hecho, había admirado cómo las habilidades manuales de los Artesanos eran capaces de transformar la materia inerte en objetos de gran utilidad y en tecnología, manteniendo siempre intacta la “belleza” en su interior.



Un sonido desagradable, intermitente y a un alto volumen, le sobresaltó, devolviéndolo inmediatamente a la realidad. La alarma automática de proximidad se había activado de forma repentina.




Nassiriya – El hotel


El hotel no era precisamente un “cinco estrellas” pero, para ella, acostumbrada a pasar semanas en una tienda en medio del desierto, la ducha sola podía considerarse un lujo. Elisa dejó que el chorro caliente y restaurador que caía le masajeara el cuello y los hombros. Su cuerpo pareció agradecerlo mucho, y una serie de agradables escalofríos recorrieron varias veces su espalda.



Te das cuenta de lo importantes que son algunas cosas solo cuando ya no las tienes.



Después de solo diez minutos, se decidió a salir de la ducha. El vapor había empañado el espejo que estaba mal colgado, claramente torcido. Intentó enderezarlo, pero en cuanto lo soltó, volvió a su posición oblicua original. Decidió ignorarlo. Con el borde de la toalla limpió el agua que se había depositado en él y se admiró. Hacía unos años, le habían propuesto trabajar de modelo e incluso de actriz. Tal vez ahora podría ser una diva del cine o la mujer de un rico jugador de fútbol, pero el dinero nunca le había llamado la atención. Prefería sudar, comer polvo, estudiar textos antiguos y visitar lugares remotos. Siempre había tenido la aventura corriéndole por las venas, y la emoción que le provocaba el descubrimiento de un objeto antiguo, sacar a la luz vestigios de hacía miles de años, no podía compararse con nada más.

Se acercó al espejo, demasiado, y vio aquellas malditas arrugas a ambos lados de los ojos. La mano se coló automáticamente en el neceser y sacó una de esas cremas que “te quitan diez años en una semana”. Se la untó con cuidado en el rostro y se observó atentamente. ¿Qué pretendía? ¿Un milagro? Después de todo, el efecto era visible solo pasados “siete días”.

Sonrió por ella y por todas las mujeres que se dejaban embaucar por la publicidad.

El reloj, colgado en la pared sobre la cama, indicaba las 19:40. Nunca conseguiría estar preparada en solo veinte minutos.

Se secó lo más rápido posible, dejando ligeramente mojados los largos cabellos rubios y se plantó frente al armario de madera oscura, donde guardaba los pocos vestidos elegantes que había conseguido llevarse. En otro momento, habría sido capaz de pasar horas para elegir el vestido apropiado para la ocasión, pero esa noche la elección debía ser rápida. Optó, sin pensar demasiado, por el vestido negro corto. Era muy elegante, considerablemente sexy, pero sin ser vulgar, con un generoso escote que sin duda realzaba su exuberante talla noventa. Lo cogió y, con un elegante gesto de la mano, lo lanzó a la cama.

19:50. Aunque fuera una mujer, odiaba llegar tarde.

Se asomó por la ventana y vio un SUV oscuro, increíblemente brillante, justo delante de la puerta del hotel. El que debía ser el chófer, un chico joven vestido con ropa militar, estaba apoyado en el capó y pasaba la espera fumando tranquilamente un cigarro.

Hizo todo lo que pudo por realzar sus ojos con lápiz y máscara de pestañas, se pasó rápidamente el carmín por los labios y, mientras intentaba extenderlo uniformemente lanzando besos al vacío, se colocó sus pendientes preferidos, luchando bastante para encontrar los agujeros.

Efectivamente, hacía ya mucho tiempo que no salía de noche. El trabajo la forzaba a viajar por todo el mundo y no había sido capaz de encontrar una persona para una relación estable, que durara más de unos meses. El instinto maternal innato que toda mujer tiene y que había hábilmente ignorado desde que era adolescente, ahora, al aproximarse la fecha de caducidad biológica, se dejaba notar cada vez más a menudo. Quizás había llegado el momento de formar una familia.

Eliminó lo más rápidamente posible ese pensamiento. Se puso el vestido, se calzó el único par de zapatos de doce centímetros de tacón que había llevado y, con amplios movimientos, se roció ambos lados del cuello con su perfume preferido. Foulard de seda, gran bolso negro. Estaba lista. Una última comprobación ante el espejo colgado en la pared, cerca de la puerta y manchado en varios puntos, le confirmó la perfección de su atuendo. Giró la cabeza y salió con aire satisfecho.

El joven chofer, después de recolocar el mentón, que se le había caído al ver a Elisa saliendo con paso de modelo del hotel, en su sitio, tiró el segundo cigarro que acababa de encender y corrió a abrirle la puerta del coche.

«Buenas noches, doctora Hunter. ¿Podemos partir?», preguntó con aire titubeante el militar.

«Buenas noches», respondió ella poniendo a prueba su maravillosa sonrisa. «Estoy lista».

«Gracias por llevarme», añadió mientras subía al coche, sabiendo perfectamente que su falda se levantaría ligeramente y mostraría una parte de sus piernas al avergonzado militar.

Siempre le había encantado sentirse admirada.




Nave Espacial Theos – Alarma de proximidad


El sistema O^COM materializó inmediatamente frente a Azakis un extraño objeto cuyos bordes, debido a la baja resolución obtenida por los sensores de largo alcance que lo detectaban, no estaban bien definidos. Definitivamente estaba en movimiento y avanzaba claramente hacia ellos. El sistema de alarmas de proximidad informaba de que la probabilidad de impacto entre la Theos y el objeto desconocido era superior al 96% si ninguno de los dos modificaba su ruta.

Azakis se apresuró a entrar en el módulo de transferencia más cercano. «Cubierta», ordenó categóricamente al sistema de control automatizado.

Después de cinco segundos, la puerta se abrió silbando y en la gran pantalla central de la sala de mandos aparecía, aún muy desenfocado, el objeto que se encontraba en trayectoria de colisión con la nave.

Casi al mismo tiempo, otra puerta cerca de él se abrió y entró Petri sin aliento.

«¿Qué demonios está sucediendo?», preguntó el amigo. «No debería haber meteoritos en esta zona», exclamó asombrado, observando también la gran pantalla.

«No creo que sea un meteorito».

«Y si no es un meteorito, ¿entonces qué es?», preguntó Petri visiblemente preocupado.

«Si no corregimos inmediatamente la trayectoria, lo podrás ver con tus propios ojos, cuando nos lo encontremos clavado en la cubierta».

Petri toqueteó inmediatamente los mandos de navegación y configuró una ligera variación de trayectoria respecto a la establecida anteriormente.

«Impacto en 90 segundos», comunicó sin emociones la cálida voz femenina del sistema de alarmas de proximidad. «Distancia del objeto: 276.000 kilómetros, acercándose».

«¡Petri, haz algo, y hazlo rápido!», gritó Azakis.

«Ya lo estoy haciendo, pero esa cosa va demasiado rápida».

La estimación de la probabilidad de impacto, visible en la pantalla a la derecha del objeto, descendía lentamente. 90%, 86%, 82%.

«No lo conseguiremos», dijo Azakis con un hilo de voz.

«Amigo mío, aún tiene que nacer un “objeto misterioso” capaz de destrozar mi nave», afirmó Petri con una sonrisa diabólica.

Con una maniobra que les hizo perder el equilibrio momentáneamente, Petri impuso a los dos motores Bousen una instantánea inversión de la polaridad. La nave espacial tembló durante un largo instante y solo el sofisticado sistema de gravedad artificial, procediendo a compensar inmediatamente la variación, impidió que toda la tripulación acabara estampada en la pared de delante.

«Buena jugada», exclamó Azakis dando una fuerte palmada en la espalda de su amigo. «Pero ahora, ¿cómo pretendes parar la rotación?» Los objetos a su alrededor habían empezado a elevarse y a girar descontroladamente en la habitación.

«Dame un segundo», dijo Petri sin dejar de presionar botones y juguetear con los mandos.

«Solo necesito conseguir…», una serie de gotas de sudor estaban cayendo lentamente por su frente.

«Abrir la…», continuó, mientras todo lo que había en la habitación revoloteaba sin control. Incluso ellos dos empezaron a levantarse del suelo. El sistema de gravedad artificial no podía seguir compensando la inmensa fuerza centrífuga que se estaba generando. Cada vez eran más ligeros.

«La… la… ¡compuerta tres!», gritó finalmente Petri, mientras todos los objetos caían al mismo tiempo al suelo. Un pesado contenedor de residuos golpeó a Azakis exactamente entre la tercera y la cuarta costilla, provocando que emitiera un sordo lamento. Petri, desde el medio metro de altura donde se encontraba, cayó bajo el cuadro de mandos, asumiendo una pose muy poco natural y totalmente ridícula.

La estimación de la probabilidad de impacto había descendido al 18% y continuaba descendiendo rápidamente.

«¿Todo bien?», se apresuró en confirmar Azakis, intentando disimular el dolor del lado golpeado.

«Sí, sí. Estoy bien», respondió Petri, intentando levantarse.

Un instante después, Azakis estaba contactando el resto de la tripulación, que informaron inmediatamente a su comandante de la ausencia de daños a cosas o personas.

La maniobra realizada había desviado ligeramente a la Theos de la trayectoria anterior, y la depresión provocada por la apertura de la compuerta había sido inmediatamente compensada por el sistema automatizado.



6%, 4%, 2%.

«Distancia del objeto: 60.000 Km», comunicó la voz.



Ambos estaban conteniendo la respiración, esperando llegar a la distancia de 50.000 Km a partir de la cual se activarían los sensores de corto alcance. Aquellos instantes parecieron interminables.

«Distancia del objeto: 50.000 Km. Sensores de corto alcance activados».

La figura desenfocada frente a ellos se definió de repente. El objeto apareció claramente en la pantalla, haciendo visible cada detalle. Los dos amigos se giraron al mismo tiempo, con los ojos desorbitados, buscando cada uno la mirada del otro.

«¡Increíble!», exclamaron al unísono.




Nassiriya – Restaurante Masgouf


El coronel Hudson caminaba nervioso, hacia delante y hacia atrás, a lo largo de la diagonal del descansillo de la sala principal del restaurante. Miraba casi cada minuto el reloj táctico que llevaba siempre en la muñeca izquierda y que no se quitaba jamás, ni siquiera para dormir. Estaba entusiasmado como un adolescente en su primera cita.

Para pasar la espera, pidió un Martini con hielo y una rodaja de limón al bigotudo camarero que, por debajo de las pobladas cejas, lo observaba con curiosidad, mientras secaba lentamente unos vasos de tubo.

Lógicamente, el alcohol no estaba permitido en los países islámicos, pero, esa noche, se hizo una excepción. El pequeño restaurante se había reservado por completo para los dos.

El coronel, después de haber terminado la conversación con la doctora Hunter, había contactado inmediatamente al dueño del local, solicitando expresamente el plato especial Masgouf, que daba nombre al restaurante. Debido a la dificultad para encontrar el ingrediente principal, el esturión del Tigris, quería asegurarse de que el local tuviera suficiente. Además, sabiendo que se necesitaban al menos dos horas para su preparación, deseaba que todo se cocinara sin prisas y con una perfección absoluta.

Para la velada, teniendo de cuenta que el uniforme de camuflaje no habría sido adecuado para la situación, había decidido desempolvar su traje oscuro de Valentino, combinado con una corbata de seda de estilo Regimental con rayas grises y blancas. Los zapatos negros, relucientes como solo un militar sabía dejarlos, también eran italianos. Por supuesto, el reloj táctico no pegaba absolutamente nada, pero era incapaz de prescindir de él.



«Están llegando». La voz ronca salió del receptor, muy parecido a un teléfono móvil, que tenía en el bolsillo interior de la chaqueta. Lo apagó y miró fuera, a través del cristal de la puerta.

El enorme coche oscuro esquivó una bolsa de cartón que, empujada por la ligera brisa vespertina, rodaba suavemente en medio de la calle. Con una rápida maniobra, paró el coche justo delante de la entrada del restaurante. El conductor esperó a que el polvo levantado por el automóvil se depositara de nuevo en el suelo, después salió con precaución del coche. Al auricular semi-escondido en su oreja derecha llegaron una serie de “despejado”. Miró con atención todas las posiciones anteriormente establecidas, hasta que estuvo seguro de haber identificado a todos sus camaradas que, en posición de combate, se ocuparían de la seguridad de los dos comensales durante toda la duración de la cena.

La zona era segura.

Abrió la puerta trasera y, ofreciendo delicadamente la mano derecha, ayudó a su invitada a bajar.

Elisa, agradeciendo al militar su amabilidad, salió suavemente del coche. Dirigió la mirada hacia arriba y, mientras llenaba los pulmones con el limpio aire de la noche, se regaló un instante para contemplar el magnífico espectáculo que solo el cielo estrellado del desierto podía ofrecer.

El coronel permaneció, durante un momento, indeciso sobre si salir a encontrarse con ella o permanecer en el interior del local a la espera de su entrada. Al final eligió quedarse sentado, intentando disimular lo mejor posible su agitación. Entonces, con aire indiferente, se acercó a la barra, se sentó en un taburete alto, apoyó el codo izquierdo en la tabla de madera oscura, hizo girar un poco el licor que quedaba en su vaso y se detuvo a observar la semilla del limón que se depositaba lentamente en el fondo.

La puerta se abrió con un leve chirrido y el militar conductor se asomó para comprobar que todo estuviera en orden. El coronel hizo una leve señal con la cabeza y el acompañante introdujo a Elisa en el interior, cediéndole el paso con un amplio gesto de la mano.

«Buenas noches, doctora Hunter», dijo el coronel levantándose del taburete y luciendo su mejor sonrisa. «¿Ha sido agradable el viaje?».

«Buenas tardes, coronel», respondió Elisa con una sonrisa no menos deslumbrante. «Todo bien, gracias. Su chófer ha sido muy amable».

«Puede irse, gracias», dijo con voz autoritaria el coronel, dirigiéndose al acompañante que saludó militarmente, giró sobre sus talones y desapareció en la noche.

«¿Un aperitivo, doctora?», preguntó el coronel, llamando con un gesto de la mano al bigotudo camarero.

«Lo mismo que está tomando usted», respondió inmediatamente Elisa, indicando el vaso de Martini que el coronel aún tenía en la mano. A continuación, añadió: «Puede llamarme Elisa, coronel, lo prefiero».

«Perfecto. Y tu llámame Jack. “Coronel” dejémoslo para mis soldados».



Es un buen comienzo, pensó el coronel.



El camarero preparó con cuidado el segundo Martini y lo sirvió a la recién llegada. Ella acercó su vaso al del coronel y brindó.

«Salud», exclamó alegremente y bebió un buen sorbo.

«Elisa, tengo que decirte que esta noche estás realmente hermosa», dijo el coronel deslizando rápidamente la mirada desde la cabeza hasta los pies de su invitada.

«Bueno, tú tampoco estás nada mal. El uniforme también tiene su encanto, pero yo te prefiero así», dijo sonriendo maliciosamente e inclinando un poco la cabeza hacia un lado.

Jack, un poco avergonzado, dirigió su atención al contenido del vaso que tenía en la mano. Lo observó durante un instante, luego se lo bebió todo de golpe.

«¿Nos sentamos en nuestra mesa?».

«Buena idea – exclamó Elisa. – Estoy hambrienta».

«He pedido preparar la especialidad de la casa. Espero que sea de tu agrado».

«No, no me digas que has conseguido que nos preparen el Masgouf», exclamó asombrada, abriendo un poco más sus maravillosos ojos verdes. «Es prácticamente imposible encontrar esturión del Tigris en este periodo».

«Para una invitada como tú, solo puedo pedir lo mejor», dijo complacido el coronel, viendo que su elección había sido apreciada. Le ofreció delicadamente la mano derecha y le invitó a seguirlo. Ella, sonriendo maliciosamente, se la estrechó y se dejó acompañar a la mesa.

El local estaba finamente decorado siguiendo el estilo típico del lugar. Luz cálida y difusa, amplias cortinas que recubrían casi todas las paredes y descendían desde el techo. Una gran alfombra con dibujos Eslimi Toranjdar recubría casi todo el suelo, mientras otras más pequeñas estaban colocadas en las esquinas de la habitación, enmarcándolo todo. Sin duda, la tradición habría querido que la comida se consumiera estirados en el suelo sobre cómodos y suaves cojines, pero, como buen occidental, el coronel había preferido una mesa “clásica”. Esta también había sido decorada con atención y los colores elegidos para el mantel combinaban perfectamente con el resto del local. Un fondo musical, donde un Darbuka[9 - Instrumento musical de percusión del grupo de los membranófonos.] acompañaba a ritmo Masqum[10 - Ritmo musical en 4/4 de origen Muwashah.] la melodía de un Oud[11 - Instrumento de cuerda de la familia de los laúdes de mango corto.], llenaba delicadamente todo el ambiente.



Una velada perfecta.



Un camarero alto y delgado se acercó educadamente y, con una reverencia, invitó a los dos comensales a sentarse. El coronel acomodó primero a Elisa y se ocupó de acercarle la silla, luego se sentó frente a ella, teniendo cuidado de no deslizar la corbata en el plato.

«Es realmente bonito este sitio», dijo Elisa mirando alrededor.

«Gracias», dijo el coronel. «Tengo que confesar que tenía miedo de que no te gustara. Luego me he acordado de tu pasión por estos lugares y he pensado que podría ser la mejor opción».

«¡Has acertado de pleno!», exclamó Elisa mostrando de nuevo su maravillosa sonrisa.

El camarero destapó una botella de champán y, mientras llenaba las copas de ambos, llegó otro con una bandeja en la mano diciendo: «Para comenzar, disfruten de un Mosto-o-bademjun[12 - Mousse de berenjenas y yogur.]».

Los dos comensales se miraron complacidos, cogieron las dos copas y volvieron a brindar.



A unos cien metros del local, dos extraños personajes dentro de un coche oscuro toqueteaban un sofisticado sistema de vigilancia.

«¿Has visto cómo el coronel se liga a la chica?», dijo sonriendo desdeñosamente aquel con claro sobrepeso, que se encontraba en el asiento del conductor, mientras mordía un enorme sandwich y se llenaba de migas de pan los pantalones.

«Ha sido una gran idea poner el transmisor en el pendiente de la doctora», respondió el otro, mucho más delgado, con ojos grandes y oscuros, mientras bebía café en un gran vaso de papel marrón. «Desde aquí podemos escuchar perfectamente todo lo que hablan».

«Intenta no liarla y grábalo todo», le regañó el otro, «de lo contrario, nos obligarán a comernos los pendientes en el desayuno.

«No te preocupes. Conozco perfectamente este aparato. No se nos escapará ni siquiera un susurro».

«Tenemos que intentar descubrir lo que realmente ha descubierto la doctora», añadió el gordo. «Nuestro jefe ha invertido muchísimo dinero para seguir en secreto esta investigación».

«No habrá sido fácil, dada la imponente estructura de seguridad que ha montado el coronel». El tipo delgado levantó la mirada hacia el cielo con aire soñador, luego añadió: «Si me hubieran dado a mí solo la milésima parte de ese dinero, ahora estaría tumbado bajo una palmera en Cuba, con la única preocupación de elegir entre un Margarita o una Piña Colada».

«Y quizás junto a un montón de chicas en bikini que te extienden la crema solar», dijo el gordinflón, explotando después en una enérgica risa, mientras el temblor de la gran barriga hacía caer parte de las migas que se habían depositado ahí antes.



«Este entremés está exquisito». La voz de la doctora salía, algo distorsionada, del pequeño altavoz colocado en el salpicadero. «Tengo que confesarte que no creía que, detrás de ese aspecto de militar rudo, se pudiera esconder un hombre tan refinado».

«Bueno, gracias Elisa. Yo tampoco habría pensado nunca que una doctora tan cualificada pudiera ser, además de hermosa, tan amable y simpática», dijo la voz del coronel, un poco distorsionada, pero con un volumen algo más bajo.

«Escucha cómo coquetean», exclamó el grandullón en el asiento del conductor. «Yo creo que acabarán en la cama».

«No estoy tan seguro», afirmó el otro. «Nuestra doctora es mucho más lista y no creo que una cena y algún que otro piropo sean suficientes para conseguir que caiga en sus brazos».

«Diez dólares a que esta noche lo consigue», dijo el gordinflón alargando la mano derecha hacia el colega.

«Ok, acepto», exclamó el otro estrechando la gran mano que tenía delante.




Nave espacial Theos – El objeto misterioso


El objeto que se materializó ante los dos estupefactos compañeros de viaje estaba claro que no era nada que la naturaleza, incluso con su infinita fantasía, pudiera crear por sí misma. Parecía una especie de flor metálica con tres largos pétalos, sin tallo, con un pistilo central de forma ligeramente cónica. La parte trasera del pistilo tenía forma de prisma hexagonal, con la superficie de la base ligeramente más grande que la del cono situado en la parte opuesta y que servía de soporte para toda la estructura. Desde los tres lados equidistantes del hexágono salían los pétalos rectangulares, con una longitud de al menos cuatro veces la de la base.

«Parece una especie de viejo molino de viento, como los que se utilizaban hace siglos en las grandes praderas del este», exclamó Petri sin separar, ni siquiera un momento, los ojos del objeto que se visualizaba en la gran pantalla.

Un escalofrío recorrió la espalda de Azakis, mientras recordaba algunos viejos prototipos que los Ancianos le habían sugerido estudiar antes de partir.

«Es una sonda espacial», afirmó con decisión Azakis. «He visto algunas, hechas más o menos así, en los viejos archivos de la Red», prosiguió, mientras se apresuraba en recoger mediante N^COM toda la información posible sobre el tema.

«¿Una sonda espacial?», preguntó Petri, mientras se giraba con aire sorprendido hacia el compañero. «Y, ¿cuándo se supone que la hemos lanzado?».

«No creo que sea nuestra».

«¿No es nuestra? ¿Qué quieres decir, amigo mío?».

«Quiero decir, que no ha sido ni construida ni lanzada por ninguno de nosotros, los habitantes del planeta Nibiru».

La cara de Petri se volvía cada vez más desconcertada. «¿Qué quieres decir? No me digas que tú también crees en esas tonterías de los alienígenas, ¿eh?».

«Lo que sé es que nada como esto ha sido construido jamás en nuestro planeta. He revisado todo el archivo de la Red y no hay ninguna coincidencia con el objeto que tenemos delante. Ni siquiera en los proyectos que no se han realizado nunca».

«¡No es posible!», exclamó Petri. «Tu N^COM tiene que estar desfasado. Vuelve a comprobarlo».

«Lo siento Petri. Ya lo he comprobado dos veces y estoy totalmente seguro de que esta obra no es nuestra».

El sistema de visión de corto alcance generó una imagen tridimensional del objeto, recreándolo minuciosamente hasta en los más pequeños detalles. El holograma flotaba ligeramente en el centro de la sala de mandos, suspendido aproximadamente a medio metro del suelo.

Petri, con un movimiento de la mano derecha, empezó a girarlo lentamente, examinando con atención cada mínimo detalle.

«Parece estar hecho de una aleación metálica muy ligera», dijo Petri, con un tono bastante más técnico respecto al de sorpresa inicial. «La alimentación de los motores tiene que estar suministrada por esos tres pétalos, que parecen cubiertos por una especie de material sensible a la luz solar». Por fin había empezado a toquetear los controles del sistema. «El pistilo tiene que ser una especie de antena de radio y en el prisma hexagonal está, sin duda, el “corazón” de esta cosa».

Petri movía cada vez más rápido el holograma, girándolo en todas las direcciones. De repente se paró y exclamó: «Mira aquí. Según tú, ¿qué es esto?», preguntó mientras procedía a ampliar el detalle.

Azakis se acercó todo lo que pudo. «Parecen símbolos».

«Dos símbolos, diría yo», corrigió Petri «o más bien, un dibujo y cuatro símbolos cerca».

Azakis continuaba arduamente, mediante N^COM, buscando algo en la Red, pero no consiguió encontrar nada en absoluto que se pareciera lo más mínimo a lo que tenía en frente.

El dibujo representaba un rectángulo formado por quince rayas longitudinales de color alterno blanco y rojo y, en la esquina superior izquierda, otro rectángulo de color azul con cincuenta estrellas de cinco puntas de color blanco. A su derecha, los cuatro símbolos:


JUNO

«Parece algún tipo de escritura», especuló Azakis. «Quizás los símbolos representen el nombre de quienes crearon la sonda».

«O quizás es su nombre», rebatió Petri. «La sonda se llama “JUNO” y el símbolo de los creadores es esa especie de rectángulo coloreado».

«En cualquier caso, sin duda no lo hemos hecho nosotros», sentenció Azakis. «¿Crees que puede existir algún tipo de forma de vida en su interior?».

«No lo creo. Por lo menos no aquellas que conocemos. El espacio de la cápsula posterior, que es el único lugar donde podría haber algo, es demasiado pequeño como para contener a un ser vivo».

Mientras hablaba, Petri ya había comenzado a realizar un escaneo de la sonda, buscando cualquier tipo de signo vital que pudiera proceder de su interior. Después de algunos instantes, una serie de símbolos aparecieron en la pantalla y se apresuró a traducírselos a su compañero.

«Según nuestros sensores no hay nada “vivo” ahí dentro. No parece que haya ni siquiera armas de ningún tipo. En un primer análisis, yo diría que esta cosa es una especie de explorador enviado en reconocimiento al sistema solar en búsqueda de quien sabe qué».

«También podría ser eso», afirmó Azakis, «pero la pregunta que debemos plantearnos es: “¿Enviado por quién?”».

«Bueno», supuso Petri, «si excluimos la presencia de misteriosos “alienígenas”, yo diría que los únicos capaces de hacer algo parecido son solo tus viejos “amigos terrícolas”».

«¿De qué estás hablando? Si cuando los hemos dejado la última vez casi no eran capaces ni de montar a caballo. ¿Cómo pueden haber alcanzado un nivel de conocimiento así en tan poco tiempo? Enviar una sonda a dar vueltas por el espacio no es ninguna tontería».

«¿Poco tiempo?», objetó Petri, mirándolo fijamente a los ojos. «No olvides que, para ellos, han pasado casi 3.600 años desde entonces. Considerando que su vida media era como máximo de cincuenta – sesenta años, eso significa que se han sucedido al menos unas sesenta generaciones. Quizás se han vuelto mucho más inteligentes de lo que imaginamos».

«Y tal vez es precisamente por esto», añadió Azakis, intentando completar la reflexión del amigo,  «que los Ancianos estaban tan preocupados por esta misión. Ellos lo habían previsto o al menos, habían considerado esta posibilidad».

«Bueno, podrían habernos adelantado algo, ¿no? Encontrar este objeto me ha dado un buen susto».

«Estamos aun especulando», dijo Azakis mientras con el pulgar y el índice se frotaba el mentón, «pero parece que esta teoría tiene lógica. Intentaré ponerme en contacto con los Ancianos y trataré de sacarles algo de información extra, si es que tienen. Tú, mientras tanto, trata de entender algo más sobre este aparato. Analiza la ruta actual, velocidad, masa, etcétera, e intenta hacer una previsión de su destino, cuanto hace que partió y los datos que ha almacenado. En definitiva, quiero saber lo máximo posible sobre lo que nos espera allí».

«Vale, Zak», exclamó Petri mientras hacía volar en el aire, alrededor de él, hologramas de colores con una infinidad de números y fórmulas.

«Ah, no olvides analizar lo que has identificado como una antena. Si realmente lo es, podría ser capaz de transmitir y recibir. No me gustaría que nuestro encuentro hubiera sido ya comunicado a los que han enviado la sonda».

Dicho esto, Azakis se dirigió rápidamente hacia la cabina H^COM, la única en toda la nave equipada para las comunicaciones de larga distancia, que se encontraba entre las puertas dieciocho y diecinueve de los módulos de transferencia interna. La compuerta se abrió con el habitual ligero silbido y Azakis se metió en la angosta cabina.

A saber por qué la habían hecho tan pequeña…se preguntó mientras intentaba acomodarse en el asiento, minúsculo también, que había descendido automáticamente de arriba. Quizás querían que la usáramos lo menos posible…

Mientras se cerraba la puerta a sus espaldas, empezó a teclear una serie de instrucciones en la consola frente a él. Tuvo que esperar algunos segundos antes de que la señal se estabilizara. De repente, en el visor holográfico, completamente igual al que tenía en su habitación, empezó a aparecer el rostro surcado y claramente marcado por los años de su superior Anciano.

«Azakis», dijo sonriendo levemente el hombre, mientras alzaba lentamente la huesuda mano en señal de saludo. «¿Qué te  hace llamar, con tanta urgencia, a este pobre viejo?».

Nunca había conseguido saber exactamente la edad de su superior. A nadie le estaba permitido conocer información tan privada de un componente de los Ancianos. Desde luego, vueltas alrededor del sol había visto muchas. Aun así, sus ojos se movían de derecha a izquierda con tal vitalidad que ni siquiera él habría sabido hacerlo mejor.

«Hemos encontrado algo muy sorprendente, al menos para nosotros», dijo Azakis sin demasiadas formalidades, intentando mirar fijamente a los ojos de su interlocutor. «Casi chocamos con un extraño objeto», continuó tratando de analizar cada mínima expresión del Anciano.

«¿Un objeto? Explícate mejor, hijo mío».

«Petri aún lo está analizando, pero creemos que puede tratarse de una especie de sonda y estoy seguro de que no es nuestra». Los ojos del Anciano se abrieron de repente. Parecía que él también se había sorprendido.

«Hemos encontrado símbolos extraños grabados en el casco, en un idioma desconocido», añadió. «Te estoy enviando todos los datos».

La mirada del Anciano pareció perderse por un momento en el vacío mientras, mediante su O^COM, analizaba el flujo de información entrante.

Después de unos larguísimos instantes, sus ojos volvieron a fijarse en los de su interlocutor y, con un tono que no mostró ninguna emoción, dijo: «Convocaré inmediatamente el Consejo de los Ancianos. Todo parece indicar que vuestras deducciones iniciales son correctas. Si las cosas están realmente así, deberemos revisar inmediatamente nuestros planes».

«Esperamos noticias», y de esta forma Azakis cortó la comunicación.




Nassiriya – La cena


El coronel y Elisa estaban ya terminando la tercera copa de champán y el ambiente se había hecho bastante más informal.

«Jack, tengo que decir que este Masgouf está divino. Será imposible acabarlo, hay demasiado».

«Sí, es realmente excelente. Tendremos que felicitar al cocinero».

«Quizás debería casarme con él y que cocinara para mí», dijo Elisa riendo un tanto exageradamente. El alcohol ya empezaba a causar efecto.

«No, que se ponga a la cola. Primero estoy yo», se atrevió a bromear, pensando que no estaba tan fuera de lugar. Elisa hizo como si nada y siguió mordisqueando su esturión.

«Tú no estás casado, ¿verdad?».

«No, nunca he tenido tiempo».

«Eso es una vieja excusa», dijo ella mirándolo sensualmente.

«Bueno, en realidad estuve muy cerca una vez, pero la vida militar no está hecha para el matrimonio. ¿Y tú?», añadió, retomando un tema que aún parecía hacerle daño, «¿Te has casado alguna vez?».

«¿Estás de broma? ¿Y quién soportaría tener una mujer que pasa la mayor parte de su tiempo viajando por el mundo para cavar bajo tierra como un topo y que se divierte profanando tumbas con millones de años de antigüedad?».

«Claro», dijo Jack, sonriendo amargamente, «evidentemente, no estamos hechos para el matrimonio». Y mientras alzaba la copa, propuso un melancólico «Brindemos por ello».

El camarero llegó con un poco más de Samoons[13 - Pan plano y redondo hecho en horno de leña o en piedras calientes.] recién sacado del horno interrumpiendo, afortunadamente, ese momento de leve tristeza.

Jack, aprovechando la interrupción, intentó deshacerse rápidamente de una serie de recuerdos que le habían vuelto a la mente de repente. Era agua pasada. Ahora tenía una bellísima mujer junto a él y tenía que concentrarse solo en ella. Algo que no era demasiado difícil.

La música de fondo, que parecía arroparlos delicadamente, era la adecuada. Elisa, iluminada por tres las velas colocadas en el medio de la mesa, estaba preciosa. Sus cabellos tenían reflejos color oro y cobre y su piel era suave y bronceada. Sus ojos penetrantes eran de un color verde profundo. Sus suaves labios intentaban separar lentamente un trozo de esturión de la espina que tenía entre los dedos. Era tan sexy.

Elisa no dejó escapar ese momento de debilidad del coronel. Posó la espina en el borde del plato y se chupó, con aparente desinterés, primero el índice y luego el pulgar. Bajó ligeramente la cabeza y lo miró con tal intensidad, que Jack pensó que el corazón se le iba a salir del pecho para acabar directamente en el plato.

El coronel se dio cuenta de que ya no tenía el control de la situación y, sobre todo, de sí mismo, e intentó reponerse inmediatamente. Era ya mayorcito para parecer un adolescente enamorado, pero esa chica tenía algo que le atraía terriblemente.

Respiró profundamente, se refregó el rostro con las manos y dijo: «¿Qué te parece si te acabas ese último trozo?».

Ella sonrió, cogió delicadamente con las manos el trocito de esturión que quedaba, se levantó levemente de la silla estirándose hacia él y se lo acercó a la boca. En esa posición, su escote mostró parcialmente sus exuberante pechos. Jack, visiblemente avergonzado, dio solo un mordisco, aunque no pudo evitar rozar con sus labios los dedos de ella. Su excitación crecía cada vez más. Elisa estaba jugando con él como hace un gato con un ratón, y Jack no era capaz de oponerse de ninguna forma.

Luego, con un aire de chica inocente, Elisa volvió a sentarse cómodamente en su sitio y, como si no hubiera pasado nada, hizo una señal con la mano al camarero alto y delgado, que se acercó rápidamente.

«Creo que es el momento de un buen té de cardamomo. ¿Qué opinas Jack?».

Él, que aún no se había repuesto de la situación anterior, balbuceó algo como: «Bueno, sí, vale». Y mientras se colocaba bien la chaqueta, intentando recomponerse, añadió: «Creo que es muy bueno para la digestión».

Se había dado cuenta de que había dicho algo ridículo, pero en ese momento no se le ocurrió nada mejor.

«Todo es muy agradable Jack, es una velada fantástica, pero no nos olvidemos del motivo por el que estamos aquí esta noche. Tengo que enseñarte una cosa, ¿te acuerdas?».

El coronel, en ese momento, estaba pensando en todo menos en el trabajo. Sin embargo, tenía razón. Estaban en juego cosas mucho más importantes que un estúpido coqueteo. El caso es que, a él, ese coqueteo no le parecía nada estúpido.

«Claro», respondió intentando recuperar su pose autoritaria. «No veo el momento de saber lo que has descubierto».



El gordinflón, que a poca distancia en el coche estaba escuchándolo todo, exclamó: «Qué putita. Las mujeres son todas iguales. Primero hacen que te lo creas, te llevan hasta las estrellas, luego te dejan como si nada».

«Creo que tus diez dólares estarán pronto en mi bolsillo», dijo el delgado, siguiendo la afirmación con una gran carcajada.

«En realidad no me importa a quien se lleva a la cama nuestra doctora. No te olvides de que estamos aquí solo para descubrir todo lo que sabe». Y mientras intentaba colocarse mejor en el asiento, porque la espalda empezaba a dolerle bastante, añadió: «Deberíamos haber encontrado la forma de poner una cámara en ese maldito local».

«Sí, quizás bajo la mesa, así habrías podido verle los muslos».

«Imbécil. Pero, ¿quién ha sido el idiota que te ha seleccionado para esta misión?».

«Nuestro jefe, amigo mío. Y te aconsejaría evitar insultarlo, ya que él también sabe cómo colocar micrófonos y no creo que tenga problemas en poner alguno en este coche».

El gordinflón se asustó y por un momento creyó que su corazón había parado de latir. Estaba intentando ascender e insultar a su superior no era el mejor modo de avanzar.

«Deja de decir tonterías», dijo intentando ponerse serio y profesional. «Dedícate a hacer bien tu trabajo e intentaremos volver a la base con algo concreto». Dicho esto, miró un punto indefinido en la oscuridad, más allá del parabrisas levemente empañado.



Elisa sacó del bolso su inseparable asistente digital, lo apoyó en la mesa y empezó a pasar algunas fotos. El coronel, curioso, intentó ver algo, pero el ángulo no se lo permitió. Ella, cuando encontró lo que buscaba, se levantó y se sentó en la silla junto a él.

«Vale, ponte cómodo que la historia es larga. Intentaré resumirla todo lo que pueda».

Deslizando rápidamente el índice en la pantalla del asistente digital, hizo aparecer una foto de una tabla grabada con extraños dibujos y con escritos cuneiformes.

«Esta es la foto de una de las tablas que se han encontrado en la tumba del Rey Baldovino II de Jerusalén», continuó Elisa, «que se supone que fue el primero, en el año 1119, en abrir la Cueva de Macpela, llamada también Cueva de los Patriarcas, donde al parecer fueron enterrados Abraham y sus dos hijos, Isaac y Jacob. Estas tumbas se encuentran en el subsuelo de la que hoy llamamos Mezquita o Santuario de Abraham, en Hebrón, Cisjordania». En ese momento, le enseñó una foto de la mezquita.

«Dentro de las tumbas», prosiguió Elisa, «el Rey encontró, además de innumerables objetos de diversa índole, una serie de tablas que pertenecieron a Abraham. Además, se cree que éstas pueden representar una especie de diario donde anotaba los momentos más importantes de su vida».

«Una especie de “registro de viajes”», anticipó Jack, esperando impresionarla.

«En cierto modo sí, ya que, para la época, había viajado bastante».

Deslizando otra foto, Elisa continuó explicando: «Los mayores expertos de su idioma y de las modalidades de representación gráfica de la época han intentado traducir lo que está grabado en esta tabla. Las opiniones han estado, lógicamente, muy divididas en algunas partes, pero todos están de acuerdo en que esto», dijo aumentando un detalle de la foto, «se traduzca como “jarrón” o bien como “ánfora de los Dioses”. Luego están las palabras “sepultura”, “secreto” y “protección” que también están bastante claras».

Jack empezaba a estar un poco confundido, pero, asintiendo con la cabeza, intentó convencer a Elisa de que la estaba siguiendo perfectamente. Ella lo miró un instante, y luego continuó diciendo: «Este símbolo, sin embargo», dijo toqueteando la pantalla para aclarar la imagen, «según algunos, representa una tumba, la tumba de un Dios. Mientras que esta parte describiría uno de los Dioses que advierte o incluso amenaza al pueblo reunido a su alrededor».

El coronel, un poco por culpa del alcohol, un poco por el embriagante perfume que Elisa desprendía a su alrededor, y un poco por los ojos de ella, en los que se había perdido, no estaba entendiendo nada de nada. De todas formas, siguió asintiendo como si todo estuviera clarísimo.

«Entonces, resumiendo», continuó Elisa notando el continuo adormecimiento de Jack, «los expertos han interpretado el contenido de esta tablilla como la representación de un evento que tuvo lugar en los tiempos de Abraham y en el cual, un presunto Dios o más genéricamente unos Dioses, habrían escondido, enterrándolo alrededor de una de sus tumbas, algo muy preciado, al menos para ellos».

«Me parece una afirmación algo genérica», comentó Jack, intentando darse importancia. «Decir que han enterrado algo preciado cerca de una tumba de los Dioses no es como si tuvieras las coordenadas GPS. Podría referirse a cualquier cosa en cualquier lugar».

«Tienes razón, pero todas las inscripciones, especialmente las que resalen a hace tanto tiempo, tienen que interpretarse y contextualizarse de alguna manera. Es por esto que existen los expertos y, mira por dónde, yo soy una de ellos». Al decirlo, comenzó a imitar los movimientos de una modelo mientras es fotografiada por los paparazzi.

«Vale, vale. Sé que eres buena. Pero ahora intenta que entendamos algo los pobres ignorantes como yo».

«Básicamente», siguió hablando Elisa mientras se recomponía, «después de haber analizado y comparado hallazgos históricos de cualquier tipo, historias reales, leyendas, habladurías y todo lo que he encontrado, las grandes “mentes” de la tierra han afirmado que esta reconstrucción tiene una parte de verdad. Sobre estas bases, se ha enviado a arqueólogos de todo el mundo a la búsqueda de este lugar misterioso».

«Pero entonces, ¿qué tiene que ver el ELSAD?», el coronel estaba recuperando sus funciones cerebrales, «a mí me habían dicho que estas investigaciones estaban orientadas a la recuperación de supuestos artefactos nada menos que de origen alienígena».

«Y quizás sea precisamente así», respondió Elisa. «Ya se trata de una opinión generalizada, que estos famosos “Dioses”, que en tiempos remotos merodeaban por la Tierra, no eran otra cosa que humanoides provenientes de un planeta externo a nuestro sistema solar. Dada su elevada tecnología y sus notables conocimientos en el campo médico y científico, no era tan difícil que los confundieran con Dioses capaces de realizar quién sabe qué milagros».

«Ya», interrumpió Jack. «Yo también, si llegara con un helicóptero Apache de combate en medio de una tribu del Amazonas central y empezara a lanzar misiles por todos lados, podría ser confundido con un Dios furioso».

«Éste es exactamente el efecto que deben haber producido aquellos seres en los hombres de aquella época. Hay quien dice, incluso, que fueron los alienígenas los que sembraron en el Homo Erectus la semilla de la inteligencia, transformándolo así, en pocas decenas de miles de años, en lo que hoy conocemos como Homo sapiens sapiens».

Elisa miró atentamente al coronel que parecía tener una expresión cada vez más asombrada y decidió dar un golpe bajo. «A decir la verdad, como responsable de esta misión, creía que estabas más informado».

«Yo también lo creía», dijo Jack. «Evidentemente, ahí arriba siguen la filosofía habitual: cuanto menos se sabe, mejor es». La rabia estaba empezando a ocupar el lugar de la ñoñería anterior.

Elisa se dio cuenta de esto, apoyó la PDA en la mesa y se acercó a pocos centímetros del rostro del coronel, que por un momento contuvo la respiración pensando que realmente iba a besarle, y exclamó «Ésta es la parte divertida».

Volvió de golpe a su sitio y le enseñó otra fotografía. «Mientras todos se lanzaron a la búsqueda de esta famosa “tumba de los Dioses”, hurgando entre las pirámides egipcias, tumbas de los Dioses por excelencia, yo he formulado otra interpretación de lo que está grabado en la tablilla y creo que es la buena. Mira esto», y le enseñó satisfecha una imagen que mostraba el texto tal y como ella lo había interpretado.



Los dos compañeros que, dentro del coche estaban escuchando la conversación entre los dos comensales, habrían dado cualquier cosa por ver la foto que la doctora estaba mostrando al coronel.

«¡Maldición!», despotricó el gordinflón. «Tenemos que encontrar la manera de poner las manos en esa PDA».

«Esperemos que por lo menos uno de ellos lo lea en voz alta», añadió el delgado.

«Esperemos también que esta “cenita romántica” termine pronto. Me he cansado de estar aquí fuera a oscuras y, además, me estoy muriendo de hambre».

«¿Hambre? Pero, ¿qué dices? Si te has comido incluso mi parte de los bocadillos».

«No toda, amigo mío. Ha sobrado uno y ahora mismo me lo voy a comer», y mientras reía satisfecho, se giró para cogerlo de la bolsa apoyada en el asiento posterior. Pero, al girarse, golpeó con la rodilla el pulsante de encendido del sistema de grabación que emitió un débil beep y se apagó.

«Pedazo de imbécil, ¿quieres tener cuidado?». El delgado intentó volver a encender rápidamente el equipo. «Ahora tengo que reiniciar el sistema y necesitaré al menos un minuto. Reza para que no estén diciendo nada importante, de lo contrario esta vez patearé tu enorme culo hasta el Golfo Pérsico».

«Perdón», dijo el gordinflón con solo un hilo de voz. «Creo que ha llegado el momento de ponerme a dieta».



“Los Dioses sepultaron el jarrón con el preciado contenido al sur del templo y ordenaron al pueblo no acercarse hasta su vuelta, de lo contrario catástrofes tremendas se habrían cernido sobre todos los habitantes. Para proteger el lugar, cuatro guardianes en llamas.”



«Ésta es mi traducción», afirmó orgullosamente Elisa. «La palabra exacta para mí no es “tumba”, sino “templo” y el Zigurat de Ur, donde estoy realizando mis investigaciones, no es otra cosa que un templo erigido para los Dioses. Claro, me dirás que por esta zona hay muchos Zigurat, pero ninguno está tan cerca de la casa que perteneció a quien, presumiblemente, escribió las tablillas: nuestro querido Abraham».

«Muy interesante». El coronel estaba analizando atentamente el texto. «Efectivamente, la que todos han señalado como la “Casa de Abraham” está solo a unos doscientos metros del templo».

«Además, si aquellos seres fueran realmente alienígenas», continuó Elisa, «imagina lo interesante que sería, para vosotros los militares, el “jarrón”. Quizás incluso más que su “preciado contenido”».

Jack reflexionó durante un momento, luego dijo: «Este es el motivo del interés por parte del ELSAD. El jarrón enterrado podría ser mucho más que un simple contenedor de barro».

«Excelente. Y ahora, un giro inesperado», exclamó teatralmente Elisa. «Ladies and gentlemen, aquí está lo que he encontrado esta mañana».

Tocó la pantalla y una nueva foto apareció en la PDA. «Es el mismo símbolo que estaba en la tablilla», exclamó Jack.

«Exacto. Pero esta foto la he hecho hoy», respondió satisfecha Elisa. «Por lo que parece, Abraham, para indicar a los “Dioses”, ha utilizado la misma representación que los Sumerios ya habían utilizado: una estrella con doce planetas alrededor de ella y que, casualmente, he encontrado tallada en la tapa del “contenedor” que estamos sacando a la luz».

«Podría no significar nada», comentó Jack. «Quizás es solo una casualidad. El símbolo podría tener otros mil significados».

«Ah, ¿sí? Y entonces esto, según tú, ¿qué es?», y le enseñó la última foto. «La hemos hecho desde el exterior del contenedor con nuestro aparato de rayos X portátil».

Jack no pudo ocultar su cara de sorpresa al verlo.




Nave espacial Theos – Análisis de los datos


Petri estaba aún inmerso en el análisis de la sonda cuando Azakis, volviendo al puente de mando, dijo dirigiéndose a su amigo: «Nos avisarán».

«Que quiere decir que nos las apañemos solos», comentó amargamente Petri.

«Más o menos como de costumbre, ¿no?», respondió Azakis, dándole una palmadita en la espalda a su compañero de viaje. «¿Qué puedes decirme sobre ese amasijo de hierros?».

«A parte del hecho de que ha faltado realmente poco para que nos arañara la pintura de la estructura externa, puedo confirmarte, casi con absoluta certeza, que nuestro amigo de tres aspas no ha transmitido ningún mensaje. La sonda parece que ha sido diseñada con la finalidad de analizar cuerpos celestes. Una especie de viajero solitario del espacio, que registra datos y los transmite con periodicidad a la base», y señaló el detalle de la antena en el holograma que fluctuaba en la habitación.

«Probablemente hemos pasado demasiado rápido como para que pueda haber registrado nuestra presencia», se atrevió a suponer Azakis.

«No solo eso, viejo amigo. Sus instrumentos de a bordo están programados para analizar objetos a una distancia de cientos de miles de kilómetros y nosotros le hemos pasado tan cerca que, si no estuviéramos en el vacío, el movimiento del aire lo estaría aun haciendo girar como una peonza».

«Y ahora que nos hemos alejado, ¿crees que puede detectar nuestra presencia?».

«No lo creo. Definitivamente somos demasiado pequeños y rápidos para formar parte de sus “intereses”».

«Bien», exclamó Azakis. «Ésta parece finalmente una buena noticia».

«He intentado hacer un análisis del método de transmisión adoptado por la sonda», continuó Petri. «Parece que no está todavía equipada con la tecnología de “vórtices de luz” como la nuestra, sino que utiliza aún un viejo sistema de modulación de frecuencia».

«¿No era el que utilizaban nuestros predecesores antes de la Gran Revolución[14 - Periodo histórico a partir del cual cambiaron los sistemas de propulsión y comunicación.]?», preguntó Azakis.

«Exacto. No era demasiado eficiente, pero permitió intercambiar información con todo el planeta durante muchísimo tiempo y decididamente ha contribuido a que llegáramos donde estamos ahora».

Azakis se sentó en el sillón de mando, se mordisqueó el dedo índice, luego dijo: «Si este es el sistema de comunicación utilizado actualmente en la Tierra, quizás incluso podamos ser capaces de captar alguna de sus transmisiones».

«Sí, quizás una buena película porno», comentó Petri sacando ligeramente la lengua por el lado izquierdo de la boca.

«Deja de decir tonterías. En cambio, ¿por qué no intentas readaptar nuestro sistema de comunicación secundario para esta tecnología?».

«Entiendo. Me quedan varias horas de trabajo en ese minúsculo compartimento».

«¿Qué te parece si comemos algo antes?», preguntó Azakis anticipando la solicitud de su amigo, que imaginaba llegaría algunos instantes después.

«Esta es la primera cosa sensata que te he escuchado decir hoy», respondió Petri. «Todo este alboroto me ha abierto el apetito».

«Vale, hagamos una pausa, pero yo decido lo que comemos. El hígado de Nebir que elegiste ayer se ha quedado en mi pobre estómago tanto tiempo que parecía que había echado raíces».



Unos diez minutos después, mientras los dos compañeros de viaje estaban aún intentando acabar su comida, en la Tierra, en el Centro de Control de Misiones de la NASA, un joven ingeniero detectaba una extraña variación de ruta de la sonda que estaba monitorizando.

«Jefe», dijo en el micrófono que tenía a un centímetro de la boca y que estaba conectado a sus auriculares. «Puede que tengamos un problema».

«¿Qué tipo de problema?», se apresuró en responder el ingeniero responsable de la misión.

«Parece que Juno, por algún motivo que todavía ignoramos, ha sufrido una ligera variación en la ruta establecida».

«¿Variación? ¿Y de cuánto? Pero, ¿a qué se debe?». Ya tenía sudores fríos. El coste de aquella misión era desorbitado y nada debería torcerse.

«Estoy analizando los datos en este preciso momento. La telemetría indica un desplazamiento de 0,01 grados sin ningún motivo aparente. Todo parece estar funcionando correctamente».

«Podría haber sido golpeada por un fragmento de roca», supuso el ingeniero anciano. «Después de todo, el cinturón de asteroides no está tan lejos».

«Juno se encuentra prácticamente en la órbita de Júpiter y allí no debería haber ninguno», aseguró con mucho tacto el joven.

«Y entonces, ¿qué ha sucedido? Tiene que haber necesariamente un fallo de algún tipo». Reflexionó durante un segundo y luego ordenó: «Quiero un doble control en todo el equipo de a bordo. Los resultados en cinco minutos en mi ordenador», y cerró la comunicación.

El joven ingeniero se dio cuenta repentinamente de la responsabilidad que le habían confiado. Se observó las manos: temblaban ligeramente. Decidió ignorarlas. Pidió ayuda a un compañero para que realizara un check-up diferenciado de la sonda y cruzó los dedos. Los ordenadores empezaron a realizar secuencialmente todos los controles programados y, después de algunos minutos, en su pantalla, aparecieron los resultados del análisis:



Check-up completado. Todos los instrumentos están operativos.



«Parece que todo está bien», comentó su colega.

«Y entonces, ¿qué demonios ha pasado? Si no lo descubrimos en los próximos dos minutos, el jefe nos pateará el culo a ambos», y comenzó a teclear desesperadamente los mandos del teclado que tenía delante.

Nada de nada. Todo funciona perfectamente.

Necesitaba inventarse algo, y tenía que hacerlo rápido. Empezó a dar golpecitos con los dedos en el escritorio. Continuó durante una decena de segundos, luego decidió apelar a la primera regla del manual de comportamiento en el lugar de trabajo: nunca contradecir al jefe.

Abrió el micrófono y dijo de repente: «Jefe, tenía usted razón. Ha sido un pequeño asteroide troyano que ha desviado la sonda. Afortunadamente, no la ha golpeado directamente, sino que ha pasado cerca de ella. Evidentemente, la masa del asteroide ha creado una mínima atracción gravitacional en nuestro Juno, provocando así la ligera variación de ruta. Le estoy enviando los datos», y contuvo la respiración.

Después de interminables instantes, a los auriculares llegó, orgullosa, la voz del jefe: «Estaba seguro. Hijo mío, el instinto del viejo lobo no se supera». Luego añadió: «Proceded a activar los motores de la sonda y corregir la ruta. No admitiré errores», y cerró la conversación. Un segundo después, la volvió a abrir diciendo: «Excelente trabajo chicos».

El joven ingeniero se dio cuenta de que la sangre estaba volviendo a fluir en su cuerpo. Su corazón latía tan fuerte que lo sentía palpitar en las orejas. Después de todo, podría haber sido así. Dirigió la mirada hacia su colega y, levantando el dedo pulgar, le hizo un gesto de satisfacción. El otro respondió guiñando un ojo. Se habían librado, al menos por el momento.




Nassiriya – Después de la cena


El sistema de grabación emitió un doble beep y se volvió a activar. La voz de la doctora volvió a reproducirse en el pequeño altavoz del interior del coche. «Creo que es hora de irse, Jack. Mañana por la mañana me tengo que levantar temprano para continuar con las excavaciones».

«Vale», respondió el coronel. «Voy a felicitar al chef y nos vamos».

«Maldita sea», exclamó el delgado. «Por tu culpa nos hemos perdido la mejor parte».

«Venga, ni que lo hubiera hecho a posta», se justificó el gordo. «Siempre podemos decir que ha habido un fallo en el sistema y que una parte de la conversación no hemos conseguido grabarla».

«Siempre tengo que salvarte el culo», afirmó el otro.

«Haré que me perdones. Tengo en mente un plan para poner mis manos en la PDA de nuestra doctora». Se cogió la nariz entre el pulgar y el índice, luego dijo: «Nos introduciremos esta noche en su habitación y copiaremos todos los datos sin que se dé cuenta».

«Y para que no se despierte, ¿qué hacemos? ¿le cantamos una nana?».

«No te preocupes amigo mío. Tengo un as en la manga» y le guiñó el ojo.



Mientras tanto, en el restaurante, Jack y Elisa se preparaban para salir. El coronel encendió el comunicador portátil y contactó la escolta. «Estamos saliendo».

«Aquí fuera está todo tranquilo, coronel» respondió una voz en el auricular.

Con aire cauteloso, el coronel abrió la puerta del local y observó con atención el exterior. Fuera, de pie cerca del coche, estaba aún el militar que había acompañado a Elisa.

«Puedes irte chico», ordenó el coronel. «Yo acompaño a la doctora».

El soldado se puso firme, saludó militarmente y, diciendo algo en su comunicador, desapareció en la noche.

«Ha sido una tarde maravillosa, Jack», dijo Elisa saliendo. Respiró profundamente el aire fresco de la noche y añadió: «Hacía mucho tiempo que no pasaba un rato así. Gracias, de verdad», e hizo otra de sus maravillosas sonrisas.

«Ven, no es muy seguro aún estar al aire libre en esta zona», dijo mientras abría la puerta del coche y le ayudaba a subir.

El gran coche oscuro, conducido por el coronel, arrancó rápidamente, dejando tras de sí una hermosa nube de polvo.

«Yo también he estado muy bien. No habría pensado nunca que una velada con una “sabionda doctora” pudiera ser tan agradable».

«¿Sabionda? ¿Es así como crees que soy?», y se giró hacia el otro lado fingiendo estar ofendida.

«Sabionda sí, pero también muy simpática, inteligente y realmente sexy». Como ella estaba mirando hacia afuera, aprovechó para acariciarle delicadamente los cabellos de la nuca.

El contacto le provocó una serie de agradables escalofríos a lo largo de la espalda. No podía ceder tan pronto. Pero su excitación estaba creciendo cada vez más. Decidió no decir nada y disfrutó ese agradable, pequeño masaje. Jack, alentado por la ausencia de reacciones por su gesto, siguió durante un rato más acariciándole los largos cabellos. De repente, empezó a deslizar la mano, primero en su hombro, luego en el brazo y después más y más abajo, hasta rozarle delicadamente los dedos. Ella, permaneciendo girada hacia la ventanilla, tomó la mano de él y la estrechó con decisión. Era una mano grande y fuerte. Ese contacto le daba mucha seguridad.



A poca distancia, otro coche oscuro estaba siguiéndolos, intentando entender algún diálogo interesante.

«Esos diez dólares creo que están cambiando de acera, viejo amigo», dijo el gordito. «Ahora la lleva al hotel, ella lo invita a subir para beber algo y ¡hecho!».

«Reza para que no acabe así, si no a ver cómo lo hacemos para copiar los datos de la PDA».

«Vaya, no lo había pensado».

«Tú nunca piensas en nada que no tenga la posibilidad de acabar en ese estómago sin fondo que tienes».

«Venga, no te separes demasiado», dijo el gordito, ignorando la provocación. «No me gustaría perder la señal otra vez».



Permanecieron un rato así, cogidos de la mano. Ambos con la mirada fija al otro lado del parabrisas. El Hotel se acercaba cada vez más y Jack se sentía muy incómodo. No era la primera vez que salía con una chica, pero, esa noche, sintió resurgir toda la timidez que lo había torturado durante su juventud y que pensaba que había ya superado. Ese contacto tan prolongado lo había paralizado. Quizás debería haber dicho algo para romper ese incómodo silencio, pero, temiendo que cualquier palabra pudiera arruinar ese momento mágico, decidió callar.

Agradeció al cambio automático que no lo obligaba a soltar la mano de ella para cambiar de marcha y siguió conduciendo en la noche.

A Elisa, le estaban volviendo a la mente, uno a uno, todos los presuntos “hombres de su vida”. Historias diferentes, tantos sueños, proyectos, alegrías y felicidad, pero, al final, siempre mucha desilusión, amargura y dolor. Era como si el destino hubiera decidido ya todo por ella. Se le había diseñado un camino lleno de satisfacciones y reconocimientos a nivel profesional, pero donde parecía que no estaba previsto nadie a su lado para acompañarla. Ahora estaba ahí, en un país extranjero, mientras viajaba por la noche, cogida de la mano, con un hombre que hasta el día antes había considerado solo un obstáculo para sus planes y que, sin embargo, le estaba generando mucha ternura y afecto. En más de una ocasión se preguntó qué debía hacer.

«¿Todo bien?» preguntó Jack preocupado, viendo que los ojos de ella se volvían cada vez más llorosos.

«Sí, gracias Jack. Es solo un momento de tristeza. Pasará pronto».

«¿Es acaso culpa mía?», preguntó rápidamente el coronel. «¿He dicho algo malo?».

«No, al contrario», respondió ella y, con una vocecita muy dulce, añadió , «Quédate a mi lado, por favor».

«Eh, estoy aquí. No tienes que preocuparte de nada. Nunca permitiré que te pase nada malo, ¿vale?».

«Gracias, muchísimas gracias», dijo Elisa, mientras intentaba secarse las lágrimas que, lentamente, le resbalaban por las mejillas. «Eres un amor». Jack permaneció en silencio y le estrechó aún más fuerte la mano.

La señal del hotel aparecía al final de la calle. Recorrieron toda la calle sin decir nada. Luego, el coronel bajó la velocidad y paró el coche justo delante de la puerta principal. Los dos se miraron intensamente. Durante algunos larguísimos instantes nadie osó decir nada. Jack sabía que le tocaba a él dar el primer paso, pero Elisa se le adelantó «Ahora tu deberías decirme que ha ido una velada muy bonita, que soy maravillosa y yo te debería invitar a subir para beber algo».

«Sí, la praxis lo exigiría», comentó Jack, un poco sorprendido por sus palabras. «Así sería si tú fueras como las demás, pero no creo que seas así». Tomó aliento y continuó, «Creo que eres una persona verdaderamente especial y esta noche que hemos pasado juntos me ha permitido conocerte mejor y descubrir muchas cosas que nunca habría pensado encontrar en una “arqueóloga”».

«Lo tomo como un cumplido», dijo ella, intentando desdramatizar un poco.

«Detrás de esa armadura de mujer fuerte e indestructible, creo que se esconde un cachorro tierno y asustado. Eres una mujer muy dulce y con una sensibilidad única». Quizás se arrepentiría de lo que estaba a punto de decir, pero reunió valor y continuó, «Sinceramente, no me interesa una noche de sexo para archivar en el recuerdo, como otras tantas totalmente inútiles y que la mañana después no te dejan nada más que un vacío inmenso. De ti deseo más. Siempre me has gustado mucho, lo confieso». Ya no podía parar. Cogió sus manos, las apretó y continuó. «Desde que te vi la primera vez en mi oficina, entendí que tenías algo diferente. Al principio me atrajo lógicamente tu belleza, luego tu voz, tu forma de hablar, tus gestos, tu forma de caminar, tu sonrisa…», hizo una breve pausa y añadió, «Tu encanto me ha embrujado. Me has robado el corazón. No creo que sea capaz de pensar en una vida sin ti y no será como acabe esta noche lo que me haga cambiar de idea».

Elisa, que no esperaba una declaración semejante, se quedó por un momento sin palabras, luego, mirándolo a los ojos, se le acercó lentamente. Vaciló durante un instante y luego lo besó.

Fue un beso largo e intenso. Emociones viejas y nuevas estaban resurgiendo en la mente de ambos. De repente, Elisa se separó y, permaneciendo a pocos centímetros de él, dijo «Gracias por tus palabras, Jack. Ni siquiera yo habría deseado que nuestro encuentro acabara en una triste noche de sexo. Esta noche me ha permitido descubrir algo más sobre ti y apreciar el tipo de hombre que eres. Yo tampoco habría pensado nunca poder encontrar, detrás de un serio “coronel”, una persona tan tierna y sensible. Tengo que confesarte que no sentía latir mi corazón tan fuerte desde hace mucho tiempo. No soy ya una adolescente, lo sé, pero no quisiera arruinarlo todo invitándote a subir ahora». Hizo una larga pausa y añadió,  «Me gustaría mucho volver a verte».

Lo besó de nuevo, bajó del coche y entró corriendo al hotel. Temía que, si se daba la vuelta, no sería capaz de respetar lo que le había dicho poco antes.

Jack la siguió con la mirada hasta que desapareció al otro lado de la puerta giratoria del Hotel. Permaneció inmóvil, mirando las puertas moverse hasta que se pararon completamente. En ese momento, dirigió una última mirada hacia el letrero del hotel, luego pisó a fondo el acelerador y, con un agudo chirrido de neumáticos, desapareció en la noche.



Los dos oscuros personajes que seguían a la pareja, aparcaron el coche detrás del hotel, con mucho cuidado para no llamar la atención. Desde ahí podían ver la ventana de la habitación de Elisa que, después de menos de un minuto, se iluminó.

«Ha entrado y está sola», dijo el gordito.

El delgado le recordó al otro que había perdido la apuesta. «Amigo mío, suelta la pasta», e hizo el gesto de frotar el índice y el pulgar entre ellos.

«Bueno, me esperaba todo menos que acabara así», respondió el gordinflón. «Nuestro querido coronel parece que se ha enamorado».

«Ya, y ella parece que también está por la labor».

«Realmente una bonita “pareja”», comentó el gordinflón con si habitual risa. «Ahora esperamos hasta que se meta en la cama, luego nos metemos en su habitación y copiamos todos los datos de su agenda electrónica». Bajó del coche y añadió, «Mientras preparo el material, tú comprueba que apague la luz».



Elisa estaba atormentada por mil pensamientos. ¿Había hecho bien en dejarlo así? ¿Cómo se lo habría tomado? En el fondo, había sido él quien había propuesto dejarlo. Sin duda, Jack le había dado una buena demostración de seriedad. ¿Era realmente sincero el sentimiento que, con tantas maravillosas palabras, le había expresado, o era solo una estrategia para hacer que cayera cada vez más en una red hábilmente tejida? No habría soportado otra desilusión amorosa, más dolor, más sufrimiento. Decidió no pensarlo por el momento. El objetivo que se había fijado lo había alcanzado de todas formas: el coronel le había concedido otras dos semanas para completar su investigación. Lo demás eran solo expectativas y ella había ya aprendido a no hacerse demasiadas ilusiones. No podía permitirse cometer otro error. Esta vez no se habría recuperado.

Se quitó la ropa y se tiró en la cama. El alcohol la había confundido bastante. Ahora, su mayor deseo era solo dormir. Apagó la luz y se durmió casi en ese mismo instante.

Jack, mientras conducía hacia la base, estaba pensando más o menos lo mismo. ¿La había desilusionado? ¿Tendría realmente ganas de volver a verlo? A pesar de todo, había causado una gran impresión habiendo declinado, de una forma tan caballerosa, la oportunidad de acostarse con ella. Pocos lo habrían hecho y estaba claro que ella lo había apreciado mucho. Después de todo, realmente estaba naciendo algo, tenían todo el tiempo del mundo para estar juntos. Un día más o menos no hacía ninguna diferencia.



«Ha apagado la luz», dijo el gordinflón en voz baja, como si tuviera miedo de despertarla. Cogió una bolsa grande del maletero y añadió: «Podemos ir».

Los dos, con pasos prudentes, se dirigieron hacia la entrada de la casa junto al hotel, en la que habían alquilado una habitación.

«Tenemos que hacerlo ahora», dijo el gordinflón. «Esa maldita PDA la lleva siempre encima como si fueran sus bragas. La única forma para cogerla es hacerlo mientras duerme».

Subieron lentamente las escaleras evitando hacer ruidos inútiles. Un clic de la cerradura y la puerta se abrió. La habitación estaba llena de cajas, sobres y basura de todo tipo. Parecía casi un almacén abandonado. Una lámpara de pared, llena de polvo acumulado durante años, iluminaba suavemente el ambiente.

«Nos introduciremos saltando la división entre nuestra terraza y la suya», dijo el gordinflón.

«¿Nos introduciremos? ¿Querrás decir que me introduciré?», exclamó el otro. «¿Cómo vas a saltar a la otra parte con toda esa grasa que llevas encima?».

«¿No estarás poniendo en duda mis cualidades atléticas?».

«No, ni mucho menos. Nunca me atrevería», respondió el delgado con un tono más bien sarcástico. «Deja de decir estupideces y pásame esa cuerda. Si me resbalo intenta agarrarme. No me apetece morir estampado en la acera de esta triste ciudad».

«No te preocupes, yo te agarro». Se pasó la cuerda alrededor de la cintura y le dio una vuelta en el pasamanos de la barandilla. «Cógela», añadió mientras le pasaba una pequeña pistola de dardos con puntero láser. «Un pinchazo de esto y nuestra señorita dormirá como un angelito durante toda la noche. La aguja es tan minúscula que, en el peor de los casos, pensará que le ha picado un mosquito».

El delgado trepó por la barandilla y con un ágil salto aterrizó en la habitación de al lado. Se agachó todo lo que pudo y, muy lentamente, se acercó a la gran ventana que daba a la habitación de Elisa.

Miró dentro con precaución, asomando la cabeza entre el montante y la cortina. Aunque muy suave, la iluminación de la calle le permitió ver que Elisa estaba tumbada boca abajo, con la cabeza hacia el otro lado, vistiendo solo braguitas y sujetador.

Vaya, ¡que buen culo! Nuestro coronel tiene buen ojo.

Introdujo lentamente el micro dardo, empapado con el potente somnífero, en el cargador de la pistola y metió la caña en la rendija de la ventana que se había dejado abierta. El pequeño puntero láser dibujó un puntito rojo en el glúteo de Elisa. Contuvo un momento la respiración y luego apretó el gatillo. Con un sordo soplido, el dardo salió y se clavó en la tierna carne de ella. Elisa se tocó, con la mano izquierda, el lugar alcanzado como si quisiera aplastar un insecto, luego volvió a meter el brazo bajo la almohada y se volvió a dormir profundamente.

El delgado esperó algunos minutos para que el somnífero hiciera su efecto, luego abrió lentamente la ventana y entró con cautela en la habitación.

Se acercó a la cama con pasos felinos y comprobó su respiración. Era profunda y regular. Con un dedo le acarició ligeramente la espalda. Ninguna reacción.

¡Perfecto! Duerme como un tronco. No se dará cuenta de nada.

Para evitar dejar cualquier rastro, recuperó con cuidado el micro dardo, extrayéndolo con un tirón seco del glúteo de ella y se lo metió en el bolsillo. Miró alrededor. Vio inmediatamente el bolso semiabierto de Elisa, apoyado en la silla al lado de la cama. Empezó a rebuscar y, aunque no era muy grande, experimentó personalmente lo difícil que es encontrar algo en el bolso de una mujer. Había de todo.

De repente, una música a todo volumen lo sobresaltó. El móvil había empezado a emitir una ruidosa melodía rock. Casi le da un infarto. Por miedo a que se pudiera despertar, intentó silenciarlo frenéticamente. Presionó todas las teclas posibles hasta que encontró la correcta. Se giró hacia ella. Aún dormía. En la pantalla del teléfono aparecía el nombre de quien llamaba: Jack Hudson.

¿Qué quería ahora? Quizás, si no recibía respuesta, volvía para echar un vistazo.

Tenía que hacerlo rápido, cogió el bolso y vació en el suelo todo el contenido. El borde metálico de la PDA reflejó por un instante la pálida luz de la farola de la calle. Lo cogió y lo activó.



Espere por favor…

Pero, ¿cómo harán en las películas, para introducirse en las estructuras más protegidas, entrar en el ordenador central y, en dos segundos, conectarse y copiarlo todo?



Esperó pacientemente que se activara, luego sacó del bolsillo de su chaqueta un pequeño aparato portátil y lo conectó a la PDA mediante un cable negro. Pasaron otros segundos interminables.

Conexión establecida.



Empezó frenéticamente a navegar por todas las carpetas hasta que encontró la que le interesaba: “Fotos y documentos”. Echó un vistazo rápido al contenido y decidió que estaba todo lo que necesitaba. Tecleó entonces, muy rápidamente, una serie de comandos en el mini teclado incorporado al aparato. En la pantalla apareció una barra de progreso que indicaba que la operación de copia estaba en proceso.



10%, 30%, 55%…



Venga, vamos, date prisa…

Después de otros larguísimos segundos, finalmente apareció el mensaje que estaba esperando con ansia.



Operación completada.



Desconectó el cable, apagó la PDA y lo volvió a colocar en el bolso de Elisa junto a todo el contenido que había esparcido en el suelo. Volvió a colocar el bolso, prestando mucha atención a ponerlo tal y como lo había encontrado.

Me parece que todo está bien. Puedo largarme.

Echó un último vistazo a las curvas de Elisa, luego salió de la terraza y volvió a cerrar la ventana dejando la misma rendija que había encontrado. Se giró y vio a su compañero que, asomando la cabeza directamente a la terraza de Elisa, lo miraba con aire satisfecho.

«Está claro que eres un experto en pasar desapercibido, ¿eh?», le dijo. «¿Qué haces asomado a la terraza? ¿Por qué no pones un gran cartel que diga “Estamos desvalijando la habitación, por favor, no moleste”?».

«Venga ya, si no hay nadie en la calle. ¿Quién va a vernos a estas horas de la noche?».

«Vamos a dejarlo», dijo abatido. «Mejor pásame la cuerda y ayúdame a llegar hasta ahí». Se agarró a la barandilla y, sin demasiado esfuerzo, regresó a la terraza de su apartamento.





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notes



1


Unidad astronómica. Indica la distancia media entre el Sol y la Tierra igual a 149.597.870,700 Km.




2


Mamífero cuadrúpedo de densa piel marrón oscura. De adulto llega a superar los cien kilogramos de peso.




3


Rarísima flor de tallo largo con seis pétalos. Cada pétalo tiene la parte central blanca y un color diferente en el iris. Solo se abre dos veces al año, y su perfume es intenso y embriagador.




4


Golfo situado en el sud del Continente, donde enormes acantilados sobre el mar forman una gran cueva natural. La antigua ciudad de Saraan lo domina con su majestuosidad, convirtiéndolo en uno de los lugares más bellos del planeta.




5


Sistema de interconexión global que puede memorizar y distribuir el Saber a nivel  planetario. Todos los habitantes pueden acceder, con varios niveles de profundidad, mediante un sistema neural N^COM, implantado desde el nacimiento en el cerebro, de manera permanente.




6


Espátula de arqueólogo creada especialmente para las actividades de excavación.




7


Construcción en forma de torre compuesta por troncos de pirámide superpuestos en pisos (pirámide escalonada).




8


Extraterrestrial Lifeforms Search and Discovery.




9


Instrumento musical de percusión del grupo de los membranófonos.




10


Ritmo musical en 4/4 de origen Muwashah.




11


Instrumento de cuerda de la familia de los laúdes de mango corto.




12


Mousse de berenjenas y yogur.




13


Pan plano y redondo hecho en horno de leña o en piedras calientes.




14


Periodo histórico a partir del cual cambiaron los sistemas de propulsión y comunicación.



Volumen 1/3. ”Estábamos volviendo. Solo había pasado un año solar desde que hemos tenido que abandonar rápidamente el planeta pero, para ellos, habían pasado 3.600 años terrestres. ¿Qué íbamos a encontrar?”

Nibiru, el duodécimo planeta de nuestro sistema solar, tiene una órbita extremadamente elíptica, retrógrada y bastante más grande de la de los otros planetas. De hecho, para hacer un giro completo alrededor del Sol tarda casi 3.600 años. Sus habitantes, aprovechando esta aproximación cíclica, desde hace cientos de miles de años nos han hecho sistemáticamente visitas, influenciando cada vez cultura, conocimientos, tecnología e incluso la misma evolución de la raza humana. Nuestros predecesores los han llamado de muchos modos, pero seguramente el nombre que más les representa desde siempre es ”Dioses”. Azakis y Petri, dos simpáticos habitantes de este extraño planeta a bordo de su astronave Theos, están volviendo a la Tierra para recuperar una misteriosa y valiosísima carga escondida la última vez que han estado aquí. Un relato apasionante, divertido, pero también lleno de suspense y con relecturas de acontecimientos históricos que os van a sorprender.

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