Книга - Glitter Season

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Glitter Season
Victory Storm


A veces una temporada es suficiente para cambiarnos la vida. Una temporada chispeante nacida de una amistad que cambiará nuestro destino para siempre.

La vida de Rachel no estaba yendo en la dirección adecuada, entre la traición de su novio y el inminente despido del trabajo de sus sueños. Emma vivía en una jaula de oro, rodeada del afecto de su familia, pero ella soñaba con ser libre y con el amor, con A mayúscula. Abigail estaba buscando su lugar en el mundo pero sus inseguridades le impedían desarrollarse plenamente. Pero un día, Rachel, Emma y Abigail se encontraron y se volvieron amigas. Una amistad que llenó de chispa sus vidas, obligando a Rachel a subir la escalera del éxito, a Emma a encontrar el amor de su vida y a Abigail a volverse independiente. Pero como todo cambio, incluso estos también causan confusión y no todo saldrá de la manera esperada. Entre intrigas, divertidas aventuras, noches de glamour y picantes encuentras conseguirán Rachel, Emma y Abigail conquistar el mundo y vivir su glitter season?








Victory Storm


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Este libro se ha creado con StreetLib Write

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Glitter Season

Victory Storm


Nueva Edición ©2021 Victory Storm

Portada: © Cover Art by IM COVER Studio

Traductora (ita – esp): Georgina Jiménez

Editor: Tektime

Todos los derechos reservados. Ninguna parte del libro puede reproducirse o difundirse por ningún medio, fotocopias, microfilm u otro, sin el permiso de la autora.

Este libro es una obra de fantasía. Los personajes y lugares citados son resultado de la imaginación de la autora y tienen como finalidad dar realismo a la narración. Cualquier analogía con hechos, lugares y personas, vivas o muertas, es absolutamente casual.






1


“ ¡Respira y vuelve a tomar el control!”, le ordenó Rachel a su reflejo en el espejo, intentando detener las lágrimas que empujaban para salir. “¡No puedo llorar! ¡No por un estúpido como Matt! ¡Y mucho menos en el baño de la oficina!”, pensó furiosa, intentando contener la primera lágrima que pudiera arruinar el maquillaje. Respiró profundo e intentó pensar en otra cosa, pero ese día parecía que nada estaba funcionando bien. Ese era su último día de trabajo y nadie de Recursos Humanos la había contactado para hablar sobre la renovación del contrato o alguna otra cosa. Se había quedado muy mal porque había trabajado duro durante seis meses, repartiéndose entre el trabajo de editora y el de secretaria part-time para Norman Carter, el fundador de la Carter House, la más grande casa editorial de no ficción de Portland. Estaba segura de que había entablado una muy buena relación con su jefe. Habían hablado mucho sobre el futuro y sobre el mundo de la editorial. Norman le había comentado que los últimos trimestres habían sido desastrosos, comparados con siete años atrás. Ella le había propuesto ampliar su número de lectores introduciendo una serie de ficción, pero Norman no había estado de acuerdo porque no consideraba a los novelistas como verdaderos escritores. Para él, la escritura era un talento sólo para pocos y, con fines educativos o divulgativos. Las novelas, sobre todo las comerciales, eran de categoría C, aunque no pudo decir nada sobre las facturaciones que realizaban gracias a las obras de estos “pseudo-escritores”, como los definía él. Durante todos esos meses había notado una cierta afinidad con su jefe, sobre todo cuando le había preguntado si podía reemplazar a su secretaria que estaba enferma y habría podido trabajar sólo algunas horas hasta que hubiera terminado sus sesiones de quimioterapia. Para ella había sido un honor trabajar junto a un personaje tan prominente del mundo editorial, incluso si nunca le había interesado un trabajo de secretaria. Había trabajado duro para estar siempre impecable y Norman había dicho a menudo cuánto lo apreciaba, con esas maravillosas y seductoras sonrisas que enamoraban a todas las empleadas. “Podría ser tu padre”, se repitió Rachel recordando lo estupefacta que quedaba siempre frente al carisma y encanto de ese hombre. ¿Era posible que una persona siempre amable y cautivadora como Norman Carter sólo le hubiera tomado el pelo? ¿Era posible que en un mes hubiera sido engañada por dos hombres con falsas promesas? Incluso Matt siempre la había hecho sentir especial durante esos tres años de relación. Tampoco él había expresado nunca un descontento o una insatisfacción por sus complicados horarios de trabajo. Y, sin embargo, tres semanas antes lo había encontrado en la cama –en su cama- con una de sus clientes. Ni siquiera había intentado disculparse o inventado una explicación. Nada. Sólo se había limitado a decirle que pronto se habría mudado. Al día siguiente, cuando volvió a casa del trabajo, se había llevado sus cosas. Ni siquiera dejó una nota o un mensaje. Sólo le había dejado la renta por pagar. Y ahora se había quedado sin un trabajo con el cual mantenerse. “¿Qué sucederá conmigo?”, pensó, poniéndose a llorar y cubriéndose los ojos para no volver a mirar su imagen en el espejo. Durante esas semanas había ahogado sus penas en la comida y había subido cuatro kilos. Esa mañana, apenas había podido entrar en su adorada longuette de Dior de corte asimétrico y cerrar los botones de su camisa de seda blanca de Caractère con puños acampanados. “¿Todo bien?”, le preguntó una voz femenina a sus espaldas, haciéndola asustar. Se secó rápidamente las lágrimas y se dio vueltas. Delante de ella estaba Abigail, la practicante a la que todos llamaban “La muchacha de las copias”. Había llegado hacía un par de meses, pero nunca habían hablado, excepto por un breve saludo. A menudo había tenido la impresión de que Abigail la evitaba o le tenía miedo.

Además, tenía la sensación de que ya la había visto en algún lado: rubia, con enormes ojos azules, alta un metro y medio, siempre vestida con un estilo vivaz, con un corte vintage francés.

Algunos sostenían que era menor de edad, pero en realidad tenía veintiún años, aunque el uso excesivo de zapatos sin taco, pantalones pitillo y remeras de cuello bote la hacían ver como una niña. Sobre todo, cuando se hacía trenzas o llevaba una vincha roja con un moño como la de Blanca Nieves.

“ Está todo bien. Fue sólo un momento, pero ya pasó”, se apuró a decir Rachel extremadamente avergonzada por haber sido atrapada por una extraña, llorando.

“ También a mí me pasa, ¿sabes?”, intentó consolarla Abigail con su vocecita parecida al piar de un pájaro. “Sin tener en cuenta que hoy es San Valentín… precisamente ayer mi novio me ha dejado. ¿Tú también pasarás San Valentín sola?”

“ Sí. Mi ex y yo hemos terminado la relación hace algunas semanas. Me engañó y luego se fue. Y ahora, después de tres semanas de silencio, vuelve a aparecer para desearme un buen San Valentín.”

“ Como remover el cuchillo en la herida, ¿eh?”, se indignó Abigail enojada.

“ Parece que lo hizo a propósito sólo para herirme. No entiendo por qué tuvo que enviarme ahora ese mensaje, salvo para eso”, supuso Rachel, recordando como el haber leído ese mensaje la había desestabilizado a tal punto que tuvo que correr a esconderse en el baño para intentar contener las lágrimas. No era su estilo dejarse llevar por la emoción, pero en ese período había sufrido muchos cambios y tenía miedo de no poder enfrentar todo ella sola.

“ Quizás esperaba que fueras corriendo hacia él y lo perdonaras.”

“ ¡Ni siquiera lo pienso!”

“ A veces los hombres son egoístas.”

“ Lo sé, pero te puedo asegurar que ésta será la última vez que derramo una lágrima por un hombre. Ya no tengo ganas de dejar que jueguen conmigo y de sufrir. Estoy mejor sola”, se prometió Rachel. “Sólo tengo que buscarme un apartamento menos costoso, porque yo sola no puedo pagar todos los gastos y la Carter House no me renovó el contrato.”

“ Qué raro. Todos comentan que Norman Carter te adora.”

“ Sí, pero yo quisiera ser editora senior, poder hacer carrera y convencer a Norman de hacer una serie narrativa… pero lamentablemente, el lugar vacante de editor probablemente se lo den a Mara Herdex y hasta ahora no hay ninguna intención por parte del editor de expandirse hacia las novelas románticas.”

“ Número uno: Mara no vale ni la mitad de lo que tú vales. Lo digo de verdad.”

“ Gracias.”

“ Número dos: ¿quién mejor que tú podría traer nuevos autores a esta casa editorial?”

“ En realidad, yo no soy nadie y nunca ocupé el rol de directora en mi vida. No tengo la experiencia que se necesita”, la detuvo Rachel enrojeciendo por todos los cumplidos inesperados, pero sinceros.

“ ¡Tú eres la fundadora del blog Sueños de Papel! No existe ningún aspirante a escritor que no haya acudido a tu blog para pedir consejos o para buscar información sobre cómo ser un escritor establecido. ¡Sin tener en cuenta tus consejos!”

“ ¿Conoces mi blog?”, le preguntó sorprendida Rachel.

Abigail dudó por un momento como si temiera exponerse demasiado, luego decidió continuar y decir la verdad. Además, nunca había podido mentir y no hubiera querido comenzar ahora justamente con Rachel Moses, la gurú de los principiantes.

“ No te acuerdas de mí, ¿verdad?”, le preguntó con temor.

“ Tu rostro me resulta familiar pero no recuerdo donde te he visto antes”, admitió Rachel.

“ Nos conocimos hace tres años en la librería de Liza Bennet, en el Club del Libro que tenía todos los miércoles por la noche.”

Por fin Rachel se acordó de ella. Había ido sólo algunas pocas veces al Club del Libro de la librería Liza’s Books y siempre había sido una experiencia agradable.

“ Si mal no recuerdo, incluso me habías pedido si podía leer un cuento tuyo”, se acordó Rachel.

“ Sí.”

“ ¿Me había gustado?”, Rachel no lo recordaba.

“ Diría que no. Me escribiste un email en el que hiciste pedazos todo mi cuento, criticando las personalidades de mis personajes, el ritmo demasiado fragmentado y el final obvio… He llorado durante tres días por la desilusión.”

“ Oh. Lo lamento”, intentó disculparse Rachel. La verdad era que, cuando se trataba de juzgar un manuscrito, ella no daba muchas vueltas y no se dejaba influenciar por los vínculos de amistad u otra cosa. A menudo, esa actitud fría y profesional le había hecho perder muchas amistades, pero a su vez le había hecho ganar la admiración de los escritores que intentaban mejorar o entender por qué las casas editoriales rechazaban sus escritos.

“ Durante dos meses no pude escribir nada. Después volví a pensar en tus palabras y seguí tus consejos. Trabajé muy duro y el año pasado te pregunté si podías leer otro de mis cuentos. Aceptaste y me has felicitado porque no tenía errores y por la fluidez del texto. Sin embargo, en tu opinión, todavía no estaba listo para ser publicado.”

“ Lo lamento… recibo muchos textos para leer y a veces no me doy cuenta de…”

“ Quédate tranquila. No estoy enojada. ¡Es más! Estoy contenta porque me has ayudado muchísimo, pero sé que el camino es todavía muy largo. Si un día escribo un buen cuento, quisiera que fueras tú quien lo publique”, dijo Abigail con una gran sonrisa de gratitud.

“ Me sentiría honrada”, le sonrió Rachel. Finalmente entendía el comportamiento de Abigail durante los últimos meses y se sintió aliviada de saber que no la odiaba. En general, muchos escritores la llenaban de insultos cuando no estaba convencida de la calidad de sus manuscritos.

“ Es por ello que espero de todo corazón que continúes trabajando aquí. Yo también sueño con ser una editora o una escritora exitosa, en lugar de la “Muchacha de las copias”, como me llaman aquí, pero me doy cuenta de que tú eres mucho más inteligente que yo y te mereces ese ascenso que Norman pronto te dará.”

“ Sí, pero Mara...”

“ Mara es una víbora e intentará sacarte de su camino a toda costa porque se dio cuenta que Norman tiene debilidad por ti. Por ello, ten éste pendrive. Adentro hay una copia de todo el trabajo que has hecho durante estos meses y el informe que has fotocopiado esta mañana”, le dijo Abigail dándole un pendrive Kingston.

“ Gracias. No había necesidad.”

“ Probablemente, pero algo me dice que de esto dependerá tu futuro aquí dentro”, le susurró la muchacha en voz baja, antes de salir del baño. “Y en cuanto al amor, hoy es San Valentín.”

“ Es un día como cualquier otro”, dijo Rachel que odiaba el romanticismo de esa fiesta.

“ Sí, pero no aquí dentro. Tienes que saber que hice las prácticas aquí el año pasado y recuerdo muy bien lo que sucede.”

“ ¿Qué quieres decir?”, preguntó curiosa Rachel.

“ Hoy es el cumpleaños del jefe y, como todos los años, vendrán a saludarlo sus hijos.”

“ ¿Y?”

“ ¿Has visto los ojos de Norman Carter?”

“ Sí”, suspiró Rachel enamorada. Su jefe tenía unos ojos bellísimos, verdaderos imanes para cualquier mujer. Era imposible quedar indiferente a esa mirada magnética color verde musgo, de un tono claro, tendiente al gris.

“ Bien, sus cinco hijos tienen sus mismos ojos. Del mismo color y con el mismo encanto. ¡Verás, vas a perder la cabeza!”

“ No, yo no”, le aseguró. Se acababa de prometer que cerraría su corazón a todos los hombres y no tenía intenciones de volver atrás.

Lo único que estaba dispuesta a hacer, era encontrar a Richard Wayne, un aspirante a escritor de mucho talento con quien mantenía una relación de amistad desde hacía casi un año.

Finalmente habían decidido encontrarse y, ya que ambos iban a estar solos esa noche, habían pensado festejar juntos San Valentín. Nada más.

“ ¿Apostamos? La que pierde paga un almuerzo en Powell’s con una buena compra de libros en la librería.”

“ ¡Perfecto!”




2


“ ¿Rachel, has traído el informe que te he pedido? Es importante. Quiero volver a leerlo antes de enviarlo por fax. Tengo tiempo hasta esta noche. Y tráeme también los últimos comprobantes de los que hablamos esta mañana.”, graznó la voz de Norman Carter a través del intercomunicador.

“ ¡Voy de inmediato!”, exclamó Rachel, tomando apresuradamente toda la documentación que le había pedido.

Por suerte era una persona ordenada y siempre estaba un paso delante de su jefe. De esa forma, nunca hacía esperar a Norman.

Corriendo, tomó los expedientes y corrió hacia la puerta para ir a la oficina de su jefe.

Pero por el apuro no vio a la persona que estaba delante a su puerta y le cayó literalmente encima.

En el choque, se le cayó toda la documentación, que se esparció desordenadamente por el suelo.

“ Pero demonios…”, estaba por decir cuando se encontró frente al hombre que tenía delante.

Por unos cuantos segundos no consiguió reaccionar.

La belleza de ese hombre la golpeó con la violencia de un tsunami.

Era alto, poderoso, con músculos bien marcados que parecían querer romper el uniforme azul que llevaba puesto y sobre el que tenía puesto la placa de los bomberos de Portland.

Además, tenía la piel oscura, el cabello ondulado muy corto y sus ojos verdes brillaban, contrastando con la piel negra.

Era raro encontrar un hombre de color con ojos verde claro.

Rachel quedó sin aliento.

“ Discúlpeme. Yo…”, se apresuró a decir el hombre agachándose para recoger las hojas.

“ No, es mi culpa. No lo he visto y… hubiera tenido que prestar más atención. Disculpe”, murmuró Rachel abriendo muy grandes los ojos, inclinándose ella también para recoger los expedientes.

Él sonrió dejando ver una dentadura perfecta y blanquísima.

Rachel se mordió el labio para evitar el gemido que le salió de la garganta.

“ ¡Darius!”, exclamó Norman a sus espaldas, haciéndolos asustar al mismo tiempo.

“ ¡Papá! ¡Feliz cumpleaños!”, lo saludó el hombre, levantándose y abrazando al padre bajo la mirada sorprendida de Rachel.

¡¿Ese hombre súper sexy era el hijo de Norman?!

Sin que la vieran, ya que sentía las mejillas rojas, Rachel fue corriendo hacia la oficina de su jefe, dejó la documentación en el escritorio y fue a esconderse en su cubículo a intentar calmarse un poco.

Ahora entendía la seguridad de Abigail cuando le había propuesto esa apuesta.

Darius Carter era hermoso como un dios y tenía los mismos ojos de su padre, incluso si todo lo demás era completamente distinto.

Estaba recomponiéndose, cuando escuchó que golpeaban la puerta.

Sin esperar el permiso, entró un muchacho caucásico, con cabello color castaño claro y los ojos verdes como los de Norman.

“ Eres el hijo de Norman, supongo.”

“ Sí, soy Justin. ¿Está papá?”, le preguntó el joven con una sonrisa tan seductora y al mismo tiempo inocente que hizo que se enterneciera y quedara encantada.

“ Está con tu hermano Darius. Quizás fueron a tomar un café.”

“ Ok, gracias”, se limitó a responder mientras salía.

Rachel se quedó pensando en ese encuentro.

Seguramente Justin era más joven que Darius y que ella también, pero era idéntico en todo a su padre.

Sí, era hermoso y ese aire un poco ingenuo lo hacía todavía más intrigante que Norman.

Decidida a retomar el control de sus emociones y a tomar una pausa, aprovechó ese momento de distracción de su jefe para ir a tomar un café a la máquina en la sala relax, esperando encontrar a Abigail. Tenía miles de preguntas que hacerle.

Estaba esperando que el café bajara al vaso de plástico, cuando escuchó una voz detrás de ella.

“ ¿Disculpe, usted es Rachel?”

Rachel se dio vuelta para responder, pero lo que tenía delante de ella la hizo sobresaltar tanto que el primer botón de su camisa ajustada saltó por el aire, dejando ver su escote generoso que presionaba contra la tela.

Delante de ella había dos hombres idénticos: rubios de ojos verdes, altos y con una belleza capaz de hacer caer incluso sus defensas de hierro, típicas de una mujer lo suficientemente herida como para no querer volver a caer en la trampa del amor.

Estaba tan sorprendida que creyó que tenía alucinaciones, sino hubiera sido que el traje elegante color crema de uno de ellos contrastaba con el look más agresivo de motociclista del otro.

Tampoco sus ojos parecían querer separarse de esa visión doble, su mano derecha se apresuró a cubrir su seno, expuesto a sus miradas.

“ Yo… Dios mío, me siento mortificada”, se recuperó después de algunos segundos, intentando cerrar su camisa y esconder su sostén de encaje blanco.

“ Tesoro, eres una delicia, pero creo que sería mejor que lleves esto”, fue en su ayuda el hombre vestido elegante, quitándose del cuello un foulard rojo de Hermès y poniéndoselo en el cuello, de modo que la seda le acariciara el cuello y le cayera sinuosamente sobre el pecho.

“ Gracias”, se limitó a decir Rachel con las mejillas rojas por la vergüenza.

“ ¿El rojo te queda bien, sabes? ¿Eres un encanto y además rompe la rigidez del contraste entre el blanco y el negro, no crees?”

“ Yo… Sí… No sabría”, murmuró tímidamente Rachel, mientras las expertas manos del hombre le acomodaban la camisa y un mechón de cabello.

Normalmente no permitía a nadie ese tipo de contacto o de atrevimiento, pero ese hombre parecía inocuo y más interesado en su forma de vestir que en lo que había dejado ver.

No se podía decir lo mismo de su gemelo, que todavía estaba petrificado mirándole el pecho con una expresión que la hizo sentir terriblemente expuesta.

“ A propósito, me llamo Jean-Louis y él es mi hermano Jean-Luc. Luc, para los amigos. Estábamos buscando a nuestro padre y una señora nos dijo que te preguntáramos a ti. Tú eres la nueva secretaria de nuestro padre, ¿verdad?”, se presentó el hombre con una sonrisa capaz de encantar a cualquiera.

“ Sí. Su padre está en su oficina.”

“ No, no está. Venimos de allí.”

Con prisa y dejando el café, Rachel se dirigió a su pequeña oficina, donde encontró de inmediato una pequeña nota de Norman: “Voy al Moka’s Bar a tomar un café con mis hijos. N.”

“ Su padre está en el Moka’s Bar con Darius y Justin”, les dijo.

“ ¿Dónde está ese bar?”, preguntó Jean-Luc con un acento muy francés que sorprendió a Rachel con una ola de deseo.

“ Aquí afuera, doblen a la derecha”, alcanzó a decir a pesar de que su mente ya estaba en otro sitio, en una cama, entre las sábanas de seda, junto a… ¿Luc? ¿Justin? ¿O Darius?

“ Ok, gracias”, la saludaron los dos hermanos.

“ ¿Y el foulard?”

“ Un simple presente por San Valentín o, si prefieres, un pequeño resarcimiento por haber soportado a nuestro padre durante estos meses”, le respondió Jean-Louis.

“ Gracias”, ni siquiera Matt le había regalado jamás algo tan costoso. Rachel adoraba la ropa de marca, sobre todo las colecciones de Max Mara, Armani, Dior, Prada y Tom Ford.

Cuando los dos hermanos se fueron, Rachel se dio cuenta de que había otro post-it.

Era de Abigail: “¿Quién ha ganado el desafío?”

Rachel se puso a reír porque mentiría si hubiera dicho que había permanecido completamente indiferente ante esos cuatro hombres.

Sin embargo, esa noche salió de la Carter House con el corazón en pedazos.

Norman no había regresado a la oficina y ella no había recibido ninguna llamada a último minuto para avisarle que ese no habría sido su último día de trabajo.

Desesperada y muy preocupada, se fue de inmediato a su casa y decidió desahogar el stress terminando de pintar la sala. Era un trabajo que había comenzado Matt un mes atrás, pero luego lo había interrumpido porque estaba demasiado cansado por las horas extras que hacía como bróker de finanzas.

“ O por todas las folladas que hizo a mis espaldas”, reflexionó Rachel golpeando tan fuerte la pared que le cayó pintura encima.

Por suerte se había puesto ropa vieja de Disney que habría tirado con gusto cuando hubiera terminado de pintar.

Estaba por terminar la segunda pared, cuando escuchó que sonaba su celular.

Corrió a responder y con la emoción que le emanaba por los poros, vio el nombre de su jefe en la pantalla.

“ Rachel, pero ¿dónde estás?”, se enojó Norman sin siquiera saludarla.

“ En casa”, miró la hora. Eran las seis de la tarde y su horario de trabajo había terminado a las cuatro, aunque ella se había quedado casi hasta las cinco para esperarlo.

“ Te había pedido el informe.”

“ Está sobre el escritorio.”

“ ¡No, no está! Te había dicho que era urgente. Dentro de menos de una hora tengo que enviar todo a la tipografía. Sabes que no me gusta no cumplir con mi palabra.”

Rachel volvió a pensar en lo que había pasado ese día.

¿Estaba segura de que había llevado la documentación que le había pedido? ¿O Darius la había distraído y luego se la había olvidado?

“ Voy de inmediato”, se limitó a responder antes de cortar.

El tiempo apremiaba.

Sin cambiarse, corrió a la Carter House y se dirigió de inmediato a su oficina.

Buscó el informe impreso, pero no lo encontró por ningún lado.

Exasperada con la presión encima, encendió el ordenador, decidida a imprimir una nueva copia.

“ ¿Pero qué demonios…?”, dijo sorprendida viendo el desktop de su ordenador completamente vacío.

Donde diablos habían ido a parar todos sus archivos, los informes…. ¿Todo aquello con lo que había trabajado durante esos meses?

De repente, se sintió llena de pánico.

Además, a esa hora los técnicos informáticos ya se habían ido y estaba completamente sola, con Norman en la oficina de al lado que esperaba ansioso la documentación que había pedido.

Desesperada, se puso a buscar el informe por todas partes, incluso en su cartera Prada.

Estaba por desistir y rendirse cuando vio el pequeño pendrive que le había dado Abigail algunas horas antes.

Sin saber qué otra cosa hacer, lo puso en el ordenador.

De repente, en el desktop aparecieron todos sus archivos.

¡Abigail le había guardado todo el trabajo que había hecho!

Volvió a pensar en lo que habían hablado y en las sospechas de que Mara Herdex hubiera hecho cualquier cosa para sacarse de encima a la competencia y ser la nueva editora senior.

De hecho, ese tipo de incidentes ya le habían sucedido en otras oportunidades y en esas ocasiones siempre había aparecido Mara con la solución en la mano.

Con una avalancha de epítetos en la boca, Rachel imprimió todo y corrió donde estaba su jefe. Golpeó la puerta y Norman le ordenó que entrara.

Pero una vez que Rachel entró, se dio cuenta de que no estaba solo.

Junto con él, estaban un hombre y una niña.

Intentando no mirarlos, Rachel dejo rápidamente el informe en el escritorio y se dirigió a la salida, pero la niña se paró delante de ella.

“ ¿No eres demasiado vieja para usar una sudadera de Blanca Nieves y los siete enanitos? ¿Por qué estás toda manchada con pintura?”, le remarcó la pequeña, mirándola con sus bellísimos ojos verdes y moviendo su pequeña cola de caballo color castaño oscuro.

“ Sophie, no molestes a las personas”, le dijo el padre, un hombre con los mismos ojos de Norman, pero con el cabello más oscuro y el rostro cubierto por una tupida barba ligeramente descuidada que le escondía las facciones. “Discúlpela. Mi hija siempre tiende a decir cosas inapropiadas en el momento inadecuado y a las personas equivocadas”, la justificó el hombre con un tono fingidamente enojado.

“ No, no importa”, le respondió Rachel esbozando una sonrisa.

“ Rachel, ¿tú ya conoces a mi hijo Rufus?”, intervino Norman.

“ La verdad es que no”, admitió ella.

“ Comienza a conocerlo bien si quieres continuar trabajando aquí, porque un día ésta empresa pasará a manos suyas.”

“ Papá…”, protestó molesto el hijo.

“ Lo sé, ¿pero en algún momento tendrás que sentar cabeza o quieres seguir arruinándote la vida?”, se preocupó el padre.

“ Es tarde. Tengo que irme”, dijo cortante el hombre completamente avergonzado por la frase del padre delante a una desconocida.

“ Ok, vete y déjame a Sophie. Hace mucho que no paso tiempo con mi adorada nieta.”

Rufus asintió y, después de haber saludado y dado recomendaciones a la pequeña, salió apresuradamente.

“ Yo también me voy. Buenas noches”, dijo Rachel sintiendo que sobraba.

“ No, espera. Todavía no hemos hablado sobre la extensión de tu contrato.”

“ Creía que no me quería más aquí.”

“ Eres demasiado indispensable como para que prescinda de ti. Sin embargo, esperé hasta último momento porque estoy muy contrariado. Todavía te necesito como secretaria, pero me doy cuenta de que tu trabajo es el de editora y quisiera que tú tomaras ese puesto. Eres brillante y tienes experiencia. Estaría dispuesto a promoverte de inmediato como editora senior y a darte un aumento, si me prometes que te quedarás con nosotros. Además, he visto tu blog Sueños de Papel. Sabes muchísimas cosas y algunos de los artículos que has escrito son tendencia en las editoriales. Me has hecho entender que tienes pasta de líder y, después de nuestras últimas charlas, empiezo a pensar en la idea de abrir una serie de ficción.”

“ ¡Sería fantástico!”, se entusiasmó Rachel todavía incrédula.

“ Demuéstrame que eres tan capaz como creo y te pondré como jefa de la columna, pero te advierto que no será fácil porque hasta ahora no tengo los recursos ni el personal calificado para armar un buen equipo. De todas formas, si se dan los resultados que dices, entonces te daré vía libre y un presupuesto trimestral que podrás administrar como prefieras. ¿Te parece bien?”

“ ¡Estoy lista y le prometo que no lo voy a desilusionar!”, exclamó la mujer sintiéndose en el séptimo cielo. ¡Su sueño se estaba volviendo realidad! No habría podido pedir nada más.

Cuando salió de la Carter House estaba tan feliz que nada podía quitarle la sonrisa y la felicidad que sentía en ese momento. Ni siquiera su amigo de carta que no se presentó al restaurante en su primer encuentro.

“ Me faltó el coraje. Perdóname. Richard.”, le escribió por email esa misma noche para disculparse.

“ Por lo que parece, el destino me está diciendo que me concentre en mi carrera y no en los hombres”, comprendió Rachel sintiéndose desilusionada. Muy en su interior estaba convencida que de su amistad con Richard podía surgir algo más. Se habían escrito durante un año y ella lo había seguido como consultora editorial por meses, ayudándolo a surgir como escritor. Con el tiempo se habían vuelto amigos y finalmente habían decidido encontrarse personalmente, ya que hasta ese momento nunca se habían visto. Ni siquiera por foto.




3


“ Me has salvado la vida, Abigail”, dijo Rachel apenas llegó de Powell’s donde había ido por un almuerzo rápido al día siguiente.

“ Lo sé”, respondió Abigail feliz de haber hecho algo bien. Estimaba a Rachel como profesional y como persona porque era siempre honesta, correcta y responsable, incluso si a menudo no tenía tacto, pero no lo hacía a propósito. Ella era así. Durante esos meses, incluso si la había mantenido a distancia, había aprendido a conocerla y a apreciarla.

Cientos de veces habría querido ir a presentarse, pero el miedo había prevalecido y jamás había osado acercarse.

Sin embargo, cuando había escuchado una conversación de Mara Herlex en la que admitía que saboteaba el trabajo de Rachel, había decidido hacer algo.

Cada día, durante la hora del almuerzo, había ido a la oficina de Rachel a copiar su trabajo en ese pendrive, sabiendo que en algún momento habría sido útil. ¡Y no se había equivocado!

Lo había hecho por Rachel porque no se merecía ese desprecio y, por ella misma que ya no soportaba más las humillaciones de Mara e incluso por la Carter House porque no estaba pasando un buen período y ciertas venganzas y mezquindades sólo habrían conseguido dañar aún más a la editorial.

“ ¡Y me enamoré!”, exclamó Rachel riendo.

“ ¡Lo sabía! ¿De quién?”

“ De todos. Incluido Norman.”

“ Qué lástima que estén todos fuera de juego.”

“ ¿Los seis?”

“ Sí.”

“ ¿También Norman? Yo sé que él está soltero.”

“ Sí, pero tiene cincuenta y seis años, ¡vamos! ¡Podría ser nuestro padre!”

Rachel se quedó sin habla porque sabía que era verdad. Ella también se lo repetía a sí misma.

Treinta y dos años de diferencia no eran pocos.

“ ¿Qué me puedes decir de sus hijos? ¿Y por qué están todo fuera de juego?”, preguntó Rachel.

“ ¡Yo sé todo! Pregúntame todo lo que quieras.”

“ ¿Quieres hablar de Darius?”

“ Darius... Dios mío, sólo pensar en él me da ganas de tirarme en un chocolate caliente. ¡Y esos ojos! Tienes que saber que Darius es hijo de Norman y de una nigeriana, activista de los derechos civiles. La Carter House ha publicado dos libros de esa mujer. Se dice que Norman fue a Nigeria para conocerla y proponerle un contrato con la editorial, pero que se enamoró. Estuvieron casados algunos años. Hace treinta y dos años nació Darius, pero después de eso se separaron. Darius se quedó con la madre, pero tiene una muy buena relación con ambos. Norman quería dejarle a él su herencia de la Carter House, pero Darius prefirió ser bombero aquí en Portland y hace dos años se casó con una bruja que lo usa como un trofeo a exhibir y sólo viene aquí para pedirle dinero al suegro, después de que su centro de estética quebró.”

“ Oh, ya entendí: Darius está fuera de la liga, ¿pero Justin? Es demasiado lindo con ese aire alegre.”

“ Justin tiene catorce años, Rachel”, la detuvo de inmediato Abigail.

“ Tuve fantasías sexuales con un menor de edad. ¡Soy una pervertida!”, se dio cuenta Rachel con las mejillas rojas por la vergüenza.

“ Le daba dieciocho”, intentó justificarse la muchacha.

“ No eres la única que lo ha pensado, pero te puedo asegurar que Justin sólo es un adolescente. Norman y la madre de Justin se separaron el año pasado. Ella es búlgara y se dice que usó a Norman sólo para tener la Green card. No sé si es verdad, pero Norman había ido a la Feria Internacional del Libro de Sofía y volvió a Estados Unidos con ella. Sólo sé eso y que después del nacimiento de Justin las cosas comenzaron a ir mal hasta que se separaron.”

“ Pero los gemelos son adultos, ¿verdad?”, intentó preguntar Rachel todavía sorprendida por la edad de Justin.

“ Sí, tienen veintisiete años. De madre francesa que trabaja como estilista en París. También en ese caso, el viaje a París fue fatal para Norman. Su matrimonio duró casi diez años, pero luego ella volvió a Francia con los hijos y, se separaron. Jean-Louis se volvió un estilista como la madre y abrió su atelier aquí en Portland, mientas que Luc es un piloto de rally que vive en el Principado de Mónaco.”

“ Pero están solteros, ¿verdad?”

“ Sí, pero Jean-Louis es gay y Luc vive a más de cincuenta mil millas de distancia. No tiene una buena relación con su padre y los demás hermanos, por lo que viene pocas veces a los Estados Unidos.”

“ Sólo me queda Rufus, en resumen”, resopló Rachel contrariada.

“ ¡Olvídate también de él! Tiene treinta años, es un atolondrado y está divorciado. Sobre él sé muy poco, excepto que Norman conoció a su madre en Nueva York, en una galería de arte donde ella exponía sus cuadros. Fue la locura de una noche, pero ella quedó embarazada. Él le propuso matrimonio, pero ella lo rechazó y seis meses después de haber parido, se fue. Dejó a su hijo con Norman y desapareció, literalmente. No volvió a tener ningún contacto con Norman y su hijo, que jamás conoció a la madre. Algunos dicen que Norman quedó devastado, pero que quería tanto darle una madre a su hijo, que se casó de forma muy apresurada con la madre de Jean-Louis y Luc. Sin embargo, se dice que Rufus nunca fue del agrado de la nueva familia, a pesar de ser el mejor y un verdadero genio en la escuela. Rufus es el único que se graduó y que siguió los pasos del padre. A pesar de ello, durante el último año de la universidad, dejó embarazada a su novia y las cosas comenzaron a ir mal. No pudo especializarse, comenzó a dedicarse sólo a su hija ya que su pareja trabajaba como modelo y se había ido a vivir a Londres. Él la siguió. Se casaron, pero por lo que parece, ella amaba demasiado divertirse como para estar casada y, finalmente lo dejó. Él volvió a Portland hace poco, con la hija, sin trabajo y con el corazón en pedazos.”

“ Pobrecito…”

“ Sí. Y ahora también se dejó crecer la barba como si quisiera esconderse. Una vez escuché a Norman decir que Rufus se había cerrado con todos y que se había vuelto desconfiado. No dejaba que nadie se le acerque. Siempre creí que el día que lo viera sin barba, hubiera sido el día en el que hubiera sabido que estaría listo para recomenzar a vivir.”

“ Se lo merece, después de todo lo que pasó.”

Abigail y Rachel todavía estaban hablando de los hijos de Norman cuando una joven mujer de cabello rojizo y ojos grises-verdes, se les acercó.

“ ¿Abby?”, exclamó la mujer, llamando la atención de las dos jóvenes que estaban comiendo.

Abigail se dio vuelta de inmediato. Fuera de la oficina, todos la llamaban Abby.

“ ¡Emma!”, la reconoció de inmediato Abigail apenas la vio. “Hace mucho tiempo que no nos veíamos.”

“ Desde que Liza’s Books cerró y el Club del Libro dejó de funcionar allí. Por eso ahora vengo al Powell’s a comprar libros.”

“ Quizás conoces a Rachel. Ella también iba al Club del Libro”, la presentó Abigail.

“ Puede ser. Había muchas personas que frecuentaban el Club de Liza”, respondió Emma dudando. En realidad, no le parecía que la hubiera visto jamás.

“ No creo. Fui unas pocas veces”, dijo Rachel, segura de que se hubiera acordado de una mujer como esa. Había quedado sorprendida por la elegancia y la gracia de esa joven que, seguramente tenía su misma edad. Todo en ella emanaba femineidad y clase. Desde la forma en que caminaba, su chignon perfecto que sostenía su cabello rojo, su traje de tweed verde esmeralda de Chanel hasta su abrigo blanco color crema de Burberry.

“ Emma es diseñadora de interiores, pero le apasionan los libros y ahora escribe novelas”, la presentó Abigail con tono pomposo, que hizo enrojecer la piel clara y pecosa de Emma.

“ Hace poco me gradué en arquitectura con una especialización en diseño interior, pero eso es todo. Adoro leer y escribo sólo para pasar el tiempo”, dijo interrumpiendo las palabras de Abigail.

“ Mucho gusto de conocerte. Me llamo Rachel Moses”, se presentó Rachel dándole la mano.

“ ¿Eres la Rachel Moses de Sueños de Papel?”, exclamó sorprendida Emma.

“ Sí.”

“ ¡Adoro tu blog!”

“ Gracias.”

“ ¡Es un placer conocerte! ¡No sabía que eras de Portland!”

“ No me gusta hablar de mí en las redes sociales”, le explicó Rachel que adoraba el anonimato y siempre había sentido algo de molestia por la idea de compartir su vida con desconocidos. Incluso su foto de perfil era la imagen de una librería de Praga.

“ Te entiendo. Yo soy Emma Marconi.”

“ ¿Marconi como Marconi Construcciones?”, preguntó sorprendida Rachel. La familia italiana Marconi era una de las más ricas de Portland y había hecho fortuna en la industria de la construcción. No había una sola persona en Portland que no conociera la fama de los Marconi.

“ Sí, mi abuelo es Cesare Marconi, el fundador.”

“ ¡Vaya!”

“ Emma, ¿por qué no tomas un café con nosotras?”, se entrometió Abigail.

“ No quisiera molestar.”

“ Nos gustaría y, estoy segura de que tendríamos un montón de cosas para charlar.”

“ Está bien”, aceptó feliz Emma, sentándose con ellas.

Juntas pidieron un capuchino y una porción de red velvet cada una.

Y como por arte de magia, en un instante, alrededor de esa mesa, cada una de ellas supo que había unido su destino al de las otras dos.




4


Esa noche Emma no pudo conciliar el sueño por el email de Rachel.

Por primera vez en su vida había encontrado el coraje de hacer leer sus cuentos a alguien y estaba aterrorizada. Además, Abigail le había avisado cuánto era severa su amiga y que no tenía ningún problema en hacer pedazos un manuscrito sino lo encontraba a la altura.

Desde hacía dos meses salía con esas dos muchachas, pero ya había comprendido que Rachel era una mujer dura, severa, determinada, perfeccionista, pero siempre estaba lista para ayudar a quienes quería. Siempre se podía contar con ella. Para cualquier cosa y en cualquier momento.

No se podía decir lo mismo de Abigail que, a pesar de ser muy dulce, tierna y bonita, tendía a dejarse llevar por la emoción y a ser ansiosa o a comportarse como una niña que necesita consuelo.

Eran tan distintas como el día y la noche, pero se complementaban perfectamente.

Emma volvió a pensar en el email de Rachel.

“ Leí tu colección de cuentos. ¡Emma, tienes talento de sobra! ¡Has nacido para ser escritora! Te envío mis anotaciones sobre los cuentos más hermosos que me has enviado. Trabajando un poco, pienso que podrías ganar algún concurso literario. ¡Felicitaciones! Siempre tendrás todo mi apoyo si un día quieres publicar tus obras. Rachel.

P.D.: no se lo digas a Abby. Me acaba de enviar uno de sus cuentos y no sé cómo rechazarla sin hacerla llorar.”

Jamás hubiera pensado que un día Rachel Moses le habría dicho que tenía talento.

Había llorado por la emoción y había escrito durante toda la noche

Esa mañana hubiera querido dormir hasta el mediodía, pero su abuelo la había llamado a las ocho de la mañana diciéndole que fuera a su oficina porque necesitaba hablarle urgentemente.

A menudo no entendía por qué su abuelo la convocaba a la sede central de la Marconi Construcciones. Cuando se encontró delante del inmenso palacio, uno de los primeros que había construido el hombre cuando todavía dividía el trabajo de albañil y el de empresario de la construcción, Emma no pudo contener esa pequeña preocupación que sentía en el corazón cada vez que iba allí.

“ Buenos días, señorita Marconi. Su abuelo la espera”, la recibió de inmediato la secretaria, acompañándola a la oficina del autoritario e influyente Cesare Marconi.

Apenas golpeó la puerta, la voz fuerte y segura del hombre invitó a la nieta a entrar.

Cruzar el umbral de esa oficina siempre fue un viaje al pasado para Emma.

La habitación era inmensa y donde ahora había un pequeño salón de recepción, antes hubo una pequeña sala de juegos para niños, amueblada con silloncitos de colores, alfombras con números dibujados, cubos, Legos, cuadernos de dibujo, puzles y cientos de muñecos. Todo para la nieta preferida del poderoso Cesare Marconi.

Un hombre hábil, sin escrúpulos, orgulloso hasta la médula, exigente y autoritario que había puesto a su imperio en el sector inmobiliario partiendo de cero… pero también un hombre amoroso y atento.

Cuántas veces le había contado a Emma su historia, partiendo desde su infancia pobre en la periferia romana en Italia, para luego hablarle de una adolescencia sin esperanzas o ambiciones, pasada rompiéndose la espalda como albañil, en lugar de estudiar, porque tenía que ayudar a su familia.

Hasta el día en que su primo, Giulio Marconi, con quien había compartido toda su vida, lo había llevado a Estados Unidos en busca de fortuna.

De trabajar como albañiles se habían vuelto en poco tiempo en empresarios de la construcción.

En diez años de trabajo duro consiguieron levantar la Marconi Construcciones y después de muchos años la habían convertido en una de las empresas más conocidas y solicitadas de Oregón.

“ Marconi. No sólo un nombre, sino una garantía de prestigio y solidez”, como decía el slogan de la compañía.

Fueron años de oro durante los cuales Cesare y Giulio Marconi crearon un verdadero coloso millonario, hasta doce años antes de que sucedieran algo grave y misterioso, y desde ese momento los dos inseparables primos se separaron sin volver a dirigirse la palabra. Ambos eran demasiado orgullosos para ceder, su pelea se volvió en una disputa familiar en la que a los descendientes de Cesare les fue prohibido tener cualquier vínculo con los lejanos primos descendientes de Giulio y viceversa.

La familia Marconi se separó y nada fue como antes.

La única preocupación en común entre los dos primos había sido la Marconi Construcciones, que se dividió dando lugar a la Marconi Inmobiliarias encabezada por Giulio, pero la escisión fue tan secreta que sólo algunas pocas personas sabían que las dos empresas eran dos cosas separadas.

“ Los trapos sucios se lavan en casa”, decía su abuelo, que hizo de todo para que nadie supiera qué había ocurrido realmente. Del resto, el nombre Marconi era y debía permanecer sinónimo de tradición, garantía, solidez, prestigio y poder. Habría muerto antes que ver manchado el nombre de su familia.

Sin embargo, para Emma, Cesare Marconi no era sólo un hombre de éxito de casi ochenta años, todavía pegado a su sillón para dirigir su empresa e impartir órdenes como un comandante.

No, para ella era un padre, una madre, un mentor, un refugio…

Para Cesare no había nada antes de su familia, después de que la esposa había muerto después del cuarto embarazo, se había dedicado en cuerpo y alma para dar un futuro próspero a todos su hijos y nietos. Era un verdadero jefe de familia y, cuando llamaba, todos tenían que responder como soldados pero para compensar, ningún Marconi había pasado hambre y cada miembro de la familia había sido involucrado en la empresa, ubicados estratégicamente en las distintas filiales de la Marconi Construcciones.

Ya estaba decidido incluso el sucesor de Cesare: Alberto, su adorado primogénito.

Era todo perfecto, hasta que una noche trágica, a bordo de su coche, Alberto y su esposa Sarah, murieron dejando sola a su pequeña hija de tres años en casa con fiebre.

Emma.

Cesare no se permitió llorar una sola lágrima por el hijo y la nuera.

Había una niña en quien pensar y, según él, no había nadie que pudiera volverse su tutor. Nadie excepto él.

Llevó a esa pequeña niña, silenciosa y timidísima, con él.

Al comienzo fue difícil, porque Cesare tenía una objeción sobre cada ama de llaves, baby-sitter o asistente, tanto como para despedir a quince personas en tres meses.

Exasperado y con una empresa que llevar adelante, decidió llevar a la niña a su oficina.

Le reservó una parte de su oficina, le enseñó a hacer construcciones, a leer y luego a escribir, pero sobre todo la importancia del silencio porque ese era un lugar de trabajo donde no se podía gritar, correr o llorar.

Emma resultó ser una niña extremadamente condescendiente y con un apego especial a ese abuelo que la llenaba de cariño y atención.

Durante tres años Cesare no se separó de su oficina, delegando al primo todos los viajes y conferencias, ya que en ese momento todavía se llevaban bien.

Después llegó la escuela, el colegio y las vacaciones de verano en la casa en el lago de la familia de Giulio en Deschutes County, donde la esposa Renata reunía a todos los nietos menores de quince años para hacerlos jugar y divertir juntos bajo su severa supervisión.

Aunque si era muy rígida y estaba llena de reglas, las vacaciones en el lago eran el momento más hermoso del año para Emma. Solamente allí podía estar con sus primos de primero, segundo o tercer grado y divertirse corriendo, jugando, gritando, ensuciare, tirare al agua incluso vestida… una decena de jóvenes Marconi para disfrutar de la inmensa finca a los pies de las Cascade Mountains.

Todo hasta hacía doce años atrás. Luego no hubo más fiestas ni carcajadas.

Emma todavía recordaba su cumpleaños número trece.

Había llorado a escondidas de su abuelo porque extrañaba la fiesta en el lago con todos sus primos.

¡También recordaba su último cumpleaños en el que sus primos Salvatore y Aiden la habían secuestrado a las siete de la mañana de su cama, para luego llevarla en brazos hasta el lago y tirarla en el agua gritándole “Feliz Cumpleaños!”.

El agua le entraba por la nariz, por la boca y por las orejas, pero nada le había impedido a Salvatore continuar, había regresado astutamente a la casa, bajo el ala protectora de la abuela Renata.

Sólo Aiden se había quedado. Él se quedaba siempre. Cerca de ella.

“ ¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Me exprimirás como un trapo o me colgarás en algún lugar para que se seque como una sábana?”, le había preguntado Emma fingiendo estar enojada.

“ No, te quiero besar”, le había respondido simplemente Aiden acercándose y posando delicadamente los labios sobre los suyos, antes de darle tiempo a reaccionar.

Fue un pequeño y tímido beso, pero eso había alcanzado para hacer delirar a Emma.

Ese fue su primer beso y haberlo recibido justamente de Aiden había sido el regalo más hermoso.

Cuando él se separó de ella, parecía estar avergonzado y sentirse culpable, como si hubiera osado hacer algo prohibido, pero la amplia sonrisa en el rostro pecoso de Emma y sus ojos brillosos que lo habían mirado lleno de cariño había disipado cualquier duda. Con más coraje, volvió a besarla con más seguridad y, cuando Emma lo rodeó con sus brazos alrededor del cuello, había sentido que el corazón latía más rápido aún.

Para Emma ese momento fue como un sueño.

“ Ahora estamos juntos, ¿verdad?”, le había preguntado la muchachita ingenuamente.

“ No sé si podemos.”

“ ¿Por qué?”

“ Eres mi prima.”

“ Sí, pero no en primer grado, por eso creo que se puede.”

“ Entonces está bien, pero tiene que ser un secreto.”

El día había pasado espléndidamente y nadie se había dado cuenta de nada, ya que Emma y Aiden eran inseparables desde mucho antes.

Sin embargo, para Emma ese idilio había durado sólo un día, antes de darse cuenta de que una vez terminado el verano no habría vuelto a ver a su noviecito hasta el próximo verano.

“ En realidad, el próximo año yo no vendré más aquí”, le había respondido Aiden, después de escuchar sus preocupaciones.

“ ¿Por qué?”, había preguntado Emma tratando de ocultar el nudo en la garganta.

“ El próximo año cumplo dieciséis años y el abuelo Giulio quiere que vaya a hacer una práctica en la sede de Seattle durante todo el verano.”

Emma se había puesto a llorar desesperada y se había calmado sólo después de que Aiden le había prometido que no hubiera faltado a su cumpleaños número trece.

Pero, sólo un par de meses después sucedió una violenta pelea entre Cesare y Giulio, con la consiguiente separación de las dos ramas de la familia.

Cuando Emma intentó pedir a su abuelo que invitara a Aiden a su cumpleaños, él se había enojado muchísimo y había amenazado con castigarla, si hubiera osado pronunciar de nuevo ese nombre que ni siquiera era italiano.

Habían pasado doce años desde entonces.

Doce años de cumpleaños que se habían vuelto más oficiales y formales.

Doce años durante los cuales había visto a Aiden sólo unas pocas veces en algún evento organizado por alguna otra persona que más tarde habría conocido la ira de Cesare y Giulio Marconi.

Doce años anclada al brazo del abuelo que la mantenía siempre cerca suyo, listo para mantener a distancia a los “Marconi con la M minúscula”, como decía él, y a protegerla de cualquier pretendiente o enamorado que hubiera tenido el coraje de acercarse a la que consideraba más que una hija, sino un verdadero pedazo de su corazón.

Tímida e insegura como era, Emma nunca había tenido la necesidad de liberarse de ese control morboso y asfixiante o de ir en contra de los deseos del abuelo y, si eso por un lado le imponía muchas limitaciones sobre todo en el campo amoroso, por el otro la hacía la Marconi más libre de la familia.

A diferencia de todos sus parientes, ella había podido permanecer fuera de las cuestiones empresarias, ya que era mujer y no tenía un interés particular por los negocios, como le recordaba a veces el abuelo.

“ Con esa carita tan dulce e inocente serías la presa favorita de todos los tiburones de Portland… No, Emma, tu sólo tienes que pensar en terminar tus estudios y buscarte un buen marido que pueda cuidar de ti”, le decía a menudo el abuelo. Lástima que no hubiera sido fácil terminar los estudios de arquitectura y mucho menos especializarse en diseño interior, ya que Cesare odiaba a los arquitectos tanto como a los dentistas y le parecían sólo inútiles, a diferencia de los geómetras y de los ingenieros. Además, no entendía qué sentido tenía estudiar tres años para aprender a decorar un ambiente. “¡Todos decoran su casa y nadie tiene esa especialización absurda que sólo los arquitectos podían inventarse! ¡Qué cosa inútil!”.

Por no hablar de la búsqueda de marido. El extenso examen y el interrogatorio al que se sometía a cada pretendiente de la nieta no permitía a nadie llegar a la tercera cita. ¡Ninguno estaba a la altura! Uno era demasiado snob, uno tenía padres divorciados, uno no era católico, uno no tenía raíces italianas, uno había dejado el colegio, uno le había respondido mal… y así hasta el infinito.

Emma había intentado ver a algunos muchachos a escondidas sobre todo en el colegio, pero su abuelo tenía ojos y orejas por todas partes.

“ Lo hago por tu bien. Un día me agradecerás, hija mía”, le respondía siempre cuando Emma daba muestras de sufrimiento.

Sin embargo, su abuelo siempre había sabido ganarse su afecto con una cuenta en el banco ilimitada, que siempre le había permitido comprar todas las casas que quería y decorarlas, o irse a vivir sola. Alcanzaba con que no dijera que se había graduado como arquitecta (estudio que él no había aprobado jamás) y que prometiera mantenerse alejada de los trepadores sociales y de la vida mundana.

Y Emma había aceptado. Por lo demás, no tenía necesidad de trabajar y había abierto un blog de arquitectura bajo un nombre falso, donde daba consejos sobre cómo reestructurar y decorar casas. No era un blog con muchos seguidores, pero había logrado abrirse camino en el laberinto virtual de la web.

Mientras tanto, también había comenzado a escribir algunos cuentos (siempre bajo un seudónimo), a frecuentar algún club del libro y a participar en el grupo del blog Sueños de Papel de Rachel Moses y de otras apasionadas de libros que intercambiaban consejos e información para ayudar a escritores novatos a tener visibilidad y a mejorar sus obras.

Claro, no tenía amigos y no salía con nadie además de sus primos y alguna vieja compañera del colegio, pero ahora las cosas estaban cambiando.

El encuentro con Abigail Camberg y Rachel Moses le había cambiado la vida y ahora tenía alguien con quien poder hablar abiertamente de sus pasiones y de sus sueños.

“ Emma, hija mía”, la recibió el abuelo apenas vio a la nieta entrar por la puerta de la oficina.

“ ¡Abuelo!”, exclamó feliz como una niña corriendo a abrazar a ese viejo hosco que siempre la había amado como ningún otro.

“ ¿Cómo estás?”

“ Bien. ¿Y tú?”

“ He tenido mejores momentos”, murmuró el hombre sentándose en su silla presidencial detrás del escritorio e invitando a Emma a sentarse frente a él.

“ Mala señal”, pensó de inmediato Emma en alerta. Cuando iba a ver a su abuelo, él siempre la hacía acomodar en el saloncito, donde generalmente había siempre un té o un café con dulces que la esperaban.

Pocas veces su abuelo la había hecho sentar delante a su trono y todas las veces había sido para regañarla, como esa vez que había descubierto que se veía a escondidas con un tal Clark que Cesare había definido como un “idiota holgazán de un republicano”, o cuando peleaban porque Emma había decidido asistir a los cursos de arquitectura y no de economía como se esperaba, o cuando le había comunicado que se iba a vivir sola a un altillo, o la única vez que había ido a una fiesta donde se había emborrachado con un solo whisky.

“ Lo lamento mucho, abuelo, que estés pasando un mal periodo. He hablado con Sally, la esposa de Salvatore, la semana pasada, y me dijo que el banco te rechazó el último préstamo”, respondió Emma, intentando distraerlo hablando de la Marconi Construcciones. Cosa que normalmente funcionaba.

“ Si, mi querida. Los tiempos dorados terminaron y esta crisis nos está cortando las piernas. De todas formas, tenemos pérdidas desde hace demasiado tiempo… ya llevamos cinco años que continuamos con este descenso al infierno y yo empiezo a no ver el final del túnel. No me sorprende que Giulio haya tenido un infarto. Después de tantos años trabajando duro para lograr algo de lo que estar orgulloso, ahora verse destruido por los bancos, con el consejo de administración que quiere vender las acciones a cualquiera que se divierta desarmando las empresas… Yo… yo…”, se enojó Cesare, pero después el cansancio y la fatiga respiratoria le fueron quitando las palabras.

“ Te lo ruego, tranquilízate”, se asustó de inmediato Emma yendo hacia él y tomándole la mano. Su abuelo tenía setenta y ocho años y, si el corazón le funcionaba bien, no se podía decir lo mismo de los pulmones después de haber pasado años fumando como una chimenea. Los doctores le habían quitado los cigarrillos y la pipa desde hacía tres años, pero él seguía sufriendo de espasmos respiratorios por el estrés.

“ Tendrías que ceder el puesto a uno de nosotros y retirarte, papá”, le había dicho su segundo hijo Samuele en una cena familiar, pero la mirada helada que había recibido como respuesta lo había enmudecido durante toda la velada.

“ Ya lo habría hecho si hubiera encontrado entre esa manada de holgazanes que viven entre algodones, al menos un hijo o un nieto merecedor y con el mismo fuego en las venas que yo”, le había dicho luego a Emma una vez que se quedaron solos.

“ Fui a ver a Giulio en el hospital unos días antes de su muerte, ¿sabes?”, le confesó su abuelo trayéndola de vuelta a la realidad.

Emma quedó con la boca abierta. Sólo pronunciar la palabra Giulio estaba prohibida en presencia de su abuelo y ahora le dejaba saber que ambos se habían visto dos meses antes.

“ No me lo habías dicho”, susurró Emma sorprendida.

“ Lo sé. El hecho es que supe que había tenido un infarto. Me llegó el comentario que estaba muriendo, lleno de remordimientos por estos doce años alejado de él por el loco amor por una mujer a la que no volví a ver, fui a verlo.”

Emma hubiera querido pedirle mil explicaciones: ¡¿la pelea entre su abuelo y Giulio fue por una mujer?! Eso, si que no se lo esperaba. Por lo que sabía, su abuelo todavía estaba unido al recuerdo de su difunta esposa, la madre de sus cuatro hijos.

“ A diferencia mía, él ya había encontrado un heredero a quien dejar el mando”, continuó el hombre.

“ ¿Quién?”

“ El hijo de Giacomo y Eleonor. Por lo que parece, del hijo más estúpido de Giulio nació el mejor nieto.”

“ ¿Aiden?”, murmuró apenas Emma que de todas formas había olvidado cómo pronunciar ese nombre en voz alta, desde que le había sido prohibido. Incluso si en realidad en cada uno de sus cuentos siempre había un bellísimo e intrépido Aiden que salvaba a la protagonista.

“ Sí”, respondió Cesare ligeramente contrariado. “Y además es muy bueno. Sé también que a la Marconi Inmobiliarias le estaba yendo mal y, sin embargo, todavía está a flote y Giulio me confesó que le debía todo a Aiden. Me informé y es verdad. Ese muchacho ya se hizo un nombre en el mundo de los negocios y por lo que parece no es uno que anda con vueltas cuando se trata de cerrar un trato, incluso si aparenta tener una máscara de hielo.”

De todas formas, Emma no recordaba siquiera la última vez que había visto a Aiden. Había pasado una eternidad.

“ Quien sabe cómo se convirtió…”, pensó.

“ Hace algunos días Aiden vino a verme. Me trajo una carta de mi primo en la que me pedía que salvara nuestro nombre y a la familia. Se disculpaba por no haber sido siempre honesto conmigo y me imploraba que devolviera a la Marconi Construcciones su antiguo esplendor.”

“ Pero de todas formas está muerto.”

“ Sí, pero ya llevé la carta a un abogado y me dijo que tiene valor, por lo que puedo impugnar la herencia de Giulio. Sin embargo, no quiero destruir lo que hemos construido, es más quiero hacer que la Marconi vuelva a ser lo que fue, como él lo pidió. Quiero cumplir su deseo.”

“ Tendrás que ponerte de acuerdo con Aiden.”

“ Ya lo hice y él aceptó.”

¿Todo en una sola semana? Claro que su abuelo sabía como mover cielo y tierra en poco tiempo.

“ Me alegro mucho”, respondió con cautela escondiendo la felicidad de poder ver nuevo a Aiden.

“” Quien sabe si él también se acuerda de nuestro beso de hace doce años atrás…””, pensó soñadora y reconfortada por el hecho que, gracias a sus investigaciones secretas, sabía que también él estaba todavía soltero.

“ A mí no.”

“ ¿Por qué?”, preguntó Emma curiosa. ¿Cuándo su abuelo había aceptado hacer algo en contra de sus deseos?

“ Porque tú eres parte del acuerdo”, le respondió aferrándole las manos aún más y encadenándola con una mirada que parecía plata.

“ ¿Yo?”

“ Sí, queremos hacer una fusión de las dos empresas, pero no queremos levantar más sospechas aún, así que hemos pensado en una unión que distraiga de los verdaderos problemas y que castigue a la familia Marconi.”

“ Me parece una buena idea”, susurró Emma sabiendo cuanto se preocupaba su abuelo en no crear escándalos.

“ Emma no has entendido. La fusión se trata de tu matrimonio”, aclaró el hombre con voz sufrida.

Fue precisamente la palabra matrimonio la que desconectó todas las neuronas del cerebro de Emma.

En contraposición, su corazón le hacía sentir un ataque de taquicardia con triple salto mortal.

“ Tú y Aiden”, remarcó el abuelo creyendo que el silencio de Emma se debiera a la falta de comprensión de sus palabras.

Emma intentó razonar.

Nada, las neuronas estaban todas en coma etílico, borrachas de felicidad y anticipación.

“ Hija mía, te lo ruego, respóndeme. He llamado a Aiden antes de que llegaras porque tengo que confirmarle la fusión, pero si tú no quieres o no estás de acuerdo…”

Emma intentó decir algo, pero todo su sistema nervioso estaba apagado.

Se estaba recomponiendo, cuando sonó el intercomunicador.

Era la secretaria. Aiden Marconi había llegado y quería una respuesta.

Las palabras soeces que salieron de la boca de Cesare sorprendieron incluso a Emma que no estaba acostumbrada a ese lenguaje.

Ni siquiera golpearon, sino que la puerta se abrió para dejar entrar a Aiden, seguido por la secretaria furiosa que continuaba a decirle que tenía que ser anunciado.

“ Tengo una reunión dentro de una hora. No tengo tiempo para esperar”, le respondió de mala manera el hombre acercándose al escritorio con grandes pasos.

“ ¡Dios mío!”, explotó la mente de Emma recuperando un mínimo de comportamiento frente al joven que estaba frente a ella y la miraba en estado de shock.

“ Mi marido… Aiden será mi marido”, le comunicaron las únicas dos neuronas que se despertaron del coma. Emma permaneció con la boca abierta, todavía con las manos de su abuelo entre las suyas y ligeramente apoyada en el escritorio, mientras sus ojos intentaban buscar al Aiden de quince años que recordaba en ese bellísimo hombre que la miraba desde su altura de casi un metro noventa.

El rostro de Aiden se había endurecido en sus facciones y la boca carnosa estaba tensa en lugar de estar curvada con una de las magníficas sonrisas que recordaba.

Sin embargo, los ojos eran siempre los mismos: grises como la plata con ligeros matices verdes. Lo opuesto de sus ojos que eran verdes con matices grises.

Gris- verde. El color clásico de todos los Marconi.

Avergonzada, todavía sorprendida por las palabras de su abuelo y por tener delante al hombre de sus sueños, no osó bajar la mirada por el cuerpo de Aiden, después que había sentido cómo se le incendiaban las mejillas por esos hombros anchos y tensos bajo el traje elegante y esos rizos negros que disfrutaban haciéndole cosquillas en el cuello en los que Emma quería hundir los labios.

“ Emma”, repentinamente serio e inescrutable, antes de fijar sus ojos en Cesare. “Buenos días, Cesare.”

“ Hola”, alcanzó sólo a decir Emma intentando recomponerse.

“ Has llegado con anticipación”, lo agredió de inmediato el viejo.

Incluso si habían decidido tener una tregua, era obvio que el odio entre los dos todavía estaba vivo.

Habría sido precisamente ese matrimonio el que aplacara definitivamente los ánimos y que les permitiera dejar atrás el pasado.

“ Se adelantó una reunión extraordinaria luego de nuestra última charla y ahora el Consejo quiere una respuesta”, explicó enérgico y severo Aiden respondiendo a Cesare.

“ ¿Cómo te atreves a venir aquí a imponer órdenes?”, se enojó de inmediato el anciano.

“ Los tiempos apremian y lo sabes.”

“ ¡No necesito que un muchachito venga a decírmelo! Recuerda que nací antes que tú y que mientras tu todavía usabas pañales, yo ya había creado un imperio partiendo de la nada”, lo regañó Cesare.

“ Un imperio que está colapsando”, rebatió Aiden haciendo enfurecer a Cesare que de nuevo fue sacudido por espasmos respiratorios que lo llevaron a toser y lo obligaron a intentar relajarse en el sillón, a pesar de las ganas incontrolables de echar de su palacio a ese insolente.

“ Abuelo, te lo ruego, cálmate”, se preocupó de inmediato Emma yendo al saloncito a llenar un vaso de agua para él.

Cuando el viejo se restableció lo suficiente, Emma decidió tomar la palabra, incluso si la mirada enfurecida de Aiden le resultaba amenazadora.

“ No veo por qué debemos seguir peleando, cuando estamos aquí precisamente para ponernos de acuerdo… Un acuerdo que ya fue decidido por ambas partes”, balbuceó Emma con la mirada que ya no sabía sobre que o quien posarse para no avergonzarse aún más, mientras intentaba evitar pronunciar la palabra matrimonio para no morir de la vergüenza.

“ ¡Tú no te casarás jamás con este insolente!”, respondió su abuelo entre un golpe de tos y el otro.

Emma hubiera querido responderle que, si Aiden aceptaba, se habría casado con él y que lo habría seguido hasta el fin del mundo para poder estar con él. Con o sin la bendición de su abuelo.

Sobre todo, ahora que lo había visto a pocos pasos de ella para enamorarla de nuevo, haciendo desaparecer como por magia los doce años de distanciamiento.

Sin embargo, sabía que no era el momento oportuno para ciertas confesiones, si no quería hacer colapsar a su abuelo y conectarlo a un respirador antes de morir de un infarto.

“ Abuelo, lo has dicho tú también que este acuerdo nos sirve. La Marconi te necesita a ti… y a mí. Sabes que haría cualquier cosa para ayudarte. Además, pensaba que querías cumplir con la última voluntad de tu primo”, le dijo dulcemente, acariciándole la espalda para calmarlo.

Como cada vez que Emma tocaba el tema inherente a Marconi Construcciones, Cesare se calmó y, después de algunas respiraciones largas, se rindió.

“ Tú no te mereces a mi nieta y tampoco a la Marconi Construcciones, pero lamentablemente en este momento no tengo elección, de todas formas, puedes quedarte tranquilo que, al primer paso en falso, te destruiré. Emma se está sacrificando por mi… estoy seguro de que no se casaría jamás por voluntad propia con alguien como tú. Sin embargo, si la haces sufrir o la tratas mal, te haré pedazos a ti a tu acuerdo… Incluso si eso provoca un escándalo internacional. ¿Me expliqué claramente?”, dijo entre dientes Cesare levantándose de la silla y acercándose al joven.

Emma hubiera querido detener a su abuelo y calmarlo, pero nunca lo había visto en ese estado y tenía demasiado miedo como para hablar.

Atemorizada, se alejó de los dos hombres y se puso a mirar el suelo.

“ Si Emma hace su parte de buena esposa, no habrá problemas”, respondió Aiden impertérrito, haciendo que a la muchacha el faltara el aire.

“ Emma será una buena esposa. Es una mujer seria, respetuosa, instruida, sin pájaros en la cabeza, apegada a su familia, con un gran sentido del deber y sabe permanecer en su lugar.”

“ Justo lo que necesito. No necesito nada más.”

¿Por qué Emma sintió que se le helaba todo el cuerpo cuando escuchó esas palabras?

Ella quería un matrimonio de amor, romántico, dulce, hecho de afecto, respeto y pasión. Sin embargo, delante de ella se estaban repitiendo sólo las cláusulas de un contrato verbal y el apretón de manos entre los dos hombres que siguió luego, casi la hizo descomponer.

Intentó acercarse a Aiden esbozando una sonrisa, pero éste apenas la miró dirigiéndole una mirada imperturbable y casi de ira reprimida, manifestada sólo por la tensión en la mandíbula.

“ Aiden, yo…”

“ Mi secretaria te contactará durante el día para saber el día del matrimonio y darte todo lo que necesitas”, la interrumpió él serio y formal.

“ En verdad pensaba que quizás podríamos hablar… solos”, intentó temerosa Emma que hubiera querido tanto poder estar con Aiden sin la presencia de su abuelo.

“ Fija una cita con mi secretaria.”

“ Pero yo…”

“ Buen día, Emma. Cesare, hasta luego”, dijo el joven saliendo de la oficina a la misma velocidad con la que había entrado.

“” Yo no le gusto más. Se ha olvidado de mi””, comprendió Emma molesta y con un nudo en la garganta que le daba ganas de llorar.

“ No te preocupes, hija mía. Encontraremos la forma para que te divorcies de ese maldito sin perder el apoyo y las acciones del Consejo de Administración”, intentó consolarla el abuelo que había visto la molestia y el dolor en sus ojos.

Pero Emma no quería pensar en el divorcio antes de casarse. Ella quería sólo ser feliz y realizar su sueño romántico que había tenido de niña. Ella quería a Aiden.




5


Diez meses después, Emma y Aiden se casaron en Roma en la Iglesia de San Pietro in Montorio, donde se había casado también su abuelo, después de un noviazgo veloz que Emma pasó en Roma y que ni siquiera percibió, ya que después del encuentro en la oficina de su abuelo, pudo ver a su novio sólo el día del compromiso en el que se anunció el matrimonio.

Fue una fiesta sumamente suntuosa, como había dicho Cesare y que mantuvo a Emma ocupada todo el tiempo sin respirar.

Ese día fue el peor de su vida, dividida entre invitados que no conocía y la indiferencia de Aiden que se había limitado sólo a estarle cerca y que, cuando le puso el anillo en el dedo con un diamante tan grande como para sorprender incluso a la mujer más rica entre los presentes, no la había siquiera mirado a la cara.

Incluso la fatídica pregunta: “¿Quieres casarte conmigo?”, estuvo más dirigida al público delirante por esa novedad que a ella. Emma no había podido contener las lágrimas de infelicidad y se había limitado a asentir como si ese “Sí”, no quisiera salir de sus labios tensos por el dolor.

Además, sus dos mejores amigas no habían podido ir a Italia y ella se había encontrado más sola que nunca, bajo el peso de ese matrimonio por conveniencia del que no podía hablar con nadie. Ni siquiera con Rachel y Abigail.

Eso no era lo que siempre había soñado.

Además, mientras ella organizaba el matrimonio en Italia, Aiden se había quedado en Portland, ocupado con la fusión entre la Marconi Inmobiliarias y la Marconi Construcciones.

Esa distancia no le había permitido a Emma hablar ni una sola vez con él. Ni siquiera por teléfono o email.

“ El señor Marconi dijo que le da carta blanca”, le repetía siempre la secretaria de Aiden cada vez que ella intentaba llamarlo para preguntarle qué menú prefería, qué tela para los manteles quería, las flores…

Sólo Miranda Wilson, su wedding planner, había mostrado un poco de indulgencia por esa esposa sola y desesperada en las garras de un matrimonio más grande que ella con cuatrocientos invitados, prensa y reporteros listos para filmar el evento más esperado del año, mientras los rumores ya hablaban de un matrimonio debido a un embarazo inesperado.

¡Cuánto hubiera deseado que fuera esa la verdad sobre su propio matrimonio!

Sin embargo, no podía contarle a nadie de su dolor por esa unión que la estaba devastando a cada instante.

Su abuelo le había pedido incluso que no les dijera nada a sus primos y parientes, por miedo que se filtrara la noticia.

Para todos, Emma y Aiden se habían reencontrado y se estaban casando coronando su sueño de amor de doce años atrás.

El día de la ceremonia, Emma llegó al altar con lágrimas en los ojos y, cuando su abuelo intentó detenerla, ella lo animó para no darle un disgusto.

“ Emma, tú no eres feliz”, había alcanzado a decir con voz ronca antes de llevarla al altar.

“ Lo soy, abuelo. Y lo seré aún más cuando Aiden y yo podamos estar juntos, solos, sin el estrés de tener que organizar eventos como éste.”

“ Sí, tienes razón. La luna de miel en el crucero acomodará todo.”

“ Claro, no veo la hora de partir…”, suspiró Emma esperanzada. Su luna de miel duraría tres semanas. Tres semanas en las que hubieran estado solos, libres para poder hablar, recordar el pasado, reír juntos y contarse cosas… pero también de descubrir uno el cuerpo del otro.

Con la mente que vagaba sobre lo que habría ocurrido esa noche, alcanzó a sonreír y a iluminarse lo suficiente como para tranquilizar al abuelo.

Ese día incluso las ánimas más insensibles se conmovieron frente a ese matrimonio con la misa en latín, las notas conmovedoras y dulces del órgano, la suntuosidad de la iglesia, el vestido sirena de encaje de Pnina Tornai que envolvía el cuerpo de Emma con delicadeza, el viejo Cesare que tomó el lugar del padre difunto de la muchacha acompañándola al altar, donde le dio un cálido beso en la frente antes de separarse de la nieta…

Todo fue conmovedor y romántico. Todo, excepto la mirada helada de Aiden que hizo resbalar una lágrima de tristeza sobre el rostro perfecto de Emma después de ese beso rápido en la comisura de la boca que habría tenido que sellar su unión.

Afortunadamente, las lágrimas de Emma fueron interpretadas por todos los presentes como una manifestación de alegría incontenible y felicidad.

Su única esperanza de acercarse al corazón de su esposo estaba en el viaje de bodas.

Lamentablemente esa noche la nave partió sin Aiden, bloqueado por una imprevista reunión de emergencia en la Marconi Inmobiliaria, que lo mantuvo ocupado por videoconferencia toda la noche.

“ Posterguemos el viaje”, le había propuesto Emma, cuando habló con él durante una breve pausa.

“ No hay necesidad… ¡Es más, haz como si yo estuviera allí! De todas formas, ¿qué es lo que cambia? Estoy seguro de que sabrás disfrutar mejor de las vacaciones sin tu consorte que tan poco soportas”, le había respondido Aiden con la voz confusa.

“ Estás borracho”, comprendió Emma severa, pero Aiden ni siquiera respondió, debido a una llamada.

Cuando volvió del viaje de bodas sola, a Portland, Emma intentó hablar con Aiden muchas veces, pero sin éxito.

Definitivamente se dio cuenta del tipo de vida conyugal que habría tenido cuando consiguió llegar a la cuestión “casa”.

“ Yo tengo un apartamento maravilloso en la Quinta Avenida. Es muy grande y está cerca de tu oficina. Pensé que podrías mudarte conmigo”, intentó Emma tratando de no dejarse intimidar por esa máscara de hielo que él siempre tenía con ella.

“ Yo también tengo una casa, aunque un poco apartada… tanto que a menudo me quedo a dormir en la oficina.”

“ Entonces, ¿dónde preferirías estar?”

“ Si entendí bien, te gusta estar en tu apartamento.”

“ Sí”, le respondió Emma con una amplia sonrisa, finalmente contenta de poder enfrentar serenamente el tema. “Claro, pero sólo si a ti te gusta… yo me permití hacerte una copia de mis llaves”, continuó Emma, dándole un manojo de llaves que él no quiso tomar.

“ Podrías pasar por mi casa después del trabajo, así te muestro el apartamento. Podría preparar la cena…”

“ No tengo tiempo”, la detuvo de inmediato él.

“ Pero tendremos que decidir dónde vivir”, dijo ella insegura.

“ Si tanto te gusta vivir en la Quinta Avenida, no veo por qué tendrías que mudarte a otro lugar.”

“ Está bien… ¿Y tú?”

“ Yo no estoy nunca en casa. Estoy siempre de viaje y a veces me quedo aquí por la noche.”

“ Pero…”

“ No veo por qué tendría que molestarte.”

“ Aiden, yo… te lo ruego… tenemos que hablar...”

“ Disculpa, Emma, pero dentro de diez minutos tengo una reunión con el Consejo y todavía hay muchas cosas que discutir con tu abuelo, ya que quiere el control del 51% de las acciones de la Marconi Inmobiliarias”, la detuvo el hombre nervioso y apurado yendo a abrirle la puerta para acompañarla.

“ ¿Y el apartamento?”, dijo Emma confundida.

“ ¿Por qué tenemos que cambiar nuestros hábitos y arruinarnos la vida con la presencia del otro, cuando nos alcanza con ese certificado de matrimonio que tenemos?”

Emma hubiera querido gritar que estaban casados, que ella todavía estaba enamorada de él, que quería aprender a conocerlo y a amarlo como debería hacer una esposa con el marido, pero él la llevó delicadamente fuera de la oficina.

“ Buen día, Emma.”

“ ¿Puede un matrimonio hacer tanto daño?”, se preguntó cuándo volvió a casa, poniéndose a llorar.

“ ¿Cuántas lágrimas tendré que derramar antes de poder poner fin a esta tortura?”.

Y así comenzó su vida de casada: conviviendo son su propia soledad y algunas llamadas de la secretaria de Aiden que le avisaba de algún evento o fiesta a la que habrían tenido que asistir juntos, fingiendo ser la pareja más feliz del mundo.

Por amor a su abuelo, Emma se volvió una gran actriz al lado de ese extraño que todos llamaban su marido.




6


“ ¿Otro café?”, preguntó Emma amablemente con su tono pacato y casi afectuoso que había aprendido a usar cuando se dirigía a su marido en público.

“ No, gracias”, dijo Aiden avergonzado, casi sorprendido por sentir que su propia esposa le dirigía la palabra mientras lo miraba con la habitual expresión compuesta y cortés, pero que esa mañana no conseguía no sentirse molesto por su cercanía.

“ Lamento haber venido hasta tu casa a las siete de la mañana y sin siquiera avisarte. No volverá a suceder”, le repitió antes de hundir el rostro en el periódico para quitar la mirada del escote demasiado generoso por la bata de noche de seda de su esposa.

“ Ya te dije que no tienes que preocuparte. Ésta también es tu casa”, respondió Emma, intentado disimular la diversión que sintió cuanto vio a Aiden en su casa a la mañana temprano, con la camisa manchada de helado de fresas gracias a una niña un poco descuidada, y sin maletas por un problema en el aeropuerto cuando regresó de Chicago.

“ No sabía dónde ir, porque en la oficina ya está tu abuelo esperándome y mi secretaria está enferma. Además, con el tráfico que hay a esta hora, me habría llevado más de una hora volver a mi casa.”

“ Verás que dentro de un rato Carmen volverá con una camiseta adecuada para la reunión de ésta mañana, para que puedas volver a la oficina sin dar la impresión de haber sido víctima de un helado de fresa”, le aseguró Emma, refiriéndose a su ama de llaves.

“ Gracias y de todas formas me iré apenas vuelva Carmen, así podrás volver a dormir.”

“ Hoy yo también tengo que salir temprano. Tengo una cita”, le informó Emma, apartando la mirada y permaneciendo vaga, a pesar de que quería contarle todo sobre Abigail y su mudanza a una casa propia. Esa decisión fue el resultado de los problemas que tuvo con su madre, con quien no había hablado durante dos meses, y de su deseo de intentar arreglárselas por su cuenta, ya que ahora podía permitirse pagar un alquiler gracias su ascenso como editora por la serie de cuentos de Rachel en la Carter House.

Sin embargo, ese nombramiento era parte de la vida que se había labrado en esa soledad y era lo único feliz que tenía. No tenía intención de permitir que Aiden se entrometiera en eso también, a riesgo de arruinarlo todo.

“ Recuerda que esta noche tenemos una cena de beneficencia a la que asistir”, se irritó de repente Aiden, aunque mantuvo un tono de voz neutro para enmascarar su molestia frente a la vaguedad de esa información.

“ Estaré allí. ¿Otro café?”, preguntó nuevamente Emma.

“ No, gracias”, respondió parco Aiden, que continuaba a mirar fijamente los artículos de economía del periódico, pero por más que se esforzara no conseguía leer siquiera una línea por la agitación que le provocaba la cercanía de Emma. Tenía el cabello suelto y algo despeinado que le caía vaporoso por los hombros y la espalda como olas de fuego, su rostro desprovisto del maquillaje que normalmente cubría las pecas que siempre había adorado y soñado besar una a una, sus ojos algo adormecidos, pero siempre temerosos e incapaces de mantener la mirada fija sobre él, como si ella le temiera o él le disgustara. Siempre tenía esa expresión de complacencia y cortesía reverencial hacia él. Incluso esa voz tranquila y gentil sólo intensificaba su sensación de frustración.

Hubiera querido hacerle perder el control, escucharla gritar, gemir con sus besos, susurrar lánguidamente su nombre… pero por el contrario se encontraba frente a esa maravillosa estatua de Afrodita, con ese comportamiento que siempre le recordaba que Emma era suya, pero que no podía tocarla ni tenerla.

“” El nuestro es un matrimonio por conveniencia y Emma se ha casado conmigo sólo porque ama a su abuelo, no a mí””, se repetía siempre cuando sentía crecer el deseo y las ganas de cumplir con su rol de esposo.

Habían pasado dos años desde que se casaron y todavía creía que estaba unido con la única mujer que había amado en su vida, pero todavía no había conseguido hacer caer ese muro que había entre ellos desde el primer encuentro después de doce años de distanciamiento. Un muro que se llamaba Cesare Marconi y que tenía el control total de los sentimientos de la nieta, tanto como para obligarla también a ella a desaprobarlo y a despreciarlo, en su opinión.

Había querido encontrar a esa muchachita de doce años que había dejado, pero no hizo falta mucho para alejarla. Primero con su negativa a reunirse con él en su decimotercer cumpleaños, a pesar de la promesa que le había hecho el año anterior, y luego con ese encuentro tres años antes en la oficina de Cesare.

Lo había sorprendido lo hermosa que se había vuelto pero, por otro lado, había perdido toda la audacia que tenía de niña, prefiriendo retroceder y esconderse detrás de su abuelo que controlaba todo, llegando incluso a casarse con un hombre cuya vista ni siquiera podía soportar.

Los únicos momentos de aparente intimidad eran los relacionados con las cenas de su abuelo o los eventos públicos, en los que tomaba su brazo y caminaban juntos, con el rostro relajado y sonriente, precisamente como la gente espera de la que siempre había sido definida como la pareja perfecta. ¡Pero no había nada perfecto en su unión!

Todo era falso y tenía como objetivo satisfacer los deseos de Cesare, que quería que todos creyeran en su amor.

Aiden a menudo había tenido que contener su impaciencia, especialmente frente a esa encantadora esposa llena de gracia en todo lo que hacía y decía, pero siempre se había reprimido.

Eran sólo negocios, se repetía, pensando en la fusión entre la Marconi Construcciones & Inmobiliarias.

Pero la realidad era otra: no conseguía separarse de Emma.

“ Aquí está su camisa, señor Marconi”, dijo Carmen, la empleada doméstica.

Aiden miró la hora. Era tardísimo y por primera vez en su vida corría el riesgo de llegar tarde a una reunión.

De inmediato, agradeció a la mujer y se cambió rápidamente la ropa, quedándose con el torso desnudo.

Estaba tan ocupado vistiéndose que no se dio cuenta de la mirada sorprendida de su esposa que lo veía por primera vez sin camisa.

“ Yo también voy a cambiarme o llegaré tarde”, murmuró a disgusto Emma, corriendo a la habitación para escapar de los pensamientos excitantes que le nublaban la mente.

Tenía el corazón que le latía fuertísimo y el deseo de tocarlo y acariciarlo, como siempre había soñado, se había hecho tan fuerte como para asustarla y hacerle perder la cabeza.

Cuando volvió a la sala, Aiden ya se había ido.

“ Al menos podría haber saludado.”

“ Si me lo permite, creo que se ofendió por su fuga a su habitación”, le dijo Carmen.

“ ¿Fuga? No estaba escapando.”

“ No sabría decirle, pero esa era la impresión”, le respondió la doméstica con una encogida de hombros. Ella era la única que sabía la verdad sobre su matrimonio y después de años de servicio se permitía decir lo que pensaba sin tantos preámbulos.




7


Abigail tuvo que respirar profundo antes de poder tomar el iPhone sin hacerlo caer por el temblor. No le había alcanzado con la doble ración de gotas de Rescue Remedy para detener la agitación y la ansiedad que la estaban aplastando.

“ Hola”, exclamó de manera muy nerviosa, mientras seguía corriendo por NW Lovejoy Street.

“ Hola, soy Eloise Lillians, la hija de Rosemary Dowson Lillians”, se presentó una voz femenina tensa y fría.

“ ¡Buen día! Mire, ¡estoy llegando!”, se apuró a decir la muchacha apenas se dio cuenta que estaba hablando por teléfono con su futura –si todo iba como lo esperaba- dueña de casa. “Tuve un pequeño imprevisto, pero salí de Lovejoy Street. Estoy a pocos metros...”

“ No se preocupe, señora Campert.”

“ Camberg”, la corrigió rápidamente. Odiaba a las personas que estropeaban los nombres y apellidos de los demás. “Señorita Abigail Camberg”, dijo con calma y precisión.

“ Ah, disculpe. Mi madre es anciana y un poco sorda. Debe haber entendido mal el apellido”, se justificó la mujer avergonzada.

“ No se preocupe”, murmuró Abigail tímidamente, incluso si hubiera querido responderle que la querida señora Rosemary no era sólo un poco sorda, sino totalmente carente de audición y además se aturdía, ya que además de llamarla a menudo Campert, una vez le había incluso dicho que ya había hablado con su marido. Lástima que Otelo no hablaba y, excepto por sus dos queridas amigas, nadie sabía de su mudanza.

“ De todas formas, la he llamado para informarle que lamentablemente mi madre fue internada hoy por un problema cardíaco y por ello vendré yo a llevarle el contrato.”

“ Oh, lo lamento. Espero que no sea nada grave.”

“ No, por suerte, pero sabe cómo es… con la edad cualquier achaque se vuelve una preocupación y por eso los médicos prefirieron dejarla en observación por veinticuatro horas. Sin embargo, mi madre me pidió que cierre hoy el trato que tiene con usted por el apartamento en el segundo piso de Lovejoy Street. Yo me demorareéalgunos minutos debido al tráfico, pero le he pedido a mi tía, su futura vecina, que mientras tanto le dé las llaves de la casa para que no tenga que esperarme fuera.”

“ Se lo agradezco”, suspiró Abigail tensa y emocionada, llegando al condominio de baldosas rojas, que pronto sería parte de su vida.

Había pasado delante de ese edificio cada vez que iba a la tipografía por Rachel, pero nunca hubiera pensado que un día, justamente allí, en el segundo piso, esos ventanales ahora desnudos habrían escondido su primer apartamento. Sesenta metros cuadrados de casa sólo para ella y su pequeña familia.

Con el corazón que galopaba veloz como un caballo en la pradera infinita, corrió dentro del edificio, saltando feliz esos escaloncitos de piedra beige, a los que pronto habría tenido que habituarse ya que no tenía ascensor, hasta llegar al corredor del segundo piso, en el que había cuatro puertas color verde botella.

El color de las paredes rosa salmón contrastaba un poco con el de las puertas, pero no le importaba. ¡Ya adoraba ese edificio!

Estaba muy feliz porque, por primera vez en su vida, habría descubierto qué era ser absolutamente independiente, la libertad que tanto adoraba Rachel en sus discursos para hacerle olvidar la sombra angustiante de la soledad que temía como la misma muerte.

“” No estás sola, Abigail. Recuerda, sino te sientes bien sólo tienes que llamarme y vengo de inmediato. Incluso Emma dijo que está dispuesta a recibirte, sino llevas contigo a Otelo ya que es alérgica al pelo de gato””, la había dicho Rachel algunos días antes.

Si había aceptado dar ese paso tan importante, había sido sólo gracias a sus palabras de aliento, además de la terrible pelea con su madre dos meses antes.

Eufórica, recorrió volando todo el corredor hasta el número 204, la segunda puerta a la derecha.

Había casi llegado cuando vio a un muchacho apoyado en la puerta de ese que Abigail consideraba ahora su apartamento, mientras terminaba de fumar el tercer cigarrillo y tiraba la colilla en el piso, al lado de la alfombrilla, cerca de los restos de los otros cigarrillos.

“ ¿Pero cómo se atreve?”, se indignó de repente, pero antes de poder decirle nada quiso asegurarse que no fuera el nieto de la señora Rosemary u otro pariente con quien habría tenido que cerrar el trato.

“” Sólo falta que, por este maleducado, ¡me aumenten el alquiler, que apenas puedo pagar!””, pensó, acercándose al joven con cautela y con una sonrisa forzada en el rostro.

Cuando llegó a dos metros de ese individuo despreciable que estaba llenando todo el corredor con un olor acre espantoso de sus cigarrillos, éste finalmente se dio cuenta de su presencia y en una fracción de segundo se enderezó, apartándose de la puerta, luego con un golpe del talón empujó todas las colillas detrás de él.

Abigail se quedó en estado de shock, mirando hacia las cenizas que habían invadido y ensuciado todo el piso, hasta que el muchacho fue hacia ella, extendiéndole la mano.

“ Mucho gusto, soy Ethan. Hablamos recién por teléfono”, dijo con una sonrisa cautivante y encantadora con la que, estaba segura, estaba intentando hacerle olvidar toda la suciedad que había delante de sus ojos.

Lo volvió a mirar.

Era guapo, tenía que admitirlo. Tenía un rostro bellísimo que de inmediato llamó su atención. Incluso los ojos color almendra y verde, escondidos detrás del cabello rubio ceniza oscuro, eran interesantes, pero a pesar de la mirada seductora y el guiño en sus ojos, no se le había escapado ese pliegue en los ojos.

“” Ojos que conocieron el sufrimiento””, reflexionó, viendo también las ojeras que le oscurecían el rostro. “”Alguien ha pasado algunas noches insomne, últimamente.””

La barba descuidada y el olor a cigarrillo y humo que tenía le daban un look muy particular, a pesar de que debería tener unos veintiséis o veintisiete años.

Incluso su boca le dio curiosidad con esa sonrisa peligrosa y fascinante… y esa comisura izquierda más elevada que la derecha, le hizo intuir que esas sonrisas eran más usadas para provocar y burlarse, que para alegrarse.

Ni muy alto, ni muy bajo, con un físico cuidado, era decididamente atractivo.

“ Tiene que haber un error”, respondió Abigail, viendo la desconfianza en sus ojos por su larga y silenciosa mirada sobre su aspecto. Emma se lo decía a menudo, no mirar demasiado a la gente, porque eso no les gustaba a las personas y ninguno era un personaje de sus historietas o cuentos.

“ No entiendo.”

“ Yo no lo conozco”, le dijo amablemente, pero decidida a hacerse respetar. “Y esa puerta sobre la que estaba apoyado, es la puerta de mi apartamento”, explicó contenta.

La risa baja y gutural que salió de esa boca tentadora, la irritó.

“ Te equivocas”, la interrumpió el muchacho, sacando otro cigarrillo.

El pasaje del formal al informal la puso nerviosa, porque sabía que la estaba subestimando y le estaba faltando el respeto… algo muy frecuente, lamentablemente ya que, aunque tenía veinticuatro años, en realidad casi nadie le daba más de diecisiete.

“ ¡Tú te equivocas!”, se molestó. “Y ahora ve a fumar a otra parte, ¡sucio!”, dijo indicando toda la suciedad que había invadido el ingreso.

“ ¡Ni siquiera lo pienso! Yo me quedo aquí. Tengo una cita. Tú, además, ¿no deberías estar en la escuela a esta hora?”

Abigail resopló indignada. ¿Pero con quién creía que hablaba?

“ Tengo veinticuatro años. Hace mucho tiempo que terminé la escuela”, murmuró molesta, dejándolo helado.

“ Oh, disculpa. Creía que tenías dieciséis años... pareces tan pequeña.”

““ ¡Exagerado! ¡Sólo porque mido un metro cincuenta, no significa que sea una adolescente!””

“ Ves, por lo que parece, ¡quien se equivoca eres tú! Y ahora, saca esos zapatos sucios de mi ingreso y ve a esperar a tu cita a otra parte.”

“ Esta casa es mía así que ahora vete, pequeña”, respondió el muchacho, volviendo a apoyarse en la puerta y echándole en la cara el humo del nuevo cigarrillo, que Abigail describió de inmediato como “cancerígeno”.

“ ¡¿Irme?!”, se enfureció todavía más. “¡Tú debes irte! ¡Esta casa pronto será mía, por lo que no te permito tener ese comportamiento conmigo y matarme de cáncer de pulmón o de contaminar las paredes de este edificio!”

“ ¡Oh, demonios! Tenía que tocarme una de esas locas ambientalistas y fanáticas de la salud”, murmuró entre dientes el muchacho, inundándola de humo y haciéndola toser.

“” Tendré que tomar al menos un litro de té desintoxicante esta noche, para deshacerme de todo este desperdicio””, reflexionó Abigail, ya angustiada al pensar en sus pulmones ennegrecidos y enfermos.

“ Yo no estoy loca. Yo amo y respeto al prójimo y al planeta. Claro que no se puede decir lo mismo de ti”, dijo ofendida, arrepintiéndose de haber pensado por un instante que ese tipo fuera guapo. En realidad, era un monstruo de vicios y mala educación. “Y ahora te pediría amablemente que te vayas. Pronto llegará la propietaria de la casa para firmar el contrato de alquiler y preferiría que no estuvieras. No quisiera que me relacionara contigo, como para que arruines mi reputación”, continuó.

“ ¡¿Qué cosa?!”, gritó el muchacho furibundo, yendo hacia ella como un animal feroz.

“ Dije que te fueras”, repitió decidida a no dejarme intimidar.

“ ¡Olvídalo! Esta es mi casa. Ya me puse de acuerdo con la vieja”, se preocupó él, enojado.

¿Un competidor? Pero ¿cómo era posible?

“ ¿La señora Rosemary?”, preguntó dudosa.

“ Sí, ella. Vine a ver el apartamento hace cinco días. Le dije de inmediato que me lo quedaba, ya que trabajo en el pub aquí enfrente y ella aceptó de inmediato mi propuesta.”

Abigail había visto la casa hacía cuatro días, pero decidió no decirlo, ya que temía perder el negocio por haber llegado después. Además, adoraba esa casa y estaba en una ubicación estratégica, además de ser muy espaciosa como para tener lugar incluso para Otelo y los demás.

“ ¡Este apartamento es mío!”, se preocupó enojada y angustiada por la idea de tener que pasar otro mes buscando casa.

“ Eres una boba, si crees que te dejaré esta casa”, la atacó él a su vez.

Los dos contrincantes estaban por comenzar una sanguinaria batalla de insultos, cuando de repente se abrió la puerta delantera.

Una frágil y delicada señora sobre los ochenta años salió y, ayudada por su bastón, vino hacia ellos.

“ ¿Los señores Camperg?”, preguntó con un tono de duda.

“ ¡Camberg! ¡Abigail Camberg!”, la corrigió Abigail, levantando la voz todavía furiosa por esa discusión.

“ Sí, soy yo. Ethan Campert”, respondió al mismo tiempo el tipo a su lado, levantando la voz.

Ni siquiera su leve sonrisa de triunfo se le escapó mientras avanzaba hacia la dama.

“ Buenos días. Soy Teresa, la hermana de Rosemary Dowson. Lamentablemente mi hermana tuvo que internarse, pero me ha dejado las llaves del apartamento, diciéndome que se las entregue hoy. Más tarde llegará también mi sobrina con el contrato”, les informó, dándoles un manojo de llaves a cada uno, con las manos temblorosas y volviendo hacia la puerta.

“ Señora, ¿el apartamento para quién es?”, le preguntó nervioso Ethan.

“ Para ustedes.”

“ Nadie me había hablado de un compañero de departamento”, intervino la muchacha, pero la mujer no dio señales de haberla escuchado.

“” ¡Sorda como la hermana!””, pensó irritada.

“ Espere, la casa no puede ser para ambos. Esta muchacha está loca”, se entrometió el joven, haciéndola poner más nerviosa, pero la viejita les sonrió comprensiva.

“ Escúchenme. Tomen las llaves y entren en la casa. No está bien que esposa y marido discutan sus problemas personales en el corredor”, los regañó.

“ Nosotros no estamos casados”, aclaró Abigail inmediatamente, mientras intentaba detener las ganas de golpear la cabeza contra la pared para despertarse de esa pesadilla.

“ Tiene razón. Ni siquiera nos conocemos”, respondió el muchacho.

“ Tendrían que haberlo pensado antes de casarse”, dijo la viejita antes de encerrarse en su casa.

“ ¿Pero entendió lo que le dijimos?”, preguntó Abigail desmoralizada, dirigiéndose a Ethan.

“ Creo que es sorda”, murmuró él, mirando la puerta de la señora.

Ese día Abigail se prometió agregar también la sordera a su lista de “Enfermedades a no contraer por ningún motivo.”

Después de un momento de desorientación y dudas, Ethan abrió la puerta de la casa.

El interior era precisamente como se lo recordaba la muchacha: un pequeño saloncito sólo con un diván de tres cuerpos y un pequeño soporte de TV de color blanco como la mesita frente al diván, al que habría agregado un par de estantes para poner sus DVD y cursos de Pilates. Además, Emma había prometido ayudarla con la decoración.

La cocina daba a la sala de estar con la mesa del comedor colocada para que se pudiera ver la televisión mientras comía... Lo que nunca sucedería en esa casa, mientras ella viviera allí.

La cocina blanca, simple y ligeramente deteriorada por los años era funcional pero discreta.

Una cosa que había adorado desde el comienzo era la gran terraza que unía la cocina con la habitación principal. Daba casi toda la vuelta al apartamento y, aunque era un poco angosta, ya había tenido algunas ideas para organizar todas las macetas con hierbas aromáticas y medicinales que quería tener para preparar tés biológicos y jugos frescos y especiados.

El minúsculo corredor que unía el área pública con el baño y las dos habitaciones era oscuro y angosto, pero su fantástica amiga diseñadora de interiores ya había llamado a su albañil de confianza para hacer instalar lámparas alógenas en el techo.

El baño era pequeño, pero tenía el espacio necesario para un lavarropas y para las necesidades de Otelo.

Finalmente, las dos habitaciones completaban el apartamento.

Una era un poco más grande, pero en ambas había una cama matrimonial y un pequeño armario. Abigail ya había pensado separar la ropa en base a la estación y poner una en la habitación que habría usado para dormir, mientras lo demás lo hubiera dejado en la habitación de Otelo y de los otros.

Volvió a mirar toda la casa y se sintió a gusto.

Había sólo un elemento extraño: esa alma que vagaba y curioseaba entre la vajilla y el refrigerador, buscando quien sabe qué cosa.

“ ¿Qué estás buscando?”, le preguntó con cautela, acercándose.

“ Platos.”

“ ¿Platos?”, repitió confundida.

“ Sí, yo no tengo y la vieja me dijo que me habría dejado alguno, pero no los veo.”

“ Habría que comprarlos. En el Al Backtable’s siempre tienen ofertas de decoración”, dijo con la voz apagada. Estaba deprimida por esa situación que se había creado y ya no tenía energía.

“ Quizás…”, suspiró Ethan ausente. Por lo que parecía no era la única que sufría por ese desastre.

“ ¡Aquí estoy!”, dijo una voz a sus espaldas, haciéndolos sobresaltar. “Discúlpenme, pero después del hospital me llamaron del trabajo y ahora tengo que irme rápidamente.”

Era la hija de la señora Rosemary Dowson.

“ Buen día”, la saludaron, intentando mostrar una sonrisa, a pesar del temor de ser descartados y dejados fuera para dar lugar al otro.

“ Buenos días, muchachos. ¿Han visto la suciedad que hay aquí afuera? Alguien ha fumado y ha tirado todo al piso. ¿Saben quién fue?”, se quejó la mujer.

“ No sabría. Yo no fumo”, se apresuró de inmediato Ethan, ganándose la clásica mirada homicida de Abigail.

“ Yo tampoco fumo”, dijo Abigail, pero por la expresión de la señora se dio cuenta que no le había creído.

“” ¿Prefieres creerle a este tonto antes que a mí? ¡Machista!””, gritó su mente rencorosa.

“ ¿Entonces, la casa está bien? Les gusta, ¿no? ¿Está todo en orden?”, se apresuró a decir la mujer, sacando de la enorme cartera el contrato de alquiler arrugado.

“ En realidad, hay un problema”, dijeron al unísono Abigail y Ethan.

“ Lo sé, lo sé… los platos. Sí, mi madre se olvidó, aunque lo ha escrito en el inventario del contrato. Con todo lo que sucedió, temo que tendrán que ocuparse ustedes, pero no se preocupen. Siéntanse libres de cambiar lo que quieran de la decoración, ya que es muy vieja. Decidan ustedes. Yo estoy aquí a su disposición para cualquier aclaración o problema.”

“ ¡Exacto! De hecho, el problema es otro”, continuó severo Ethan.

“ Miren, el contrato está aquí”, les avisó la mujer irritada, apoyando en la mesa el contrato con la firma del propietario. Sólo faltaban los detalles del propietario. “Pero si no te gusta la casa como está, sólo tienes que devolverle las llaves a mi tía y marcharte. Mañana vendrá a ver el piso otra pareja con un niño de cinco años y ya le han dicho a mi madre que la quieren urgentemente. Con o sin vajilla”.

“ Los platos no tienen nada que ver”, se alteró Ethan preocupado.

Aunque si le resultara antipático ese muchacho, Abigail tenía que admitir que entendía completamente su malestar, pero no pudo pronunciar una palabra por miedo a ser echada de la casa.

“ Entonces, no me queda otra opción que decirles que tomen una decisión, porque mañana quiero el contrato firmado con el dinero del alquiler o las llaves del apartamento”, dijo nerviosa la mujer dirigiéndose a la salida. “Y ahora, si me disculpan, ¡tengo que irme corriendo en este día terrible! ¡Luego mi madre, ahora el trabajo! No puedo más.”

Ni siquiera les dio tiempo de responder o saludarla que ya había corrido hacia las escaleras dirigiéndose al automóvil aparcado en doble fila.

“” Menos mal que estaba disponible para cualquier aclaración””, pensó la muchacha furibunda.

“ ¿Y ahora qué hacemos?”, murmuró enojada, sentándose en el diván polvoriento y lleno de ondulaciones. Probablemente estaba lleno de ácaros, pero estaba demasiado cansada y abatida como para limpiarlo antes de sentarse.

“ De verdad, no lo sé. Lo único de lo que estoy seguro es que no puedo seguir durmiendo en el diván del pub por mucho más tiempo.”

“ ¿No tienes una casa donde estar?”

“ No. El último apartamento donde viví lo compartía con un amigo, pero hemos peleado y prácticamente me ha echado”, confesó Ethan, sentándose a su lado.

“ ¿Cómo es posible?”, preguntó curiosa. Estaba obsesionada con los detalles de la vida de los demás, que después le gustaba adaptar y usarlos para escribir historias. Le faltaban tres meses antes del vencimiento de la fecha del concurso literario “Vagando entre líneas”, y todavía no había escrito una sola página. De verdad necesitaba una inspiración.

Ethan la miró enmudecido, antes de responderle con otra de sus falsas sonrisas.

“ ¿No sabes que la curiosidad mata al gato?”.

“ Sí, pero la satisfacción lo trajo de vuelta, como dice el proverbio”, respondió, haciéndolo sonreír.

Finalmente, una sonrisa sincera, incluso si fue breve como un relámpago en el cielo.

“ ¿Tú? ¿Por qué quieres tanto esta casa? ¿No puedes buscarte otra?”, cambió de tema Ethan.

“ Me llevó un mes encontrarla. Me gustó desde un principio y hay espacio para todos nosotros”. Además, podía ir y venir de las casas de Rachel y Emma como había hecho durante esos dos meses, desde que había escapado de casa.

“ ¿Nosotros?”, repitió el muchacho alarmado.

“ Sí. Otelo, mis tesoros y yo.”

“ ¿Te refieres a tu novio y tus hijos?”

“ Mi novio felino”, admitió enrojeciendo. No era su culpa si adoraba locamente a ese diablillo. “Y los otros animales que tengo, pero están todos en jaula.”

No le gustó la mirada de asombro y burla de Ethan, pero sabía que aquellos que no tenían animales no podían entender el amor por un gato o un hámster.

“ Imagino que nunca tuviste un animal”, dijo mirándolo como si fuera una persona inútil y carente de sentimientos.

“ No, jamás. A veces no puedo ocuparme siquiera de mí mismo, imagínate si me hago cargo de un perro u otro animal.”

“ Bien, yo tengo muchos animales. Los adoro y, aunque me voy de casa, he decidido llevarlos conmigo. Jamás podría dejarle Otelo a mi madre después de ocho años de convivencia llenos de ronroneos y mimos. Además, él me necesita. No podría abandonarlo... nadie lo entiende como yo”, intentó explicarle, pero Ethan por respuesta resopló, levantando los ojos al cielo.

“” ¡Insensible ignorante!””

“ De todas formas, no tengo otro lugar adonde ir, mientras tú tienes a tu madre, ¿verdad? ¿No puedes quedarte con ella?”

Hablar de su madre la hizo estar mal y volver a pensar en su última pelea y al motivo por el cual había escapado de casa, literalmente.

Su traición todavía dolía. Todavía no había sido capaz de olvidarlo y realmente esperaba que tener su propia independencia la ayudara a olvidar o al menos a perdonarla.

“ No, no puedo”, susurró entre lágrimas.

“ ¿Por qué?”

“ No tengo ganas de hablar de eso”, murmuró de repente triste y sola.

“ ¿Y tu padre?”

“” ¿Mi padre? Sí, él… quien sabe dónde está.””

“ Murió antes de que naciera”, respondió como había hecho siempre hasta dos meses antes, mientras intentaba contener la ansiedad que sentía desde que había sabido la verdad.

“ Lo lamento. Disculpa.”

“ No te preocupes. Ni siquiera lo conocí, por lo que no tengo recuerdos tristes de él”, suspiró, dándose cuenta de que era la única cosa sincera y verdadera que le había quedado después de ese terrible episodio.

“ Escucha, entiendo que tú también tienes problemas, pero para mí es verdaderamente muy importante mudarme aquí lo antes posible.”

“ También para mí.”, resopló desesperada, intentando que él se apiadara.

Por un momento sus respiraciones se mezclaron por la cercanía, pero luego él se levantó de golpe y tomó otro cigarrillo con gesto nervioso.

¡No conseguía entender a ese muchacho!

“ ¿No puedes dejar de fumar?”, se quejó asustada de las posibles consecuencias del humo en sus pulmones.

“ Me ayuda a pensar.”

“ Te ayuda a morir, en todo caso”, lo corrigió.

“ No tengo miedo de morir”, sentenció, encendiendo el cigarrillo.

“ Yo sí”, confesó aterrorizada. “Entonces si quieres matarte, ve a la terraza, por favor. Y ten en cuenta que si te tiras harás menos daño al agujero de ozono y es una muerte más rápida y menos dolorosa.”

“ ¡Qué molesta!”, gruñó Ethan, yendo a la terraza.

Desesperada y sola, intentó llamar a las únicas dos personas en el mundo que eran capaces de entenderla: Emma y Rachel. Necesitaba su consejo y que le dijeran qué hacer. Nunca había sido buena en tomar decisiones autónomamente.

Lamentablemente Emma tenía el teléfono ocupado y no le respondió, así que le dejó un mensaje, mientras en la oficina de Rachel respondió Kerry, la secretaria, diciéndole que su amiga estaba en una reunión y no podía ser molestada.

Desilusionada y amargada más que nunca, se dirigió deprimida hacia el balcón, preguntándose cuanto podía doler golpearse contra el pavimento cayendo del segundo piso.

“ Mejor lo dejamos así… desafortunada como soy, corro el riesgo de sobrevivir y quedar paralítica por el resto de mi vida”, reflexionó mientras Ethan apagaba el cigarrillo en la baranda de la terraza.

“ ¿Puedes fumar sin ensuciar toda la casa?”, le dijo molesta.

Lo vio mirarla como si fuera una pobre loca.

“ Tú encuéntrame un cenicero y yo te llevo a vivir conmigo”, exclamó después de un largo momento de duda.

“ ¡¿Qué cosa?! ¡Además, como máximo sería yo quien te lleve a vivir conmigo y no el contrario! Pero, de todas formas, ¡no sucederá! Olvídate de vivir aquí conmigo”, se preocupó sorprendida.

Ya se imaginaba: la Cenicienta del siglo veintiuno. Cubierta por cenizas de cigarrillo de su príncipe misántropo y sucio.

“ Te diré la verdad: en realidad no podría pagar un alquilar tan caro yo solo, ya que en el pub el sueldo es de hambre. Ya había pensado buscar un compañero de apartamento. Por eso había querido dos habitaciones. Seguramente mi idea de compañero de apartamento no consideraba a una muchacha que parece una niña, con problemas mentales y que encima tiene un gato… sin embargo, uno necesita conformarse en la vida y saber adaptarse a cada situación, ¿no?”, reflexionó Ethan, ignorando sus protestas. “Además, estoy seguro de que contigo no encontraré nunca la casa sucia o desordenada y cada tanto podrías cocinar para los dos. Quizás incluso podrías serme útil.”

“ ¡Yo no soy y no seré jamás tu sierva! ¡Pero ten por sentado que conmigo la casa siempre estará impecable y también soy una muy buena cocinera!

“ ¡Bien! Entonces, piénsalo. Te propongo que vivamos juntos. De esa manera, estamos todos contentos.”

“ Todos, excepto yo. Yo quiero estar sola. Y además contigo en casa, ¿dónde pondré a Otelo y los demás?”, se lamentó.

“ Nos acomodaremos. Lo importante es que tus animales no me molesten cuando duermo. El pub está abierto de noche, por lo que duermo de día hasta la hora del almuerzo y no quiero ser molestado.”

¿Cómo podía hacerlo tan fácil? ¿Sólo ella veía problemas y peligros en todas partes?

““ Nuestra convivencia sería una guerra permanente, basada en la incompatibilidad de carácter””, hubiera querido responder.

“ Hay algo que no has considerado”, reflexionó dándose un aire de sabiduría y conocimiento.

“ Te escucho.”

“ Yo no te conozco y no confío en ti.”

“ Yo, por el contrario, te conozco, por lo que sé en qué lío me estoy metiendo y no confío en nadie. Y con eso”.

“ Tú no me conoces.”

“ Sí. Eres la prueba viviente de que nosotros, los hombres, seres con errores que pensamos principalmente con las partes bajas, no somos tan estúpidos como para estar con una loca ambientalista, hipocondríaca y aterrorizada hasta de su sombra, como tú.”

“ ¿Qué estás insinuando?”, respondió.

“ Nada. Digo sólo que la belleza no lo es todo. Mírate, eres hermosa y estás soltera. Algún motivo habrá, ¿no? Por lo que parece, tus hermosos ojos azules no son suficientes como para hacer olvidar la locura que hay detrás de tu hermoso rostro”, le respondió pasando el dedo índice por su mentón como para remarcar sus propias palabras.

Si por un momento su toque combinado con ese medio cumplido en su rostro la había hecho vacilar, se encontró soplando como una víbora a la que le hubieran pisado la cola.

“ ¿Y tú como sabes que yo no tengo novio?”, explotó preguntándose si lo tenía escrito en la cara que estaba tristemente soltera, después de una marea de historias fallidas.

“ Si así fuera, ya habrías corrido hacia él, en lugar de estar aquí suplicándome que te deje este apartamento.”

“ Ya no te soporto. ¡Piensa si vamos a vivir juntos!”, dijo enojada.

“ Alcanzará con mantener los espacios separados. Admítelo, nunca has vivido sola o lejos de tu madre hasta ahora.”

“ Es la primera vez, ¿ok? Y tú la estas transformando en una pesadilla.”

“ Si eso es lo que piensas, la puerta está allá. Vete.”

“ No, espera”, se alarmó. “Intenta entenderme. Yo no te conozco.”

“ Me llamo Ethan Campert. Soy barman en el pub Misothis, aquí enfrente. Estoy felizmente soltero pero cada tanto me gusta divertirme por lo que, sí, podrías encontrar alguna muchacha que se queda a tomar el desayuno con nosotros. Si te tranquiliza, no me gusta acostarme con las mujeres en contra de su voluntad y además del cigarrillo, no tengo otros vicios. Además, no robo y no he asesinado nunca a un compañero de apartamento mientras dormía… por ahora.”

¿Por qué esa última frase la hizo entrar en pánico, en lugar de calmarla?

Preocupada, hizo la única cosa que podía calmarla: encontrarse con sus amigas. Estaba segura de que Rachel le habría dado el mejor consejo gracias a su lado práctico y objetivo, mientras que Emma tenía el don de quitarle todas sus dudas.




8


“ Estaba en una reunión, Abby”, le respondió Rachel, que siempre conseguía permanecer impasible ante sus lágrimas.

“ Tendrás otra”, murmuró Abigail, llorando desesperadamente.

“ Soy la directora de la serie de narraciones de la Carter House, ahora. No puedo dejar a mi equipo en mitad de una reunión sobre las tres próximas ediciones, incluida la edición económica para quioscos de la novela de Emma. Es más, todavía no recibí la edición de La esposa del príncipe , que tienes que enviarme con las modificaciones que te pedí.”

“ ¡Rachel, ahora no! ¡No ves que estoy en plena crisis existencial!”, gritó destruida, llevándose el frasco de flores de Bach, que siempre llevaba consigo en caso de un ataque de pánico.

“ ¡Deja esas gotas y háblame! Me has hecho cancelar una reunión. ¡Al menos explícame qué pasó! Es obvio que, si no has podido esperar hasta la noche para encontrarnos con Emma, significa que algo pasó… algo poco agradable.”

“ ¡Poco agradable es un eufemismo! ¡Fue un auténtico desastre, Rachel! ¡Anduvo todo mal!”.

“ ¿Pero cómo puede ser? Habías dicho que la señora Dowson estaba contenta de alquilarte su apartamento.”

“ ¡Precisamente es culpa de esa vieja sorda! ¿Te acuerdas de que siempre me llamaba Abigail Campert?”

“ Sí, nos reíamos de eso. Pobrecita, es un poco sorda. Sabes, con la edad…”

“ ¡La edad un demonio! Existe de verdad un Campert, pero no soy yo. Se trata de Ethan Campert.”

“ ¡¿Ethan Campert?!”, repitió confundida Rachel.

“ ¡Sí! Y él dijo que quiere esa casa a cualquier precio porque no puede seguir durmiendo en el sofá del pub.”

“ Abigail, cálmate. ¡No estoy entendiendo nada! Ahora, ¿qué tiene que ver un pub contigo? ¿Y quién es este Ethan Campert?”

“ Ethan es el presumido muchacho maloliente que encontré fumando delante de la casa. La señora Rosemary le prometió la casa también a él, pensando que nosotros fuéramos la señora y el señor Campert.”

“ ¿Marido y mujer?”, comprendió Rachel.

Abigail asintió decidida y la amiga se puso a reír.

“ No hay nada de qué reírse. ¡Es una tragedia! ¿Sabes lo que me dijo? Ha dicho que soy la prueba viviente de que los hombres no son tan estúpidos como para estar con una loca ambientalista hipocondríaca y aterrorizada de la propia sombra, como yo, aunque si soy guapa”, le dijo molesta y ofendida, pero la otra se puso a reír aún más fuerte. “Rachel, así no me estás ayudando. Yo estoy muy mal y tú te ríes.”

“ Disculpa, es sólo que este Ethan, parece ser alguien que ya has visto antes, ¡ha sabido describirte muy bien! Tienes que haber dado lo mejor de ti.”

“ Tú no entiendes. Él es sólo un maleducado y, ahora que me ha pedido que compartamos el apartamento, entré en crisis.”

“ ¿Te pidió que fueras a vivir con él, a pesar de haberse dado cuenta de que eres hipocondríaca y todo lo demás?”, se maravilló Rachel, pero Abigail le respondió con una mirada homicida que quitó la sonrisa divertida de la amiga del rostro. “En definitiva, ¡es un tipo con coraje!”

“ ¡Rachel! ¿Eres amiga suya o mía?”, la regañó.

“ ¡Tuya! ¡Siempre y a pesar de todo!”, aseveró Rachel.

“ ¿Qué está pasando?”, las interrumpió la voz cálida y dulce de Emma que entró en la oficina.

“ Oh, ¡Emma!”, se puso a llorar de nuevo Abigail, sabiendo cuánto era sensible Emma, al contrario de Rachel.

“ Tesoro, ¿qué sucedió? Rachel sólo me escribió que viniera lo antes posible”, le explicó, abrazándola dulcemente. “Yo ya había organizado una noche de festejo en el Bounce y hoy a la tarde ya había concertado una cita con mi personal de mantenimiento para elegir las lámparas para tu lúgubre pasillo y para llevar las cajas al nuevo apartamento, que no veo la hora de conocer.”

Abigail se puso a llorar aún más fuerte. Sólo Emma sabía cómo hacerla sentir siempre adorada y mimada. Adoraba estar con ella.

Amaba también a Rachel, pero Emma era especial.

Sin embargo, ambas eran extraordinarias: si Emma tenía el don de saber consolar y dar afecto, Rachel por el contrario sabía motivar e impulsar a las personas para que tengan confianza en sí mismas… y odiaba las lágrimas. Gracias a ella se había dado cuenta que tenía talento como editor, por lo que Rachel la había contratado y le había confiado las ediciones de su serie. Por el contrario, en lo que refería a la escritura, según Rachel, todavía era inmadura porque los personajes de sus historias eran demasiado superficiales y falsos. “Tienes que dejar de idealizar a las personas. Intenta darles un enfoque realista a tus personajes. Eres inteligente, Abigail. Escribes bien y tus cuentos capturan la atención, pero todavía no estás lista para una novela real”, le decía a menudo.

“ Por lo que parece, se entrometió un cierto Ethan Campert y ahora son dos los que quieren el apartamento”, le explicó brevemente Rachel.

“ ¿Cómo pudo pasar?”

“ La querida Rosemary, sorda como es, entendió Campert en lugar de Camberg y así dio por supuesto que Abigail fuera la pareja de este Ethan.”

“ Un simpático e inesperado juego del destino”, respondió Emma.

“ Ahora él le pidió que compartan el apartamento y así, aquí estamos”, se entrometió de nuevo Rachel.

“ ¿Y tú qué has decido?”, le preguntó Emma un poco preocupada por su amiga.

“ Yo… yo… no lo sé. Ni siquiera conozco a este Ethan Campert. ¿Y si fuera un asesino serial y me mata mientras duermo?”, respondió Abigail asaltada por el miedo que le llenaba la cabeza.

“ Encontrar asesinos seriales en Portland en más difícil de lo que parece, ¿sabes?”

“ Sin embargo, él la conoce bien”, dijo Rachel. “Dijo que Abigail es hipocondríaca y que se aterroriza de su propia sombra.”

Incluso Emma se puso a reír seguida por Rachel, dejando atónita a la joven. ¡No podía ponerse a reír ella también!

“ No hay nada divertido”, mintió Emma frente a su mirada. “Abigail, tesoro, ¿cómo estás? ¿Qué piensas de éste tipo? ¿Es un tipo confiable, por lo menos?”

“ Ethan Campert es odioso”, declaró solemne. “Es antipático, insensible, frío, estúpido, malo, sucio y… fuma”, precisó, bajando la voz sobre la última palabra como si fuera un insulto.

“ ¡Terrible!”, respondió Emma que no quería tomarla demasiado en serio, pero que a pesar de eso, volvió a abrazarla con afecto.

“ Sí, estoy segura de que ya tengo células tumorales en los pulmones por su culpa”, se angustió.

“ Oh Dios, ¿no me digas que has hecho una escena por el humo?”, dijo Rachel.

“ ¡Claro! ¡Ensució toda la casa y ahora yo también corro el riesgo de tener serios daños en los pulmones por lo que me ha hecho respirar hoy en su presencia! Ni hablar del calentamiento global y…”

“ ¡Oh, no! ¡Abigail, te lo ruego, no puedes hacer siempre esas historias! Ya te lo expliqué que los hombres se asustan”, la interrumpió Emma, que sus relaciones terminaban muchas veces por culpa de sus propias ansiedades, que la llevaban a tener miedo a enfermedades y catástrofes naturales por la contaminación.

“ ¡Pero es verdad!”, protestó.

“ Lo sé, pero mucha gente prefiere vivir en la ignorancia y tener cerca a una bella muchacha, antes que a una reportera de la CNN que aterroriza a todos con hipótesis apocalípticas o probabilidades de contraer enfermedades degenerativas o mortales.”

“ ¡Yo no soy así!”, se defendió Abigail ofendida.

“ ¡Tú eres así!”, la contradijo Rachel. “Eres la única persona que conozco que tiene una lista llamada “Enfermedades a no contraer jamás”. Generalmente las mujeres tienen listas como “Sueños en el cajón” o “Cualidades del hombre ideal.””

“ Yo también tenía una lista con las características del hombre ideal y quisiera recordarles que fueron precisamente ustedes dos quienes hicieron que la tirara a la basura el año pasado, después de haberme obligado a leérselas.”

“ Tu hombre no podía ser real”, le dijo Rachel.

“ No es verdad.”

“ ¿Abigail, tengo que recordarte al hombre musculoso sin hacer gimnasia, riquísimo y jefe de una gran multinacional pero que no trabaje, inteligente y audaz pero jamás haya abierto un diario, celoso, pero no posesivo, rudo pero tierno, delincuente pero honesto… de tu loca lista?”

“ Sin tener en cuenta que tenía que tener ojos azules con tonalidades verdes, cabello negro o rubio, piel citrina ligeramente bronceada, alto un metro ochenta para que sea más alto que tú pero no demasiado, siempre sano, no fumador, vampiro, pero no alérgico al sol…”, se acordó Emma.

“ Ok, ok. Entendí”, le dijo con disgusto, sintiéndose humillada. Sabía que tenían razón, pero no quería admitirlo. “¿Podemos volver al punto principal? ¿Acepto o no compartir el apartamento con ese monstruo arrogante y lleno de vicios?

“ ¿Al menos es guapo?”, preguntó Emma curiosa.

“ Bastante, pero no tanto como para no ver sus defectos”, admitió.

“ Claro que ir a vivir con un perfecto desconocido puede ser arriesgado”, susurró preocupada Rachel.

“ Emma, ¿no puedes pedirle al detective que has contratado hace un tiempo para saber si tu marido te traicionaba, que investigue también sobre Ethan Campert?”

“ Pasó sólo una vez y me prometí a mí misma que no lo habría hecho de nuevo”, se puso a la defensiva Emma completamente avergonzada y repentinamente triste. Daba tanta pena y rabia verla así. Emma era la mujer más dulce, sensible y hermosa que hubiera existido jamás. No se merecía un marido ausente y traidor como el suyo. Cada vez que le preguntaban por qué no se divorciaba, ella no respondía, pero sabían que en realidad no estaba perdidamente enamorada.

“ Te lo ruego.”

“ Como máximo puedo pedirle que haga una verificación con sus compañeros de la policía, para ver si este Ethan Campert tiene antecedentes.”

“ Está bien... por el momento.”

Sin perder el tiempo, Emma tomó el teléfono y llamó de inmediato a su detective, ex policía retirado.

Mientras tanto, Rachel fue a buscar tres cafés a la máquina de la oficina.

Después de media hora habían vaciado toda la despensa de bizcochos y galletas saladas, mientras Emma había recibido la respuesta de su detective.

“ Ethan es inmaculado. Ningún antecedente. Sólo una resaca en un automóvil que chocó contra un poste de luz hace dos años, pero él no estaba al volante.”

“ Yo diría que intentes aceptar esta nueva e inesperada experiencia”, sentenció Rachel.

“ ¿Pero no es peligroso? Podría ser un loco maníaco abusador”, se preocupó Abigail ansiosa.

“ Para ti todos son potenciales locos abusadores, Abigail. El problema no es Ethan, sino tú. Creo que llegó el momento de intentarlo. Acepta esta convivencia y ve cómo va”, resolvió Rachel seria, incluso si en realidad tenía miedo de que Abigail no estuviera todavía lista para dar ese paso. Era demasiado frágil y emotiva para estar sola.

“ Tengo miedo”, confesó, volviendo a llorar.

“ Abigail, tesoro, tú tienes miedo de todo, pero quizás Rachel tiene razón. Esta convivencia podría ayudarte a crecer y a aprender a correr riesgos en la vida.”

“ ¿Están seguras?”, preguntó, torturándose las manos por la tensión.

“ Sí. Además, esta situación también tiene un lado positivo”, dijo Emma.

“ ¿Cuál?”

“ No estarás sola. Admito que la idea de saber que estabas sola me ha preocupado un poco, mientras saber que siempre estarás con alguien en caso de necesidad, me tranquiliza”, le confesó Emma, haciéndola conmover.

“ Y además te habíamos prometido que te habríamos ayudado a ordenar la casa, mudarte, decorar y a este punto… también a averiguar quién es este Ethan Campert”, exclamó Rachel alegre, guiñándole un ojo.

¡Abigail confiaba ciegamente en el juicio de Rachel y sabía que su instinto era infalible!

Resignada, se dejó envolver por el entusiasmo de ese paso tan importante que estaba por dar y finalmente tomó una decisión.

“ ¡Acepto ir a vivir con Ethan Campert!”, declaró triunfante entre los gritos de felicidad de sus dos mejores amigas.

“ Siempre será mejor que volver a la casa de mi madre.”




9


“ Me parece que alguien te ganó de mano”, exclamó Rachel, apenas llegaron a la entrada del apartamento junto con Emma y su empleada doméstica, que llevaba a cuestas un bolso de gimnasia abierto, de donde sobresalían jeans y camisetas.

“ Por lo que parece, este Ethan ya trajo sus cosas. Pocas cosas, por lo que veo”, comentó Emma, viendo las únicas cuatro cajas que habían sido tiradas de mala manera en el ingreso.

Abigail no pudo decir una sola palabra frente a esa invasión desordenada y tan extraña a sus ojos.

Había vivido toda su vida sólo con su madre, una mujer que dejaba dando vueltas únicamente el maquillaje y algún zapato de taco 12, que tanto odiaba su hija.

No estaba acostumbrada a ver dardos, una pelota de rugby y una de fútbol, una mountain bike completamente tirada sobre el sofá, revistas pornográficas de mujeres desnudas, como las que estaba hojeando Rachel que había ido de inmediato a hurgar entre los efectos personales de Ethan, buscando alguna pista para saber si era un potencial maníaco asesino.

“ ¿Estás de verdad segura que quieres vivir aquí?”, preguntó Emma a su amiga, con un tono poco convencido y una leve mueca en el rostro. “Estoy segura de que hay lugares mejores.”

“ No a este precio”, le respondió la amiga, pero más miraba Emma a su alrededor y más quería escapar de ese lugar. Ese apartamento estaba en mal estado y el mobiliario era un revoltijo de objetos rescatados colocados al azar y sin seguir una lógica o estilo.

La diseñadora de interiores que había en ella le estaba gritando que hiciera algo con esa cocina anónima toda blanca, con mosaicos y muebles blancos, o con esa habitación que había elegido Abigail y donde sólo había una base de cama chirriante y un colchón sucio. Sólo el armario empotrado con las puertas corredizas espejadas se salvaba. ¡Por no hablar de ese sofá horrible!

Afortunadamente, llegó Carmen a distraerla, volviendo a la cocina.

“ Señorita Camberg, ¿qué es esto?”, preguntó la doméstica, dándole a Abigail un paquete de platos de plástico descartables envueltos en celofán.

“ ¡Los platos!”, respondió Abigail sorprendida.

“ ¿De plástico?”, intervino Emma con la frente arrugada.

La amiga se limitó a encogerse de hombros, rendida.

“ ¡No puede ser! ¡Esto es demasiado!”, dijo Emma indignada por la sola idea de comer en esos platos. Desde hacía dos años daba consejos de diseño interior a través de su blog y en el último año también había trabajado como decoradora de casa para casas de lujo en venta, a través de la agencia Valdés. Incluso había alquilado un almacén donde guardaba los muebles más hermosos para usar en la puesta en venta de las casas.

“ Bart, Carmen, limpien a fondo toda esta casa y desháganse de este sofá y todo lo que hay en la habitación, excepto el armario. ¡Rachel, Abby, vengan conmigo!”, decidió Emma con las ideas ya muy claras sobre cómo habría transformado ese apartamento.

Cuando Emma había hablado de almacén, ni Rachel, ni Abigail se habían imaginado un verdadero showroom de muebles de lujo.

Roche Bobois, Fendi, Missoni, Louis Vuitton, Kartell, Bugatti Home, Armani, Kate Spade, Kravet y un montón de marcas italianas.

Además, los muebles estaban separados por estilo y tipo de habitación.

Como Emma esperaba, Abigail se dirigió de inmediato hacia los dormitorios de tipo bohemio romántico.

“ ¿Puedo vivir aquí?”, suspiró enamorada Abigail, tirándose sobre una cama.

“ Lamentablemente no, pero te prometo que haré que tu habitación sea tan hermosa como para enloquecer.”

“ Sí, pero no con éstas cosas. Yo no tengo el dinero para permitírmelos”, murmuró molesta, tomando un almohadón de Fendi.

“ Te lo daré en comodato. Mientras vivas allí, podrás tener todo lo que elijas.”

“ ¡Gracias!”, se conmovió Abigail corriendo a abrazarla.

Después de cuatro horas bajo la supervisión de Emma, cada objeto elegido fue llevado al apartamento y después de otras dos horas, había sido completamente cambiado.

Emma tenía razón: Abigail ya había perdido la cabeza por su apartamento.

En el cuarto, el estilo romántico parisino que la muchacha amaba tanto, resaltaba por la cama con el cabecero acolchado forrado en suave chenilla color crema, del lino de algodón blanco y rosa de la línea floral bohemia de Kerry Cassill, la alfombra de damasco Kravet con efecto desteñido color perla, y la lámpara Kartell en policarbonato de color cobre.

A todo eso, Abigail agregó las cortinas de lino belga color blancas de su abuela y su colección de fotografías en blanco y negro, de una mujer en París: a los pies de la Torre Eiffel, de frente al Arco de Triunfo y sobre las escalinatas de la basílica del Sagrado Corazón tomando un helado.

Finalmente, no podía faltar la cucha de Otelo de Louis Vuitton, un regalo de Emma.

En referencia al lugar del área diurna, Rachel aconsejó hacerla menos romántica, pero más colorida y vistosa, ya que era un ambiente que habría sido compartido con Ethan, quien ni siquiera había sido consultado el respecto.

Finalmente optaron por un toque rojo para contrarrestar todo el blanco de la cocina.

Rachel eligió una batería de ollas color cereza de Rachel Ray y un juego de platos, tazas y vasos blancos con bordó de la colección de cocina de Kate Spade, mientras Emma eligió un mantel blanco con amapolas rojas en los bordes y una pegatina larga transparente, también con amapolas rojas, para pegar en los azulejos de la cocina.

Abigail se limitó a elegir un reloj cucú de pared de los mismos colores.

El problema surgió por la elección del sofá, pero al final Emma ganó con su amada Roche Bobois en colores vivos e hipnóticos, tendiendo a estampados rojos y florales, combinados con una enorme alfombra patchwork de los mismos colores.

La misma marca también se eligió para el mobiliario del pequeño rincón de la oficina en el nicho a la derecha de la habitación: un pequeño escritorio lacado en blanco de forma geométrica y futurista y una librería similar.

Mientras los trabajadores intentaban cumplir con todas las solicitudes de Emma lo más rápido posible, Rachel había analizado cada objeto del muchacho.

“ Entonces, ¿qué nos puedes decir de este tal Ethan Campert?”, preguntó Emma a Rachel, mientras ayudaba a Carmen a poner las nuevas cortinas que Abigail había comprado en Ikea.

“ Seguramente no es un loco o un maniático”, comenzó la mujer, mientras ponía la ropa en el armario, al que se le habían agregado dos estantes, ya que Abigail no podía usar el que se encontraba en la habitación de Ethan. “Ethan Campert nació el 16 de julio, tiene veintiséis años, trabaja por la noche en el pub Misothis aquí enfrente, desde las siete hasta la una, pero hace un montón de horas extras que no se le pagan. A veces lo llaman por algunos trabajos como jardinero que él acepta para ganar algo de dinero extra. Va al gimnasio una vez a la semana y todos los martes le gusta jugar al fútbol con sus amigos hasta tarde, no ama jugar al rugby, usa la bici por necesidad, adora a los Linkin Park, prefiere las mujeres rubias a las morenas, los preservativos extrafinos, usa sólo ropa de cama negra y no tiene una relación estable. No tiene muchos amigos además de los del equipo de fútbol, fuma casi un paquete de cigarrillos por día, no tiene una buena relación con su familia y desde pequeño tuvo problemas cardíacos debido a una malformación congénita que requirió varias intervenciones e internaciones en el hospital hasta los dieciséis años, pero ahora está bien.”

“ ¿Cómo has hecho para saber todo eso?”, le preguntó Abigail sorprendida. ¡Rachel era un sabueso formidable!

“ Simple deducción, ¡Watson!”, le tomó el pelo Rachel. “encontré una nota de felicitaciones del año pasado con fecha 16 de julio en la que sus amigos del equipo de fútbol le deseaban un feliz cumpleaños por sus veintiséis años. El hecho que la haya guardado me hizo pensar que los estima, pero he visto también que no recibió otras de su familia. Además, en los informes clínicos sobre su salud, he visto que siempre había una firma de un tutor distinto. Ningún Campert, mientras él a dieciséis años se llamaba Ethan Folk, quizás el apellido de la madre. No creo que la relación con su madre sea el máximo, ya que no hay siquiera una foto suya entre sus objetos personales. En mi opinión, es huérfano.”

“ Pobrecito”, murmuró Abigail.

“ ¿Y en lo que refiere a su trabajo y lo demás?”, se sintió curiosa Emma queriendo saber más detalles. Ella también adoraba tomar inspiración de esos eventos para sus nuevas novelas, cuando escribía sobre su marido.

“ Encontré su último recibo de sueldo y es una miseria. Además, su horario de trabajo no puede cubrir el local hasta el horario de cierre, sobre todo los sábados por la noche, por lo que deduzco que hace horas extras, pero en el recibo no aparece nada sobre eso. Sé que los martes es su día libre porque los pocos recibos que tiene de restaurantes, pizzerías y cines nocturnos, son todos de días martes, y el costo es siempre muy alto, por lo que presumo que estaba acompañado de al menos cinco personas con las que dividía la cuenta. Obviamente, con el poco dinero que gana tuvo que buscar otra cosa que hacer y por el enterizo con botas sucias con tierra y pasto cortado, supongo que trabaja como jardinero y que cobra de contado. Por último, sé que va al gimnasio porque encontré el carnet de la Pegasus Gym y cada vez que va compra algo para tomar en el bar del gimnasio, como dice el cuaderno donde anota todos los gastos. Usa la bicicleta para moverse en la ciudad, presumo, porque no encontré carnet o abono del metro. Tiene una pelota de rugby, pero está en perfectas condiciones, a diferencia de la de fútbol, y eso significa que no juega jamás al rugby. Tiene sólo CDs de los Linkin Park y preservativos extrafinos. Según la nota que hay en su libreta, ha comprado un cartón de diez paquetes de cigarrillos la semana pasada, pero sólo encontré tres paquetes todavía sin abrir además de uno empezado, que imagino lleva siempre con él.”

“ ¿Y todo eso de las mujeres y sus relaciones?”

“ He visto que en las revistas pornográficas que tiene, las páginas con fotos de mujeres rubias y sexis están más usadas respecto de las otras, por lo que supongo que las usa para sus momentos de solitaria intimidad. Sin embargo, debe ser uno que también se ocupa de las mujeres de carne y hueso. Seguramente su trabajo lo ayuda y la cantidad de paquetes de preservativos me lo hace pensar. Creo, de todas formas, que tenga relaciones sexuales a menudo y, ya que no encontré cosas románticas o muestras de amor, puedo suponer que se trata siempre de mujeres distintas. Además, compra los preservativos junto con los cigarrillos y en la libreta vi la compra de dos paquetes de preservativos de 12 unidades, pero en el que está abierto ya faltan cinco. Y la compra también es de hace una semana.”

“ De hoy en adelante te llamaremos Rachel Holmes”, exclamó Emma sorprendida por toda esa información.

“ ¡Ah, lo olvidaba! Abigail, tú eres rubia. Presta atención porque podrías ser su tipo”, agregó Rachel con un guiño de ojos.

“ No me parece. Tuvo el coraje de tratarme como a una niña y me dijo que fuera a la escuela.”

El rugido de la risa que siguió no fue exactamente la reacción que deseaba recibir en ese momento. Odiaba ser tratada como una adolescente cuando tenía veinticuatro años.





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A veces una temporada es suficiente para cambiarnos la vida. Una temporada chispeante nacida de una amistad que cambiará nuestro destino para siempre.

La vida de Rachel no estaba yendo en la dirección adecuada, entre la traición de su novio y el inminente despido del trabajo de sus sueños. Emma vivía en una jaula de oro, rodeada del afecto de su familia, pero ella soñaba con ser libre y con el amor, con A mayúscula. Abigail estaba buscando su lugar en el mundo pero sus inseguridades le impedían desarrollarse plenamente. Pero un día, Rachel, Emma y Abigail se encontraron y se volvieron amigas. Una amistad que llenó de chispa sus vidas, obligando a Rachel a subir la escalera del éxito, a Emma a encontrar el amor de su vida y a Abigail a volverse independiente. Pero como todo cambio, incluso estos también causan confusión y no todo saldrá de la manera esperada. Entre intrigas, divertidas aventuras, noches de glamour y picantes encuentras conseguirán Rachel, Emma y Abigail conquistar el mundo y vivir su glitter season?

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