Книга - Te Tengo

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Te Tengo
Victory Storm


Podrá sobrevivir un amor que desafía las normas de dos familias separadas por un viejo rencor?



Ginebra Rinaldi no sabe lo que es la libertad.

Vive dentro de una jaula dorada, sofocante y llena de normas dadas por su padre, está acostumbrada a obedecer y a sufrir los castigos de su familia ante cualquier rebeldía.

Lorenzo Orlando renunció su lugar como heredero del patrimonio de la familia Orlando para poder tener la libertad de ser y hacer lo que quiere, poniendo en peligro su propia vida. Sin embargo, hoy es un hombre respetado y es el propietario del local más prestigioso de Rockart City, el Bridge.



Decidida a romper las normas y reglas, Ginebra ira a parar a la boca del lobo.

Qué pasará cuando quede cautivada por la mirada penetrante de Lorenzo y descubra que ya no podrá escapar de él? Cuánto tiempo tendrá Ginebra antes que quedar bajo la mira de Lorenzo?










Victory Storm









Te tengo




Te tengo

Victory Storm


Texto copyright © 2020 Victory Storm

Correo electrónico de la autora: victorystorm83@gmail.com

http://www.victorystorm.com

Traductor (italiano à español): Georgina Jimenez

Editorial: Tektime

Este es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan ficticios.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte del libro puede ser reproducida o difundida por ningún medio, fotocopias, microfilm u otro, sin el permiso del autor.

Portada: diseño gráfico Victory Storm | Enlace: https://stock.adobe.com - Couple Fashion Beauty, Young Woman in Sexy Red Dress and Embracing Man in Love By inarik








En la bella Verona, donde situamos nuestra escena,

dos familias, iguales una y otra en abolengo,

impulsadas por antiguos rencores, desencadenan nuevos disturbios,

en los que la sangre ciudadana tiñe manos de ciudadanos.

De la entraña fatal de estos dos enemigos

cobraron vida bajo contraria estrella dos amantes,

cuyas desventuradas y lamentables catástrofes sepultan en su muerte la discordia de sus padres.

El terrible desarrollo de su amor, marcado por la muerte,

El odio continuo de sus padres, que sólo pudo suprimir el final de sus hijos,

Va a ser durante dos horas el asunto de nuestra escena.

Si escucháis con benévola atención, procuraremos enmendar con nuestro celo las faltas que hubiere.



(Tomado de Romeo y Julieta

de William Shakespeare )






1

GINEBRA


“No lo sé, Maya. Quizás es mejor si lo dejamos así”, susurré, intentado calmar la ansiedad que me estaba asaltando.

“Ginebra, vamos, déjate llevar por una vez! No estás cansada de tener que someterte a las reglas de tu familia? No me digas que una parte de ti no desea otra cosa que salir del seminario y divertirse, como hacen todas las muchachas de nuestra edad!”, resopló mi amiga, quejándose.

Claro que lo quería! Pero no era tan fácil para quien tenía sangre italiana de los Rinaldi en las venas.

Ser la hija de un jefe de la mafia, significaba tener una vida prestablecida, dentro de un conjunto de reglas y de limitaciones, impuestas por un padre jefe.

Incluso si era la hija más pequeña, esto no me hacía más libre y, cada error o transgresión, era siempre castigado con severidad. Por ello había aprendido muy pronto a respetar los deseos de mi familia.

Me había siempre comportado de manera impecable, pero en los últimos años, desde que había comenzado la universidad, había empezado a sufrir por la rigidez típica de mi padre y por la perfección de mi madre.

Me sentía cambiada desde que había entrado en contacto con una realidad tan vasta como la universidad, con sus estudiantes que no eran seleccionados y evaluados de la forma en que lo hacía la escuela católica femenina en la que había estudiado hasta ahora.

Había aprendido que existían distintos estilos de vida y que, sin la presencia de mi padre en el consejo del instituto, a nadie le importaba que yo fuera una Rinaldi.

Por primera vez en mi vida me había concedido ser yo misma y abrazar nuevos ideales que mi padre aborrecía.

En los últimos dos años me había vuelto la oveja negra de la familia, a quien evitar o tratar como a una pobre desadaptada, pero la verdad era que nunca antes me había sentido tan viva.

Había roto lentamente las pequeñas cadenas que me anclaban a la familia, pero todavía estaba muy lejos de la libertad y de hacer aquello que quería, como tomar una decisión clara sobre mi futuro sentimental o profesional.

Hasta ese momento me había limitado a mirar a Maya, la hija del contador del patrimonio de los Rinaldi y mi única amiga, mientras transgredía las reglas de su familia, que seguía servilmente las leyes de mi padre.

Había envidiado a Maya cada vez que me llamaba por teléfono, pidiéndome que la cubriera con sus padres cuando quería encontrarse con sus amigos, que no agradaban a sus padres o, cuando salía con un muchacho.

Siempre había admirado la valentía con la que desafiaba los deseos de su familia.

Muchas veces había deseado ser como ella, pero el peso de mi apellido, siempre me había bloqueado.

Sin embargo, Maya tenía razón: no podía continuar así. Apenas había terminado mi último año de universidad y todavía no había experimentado la emoción de una pequeña escapada, de un encuentro secreto con un muchacho o de una pequeña locura, como una noche de paseo con personas que no conocía.

“Ok, hagámoslo!”, exclamé entusiasmada, pero con la voz aún cargada de temor.

“Verás que irá todo bien. Lo hice cientos de veces y te puedo asegurar que nunca he tenido problemas”, me aseguró Maya.

“Sólo tengo miedo que alguien me reconozca o que mi padre lo descubra.”

“He tomado todas las precauciones del caso. Mira aquí”, me dijo, dándome una peluca rubia con rulos.

“Estás bromeando, verdad?”, dije horrorizada.

“Tesoro, eres la hija del propietario de la mitad de Rockart City. No puedes considerar ir de paseo sin llamar la atención.”

“Ya nadie sabe quién soy. Pasaron dos años desde que mi padre no me incluye más en sus entrevistas y no me invita ni siquiera a sus ceremonias de inauguraciones. De todas formas, la gente cree que él tiene dos hijos. No tres. Mis apariciones a su lado se redujeron al mínimo desde que me hice vegetariana y empecé a hablar de derechos civiles.”

“Todavía no te ha perdonado por ser vegetariana?”, se rió Maya.

“No, cuando como con él, siempre me hace poner en el plato un bistec, que yo rechazo, lo que hace que se vuelva loco. De todas formas, como casi siempre sola en las dependencias donde me han relegado”, conté triste. Era difícil no sentirse aceptada por la propia familia.

“Que guay! Allí estás sola y puedes hacer lo que quieres!”.

“Ojalá! Recuerda que en mi casa hay tele- cámaras por todas partes y la vigilancia siempre está presente. No existe la privacidad y me pregunto a menudo si podré alguna vez separarme de mi familia y vivir mi vida. Quisiera encontrar un trabajo, casarme con un hombre que ame…”

“Mientras te quedes en Rockart City, será imposible. Al este del río Safe River no se mueve una hoja sin que tu padre lo autorice… Tu única esperanza es irte muy lejos de aquí, a un lugar donde tu padre no pueda llegar, sabes muy bien, que él no te dejará nunca hacer lo que quieres. Hará de todo para impedirte que trabajes, para asegurarse que no puedas mantenerte y cortar ese cordón umbilical con el que te encadena todavía con veintitrés años!”.

“Y seguro que no me permitiría casarme con quien yo quiera.”

“Olvídalo! Ginebra, te alcanza con pensar en todas las relaciones amorosas que has tenido hasta ahora.”

“He tenido sólo una. Duró tres días, en mi último año de escuela.”

“Daniel Spencer, verdad?”

“Sí. Apenas pude darle mi primer beso, antes de saber que él y toda su familia habían sido exiliados para siempre de Rockart City.”

“Todo por un beso… Piensa si hubieras ido a la cama.”

“Hubiera terminado en las mazmorras del castillo como los prisioneros de guerra”, reí débilmente, aunque en realidad siempre había pensado que lo habría hecho en serio. Todavía no había olvidado la furia y la cachetada de mi padre, cuando había descubierto que estaba enamorada del hijo de David Spencer, el hombre que le había hecho perder un negocio dos años atrás.

Edoardo Rinaldi era un hombre que guardaba rencor de por vida.

“Bien, te puedo garantizar que esta vez no te pasará nada y tu padre nunca lo sabrá”, me alentó Maya, poniéndome la peluca rubia sobre el cabello castaño, que me llegaba hasta la espalda.

Me miré en el espejo.

Me dio ganas de reír porque estaba irreconocible con el eyeliner negro y el cabello largo hasta la cintura. Además, el vestido que me había hecho poner Maya, era lo opuesto de mi look clásico convencional.

Ese vestido rojo sin hombros y ese abrigo de piel negro, con mangas tres cuartos me daban un aire de mujer cosmopolita, emprendedora y transgresiva. Todo lo que no era.

“Cómo es posible que tu padre no te haya dicho nada respecto a todas estas compras?”, exclamé sorprendida.

“Mi padre no es desconfiado como el tuyo, pero me controla cada compra que hago con la tarjeta de crédito y mi madre se mete en mi vestidor una vez al mes, si mi padre se queja del extracto bancario.”

“Tu madre es igual a la mía. Cómo haces para que no te regañen por este tipo de compras?”.

“Mi madre no sabe nada de esta segunda vida mía. Tengo un acuerdo con la empleada del negocio. Ella me deja probar estos vestidos en casa por un día y, yo se los devuelvo intactos la tarde siguiente, cuando voy a cambiarlos por algo que se parezca más a los gustos de mi madre”, me reveló, mostrándome la etiqueta todavía adherida al vestido, antes de esconderla dentro del escote, debajo de la axila derecha.

“Eres genial!”.

“Lo sé, pero recuerda tratar a este vestido con cuidado, porque mañana debo llevarlo de nuevo al negocio y debe estar en perfectas condiciones.”

“Prometido!”.

“Bien, ahora salgamos. La empleada me ha dejado las llaves del coche que usa para hacer las compras y, así bronceadas, nadie nos reconocerá cuando nos dirijamos hacia la salida. Ni siquiera el guardaespaldas que te trajo hasta aquí y que te controla desde el aparcamiento fuera del portón.”

“Así lo espero, de lo contrario estoy muerta.”

“Por precaución, dejaremos los celulares aquí, de manera que la señal GPS del teléfono no nos descubra. Además, en la cartera llevaremos sólo dinero en efectivo y el documento falso que te conseguí. Recuerda que por esta noche yo no seré Maya Gerber, sino Chelsea Faye y tú no serás Ginebra Rinaldi sino Mia Madison, de Los Ángeles.”

“Has pensado en todo, eh?”.

“Ginebra, después de cinco años de fugas secretas, podría evadirme incluso de una prisión”, rió Maya, aliviando la tensión.




2

GINEBRA


Tenía el corazón latiéndome como loco.

Era la primera vez que hacía alguna locura y estaba aterrorizada a morir.

Silenciosamente, a pesar de los tacos altos, seguí a Maya.

De todas formas, todos se habían ido a dormir y la casa estaba desierta.

Salimos por la puerta trasera y nos acercamos al coche aparcado delante, como había dicho mi amiga.

Entramos en un viejo Toyota Corolla y rápidamente, partimos.

Cuando el coche pasó el portón, me escondí para no dejarme ver por el conductor del coche que estaba estacionado en la salida. Era él, quien me había llevado hasta allí y sabía que no se hubiera ido hasta que no me hubiera llevado de vuelta a casa.

Odiaba ese control permanente, pero no tenía idea de cómo hacer para liberarme de esa prisión sin barrotes.

Ser una Rinaldi sería una cruz que habría llevado hasta la muerte.

Sólo cuando nos dirigimos hacia la autopista, empecé a relajarme, pero apenas pude ver Safe River, sentí que me faltaba el aire. Era la primera vez que lo veía en vivo.

De repente, sentí el miedo que me corría por todo el cuerpo.

“Maya, adónde vamos?”, me agité viendo a mi amiga pasar el puente que unía la zona este de Rockart City con la oeste.

“Vamos donde tu familia no podrá encontrarte nunca.”

“Te has vuelto loca?! Está prohibido a los Rinaldi, incluso acercarse a este río! Si un Orlando descubre mi presencia en su parte de la ciudad, me mata!”, grité aterrorizada. Odiaba los límites y las reglas que me imponía mi padre, pero esa de no ir jamás más allá del río, había prometido no infringirla nunca sino quería arriesgar morir prematuramente.

“Lo sé muy bien. Por eso tenemos los documentos falsos.”

“Eso no me tranquiliza, Maya.”

“Chelsea! Recuerda que aquí soy Chelsea y tú eres Mia! No te equivoques o estamos perdidas!”.

Continué el viaje, aplastada contra el asiento, con el sonido de mi corazón latiendo en mis orejas e incapaz de disfrutar el panorama de esa parte de la ciudad que nunca había visto.

“Va a estar todo bien, verás”, continuaba a repetirme Maya, pero yo estaba lista para escapar y volver atrás, prometiendo no volver a hacer algo así.

Apenas me di cuenta, que Maya había apagado el coche al lado de otro, que también estaba aparcado y que tenía a dos muchachos guapos sentados adelante.

“El que está al volante es Lucky Molan. Es él por quien he perdido la cabeza y de quien te he hablado tanto últimamente. Lo conocí en Clasesparticulares.com. Es él quien me da clases de economía online, a escondidas de mi madre, que está convencida que soy un genio. Desde hace dos años que muero por él y sólo ahora que me he graduado, ha aceptado salir conmigo. Pero lamentablemente, cuando me propuso salir de a cuatro con su hermano que se ha dejado con la novia, no pude decirle que no.”

“Por eso estoy aquí, verdad? Para entretener al pobre hermanito, mientras te diviertes con el amor de tu vida.”

“Yo no lo diría así, pero… Sí, es así. Te lo ruego, Gin… Mia, es importante que todo salga bien, porque no quiero conformarme con una noche de a cuatro.”

“Sólo hay una cosa que no he entendido. Él sabe que eres Maya Gerber?”

“Claro que no. Sabes que no me gusta revelar mi verdadera identidad. No quiero que alguien descubra que tomo clases privadas.”

“Entonces su relación se basa en mentiras. Cómo crees que puedes construir algo sólido y duradero de esta forma?”

“Por ahora pienso en divertirme, ok? Quiero salir con Lucky y quizás ir a la cama. Tampoco dije que quiero casarme con él!”

“Dudo que tu padre te lo permita.”

“Lucky vive al oeste del río, por tanto está fuera de los límites para mí. Incluso sino soy una Rinaldi, papá no quiere que frecuente esta parte de la ciudad.”

“Considerando las cosas que tu padre sabe de mi familia y lo que administra para ella, creo que estás en peligro, tanto como yo.”

“Puede ser, pero no me importa! Soy demasiado joven para pensar en esas cosas.”

“O demasiado estúpida”, resoplé débilmente.

Silenciosamente, como si tuviera miedo que alguien pudiera escucharme, bajé del coche y me acerqué junto con Maya, a los dos muchachos.

Ambos eran rubios con ojos azules.

Por el abrazo que intercambió mi amiga con el muchacho más alto y delgado, entendí que debía ser Lucky.

“Mucho gusto, soy Mike”, se me acercó el otro muchacho de aire deprimido y unos centímetros más alto que yo.

“Mia”, me presenté, en voz baja por miedo a decir mi verdadero nombre.

Cuánto me hubiera gustado ser desinhibida y desenvuelta como Maya!

“He reservado en el Bridge. Sepan que tuve que pedir un favor a un amigo para tener un pase para ese local. Es un lugar inalcanzable para nosotros, comunes mortales”, rió Lucky, indicándonos un edificio a pocos metros de distancia.

“Aquí es, yo quería ir a Lux… Ya fui muchas veces y me gusta”, intervino Maya haciéndome preocupar por el aire ansioso que percibí en su voz. No era de asustarse, y yo sentí el miedo volver a niveles alarmantes.

“No tendremos otra oportunidad de entrar en ese lugar y, el pase vale sólo para esta noche, nos da la posibilidad de escuchar a la famosa pianista Folkner”, le dijo Lucky.

Miré a Maya y leí una fuerte indecisión en sus ojos oscuros, hasta que la vi asentir débilmente.

“Va a estar todo bien”, me susurró a la oreja, tomándome la mano con demasiada fuerza, para no asustarme.

No sé de donde saqué el coraje, pero vi a mis pies avanzar uno delante del otro, hacia eso que parecía ser un nido de serpientes.

Sólo cuando me encontré a un paso del ingreso y leí el cartel, sentí que el piso se desvanecía bajo mis pies por enésima vez esa noche: “ The Bridge. Orlando’s Night”.

Como si me hubiera leído el pensamiento, Mike me explicó que ese era el local de la importante familia italiana Orlando, los primeros que llegaron a Rockart City (aunque algunos sostenían que eran los Rinaldi, quienes llegaron primero) y, que había transformado esa villa desolada en un imán para los nuevos inmigrantes, dando vida a la que hoy era reconocida como una de las ciudades más florecientes e históricas de los Estados Unidos de América.

Ese local era la primera actividad comercial y el corazón de Rockart City, al oeste del río.

“Después de la muerte del gran Giacomo Orlando, la gestión del local pasó a manos del nieto, Lorenzo, la oveja negra de la familia. Ha peleado con todos y ha renunciado a tomar el lugar del padre, Salvatore. Se salvó de la ira de los Orlando sólo porque es el primogénito, hijo único y era el pupilo del abuelo, que al momento de morir le ha pedido que no abandonara la ciudad y que continuara con el local de la familia, la piedra angular de la familia Orlando. Por amor al abuelo, Lorenzo aceptó y volvió a este lugar, el lugar más exclusivo y prestigioso de toda Rockart City”, me contó Mike, mientras nos acercábamos al Bridge.

“Debe ser un tipo genial”.

“Sí, y sólo tiene veintinueve años, pero no esperes a un caballero con armadura brillante. Es un tiburón, como todos los Orlando y, no perdona la más mínima trampa. Un paso en falso con él y corres el riesgo de terminar mal. Sé que el año pasado, dos tipos han desatado una pelea y ha tenido que intervenir la policía. Bien, desde ese día, todos se preguntan qué sucedió con esos dos idiotas. Lo mismo para el pusher que quiso meterse a vender en su local. Si la familia Orlando gobierna cada persona y movimiento en Rockart City Oeste, en el Bridge existe sólo la ley de Lorenzo. Todo lo que gira alrededor de ese hombre está blindado y es inaccesible, si él no lo autoriza. La ciudad estaba convencida que, renunciando a la herencia de la familia, él habría perdido todo el poder y, por el contrario, Lorenzo ha demostrado saber manejarlo solo. Hoy en día, tiene un poder que equivale al de su familia y la cosa más loca es que se lo construyó él solo”.

“Bien, el apellido que lleva lo habrá ayudado.”

“Quizás ahora sí, pero no cuando ha cortado los lazos con su familia. La mitad de sus parientes querían su cabeza, cuando mandó a todos al demonio. Seguramente el abuelo, que estaba a cargo de los Orlando, ha impedido que lo mataran, pero después murió y Lorenzo quedó completamente solo.”

“Qué coraje debe tener para desafiar así abiertamente a su familia”, exclamé con un poco de envidia. Cuánto me hubiera gustado ser como él o tener un abuelo que me sostuviera, pero los míos estaban muertos o habían regresado a Italia.




3

GINEBRA


A pesar de la tensión, me invadió una hermosa atmósfera cuando puse un pie en el interior del Bridge.

El lugar era muy sobrio, elegante, refinado, con las paredes con un papel tapiz en tela color azul francia con dibujos de flores color damasco y dorado, que reflejaban las luces suaves y cálidas de las lámparas de cristal suspendidas.

También las mesas eran oscuras pero opacas, a diferencia del piso de mármol negro de África con vetas doradas.

La música que la pianista estaba tocando se escuchaba en el aire armoniosamente, haciéndome relajar y disfrutar esa experiencia única.

Lucky y Mike nos hicieron acomodar en una mesa con divanes y silloncitos de cuero negro, de estilo retro.

El ambiente era ciertamente sombrío, pero agracias a la iluminación y a la bienvenida que se percibía, era imposible no sentirse seguro, bienvenido y listo para ser mimado por el personal afable y siempre dispuesto para asistir ante el menor signo, pero sin resultar invasivo o indiscreto.

“Adónde lleva esa escalera?”, pregunté a Mike que se había sentado a mi lado.

“Nunca entré allí, pero me contaron que en el piso superior están los privados y las habitaciones para dormir. No es un albergue, pero Lorenzo Orlando quiso crear una sección para quien tuviera necesidad de quitarse la resaca o hubiera venido con una dulce compañía. Por el contrario, en el sótano hay una gran sala para recepciones especiales y un billar. No sé bien que sucede ahí abajo, pero algunos piensan que está relacionado con el crimen organizado de la familia Orlando. Por último, en el segundo y último piso, debería estar el apartamento del propietario.”

“De esta forma no pierde de vista sus negocios”, comenté con sospecha.

“Es un hombre al que le gusta tener todo el control.”

“Lo había entendido.”

“Incluso ahora está allí y nos controla a todos nosotros.”

“Desde su apartamento?”

“No, desde allí”, me corrigió, indicándome con un movimiento de la cabeza, un espacio elevado en la parte trasera del local.

“No lo mires! Si te atrapa, si sospecha y nos atrapa!”, me dijo Mike, pero yo era demasiado curiosa. Nunca había visto a un Orlando en toda mi vida y tenía curiosidad.

Analicé a cada una de las personas que estaban en esa mesa, que se encontraba en una posición privilegiada, a la que se podía acceder a través de una pequeña escalera de seis escalones.

Había tres hombres y cinco mujeres.

El hombre a la izquierda estaba ocupado en su celular y no parecía prestar ni la más mínima atención a la conversión del tipo a su derecha, que intentaba contar algo divertido que hiciera reír a las mujeres presentes.

Me pregunté quién de ellos podría ser Lorenzo Orlando.

Quizás el que estaba concentrado en el teléfono?

Desvié la mirada a la derecha y mis ojos se encontraron con los del tercer hombre.

Completamente avergonzada por haber sido sorprendida mirándolo, bajé la mirada y volví con mis amigos que estaban ordenando una Menabrea.

Ordené una yo también, sin saber qué era. Todavía estaba sorprendida por esos ojos.

Incapaz de controlarme y de concentrarme en la conversación de mi mesa, volví a mirar a aquel hombre.

Me estremecí cuando noté que continuaba mirándome.

Estaba por quitar la mirada de nuevo, pero una parte de mi decidió mantenerla y no mostrar que estaba incomoda.

Además, quería saber! Era él, el famoso Lorenzo Orlando?

Mantuve la mirada encadenada a la suya.

Incluso si la luz era baja, noté el color ámbar de sus ojos. Un color amarillo ocre con vetas cobrizas.

Nunca había visto ojos de ese color y quedé sin aliento.

Tenían algo de magnético, fascinante y hipnótico.

Es él, Lorenzo Orlando! Estoy segura!

Me quedé allí admirándolo, dejando fluir la mirada sobre su rostro anguloso, sobre su piel bronceada y sobre su barba descuidada que sombreaba su mandíbula.

Estaba sorprendida. Esperaba encontrarme de frente a un hombre cuidado hasta en los más mínimos detalles, muy atento en dar una imagen perfecta de sí mismo. Y por el contrario…

El toque de barba, los cabellos castaños despeinados, algunas ojeras… me daba más la impresión de un hombre que había vivido, uno al que la vida no le había regalado el mundo en sus manos, pero que había tenido que crearse su espacio, él solo.

Estaba fascinada y encantada por esa imagen.

Sin embargo, Lorenzo Orlando era cualquier cosa menos un hombre descuidado, excesivamente extravagante o poco atento a los detalles.

Parecía que cada cosa fuera perfecta en su imperfección y, su traje de seda oscuro, combinaba con la camisa negra abierta en la parte delantera, dándole un aire de poder que brotaba en cada poro.

Era descaradamente irresistible. Su modo compuesto y controlado como estaba sentado, se llevaba el trago a la boca seductora y me miraba, me perturbaba y me atraía como una polilla al fuego.

Peligroso y fascinante como un demonio.

Eso es lo que pensaba de él.

Todavía estaba atrapada mirándolo cuando lo vi levantar la copa de su Manhattan y hacer un brindis en mi dirección.

Sentí los pómulos estallar y su sonrisa seductora me hizo entender cuánto era evidente mi vergüenza.

Me dio tanta vergüenza que quité la mirada.

Tenía el corazón que me latía muy fuerte, estaba muy agitada.

La idea de haberme dejado atrapar dos veces mirando a un hombre que nunca habría tenido que encontrar, me hizo dar ganas de escapar corriendo.

Ginebra, estás jugando con fuego!

Miré de nuevo a mi mesa y me encontré de frene a una jarra de cerveza.

Sobre el vaso, estaba la marca de la cerveza italiana Menabrea.

Hice una mueca.

Odiaba la cerveza.

Incapaz de hacer nada, al final me rendí en escuchar a Mike que había comenzado a hablarme de su ex novia, con quien había estado cuatro años.

Fingí interés por un buen tiempo.

En realidad, mi mente continuaba a volver sobre aquel hombre a pocos metros de distancia y sobre sus ojos dorados que me hipnotizaban.

Lamentablemente, después de un cuarto de hora ya estaba aburrida y, sin poder detenerme, mi mirada fue de nuevo a posarse sobre Lorenzo Orlando.

No podía entender cómo un hombre como él, podía hacerle mal a un Rinaldi.

A pesar de que intuía un velo de tiniebla y agresividad, Lorenzo parecía una persona demasiado controlada y relajada para hacerle mal a alguien.

Como si hubiera sentido mi mirada sobre él, de repente lo vi girarse hacia mí.

Se me detuvo la respiración cuando noté su mirada hacerse dura y sospechosa.

Sí, Lorenzo Orlando era un hombre peligroso y de repente me sentí atrapada.

Volví inmediatamente sobre Mike y me prometí no posar más los ojos sobre Lorenzo.




4

GINEBRA


A pesar de que tenía mucho prestigio y que era de pura malta italiana, no me parecía apropiado tomar una cerveza Menabrea en un local como ese. Además, nunca me había gustado.

Decidida a ordenar mi usual y amado Bellini y, a liberarme de Mike y de su discurso, detallado hasta en los más mínimos detalles, sobre el motivo de la ruptura con su ex novia, me levanté y fui directamente a la barra a pedir algo para tomar.

Me acomodé en una banqueta y esperé al barman, que vino inmediatamente a servirme.

“Un Bellini, por favor”, ordené gentilmente.

De inmediato, el camarero tomó un durazno maduro y se dispuso a batir la pulpa para luego hacerlo filtrar con un colador de malla estrecha.

Estaba tan encantada con sus movimientos fluidos y precisos y, por la música que estaba sonando la música Faulkner en el piano allí cerca, que no me di cuenta que una persona que se había sentado cerca de mí.

“Buenas noches”, me susurró de repente una voz cálida y profunda a mi lado, haciéndome sobresaltar.

Mi di vueltas hacia mi izquierda y me encontré a pocos centímetros de Lorenzo Orlando.

De golpe, sentí la garganta arder y secarse completamente, mientras mi corazón comenzó a martillarme violentamente en el pecho.

Después de haberme dejado atrapar tres veces mientras lo miraba, había hecho de todo para distraerme y olvidar todos los peligros que estaba corriendo estando allí.

Por suerte, los discursos de Mike me habían ayudado pero ahora me sentía sola, indefensa y totalmente vulnerable por esa presencia elegante y amenazante.

Intenté responder a su saludo, pero era como si cada sílaba me hubiera quedado encastrada en la garganta, sofocándome.

Me parecía que me quemaba bajo su mirada ámbar, mientras me miraba insistentemente buscando una respuesta de mi parte. Estaba incrédulo y perplejo por mi silencio.

Estaba tan agitada que mi mente quedó en blanco y no recordaba más nada. La única cosa que escuchaba en mi cabeza era de no dejarme descubrir diciendo mi verdadero nombre.

Miré a Maya buscando ayuda, pero se estaba besando con Lucky.

Volví con la mirada hacia Lorenzo.

Todavía me estaba mirando y yo me sentí más atrapada que antes.

Sentí la tentación de escapar y desaparecer para siempre, pero por suerte el barman vino en mi ayuda, ofreciéndome el Bellini.

Intentando controlar el temblor y la dificultad para respirar, tomé la copa.

Haciendo girar el taburete para levantarme, mis rodillas se encontraron sutilmente con las del hombre y, sentí que me faltaba el aliento.

Levanté la mirada esperando ver indiferencia o distracción en sus ojos, pero me vi fulminada por la oscuridad de sus pupilas dilatadas.

Con su ropa negra me hacía recordar a una pantera, antes de atacar a su presa.

“Discúlpeme”, susurré débilmente, moviéndome rápidamente y dirigiéndome hacia mi amiga.

Estaba por dar un paso lejos de quien estaba destruyendo mi autocontrol, cuando sentí que me tomaban fuerte pero delicadamente por el brazo.

Me detuve asustada y vi la mano bronceada de Lorenzo sobre mi piel clara.

Gemí de ansiedad.

Cuando un Orlando y un Rinaldi entraban en contacto, terminaba siempre de la misma forma: con la muerte de uno de los dos.

En ese momento comprendí con certeza que quien tenía menos chances de sobrevivir, era precisamente yo.

No sabía qué expresión tenía en mi rostro, pero debe haber sido bastante elocuente ya que Lorenzo me dejó ir.

“No pueden estar aquí”, me susurró, mientras su mano cuidada y grande se alejaba de mi brazo delgado, que sentía esa experiencia surreal.

Quedé con la boca abierta. Cómo había hecho Lorenzo Orlando para descubrir que era una Rinaldi?

“Yo… yo…”, balbucee, incapaz de encontrar una excusa plausible.

“No acepto FreeLancers en este momento, no tengo intenciones de emplear otras acompañantes”, me avisó severo, indicándome con una inclinación de la cabeza, un grupo de mujeres elegantes y sexis que flirteaban y charlaban amablemente con algunos clientes.

Acompañantes?

Lorenzo me había confundido con una escort!

Me miré el vestido y me di cuenta que era muy audaz, pero no creía que podía ser confundida con una mujer de poca moral.

Además, consideraba que era mezquino y de mente estrecha juzgar a una mujer sólo por su ropa.

Levantando el mentón y asumiendo la actitud más altiva y enojada posible, me acerqué con calma a ese hombre que en ese momento habría querido patear.

“No soy una prostituta”, me ofendí, retomando la voz gracias al enojo repentino que me corría por las venas.

“Ellas tampoco. Son simples acompañantes. Si luego ofrecen otros servicios, no es mi problema. Basta con que lo hagan lejos de aquí”, respondió él, sorprendido de mi tono inesperadamente poco cordial.

“Entonces me corrijo: no soy una acompañante”, respondí resuelta y ácida.

“A veces las apariencias engañan”, contraatacó él convencido que había ganado. Aparentemente no había sido la única que había tomado de manera personal la respuesta poco simpática del otro.

Sonreí dentro mío, porque percibía las ganas de pelear mi batalla y llevar la victoria a casa.

No sabía de dónde provenía todo ese coraje después de haber sentido tanto miedo… quizás era la adrenalina.

“No se preocupe. Lo perdono. Puedo entender que una persona recientemente reintegrada, pueda tener momentos de confusión y equivocar lo inequívoco.”

“Reintegrada?”, repitió él perplejo pero con un leve tono amenazante en la voz. Era evidente que estaba haciendo un notable esfuerzo, para no atacarme.

Tomé coraje gracias a su autocontrol, quería demostrar sin ceder. Conocía ese orgullo y sabía lo que escondía.

“Sí. Admítalo: cuánto tiempo ha estado fuera? Dos días? Una semana?”

“Fuera de qué?”, me preguntó en seco, no sin un notable esfuerzo, incluso si sabía que ya conocía la respuesta.

“De la cárcel, obviamente. Puedo reconocer a una persona cuando sale de prisión y tiene problemas en readaptarse a las convenciones sociales.”

Por un momento quedó boquiabierto por el estupor. Seguramente no estaba acostumbrado a que le hablen de ese modo, pero estaba demasiado preparado para mandar al demonio esa máscara de hombre perfecto que llevaba en presencia de otros.

“Qué le hace pensar que yo haya apenas salido de la cárcel?”, murmuró Lorenzo con los ojos entrecerrados y la mandíbula contraída.

“Por su aspecto.”

“Por mi aspecto”, repitió calmo, como la calma que antecede al huracán.

“Sí. En conclusión, ese cabello no ve la tijera de un peluquero y un peine, desde hace un tiempo”, subí la dosis indicándole su cabello perfectamente peinado de forma desordenada, pero sin perder la elegancia. “También esa sombra de barba le da un aire desalineado, un pasado imprudente… Sin hablar de las ojeras bajo los ojos, no presagian sueños tranquilos y es comprensible. Creo que es difícil dormir en una celda con un extraño que podría tener intenciones poco tranquilizadoras. Lamentablemente no existe aún una legislación eficaz contra las molestias sexuales entre detenidos, por lo que tiene toda mi comprensión.”

“Creo que entendí el concepto”, me detuvo, incapaz de escuchar otra cosa que saliera de mi boca. “Y lo lamento por usted, pero se equivoca. Nunca estuve en prisión.”

“A veces las apariencias engañan”, exclamé con una sonrisa maléfica y una encogida de hombros, repitiendo sus mismas palabras.

« Touché», susurró con una media sonrisa, entendiendo mi intención de vengarme por haber sido confundida con una acompañante.

“Permítame al menos ofrecerle algo de beber”, intentó disculparse cuando intenté irme. Lo miré a la cara y la expresión de desafío de la serie “No termina aquí”, me puso en alarma.

“No acepto regalos de desconocidos”, lo detuve de inmediato, poniendo en la barra un billete que cubría el costo del Bellini y dejaba al barman una buena propina.

“Estaba convencido que no fuera necesario pero… ok, me presento. Soy Lorenzo Orlando, el propietario del Bridge”, me dijo, ofreciéndome la mano.

Mire esa mano tentadora y me dio palpitaciones.

La idea de tocarlo me llevaba a pensar cosas prohibidas y que podían ser castigadas de la peor forma.

Ginebra, estás jugando con fuego!

Todo el engreimiento que tuve, me abandonó con la misma rapidez con la que había llegado.

“Juro que no muerdo”, me susurró, notando que dudaba en darle la mano.

“Mia, donde te habías metido?”, dijo Maya dándome casi un infarto. No la había visto acercarse y no me esperaba su brazo alrededor de mi espalda.

La miré brevemente y comprendí que había venido a socorrerme.

“Mia”, repitió Lorenzo, pensativo.

“Sí, Mia Madison y yo soy Chelea Faye. Mucho gusto. Su local es bellísimo. Felicitaciones!”, se entrometió Maya dándole la mano a Lorenzo, en lugar mío e interponiéndose entre él y yo, como si quisiera defenderme.

“Gracias”, le respondió él con una sonrisa falsa, para esconder la irritación por la interrupción. “Es la primera vez que vienen a mi local?”.

“Sí. Estamos en Rockart City sólo de paso. Demonios! Se hizo tarde y ahora debemos irnos, pero espero tener la posibilidad de volver pronto”, se disculpó Maya con aire alegre. Sólo ella podía parecer tan espontánea y contenta, incluso cuando la situación era tensa.

“Hasta luego, entonces”, respondió el hombre educadamente, dirigiéndome la mirada por última vez antes de alejarse.

Apenas lo saludé con la cabeza.

“Qué demonios estaba pasando?”, dijo Maya cuando quedamos solas.

“Nada”, murmuré con un hilo de voz, incapaz de imaginar que hubiera podido ocurrir.

“Cuando te vi con él, creí que enloquecería. Te traje hasta aquí para divertirnos, no para hacer que te maten”, me dijo agitada, robándome el Bellini todavía intacto y tomándolo en pocos sorbos, para calmar los nervios. “Vamos! Le dije a Lucky que tienes un toque de queda y que tengo que llevarte a casa antes de las dos de la mañana”, me dijo, tomándome de un brazo y arrastrándome hacia la salida.

“Señorita, discúlpeme”, se paró delante nuestro un recepcionista, dándome una tarjeta negra con letras doradas “ The Bridge. Orlando’s Night”. “El señor Orlando me ha pedido que le diera uno de nuestros pases como regalo, en señal de disculpas por la equivocación de la que fue víctima. El señor Orlando se preocupa por sus clientes y, se ocupa que estén satisfechos con el servicio recibido. Este pase le permitirá tener un ingreso privilegiado y una consumición gratis para usted y sus invitados.”

“No es necesario, pero agradece al titular por el gesto y dígale que ya he olvidado nuestro malentendido”, respondí gentilmente y enrojeciendo por esa cortesía.

Lorenzo Orlando, me había ofrecido un pase o un ticket sólo de ida hacia el infierno, si hubiera sabido que era la hija del boss Edoardo Rinaldi.

“Le ruego”, me suplicó, sorprendido por mi rechazo. Sabía que jamás habría podido llevar una tarjeta como esa, sino quería arriesgar la pena de muerte por parte de mi padre.

“Gracias por el pase!”, se entrometió Lucky, tomando la tarjeta en mi lugar. “Mia, te has vuelto loca? Sabes cuánto cuestan estos pases?”

“Quieres volverte un enemigo de la familia Orlando?”, dijo Mike.

“No, yo…” balbucee con disgusto, pero Maya me tomó del brazo y me llevó fuera del local, hacia el aparcamiento.

“Volvemos a casa”, suspiró Maya aliviada, después de un rápido saludo a los dos muchachos.

Entramos en el coche.

Pasamos por el puente del Safe River y, para mi sorpresa, noté que las palpitaciones que había tenido desde que había pasado por allí a la idea, no se habían detenido.

Era como si esa noche me hubiera dejado algo abrumador y tan poderoso como para no abandonarme jamás.




5

GINEBRA


Había pensado en Lorenzo Orlando toda la semana.

Había leído libros, visitado galerías de arte, participado en una reunión sobre derechos civiles, pero era como si todo fuera insignificante y carente de emociones.

Sólo cuando pensaba en Lorenzo, en lo que le había dicho, me sentía de nuevo viva y electrizada.

Era increíble!

Había estado tentada de pedirle a Maya que me llevase de nuevo más allá de río, pero no había osado hacer una propuesta de ese tipo, abiertamente.

Dentro de mí todavía era consciente de cuánto era malo, lo que había hecho y del peligro que había corrido. Y, sin embargo, era justamente eso lo que me mantenía viva en esos días.

Me alcanzaba con cerrar los ojos para volver a sentir la voz cálida, profunda y levemente ronca de Lorenzo.

Por no hablar de su cabello castaño desordenado que daba ganas de pasarle los dedos en medio.

O su barba, levemente descuidada.

Nunca había tocado a un hombre. Ni siquiera a mi padre o a mi hermano.

Una parte de mi habría querido acariciarle el rostro para ver qué se sentía tocar ese vello, para sentir cómo era tocar ese cabello áspero y sin afeitar.

Oh Dios, tocarlo…

Se me entrecortaba la respiración cada vez que lo pensaba.

La idea me excitaba y me aterrorizaba al mismo tiempo.

Tocar un Orlando estaba prohibido!

Todavía me parecía poder sentir el calor de su mano en mi brazo.

Y, sin embargo, hubiera pagado por sentir de nuevo esa sensación.

Y sus ojos…

Oh por Dios, Ginebra, cálmate!

«Ginebra, quieres cortarte? Se puede saber en qué estás pensando?”, dijo Maya sacándome de mis pensamientos.

“En nada”, me apresuré a decir, continuando a cortar las cebollas.

“No te creo”.

“Estaba pensando en qué prepararte. Espero que la pasta con ragú de seitán, te guste”, respondí rápidamente, poniendo a freír la cebolla, con el apio y las zanahorias.

“Lo descubriré pronto, pero confío en ti. Eres una buena cocinera, incluso si creo que es vergonzoso que tus padres no te den una doméstica o una ayuda para hacer estos quehaceres.”

“Mi padre fue claro: hasta que no deje mi dieta vegetariana y con esta fijación por los derechos civiles, estaré segregada en estas dependencias y tendré que arreglarme sola. De todas formas, me volví una ama de casa experta.”

“Pasas también la aspiradora?”, me preguntó Maya disgustada.

“Sí. Cocino, lavo, plancho y me hago la cama sola.”

“Demonios! Yo no podría nunca! Te tratan como a una esclava!”.

“No digas cosas absurdas. Me volví independiente y no hago nada que la mayoría de las personas no haga todos los días. No todos pueden permitirse tener sirvientes que te sustituyan en todo, lo sabes?”

“Y para ti, está bien así?”

“Sí”, dije triste. En realidad no me interesaba tener que limpiar la casa o cocinar para mí. Lo que me hacía estar mal era que mi familia no me quiera más, que no aceptase mi diversidad y no mostrara un mínimo interés en mí.

Esas pocas veces que estaba con mi familia, era siempre un sufrimiento, porque no me hablaban, no me dejaban decir nada y peor aún, se negaban a pedir al chef que preparara comida aparte para mí.

A menudo me sentía sola y, de todas formas hacía casi tres años que estaba excluida y tratada sin respeto.

Incluso mi mudanza a esas dependencias había sido el enésimo intento de aislarme, para evitar que fuera parte de su vida familiar.

Incluso mi hermana Rosa me evitaba y, desde que se había casado, había también dejado de llamarme por teléfono.

Con mi hermano Fernando, nunca había tenido una buena relación y nunca había sufrido la distancia que había puesto entre nosotros dos. Por el hecho que era el primogénito, tenía diez años más que yo y era el heredero directo del imperio de papá, se permitía ser un déspota con cualquiera.

“Escucha, me ha llamado Lucky. Tiene tu pase. Según parece intentó ir al Bridge con sus amigos, pero le dijeron que la tarjeta es nominativa y que sin ti no podía entrar. Me ha pedido si esta noche nos gustaría volver con él y un amigo suyo que querría presentarte. Me hizo ver una foto suya. Es un hermoso muchacho! Quizás podría surgir algo, no te parece?”

Pensé en Lorenzo.

Nunca lo hubiera admitido, pero tenía unas ganas locas de volverlo a ver.

“Ok”, respondí dejando consternada a Maya.

“De verdad? Es decir, me alegra, pero estaba convencida que no quisieras saber más nada con el Bridge o con los Orlando, después de lo que sucedió el sábado pasado.”

“Necesito cambiar un poco el aire.”

“Una vez, cuando querías cambiar aire me pedias que fuéramos a la cabaña de mi abuelo en la montaña. Mientras ahora, me estás diciendo que quieres volver a la boca del lobo. Me parece que te he contagiado con mi locura de hacer cosas prohibidas.”

“Puede ser”, sonreí alegre.




6

LORENZO


No pude contener una pequeña sonrisa de triunfo cuando vi a Mia Madison atravesar la puerta del Bridge.

Sabía que había rechazado mi pase y que sólo por la intervención de uno de sus amigos lo había aceptado. Nadie era tan loco como para insultar a un Orlando, declinando su regalo, incluso si a Mia no le parecía importar mucho mi apellido y el rol que tenía en esta ciudad.

La sonrisa fue más grande cuando la vi quitarse la campera liviana de lino blanco y mostrar un vestido celeste escotado, que además tenía un escote profundo en la espalda, y con la falda que le llegaba a las rodillas.

Su look casto, resultaba todavía más simple por el maquillaje liviano y por los colores tenues, era una señal clara que no quería ser confundida nuevamente con una acompañante.

Por un instante, su mirada se cruzó con la mía.

Ambos hicimos un leve saludo con la ceja en dirección del otro, pero sus ojos quedaron pegados a los míos por una fracción de segundo de más, intentando no darme a entender que ella también había pensado en mí toda la semana, como me había pasado a mí.

Había sido difícil sacar de mi mente a una mujer que me había dicho que parecía un ex convicto y que me había desafiado tan abiertamente, a pesar de que la atemorizaba.

La recorrí con la mirada, buscando a la muchacha transgresiva y desinhibida, pero parecía que no quedaba rastro.

Era simple y bellísima.

Sus ojos azules con algún tinte violeta resaltaban gracias a la sombra lila y los labios estaban apenas cubiertos por un labial rosado.

A diferencia de la vez anterior, ahora parecía mucho más joven. No le daba más de veinticinco años y sus modales siempre agraciados y refinados con los que se movía, se sentaba y se llevaba a la boca el Bellini que había ordenado… tenía algo sensual y fascinante.

Había entendido de inmediato que había estudiado y no era una simple acompañante, cuando le hablé y ahora, viéndola en toda su simplicidad, me di cuenta que era más de lo que dejaba ver. Sin embargo, la timidez y reserva que mostraba cuando un muchacho con el que hablaba la tocaba, me hacía intuir que había algo extraño en ella. Era como si tuviera miedo del contacto físico, casi como si le molestara…

Incluso conmigo, había sido introvertida, había visto miedo en su mirada, mientras ahora veía irritación y antipatía, aunque si estuvieran escondidas detrás de sonrisas y gestos medidos pero no lo suficientemente incisivos para mantener en su lugar las manos de ese muchacho.

Disfruté viendo su esfuerzo por contener el nerviosismo y de mostrar siempre una máscara de muchacha buena, aunque si dentro, muy dentro, era evidente que habría querido abofetear a su acompañante.

Desde el lugar donde me encontraba, disfrutaba todo el espectáculo, preguntándome cuánto faltaba para que perdiera los estribos.

Además, su amiga Chelsea no parecía darse cuenta de nada, estaba impresionada por el muchacho con quien también había estado la semana anterior.

A un cierto punto, el acompañante de Mia se puso a jugar con sus largos cabellos rubios.

Parecía que ese gesto la molestaba mucho, porque se puso de pie y con una excusa se dirigió al baño.

Estaba por volver a mi trago, cuando vi al muchacho seguirla al baño.

Conocía esa sonrisa arrogante y sabía qué habría sucedido.

Normalmente habría llamado a un camarero para decirle que interviniera, pero esta vez tenía curiosidad y, si hubiera sucedido lo que me temía, no hubiera dudado en golpear al maldito.

Con cierta indiferencia, me dirigí hacia el baño de mujeres.

Lo encontré cerrado.

Golpee y todo lo que obtuve por respuesta fue un grito que fue sofocado de inmediato y algo que caía al piso.

No quería hacer un escándalo o asustar a mis clientes dado que la reputación de local se basaba, precisamente en la discreción, por lo que evité golpear la puerta o gritar para que abrieran.

De inmediato llamé a Jacob, mi vice, y me hice alcanzar las llaves del baño.

En un instante, mi amigo abrió la puerta.

Entré en el baño, mientas Jacob volvía a cerrar la puerta a nuestras espaldas.

Mia estaba tirada en el piso y tenía una mejilla roja, mientras el muchacho tenía el pantalón abierto y estaba sobre ella, agarrándola por las muñecas.

Saqué a ese bastardo lejos y me incliné al lado de ella.

Le corrí el cabello del rostro pero, apenas mis dedos tocaron sus mejillas, ella hizo una mueca y se alejó de mí, aterrorizada.

Para mi sorpresa, vi una pequeña hebilla que asomaba de la sien y comprendí que lo rubio, era una peluca.

“Mia, soy yo, Lorenzo Orlando”, le dije lentamente, tomándola por los hombros que se sacudían por los sollozos. “Ven, te ayudo a levantarte.”

Miró mi mano, como si fuese algo prohibido y peligroso, pero finalmente aceptó mi ayuda.

Con delicadeza la ayudé a ponerse de pie pero me di cuenta que debía haberse golpeado, porque rengueaba y la correa de su zapato derecho se había roto.

Antes de que cayera de nuevo, la tomé y la llevé en brazos.

Estaba tan desorientada y asustada por lo que le había pasado, que no opuso resistencia y se acurrucó temblando contra mi pecho.

Mientras tanto, Jacob se ocupó del muchacho.

“Si te vuelvo a ver en mi local, te hago pedazos”, lo amenazó antes de que Jacob lo echara del local.

Salí del baño y noté que algunos clientes se miraban curiosos. Sólo la amiga de Mia parecía perturbada y corrió hacia nosotros.

“Oh mi Dios… Qué te sucedió?”, gritó desesperada, viendo el rostro enrojecido de la muchacha.

“Está todo bien”, intentó asegurarle ella.

“No está bien. No está para nada bien… Demonios, estoy muerta si te pasa algo!”

Esa frase me alarmó porque parecía que verdaderamente Chelsea lo creía así.

Hubiera querido profundizar, pero Sebastián, mi manager, se acercó.

“Dame las llaves de una habitación. La señorita se hizo mal y necesita reposar”, le dije.

“Las habitaciones están todas ocupadas”, me avisó preocupado.

“Entonces la llevaré a mi apartamento”, dije resuelto.

“No!”, exclamaron al unísono Mia y Chelsea.

“No se preocupen. No habitúo salvar a una muchacha de un intento de violación para después molestarla yo. Sebastián, mientras tanto llama a un médico y a la policía, así la cliente podrá hacer la denuncia.”

“No!”, dijeron casi gritando, Mia y Chelsea.

“No es necesario… Estoy bien y no sucedió nada. Creo que es mejor dar vuelta la página y no pensar más en este inconveniente. Además, no quiero hacer un escándalo que pueda dañar la reputación de los Orlando”, se apresuró a aclarar Mia con ansiedad.

Podía sentir el olor a problemas por el pánico que veía en los ojos de las dos mujeres.

“Ok, como quieran”, dije, dirigiéndome hacia el segundo piso, donde estaba mi apartamento.

Llevé a Mia a la habitación de huéspedes y la puse en la cama.

“Gracias”, me agradeció tímidamente.

“Ahora puedes decirme qué pasó y qué te ha hecho ese muchacho?”, fui directo a lo que más me importaba.

“Me estaba refrescando cuando entró en el baño. Cerró la puerta. Me enojé y comenzó a empujarme. Perdí el equilibrio por los tacos altos y caí, torciéndome el tobillo derecho. Creí que iba a ayudarme y que se hubiera disculpado… Al contrario, se me tiró encima y comenzó a… tocarme… a decirme que dejara de hacerme la difícil… intenté golpearlo pero él se defendió y me abofeteó… Yo… Yo…”

“Después?”, dije tratando de contener la furia que me inundaba la mente.

“Me levantó la falda y se abrió la bragueta del pantalón… justo en ese momento has golpeado la puerta pidiendo que abrieran. Intenté gritar pero me tapó la boca. Intenté librarme de él pero no lo conseguí y finalmente has entrado… Gracias por haber intervenido”, balbuceó Mia todavía asustada.

“Era mi deber. Nadie se puede permitir hacer ciertas cosas en mi casa o molestar a mis clientes”, respondí intentando parecer calmo, aunque si en realidad estaba tan furioso que sólo quería romperle la cara a ese hijo de puta.

“Lorenzo”, me llamó Sebastián.

“Las dejo solas. Vuelvo de inmediato”, me alejé de las dos muchachas, saliendo de la habitación con mi manager.

“En el baño estaba esto”, me dijo Sebastián dándome la cartera de Mia. “Presta atención, Lorenzo. No confío en esas dos.”

“Yo tampoco. Hay algo extraño.”

“Quizás encuentres alguna respuesta ahí dentro”, me sugirió abriendo la cartera.

Me di vuelta para que las muchachas no pudieran verme, ya que había dejado la puerta abierta.

Revisé la cartera y quedé petrificado.

Dentro, había sólo doscientos dólares y el documento de identidad de Mia Madison.

Miré mejor el documento.

Falso!

Intercambié una mirada con Sebastián, que me hizo un gesto para darme entender que también él lo había notado.

“Qué mujer sale de casa sin el celular?”, me dijo con su tono indagador de siempre.

“Una que no quiere ser rastreada o que es demasiado pobre para permitírselo!”

“Optaría por la primer hipótesis, dado que el vestido que lleva puesto no salió de las grandes tiendas.”

“Yo diría que no”, dije nerviosamente.

“Qué hacemos?”

“Me ocupo yo. Tú mientras tanto llama al nuevo lavaplatos que contratamos el mes pasado. Hazlo venir aquí para ver si la querida Mia Madison realmente se hizo mal o si es toda una puesta en escena. Y después, busca información sobre ella. Dice que es de Los Ángeles. Veamos si al menos eso es verdad.”

“Tengo contactos allí.”

“Úsalos y, después me dices que descubriste.”

“Y qué hacemos con el muchacho?”

“Descubre quién es y destrúyelo. Hazle desear desaparecer de la faz de la tierra, especialmente de Rockart City”, dije todavía furioso. Habría hecho cualquier cosa para arruinarle la carrera o la vida. Sólo el exilio de la ciudad habría podido salvarlo.

“A sus órdenes!”.

Como un rayo, Sebastián, se puso a trabajar.

Estaba por volver a la habitación, cuando escuché a Chelsea enojarse con Mia.

“Te lo ruego, levántate. Te llevo en brazos hasta casa si es necesario.”

“No. Ya te lo expliqué.”

“No puedes hacerme esto! Yo… yo… Demonios, no tenía que pasar algo así. Es todo culpa mía!”

“No digas tonterías”.

“Nunca habría tenido que convencerte que vinieras conmigo.”

“Chelsea, está todo bien”, intentó calmarla la amiga.

“Deja de decir que está todo bien!”, gritó la muchacha presa de la histeria.

Antes que la situación pudiera empeorar, entré en la habitación.

De repente, las dos mujeres se callaron.

“Cómo estás, Mia?”, pregunté.

“Me duele un poco el tobillo, pero estoy bien. Estoy todavía shockeada por lo que sucedió”, me respondió mostrándome el tobillo hinchado.

Por suerte mi lavaplatos, Randy, llegó de inmediato.

Lo presente y Mia se dejó tocar, mientras la amiga iba al baño a tomar una toalla mojada para ponerla en la mejilla.

“No soy un médico y estoy sólo en el penúltimo año de fisioterapia pero el tobillo no me parece que esté roto. Con un poco de hielo debería deshincharse y, haciendo reposo por un par de días, debería estar bien. Claro, sería mejor hacer una radiografía…”, explicó Randy.

“Estoy segura que con un poco de hielo se resolverá todo”, aseguró Mia.

En poco tiempo, Randy medicó a Mia y yo, aprovechando la ausencia de Chelsea, que estaba con Sebastián, me quedé solo con Mia.

“Está mejor ahora?”, le pregunté cauto, sentándome en el borde de la cama, a su lado.

“Sí, gracias. Me siento mortificada por las molestias que le estoy causando”, me respondió la muchacha volviendo a ser formal. Parecía que el shock había sido superado y estaba volviendo a tomar el control de sí misma.

“Tratémonos de tu.”

“Ok”, susurró Mia poco entusiasmada.

“Te traje la cartera”, le dije dejándola en la cama.

“Gracias.”

“Quieres que avise a tu familia?”

“No”

“Quieres que te lleve a casa? Si me das la dirección, puedo…”

“No es necesario”, se impacientó Mia. “Pero si para ti, mi presencia es una molestia, entonces me iré de inmediato.”

“Eres mi huésped y puedes quedarte todo lo que quieras.”

“Sólo necesito descansar un par de minutos”, murmuró adolorida y cansada, cerrando los ojos.

“Tómate el tiempo que necesites.”

Ni siquiera me respondió.

Se había dormido.





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Podrá sobrevivir un amor que desafía las normas de dos familias separadas por un viejo rencor?

Ginebra Rinaldi no sabe lo que es la libertad.

Vive dentro de una jaula dorada, sofocante y llena de normas dadas por su padre, está acostumbrada a obedecer y a sufrir los castigos de su familia ante cualquier rebeldía.

Lorenzo Orlando renunció su lugar como heredero del patrimonio de la familia Orlando para poder tener la libertad de ser y hacer lo que quiere, poniendo en peligro su propia vida. Sin embargo, hoy es un hombre respetado y es el propietario del local más prestigioso de Rockart City, el Bridge.

Decidida a romper las normas y reglas, Ginebra ira a parar a la boca del lobo.

Qué pasará cuando quede cautivada por la mirada penetrante de Lorenzo y descubra que ya no podrá escapar de él? Cuánto tiempo tendrá Ginebra antes que quedar bajo la mira de Lorenzo?

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