Книга - Mi Huracán Eres Tú

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Mi Huracán Eres Tú
Victory Storm







Victory Storm




MI HURACÁN ERES TÚ

Victory Storm


Texto copyright © 2020 Victory Storm

Correo electrónico de la autora: victorystorm83@gmail.com

http://www.victorystorm.com

Traductor (italiano à español): Aleinad13

Editorial: Tektime

Este es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan ficticios.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte del libro puede ser reproducida o difundida por ningún medio, fotocopias, microfilm u otro, sin el permiso del autor.

Portada: diseño gráfico Victory Storm - Enlace: https://stock.adobe.com

Mi Huracán Eres Tú

LUCAS. Hace cuatro años, Kira se fue, dejándome solo en el peor momento de mi vida. Nunca la perdonaré por esto. Ahora ella está de regreso y todo el odio que siento dentro de mí, me mantiene alejado de ella. Y, sin embargo, cada vez que me mira, me siento confundido, perdido y asustado, pero no debo olvidar quién soy: solo soy mercadería dañada y nadie amaría a alguien como yo.

KIRA. Después de cuatro años de distancia y desesperación por ese desprendimiento forzado, finalmente regresé a Lucas. Pero ahora las cosas han cambiado y me encuentro víctima de su arrogancia. ¿Quién es ese tipo que solo conoce la violencia y que usa a las chicas solo para llevarlas a la cama? No sé qué pasó, pero haré todo lo posible para borrar ese odio que leí en el fondo de su mirada y que lo mantiene alejado de mí.




LUCAS


Princeton, Kentucky – 28.09.2010

Un huracán.

Esto había pensado Lucas de frente a la engreída desconocida que se interpuso entre su padre y él.

―Prueba golpearlo de nuevo y te denuncio! ―Grito aquel tornado furioso, haciendo asustar al mismo Lucas, que todavía tenía la mano presionando el cachete inflado y rosáceo, por el ultimo tortazo recién recibido.

El hombre rio sarcásticamente frente a esa amenaza estúpida. Ese sonido ronco y duro hizo venir escalofríos a Lucas por toda su espalda, llevándolo a esconderse cobardemente detrás de la espalda alta de su salvadora, que según parecía, no estaba espaventada en lo absoluto de esa actitud fingida de su padre.

Todavía Lucas lo conocía bien y sabía que venía después de aquella risita banal y más aún después de esa amenaza en velo.

En un impulso de coraje, agarro la mochila de su salvadora y lo tironeo lejos antes de que su padre perdiera nuevamente los estribos y pudiese levantarle la mano, o peor, el cinto del pantalón, también sobre ella.

―Estate bien atenta a lo que decís mocosa ―le advirtió el hombre improvisamente serio, acercándose ahora de más.

―Eres tú el que debe estar atento a lo que hace o le diré a mi madre y ella te mandara fuera junto con todos los padres violentos que golpean a los hijos ―lo desafío de nuevo la niña con su voz tenue, pero al mismo tiempo fuerte y determinada a no dejarse asustar por aquel paracito.

―¿Que es lo que has dicho? ―Se enfureció el hombre, inclinándose sobre aquella pequeña criatura que torció la nariz ante el aliento de alcohol que le salía de la boca. Y luego llego el suspiro de su padre. Aquel suspiro que Lucas conocía bien: aquel siseo vibrante y tenso que terminaba siempre con un gesto violento en contra de cualquier cosa que se encontrase a su alcance.

Con una ojeada furtiva miro profundamente el rostro orgulloso y perfecto de esa niña que no se había movido ni un centímetro, continuando a protegerlo y a tenerlo detrás de su espalda ligeramente doblada por el peso de los libros que tenía en la mochila.

Sus ojos se detuvieron sobre sus mejillas rosas y perfectas, sobre su pequeña boca, una forma de corazón, sin cicatrices o signos de violencia.

Tenía una línea un poco extraña, según Lucas, pero al mismo tiempo curiosa y él deseo poder verla mejor en la cara, pero el respiro sin aliento y tembloroso de su padre prevaleció..

Calmando el miedo y aquellos gemidos de dolor que le salían incontrolablemente de la boca, se hizo coraje y con una fuerza propia desconocida logro tironear de un costado a su salvadora justo a tiempo, antes de que la mano de su padre volara despiadadamente sobre el cachete de la muchacha.

― Déjala! ―Grito el muchachito, reuniendo todas sus fuerzas en un desesperado grito. Sabía que contra su padre no podía hacer nada, pero juro a si mismo que habría hecho todo lo posible para proteger a esa inocente que había tenido el coraje de afrontar al irascible y potente Darren Scott.

―Tú no me das ordenes, ¿has entendido? Eres solo un niño estúpido que tendrás el mismo fin que la fracasada de tu madre¡ , se irrito su padre, agarrándolo por la solapa de la chaqueta.

Habían pasado pocos meses del día en el que había encontrado a su madre adormecida en la bañera llena de agua.

Al principio habia permanecido desconcertado al encontrar a su madre vestida en la bañera, pero luego, cuanto había llegado su padre, todo había asumido otro significado.

Todavía ahora le daba fastidio tratar de ordenar los recuerdos. En ocasiones solo los gritos de dolor y rabia de su padre, mientras tiraba a su mujer fuera del agua y la domestica Rosalinda que lloraba y gritaba que aquella casa estaba maldita, mientras corría a llamar una ambulancia.

Luego todo se volvía confuso hasta el funeral de su madre.

No sabía si había llorado, pero recordaba que a su regreso del cementerio esa noche, su padre se emborrachó más de lo habitual y comenzó a criticarlo, diciéndole que era un fracaso ya que su madre era tan cobarde como para suicidarse, dejándolo solo para cuidar a un hijo que nunca había querido y que podría haber sido un bastardo por todo lo que sabía, dado el pasado áspero y libertino de la serpiente que con quien se había casado diez años antes.

Esa noche, encerrado en su habitación y escondido debajo de las sábanas, había comenzado a temblar y a llamar a su madre en vano, con la esperanza de que fuera a rescatarlo.

Desafortunadamente, su sueño no se había cumplido, ya que nunca había sucedido incluso cuando ella estaba viva, y no le quedaba más que llorar hasta que le dolieran el estómago y la cabeza.

Ahora, las frases de su padre lo golpearon con la misma violencia esa noche.

Se mordió el labio inferior para no llorar, pero al final las lágrimas lograron fluir copiosamente.

― Papá, no la lastimes. Por favor —le rogó, sollozando y ocultando su rostro con la manga de su chaqueta para que no la viera esa niña que tenía más coraje que él.

― ¡Mi hijo llorando por una mujer! Esto es nuevo! No tienes carácter. ¿Sabes lo que te digo? ¡Te vas a casa solo, así que aprendes a desobedecerme y ponerte en mi contra! ―Dijo el hombre, girando sobre sus talones y yendo al auto con pasos inestables debido a los tragos de más bebidos en la tarde.

―Espera, papá ―Lucas trató de detenerlo, asustado ante la idea de irse solo a casa, pero su padre ya había llegado a la puerta y, sin mirarlo, entró al auto y se fue, dejando a su hijo de nueve años, temblando y llorando al costado de la calle.

―No te preocupes. Mi mamá te lleva a la casa con el auto ―trató de calmarlo la niña, que se había quedado al margen observando toda la escena.

Su dulce y gentil voz logró calmar el sufrimiento de Lucas y él dejó de llorar.

Sin decir una palabra, sintió la cálida y suave mano de la niña tomar la suya fría y temblorosa.

Con los ojos todavía nublados por las lágrimas, se dejó arrastrar hacia la fuente que estaba en el patio desierto de la escuela.

La vio sacar de su delantal rosa un pañuelo de Hello Kitty y mojarlo bajo el chorro de la pequeña fuente.

Luego, con una delicadeza desconocida para él, la sintió mientras le ásaba el pañuelo húmedo y fresco sobre sus mejillas y ojos.

―Mi mamá siempre me hace lavarme los ojos después de llorar para que no se hinchen y enrojezcan ―explicó suavemente, mientras continuaba empapando sus ojos con la tela humedecida con agua.

Cuando la niña pensó que la limpieza era lo suficientemente satisfactoria, sacó otro pañuelo limpio y planchado de su mochila. Lo abrió y lo usó suavemente para secarle la cara.

Aturdido y disfrutado por esos mimos inesperados y relajantes, se dejó lavar y secar, inmóvil como una muñeca.

El pujante viento de otoño soplaba con fuerza esa tarde, pero Lucas se encontró sonriendo feliz por la enésima caricia que incluso el cielo había querido darle.

Sereno como no se había sentido en meses, abrió los ojos y finalmente logró mirar a su salvadora a la cara, ese huracán que en ese momento se había convertido en una brisa fresca de primavera con sus gentiles y delicados gestos.

La miró durante mucho tiempo, hasta que su memoria le recordó el nombre de esa niña: Kira. Ella era la recién llegada y se sentaba en la tercera fila detrás de él en el aula.

― Tienes una cara extraña ―dijo Lucas, mirando a la niña que lo superaba en más de diez centímetros de altura. Aunque era delgada y muy alta, tenía una cara ancha y redonda que sobresalía por encima de ese cuerpito delgado doblado por el peso de la mochila.

Su piel era muy clara, pero sus mejillas estaban rojas por el frío y su pequeña boca en forma de corazón estaba angosta y tensa por la concentración que estaba usando para doblar sus dos pañuelos.

Lucas se detuvo con curiosidad en esos labios tan pequeños y carnosos, preguntándose si podría comer algo más grande que una miga.

Pero la parte que más lo fascinó fueron los ojos ligeramente cerrados y con un extraño pliegue almendrado. Aunque escondidos bajo el flequillo negro, recto y demasiado largo, logró ver dos ojos marrones en llamas con reflejos verde oscuro que le recordaban a los bosques del lago Westurian, donde su padre tenía una casa, que habían usado hasta hace dos años para pasar el verano.

Con un movimiento de enojo y una bocanada que hizo retroceder el flequillo, la niña lo miró un poco ofendida.

―Y tú eres bajo para ser un niño ―dijo la niña, cruzando los brazos.

―No pareces americana ―trató de explicar Lucas, tropezando con las palabras.

―Disculpa, pero ¿dónde estabas esta mañana cuando la maestra me presentó a la clase?

Lucas no se atrevió a revelar que se había quedado dormido porque su padre lo había mantenido despierto toda la noche con sus ruidos borrachos.

Con las manos en las caderas en un gesto desafiante y llenando sus pulmones con un gran aliento, la niña resumió su discurso esa mañana, esperando que esta vez quedara grabado en la mente del nuevo compañero de clase.

―Mi nombre es Kira Yoshida. Tengo nueve años. Mi padre es japonés y trabaja para el ejército, mientras que mi madre es estadounidense y es trabajadora social.

―Por eso tienes una cara extraña. Eres japonés ―dijo Lucas felizmente.

―¡No tengo una cara extraña! Mamá dice que tengo las características de la cara de mi padre, pero el color de sus ojos y su carácter. De todos modos, estaba diciendo que soy mitad japonesa y mitad estadounidense. Puedo hablar bien japonés e inglés y asistí a la Escuela Internacional de Tokio hasta que trasladaron a mi padre aquí durante cuatro años para capacitar a nuevos reclutas para la vigilancia en las embajadas estadounidenses de todo el mundo. Mamá no quería estar sola en Tokio, así que nos mudamos con papá, aunque en realidad casi nunca está allí. Soy buena en la escuela, incluso soy más capaz para escribir ideogramas japoneses, en lugar de tu escritura, pero mi madre dice que soy una aorendiz veloz y ya he decidido que cuando crezca también me convertiré en trabajadora social. En Tokio formé parte del club de baloncesto, aunque en realidad nunca me gustó como deporte. Odio los deportes y me encanta ver dibujos animados y leer manga.

―¿Qué son los manga?

―Historietas ―explicó Kira, molesta por la ignorancia de Lucas.

―¡También me gustan los Historietas! ―regocijó el chico.

―Entonces te las prestaré.

―¿En serio? ―Lucas estaba asombrado, ya que nadie en la ciudad quería tratar con él, mucho menos con su padre.

―¡Por supuesto! Somos amigos, ¿no?

Amigos.

Esa palabra tuvo el efecto de un verdadero sacudón al corazón para Lucas.

Él no tenía amigos.

Ningún niño se le había acercado por miedo a encontrarse con el poderoso y malvado Darren Scott. Todos los padres y maestros también eran intimidados por la presencia de su padre y comprendió rápidamente que nadie sería amigo de él. Ni ahora ni nunca.

Y aquí, en cambio, el huracán Kira entró en su vida ese día. El apellido ya no se recuerda. Era muy difícil de pronunciar.

―¡Oh Dios! Kira, aquí estoy! ¡Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento! Una mujer se agitó, corriendo hacia ellos sin aliento.

―¡Mamá! ―exclamó felizmente Kira, corriendo a su encuentro para abrazarla.

Ver esa escena, le hizo poner los ojos húmedos a Lucas, que no habían podido disfrutar más del afecto de su madre, quien cuando estaba viva se dividia entre un trago y una pastilla para dormir, cuando no era atacada por los delirios de celos de su marido.

―Cariño, perdón si llegué tarde tu primer día de escuela, pero esta mañana me contrataron e inmediatamente tuve que lidiar con algunos expedientes que tuve que llevar a la Corte de Menores antes de venir a ti. Habia mucho tráfico y lo hice lo antes posible. Lo siento.

―No importa, pero tenemos que llevar a Lucas a casa. Su padre lo golpeó y luego lo abandonó aquí ―respondió su hija con su típica franqueza genuina pero despiadada, que golpeó tanto a Lucas como a su madre tal una bofetada.

―Kira, estas son acusaciones serias ―advirtió la madre que ya había pasado toda su vida laboral luchando contra los malos tratos o los problemas familiares que eran difíciles de superar sin la ayuda de un trabajador social.

―Hay que denunciarlo a las autoridades, hacer una orden judicial y enviarlo tras las rejas ―la niña se envalentonó, repitiendo palabras que había escuchado en la televisión la noche anterior.

―La próxima vez, olvídate de mirar Law & Order conmigo ―su madre agregó, antes de acercarse al niño. ―Y tú debes ser Lucas, ¿verdad? Mi nombre es Elizabeth Madis y soy la madre de Kira.

Lucas asintió tímidamente frente a esa mujer sonriente y de mirada dulce y valiente de color verde. Kira tenía razón: tenía los mismos ojos que su madre, pero por lo demás, no se parecían mucho. El cabello negro y brillante de Kira contrastaba con el cabello ondulado y caramelizado de su madre.

―Kira dice que tu papá te golpeó. ¿Es eso cierto?

―Sí, es verdad. Su mejilla estaba toda roja ―intervino Kira, mirando a su madre.

―Sucede ―Lucas susurró con inquietud. Ni siquiera quería pensar en lo que diría su padre si supiera de esa conversación.

―Ya veo. ¿Dónde está él ahora?

―En casa. Estaba enojado.

―¿Qué hay de tu madre?

Lucas tardó varios segundos antes de responder. ―Se ha ido.

―Lo siento mucho, cariño ―la mujer lo consoló de inmediato, acariciando su rostro. ―¿Recuerdas la dirección de tu casa? Si quieres te llevamos. Tengo un auto estacionado afuera de la puerta.

Lucas sonrió agradecido. Alguien había venido a salvarlo.

Volvió a mirar a la mujer y le pareció un ángel.

―Esta mochila debe ser muy pesada, Lucas. Dámelo, así lo pongo en el asiento trasero ―ofreció la mujer.

El niño se volvió y Elizabeth logró quitarle la mochila de los hombros, pero al hacerlo, también agarró su chaqueta y camisa tirando de todo.

―Oh, la mochila quedó atrapada en la ropa. Espera a que te libere ―Elizabeth le mintió, inclinándose hacia el niño sin darse cuenta de que acababa de resaltar un largo moretón que corría de lado a lado. El signo del cinto de tres días atrás.

Los ojos rasgados y los labios entrecerrados hasta blanquease hicieron retroceder a Kira, quien sabía que esa expresión era el preludio de un terrible regaño, pero cuando la madre se levantó, inesperadamente regresó sonriendo, confundiendo a su hija.

―Vamos a casa, ¿pero antes de que me dicen de un buen helado o una rebanada de pastel de Chocoly? ―exclamó la mujer alegremente, haciendo que Kira saltara de alegría de haber conocido ese lugar el día de su llegada, cuando su madre le había hecho probar el helado más grande del mundo y estaba lleno de dulces y galletas.

Lucas también conocía el lugar, pero nunca entró.

Apenas llegados con el auto, Elizabeth fue inmediatamente al local, donde dio via libre a los dos niños sobre los dulces quienes se llenaron con caramelos, galletas, muffins y crema, mientras ella se escondía en el lugar más apartado del bar para hacer algunas llamadas urgentes sobre lo que acababa de ver en la espalda de ese chico.

Lucas comió hasta reventar bajo la mirada atenta y feliz de la niña que lo acusó de ser demasiado pequeño y delgado para su edad.

Cuando llegó el momento de irse a casa, Lucas se subió a regañadientes al automóvil y le dio su dirección a Elizabeth, quien inmediatamente configuró el navegador GPS, ya que aún no dominaba completamente las calles de Princeton.

―¿Y tu padre quería que caminaras ocho kilómetros? ―espetó Elizabeth nerviosamente frente a las indicaciones del navegador GPS.

Lucas guardó silencio, preguntándose si ocho kilómetros era mucho.

Afortunadamente, Kira estaba allí para distraerlo y el viaje a casa pasó felizmente.

Desafortunadamente, tan pronto como la enorme casa de su padre comenzó a verse desde la ventana del auto, la sonrisa desapareció de la cara de Lucas.

Cuando se abrió la puerta, el niño se encontró temblando, preguntándose cómo reaccionaría su padre si supiera lo que había hecho.

―¡Niños, espérenme aquí! ―ordenó Elizabeth, saliendo del auto y dirigiéndose a la puerta que acababa de abrirse para dejar salir la imponente figura de Darren Scott.

―Sr. Scott, supongo.

―Sí, ¿quién eres?

―Mi nombre es Elizabeth Madis. Encontré a su hijo solo en la escuela, fuera del horario escolar. Me ocupe de Lucas y lo traje a casa.

―Bueno y ahora vete.

―¡No!

―¿No? ¿Que quieres? ¿Dinero? ¡No le pedí que lo llevara a casa! ¡Podría haberse venido caminando en lo que a mí respecta!

―¿Pero no le da vergüenza? ¡Son casi ocho kilómetros! ¡Cómo espera que un niño de nueve años camine solo!

―¿Y quién eres tú para decirme lo que puedo o no puedo hacerle a mi hijo?

―Soy trabajadora social y siento que existen todos los requisitos para quitarle definitivamente la custodia de su hijo: abandono de un niño, violencia física y probablemente también psicológica, también el niño parece desnutrido ... sin embargo, no me parece que usted sea pobre.

―¿Cómo te atreves a venir a mi casa a insultarme? ―explotó el hombre, arrojándose sobre la mujer y luego deteniéndose a unos centímetros de su rostro.

―Estás borracho ―dijo la mujer con el aliento que le llego a la cara.

―Vete o llamaré a la policía y te haré perder tu trabajo. Te desterraré de esta ciudad para siempre ―amenazó.

―No me asustas. Y sepa que en los próximos días le enviaré un control sanitario-ambiental y a un colega mío para verificar que no haya otros signos de violencia en Lucas o hago que lo encarcelen. ¿Me he explicado? Ella continuó sin desanimarse y decidida a vencer.

―¡Sal de mi casa! ―le gritó, haciendo que el mismo Lucas se asustara mientras rápidamente tomaba su mochila y salía corriendo del auto para correr hacia la casa y poner fin a la disputa.

―Hasta pronto, Sr. Scott ―Elizabeth lo saludó con un dejo de amenaza, antes de volver al auto y marcharse.

Cuando el automóvil salió de la inmensa propiedad, Darren regresó a la casa donde encontró a su hijo asustado y sollozando.

―¡Trajiste a casa una trabajadora social, pequeño bastardo! ―el hombre gritó furiosamente contra su hijo.

―No lo sabía ―susurró el niño, listo para pagar las consecuencias.

―¿Esa perra realmente piensa que puede retarme y amenazarme ... en mi ciudad? Me las va a pagar! Y en cuanto a ti, no podré golpearte en los próximos días, ¡pero ten la seguridad de que también pagarás por lo que has hecho! ¡Y ahora vete a tu habitación! Olvidas la cena de esta noche, así aprendes a no traerme basura a la casa.

Lucas no lo hizo repetir dos veces.

Como un cohete, voló a su habitación, agradeciendo a Kira y a su madre en voz baja por la sabrosa merienda especial que le habían ofrecido. Todavía tenía el estómago lleno y, aliviado, se zambulló debajo de las sábanas, rezando para que llegara la mañana temprano.

Quería volver a ver a Kira, su amigo especial, ese huracán con una boca en forma de corazón y ojos de color verde bosque, que había revolucionado su día y que en su corazón sabía que pronto cambiaría su vida.




KIRA


Princeton, Kentucky – 12.07.2014

―¡No puedo soportar más esta situación! ¡No me importa si Darren Scott es el dueño de la ciudad! Entiendo ... Sí ... Sí ... ¡Absolutamente no! Ni siquiera pienso en rendirme ... ¡No me importa si esta guerra ha durado cuatro años ya! ¡Estoy cansada de permitir que ese monstruo destruya la infancia de un niño! Sé que ya amenazó con hacer que me despidieran ... Lo ha intentado durante años, pero afortunadamente soy demasiado buena en mi trabajo para obtener el traslado del alcalde ... Entiendo ... Sí ... ¡Está bien, pero ya no puedo hacer frente a esta situación! ¡Lucas está herido en mi cocina nuevamente, mientras mi hija lo está medicando! ¡El mes pasado lo lastimó en un labio, hoy tiene un corte profundo en la ceja izquierda! ―Elizabeth Madis continuó gritando en el teléfono, cerrada en su estudio, convencida de que los dos niños en la cocina no la escuchaban, pero desafortunadamente su ira y su frustración parecía querer romper las paredes. Había estado discutiendo con su jefe durante años sobre alguna medida que tomar con respecto al poderoso Darren Scott, pero aparentemente no había un residente de Princeton que no tuviera un miembro de la familia empleado o alquilado en uno de sus edificios de apartamentos en decadencia. Todos le debían algo a Darren Scott y todos temían las consecuencias. Incluso el jefe de policía.

Sin embargo, Elizabeth, famosa en su trabajo por obtener siempre los mejores resultados y por el increíble sexto sentido en identificar a los podridos en todas las familias de la ciudad, nunca se dio por vencida. Después de cuatro años, todavía trataba de hacer justicia a esa pobre criatura que a menudo se encontraba hospedando y cuidando junto con su hija Kira, que nunca se había alejado desde que conoció a Lucas.

Aunque todavía era muy joven, Kira también había asumido los problemas de su mejor amigo y en ese momento estaba demasiado ocupada buscando un gran gasa como para escuchar la llamada de su madre, que de todos modos conocía de memoria.

―Quizás te quede la cicatriz. Siéntate y sigue agarrando la gasa ―le ordenó a Lucas, molesta y nerviosa consigo misma por no poder evitar otra violencia contra el niño.

―¡Duele! ―se quejó Lucas, sentado en el taburete sobre el mostrador de la cocina, en el que se desparramaba todo tipo de medicamentos, gasas, algodón y yeso.

―¡Espera y siéntate bien! No llegaré allí ―continuó Kira, resoplando e intentando aplicar el parche de gasa más grande que había encontrado en su ceja.

―No es mi culpa que seas baja ―bromeó Lucas, divertido por la mirada amenazante de Kira, que parecía salir de una historieta japonesa cuando entrecerró los ojos.

―Eres solo tres centímetros más alto que yo y, en cualquier caso, me gustaría recordarte que hasta el año pasado tenías un metro de altura y una gorra ―aclaró Kira de inmediato, quien recientemente había notado cómo habían crecido todos sus compañeros de clase, mientras que ella, que anteriormente era la más alta de la clase, ahora era la más baja. Incluso sus dos amigas más cercanas, Jane y Roxanne, ahora la superaban, aunque unos centímetros.

―Quizás sea mejor si vuelvo a comenzar el baloncesto ―pensó molesta por el hecho de que en los últimos dos años no había crecido ni un milímetro.

―Y ahora quítate la camisa. Está manchada de sangre ―ordenó después, pensando en la cantidad de sangre que había salido de su herida cuando fue a visitarlo a su casa esa tarde festiva. Tuvo que controlarse para no vomitar después de que se desahogó con el padre de Lucas llamándolo “carnicero alcohólico” y “Jack el destripador”. Solo la intervención de su madre había logrado poner a todos a salvo de la ira fatal del hombre tras los vapores de alcohol.

―¿Y qué me voy a poner? ―se agitó Lucas, quien se sintió avergonzado de tener el pecho desnudo, especialmente porque los últimos signos de la violencia de su padre todavía estaban grabados en sus omóplatos.

―Mamá y yo tomamos una camiseta del mercado ayer. Mamá quería dártelo para el nuevo año escolar, ¡pero yo quiero dártelo de inmediato! ¡yo te la elegí! ―exclamó Kira con entusiasmo, hizo que Lucas se sonrojara hasta las orejas, pero ella lo ignoró y, tomándolo de la mano, como siempre lo hacía, lo llevó a su habitación, donde su madre había escondido la caja de regalo en el cajón de los calcetines de su marido.

Al llegar a la habitación, Kira y Lucas se encerraron dentro.

Tranquilizado por la privacidad, Lucas se quitó la camisa sucia y Kira se abalanzó sobre el paquete colorido, ofreciéndolo a su amigo.

―Para ti!

―Gracias ―murmuró emocionado, abriendo el periódico.

Dentro había una camiseta azul y en el centro con un hongo de Super Mario del Nintendo de Kira y su nombre, Lucas, también estaba impreso debajo.

―Tan pronto como lo vi, pensé en ti, ya que cada vez que pasamos los domingos juntos jugamos a Nintendo. Te encanta Super Mario Bross y saltar a los hongos del juego.

―Yo les salto encima, pero tu siempre vas en contra de ellos y te matan ―le recordó Lucas, quien consideraba a Kira un genio en la escuela, pero una mierda en los videojuegos.

En respuesta, Kira sacó la lengua y él sonrió feliz.

―Entonces, ¿cómo estoy? ―preguntó, cambiando de tema antes de que Kira comenzara a enumerar los campos en los que lo venció sin dificultad.

Odiaba hacer un juicio apresurado o no ponderado, así que con su habitual aire de superioridad y sus manos agarradas en sus caderas, comenzó a observarlo cuidadosamente.

Su camisa era encantadora y denotaba la musculatura de Lucas que hasta unos años antes ni siquiera tenía. Siempre había guardado silencio al respecto, pero se había dado cuenta de que siempre perdía en la pelea de almohadas o cuando se empujaban en el sofá o jugaban al baloncesto en el patio. Aunque siempre fue bastante delgado, no quedaba mucho de ese niño de nueve años que Kira habia conocido cuatro años atrás.

El tiempo había pasado y Lucas comenzaba a hacerse más fuerte, a crecer y a ser cada vez más valiente y audaz. Incluso con su padre, ya no temía los golpes que había aprendido a recibir sin derramar una lágrima.

Kira lo miró fijamente durante mucho tiempo y, como siempre, estaba encantada con esa cara que había aprendido a amar, a pesar de que a menudo se veía diferente debido a las palizas de su padre.

Sus ojos color avellana siempre brillaban bajo esa desordenada montaña de cabello castaño, a pesar del velo melancólico que Kira había atrapado en sus ojos demasiadas veces.

Le hacía sentir mal saber cuánto sufría su amigo y en todo el tiempo que pasaban juntos, siempre había tratado de hacerlo sentir bien y hacerlo feliz.

Una noche, incluso se encontró llorando en los brazos de su madre, pensando en Lucas.

―Todavía eres demasiado pequeña para un peso tan grande, pero como eres lo suficientemente madura como para notarlo, ¡trata de hacer todo lo posible para hacerlo sonreír! ―¡Kira, si quieres ayudar a Lucas, no tienes que llorar sino ser fuerte por él! ―Le había dicho su madre esa vez. En ese momento, no había entendido mucho lo que su madre quería decir con esas palabras, pero desde ese día había tratado de ser siempre feliz y protectora de su mejor amigo.

Y ahora, años más tarde, se encontraba con un Lucas adulto, más fuerte y mucho más hermoso.

―¿Y? ―Lucas la instó ansiosamente. Ciertamente no estaba acostumbrado al silencio de Kira, la sabelotoda más picante de la escuela.

Gracias a ella, nadie se había permitido burlarse de él, incluso cuando resultó que sus dificultades escolares se debían a una dislexia leve, que, sin embargo, el logopeda y el psicólogo escolar no pudieron certificar debido a que el padre del niño había silenciado todo tan pronto como comenzó a hablar sobre el maestro de apoyo y pruebas más acordes para ayudar a su hijo a vivir mejor su discapacidad.

Fue precisamente esa palabra, discapacidad, lo que causó el infierno y envió al logopeda al hospital con un tabique nasal desviado.

En ese caso, el poderoso Darren Scott no se había safado fácilmente y tuvo que desembolsar una gran suma de dinero para evitar una denuncia formal.

―Eres hermoso ―dijo Kira, manteniendo sus ojos en la camisa.

―¿Hermoso? ―repitió divertido y avergonzado el niño, que no estaba acostumbrado a tales cumplidos.

Kira inmediatamente se arrepintió de usar ese adjetivo.

―Jane dice que eres hermoso ―dijo Kira, sintiéndose aún más avergonzada por haber revelado el secreto de su amiga.

―Jane? Jane Hartwood?

―Sí. Creo que quiere estar con vos ―susurró Kira, mientras se insultaba mentalmente y se preguntaba por qué demonios tenía que ir y decirle ciertas cosas a Lucas.

―¿En serio? ―Preguntó Lucas de repente en serio.

Ese cambio de tono hizo enojar a Kira, quien de repente se sintió profundamente irritada y enojada.

―No te gusta, ¿verdad? ¡Lucas, no me digas que quieres estar con ella! Quieres besarla y ... ―chilló y deliraba.

―No, no! Solo tengo curiosidad. No pensé que le cayera bien a Jane —interrumpió Lucas.

―Si es por eso, a Roxy también le gustas ―estaba a punto de decir Kira, pero los celos envenenados le pincharon los labios.

―¿Y ahora qué? ―Lucas se alarmó de inmediato al saber qué ocultaba esa boquita cuando se hizo aún más pequeña y delgada.

―Nada.―

―Estás enojada ―infirió Lucas, que la conocía demasiado bien.

―¡No estoy enojada!

―¿Es por Jane? Me parece agradable, pero no es para mí .

De toda la oración, Kira solo captó la palabra ―agradable.

―¡Entonces te gusta!

―Dije que es agradable, no es que me guste.

―Bueno, ¡entonces pidele la próxima camiseta de Super Mario a ella! ―Manifestó Kira furiosamente y con una mente nublada, salió de la habitación y cerró la puerta.

―¡Kira! ―Lucas la llamó molesta. En todos esos años que pasamos juntos, nunca había sucedido que Kira lo abandonara y ahora se sentía profundamente culpable, como si esa reacción hubiera sido causada por él.

Kira no pudo descifrar el extraño comportamiento, pero se sintió sacudida y con dolor en el pecho.

Cuando llegó a su habitación, se encontró llorando.

Triste y desconcertada por esas fuertes emociones, se derrumbó en la cama.

Poco después escuchó un golpe en la puerta.

No respondió, pero la puerta aún se abrió.

Era su madre.

―Cariño, ¿puedo saber lo que pasó? ¡Lucas se fue llorando! Hace mucho tiempo que no lo veo llorar ... ¡Kira, tú también! ¿Estás llorando? ―Elizabeth inmediatamente se preocupó por no estar acostumbrada a ver llorar a su hija. Kira siempre había sido muy zen y sin emociones, excepto cuando se trataba de alguna injusticia.

―¡No estoy llorando! ―sollozó con una cara empapada en lágrimas.

―Kira, cariño, ¿qué pasó? ¿Peleaste con Lucas?

―No sé ... yo ... no sé lo que me pasó ―intentó explicar Kira, gimiendo. ―Le di la camisa que le compramos ayer en el mercado y luego ... dijo que Jane es agradable y yo ... yo ...―

―¿Estás celosa de Jane? ―preguntó la madre, tratando de contener una sonrisa divertida frente a lo que debió haber sido una escena de celos. En su corazón, siempre se preguntó en qué se convertiría esa amistad particular entre Kira y Lucas cuando los dos dejaran la pubertad para ingresar a la adolescencia. ¿El apego de su hija aceptaría la presencia de otra chica cercana a Lucas? ¿Lucas alguna vez se separaría de su mejor amiga?

En todos esos años, se había convencido cada vez más de que el vínculo entre los dos niños se rompería y siempre había imaginado que un día encontraría a los dos para besarsandose detrás del seto del jardín.

Y ahora, viendo a su hija celosa y sufriendo por lo que fue su primera expresión de amor, no pudo evitar sonreír complacida con su excelente intuición la que nunca la había decepcionado.

―¡No estoy celosa! ―se ofendió Kira.

―Entonces, ¿por qué lloras? Dime la verdad, ¿te estás enamorando de Lucas? ―especuló Elizabeth, pretendiendo permanecer impasible ante el evidente sonrojo en el rostro siempre pálido de su hija.

―¡No! Mamá, ¿qué dices?

―Solo digo que no es normal que te enojes si a Lucas le gusta otra chica ... Además, crecieron ambos y tarde o temprano tenía que suceder. Para él o para ti ... ―la bromeó.

―¡Lucas es mío! ―Desesperada Kira, volvió a llorar como una fuente. ―No quiero compartirlo con nadie.

―Kira ―susurró la madre, conmovida y preocupada.

―¡No quiero perderlo! Lo amo, mamá.

―Lo sé, cariño ―suspiró Elizabeth, abrazando a su hija para consolarla.

Permanecieron abrazadas durante mucho tiempo, hasta que la niña dejó de llorar.

―¿Estaba Lucas realmente llorando? ―preguntó Kira en un momento.

―Sí. No lo había visto llorar en mucho tiempo ―reveló la madre, haciendo que su hija se sintiera terriblemente culpable. ―Deberías disculparte con él.

―Sí, tienes razón. No quería hacerlo llorar —murmuró, avergonzada de su comportamiento.

―¿Qué tal si hacemos galletas de banana con chispas de chocolate y se las llevamos? ―Le preguntó su madre, tratando de mejorar su espíritu.

―¡A Lucas le encantan esas galletas!

Una vez que terminó la tristeza, Kira y su madre comenzaron a preparar una gran bandeja de galletas con forma de flor. Concentrada en hacer galletas perfectas, Kira olvidó la conversación con Lucas y se concentró solo en hacer las paces.

En una hora, las galletas estaban casi doradas en el horno y Kira estaba ansiosa por sacarlas y llevarlas inmediatamente a su amigo. Apenas podía esperar para sacar ese peso abrumador de su pecho.

―¡Qué olor a galletas! ―Una voz masculina estalló detrás de ellas.

Se volvieron abruptamente y se encontraron frente a la imponente y decorada figura de Kenzo Yoshida.

―¡Papá! ―Gritó Kira, corriendo para abrazar a su padre que no había visto en casi un mes.

Aunque la base militar estaba a solo una hora en auto, en Fort Campbell, Kenzo podía regresar con su familia solo unas pocas veces al mes o menos.

―¡Amor! ―Elizabeth hizo fila, corriendo para besar a su esposo. ―¿Cómo es que ya has vuelto? Dijiste que no volverías antes de agosto.

―Estoy de permiso y tengo una noticia fantástica para todos nosotros ―respondió el hombre sonriente.

―Cuéntanos todo.

―¡Volvemos a Tokio! ―Exclamó el padre de Kira.

―¿Qué? ―Preguntó confundida su esposa.

―Entiendes, Ely. Me volvieron a trasladar y me enviaron de vuelta a la embajada estadounidense en Tokio. Kira, ¿estás feliz de ver a tu abuela otra vez? Estoy seguro de que ella no puede esperar para abrazarte de nuevo.

―¡No quiero volver a Japón! ―Explotó la hija, tan pronto como el significado de la noticia fue claro.

―Kenzo, tengo mi trabajo aquí y no me esperaba ...

―Ely, puede que no hayas entendido la situación, pero la mía no es una negociación, sino una orden que me llegó desde arriba y por esto puedes agradecer a tu querido amigo Darren Scott ―reveló el hombre helado.

―Qué bastardo ...

―¡No delante de la niña! ―Dijo su marido, que no quería pronunciar malas palabras delante de su hija.

―¡Ya no soy una niña y no quiero volver a Tokio! ―Intervino Kira nuevamente al borde de las lágrimas.

―Quiero irme antes de que comience el nuevo año escolar. Tendré que dividirme entre la casa y la embajada, mientras tú puedes ir a quedarte con mi madre como antes. Ya hablé con la vieja escuela de Kira y hay espacio! Solo tendrá que aprobar un examen para ser admitida en la escuela secundaria ―continuó su padre con indiferencia, haciendo que su hija temblara, que parecía estar cerca de un ataque de nervios.

―¡No, no, no, no, no! ―La niña continuó gritando, tapándose los oídos.

―Kira, ¿sabías que solo estaríamos aquí por cuatro años!― El padre trató de hacerla razonar, tomándola de los hombros, pero ella comenzó a retorcerse y llorar de desesperación.

―¡No, no, no! No me quiero ir! ¡Quiero quedarme aquí! En Princeton! ¡Con Lucas!

―Lo siento, cariño. ¡Pero no es posible!

―¡No, no quiero! ―Gritó Kira con toda la fuerza de sus pulmones, empujando violentamente a su padre, y luego escapó por la puerta secundaria hacia el garaje para buscar su bicicleta.

Los gritos de reproche de su padre y la desesperación de su madre no sirvieron de nada.

Con fuerte aliento y por el terror en su corazón por lo que estaba sucediendo, la niña tomó su bicicleta y, antes de que su padre pudiera alcanzarla, se puso en camino y con toda la fuerza que tenía en su cuerpo comenzó a pedalear por aquel camino que sabía serían cinco largos kilómetros.

Cuando llegó frente a la lujosa y majestuosa casa de la familia Scott, tenía todos los músculos de las piernas ardiendo y un punto doloroso en la garganta por el esfuerzo.

Afortunadamente, había un poco de viento ese día y cada lágrima que había intentado rasgar su rostro se había secado incluso antes de que brotara.

Usando el pequeño pasadizo que Lucas había creado hace tres años al romper un pedazo de cerca, Kira logró colarse en la villa y correr a toda velocidad hacia la casa.

Sabía que el padre de Lucas nunca la dejaría entrar, como siempre lo había hecho en esos cuatro años, pero conocía la ventana de la habitación de su amigo, así que comenzó a correr por debajo de la ventana y, con un pequeño aliento que se había quedado en su cuerpo, lo llamó.

Después de siete llamados que invocaban el nombre de Lucas, se vio sacudida por las lágrimas, arrodillada sobre la grava para rezar por que este fuera un sueño muy malo.

Solo el ligero toque en el hombro la hizo temblar y saltar de miedo.

Temía que fuera Darren Scott o su madre, pero afortunadamente en cuanto se dio la vuelta, se encontró frente a la cara triste de Lucas.

Ella lo miró, tratando de alejar esas molestas lágrimas que hacían temblar toda la realidad.

Lucas se había quitado el parche y la herida era evidente entre los pelos de su ceja. Sin embargo, Kira estaba más conmocionada por esos ojos rojos e hinchados a los que ya no estaba acostumbrada.

Instintivamente, buscó un pañuelo en el bolsillo para limpiarse la cara y tal vez poder lavar esa expresión asustada, pero al escapar de su casa se había olvidado de todo.

―Kira ―susurró el niño sorprendido al encontrar a su amiga llorando. Un evento inesperado que lo hizo sentir mal nuevamente.

―Lucas ―explotó Kira, corriendo para abrazarlo. Lo sostuvo cerca de él con toda la fuerza que tenía, como si el viento pudiera llevárselo.

Sintió que los brazos de Lucas correspondían y la envolvían por completo.

―Kira, lo siento ―murmuró el chico con entusiasmo, ahogándose con las palabras en su largo y sedoso cabello.

―Oh, Lucas. Lo siento. No quiero perderte ―sollozó Kira, intensificando aún más el abrazo.

―Yo tampoco ―Lucas hizo una mueca.

Kira podía escuchar el corazón de su amigo latir cada vez más rápido a medida que su respiración se agitaba.

Ella sabía que él estaba llorando y esto la hizo sentir hecha pedazos.

Durante años ella lo había cuidado y había aprendido a conocerlo, amarlo y apoyarlo. Y ahora no podía creer lo que pronto le revelaría.

―Mi padre ha sido trasladado a Tokio de nuevo. Quiere que mamá y yo regresemos a Japón con él ―logró decir sin alejarse de Lucas, quien, sin embargo, tan pronto como entendió esas palabras, se separó abruptamente.

Kira se estremeció ante el bruto movimiento. Vio a Lucas mirándola en estado de shock.

―No quiero, pero ... ― Kira trató de explicar.

―¡Entonces no lo hagas! No te vayas No me dejes solo ... tú también. Por favor ―tartamudeó Lucas aterrorizado, comenzando a temblar. Había perdido a su madre y ahora estaba perdiendo a su mejor amiga.

¿Por qué todas las mujeres que amaba tarde o temprano lo abandonaban?

―No quiero dejarte solo ―dijo Kira seriamente, tratando de recuperar algo de lucidez.

―¡Así que no vuelvas a Japón! ―Suplicó Lucas con una voz tan dolorosa que a Kira le pareció una verdadera puñalada en el corazón.

La respuesta para darle vino de sus labios incluso antes de que pudiera formularlo con su pensamiento.

―Está bien ―respondió, comenzando a buscar ideas para encontrar una solución.

La sonrisa que finalmente brilló en el rostro de Lucas valía mil regalos de Navidad.

―¿Me lo prometes?

Elizabeth a menudo le decía a su hija que no hiciera promesas que no podría cumplir, pero Kira no tenía dudas sobre lo que sucedería: de buenas o de malas, se quedaría en Princeton. Con Lucas.

―Te lo prometo ―respondió ella, haciendo una cruz sobre su corazón.

La felicidad que pintaba en el rostro de Lucas rápidamente se volvió contagiosa y, en un segundo abrazo, Kira se juró a sí misma que haría cualquier cosa para seguir siendo cercana a su mejor amigo.

Desafortunadamente, la bocina del auto de su madre estacionado afuera de la puerta de la propiedad los interrumpió y Kira tuvo que irse a casa.

―Vuelve a ponerte el parche, de lo contrario tendrás una cicatriz ―se preocupó, pasando el dedo índice sobre la ceja lesionada. ―Nos vemos mañana. En mi casa.

―¿Mega competencia de Super Mario? ―Dijo Lucas con calma antes de que su amiga dejara el pasaje secreto por el que había entrado.

―Te destrozaré ―lo animó Kira alegremente antes de llegar al auto, pero tan pronto como la figura de Lucas desapareció de su vista, sintió que algo se rompía dentro de ella, justo en el medio de su pecho.

¿Sería capaz de cumplir su promesa a Lucas?




ADAM


Tokio, Japón – 11.11.2015

Cuando llegó al viejo sector del edificio tenía a mil el corazón.

Miró a su alrededor con cautela, asegurándose de haber dejado detrás de él a todas las niñas que venían tras él ansiosas por convertirse en su novia.

Ser el chico más lindo de la escuela se había convertido en una maldición para él, especialmente después de lo que pasó con Arashi.

La sola idea de lo que le acababa de pasar le puso más energia en las piernas.

―¿Qué lugar está lo suficientemente lejos como para alejarse de lo que me está pasando? ―La mente de Adam gritó, llegando a la puerta forzada que conducía a lo que era la biblioteca de la escuela antes del último terremoto de hace dos años, que hizo que esa parte del edificio fuera inutilizable.

Al final, el director había estimado que habría sido menos costoso construir una nueva biblioteca en el sector este que tener el sector norte cementado y asegurado, por lo que ahora ese lugar siempre estaba abandonado.

Todavía sacudido por el beso de Youra y el abrazo de Arashi, Adam se encontró empujando la puerta de su refugio secreto ... casi secreto, ya que en ese último año había tenido que compartirlo con un estudiante de primer año.

Solo una vez adentro, cayó al suelo con la cabeza entre las piernas, con la esperanza de olvidar lo que había estado girando en su mente durante demasiado tiempo.

Pensó en Youra. La bella Youra. No había ningún niño en toda la escuela que no hubiera hecho de todo para salir con ella, así como tampoco había una niña que no hubiera dado el alma para salir con él.

No pasó mucho tiempo antes de que Youra viniera a buscarlo para pedirle que se convirtiera en su novio y había aceptado lo que todos sus amigos esperaban que hiciera.

En ese momento, su padre también había estrechado su mano feliz y orgullosamente.

Pero luego ella trató de besarlo y él se encontró tenso y sudando frío, mientras tanto su mente y corazón continuaron atrayéndolo a la sonrisa de Arashi.

―¿Por qué Arashi? ¡Youra es la indicada para mí! ¡Amo a Youra! ―Se había estado repitiendo durante más de dos meses, pero una sonrisa, un abrazo o una palmada en el hombro de Arashi era suficiente y Youra se convirtía en un aire invisible frente al resplandor solar de Arashi.

Había sido una tontería: un viaje falso y había encontrado a Arashi en sus brazos, aunque solo fuera por un par de segundos.

Solo dos segundos ... pero lo suficiente como para tener que correr al baño para ocultar la obvia erección que tendía contra los pantalones del uniforme escolar.

―¡Qué pena!

Había corrido como un maldito para alejarse de su mente ese censurable e impropio impulso. Ni siquiera la imagen del cuerpo desnudo de Youra habría logrado distraerlo.

―¿Por qué me está pasando todo esto? ¿Qué me pasa? Se decía Adam desesperado, tratando de controlar esas emociones que parecían querer sofocarlo.

Estaba a punto de colapsar por enésima vez y se dejó llevar por las lágrimas de frustración y vergüenza, cuando escuchó otro gemido de sufrimiento en la habitación.

Había escuchado esto antes en los últimos tiempos, pero esta vez parecía mucho más desesperado.

En parte por curiosidad, en parte por preocupado, se levantó y se acercó lentamente al estante que alguna vez coleccionó novelas de fantasía.

Sin hacer ruido, dejó que sus ojos recorrieran los carriles hasta que vio a la chica quejumbrosa habitual. Como siempre, estaba sentada en el suelo, con los brazos alrededor de las rodillas apoyadas en el pecho y las piernas completamente descubiertas por la falda arrugada. Ella estaba llorando desesperadamente.

Rechazó internamente el lema de sus compañeros de que no debía perderse toda oportunidad de ver las bragas de las chicas y se acercó.

Tan pronto como la niña notó su presencia, dejó de llorar y se levantó de un salto, secándose la cara con la manga de su uniforme.

―Usa esto ―dijo Adam, entregándole su pañuelo.

Con manos temblorosas y temerosas, la niña agarró la tela blanca y se limpió la cara a fondo.

―Gracias ... Adam Gramell, ¿verdad?

―Sí, ¿y tú eres Kira Yoshida? ―Indicó, fingiendo no estar seguro de la respuesta, pero en realidad sabía muy bien quién era esa chica. Aunque era dos años y siempre con un aire melancólico, esa estudiante no había escapado del radar masculino desde que había puesto un pie en su escuela hace un año atrás. Las características orientales ligeramente marcadas habían despertado de inmediato interés. Al igual que él, ella también tenía padres de dos orígenes étnicos diferentes, pero mientras que Adam tenía al padre estadounidense cuyos ojos azules había heredado y que lo hacían tan irresistible además tenía un físico escultural y musculoso, Kira tenía los mismos ojos pero de un color extraño verde oscuro de la madre, mientras que el largo cabello negro y liso era el mismo que el de los japoneses. Sin embargo, había algo terriblemente fascinante en ella y era ese aire misterioso, reservado y triste que siempre la había llevado al centro de la atención de algún niño, a quien invariablemente descartaba rápidamente.

―¿Me conoces?

―Nosotros― mestizos de sangre ―nunca pasamos desapercibidos.

Esa declaración tuvo que conmoverla, porque por primera vez la vio sonreír.

―Pero no soy la más linda de la escuela como tú: novio de la famosa Youra Lee-Kuro, campeona de baloncesto, ídolo de la escuela y chico de portada de Lovely.

―Wow! ¡No sabía que era tan famoso! Adam la contuvo avergonzada.

―Un poco difícil no ser cuando apareces en la revista más leída por las chicas. Has sido considerado el nuevo descubrimiento encantador del año. Tienes un futuro de ídolo ―dijo Kira, quien siempre leía la revista Lovely, ya que su compañera Misaki se la había prestado.

―Sucedió hace tres meses.

―¿Eso significa que no tienes la intención de convertirte en un ídolo?

―Eso es correcto. Ni ahora ni nunca ―dijo Adam con una sonrisa de dientes que tenía que ocultar el dolor y la amargura por tener que abandonar ese sueño. Siempre le había cautivado el mundo de la moda y la idea de ser modelo le había atraído de inmediato.

La entrevista con Lovely habría sido el mejor peldaño ... al menos hasta que su padre acusó a la revista de ―haber rodeado a su hijo con tonterías y frivolidades gay ―le gritó que moriría en lugar de ver a su hijo caminar como un “estravagante” vestido con ropas “estravagantes” entre los estilistas de “estravagantes”.

―Tengo un lugar en la Academia Militar listo para ti, hijo ―su padre anunció con orgullo ya que odiaba la idea de que Adam pudiera hacer cualquier otra cosa en la vida, tal vez algo un poco directo.

No sabía si había sido ese discurso o el miedo a ser etiquetado como gay por su padre, pero al día siguiente aceptó salir con Youra y después de tres días ya estaban juntos.

Sin embargo, sintió que no estaba contento, pero estaba demasiado asustado para encontrar otra solución.

―Que lástima. No sé por qué, pero siempre pensé que serías modelo cuando crecieras ... Tal vez es la forma en que siempre te veo desfilar por los pasillos ―comentó Kira volviendo a la realidad.

―Gracias por el cumplido, pero ya he decidido seguir los pasos de mi padre y convertirme en soldado también.

Paso un momento y se encontró de nuevo frente a la niña llorando, mientras caía a sus pies.

―Oye, ¿estás bien? ¿Dije algo que no debería haber dicho? Adam se asustó de inmediato, bajándose frente a ella.

―Odio a los militares ―sollozó Kira.

―Pensé que tu padre era un soldado como el mío.

―De hecho lo es ... y yo también lo odio. Es culpa suya que haya tenido que dejar Princeton.

Adam intentó hablar de nuevo, pero la sombría desesperación de la niña lo congeló.

Cuánto la entendió: encarcelada en un mundo que ella no quería.

―Entonces, ¿es por eso que vienes aquí a llorar a menudo? ―Susurró Adam, tratando de contener la emoción que despertó la escena.

A diferencia de todas las otras chicas en la escuela, Kira no estaba llorando por algunas malas notas, una negativa de amor o alguna otra tontería femenina. Y esto lo afectó profundamente.

¿Te gustaría volver a Princeton? ¿De tus amigos? Intentó preguntarle de nuevo.

―De Lucas ―gimió Kira entre un tirón de nariz y otro.

―Lucas? ¿Es él tu novio?

―No, él es mi mejor amigo. Está en peligro y no estoy allí con él para defenderlo ... Y ahora ya no sé dónde está y qué le está pasando ―sollozó la niña, mostrándole a Adam la carta cerrada que sostenía.

Adam la dio vuelta en sus manos. Era una carta dirigida a cierto Lucas Scott por Kira Yoshida, pero había regresado debido al “destinatario no disponible” como lo había indicado la oficina de correos con un gran sello rojo.

―Tu amigo probablemente se mudó. ¿Este Lucas no te dijo nada?

Con un esfuerzo sobrehumano, Kira dejó de llorar y trató de concentrarse en la explicación para darle. En ese año nunca había confiado en nadie, ni siquiera con su compañera de clase Misaki, pero ahora sentía la necesidad de descargar a alguien la roca que llevaba dentro.

En verdad, nunca antes había hablado con Adam Gramell, pero sus ojos le dijeron que podía confiar en él.

―Hace cinco años, trasladaron a mi padre a América y nos fuimos a vivir a Princeton, cerca de Davenport ... Allí conocí a Lucas. Él tiene mi edad y venía a la escuela conmigo. Lo quiero y siempre he tratado de protegerlo de ese cerdo alcohólico, pero ...

―¿Cerdo alcohólico?

―Su padre ―aclaró Kira, volviendo a llorar. ―Lo golpeó ... Muchas veces y no pude detenerlo. Mi madre también lo intentó, pero fue en vano ... pero nuestra presencia ayudó mucho a Lucas y disminuyó los episodios de violencia, pero ahora que ya no estoy con él, yo ... yo ...

Otra lluvia de lágrimas.

―Ahora está solo y ya no hay nadie listo para defenderlo ―comprendió Adam, lo siento. ―¿Qué hay de su madre?

―Murió hace años y dejó a Lucas solo con su padre ―respondió Kira con una voz llena de desprecio y resentimiento hacia esa mujer que debería haber cuidado a su hijo en lugar de huir a la otra vida, según ella. ―Lucas solo me tiene a mí en el mundo y lo he abandonado.

La culpa y el dolor de esa situación golpearon a Adam como un puñetazo en el estómago, que lo dejó sin aliento por completo.

―¿Cómo va a hacer sin mí? Estoy seguro de que su padre lo está golpeando incluso ahora y no estoy allí. No estoy allí con él, ¿entiendes? Kira continuó, expresando toda su frustración. ―Mi madre dice que si Lucas nunca ha respondido a mis cartas, es debido a que su padre probablemente no se las da ... pero después de esto, ya no sé qué pensar. ¿Qué pasa si le pasa algo serio?

―¿No tienes forma de saber de él?

―A través de su antiguo trabajo, mi madre logró descubrir que Lucas está bien a pesar de que su padre perdió mucho dinero en el último año debido a algunas malas inversiones. ¡Pero eso no es suficiente para mí! ¡Quiero volver a Princeton! ¡Nunca debería haberme ido! Todo es culpa de mi padre.

―Tu padre fue transferido a la embajada estadounidense en Tokio hace un año, ¿verdad?

―Sí, imploré y le rogué que me dejara en Princeton. También estaba dispuesta a ir al internado, pero él no me dejó. Lo terrible es que estaba realmente convencido de que podría quedarme con Lucas. Le juré que nunca lo abandonaría y en su lugar ... Ni siquiera sé si alguna vez me perdonará. Pensará que soy una traidora como su madre.

―No es tu culpa.

―Todo es mi culpa: cada dolor que Lucas sentirá será mi culpa, cada disputa entre mis padres siempre es mi culpa ... ―explotó Kira, que ni siquiera había escapado de las constantes peleas nocturnas de sus padres, cuando creían que estaba en su habitación durmiendo. Salir de Princeton también había sido difícil para su madre y encontrarse de vuelta en Tokio, sin trabajo y con una hija deprimida e irreconocible, había sido un duro golpe.

―¡Nunca había visto a nuestra hija llorar tanto desde que era un bebé! ¡Y ahora no puedo pararla desdes hace meses, Kenzo! ¡Me equivoqué al consentirte y dejar Princeton! ¿Para qué entonces? ¿Cuidar de tu madre? Oh, Kenzo, esta no es la vida que quiero ―se quejaba Elizabeth a menudo.

―Tokio es mi ciudad natal y es correcto que mi esposa cuide de mi madre ahora que está viuda y sola. Además, ya te he explicado que puedes conseguir un trabajo a tiempo parcial, pero solo después de que vuelvas a poner a nuestra hija en línea. Fue un error haber estado demasiado lejos de ti. Obviamente, Kira necesita disciplina y rigor moral ―siempre decía su esposo.

―¿Qué quieres insinuar? ¿Que no estoy a la altura de educarla?

―¿Tengo que recordarte que nuestra hija no me ha hablado en meses y se porta muy mal con todos? ¡Sin mencionar sus malos resultados escolares! Ni siquiera ha podido aprobar el examen de admisión a la escuela internacional y ahora está matriculada en una escuela japonesa común.

―¡Kira siempre ha sido la primera en la clase! Que esperabas ¡La tomaste por la fuerza de su escuela, de sus amigos y especialmente de Lucas! ¡Sabes cuánto se preocupa por ese chico!

―¡Un idiota, quieres decir!

―No es tu culpa si tiene ese padre.

―¡No me importa! ¡Ahora la vida de Kira está aquí y debe adaptarse! ―Concluía su marido cada vez antes de salir de la casa, cerrando la puerta.

Al recordar esas disputas, se dejó arrastrar de regreso a un río de lágrimas.

Sin decir una palabra, Adam la hizo sentarse en una silla polvorienta y la dejó desahogar, hasta que se le acabaron las lágrimas.

―Siento lo que estás experimentando ―Adam rompió en sus pensamientos. ―No sé por lo que está pasando tu amigo, pero puedo decirte que creo que deberías aprender a confiar más en él.

―¡Confío en él!

―Entonces no pienses en él como la víctima que era cuando era pequeño. Al igual que tú, él también está creciendo y pronto podrá defenderse de su padre. Verás.

―Pero Lucas es tan pequeño y delgado en comparación con su padre.

―Una vez tal vez, pero estoy seguro de que pronto se convertirá en un chico fuerte y con defensa propia.

Kira lo miró con los ojos muy abiertos. Nunca había considerado la idea de que Lucas pudiera defenderse de ese monstruo. Para ella, Lucas era el niño de nueve años, delgado y pequeño, lleno de moretones y rasguños. Sin embargo, Adam tenía razón: Lucas ya había crecido y se había vuelto más fuerte, pero no lo suficiente. Por el momento.

―Gracias ―murmuró la niña, girando el pañuelo empapado en lágrimas y moco en sus manos.

―Imaginate. No tenía ganas de aguantar las matemáticas de hoy ―se rió Adam, tratando de minimizar.

―¡Oh Dios, escuela! Tenía ciencia ―recordó Kira de repente, mirando su reloj. Había pasado casi una hora desde que había huido a su escondite secreto.

―Tal vez deberías enjuagarte la cara antes de volver a clase si no quieres preocupar al maestro.

Kira sonrió agradecida.

Juntos se dirigieron hacia la salida.

―No le dirás a nadie lo que te dije, ¿verdad?

―¡Por supuesto que no! ―Adam la tranquilizó. Asistir a ese grito había sido catártico para él y, en cierto modo, liberador, incluso si no había derramado ni una lágrima ... o casi.

Le gustaba esa chica. En esa corta hora, había sentido su sensibilidad y su dulzura.

Nunca había visto a nadie llorar por un amigo antes.

Ella quería protegerlo y defenderlo de las injusticias de la vida.

¡Cuánto le hubiera gustado tener a esa persona a su lado!

―¿Puedo hacerte una pregunta? ―Le preguntó Kira en un momento.

―Sí.

―¿Por qué también te escondes en la biblioteca y lloras a veces? ―Preguntó con cautela.

―¿Qué? ¿Yo? Adam tartamudeó.

―Sí. Te vi Pero si no quieres decirme, lo entiendo.

Adam suspiró sinceramente y todos los pensamientos que lo habían dominado cuando se escapó volvieron tormentosos en su mente.

¿Qué podría responder?

―Creo que hay algo diferente en mí ―dijo en voz baja, al darse cuenta de sus palabras por primera vez.

***

Princeton, Kentucky – 11.11.2015

―Lo siento, señorito Lucas ―suspiró desconsolada Rosalinda, la ahora ex sirvienta de la familia Scott.

―Lo siento también ―murmuró Lucas sin levantar la vista de su tarea. No podía soportar las lágrimas de la mujer. Falsas lágrimas. Como un cocodrilo. Lágrimas femeninas.

―¡Primero llora y luego traiciona y abandona! ―quería gritarle el chico, pero se contuvo, sosteniendo la pluma con más fuerza hasta que casi se rompió.

―Ahora ya no necesito estar aquí. La casa es pequeña y su padre ya no me quiere ―intentó justificarse Rosalinda.

―Está bien.

―Lo siento mucho.

―¿De qué? ¿Tomar sus cosas y escapar de un empleador violento y borracho que también te golpeó varias veces? le hubiera gustado contestarle.

―Disfruta de la buena huida de mi padre.

―Señor Lucas, no quería irme. En estos años me he quedado solo por usted ... Después de la muerte de su madre, las cosas empeoraron, pero a pesar de todo, seguí aunque nunca tuve el coraje de rebelarme contra el Sr. Scott.

―Adiós, Rosy ―interrumpió Lucas, que ya no podía soportar las palabras de esa mujer. ¡Que fuera a descargar la conciencia con alguien más! Tenía que tratar de estudiar, ya que estaba cansado de que se burlaran de él mientras leía frente a otros o sus malas notas, a pesar de todo el esfuerzo que ponía en ello. ¡Desde que Kira se fue, su ―mente inteligente y perspicaz ―como la llamaba, parecía haberse retirado!

Kira ...

Solo pensar en ella lo hizo retorcer cada tripa hasta que los espasmos lo doblaron.

Ni siquiera se dio cuenta de que la criada seguía parada en la puerta de su habitación.

―Señor Lucas.

―¿Qué más quieres? ¡Dije que se vaya! ―Espetó el chico de repente furioso.

―Cometí muchos errores con ella, siempre cumpliendo las ordenes de su padre ... Tenía miedo, pero ... No, no tengo excusa, pero quiero decirte algo que siempre he mantenido en secreto.

―No me importa ―Lucas la detuvo cada vez más irritado.

―Esta Kira, la niña que regresó a Japón el año pasado ―intentó Rosalinda, sabiendo que estaba tocando un punto delicado.

Kira. De nuevo ella.

Otro espasmo lo golpeó directamente en el estómago.

―No me importa ―repitió Lucas, retorciendo las manos para detener los temblores de ira y desesperación que lo habían sacudido durante todo ese largo año. El peor año de su vida.

―Sé que está mintiendo. Esa chica era todo su mundo, joven. He visto cuánto ha sufrido en estos meses y no sé cuánto me hubiera gustado decirle antes de que esa niña no lo ha olvidado, como el Sr. Scott le hizo creer. Lamento lo que he hecho, pero deseo irme no sin antes decirle la verdad: Kira le ha escrito muchas cartas en los últimos meses. Ochenta y seis para ser exactos.

Finalmente, la criada logró llamar la atención de Lucas, que ahora la estaba mirando en estado de shock con los ojos muy abiertos.

―Ochenta y seis cartas? ¿Y dónde están? ―Logró preguntar el jóven, mientras su cerebro trataba de concentrarse en esa revelación.

'Su padre las tomó y las quemó. Todas ellas ―confesó, sin poder no decirle que antes de destruirlas, siempre las había leído. ―Lo siento mucho.

Lucas permaneció con su mirada perdida en el espacio y su mente se nubló por un largo tiempo antes de que pudiera mover un músculo.

Tampoco reaccionó ante Rosalinda, que aún seguía disculpándose antes de salir de esa casa por no volver nunca más.

Cuando hizo contacto con la realidad, solo sintió una furia ciega hacia el hombre que lo había traído al mundo y que también le había quitado los consuelos que habría obtenido al leer las cartas de su mejor amiga.

Durante todo ese tiempo había sufrido y odiado a Kira por irse después de haber jurado al extremo que nunca lo haría.

Dijo que renunciaría a cualquier cosa por él y que nunca lo abandonaría y en su lugar ...

Ya ni siquiera tenía la camisa que le había dado ese famoso verano maldito, después de que la había hecho trizas en un ataque de locura luego de ser dado de alta del hospital por un hombro dislocado.

Había caído accidentalmente de las escaleras, había declarado bajo amenaza de su padre.

Casi en trance fue a la sala de estar donde sabía encontraría a ese borracho.

Esa casa era pequeña, a diferencia de la casa donde vivían antes y que ese monstruo había perdido tontamente en un juego de póker un mes antes.

Pronto llegó cerca de la barra del bar donde ya había una botella de bourbon vacía, derramada sobre el pequeño mostrador.

Su padre se inclinó para buscar otro licor para beber, pero con los ojos interceptó la entrada de su hijo y se levantó.

―¿Dónde está Rosalinda? Necesito que vaya a comprar más bourbons ―murmuró el hombre, tambaleándose hacia el sillón, pero su hijo se interpuso.

―La despediste. Recuerdas? Se fue hace un rato y me habló de las cartas de Kira ―le informó Lucas, tratando de contener la ira que parecía querer aniquilarlo.

―¡Esa perra! ¿Tenía que decírtelo? Debería haberla despedido antes.

―¿Cómo te permitiste quemar las cartas de Kira? ―Explotó Lucas, incapaz de detenerse.

Su padre lo miró confundido por el inesperado ataque verbal de su hijo, pero luego se recuperó.

―¡Soy tu padre y hago lo que quiero! Tú me perteneces.

―¡No te pertenezco! ―Gritó él.

―¿Cómo te atreves a hablar así con tu padre? ―El hombre estaba enojado, cargando su puño hacia el lado de Lucas que con un disparo felino logró evitarlo. Pero esta vez Lucas estaba demasiado enojado para contentarse con defenderse. Necesitaba desahogarse.

Por primera vez en su vida sintió la necesidad de desatar su ira golpeando a alguien y, antes de que su mente pudiera racionalizar ese nuevo deseo, sintió que todo su cuerpo se inclinaba hacia el hombre que lo había atormentado toda su infancia y lo golpeó con fuerza en la mandíbula, aprovechando la inestabilidad del padre borracho.

Solo el terrible dolor en la mano lo trajo momentáneamente a la realidad.

Sorprendido y conmocionado por ese ataque más poderoso de lo que estaba dispuesto a admitir, Darren Scott se encontró arrodillado con una cara adolorida.

Estaba a punto de levantarse cuando escuchó otro golpe: una patada al costado que le cortó la respiración.

―¡Pequeño bastardo! ―Gritó el hombre sin aliento, tratando de defenderse.

―¡Tú eres el bastardo! ―Respondió el chico, atacándolo de nuevo.

―Espera, tomaré el cinturón y luego veamos si te atreves a hablarme así de nuevo ―lo amenazó con una voz temblorosa de ira.

―Pégame! ¡Pégame tanto como quieras, papá! Tanto que solo puedes hacer esto: emborracharte y golpear, ¿verdad? Bueno, adelante, ¡pero a partir de ahora no me quedaré quieto esperando el cintazo! ―Gritó su hijo exasperado, sin dejar de llenarlo de puños.

―Tú ... eres mierda ... ―el hombre, sacudido por ese asalto, murmuró.

―¡Eres una mierda dañada! ―Respondió el hijo que jadeaba repentinamente por ese ataque que ya no podía controlar y que con cada golpe parecía revitalizarse con nuevas fuerzas.

Su padre se rió amargamente.

―Lucas, recuerda: una fruta nunca cae lejos del árbol.

―¿Qué quieres decir?

―Quiero decir que tú también eres corrupto y podrido como yo. ¡Eres mi hijo y yo soy tu padre! ¡Mi propia sangre fluye en ti!

―¡Nunca me volveré como tú!

―Ya te has vuelto como yo. Es por eso que todos te abandonan, como lo hizo tu madre conmigo y contigo. Nadie quiere estar con un fracasado como tú. Ni siquiera queda tu querida amiga. Se escapó tan pronto como pudo.

―¡Eso no es verdad! Kira me quiere. Se vio obligada a mudarse.

―¡Pobre ingenuo! ¡Esa chica nunca te quiso realmente, de lo contrario se habría quedado aquí! Sabes, Lucas, leí las cartas que te envió. ¡Qué niña tan patética! Pero puedo decirte una cosa: ¡Kira nunca volverá a ti! Y ya no te escribirá más porque ha decidido dejar de perseguir a una persona miserable como tú ―dijo el padre desdeñoso.

En ese momento, Lucas deseó haber recibido un cintazo, en lugar de haber escuchado esas terribles palabras que lo corroían desde adentro.

Se sentía sucio y cerca de la autodestrucción.

Por última vez invocó el nombre de Kira, pero ya sabía que su querida amiga no acudiría a él para ayudarlo y curarlo del mal que lo estaba devorando. Nunca más

Sorprendido y disgustado con lo que era y en lo que se había convertido, huyó de la habitación dejando que su padre tosiera y recuperara el aliento con la ayuda de una botella de whisky.




RELACIONES


Tokio, Japón – 09.01.2017

―Eres hermosa ―susurró su madre, terminando de arreglar su cabello.

―Gracias ―dijo Kira con una amplia sonrisa en sus labios, lo que hizo que el corazón de Elizabeth saltara de alegría. Ver esa expresión de felicidad en el rostro de su hija fue lo mejor que pudo tener para deshacerse de la ansiedad y la angustia de los últimos dos años.

Y todo fue gracias a Adam Gramell. Ese chico con su dulzura y sensibilidad había logrado conmover el corazón de Kira, haciéndola olvidar al niño de Princeton, Lucas Scott.

Por supuesto, la diferencia de edad, aunque solo dos años, no le había parecido muy bien a Elizabeth, pero esa sonrisa fue suficiente para alejar todo miedo.

Además, Adam era el chico más amable e inofensivo del mundo y Kira nunca parecía preocupado por todas las cartas de amor que recibía de sus compañeras de clase.

―¡Mamá, confío en él! ¡Conozco a Adam y sé que nunca me traicionará! ―Le había dicho hace dos semanas.

―Traicionar? Oh Dios, Kira, ¿ya has llegado tan lejos? ¡Dijiste que solo éramos amigos! Todavía eres una niña y ... ―la madre se asustó de inmediato.

―Mamá, frena! Ya tengo quince, ¡casi dieciséis! Ya no soy una niña, y aunque Adam tiene diecisiete años, todavía no hemos llegado a ese punto.

―¿De verdad? En serio? ¿Me dirías si fuera así ...

―Mamá, confía en mí. Adam y yo solo somos amigos, incluso no niego que últimamente estamos pensando en salir juntos.

―Kira, por favor ...

―Ya lo sé: tengo que hacer las cosas con calma. No tengo que tener prisa. Se dice hacer el amor y no tener sexo con un extraño. Etcetera etcetera ―repitió Kira como un autómata, que ya había memorizado las recomendaciones de su madre, que había entrado en pánico cinco meses antes cuando le confió que Misaki, su compañera de escuela, ya no era virgen.

―Derecha.

―Además, Adam sabe que aún no estoy lista y que no hay problemas para él. Dijo que nuestra amistad es lo primero.

―Por suerte ―suspiró su madre entregada.

Afortunadamente sonó el timbre de la puerta, terminando el discurso que siempre causaba vergüenza a Kira, sin mencionar la culpa que sentía por esas constantes mentiras sobre ella y Adam.

―¡Será Adam! ¿Puedes ir a abrirle? Todavía tengo que elegir los zapatos para ponerme ―preguntó Kira, tratando de restablecer el orden entre la ropa que había tirado en la cama.

Vio a su madre vacilando por un momento antes de irse.

―Estoy muy feliz, ¿sabes? ―Dijo antes de salir.

―Yo también, mamá. Pero muévete ahora o Adam pensará que quiero dejarlo afuera en el frío. Ya sabes lo frío que está.

―No pensé que pudieras sonreír de nuevo después de dejar Princeton y ... Lucas ―murmuró Elizabeth con cautela. No había tocado ese tema durante meses para no ver a su hija llorando, pero ahora sentía que algo estaba cambiando.

Kira se detuvo en el aire al escuchar el nombre de su amigo, luego, sin quitar la vista de su ropa, después de un largo momento logró responder sin ceder ante la tristeza.

―Volveré con él, mamá. Se lo prometí.

Elizabeth tembló ante las palabras de su hija y se dio cuenta de que estaba equivocada: nada había cambiado.

***

Princeton, Kentucky – 15.01.2017

Tan pronto como la boca de la niña tocó su labio inferior, no pudo contener un gemido de dolor.

―¿No podrías esperar otro día antes de que Kurt te parta los labios? ―Le dijo la rubia, deslizando su lengua sobre su cuello hasta su pecho desnudo.

―Vamos, vístete. Tengo lecciones en veinte minutos ―Lucas se puso nervioso de inmediato, tratando de separarse de esa sanguijuela.

―¿Y desde cuándo estás interesado en la escuela? ―La niña se rió divertida, poniéndose el sostén teatralmente para llamar la atención, pero Lucas no respondió y, sin mirarla, se puso los pantalones y se dirigió hacia la puerta.

―¿Me llamarás mañana? Hay una fiesta de ... ―intentó de nuevo.

―No, estoy ocupado ―Lucas se apresuró molesto, haciendo que los nervios de la niña saltaran.

―¿Me estás jodiendo, estúpido?

―Piensa lo que quieras. Me voy.

―¿Eso es todo? ¿Acabamos de hacer el amor y ahora me dejas así? ―Sollozó la joven, ahora al borde de las lágrimas.

Lucas la miró rápidamente y, al ver esas lágrimas, sintió ganas de romper algo. Todavía tenía las manos doloridas de la pelea con Kurt y había esperado calmar su espíritu ardiente con el cuerpo de cuento de hadas de Jennifer, pero como le había sucedido las otras cuatro veces, no había experimentado nada más que un poderoso orgasmo.

Evitó recordarle que lo que acababan de hacer era sexo puro y que no sabía nada de ella, excepto el tamaño de su sostén.

―Exactamente ―respondió simplemente, cerrando la puerta detrás de él y corriendo hacia el aula, listo para fastidiar y molestar al profesor Kleyton.

***

Tokio, Japón – 23.01.17

―¿Estás lista? ―Susurró Adam, acercando sus labios hacia los de ella.

Kira tragó saliva y asintió imperceptiblemente. Estaba tensa como una cuerda de violín y su corazón latía a mil, mientras su cabeza seguía preguntándose si estaba haciendo lo correcto.

―Mira, si estás dudando ... ―Adam se preocupó, alejándose.

―¡No, en serio! ―Se agitó Kira. Fue ella quien tuvo la idea de ayudar a su amigo y ahora no podía retroceder. ―Estoy lista.

Por segunda vez, vio la cara de Adam acercándose a la de ella, hasta que sintió sus labios sobre los de ella. Se estremeció desconcertada, abriendo los labios y acercándose como Misaki le había explicado.

―¿Pero qué haces? ¡Qué asco! ―Exclamó Adam en estado de shock, limpiándose la boca con el dorso de la mano.

―¡Gracias! ―Dijo Kira sarcásticamente. ―¿Intento echarte una mano y me lo devuelves así? ¡Lamento mucho no haber besado a nadie antes! Solo seguí el consejo de Misaki.

―¡Kira, por favor! Misaki está con Tsutomu, un concentrado de testosterona y vulgaridad.

―Exactamente!

―Kira, sabes lo que estamos haciendo, ¿no?

―Claro.

―Nunca seremos una pareja como ellos.

―Ya lo sé ... No es que me apene.

―Solo tienes que demostrar que eres mi novia, ¿de acuerdo?

―Lo se. Es por eso que pensé que para hacer nuestra relación más realista, sería necesario al menos poder besarnos en público, sin parecer extraño desde ese punto de vista ―Kira le recordó que le había tomado tres semanas estudiar todos los detalles de ese plan absurdo que definitivamente ayudaría a su querido amigo, eliminando la insistencia de las chicas que lo rodeaban (desde que Youra lo había dejado) y la mirada atenta y acusadora de su padre que quería verlo con una chica.

―Está bien, pero cierra la boca, ¿de acuerdo? No quisiera que tu lengua se atorara en mi garganta —Adam suplicó con disgusto, tratando de besarla de nuevo.

Esta vez los labios de Kira permanecieron cerrados pero suaves y el beso fue un éxito, a pesar de que toda la atmósfera mágica que había imaginado había desaparecido unos minutos antes.

―Tienes hermosos labios, Kira-chan. Lástima que no eres mi tipo ―suspiró Adam, conmovido por los esfuerzos realizados por su única amiga verdadera. ―Lamento un poco que, con esta historia, ningún otro chico pueda ... saborearte.

Las mejillas de Kira rápidamente se pusieron rojas, pero se mantuvo seria y lista para continuar los ejercicios académicos que había establecido para ese día.

Sabía que fingir una historia con el bello y muy buscado Adam Gramell eliminaría cualquier posibilidad de tener una verdadera historia de amor, pero no le importaba, porque había decidido que entre los estudios y el trabajo de medio tiempo que estaba buscando, no tendría tiempo para eso, porque no quería perder el honor de ser la primera de la clase y además ahorrar dinero estaba para su viaje a Princeton.




RETORNO


Lucas



Princeton, Kentucky – 28.09.2018

―Otro truco como ese y te suspendo, Lucas ―indicó el director. ―No me importa si el año acaba de comenzar. No voy a aguantar tus dolores de cabeza, ¿verdad?

―Sí ―respondí lentamente con una sonrisa medio aburrida mientras intentaba controlar la furia que quería desatar contra esos dos bastardos de García y Setton.

Mis nudillos se despegaron por la cantidad de golpes que había dado esa mañana, pero aparentemente no lo suficiente como para evitar que se quejen ante el director.

Miré a mi alrededor y vi a todos los estudiantes distanciarse de mí y de esa mujer que tenía menos columna vertebral que un invertebrado, pero que todavía era capaz de infundir terror a esos estúpidos idiotas.

A estas alturas ya estaba acostumbrado a despertar miedo y asco: había quienes me consideraban por lo que era, escoria o mierda podrida. Para otros, sin embargo, solo era un delinuente suelto, pero demasiado irresistible para poder contener las bragas lujuriosas de la mitad de las chicas presentes que ya habían disfrutado de mi compañía en la cama.

Sin embargo, detesté esa atención y pronto comencé a buscar un cigarrillo. Necesitaba salir de ese lugar de mierda y hacer dos secas si quería llegar al final de la lección sin pegarme un tiro en la cabeza.

Revisé el bolsillo trasero de mis jeans. Vacios.

―¡Diablos, tiré el paquete antes de que llegara el director!

Irritado y todavía preocupado por cómo comenzó el día, corrí a la salida. Con un poco de suerte, habría llegado a los dormitorios a tiempo, habría tomado un paquete de cigarrillos, hecho dos secas y regresado a clase antes de que sonara la campana.

Todavía, bajo la mirada de todos los presentes, comencé con mi aire desafiante habitual a lo largo del corredor.

Estaba a punto de llegar al vestíbulo cuando una visión me shokeó. Porque una visión tenía que ser. Por supuesto.

Paralizado por lo que mis ojos no podían concebir, me congelé con la mirada fija, hasta que sus ojos se encontraron con los míos.

La sorpresa que tuvo y la felicidad incontenible que hizo que lo que llevaba se deslizara de mi mano, me colapsó como nunca antes me había sucedido.

Sorprendido y casi aterrorizado por la alucinación que estaba teniendo, hizo que mi cerebro se tildara, vi que arqueaba esa boquita en forma de corazón que nunca había olvidado y cuando pensé que me recuperaría del shock, me encontré con su rostro inmerso en su cabello negro y perfumado, mientras dos brazos delgados me apretaban alrededor del cuello, arrastrándome hacia ella. En el centro del vórtice de huracán.

Sentí que me faltaba el aliento tan pronto como el delicado perfume de su piel entró en mi nariz.

―Lucas ―apenas sopló su voz, penetrando en mi mente y alma.

Me pareció explotar. Tuve que trepar a las rocas de mi racionalidad para no ahogarme en esa tormenta de emociones que hizo latir mi corazón hasta que estalló.

Cerré los ojos para alejar esa quimera diabólica pero, cuando los abrí de nuevo, lo vi. Realmente. Por primera vez. Después de tantos años.

―Te extrañé mucho ―apenas lo escuché, estaba tan embelesado por esos ojos verdes del bosque pegados a los míos con un velo de adoración y tristeza, mientras sentía sus suaves y cálidas manos deslizarse sobre mi cuello y luego quedarse en mi rostro tenso y incredulidad.

Por un momento, sus delicados dedos tocaron mi ceja izquierda, donde tenía una cicatriz, y sus ojos se estrecharon, pero solo por un momento. Luego me miró y me sonrió con entusiasmo.

―Kira ―logré formular a pesar de mi garganta reseca.

Tan pronto como escuché mis propias palabras, supe que estaba perdido.

***

Kira

No pude creer mi suerte.

Adam había tenido razón al llevarme al santuario el día antes de irme y obligarme a comprar el talismán de buena suerte.

¡Había funcionado!

Si solo pensara en los dos años de sacrificios como recepcionista a tiempo parcial para reunir el dinero, pagarme ese viaje, financiar la investigación y encontrar a Lucas gracias a un investigador privado ...

Y en cambio! Por una vez, el universo había estado de mi lado y, después de la separación de mis padres y la consiguiente decisión de mi madre de regresar a América, inmediatamente empaqué mis maletas, a pesar de que estaba en mi último año de secundaria.

¡Pero ciertamente nunca hubiera imaginado dar con Lucas tan pronto y sin la ayuda del investigador que había encontrado en Internet!

Mentalmente, le agradecí a Adam nuevamente por su apoyo y por no permitirme nunca perder la esperanza y me prometí a mí misma gastar la mitad de mi dinero para comprarle ropa de diseñador, su pasión. Después de todo, conocía perfectamente sus gustos y también su tamaño, ya que el tiempo que pasamos juntos casi siempre era en boutiques y tiendas.

Sonreí feliz por lo que el destino había querido darme: un viaje perfecto, un septiembre todavía cálido, la autorización de mi madre para dejarme sola en Princeton a pesar de que habría tenido que quedarme en el dormitorio de la escuela, mientras que una vieja amiga la habría hospedado en Davenport, mientras trataba de volver a trabajar como trabajador social.

Pero lo más sorprendente fue la figura de Lucas, que parecía lista para darme la bienvenida a la escuela secundaria de la ciudad, cuando lo vi venir hacia mí.

¡Oh Dios, cuánto me había perdido!

Tuve que usar todo mi autocontrol para no estallar en lágrimas, pero cuando lo vi mirándome con esos maravillosos ojos color avellana, amplios, que habría reconocido entre mil, ya no pude resistirme y corrí a abrazarlo.

Afortunadamente, estaba acostumbrado a la altura de Adam e instintivamente me puse de puntas de pie rapidamente para pasarle los brazos por el cuello.

Al final, ya no practicaba baloncesto y en los últimos años solo había aumentado unos centímetros más, mientras que Lucas había crecido dramáticamente.

Con mi cuerpo agarrado contra el suyo, también había sentido los músculos debajo de la camisa ligera estirarse contra mí. Eran muy similares a los que Adam forjaba diariamente en el gimnasio y esto me hizo tocar el cielo con un dedo. Adam tenía razón: Lucas había crecido y con un físico como el suyo, ahora también estaba seguro de que probablemente nunca hubiera dejado que su padre lo golpeara tan fácilmente.

Sin embargo, tuve que contener a mis manos, listas para levantar su camisa y verificar si tenía alguna señal de cinturón o algo debajo.

Habiendo sentido su piel y su voz después de tanto tiempo, desgrano ese maciso de roca que había llevado conmigo todos estos años. Lucas estaba a salvo. El estaba conmigo. Por fin!

La única nota negativa que me trasladó a época anterior fue esa cicatriz en la ceja izquierda. Aunque ligeramente oculta por un piercing, era imposible no notarlo debido a la falta de crecimiento del cabello.

Todavía cautivado por ese hallazgo tan rápido e inesperado, tomé sus manos para sostenerlas en las mías.

―No sabes cuánto te extrañé, Lucas. Estoy tan ... feliz ―exclamé, tropezando en la última palabra con mis dedos en las escoriaciones de sus nudillos.

Ante la idea de lo que debía haber hecho para protegerse de la violencia de su padre, lo miré asustado.

Por un momento lo vi sostener mi mirada y luego alejarse con asombro.

―Lucas, ¿estás bien? ―Traté de preguntarle con tanta aprensión que parecía querer sofocarme, pero no me respondió.

Traté de acercarme y poner una mano sobre su brazo, pero algo detrás de mí me empujó bruscamente, haciéndome perder el equilibrio.





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Después de cuatro años de separación, Kira regresa a Princeton de su mejor amigo, pero lo que encuentra ya no será ese dulce niño frágil sumiso a la violencia de su padre, sino un niño de diecisiete años, enojado con todo el mundo y consigo mismo. ¿Logrará Kira borrar ese odio y enseñarle a amar? LUCAS. Hace cuatro años, Kira se fue, dejándome solo en el peor momento de mi vida. Nunca la perdonaré por esto. Ahora ella está de regreso y todo el odio que siento dentro de mí, me mantiene alejado de ella. Y, sin embargo, cada vez que me mira, me siento confundido, perdido y asustado, pero no debo olvidar quién soy: solo soy mercadería dañada y nadie amaría a alguien como yo. KIRA. Después de cuatro años de distancia y desesperación por ese desprendimiento forzado, finalmente regresé a Lucas. Pero ahora las cosas han cambiado y me encuentro víctima de su arrogancia. ¿Quién es ese tipo que solo conoce la violencia y que usa a las chicas solo para llevarlas a la cama? No sé qué pasó, pero haré todo lo posible para borrar ese odio que leí en el fondo de su mirada y que lo mantiene alejado de mí.

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