Книга - Jesús, Nacido En El Año 6 «antes De Cristo» Y Crucificado En El Año 30 (Una Aproximación Histórica)

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Jesús, Nacido En El Año 6 «antes De Cristo» Y Crucificado En El Año 30 (Una Aproximación Histórica)
Guido Pagliarino


He aquí algunas afirmaciones que el autor ha oído por televisión y en otras ocasiones: «Con seguridad, el budismo es superior: no tiene la ingenuidad del cristianismo»; «¿Cristo? Un mito, como Osiris o Dionisio»; «Jesús es un personaje histórico, pero solo fue un buen rabino»; «El Apocalipsis, como el resto de los Evangelios, se escribió como mínimo en el siglo II o III»; «La estrella de Belén habría quemado el portal; más aún, habría destruido el mundo: ¡Son invenciones cristianas anteriores a Galileo!»: carta de un licenciado en física a un periódico; «¿El bautismo? Un rito mágico-supersticioso»: una voz en la sala en la presentación de un libro; «¿El cristianismo? ¡Mitos repetidos!»: sentencia de un estudiante de ciencias de la comunicación después de haber leído un ensayo sobre mitos y no haber leído nada sobre cristianismo (quién sabe qué doctos artículos escribirá). Podría continuar durante un buen rato. He aquí algunas afirmaciones que el autor ha oído por televisión y en otras ocasiones: «Con seguridad, el budismo es superior: no tiene la ingenuidad del cristianismo»; «¿Cristo? Un mito, como Osiris o Dionisio»; «Jesús es un personaje histórico, pero solo fue un buen rabino»; «El Apocalipsis, como el resto de los Evangelios, se escribió como mínimo en el siglo II o III»; «La estrella de Belén habría quemado el portal; más aún, habría destruido el mundo: ¡Son invenciones cristianas anteriores a Galileo!»: carta de un licenciado en física a un periódico; «¿El bautismo? Un rito mágico-supersticioso»: una voz en la sala en la presentación de un libro; «¿El cristianismo? ¡Mitos repetidos!»: sentencia de un estudiante de ciencias de la comunicación después de haber leído un ensayo sobre mitos y no haber leído nada sobre cristianismo (quién sabe qué doctos artículos escribirá). Podría continuar durante un buen rato. (…) Creo que si todavía estuviera entre nosotros el agnóstico Croce vacilaría, él y su breve ensayo «Por qué no podemos no calificarnos como cristianos» (cristianos en sentido cultural), él que, en polémica con Bertrand Russell, a su vez no creyente, no expresaba opiniones superficiales y consideraba la civilización y la ética occidentales fruto, en parte notable, del cristianismo, de ese cristianismo que no se estudia, pero sobre el que tantas veces se juzga. También el autor, como tantos, tenía en la cabeza solo algunas astillas del cristianismo, pero luego, gracias a encuentros personales y bibliográficos, se ha informado por fin. Pero, si el lector está de acuerdo, está dispuesto a transmitir lo que ha aprendido hasta ahora. No tiene intención de convertir a nadie: es cristiano responder (en lo poco que se cree saber) a quien quiere saber, no imponer. Dios es también libertad absoluta y nos ha creado libres. No hay que confundir el catecismo con el estudio del cristianismo: el primero es para el creyente que desea profundizar en su fe, el segundo es indispensable para la cultura de todos.





Guido Pagliarino

Jesús, nacido en el año 6 «antes de Cristo» y crucificado en el año 30 (Una aproximación histórica)



Copyright © 2020 Guido Pagliarino

All rights reserved

Book published by Tektime

Tektime S.r.l.s. – Via Armando Fioretti, 17 – 05030 – Montefranco (TR)








Guido Pagliarino

Jesús, nacido en el año 6 «antes de Cristo» y crucificado en el año 30 (Una aproximación histórica)

Ensayo

sobre la historicidad de Jesús y la predicación apostólica y sobre la correcta formación del Nuevo testamento

Traducción del italiano al español de Mariano Bas

Copyright © 2020 Guido Pagliarino

Distribución Tektime



Texto mecanografiado redactado en el bienio 1996-1997

Ediciones de la obra en italiano:

1


edición, «Gesù, Nato Nel 6 “a.C.” Crocifisso Nel 30: Un Approccio Storico – Saggio», publicación impresa en 1997 en solo 100 copias en papel por el propio autor para regalar a amigos escritores y a críticos literarios, con ocasión de la Navidad del mismo año. Copyright © Guido Pagliarino

2


  edición, «Gesù, Nato Nel 6 “a.C.” Crocifisso Nel 30: Un Approccio Storico – Saggio», libro en papel, copyright © junio 2003 –  septiembre 2011 Prospettiva Editrice sas (obra premiada una Mención especial en el (http://www.pagliarino.com/premio_pace-2004_gesu'.htm)«PREMIO PER LA PACE 2004» (http://www.pagliarino.com/premio_pace-2004_gesu'.htm)del Centro Studi Cultura e Società (http://www.pagliarino.com/premio_pace-2004_gesu'.htm))

Desde el 1 de octubre de 2011, todos los derechos literarios, cinematográficos, televisivos, radiofónicos, de Internet y relacionados con cualquier otro medio de difusión volvieron y permanecen en poder del autor en todo el mundo. Copyright © Guido Pagliarino

3


edición, en e-book y libro en papel, «Gesù, Nato Nel 6 “a.C.” Crocifisso Nel 30: (Un Approccio Storico) Saggio sulla storicità di Gesù e della predicazione apostolica e sulla concreta formazione del Nuovo Testamento», publicado por la editorial Tektime, copyright 2019 © Guido Pagliarino

4


edición, en e-book y libro en papel, «Gesù, Nato Nel 6 “a.C.” Crocifisso Nel 30: (Un Approccio Storico) Saggio sulla storicità di Gesù e della predicazione apostolica e sulla concreta formazione del Nuovo Testamento», publicado a través de Amazon, copyright 2019 © Guido Pagliarino



Cubierta: Rostro del Hombre de la Sábana Santa de Turín.




PRÓLOGO DEL AUTOR

(conforme al prólogo de la edición de 2003 Prospettiva Editrice)


Este es un libro de divulgación histórica, no de catequesis, y pretende dirigirse a todos, aunque lo haya escrito un cristiano. Eso no significa que se trate de una obra de parte: desafío a cualquiera a que sea verdaderamente objetivo. Contiene datos ignorados por muchos, incluso por creyentes, o más bien conocidos de modo superficial y distorsionado, lo que resulta peor: lo sé porque durante muchos años he realizado conferencias sobre el verdadero cristianismo y siempre he comprobado el asombro de muchos de los presentes.

En los últimos dos milenios, junto a innumerables casos de caridad, se han cometido por parte de miembros y colectivos de la Iglesia, clérigos y laicos, muchas maldades, como guerras santas y hogueras encendidas con igual diligencia por católicos y protestantes, como si el precepto hubiera sido: «Odiarás al enemigo» y Dios hubiera considerado como sus enemigos personales a los adversarios ideológicos de esos fieles. Aunque no fue menor el número de atrocidades realizadas por los no creyentes y los miembros de otras religiones, al ser el Dios de Amor lo esencial del mensaje cristiano, muchos hoy califican al cristianismo como «incoherente» y «oscurantista»: el mal aparece rápido y queda en la memoria, el bien, no. Es una lluvia de acusaciones a la «Iglesia», por otro lado, en parte, injustas. Aun así, lo que importa realmente es: O Cristo realmente existió, murió y resucitó y, por tanto, nos ha salvado, o no. Si es así, siempre tendrá sentido ser cristiano, aunque muchos creyentes usaron y usan su libertad para hacer el mal en lugar del bien; en caso contrario, no tendría sentido. No es en absoluto una novedad: ya el apóstol San Pablo afirmaba en la Primera Epístola a los Corintios, que es parte del Nuevo Testamento y, por tanto, Palabra de Dios, que sin una resurrección real no hay cristianismo: «Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también vuestra fe» (1 Cor 15, 14) o, por decirlo de otra manera, se convertiría en una de las muchas religiones que el hombre ha imaginado, solo como consuelo y útiles para el orden social. Por esto, con la Ilustración y el Positivismo los críticos del cristianismo buscaron primero derribar la realidad de la Resurrección y, algunos de ellos, la propia historicidad de Jesús. Por esta vía se creyó además, equivocadamente, que se salvaría al cristianismo de los ataques de los racionalistas eliminando al Jesús histórico o manteniendo solo un Cristo de la fe.

Mi trabajo se ocupa de dos periodos históricos, aunque no está dividido en dos partes: el tiempo de Jesús y la primera Iglesia y la época que va de la Ilustración hasta hoy, con sus diversas escuelas de oposición al cristianismo. Contempla, en un enfrentamiento con esos críticos, la realidad histórica o no de Jesús y la de la predicación apostólica sobre su resurrección. También la formación concreta de los libros del Nuevo Testamento, obras literarias no dictadas desde lo Alto, sino sin contradicciones, como veremos, e inspiradas por Dios, en una época en torno a los años 50 a 90, en la cual, al menos en parte, los testigos oculares de Cristo resucitado todavía estaban vivos y activos en la comunidad cristiana. La hipótesis contraria, hoy todavía de moda, es que estos textos se escribieron mucho tiempo después, cuando hacía mucho que habían muerto los testigos y no era posible desmentirla.

Escribí en 1996-97 un primer borrador del ensayo, encargando imprimirla yo mismo y regalándola en diciembre de ese mismo año a una decena de amigos y colegas escritores, cristianos y no. Humildad y modestia son cosas distintas. La humildad es una virtud cristiana, que consiste en no envanecerse, sabiendo que se trata de dones del Espíritu Santo, pero, al tiempo, no disminuirse, lo que sería un desprecio de esos dones y una ofensa a la verdad que se conoce. La modestia, sin embargo, no es un valor, siempre temerosa del juicio de los demás y que, además, a veces, es cómplice silente de los presuntuosos, por lo que no oculto que los comentarios de esos lectores fueron positivos: entre los más gratos estuvieron los de Giorgio Bárberi Squarotti y Vittorio Messori (incluidos a continuación en dos imágenes fuera del texto y en italiano), expresados sobre la primera edición, todavía no integrados en el texto ni en las notas; además, no había encontrado aún nueva bibliografía, gracias a mis conferencias sobre el tema y por tanto no se había añadido a esta nueva redacción más amplia. Sobre ella he decido hacer una apuesta al presentar la obra a un público más amplio, a través de un editor: un ensayo que solo quiere presentar el argumento cristiano desde una aproximación histórica, teniendo en mente los métodos de la antigua escuela cristiana de Antioquía (de la que hablaré).



Guido Pagliarino


Imagen fuera del texto

Opinión de Giorgio Bárberi Squarotti sobre la primera edición de 100 copias, de 1997






[Traducción de la carta precedente]

Turín, 18 de marzo de 1998



Querido Pagliarino:



He leído su libro sobre Jesús y estoy completamente de acuerdo con todos sus comentarios y sus juicios justamente polémicos en los enfrentamientos contra quienes, sin tener ningún conocimiento de historia, ni de filología, ni de filosofía y sin haber leído nunca la Biblia, de improviso se convierten en sentenciadores acerca del cristianismo.

(Omitido)

Gracias por el envío. Con mis mejores deseos y saludos.



Giorgio Bárberi Squarotti




Imagen fuera del texto

Opinión de Vittorio Messori sobre la primera edición de 100 copias, de 1997






[Traducción de la carta precedente]



Querido Pagliarino:

Gracias por haberme enviado su «Jesús». Lo encuentro bien hecho, con un lenguaje ágil y comprensible. Es cierto que está algo sintetizado, solo un primer «bocado» sobre la historicidad del cristianismo. Pero creo que este era precisamente el objetivo de un opúsculo que genera ganas de profundizar en ello.

Advierto una recuperación «apologética», no solo en los movimientos, sino también en muchos «individualistas» que se entregan realmente para dar a conocer la verdad. Haría falta recurrir a coordinar estos esfuerzos. Incluso me lo han pedido. Pero ¿cómo se puede hacer todo? Hago todo lo que puedo con mis libros. ¿Ha visto mi Algunas razones para creer? En dos meses, ya se han vendido cincuenta mil ejemplares. Hay siempre sed de Jesucristo, incluso creo que siempre está aumentando. Tal vez de vez en cuando sea preciso encontrar la valentía de volver a hablar sin complejos y sin simplificaciones injustas.

Con una renovada amistad y contando con su recuerdo [cursiva escrita a mano]



Vittorio Messori



Enero de 1998





Capítulo I

A PROPÓSITO DEL ANALFABETISMO CRISTIANO


«Con seguridad, el budismo es superior: no tiene la ingenuidad del cristianismo»;

«¿Cristo? Un mito, como Osiris o Dionisio»;

«Jesús es un personaje histórico, pero solo fue un buen rabino»;

«El Apocalipsis, como el resto de los Evangelios, se escribió como mínimo en el siglo II o III»;

estas son algunas afirmaciones que he oído por televisión.

«La estrella de Belén habría quemado el portal; más aún, habría destruido el mundo: ¡Son invenciones cristianas anteriores a Galileo!»: carta de un licenciado en física a un periódico.

«¿El bautismo? Un rito mágico-supersticioso»: una voz en la sala en la presentación de un libro.

«¿El cristianismo? ¡Mitos repetidos!»: sentencia de un estudiante de ciencias de la comunicación después de haber leído un ensayo sobre mitos y no haber leído nada sobre cristianismo. Quién sabe qué doctos artículos escribirá.

Podría continuar durante un buen rato.



No hacer a los otros…



Yo también he querido leer ese ensayo de Citati[1 - Pietro Citati, La luz de la noche: Los grandes mitos en la historia del mundo.] y allí he encontrado, entre otras cosas, una admiración absoluta por el Tao, cuyo libro, de Chuang Tzu, es para el autor único y maravilloso. Muy bien, la libertad por encima de todo, pero libertad quiere también decir informarse bien. Cuando en un capítulo posterior el autor se enfrenta a la antigua cultura china y el cristianismo llevado a China por el misionero Matteo Ricci, a finales del siglo XVI, afirma que el principio cristiano (?) de «No hagáis a los demás lo que no queráis que os hagan» ya les resultaba familiar a los chinos, porque se encontraba en los Diálogos de Confucio. Ya, pero, si es por eso, ese principio se recoge también en el Antiguo testamento, por ejemplo, en el libro de Tobías y no es otra cosa que la síntesis de los mandamientos que van del cuarto al décimo y que se refieren al comportamiento hacia los demás seres humanos.[2 - Los primeros tres mandamientos se refieren a la actitud del hombre hacia Dios.]



Habla Tobit, padre de Tobías, recomendando al hijo: «No hagas a nadie lo que no te agrada a ti…» (Tb 4, 15); pero el conjunto de las recomendaciones es incluso mayor, por ejemplo: «Da la limosna de tus bienes y no lo hagas de mala gana. No apartes tu rostro del pobre y el Señor no apartará su rostro de ti» (Tb 4, 7); aunque estas recomendaciones (estamos todavía en una época anterior a Jesús, en torno al siglo III-II a. de C.) no son a favor de los pecadores, sino solo de los justos: «Derrama tu vino y ofrece tu pan sobre la tumba de los justos, pero no lo des a los pecadores» (Tb 4, 17). Hay otro ejemplo en el Levítico, capítulo 19, versículo 17, que impone: «No odiarás a tu hermano en tu corazón». Se aprecia que la conocida orden de Jesús que leemos en el Evangelio de San Mateo: «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 19), se encuentra ya en el mismo Levítico (19, 18): «No serás vengativo con tus compatriotas ni les guardarás rencor. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor». Sin embargo, tampoco en este libro se llega al precepto de amar al enemigo. El prójimo al que hay que amar es aún solo el amigo o como mucho al compatriota desconocido, no al adversario. Según el Eclesiástico (12, 4-5) a quien peca, no se le ayuda: «Da al hombre bueno, pero no ayudes al pecador. / Sé bueno con el humilde, pero no des el impío / rehúsale su pan, no se lo des». En resumen, se trata, en el fondo, del principio en vigor en cualquier sociedad organizada, por el cual quien crea desorden no debe ser tratado igual que quien actúa respetando la libertad de los otros, sino que, por el contrario, debe ser perseguido. Para el Salmo 139, 21-22, el «enemigo» de Dios es también enemigo del creyente: «¿Acaso yo no odio, Señor, a los que te odian / y aborrezco a tus enemigos? / Yo los detesto implacablemente / como si fueran mis enemigos»: así como en las diversas otras sociedades organizadas hay odio para los que son considerados como los enemigos de la patria, externos e internos, también era así en el antiguo Israel, y tengamos presente que este es un estado teocrático, del cual el verdadero y único rey es Dios.


No se trata solo de los antiguos hebreos y del confucianismo, ya que en otras culturas se encuentra el precepto de no hacer el mal al prójimo (pero no el de amar a todos) e incluso, en algunas de ellas, de tener compasión: véase, en los tiempos de Jesús y de los apóstoles, la ética de Séneca con su derecho humano. Era y es un principio general de convivencia, base de la moral y esencia de lo que se suele llamar la ley natural (que, para los creyentes está igualmente dictada por Dios), pero, y aquí viene lo bueno, no es aún un principio cristiano.

Cristo, según el Evangelio de San Juan, estando ya muy cerca de su crucifixión hace de la orden de amar al prójimo algo absolutamente más importante, pidiendo a los discípulos que amen «como yo os he amado» (es decir, incluso hasta la muerte), ya que «No hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (Jn 15, 13). Hay que advertir que, como se deduce claramente del Nuevo Testamento, siempre por boca de Cristo, todos, pecadores o no, son hijos muy amados de Dios y por amigos debe entenderse a todos, incluidos los «enemigos». Por otro lado, el propio Jesús, agonizando, ruega desde la cruz para que sus perseguidores sean perdonados. Según los evangelistas Mateo y Lucas, Cristo habría afirmado claramente: «Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y odiarás a tu enemigo. [3 - El precepto de odiar al enemigo no aparece en el Antiguo Testamento, al menos tal cual. Tal vez sea una remisión de Jesús al citado salmo 139, 21, expresado de una forma fuerte, en contraposición a su orden muy fuerte de amar al enemigo.] Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, rogad por vuestros perseguidores, porque sois hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos»;[4 - Mt 5, 43-45: Aquí queda claro que, según Jesús, la justicia divina no está en este mundo, lugar de la libertad del hombre de amar y de odiar, es decir, de seguir o no la voluntad del Padre del Cielo. Por tanto, no tiene sentido para un cristiano sorprenderse ante Dios porque a menudo los malvados triunfan y los justos son humillados. Pero todo cristiano ha recibido de Jesús la orden precisa de buscar la justicia en esta tierra y debe obedecerla, aunque nunca será posible conseguir un mundo perfecto, debido precisamente a la libertad dada al hombre para pecar, en su débil carnalidad (por cierto, este es el tema de fondo de mi novela histórica El juez y las brujas, Tektime, 2017). Por otro lado, el mismo Cristo, justo perfecto que ha predicado el amor y la justicia absoluta, sufre la suerte de la cruz: sin Resurrección, el mundo del hombre no tendría sentido. He tratado el argumento de la Resurrección en La vita eterna, saggio sull’immortalità tra Dio e l’uomo, Prospettiva Editrice, 2003.] «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian. Bendecid a los que os maldicen, rogad por lo que os maltratan».[5 - Lc 6, 27-28.] Solo en la plenitud de los tiempos de la que habla el Nuevo Testamento, con Cristo, se llega a la revelación final de Dios con la enseñanza de que no basta con no hacer el mal, sino que hay que comportarse como en la famosa parábola, como el buen samaritano con el hebreo herido por los ladrones (hebreos y samaritanos eran adversarios), que tiene que socorrer al prójimo y además amar al enemigo, si se quiere ser cristiano.

No era «No hacer el mal» el principio cristiano que el padre Matteo Ricci había llevado a China, sino «Haced el bien y hacédselo también a los enemigos, considerando a todos los seres humanos, incluso a los que están socialmente más abajo, como hijos iguales de Dios y hermanos de Jesús», actitud esta seguramente alejada de la cultura china, y de la nuestra, en la que han vuelto a contar los roles sociales y no la persona en sí: el concepto de persona nace con el cristianismo.[6 - «Durante los primeros siglos de la era cristiana, la asamblea de los cristianos a la que, con Cristo al frente, se le suele llamar Iglesia, combate el absolutismo del estado romano, rechazando que la persona se defina por su dimensión pública. Pero está claro que tampoco en ese tiempo los cristianos rechazaban la autoridad estatal. La convivencia civil es para ellos algo natural: es necesario que la sociedad esté organizada, pero quien la manda no debe pretender, como hace el emperador, tener un poder absoluto, sin límites trascendentes. Es muy significativo que, entre 124 y 177, un grupo de cristianos, llamados los apologistas, Cuadrado, Arístides, Justino, Atenágoras o Melitón y desde 180 hasta los primeros años del siglo III, Teófilo, Tertuliano o Minucio Félix, escriba, con algunos dirigiéndose directamente a los emperadores, pidieron valerosamente libertad para los individuos y para el pueblo y, en particular, la exención de la obligación del culto al dios-emperador: es la idea de una sociedad, organizada, sí, pero que consiente la libertad de pensamiento y de expresión. Todos estos escritores no solo se esfuerzan por responder punto por punto a las críticas de los paganos, sino incluso por presentar, con muchos años de anticipación de lo que ocurrirá con el emperador Constantino, al cristianismo como garante religioso de la unidad del imperio. Sin embargo, se puede anticipar que, si bien hacia el inicio del siglo IV el imperio se hizo cristiano, el absolutismo no va a caer, sino que va a usar al cristianismo como ideología para reforzar su imperio. También los emperadores cristianos, sobre todo los del Oriente, tienden a darse un valor absoluto, contra las posturas de los cristianos que defienden la libertad de la conciencia personal. Tendrá que producirse la caída del Imperio de Occidente para que el pensamiento humanista cristiano se imponga completamente. El hombre para los cristianos es persona en cuanto hijo del Creador y no porque tenga cierta posición social bajo un poder, privado del límite de Dios: el poder político es para el hombre, no el hombre para el poder. Jesús dijo: “Quien quiera ser rey, que sirva a los demás”. El desaparecido mundo grecorromano, a pesar de que muchos hoy lo idealizan en este sentido, no resultaba dar al individuo su verdadero valor. Esta cultura, permeada de filosofía griega, separaba la búsqueda de Dios de la historia, e incluso consideraba a la historia, la sociedad, la materia, indignas de Dios y de la chispa divina presente en el hombre. La Iglesia, desde el principio, actúa en el tiempo de la sociedad, donde la persona, ya aquí, experimenta a Dios, según la Palabra encarnada en la historia en lo que San Pablo llama la plenitud de los tiempos: Dios ha revelado, encarnándose, la tarea y el Fin último (el propio Dios) del ser humano (…) Desde los primeros tiempos de la Iglesia, a partir del ejemplo de Cristo, trata de construir, en la medida de lo posible, un mundo mejor. Todo verdadero cristiano ejercita una completa humanidad en sus relaciones con otros, eligiendo construir el bien según su propia buena conciencia. En el mundo grecorromano solo unos pocos elegidos esperaban, con ayuda de la filosofía, elevarse al Ser, huyendo de la despreciada materia. Para los demás, la vida estaba condicionada por poderes innumerables y caprichosos, dioses y demonios, tiránicos, como el poder político. Con el cristianismo, que afirma que Dios ama a todos y quiere salvar a todos los que lo deseen, que la vida en el mundo visible es un bien, porque es una prueba libre de elevación a Dios, la magia se pulveriza y entran en todos, no solo en unos pocos elegidos, el principio de lo sagrado y la Esperanza. Desaparece el ciego destino. Finalmente, la posición del hombre sobre la tierra tiene sentido para cada uno, las buenas obras sirven para sublimar para el Fin último, la alegría en Dios, alegría que en parte ya está aquí si se actúa de buena fe: es algo felizmente nuevo, antes inesperado. Ha nacido el concepto cristiano de persona. Esta palabra indicaba hasta entonces, en sentido estricto, la máscara del actor y hoy podríamos decir sociológicamente que el papel social: en un extremo del elenco el dios-emperador, en el otro, el esclavo y en medio diversas posiciones sociales, apreciadas más o menos o nada: las personas se estiman o desestiman, no por su valor intrínseco, sino solo por su papel social. Por ejemplo, si una persona altruista e inteligente caía en la esclavitud, a la sociedad no le importaban nada sus cualidades, como mucho las apreciaba el amo porque le servía mejor. Con el cristianismo ya no es así. San Pablo dice claramente que no hay ya griegos ni judíos, ni libres ni esclavos, ni hombres ni mujeres. No tienen todavía fuerza política para abolir la esclavitud, sino que los cristianos son despreciados y perseguidos, pero el principio es muy claro y todo verdadero cristiano trata el esclavo que encuentra como hermano en Dios. En cuanto a las mujeres, San Pablo les pide que no hablen en la asamblea, pero se trata de prudencia, si no de necesidad, porque la sociedad de la época es todavía tan antifeminista que se arriesgaban a que las asambleas cristianas se vaciaran: la Iglesia, o por mejor decir, su cabeza, Jesús, quiere que los seres humanos se santifiquen, pero sabe que se dirige a personas normalmente colmadas de defectos y considera, por tanto, la prudencia (¡no la vileza!) como una virtud. Por tanto, finalmente, persona significa el sujeto humano que tiene un valor absoluto por ser hijo de Dios, creado a su imagen espiritual sobre el modelo del Adán perfecto y hermano Jesucristo. Antes que nada en este mundo está la persona dotada de conciencia libre y nadie delante de Dios, ni, por tanto, delante de sus hermanos en Cristo es superior a otro: como han evidenciado los historiadores y teólogos más atentos, entre ellos Luigi Negri, la humanidad debe al cristianismo este concepto de persona. Para poder elegir el bien, el sujeto humano debe ser libre, sin coacciones por parte de un Estado absoluto, en el sentido de privado del límite de Dios y para el que solo cuentan los papeles sociales. Los muchos mártires cristianos no aceptan la muerte por fanatismo, sino para testimoniar la libertad de elegir a Dios y rechazar el culto al emperador. Pero Cristo dijo claramente que, en el mundo, y por tanto en la Iglesia, habrá siempre grano y grama. Por tanto, la historia del cristianismo incluirá por dos milenios espléndidos ejemplos por una parte y actos negativos, en ciertos casos llegando a la atrocidad, por otra. He escrito ejemplos y actos y, de hecho, es necesario precisar que en el cristianismo el bien y el mal, el grano y la grama, conciernen a la conciencia de la persona y que, por tanto, pueden incluso ejercerse actos dañinos de buena fe. Más o menos en el segundo milenio, los actos dañinos o incluso atroces, serán, como es sabido, cada vez graves y extendidos, hasta la edad barroca y, en algunos lugares, como en España, llegando hasta la Revolución Francesa. [Extracto del ensayo de Guido Pagliarino, La volontà di coscienza, saggio storico-sociale]] En el mismo capítulo, un poco más adelante, Pietro Citati afirma que el éxito del padre Ricci y los suyos fue escaso porque los chinos no veían diferencias esenciales entre lo Alto y lo bajo, mientras que los misioneros cristianos creían en un Dios trascendente. Cuidado: los cristianos creían y creen en un Dios encarnado en Jesús, un hombre verdadero. Por el contrario, son los hebreos y los mahometanos los que creen en la sola trascendencia de Dios y también los testigos de Jehová y otros similares: para estos últimos, Jesús no es Dios coeterno y consustancial al Padre, sino que es solo el primero de los creados.[7 - Muchos piensan que los testigos de Jehová son una iglesia cristiana, pero en su momento la Unión de las Iglesias Cristianas Evangélicas no quiso admitir a su iglesia en su organización, porque no la juzgaba cristiana, pues los testigos de Jehová no creen en la divinidad de Jesús, aunque lo honren por considerarlo un mandato de Jehová. Si se les pudiera definir como cristianos, también lo serían los creyentes islámicos, puesto que también para ellos Jesús es un personaje venerado, el profeta que anuncia la venida de Mahoma, pero no es Dios eterno no creado, pero, con razón, nadie los llama cristianos. Bueno, al menos para evitar equívocos, que se defina como cristiano solo quien crea que Jesús es también Dios. No creemos confusiones con los calificativos.]



«Por qué no podemos no calificarnos como cristianos»



Creo que si todavía estuviera entre nosotros el agnóstico Croce vacilaría, él y su breve ensayo «Por qué no podemos no calificarnos como cristianos» (cristianos en sentido cultural), él que, en polémica con Bertrand Russell, a su vez no creyente, no expresaba opiniones superficiales y consideraba la civilización y la ética occidentales fruto, en parte notable, del cristianismo, de ese cristianismo que no se estudia. En su momento, el teólogo francés M. D. Chenu ha escrito, en la argumentación de la segunda edición de La teología como ciencia en el siglo XII:[8 - Segunda edición en italiano, La teologia del XII secolo; Milán, Biblioteca di cultura medievale, Jaca Book, 1999.] «Si tuviera que rehacer esta obra, prestaría mucha mayor atención a la historia de las artes, la literatura y todas las bellas artes, porque no son solo ilustraciones estéticas, sinos verdaderas expresiones teológicas». Dándole la vuelta: hay hoy en día personas que no saben reconocer el tema de una pintura religiosa, aunque sea elemental, que creen que caridad significa limosna, no amor a Dios y al prójimo y hay quienes piensan que el amor cristiano es un hecho sentimental, no fruto de la buena voluntad y que, por tanto, no hay culpa en no amar al prójimo. Hay…

Si estáis entre los bautizados que han dejado de estudiar el cristianismo desde niños, desde el catecismo para la primera comunión o incluso, no siendo cristianos, no sabéis lo que dicen periódicos y televisiones; peor aún: si solo lo habéis conocido por obras como el Diccionario filosófico de Voltaire y si pensáis que antes de hablar en una discusión es mejor conocer, al menos básicamente, algo de los argumentos sobre sus fundamentos históricos… ¿ya os he aburrido?

Si no os apetece seguir, tranquilos: libertad, ante todo. Aun así, ya sabéis que no tengo intención de convertir a nadie y tampoco sería capaz: es cristiano responder (en lo poco que se cree saber) a quien quiere saber, no imponer. Dios es también libertad absoluta y nos ha creado libres. No hay que confundir el catecismo con el estudio del cristianismo: el primero es para el creyente que desea profundizar en su fe, el segundo es indispensable para la cultura de todos.

Si os apetece, os aseguro que no os haré perder mucho tiempo. Tal vez ni siquiera os aburra. Este es un breve ensayo de alguien que, como tantos, tenía en la cabeza solo algunas astillas del cristianismo, que lo consideraba una fantasía y lo había abandonado por cosas que consideraba más serias, de alguien que se desconectó durante muchos años, quedando privado de esta parte esencial de la cultura occidental.

Así que intento dirigirme a no creyentes y a creyentes y, entre estos, de modo particular a quienes desde niños no han profundizado más y muchas veces se callan delante de las ínfulas anticristianas de ciertos intelectuales que, para empezar, saben realmente poco y mal del verdadero cristianismo. Naturalmente, esta breve obra será solo un pequeño paso: hay que conocer más para llegar a un conocimiento suficiente. Para vosotros y para mí, «la investigación no tiene fin», como escribía el que considero el más grande de los teóricos de la ciencia, Karl R. Popper.

Dado que, obviamente, me referiré sobre todo a documentos históricos cristianos, que algunos denuncian por «ser parciales», en primer lugar, explicaré por qué se trata de un prejuicio.




Capítulo II

A PROPÓSITO DE LOS DOCUMENTOS HISTÓRICOS CRISTIANOS


A propósito de los documentos cristianos, ya desde los libros del Nuevo Testamento, no es justo ni racional alimentar espontáneamente una menor confianza en ellos que en las fuentes históricas no cristianas: además, se considera que para los hechos narrativos unos y otros están esencialmente de acuerdo. La buena fe de los autores debe admitirse siempre, salvo prueba en contrario, es decir, el eventual descubrimiento de pruebas opuestas convincentes. Por ejemplo, ningún documento ha demostrado que sea falso el libro de San Lucas de los Hechos de los Apóstoles y, por tanto, es correcto pensar que la vida de la primera Iglesia se desarrollara, sustancialmente, como dice el autor.[9 - Puede ser interesante saber que los Hechos de los Apóstoles parecen constituir la segunda parte de una sola obra, de la cual la primera se transmitió como el Evangelio de San Lucas. Según Luciano Canfora, esta idea no se ve afectada por el hecho de que tengamos un proemio dedicado a un tal Teófilo (tal vez, añado, un personaje simbólico para indicar a cualquier amante de Dios, es decir, cualquier creyente): el proemio al principio de los Hechos de los Apóstoles, afirma este estudioso, es «según la práctica de la historiografía helenística (Polibio, Diodoro, etc.), un enlace entre el libro precedente y el siguiente», mientras que «el proemio que leemos al principio del Evangelio de San Lucas (es decir, el primero de los dos libros) se refiere a ambos libros», cfr. Luciano Canfora, Storia della Letteratura greca, pp. 657 y ss.] Además, si se asumiera la postura contraria, no habría ningún testimonio de la historia antigua, ya que todas las fuentes relativas son apologías, predispuestas hacia una parte, como saben los historiadores. Para los autores antiguos importaba sobre todo destacar la figura de la persona que era protagonista de un acontecimiento. En ciertos casos se trataba además de memoriales de los propios protagonistas, como los dos libros de Julio César sobre la guerra de las Galias y la guerra civil, que nadie puede excluir como fuentes históricas. Ponerse de un lado no significa, por sí mismo, tener mala fe, inventarse las cosas. Por otro lado, incluso en la historia más reciente cabe la manipulación, la mala fe, por ejemplo, montando un documental de tal manera que se cambia la cronología de los acontecimientos, pero también en estos casos se debe demostrar que el autor miente. No sería una actitud cultural, sino visceral, presuponer la mala fe de los autores cristianos solo porque no se acepta el cristianismo. Hay que advertir además que las copias de documentos neotestamentarios en nuestro poder, al ser las más antiguas de los siglos II y III, son las más cercanas en el tiempo a los hechos que narran con respecto a todas los hasta ahora descubiertas: de los originales, aparte de los documentos arqueológicos, no queda nada. Por ejemplo, el códice más antiguo relativo a Virgilio, el Veronensis, que contiene fragmentos de las Bucólicas, de las Geórgicas y de la Eneida, es solo del siglo IV; cinco siglos separan a Tito Livio de la copias más antiguas de que nos han llegado; cerca de novecientos años separan la época de César de las transcripciones más antiguas que nos han llegado de sus libros y hay casi mil quinientos años de distancia temporal entre Aristófanes y Sófocles y los manuscritos más antiguos de sus obras en nuestro poder. Además, los documentos neotestamentarios son bastante más numerosos: se han encontrado cerca de cinco mil. De entre estos, el más antiguo es el P52 Rylands, un fragmento de los años 120/130, de cerca de 6 centímetros por 9, que contiene algunos versículos del Evangelio de San Juan:[10 - Exactamente de Jn. 18, 31-33 y 37-38.] así que lo separan unos 90/100 años de los acontecimientos narrados. Poseemos además algunos fragmentos escritos en torno al año 200, como el papiro P64 Magdalena (aunque este podría ser más antiguo: ver más adelante), el P65 Bodmer y P67 Fondazione San Luca. Del siglo III y menos incompleto, tenemos el P45 Chester-Beatty, compuesto por una treintena de pequeñas hojas que contienen largos fragmentos y capítulos enteros de los Evangelios. Todos los manuscritos citados son papiros, [11 - La letra P con la que se designan indica precisamente que se trata de un documento sobre papiro y el número da el orden de descubrimiento.] un soporte no muy caro, pero fácilmente deteriorable. Los documentos que permanecen más completos se escribieron desde el siglo IV sobre un más resistente pergamino, cuando a la Iglesia, en tiempos de Constantino, se pudo permitir acumular bienes y, por tanto, entre otras cosas, proveerse con regularidad de esta base de escritura más cara. Entre otros documentos, y de gran valor para la investigación, poseemos, del siglo IV, el Vaticanus, que contiene casi toda la Biblia y el Sinaiticus, con el Nuevo testamento prácticamente completo, mientras que las hojas del Antiguo se han perdido en su mayor parte. Del siglo V y todavía más importante, porque reproduce todo el Testamento, tenemos, siempre entre otros, el Alexandrinus del Museo Británico, el Codex Ephraemi de la Biblioteca Nacional de París y el Códice de Beza de Cambridge (en latín además de en griego).

Es verdad que algunos fragmentos neotestamentarios se han datado todavía más próximos a los hechos, concretamente al hecho de Jesús, documentos considerados por algunos estudiosos de en torno a la mitad del siglo I.

Sobre todo, un fragmento clasificado como 7Q5, que contiene trece cartas todavía legibles, en varios renglones, que pertenecerían al capítulo 6, versículos 52-54 del Evangelio de San Marcos, los cuales, completos, dicen «… porque no habían comprendido el hecho de los panes, al estar su corazón endurecido. – Al acabar la travesía llegaron a Genesaret y atracaron allí. Apenas desembarcaron, la gente lo reconoció». Para empezar, en 1972, José O’ Callaghan sugirió que esta coincidencia y también que otro fragmento recuperado, el 7Q4, se referiría al Nuevo Testamento y exactamente que se tratara de letras de la Primera Epístola de San Pablo a Timoteo, capítulo 4, versículo 1: esta segunda hipótesis ha sido contestada casi unánimemente, pero, según el estudioso y docente Harald Riesenfeld, luterano bultmaniano convertido al catolicismo, el fragmento incluiría realmente letras de la Primera Epístola de San Pablo a Timoteo, 4, 1, que, en su totalidad dice: «El Espíritu afirma claramente que en los últimos tiempos habrá algunos que renegarán de su fe, para entregarse a espíritus seductores y doctrinas demoníacas». También la hipótesis sobre el 7Q5 ha sido contestada por algunos, pero asimismo ha recibido la aprobación de no pocos estudiosos. El 7Q4 y el 7Q5 forman parte de los manuscritos del Mar Muerto, encontrados en unas grutas en Qumrán entre 1947 y 1955 y guardados en Jerusalén y son, en orden de recuperación, el cuarto y quinto documento descubiertos en la séptima gruta, gruta-custodia cerrada, como otras en la zona, para proteger de los romanos esos y otros escritos, antes del 68. Este es el año de la aniquilación de Qumrán por parte de la legión Fretensis, tras la revuelta hebrea que habría llevado en el año 70 a la destrucción de Jerusalén y su templo.

Además, tenemos tres fragmentos, que son parte del ya citado papiro P64, guardado en colegio universitario Magdalen, descubiertos en Egipto a finales del siglo XIX por Charles Bousfield Huleatt y que muestran seguramente frases del Evangelio de San Mateo, capítulo 26, versículos del 6 al 16, en los que se describe la unción de Jesús en casa del leproso Simón y la traición de Judas Iscariote. Según el investigador Carsten Peter Thiede, los fragmentos P64 Magdalen se escribieron entre el año 40 y el 70. Pero para este documento no hay, como en el 7Q4 y el /7Q5, un hecho bien datado, como la destrucción de Qumrán: como ya he indicado, otros investigadores establecieron en su momento, en el año 1950, que el P64 Magdalen era de finales del siglo II.[12 - Fuentes: C. P. Thiede y Matthew D’Ancona, Testimone oculare di Gesú; AA.VV., Il Cristianesimo questo sconosciuto; Michel Quesnel, La storia dei Vangeli; y, para la noticia del códice relativo a Virgilio, Sebastiano Saglimbeni, «Sulle Bucoliche virgiliane e i luoghi della natura», en la revista Le Muse, 1, 2002, A.G.A.R Editrice.]




Capítulo III

SOBRE LA RESURRECCIÓN


Es natural empezar con Jesús crucificado y, para los creyentes, resucitado: como desgraciadamente no todos, ni siquiera todos los cristianos, saben con claridad, el cristianismo se funda en realidad esencialmente a partir de la resurrección de Cristo. No sobre los diez mandamientos, como se oye tantas veces, incluso a algún cristiano desinformado: sobre Jesús resucitado. No, aunque menos imprecisamente, sobre el ama a Dios y ama y sirve al prójimo, incluido el enemigo. Hay no creyentes que aceptan este principio y tratan de ponerlo en práctica. Como veremos con más detalle, según el cristianismo[13 - Más exactamente, para el cristianismo católico, tras el Concilio Vaticano II, ya que hay protestantes que lo niegan, e incluso algunos católicos, entre los integristas, que no ven favorablemente este concilio.] también ellos están en Dios, aunque para ellos Jesús es solo un hombre que enseña y aplica este mandamiento nuevo, «un hombre entre los mejores, si no el mejor», como he oído decir a una persona justa y atea, «y de quien se puede, por tanto, tratar de seguir su ejemplo». Sí, pero Jesús dice ser «el camino, la verdad y la vida», se proclama expresamente Dios-Hijo de Dios y, si no lo fuera, se trataría de un loco o de un gran embustero: sería un hombre irrelevante, no el mejor de los hombres. Para que sea el mejor debe ser también Dios y puedo ahora decir más exactamente que el cristianismo se basa en Cristo, que, resucitando, demuestra ser Dios y que todo lo que ha dicho y hecho viene de Dios.



Nada se crea, nada se destruye



En su Diccionario filosófico, Voltaire se burla de la idea de la resurrección del cuerpo, que para los cristianos es un dogma. Da el ejemplo de los muertos en la guerra, cuyos cadáveres son sepultados en el campo de batalla. Sobre sus despojos, con el tiempo, crecen plantas, se cultivan y recolectan mieses que adquieren la materia de los cadáveres. Pájaros y seres humanos se alimentan de esos frutos, y además los segundos de la carne de esos animales, adquiriendo así en sus cuerpos las moléculas de otros seres humanos difuntos. ¿Cómo van a resucitar los cuerpos si su materia pertenece a más personas?, concluye sustancialmente, burlándose, el gran filósofo.

Hay que precisar qué entiende por cuerpo resucitado el cristiano (si conoce el Nuevo testamento). En contra de lo que pensaba Voltaire, no se refiere a nuestras moléculas. San Pablo, en la Primera Epístola a los Corintios,[14 - 1 Cor 15, 39-49: al ser parte del Nuevo Testamento, para los creyentes es Palabra de Dios.] dice claramente que, a imitación del de Jesús resucitado, nuestro cuerpo resucitará de otra manera, de forma gloriosa espiritual y, en concreto, que nuestro cuerpo animal-material y además psíquico al estar dotado de razón-yo, se transformará en cuerpo glorioso y pneumático (espiritual) eterno. Lo dice después de haber antepuesto una alegoría, la de que si se siembra un grano y nace una espiga, la cual es en cierto modo esa semilla, pero, en sentido estricto, ya no es el grano, que se ha marchitado: ninguno de los de la espiga es el grano sembrado, sino, de una nueva forma gloriosa, esa espiga entera es la semilla marchitada.[15 - Hablo más a fondo de esto en La vita eterna – Saggio sull’immortalità tra Dio e l’uomo, Prospettiva Editrice, 2003, escrito en 1998 y ya publicado por mí mismo, por primera vez en e-book MS Reader nel 2001, bajo el título L’eterno corpo umano.]

Por tanto, es mejor no estudiar el cristianismo con el Diccionario filosófico de Voltaire, quien, evidentemente, al burlarse de la resurrección basándose en el principio del nada se crea y nada se destruye, no conocía el Nuevo Testamento. Todavía hoy se oye decir que, ante los descubrimientos de la ciencia, el dogma de la resurrección de Cristo ya no es sostenible. Por el contrario, la química y la física no cuentan, no tiene ninguna importancia que la materia del cuerpo de un sepultado acabe en la de una planta o que los seres humanos coman sus frutos e incorporen esa materia: para el cristianismo, lo que resucita es nuestra persona en forma sublime y gloriosa espiritual, es algo que tiene que ver con lo Trascendente que no se puede conocer: Jesús, para quien cree en los Evangelios, al presentarse resucitado a los apóstoles, entra en un lugar cerrado, pasa, por decirlo así, a través de las paredes, algo que sería irreconciliable con el principio de la impenetrabilidad de los cuerpos si el Resucitado trascendente estuviera hecho de materia inmanente. ¿Cómo puede ser trascendente la materia? El cristiano tiene la curiosidad de experimentarlo cuando sea el momento. Por ahora, tiene lo que dice San Pablo y lo que afirma la Primera Epístola de San Juan: [16 - 1 Jn 3,2.] «Desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es».




Capítulo IV

SOBRE LA HISTORICIDAD DE JESÚS



Saduceos, fariseos, escribas

En los Evangelios se habla a menudo de saduceos, fariseos y escribas, que se relacionan con Cristo, como enemigos, hasta conseguir del procurador de Roma, Poncio Pilatos, su condena a muerte. Puede ser oportuno, antes de proseguir, explicar estas figuras.

Se llaman saduceos a los pertenecientes a familias sacerdotales, junto a sus apoyos laicos. Se proclaman los herederos de las tradiciones saduceas, es decir de los descendientes del antiguo sacerdote Sadoq o Saduq, que vivió antes del exilio de Babilonia: de ahí su nombre. Constituían una minoría noble y rica durante el periodo del segundo templo, construido por Herodes el Grande, llegando a su culminación a partir del año 20 a. de C., una época que concluirá con la destrucción de Jerusalén y el mismo templo en el año 70. Los saduceos aceptaban el valor vinculante de la ley de Moisés y los libros sagrados más antiguos, seguramente todo el Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio); no consideraban palabra de Dios los libros más recientes, desde los siglos II-I a. de C., como el Segundo de los Macabeos (por otra parte rechazado, junto al más antiguo Primero de los Macabeos, por todos los hebreos) y el libro de la Sabiduría, libro de mano farisea, en el que aparece la creencia en la resurrección al final de los tiempos. Los saduceos piensan, como los hebreos más antiguos, que todo acaba con la muerte. Tal vez también por esta idea, se rebajan a pactar con los dominadores romanos, con el objetivo concreto de defender sus intereses terrenales, los únicos reales, según ellos. Sostienen convencidos el libre albedrío y se oponen teológicamente a los fariseos, que esperan la resurrección de los cuerpos y son providencialistas hasta el punto de que parte de ellos cree en la más estricta predestinación. Los fariseos aparecen en el siglo II a. de C. como una facción política y religiosa de «separados» (perushim en hebreo, pharisàion en griego). Se consideran una élite con respecto a los numerosos no observantes, ya sea por falta de voluntad o por ignorancia, a los que llaman con desprecio «pueblo de la tierra», es decir, personas materiales destinadas a no resucitar. Se oponen desde el principio a la clase sacerdotal en el poder, helenizada, a la que podemos llamar los saduceos. Durante la guerra hebrea librada contra el rey Alejandro Janneo, muy sangrienta, decenas de millares de fariseos mueren en batalla y el soberano hace crucificar a 50.000 prisioneros, lo que es apoyado por los saduceos, que habían llegado a un compromiso político con él. Muerto el rey, su viuda, por temor, busca la paz y llama a la corte también a los fariseos, confiándoles las reglas de la observancia, junto a los sacerdotes colaboracionistas saduceos. De la oposición original entre saduceos y fariseos se llega por tanto a una alianza, aunque no siempre estable, para defender sus intereses comunes. Parte de los fariseos entra junto a los saduceos en el sanedrín, una especie de senado y tribunal religioso-político, que condenará a Jesús, aunque sin poder convertirse en sacerdotes, por razones de nacimiento. Pero en las ceremonias del templo son los fariseos los que establecen el comportamiento, también en lo que se refiere a los sumos sacerdotes. Los fariseos se dividen en muchas corrientes, siete principales, que se agrupan en dos grandes escuelas llamadas: de Shammai, que acepta con muchas reticencias el proselitismo entre los no hebreos, y de Hillel, que quiere el mayor número posible de prosélitos de origen pagano y facilita lo más posible las conversiones, incluso a costa eventualmente de normas de observancia consideradas demasiado duras para los gentiles. Los segundos no están muy distanciados de la mentalidad de Jesús. A diferencia de los saduceos colaboracionistas, los fariseos son hostiles a los romanos, pero se trata de una oposición despreocupada y sin manifestaciones externas; sin embargo, los que giran en torno al templo y el sanedrín, sustancialmente colaboraban con los ocupantes. Los escribas, por fin, tienen a su vez una posición particularmente importante, unidos y en parte integrados en el sacerdocio. En los tiempos de Jesús eran fariseos o aliados de los fariseos, a los que en cualquier caso se unían en su afán minucioso por cumplir con la Torah.[17 - En conjunto, los libros sagrados hebreos constituyen el Tanak, del que la Torá es la Ley (los cinco libros del Pentateuco cristiano); los Nevi'im, los Profetas; los Ketuvim, los escritos. En la época de Jesús, son aceptados sin excepciones los libros de la Torá, mientras que los demás libros son admitidos o no, en todo o en parte, según la corriente religiosa. El canon hebreo solo se fijará hacia el 85-90 d. de C. por la academia de Iamnia (o Jabné), entonces dirigida por el rabino fariseo Gamaliel II (nieto del gran Gamaliel I, maestro de Saulo-Pablo antes de su conversión). La academia había logrado la dirección de judaísmo después de la destrucción de Jerusalén y el templo en el año 70 por parte de Roma y el fin del sacerdocio saduceo.] Durante el exilio, y por tanto muchos siglos antes, habían conservado el patrimonio literario religioso israelita, convirtiéndose luego en los depositarios oficiales de las antiguas tradiciones de los padres, muy respetadas y entrando así parte de ellos en el sanedrín. Eran laicos y, al menos en teoría, podían ser de cualquier estrato social, ascendiendo gracias al estudio, lo mismo que pasaba con los fariseos y a diferencia de los saduceos que eran tales por razones hereditarias. Lucas define a los escribas como doctores de la ley porque se dirige a los gentiles y no quiere que estos los entiendan como simples secretarios escribanos. Saduceos, fariseos y escribas constituían entonces, y desde hacía tiempo, la élite político-religiosa en Israel durante la predicación de Cristo. Este era un grave peligro para su poder, como veremos en el siguiente parágrafo, así que decidieron quitárselo de en medio.


Causas y entorno de las acusaciones contra Jesús

Según el Evangelio de San Juan,[18 - Jn 18, 12-24.] en cuanto Jesús fue arrestado, es conducido ante Anás, suegro del sumo sacerdote Caifás y Anás lo interroga. En los otros evangelios no hay mención del interrogatorio ante este. Este episodio descrito por Juan tiene naturaleza teológica, pero no se puede excluir que tenga cierta naturaleza histórica.

El encuentro con Anás no es un proceso judicial. Este había sido sumo sacerdote entre el año 6 y el 15 y tenía todavía una grandísima influencia moral, pero ya no era el jefe del templo ni del tribunal del sanedrín. Después de él y antes de su descendiente Caifás, habían sido sumos sacerdotes todos sus hijos: un asunto de familia. Anás queda como una especie de gran anciano, una eminencia gris, pero ya no era un personaje oficial con poder político y jurídico personales y era todavía un consejero escuchado, como todos los antiguos sumos sacerdotes y miembros del sanedrín. Quien ha sido sumo sacerdote continúa teniendo el título, como hoy en Italia a los expresidentes de la república se les sigue llamando «presidente». Por eso en los evangelios encontramos muchas veces la expresión «los sumos sacerdotes», en lugar de «el sumo sacerdote y sus predecesores». En Anás hay voluntad de saber con quién se está enfrentando. En el interrogatorio, el tema central es «ser discípulo» según la «doctrina» (didachê) de Jesús, según su «enseñanza» (didáskein). Se puede suponer que Anás quiera saber también si existe una doctrina más profunda, secreta, no manifestada al pueblo, pero Jesús le responde de hecho: «He hablado al mundo en público, he enseñado (didáskõ) en la sinagoga y en el templo donde se reúnen todos los judíos y no he dicho nada en secreto». Ese «hablar» de Jesús en el original griego es «laleîn», que, en lenguaje público es una palabra que indica revelación divina a través de profetas o de ángeles o de visiones, en absoluto es la Palabra-Verbo de Dios. Jesús ha enseñado en el lugar central del judaísmo, el templo. Allí y en la sinagoga ha hablado «abiertamente»: por tanto, no es una doctrina religiosa para adeptos que, tal vez, si solo se hubiera tratado de esto, no habría preocupado mucho a los sacerdotes, como no les preocupaba excesivamente la fanática, pero aislada, secta esenia, sino que se trata de un estilo de vida para todo Israel, y luego para el mundo entero, con sus más que posibles implicaciones de orden político. La bofetada que recibe Jesús del sirviente de Anás, siempre según el Evangelio de San Juan, es el símbolo de rechazo indignado de la revelación de Cristo, que, para Anás, es impía. Pero Anás también ha visto un peligro político y, por eso, manda a Jesús inmediatamente al poder jurídico-político-religioso del sanedrín para que sea procesado. A diferencia de los demás evangelistas, Juan omite este proceso. ¿Por qué no habla de él? Es verdad que lo conoce y ha entendido su significado. El hecho es que, como ya hemos aludido, Juan considera el coloquio con Anás y luego en el tribunal romano de acuerdo con la teología y con ironía, en vez de históricamente: el que para él es condenado realmente es el pueblo hebreo que no acepta el cristianismo y, para este evangelista, juzgar significa condenarse a sí mismo diciendo «no» a la Revelación que trae Cristo. Jesús es el juez delante del cual el pueblo (o, mejor dicho, los presentes que eligen rechazar a Jesús) se autocondena. La misma muerte en la cruz de Cristo es para Juan el juicio divino sobre el mundo, palabra que, para él, con algunas excepciones, coincide con el pecado. No le interesa que Jesús haya sido históricamente condenado, pues teológicamente es exactamente lo contrario y así se ve en el único proceso que describe, el que se produce delante de Pilatos.

Entretanto, veamos algo del proceso delante del sanedrín, acudiendo a los evangelios de San Mateo, San Marcos y San Lucas (llamados sinópticos, porque tienen varias partes casi coincidentes).

¿Por qué Cristo es acusado y condenado por el sanedrín?

Sobre todo, por su distinta mentalidad.

Jesús cura también en sábado, cuando está prohibido desarrollar ni siquiera la más mínima actividad física, y, además, muchas veces, en la sinagoga. Metafóricamente, Cristo quita el demonio de la enfermedad: para los hebreos, toda enfermedad, no solo la locura y la epilepsia, la causa un demonio. Según Lucas,[19 - Lc 13, 10 -17.] cuando Jesús cura a una mujer encorvada, que no conseguía ponerse erguida, el jefe de la sinagoga se indigna: «Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la multitud: “Los días de trabajo son seis; venid durante esos días para haceros curar y no el sábado”». Jesús es tratado como un curandero, como un hechicero y se le dice sustancialmente que, si quiere ejercer su profesión de charlatán, lo haga en los otros seis días de la semana, como sus iguales. Por tanto, una de las acusaciones que los jefes religiosos y políticos lanzan a Cristo es precisamente la de trabajar en sábado, blasfemando así contra Dios. Entonces, y resulta inaudito, Jesús afirma públicamente que «el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado» y se declara al respecto «Señor del sábado», es decir, Dios mismo, lo que es absolutamente escandaloso para la mentalidad de sus adversarios.

Según el cristianismo, Cristo es una sola persona con dos naturalezas, divina y humana: en el Evangelio de San Marcos es particularmente evidente la humanidad real de Jesús, podríamos decir en cierto sentido la carnalidad y los contrastes son tan vívidos con la de sus enemigos. En el capítulo 1, versículos 14 y 15, leemos: «Después que Juan fue arrestado, [20 - Se trata de San Juan Bautista, pariente de Jesús y su precursor, no del apóstol homónimo.] Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en la Buena Nueva”».[21 - Es decir, la «buena nueva» de la salvación eterna.] Ese «Convertíos y creed en la Buena Nueva» es lo esencial del mensaje: «cambiad de mentalidad». Poco después,[22 - Mc 1, 16-20.] el evangelista nos hace entender bien qué significa cambiar de mentalidad: los pescadores Simón y Andrés, llamados por Jesús, abandonan sus redes y lo siguen y lo mismo ocurre inmediatamente después con Santiago y Juan, socios en los negocios de los primos. Para los discípulos de Cristo, cambiar de mentalidad es sustancialmente adherirse en todo a él, aceptarlo como la luz de todos. Podemos entender cuánto miedo generaba esto a los jefes de Israel, los hombres del templo y el sanedrín, que querían ser los guías del pueblo. Además, Jesús es «alguien que tiene autoridad», como nos dicen los evangelios. En el capítulo 1, versículos 21-28, Marcos describe la curación de un hombre poseído por un espíritu impuro que ha tratado de revolverse contra Jesús, pero calla y sale de esa persona en cuanto Cristo lo amenaza imponiéndole exactamente: «¡Calla! ¡Y sal de este hombre!»;[23 - Mc 1, 25-27] «Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: “¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad, da órdenes a los espíritus impuros y estos le obedecen!”». La misión de Jesús tiene como objetivo la aniquilación de lo que es impuro: en el corazón, no según la mentalidad farisea y saducea de una impureza externa, material, derivada, por ejemplo, de haber tocado un cadáver o de haber entrado en la casa de un gentil. En Mateo, Cristo dice a la multitud, en particular a propósito de los alimentos impuros como la carne de cerdo o los peces sin escamas, pero también en un sentido general: «Lo que mancha al hombre no es lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella».[24 - Mt 15, 10-20.] Igualmente, en Marcos.[25 - Mc 7, 14-23.] Son los propósitos malvados que vienen del corazón los que vuelven impuros, es decir, los pecados, las decisiones con la mala intención de hacer el mal. Según las enseñanzas de Cristo, la ruina de lo que es verdaderamente impuro, del pecado, es libertad para el hombre. Pecar es esclavitud y también aplaudirlo es esclavitud. Es precisamente esa servidumbre, inadvertida porque no han cambiado de mentalidad, la que crean por sí solos y para sí los líderes de Israel y los que les rodean: sienten amenazados por Cristo su admiración por la multitud y su poder. Jesús, hombre verdaderamente libre, debe elegir delante del poder constituido y de la ley formalista que sostiene el sistema, esta presunta «ley de Dios», abarrotada de preceptos humanos que abanderan los jefes de Israel. Para Jesús es muy arriesgado, y él se da cuenta.[26 - Se puede suponer que precisamente por ese motivo San Marcos lo presenta cuando se enoja en una situación que no parece irritante a primera vista: cuando en el capítulo 1, versículos 40-45, encuentra al leproso y lo cura, encontramos: «Jesús, conmovido» (pero, en algunos manuscritos más antiguos y, por tanto, cabe suponer que más fieles a la predicación apostólica, está escrito «Jesús se irritó») «extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Sea, queda sano”» (Mc 1, 41). Después, en el versículo 43 leemos: «advirtiéndole severamente» (en otros manuscritos dice «hablándole con mucha dureza» o «se enfadó») «Lo despidió y le dijo: “No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio”» El Jesús de Marcos es aquel que solo con querer puede, por gracia divina inmediata, pero se presenta en cada ocasión, como hemos dicho, con su humanidad concreta y al ver a esa persona que sufre, espontánea e inmediatamente la ayuda, pero, a la vez, se da cuenta de que está actuando contra las normas de la pureza y de que se está arriesgando: haber quebrantado la ley podría obstaculizar gravemente su misión. Por eso se preocupa. Incluso con dureza, como si estuviera además enfadado, hace que el leproso le obedezca al ordenarle que calle y haga que lo vean los sacerdotes como prescribe la ley y también para que el sanado, por supuesto, pueda volver a moverse de nuevo libremente, pero asimismo con el objetivo de no dar pretextos a sus adversarios. Inútilmente, porque seguirán pronto nuevos enfrentamientos con los jefes de Israel, como se refiere en el capítulo 2 del mismo Evangelio.] Cristo ha elegido al hombre y no hay ley que lo contenga cuando esté de por medio el ser humano hijo de Dios. Por tanto, afronta las situaciones que derivan de haber infringido, y continuar infringiendo, las normas. Llega además a lo que para la ley mosaica es una absoluta blasfemia; perdonar los pecados. Así es, por ejemplo, en la curación del paralítico, al cual, antes de sanarlo, le dice: «Hijo, tus pecados te son perdonados».[27 - Mc 2, 5.] Ese hijo lo dice, no el hombre, sino el Dios, Padre de todos, «Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: “¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?”». En la comunidad religiosa hebrea, según el pensamiento dominante fariseo, los pecadores, incluidos por este solo hecho los que servían al poder de Roma (mientras que los fariseos y los saduceos consideraban que se servían de ella) debían mantenerse a distancia. Jesús elige como discípulo a un impuro, un pecador, Leví Mateo, recaudador de impuestos para los ocupantes romanos y se sienta a la mesa con él y otros pecadores. Naturalmente, recibe una estupefacta reprobación de los escribas de la secta de los fariseos que pasan por ahí: «Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos. Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: “¿Por qué come con publicanos y pecadores?”».[28 - Mc 2, 15-16.] No le hablan directamente, pues se debían sentir menospreciados, pero lo dejan caer. «Jesús, que había oído, les dijo: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”».[29 - Mc 2, 17.] Cristo no afirma que los publicanos sean justos. No equipara justos y pecadores. En cierto modo, al decir que llama a los pecadores se pone en la posición de los fariseos, que consideran a esas personas alejadas de Dios, pero, con fuerza y autoridad, Jesús se opone al sistema del aislamiento de los pescadores defendido por los escribas y los demás líderes, al sistema de falta de perdón, y estos se escandalizan. Llegan así nuevos reproches a Jesús, tanto de fariseos como de miembros de la facción de Juan el Bautista: lo reprueban porque come en vez de hacer ayuno como está prescrito para los días de cualquier norma formal de pureza.[30 - Mc 2, 18-22.] Esta vez Jesús lo dice con absoluta claridad, en bloque, que lo viejo está rasgado como ropa vetusta y está tan raído como los otros consumidos, que estos están a punto de romperse a la luz de lo nuevo que él lleva, del vino nuevo que será la sangre que ha de verter, la Salvación gracias a la muerte y resurrección del propio Cristo: dice que la viejas normas rituales están totalmente obsoletas y que del Antiguo Testamento queda lo esencial, que ha de verse y matizarse de acuerdo con el Nuevo que él porta. ¡Podemos figurarnos cómo podían entenderlo los jefes del pueblo, que basaban todo su poder en las normas!

El evangelista Lucas analiza sintéticamente la distinta mentalidad en el capítulo 11, versículos 37-53 y análogamente, en un entorno distinto, es decir, en una plaza, leemos en Mateo 23, 1-39.

En Lucas, invitan a Jesús a comer, junto a doctores de la ley, en casa de un fariseo, después de haber hablado ya muchas veces contra la mentalidad farisaica y saducea. Se puede suponer que querían conocerlo mejor, para entender lo grande que era la aversión de Jesús hacia ellos. Cristo, en su absoluta libertad, sin remordimiento, les complace plenamente, definiéndolos como sepulcros blanqueados, llenos de podredumbre y copas limpias por fuera, pero sucias por dentro:



«Un fariseo lo invitó a cenar a su casa. Jesús entró y se sentó a la mesa. El fariseo extrañó de que no se lavara antes de comer. Pero el Señor le dijo: “¡Así son ustedes, los fariseos! Purifican por fuera la copa y el plato, y por dentro están llenos de voracidad y perfidia. ¡Insensatos! El que hizo lo de afuera, ¿no hizo también lo de adentro? Dad más bien como limosna lo que tenéis y todo será puro. Pero ¡ay de vosotros, fariseos, que pagáis el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidáis la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, porque os gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas! ¡Ay de vosotros, porque sois como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!”. Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: “Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros”. Él le respondió: “¡Ay de vosotros también, porque imponéis a los demás cargas insoportables, pero vosotros no las tocáis ni siquiera con un dedo! ¡Ay de vosotros, que construís los sepulcros de los profetas, a quienes vuestros mismos padres han matado! Así os convertís en testigos y aprobáis los actos de vuestros padres: ellos los mataron y vosotros les construís sepulcros. Por eso la Sabiduría de Dios ha dicho: Yo les enviaré profetas y apóstoles: matarán y perseguirán a muchos de ellos. Así se pedirá cuenta a esta generación de la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la creación del mundo: desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado entre el altar y el santuario. Sí, os aseguro que a esta generación se le pedirá cuenta de todo esto. ¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, porque os habéis apoderado de la llave de la ciencia! ¡No habéis entrado y se lo impedís a los que quieren entrar”».


La afirmación de Jesús: «Dad (…) como limosna lo que tenéis y todo será puro» debe entenderse, no a través de los siervos, sino personalmente, y es revolucionaria en ese entorno, donde acercarse a los necesitados se considera impuro: dar limosna no tiene aquí solo el significado de compasión, sino también el de obras de bien material, incluso ensuciándose si hace falta. Jesús no se opone en conjunto a las prácticas farisaicas, pero sí a la costumbre de descuidar mandamientos esenciales y dar un peso excesivo a los secundarios, como por ejemplo lavarse al menos veinte veces al día manos y brazos hasta los codos, despreciando al que no lo haga. El fariseo le había reprochado, al inicio de la comida, precisamente porque no había realizado las abluciones: evidentemente, Jesús lo había hecho a propósito, para provocar lo que sucedió a continuación. Los fariseos no llegan ni a rozar los sepulcros, porque piensan que eso les haría impuros ante Dios y Cristo, en respuesta, los define como esos mismos sepulcros. Los escribas se consideran los portavoces de la sabiduría de Dios y Jesús los define como hipócritas que cargan pesos insoportables sobre otros y, personalmente, cuando no los ven, no los cargan. Además, llama a todos los presentes hijos de asesinos de profetas, también en esto hipócritas, porque, metafóricamente, esconden esos restos mortales en sepulcros que han construido ellos mismos, elogiando así las enseñanzas de esos profetas a los que, en realidad, no siguen. Cuanto Jesús condena en ellos es, por tanto, más que suficiente como para considerar a los presentes todavía más enemigos. De hecho, olvidan las obligadas buenas maneras y, como añade Lucas, «Cuando Jesús salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo, exigiéndole respuesta sobre muchas cosas y tendiéndole trampas para sorprenderlo en alguna afirmación que saliera de su boca».

Quien mantiene las formas, en la mentalidad habitual en ese tiempo en Israel, es considerado un justo, un puro y además un santo y, según los líderes y su grupo, todos los demás son pecadores.

Jesús se enfrenta a ellos. Ciertas disputas que tienen entre ellos pierden importancia en ese caso y se agrupan en contra de él.

Hay que añadir que tienen otras grandes querellas. En Palestina, durante los años de Jesús, hay de hecho fuerzas que podrían comprometer la estabilidad del poder judaico establecido, es decir, los zelotas y los falsos profetas.

Los zelotas (zelotes) son personajes antiguos, aparecen en el siglo II a. de C. en respuesta a las tentativas de los reyes macedonios de helenizar Israel. Son defensores a ultranza de la ley mosaica, no pertenecientes a un grupo concreto, sino compuestos por los que de hecho se comportan como fanáticos. Durante la insurrección del siglo II a. de C. contra Antíoco IV Epifanio, el rey extranjero que quería helenizar a los hebreos y llevarlos a la apostasía, en un sábado, un grupo de zelotes insurrectos se hace matar por los enemigos antes que empuñar las armas en el día sagrado dedicado a Dios y al reposo. Los jefes de la revuelta, Matatías y sus hijos, los macabeos, deciden llegar a un acuerdo: observar el sábado no atacando ese día, pero defenderse en caso de un ataque enemigo. Las victorias dan la razón a su política, pero los zelotes y todos los que se consideran observantes estrictos (hasidim) siguen decepcionados, de lo que deriva una separación que lleva a la aparición de la secta de los fariseos. Son acontecimientos narrados en los libros 1 y 2 de los Macabeos, el primero en hebreo, tal vez de impronta saducea, y el segundo en griego, teológico y que en parte incluye los mismos hechos y es de mano farisea. [31 - Son aceptados por los cristianos católicos, pero rechazados, no solo por hebreos, sino también por los cristianos protestantes.]

Los partisanos antirromanos del tiempo de Cristo asumen el nombre de los antiguos zelotas. También en los años de Jesús se escriben otros dos libros sobre los Macabeos, 3 y 4, que pudieron ser de origen zelota o de personas cercanas a ese entorno, pero son considerados apócrifos por todos.

Los zelotas operan tendiendo emboscadas a pelotones romanos, robando provisiones de los ocupantes, haciendo sabotajes, parte de ellos matando a traición con la sica, una espada corta, de donde deriva el nombre de sicarios. Al contrario de la situación unas décadas después, los zelotas todavía no tienen la posibilidad de levantar la insurrección que desean, pero despiertan fuertes preocupaciones entre saduceos y fariseos, que temen por el mantenimiento de su poder a causa de desórdenes, dado que nominación del gran sacerdote y sus colaboradores es, de hecho, aunque no oficialmente, acordada con el gobernador romano y Roma pretende que los hombres del sanedrín del templo contribuyan a mantener el orden.

Como se ha dicho, además de los zelotas existía para los jefes de Israel el problema de los falsos profetas que podían «confundir al pueblo».

Jesús es un profeta. A su vez, se le ve como un profeta sedicente, un agitador, un curandero profesional, pero bastante más poderoso, a diferencia de los demás, porque habla con autoridad, sabe hacer que le obedezcan y le siguen grandes multitudes: aunque solo sea por ese entusiasmo, que desaparecerá con el arresto de Jesús, pero entretanto les da miedo. Los verdaderos discípulos de Cristo, que han elegido cambiar de mentalidad siguiendo las enseñanzas del amor de Jesús, son pocos (incluso en su momento lo dejarán solo tras su arresto) pero esto no lo saben los sacerdotes: lo que más les asombra es la multitud que le alaba, desbordante incluso cuando llega a Jerusalén, multitud a la que se dirige Cristo denunciando en un tono muy duro el modo de pensar y el comportamiento de los jefes de Israel. Estos temen además que los zelotas podrían estar de su parte.

Jesús, a quien el pueblo reconoce como hijo de David, como Mesías, se inscribe en la tradición de la espera del rey Ungido por Dios y, además, de la misericordia de Dios hacia los pecadores: frente a la distinta tradición teológica, bastante dura, admitida por los hombres del templo, por la cual la ley debe cumplirse al pie de la letra por derivar de un pacto con Dios y por la cual los jefes de Israel son los sacerdotes, que deben hacer respetar la ley, y no un rey. En realidad, en esta ley incluyen muchísimas normas que no son Palabra de Dios.



Conviene, para comprender las cosas más a fondo, explicar un poco mejor las dos líneas teológicas del Israel más antiguo, dos versiones distintas de la relación con el Creador. Para una, había habido una alianza entre Dios y el pueblo. A cambio de su obediencia, el Creador se obligaba a proteger a los hebreos. Por tanto, la salvación del pueblo dependía de la observación estricta de la ley de Dios comunicada a Moisés, comenzando por las formas de culto, que una clase especializada, la de los sacerdotes, debía hacer respetar. En tiempos de Jesús, esta es también la opinión de los saduceos y sus aliados, los fariseos, aunque para los primeros la salvación se refiere al pueblo en la historia y para los segundos también a la salvación individual eterna. Se trata de una línea completamente minoritaria. Para la otra línea teológica, la de la gran mayoría de los hebreos en tiempos de Jesús, Dios en un cierto momento habría elegido y ungido a un rey, un cristo (un ungido, precisamente, según el término griego christòs) como representante de todo el pueblo y ese habría sido David, prometiéndole protección personal y ayuda a su descendencia. La salvación del pueblo venía del recuerdo de esta promesa de Dios y de su intervención en la historia, a pesar de los pecados de Israel, a través de un mesías (siempre ungido, pero al estilo hebreo), descendiente de David, al final de los tiempos antiguos, que debía fundar el nuevo reino milenario. Las dos líneas coexistían, entre los hombres en el poder, en el periodo precedente al exilio de Babilonia, pero, tras la vuelta a Palestina en el siglo V a. de C., con el rey reducido a un vasallo de soberanos extranjeros, primero había prevalecido y luego había triunfado la primera versión, la que giraba en torno a sus sacerdotes.


Se puede pensar que los sacerdotes y su grupo tenían realmente miedo a que Jesús quisiera y consiguiera hacerse rey con el apoyo del pueblo, pero no ocupar el lugar del César, como luego dirán a Pilatos, es decir, echando a los romanos de Palestina, sino llegando a un acuerdo con Roma y derrocando al sanedrín. El poder romano no vacila en cambiar a un rey fantoche cuando le conviene y los romanos podrían, cuando lo juzgaran útil para la tranquilidad social, sustituir con un fiel rey-tetrarca al procurador del emperador y gobernador de la región de Judea o incluso a todos los tetrarcas entonces reinantes en las demás tierras de Israel, igual que al procurador romano, con un rey único sometido al emperador, bien visto por la población, como había pasado con Herodes el Grande, que había tenido un gran poder sobre la clase sacerdotal, llegando a hacer matar a sacerdotes que se le oponían, al tiempo que conseguía tener suficiente apoyo popular.[32 - Al principio, había sido bastante abusivo con los tributos. Eso produjo descontento al pueblo. Temiendo una rebelión, Herodes el Grande había entonces disminuido los impuestos en un tercio. A continuación, para granjearse el favor de sus súbditos, había reconstruido, magnífico, el templo de Jerusalén, afirmando que los impuestos servían para ese fin. Además, con el fin de resarcirse, al menos en parte, había saqueado la riquísima tumba de David.]

Además, los jefes judíos sienten seguramente que les ataca un enorme odio personal por Jesús, que no es algo secundario en su decisión de procesarlo. Según los Evangelios, a duras penas evitan arrestarlo muchas veces, pensando que la multitud estaba con él: hasta que Judas no lo traiciona, con «nocturnidad», lo que significa en pecado, pero también en secreto, no encuentran la ocasión oportuna.

Advirtamos que esa gente antigua no conocía la separación moderna entre política y religión: se trataba de la misma cosa y los romanos pretendían una lealtad total político-religiosa hacia el imperio.



El proceso ante el sanedrín



Jesús, considerado por tanto por el sanedrín como una amenaza tanto política como religiosa, es detestado personalmente, se encuentra prisionero y acusado en el primero de los procesos que sufre, el que se realiza delante del centro del poder judío: el sanedrín.

Según el evangelista Mateo, en la noche del arresto, Jesús es conducido inmediatamente al palacio de Caifás, que es una parte o tal vez es contiguo al de Anás. Allí encuentra ya reunidos a los escribas y ancianos que componen el sanedrín. Si entre ellos se sienta Anás, pueden ser históricas las preguntas que estos dirigen a Cristo y que encontramos en Juan, aunque estas no se realicen en su casa, sino en algo parecido. Para Marcos, se reúnen solo después de la llegada de Jesús: tal vez sus enemigos no estaban demasiado seguros de que se produjera la operación de arresto.

Un par de días antes había habido un tumulto en la ciudad. Marcos escribe: «Había en la cárcel (en la cárcel romana, N. del A.) uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante un tumulto».[33 - Mc 15, 7.] Lucas usa sedición, una palabra más grave: «Lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio».[34 - Lc 23, 19.] Barrabás era uno de los líderes, como se deduce de la definición «prisionero famoso» en Mateo 27, 16 y del hecho de que es arrestado durante esos desórdenes.[35 - Es curioso saber que, basándose en algunos textos antiguos, su nombre completo es Joshua Bar'abbã, que es en español Jesús (o Josué), hijo del padre (o, mejor dicho, del papá). Se puede suponer que se llamaba hijos del padre, de un padre, a los hijos ilegítimos. La omisión del nombre de Jesús, por otro lado muy común entre los hebreos, por parte de sucesivos copistas puede haber tenido el fin de no escandalizar provocando una combinación insolente y una ironía involuntaria, dado que el Hijo del Padre por excelencia es Jesucristo. A propósito de la famosísima liberación de Barrabás por parte del gobernador a solicitud del pueblo, de la cual solo habla el Evangelio, y suponiendo que fuera histórica y no solo simbólica, teniendo en cuenta la política y la personalidad de Pilatos, se puede suponer, aunque no haya documentos, que cuando libera a este peligroso líder zelota, lo hace sabiendo ya cómo volver a capturarlo o incluso que, para no crear posteriores desórdenes, el gobernador lo hace seguir y matar secretamente por sicarios.] Podemos pensar que Caifás y los suyos habrían aprovechado los tumultos, que hubieran acordado inmediatamente después con el apóstol traidor Judas Iscariote cómo arrestar más fácilmente a Jesús, con el fin concreto de condenarlo y, como el sanedrín no podía dictar sentencia, presentarlo rápidamente a Poncio Pilaros como el líder de una rebelión religioso-política, de la cual el tumulto había sido el inicio, para así conseguir la condena a la cruz y con una clamorosa motivación romana. Además, se puede suponer que querían conseguir una ventaja secundaria al mostrarse como fieles defensores del orden romano, porque así se corroboraba su poder, que irradia de Roma. Por tanto, el proceso del sanedrín era algo urgente y por esto los ancianos y los escribas se reúnen a una hora insólita y durante la semana de la Pascua hebrea, en la que, normalmente, no se celebran procesos.

Han buscado testigos contra él, sin duda falsos, según Mateo, mientras que para Marcos se trata sencillamente de una búsqueda de testigos: Mateo quiere subrayar de inmediato la doblez del sanedrín, pero cayendo en una especie de contradicción, al buscar y hacer hablar a testigos falsos, primero se los prepara bien, mientras que estos no consiguen crear nada jurídicamente válido contra Jesús. Según las prácticas judiciales hebreas, los testigos deben ser escuchados independientemente uno de otro, sin que se oigan entre ellos y sus testimonios deben coincidir para ser considerados dignos de confianza. El significado de lo que refiere Marcos: «Muchos de hecho testificaban en falso contra él y por eso sus testimonios no concordaban» se puede leer exactamente al contrario: que no siendo concordantes sus testimonios, debían considerarse falsos. Tal vez los sacerdotes y los fariseos no tuvieran tan mala fe como para crear anticipadamente un proceso falso. Se podría considerar que, para ellos, las motivaciones de la condena lo sean realmente y que su problema sea realmente conseguir demostrarlas según la ley, de la cual se consideran custodios.

Para Lucas, el proceso se realiza en los locales del sanedrín y sus miembros se reúnen solo para las tareas diarias.



Las diferencias a este respecto entre los evangelistas no son sustanciales. El palacio de Anás y Caifás linda con el templo, así como con la sede del sanedrín. Como veremos mejor más adelante, los Evangelios no son actas de los acontecimientos, sino noticias contadas por escrito algunas décadas después y transmitidas antes oralmente, por lo que son inevitables algunas discordancias secundarias. Que el proceso haya tenido lugar en la sede del sanedrín o en la casa de Caifás no tiene ninguna importancia real, lo que importa en todo es que los miembros del sanedrín estaban presentes.


Entretanto, Jesús se encontraba en prisión, objeto de burlas y de golpes por parte de los hombres que lo custodiaban.[36 - Lc 22, 63-65.] Lo habían vendado y le habían dicho: «Adivina quién te ha pegado» y le habían lanzado muchos insultos.

Lucas no habla de testigos.

En Mateo se presentan «finalmente» dos testigos que afirman, se puede suponer que, según las reglas, uno independientemente del otro: «Este hombre dijo: “Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días”».[37 - Mt 26, 61.] En este caso, la acusación puede ser de nigromancia, castigada con la muerte como se deduce de Levítico 20, 27. El evangelista no dice que caen en contradicción. Pero sí lo dice Marcos:[38 - Mc 14, 57-59.] algunos se levantan para hablar: «“Nosotros lo hemos oído decir: ‘Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre’” Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones». Para los testigos de Mateo, Jesús afirma que puede hacerlo, para los de Marco, que promete hacerlo. No concordando tampoco estos testimonios, Caifás pide explicaciones a Jesús: «¿No respondes nada? ¿Qué testimonian estos contra ti?» Se puede pensar que pretenda decir: «¿Solo has dicho que puedes hacerlo o han prometido hacerlo?» Jesús no responde nada,[39 - Mc 14, 60 y ss. y Mt 26, 62 y ss.] no explica al sanedrín que se había referido simbólicamente, o bien a la resurrección de su cuerpo, o bien a la Iglesia que habría sustituido a su cuerpo. La acusación del sanedrín se basa en la profecía que Jesús había hecho de la futura destrucción del templo por parte de Roma en el año 70, que los testigos debían haber oído por otros y tergiversado. En Marcos, Cristo solo había dicho a uno de sus discípulos, pero públicamente: «¿Ves esa gran construcción? De todo esto no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido»[40 - Mc 13, 2.] y, de forma similar en Mateo[41 - Mt 24, 2.] y en Lucas[42 - Lc 21, 6.]; en Juan, después de haber expulsado a los mercaderes del templo, los judíos presentes le piden una señal que atestigüe su derecho a hacer estas cosas. Jesús responde: «Destruid este templo y en tres días lo volveré a levantar».[43 - Jn 2, 19.] En este caso, hay un doble significado: en el primer sentido, es un desafío concreto a los judíos y, en el segundo, el sentido teológico de la resurrección de su cuerpo. Jesús esencialmente solo ha profetizado la destrucción del templo, ciertamente no por él, pero sabemos que las noticias pueden ser solo de oídas y además que, manipulándolas, se modifican y generan más versiones similares, pero no idénticas.

Veamos la conclusión de este proceso.

Una vez desaparecida la esperanza de poder condenar a Jesús gracias a los testigos, a Caifás no lo queda más que una pregunta, motivada por el hecho de que durante su vida pública Cristo se ha proclamado señor del sábado y ha perdonado pecados (una blasfemia):

En Marcos: «¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito?».[44 - Mc 14, 62.].

En Mateo, Caifás pide a Jesús que responda, bajo juramento: «Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios».[45 - Mt, 26, 63.]

Jesús responde inmediatamente: «Yo lo soy» o, mejor, «YO SOY», que es la definición misma de Dios y afirmando



«… y veréis al hijo del hombre

sentarse a la derecha del Todopoderoso – (es decir, de Dios – N. del A.)

y venir sobre las nubes del cielo – (Cielo es uno de los sobrenombres de Dios – N. del A.).[46 - Cita sintetizado el Salmo 110, 1: « Dijo el Señor a mi Señor: / “Siéntate a mi derecha, / mientras yo pongo a tus enemigos / como estrado de tus pies”» y la profecía de Daniel 7, 13-14: « Yo estaba mirando, en las visiones nocturnas / y vi que venía sobre las nubes del cielo / como un Hijo de hombre / él avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta él / Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino / y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. / Su dominio es un dominio eterno / que no pasará, y su reino no será destruido nunca».]


En Lucas,[47 - Lc 22, 67-70.] que, como sabemos, ha omitido los testimonios inútiles, el sanedrín pide inmediatamente al acusado: «Dinos si eres el Mesías». Aquí Jesús dice algo antes: «Si os respondo, no me creeréis y si os interrogo, no me responderéis». Luego proclama: «Pero en adelante, el Hijo del hombre se sentará a la derecha de Dios todopoderoso». Entonces le preguntan: «¿Entonces eres el Hijo de Dios?»

Advirtamos que Lucas distingue mejor que Mateo y Marcos entre Cristo e Hijo de Dios: primero le han preguntado a Jesús si se proclama el Mesías, que para los hebreos es un hombre con un enorme carisma, pero solo un hombre, no Dios. A la respuesta de Jesús de ser Dios, le piden que lo repita, como si dijeran: ¿Pero ahora además te proclamas Dios?

Jesús responde: «Vosotros mismos lo decís: yo lo soy». También aquí «YO SOY».

En este punto no hacen falta más testimonios contra Jesús.

Según la ley, no ilegalmente, Jesús es condenado a Muerte: por blasfemia muy grave, tanto que Caifás se rasga las vestiduras. Leemos en Mateo: «Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: “Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece?”. Respondieron: “Merece la muerte”. Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo golpeaban, diciéndole: “Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó”».[48 - Mt 26, 65-68.]

Si los acuerdos con Roma lo hubieran consentido, Cristo habría sido lapidado, pero en ese periodo los hebreos no podían condenar a muerte.[49 - Salvo en lo que se refiere a la lapidación de adúlteras, que se trata como un asunto privado que a los invasores no parece interesarles.]



El proceso ante Poncio Pilatos



El sanedrín tenía que hacer que los romanos crucificaran a Jesús y para ello era necesario conseguir del procurador Poncio Pilatos una sentencia que se basara en la ley de Roma. Con esta intención lo conducen y lo acusan delante de él.

Acudamos a Juan.[50 - Jn 18, 28-38.] Se entiende, por la pregunta directa de Pilatos a Cristo: «¿Eres tú el rey de los judíos?» y de la afirmación: «… los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos», que el sanedrín ha acusado esencialmente a Jesús de ser el líder político y religioso de los autonomistas y que el gobernador quiere entenderlo bien, antes de aceptar inmediatamente la acusación. El calificativo de «malhechor» dado a Cristo al presentarlo a Pilatos, tiene el sentido romano de activista político-religioso contra el emperador.



«Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. Pilatos salió adonde estaban y les preguntó: “¿Qué acusación traéis contra este hombre?” Ellos respondieron: “Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado”. Pilatos les dijo: “Tomadlo y juzgadlo vosotros mismos, según la ley que tenéis”. Los judíos le dijeron: “A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie”. Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. Pilatos volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le respondió: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?” Pilatos explicó: “¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?” Jesús respondió: “Mi reino no está en este mundo. Si mi reino estuviera en este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí”. Pilatos le dijo: “¿Entonces tú eres rey? Jesús respondió: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz”. Pilatos le preguntó: “¿Qué es la verdad?” Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: “Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo”».






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notes



1


Pietro Citati, La luz de la noche: Los grandes mitos en la historia del mundo.




2


Los primeros tres mandamientos se refieren a la actitud del hombre hacia Dios.




3


El precepto de odiar al enemigo no aparece en el Antiguo Testamento, al menos tal cual. Tal vez sea una remisión de Jesús al citado salmo 139, 21, expresado de una forma fuerte, en contraposición a su orden muy fuerte de amar al enemigo.




4


Mt 5, 43-45: Aquí queda claro que, según Jesús, la justicia divina no está en este mundo, lugar de la libertad del hombre de amar y de odiar, es decir, de seguir o no la voluntad del Padre del Cielo. Por tanto, no tiene sentido para un cristiano sorprenderse ante Dios porque a menudo los malvados triunfan y los justos son humillados. Pero todo cristiano ha recibido de Jesús la orden precisa de buscar la justicia en esta tierra y debe obedecerla, aunque nunca será posible conseguir un mundo perfecto, debido precisamente a la libertad dada al hombre para pecar, en su débil carnalidad (por cierto, este es el tema de fondo de mi novela histórica El juez y las brujas, Tektime, 2017). Por otro lado, el mismo Cristo, justo perfecto que ha predicado el amor y la justicia absoluta, sufre la suerte de la cruz: sin Resurrección, el mundo del hombre no tendría sentido. He tratado el argumento de la Resurrección en La vita eterna, saggio sull’immortalità tra Dio e l’uomo, Prospettiva Editrice, 2003.




5


Lc 6, 27-28.




6


«Durante los primeros siglos de la era cristiana, la asamblea de los cristianos a la que, con Cristo al frente, se le suele llamar Iglesia, combate el absolutismo del estado romano, rechazando que la persona se defina por su dimensión pública. Pero está claro que tampoco en ese tiempo los cristianos rechazaban la autoridad estatal. La convivencia civil es para ellos algo natural: es necesario que la sociedad esté organizada, pero quien la manda no debe pretender, como hace el emperador, tener un poder absoluto, sin límites trascendentes. Es muy significativo que, entre 124 y 177, un grupo de cristianos, llamados los apologistas, Cuadrado, Arístides, Justino, Atenágoras o Melitón y desde 180 hasta los primeros años del siglo III, Teófilo, Tertuliano o Minucio Félix, escriba, con algunos dirigiéndose directamente a los emperadores, pidieron valerosamente libertad para los individuos y para el pueblo y, en particular, la exención de la obligación del culto al dios-emperador: es la idea de una sociedad, organizada, sí, pero que consiente la libertad de pensamiento y de expresión. Todos estos escritores no solo se esfuerzan por responder punto por punto a las críticas de los paganos, sino incluso por presentar, con muchos años de anticipación de lo que ocurrirá con el emperador Constantino, al cristianismo como garante religioso de la unidad del imperio. Sin embargo, se puede anticipar que, si bien hacia el inicio del siglo IV el imperio se hizo cristiano, el absolutismo no va a caer, sino que va a usar al cristianismo como ideología para reforzar su imperio. También los emperadores cristianos, sobre todo los del Oriente, tienden a darse un valor absoluto, contra las posturas de los cristianos que defienden la libertad de la conciencia personal. Tendrá que producirse la caída del Imperio de Occidente para que el pensamiento humanista cristiano se imponga completamente. El hombre para los cristianos es persona en cuanto hijo del Creador y no porque tenga cierta posición social bajo un poder, privado del límite de Dios: el poder político es para el hombre, no el hombre para el poder. Jesús dijo: “Quien quiera ser rey, que sirva a los demás”. El desaparecido mundo grecorromano, a pesar de que muchos hoy lo idealizan en este sentido, no resultaba dar al individuo su verdadero valor. Esta cultura, permeada de filosofía griega, separaba la búsqueda de Dios de la historia, e incluso consideraba a la historia, la sociedad, la materia, indignas de Dios y de la chispa divina presente en el hombre. La Iglesia, desde el principio, actúa en el tiempo de la sociedad, donde la persona, ya aquí, experimenta a Dios, según la Palabra encarnada en la historia en lo que San Pablo llama la plenitud de los tiempos: Dios ha revelado, encarnándose, la tarea y el Fin último (el propio Dios) del ser humano (…) Desde los primeros tiempos de la Iglesia, a partir del ejemplo de Cristo, trata de construir, en la medida de lo posible, un mundo mejor. Todo verdadero cristiano ejercita una completa humanidad en sus relaciones con otros, eligiendo construir el bien según su propia buena conciencia. En el mundo grecorromano solo unos pocos elegidos esperaban, con ayuda de la filosofía, elevarse al Ser, huyendo de la despreciada materia. Para los demás, la vida estaba condicionada por poderes innumerables y caprichosos, dioses y demonios, tiránicos, como el poder político. Con el cristianismo, que afirma que Dios ama a todos y quiere salvar a todos los que lo deseen, que la vida en el mundo visible es un bien, porque es una prueba libre de elevación a Dios, la magia se pulveriza y entran en todos, no solo en unos pocos elegidos, el principio de lo sagrado y la Esperanza. Desaparece el ciego destino. Finalmente, la posición del hombre sobre la tierra tiene sentido para cada uno, las buenas obras sirven para sublimar para el Fin último, la alegría en Dios, alegría que en parte ya está aquí si se actúa de buena fe: es algo felizmente nuevo, antes inesperado. Ha nacido el concepto cristiano de persona. Esta palabra indicaba hasta entonces, en sentido estricto, la máscara del actor y hoy podríamos decir sociológicamente que el papel social: en un extremo del elenco el dios-emperador, en el otro, el esclavo y en medio diversas posiciones sociales, apreciadas más o menos o nada: las personas se estiman o desestiman, no por su valor intrínseco, sino solo por su papel social. Por ejemplo, si una persona altruista e inteligente caía en la esclavitud, a la sociedad no le importaban nada sus cualidades, como mucho las apreciaba el amo porque le servía mejor. Con el cristianismo ya no es así. San Pablo dice claramente que no hay ya griegos ni judíos, ni libres ni esclavos, ni hombres ni mujeres. No tienen todavía fuerza política para abolir la esclavitud, sino que los cristianos son despreciados y perseguidos, pero el principio es muy claro y todo verdadero cristiano trata el esclavo que encuentra como hermano en Dios. En cuanto a las mujeres, San Pablo les pide que no hablen en la asamblea, pero se trata de prudencia, si no de necesidad, porque la sociedad de la época es todavía tan antifeminista que se arriesgaban a que las asambleas cristianas se vaciaran: la Iglesia, o por mejor decir, su cabeza, Jesús, quiere que los seres humanos se santifiquen, pero sabe que se dirige a personas normalmente colmadas de defectos y considera, por tanto, la prudencia (¡no la vileza!) como una virtud. Por tanto, finalmente, persona significa el sujeto humano que tiene un valor absoluto por ser hijo de Dios, creado a su imagen espiritual sobre el modelo del Adán perfecto y hermano Jesucristo. Antes que nada en este mundo está la persona dotada de conciencia libre y nadie delante de Dios, ni, por tanto, delante de sus hermanos en Cristo es superior a otro: como han evidenciado los historiadores y teólogos más atentos, entre ellos Luigi Negri, la humanidad debe al cristianismo este concepto de persona. Para poder elegir el bien, el sujeto humano debe ser libre, sin coacciones por parte de un Estado absoluto, en el sentido de privado del límite de Dios y para el que solo cuentan los papeles sociales. Los muchos mártires cristianos no aceptan la muerte por fanatismo, sino para testimoniar la libertad de elegir a Dios y rechazar el culto al emperador. Pero Cristo dijo claramente que, en el mundo, y por tanto en la Iglesia, habrá siempre grano y grama. Por tanto, la historia del cristianismo incluirá por dos milenios espléndidos ejemplos por una parte y actos negativos, en ciertos casos llegando a la atrocidad, por otra. He escrito ejemplos y actos y, de hecho, es necesario precisar que en el cristianismo el bien y el mal, el grano y la grama, conciernen a la conciencia de la persona y que, por tanto, pueden incluso ejercerse actos dañinos de buena fe. Más o menos en el segundo milenio, los actos dañinos o incluso atroces, serán, como es sabido, cada vez graves y extendidos, hasta la edad barroca y, en algunos lugares, como en España, llegando hasta la Revolución Francesa. [Extracto del ensayo de Guido Pagliarino, La volontà di coscienza, saggio storico-sociale]




7


Muchos piensan que los testigos de Jehová son una iglesia cristiana, pero en su momento la Unión de las Iglesias Cristianas Evangélicas no quiso admitir a su iglesia en su organización, porque no la juzgaba cristiana, pues los testigos de Jehová no creen en la divinidad de Jesús, aunque lo honren por considerarlo un mandato de Jehová. Si se les pudiera definir como cristianos, también lo serían los creyentes islámicos, puesto que también para ellos Jesús es un personaje venerado, el profeta que anuncia la venida de Mahoma, pero no es Dios eterno no creado, pero, con razón, nadie los llama cristianos. Bueno, al menos para evitar equívocos, que se defina como cristiano solo quien crea que Jesús es también Dios. No creemos confusiones con los calificativos.




8


Segunda edición en italiano, La teologia del XII secolo; Milán, Biblioteca di cultura medievale, Jaca Book, 1999.




9


Puede ser interesante saber que los Hechos de los Apóstoles parecen constituir la segunda parte de una sola obra, de la cual la primera se transmitió como el Evangelio de San Lucas. Según Luciano Canfora, esta idea no se ve afectada por el hecho de que tengamos un proemio dedicado a un tal Teófilo (tal vez, añado, un personaje simbólico para indicar a cualquier amante de Dios, es decir, cualquier creyente): el proemio al principio de los Hechos de los Apóstoles, afirma este estudioso, es «según la práctica de la historiografía helenística (Polibio, Diodoro, etc.), un enlace entre el libro precedente y el siguiente», mientras que «el proemio que leemos al principio del Evangelio de San Lucas (es decir, el primero de los dos libros) se refiere a ambos libros», cfr. Luciano Canfora, Storia della Letteratura greca, pp. 657 y ss.




10


Exactamente de Jn. 18, 31-33 y 37-38.




11


La letra P con la que se designan indica precisamente que se trata de un documento sobre papiro y el número da el orden de descubrimiento.




12


Fuentes: C. P. Thiede y Matthew D’Ancona, Testimone oculare di Gesú; AA.VV., Il Cristianesimo questo sconosciuto; Michel Quesnel, La storia dei Vangeli; y, para la noticia del códice relativo a Virgilio, Sebastiano Saglimbeni, «Sulle Bucoliche virgiliane e i luoghi della natura», en la revista Le Muse, 1, 2002, A.G.A.R Editrice.




13


Más exactamente, para el cristianismo católico, tras el Concilio Vaticano II, ya que hay protestantes que lo niegan, e incluso algunos católicos, entre los integristas, que no ven favorablemente este concilio.




14


1 Cor 15, 39-49: al ser parte del Nuevo Testamento, para los creyentes es Palabra de Dios.




15


Hablo más a fondo de esto en La vita eterna – Saggio sull’immortalità tra Dio e l’uomo, Prospettiva Editrice, 2003, escrito en 1998 y ya publicado por mí mismo, por primera vez en e-book MS Reader nel 2001, bajo el título L’eterno corpo umano.




16


1 Jn 3,2.




17


En conjunto, los libros sagrados hebreos constituyen el Tanak, del que la Torá es la Ley (los cinco libros del Pentateuco cristiano); los Nevi'im, los Profetas; los Ketuvim, los escritos. En la época de Jesús, son aceptados sin excepciones los libros de la Torá, mientras que los demás libros son admitidos o no, en todo o en parte, según la corriente religiosa. El canon hebreo solo se fijará hacia el 85-90 d. de C. por la academia de Iamnia (o Jabné), entonces dirigida por el rabino fariseo Gamaliel II (nieto del gran Gamaliel I, maestro de Saulo-Pablo antes de su conversión). La academia había logrado la dirección de judaísmo después de la destrucción de Jerusalén y el templo en el año 70 por parte de Roma y el fin del sacerdocio saduceo.




18


Jn 18, 12-24.




19


Lc 13, 10 -17.




20


Se trata de San Juan Bautista, pariente de Jesús y su precursor, no del apóstol homónimo.




21


Es decir, la «buena nueva» de la salvación eterna.




22


Mc 1, 16-20.




23


Mc 1, 25-27




24


Mt 15, 10-20.




25


Mc 7, 14-23.




26


Se puede suponer que precisamente por ese motivo San Marcos lo presenta cuando se enoja en una situación que no parece irritante a primera vista: cuando en el capítulo 1, versículos 40-45, encuentra al leproso y lo cura, encontramos: «Jesús, conmovido» (pero, en algunos manuscritos más antiguos y, por tanto, cabe suponer que más fieles a la predicación apostólica, está escrito «Jesús se irritó») «extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Sea, queda sano”» (Mc 1, 41). Después, en el versículo 43 leemos: «advirtiéndole severamente» (en otros manuscritos dice «hablándole con mucha dureza» o «se enfadó») «Lo despidió y le dijo: “No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio”» El Jesús de Marcos es aquel que solo con querer puede, por gracia divina inmediata, pero se presenta en cada ocasión, como hemos dicho, con su humanidad concreta y al ver a esa persona que sufre, espontánea e inmediatamente la ayuda, pero, a la vez, se da cuenta de que está actuando contra las normas de la pureza y de que se está arriesgando: haber quebrantado la ley podría obstaculizar gravemente su misión. Por eso se preocupa. Incluso con dureza, como si estuviera además enfadado, hace que el leproso le obedezca al ordenarle que calle y haga que lo vean los sacerdotes como prescribe la ley y también para que el sanado, por supuesto, pueda volver a moverse de nuevo libremente, pero asimismo con el objetivo de no dar pretextos a sus adversarios. Inútilmente, porque seguirán pronto nuevos enfrentamientos con los jefes de Israel, como se refiere en el capítulo 2 del mismo Evangelio.




27


Mc 2, 5.




28


Mc 2, 15-16.




29


Mc 2, 17.




30


Mc 2, 18-22.




31


Son aceptados por los cristianos católicos, pero rechazados, no solo por hebreos, sino también por los cristianos protestantes.




32


Al principio, había sido bastante abusivo con los tributos. Eso produjo descontento al pueblo. Temiendo una rebelión, Herodes el Grande había entonces disminuido los impuestos en un tercio. A continuación, para granjearse el favor de sus súbditos, había reconstruido, magnífico, el templo de Jerusalén, afirmando que los impuestos servían para ese fin. Además, con el fin de resarcirse, al menos en parte, había saqueado la riquísima tumba de David.




33


Mc 15, 7.




34


Lc 23, 19.




35


Es curioso saber que, basándose en algunos textos antiguos, su nombre completo es Joshua Bar'abbã, que es en español Jesús (o Josué), hijo del padre (o, mejor dicho, del papá). Se puede suponer que se llamaba hijos del padre, de un padre, a los hijos ilegítimos. La omisión del nombre de Jesús, por otro lado muy común entre los hebreos, por parte de sucesivos copistas puede haber tenido el fin de no escandalizar provocando una combinación insolente y una ironía involuntaria, dado que el Hijo del Padre por excelencia es Jesucristo. A propósito de la famosísima liberación de Barrabás por parte del gobernador a solicitud del pueblo, de la cual solo habla el Evangelio, y suponiendo que fuera histórica y no solo simbólica, teniendo en cuenta la política y la personalidad de Pilatos, se puede suponer, aunque no haya documentos, que cuando libera a este peligroso líder zelota, lo hace sabiendo ya cómo volver a capturarlo o incluso que, para no crear posteriores desórdenes, el gobernador lo hace seguir y matar secretamente por sicarios.




36


Lc 22, 63-65.




37


Mt 26, 61.




38


Mc 14, 57-59.




39


Mc 14, 60 y ss. y Mt 26, 62 y ss.




40


Mc 13, 2.




41


Mt 24, 2.




42


Lc 21, 6.




43


Jn 2, 19.




44


Mc 14, 62.




45


Mt, 26, 63.




46


Cita sintetizado el Salmo 110, 1: « Dijo el Señor a mi Señor: / “Siéntate a mi derecha, / mientras yo pongo a tus enemigos / como estrado de tus pies”» y la profecía de Daniel 7, 13-14: « Yo estaba mirando, en las visiones nocturnas / y vi que venía sobre las nubes del cielo / como un Hijo de hombre / él avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta él / Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino / y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. / Su dominio es un dominio eterno / que no pasará, y su reino no será destruido nunca».




47


Lc 22, 67-70.




48


Mt 26, 65-68.




49


Salvo en lo que se refiere a la lapidación de adúlteras, que se trata como un asunto privado que a los invasores no parece interesarles.




50


Jn 18, 28-38.



He aquí algunas afirmaciones que el autor ha oído por televisión y en otras ocasiones: «Con seguridad, el budismo es superior: no tiene la ingenuidad del cristianismo»; «¿Cristo? Un mito, como Osiris o Dionisio»; «Jesús es un personaje histórico, pero solo fue un buen rabino»; «El Apocalipsis, como el resto de los Evangelios, se escribió como mínimo en el siglo II o III»; «La estrella de Belén habría quemado el portal; más aún, habría destruido el mundo: ¡Son invenciones cristianas anteriores a Galileo!»: carta de un licenciado en física a un periódico; «¿El bautismo? Un rito mágico-supersticioso»: una voz en la sala en la presentación de un libro; «¿El cristianismo? ¡Mitos repetidos!»: sentencia de un estudiante de ciencias de la comunicación después de haber leído un ensayo sobre mitos y no haber leído nada sobre cristianismo (quién sabe qué doctos artículos escribirá). Podría continuar durante un buen rato. He aquí algunas afirmaciones que el autor ha oído por televisión y en otras ocasiones: «Con seguridad, el budismo es superior: no tiene la ingenuidad del cristianismo»; «¿Cristo? Un mito, como Osiris o Dionisio»; «Jesús es un personaje histórico, pero solo fue un buen rabino»; «El Apocalipsis, como el resto de los Evangelios, se escribió como mínimo en el siglo II o III»; «La estrella de Belén habría quemado el portal; más aún, habría destruido el mundo: ¡Son invenciones cristianas anteriores a Galileo!»: carta de un licenciado en física a un periódico; «¿El bautismo? Un rito mágico-supersticioso»: una voz en la sala en la presentación de un libro; «¿El cristianismo? ¡Mitos repetidos!»: sentencia de un estudiante de ciencias de la comunicación después de haber leído un ensayo sobre mitos y no haber leído nada sobre cristianismo (quién sabe qué doctos artículos escribirá). Podría continuar durante un buen rato. (…) Creo que si todavía estuviera entre nosotros el agnóstico Croce vacilaría, él y su breve ensayo «Por qué no podemos no calificarnos como cristianos» (cristianos en sentido cultural), él que, en polémica con Bertrand Russell, a su vez no creyente, no expresaba opiniones superficiales y consideraba la civilización y la ética occidentales fruto, en parte notable, del cristianismo, de ese cristianismo que no se estudia, pero sobre el que tantas veces se juzga. También el autor, como tantos, tenía en la cabeza solo algunas astillas del cristianismo, pero luego, gracias a encuentros personales y bibliográficos, se ha informado por fin. Pero, si el lector está de acuerdo, está dispuesto a transmitir lo que ha aprendido hasta ahora. No tiene intención de convertir a nadie: es cristiano responder (en lo poco que se cree saber) a quien quiere saber, no imponer. Dios es también libertad absoluta y nos ha creado libres. No hay que confundir el catecismo con el estudio del cristianismo: el primero es para el creyente que desea profundizar en su fe, el segundo es indispensable para la cultura de todos.

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