Книга - Papi Toma Las Riendas

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Papi Toma Las Riendas
Kelly Dawson


Una aprendiz de jinete con síndrome de Tourette. Un director de cuadra sexy que resulta ser su jefe. Una hermana moribunda. Un caballo maltratado. ¿Podrá dejar de lado sus miedos y permitir que este hombre la ame? ¿Puede confiar en que estará a su lado para siempre?

Cuando consigue un trabajo como aprendiz de jinete en un establo de carreras, Bianca está decidida a no dejar que su síndrome de Tourette interfiera en su carrera soñada, y hace todo lo posible por ocultar sus tics ocasionales a su ridículamente apuesto nuevo jefe. Pero Clay Lewis no es un hombre fácil de engañar. Pronto descubre su secreto, y cuando menciona casualmente que debería ser azotada por su engaño, el corazón de Bianca se acelera como nunca antes. Cada día ella se enamora más y más de Clay, pero mientras se esfuerza por impresionarlo en el trabajo, Bianca lucha por lidiar con circunstancias trágicas en su propia vida. Con su hermana pequeña y mejor amiga de toda la vida, incapacitada por un cáncer terminal y cada vez más dependiente de ella, se ve obligada a saltarse comidas y a no dormir. Clay se da cuenta de que el estrés está afectando a Bianca, y cuando ella se derrumba por agotamiento en el establo, sabe que ha llegado el momento de intervenir, pero no como jefe ni como novio. Lo que ella necesita es un papi cariñoso que la consuele cuando esté triste y que le de unas buenas nalgadas por ser una niña traviesa cuando no se cuide adecuadamente. Bianca está encantada con las atenciones que recibe de Clay, y cuando él la toma en sus brazos y la reclama como suya le produce más placer del que jamás hubiera creído posible, pero no puede evitar preguntarse si él permanecerá a su lado incluso cuando sus tics estén en su peor momento. ¿Podrá confiar en Clay lo suficiente como para entregarle su corazón y dejar que su papi tome las riendas? Nota del editor: Papi toma las riendas es una novela independiente que constituye la primera entrada de la serie Papis Nueva Zelanda. Incluye azotes, escenas sexuales y juegos de edad. Si este material le ofende, por favor no compre este libro.







Papi toma las riendas

Por

Kelly Dawson

Copyright © 2016 por Stormy Night Publications y Kelly Dawson


Copyright © 2016 por Stormy Night Publications y Kelly Dawson

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabaciones, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso por escrito del editor.

Publicado por Stormy Night Publications and Design, LLC.

www.StormyNightPublications.com

Dawson, Kelly

Papi toma las riendas

Diseño de portada por Oliviaprodesign

Este libro está destinado sólo a adultos. Los azotes y otras actividades sexuales representadas en este libro son sólo fantasías, destinadas a adultos.




Tabla de Contenido


Derechos de Autor (#uf6beae44-405a-5c20-924b-56d01f44712d)

Derechos de Autor (#u0c680e59-87ac-515a-a5d0-bf374f595c0c)

Capítulo Uno (#u051e31ef-4efc-5dcb-b270-d5f510f8d892)

Capítulo 2 (#u0dec6fa8-c8fe-5e16-a75b-89636eeb7334)

Capítulo 3 (#u5f3cb871-b2cb-5d68-b50e-f859bce04232)

Capítulo cuatro (#u36f36119-29b2-5d5b-9528-3dfdf2e27002)

Capítulo cinco (#ud3ebc400-2f2c-5781-8b93-18896ad6a496)

Capítulo seis (#ued1e7fbb-7a4e-5750-a533-670e52703e41)

Capítulo siete (#uf6102d40-6a26-5c96-bd89-da8fcb070300)

Capítulo ocho (#u474ec7b3-06aa-57a8-b94c-e38ec959aaa4)

Capítulo Nueve (#uc6768914-2098-5ba9-aab9-6c909f8336b6)

Capítulo diez (#u214a4a81-03b1-520c-b3b3-32470d95e9d5)

Capítulo Once (#ubaf7a3a9-0fbe-54b7-b6d1-4feabbaff231)

FIN (#u3480ef98-7d2a-5f5e-859a-001a7c4997f7)














Capítulo Uno







"¡He conseguido el trabajo, Annie!" exclamó Bianca triunfante, dando un puñetazo en el aire, mientras entraba en el salón de la casa de su infancia, donde su hermana estaba sentada en el sillón de cuero La-Z-Boy, con una colorida manta de punto sobre las rodillas, y una revista abierta en la mesita de café a su lado. "Empiezo mañana".

Annie le sonrió. "Me alegro", dijo. "Sabía que lo lograrías".

"Me di cuenta de que el Sr. Lewis, estaba reacio a aceptarme, por ser una chica, pero está dispuesto a darme una oportunidad, a diferencia de los demás establos de los alrededores".

"Harás un buen trabajo, Bee", murmuró Annie. "Tienes un don con los caballos. Recuérdalo. No dejes que tu Tourette te impida seguir tus sueños". Suspiró suavemente y se dejó caer en la silla; el esfuerzo de hablar la había agotado.

"No saben lo de mi Tourette", confesó Bianca.

Annie se incorporó bruscamente. "¿Qué? ¿No se lo has dicho? ¿Por qué no?".

Bianca se encogió de hombros. "Ya sabes cómo es para mí, Annie", dijo. "Nadie se molesta en preguntarme cómo me afecta, simplemente dan por hecho que lo saben, gracias a que los medios de comunicación hablan de esta condición de un modo sensacionalista".

Annie asintió ligeramente. "Supongo que es cierto. Pero tienes que decírselo, Bee. Diles cómo es para ti. Asegúrate de que entiendan tus peculiaridades y de que sepan que puedes ponerte nerviosa. Tal vez no se den cuenta de tus tics, pero Bee, tienes que decírselo". Había urgencia en el tono de Annie, y Bianca sabía que tenía razón. Hacía mucho tiempo que el síndrome de Tourette no interfería en su vida, pero sabía lo fácil y rápido que eso podía cambiar. Suspiró.

"De acuerdo, Annie", aceptó ella. "Se lo diré". Luego sonrió. "Sabes, es curioso. Tú eres la enferma, y sin embargo aquí estás, protegiéndome". Bianca cogió la mano de su hermana y la apretó suavemente. El apretón de Annie era suave; se sentía muy frágil. Pero su sonrisa era cálida.

"Siempre nos hemos protegido la una a la otra, Bee; siempre hemos estado ahí para la otra".

"No sé cómo voy a seguir sin ti, Annie", murmuró Bianca en voz baja, con un tono teñido de tristeza. "Te voy a echar mucho de menos".

"Todavía no estoy muerta, Bee", dijo Annie con determinación. Pero ambas sabían que era sólo cuestión de tiempo: el pronóstico de Annie no era bueno. Le habían diagnosticado un cáncer terminal hacía tres años y, aunque había luchado con valentía, estaba claro que el tiempo se le estaba acabando. Con sólo veinticinco años, quince meses menos que Bianca, Annie era un despojo de su antiguo ser. La que fuera una joven vibrante se había reducido a una estructura esquelética, casi calva por los estragos de una quimioterapia ineficaz, y ahora era incapaz de caminar unos pocos pasos sin que su cuerpo se viera vencido por la debilidad y atormentado por oleadas de náuseas.

Acomodándose en el sofá junto al sillón de Annie, Bianca se estiró y se puso cómoda para pasar la velada con su hermana. Ahora que la enfermedad había progresado tanto y tan rápidamente, a Annie ya no le gustaba estar sola, y su padre, adicto al trabajo, en estos momentos estaría sin duda ahogando sus penas en alcohol en el pub local. Desde que las abandonó cuando eran niñas, su madre había hecho un intento poco entusiasta de volver a sus vidas cuando se enteró de que Annie estaba enferma, pero Bianca había rechazado sus avances. Sólo sentía amargura hacia la mujer que las había abandonado cuando eran niñas, dejándolas con su padre para buscar una nueva vida junto al gurú yogui del que se había hecho amiga, marchándose con él a la India para "encontrarse a sí misma", como le gustaba decir. Bianca no tenía ni idea de si había tenido éxito en su misión, pero sabía que había perdido a sus dos hijas en el proceso. Annie era más indulgente que Bianca, pero incluso su tolerancia hacia la mujer indolente y simpática tenía sus límites.

Como su padre trabajaba tantas horas, a Bianca le tocaba cuidar de Annie por las tardes. Algunas señoras de la iglesia venían a verla un par de horas durante el día, pero eso era todo. El resto del tiempo, Bianca tenía que encargarse de todo. No es que le molestara, en absoluto. Annie era su hermana, su mejor amiga, la persona más importante del mundo para ella. Pero a veces resultaba agotador y sabía que, dentro de poco, Annie tendría que ser atendida por profesionales de la salud a tiempo completo.

Después de preparar la cena y limpiar la cocina, Bianca se acurrucó con Annie en la cama matrimonial de su habitación. No siempre la compartía con ella, pero esta noche, sabiendo que se iría temprano por la mañana, quería sentir la presencia de su tranquila y serena hermana.

.

* * *






Llegó a los establos precisamente a las seis de la mañana, como había pedido el Sr. Lewis. Aunque era muy temprano, el complejo de establos estaba iluminado y el lugar era un hervidero de actividad.

"Buenos días, soy Clay. Tú debes ser Bianca. Papá me dijo que te esperara". El hombre que estaba en la doble puerta abierta de los establos sonrió y le tendió la mano.

¡Qué manos! Ella sintió su firme agarre al estrecharle la mano. Dejó que sus ojos recorrieran rápidamente su cuerpo, intentando que no se notara que lo estaba observando. Las piernas largas y delgadas, vestidas con jeans azules, desaparecían dentro de las botas negras. Era alto, con hombros anchos que se estrechaban hasta las caderas. Llevaba una camisa de cuadros azules remangada hasta los codos, que dejaba al descubierto unos antebrazos musculosos. Pero lo mejor de todo era que tenía los ojos más bondadosos y azules que ella había visto nunca, enmarcados por un cabello rubio sucio y desgreñado que le caía en la cara, con la insinuación de una perilla ensombreciendo su mandíbula. Tenía unas leves arrugas en el rabillo de los ojos y estaba muy bronceado. Adivinó que tenía unos veinte años. Conseguir el trabajo de aprendiz de jinete en la cuadra de Tom Lewis era estupendo de por sí, pero este perfecto espécimen de hombría que estaba en la puerta, todavía agarrando su mano, iba a hacer que el trabajo fuera aún mejor.

"Uh, sí", tartamudeó, forzando un tic. "Soy Bianca". Los nervios siempre empeoraban sus tics, y la tensión estaba creciendo dentro de su cara, detrás de sus ojos, en su mandíbula, pidiendo ser liberada. Se concentró en contenerla. No estaba preparada para que ese apuesto desconocido viera esa faceta suya todavía. Ya habría tiempo para eso más adelante.

"Bueno, vamos, papá me pidió que te mostrara el lugar. Vendrá más tarde".

En el momento en que Clay se apartó de ella, Bianca liberó el tic que había estado reprimiendo: crujir el cuello y la mandíbula, y esconder los ojos detrás de las manos mientras los hacía girar en su cabeza en una extraño movimiento que implicaba estirar los ojos de par en par hasta que le dolieran. Luego giraba los hombros, tratando de relajar los músculos, sabiendo que estar tranquila era la clave para minimizar el tic.

Bianca siguió teniendo tics sólo cuando Clay no la miraba, mientras él le mostraba los establos, le presentaba a los caballos y al personal, le explicaba la rutina diaria en detalle, le señalaba la pizarra con la lista de los paseos del día que colgaba en la pared fuera del cuarto de aperos.

"Mañana estarás en la lista de salidas", le aseguró. "Hoy realizaras tareas sencillas, podrás asear y alimentar a los caballos, para que los conozcas".

"Ajá", murmuró Bianca distraídamente. Él se contoneaba al caminar, y como ella iba detrás de él, no pudo evitar fijarse en lo bien que le quedaban los vaqueros y en el buen trasero que tenía. Incluso de espaldas, lucía muy bien. Su cabello revuelto le rozaba la nuca y ella deseaba acercarse y enredar sus dedos en él.

"Y aquí", dijo él deteniéndose y abriendo una puerta al final del edificio, más allá de los establos, "está la sala de alimentación". Movió el brazo por la habitación indicando los sacos de pienso apilados en una esquina, los barriles que contenían pienso premezclado y suplementos vitamínicos en polvo alineados contra la pared del fondo. Las redes de heno colgaban de ganchos sobre los barriles y media docena de pacas de heno estaban apiladas precariamente una encima de otra a lo largo de la pared lateral.

Una red de heno se había caído y estaba en el suelo, quebrantando el orden de la sala meticulosamente organizada y Clay se agachó para recogerla. Estaba tan cerca que ella pudo oler su desodorante, y un escalofrío sexual la recorrió cuando su hombro le rozó el pecho. Contuvo la respiración mientras la energía eléctrica recorría su cuerpo, acelerando su pulso y endureciendo sus pezones. ¿Él también lo había sentido? No pudo apartar los ojos de él, mientras colgaba la red en el gancho donde debía estar. Estaba hipnotizada por la elegancia con la que se movía, por la forma en que su cabello se movía y le rozaba el cuello. Cuando él se volvió hacia ella, sacudió la cabeza para salir del aturdimiento en el que se encontraba y se obligó a concentrarse. Ningún hombre la había afectado así, nunca. ¿Qué tenía Clay? ¿Por qué un simple contacto podía tener tal efecto?

La visita continuó y Bianca quedó impresionada por la forma en que se gestionaba el complejo. Mientras Clay le mostraba los alrededores, le presentaba a los demás mozos de cuadra con los que se cruzaban, y la camaradería entre todos ellos era evidente. El ambiente de trabajo era desenfadado, divertido y ligero, y Bianca sabía que encajaría bien.

Lo siguió por el pasillo, esquivando las carretillas aparcadas fuera de los puestos, hasta el final. Unos cuantos jóvenes estaban trabajando duro para limpiar los establos, y Bianca no pudo evitar imaginarse cómo sería Clay paleando serrín... con los músculos flexionados mientras usaba el rastrillo, moviéndose con elegancia por el suelo del establo.

"Puedes empezar aquí", dijo Clay cogiendo un rastrillo de un gancho en la pared y se lo entregó. "¿Supongo que sabes cómo limpiar un establo?", le preguntó él.

¿Acaso bromeaba? Ella negó con la cabeza, tratando de mantener una expresión seria a pesar de la sonrisa que se le estaba formando en la comisura de los labios. "No", dijo. "Tendrás que enseñármelo".

Mantuvo la cara de póquer mientras él la miraba con dureza por un momento. Seguramente no le creía. Sólo porque había estado en otro trabajo recientemente... había trabajado en los establos desde la escuela, ¡podía limpiar un establo con los ojos vendados! Sintió que le venía un tic, pero se obligó a reprimirlo, lo que sabía que la hacía parecer aún más seria. No podía dejar que Clay se enterara de su síndrome de Tourette; seguro que la despediría. Ya había ocurrido antes.

Fue todo lo que pudo hacer para mantener su sonrisa oculta mientras él entraba en la caseta y le demostraba cómo recoger el serrín sucio y húmedo y volcarlo en la carretilla. En cuanto él le dio la espalda, ella dejó salir el tic que había estado reprimiendo con un violento movimiento de giro, sacudida y crujido de rostro. Su cuello crujió satisfactoriamente, y se estremeció cuando un dolor agudo le bajó por el cuello hasta los hombros. Pero el dolor momentáneo era mejor que la presión de los tics acumulados. Giró los hombros, tratando de aliviar la tensión en sus músculos. Funcionó.

Una vez que su rostro se relajó de nuevo, observó, hipnotizada, el cuerpo ágil y musculoso de Clay, que se movía con facilidad por el amplio y aireado puesto, sacudiendo el serrín a los lados para dejar que se secaran los parches húmedos de hormigón. ¡Es un hombre muy guapo! Sonrió, complacida. Hacía tiempo que no veía un bombón como Clay.

Reprimió una risita cuando Clay se deshizo del último serrín húmedo y se volvió para mirarla. "¿Crees que puedes continuar tú?", dijo él tendiéndole de nuevo el rastrillo.

Ella volvió a negar con la cabeza, pero no pudo ocultar su risa. "¡No puedo creer que hayas caído en eso!", exclamó. "Fui moza de cuadra cuando aún estaba en la escuela antes de convertirme en aprendiz de jinete; ¡claro que puedo limpiar un establo!", exclamó ella sonriéndole con descaro. "¡Sólo quería ver cómo lo hacías!".

Él la miró por un momento, estupefacto, y luego se rió también, una risa baja y estruendosa que salió de lo más profundo de su ser y la hizo reír aún más. "¡Necesitas unas buenas nalgadas!", la amonestó, todavía riendo.

Ella se quedó sorprendida por un momento y se quedó mirándolo, con la boca abierta. ¿Le había oído bien? Sus palabras la exaltaron. Había esperado toda su vida a que un hombre le dijera eso.

Seguía allí, sin palabras pero emocionada, cuando él le sonrió, le guiñó un ojo y le puso el rastrillo en la mano.

Mientras observaba su espalda en retirada, se preguntó por qué sentía un calor tan intenso entre sus muslos. Claro que él era sexy, pero también lo eran muchos otros hombres que había conocido, y ninguno de ellos había tenido nunca ese efecto en ella. Fue por lo de las nalgadas. ¡Tenía que ser por eso!

* * *






"Es guapísimo, Annie", le dijo Bianca a su hermana. Había llegado a casa para comer. Como en todos los establos de carreras, las primeras horas de la mañana y las últimas de la tarde y la noche eran las más ocupadas, por lo que tenía unas horas para sí misma a mitad del día, lo que le venía muy bien para cuidar de Annie.

Annie le sonrió débilmente. "Me alegro", dijo suavemente. "Espero que sea bueno también; te mereces un buen hombre".

"Bueno, todavía no es mi hombre", señaló Bianca. Luego apretó la mano de Annie. "Pero parece agradable. Y le gustan los caballos, así que es un buen comienzo". Luego sonrió y se acercó a su hermana. "Y creo que le gusta dar azotes".

La sonrisa de Annie iluminó toda su cara. "¡Oh, hermana, me alegro tanto por ti!", exclamó. "Puedo morir feliz, sabiendo que has encontrado a tu hombre perfecto". Apretó suavemente la mano que sostenía, e incluso ese pequeño apretón pareció restarle fuerzas.

"No puedes dejarme todavía", suplicó Bianca, con una única lágrima resbalando por su rostro. "Todavía no estoy preparada para que te vayas". Agarró las dos manos de Annie con fuerza entre las suyas.

"Todavía no", confirmó Annie. "Pero pronto. Será un alivio, hermana. El fin del dolor".

Bianca se recostó en la cama junto a su hermana. La salud de Annie se estaba deteriorando rápidamente. El cáncer estaba diezmando su cuerpo; era una forma cruel de morir.

Demasiado pronto, las pocas horas de descanso se acabaron y tuvo que volver al trabajo. Annie estaba casi dormida, pero sonrió cuando Bianca se inclinó y le dio un suave beso en la mejilla, y luego salió en silencio de la habitación.

* * *






Clay había estado observando su trabajo durante el último cuarto de hora. Le había tirado hábilmente un fardo de heno de la pila del comedero que llegaba hasta por encima de su cabeza y la había estado observando desde la puerta de su despacho mientras ella se movía por el establo, llenando todas las redes de heno. La rutina del trabajo no mantenía su mente ocupada, y sus pensamientos volvieron a su hermana. La vida era tan injusta. Annie era la persona más increíble que conocía, hermosa por dentro y por fuera, y se estaba muriendo. No se merecía morir.

"¿Qué es eso que haces con la cara?".

Ella se sobresaltó. No había oído sus pasos acercándose. Entonces gimió. Él se había dado cuenta antes de lo que ella esperaba. Sus tics debían ser peores de lo que ella pensaba, para que él los notara en su primer día de trabajo.

"¿Y bien?" le preguntó Clay, sonando enfadado.

Ella suspiró y bajó la mirada. "¿Por qué?", preguntó.

Clay la fulminó con la mirada. "Como capataz del establo creo que tengo derecho a saberlo. ¿Estás drogada?".

"¡No!", exclamó ella. "No es nada de eso". Mirándolo, era obvio que no iba a dejarlo pasar. Ella suspiró. Otra vez no. Toda su vida había estado luchando contra el estereotipo que los medios de comunicación perpetuaban sobre el síndrome de Tourette; había estado luchando para demostrar que era tan buena como cualquier otra persona, a pesar de que hacía cosas raras al azar con su cara.

"¿Y bien? Estoy esperando", gruñó.

"Tengo el síndrome de Tourette".

"Así que has mentido".

"No." Ella negó con la cabeza de forma rotunda.

"Te preguntaron específicamente en el formulario de solicitud si tenías alguna condición médica. Marcaste que no, lo leí".

"No, me preguntaron si tenía alguna condición médica que pudiera interferir con mi trabajo", le corrigió ella. "No la tengo. Esto no me impide hacer mi trabajo". Habló con firmeza, con pasión, esperando sonar persuasiva.

"Así que todas las palabrotas, los tics corporales que incapacitan a la gente, la repetición de palabras... ¿todo eso es falso?", preguntó él con dudas, obviamente sin estar seguro de si creerle o no.

Ella negó con la cabeza. "No, eso es cierto, para algunas personas. Lo que ocurre es que el síndrome de Tourette afecta a todos de forma diferente. A los medios de comunicación les gusta dar un toque sensacionalista al respecto, pero la realidad es que yo no hago nada de eso. La principal forma en que me afecta es la que se puede ver, la que ya has visto: los tics faciales. Cuando era niña tenía algunos tics vocales, pero hace años que no los tengo. Lo que ves ahora es lo que me pasa a mí".

"Entonces, ¿por qué no se lo dijiste a papá en la entrevista?", preguntó, aún sonando molesto.

"¡Porque no me habría dado el trabajo!", exclamó ella. "Mira, ya he pasado por esto antes. Las leyes de discriminación de este país no funcionan. Ningún empleador va a contratar a alguien con Tourette si tienen otros candidatos que no lo padezcan. No entienden lo suficiente sobre el tema, salvo lo que oyen en los medios de comunicación, y sólo oyen hablar de los casos raros y extremos. Así que me juzgarían basándose en ese estereotipo".

Clay se rascó la barbilla, sumido en sus pensamientos. "¿Y qué pasa si te ocurre eso cuando estás montando? Tuerces el rostro de manera brusca y violenta. Si eso ocurre cuando vas a todo galope en la pista, es probable que pierdas el equilibrio, te caigas y te hagas daño, o peor aún, te mates. ¿Sabes cuánto papeleo hay en los accidentes laborales hoy en día?". Él le guiñó un ojo, sonriendo ligeramente por su mal chiste, pero ella no le devolvió la sonrisa. No podía, él tenía razón y ella lo sabía. Algunos de sus tics faciales eran movimientos violentos y, a menudo, se combinaban con un giro de cabeza que alteraba todo su sentido de la percepción, desequilibrándola por completo.

"No me ocurre cuando estoy montando. Ni cuando trabajo con caballos, en realidad. Es la mejor forma de terapia que existe, al menos para mí. A caballo, me siento realmente normal".

Cruzó los dedos detrás de la espalda para tener suerte, esperando que él le diera una oportunidad. No sería la primera persona que la despidiera por su Tourette, y sin duda no sería la última. "Si me das una oportunidad en este trabajo, te prometo que no te arrepentirás", le suplicó ella. No quería parecer desesperada, pero en realidad lo estaba. Ningún otro establo había estado dispuesto a aceptarla; la mayoría de los entrenadores seguían queriendo aprendices de jinete varones, incluso en esta época de liberación femenina e igualdad de derechos. Y ella necesitaba un trabajo, preferiblemente con un horario que le permitiera seguir cuidando de Annie.

Clay la miró con severidad por un momento antes de relajar su rostro y mostrar un leve indicio de sonrisa. "Tienes suerte, aquí no se contratan ni se despiden personas, así que estás a salvo. Hablaré con papá y le explicaré". Luego le guiñó un ojo. "¡Pero si fueras mía, te pondría sobre mis rodillas y te daría una buena nalgada para castigarte por haberme engañado!".

"¡Oh, gracias, señor!" Se sintió tan aliviada que fue todo lo que pudo decir, aunque en realidad quería arrojarse a sus brazos y abrazarlo con alegría.

No fue hasta más tarde, mucho más tarde, cuando estaba arropada en la cama esa noche, que recordó la otra parte de su comentario, la parte de "ponerte sobre mis rodillas y darte buena una nalgada", y no pudo evitar excitarse un poco al recordar esas palabras y su profunda voz. No se lo había contado a Annie, pero sabía que ésta lo entendería. Era una de las pocas personas que conocía su obsesión por los azotes y las nalgadas. Annie sabía todo sobre los sitios web que ella frecuentaba a altas horas de la noche, para intentar saciar sus deseos. Y tal vez Annie sabría si estaba o no leyendo demasiado en las palabras de Clay.

Intrigada, se quedó dormida pensando en él, preguntándose cómo sería ser azotada por él. Era ciertamente guapo, con manos grandes y fuertes, lo suficientemente grandes como para abarcar todo su trasero. Se imaginó a sí misma sobre su regazo sintiendo como su gran palma enrojecía su trasero, escuchando su profunda voz regañándola por alguna fechoría imaginaria. Se durmió con una sonrisa en la cara, esperando que llegara la mañana para volver a ver al apuesto capataz del establo.














Capítulo 2







Los establos ya eran un hervidero de actividad cuando ella llegó justo antes de las seis de la mañana, lista para un día completo de trabajo. Clay ya estaba allí, luciendo sus desgastados vaqueros rotos que resaltaban sus estrechas caderas y se ceñían de manera sexy a sus largas y delgadas piernas. La camiseta negra que llevaba destacaba sus anchos hombros y los músculos de sus brazos se flexionaban mientras llevaba un cubo de plástico azul lleno de agua en cada mano. Se unió al resto del equipo comprobando la pizarra que colgaba fuera del cuarto de aperos para su primera monta de la mañana: le habían asignado a Big Red, un enorme caballo castrado de color hígado que se alzaba sobre ella con más de diecisiete pies, fácilmente el caballo más grande y fuerte del establo. Estaba claro que Clay y su padre la estaban poniendo a prueba, al asignarle a Big Red en su primera monta como aprendiz de jinete. No los culpaba: siempre había sabido que tendría que demostrar su valía, ella era pequeña, incluso para ser una mujer. Así que tenía sentido que le dieran primero el caballo más fuerte. Pero no sólo se necesitaba fuerza física para triunfar como jinete; también eran esenciales el valor y la fortaleza mental, además de la conexión con el caballo, y ella tenía todo eso a raudales. Por eso, el reto de montar el caballo más grande y fuerte no la asustó lo más mínimo.

Recogió lo que necesitaba para limpiar el establo y luego sacó al caballo castrado, asegurándolo a las vigas del establo. El gigante le acarició el hombro mientras ella le hablaba en voz baja y le frotaba el cuello antes de colocar la carretilla en la puerta del establo.

"Soy Darren". El joven que limpiaba el puesto de al lado le tendió la mano mugrienta y, aunque estaba manchada de barro y polvo, ella la estrechó, sonriendo tímidamente. Nunca le había molestado un poco de suciedad. No era un hombre grande; incluso para un jinete era pequeño. Su mano era sólo un poco más grande que la de ella, pero había una fuerza inconfundible en su agarre cuando sus dedos callosos encerraron los de ella.

"Bianca", respondió ella mirándolo. Parecía bastante simpático, pero no era muy bien parecido, sobre todo comparándolo Clay.

"¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí?", le preguntó ella.

"Más de cinco años. Tom me contrató como aprendiz".

"¿Y ahora eres un jinete con licencia?".

"Sí". El asentimiento fue espontáneo, pero orgulloso. "Hoy corro, en uno de los favoritos. Otro ganador, ¡espero! Luke está allí preparando la potra ahora". Señaló, y Bianca miró hacia los establos para ver a un hombre que se parecía a Clay, preparando una hermosa potra castaña.

"¿Luke?".

"El hermano de Clay. Hay tres chicos Lewis; Luke es el mayor. Luego Clay, luego Cody. Los conocerás a todos eventualmente; todos trabajan aquí, aunque Cody también trabaja mucho en la granja".

"Clay parece agradable". Era sólo una observación, pero la cara de Darren se ensombreció.

"Sí." Luego sonrió. "¿Qué vas a hacer esta noche? ¿Quieres ir a tomar algo conmigo? El local vende unos buenos bocadillos de costillas".

"¡No!", dijo ella. Su negativa sonó mucho más horrorizada de lo que pretendía, y por la mirada cabizbaja de Darren, no se tomó bien el rechazo. "Lo siento, es que..." Se interrumpió. No podía hablarle de Annie, de cómo quería pasar cada minuto libre con su hermana moribunda. Todavía no. "Tengo planes, eso es todo".

"Lo que tú digas". Su ceño fruncido demostró que no le creía, y eso la hizo sentir mal. Volvió a su trabajo, pero ella se quedó allí, apoyada en el rastrillo, sintiéndose incómoda y culpable. Este trabajo no iba bien. Ya se había descubierto su Tourette y había ofendido a alguien. No estaba aquí para hacer enemigos, pero eso era justo lo que estaba logrando.

Levantó la vista de sus cavilaciones cuando oyó que se acercaban pasos, y divisó a Clay caminando hacia ella. Golpeaba distraídamente una fusta contra la palma de su mano mientras avanzaba por el amplio pasillo del establo. Dejó de caminar, la miró y le apuntó con la fusta en señal de advertencia silenciosa.

"Estás aquí para trabajar, no para soñar". La miró con severidad, con su pelo desgreñado cayéndole en la cara, con una ceja levantada en un gesto de autoridad. Para una persona normal, sus órdenes no suponían ninguna amenaza. Pero para ella, lo que insinuaba la excitaba un poco.

––––––––






Ella asintió tímidamente, recogió su rastrillo y se puso a trabajar, observando a hurtadillas como él se alejaba de ella. Incluso a lo lejos, era evidente que tenía un buen cuerpo. No parecía tener ni un gramo de grasa; era delgado y musculoso y parecía estar increíblemente en forma.

Mientras él seguía bajando por el establo, ella se preguntaba qué sentiría él al golpearla con la fusta. ¿Utilizaría sólo la pequeña punta de la fusta, que le provocaría un pequeño y delicioso pinchazo? ¿O la azotaría duramente con el mango, blandiéndolo como un bastón, hasta enrojecer su trasero?

Decidida a no provocar su ira, limpió el establo en un tiempo récord, vaciando la carretilla en el montón de estiércol mucho antes de que Darren hubiera terminado.

Big Red pataleó y se escabulló un poco mientras ella lo acicalaba, pero parecía estar lo suficientemente plácido. A pesar de estar tan cerca, Darren la ignoró y ni siquiera miró en su dirección. Colocar la silla de montar correctamente en el lomo de Big Red fue un reto, ya que era muy alto, pero se las arregló, y para cuando los otros jinetes de la pista habían montado y se dirigían a la pista, Tom, el padre de Clay y dueño de los establos, apareció junto a ella para ayudarla a subir.

Big Red en movimiento era hermoso. Sus largas patas devoraban el suelo con zancadas suaves y fluidas, y mientras volaban por la pista, aún sin alcanzar la máxima velocidad, la pura potencia del caballo la dejaba sin aliento. Podía sentir cómo se tensaban todos los músculos de su cuerpo mientras sus poderosos cuartos traseros lo impulsaban hacia adelante. ¡Por eso luché tanto por este trabajo! gritó su voz interior. ¡Esto es increíble!

Montar, especialmente a velocidad, era lo que más le gustaba en el mundo. Era tan natural para ella volver a la silla de montar y, mientras se movía al ritmo de las largas zancadas del caballo castrado, se relajaba, disfrutando de haberse liberado por un rato de los tics. El viento acarició su cabello y echó la cabeza hacia atrás y se rió, feliz de volver a montar y de estar haciendo lo que le gusta.

Al final del entrenamiento, trató de levantar a Big Red, pero el gran caballo la ignoró y siguió corriendo. Maldita sea, pensó ella. Apuesto a que Clay sabía que esto iba a pasar y está tratando de hacerme quedar mal. Pero ese pensamiento sólo le hizo sentir más coraje. No se sentía bien había con aquellas personas que le decían que no podía hacer algo, y eso había sucedido muchas veces a lo largo de los años, ya fuera por su síndrome de Tourette o por el hecho de ser una mujer tan pequeña. Volvió a tirar de las riendas. Había visto a caballos escaparse con sus jinetes antes, dañando las vallas, a ellos mismos y a sus jinetes, y ese pensamiento le dio la fuerza que necesitaba para controlar al gran y fuerte caballo.

"Whoa, chico grande," ella llamó. "¡Tienes que ayudarme!". Apoyando todo su peso en los estribos, se inclinó hacia atrás en la silla de montar y tiró de las riendas tan fuerte como pudo, aserrándolas mientras lo hacía, hablándole al caballo castrado todo el tiempo. Poco a poco, el caballo respondió, reduciendo su paso primero al galope y luego al trote. "Buen chico", canturreó ella, frotándole suavemente el cuello, todavía sentada en la silla, comunicándole la necesidad de seguir reduciendo la velocidad. El caballo resopló con fuerza y se detuvo hasta que ella le hizo volver a caminar, para que se refrescara en el camino de vuelta a los establos.

Ja, ja, Clay, ¡lo he conseguido! He superado tu prueba: ¡he controlado a Big Red! gritó triunfante su voz interior. Lo he conseguido.

* * *






El trabajo en la pista era mucho más agotador de lo que ella recordaba. O quizás el tiempo que había dejado de montar a caballo la había dejado más fuera de forma de lo que pensaba. En cualquier caso, le apetecía un rápido descanso en la sala de profesores con una taza de café antes de ponerse a limpiar los establos.

"Llegó un nuevo caballo", le informó Clay. "Una potra. La han maltratado mucho y no deja que nadie se le acerque, pero Pops ha accedido a hacerse cargo de ella, a ver si podemos ayudarla. Tiene un buen pedigrí y debería ser capaz de correr, si conseguimos que supere su miedo. Ven a ver, si quieres".

"¿Cómo se llama?"

"Rose. Sapphire Rose".

Siguiendo a Clay fuera, se apoyó en la barandilla de madera del corral redondo, observando cómo Tom guiaba la carroza mientras retrocedía hasta la puerta. Un escalofrío la recorrió al escuchar el sonido de los cascos pateando el costado de la carroza, acompañado de un relincho agudo. El pobre caballo parecía aterrorizado.

"Creí que habías dicho que la tranquilizarían". La profunda voz de Clay retumbó justo detrás de ella.

"Se les olvidó", resopló uno de los repartidores. "Es peligrosa. Están locos. Deberían haberla sacrificado".

"Mmmm", murmuró Clay en lo que parecía un acuerdo, apoyándose en la barandilla junto a ella.

"¡No!" Bianca respiró. "Sólo está asustada. Por favor, dale una oportunidad".

Clay le dio unas suaves palmaditas en el hombro, forzando una sonrisa en sus labios. "Lo haremos".

Bianca observó, con los ojos muy abiertos y horrorizados, cómo uno de los hombres se metía por la puerta lateral de la carroza con un gran palo y perseguía a la potra por la rampa hasta el corral redondo. Necesitó toda su fuerza de voluntad para morderse la lengua en lugar de gritarle, y fue una lucha para no trepar por la valla y lanzarse sobre él. ¿Qué había de malo en ser amable? Pero se obligó a permanecer quieta y en silencio; no le correspondía decir nada, no con Tom y Clay allí mirando.

La potra era hermosa. Incluso en el estado en el que se encontraba -esquelética, rota y maltratada- tenía la cabeza y la cola en alto mientras brincaba por el perímetro del pequeño corral, resoplando ruidosamente a través de las fosas nasales abiertas. De color bayo claro, con una mancha blanca en la cara y tres calcetines blancos, parecía tener sólo unos dos años.

Al pasar junto a ellos, Bianca se dio cuenta de que tenía una herida abierta bajo la coleta que rezumaba sangre y que las marcas de los látigos cubrían su cuerpo desde el flanco hasta el hombro. Jadeó y sintió que Clay se ponía rígido a su lado.

Observaron desde las barandillas cómo Tom se deslizaba entre ellos, con la mano extendida, pero la potranca ni siquiera dejó que se acercara a ella. En cuanto entró en el corral redondo, aplanó las orejas sobre la cabeza, enseñó los dientes y cargó contra él, golpeando con las patas delanteras cuando se acercó. Oyó a Clay maldecir en voz baja mientras Tom esquivaba, evitando por poco que le dieran una patada, y se agachaba entre los raíles para ponerse a salvo.

"La han maltratado", observó Clay.

Bianca se sintió mal. ¿Qué le había pasado la pobre yegua para que reaccionara así? A juzgar por la herida de la cabeza, era evidente que la habían golpeado con algún tipo de garrote, pero ¿qué más le habían hecho? Se obligó a reprimir la oleada de náuseas que surgió en su interior al pensar en el sufrimiento que había padecido el caballo.

Tom sacudió la cabeza con tristeza. "Está peor de lo que pensaba", afirmó. "Iré a llamar a los propietarios y haré que el veterinario venga esta tarde a sacrificarla. No podemos tener un caballo así por aquí; alguien puede morir".

"¡No!" Bianca gritó. "Por favor, déjame intentarlo".

Tom asintió, pero Clay negó con la cabeza. "¡De ninguna manera! ¡Es demasiado peligroso! Ya has visto lo que le ha hecho a Pops".

Ignorando a Clay, Bianca trepó por la barandilla y contuvo la respiración mientras se dirigía al centro del corral redondo y se quedó quieta. Era muy consciente de lo que la potra estaba haciendo, pero se concentró en mantener un lenguaje corporal atrayente y acogedor con los ojos en el suelo, mientras extendía la mano hacia el caballo. Lentamente, la potra se acercó a ella con cautela, resoplando con fuerza, con las fosas nasales abiertas. Bianca se mantuvo firme. Con cautela, la potranca estiró la nariz y Bianca le frotó suavemente el aterciopelado hocico.

"Hola, preciosa", canturreó. La yegua la miró con ojos llenos de desconfianza, sus orejas se movieron hacia adelante y hacia atrás y su cuerpo tembló, pero cuando Bianca continuó hablándole suavemente a la potra y mantuvo su mano allí, ella se relajó gradualmente.

Podía sentir los ojos de Tom y Clay sobre ella mientras estaba en el corral con la potra, y su corazón se hinchó de orgullo. Annie siempre le había dicho que tenía un don con los caballos, pero nunca había tenido la oportunidad de ver hasta dónde llegaba ese don.

"Tranquila, chica. Tranquila, Rose". Bianca habló en voz baja, tratando de tranquilizar al caballo, mientras se acercaba, pasando las manos por el cuerpo lacerado. Era desgarrador, ver el estado en que se encontraba; el terror que sentía. Sus orejas se movían constantemente, se le veía el blanco de los ojos y su temblor no había disminuido. La furia la envolvió al darse cuenta de la profundidad del abuso que la potra había sufrido.

En lugar de ir a casa durante la parte tranquila del día para pasar más tiempo con Annie, Bianca se quedó en el corral con la potra, trabajando con ella, ganando su confianza, forjando un vínculo con ella. Cuando tuvo que empezar las tareas de la tarde en el establo, la potra caminó nerviosa junto a Bianca por el amplio pasillo del establo hasta llegar a un puesto justo al fondo.

Bianca se quedó allí un rato, inclinada sobre la media puerta, observando cómo se instalaba la potra. Levantó la vista cuando oyó que se acercaban unos pasos y se encontró con un hombre alto y rubio que era la viva imagen de Clay. Parecía tener uno o dos años menos que Clay, pero era evidente que eran hermanos. Al igual que Clay, la barba incipiente oscurecía su mandíbula, su pelo era demasiado largo y desgreñado y necesitaba un corte, y sus ojos eran amables. Pero olía diferente a Clay, se dio cuenta, mientras se acercaba. No tenía ese embriagador aroma a caballo que lo impregnaba; olía más a hierba, a grano, a tierra, a perro y a algo más, que ella no estaba segura de qué. Olía como un granjero.

"Cody". Le tendió una mano mugrienta y ella la estrechó tímidamente, su enorme mano engulló la suya. Era aún más grande que Clay, y parecía tener una presencia aún más imponente, si es que eso era posible. Ni siquiera lo conocía y ya se sentía atraída por él, por su aire autoritario. Señaló al caballo. "¿Quién es ese?".

"Esta es Rose. Acaba de llegar hoy. Debía estar tranquilizada, pero se le pasó el efecto y llegó aquí pateando y luchando". Bianca sonrió con orgullo al recordarlo. Le gustaban los caballos luchadores. Pero su sonrisa se desvaneció rápidamente cuando recordó la razón por la que la potra estaba allí. "La han maltratado mucho".

Cody asintió y dio un paso adelante, uniéndose a ella en la puerta del establo. Inmediatamente, la potranca que había en su interior echó las orejas hacia atrás y se abalanzó sobre él, mostrando los dientes en una feroz muestra de agresividad provocada por el miedo, y Cody se apresuró a dar un paso atrás, dejando escapar un silbido bajo.

"Sólo está asustada", dijo Bianca en voz baja. "Estás bien, chica", le canturreó al caballo, que ahora estaba dócil, temblando, con las fosas nasales abiertas.

"¿Está un poco enfadada?" preguntó Cody.

Bianca negó con la cabeza. "Sólo está asustada. La han maltratado mucho". Girándose, lo miró de arriba abajo. "¿No eres un hombre de caballos? ¿No es obvio al mirarla por lo que ha pasado?"

"No." Cody negó con la cabeza. "Soy agricultor. Aquí tenemos ovejas y carne y cultivamos un poco de grano, además de entrenar a los caballos. Pops se encarga de los caballos, el hermano de mamá siempre fue el granjero, es un establecimiento familiar. Pero desde que el tío Max murió, yo me encargo de la parte agrícola. No me pondrías en una de esas bestias locas, ¡dame una moto cualquier día!"

"Oh." Bianca sonrió mientras se preguntaba si el tercer hermano, Luke, era tan guapo como los dos que ya había conocido. Y si también era amable... Hacía tiempo que un hombre guapo no le daba la hora; normalmente, cuando se enteraban de sus tics, no se interesaban.

"¿Papá la deja quedarse aquí?" Cody sonaba dudoso.

Bianca asintió. "En este momento". Aunque sabía que eso no era del todo cierto: Tom no se había retractado de su decisión de aplicar la eutanasia al caballo; al menos, por lo que ella sabía.

Cody se quedó unos minutos más, observando al caballo, y a ella, con el rabillo del ojo. Era obvio que la estaba observando, aunque intentaba ocultarlo, y un pequeño escalofrío la recorrió al mismo tiempo que una ola de ligero pánico la invadía: tenía que hacer un tic. La presión estaba creciendo detrás de sus ojos, y contenerla era cada vez más difícil.

Ya no podía reprimirla. Se apartó de él y trató de minimizar el tic en la medida de lo posible, pero sabía que si él la miraba, notaría el movimiento. ¿Seguiría siendo amable con ella una vez que lo hiciera?

"¿Estás bien?"

Ella asintió. "Estoy bien".

"Pero esa cara..." Su voz se interrumpió al expresar su incredulidad ante los movimientos que ella era capaz de hacer con su cara.

"Se llama síndrome de Tourette", espetó ella. "Pregúntale a Clay sobre ello. O mejor aún, búsquelo alguna vez. Los medios de comunicación te dirán todo lo que creen que necesitas saber". Su tono era amargo cuando le gruñó las palabras, pero no le importaba. Los hermanos Lewis ya la habían juzgado lo suficiente por su síndrome de Tourette.

Cody dio un paso atrás, con el dolor escrito en su rostro. "Te dejaré entonces".

"Hazlo tú". Sus palabras le dolieron. La habían rechazado tantas veces, pero cada nueva negativa traía consigo una nueva oleada de dolor. ¿Encontraría algún hombre que la aceptara tal y como era?

* * *






"¡Mira esto!" La voz orgullosa de Annie estaba teñida de emoción mientras sostenía la camiseta azul pálido que acababa de tejer.

Bianca sonrió, pero estaba demasiado cansada para sentir mucho. El agotamiento era mucho más que un cansancio físico; también estaba agotada mentalmente. Ver a la potra traumatizada en un estado tan horrible había sido difícil, y ganarse su confianza también había sido exigente. Y después de todo su esfuerzo, Tom no había podido garantizar que no la sacrificarían. Era desgarrador. Las lágrimas llenaron sus ojos cuando se sentó junto a Annie y le contó su día.

"Podrás ayudarla, Bee; tienes un don con los caballos".

Bianca asintió. "Hoy he hecho algunos progresos. Sólo espero que sea suficiente".

Annie se limitó a sonreír. "Yo también lo espero".

* * *






Aunque se fue a la cama completamente agotada, Bianca dio vueltas en la cama toda la noche. No podía quitarse de la cabeza la imagen de la potra traumatizada, no podía bloquear sus gritos aterrorizados mientras pateaba el costado de la carroza. No podía olvidar la forma en que los hombres la habían perseguido fuera de la carroza con un gran palo. Y no podía olvidar a Annie, y lo rápido que se estaba deteriorando. Perdía fuerzas cada día. ¿Cuánto tiempo le quedaba?














Capítulo 3







Los paseos matutinos y las tareas del establo pasaron rápidamente, y Bianca estaba en el establo cepillando suavemente la sangre seca del pelaje de la potra cuando oyó pasos que resonaban en el suelo de cemento recién barrido, dirigiéndose hacia ella. El corazón le dio un vuelco. Un sentimiento de presentimiento la invadió. Esto no sería bueno. Segundos después, Tom apareció en la puerta del establo con dos mujeres bien vestidas y de aspecto profesional que parecían estar fuera de lugar en el ambiente ecuestre. Pero cuando vio la expresión de sus rostros, su horror absoluto, supo al instante quiénes eran. Obviamente eran los dueños de Rose. La potra empezó a temblar de nuevo ante la presencia de los hombres; sopló con fuerza a través de las fosas nasales abiertas y dio un pisotón con la pata delantera. Bianca le puso una mano reconfortante en el cuello, tratando de tranquilizarla, de asegurarle que esa gente no iba a hacerle daño, que estaba a salvo. Vio cómo las lágrimas llenaban los ojos de ambas mujeres.

"Pobrecita", gritó una de ellas. "La han maltratado mucho. Lo más amable es liberarla de su miseria".

Bianca observó, horrorizada, cómo las otras asentían en silencio.

"Roger pagará por esto", gruñó uno de los hombres. "¿Cómo se atreve a hacerle eso a un caballo?". Intentó entrar en el establo, pero Rose no se dio por aludida: aplanó las orejas, enseñó los dientes y cargó contra Bianca, derribándola con el hombro.

"¿Estás bien, Bianca?" preguntó Tom, sin atreverse a ir a rescatarla. "Nunca he visto un caballo tan traumatizado", dijo con tristeza. "Creo que lo mejor es sacrificarla".

"¡No!" gritó Bianca. "¡Tienes que darle una oportunidad! Por favor".

"No lo creo, cariño", dijo la otra mujer. "Es lo mejor para ella".

Levantándose del suelo del establo y quitándose torpemente el serrín de los vaqueros, Bianca se apresuró a acercarse a la potra, que había retrocedido y ahora estaba de pie en la esquina más alejada del establo, temblando. Se colocó junto a la cruz de la potra, la tranquilizó, le pasó la mano por el cuello y le habló suavemente, y poco a poco Rose se relajó.

"¡Mira!", argumentó, sabiendo que ésta sería la única oportunidad que tendría de luchar por el caballo. "¡Ya empieza a confiar en mí!" Pero podía sentir que estaba luchando una batalla perdida: el escepticismo estaba escrito en las caras de los propietarios.

Clay llegó con el veterinario y Bianca se quedó dentro del establo con Rose, tratando de mantenerla lo suficientemente calmada para que el veterinario la examinara. Tom había pedido específicamente una veterinaria y Rose se quedó quieta, pero estaba tensa, su cuerpo temblaba, incluso con Bianca de pie allí, calmándola. El rostro de la veterinaria era sombrío mientras examinaba a la yegua, y cuando salió de la caseta negaba con la cabeza.

"Ha sufrido muchos abusos", dijo la veterinaria. "Ha sufrido daños físicos y mentales", dijo con tristeza, enumerando las lesiones de la potra mientras las marcaba con los dedos. "No estoy segura de que pueda ser rehabilitada. Podría valer la pena intentarlo, pero no puedo garantizar que funcione. Lo más amable sería sacrificarla".

"¡No!" protestó Bianca, abrazando a la yegua para protegerla. Asustada, la potra se encabritó, tirando a Bianca de sus pies.

"¡Sí!", respondió uno de los hombres. "Es peligrosa. Un caballo peligroso no es bueno para nadie". Se dirigió a sus compañeros y, aunque no pudo entender lo que decían en voz baja, supo que estaban conspirando para aplicar la eutanasia al caballo.

"¡Clay!", gritó, desesperada ahora, con lágrimas en su rostro, mientras una vez más se levantaba del suelo. "¡Está asustada! Diles. Haz que la salven. La entrenaré a mi debido tiempo, ¡sólo dale una oportunidad, por favor!" Pero cuando pronunció esas palabras y se comprometió a hacer ese sacrificio, sintió una punzada en su corazón. ¿Estaba realmente dispuesta a renunciar a ese tiempo con su hermana? ¿Lo entendería Annie si lo hiciera?

Clay se paró frente a la puerta de la caseta y le hizo una seña. Le costó mucho darse la vuelta y alejarse del caballo, dejándolo a su suerte, pero siguió a Clay unos metros más abajo en el edificio, en la relativa intimidad de un establo vacío.

"¿Por qué quieres quedarte con ella?", le preguntó. "Está destrozada; lo más amable es acabar con su miseria". Estaba apoyado despreocupadamente en la pared, con un pie apoyado en el tobillo y los brazos cruzados sobre el pecho. Si no hubiera estado tan disgustada, habría disfrutado contemplándolo en esa posición. Parecía tan dominante, tan controlado y tan increíblemente guapo.

"No puedo explicarlo", respondió ella. "Sólo sé que necesito ayudarla. Es como si ella fuera parte de mí, como si nos hubiéramos encontrado por una razón. Las dos estamos rotas, los dos necesitamos sanar, las dos necesitamos que nos den una oportunidad". Entonces lo miró fijamente con sus ojos grandes y redondos, esperando que él la entendiera. "Me diste una oportunidad, Clay, ¡por favor, dale una a ella también!".

Clay la miró en silencio durante unos instantes, sumido en sus pensamientos, y luego asintió una sola vez. "De acuerdo", le dijo. "Lo intentaré. No puedo prometer nada, pero lo intentaré".

Mientras Bianca volvía a entrar en el establo para pasar más tiempo con la potra, Clay habló en voz baja con su padre y luego condujo a los propietarios hasta el despacho. Cogiendo de nuevo el cepillo para terminar de quitar la sangre seca del pelaje de la potra, cruzó los dedos para tener suerte.

* * *






Annie estaba metida en la cama cuando Bianca llegó a casa esa noche; ni siquiera tenía fuerzas para levantarse. Se le llenaron los ojos de lágrimas cuando Bianca le habló de Rose y del destino que probablemente le esperaba.

"Podrás salvarla, Bee", le aseguró Annie. "Si alguien puede ayudar a ese caballo a curarse, eres tú".

"Pero eso significa que tendré que pasar menos tiempo contigo", susurró Bianca, abrumada por la culpa.

Annie se limitó a sonreír débilmente. "Siempre estoy contigo", susurró. "Cada momento de cada día, estoy a tu lado, justo ahí, en tu corazón". La fuerza en la mano de Annie desmentía su fragilidad, pero el dolor se vislumbraba en sus ojos cuando sonreía.

"¿Estás cómoda?" preguntó Bianca, sabiendo perfectamente que no lo estaba, pero sin saber cómo ayudarla. Si pudiera, le habría quitado el dolor a su hermana, o lo habría soportado ella misma, pero ninguna de las dos opciones era posible.

"Estoy bien", le aseguró Annie. "Hablaré con las enfermeras mañana para que me suban el analgésico".

Bianca frunció el ceño, pero se mantuvo callada. Sabía que Annie odiaba que la molestaran, pero era muy duro ver a la persona que más quería en el mundo con tanto dolor.

Esa noche volvió a compartir la cama de Annie, abrazando a su hermana mientras ésta gemía en sueños, atormentada por el dolor.

Bianca apenas durmió en toda la noche. Oyó a su padre llegar a trompicones hacia la medianoche, después de otra noche de ahogar sus penas. La enfermedad de su hija le había golpeado duramente: después de todos sus años de esfuerzo como padre en solitario, estaba perdiendo a una de sus preciosas hijas y, para colmo, no podía hacer nada al respecto. Bianca sabía lo mucho que le molestaba no ser capaz de ayudar a Annie, y sabía mejor que nadie lo mucho que lo había intentado. Con cuántos terapeutas complementarios había hablado, a cuántos oncólogos había acudido, a cuántas citas hospitalarias había llevado a Annie. Nada ayudaba. Había luchado con valentía, pero su tiempo se agotaba, la lucha estaba a punto de terminar.

Secándose las lágrimas con la funda del edredón de su hermana, Bianca volvió a llorar hasta quedarse dormida, con los hombros temblando por los sollozos silenciosos.

* * *






A la mañana siguiente, sus tics se habían intensificado. El cansancio, combinado con la agitación emocional, la hacía retorcerse casi constantemente. Para empeorar las cosas, sus tics vocales habían vuelto. El carraspeo estaba bien, era un ruido normal que todo el mundo hacía de vez en cuando, pero la ecolalia era un problema. Hasta ahora, había podido mantener la repetición de palabras en voz baja, pero sabía que, al ritmo que aumentaban sus tics, no pasaría mucho tiempo antes de que se hiciera eco de las palabras que decían los que la rodeaban. ¿Qué pensaría entonces Clay? ¿La dejaría conservar su trabajo? ¿O presionaría para que la despidieran? O, mejor aún, ¿volvería a mencionar los azotes, por haberle mentido? No es que ella le hubiera mentido -la ecolalia no había hecho acto de presencia cuando Tom Lewis la había contratado-, pero a menos que Clay entendiera el síndrome de Tourette, no se lo creería.

Se quedó ensimismada mientras sacaba a Big Red de su caseta y lo ataba con seguridad fuera. Sonrió pensando en Clay. Había tratado mucho con él desde que empezó a trabajar en los establos, pero no había habido más momentos de coqueteo. Tampoco había habido más indicios de que él disfrutara dar azotes tanto como a ella le gustaba recibirlos. Seguía siendo muy dominante, claramente un macho alfa, con un aire de autoridad que a ella le apetecía desobedecer, simplemente para ver qué pasaba, pero hasta ahora no había surgido la oportunidad. No era exactamente su jefe, pero como capataz del establo, era su superior. No le rendía cuentas, pero el control de calidad era responsabilidad de él, y no dudaba de que si no hacía bien su trabajo, él la pondría al tanto. ¿Pero qué haría realmente? ¿Simplemente la regañaría con su voz profunda y sexy y la haría sentir como una niña pequeña? ¿O usaría realmente la fusta que le había agitado amenazadoramente cuando empezó? No podía recordar la última vez que se había enamorado de alguien, hacía tanto tiempo. Y esta vez estaba realmente embelesada. Mientras acicalaba al gran caballo castrado, se imaginó que se metía en problemas con Clay, sólo que no era sólo una reprimenda lo que él le daba...

"Quédate quieto, Red", le dijo Bianca al caballo grande mientras se agachaba y le agarraba el menudillo con la mano izquierda, con el pico para cascos preparado en la derecha. Red era su último caballo de la mañana y estaba deseando subirse a su lomo. Su gran zancada, que devoraba el suelo, era un paseo emocionante, y ahora que había establecido un vínculo con él, era capaz de levantarlo al final del entrenamiento sin esfuerzo. El caballo castrado era un gigante gentil y se estaba convirtiendo rápidamente en su caballo favorito en el establo.

¡Golpe! La picadura de una fusta aterrizó en su trasero mientras estaba ocupada agachada, recogiendo la pezuña delantera de Big Red. Gritó, dejando caer el pie apresuradamente, y se enderezó, decidida a atrapar al culpable, segura de que sería Clay. Apuntando, lanzó el pico de la pezuña que sostenía con toda la fuerza que pudo a la espalda del macho que se retiraba y que se parecía sospechosamente a Clay, pero con el pelo más corto y ligeramente más oscuro. El pico de la pezuña le dio de lleno entre los omóplatos y él se giró para mirarla amenazadoramente. No era Clay. El mayor de los hermanos Lewis sonrió ampliamente al verla y su mirada desapareció.

"Lo siento, no pude resistirme a un blanco tan perfecto. Todo por diversión, ¿no?" Sonrió, haciéndole un guiño pícaro mientras se inclinaba para recoger el casco del suelo. "Soy Luke", dijo, lanzando el pico de casco hacia ella. "Pensé que eras otra persona o nunca te habría golpeado. Todas las mujeres que vienen aquí están acostumbradas a nuestra tendencia de dar nalgadas de vez en cuando, pero no solemos hacerlo con las recién llegadas. Te pido disculpas".

Su corazón se derritió. ¡Tan guapo y tan cortés! Bueno, cortés después de los hechos, al menos, pero eso era mejor que no tener ninguna cortesía.

"¿Quieres decir que todos ustedes tienen la costumbre de hacer esto?".

Luke se encogió de hombros. "No hay muchas mujeres que trabajen aquí, pero sí. Cuando podemos". Entonces le sonrió ampliamente. "Las bromas sexuales ocurren en todas las industrias dominadas por los hombres, ¿no es así?" Su sonrisa abandonó el rostro y se puso serio. "Pero no todas las mujeres lo aceptan, así que si no te gusta, sólo tienes que decirlo. No sucederá si no quieres, te lo aseguro". Bianca quería saltar de alegría. Su fijación con los azotes había sido su pequeño y sucio secreto durante años. ¿Por fin había encontrado a alguien que compartiera su fetiche? ¿Era posible que sus días de satisfacer sus fantasías a través de búsquedas en Internet hubieran terminado?

"De acuerdo entonces", dijo tímidamente, frotándose el ligero escozor del trasero mientras volvía a su tarea de preparar a Red para una cabalgata, tratando de ocultar la excitación que sintió al ser golpeada con la fusta. ¿Y todos lo hacían, todos azotaban a las mujeres? ¿Los tres hermanos? ¡Era mejor de lo que esperaba!





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Una aprendiz de jinete con síndrome de Tourette. Un director de cuadra sexy que resulta ser su jefe. Una hermana moribunda. Un caballo maltratado. ¿Podrá dejar de lado sus miedos y permitir que este hombre la ame? ¿Puede confiar en que estará a su lado para siempre?

Cuando consigue un trabajo como aprendiz de jinete en un establo de carreras, Bianca está decidida a no dejar que su síndrome de Tourette interfiera en su carrera soñada, y hace todo lo posible por ocultar sus tics ocasionales a su ridículamente apuesto nuevo jefe. Pero Clay Lewis no es un hombre fácil de engañar. Pronto descubre su secreto, y cuando menciona casualmente que debería ser azotada por su engaño, el corazón de Bianca se acelera como nunca antes. Cada día ella se enamora más y más de Clay, pero mientras se esfuerza por impresionarlo en el trabajo, Bianca lucha por lidiar con circunstancias trágicas en su propia vida. Con su hermana pequeña y mejor amiga de toda la vida, incapacitada por un cáncer terminal y cada vez más dependiente de ella, se ve obligada a saltarse comidas y a no dormir. Clay se da cuenta de que el estrés está afectando a Bianca, y cuando ella se derrumba por agotamiento en el establo, sabe que ha llegado el momento de intervenir, pero no como jefe ni como novio. Lo que ella necesita es un papi cariñoso que la consuele cuando esté triste y que le de unas buenas nalgadas por ser una niña traviesa cuando no se cuide adecuadamente. Bianca está encantada con las atenciones que recibe de Clay, y cuando él la toma en sus brazos y la reclama como suya le produce más placer del que jamás hubiera creído posible, pero no puede evitar preguntarse si él permanecerá a su lado incluso cuando sus tics estén en su peor momento. ¿Podrá confiar en Clay lo suficiente como para entregarle su corazón y dejar que su papi tome las riendas? Nota del editor: Papi toma las riendas es una novela independiente que constituye la primera entrada de la serie Papis Nueva Zelanda. Incluye azotes, escenas sexuales y juegos de edad. Si este material le ofende, por favor no compre este libro.

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