Книга - Antes De Que Decaiga

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Antes De Que Decaiga
Blake Pierce


De la mano de Blake Pierce, el autor de los éxitos de ventas #1 ONCE GONE (un bestseller #1 con más de 1,200 críticas de cinco estrellas), llega ANTES DE QUE DECAIGA, el libro #11 en la emocionante serie de misterio de Mackenzie White.ANTES DE QUE DECAIGA es el libro #11 en la serie éxito de ventas Mackenzie White, que comienza con ANTES DE QUE MATE (Libro #1), ¡una descarga gratuita con más de 500 críticas de cinco estrellas!La agente especial del FBI Mackenzie White, embarazada de seis meses, cancela su boda formal con Ellington y deciden fugarse para casarse por su cuenta. Durante su luna de miel, consiguen por fin disfrutar de algo de tranquilidad en común, y entonces reciben una llamada sobre un caso urgente: parece que un asesino en serie está estrangulando a mujeres a toda velocidad en la zona de D.C. Y lo más perturbador de todo es que este asesino es tan meticuloso que no deja ni un solo rastro.A Mackenzie se le ocurre una teoría radical sobre quién puede ser el asesino, pero mantenerla puede poner en peligro su trabajo, y su propia vida. En el juego del gato y el ratón más intenso en el que jamás se haya encontrado, tiene que pelear para conservar a su bebé y su salud mental frente a un psicópata diabólico, su propia agencia, y la cacería más importante de su vida.A pesar de su inteligencia, puede que sea demasiado tarde para que salve a sus próximas víctimas, o a sí misma.Un thriller de suspense psicológico de ritmo trepidante con personajes inolvidables y suspense que acelera el corazón, ANTES DE QUE DECAIGA es el libro #11 de una nueva serie, con un nuevo personaje cautivador, que le tendrá pasando páginas hasta altas horas de la noche. ¡Y el libro #12 también está disponible!También de Blake Pierce, está disponible ONCE GONE (Un Misterio con Riley Paige—Libro #1), un bestseller #1 con más de 1200 críticas de cinco estrellas, ¡y una descarga gratuita!







A N T E S D E Q U E D E C A I G A



(UN MISTERIO CON MACKENZIE WHITE—LIBRO 11)



B L A K E P I E R C E



TRADUCIDO POR ASUNCIÓN HENARES


Blake Pierce



Blake Pierce es el autor de la serie exitosa de misterio RILEY PAIGE que cuenta con trece libros hasta los momentos. Blake Pierce también es el autor de la serie de misterio de MACKENZIE WHITE (que cuenta con nueve libros), de la serie de misterio de AVERY BLACK (que cuenta con seis libros), de la serie de misterio de KERI LOCKE (que cuenta con cinco libros), de la serie de misterio LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE (que cuenta con tres libros), de la serie de misterio de KATE WISE (que cuenta con dos libros), de la serie de misterio psicológico de CHLOE FINE (que cuenta con dos libros) y de la serie de misterio psicológico de JESSE HUNT (que cuenta con tres libros).



Blake Pierce es un ávido lector y fan de toda la vida de los géneros de misterio y los thriller. A Blake le encanta comunicarse con sus lectores, así que por favor no dudes en visitar su sitio web www.blakepierceauthor.com para saber más y mantenerte en contacto.



Copyright © 2016 por Blake Pierce. Todos los derechos reservados. Excepto por lo que permite la Ley de Copyright de los Estados Unidos de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida de ninguna forma ni por ningún medio, o almacenada en una base de datos o sistema de recuperación sin el permiso previo del autor. Este libro electrónico tiene licencia para su disfrute personal solamente. Este libro electrónico no puede volver a ser vendido o regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, por favor, compre una copia adicional para cada destinatario. Si está leyendo este libro y no lo compró, o no lo compró solamente para su uso, entonces por favor devuélvalo y compre su propia copia. Gracias por respetar el duro trabajo de este autor. Esta es una obra de ficción. Los nombres, los personajes, las empresas, las organizaciones, los lugares, los acontecimientos y los incidentes son producto de la imaginación del autor o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia. Imagen de portada Copyright lassedesignen, utilizada con licencia de Shutterstock.com.


LIBROS ESCRITOS POR BLAKE PIERCE



SERIE DE THRILLER DE SUSPENSE PSICOLÓGICO CON JESSIE HUNT

EL ESPOSA PERFECTA (Libro #1)

EL TIPO PERFECTO (Libro #2)

LA CASA PERFECTA (Libro #3)



SERIE DE MISTERIO PSICOLÓGICO DE SUSPENSO DE CHLOE FINE

AL LADO (Libro #1)

LA MENTIRA DEL VECINO (Libro #2)

CALLEJÓN SIN SALIDA (Libro #3)



SERIE DE MISTERIO DE KATE WISE

SI ELLA SUPIERA (Libro #1)

SI ELLA VIERA (Libro #2)

SI ELLA CORRIERA (Libro #3)

SI ELLA SE OCULTARA (Libro #4)

SI ELLA HUYERA (Libro #5)



SERIE LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE

VIGILANDO (Libro #1)

ESPERANDO (Libro #2)

ATRAYENDO (Libro #3)



SERIE DE MISTERIO DE RILEY PAIGE

UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1)

UNA VEZ TOMADO (Libro #2)

UNA VEZ ANHELADO (Libro #3)

UNA VEZ ATRAÍDO (Libro #4)

UNA VEZ CAZADO (Libro #5)

UNA VEZ AÑORADO (Libro #6)

UNA VEZ ABANDONADO (Libro #7)

UNA VEZ ENFRIADO (Libro #8)

UNA VEZ ACECHADO (Libro #9)

UNA VEZ PERDIDO (Libro #10)

UNA VEZ ENTERRADO (Libro #11)

UNA VEZ ATADO (Libro #12)

UNA VEZ ATRAPADO (Libro #13)

UNA VEZ INACTIVO (Libro #14)



SERIE DE MISTERIO DE MACKENZIE WHITE

ANTES DE QUE MATE (Libro #1)

ANTES DE QUE VEA (Libro #2)

ANTES DE QUE CODICIE (Libro #3)

ANTES DE QUE SE LLEVE (Libro #4)

ANTES DE QUE NECESITE (Libro #5)

ANTES DE QUE SIENTA (Libro #6)

ANTES DE QUE PEQUE (Libro #7)

ANTES DE QUE CACE (Libro #8)

ANTES DE QUE ATRAPE (Libro #9)

ANTES DE QUE ANHELE (Libro #10)

ANTES DE QUE DECAIGA (Libro #11)

ANTES DE QUE ENVIDIE (Libro #12)



SERIE DE MISTERIO DE AVERY BLACK

CAUSA PARA MATAR (Libro #1)

UNA RAZÓN PARA HUIR (Libro #2)

UNA RAZÓN PARA ESCONDERSE (Libro #3)

UNA RAZÓN PARA TEMER (Libro #4)

UNA RAZÓN PARA RESCATAR (Libro #5)

UNA RAZÓN PARA ATERRARSE (Libro #6)



SERIE DE MISTERIO DE KERI LOCKE

UN RASTRO DE MUERTE (Libro #1)

UN RASTRO DE ASESINATO (Libro #2)

UN RASTRO DE VICIO (Libro #3)

UN RASTRO DE CRIMEN (Libro #4)

UN RASTRO DE ESPERANZA (Libro #5)


CONTENIDOS



PRÓLOGO (#uea24ae56-a189-59f2-8762-4a7890c56138)

CAPÍTULO UNO (#ud3c10429-4720-5919-85a6-96745ad23997)

CAPÍTULO DOS (#u0bd8b220-94d8-5870-9c21-95af6a3998a2)

CAPÍTULO TRES (#u4ebd187f-a9bc-5748-a9f2-6c76de84b3b3)

CAPÍTULO CUATRO (#u8b051729-41b8-56d7-93ed-f688eb5ec161)

CAPÍTULO CINCO (#u61441805-80eb-510d-adf2-3c9f70aa8049)

CAPÍTULO SEIS (#uf72b67e1-6e10-5d35-9e4f-9ceac62bdd23)

CAPÍTULO SIETE (#u8dd8400a-4e6e-55bf-813b-d3a522f92278)

CAPÍTULO OCHO (#u95031079-3e55-5e48-920a-e0f67fb68bc0)

CAPÍTULO NUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIEZ (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO ONCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TRECE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO CATORCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO QUINCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIDÓS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTITRÉS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTICUATRO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTICINCO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTISIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTINUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TREINTA (#litres_trial_promo)




PRÓLOGO


Christine sólo había visto la nieve una vez en su vida. Así que, cuando empezó a caer a su alrededor mientras regresaba a casa del apartamento de su novio, sonrió. Pensó que, si no hubiera bebido tanto esta noche, lo hubiera podido disfrutar más. Tenía veinte años, pero no pudo evitar sacar la lengua para atrapar algunos copos. Se echó a reír en voz baja al sentirlos... además del hecho de que había recorrido un largo camino desde su hogar en San Francisco.

Se había transferido a Queen Nash en Maryland con el deseo de centrarse en las ciencias políticas. Las vacaciones de invierno se acercaban a su fin y en este momento estaba deseando tomar las riendas de la enorme carga de cursos que le aguardaban la próxima primavera. Era una de las razones por las que ella y su novio, Clark, habían estado pasando un buen rato esta noche, para darse un último homenaje antes de que comenzara el semestre. Había habido una especie de fiesta y Clark, como siempre, había bebido demasiado. Ella había decidido caminar hasta su casa, a sólo tres manzanas de distancia, en lugar de quedarse allí para dejar que los amigos de Clark le tiraran los tejos mientras sus novias le lanzaban miradas desagradables. Así es como terminaban todas las reuniones en casa de Clark cuando ella no acababa yendo a su habitación.

Además... se sentía ignorada. Clark era terrible en ese aspecto, poniendo siempre el trabajo, la universidad o emborracharse por delante de ella. Había alguien más a quien podía llamar cuando volviera a su apartamento. Claro, era tarde, pero había dejado muy claro que estaba disponible para ella a todas horas. Lo había probado antes, así que ¿por qué no esta noche?

Al cruzar una calle entre dos manzanas, se dio cuenta de que la nieve ya se había adherido a las aceras. La tormenta había sido anticipada, por lo que las carreteras habían sido acondicionadas y salinizadas, pero la blanca manta de nieve que caía se había adherido a las aceras y a las pequeñas franjas de césped frente a los edificios de apartamentos entre los que caminaba. Para cuando Christine llegó a su apartamento, casi decidió volver a casa de Clark. Hacía frío y la nieve estaba enviando una pequeña oleada de sorpresa infantil a través de ella. Cuando agarró la llave para abrir la puerta del edificio de apartamentos, casi se da la vuelta para hacer precisamente eso.

Lo único que la convenció de lo contrario fue saber que no dormiría bien si volvía. Aquí le esperaba su propia cama, sus mantas calentitas y al menos ocho horas de sueño.

Entró y se dirigió a los ascensores. Presionó el botón del tercero y esperó a que llegara el ascensor. No estaba borracha, sólo un poco achispada, y empezó a juguetear con la idea de tomar una copa más de vino cuando llegara a su apartamento para luego realizar una llamada... al hombre con el que había estado saliendo durante los últimos meses a escondidas.

Esto era lo que tenía en mente cuando llegó el ascensor. Se metió al interior y lo subió hasta su piso, disfrutando de la forma en que su cabeza zumbaba mientras el ascensor se movía hacia arriba.

Salió a su pasillo y lo encontró vacío. Esto tenía sentido, ya que era después de la una de la madrugada de un miércoles por la noche. Se acercó a la puerta y volvió a sacar las llaves. Mientras tintineaban entre sus aún frías manos, una voz por detrás de ella le sobresaltó.

“¿Christine?”.

Se giró al oír su nombre. Ella sonrió al verlo allí de pie. No iba a tener que llamarlo después de todo. Era como si se hubiera anticipado a su deseo de verle. Después de todo, había pasado una semana o así.

“Hola”, dijo ella.

Caminó para acercarse a ella, con su paso decidido. La miraba de la forma en que lo hacía habitualmente, con un fuego en los ojos que le dejaba claro lo que quería. Su mera mirada la excitaba, y el hecho de quién era él. Estaba fuera de los límites. Era... bueno, era un poco peligroso, ¿no?

Se encontraron en su puerta, prácticamente chocando el uno contra el otro. El beso fue un poco torpe debido a su ferocidad. Sus manos comenzaron a explorar instantáneamente. Ella agarró la cintura de sus pantalones, acercándolo hacia ella. La mano de él trazó los bordes del cuerpo de ella, deslizándose entre sus muslos mientras se aferraban el uno al otro en el pasillo.

“Dentro”, se las arregló para decir entre el beso y su ya acalorado aliento. “Ahora”.

Ella abrió la puerta mientras él le mordisqueaba el cuello. Gimió, nerviosa por lo que estaba a punto de pasar. Ni siquiera sabía si podría llegar al dormitorio. Tal vez ni siquiera el sofá. La puerta se abrió y ella la empujó para abrirla. Cuando él se acercó instantáneamente a ella, pateando la puerta y cerrándola, ella lo alejó. Se recostó contra el pequeño mostrador de la cocina y se quitó la camisa. Le gustaba cuando ella se desvestía para él. Era una cosa extraña que tenía que ver con el control, haciéndole sentir que ella le estaba sirviendo incluso antes de que el sexo empezara.

Cuando levantó la camisa por encima de su cabeza, alcanzando ya los ganchos de su sujetador, le miró a los ojos.... y se quedó helada. Se había quedado parado, y el fuego en sus ojos ya no estaba presente. Ahora, había algo más. Algo nuevo... algo que la asustó.

Él ladeó la cabeza, como si la examinara por primera vez, y entonces se tiró encima de ella. Había sido duro con ella antes, pero esto era nuevo. Esto no era sexual, de ninguna manera. Presionó todo su peso contra ella y puso sus manos alrededor de su cuello. No había nada de juguetón en ello; su agarre era feroz, y pudo sentir de inmediato cómo estaba aplastando su tráquea.

Tardó menos de diez segundos en sentir cómo sus pulmones comenzaban a entrar en pánico. Cuando lo hicieron, ella lo abofeteó furiosamente mientras sentía que sus rodillas se doblaban.

Sintió que su pecho se tensaba cada vez más, como si hubiera algún tipo de fuerza dentro de ella que empujara el aire hacia afuera. Cuando cayó al suelo, la parte de atrás de su cabeza golpeó el mostrador de la cocina. Sus manos nunca dejaron su cuello, y parecía que se apretaban más y más cuanto más débil se sentía.

Le lanzó una última bofetada, pero fue tan débil que ni siquiera estaba segura de si le había tocado. Cuando ella cayó al suelo, él estaba encima de ella. Continuó asfixiándola, presionando su excitada hombría contra ella. Movió sus manos en busca de algo, de cualquier cosa, pero todo lo que encontró fue la camisa que ella acababa de quitarse para él.

Apenas tuvo tiempo de preguntarse por qué estaba haciendo esto antes de que la oscuridad se precipitara sobre ella, aliviándola de ese terrible dolor en su pecho.




CAPÍTULO UNO


Mackenzie estaba de pie en el baño, apoyada en el lavabo y mirando al inodoro. Había mirado mucho el inodoro últimamente, manejando su primer trimestre de una manera que era casi demasiado protocolaria. Sus náuseas matutinas habían sido especialmente serias entre la octava y la undécima semana. No obstante, incluso ahora, que ya estaba a mitad de la decimoquinta semana, todavía le resultaba difícil. Ahora ya no las tenía tan a menudo, pero cuando las tenía, eran desagradables.

Ya había vomitado dos veces esta mañana y su estómago estaba insinuando una tercera vez. Pero mientras sorbía un poco de agua y hacía todo lo que podía por contener su respiración mientras se apoyaba contra el lavabo, sintió cómo le sobrevenía la tercera oleada.

Mackenzie miró hacia abajo a su estómago y colocó su mano amorosamente sobre la zona que apenas había comenzado a sobresalir en la última semana más o menos. “Esos son mis intestinos, pequeño”, dijo ella. “No un reposapiés”.

Salió del baño y se paró en la puerta por un momento, asegurándose de que había terminado. Cuando sintió que había recuperado el control sobre sí misma, fue al armario y comenzó a vestirse. Podía oír a Ellington en la cocina, mientras los ruidos de un armario abriéndose le hicieron pensar que estaba preparando un café. A Mackenzie le habría encantado una taza de café, pero, casualmente, era uno de los alimentos con los que el bebé no se sentía cómodo cuando se producían estos episodios.

Al ponerse los pantalones, se dio cuenta de que le quedaban un poco más ajustados. Mackenzie pensó que tenía un mes más o menos antes de tener que buscar ropa nueva de premamá. Y suponía que sería en ese momento cuando iba a tener que decirle al director McGrath que estaba embarazada. Aún no se lo había dicho por miedo a su reacción. No estaba lista para no hacer nada más que sentarse a un escritorio o hacer investigaciones de fondo para algún otro agente.

Ellington llegó a la puerta frunciendo el ceño. De hecho, llevaba en la mano una taza de café. “¿Te sientes mejor?”, preguntó.

“Saca ese café de aquí”, dijo ella. Hizo lo posible por sonar juguetona, pero le salió un tono de cierta amargura.

“Mi madre sigue llamando para saber por qué no hemos decidido todavía el lugar de la boda”.

“¿Entiende que no es su boda?”, preguntó Mackenzie.

“No. No creo que lo entienda”.

Salió de la habitación por un momento para dejar el café y luego se acercó a Mackenzie. Se arrodilló y besó su tripita mientras ella buscaba una camisa que ponerse.

“¿Todavía no quieres saber el sexo?”, preguntó.

“No lo sé. Ahora no, pero probablemente cambie de opinión”.

Ellington la miró. Desde su posición en el suelo, parecía un niño pequeño, que estuviera mirando a sus padres en busca de su aprobación. “¿Cuándo piensas decírselo a McGrath?”.

“No lo sé”, dijo ella. Se sintió como una tonta de pie medio vestida mientras él presionaba su cara contra el estómago de ella. Aun así, también le hizo darse cuenta de que él estaba aquí para ella. Le había pedido que se casara con él antes del bebé y ahora, ante un embarazo inesperado, seguía aquí, con ella. Pensar que él era el hombre con el que probablemente pasaría el resto de su vida la hizo sentir en paz y contenta.

“¿Tienes miedo de que te eche a un lado?”, preguntó Ellington.

“Sí, pero una o dos semanas más y no creo que pueda ocultar el bulto del bebé”.

Ellington se rió y la besó en la tripa de nuevo. “Ese es un bulto de bebé muy sexy”.

Siguió besándola, languideciendo un poco a cada beso. Ella se rió y juguetonamente se separó de él. “No hay tiempo para todo eso. Tenemos trabajo. Y, si tu madre no se calla, una boda que planear de una vez por todas”.

Habían mirado varios lugares e incluso habían empezado a buscar en las empresas de catering para lo que planeaban que fuera una pequeña recepción, pero ninguno de ellos podía realmente entrar en el flujo de todo el asunto. Con todo esto, se dieron cuenta de que tenían mucho en común: una aversión por todas las cosas llamativas, un miedo a tratar con la organización, y una afinidad por poner el trabajo por encima de todo lo demás.

Mientras se vestía, se preguntó si a lo mejor estaba haciendo que Ellington se perdiera la oportunidad de tener esa experiencia. ¿Acaso su falta de entusiasmo para planear la boda le hacía pensar que a ella no le importaba? Esperaba que no, porque no era así en absoluto.

“Oye, ¿Mac?”.

Ella se volvió hacia él cuando empezó a abotonarse la camisa. Las náuseas ya habían pasado en su mayor parte, lo que le hacía pensar que podría afrontar el día sin más pruebas.

“¿Sí?”.

“No lo planeemos. Ninguno de nosotros quiere hacerlo. Y realmente, ninguno de los dos quiere una gran boda. La única persona molesta sería mi madre y, francamente, creo que me gustaría ver eso”.

Una sonrisa le cruzó el rostro, pero Mackenzie la reprimió lo más rápido que pudo. A ella también le gustaría ver eso.

“Creo que sé lo que estás diciendo. Pero necesito que lo digas, sólo para estar segura”.

Ellington cruzó la habitación hacia ella y tomó sus manos entre las suyas. "Lo que digo es que no quiero planear una boda y no quiero esperar más para casarme contigo. Vamos a fugarnos”.

Mackenzie sabía que él estaba siendo auténtico por la forma en que su voz comenzó a contraerse a mitad de su comentario. Aun así... parecía demasiado bueno para ser verdad.

“¿Hablas en serio? No lo dirás sólo porque...”.

Se detuvo aquí, incapaz de terminar la pregunta, mirándose la tripa.

“Te juro que no es sólo eso”, dijo Ellington. “Aunque estoy muy emocionada por criar y potencialmente hacer mella en un niño contigo, es a ti a quien quiero ahora mismo”.

“Sí, creo que vamos a hacer mella en este chico, ¿no?”.

“No a propósito”. La acercó y la abrazó. Luego le susurró al oído y escuchar su voz tan cerca de ella la hizo sentir cómoda y contenta de nuevo. “Lo digo en serio. Hagámoslo. Vamos a fugarnos”.

Estaba asintiendo con la cabeza antes de que rompieran el abrazo. Cuando estaban cara a cara de nuevo, ambos tenían pequeños destellos de lágrimas en los ojos.

“Vale...”, dijo Mackenzie.

“Sí, está bien”, dijo, ligeramente atontado. Se inclinó, la besó y luego dijo: “¿Qué hacemos ahora? Mierda, supongo que todavía hay que planear sin importar el camino que tomemos”.

“Tenemos que llamar al juzgado para reservar una hora, supongo”, dijo Mackenzie. “Y uno de nosotros necesita ponerse en contacto con McGrath para pedirle tiempo libre para la ceremonia. ¡No hay otro modo!”.

“Maldita sea”, dijo con una sonrisa. “Está bien. Llamaré a McGrath.

Sacó su teléfono, con la intención de hacerlo allí mismo, pero luego lo volvió a guardar en su bolsillo. “Tal vez esta es una conversación que debería tener cara a cara”.

Mackenzie asintió, sus brazos temblando un poco mientras terminaba de abotonarse la camisa. Vamos a hacer esto, pensó ella. Realmente vamos a hacer esto....

Estaba emocionada, nerviosa y eufórica, todas esas emociones se agitaban dentro de ella a la vez. Ella respondió de la única manera que pudo, caminando hacia él y tomándolo entre sus brazos. Y cuando se besaron, sólo le llevó unos tres segundos decidir que quizás sí que había tiempo para lo que él había intentado empezar momentos antes.



***



La ceremonia fue dos días después, un miércoles por la tarde. No duró más de diez minutos y terminó con el intercambio de los anillos que se habían ayudado a escoger el día anterior. Fue tan fácil y relajado que Mackenzie se preguntaba por qué las mujeres pasaban por todo ese infierno de la planificación y programación de sus bodas.

Como se necesitaba al menos un testigo, Mackenzie había invitado a la agente Yardley a asistir. Nunca habían sido realmente amigas, pero ella era una buena agente y, por lo tanto, una mujer en la que Mackenzie confiaba. Fue al pedirle a Yardley que cumpliera con ese papel que se acordó una vez más de que realmente no tenía ningún amigo. Ellington era lo más cercano y por lo que a ella respectaba, eso era más que suficiente.

Cuando Mackenzie y Ellington salieron de la sala del tribunal y entraron al pasillo principal del edificio, Yardley hizo todo lo que pudo por pronunciar un discurso alentador de despedida antes de salir a toda prisa.

Mackenzie la vio irse, preguntándose por qué tenía tanta prisa. “No voy a decir que fue grosera ni nada de eso”, dijo Mackenzie, “pero parecía que no podía esperar a salir de aquí”.

“Eso es porque hablé con ella antes de la ceremonia”, dijo Ellington. “Le dije que se largara a toda pastilla cuando termináramos”.

“Eso fue grosero por tu parte. ¿Por qué lo hiciste?”.

“Porque convencí a McGrath para que nos diera hasta el próximo lunes. Me tomé todo el tiempo y el estrés que habría invertido en planear una boda en planear una luna de miel”.

“¿Qué? ¿Me estás tomando el pelo?”.

Ellington sacudió la cabeza. Ella lo envolvió en un abrazo, tratando de recordar un momento en que hubiera sido así de feliz. Se sentía como una niña que acababa de recibir todo lo que quería para Navidad.

“¿Cuándo lograste hacer todo eso?”, preguntó.

“Básicamente en horario de oficina”, dijo con una sonrisa. “Ahora tenemos que darnos prisa. Tenemos que hacer las maletas y hacer el amor. Nuestro avión sale en cuatro horas hacia Islandia”.

El destino sonaba extraño al principio, pero luego recordó la conversación de la “lista de deseos” que habían elaborado cuando descubrió que estaba embarazada. ¿Cuáles eran algunas de las cosas que ella quería hacer antes de traer a un niño al mundo? Uno de los deseos de Mackenzie había sido acampar bajo la aurora boreal.

“Sí, vamos allá entonces”, dijo ella. “Porque con la forma en que me siento ahora mismo y las cosas que planeo hacerte cuando volvamos a casa, no sé si llegaremos al aeropuerto a tiempo”.

“Sí, señora”, dijo, corriendo hacia la puerta. “Una pregunta, sin embargo”.

“¿De qué se trata?”.

La sonrió y le preguntó: “¿Puedo llamarte señora Ellington a partir de ahora?”.

Su corazón casi saltó en su pecho al escuchar la pregunta. “Supongo que puedes”, dijo mientras salían por la puerta, entrando al mundo por primera vez como una pareja casada.




CAPÍTULO DOS


El asesinato no había sido en absoluto lo que él esperaba. Había pensado que habría algún grado de ¿qué he hecho? Tal vez un momento de culpa irreversible o la sensación de que de alguna manera había alterado el curso de la vida de una familia, pero no sintió nada de eso. Lo único que había sentido después de los asesinatos, después de matar a sus dos víctimas, era una abrumadora sensación de paranoia.

Y, para ser honestos, júbilo.

Quizás había sido estúpido al hacerlo tan despreocupadamente. Se había sorprendido de lo normal que le había resultado. Había estado aterrorizado de la idea hasta que les puso las manos en el cuello, hasta que apretó con ellas para robarles la vida de sus bellos cuerpos. La mejor parte había sido ver cómo la luz se apagaba en sus ojos. Había sido inesperadamente erótico, la cosa más vulnerable que había visto en su vida.

La paranoia, sin embargo, era peor de lo que jamás podría haber imaginado. No había podido dormir en tres días después de haber matado a la primera, aunque se había preparado para ese obstáculo después de la segunda. Unas copas de vino tinto y un Ambien justo después del asesinato y había dormido bastante bien, la verdad.

La otra cosa que le molestaba era lo difícil que había sido abandonar la escena del crimen la segunda vez. La forma en que ella había caído, la forma en que la vida se le había ido de los ojos en un instante... le habían hecho desear quedarse allí, mirando fijamente a esos ojos recién muertos para ver qué secretos podían albergar. Nunca antes había sentido tal ansia, aunque para ser justos, nunca hubiera soñado con matar a nadie hasta hace un año o más o menos. Así que aparentemente, al igual que las papilas gustativas, la moral de una persona podía cambiar de vez en cuando.

Pensó en esto mientras se sentaba frente a su chimenea. Toda su casa estaba en silencio, tan espeluznantemente quieta que podía oír el sonido de sus dedos moviéndose contra el tallo de su copa de vino. Observó cómo ardía y castañeteaba el fuego mientras tomaba sorbitos de un vaso de vino tinto.

Esta es tu vida ahora, se dijo a sí mismo. No has matado a una, sino a dos personas. Claro, eran necesarios. Tenías que hacerlo o tu vida podría haber terminado. Aunque técnicamente ninguna de esas chicas merecía morir, todo había sido por necesidad.

Se lo repitió a sí mismo una y otra vez. Era una de las razones por las que la culpa que había estado esperando no le había tocado todavía. También podría ser la razón por la que había tanto espacio para que esa paranoia se adentrara y echara raíces.

En cualquier momento esperaba una llamada a su puerta, con un agente de policía al otro lado. O tal vez un equipo SWAT, con un espolón para tirar la puerta. Y lo peor de todo es que él sabía que se lo merecía. No tenía ninguna ilusión de salirse con la suya. Pensaba que algún día se descubriría la verdad. Así es como funciona el mundo ahora. Ya no existía tal cosa como la privacidad, no existía eso de vivir tu propia vida.

Así que cuando llegó el momento, pensó que sería capaz de aceptar cualquier justicia que se le hiciera erguido como un hombre. La única pregunta que quedaba era: ¿A cuántas más tendría que matar? Una pequeña parte de él le rogó que se detuviera, tratando de convencerlo de que su trabajo ya estaba hecho y que nadie más tenía que morir.

Claro que él estaba bastante seguro de que eso no era cierto.

Y lo peor de todo, la perspectiva de tener que salir y hacerlo de nuevo despertó una excitación dentro de él que ardía y resplandecía como el fuego que tenía delante de él




CAPÍTULO TRES


Ella era muy consciente de que solo se debía al cambio de ambiente, pero el sexo en el desierto islandés, bajo el majestuoso remolino de la aurora boreal, fue increíble. La primera noche, cuando ella y Ellington terminaron su celebración, Mackenzie durmió mejor de lo que había dormido en mucho tiempo. Se durmió feliz, satisfecha físicamente y con la sensación de que una vida crecía en su interior.

Se despertaron a la mañana siguiente y tomaron un café muy amargo con una pequeña fogata en su campamento. Estaban en el noreste del país, acampando a unas ocho millas del lago Mývatn, y ella se sentía como si fueran las únicas personas en la faz de la tierra.

“¿Qué te parecería tomar pescado para desayunar?”, le preguntó Ellington de repente.

“Creo que estoy bien con la avena y el café”, dijo.

“El lago está a sólo ocho millas de distancia. Puedo sacar algunos peces para tener una auténtica comida de campamento”.

“¿Sabes pescar?”, preguntó ella, sorprendida.

“Solía hacerlo muy a menudo”, dijo él. Tenía una mirada lejana en sus ojos, una que ella sabía desde hacía tiempo que significaba que cualquier cosa de la que hablaba era parte de su pasado y que probablemente estaba ligada a su primer matrimonio.

“Eso lo tengo que ver”, dijo ella.

“¿Escucho un tono de escepticismo en tu voz?”.

No dijo ni una palabra más cuando se puso de pie y se dirigió a su todoterreno de alquiler. “El pescado suena genial”, dijo.

Se subieron al todoterreno y se dirigieron hacia el lago. Mackenzie disfrutaba de los campos abiertos y de los fiordos, que le hacían sentir como si estuviera en un cuento de hadas. Era un marcado contraste con el ajetreo al que se estaba acostumbrando en Washington DC. Ella miró a Ellington mientras él conducía hacia el lago Mývatn. Le parecía atractivo con su aspecto desaliñado, con el pelo todavía ligeramente despeinado tras pasar la noche en la tienda de campaña. Y aunque tenían planes de registrarse en un pequeño motel para pasar la noche, principalmente para ducharse antes de regresar al campamento, Mackenzie tenía que admitir que había algo fascinante en verlo un poco mugriento, un tanto ordinario. De alguna manera, verlo así hacía mucho más fácil comprender la idea de que iba a pasar el resto de su vida con él.

Llegaron al lago veinte minutos después, y Ellington se sentó en un viejo y destartalado muelle con una caña de pescar alquilada entre las manos. Mackenzie sólo lo miraba, compartiendo nada más que una pequeña charla con él. Estaba disfrutando al verlo haciendo algo que ella ni siquiera había pensado que él pudiera disfrutar. Eso solo le hizo ver el hecho de que había mucho más sobre él de lo que tenía que ponerse al día, un pensamiento aleccionador mientras miraba al hombre con el que se había casado hacía sólo dos días.

Cuando él trajo su primer pez, ella se sorprendió mucho. Y para cuando él ya tenía tres en el muelle, arrojados en un pequeño cubo, estaba igualmente sorprendida de sí misma y del hecho de que se sintiera bastante atraída por este lado suyo. Se preguntaba en qué otras actividades al aire libre que él le había estado ocultando sería un experto.

Volvieron al campamento, con el Jeep apestando a los tres peces que acabarían siendo su desayuno. De vuelta en el lugar, ella vio que su experiencia con la pesca terminaba al sacarlos del agua. Fue un poco torpe limpiándolos y destripándolos; y aunque terminaron comiendo un delicioso pescado sobre una fogata, estaba hecho pedazos como si fueran un trapo viejo.

Hicieron planes para el día, planes que incluían montar a caballo, una excursión en cascada y un viaje al pequeño motel a las afueras de Reykjavík para ducharse y hacer una comida adecuada antes de volver a conducir a través de la hermosa campiña hasta el campamento al caer la noche. Y después de desayunar pescado fresco, llevaron a cabo ese plan paso a paso.

Todo fue muy onírico y, al mismo tiempo, una forma muy vívida de empezar su vida juntos. Hubo momentos, abrazándolo o besándolo en medio de este increíble paisaje, en que supo con certeza que recordaría todo esto durante toda su vida, quizás hasta su último respiro. Nunca se había sentido tan contenta en toda su vida.

Regresaron a su campamento, donde volvieron a atizar la hoguera. Luego, recién duchados y con una comida completa y opípara en sus estómagos, se retiraron a la tienda de campaña y tuvieron una noche muy larga.



***



Cuando solo quedaban dos días de su luna de miel, se embarcaron en una excursión privada a los glaciares por el Golden Circle de Islandia. Era el único día del viaje en el que Mackenzie había tenido náuseas matutinas y, como resultado, decidió no aprovechar la oportunidad de escalar glaciares. Sin embargo, vio cómo Ellington participaba de ello. Disfrutó viéndolo hacer frente a la tarea como un niño muy ansioso. Era una parte de él que ella había visto de vez en cuando, pero nunca hasta ese punto. Entonces se dio cuenta de que era el mayor tiempo que habían pasado juntos fuera del trabajo. Había sido como un paraíso esporádico y le había abierto los ojos a cuánto lo amaba en realidad.

Cuando Ellington y el instructor comenzaron a descender por el glaciar, Mackenzie sintió cómo vibraba su teléfono celular en el bolsillo de su abrigo. Habían apagado todo el sonido al subir al avión para comenzar su luna de miel, pero, dadas sus carreras, no se habían permitido apagar los teléfonos del todo. Para ocuparse mientras Ellington bajaba del glaciar, sacó el teléfono y lo revisó.

Cuando vio el nombre de McGrath en la pantalla, se le hundió el corazón. Había estado en un estado de euforia estos últimos días. Ver su nombre le hizo creer que todo eso iba a tener un final bastante rápido.

“Al habla la agente White”, dijo ella. Entonces pensó: Maldita sea... perdí mi primera oportunidad de referirme a mí misma como agente Ellington.

“Soy McGrath. ¿Cómo va todo por Islandia?”.

“Es agradable”, dijo ella. Y entonces, sin importarle un bledo aparentar vulnerabilidad delante suyo, se corrigió a sí misma. “Es increíble. Realmente hermoso”.

“Bueno, entonces, vais a odiarme por llamaros, estoy seguro”.

Entonces le dijo por qué estaba llamando, y tenía razón. Cuando terminó la llamada, estaba muy molesta con él.

Su corazonada había sido correcta. Y así sin más, su luna de miel había terminado.




CAPÍTULO CUATRO


La transición había sido bastante fácil. El apresuramiento y la prisa por su vuelo y luego tener que coger un vuelo de vuelta a DC hizo que la magia de su luna de miel se disolviera lentamente al cruzar los límites con la vida real. Mackenzie estaba muy contenta de sentir que algo de esa magia aún existía entre ellos, principalmente al darse cuenta de que incluso aquí, de vuelta en los Estados Unidos y envueltos en sus trabajos, todavía seguían estando casados. Islandia había sido mágico, sin duda, pero no había sido la única cosa que los había unido durante esos pocos días.

Lo que ella no esperaba era lo mucho que destacaba su anillo de bodas en su dedo anular cuando ella y Ellington entraron a la oficina de McGrath solamente catorce horas después de que él interrumpiera su luna de miel. No era tan ingenua como para sentir que eso la convertía en una persona nueva, pero sí lo veía como una señal de que había cambiado, de que era capaz de crecer. Y si eso era cierto en su vida personal, ¿por qué no en su vida profesional?

Tal vez comience una vez que le digas a tu jefe que estás embarazada de quince semanas, pensó ella.

Con ese pensamiento en su cabeza, también se dio cuenta de que el caso para el que habían sido llamados probablemente sería el último antes de que tuviera que confesar su embarazo, aunque la idea de tratar de localizar a los asesinos con un vientre abultado la hizo sonreír.

“Agradezco que hayáis venido enseguida”, dijo McGrath. “Y también quiero felicitaros por vuestro matrimonio. Por supuesto, no me gusta la idea de que una pareja casada trabaje en conjunto. Pero quiero que esto se termine muy rápido, ya que podría haber pánico masivo en un campus universitario si no lo solucionamos muy pronto. Y no cabe duda de que vosotros dos trabajáis bien juntos, así que allá vamos”.

Ellington la miró y sonrió ante el último comentario. Mackenzie se sentía casi desconectada debido a lo mucho que sentía por él. Era algo hermoso, pero también la hizo sentir un poco incómoda.

“La última víctima es una estudiante de segundo año de la Universidad Queen Nash en Baltimore. Christine Lynch. Fue asesinada en su cocina a última hora de la noche. Le habían quitado la camisa y la encontraron en el suelo. Obviamente fue estrangulada. Por lo que tengo entendido, no había huellas en su cuello, lo que indica que el asesino llevaba guantes”.

“Así que el asesinato fue premeditado y no situacional”, dijo Mackenzie.

McGrath asintió con la cabeza y les pasó tres fotos de la escena del crimen por encima de su escritorio. Christine Lynch era una rubia muy bonita y, en las fotos, su cara estaba girada hacia la derecha. Llevaba maquillaje y, como había dicho McGrath, le habían quitado la camisa. Tenía un pequeño tatuaje en el hombro. Un gorrión, pensó Mackenzie. El gorrión parecía estar mirando hacia arriba, hacia el área donde comenzaban los moratones alrededor de su cuello; los moratones en su cuello eran obvios incluso en las fotos.

“La primera”, dijo McGrath, abriendo otra carpeta, “fue una joven de veintiún años llamada Jo Haley. También es estudiante de Queen Nash. La encontraron en su habitación, en la cama y completamente desnuda. El cuerpo había estado allí por lo menos tres días antes de que su madre llamara para reportar actividades sospechosas. Había signos de estrangulación, pero no tan viciosos como los que vemos en Christine Lynch. El CSI encontró evidencia de actividad sexual justo antes de su muerte, incluyendo un envoltorio de condón vacío”.

Deslizó las fotos de la escena del crimen hacia ellos. Había más fotos de Jo Haley, principalmente de los moratones alrededor de su cuello donde parecía que alguien la había estrangulado. Ella, al igual que Christine Lynch, era bastante atractiva. También era muy delgada, casi hasta el punto de parecer esquelética.

“¿Así que la única pista real que tenemos es que dos chicas bonitas que estudian en Queen Nash han sido asesinadas, probablemente durante o justo antes de que las penetraran?”, preguntó Mackenzie.

“Sí”, dijo McGrath. “Dada la hora estimada de la muerte de Jo Haley, fueron asesinadas con no más de cinco días de diferencia”.

“¿Tenemos horas estimadas de la noche en que fueron asesinadas?”, preguntó Mackenzie.

"No. Nada concreto, aunque sabemos que se había visto a Christine Lynch en el apartamento de su novio hasta la una de la madrugada del miércoles. Su novio descubrió su cuerpo al día siguiente cuando fue a su apartamento”.

Ellington estudió la última de las fotos y se las devolvió a McGrath. “Señor, con todo respeto, ahora soy un hombre casado. Ya no puedo acercarme a mujeres jóvenes y bonitas en los campus universitarios”.

McGrath volvió la vista hacia el cielo y miró a Mackenzie. “Os deseo la mejor de las suertes con esto”, dijo, asintiendo hacia Ellington. “Con toda seriedad... quiero que resolváis esto tan pronto como sea posible. Las vacaciones de invierno terminan la semana que viene y no quiero que cunda el pánico en el campus cuando todos estos estudiantes regresen de sus casas”.

Como si pudiera cambiar de personalidad con solo pulsar un botón, Ellington se volvió todo formalidad en un instante. “Tomaré los archivos del caso y empezaremos de inmediato”.

“Gracias. Y en serio... disfrutad de este caso juntos. No creo que sea buena idea que trabajéis juntos ahora que estáis casados. Considerad este caso como mi regalo de bodas para vosotros dos”.

“Lo cierto, señor”, dijo Mackenzie, incapaz de evitarlo, “es que hubiera preferido una cafetera”.

Apenas pudo creerlo cuando un atisbo de sonrisa hizo aparición en los labios de McGrath. Lo reprimió de inmediato mientras Mackenzie y Ellington salían de su despacho con su primer caso como marido y mujer y, consecuentemente, su último caso como equipo.




CAPÍTULO CINCO


Siguiendo el enfoque habitual de Mackenzie, comenzaron con la escena del crimen más reciente. Era el equivalente a mirar un cadáver que todavía estaba caliente, un cuerpo caliente que era mucho más propenso a dar pistas o indicaciones que un cuerpo que hubiera estado frío durante un tiempo. De camino a Maryland, Mackenzie había leído los archivos del caso en voz alta mientras Ellington conducía.

Cuando llegaron al apartamento de Christine en Baltimore, fueron recibidos por un representante del departamento de policía local. Era un caballero mayor, probablemente en su último o penúltimo año en la policía al que encargaban de la limpieza en este tipo de casos.

“Encantado de conoceros”, dijo, estrechando sus manos con la clase de buen humor que le hacía casi odioso. “Ayudante Wheeler. He estado supervisando esto”.

“Agentes White y Ellington”, dijo Mackenzie, dándose cuenta otra vez de que todavía no estaba segura de cómo referirse a sí misma. No era algo que Ellington y ella hubieran discutido todavía, aunque su certificado de matrimonio se refería a ella como Mackenzie Ellington.

“¿Qué puede decirnos desde su perspectiva?”, preguntó Ellington cuando entraron al apartamento de Christine Lynch.

“Bueno, llegamos aquí, mi compañero y yo, nos reunimos con el novio y entramos. Estaba justo ahí, en el piso de la cocina. Se había quitado la camisa, que estaba tirada a un lado. Sus ojos todavía estaban abiertos. Estaba muy claro que le habían estrangulado y no había signos de forcejeo ni nada parecido”.

“Estaba nevando la noche en que ocurrió”, dijo Ellington. “¿No había huellas húmedas en el pasillo?”.

“No. Por lo que sabemos, el novio no llegó hasta la tarde siguiente. Podrían haber pasado entre diez y dieciséis horas entre la última vez que la vio y el momento en que fue asesinada”.

“¿Entonces era una escena limpia?”, preguntó Mackenzie.

“Sí. No hay pistas, ni huellas de nieve o mojadas. Nada de interés”.

Mackenzie pensó en lo que había leído en los archivos del caso, particularmente en una nota bastante personal que el juez de instrucción había añadido al archivo hacía menos de seis horas. Al preparar el cuerpo para el examen, habían encontrado indicios de excitación sexual al quitarle la ropa interior a Christine. Esto, por supuesto, podría haber sido el resultado del tiempo que había pasado con el novio, pero si la habían encontrado aquí, sin camisa y en la cocina... en fin, eso apuntaba al hecho de que quizás alguien se había encontrado con ella aquí después de que ella dejara el apartamento de su novio. Y tal vez no quisieron tomarse el tiempo para llegar hasta el dormitorio.

“¿La policía local pidió ver las cintas de seguridad?”, preguntó Mackenzie. “Noté al menos dos en los lados del edificio cuando entramos”.

“Tenemos a alguien trabajando en eso ahora mismo”, dijo Wheeler. “Lo último que supe, que fue hace dos horas, es que no hay nada importante en el video. Podéis comprobarlo vosotros mismos, claro está”.

“Puede que te tomemos la palabra”", dijo Mackenzie al salir de la cocina y entrar en la sala de estar.

Christine había vivido una vida muy pulcra. Su pequeña estantería al lado derecho de la sala de estar estaba bien apilada y los títulos, muchos de los cuales eran biografías y viejos libros de texto de ciencias políticas, estaban colocados por orden alfabético. Había algunas fotografías colocadas por aquí y por allá en las dos mesitas de noche y en las paredes. La mayoría de ellas eran de Christine y de una mujer que evidentemente era su madre.

Luego se trasladó al dormitorio y miró a su alrededor. La cama estaba hecha y el resto de la habitación era tan decorosa como la sala de estar. Los pocos objetos que había descolocados sobre su mesita de noche y su escritorio revelaron muy poco: bolígrafos, algunas monedas, un cargador para el iPhone, un panfleto para un político local, un vaso con sólo un trago de agua dentro. Era evidente que no había ocurrido nada de una naturaleza física en esta habitación la noche en que Christine había muerto.

Esto planteó muchas preguntas y conclusiones, todas las cuales Mackenzie ordenó en su cabeza mientras regresaba a la cocina.

Alguien se encontró con ella aquí cuando regresó del apartamento de su novio. ¿Le esperaba o la sorprendieron?

El hecho de que su cuerpo fuera descubierto dentro del apartamento y que se hubiera quitado la camisa probablemente significaba que, fuera la visita esperada o por sorpresa, invitó al asesino a entrar. ¿Lo invitó a pasar sin tener la menor idea de que estaba en peligro?

Cuando ella volvió a la cocina, Ellington estaba tomando notas mientras hablaba con el ayudante Wheeler. Ellington y Mackenzie se miraron y asintieron. Era una de las muchas maneras en que habían aprendido a estar en sintonía en el trabajo, un lenguaje no verbal que les ahorraba muchas interrupciones y momentos incómodos.

“Bueno, ayudante Wheeler, creo que ya tenemos lo que necesitamos”, dijo Ellington. “Por casualidad, ¿también te encargaron del asesinato de Jo Haley de hace unos días?”.

“No. Pero sé lo suficiente sobre el caso para ayudaros si así lo necesitáis”.

“Genial. Te llamaremos si llega el momento”.

Wheeler pareció contentarse con esto, sonriendo a ambos cuando salieron del apartamento de Christine Lynch. Afuera, Mackenzie miró hacia la acera, donde había pocos indicios de que hubiera nevado. Sonrió ligeramente al darse cuenta de que probablemente Ellington y ella estaban a punto de casarse cuando esta pobre chica murió.

Christine Lynch nunca tendrá el privilegio de una boda o de un esposo, pensó Mackenzie. La hizo sentir una punzada de dolor por la mujer, un dolor que se profundizó cuando se dio cuenta de que había otro rito de feminidad que ella tampoco sentiría jamás.

Envuelta en esa tristeza, Mackenzie puso una mano sobre su abdomen apenas abultado, como si estuviera protegiendo lo que había dentro.



***



Después de una llamada a la oficina, Mackenzie y Ellington descubrieron que el novio de Christine era un compañero de 22 años de Queen Nash. Trabajaba a tiempo parcial en una oficina de salud pública para meter un pie en cualquier profesión que le esperara después de graduarse con su título en salud pública. Lo encontraron no en el trabajo, sino en su apartamento, y por lo visto la pérdida de Christine le había afectado mucho más que a un típico novio.

Cuando llegaron a su apartamento, Clark Manners estaba limpiando concienzudamente lo que ya parecía ser un apartamento limpio y reluciente. Estaba claro que no había dormido bien recientemente; sus ojos estaban vidriosos y caminaba como si alguna fuerza invisible tuviera que empujarlo. Sin embargo, pareció entusiasmado de invitarles a su apartamento, deseoso de llegar al fondo de lo que había sucedido.

“Mira, no soy estúpido”, dijo mientras se sentaban en su inmaculada sala de estar. “Quienquiera que la haya matado.... iban a violarla, ¿verdad? Por eso se quitó la camisa, ¿no?”.

Mackenzie se había preguntado eso mismo, pero las fotos de la escena del crimen contaban una historia diferente. Cuando Christine se había caído al suelo, lo había hecho sobre la camisa. Eso parecía indicar que se había quitado la camisa con bastante facilidad y que la había dejado tirada en el suelo. Si Mackenzie tuviera que apostar, apostaría a que Christine se la había quitado ella misma, probablemente para quienquiera que hubiera invitado a entrar, quienquiera que hubiera terminado matándola. Además... Mackenzie no estaba tan segura de que el asesino tuviera la intención de violar a Christine. Si hubiera querido, podría haberlo hecho. No.... Mackenzie pensó que había venido a matarla y eso era todo.

No obstante, este pobre hombre no necesitaba saber eso.

“Es demasiado pronto para saberlo”, dijo Mackenzie. “Hay varias maneras diferentes en las que podría haber ocurrido. Y esperábamos que pudieras darnos algunas ideas que nos ayudaran a entenderlo todo”.

“Claro, claro”, dijo Clark, que claramente necesitaba una larga siesta y menos café. “Haré todo lo que pueda hacer”.

“¿Puede describir la naturaleza de tu relación con Christine?”, preguntó Ellington.

“Llevábamos saliendo unos siete meses. Esta era la primera relación de verdad que he tenido, la primera que duró más de dos o tres meses. La amaba... lo supe después de un mes”.

“¿Había alcanzado ya un nivel físico?”, preguntó Mackenzie.

Con una mirada lejana en sus ojos, Clark asintió. “Sí. Eso llegó bastante rápido”.

“Y la noche en que fue asesinada”, dijo Mackenzie, “entiendo que ella acababa de llegar de aquí, de este apartamento. ¿Se quedaba a dormir a menudo?”.

“Sí, una o dos veces por semana. Yo también me quedaba aquí a veces. Me dio una llave para que viniera y me quedara en casa cuando quisiera hace unas semanas. Así es como pude entrar en su casa... así es como la encontré...”.

¿Por qué no se quedó allí esa noche?”, preguntó Ellington. “Era tarde cuando se fue. ¿Hubo alguna discusión entre vosotros dos?”.

“No. Por Dios, rara vez discutimos sobre algo. No.... habíamos estado bebiendo y yo había bebido demasiado. Le di un beso de buenas noches mientras todavía estaba aquí con algunos de mis amigos. Me fui a la cama y perdí el conocimiento, creo que estaba un poco enfermo. Estaba seguro de que se acabaría uniendo a mí, pero cuando me desperté a la mañana siguiente, se había marchado”.

“¿Crees que alguno de tus amigos podría haberla llevado en su coche?”, preguntó Mackenzie.

“Les pregunté a todos y me dijeron que no. Incluso si se hubieran ofrecido, Christine habría dicho que no. Es que, bueno, son sólo tres manzanas y a ella le gusta el clima frío... le gusta caminar cuando nieva. Es de California, así que la nieve es una cosa mágica, ¿sabes? Además, me acuerdo de que... esa noche estaba emocionada porque había nieve en el pronóstico del tiempo. Estaba bromeando sobre salir a pasear en la nieve”.

“¿Cuántos amigos estaban aquí contigo esa noche?”.

“Incluyendo a Christine, éramos seis en total. Por lo que tengo entendido, todos se fueron no mucho después de que ella lo hiciera”.

“¿Podemos obtener sus nombres e información de contacto?”, preguntó Ellington.

“Claro”, dijo, sacando su teléfono y comenzando a localizar la información.

“¿Es normal que tengas tanta gente en casa en una noche entre semana?”, preguntó Mackenzie.

“No. Sólo nos estábamos reuniendo para un último homenaje antes de que las vacaciones de invierno llegaran a su fin. Las clases empiezan la semana que viene, ¿sabes? Y entre los horarios del trabajo y las visitas a la familia, era el único momento en que podíamos reunirnos”.

“¿Tenía Christine algún amigo fuera de tu grupo?”.

“Unos pocos. Era una especie de introvertida. Nos tenía a mí y a dos de mis amigos con los que salía, pero eso era todo. También era muy íntima con su madre. Creo que su madre planeaba venir aquí antes del fin del semestre, para mudarse aquí definitivamente”.

“¿Has hablado con su madre después de que sucediera todo esto?”.

“Así es”, dijo. “Y fue raro porque fue la primera vez que hablé con la mujer. La estaba ayudando con...”.

Se detuvo aquí, y sus ojos cansados mostraron signos de lágrimas por primera vez.

“...con los preparativos del funeral. Creo que la van a incinerar aquí en la ciudad. Voló anoche y se hospedó en un hotel por aquí”.

“¿Algún otro familiar con ella?”, preguntó Mackenzie.

“No lo sé”. Se agachó y miró al suelo. Estaba exhausto y triste, una mezcla que parecía haberle acabado devastando.

“Te dejaremos solo por ahora”, dijo Mackenzie. “Si no te importa, ¿tienes la información del hotel de la Sra. Lynch?”

“Sí”, dijo, sacando lentamente su teléfono. “Espera un momento”.

Mientras obtenía la información, Mackenzie le miró a Ellington. Como siempre, él estaba super alerta, mirando alrededor del lugar para asegurarse de que no se les había pasado por alto nada obvio. Ella también notó, sin embargo, que estaba jugueteando con su anillo de bodas mientras estudiaba el lugar, girándolo lentamente alrededor de su dedo.

Luego volvió a mirar a Clark Manners. Mackenzie estaba bastante segura de que podrían acabar interrogándolo de nuevo, y que probablemente sería pronto. El hecho de que estuviera limpiando obsesivamente su casa después de la muerte de su novia tenía sentido desde un punto de vista psicológico, pero también podía ser interpretado como un intento de deshacerse de cualquier evidencia.

Pero ella había visto a gente quebrantada por el dolor antes y sentía en lo más profundo de su ser que lo más seguro es que Clark fuera inocente. Nadie podría fingir este tipo de dolor y esa incapacidad para dormir bien. Sin embargo, era posible que necesitaran hablar con algunos de sus amigos en algún momento.

Cuando Clark encontró la información, le entregó su teléfono a Mackenzie para que pudiera copiarla. También anotó los nombres y números que Clark había sacado de todos los amigos que habían estado en su apartamento la noche que Christine fue asesinada. Al anotar la información, se dio cuenta de que también había estado girando su anillo de bodas inconscientemente. Ellington se había dado cuenta de que lo hacía, y había logrado sonreírle rápidamente a pesar de la situación. Dejó de girar el anillo al tomar el teléfono de las manos de Clark.



***



Margaret Lynch era exactamente lo contrario de Clark Manners. Estaba tranquila y reposada, y recibió a Mackenzie y a Ellington con una sonrisa cuando se reunieron con ella en el vestíbulo del hotel Radisson en el que se estaba alojando. Sin embargo, los llevó a un sofá cerca de la parte de atrás del vestíbulo, mostrando su primera señal de debilidad.

“Si acabo llorando, preferiría no hacerlo delante de todo el mundo”, comentó, acurrucándose en el sofá como si estuviera bastante segura de que esto iba a suceder.

“Me gustaría empezar preguntando si conoces bien a Clark Manners”, dijo Mackenzie.

“Bueno, hablé con él por primera vez hace dos días, después de todo lo que había pasado, pero Christine lo había mencionado varias veces por teléfono. Creo que le caía muy bien”.

“¿Hay alguna sospecha de su parte?”.

“No. Por supuesto, no conozco al chico, pero basándome en lo que Christine me dijo de él, no lo veo haciendo algo como esto”.

Mackenzie notó que la señora Lynch estaba haciendo todo lo que podía para evitar palabras como "asesinado" o "matado". Pensó que la mujer era capaz de mantenerse bajo control porque estaba haciendo un buen trabajo distanciándose de ella. Probablemente eso había sido facilitado por el hecho de que ambas habían estado viviendo en lugares distintos del país durante un tiempo.

“¿Qué puede decirme sobre la vida de Christine aquí en Baltimore?”, preguntó Mackenzie.

“Bueno, comenzó a ir a la universidad en San Francisco. Ella quería ser abogada, pero la universidad y esa cantidad de cursos... no encajaron bien con ella. Tuvimos una larga charla sobre su solicitud para la Universidad Queen Nash. Una larga charla. Su padre falleció cuando ella tenía once años y, en realidad, solo hemos sido Christine y yo desde entonces. Sin tíos ni tías. Siempre ha sido una familia pequeña. Tiene una abuela que todavía vive, pero sufre de demencia y está en una residencia cerca de Sacramento. No sé si lo sabes o no, pero la voy a incinerar aquí, en Baltimore. No tiene sentido pasar por el proceso de llevarla de vuelta a California sólo para que le hagan lo mismo allí. No tenemos vínculos con la zona, en realidad. Y sé que ella disfrutó mucho por aquí, así que...”.

Esta pobre mujer va a estar completamente sola, pensó Mackenzie. Siempre era consciente de este tipo de cosas cuando entrevistaba e interrogaba a la gente, pero este pensamiento pareció chocar contra ella como si se tratara de una roca.

“De todos modos, ingresó y en un solo semestre, supo que le encantaba estar aquí. Siempre le preocupó mucho que yo fuera una anciana solitaria que vivía sola sin ella. Se mantenía en contacto, llamando dos veces por semana. Me contaba cómo iban las clases y, como dije, terminó hablándome de Clark”.

“¿Qué dijo sobre él?”, preguntó Ellington.

“Sólo que era guapo y muy gracioso. De vez en cuando mencionaba que no era muy estimulante y que tenía una tendencia a beber demasiado cuando estaban en situaciones sociales”.

“¿Pero nada negativo?”.

“No que yo recuerde”.

“Le ruego que me perdone por preguntarle esto”, dijo Mackenzie, “pero ¿sabe si se veían en exclusividad? ¿Cabe la posibilidad de que Christine también se estuviera viendo con alguien más?”.

La señora Lynch pensó en esto durante un momento. No pareció ofenderse por la pregunta; permaneció tan tranquila como cuando habían llegado al vestíbulo para reunirse con ella. Mackenzie se preguntó en qué momento la pobre mujer iba a acabar por romper a llorar.

“Nunca mencionó ninguna competencia por su amor”, dijo la señora Lynch. “Y creo que sé por qué lo preguntas. Me dijeron cómo estaba la escena, que estaba en topless y todo eso. Acabé asumiendo que...”.

Se detuvo aquí y se tomó un momento para recomponerse. Las palabras que venían a continuación hicieron que algo se removiera en sus adentros, pero se las arregló para reprimirlo antes de que las emociones se apoderaran de ella. Cuando volvió a hablar, aún tenía un rostro impasible.

"Simplemente asumí que era una violación que había salido mal. Que tal vez el hombre se frustró por alguna razón y no fue capaz de hacerlo. Pero supongo que hay una posibilidad de que hubiera otro hombre en su vida. Si lo había, yo no lo sabía”.

Mackenzie asintió. La teoría de la supuesta violación también le había pasado por la cabeza, pero la forma en que la camisa había sido tirada al suelo y el hecho de que su cabeza yaciera al azar sobre ella... nada de eso parecía tener sentido.

“Bueno, señora Lynch, no queremos molestarla más de lo necesario”, dijo Mackenzie. “¿Cuánto tiempo piensa quedarse en la ciudad?”.

“Aún no lo sé. Tal vez un día o dos después del servicio”. Al decir la palabra servicio, su voz se quebró levemente.

Ellington le dio una de sus tarjetas de visita al ponerse de pie. “Si se le ocurre algo o escucha algo durante el funeral o los servicios, por favor, háganoslo saber”.

“Por supuesto. Y gracias por investigar esto”. La señora Lynch parecía triste cuando Mackenzie y Ellington se fueron. Supongo que sí, pensó Mackenzie. Está sola en una ciudad que no conoce, donde ha venido para encargarse de su hija fallecida.

La señora Lynch los acompañó hasta la puerta y les hizo señas para que se fueran mientras caminaban hacia su coche. Fue el primer momento en que Mackenzie se dio cuenta de que sus hormonas estaban oficialmente alteradas como resultado de su embarazo. Ella estaba empatizando con Margaret Lynch de una manera que no podría haber sentido antes de saber que estaba embarazada. Crear vida, criarla y nutrirla sólo para que te la arrebaten de una manera tan brutal... tenía que ser de lo más espeluznante. Mackenzie se sentía absolutamente desdichada por la señora Lynch cuando ella y Ellington salieron de nuevo al tráfico de la ciudad.

Y así sin más, Mackenzie sintió un arrebato de determinación. Siempre había tenido una pasión por corregir los errores, por llevar a los asesinos y a otros hombres y mujeres malvados ante la justicia. Daba igual que se tratara de hormonas o no, ella se comprometió a encontrar al asesino de Christine Lynch, aunque no por otra razón que la de proporcionarle a Margaret Lynch la tranquilidad de un final.




CAPÍTULO SEIS


El primer nombre en la lista de amigos que Clark Manners les había dado era un tipo llamado Marcus Early. Cuando intentaron contactarlo, la llamada fue directamente al buzón de voz. Luego probaron con el segundo nombre de la lista, Bethany Diaggo, y pudieron concertar una entrevista para ese mismo momento.

Conocieron a Bethany en su lugar de trabajo, un bufete de abogados en el que trabajaba como pasante como parte de sus estudios en Queen Nash. Como ya se acercaba la hora de la cena, simplemente salió media hora antes y se reunió con ellos en una de las pequeñas salas de conferencias en la parte trasera del edificio.

“Tenemos entendido que estabas en el apartamento de Clark Manners la noche que Christine fue asesinada”, dijo Mackenzie. “¿Qué puedes decirnos acerca de esa noche?”.

“Sólo nos juntamos para divertirnos un poco. Bebimos un poco, tal vez demasiado. Jugamos algunos juegos de cartas, vimos algunas repeticiones de The Office, y eso fue todo”.

“¿Así que no hubo discusiones de ningún tipo?”, preguntó Mackenzie.

“No. Pero vi que Christine estaba empezando a irritarse con Clark. A veces, cuando bebe, tiende a pasarse un poco, ¿sabes? No dijo nada esa noche, pero se notaba que empezaba a irritarse”.

“¿Sabes si alguna vez causó problemas con ello en el pasado?”.

“Que yo sepa, no. Creo que Christine sabía manejarlo. Estoy bastante segura de que ella sabía que su relación no era para siempre”.

“Bethany, ¿conociste a una joven llamada Jo Haley? Más o menos de tu edad, ¿también estudiante de Queen Nash?”.

“Lo cierto es que sí”, dijo ella. "No tan bien como conocía a Christine, pero éramos conocidas, aunque rara vez saliéramos juntas, claro que, si nos cruzábamos en un bar o algo así, generalmente terminábamos sentándonos juntas para charlar”.

“Supongo que sabes que también le asesinaron a ella hace unos cuantos días”, preguntó Ellington.

“Así es. Como una de esas ironías crueles, fue Christine quien me dio la noticia”.

“¿Sabes cómo se enteró?”, preguntó Mackenzie.

“Ni idea. Creo que compartían algunas de las mismas clases. Oh, y también tenían el mismo asesor académico”.

“¿Asesor académico?”, preguntó Ellington. “¿No es eso más que una forma elegante de decir consejero?”.

“Más o menos”, dijo Bethany.

“¿Y estás segura de que Jo y Christine tenían el mismo?”, preguntó Mackenzie.

“Eso es lo que Christine me dijo. Lo mencionó cuando me dijo que Jo había sido asesinada. Dijo que le tocaba demasiado de cerca”. Bethany se detuvo aquí, quizás entendiendo por primera vez la terrible premonición del comentario.

“¿Sabes por casualidad el nombre de ese consejero?”, preguntó Mackenzie.

Bethany pensó por un momento y luego sacudió la cabeza. “Lo siento. No. Lo mencionó cuando hablábamos de Jo, pero no me acuerdo”.

No es problema, pensó Mackenzie. Una llamada rápida a la universidad nos proporcionará esa información.

“¿Hay algo más sobre Jo o Christine que puedas decirnos?”, preguntó Mackenzie. “¿Algo que pueda darle a alguien una razón para querer verlas muertas?”.

“Nada en absoluto”, dijo ella. “No tiene ningún sentido. Christine estaba muy concentrada en sus estudios y no le iba para nada el drama. Solo iba a la universidad e intentaba darle un comienzo rápido a su carrera. Pero no conocía a Jo lo suficiente como para juzgarla”.

“Bueno, gracias por tu tiempo”, dijo Mackenzie.

Mientras salían de la oficina y Bethany se preparaba para salir a pasar el día, Mackenzie trató de imaginar a estas dos mujeres muertas cruzando sus caminos en los pasillos y vestíbulos de la universidad. Tal vez pasaban la una al lado de la otra cuando una salía de la oficina de su consejero mientras que la otra caminaba hacia una cita. La idea era un poco espeluznante, pero ella sabía muy bien que cosas como ésta solían ocurrir con bastante frecuencia en los casos de asesinato en los que había más de una víctima.

“Las oficinas de la universidad aún están cerradas por vacaciones”, señaló Ellington al regresar al coche. “Estoy bastante seguro de que reabrirán mañana”.

"Sí, pero asumo que hay algún tipo de directorio de empleados en su página web. En base a algunos de los libros que vi en el apartamento de Christine y algo de literatura política en su dormitorio, creo que podemos asumir con certeza que era una estudiante de ciencias políticas. Podríamos reducirlo de ese modo”.

Antes de que Ellington pudiera decirle que era una buena idea, Mackenzie ya estaba conectando con su teléfono. Abrió su navegador web y comenzó a recorrer los enlaces. Pudo encontrar un directorio, pero, como había supuesto, no había números directos o personales; todos eran números de las oficinas de los asesores. Aun así, localizó a los dos asesores que habían sido asignados específicamente al departamento de ciencias políticas y dejó mensajes de voz para cada uno de ellos, pidiéndoles que la llamaran en cuanto recibieran el mensaje.

Tan pronto como terminó con eso, siguió buscando un poco más, esta vez a través de su lista de contactos.

“¿Y ahora qué?”, preguntó Ellington.

“Sólo hay dos de ellos”, dijo. “Veamos si podemos comprobar sus antecedentes y ver si hay algo que nos alerte”.

Ellington asintió, sonriendo ante su pensamiento veloz. Él la escuchó mientras ella enviaba la solicitud de información. Mackenzie podía sentir sus ojos revoloteando sobre ella de vez en cuando, con su mirada atenta y considerada.

“¿Cómo te sientes?”, le preguntó Ellington.

Mackenzie sabía lo que él quería decir, que se estaba desviando del caso y preguntándole por el bebé. Ella se encogió de hombros, viendo que no tenía sentido mentirle. “Todos los libros dicen que las náuseas deberían terminar pronto, pero no me lo creo. Ya las sentí un par de veces hoy. Y, si te soy sincera, estoy bastante cansada”.

“Entonces tal vez necesites volver a casa”, dijo. “Odio sonar como la clase de marido dominante, pero... bueno, realmente preferiría que ni tú ni mi bebé sufrierais ningún daño”.

“Ya lo sé, pero esto se trata de una serie de asesinatos en un campus universitario. Dudo que se ponga peligroso. Probablemente es sólo un tipo con mucha testosterona que se excita matando mujeres”.

“Me parece justo”, dijo Ellington. “Pero, ¿serás honesta conmigo y me dirás si empiezas a sentirte débil o demasiado cansada?”

“Sí. Lo haré”.

La miró con desconfianza, aunque juguetonamente, como si no estuviera seguro de si debía confiar en ella. Luego se acercó y le tomó la mano mientras se dirigían hacia el centro de la ciudad para buscar un hotel para pasar la noche.



***



Apenas habían tenido tiempo de instalarse en su habitación cuando sonó el teléfono de Mackenzie. Ignorando el número desconocido, lo contestó de inmediato. Podía sentir el tictac del reloj que McGrath había puesto sobre ellos, marcando cada segundo. Sabía que, si esto no se resolvía para cuando las clases comenzaran la próxima semana, en sólo cinco días, a decir verdad, sería cada vez más difícil terminar una vez todos los estudiantes estuvieran de vuelta.

“Al habla la agente White”, dijo ella, respondiendo a la llamada.

“Agente White, soy Charles McMahon, asesor académico de la Universidad Queen Nash. Te estoy devolviendo un mensaje que me dejaste”.

“Genial, gracias por la urgencia. ¿Estás en la universidad ahora mismo?”.

“No. Tengo un montón de trabajo ahora mismo, así que redirigí todo mi correo de voz de la oficina a mi teléfono personal”.

“Oh, ya veo. Bueno, me preguntaba si podría responder algunas preguntas sobre un asesinato reciente”.

“¿Asumo que es sobre Jo Haley?”.

“Lo cierto es que no. Ha habido otro asesinato, hace dos días. Otra estudiante de Queen Nash. Una joven llamada Christine Lynch”.

“Eso es terrible”, dijo, sonando genuinamente sorprendido. “¿Es... bueno, con dos mujeres en tan poco tiempo... crees que hay una pauta? ¿Un asesino en serie?”.

“Aún no lo sabemos”, dijo Mackenzie. “Esperábamos que pudieras rellenar los huecos. Vi en el sitio web de la universidad que sólo hay dos asesores académicos para el departamento de ciencias políticas, y que tú eres uno de ellos. También sé que tanto Jo Haley como Christine Lynch compartían el mismo asesor. ¿No serás tú por casualidad?”.

Se escuchó una risita nerviosa y tensa de McMahon al otro lado del teléfono. “No. Y de hecho, esa es una de las razones principales de que tenga asignado tanto trabajo en este momento. El otro asesor académico de nuestro departamento, William Holland, dejó su puesto unos tres días antes de las vacaciones de invierno. Ahora me encargo de la mayoría de sus estudiantes... y probablemente me tenga que encargar de todo ello hasta que encuentren un sustituto. Tenemos un asistente que me ayuda cuando lo necesito, pero he estado muy ocupado”.

“¿Tienes alguna idea de por qué renunció Holland?”.

“Bueno, hubo rumores de que se había involucrado con una estudiante. Hasta donde yo sé, nunca hubo ninguna prueba que sustentara esto, así que pensé que era sólo un rumor. Entonces, cuando simplemente renunció, así sin más, hizo que me preguntara si había algo de cierto en todo ello”.

Sí, eso hace que yo también me lo pregunte, pensó Mackenzie.

“Por lo que usted sabe, ¿hizo alguna vez algo más que pudiera haber sido turbio? ¿Era el tipo de hombre que se sorprendía con noticias como ésta?”.

“No puedo responder con certeza. Quiero decir.... solamente lo conocía porque trabajábamos juntos, pero no lo conocía mucho fuera del trabajo”.

“¿Así que voy a asumir que no tienes ni idea de dónde puede vivir?”.

“Lo siento, no”.

“Ya que lo tengo.... señor McMahon, ¿cuándo fue la última vez que habló con Jo o Christine?”.

“Nunca hablé con ellas. Me asignaron a ambas cuando me entregaron los estudiantes de Holland, pero la única vez que me comuniqué con ellas fue por medio de un correo electrónico masivo que se envió a todos los estudiantes afectados”. Se detuvo aquí y añadió: “Sabes qué, dada la naturaleza de todo lo que ha sucedido, probablemente podría conseguir la dirección de Holland para ti. Sólo necesito hacer unas llamadas”.

“Te lo agradecería”, dijo Mackenzie. “Pero no lo necesitamos. También yo puedo conseguir esa información. Pero muchas gracias por tu tiempo”.

Dicho eso, Mackenzie terminó con la llamada. Ellington, sentado al borde de la cama con un zapato quitado y el otro puesto, había estado escuchando todo el tiempo.

“¿Quién es Holland?”, preguntó.

“William Holland”. Le contó a Ellington de lo que se había enterado gracias a su breve conversación con McMahon. Al hacerlo, también se sentó al borde de la cama. No se dio cuenta de lo cansada que estaba hasta que se le cayeron los pies del suelo.

“Haré una llamada para obtener su información”, dijo. “Si trabaja en la universidad, es muy probable que viva por aquí”.

“Y si es nuestro hombre”, dijo Mackenzie, “probablemente mi llamada y el mensaje que he dejado le han asustado”.

“Entonces supongo que tenemos que movernos con rapidez”.

Mackenzie asintió con la cabeza y se dio cuenta de que había vuelto a poner su mano sobre su estómago. Ahora era algo casi habitual, como alguien que se muerde las uñas o se golpea los nudillos con nerviosismo.

Hay vida aquí dentro, pensó ella. Y esta vida, si los libros son correctos, está sintiendo las mismas emociones que yo siento. Está sintiendo mi ansiedad, mi felicidad, mis miedos....

Mientras escuchaba a Ellington buscando una dirección física para William Holland, Mackenzie se preguntó por primera vez si había cometido un error al ocultarle el embarazo a McGrath. Tal vez estaba tomando un gran riesgo al seguir como agente en activo, en el campo.

Una vez que este caso termine, se lo diré, pensó ella. Me centraré en el bebé y en mi nueva vida, y-

Aparentemente, sus pensamientos habían captado toda su atención, porque Ellington la estaba mirando ahora, como si esperara una respuesta.

“Lo siento”, dijo ella. “Estuve en Babia durante un minuto”.

Ellington sonrió y le dijo: “Está bien. Tengo la dirección de William Holland. Vive aquí en la ciudad, en Northwood. ¿Te apetece hacerle una visita?”.

Si era honesta, lo cierto es que no le apetecía. El día no había sido demasiado agotador, pero al meterse de lleno en un caso después de un viaje a Islandia y de no haber dormido mucho en las últimas treinta y seis horas, todo esto estaba empezando a afectarla. Mackenzie también sabía que el bebé que crecía dentro de ella estaba absorbiendo parte de su energía y pensar en eso la hacía sonreír de verdad.

Además, aunque el tipo fuera digno de interrogarlo o de ponerlo bajo custodia, probablemente no tardarían tanto. Así que puso su mejor cara y se levantó.

“Sí, vayamos a hacerle una visita”.

Ellington se paró frente a ella, asegurándose de que estuvieran de acuerdo. “¿Estás segura? Pareces cansada. Además, hace menos de media hora que me dijiste que te sentías un tanto agotada”.

“Está bien. Puedo hacer eso”.

La besó en la frente y asintió. “De acuerdo, entonces. Voy a creer en tu palabra”. Con otra sonrisa, se inclinó y acarició su abdomen antes de dirigirse a la puerta.

Está preocupado por mí, pensó ella. Y ya está tan enamorado de este niño que es abrumador. Va a ser tan buen padre...

Sin embargo, antes de que ella pudiera aferrarse a ese pensamiento, salieron por la puerta y se dirigieron hacia el coche. Se movieron con tal rapidez y propósito que le sirvió como recordatorio de que ella no sería capaz de concentrarse verdaderamente en sus pensamientos sobre su futuro juntos hasta que este caso estuviera resuelto.




CAPÍTULO SIETE


Eran poco después de las siete de la tarde cuando Ellington aparcó su coche frente a la casa de William Holland. Era una pequeña casa escondida en los bordes exteriores de una coqueta subdivisión, el tipo de casa que se parecía más a una cabaña fuera de lugar que a cualquier otra cosa. Había un solo coche aparcado en el pavimento asfaltado y había varias luces encendidas dentro de la casa.

Ellington llamó a la puerta de una manera casi asertiva. No estaba siendo grosero al respecto de ninguna manera, pero le estaba dejando claro a Mackenzie que, como estaba preocupado por su salud, él tomaría la iniciativa en casi todas las facetas del caso: conducir, llamar a las puertas, y así con todo lo demás.

Un hombre bien cuidado que parecía tener más de cuarenta años salió a abrirles la puerta. Llevaba un par de gafas de aspecto moderno y llevaba puestos una chaqueta y unos caquis. En base al olor que salía de la puerta por detrás suyo, estaba comiendo algo de comida china para cenar.

“¿William Holland?”, preguntó Ellington.

“Sí. ¿Y quiénes sois vosotros?”.

Ambos mostraron sus placas al mismo tiempo, Mackenzie dando un solo paso adelante al hacerlo. "Agentes White y Ellington, del FBI. Tenemos entendido que dejaste tu trabajo en Queen Nash hace poco tiempo”.

“Así es”, dijo Holland con cierta incertidumbre. “Pero me siento confuso. ¿Por qué justificaría eso una visita del FBI?”.

“¿Podemos entrar, señor Holland?”, preguntó Ellington.

Holland se tomó un momento para pensarlo antes de ceder. “Claro que sí, pasad. Pero yo no... quiero decir, ¿de qué se trata esto?”.

Entraron por la puerta sin contestar. Cuando Holland cerró la puerta detrás de ellos, Mackenzie tomó nota. La cerró lenta y firmemente. Estaba nervioso o asustado, o, más bien, ambas cosas.

“Estamos aquí en la ciudad investigando dos asesinatos”, contestó finalmente Ellington. “Ambas estudiantes de Queen Nash, ambas mujeres, y, como hemos sabido hoy, ambas acudían al mismo consejero, a ti”.

Habían entrado en la sala de estar de Holland, que no perdió ni un segundo en tirarse sobre un pequeño sillón de salón. Los miraba como si realmente no entendiera lo que le decían.

“Esperad… ¿estás diciendo dos?”.

“Sí”, dijo Mackenzie. “¿No lo sabías?”.

“Sabía lo de Jo Haley. Y la única razón por la que lo supe fue porque el rector nos notifica cada vez que fallece un estudiante con el que trabajamos. ¿Quién es la otra?”.

“Christine Lynch”, dijo Mackenzie, estudiando su cara para ver si reaccionaba. Hubo un parpadeo de reconocimiento, pero muy leve. “¿Reconoces ese nombre?”.

“Sí. Pero yo... no consigo acordarme de su cara. Tuve más de sesenta estudiantes”.

“Esa es la otra cuestión”, dijo Ellington. "El tuve en todo ello. Oímos que dejaste el trabajo poco antes de las vacaciones de invierno. ¿Tuvo eso algo que ver con los rumores de que estabas saliendo con una de tus alumnas?”.

“Ah, por Dios”, dijo Holland. Se recostó en su sillón y se quitó las gafas. Se masajeó el puente de la nariz y suspiró. "Sí, estoy saliendo con una estudiante. Sabía que se había corrido la voz y que eso podría afectar tanto a mi carrera como a su carrera académica. Así que dejé mi trabajo”.

“¿Así sin más?”, preguntó Mackenzie.

“No, no así sin más”, dijo Holland. "Llevábamos meses viéndonos a escondidas y me he enamorado de ella. Ella siente lo mismo, así que hablamos largo y tendido sobre ello, intentando decidir qué hacer. Sin embargo, durante ese tiempo, se hizo público de alguna manera. Y eso tomó la decisión por nosotros. Pero... ¿qué tiene que ver todo esto con los asesinatos?”.

“Esperamos que nada”, dijo Ellington. “Pero tienes que ver esto como lo vemos nosotros. Tenemos dos estudiantes asesinadas y el único vínculo sólido entre ambas es que te tienen en común como su asesor académico. Añade a eso el hecho de que estás teniendo una relación bastante abierta con una estudiante...".

“¿Así que creéis que soy un sospechoso? ¿Creéis que yo maté a esas chicas?”.

Decir las palabras en voz alta pareció ponerlo enfermo. Se puso las gafas y se sentó en la silla, agachando los hombros.

“No estamos seguros de qué pensar ahora mismo”, dijo Mackenzie. “Por eso estamos aquí para hablar contigo”.

“Mire, Holland”, dijo Ellington, “nos acabas de decir que no puedes acordarte de la cara de Christine Lynch. ¿Qué hay de Jo Haley?”.

“Sí... la conocía bastante bien, en realidad. Era amiga de la chica con la que estoy saliendo”.

“¿Así que Jo Haley sabía lo de la relación?”.

“No lo sé. No creo que Melissa, que es mi novia, se lo dijera. Hicimos todo lo que pudimos para ser de lo más discretos”.

Mackenzie se tomó un momento para pensar. El hecho de que su novia conociera a una de las víctimas, y que la víctima pudiera haber conocido potencialmente la relación tabú, no hacía más que empeorar las cosas para Holland. La hizo preguntarse por qué les estaba proporcionando voluntariamente toda esta información sin tener que indagar mucho.

“Perdona que te pregunte”, dijo Mackenzie, “¿pero esta novia tuya, la dicha Melissa, fue la primera estudiante con la que has estado involucrado?”.

Una expresión de frustración se abrió paso en el rostro de Holland que se puso de pie de un movimiento súbito. “¡Oye, iros a la mierda! No puedo...”.

“Siéntate de nuevo ahora mismo”, dijo Ellington, poniéndose directamente en el camino de Holland.

Holland pareció darse cuenta de su error de inmediato, mientras su expresión pasaba del arrepentimiento resignado a la ira, de uno al otro, tratando de asentarse en una emoción.

“Mira, lo siento. Pero estoy harto y cansado de que me juzguen por todo esto y realmente no me gusta que me acusen de andar con todas las estudiantes sólo porque estoy involucrado en una relación actual y responsable con una mujer mayor de edad”.

“¿Cuántos años tiene, Holland?”, preguntó Mackenzie.

“Cuarenta y cinco”.

“¿Y cuántos años tiene Melissa?”.

“Veintiuno”.

“¿Has estado casado alguna vez?”, preguntó Ellington, dando un paso atrás y relajando su postura.

“Una vez. Durante ocho años. Fue de lo más miserable, por si quieres saberlo”.

“¿Y cómo terminó ese matrimonio?”.

Holland sacudió la cabeza y se dirigió al extremo de la sala de estar, donde se unía al vestíbulo. “Bueno, esta conversación se ha terminado. A menos que planeen acusarme de algo, ambos pueden irse al infierno. Estoy seguro de que hay otros en la universidad que pueden responder al resto de vuestras preguntas”.

Lentamente, Mackenzie se dirigió a la puerta. Ellington le siguió de mala gana. Mackenzie se volvió hacia él, mientras su instinto le indicaba que había algo aquí.

“Holland, usted entiende que, al no cooperar, las cosas no tienen buena pinta”.

“He lidiado con eso durante el último mes de mi vida”.

“¿Dónde está Melissa ahora mismo?”, preguntó Ellington. “Nos gustaría hablar con ella también”.

“Ella es...”. Sin embargo, Holland se detuvo aquí, moviendo de nuevo la cabeza. “A ella también le han arrastrado por el barro. No permitiré que la molestéis por esto”.

“Así que no vas a responder a más de nuestras preguntas”, dijo Ellington. “Y te niegas a darnos la ubicación de la otra persona con la que tenemos que hablar. ¿Es eso correcto?”.

“Eso es absolutamente correcto”.

Mackenzie sabía que Ellington se estaba irritando. Podía ver cómo se tensaban sus hombros y su postura se ponía rígida como una piedra. Ella extendió la mano y le tocó el brazo suavemente, anclándolo.

“Tomaremos nota de eso”, dijo Mackenzie. “Si necesitamos hablar de nuevo contigo en relación con este caso y descubrimos que no estás en casa, te consideraremos un sospechoso viable y te arrestaremos. ¿Entiendes eso?”.

“Sin duda”, dijo Holland.

Los reunió en el vestíbulo mientras les abría la puerta. En el momento que pasaron al porche, Holland cerró con un portazo.

Mackenzie se dirigió hacia la escalera del porche, pero Ellington se mantuvo firme. “¿No crees que vale la pena continuar con ello?”, le preguntó.

“Tal vez, pero no creo que nadie que fuera culpable quisiera compartir algunos de esos detalles. Además... sabemos el nombre de pila de su novia. Si es realmente urgente, probablemente podamos deducir su nombre completo de sus registros académicos. Lo último que necesitamos, no obstante, es el arresto apresurado de un asesor académico que ya está en la cuerda floja y en medio de cierta controversia”.

Ellington sonrió y se unió a ella para bajar las escaleras. “Mira.... son las cosas como esta las que te van a convertir en una esposa increíble. Siempre impidiéndome que haga algo estúpido”.

“Supongo que ya he tenido mucha práctica estos últimos años”.

Volvieron al coche y cuando Mackenzie se sentó, se dio cuenta de lo cansada que estaba. Aunque jamás lo admitiría delante de Ellington, tal vez necesitaba tomárselo con calma.

Uno o dos días más, pequeñín, le dijo en voz baja a la vida que crecía en su interior. Sólo unos días más y tú y yo tendremos todo el descanso que queramos.




CAPÍTULO OCHO


Sabía que no debería estar haciendo esto, pero era difícil resistirse. Además....con un nuevo semestre en camino, esta sería una buena manera de darle comienzo. Una última aventura. Una última noche de absoluta locura. Y si todo salía como de costumbre, se iría sintiéndose empoderada, tan empoderada que fácilmente anularía esos rápidos y pequeños destellos de arrepentimiento.

Y sería una gran manera de empezar el nuevo semestre.

Marie ni siquiera había intentado convencerse a sí misma de no hacerlo. En el momento en que aparcó su coche en el garaje, supo que aquí es donde terminaría esta noche. Todo lo que tenía que hacer era hacer una llamada, hacerle saber que estaba de vuelta en la ciudad y que quería verlo. Nunca antes le había dicho que no y después de tres semanas sin contacto alguno, dudaba mucho de que se lo dijera ahora.

Y por supuesto, él no lo había hecho.

Eran las 11:05 cuando se dirigió a la parte de atrás del edificio de apartamentos. Estaba en una zona un poco peligrosa de la ciudad, pero no era tan terrible como para que se sintiera en peligro al caminar sola por la noche. Además, estaba a sólo ocho millas del campus y ella sabía que la tasa de criminalidad en cualquier zona cercana al campus era de lo más reducida. De todos modos, estaba tan excitada por lo que le esperaba durante las próximas horas que cualquier sensación de peligro había desaparecido de su mente.

Cuando llegó a la puerta de la parte trasera del edificio, Marie no se sorprendió en absoluto de que estuviera cerrada con llave. Ella tocó el timbre de su apartamento y fue recompensada con el sonido de la cerradura desbloqueándose de inmediato. No le dijo nada a través del altavoz, sólo abrió la puerta. Eso la hizo sonreír; probablemente estaría de un humor muy serio. Dominante, incluso.

Lindo, pensó ella. Aunque ya sabemos quién acaba siempre siendo el agresor....

Ese pensamiento la excitó aún más al entrar. Ella ni siquiera se molestó con el ascensor, queriendo llegar a su apartamento en el segundo piso lo más rápido posible. Subió las escaleras de dos de dos; su ritmo cardíaco se disparó por el esfuerzo, así como por la anticipación de lo que la esperaba. La expectativa de todo ello, su viaje desde Nueva York hasta aquí, acercándose al apartamento, era su propio y delicioso juego preliminar.

Había sido un largo viaje. Estaba estresada. Tensa. Pero, oh… por Dios, iba a agotarlo... a cabalgarlo hasta tumbarle....

Cuando llegó a su apartamento, encontró la puerta destrabada. La abrió sólo un poco y vio que las luces estaban apagadas. Aun así, había algo de iluminación proveniente de la parte trasera del área principal, tal vez una vela o algo así.

“¿Qué estás haciendo?”, preguntó ella, con voz sensual. Ella cerró la puerta detrás de ella y la cerró con llave.

“Esperándote”, llegó la respuesta.

“Bien. Pero... no puedes tenerme a menos que me digas exactamente lo que quieres”.

Ella le oyó reírse con ligereza en algún punto de la oscuridad. Mientras sus ojos se ajustaban a la falta de luz, pudo divisar su silueta en la sala de estar, tumbado en el sofá. Ella sonrió y empezó a caminar hacia él.

El apartamento olía a polvo y a nuevo, esencialmente porque eso es exactamente lo que era. Ella sabía que él tenía un lugar mejor, pero también sabía que a él no le gustaba recibirla allí. Le gustaba mantener su vida personal en privado. Por lo que ella entendía de él, pasaba muy poco tiempo en casa. Ella sólo había visto el exterior. Normalmente se reunía con él aquí o, en algunas ocasiones, en el asiento trasero de su coche o en un hotel. Aunque entendía la necesidad de privacidad, también deseaba poder destrozarlo en una cama enorme por una sola vez, tal vez con algo de luces de ambiente y música.

No obstante, mantenerlo todo oculto también era de lo más atractivo. Era parte del encanto. Era debido a eso que ella estaba prácticamente reprimiendo el impulso de abalanzarse sobre él en ese mismo momento.

Pero sus encuentros amorosos siempre habían estado relacionados con la anticipación. Provocaciones, algunos juegos preliminares del tipo más bien brusco, incluso algunos comentarios lúdicamente despectivos de vez en cuando.

“Ven hacia mí, Marie”, dijo.

Ella así lo hizo, acercándose al sofá para encontrárselo completamente vestido. Eso le parecía bien; sólo alargaría el juego previo durante algo más de tiempo.

“Qué bonito”, dijo ella mientras se arrodillaba en el suelo frente a él. Ella lo besó suavemente, moviendo su lengua contra sus labios de una manera que ella sabía que le gustaba.

“¿Qué es bonito?”, preguntó.

“Tú, pensando que tienes el control aquí”.

“Oh, lo tengo”, dijo, sentándose.

“Dejaré que pienses eso por un rato”, dijo ella, mordisqueándole la carne blanda del cuello. Él se movió para liberarse y ella sintió sus manos sobre ella, una en su espalda y otra en la parte posterior de su cabeza. “Pero los dos conocemos el tr...”.

Sin avisar, la agarró por la parte de atrás de la cabeza y la lanzó hacia adelante. La empujó hacia adelante con una velocidad bestial, y dio con la frente en su rodilla.

“¿Qué diablos...?”.

No obstante, antes de que ella pudiera pronunciar esa pregunta, él ya estaba encima de ella, presionando todo su peso sobre su espalda. Le temblaba la cabeza por el golpe y, por un momento, Marie no tuvo ni idea de dónde estaba.

Cuando sacó sus manos de abajo para luchar contra él, las manos de él ya habían agarrado su largo cabello rubio. Esta vez, golpeó su cabeza contra el suelo de madera. Marie luchó contra él por un momento, pero rápidamente comenzó a sentir que el mundo se alejaba nadando como un dolor ensordecedor que irradiaba de la parte posterior de su cabeza.

En algún lugar muy lejano, ella se dio cuenta de que él la agarraba por la cintura de sus pantalones y se los bajaba. Entonces el mundo se volvió negro por un momento y sólo volvió en sí después de eso porque sintió su boca sobre ella, vagando aparentemente por todas partes.

No tenía sentido. Ella le hubiera dejado hacerle cualquier cosa y, a cambio, haría cualquier cosa por él. Entonces, ¿por qué iba a...?

Este pensamiento también fue interrumpido por la oscuridad flotante que iba y venía. Sin embargo, esta vez, cuando llegó, se quedó un buen rato.



***



Le había llevado más trabajo de lo que pensaba, pero finalmente consiguió relajarse alrededor de las dos de la madrugada. Lo más difícil de todo había sido dejarla inconsciente. Lo cierto es que no creía poder hacerlo. Estrangular a la gente era una cosa. Sólo era cuestión de convencerte a ti mismo para hacerlo y luego aplicar presión una vez su cuello estaba entre sus manos. Sin embargo, golpear la cabeza de Marie contra el suelo había sido más duro de lo que él esperaba.

Cuando perdió el conocimiento, el resto del trabajo fue duro pero agradable. Y mientras realizaba sus tareas, comenzó a sentirse cómodo con la decisión que había tomado.

Había matado a Jo Haley y a Christine Lynch sin problemas. Con Jo, se había acostado primero con ella, disfrutando inmensamente del encuentro, y luego la había estrangulado al comenzar la segunda ronda. Y quizás el sexo había tenido la culpa, pero casi había cambiado de opinión, casi se había acobardado. Así había aprendido una lección y para cuando llegó a Christine, optó por saltarse el sexo. Después habían encontrado su cuerpo y él había visto la historia en las noticias, nada más que un párrafo, en realidad, pero que, de todos modos, había sido una revelación. Le había hecho repensar las cosas... le había hecho caer en la cuenta de que no podía matarlas sin más.

Sino que tenía que retenerlas. Los que quedaban además de Christine, las que necesitaban ser silenciadas. Habría más, incluyendo a Marie. Y si no podía matarlas directamente y dejarlas donde cayeran, eso significaba que tenía que hacer otra cosa. Tenía que ser más discreto, más cuidadoso.

Admiró su trabajo y pensó que sería totalmente capaz de salirse con la suya. Se paró frente al armario de los abrigos abierto que había en el pasillo. Marie estaba dentro del armario, completamente desnuda y colgando de sus muñecas atadas del perchero que corría horizontalmente a lo ancho del armario. También había tres tiras de cinta adhesiva reforzada cubriéndole la boca. Su cuerpo colgaba hacia abajo, pero sus brazos estaban estirados por encima de su cabeza donde él le había atado las muñecas. Era una pose extrañamente seductora y le hizo arrepentirse de no haberse acostado con ella antes de haberla llevado cautiva.





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