Книга - Si Ella Huyera

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Si Ella Huyera
Blake Pierce


“Una obra maestra de suspenso y misterio. Blake Pierce ha hecho un magnífico trabajo desarrollando personajes con un lado psicológico tan bien descrito que nos lleva al interior de sus mentes, siguiéndoles en sus temores y aplaudiendo sus éxitos. Lleno de giros, este libro le mantendrá despierto hasta llegar a la última página”.--Books y Movie Reviews, Roberto Mattos (re: Una vez ido) SI ELLA HUYERA (Un Misterio Kate Wise) es el libro #5 de una nueva serie de suspenso psicológico del autor Blake Pierce, cuyo bestseller #1 Una vez ido (Libro #1) (descarga gratuita) ha recibido más de 1000 reseñas de cinco estrellas.Cuando otra mujer de 50 años es hallada muerta en su hogar ubicado en un opulento suburbio —la segunda víctima con esas características en apenas dos meses— el FBI queda desconcertado. Deben acudir a su mente más brillante —la agente retirada del FBI Kate Wise, de 55 años— para que regrese a la primera línea y resuelva el caso.¿Qué tienen en común estas dos solitarias señoras? ¿Fueron elegidas como objetivo?¿Cuánto tiempo pasará antes de que el asesino en serie ataque de nuevo?Y Kate, habiendo dejado atrás sus mejores tiempos, ¿será todavía capaz de resolver casos que nadie más puede?Un thriller lleno de acción con un suspenso que acelerará su corazón, SI ELLA HUYERA es el libro #5 de una nueva y fascinante serie cuya lectura le mantendrá despierto hasta altas horas de la noche. El libro #6 de la Serie de Misterio KATE WISE pronto estará disponible.







s i e l l a h u y e r a



(un misterio kate wise — libro 5)



b l a k e p i e r c e


Blake Pierce



Blake Pierce es el autor de la serie exitosa de misterio RILEY PAIGE que cuenta con trece libros hasta los momentos. Blake Pierce también es el autor de la serie de misterio de MACKENZIE WHITE (que cuenta con nueve libros), de la serie de misterio de AVERY BLACK (que cuenta con seis libros), de la serie de misterio de KERI LOCKE (que cuenta con cinco libros), de la serie de misterio LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE (que cuenta con tres libros), de la serie de misterio de KATE WISE (que cuenta con dos libros), de la serie de misterio psicológico de CHLOE FINE (que cuenta con dos libros) y de la serie de misterio psicológico de JESSE HUNT (que cuenta con tres libros).



Blake Pierce es un ávido lector y fan de toda la vida de los géneros de misterio y los thriller. A Blake le encanta comunicarse con sus lectores, así que por favor no dudes en visitar su sitio web www.blakepierceauthor.com para saber más y mantenerte en contacto.



Copyright © 2019 by Blake Pierce. Todos los derechos reservados. Excepto como esté permitido bajo la U.S. Copyright Act of 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida bajo ninguna forma y por ningún medio, o almacenada en una base de datos o sistema de recuperación, sin el permiso previo del autor. Este libro electrónico está licenciado solo para su entretenimiento personal. Este libro electrónico no puede ser revendido o regalado a otras personas. Si usted quisiera compartir este libro con otra persona, compre por favor una copia adicional para cada destinatario. Si usted está leyendo este libro y no lo compró, o no fue comprador para su uso exclusivo, entonces por favor regréselo y compre su propia copia. Gracias por respetar el arduo trabajo de este autor. Esta es una obra de ficción. Nombre, personajes, negocios, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son, o producto de la imaginación del autor o son usados en forma de ficción. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia. Imagen de portada Copyright andreluc88, usada bajo licencia de Shutterstock.com.



Traducción: Milagros Rosas Tirado


LIBROS ESCRITOS POR BLAKE PIERCE



SERIE DE THRILLER DE SUSPENSE PSICOLÓGICO CON JESSIE HUNT

EL ESPOSA PERFECTA (Libro #1)

EL TIPO PERFECTO (Libro #2)

LA CASA PERFECTA (Libro #3)



SERIE DE MISTERIO PSICOLÓGICO DE SUSPENSO DE CHLOE FINE

AL LADO (Libro #1)

LA MENTIRA DEL VECINO (Libro #2)

CALLEJÓN SIN SALIDA (Libro #3)



SERIE DE MISTERIO DE KATE WISE

SI ELLA SUPIERA (Libro #1)

SI ELLA VIERA (Libro #2)

SI ELLA CORRIERA (Libro #3)

SI ELLA SE OCULTARA (Libro #4)

SI ELLA HUYERA (Libro #5)



SERIE LAS VIVENCIAS DE RILEY PAIGE

VIGILANDO (Libro #1)

ESPERANDO (Libro #2)

ATRAYENDO (Libro #3)



SERIE DE MISTERIO DE RILEY PAIGE

UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1)

UNA VEZ TOMADO (Libro #2)

UNA VEZ ANHELADO (Libro #3)

UNA VEZ ATRAÍDO (Libro #4)

UNA VEZ CAZADO (Libro #5)

UNA VEZ AÑORADO (Libro #6)

UNA VEZ ABANDONADO (Libro #7)

UNA VEZ ENFRIADO (Libro #8)

UNA VEZ ACECHADO (Libro #9)

UNA VEZ PERDIDO (Libro #10)

UNA VEZ ENTERRADO (Libro #11)

UNA VEZ ATADO (Libro #12)

UNA VEZ ATRAPADO (Libro #13)

UNA VEZ INACTIVO (Libro #14)



SERIE DE MISTERIO DE MACKENZIE WHITE

ANTES DE QUE MATE (Libro #1)

ANTES DE QUE VEA (Libro #2)

ANTES DE QUE CODICIE (Libro #3)

ANTES DE QUE SE LLEVE (Libro #4)

ANTES DE QUE NECESITE (Libro #5)

ANTES DE QUE SIENTA (Libro #6)

ANTES DE QUE PEQUE (Libro #7)

ANTES DE QUE CACE (Libro #8)

ANTES DE QUE ATRAPE (Libro #9)

ANTES DE QUE ANHELE (Libro #10)

ANTES DE QUE DECAIGA (Libro #11)



SERIE DE MISTERIO DE AVERY BLACK

CAUSA PARA MATAR (Libro #1)

UNA RAZÓN PARA HUIR (Libro #2)

UNA RAZÓN PARA ESCONDERSE (Libro #3)

UNA RAZÓN PARA TEMER (Libro #4)

UNA RAZÓN PARA RESCATAR (Libro #5)

UNA RAZÓN PARA ATERRARSE (Libro #6)



SERIE DE MISTERIO DE KERI LOCKE

UN RASTRO DE MUERTE (Libro #1)

UN RASTRO DE ASESINATO (Libro #2)

UN RASTRO DE VICIO (Libro #3)

UN RASTRO DE CRIMEN (Libro #4)

UN RASTRO DE ESPERANZA (Libro #5)


CONTENIDO



PRÓLOGO (#u99d408a0-86df-5d0a-91f9-486940ffada8)

CAPÍTULO UNO (#u904880db-a35c-5423-8db4-ce1d490e8fb6)

CAPÍTULO DOS (#uebc32655-f488-56cb-b1c6-40bcdaa8d74d)

CAPÍTULO TRES (#ue1fb39ff-9823-54c6-be88-36bc7cff5e66)

CAPÍTULO CUATRO (#u8514cb58-b88f-532b-8060-9fe84b75c968)

CAPÍTULO CINCO (#u451f0074-ca45-5589-9452-6e60cd9dc9cc)

CAPÍTULO SEIS (#ue9572c33-5ee5-53ce-800e-bd7f451df32b)

CAPÍTULO SIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO OCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO NUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIEZ (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO ONCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DOCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO TRECE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO CATORCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO QUINCE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECISIETE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTE (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTIDÓS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTITRÉS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTICUATRO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTICINCO (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTISÉIS (#litres_trial_promo)

CAPÍTULO VEINTISIETE (#litres_trial_promo)




PRÓLOGO


La mayoría de los días, Karen Hopkins disfrutaba trabajar desde casa. Se mantenía ocupada, lo que era bueno pues su pequeño negocio de optimización para web, que se suponía solo iba a ser una actividad secundaria, de alguna manera se había ido convirtiendo en un asunto de tiempo completo —un asunto de tiempo completo que iba a ayudarles a ella y a Gerald, su esposo, a retirarse en dos o tres años. Pero había días en los cuales los clientes eran tan necios que casi anhelaba los años en los que había estado subordinada a otro. La habilidad para pasarle los clientes problemáticos a alguien más alto en la cadena le habría beneficiado muchísimo.

Contemplaba un correo-e, preguntándose cómo podía responder a la tonta pregunta de su cliente con una respuesta que no la hiciera sonar grosera. Tenía una de sus listas de música clásica sonando en Spotify —pero no las del tipo con múltiples cuerdas que ahogaban los acordes del piano. No, ella prefería solo el piano. En ese momento, intentaba disfrutar de la Gimnopedia No. 1 de Erik Satie.

La palabra clave era intentaba. La distraía el correo-e y las preguntas del hombre que estaba en la sala de estar. Esta se hallaba separada de su oficina por una simple pared, lo que significaba que siempre que el hombre tenía una pregunta, prácticamente tenía que gritarle. Era amistoso, pero vaya por Dios, empezaba a arrepentirse de haberlo llamado.

—La alfombra que tiene aquí es fabulosa —dijo, con una voz que taladraba la pared, a Erik Satie, y sus propias reflexiones con respecto a este condenado correo-e—. ¿Es oriental?

—Eso creo —dijo Karen, voceando por encima de su hombro. Estaba de espaldas al pasillo y a la sala de estar que estaba más allá, lo que la forzaba a hablar en voz más bien alta.

Intentó sonar educada… alegre, incluso. Pero era difícil. La distraía demasiado. Y este correo era importante. Era de un cliente que acudía de nuevo a ellos, dispuesto a traer aún más trabajo para los siguientes meses, solo que las personas que llevaban su negocio aparentemente eran idiotas.

Comenzó a teclear su respuesta, seleccionando cada palabra cuidadosamente. Era difícil sonar profesional y razonable cuando estabas irritada y cuestionabas la inteligencia de la persona a la que estabas escribiendo. Ella sabía esto muy bien, considerando que tenía que soportarlo varias veces al mes.

Contó cuatro segundos antes de que el hombre en la sala llamara de nuevo. Karen se encogió, deseando no haberlo llamado. El momento era totalmente inadecuado. ¿Qué diablos había estado pensando? Este asunto podía esperar hasta el fin de semana, en verdad.

—Estoy viendo las fotos de sus hijos sobre el mantel. ¿Cuántos son? ¿Tres?

—Sí.

—¿Qué edades tienen?

Tuvo que morderse el labio para no contestarle mal al hombre. Era importante mantener las apariencias. Además, nunca se sabía cuándo tendría que llamarlo de nuevo.

—Oh, ya crecieron. Veinte, veintitrés, y veintisiete.

—Un bello trío de muchachos, sin duda —replicó él. Entonces calló. Ella le escuchó moviéndose por la sala de estar, mientras tarareaba un sonsonete. Le tomó a Karen un momento darse cuenta que estaba tarareando la música de su despacho, que era ahora otra pieza de Satie. Puso los ojos en blanco, deseando en verdad que se quedara callado. Cierto, ella lo había llamado para que realizara un servicio pero ya la estaba irritando. ¿Acaso la mayoría de los técnicos no venían, trabajaban en silencio, y se iban felices con su paga? ¿Cuál era el problema con este sujeto?

—Gracias —logró decir, sin que le gustara la idea de que viera las fotos de sus hijos.

Bajó la cabeza y regresó al correo. Por supuesto, fue inútil. Aparentemente, su visitante estaba empeñado en tener una conversación a través de la pared.

—¿Ellos viven por aquí? —preguntó.

—No —dijo ella. Fue breve y cortante esta vez, hasta el extremo de voltear la cabeza a la derecha para que quizás pudiera notar la irritación en su voz. No iba a darle las ubicaciones de cada uno de sus hijos. Solo Dios sabía qué clase de preguntas podían salir de eso.

—Ya veo —dijo.

Si no hubiera estado tan preocupada con el correo que tenía delante, podría haber reconocido el inquietante silencio que siguió a la pregunta. Era un silencio preñado de lo que podía venir a continuación.

—¿Espera hoy visitas?

No estaba segura de por qué, pero algo en esa pregunta encendió el miedo en ella. Era raro que una pregunta así la hiciera un extraño, particularmente uno que había contratado para un servicio. Y... ¿había escuchado un tono distinto en su voz al hacer esa pregunta?

Preocupada ahora, dejó la portátil. Parecía que algo pasaba con él. Y ahora ella no estaba simplemente irritada con sus preguntas, también se estaba asustando.

—Tengo unas amigas que vienen más tarde a tomar café —mintió—. No estoy segura de cuándo, sin embargo. La mayoría de las veces simplemente se dejan caer cuando quieren.

Para esto no hubo respuesta y le infundió más miedo que ninguna otra cosa. Lentamente, Karen rodó su silla hacia atrás y se levantó. Caminó hasta la entrada que conectaba su despacho con la sala de estar. Se asomó al interior para ver qué estaba haciendo.

No estaba allí. Las herramientas de su oficio todavía estaban allí, pero a él no se le veía por ningún lado.

Llama a la policía…

El pensamiento pasó como saeta por su mente y lo acogió como un buen consejo. Pero también sabía que tenía tendencia a sobredimensionar las cosas. Quizás el hombre había ido hasta su camioneta o algo parecido.

No creo, pensó. ¿Escuchaste el sonido de la puerta al abrir y cerrar? Además, ha estado muy conversador desde el principio. Te hubiera dicho que iba a salir…

Se paralizó a unos pasos de la sala de estar. —Oiga —dijo, su voz temblaba un poco—, ¿adónde se ha ido?

No hubo respuesta.

Algo está mal, gritó la voz en su cabeza. ¡Llama a la policía ya!

Con el terror expandiéndose en su interior, Karen retrocedió, apartándose lentamente de la sala de estar. Comenzó a volverse hacia la oficina donde se hallaba su celular, colocado sobre su escritorio.

Al volverse, chocó con algo duro. Apenas tuvo chance de percibir el olor a sudor.

Fue entonces cuando algo rodeó su cuello, apretando con fuerza.

Karen Hopkins luchó, forcejeando contra lo que rodeaba su cuello, fuese lo que fuese. Pero mientras más luchaba, más apretado lo sentía. Era áspero, cortante y se iba enterrando a medida que se resistía. Sintió que un hilillo de sangre corría por su pecho al tiempo que se le hacía difícil respirar.

Luchó a pesar de todo, haciendo lo que podía para arrastrar al atacante a la oficina para así poder agarrar su celular. Sentía que más sangre brotaba de su cuello, no demasiado, solo un hilo. La cosa alrededor de su cuello apretó aún más. Lentamente fue cayendo a poco más de un metro de su escritorio. En ese momento, todo lo que sus ojos podían ver era la pantalla de la portátil delante de ella. Esa pantalla blanca, con un correo inconcluso que ya nunca enviaría.

Observó cómo titilaba el cursor de manera insistente, aguardando la siguiente palabra.

Pero esa palabra nunca sería escrita.




CAPÍTULO UNO


Una de las muchas cosas que sorprendían a Kate Wise en este, el quincuagésimo quinto año de vida (a pocas semanas del quincuagésimo sexto), era que prepararse para una cita nunca dejaba de hacerla sentir de nuevo como una adolescente insegura. ¿Estaba correcto su maquillaje? ¿Era demasiado? ¿Debería comenzar a teñir más oscuro su cabello para combatir las canas que parecían estar ganando lentamente la batalla sobre su cabellera? ¿Debería llevar un sujetador que fuera totalmente cómodo o uno que fuera fácil de quitar para Alan cuando la cita llegara a su final?

Era una especie de deliciosa ansiedad, una que le recordaba que había pasado por esto antes. En su primer año de casada. Pero ahora con Alan, el primer hombre con el que había salido desde que Michael murió, se había visto obligada a aprender de nuevo cómo salir en una cita.

Con Alan, rápidamente eso se estaba haciendo cada vez más fácil. Ambos estaban a la mitad de la cincuentena, asi que había un sentido de urgencia en cada cita —la idea implícita de que si esto iba a ir más allá de las citas, necesitaban poner todo su empeño. Hasta ahora, superando algunos obstáculos aquí y allá, habían hecho exactamente eso. Y a estas alturas, había sido sin duda increíble.

La cita de esta noche iba a ser cena, película, y regreso a la casa de ella, donde pasarían la noche juntos. Eso era otra cosa que su edad les permitía hacer al salir en una cita: saltarse el iremos-no-iremos cuando se trataba del dormitorio. La respuesta en los últimos meses había sido un inequívoco sí —un sí que se producía al final de casi cada cita (algo más que sorprendía a Kate al salir a una cita a la edad de cincuenta y cinco).

Al aplicarse el labial —solo un poco, como sabía que a Alan le gustaba—, golpes a la puerta la desconcertaron. Miró su reloj y vio que eran solo las 6:35, veinticinco minutos más temprano que la hora en la que esperaba a Alan.

Ella sonrió, suponiendo que él había venido temprano. Quizás quería cambiar el orden de la cita y hacer lo del dormitorio primero. Sería lamentable desvestirse después de haberse vestido, pero valdría la pena. Con una sonrisa en su rostro, salió del dormitorio, atravesó la casa y atendió la puerta.

Al ver que era Melissa, varias emociones alternaron con rapidez: sorpresa, decepción, y luego preocupación. Melissa cargaba el asiento portátil en su diestra desde donde la pequeña Michelle observaba. Cuando los ojos de Michelle descubrieron a su abuela, la miró y comenzó a estirar los brazos, abriendo y cerrando sus manecitas.

—Melissa, hola —dijo Kate—. Pasa, pasa.

Melissa lo hizo, frunciendo el ceño al mirar a su madre. —Diablos. ¿Vas a salir? ¿Tienes una cita con Alan?

—Sí. Llegará en unos veinte minutos. ¿Por qué? ¿Qué pasa?

Fue entonces, al tomar ambas asiento en el sofá, cuando Kate notó que algo parecía inquietar a Melissa. —Esperaba que pudieras vigilar a Michelle esta noche.

—Melissa… adoraría hacerlo en otro momento. Lo sabes. Pero como puedes ver, ya tengo planes. ¿Está... está todo bien?

Melissa se encogió de hombros —Supongo. No sé. Terry ha estado extraño últimamente. La verdad, ha estado extraño desde que temimos por la salud de Michelle. A veces no está, ¿sabes? Se ha vuelto peor en los últimos días, y no sé ni por qué.

—Así que necesitan pasar un tiempo juntos. ¿Una cita?

Melissa meneó la cabeza, frunciendo el ceño. —No. Solo necesitamos tener una conversación. Larga y seria. Y quizás habrá gritos. Y aunque él haya estado distante últimamente, está de acuerdo conmigo en que no vamos a gritarnos con una niña en casa.

—¿Te... te está maltratando?

—No, nada de eso.

Kate miró el asiento portátil, y sacó despacio a Michelle. —Lissa, deberías haber llamado. Haberme avisado con tiempo.

—Lo hice. Lo intenté, hace como una hora. Pero sonó varias veces antes de ir al buzón de voz.

—Ah, diablos. Lo dejé en silencio después de ir hoy al dentista. Lo siento tanto.

—No, yo lo siento. Detesto pedirte este favor en el último minuto cuando tu obviamente ya tienes planes. Pero... No sé que otra cosa hacer. Lo siento si se percibe como que me estoy aprovechando de ti, pero tú eres... tú eres todo lo que tengo, mamá. Pero últimamente, se siente como si estuvieras en marcha. Tienes a Alan y esa especie de empleo en el Buró. Siento que te estás olvidando de mi… que Michelle y yo somos más bien un estorbo.

A Kate le rompió el corazón escuchar esas palabras. Sentó a Michelle en su regazo, sosteniendo sus manecitas y haciéndola cabalgar un poco.

—No me he olvidado de ti —dijo Kate—. En todo caso, creo que he estado tratando de redescubrirme. A través del trabajo, a través de Alan… a través de ti y de Michelle. Tú nunca has sido un estorbo.

—Lo siento. No debería haber venido a pesar de que no contestaste tu teléfono. Podemos hacer esto en otro momento, quizás dentro de unos días... ¿te parece bien?

—No —dijo Kate—. Esta noche. Hazlo esta noche.

—Pero tu cita...

—Alan comprenderá. Él le ha cobrado cariño a Michelle, ya sabes.

—Mamá… ¿estás segura?

—Afirmativo.

Se acercó y envolvió a Melissa en un abrazo. Michelle se retorció en su regazo, sacando una mano para agarrar el cabello de su abuela. —Tuve miedo también cuando Michelle estuvo atravesando todo ese asunto del hospital —dijo Kate mientras se abrazaban—. Quizás Terry nunca lo asimiló. Dale una oportunidad para que se explique. Y si te hace pasar un mal rato, recuérdale que tu madre carga una pistola.

Melissa rió al tiempo que se separaban. Michelle rió también, aplaudiendo con sus manecitas regordetas.

—Dile a Alan que lo siento —dijo Melissa.

—Lo haré. Y si las cosas se ponen feas esta noche, házmelo saber. Siempre eres bienvenida para quedarte aquí si necesitas darte un respiro con respecto a todo eso.

Melissa asintió y besó a Michelle en la cabeza. —Serás buena con la abuela, ¿okey?

Michelle no respondió a esto, pues estaba palmoteando uno de los botones de la blusa de Kate. Ésta observó a Melissa mientras se marchaba, y claramente pudo ver lo atormentada que estaba. Eso hizo preguntarse a Kate si las cosas estaban peor en casa de lo que ella le había hecho ver.

Una vez que la puerta se cerró, Kate miró a Michelle y le sonrió. Michelle le correspondió feliz mientras alcanzaba la nariz de su abuela.

—¿Está Mami feliz en casa? —preguntó Kate— ¿Están Mami y Papi llevándose bien?

Michelle agarró su nariz y la apretó, como si le estuviera recordando sus deberes. Kate sonrió y sacó la lengua, aceptando que quizás cuidar a Michelle podía ser de por sí una cita.



***



Cuando Kate le abrió la puerta a Alan quince minutos después, él la miró entre feliz y confundido. Sus ojos se encendieron y chispearon como siempre lo hacían cuando tenían a Kate delante. Vio entonces a la bebé de diez meses en sus brazos, y entrecerró los ojos debido a la confusión. Sonrió, sin embargo, porque como Kate le había dicho a Melissa hacía menos de media hora, Alan amaba a Michelle casi tanto como Kate.

—Creo que ella es un poco joven para unirse a la fiesta —dijo Alan.

—Lo sé. Mira, Alan, lo siento. Pero ha habido un cambio de planes... en la última media hora. Melissa y Terry están pasando por momentos difíciles. Terry se comporta de manera distante y extraña. Tienen que ventilar ciertas cosas...

Alan se encogió de hombros con aire despreocupado. —¿Todavía estoy invitado?

—Por supuesto.

Las besó a ambas —primero a Kate en los labios y luego a Michelle en la frente, antes de poner un pie adentro. El corazón de Kate se enterneció con él. En primer lugar, se veía tan apuesto como siempre. Se había vestido elegantemente para su cita, pero no en demasía. Siempre lograba vestirse de una manera con la que podía encajar en un cóctel en la playa o en un restaurante de tres estrellas.

—¿Crees que van a estar bien? —preguntó Alan.

—Lo creo. Pienso que la preocupación por la salud de Michelle sacudió a Terry más de lo que él cree. Está comenzado a afectarlo y pienso que ello podría estar incidiendo en su matrimonio.

—Qué duro —dijo Alan. Abrió sus manos en dirección a Michelle y ella de inmediato estiró los brazos hacia él. Al acercarla hasta él y ella darle una manotada en la mejilla, Alan contempló a Kate con algo que no llegaba a ser preocupación, pero se le acercaba.

—¿Ni siquiera llamó? —preguntó.

—Lo intentó y… diablos. Todavía se me olvida que lo tengo silenciado. Fui al dentista para una revisión.

Sacó el teléfono de su cartera y activó de nuevo el sonido. Vio de inmediato que Melissa de hecho había intentado llamarla hacía una hora y veinte minutos.

—Bueno, ya sabes, podemos tener nuestra cita aquí —dijo—. Podemos pedir comida tailandesa y ver una película. Y la parte final de todo podría ser la misma.

Kate asintió y sonrió, pero su atención estaba todavía en su teléfono. Había perdido otra llamada. Y quien había llamado desde ese número lo había intentado dos veces, dejando al final un mensaje.

Era una llamada de Washington, del Director Durán.

—¿Kate?

Ella parpadeó y apartó la vista del teléfono. Odiaba sentirse como si la hubieran atrapado haciendo algo malo.

—¿Estás bien?

—Sí. Es que… también llamaron del trabajo. Hace como tres horas.

—Regresa la llamada, entonces —dijo Alan. Simulaba bailar con Michelle y aunque mostraba un rostro feliz, Kate sentía la irritación que corría por debajo. Pero ella también sabía que él la presionaría aún más para que hiciera la llamada si ella se rehusaba.

—Un segundo —dijo, caminando hasta la cocina y devolviendo la llamada a Durán.

El teléfono sonó sólo dos veces antes de que respondieran. Inclusive en algo tan simple como —hola— Durán sonaba molesto.

—Kate, por fin. ¿Dónde has estado?

—Mi teléfono estaba en silencio. Lo siento. ¿Todo está bien?

—Bueno, cuando no respondiste la última vez, comencé a trepar por las paredes.

—¿Por qué?

—Hay un caso en Illinois; dos asesinatos que parecen relacionados pero no hay una conexión directa. Ha desconcertado a la policía local, y la oficina de campo de Chicago señaló que estabas familiarizada con el área… el caso Fielding que resolviste en 2002. Dijeron que estarían encantados de asignar a sus propios agentes, pero preguntaron si tú preferirías tomarlo. Están en cierto medida emocionados ante la idea de tenerte allí de regreso.

—¿Cuándo?

—Me gustaría que tomaras un avión esta noche. Y que tú y DeMarco estuvieran allá en la mañana.

—¿Cuáles son los detalles?

—Puedo enviarte lo que tengo, pero todavía está llegando material. Reportes policiales, criminología, todo eso. ¿Puedo contar contigo?

Kate miró hacia Alan, bailando todavía con Michelle, que le daba palmaditas en la nariz y en la boca mientras él le cantaba una canción de Bob Dylan. Si tomaba el caso, tendría que llamar a Melissa y decirle que no podría quedarse con Michelle. No esta noche. Y también tendría que cancelar los planes con Alan.

—¿Qué pasa si no puedo? —preguntó a Durán.

—Se lo paso entonces a la oficina de campo en Chicago. Pero realmente creo que eres la indicada para esto. Todo lo que necesito que hagas es encontrar algunas pistas y ponerlas en circulación. Después, los agentes locales pueden seguir con eso.

—¿Me dejas pensarlo?

—Kate, necesito saberlo ahora. Tengo que hacerle saber a la policía local y a la oficina de campo qué está pasando.

En su corazón, sabía que quería hacerlo. Quería tomarlo. Estaba loca por tomarlo. Y si eso la hacía una egoísta, entonces… entonces, ¿qué? Había una enorme diferencia entre poner a su familia primero y negarse a sí misma las oportunidades y la posibilidad de vivir su propia vida. Sabía que si rechazaba esta oportunidad solo porque en el último minuto se había hecho cargo de cuidar a Michelle por Melissa, se sentiría molesta con ambas. Dolía admitirlo, pero esa era la descarnada y honesta verdad.

—Okey, sí, cuenta conmigo. ¿Tenemos ya la información del vuelo?

—DeMarco se está encargando de todo eso —dijo Durán—. Te estará contactando en un rato.

Kate finalizó la llamada con sus ojos dirigiéndose de nuevo hacia Alan y Michelle. La tensa expresión en el rostro de Alan le decía que él había escuchado la conversación.

—¿Cuándo te vas? —preguntó.

—No sé. DeMarco está a cargo del itinerario. Esta noche. Alan… Lo siento.

Él no dijo nada, mirando a otro lado mientras se sentaba en el sofá con Michelle. —Es como es —dijo finalmente—, y no me siento tan mal... todavía tengo una excitante cita.

—No seas tonto, Alan. Llamaré a Melissa y le explicaré las cosas.

—No. Si ellos necesitan un respiro, dejemos que lo tengan. Como quizás sepas, soy totalmente capaz de velar por esta pequeña.

—Alan, ¡yo no podría pedirte que hagas eso!

—Y nunca lo harías. Por eso es que me estoy ofreciendo.

Kate se acercó al sofá y se sentó junto a él. Descansó la cabeza en su hombro. —¿Sabes lo increíble que eres?

Él se encogió de hombros. —¿Lo sabes tú?

—¿Qué quieres decir? —preguntó, detectando cierto resentimiento en su tono.

—Me refiero a lo que tengo contigo y tu trabajo. Se suponía que sería algo muy de vez en cuando, ¿correcto? Y honestamente, para ser justo, lo ha sido. Pero cuando viene, viene. Entonces quieren que dejes todo y corras a su llamado.

—Es parte del trabajo.

—Un trabajo del que te retiraste hace como dos años. ¿Realmente lo extrañas tanto?

—Alan… eso no es justo.

—Quizás. No pretenderé saber qué clase de atracción ejerce ese trabajo sobre ti. Pero estoy del lado de Melissa y Michelle. Es sólo que es mucho más lo que voy a tener que soportar con esto.

—Si te sientes así, no tomaré este. Llamaré a Durán y...

—No. Tú necesitas tomarlo. No quiero que la tomes conmigo o con tu hija si lo dejas pasar. Así que anda. Tómalo. Pero viniendo de alguien que se está rápidamente enamorando de ti, siento que debería decirte que necesitas sostener varias y serias conversaciones cuando regreses. Conmigo, con tu hija, y quizás contigo misma.

La primera reacción de Kate fue de enojo y resentimiento. Pero quizás él tenía razón. Después de todo, ¿no había reconocido ella misma hacía unos momentos que su decisión rayaba en el egoísmo? Cumpliría cincuenta y seis en tres semanas. Quizás era tiempo de que finalmente se trazara límites en términos de trabajo. Y si eso significaba que su pequeño arreglo con Durán y el Buró llegara a su fin, que así fuese.

—Alan… necesito que seas honesto. Si tomar esto va a tensar nuestra relación...

—No lo va a hacer. No esta vez. Pero no sé cuánto más pueda extenderse en el futuro.

Ella abrió la boca para responder pero su teléfono sonó, interrumpiéndola. Miró la pantalla y vio que era DeMarco, la joven que había sido su compañera en el último año, siendo parte de este pequeño experimento entre ella y el FBI.

—Es DeMarco —dijo—, necesita los detalles del viaje.

—Está bien —dijo—. No necesitas aclarármelo.

Lo que ella no dijo pero sintió en lo profundo de su corazón fue: Entonces, ¿por qué siento que tengo que hacerlo?

Era una pregunta con la que no quería lidiar en este momento. Y como había estado haciendo en los últimos meses cuando se le presentaban interrogantes como esta, volvió su atención al trabajo. Con un fuerte sentimiento de culpa, contestó la llamada.

—Hola, DeMarco. ¿Qué tal?




CAPÍTULO DOS


Kate y DeMarco lograron dormir un poco en el vuelo matutino desde Washington a Chicago. Pero en cuanto a Kate, había sido un duermevela en el mejor de los casos. Se estiró al despertar durante el descenso a Chicago a las 6:15, pero no se sentía descansada. Sus pensamientos se volvieron de inmediato hacia Melissa, Michelle, y Alan. La culpa la impactó como un ladrillo mientras veía la ciudad de Chicago en medio de la suave luz del amanecer, a través de la ventana del avión.

Pasó los primeros momentos en Chicago detestándose. Mejoró a medida que ella y DeMarco atravesaban el aeropuerto hasta el mostrador de renta de vehículos.

Ahora, mientras ingresaban al pequeño pueblo de Frankfield, Illinois, la culpa seguía allí, pero era poco más que un fantasma en la azotea de su cabeza, arrastrando cadenas y haciendo crujir el piso de madera.

DeMarco estaba al volante, tomando sorbos del café que había comprado en un Starbucks en el Aeropuerto O’Hare. Echó un vistazo a Kate, que miraba por la ventanilla, y le dio un golpecito en el codo.

—Okey, Wise —dijo DeMarco—. Hay un gran elefante en la sala. ¿Qué pasa? Te ves mal.

—¿Estamos ya en la etapa de las confidencias?

—¿No lo hemos estado siempre?

Kate se enderezó y suspiró. —Estaba cuidando a Michelle cuando me di cuenta que había perdido una llamada de Durán. Tuve que irme. Peor aún, la dejé con Alan porque Melissa y su marido están atravesando un problema. Eso me está mortificando.

—Me alegra que estés aquí conmigo —dijo DeMarco—. Pero pudiste haber dicho que no. No estás bajo ningún estricto contrato, ¿correcto?

—Correcto. Pero negarme no es tan fácil como podrías pensar. Temo que estoy invirtiendo demasiado en esto. Creo que estoy en búsqueda de un propósito en la vida.

—¿Ser abuela no es suficiente propósito? —preguntó DeMarco.

—Oh, lo es... Es solo que… No sé.

Su voz se apagó y DeMarco respetó su silencio… por un momento. —Este caso —dijo DeMarco—, luce bastante claro, ¿correcto? ¿Leíste los archivos?

—Lo hice. Y parece muy planeado. Pero sin pistas ni indicios ni la más pequeña sugerencia por parte de la policía local. Será un reto.

—Entonces… la víctima más reciente es una mujer de cincuenta y cuatro años. Sola en su hogar, hace dos tardes. No hay señales de que hayan forzado la entrada. Fue descubierta por el marido al regresar del trabajo. Luce como un estrangulamiento que también cortó el cuello.

—Y eso nos habla del objeto con que la asesinaron —dijo Kate—. ¿Qué será que además puede cortar el cuello?

—¿Alambre de púas?

—Habría habido más sangre —comentó Kate—. La escena sería más que espeluznante.

—Y los reportes dicen que este sitio estaba bastante limpio.

—Eso explica por qué la policía local está teniendo tales problemas. Pero tiene que haber un lugar de inicio, ¿correcto?

—Bien, vamos a averiguarlo —dijo DeMarco, rodando cada vez más despacio el auto y haciendo un gesto con la cabeza hacia la derecha—. Llegamos.



***



Había un solo policía esperándolas cuando ingresaron a la vía de acceso en forma de U. Estaba sentado en su patrulla, bebiendo una taza de café. Inclinó la cabeza educadamente ante Kate y DeMarco mientras estas se aproximaban a su auto. Llevaba uniforme, y la placa en forma de estrella indicaba que era el sheriff. Si Kate tuviera que especular diría que no le quedaba mucho tiempo en el cargo. Estaría cerca de los sesenta; era patente en la frente llena de arrugas y en el tono gris de sus cabellos.

—Agentes Wise y DeMarco —dijo Kate, mostrando su placa.

—Sheriff Bannerman —dijo el viejo policía—. Encantado de que hayan llegado hasta aquí. Este caso nos ha desconcertado en verdad.

—¿Le importaría llevarnos adentro y darnos los detalles? —preguntó Kate.

—Por supuesto.

Bannerman las condujo por los anchos escalones hasta un porche decorado de manera minimalista. Dentro, la casa tenía el mismo estilo, lo que hacía que la residencia ya de por sí amplia se viera más grande. La puerta principal se abría a un vestíbulo revestido con baldosas que conducía a un ancho salón, y a una curvilínea escalera que terminaba en el segundo piso. Bannerman las guió por el pasillo y a la derecha. Ingresaron a una espaciosa sala de estar, cuya pared opuesta estaba ocupada por una biblioteca tan sencilla como enorme. La sala de estar contenía también un elegante sofá y un piano.

—El despacho de la víctima está justo por aquí —dijo Bannerman, conduciéndolas a traves de la sala de estar bacia un área revestida de la misma manera que el vestíbulo. Un sencillo escritorio estaba pegado de la pared opuesta. A la derecha, una ventana se abría a un jardín en rotonda. Un florero con ramas de la planta de algodón se hallaba colocado en una esquina. Lucía sencillo y era claramente falso, pero encajaba muy bien en la habitación.

—El cuerpo fue descubierto ante su escritorio, en esta misma silla —dijo Bannerman. Hizo un gesto dirigido a una silla de escritorio muy sencilla. El tipo de sencilla que suele ostentar una etiqueta con un precio exorbitante. El solo verla hizo que Kate sintiera la comodidad en su espalda.

—La víctima era Karen Hopkins, lugareña durante la mayor parte de su vida, creo. Estaba trabajando cuando la asesinaron. El correo-e que nunca terminó estaba todavía en la pantalla cuando su marido descubrió el cuerpo.

—Los reportes dicen que no había señales de que hayan forzado la entrada, ¿es eso correcto? —preguntó DeMarco.

—Es correcto. De hecho, el marido nos dijo que todas las puertas estaban cerradas cuando él llegó a casa.

—Así que el asesino cerró antes de marcharse —dijo Kate—. No es inusual. Sería una forma infalible de despistar a los investigadores. Con todo… tuvo que entrar de alguna manera.

—La Sra. Hopkins es la segunda víctima. Hace cinco días, hubo otra. Una mujer como de la misma edad, asesinada en su casa mientras su marido estaba en el trabajo. Marjorie Hix.

—Usted dijo que Karen Hopkins estaba trabajando cuando fue asesinada —dijo Kate—. ¿Sabe qué era lo que hacía?

—De acuerdo a su esposo, no era en realidad un trabajo. Era solo una actividad complementaria para ganar algo extra de dinero y acelerar el retiro. Mercadeo en línea o algo así.

Kate y DeMarco se tomaron un momento para examinar la oficina. DeMarco revisó la papelera junto al escritorio y los folios de papel en la pequeña bandeja en el borde del mismo. Kate recorrió el piso buscando posibles fragmentos, hasta quedar parada una vez más junto al florero de falsas ramas de algodón. Casi instintivamente, estiró la mano y tocó la suave cabeza de uno de los tallos. Justo como imaginó, era falso pero su suavidad era casi calmante. Notó que varios de los tallos estaban rotos antes de volver su atención al escritorio.

Bannerman mantuvo una respetuosa distancia, paseándose entre el límite de la sala de estar y la ventana, mirando hacia el jardín que se hallaba fuera de la oficina.

Karen notó de inmediato que el escritorio miraba hacia la pared. No era demasiado inusual; tenía entendido que para la gente con problemas de atención era una excelente forma de mejorar su concentración. También sabía que ello significaba que probablemente nunca supo lo que venía hasta que sucedió.

Sus sospechas se volvieron automáticamente hacia el marido. Quienquiera que la mató había entrado a la casa silenciosamente y hecho muy poco ruido.

Eso, o ya estaba aquí y ella no sospechaba nada.

De nuevo, todos los indicios apuntaban al marido. Pero era una calle ciega: basándose en todo lo que sabían, el marido tenía una sólida coartada. Ella podía verificarla pero la historia le decía que no solía haber fisuras en las coartadas laborales.

Antes de enunciar tal cosa a DeMarco o Bannerman, puso un pie en la sala de estar. Para pasar a la oficina, uno tenía que pasar por la sala de estar. El piso estaba cubierto con una muy hermosa alfombra oriental. El sofá parecía que raramente era usado y el piano lucía como una antigüedad —de la clase que nunca era tocado pero que era agradable de ver.

En las paredes había un surtido de libros, muchos de los cuales le parecieron que nunca habían sido abiertos… solo eran libros de mesa de café que se veían bonitos en los estantes. Casi al final del estante más alejado vio libros que lucían en cambio gastados y usados: algunos clásicos, unas pocas novelas de suspenso en tapa blanda, y varios libros de cocina.

Buscó algo extraño o fuera de lugar pero no encontró nada. DeMarco entró también a la sala de estar. Frunció el ceño y se encogió de hombros.

—¿Ideas? —preguntó Kate.

—Creo que necesitamos hablar con el marido. Incluso con tan sólida coartada, quizás pueda desvelar algún pequeño dato.

Bannerman estaba parado en la entrada de la sala de estar, con los brazos cruzados mientras las miraba. —Lo hemos interrogado, por supuesto. Su coartada es a prueba de balas. Al menos nueve personas en su trabajo lo vieron y hablaron con él mientras su esposa era asesinada. Pero también declaró que estaba dispuesto a contestar cualquier pregunta que tengamos.

—¿Dónde se está quedando? —preguntó Kate.

—En casa de su hermana, como a cinco kilómetros de aquí.

—Sheriff, ¿tiene un archivo de la primera víctima?

—Lo tengo. Puedo hacer que alguien le envíe por correo-e una copia si gusta.

—Eso sería grandioso.

Bannerman tenía tanta edad como experiencia. Sabía que las agentes habían terminado su escrutinio de la residencia Hopkins. Sin que se lo dijeran, se giró para encaminarse a la puerta principal con Kate y DeMarco detrás de él.

Al caminar hasta sus autos, agradeciendo a Bannerman por reunirse con ellas, el sol finalmente había alcanzado su sitio de permanencia en el cielo. Eran poco más de las ocho de la mañana y Kate sentía que el caso ya estaba casi en movimiento.

Esperaba que fuese un buen presagio.

Por supuesto, cuando se subieron al auto y notó que unas nubes grises venían flotando, intentó ignorarlas.




CAPÍTULO TRES


Bannerman había llamado para avisarle al marido que el FBI venía a hablar con él. Cuando Kate y DeMarco llegaron a la casa de su hermana diez minutos después, Gerald Hopkins estaba sentado en el porche con una taza de café. Al subir los escalones, Kate vio que el hombre estaba agotado. Sabía cómo se veía la pena, y nadie se veía bien con ella. Pero cuando la fatiga formaba parte de la ecuación, era mucho peor.

—Gracias por aceptar hablar con nosotras, Sr. Hopkins —dijo Kate.

—Por supuesto. Cualquier cosa que pueda hacer para encontrar al que hizo esto.

Su voz sonaba ronca y débil. Kate imaginó que había pasado buena parte de los últimos dos días llorando, sollozando, y quizás incluso gritando. Y durmiendo muy poco entretanto. Contemplaba su taza de café, sus ojos pardos parecían a punto de cerrarse en cualquier instante. Kate pensó que de no haber estado envuelto en tan horrendo pesar, Gerald Hopkins sería probablemente un hombre apuesto.

—¿Está su hermana? —preguntó DeMarco.

—Sí. Está adentro, encargándose de los… arreglos —hizo una pausa, inhaló con fuerza para luchar con lo que Kate supuso eran unas ganas de llorar, y luego tembló un poco. Sorbió un poco de café y prosiguió—. Ella ha sido increíble. Manejando todo, enfrentando las cosas por mí. Manteniendo alejados a los entremetidos de esta ciudad.

—Sabemos que la policía ya lo ha interrogado, así que seremos breves —dijo Kate—. Si puede, me gustaría que describiera la última semana que pasó con Karen. ¿Podría hacerlo?

Se encogió de hombros. —Supongo que fue como cualquier otra semana. Me iba al trabajo, ella se quedaba. Yo venía a casa, hacíamos todo lo básico de una pareja casada. Habíamos caído en un programa… algo aburrido. Algunas parejas lo llamarían rutina.

—¿Pasaba algo malo? —preguntó Kate.

—No. Nosotros solo… No sé. En los últimos años, desde que los chicos se fueron, de alguna manera dejamos de intentarlo. Todavía nos amábamos pero todo era muy simple. Aburrido, ¿entiende? —suspiró y se estremeció una vez más— Oh, Dios, los chicos. Todos ya vienen para acá. Henry, el mayor, debería estar aquí en la próxima hora. Y luego yo tengo… tengo que atravesar por esto...

Bajó la cabeza y dejó escapar un gemido desesperado que acentuó unos sollozos entrecortados. Kate y DeMarco se apartaron, para darle espacio. Le tomó dos minutos calmarse. Cuando lo hizo, enjugó sus ojos y las miró como si se excusara.

—Tome su tiempo —dijo Kate.

—No, está bien. Es solo que desearía haber sido un mejor esposo hacia el final, ya sabe. Yo siempre estuve cerca, pero nunca estuve realmente allí. Creo que ella se estaba sintiendo sola. De hecho, sé que así era. Es solo que yo no quería invertir un mayor esfuerzo. ¿No ha sido miserable de mi parte?

—¿Sabe de alguien con quien ella pudo haberse reunido en los últimos días? —preguntó Kate— ¿Alguna reunión, cita, o algo parecido?

—Ni idea. Karen se encargaba de la casa. Ni siquiera sé que pasaba en mi propia casa… en mi propiavida la mitad del tiempo. Ella lo hacía todo. Hacía la contabilidad, fijaba las citas y la agenda, planeaba las cenas, cuidaba su condenado jardín, estaba pendiente de los cumpleaños y las reuniones familiares. Yo era bastante inútil.

—¿Nos permitiría tener acceso a la agenda de ella? —preguntó DeMarco.

—Lo que necesiten. Cualquier cosa. Bannerman y sus hombres ya tienen acceso a nuestra agenda conjunta. Hacíamos todo en nuestros teléfonos. Él puede indicarles.

—Gracias. Sr. Hopkins, le dejamos por ahora, pero por favor... si piensa en algo de interés, ¿podría por favor contactar con nosotras o con el Sheriff Bannerman?

Asintió, pero era evidente que estaba a punto de sollozar de nuevo.

Kate y DeMarco se marcharon, dirigiéndose de regreso a su auto. No había sido una reunión muy productiva, pero convenció a Kate de que no había forma de que Gerald DeMarco hubiera asesinado a su esposa. Uno no puede simular un dolor como ese. Había visto muchos hombres en el curso de su carrera y siempre había reconocido cuando era auténtico. Gerald Hopkins tenía un gran pesar y ella lo compadecía profundamente.

—¿Próxima parada? —preguntó DeMarco mientras se ponía detrás del volante.

—Me gustaría regresar a la casa de los Hopkins… quizás hablar con los vecinos. Él mencionó ese jardín, justo fuera de la oficina. Había una casa vecina que podía verse desde esa ventana. Es una pequeña posibilidad, pero quizás valga la pena probar.

DeMarco asintió y salió de la via de acceso. Se dirigieron de regreso a la residencia Hopkins cuando la primera de esas nubes que anunciaban tormenta se colocaba delante del sol.



***



Comenzaron con el vecino que estaba a la derecha de la residencia de los Hopkins. Tocaron la puerta principal sin obtener respuesta. Tras aguardar treinta segundos, Kate tocó de nuevo con el mismo resultado.

—¿Sabes? —dijo Kate— Después de trabajar durante tanto tiempo en vecindarios como este, casi esperas que al menos un miembro de la pareja esté en casa.

Tocó una vez más y como nadie respondió, se dieron por vencidas. Se marcharon, cruzando el patio de los Hopkins para probar suerte con el otro vecino. Al hacerlo, Kate miró hacia el césped entre las dos casas. Apenas podía ver el borde de la casa que era visible desde la ventana de la oficina de Karen Hopkins. Miraba la parte trasera de esa casa, cuyo frente estaría situado en la calle que cortaba aquella donde vivían los Hopkins.

Al dirigirse a la casa de la izquierda, Kate notó las primeras gotas de lluvia provenientes de las nubes tormentosas. Comenzaron a subir los escalones en el momento en el que su celular vibró en el bolsillo. Lo sacó y revisó la pantalla. Era Melissa. Un pequeño remordimiento atenazó su corazón. Estaba segura de que su hija estaba llamando para quejarse del hecho de que anoche hubiera dejado a Michelle con Alan. Y ahora, habiendo pasado el momento cuando tomó la decisión, Kate sentía que Melissa tenía todo el derecho a estar molesta.

Pero lo que sí era cierto es que no era una conversación para la que ahora estuviera lista, mientras subían los escalones de la casa del vecino. DeMarco tocó esta vez. A la puerta acudió de inmediato una mujer de aspecto juvenil, cargando a un niño que tendría dieciséis o dieciocho meses de edad.

—¿Sí? —dijo la joven.

—Hola. Somos las Agentes Wise y DeMarco del FBI. Estamos investigando el asesinato de Karen Hopkins y esperábamos obtener algo de información de los vecinos.

—Bueno, no soy exactamente una vecina —dijo la joven—. Pero igual podría serlo. Soy Lily Harbor, niñera al servicio de Barry y Jan Devos.

—¿Conocía bien a los Hopkins? —preguntó DeMarco.

—En realidad, no. Nos tratábamos por el nombre de pila, pero hablaba con ellos una o dos veces a la semana. E incluso entonces, era solo un saludo de pasada.

—¿Percibió que clase de personas son?

—Decentes por lo que pude ver —hizo una pausa cuando el niño empezó a halarle el pelo. Comenzaba a ponerse un poco inquieto—. Pero repito, no los conocía a fondo.

—¿Los Devos les conocían bien?

—Eso supongo. Barry y Gerald se prestaban cosas de vez en cuando. Combustible para las cortadoras de césped, carbón para la barbacoa, cosas así. Pero no creo que realmente se juntaran. Eran educados entre sí, pero no eran realmente amigos, ¿entiende?

—¿Sabe de alguien en la zona que los conociera bien? —preguntó Kate.

—En realidad, no. La gente por aquí es bastante reservada. Este no es un vecindario de mucho festejo, ¿entiende? Pero... me siento mal al decir esto… si quieren saber algo acerca de prácticamente cualquiera de la comunidad, podrían acercarse a la Sra. Patterson.

—¿Y quién es ella?

—Vive en la siguiente calle de atrás. Podemos ver su casa desde el patio de los Devos. Estoy bastante segura de que puede verse desde el porche trasero de los Hopkins.

—¿Cuál es la dirección?

—No estoy segura. Pero es facil de encontrar. Tiene en el porche unas esculturas de gatos que meten miedo de solo verlas.

—¿Cree que sería de ayuda? —preguntó DeMarco.

—Creo que sería su mejor apuesta, sí. No sé que tan veraz sea la información que tenga, pero nunca se sabe...

—Gracias por su tiempo —dijo Kate. Le brindó una sonrisa al pequeño, que le hizo extrañar a Michelle. También le recordó que muy probablemente tenía en su teléfono un agrio correo de voz de su hija.

Kate y DeMarco regresaron al auto. Para cuando se subieron y empezaron a rodar, la lluvia había comenzado a caer con un poco más de fuerza.

—Parece que esta casa de la Sra. Patterson, visible desde el patio de los Devos, bien pudiera ser la que vi por la ventana de la oficina de Karen Hopkins —dijo Kate—. Todos esos patios traseros conectados con solo unas cercas para dividirlos… eso podría ser un paraíso para una vieja entrometida.

—Bueno —dijo DeMarco—, veamos que sabe la Sra. Patterson.



***



Kate no pudo dejar de notar cómo se abrieron los ojos de la Sra. Patterson cuando se dio cuenta que dos agentes del FBI estaban paradas en su porche. No había una expresión de temor en su rostro; antes bien, era una de excitación. Kate imaginó que la vieja ya estaría planeando cómo le relataría la historia a todas sus amigas.

—Escuché todo lo que le sucedió a Karen, así es —dijo la Sra. Patterson como si fuera hubiera ganado un distintivo con ello—. La pobre… era tan encantadora y amable.

—¿La conocía, entonces? —preguntó Kate.

—Un poco, sí —dijo la Sra. Patterson—. Pero, por favor… pasen, pasen.

Condujo a Kate y DeMarco al interior de su casa. Antes de entrar, Kate miró los objetos que le habían servido de pista para deducir que esta era la casa correcta. Había ocho diferentes estatuas de gatos, ornamentos que parecían producto de un extraño cambalache o de una venta de garaje. Algunas se veían inquietantes, como Lily Harbor había expresado.

La Sra. Patterson las condujo a su sala de recibo. El televisor estaba encendido, sintonizado en Buenos Días América con el volumen más bien bajo, lo que hizo asumir a Kate que la Sra. Patterson era una viuda que no lograba acostumbrarse a estar sola. Había leído en alguna parte que los mayores tendían siempre a tener la televisión o el estéreo encendido luego de perder a su cónyuge, solo porque así la casa parecía tener vida todo el tiempo.

Al tomar asiento en una butaca, Kate miró hacia afuera por la ventana de la sala que estaba situada en el lado este de la casa. Vio la calle e hizo su mejor esfuerzo por imaginar la disposición del patio y la calle. Estaba bastante segura de que estaban de hecho en la casa que había atisbado desde la ventana del despacho de Karen Hopkins.

—Sra. Patterson, acláreme algo, por favor —dijo Kate—. Cuando estábamos en la casa de los Hopkins, miré por la ventana de Karen y vi una casa justo al final del borde derecho de su patio. Era la suya, ¿correcto?

—Sí, así es —dijo la Sra. Patterson con una sonrisa.

—Dijo que conocía un poco a los Hopkins. ¿Podría detallar eso?

—¡Seguro! Karen me consultaba con respecto a su jardín de vez en cuando. Tiene uno justo afuera de la ventana de su oficina, ya saben. No era mucho lo que tenía plantado, solo hierbas para ser usadas en la cocina: albahaca, romero, algo de cilantro. Siempre he tenido buena mano para las plantas. Todos en el vecindario lo saben y normalmente vienen a pedir consejo. Tengo mi propio jardín allá atrás, si les apetece verlo.

—No, gracias —dijo DeMarco de manera cortés—. Estamos luchando con el tiempo. Necesitamos que nos diga lo que sabe sobre los Hopkins. ¿Parecían felices cuando los veía juntos?

—Eso supongo. No conozco tan bien a Gerald. Pero de vez en cuando, alcanzaba a verlo sentado en su porche trasero. Recientemente, los he visto allá tomados de la mano. Era algo bonito. Sus hijos habían crecido y se habían mudado, supongo que ya lo saben. Me gustaba imaginar que estaban hablando de sus planes de retiro, proyectando viajes y cosas así.

—¿Alguna vez sospechó que tuvieran problemas de algún tipo? —preguntó Kate.

—No. Nunca vi ni escuché nada que me sugiriera tal cosa. Hasta donde sé, eran una pareja normal. Pero supongo que cualquier pareja podría tener problemas potenciales luego que los hijos se van de la casa. No es inusual, ya saben.

—¿Vio a alguno de ellos la semana pasada?

—Sí. Vi a Karen en su pequeño jardín, recortando algo. Esto sería hace como cuatro o cinco días. No estoy segura. Cumplí setenta y cuatro este año y a veces mi mente es como una sopa.

—¿Habló con ella?

—No. Pero hay algo en lo que pensé ayer... algo que no necesariamente olvidé pero en lo que tampoco pensé mucho. Y honestamente… ni siquiera sé qué día sucedió, así que...

—¿Qué cosa sucedió? —preguntó DeMarco.

—Bueno, estoy bastante segura de que fue el martes… el día que Karen fue asesinada por lo que sé. Estoy casi segura de haber visto a alguien deambulando por el patio trasero. Un hombre. Un hombre que no era Gerald Hopkins.

—¿Parecía como si este hombre se fuera a meter en la casa? —preguntó Kate.

—No. Parecía pertenecer al lugar, si ello tiene sentido. Caminaba como si hubiese sido invitado, ¿saben? Vestía una especie de traje o uniforme. Había un pequeño distintivo o parche justo aquí —se dio unos golpecitos encima de su pecho izquierdo para indicar el sitio del que estaba hablando.

—¿Pudo ver bien el parche?

—No. Todo lo que puedo decir es que era casi todo blanco y parecía tener forma de estrella. Pero podría estar equivocada… en estos días mi vista es tan buena como mi memoria.

—Pero en cuanto a comunicarse con alguno de los Hopkins, ¿dice que no hubo nada la semana pasada?

—No. La última vez que hablé con Karen fue cuando vino a pedirme mi receta de torta de piña. Y eso fue hace casi tres semanas, creo.

Kate se devanó los sesos, tratando de pensar en otras preguntas con las que la Sra. Patterson pudiera ayudarlas a desvelar alguna cosa, pero nada se le ocurrió. Además, tenían que verificar a este hombre con uniforme, así que no se iban con las manos vacías.

—Sra. Patterson, muchas gracias por su tiempo. Si llega a pensar en algo más, siéntase libre de llamar a la policía local. Ellos nos harán llegar el mensaje.

—Siento la necesidad de preguntar… pero con el FBI involucrado, ¿puedo asumir que el homicidio anterior está conectado? ¿Fue hace como… una semana más o menos? Creo que su nombre era Marjorie Hix.

—Eso es lo que hemos venido a averiguar —dijo Kate—. ¿Llegó a conocer a Marjorie Hix?

—No. Honestamente, nunca había escuchado el nombre, hasta que una de mis amigas me contó lo que había sucedido.

Kate asintió y se dispuso a salir de la habitación. —De nuevo, gracias por su tiempo.

DeMarco se le unió y salieron afuera, cuando la lluvia caía sin amainar, a pesar del sol resplandeciente.

Kate casi sacó su teléfono para ver si Melissa le había dejado un mensaje de voz, pero desistió. Todo lo que conseguiría sería un estrés adicional. Y si ella no aprendía a separar su vida personal de su vida con el Buró, bien podía entregar ahora mismo su arma y su placa.

Se odió un poco por eso, pero por el momento sacó a Melissa de su mente mientras se dirigían de regreso al auto.

En el fondo, una pequeña vocecita le hablaba. ¿Recuerdas lo que sucedió cuando la hiciste a un lado a más temprano en tu carrera? Tomó mucho tiempo reparar ese daño. ¿Realmente quieres pasar por todo eso otra vez?

No, no quería. Y quizás fue por eso que acabó luchando por refrenar las lágrimas mientras DeMarco salía del acceso a la casa de la Sra. Patterson.




CAPÍTULO CUATRO


El Sheriff Bannerman estaba de regreso en la estación policial cuando Kate y DeMarco llegaron. Les hizo señas para que vinieran a su oficina. Al seguirlo, Kate notó que arrastraba los pies como si tuviera alguna dificultad al caminar. Mantuvo la puerta abierta para ambas y luego la cerró detrás de él.

—¿Tuvieron suerte? —preguntó.

—Hablamos con una tal Sra. Patterson, la mujer que vive en la casa que se puede ver desde la ventana en la oficina de Karen Hopkins —dijo Kate—. Ella dice que recuerda a alguien en el patio trasero el día que Karen fue asesinada.

—Ella dice que cree que fue ese día —añadió DeMarco.

—Sheriff, ¿sabe de alguna compañía en la zona cuyo logo tenga forma de estrella y sea básicamente blanco? Los empleados pueden estar llevando trajes de colores oscuros.

Bannerman lo pensó por un minuto y luego comenzó a asentir lentamente. Tecleó algo en la portátil de su escritorio, hizo varios clics y luego giró la pantalla hacia ellas. Había tecleado Hexco Proveedores de Internet en el buscador de Google y elegido la primera imagen.

—Está este —dijo—. Es el único que viene a mi mente de inmediato.

Kate y DeMarco estudiaron atentamente el logo. Era casi idéntico a la descripción de la Sra. Patterson. Tenía de hecho forma de estrella, solo que una de las puntas se alargaba y curvaba ligeramente. Unas líneas seguían a la estrella, y la central contenía la palabra Hexco.

Con la velocidad de un pistolero, DeMarco sacó su teléfono e instantáneamente marcó el número debajo del logo. —Veamos si el martes hubo una llamada para solicitar un servicio de algún tipo a la residencia Hopkins.

Se sentó, esperando que el teléfono comunicara. Entretanto, Bannerman giró el portátil y lo cerró. En voz baja, para no interrumpir a DeMarco cuando alguien contestara el teléfono, miró a Kate y preguntó: —¿Tiene ya alguna idea?

—Creo que estamos ante un asesino que se enfoca en un determinado tipo de víctimas. Tanto Karen Hopkins como Marjorie Hix estaban en la cincuentena, y solas en casa. La presunción es que el asesino sabía que el marido no estaría allí. Y también presumo que había estudiado las casas, ya que no hay indicios de que la entrada haya sido forzada. Así que… nuestro asesino tiene un tipo definido, y hace su tarea. Aparte de eso... estoy en una calle ciega.

—Puedo intentar añadir a eso —dijo Bannerman—, que no había señales de lucha, tampoco. Así que el asesino sabía cómo entrar en las casas sin violar la seguridad y luego fue capaz de atacar sin que las víctimas supieran. Me hace pensar que las victimas invitaron al asesino. Que lo conocían.

Kate había presumido lo mismo pero decidió permitir que Bannerman lo expusiera todo. Disfrutaba oírlo hablar. Su edad lo hacía sonar sabio y ella valoraba en mucho su experiencia. Solía mirar el trabajo en conjunto con la fuerza de policía local como un estorbo, pero comenzaba a gustarle Bannerman.

Mientras asentía, DeMarco finalizó su llamada —Tengo la confirmación de que Hexco sí envió el martes un técnico a la residencia Hopkins. La mujer con quien hablé dijo que habían habido reportes de problemas con el servicio de internet por todo el vecindario en esos días, comenzando el lunes en la noche. Hubo como una docena de llamadas similares ese día.

—Bueno, es toda una conjetura, pero ser técnico de una compañía de internet en condiciones de servicio interrumpido daria fácil acceso a casi cualquier casa —dijo Kate.

—Bueno, no es una conjetura, de hecho —dijo DeMarco—. Pregunté también si últimamente habían enviado técnicos de Hexco a la residencia Hix. Resulta, que hubo una solicitud introducida por Joseph Hix hace dos semanas. Y de acuerdo a sus registros, el mismo técnico acudió a ambas llamadas.

—Suena como un sospechoso para mí —dijo Kate.

—Estoy de acuerdo —dijo Bannerman—. Deberían saber, sin embargo, que Hexco es un proveedor relativamente nuevo en Frankfield. Una compañía pequeña. Me sorprendería que hubiera más de tres o cuatro técnicos. Puede que no sea del otro mundo que el mismo técnico estuviera en ambas direcciones.

—Aún así, me gustaría hablar con ese técnico —dijo Kate—. ¿Conseguiste un nombre?

—Lo hice. La operadora con la que hablé le envió un mensaje para que me llame de inmediato.

—Entretanto, me gustaría visitar la residencia Hix —dijo Kate—. Sé que los reportes indican que la escena estaba básicamente limpia, pero me gustaría verlo por mí misma.

—Tengo la llave en los archivos del caso —dijo Bannerman—. Puede...

Fue interrumpido por el timbre del teléfono de DeMarco. Contestó de inmediato y cuando la escuchó presentarse de manera formal, Kate supo que era el técnico de Hexco. Kate escuchó atentamente, así que se enteró de los detalles antes de que DeMarco los comunicara en voz alta.

—Nos veremos con él en quince minutos —dijo DeMarco—. Parece muy dispuesto a reunirse con nosotras, pero sonaba un poco asustado, también.

Kate abrió la puerta al tiempo que Bannerman se ponía de pie. —¿Necesitan algo de mí?

Kate lo pensó y entonces, con un poco de esperanza en su voz, dijo: —Quizás tener lista una sala de interrogación.



***



El nombre del técnico era Mike Wallace, un chico de veintiséis años que se veía muy nervioso cuando Kate y DeMarco se reunieron en la pequeña cafetería a cinco kilómetros del Departamento de Policía de Frankfield. Miró alternativamente a una y otra agente de una manera que recordó a Kate uno de esos extraños gecos que pueden mover sus ojos de tal forma que miran en dos direcciones al mismo tiempo.

Tenía una tableta con él, cubierta con un forro de cuero bastante usado. El logo de Hexco destacaba en relieve al frente del mismo.

—Mike, por ahora esto es un procedimiento estándar y no tienes absolutamente nada de qué preocuparte —dijo Kate—. En este momento, parece solo un poco de mala suerte y las circunstancias.

—¿Qué quiere decir?

—Bueno, en el curso de las últimas dos semanas, has sido asignado a hogares donde dos mujeres han sido asesinadas. La más reciente fue el martes pasado.

—Visité muchas casas el martes. Ha habido un grave problema con las interrupciones en dos urbanizaciones diferentes.

—Tienes tus llamadas de solicitud de servicio en esa tableta, ¿correcto? —preguntó DeMarco, haciendo un ademán hacia el dispositivo que cargaba.

—Sí, así es.

—¿Puedes buscar la entrada de la residencia de los Hopkins para el día martes?

—Seguro —dijo. Tamborileó en distintos lugares, deslizó la pantalla un poco, y luego recorrió la página con su dedo. Al hacerlo, Kate notó un ligero temblor en sus manos. Estaba obviamente nervioso; la cosa era averiguar si estaba asustado porque estaba ocultando algo o si simplemente estaba nervioso por estar en presencia de un par de agentes del FBI.

—Justo aquí —dijo, deslizando la tableta hacia ellas—. Llegué a las diez cuarenta y dos a.m. y me fui a las diez cuarenta y seis.

—Luce bastante rápido —dijo Kate—. No creo que me hayan arreglado algo con tal rapidez. ¿Cuál fue la naturaleza de la interrupción?

—Hay una más grande cerca de Chicago. Para arreglar esa, tuvimos que reducir el servicio en otros lugares. Frankfield nunca se recuperó como se suponía. Era un arreglo fácil, sin embargo. Para todas excepto para una de esas llamadas del martes por la mañana, era solo cosa de reiniciar en las cajas de instalación de cada casa.

—¿Y solo tomó cinco minutos? —preguntó Kate.

—En realidad, cada reinicio solo toma como dos o tres minutos. Para cada parada, Hexco me exige que inicie el reloj en cada visita. Una vez que se inicia el cronómetro, tengo que ingresar al sistema y luego caminar a la caja. El reinicio solo toma como dos minutos. Después del reinicio, acoplo un dispositivo de prueba a la caja para asegurarme de que está funcionando. Eso toma treinta segundos. Luego camino de regreso a la camioneta, ingreso el reporte de estatus, y salgo del sistema.

Todavía temblaba y se agitaba hasta por lo más mínimo. Pareció notarlo e intentó detener los temblores de sus manos juntándolas sobre la mesa.

—¿Así que todo eso fue hecho en la residencia Hopkins entre las diez cuarenta y dos y diez cuarenta y seis? —preguntó Kate.

—Sí, señora.

—¿Interactuaste con Karen Hopkins durante la visita?

—No. Hexco envió un texto masivo y una nota por correo electrónico anunciando que los técnicos iban a ser enviados. Siempre que eso se hace y el arreglo no se le cobra al cliente, no nos piden que vayamos con ellos para que firmen. Dudo que siquiera supiera que yo estaba allí.

Todo encajaba, pero Kate hizo las cuentas en su cabeza. Cuatro minutos era tiempo más que suficiente para entrar en la casa y estrangular a alguien. Por supuesto, el hecho de que su reporte mostrara los tiempos de reinicio y prueba, además de la entrada y salida del sistema reducía los cuatro minutos a nada.

—¿Puedes encontrar una entrada para la residencia Hix hace dos semanas? —preguntó Kate.

—Sí. ¿Tienen el primer nombre?

—Marjorie, o quizás su esposo, Joseph —dijo DeMarco.

Mike repitió la rutina y consiguió la respuesta en veinte segundos. De nuevo, deslizó la tableta hacia ellas. Mientras revisaban la información, él hizo lo que pudo para explicarles.

—Justo allí… exactamente hace dos semanas. Fue una respuesta a una queja acerca de la velocidad del servicio. Habían llamado para que le aumentaran la velocidad y los datos pero nunca resultó. A veces ocurre cuando se hace de manera remota, por teléfono. Fui hasta allá y lo hice por mí mismo.

—De acuerdo a esto, tomó como cinco minutos —dijo Kate.

—Sí, el pequeño dispositivo que uso para probar la fuerza de la señal me estaba dando dificultades. Si quieren, puedo mostrarles la solicitud que introduje en Hexco para conseguir uno nuevo.

—Eso no será necesario —dijo Kate—. Veo aquí que Marjorie Hix firmó por el servicio. ¿Entraste a su casa?

—Sí, señora. Necesitaba revisar su modem. Recomendé que consiguieran uno nuevo, porque el que tenían estaba un poco obsoleto.

Por tercera vez, Kate notó un nervioso temblor en sus manos. Era demasiado evidente como para ignorarlo a estas alturas.

—¿Estaba su esposo en casa? —preguntó, sin dejar que él viera que ella estaba percibiendo su nerviosismo.

—No lo creo.

Kate repasó el reporte. Basándose en los reportes y en su historia, todo parecía encajar. Pero parecía demasiada coincidencia. Miró a Mike por un momento, buscando alguna fisura en su fachada, pero no vio ninguna.

—Muchas gracias, Mike —dijo finalmente—. Hemos terminado. No quiero mantenerte alejado de tu trabajo por más tiempo. Gracias por tu ayuda.

—De nada —dijo Mike, volviendo a tomar la tableta—. Ojalá que atrapen al sujeto.

—Sí —dijo DeMarco—. Lo mismo decimos.

Los tres dejaron la cafetería juntos. Con cierta timidez, Mike les dijo adiós con la mano mientras se ponía al volante de la camioneta de servicio de Hexco.

—Parece descartado —dijo DeMarco mientras volvían a su auto.

—Sí, así es. Pero el factor de la coincidencia...

—Sí, te fastidia un poco, ¿no es así?

—Bueno, eso y el hecho de que temblaba como un proxeneta en una iglesia…

—Linda metáfora —dijo DeMarco riendo.

Ambas observaron mientras Mike salía de su puesto de estacionamiento. Ninguna de ellas habló, aunque Kate buscó su teléfono, queriendo averiguar si Melissa le había dejado un mensaje… y lo molesta que estaba.

Más tarde, se dijo. Tengo que respetar las prioridades.

Pero ese pensamiento, como el potencial mensaje de voz que estaba en espera, se sentían como una bomba atascada en un lugar largamente olvidado, haciendo tictac y aguardando a explotar.




CAPÍTULO CINCO


La residencia Hix estaba como a dieciocho kilómetros de la dirección de los Hopkins. Localizada justo fuera de los límites de la ciudad de Frankfield, estaba suficientemente cerca de la ciudad como para brindarle a Bannerman y su gente autoridad en el caso. Chicago estaba situada veinte minutos al sur, dejando a la sección del medio en una zona gris cuando se trataba de la jurisdicción. La urbanización era un poco menos extravagante que la de los Hopkins, aunque no mucho. Los patios eran más pequeños, la mayoría separados del siguiente por olmos y robles. Con la lluvia cayendo, los árboles hacían que las casas y sus jardines se vieran un poco siniestros cuando Kate y DeMarco ingresaron a la vía de acceso de los Hix.

DeMarco usó la llave que Bannerman les había dado. Según les habían dicho, el marido se había ido a Chicago, para quedarse con su hermano tras el funeral. Nada se sabía de cuándo podría regresar.

Sin embargo, no mucho después que Kate y DeMarco habían entrado, otro auto ingresó a la vía de acceso y se puso detrás del suyo. Las agentes esperaron en la puerta para ver quién era el visitante. Observaron como una rubia de mediana edad se bajaba de un bonito Mercedes. Kate notó que el auto tenía las placas de un corredor de bienes raíces.

—Hola —dijo la mujer, presumiblemente una corredora de bienes raíces, al acercarse a las escalinatas. A todas luces estaba confundida—. ¿Se puede saber quiénes son ustedes?

Kate mostró su placa, no por fanfarrona sino para no dar rodeos. —Agentes Wise y DeMarco, FBI. Es usted una corredora, supongo.

—Así es. Nadine Owen. Estoy aquí para hacer un último recorrido por la casa antes de que la pongamos en el mercado.

—No estaba al tanto de que iba a ser puesta a la venta —dijo Kate.

—Nos llamaron ayer por la mañana. El Sr. Hix no regresará. Ha contratado a un equipo de mudanzas para que venga mañana y empaque todo. Hoy voy a hacer una lista de chequeo para asegurarme que los de la mudanza la dejen como está. Dios sabe que será difícil venderla en estas condiciones.

—¿Por qué? —preguntó DeMarco.

Kate sabía la respuesta, habiendo estado en varios casos en los que un corredor de bienes raíces había intervenido. —Los corredores tienen que revelar que ha ocurrido un homicidio recientemente en una propiedad —dijo Kate.

—Correcto —dijo Nadine—. Y en este caso, el Sr. Hix está donando prácticamente todo lo que tiene. Estaba muy mal cuando hablé con él. Sencillamente no quiere nada que le recuerde a su esposa en cualquier lugar que escoja como su siguiente morada. Eso es bastante triste, de hecho.

Eso es bastante sospechoso, si me preguntan, pensó Kate.

—¿Cuánto tiempo ha pasado el Sr. Hix en Chicago? —preguntó.

—Se fue el día después del funeral… así que diría que tres días, creo.

—Si no le importa, nos gustaría revisar el lugar antes de que proceda con su lista de chequeo —dijo Kate.

—Por supuesto.

Las tres mujeres entraron a la casa. Kate la encontró impecable. De nuevo, no era tan bonita como el hogar de los Hopkins, pero era mucho más de lo que Kate alguna vez hubiese podido permitirse. No era solo la casa; todo el mobiliario se veía también bastante costoso.

Al hacer la revisión, DeMarco iba detrás de Kate, revisando en pantalla los informes electrónicos de la policía. Leía en voz alta las partes importantes mientras hacían el recorrido de la casa.

—Marjorie Hix fue hallada muerta en su dormitorio, con medio cuerpo saliendo del baño principal —leyó—. Ella, también, fue estrangulada hasta morir pero no había sangre o cortes como los hubo con Karen Hopkins. Había magulladuras en su garganta pero no había indicios de huellas. Se cree que pudo haber sido estrangulada con un cinturón o alguna clase de cuerda suave.

La planta baja era principalmente abierta, con una sala y una cocina separadas solo por una gran columna. La otra área parecía servir como estar, donde un televisor de aspecto costoso se hallaba colocado entre dos estanterías de libros. Un elegante piano ayudaba también a separar las áreas. Kate sabía muy poco acerca de pianos pero estaba bastante segura de que este era la versión pequeña de un Steinway… y que eso probablemente valía un año de su salario. Era simplemente difícil imaginar al marido donando un objeto así en lugar de venderlo. Eso envió un pequeño aviso de alarma al cerebro de Kate.

Un área de lectura y el espacio de una mini-oficina se hallaban en el extremo izquierdo, metidos en una esquina que miraba a un espacioso porche a través de un ventanal. En conjunto, lucía sencillo e idílico.

—Recuérdame lo que los reportes dicen acerca de la evidencia colectada por la policía —dijo Kate.

—El marido voluntariamente entregó su propio portátil, que le fue devuelto con bastante rapidez —dijo DeMarco, todavía leyendo los reportes—. También entregó el portátil de Marjorie y el celular. Había un cinturón en el closet de la planta alta que fue colectado por los forenses como una potencial arma homicida, pero se concluyó que no había sido usado.

Tras mirar un poco más de la planta baja, subieron las escaleras ubicadas a la derecha de la planta baja, paralelas al espacio de la pequeña oficina. La planta alta estaba conformada.por un ancho corredor y cuatro habitaciones: un baño, dos habitaciones de huéspedes, y un gran dormitorio principal. Fueron directamente al dormitorio principal y se detuvieron en la entrada para examinar el interior.

La cama no estaba hecha, pero apartando eso el sitio estaba impecable. Kate miró el área que estaba delante del baño e intentó imaginar un cuerpo. Sabía que las fotos de la escena de crimen estaban en los archivos del caso y estaba segura de que los vería más tarde. Por ahora, sin embargo, estaba tratando de percibir la habitación como lo haría un asesino —un asesino que probablemente había sido invitado por una u otra razón.

La habitación estaba dispuesta de tal manera que alguien que saliera del baño no vería de inmediato a quien entrara a la misma. Si el asesino había logrado deslizarse hasta la habitación mientras Marjorie Hix estaba en el baño, él habría pasado desapercibido.

—¿No hay pistas de ningún tipo en el dormitorio? —preguntó Kate.

—Nada de eso se menciona en el reporte. Ni siquiera una gota de sangre. Nada.

Kate caminó por la habitación y se detuvo junto a la ventana más cercana a la cama. Tuvo que correr las cortinas, pero vio que miraba a un patio trasero con un terreno más allá rodeado de una cerca de madera. Fue entonces al baño. Este, como casi todo en la casa, era grande y ostentoso. Se inclinó todo lo que pudo para atisbar bajo los pequeños espacios que había entre la parte inferior de los gabinetes instalados bajo los lavabos y el piso. Aparte de unas motas de polvo y pelusa, no había nada.

—¿Qué hay del sistema de seguridad? —preguntó Kate.

—Hum —dijo DeMarco mientras recorría los reportes—. Aparentemente, no hay sistema de seguridad. Pero tienen una de esas cámaras junto al timbre de la puerta.

—Perfecto. ¿La policía obtuvo acceso a ella?

—Sí. Aquí dice que el marido le dio a Bannerman la contraseña. Aparentemente, es accesible desde la aplicación móvil de la cámara.

—¿Alguna idea de qué app es?

—No lo dice. Estoy segura de que Bannerman lo sabe.

—Espera un momento —dijo Kate. Salió del dormitorio con DeMarco detrás de ella, aún repasando en pantalla los registros.

Encontraron a Nadine Owen revisando las paredes de la sala, aparentemente buscando rozaduras previas antes de que llegaran los de la mudanza. —Sra. Owen —dijo Kate—. ¿Por casualidad conoce el nombre de la app que los Hix usaban para la cámara de su puerta?

—Lo sé, ciertamente —dijo—. Cuando el marido me llamó para vender la casa, me dio su contraseña de tal forma que pudiera entrar y eliminar la cuenta antes de que alguien más se mudara.

—¿Ya la eliminó?

—No —Nadine pareció comprender adónde se dirigía esto. Una breve mirada de excitación cruzó su rostro al sacar el celular—. Puedo ingresar a su cuenta si necesitan revisarla.

—Eso sería grandioso —dijo Kate.

Nadine se sentó en uno de los taburetes colocados a lo largo del tope de la cocina y abrió la aplicación. Kate y DeMarco observó a Nadine ingresar a la cuenta Hix. En unos segundos, apareció la dirección de la residencia Hix. Nadine hizo clic en ella y una página con calendario apareció en pantalla

—La app nos permite retroceder sesenta dias. Más allá de eso, todo queda almacenado en la nube.

—Sesenta días son más que suficientes. De hecho, son sólo dos días los que necesito revisar.

—Supongo que contando hacia atrás ocho días, ¿correcto? ¿El día que fue asesinada?

—Sí, por favor.

—¿Exactamente cómo funciona? —preguntó DeMarco.

—Hay un sensor en el timbre de la puerta —dijo Nadine—. Cuando alguien llega al porche, activa la cámara. Esta graba entonces a la persona hasta que entra a la casa o abandona el porche.

—Así que habrá una entrada de vídeo el día de su asesinato si alguien estuvo en el porche, ¿correcto? —preguntó Kate.

—Así es. Y… aquí está. Hay dos vídeos del miércoles pasado… el día que fue asesinada.

Las tres mujeres se inclinaron alrededor del teléfono, para mirar una grabación a color de baja definición proveniente de la aplicación. El primer vídeo fue fácil de descartar. Era un conductor de UPS, colocando una caja en el porche principal para luego devolverse de prisa a su camioneta. La caja no era muy grande y se distinguía por el logo de Amazon en el costado. Tres segundos después el conductor se había ido, y la cámara se desactivó.

Nadine colocó el segundo vídeo y pulsó para reproducirlo. Una mujer llegó al porche y tocó el timbre. Le abrieron unos segundos después. No había audio, pero era evidente que la mujer estaba conversando con quienquiera que abrió la puerta, presumiblemente Marjorie. Esto se hizo obvio cuando Marjorie puso un pie en el porche, charló con la mujer cerca de un minuto y volvió a entrar. La mujer dijo algo por encima de su hombro mientras bajaba los escalones, y entonces el vídeo finalizó.

—¿Alguna idea de quién es esa mujer? —preguntó DeMarco a Nadine.

—No, lo siento. ¿Ustedes dijeron que había otra fecha que necesitaban revisar?

—Sí. Hace exactamente dos semanas. ¿Hay alguna entrada?

Nadine deslizó la pantalla para retroceder catorce días y se detuvo cuando el calendario mostró la fecha que buscaba. Había también dos entradas ese día. Nadine reprodujo la primera de inmediato, sin que se lo pidieran.

Instantáneamente, Kate reconoció al hombre que llegó al porche y tocó el timbre: Mike Wallace. Vestía el mismo uniforme de Hexco que le habían visto hacía menos de una hora. Tras varios segundos, abrieron la puerta, él habló con alguien por unos diez segundos, y luego fue invitado a pasar.

Nadine las miró a ambas, como si esperara alguna reacción. Cuando vio que no hubo ninguna, continuó con la siguiente entrada pulsando sobre la hora, que aparecía marcada apenas catorce minutos después.

Presionó para reproducir el vídeo y vieron el inverso de lo que acababan de ver. Mike Wallace salía por la puerta principal, de nuevo en primer plano. Se volvió y dijo algo a la persona en la puerta —de nuevo, presumiblemente Marjorie Hix. La conversación duró unos veinte segundos y entonces Mike se dispuso a descender los escalones. Antes de que la salida de Mike diera lugar a la conclusión del vídeo, el pequeño sensor detectó más movimiento. Marjorie Hix salió al porche con una regadera y se dedicó a regar una maceta de lilas junto a la baranda del porche.

Aunque no probaba mucho, el hecho de que no hubiera vídeos de seguridad de Mike Wallace en el día de la muerte de ella era una fuerte coartada.

—¿Algo más? —preguntó Nadine.

Kate y DeMarco intercambiaron miradas y menearon sus cabezas simultáneamente. Kate no estaba segura de si DeMarco estaba pensando lo mismo que ella o no, pero sabía que era una buena oportunidad.

La grabación de seguridad principalmente había descartado a Mike Wallace. Pero el marido…

—Hay un garaje en el costado de la propiedad —dijo Kate—. Parece que está en un nivel subterráneo de la casa, ¿es correcto?

—Lo es. ¿Les gustaría verlo?

—No, no es necesario. ¿Pero por casualidad sabe si es allí donde el Sr. Hix siempre aparcaba?

—Estoy bastante segura, sí.

—Y presumo que hay una entrada principal a la casa a través de ese garaje.

—Por supuesto —señaló una puerta al fondo de la casa, al salir de la cocina—. Justo aquí.

Así que nunca tendría que pasar por ese sensor de la puerta, pensó Kate.

Así que mientras los vídeos habían descartado a Mike Wallace, nada habían hecho para desvanecer las sospechas sobre el marido.

Kate miró a la sala de estar —los muebles, los adornos, y otros costosos objetos. Encontró difícil creer alguien lo abandonara todo.

—¿Sabrá dónde se está quedando el Sr. Hix?

Y en eso, Nadine continuó siendo de mucha ayuda.




CAPÍTULO SEIS


Parecía que el esposo de Marjorie Hix —Joseph Hix, de cincuenta y tres años— lo había hecho mejor que su hermano. Mientras Joseph Hix había logrado adquirir una casa en un adinerado suburbio y, de acuerdo a los reportes policiales, por su trabajo se había embolsado cerca de cuatrocientos mil dólares el año anterior, su hermano, Kyle, estaba viviendo en un complejo de apartamentos venido a menos. Estaba localizado en una parte aceptable de la ciudad, separada de la parte no tan aceptable por unas pocas cuadras.

El edificio de apartamentos había sido construido para lucir como si los pasadizos exteriores que contenían las escaleras separaban pequeños townhouses, pero Kate había visto bastante de estos tipos de complejos para saber que no era tal cosa. Subieron dos tramos de escaleras y llegaron al apartamento de Kyle Hix. Kate tocó la puerta, sin esperar respuesta.

Así que cuando respondieron casi de inmediato, se sorprendió. No solo eso, sino que contestaron en un tono tan áspero y altisonante que la hizo retroceder un poco, y casi poner la mano en su pistola.

El hombre que contestó se veía transtornado —exhausto, irritado por haber sido molestado, y entrecerrando los ojos debido a la luz solar.

—¿Quién es usted? —preguntó el hombre.

—¿Es usted Joseph Hix? —preguntó Kate.

Él gruñó, como si no estuviera del todo seguro de sí mismo. Era también obvio que no tenía intención de responder. Mientras aguardaba, Kate percibió el tufo de alcohol, de algo fuerte. Whisky, pensó.

DeMarco fue la primera en sacar su identificación, y Kate lo hizo a continuación. Kate dejó que DeMarco tomara la delantera, siempre tratando de ser consciente de que esa parte de su arreglo especial con Durán y el Buró podía ser también una gran oportunidad de entrenamiento para DeMarco.

—Agentes DeMarco y Wise —dijo DeMarco—. Estamos asignadas a Frankfield, para investigar el asesinato de su esposa.

El hombre asintió y se apartó de la puerta. Se tambaleó un poco, lo que hizo preguntarse a Kate si ese tufo de whisky había sido de una bebida muy reciente, sin ser siquiera las dos de la tarde.

—Bueno, sí… Soy Joseph. Y podría haberles ahorrado el viaje. Puedo decir quién la mató. Pasen… Las ayudaré —rió, divirtiéndose aparentemente, y yéndose para dentro.

—Hey, espere —dijo DeMarco—. Usted no puede hacer una declaración como esa. ¿Sabe con certeza quién la asesinó?

—No tengo pruebas, pero sí que tengo idea.

—Déjenos juzgar eso —dijo Kate—. ¿Qué es lo que sabe?

—Se los mostraré.

Lo siguieron adentro y Kate comenzó a sentirse incómoda. No estaba segura de si Hix estaba sumido en un perpetuo estado de dolor y borrachera o si estaba transtornado, o ambas cosas. Pero lo que sí sabía era que los hombres manejaban la pena de manera muy distinta. Y la mirada de fatiga y me importa un carajo que había visto cuando él abrió la puerta nunca anunciaba nada bueno.

El apartamento estaba modestamente equipado pero era limitado en espacio. Hix las condujo directamente a la cocina, donde ni siquiera se molestó en parecer un tipo centrado. Tomó una botella de whisky que se hallaba en el tope y se sirvió un vaso. Se encogió de hombros ante las agentes y se lo bebió de un trago.

—Esto no la trae de vuelta —dijo con una mueca—, pero hace que duela muchísimo menos.

—Esta es la casa de su hermano, ¿correcto? —preguntó Kate.

—Sí. Es una madriguera, pero Kyle… él es ahora todo lo que tengo.

—Sr. Hix, ¿estaría dispuesto a contestarnos algunas preguntas?

—Sí. Pero como dije, puedo decirle quién la asesinó. Se lo dije a los policías, también… pero ya ven hasta dónde llegué.

Kate no se tragó el anzuelo, porque no quería que un hombre adolorido y borracho las llevara a una conejera que no conducía a ningún lugar. Aparentemente, DeMarco sentía lo mismo porque cuando hizo la siguiente pregunta, hizo un esfuerzo por llevar la conversación a otros derroteros

—Trabaja como especialista en propuestas, ¿correcto? —preguntó DeMarco—. ¿Algo con telecomunicaciones?





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“Una obra maestra de suspenso y misterio. Blake Pierce ha hecho un magnífico trabajo desarrollando personajes con un lado psicológico tan bien descrito que nos lleva al interior de sus mentes, siguiéndoles en sus temores y aplaudiendo sus éxitos. Lleno de giros, este libro le mantendrá despierto hasta llegar a la última página”.–Books y Movie Reviews, Roberto Mattos (re: Una vez ido) SI ELLA HUYERA (Un Misterio Kate Wise) es el libro #5 de una nueva serie de suspenso psicológico del autor Blake Pierce, cuyo bestseller #1 Una vez ido (Libro #1) (descarga gratuita) ha recibido más de 1000 reseñas de cinco estrellas.Cuando otra mujer de 50 años es hallada muerta en su hogar ubicado en un opulento suburbio —la segunda víctima con esas características en apenas dos meses— el FBI queda desconcertado. Deben acudir a su mente más brillante —la agente retirada del FBI Kate Wise, de 55 años— para que regrese a la primera línea y resuelva el caso.¿Qué tienen en común estas dos solitarias señoras? ¿Fueron elegidas como objetivo?¿Cuánto tiempo pasará antes de que el asesino en serie ataque de nuevo?Y Kate, habiendo dejado atrás sus mejores tiempos, ¿será todavía capaz de resolver casos que nadie más puede?Un thriller lleno de acción con un suspenso que acelerará su corazón, SI ELLA HUYERA es el libro #5 de una nueva y fascinante serie cuya lectura le mantendrá despierto hasta altas horas de la noche. El libro #6 de la Serie de Misterio KATE WISE pronto estará disponible.

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