Книга - Delitos Esotéricos

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Delitos Esotéricos
Stefano Vignaroli


Unas desapariciones imprevistas inquietan a los habitantes de Triora, un pueblo del interior de Liguria. Caterina Ruggeri, comisaria de policía, deberá esclarecer los misteriosos delitos remontándose a 400 años atrás: el asesinato de una bruja parece esconder las causas de una esotérica venganza.

Después de haber desarrollado durante unos años la función de Responsable de la Unidad Canina de la Polizia di Stato, Caterina Ruggeri, licenciada en Jurisprudencia, es nombrada comisaria y asignada al Distrito de Policía de Imperia. La nueva comisaria se encontrará involucrada, nada más llegar a su nuevo puesto de trabajo, en una escabrosa investigación, en el curso de la cual deberá ajustar las cuentas a personajes ligados a una secta esotérica, en un pueblo que es un lugar de brujas por excelencia: Triora. A partir del descubrimiento del cadáver carbonizado de una mujer, al término de la operación de la extinción de un incendio en el bosque, la Comisaria Ruggeri, ayudada por su inspector jefe Giampieri, un ex militar experto en tecnología informática y conductor de autos deportivos, deberá extender su investigación a hechos ocurridos en esos lugares incluso en periodos lejanos en el tiempo. Un importante protagonista de la aventura es también el perro de la Comisaria Ruggeri, Furia, su fiel Springer Spaniel, incomparable rastreador, que en más de una ocasión le prestará una valiosa ayuda.



Translator: María Acosta







A mi esposa Paola

y a mi hijos Diego y Debora










Tektime


DELITOS ESOTÉRICOS

Stefano Vignaroli

La primera investigación de la Comisaria Caterina Ruggeri

Copyright © 2011 - 2018 Stefano Vignaroli

Segunda Edicion © 2020 Ediciones Tektime

Traduciòn deMaria Acosta Dìaz

Todos los derechos de reproducción, distribución y traducción están reservados

ISBN

Sitio web http://www.stedevigna.com

Correo electrónico para contactos: stedevigna@gmail.com








Stefano Vignaroli



Delitos esotéricos



La primera investigación de la comisaria Caterina Ruggeri



Novela




1 Prefacio




¿Qué tienen en común una serie de extrañas desapariciones en Triora y Liguria con el asesinato de una bruja ocurrido hace más de cuatro cientos años? ¿Es posible que los dos acontecimientos, tan distantes cronológicamente, estén de alguna manera conectados?

Una auténtica novela de misterio en la que la comisaria de policía Caterina Ruggeri deberá esclarecer a toda costa, recorriendo una tétrica pista que parece que tiene raíces esotéricas.

De esta manera se presenta Delitos esotéricos, una novela que tiene el sabor de la sangre y el color de las noches sin estrellas, una emocionante novela negra capaz de mantener a los lectores sin respiración, haciéndoles probar ese siniestro hormigueo en la espalda que sólo leyendo un buen thriller se puede percibir.

Un libro directo, cercano a la realidad y, sin embargo, al mismo tiempo, con su esoterismo, tan alejado de ella, como queriendo huir de ella, transportando al lector y arrastrándolo a un mundo hecho de fantasía, de imaginación y… ¡de escalofríos!

Filippo Munaro




1 Prólogo




Verano de 1989. Frontera entre Nepal y la República Popular China.



Cuando los serpas llegaron a las cercanía del enésimo puente suspendido, en un inglés chapurreado, explicaron a las dos mujeres, que los habían contratado en Katmandú, que no irían más allá de aquel punto. A ellos no se les permitía desafiar a las deidades, tenían demasiado miedo. Ninguno de ellos se había aventurado jamás más allá del puente y quien, en el pasado, se había atrevido a hacerlo, nunca más había vuelto. Si las mujeres querían proseguir, lo harían por su cuenta y riesgo. Les dejarían lo indispensable para llevar a la espalda, en las mochilas, algunos víveres, una tabletas de chocolate, un camping gas y la ligera tienda iglú de dos plazas. Ellos se quedarían tres días, no más, esperándolas. El día era límpido, el aire enrarecido de los casi cuatro mil metros de altura daba al cielo un color azul intenso y las cimas de la montañas más altas de la Tierra desafiaban, con sus picos nevados, al mismo límpido cielo. Aurora y Larìs se habían puesto los cálidos anoraks de goretex, que hasta ahora las habían protegido de las imprevistas ráfagas de nieve, a las que se habían enfrentado a menudo durante los cinco días precedentes. Realmente, su meta no era la de probar la emoción de unas vacaciones extremas, sino la de llegar al Templo del Conocimiento y de la Regeneración, para conocer al Gran Patriarca. Podrían acceder al Saber Universal conservado en el templo y convertirse de esta manera en adeptas del nivel más alto de la secta. Ya sabían que, a partir de ese punto, deberían continuar solas, confiando en su intuición y en sus poderes. Si fallaban, si se equivocaban de camino, sería imposible salvarse. Sólo encontrarían la muerte entre las montañas. Aurora pagó lo pactado al jefe de los serpas diciéndole que, si quería, podía irse enseguida. Pero el hombre de rasgos asiáticos, que tenía el dominio de un lama, movió la cabeza y repitió:

―Tres días.

Calentó un té fuerte para las dos mujeres y las dejó, despidiéndolas con un gesto de la mano. La anciana y su joven amiga se pusieron las mochilas en la espalda y se aventuraron por el puente, suspendido sobre un abismo de por lo menos ochocientos metros de altura.




Capítulo 1


Caterina Ruggeri



La voz del comandante del avión que advertía a los pasajeros del inminente aterrizaje me devolvió a la realidad. Sólo una hora de vuelo de Ancona hasta Genova, pero mi mente estaba ocupada con un torbellino de pensamientos. Los hechos de los últimos días habían dado un vuelco a mi vida. Pensaba en mi pasado y pensaba en mi futuro. Ahora tenía un cargo importante, había sido nombrada comisaria en Imperia y nunca hubiera creído que este nombramiento pudiese llegar tan pronto. Es verdad, como responsable de la Unidad Canina de la Polizia di Stato en el aeropuerto Raffaello Sanzio de Ancona había pasado años apasionantes. Había tenido la posibilidad de prosperar en aquello que siempre me había gustado desde que era pequeña, trabajar con los perros policía y adiestrarlos, desde los perros antidroga a los de ayuda entre escombros, de los perros antidisturbios a los llamados rastreadores, idóneos para la búsqueda de pistas y personas desaparecidas. Por otra parte, además de estar ocupada con un trabajo que me gustaba muchísimo, también había tenido tiempo para dedicarme a los estudios y licenciarme en Jurisprudencia, especializarme en Criminología y esperar el ansiado progreso de carrera.

Seguramente la pasión por los perros nunca la abandonaría, esa pasión que me había sido transmitida por un primo mío veterinario, Stefano, ahora cincuentón, director sanitario de la Clínica Veterinaria Aesis. Stefano siempre había sido mi amor secreto, siempre me había atraído de manera particular. El recuerdo de un Ferragosto


de hace veinticinco años siempre estaba presente en mi memoria. Entonces no era más que una niña, había hecho segundo de secundaria y todavía debía cumplir trece años mientras que él hacía poco que se había licenciado en Veterinaria en Perugia.

Estaba de vacaciones con mi familia, papá, mamá y mis dos hermanos gemelos, Alfonso y Stella, en una agradable localidad de los Monti Sibillini, a 1.400 metros de altitud. Mi padre, un loco de las vacaciones alternativas, nunca nos habría llevado a un hotel, y de esta manera disfrutábamos de un recién comprado remolque con todo lo necesario para acampar.

Mi familia y la de Stefano estaban muy unidas. Mi primo había llegado un día, muy temprano, junto con sus dos hermanas y su madre, para pasar junto a nosotros el Ferragosto. La jornada se presentaba espléndida, límpida, sin nubes en el cielo. El aire fresco de la montaña invitaba a dar una bella caminata y, de esta manera, decidimos acercarnos a un refugio que estaba a una hora y media de camino del lugar en el que acampábamos. Desde allí, otra media hora de subida complicada permitía llegar a una cima llamada Pizzo Tre Vescoci. Durante todo el recorrido había ignorado a mi prima, que tenía mi misma edad, intentando permanecer lo más cerca posible de Stefano y conversar con él. Me había hablado de la Universidad, de sus proyectos actuales y futuros, de cómo y porqué hacía poco había dejado a su prometida, con la que había compartido más de cinco años de su vida. Stefano y yo éramos los más apasionados por la montaña y los más resistentes al cansancio físico, así que, en cuanto llegamos al refugio, mientras los otros decidían reposar y dedicarse a la recolección de arándanos y frambuesas, nosotros dos prolongamos la excursión hasta la cima. Mi padre nos había dicho que nos encontraríamos en el campamento para la comida de la una. Con un gesto un poco infantil, pero estudiado, había cogido a Stefano de la mano y me había ido con él subiendo el sendero abrupto y tedioso. El espectáculo en la cumbre recompensaba el esfuerzo de llegar hasta allí. En una jornada tan límpida se podía recorrer la mirada desde los montes de Umbria hacia el Oeste, hasta el Mar Adriático hacia el Este, desde los montes del Pesarese hacia el Norte, a la silueta maciza del Monte Vettore hacia el Sur, que cerraba el horizonte e impedía contemplar los montes de la Laga y el Abruzzo.

Observaba el panorama pero, sobre todo, observaba los maravillosos ojos verdes de Stefano, que me indicaba los nombres de las distintas montañas que conseguía reconocer. Cuanto más lo contemplaba y lo escuchaba, más atraída me sentía por él, que tenía una cara simpática, ornada con una ligera barba, los cabellos espesos y oscuros y dos ojos que me gustaban de manera increíble. Al ser poco más que una niña no sabía claramente lo que significaba enamorarse pero en esos momentos comprendía que estaba experimentando unas emociones nuevas y que quizás, por primera vez, había caído víctima de este extraño sentimiento..

Habíamos vuelto a bajar, siempre conversando y bromeando, y habíamos alcanzado al resto de la compañía, justo a tiempo para la comida preparada por mi madre, una óptima amatriciana, acompañada por salchichas a la brasa y, para acabar, las frambuesas recogidas por hermanos y primos durante la excursión. Al acabar la comida había propuesto a Stefano tumbarnos al sol. Había cogido una colcha fina y nos habíamos alejado un poco, fuera de la vista de los demás. Me había sacado la camiseta y los pantalones vaqueros y me había quedado con un biquini rosa, apenas suficiente para cubrir mis senos todavía inmaduros. También él se había librado de la camiseta. Nos tumbamos el uno al lado del otro, gozando del sol de primera hora de la tarde que calentaba la piel. En un momento dado, me había girado hacia él y había presionado mis pequeños senos contra su tórax.

―¡Enseñame cómo se besa a un chico!

Él me había mirado con aire interrogativo pero yo, para nada atemorizada, había acercado mi cara a la suya, entrecerrando los ojos. Había sentido sus labios unirse a los míos y, por un instante, estuve en la gloria. No sé cuánto duró, creo que unos pocos segundos. Cuando Stefano se dio cuenta de lo que yo hacía se paró y, si bien de manera delicada y quizás de mala gana, me había apartado de él.

―Caterina, no es posible entre nosotros dos, no debo dejarme llevar. Eres una chiquilla muy bonito y te convertirás en una hermosa mujer. Tienes unos ojos azules espléndidos, que destacan todavía más debajo de tu cascada de cabello oscuro. No tendrás ninguna dificultad en encontrar un buen muchacho, que sea idóneo para ti. Yo te conozco desde que estabas en pañales y te aseguro que te quiero mucho, ¡pero como a una hermana! Además, doce años de diferencia son un abismo. Tú eres poco más que una niña y yo soy un hombre a punto de casarse. De todos modos, en septiembre partiré para la escuela de especialización en Enfermedades de Pequeños Animales y me quedaré en Pisa durante dos años. Te aseguro que te escribiré y te daré mi dirección. Mi amistad y mi afecto siempre los tendrás, pero consideremos el episodio de hoy como un juego y no hablemos más de ello.

Mientras me ruborizaba, dije sí con la cabeza, pero aquel beso quedaría en mi mente y en mi corazón como el más hermoso que nunca hubiese recibido.

En esa época los teléfonos móviles no existían y, por lo tanto, los contactos sólo se podían mantener escribiendo cartas y postales o por medio de los teléfonos fijos. Por lo cual, durante un tiempo, los encuentros con Stefano habían sido esporádicos y sólo dos años después conseguí transcurrir, de nuevo, algunos días con él.

Había terminado el primer año de la Escuela Superior y había pasado de curso con óptimas notas pero el verano se anunciaba aburrido y sin grandes perspectivas de vacaciones ya que, en la familia, las peleas entre mi padre y mi madre cada vez eran más encendidas y entre los dos no conseguían llegar a un acuerdo en nada. Además, mi padre estaba teniendo crisis depresivas, cada vez más frecuentes.

Era un cálida jornada de julio cuando mi madre me llamó para decirme que mi primo Stefano estaba al teléfono y preguntaba por mí. Corrí hacia el aparato con el corazón en un puño.

―Hola, Caterina, he pasado el examen del segundo año de especialidad y tengo algunos días de vacaciones antes de comenzar los dos meses de prácticas en la Clínica Universitaria. Luego, en octubre, deberé presentar mi tesis, así que ¡voy a tener un verano bastante duro! ¿Por qué no vienes a Pisa y hacemos algo de turismo por la Toscana? ¡Unas buenas vacaciones nos hará bien a los dos, para ti como distracción de tu situación familiar, para mí como una breve pausa en los estudios!

Después de pedir permiso a mis padres, que no dieron ningún problema, cogí el tren y llegué a Pisa. Stefano me esperaba en el vestíbulo de la estación. Le di mi bolsón y me subí a su coche, un Citroen 2CV, con el cual iríamos a Toscana en los próximos días, pernoctando en hoteles y siendo acogidos por sus amigos de universidad. Visitamos ciudades muy hermosas, la misma Pisa, San Gimignano, Siena, Arezzo. Incluso fuimos hasta el Apenino Toscano-Emiliano durante una breve excursión al nacimiento del Arno, siempre animados por nuestra demostrada pasión por la montaña. En fin, llegamos a Firenze, donde nos hospedó su hermano, inscripto en la facultad de Arquitectura pero que hacía de todo menos estudiar. La última noche, después de la cena, hacía calor y yo estaba cansada. Paseando por las orillas del Arno llegamos a Ponte Vecchio. Era una noche espléndida, en el cielo la luna casi llena se reflejaba en el río y el espectáculo era realmente romántico. Aprovechando el cansancio, me había apoyado en Stefano, pasándole el brazo alrededor del cuello. Él, en respuesta, había aferrado con delicadeza mi mano, que colgaba de su hombro, acariciándola ligeramente. Luego había cogido mis caderas con el otro brazo. Nos habíamos quedado así, en silencio, unidos y abrazados, mirando el paisaje florentino. Me esperaba un beso y, en cambio, no sucedió nada. Habría querido que aquel momento no hubiese acabado jamás, hubiera querido permanecer así para siempre y, en cambio, a la mañana siguiente, estaba en la estación de Firenze, lista para volver a casa. Las cortas vacaciones habían terminado pero yo todavía pensaba en el abrazo de la noche anterior, aún sentía la mano que acariciaba la mía. ¿Estaba enamorada? Quizás.

En cuanto llegué a casa encontré a mi padre y mi madre ocupados en la última pelea y este hecho extinguió toda la poesía que se había creado en los días anteriores. ¿Cómo es posible, pensé, que dos personas que se han amado, que han compartido su vida durante más de veinte años, lleguen a tratarse de esta manera? En ese momento decidí que el matrimonio no estaba hecho para mí.

Tenía casi 19 años cuando, en una templada jornada de comienzos de otoño, mi padre se mató, disparándose un tiro en la sien. Cómo había conseguido un pistola, nunca lo supe. El hecho es que su vida había estado marcada por una tragedia, ocurrida aproximadamente hacía doce años, en la que había muerto mi hermanito de casi tres años.

A mi padre el domingo le gustaba cocinar, preparando las brasas en la chimenea, donde cocía de todo, brochetas, salchichas, verduras gratinadas, pollos asados y otras exquisiteces. El día del accidente, como solía hacer, había encendido el fuego y preparado todo lo necesario sobre la mesa. Alfonso, jugando, había cogido una parrilla y se había puesto a correr por la habitación. Intentando prevenir el peligro mi padre había comenzado a perseguirlo, él había tropezado y caído al suelo. La parrilla había volado por los aires y le había caído sobre la nuca. Una punta metálica había encontrado el espacio adecuado entre dos vértebras cervicales, clavándose en la médula espinal y provocando la muerte inmediata del pequeño. Papá continuó atormentándose por este episodio. Junto con mi madre, habían decidido tener otro hijo para compensar la pérdida y de esta manera, después de algún tiempo, nacieron los gemelos. El hecho de llamar a uno de los niños Alfonso no fue una idea brillante, de ninguna manera, porque cada vez que mis padres pronunciaban su nombre volvía a su mente la tragedia. Con el paso del tiempo, mis padres cada vez se pelearon más. Mi madre, siempre hacía recaer la responsabilidad de la muerte del niño sobre el marido, que había comenzado a deprimirse, para combatir la depresión había comenzado a ir a psicoterapia. Su terapeuta, en un momento dado, lo embutió de psicofármacos que, en vez de hacerle estar mejor, lo llevaron al colapso psicológico y, finalmente, al suicidio.

Escuché un ruido fuerte que provenía del estudio y corrí a la habitación de mi padre con un feo presentimiento. Lo encontré tirado sobre el escritorio, al lado una lacónica nota, donde sólo había escrito una palabra: Perdonadme.

No conseguí derramar ni una lágrima. Mi madre ni siquiera pareció disgustada por la pérdida, es más, quizás para ella había sido una liberación. Sentía la necesidad de hablar con alguien que no fuese mi madre, con alguien que me comprendiese, y el único con quien podía hacerlo era con Stefano. Lo fui a ver a su estudio veterinario, en las afueras de Jesi, y sólo entre sus brazos conseguí dar rienda suelta a todas mis lágrimas.

―He sufrido mucho estos últimos años, he visto demasiado mal a mi alrededor y me gustaría ponerle remedio ocupándome de un trabajo que sea útil a alguien y, al mismo tiempo, que me satisfaga personalmente. ¡Dame un consejo, te lo ruego!

Él me había sonreído, intentando enjuagar mis lágrimas.

―Te has diplomado hace poco con la máxima nota, tienes un buen conocimiento de psicología y de sociología, además, adoras a los animales, en concreto a los perros. Si te interesa, un cliente mío, un superintendente de la Polizia di Stato, me ha explicado hace unos días un proyecto para la creación de una unidad canina dependiente de la Jefatura de Ancona. A la espera de que lleguen los fondos y los equipamientos, le ha sido asignado un pastor alemán, para utilizar como perro antidroga en el puerto. ¿Por qué no pruebas la carrera de policía? ¡Ahí te veo perfecta! Luego, una vez que hayas entrado, tendrás la posibilidad de hacer valer tus cualidades de experta en perros. Yo estoy aquí y te ayudaré siempre cuando lo necesites.

En ese momento, había juzgado la idea un poco estrafalaria pero luego, considerando que no creía que fuese una mujer idónea para el matrimonio, dada la pésima experiencia que tuve de mis padres, unos días después me presenté en la Jefatura de Ancona y cumplimenté la petición de admisión para el curso de cadetes.

Terminado el curso, la carrera no fue tan fácil como había pensado. Transcurrió bastante tiempo antes de que pasase al servicio activo y, mientras tanto, me había inscripto en la facultad de Derecho en Macerata, dedicándome sobre todo a la criminología.

No había conseguido ni siquiera hacer un examen, ya que finalmente llegó la carta de empleo con la designación de agente de policía de primera, asignada a la Jefatura de Ancona. Al principio parecía que a nadie le interesaban mis cualidades de criminóloga ni mis dotes para saber trabajar con los perros. Pasaba largas jornadas a bordo del coche de policía por las calles de la ciudad, parando autos en los puestos de control o arrestando a borrachos, drogodependientes o prostitutas. Realmente no era el trabajo que me había esperado y además, acabado el turno, estaba tan exhausta que era impensable coger los libros para ponerse a estudiar.

Pero no bajaba la guardia y siempre buscaba la ocasión de demostrar a mis superiores mis autenticas capacidades. Después de un par de años de servicio, la promoción al grado de subinspectora era automática y de esta manera se había abierto para mí la posibilidad de seguir a los compañeros inspectores en algunas investigaciones.

La idea de un grupo de perros dependiente de la Jefatura de Ancona había sido monopolizada por un colega, el subinspector Carli, destacado en el puerto, donde éste último no hacía otra cosa que olisquear, con su pastor alemán, a cualquier turista de paso, de manera que quitaba al desgraciado de turno, de vez en cuando, unos pocos gramos de la ropa interior. Pero la auténtica droga, la que sabíamos que se movía por kilos en el puerto de Ancona, nunca la había interceptado.

Finalmente, un día se presentó mi gran ocasión. Junto con el inspector Ennio Santinelli, un tipo listo, pero al que le faltaba ese toque especial que sirve para distinguirse de los otros, estaba investigando sobre un tráfico de perros robados, que según creíamos eran exportados al extranjero, después de quitarles el posible tatuaje. Según el compañero eran por lo general canes de caza que luego se vendían en Grecia, Albania y Turquía. Tal como yo lo veía había algo más, ya que a menudo se trataba de canes mestizos y de todas las edades, incluso ancianos. Había preguntado a Stefano y tampoco a él, como veterinario, la cosa no le cuadraba demasiado.

―Si se quiere especular con tráfico internacional de perros, o son perros de caza con una excelente genealogía y jóvenes, o son perros entrenados para la lucha. Aquí hay algo que no encaja ―me había dicho por teléfono.

Una mañana de marzo llegó a la central un fax desde Grecia. Una asociación animalista indicaba que en Patrasso, a bordo de un transbordador destinado a Ancona, había sido embarcado un TIR que oficialmente transportaba caballos. Pero, mezclados con los equinos había por lo menos un centenar de perros transportados en condiciones inhumanas. El subinspector Carli aquel día no estaba de servicio y el inspector Santinelli, un poco debido al frío intenso de la mañana, un poco porque no quería invadir el campo del colega, era reacio a ir al puerto.

―No creo que esto nos interese demasiado ―había dicho Santinelli ―Ve tú, Caterina, a echar un vistazo y, si lo crees necesario, haz que intervenga el servicio veterinario público.

En cuanto llegué al embarcadero donde estaba atracado el transbordador proveniente de Grecia, enseguida noté un gran alboroto de los animalistas que reclamaban la confiscación inmediata de los animales. Por otra parte, el capitán del transbordador sostenía que dentro del barco, según los acuerdos internacionales, las autoridades italianas no podía intervenir y él había recibido un mensaje del armador griego de que no hiciese desembarcar el TIR, que volvería a Patrasso. Todo esto me convenció, cada vez más, de que me encontraba en presencia de un sombrío tráfico. Había pedido los papeles del TIR, el plan de viaje y los documentos de los animales. Camión, unidad de tracción y remolque, provenían de Turquía y tenían como destino final Hannover. Por los documentos de transporte resultaba que el vehículo debía transportar sólo caballos destinados al matadero. Intentando explicarme en lengua inglesa con el conductor griego, había conseguido sonsacarle la información que, entre los caballos, se transportaban también algunos perros. Me había mostrado algunos certificados sanitarios, que demostraban la vacunación antirrábica y otros tratamientos, pero que, escritos en griego, eran muy poco comprensibles. El conductor afirmaba que tenía unos cuarenta perros a bordo mientras que los animalistas sostenían que había por lo menos un centenar. Hubiera querido hacer desembarcar el camión para comprobarlo con calma pero el capitán de la nave continuaba oponiéndose. Necesitaba una estratagema. Había cogido el teléfono móvil y, aunque en aquella época las tarifas de telefonía móvil eran todavía muy altas, había llamado a Stefano, que me proporcionó el consejo.

―Si los animales llevan viajando más de 24 horas, por su bienestar y según las leyes internacionales vigentes, deben tomar agua, ser alimentados y dejarlos descansar, así que imponte sobre el capitán y haz desembarcar el TIR. Verás como no podrá oponerse. Si no se atuviese a las reglas, de hecho, se arriesgaría a perder su bien retribuido trabajo.

El capitán había amenazado con que, a continuación, protestaría oficialmente, pero por el momento había hecho desembarcar el camión. En su interior, en efecto, había pocos caballos y muchísimos perros. Había llamado enseguida al inspector Santinelli y al magistrado de turno, porque tenía la intención de confiscar toda la carga. Lo conseguí superando la reticencia de mi colega y del magistrado, que estaban realmente inquietos, ya que debería encontrar un puesto adecuado para todos los animales.

Cuando conseguí comprobar el número de los perros, ciento dos en el recuento final, me asombró el hecho de que todos eran de tamaño mediano, todos mestizos y todos con grupas de prominente musculatura.

¿Por qué no?, ―pensé para mis adentros ―Podrían haber encontrado un modo para hacer contrabando con algo metiéndolo debajo de la piel de estos pobres animales. ¿Pero cómo se lo explico a mis superiores?

Y aquí intervino Stefano, una vez más, con su valiosa ayuda. Se aseguró de instalar a los caballos en los establos de un amigo suyo y los perros en un moderno refugio, construido hace poco, que él controlaba desde el punto de vista sanitario. El refugio para perros estaba dotado de una enfermería muy bien equipada, donde Stefano hacía intervenciones de urgencia en perros heridos. Los recursos contemplaban también un ecógrafo, para diagnosticar la preñez de las yeguas hospedadas.

Era necesario actuar enseguida, porque ya se estaban moviendo abogados de fama internacional para obtener la liberación de los animales y esto hacía aumentar aún más las sospechas y las hipótesis de tráfico ilícito. También Carli estaba removiendo Roma con Santiago, porque habían invadido un terreno de su competencia. Invocaba conocidos importantes en las altas esferas, incluso en el Ministerio del Interior, y exigía que el caso le fuese reasignado.

En cuanto rapamos el pelo del perro, nos dimos cuenta de que el animal presentaba una cicatriz lineal en cada uno de los lados, al lado de la columna vertebral lumbar.

―Intentemos hacer unas ecografías a las grupas de estos perros ―me había dicho Stefano, acariciando con cariño a una de aquellas simpáticas bestias.

―Son cicatrices perfectas. No parecen cortes quirúrgicos porque no se ven las señales transversales de los puntos de sutura. Pero un cirujano que sepa trabajar bien, ejecutando una concreta sutura subcutánea, puede obtener cicatrices estéticas como estas. Yo mismo no lo sabría hacer mejor.

Luego había apoyado la sonda del ecógrafo sobre la parte interesada.

―Hay una densidad anómala del tejido subcutáneo. Sugiero llevar a algunos de estos perros a la sala de operaciones para ver qué se esconde debajo de las cicatrices.

Había anestesiado a un perro, preparado quirúrgicamente la zona anatómica localizada y cortado justo sobre la cicatriz. Sucio de sangre, había extraído un paquete bien sellado, que en transparencia mostraba un polvo blanco. Para nada azúcar o harina.

―Droga ―había afirmado ―Con toda probabilidad cocaína o heroína proveniente de Afganistán y destinada a Alemania. Han inventado un bonito truco pero, tal como yo lo veo, alguien que conozco se lo ha sugerido. Los perros antidroga sienten sólo el olor de sus iguales y la droga no es descubierta en la aduana. La intervención quirúrgica se efectúa en origen, así que se espera a que las heridas cicatricen y el pelo de los animales vuelva a crecer. Pero luego, a la llegada, estos animales puede que sean mutilados, incluso matados, con tal de extraer el valioso contenido.

Había informado del descubrimiento al magistrado, el cual había dispuesto que los animales fuesen operados en condiciones seguras, sacando la droga y que luego fuesen curados como se debía. A continuación se podrían ceder en acogida a personas de buen corazón. Stefano, en su clínica, se había esforzado día y noche para operar a todos los perros, concediéndose pocas horas de descanso y sabiendo que no vería ni siquiera un céntimo al acabar el trabajo. Pero, con tal de tener éxito, hubiera hecho esto y mucho más. Finalmente encontramos doscientos cuatro sacos, conteniendo cada uno de ellos medio kilo de droga, que el laboratorio de la científica había confirmado que era heroína pura. Un valor de ciento treinta millones de las viejas liras (aproximadamente sesenta millones de euros). Habíamos descubierto también que el subinspector Carli estaba involucrado en la historia hasta el cuello, siendo arrestado por complicidad. En ese momento la investigación pasaba a ser competencia de la Interpol, que intentaría localizar la red de narcotraficantes, a partir de todos los elementos puestos a disposición por nosotros.

Unos días más tarde, el jefe superior de policía, me convocó en su oficina para las felicitaciones de rigor.

―¡Felicidades, Ruggeri! Gracias a su intuición hemos logrado un buen trabajo y en el Ministerio nos han felicitado. Ya he firmado la propuesta para su promoción a grado de Inspector Jefe. Además, también hemos descubierto que Carli estaba haciendo de todo para hacer caer en el olvido la propuesta y los fondos que llegaban del Ministerio para el proyecto de la unidad canina. Ahora que Carli ya no está, propondré que la responsabilidad del proyecto pase directamente a su dirección. Podrá disponer de los fondos como mejor le parezca, decidir cómo construir la estructura pero, sobre todo, escoger los perros y los hombres. Por mi parte, la propuesta es la de dejar el puerto a la Guardia di Finanza


, que ya controla la aduana, mientras que nosotros tendremos un espacio concreto en el aeropuerto Raffaello Sanzio, que desde el año 2000 se potenciará. ¿Qué piensa?

―Gracias, Jefe, pero no creo que merezca todo esto ―repliqué bajando la mirada ―Sólo he cumplido con mi deber.

Las palabras de esta conversación, mantenida hace tiempo, todavía resonaban en mi mente cuando la voz áspera del altavoz me sobresaltó.

―Les agradecemos que hayan escogido la compañía Nuova Alitalia, se advierte a los señores pasajeros que dentro de diez minutos aterrizaremos en el aeropuerto Cristoforo Colombo de Genova. Son las nueve y media del uno de julio de 2009, la temperatura en tierra es de unos 28 grados, está previsto un tiempo sereno y estable con temperaturas en aumento y vientos del sudeste. Os deseamos una buena estancia. Gracias y hasta que nos veamos nuevamente en esta línea aérea.

Es verdad, necesitamos más de dos años para poner en pie el Destacamento Canino en el aeropuerto Raffaello Sanzio. En una parte del terreno, que había pertenecido a la Aeronáutica Militar, había sido construida la instalación exactamente como la tenía en la cabeza: doce cubículos cubrían por tres lados un amplio campo de adiestramiento. El cuarto lado estaba ocupado por el edificio de los servicios, realizado a partir de un viejo edificio de Aeronáutica. En el piso bajo había una equipada enfermería para perros, con muchos aparatos radiológicos, un ecógrafo, con un armario de medicinas, además de una sala de cirugía para las operaciones de urgencia. Un par de habitaciones estaban reservadas para las gestiones de tipo administrativo mientras que en la planta superior tenía mi alojamiento, un dormitorio, un baño y una pequeña cocina. Durante muchos años ese lugar sería mi casa y mi lecho, además de mi sede de trabajo, también en consideración al hecho de que siempre estaba más convencida de que nunca me ligaría a un hombre.

Había escogido personalmente a los perros en el centro canino de la Guardia di Finanza, en Castiglione del Lago, y en el de la Polizia di Stato en Nettuno, cerca de Roma, donde había asistido, en su momento, al curso de adiestramiento. Quería perros perfectamente entrenados y quería cubrir todas las especialidades posibles. Había llevado a Falconara Marittima dos pastores alemanes, para utilizar como perros antidroga, y otros dos perros de la misma raza más un rottweiler, como perros anti terremotos y para las intervenciones de orden público. Como perros rastreadores y para escombros, por lo tanto destinados a intervenciones de protección civil, había optado por una pareja de labrador retrevier y un samoyedo. Luego había seleccionado dos weimaraner para el trabajo con explosivos mientras que otro pastor alemán, un gran macho, había sido elegido para el ataque y la defensa personal. Un cubículo, que quedaba vacío para posibles futuras especialidades, sería enseguida ocupado por mi springer spaniel, Furia, un perro del todo negado para la caza pero con un olfato excepcional, capaz de seguir una pista y encontrar personas desaparecidas sólo a partir de un sencillo objeto perteneciente a quien debía localizar. Pero Furia llegaría unos años después del comienzo de la actividad del destacamento.

También los hombres habían sido escogidos entre los más aptos de la Polizia di Stato de las distintas provincias de Le Marche. Cada hombre estaba asociado a un perro, como su guía, por lo tanto debía ser no sólo un experto en la misma especialidad del animal sino que debía tener la paciencia de adiestrar y cuidar del propio perro como si fuese su hijo o una parte de sí mismo. Me sentí un poco desconcertada a la hora de proponer al inspector Santinelli que fuese mi ayudante. Habitualmente existen algunas dificultades en aceptar ser subordinado de una persona de la cual has sido el superior pero él había accedido de buen grado, ya fuese por su pasión por los perros, ya fuese por una posible fascinación que sintiese por mí, que nunca compartiría.

Al comienzo del verano de 1997 estábamos preparados para partir. La inauguración del destacamento había tenido lugar en presencia de importantes autoridades, el Prefecto, los Alcaldes de Ancona y de Falconara Marittima y funcionarios del Ministerio del Interior. Al acabar nuestra demostración de trabajo con los perros, en acciones simuladas de búsqueda de droga, de explosivos y de acciones dirigidas a capturar delincuentes, la jornada había concluido con una exhibición de los Frecce Tricolori3. Para mi consternación, única nota triste del día, me enteré de que esa era la última aparición en público en que participaba el jefe superior de policía Ianello, ahora ya próximo a la jubilación.

Con ni siquiera 26 años, en definitiva, tenía un cargo de responsabilidad y de gran satisfacción. Realmente el apoyo de Stefano, ya sea como médico de nuestros perros, ya sea como amigo de confianza, nunca había fallado. Todos los perros escogidos trabajaban a la perfección. Sólo con respecto al rottweiler me tuve que arrepentir de la elección.

―Para contener a la multitud ―me había advertido Stefano ―necesitas perros que monten una escena, que infundan temor en quien los tiene delante, ya sean los hinchas del estadio o los manifestantes en una plaza. Pero los perros no deben provocar nunca lesiones personales. El rottweiler es un traidor. Parece un bonachón, está allí tranquilo y te mira, parece que ni se preocupa por ti. Pero como te tenga a tiro, sin ni siquiera advertir con un gruñido, es capaz de destrozarte vivo. La fuerza de sus mandíbulas es superior a la de cualquiera otra raza de perros. Medida con el dinamómetro, la fuerza de su mordida llega a los 230 kilos con los 80 del pastor alemán y los 120 del mastín napolitano. Es, en la práctica, una máquina de guerra. ¡Jamás te fíes de él!

Para mi consternación, después de que Thor, este era el nombre que le había sido asignado, había sido el responsable de alguna fea broma adiestrándose con su guía, fue necesario reformarlo. Habitualmente un perro se reforma al acabar su carrera, cuando ya es muy viejo para llevar a cabo sus funciones y, en la mayor parte de los casos, el guía, que ya ahora tiene una relación particular con el perro, lo adopta y lo mantiene junto a él, al considerar, de hecho, que es un animal que todavía tiene unos años de vida. Si eso no ocurre, el perro reformado debe ser sometido a eutanasia, incluso porque no es concebible que perros adiestrados de esta manera acaben en manos de personas que no son de fiar. Era consciente de que el fin de Thor sería la inyección letal y no conseguía tranquilizarme, pero miraba a su guía, con el brazo todavía vendado y no podía asumir la responsabilidad de que eso ocurriese otra vez. Thor había sido sustituido enseguida por otro pastor alemán, esta vez escogido por mí en un criadero local. Lo cogería desde cachorro y lo adiestraría yo misma hasta el momento de asignarlo a un guía.

Aparte del desagradable episodio de Thor, las jornadas transcurrían veloces. Todos los días el equipo estaba ocupado en adiestrar por lo menos dos o tres horas, luego estaban los servicios, el control antidroga en la aduana del aeropuerto, los servicios durante la ferias y mercados en búsqueda de posibles carteristas o traficantes. A veces nos llamaban también de lugares distantes, para intervenir en protección civil, en ocasión de terremotos u otras calamidades naturales, para recuperar posibles supervivientes debajo de los escombros, o para la búsqueda de personas perdidas en la montaña, no sólo en ocasión de desprendimientos o avalanchas, sino también porque, a lo mejor, se habían extraviado durante una excursión. La fama de mi equipo, con el tiempo, había superado los límites de Le Marche y a menudo éramos llamados para servicios muy distantes de nuestra base. En el equipo faltaba un perro que supiese rastrear una pista, seguir los rastros, en definitiva, ayudar al policía también en una investigación, además de en una acción. Llegaría enseguida y sería mi Furia, un springer spaniel, hijo de una perra del inspector Santinelli.

El flujo de mis pensamientos fue, en un momento dado, interrumpido definitivamente, por la frenada del avión en la pista y por la consiguiente apertura de la puerta. Estaba a punto de comenzar un nuevo capítulo de mi vida.




1 Capítulo 2




Estaba intentando orientarme en la sala de llegadas del aeropuerto para comprender dónde estaba la cinta transportadora por la que llegarían mis maletas cuando un energúmeno con el uniforme de verano de la Polizia di Stato se acercó a mí con aire decidido. Una altura de al menos un metro noventa centímetros, pelo cortado a cepillo, ojos azules y perfectamente afeitado, los bícipes a duras penas podían ser contenidos por las mangas cortas del uniforme. Esbozó un saludo militar, luego, pensándolo mejor, me tendió la mano.

―¡Comisaria Ruggeri, imagino! Soy el inspector Mauro Giampieri y desde este momento estoy a su servicio. Tengo instrucciones precisas de parte del jefe superior de policía, debemos irnos enseguida a la escena de un crimen ocurrido esta noche en Triora, un pueblo en el interior de Imperia. Ya le he ordenado a un agente que retire su equipaje y lo lleve a la jefatura. Sígame, no tenemos tiempo que perder.

Estaba un poco mareada y lo seguí sin poner objeciones, aunque me hubiera gustado comenzar de una manera distinta, cogiendo un taxi hasta Imperia e instalarme en mi puesto de trabajo después de haberme refrescado un poco, por lo menos, en el hotel. Cuando luego vi el coche de color blanco y azul de la Polizia di Stato, en el aparcamiento reservado a las fuerzas del orden, hacia el que nos estábamos dirigiendo, no pude evitar sentir un escalofrío: un Lamborghini Gallardo nuevecito. Sabía que existía ese auto maravilloso, capaz de alcanzar una velocidad de 320 kilómetros por hora, equipado con un ordenador con distintas funciones, conectado por satélite a los archivos informáticos de la Criminalpol y de la Interpol, sólo por haber leído algo sobre esto en nuestras revistas.

―Creía que esta joya estaba reservada a la Polizia Stradale ―dije, intentando romper el hielo con el inspector que continuaba manteniendo su paso decidido. Cuando estábamos a unos pasos del coche, los cuatro intermitentes destellaron mientras emitían un bip.

―Este es distinto del que tiene la Polizia Stradale, no como modelo, sino por dotación y prestaciones. Tendré la oportunidad de explicarle muchas cosas mientras vamos de camino, ¡siéntese!

Cuando estuvimos en el coche, insertó una tarjeta en una fisura especial en el volante y compuso un código en un pequeño teclado numérico. Estaba a punto de pulsar el botón de marcha del motor pero se paró y comenzó a trastear con un contenedor.

―¡Su antebrazo derecho, Comisaria! Le inocularé un microchip que contiene ciertos detalles sobre usted, como datos personales, grupo sanguíneo, historial clínico pero que también funcionará como rastreador vía satélite si fuese necesario. Será un momento, no le dolerá. Estas son las órdenes, por desgracia. Yo también me he tenido que poner uno.

La pseudo disciplina militar me estaba poniendo de los nervios e inicié una protesta. ―¡No soy un perro que pueda perderse!

Con movimientos rápidos, abrió una bolsa estéril donde había un algodón embebido de desinfectante y luego, de otra, extrajo una jeringa con una aguja de gran calibre. A pesar de mis protestas, aferró mi brazo y puso en práctica el procedimiento.

―Mantenga el algodón presionado durante unos segundos y póngase el cinturón de seguridad. Nos vamos.

La aceleración pegó mi espalda al asiento del auto. El Lamborghini, en unos segundos, alcanzó una velocidad muy superior a la permitida por el código de circulación, en fin, se metió por la entrada de la autopista y se puso a viajar a una velocidad que rozaba los 200 kilómetros por hora.

―Usted, inspector, parece más un militar que un policía. No conozco su currículo pero creo que lo estudiaré con atención. De todos modos, dado que debemos trabajar juntos y yo siempre he odiado los formalismos, le propondría que nos tuteásemos y llamarnos por nuestros nombres de pila, yo soy Caterina.

Me respondió, relajándose un poco.

―Mauro. Le confieso… te confieso que en efecto, hasta hace unos meses, estaba en el ejército. He seguido al contingente italiano en misiones en el extranjero en varias ocasiones y hasta las últimas Navidades estaba destinado en Afganistán. Estaba en Nassirya en el 2003, en ocasión de la matanza de soldados italianos y me las apañé para no sufrir ni una herida. También he estado en Iraq y en Bosnia-Herzegovina. Todavía estoy muy habituado a la disciplina militar. De todos modos, soy experto en explosivos, lucha al terrorismo y a la guerrilla organizada, guía en condiciones extremas… Creo que el comisario jefe nos ha querido poner juntos para resolver un caso realmente escabroso, del que luego te hablaré. Mientras tanto, te ilustro sobre las características de este coche que por el momento no tiene paragón en Italia. Como ves, aquí sobre el salpicadero tenemos una pantalla de doce pulgadas que parece un navegador GPS pero que tiene muchas otras funciones. Es un auténtico ordenador que además de tener acceso a Internet por conexión satélite, nos permite consultar las bases de datos de la policía, no sólo la italiana, sino de todo el mundo. Eso es un pequeño escáner, conectado al sistema, en el cual podemos insertar las huellas digitales, tomadas con un trozo de cinta adhesiva, y comenzar una búsqueda sobre las bases de datos a las que estamos conectados. A la función de pantalla táctil, muy interesante para trabajar con el menú principal, podemos añadir las funciones de un teclado estándar, que extraeremos de ese cajetín de abajo. Abre el portaobjetos, encontrarás una pistola, que ya te ha sido asignada, y una PDA. Tanto tú como yo tenemos uno igual, con el cual nos podemos comunicar con el ordenador de a bordo del auto. También la PDA, como el microchip que nos hemos inoculado, permite a la central, y a uno de nosotros desde el coche, localizar nuestra posición exacta con sistema GPS.

―Cáspita, a juzgar por todo lo que me estás diciendo, la investigación que nos han asignado debería ser bastante arriesgada. ¡Ni siquiera el mítico agente 007 tiene toda esta tecnología a su disposición!

―Y realmente no te equivocas. Desde hace unos años en Triora se han constatado eventos extraños: desaparición de personas en circunstancias misteriosas, aparentemente sin dejar ningún rastro. Hasta ahora han investigado los carabinieri, sin llegar a ninguna parte. Sobre la principal sospechosa, una tal Aurora Della Rosa, que la gente del pueblo define como maga, o mejor, como bruja, nunca han conseguido recoger pruebas suficientes y, por lo tanto, están totalmente a oscuras. Esta noche, en el bosque cerca de Triora, se ha producido un incendio que ha llegado a amenazar la casa de la misma Aurora. Cuando acabaron las operaciones de extinción, los bomberos encontraron el cadáver carbonizado de una mujer. Creo que ya el médico legal y la científica están en el lugar. Esta vez nada de carabinieri y RIS


, la investigación es nuestra. Precisamente debido a tus estudios sobre el esoterismo y las sectas, el comisario jefe de Imperia ha pedido tu presencia y este delito, quién sabe en base a qué casualidad, ha sido cometido coincidiendo con tu llegada. ¡Ahora debemos ponernos a trabajar, y no poco!

En efecto, después de algunos años de intenso trabajo con la unidad canina, el equipo consiguió llegar a estar tan bien adiestrado y ser tan eficiente que yo me pude permitir tener tiempo para mis cosas y volver a la facultad de Derecho en Macerata. Sabía que con la licenciatura podría aspirar a un importante avance en mi carrera pero no era esto lo que me empujaba a estudiar, sino mi innata pasión por la criminología, que sólo era superada por la de los perros. Me interesaban en particular los crímenes cometidos por los adeptos de las sectas llamadas esotéricas. Partiendo del episodio de las Bestie di Satana5, ocurrido unos años antes, en el que unos matones, para encubrir al asasino de una muchacha y despistar la investigación, habían escenificado misas negras y ritos satánicos, había comenzado a estudiar las auténticas sectas esotéricas. Había intentado llegar al fondo, para hacerme una idea de cuáles fuesen sus orígenes, que se perdían en la noche de los tiempos, para comprender qué se ocultaba detrás de sus ritos y de qué delitos eran culpables sus adeptos en el pasado, tanto cercano como lejano. En Italia, la Liguria era uno de los lugares donde se sabía que algunos adeptos todavía se reunían y practicaban en secreto sus rituales, que a veces preveían sacrificios de animales o de personas. La Inquisición había combatido a las sectas hasta bien entrado el siglo XVII, condenado a muerte a los seguidores con la acusación de herejía o de brujería. Todo esto me fascinaba de manera particular, así que, con mi tesis que tenía por título Sectas esotéricas y crímines perpetrados por sus adeptos, me licencié en julio del 2008 con la máxima puntuación.

Así que, justo en virtud de estos estudios míos, ahora, sin ni siquiera haber pasado un año desde la licenciatura, había sido llamada para cubrir el cargo de comisaria en el distrito de policía de Imperia, justo en aquella zona donde todavía existía una inmensa actividad ligada a las sectas.

A través de la ventanilla veía desfilar, uno tras otro, diversas salidas de la autopista. En unos pocos minutos estábamos ya más allá de la salida de Savona, para continuar a gran velocidad hacia Imperia.

―¿Por qué en todo esto los investigadores ven la sombra de las sectas? ―pregunté, dejando a un lado mis pensamientos ―En definitiva, si consideramos las Bestie di Satana, famosas en esta zona, podemos comprender perfectamente que son todo montajes y que el esoterismo no tiene nada que ver.

―En este caso, en cambio, hay elementos fundados para pensar en una secta, aunque toda la trama, que comenzó hace muchos años, permanece en la oscuridad. Nunca se han encontrado cadáveres, hasta el de hoy y, en base a este nuevo elemento, se puede comenzar a pensar que también las personas desaparecidas precedentemente hayan sido todas asesinadas, pero los delitos han sido tapados, en su momento, de manera impecable. Esta noche, quizás, ha ocurrido algo imprevisto y el asesino, o los asesinos, no han conseguido esconder el cadáver, como en los otros casos. Quizás han intentado echar a las llamas el cuerpo de la víctima pero un cambio imprevisto del viento, que por esta parte no es infrecuente, ha desencadenado un incendio descontrolado. Consideramos que fue la misma Aurora quien pidió ayuda porque su casa estaba siendo amenazada por el incendio.

―¿Cuál es su coartada? ¿Sabemos lo que ha contado?

―Ha dicho que volvió muy tarde, por haber estado cenando en un restaurante en el valle y que, acercándose a su casa, avistó la luz rojiza del incendio. Ha llamado al 112 con su teléfono móvil cuando estaba aún a un par de kilómetros de casa.

―Bien, haremos las comprobaciones oportunas. Pero háblame de las personas desaparecidas anteriormente.

―Nos llevaría mucho tiempo contar todo de manera detallada. Intentaré resumirte las cosas lo más posible, luego ya tendremos la ocasión de ecxaminar todo el material que nos ha sido enviado por la jefatura y el tribunal. Hay un bonito dossier que estudiar y ya está en el escritorio. La primera persona de la que se perdió el rastro fue aquella que vivía en la misma casa de Aurora y que se hacía llamar con el mismo nombre. En el año 1989 esta señoa de sesenta años, famosa como quiromante, herborista, sanadora, vidente, maga, decidió ir a las montañas del Nepal para llegar a un templo en el que debería regenerar su espíritu, su proprio cuerpo y su alma. Llegó a Katmandú junto con una seguidora suya, una joven rumana, una tal Larìs Dracu. Las dos mujeres pagaron a unos serpas que las acompañaron hasta un cierto punto. Cuando insistieron para ir hacia una zona inexplorada, prohibida a los serpas por sus creencias religiosas, éstos últimos las dejaron solas, diciendo que les esperarían durante tres días, después de lo cual les darían por perdidas. No se supo nada más de las dos, pero después de unos meses se presentó en Triora una veinteañera que decía ser la nieta de Aurora. Apelando a la homonimia, se arrogó el derecho de tomar posesión de la casa de la abuela. También esta joven Aurora parecía que tenía poderes sobrenaturales pero mucho más potentes de los de su presunta antepasada. Los pocos habitantes del lugar, que habían conocido a Aurora de joven, no pudieron dejar de notar la extraordinaria semejanza de la joven con la anciana desaparecida, tanto era así que muchos se convencieron de que la bruja habia encontrado, en su viaje a Nepal, un elixir de juventud, y que había conseguido rejuvenecer en el aspecto hasta volverse una muchacha. Pero, a parte de esto, en los bosques de alrededor de Triora comenzaron a ocurrir extraños episodios. Se decía en el pueblo que, en las noches de luna llena, las brujas volvían a practicar sus Aquelarres, convocados justo por la joven Aurora. Aparte de los Aquelarres, eran muchas las visitas que recibía Aurora en su casa. Además de los postulantes que pedían remedios a base de hierbas para la curación de las enfermedades, o elixires de todo tipo para resolver problemas amorosos, de vez en cuando llegaban personas particulares, hospedadas por ella como adeptos de una secta esotérica, de la que no recuerdo el nombre. Estos sujetos, fundamentalmente mujeres, llegaban al lugar con el fin de adquirir el saber en la antigua biblioteca, que siempre había sido conservada celosamente en la casa de Aurora por sus antepasadas, y poco poco enriquecida por las mismas en el curso de los siglos. Una de estas jóvenes mujeres, Mariella Carletti, llamada La Rossa, en el año 1997 salió de un pequeño pueblo de Abruzzo, en el que ya era famosa como curandera y vidente, dejando dicho que llegaría a Triora con el fin de superar las arduas pruebas que le consentirían convertirse en una adepta del séptimo nivel, uno de los más altos, y que regresaría con poderes que nadie habría imaginado. Nunca volvió. En Triora, esta hermosa muchacha, alta, de fluida cabellera rojo fuego, los ojos azul claro, la tez pálida y llena de pecas, no pasó inadvertida. Al atardecer del 21 de junio, fecha que coincidía con el solsticios de verano, se dirigió al bosque donde se dice tenían lugar los Aquelarres, después de lo cual desapareció. Un detalle interesante es que aquella noche hubo un conato de incendio pero muy limitado. Parece ser que se quemó un camión en desuso desde hacía tiempo pero el hecho no consiguió ser conectado de ningún modo con la desaparición de la muchacha. La carcasa quemada del camión todavía está allí, nunca fue retirada. El caso, en su momento, fue archivado como la obra de unos gamberros. En el año 2000, tres periodistas, dos hombres y una mujer, de una famosa publicación mensual de tirada naciona que tiene la sede y la redacción en Genova, quisieron llevar a cabo una pequeña investigación sobre la desaparición de la muchacha, ocurrida tres años antres. Con la excusa de un reportaje sobre brujas y brujería en Triora, se plantaron con una tienda canadiense justo en el bosque donde se reunían las brujas, cerca de la Fonte della Noce, con la esperanza de asistir a algún rito satánico o algo por el estilo. Durante unos días recogieron informaciones sobre el proceso puesto en marcha contra las brujas de Triora hacia finales del XVI. También intentaron obtener una entrevista exclusiva con Aurora que, sin embargo, no la concedió.

La noche entre el 20 y el 21 de agosto los tres periodistas desaparecieron en circunstancias misteriosas. En el interior de la tienda, encontrada vacía a la mañana siguiente, fueron hallados algunos cuadernos de apuntes con el material recogido. Tales cuadernos fueron entregados a la revista que, en memoria de los tres, publicó un artículo de ocho páginas sobre las brujas de Triora. La única frase escrita en el cuaderno por uno de los tres periodistas estaba en letras mayúsculas con grandes caracteres y subrayada: ¡DIOS MÍO! Algo o alguien lo había atemorizado hasta la muerte. De los periodistas desaparecidos no se supo nunca nada más.

Mientras tanto habíamos pasado Imperia, habíamos salido de la autopista hasta la caseta de Arma di Taggia y nos habíamos metido por una carretera provincial que llevaba a una estupenda vaguada, que corría paralela al curso del río. Era la primera vez que veía lugares que luego se convertirían en familiares.

Estábamos recorriendo el Valle Argentina, que era atravesado por el río del mismo nombre, un estrecho valle con unos pocos asentamientos humanos. El verde de los bosques exuberantes resaltaba contra el azul intenso del cielo límpido en la cálida jornada de comienzos de julio y, dentro de mí, se reavivaba la vieja pasión por la montaña. Ya soñaba con caminar por los senderos que se adentraban en el bosque. Nos remontamos hasta un pequeño pueblo, Molini di Triora, para llegar a Triora, un pueblo con características medievales, encaramado en la cima de una cresta. Traspasado el centro, la carretera bajaba y, depués de un poco, nos paramos en una zona, donde estaban aparcados un par de autos de policía, un jepp de los bomberos y una camioneta del cuerpo forestal equipada para la extinción de incendios en el bosque.

―Bien ―dije ―lo que me has dicho es muy interesante y efectivamente el olor de las sectas, además del quemado, se advierte, ¡y cómo! Se trata ahora de entender hasta qué punto tiene algo que ver el esoterismo y cuánta, en cambio, sea la responsabilidad de los adeptos en la desaparición de las personas que has mencionado y en el homicidio de esta noche, si se trata de un homicidio y no de un simple accidente.

―Caterina, te lo ruego, aquí la prudencia nunca es demasiada. Aparte de las brujas, podremos encontrarnos de frente a criminales sin escrúpulos en el curso de esta investigación. Coge la pistola y memoricemos cada uno el número de la PDA del otro, de manera que nos podamos llamar en caso de necesidad. ¡Vamos!

Cogí la PDA pero dejé la pistola en el portaobjetos del coche, dado que creía que en ese momento no tendría necesidad de ella.




1 Capítulo 3


Aurora Della Rosa



Larìs no tenía miedo de atravesar el puente colgante. Buscó con la mirada los ojos azul verdosos de Aurora, que le transmitieron toda la fuerza y la energía que necesitaba. Hacía poco tiempo que la conocía pero se fiaba de ella y de sus poderes esotéricos.

Larìs Dracu era originaria de Transilvania, una región de Rumanía, que a finales de los años 80 todavía estaba gobernada por un dictador comunista. Ya a la edad de dieciocho años se había ganado la fama de bruja anticomunista y, para no caer en las manos de la policía secreta del general Ceausescu, con muchas dificultades llegó a Italia. Se fue a un pequeño pueblo de la Liguria, donde sabía que vivía una adepta de su misma secta, que la ayudaría y la guiaría en la prosecución de su camino hacia el nivel más alto, más allá del séptimo, el de la sabiduría universal. Cuando llegó a casa de Aurora, el día del equinoccio de primavera, a media mañana, notó que su anfitriona la estaba esperando en el umbral de la puerta abierta. No se sorprendió por ello, ya que conocía los poderes de vidente de la maga. Se sintió observada por ella con complacencia. Larìs aparecía como una muchacha muy hermosa, de cabellos negros brillantes, echados hacia atrás y recogidos en una pequeña cola, de ojos oscuros, casi negros, los rasgos del rostro delicados. Las líneas sinuosas del cuerpo dejaban imaginar, debajo de un vestido ajustado, la perfección de senos, glúteos y piernas excepcionales. La maga parecía una sesentona en óptima forma, con cabellos rubios ligeramente estriados de blanco, los ojos que cambiaban del color azul al verde, dependiendo de la luminosidad del ambiente. Su cuerpo aún tenía la energía de una de cuarenta y su piel era lisa, estirada y no surcada por arrugas evidentes. Su mirada era magnética y, cuando sus ojos encontraron los de Aurora, Larìs sintió un fuerte impulso sexual hacia la maga. Aurora pronunció algunas palabras en una lengua incomprensible al común de los mortales. No se había expresado en lengua occitana, típica de aquella zona limítrofe entre Italia y Francia, pero la joven había sido capaz de entenderla, por haberla aprendido de pequeña, cuando su madre la había iniciado en las prácticas mágicas y esotéricas. El Semants era la antigua lengua de los adeptos, cuyo origen se perdía en la noche de los tiempos, un idioma conocido ya en la época del Antiguo Egipto de los faraones por magos y chamanes, pero que tenía un origen todavía más antiguo. Larìs fue invitada por Aurora a entrar en casa y fue conducida a un salón cuadrado. Una de las paredes del salón estaba ocupado en su totalidad por un espejo, por lo que se tenía la impresión de que la estancia era mucho más amplia de lo que en realidad era, mientras que en las otras tres paredes había estanterías, en las que se encontraban colocados muchos libros y manuscritos y algunos tarros de porcelana, del tipo de los usados en tiempos antiguos en las farmacias y en las herboristerías.

Larìs fue atraída sobre todo por el pavimento, de mármol muy brillante, de distintos colores, amarillo, azul turquesa, verde esmeralda. Con las baldosas de colores, como si fuese un mosaico, había sido realizado el dibujo de uno de los principales símbolos esotéricos, un pentáculo, una estrella de cinco puntas, inscrito en unacircunferencia, a su vez inscrita en el perímetro cuadrado de la estancia.






El símbolo del espíritu, una especie de asterisco, dibujado sobre la baldosa pentagonal central, delimitada por las líneas desde cuya unión tenía su origen la estrella de cinco puntas, indicaba el centro exacto de la habitación. En cada uno de los otros sectores en el que el pavimento estaba dividido por las líneas y por los arcos del círculo, se podían reconocer algunas figuras, cada una ligada a la simbología esotérica: la luna creciente y la luna menguante, la luna llena, la conjunción del sol con la luna en el eclipse parcial y en el eclipse total, y otras coas. Larìs estaba al mismo tiempo fascinada y desconcertada.

―En la casa en la que viví, en Transilvania, había un salón idéntico a este ―dijo volviéndose a Aurora en la misma lengua en la que hacía poco le había hablado la maga ―La baldosa central indica el punto exacto en el que en el pasado ha ocurrido algo importante, algo muy hermoso o extremadamente horrible. Mi madre adoptiva, Cornelia, me contaba que, enfrente de mi casa, hacía muchos siglos, un príncipe descendió de los Montes Cárpatos, en una noche de luna llena, amó a una hermosa muchacha y del acoplamiento nació la niña que daría origen a nuestra progenie. Pero, aparte de esta leyenda, conozco el hecho de que, causando el hundimiento de la baldosa central, se pone en marcha un mecanismo que pone de manifiesto una sala secreta escondida detrás del espejo. Cornelia sacaba del cuello una cadena de oro en la que estaba enfilado un anillo, donde estaba incrustada una piedra en forma de pentáculo, que se adaptaba perfectamente a una cerradura, escondida detrás de una estantería. Luego hacía bajar la baldosa pentagonal, de manera que el espejo se movía y daba acceso a la habitación secreta. Allí estaban conservados libros, manuscritos, pergaminos, incluso muy antiguos, que sus antepasadas les habían pasado en herencia y que era la sabiduría a la que concedía tener acceso a aquellos que aspiraban a convertirse en adeptos del séptimo nivel.

―Por como hablas, y por lo que percibo con mis poderes, sé que tú ya has podido tener visiones de estos documentos y posees, como yo, los poderes y la sabiduría del séptimo nivel, por lo tanto es inútil que te abra la estancia secreta. Juntas, en cambio, podremos enfrentarnos al camino que nos llevará al nivel más alto, el de la Sabiduría Universal.

Mientras hablaba, Aurora había cogido un poco de tabaco de un hermoso contenedor de porcelana y lo había puesto en dos papelillos, para enrollarlos con habilidad y formar dos cigarrillos. Ofreció uno de ellos a Larìs, luego encendió una cerilla, acercándola antes al cigarrillo de la joven, luego al suyo.

Mientras aspiraba una gran calada de humo, Larìs comprendió que al tabaco se le habían añadido sustancias estupefacientes y excitantes, pero ella ya estaba habituada a fumar aquel tipo de mezcla. Si no lo hubiese estado, hubiera caído presa del poder de la maga, en una hipnosis provocada tanto por la droga como por los poderes ocultos de Aurora. En cambio la droga estimuló en ella el deseo sexual, se acercó a Aurora y se dejó besar y acariciar. Apagados los cigarrillos, las dos se desnudaron y yacieron juntas sobre el desnudo pavimento, hasta que Larìs alcanzó el orgasmo.

―Ahora que hemos juntado nuestros cuerpos, uniremos nuestras mentes y nuestras almas ―dijo Aurora a la muchacha todavía jadeante por el placer sentido ―Hoy es un día particular, único, y debemos aprovechar nuestros poderes, para invocar el espíritu de Artemisia, mi antepasada quemada en la hoguera hace justo cuatro siglos.

Larìs seguía con curiosidad la historia mientras observaba que la luz que entraba desde la ventana estaba disminuyendo y ya la luna llena se hizo patente en el cielo todavía azul de últimas horas de la tarde.

―El 21 de marzo de 1589, hace exactamente cuatrocientos años, Artemisia fue atada al palo, clavado en el suelo, justo allí, donde ahora ves la baldosa pentagonal marcada por el símbolo del espíritu. Hoy es el equinoccio de primavera, dentro de unas horas la luna llena será tapada por la sombra de la tierra en un eclipse total. Es una conjunción astral muy rara la que se va a verificar. Una noche ideal para un aquelarre pero no es esto lo que nos interesa. Tú has llegado aquí en este momento porque yo sola no habría tenido la fuerza de hacer lo que estamos a punto de hacer.

Cogió unas tijeras afiladísimas y cortó con cuidado sus rubios cabellos púbicos, hasta convertir la zona genital en un sitio sin pelo. Los recogió dentro de una copa dorada y luego practicó la misma operación a Larìs, reuniendo unos pelos mucho más oscuros que los suyos. Entonces, sacó de unos frascos unas hierbas secas, incluida un poco de aquella mezcla que habían fumado antes, y mezcló todo, añadiendo aceite, después de lo cual dispuso con cuidado la copa encima de la baldosa central. Preparó otros dos cigarrillos, que fumarían, todavía desnudas, hasta llegar a un cierto grado de inconsciencia, hasta casi el trance. Mientras tanto había oscurecido y en el cielo resplandecía el gran círculo de luna que lentamente estaba siendo cubierto por la sombra de la Tierra, en aquel extraño instante mágico de alienación de los tres cuerpos celestes. En el momento en que la luna fue totalmente ensombrecida y su posición en el cielo resultaba evidente como un halo rosado, las dos mujeres, desnudas, sentadas sobre el pavimento unieron sus manos y pies para formar un círculo alrededor y sobre la copa. Aurora pronunció una fórmula mágica: Has Sagadà, Artemisia.

La ventana se abrió de par en par, una flecha entró en el salón y, después de haber rebotado varias veces en las paredes, fue a quemar el contenido de la copa. Se levantó un humo grisáceo, de maloliente carne quemada, que recordaba el olor de la bruja puesta en la hoguera cuatro siglos antes. El humo se modeló y tomó la semblanza de una mujer que, girando y danzando, llegó hasta Aurora y se fundió con su cuerpo. Ahora Aurora era Artemisia y Artemisia era Aurora. Larìs asistía inerme a este fenómeno. Cuando desapareció hasta el último jirón de humo, absorbido por el cuerpo de Aurora, y el contenido de la copa se diluyó totalmente, las dos mujeres cayeron en un sueño profundo y tuvieron la visión de lo que había sucedido cuatrocientos años atrás. Aurora vivía la escena en primera persona, en la piel de Artemisia, mientras que Larìs observaba como espectadora, mezclada con la multitud que asistía al suplicio de la bruja.

Artemisia estaba atada al palo, bajo sus pies habían colocado haces de leña obtenidos de la poda de los olivos, y luego troncos más gruesos de madera resinosa de pino y abeto. Sobre el conjunto había sido esparcido también aceite de lámparas. En los otros cuatro palos, que había sido dispuestos en semicírculo detrás del suyo, respecto a los espectadores, habían sido atadas sus otras cuatro compañeras: Viola, Emanuela, Alessandra y Teresa. Ésta última, llamada también Il Maschiaccio ya que había sido sorprendida varias veces yaciendo con otras mujeres, incluso había sido tachada de ser un hermafrodita, persona en la que convivían órganos sexuales masculinos y femeninos. Era una mujer con un clítoris tan desarrollado que parecía un pequeño pene, capaz también de alcanzar la erección. Éstas últimas cuatro mujeres no serían quemadas, aunque algunos haces de leña habían sido puestos a sus pies. Habían confesado sus culpas y habían señalado a Artemisia como su guía espiritual, así que habían sido atadas a los palos, tanto como escarmiento para la población local como para asistir de cerca al suplicio de su inspiradora. ¿Cómo era posible que tuviese lugar la ejecución, desde el momento en que el Doge di Genova había puesto el veto a los inquisidores de la Iglesia, asegurando a las mujeres que no permitiría, en esos tiempos modernos, una condena a muerte tan atroz? El Doge estaba orgulloso por el hecho de que un conciudadano suyo hubiese descubierto, ni siquiera un siglo antes, una nueva tierra, América, poniendo fin a ese periodo oscuro que había sido el medievo. Nunca hubiera permitido, por lo tanto, que la Iglesia, por medio de la Inquisición, quemase vivas a estas mujeres, aunque habían sido juzgadas culpables de brujería, herejía, mezclarse con el diablo, delitos contra Dios, contra la Iglesia y contra los hombres. Todo había comenzado un año y medio antes, en el otoño de 1587, cuando el Podestà, Stefano Carrega, y el parlamento local, habían señalado a las brujas que habitaban en Ca Botina como las principales responsables de la grave carestía, que desde hacía tiempo se había abatido sobre la zona, y habían pedido al obispo de Albenga que instituyese un proceso a las presuntas brujas, con el fin de poner fin a sus fechorías con un castigo ejemplar, la muerte en la hoguera. Habían llegado al pueblo dos inquisidores, dos padres dominicos vestidos de negro, uno era el vicario del obispo y el otro el vicario del Inquisidor de Genova. Los cuervos, como los llamaba la gente del lugar, hicieron arrestar a las cinco brujas que habitaban en Ca Botina, las cuales, bajo tortura, acusaron a otras muchas mujeres del pueblo, no sólo de origen labriego sino también pertenecientes a las familias más nobles. En un momento dado los inquisidores llegaron a arrestar a unas doscientas presuntas brujas y el Consiglio degli Anziani, considerando que ya habían muerto dos mujeres, una por las torturas infringidas, otra caída de una ventana como resultado de un intento de fuga, decidió dirigirse al Doge di Genova, para que pusiese fin al proceso e hiciese que fuesen condenadas sólo las auténticas brujas, las de Ca Botina, el grupo ligado a Artemisia, en total trece mujeres y una jovencita de 13 años. El gobierno genovés, por lo tanto, no del todo convencido de la regularidad del proceso de Triora, decidió ocuparse con más detenimiento. Pasaron algunos meses en los cuales, mientras el Doge di Genova y el Obispo de Albenga no encontraban un acuerdo sobre la competencia para proceder, las mujeres quedaron en prisión a merced de los carceleros que no les ahorraron humillaciones y abusaban de ellas incluso sexualmente. En el siguiente mes de mayo llegó a Triora el Inquisidor Jefe, para visitar a las mujeres en la cárcel y cerciorarse de su situación. Después de haberlas sometido otra vez a la tortura del fuego, confirmó las acusaciones para las trece mujeres y dejó libre a la chiquilla. Las mujeres fueron procesadas con las acusaciones de ofensa contra Dios, comercio con el demonio, homicidio de mujeres y niños.

En agosto se llegó a la conclusión del proceso, con la condena a muerte para Artemisia y las otras cuatro mujeres más unidas a ella: Emanuela Giauni, llamada Emanuela La Capricciosa, Viola y Alessandra Stella y Teresa Borelli, llamada Teresa Il Maschiaccio, por su costumbre de llevar los cabellos cortos, vestir ropas masculinas y yacer con otras mujeres. Cuando ya parecía que la ejecución de la condena de las cinco mujeres, por ahorcamiento e incineración de los restos, era inminente, intervino el Padre Inquisidor de Genova, pidiendo que fuese respetado su cargo, que hasta aquel momento había sido excluido del proceso. Le correspondía a él, de hecho, como representante de la Inquisición de Roma, juzgar los crímenes de las brujas. De esta manera las cinco condenadas fueron transportadas a Imperia y desde allí, a bordo de una nave, hasta Genova, donde fueron recluidas en las cárceles del gobierno, dado que la Inquisición no tenía suficiente sitio, yendo a hacer compañía a otras presuntas brujas de otros pueblos de la zona. Todo parecía ir sobre ruedas, dado que el Doge había prometido que haría lo posible por salvar sus vidas, ahora que estaban bajo su protección. Las mantendría en la cárcel durante un periodo, luego, cuando la población se hubiese olvidado de ellas, las liberaría, con el acuerdo de no volver a sus pueblos de origen. Pero el maligno, bajo los despojos mortales del Podestà y del jefe del Consiglio degli Anziani de Triora, metieron la pata. No fue difícil para los matones a sueldo de los dos ilustres personajes corromper a los carceleros con unas pocas monedas de plata, sustituir a las cinco brujas con otros tantos cadáveres de unas pobres mujeres, muertas por enfermedad o por las dificultades debidas a la carestía que ahora se había desencadenado entre los montes de la alta Valle Argentina, y devolver las cinco brujas a Triora para una ejemplar ejecución pública.

Atada al palo, Artemisia recorría con la mente las principales etapas de su vida, a partir de su iniciación, cuando, con poco más de trece años, fue colocada en el centro del círculo mágico, creado por su madre, su abuela y otras adeptas de la secta, en los alrededores de la Fonte della Noce, una fuente situada bajo un gran nogal.

Ya entonces había percibido la fuerte presencia del Maligno, una fuerza negativa en el exterior del círculo, que quería sus víctimas para asimilar los poderes y convertir en incomparable su malvado poder. Las enseñanzas trasmitidas de la madre y de la abuela, la adquisición de poderes como la videncia y del uso del tacto y de la vista para percibir y curar los males del cuerpo y del alma, siempre habían sido utilizados por ella para el bien. Había aprendido los poderes curativos de las hierbas, que quitaban el dolor, que ayudaban a las mujeres parturientas durante el parto. Había aprendido a usar, en la justa medida, esporas de hongos venenosos, para aplicar en heridas infectadas para hacer salir las secreciones purulentas. Había aprendido a fabricar talismanes, a recitar fórmulas mágicas rituales, a realizar encantamientos de invisibilidad. Pero nunca usó sus poderes con fines malvados, jamás. Y sin embargo, al final, había sido tildada de bruja y, junto con sus cuatro compañeras de más confianza, Emanuela, Viola, Alessandra y Teresa, había sido encarcelada y torturada con la cuerda, el fuego y el agua. Al comienzo del verano de 1588 fue a su celda el Podestà, Stefano Carrega, que era aquel que había comenzado la caza de brujas y, en ese momento, Artemisia comprendió que era él quien representaba el mal, la gran amenaza que se cernía sobre ella y sus amigas. Ya debilitada por las torturas, fue desnudada y atada de pies y manos a dos palos de madera dispuestos en forma de cruz de San Andrés, de manera que tenía brazos y piernas separadas. Los carceleros le rasuraron los pelos de la zona genital, luego la dejaron sola con el Podestà que se le acercó levantando la túnica y mostrando un gran miembro ya en erección. No había ninguna posibilidad para Artemisia, atada como estaba, de eludir la violencia sexual, pero era consciente que debía ser fuerte en aquella situación, que debía ceder al placer, en caso contrario, por medio del acto sexual el hombre le sustraería todos sus poderes y conocimientos, asumiéndolos. Salió victoriosa. Mientras sentía el calor eyaculado penetrar en sus vísceras, dispuso su mente para estar lo más lejos posible de allí, para que vagase por los bosques que amaba, y a su cuerpo a no sentir ni un temblor, ni un estremecimiento. El Podestá, al no conseguir alcanzar sus fines, se puso furibundo.

―¡Peor para ti, bruja! Morirás en la hoguera, tú y tus compañeras, y la fuerza de las llamas me transferirá vuestros poderes.

El hecho de haber vencido aquella batalla le había dado un atisbo de esperanza y cuando, a pesar de la condena de los inquisidores, ella y sus cuatro compañeras fueron transferidas a Genova, creyó que el peligro se había alejado. Es cierto, después de la relación con el Podestà no le había venido la menstruación. Era evidente que llevaba en el vientre un hijo, o mejor, como podía percibir, una hija. Rechazaba que fuese hija del maligno. De todos modos la iniciaría en las prácticas mágicas y esotéricas, justo como habían hecho con ella su madre y su abuela, es más, sentía dentro de su corazón que aquella hija tendría poderes sobrenaturales realmente fuertes, capaces de contrastar cualquier poder maligno y llevar hacia el bien a su estirpe. Pero, después de unos meses, el maligno había vuelto a actuar, se había aliado con el Consiglio degli Anziani y había enviado a Genova a unos hombres encapuchados para devolverlas a ella y a sus cuatro compañeras a Triora, donde serían ajusticiadas. En el mes de marzo, Artemisia estaba casi al final del embarazo. Cuando llegó a Triora, el jefe del Consigli degli Anziani, Giulio Scribani, quiso cerciorarse personalmente de su estado, ya que no podía permitir que, junto a la bruja, fuese quemada en la hoguera una criatura inocente. Artemisia usó todos sus poderes para penetrar en la mente del anciano, en el que inculcó el concepto de que ella sería sacrificada en la hoguera, con tal de que su sacrificio sirviese para salvar a su hija y a sus compañeras. El Podestà había hecho preparar las cinco hogueras y ya estaba deleitándose con el espectáculo de aquella noche, en la que, debido a una rara conjunción astral, en ese día del equinoccio de primavera, día de plenilunio, tendría lugar un eclipse total de Luna. Pero Giulio impuso su voluntad.

―No quiero asistir a una bárbara matanza. He enviado una comadrona a Artemisia, conoce los métodos para conseguir un parto anticipado. El recién nacido será confiado a una matrona. Sólo Artemisia, que es la más poderosa de las brujas, será quemada. Las otras, atadas a sus palos, asistirán a su ejecución, luego serán marcadas de manera tal que quien se tope con ellas las reconozca como brujas y las evite. Cada una de ellas tiene ya un extraño tatuaje sobre la pierna derecha, en la parte interna de la pantorrilla. Están diseñados tres tomos, que representan los libros que han estudiado para convertirse en adeptas de su secta. ¡Haremos completar el tatuaje con unas llamas que envuelvan los libros y el mismo tatuaje se hará a cada primogénita descendiente de las brujas!

El Podestà lanzaba chispas de odio hacia el anciano pero no podía contradecirle. Por lo menos podría asumir la parte de los poderes de Artemisia. Pero ésta, atada al palo, a la espera de que las llamas encendiesen su montón de leña, permanecía concentrada y formaba una barrera protectora frente a sus amigas, que estaban en contacto telepático con ella. La posición en semicírculo de los otros patíbulos detrás del suyo favorecía la protección. De esta manera, cuando de la multitud de espectadores se elevaron los grito ¡No las escatiméis, quemadlas a todas!, y un hombre, con una antorcha encendida en la mano, consiguió saltar la barrera de los guardias y acercar la llama a la hoguera de Teresa, dos soldados lo cogieron por los brazos y lo devolvieron al medio del público con una patada bien dada en el culo. El hombre rodó por el suelo y se paró justo a los pies de Larìs, que le lanzó una mirada de desaprobación.

Unos segundos más tarde, el verdugo cogió una antorcha de un brasero, en primer lugar la levantó bien alta para mostrar a todos las llamas, luego la acercó a la pila de leña a los pies de Artemisia, que se incendió.

Artemisia, antes de que las llamas comenzasen a envolver su cuerpo, volvió la mirada a la luna, que en ese momento estaba oculta por el fenómeno del eclipse y sólo era percibida como una esfera rosácea rodeada por un halo, y dejó que se marchase su espíritu. Debía evitar que sus poderes y su sabiduría se transfiriesen a Carrega, enviándolos, en cambio, con la ayuda telepática de sus compañeras, a las cuales su sacrificio había salvado la vida, hacia la niña que había parido hacía unas pocas horas y que se llamaría Aurora, la primera luz de la mañana. En poco tiempo, las llamas se apoderaron del cuerpo de Artemisia y lo envolvieron, la mujer se transformó en una antorcha humana, los cabellos se quemaron, los vestidos se convirtieron en cenizas, dejando al descubierto la carne, que primero se convirtió en roja y luego en negra. La silueta de Artemisia, que ahora se retorcía, ya sólo se podía intuir en medio del muro de fuego, que ardía ruidosamente. Al final, Artemisia, con un último y prolongado grito de dolor, expiró, mientras las llamas continuaban desarrollando su cruel trabajo. Al acabar, en el suelo sólo quedaría un montículo de cenizas.

Cuando Aurora y Larìs volvieron a la realidad todavía estaban desnudas, tumbadas en el frío pavimento de mármol, con los cuerpos bañados de sudor por la tensión de la experiencia que acababan de vivir. Aurora, todavía aturdida, cogió un quimono de seda, se lo puso, y ofreció uno parecido a la muchacha, que era presa de escalofríos y quedó encantada de colocárselo. Así que Aurora fue a la cocina a preparar una tisana relajante, volviendo después de unos minutos con dos tazas humeantes, que esparcían un aroma de menta en el salón.

―¿Por qué hemos tenido esta visión? ¿Cuál es el significado? ―preguntó Larìs, comenzando a recuperarse.

―Creo haber comprendido que el maligno, que ha permanecido inactivo durante cuatro siglos, está recuperando sus fuerzas y quiere sacrificar unas víctimas para aumentar su fuerza y su poder. Debemos tener cuidado, porque esas víctimas podríamos ser tú, yo o nuestras otras hermanas, descendientes de aquellas que hace cuatrocientos años escaparon de la muerte entre las llamas.

―¿Cómo podemos prepararnos para hacerle frente? ¿Tenemos bastante fuerza para hacerlo?

―Mi querida Larìs, tú y yo deberemos enfrentarnos a un largo y peligroso viaje hasta el templo donde vive el Gran Patriarca, que nos ofrecerá el acceso a la sabiduría universal, de la cual él es el guardián. Se nos concederán la fuerza y la sabiduría que necesitemos.

Paso a paso, sosteniéndose en las cuerdas laterales, habían llegado aproximadamente a mitad del puente que oscilaba con cada uno de sus movimientos, cuando un ráfaga de viento más fuerte hizo helar el corazón de Larìs, que buscó de nuevo los ojos de Aurora para sentirse segura. Con cautela, las dos se sacaron las mochilas de las espaldas, se pusieron los anoraks y continuaron hasta llegar a la una zona herbosa más allá del puente. Desde allí, por lo menos, comenzaban cinco senderos, que se dirigían hacia distintas direcciones. ¿Cuál sería el correcto que debían seguir? Aurora vio dos ramas entrecruzadas con tierra removida alrededor, buscó una rama larga y, poniendo cuidado en no pisotear la tierra removida, destruyó la cruz, luego, con la misma rama, dibujó un círculo de tierra, recitando unas palabras que Larìs reconoció como las de un contra hechizo. Alguien había hecho un sortilegio para crearles dificultades en el camino que debían seguir. Pero Aurora tenía mucha experiencia. Después de completar el círculo y dirigir algunas palabras hacia el cielo, fue evidente que desde el claro sólo había un sendero que era el que había que seguir. Después de atravesar la lengua de un glaciar, el sendero descendía, hasta que las praderías de altura dejaron el puesto a un bosque, cada vez más espeso a medida que se descendía. Con cada cruce, con cada bifurcación del camino, las dos, instintivamente, sabían qué dirección seguir.

El bosque ofrecía frutos y bayas comestibles y de vez en cuando aparecía una fuente de agua fresca por lo que, aunque los víveres que llevaban de reserva comenzaban a escasear, no era posible padecer hambre ni sed. Incluso la temperatura se había hecho más agradable y ya no necesitaban llevar encima los anoraks. El quinto día de camino, saliendo del espeso bosque, se encontraron con un ameno valle, en el fondo del cual vieron su meta.

El templo era una construcción muy antigua que se había mantenido intacta durante el curso de los siglos y de los milenios, construido como estaba sobre la sólida roca en un lugar inaccesible a los comunes mortales. Lo que suscitó el estupor de las dos mujeres fue la central hidroeléctrica que se entreveía por la parte de atrás del templo. Una cascada, con la fuerza de un salto de unos cientos de metros, alimentaba las turbinas que suministraban energía eléctrica al antiguo edificio. Al lado de las turbinas, una serie de paneles solares aseguraban el suministro de agua caliente y contribuían también a generar electricidad. Una pionera instalación fotovoltaica, que aún no estaba en funcionamiento, completaba la central, que convertía aquel oasis en autónomo desde el punto de vista energético.

En cuanto llegaron a la entrada del templo fueron recibidas por dos hombres con un aspecto físico majestuoso.

―Sed bienvenidas al templo de la Sabiduría y de la Regeneración. El Gran Patriarca os está esperando y, en cuanto sea posible, os recibirá. Mientras tanto, seremos vuestros guías, os conduciremos a vuestros alojamientos y haremos lo posible por hacer agradable vuestra visita en este lugar encantador. Si necesitáis cualquier cosa, preguntadnos e intentaremos contentaros. Yo soy Ero y mi compañero es Dusai.

Los dos hombres, vestidos sólo con cortas túnicas de colores, eran altos y fuertes, los músculos parecían esculpidos, recordando antiguas estatuas griegas. Ero tenía los cabellos rubios, rizados, bastante largos, tez clara, aunque ligeramente bronceada y los ojos de color azul cielo. Dusai, moreno, los cabellos negros cortos, los ojos oscuros y la tez del color del ébano. Mientras que Dusai se ocupaba de Aurora, Ero se inclinó delante de Larìs y cogió su equipaje. Los cuatro, después de atravesar un patio cuadrado, se adentraron en el edificio y caminaron por pasillos decorados. Los frescos alternaban escenas de caza y escenas de guerra y de acoplamiento entre animales. Llegaron, finalmente, a un claustro, en el centro del cual había una piscina. Bajo los pórticos se abrían las puertas de las habitaciones de los huéspedes. Aquí las decoraciones representaban acoplamientos entre hombres y mujeres, en todas las posiciones posibles e inimaginables extraídas de los más impensables manuales del Kamasutra. Las dos mujeres fueron invitadas por sus cicerones a entrar cada una en una habitación, donde las ayudaron a desvestirse y a relajarse con un largo y minucioso masaje tonificante. Después de un par de horas las dos mujeres y los dos hombres se volvieron a encontrar en el interior de la piscina para gozar de los placeres de un buen baño en el agua templada de la bañera y del sexo ofrecido de manera espontánea por Ero y Dusai. Exhaustas por los días de camino pero regeneradas en el espíritu, Aurora y Larìs fueron invitadas a refocilarse. La mesa ya puesta ofrecía carnero asado con guarnición de sabrosas verduras y una increíble variedad de suculentos frutos. Al finalizar el banquete se retiraron a sus habitaciones para caer en un merecido sueño restaurador.

A la mañana siguiente, muy temprano, los cicerones llevaron a cada una de las mujeres una perfumadísima taza de té, acompañada por dulces a base de uva pasa y mosto, diciéndoles que se preparasen para ser recibidas por el Gran Patriarca. Sus compañeros del día anterior las acompañaron hasta los pies de una escalinata que conducía a los pisos superiores. Desde ese momento les acompañaría una guía mucho más anciana y mucho menos atrayente, dado que a Ero y Dusai no estaban autorizados a estar en presencia del Patriarca. Hiamalè, así se llamaba el nuevo guía, era una persona que demostraba por lo menos unos ochenta años, pero se decía que tuviese muchos más. Una larga barba gris adornaba su rostro y los cabellos largos y plateados estaban recogidos detrás de la nuca con una larga trenza. Saludó a las mujeres en la antigua lengua y las invitó a subir. A pesar de la edad, el anciano se enfrentó a la escalinata con agilidad, tramo tras tramo, hasta llegar al quinto nivel. Aurora y Larìs se dieron cuenta de que estaban en una especie de torre que sobrepasaba el templo y que, desde las ventanas, se podía admirar la construcción en toda su magnificencia. El anciano Hiamalè se arrodilló delante de una puerta de madera, decorada con estupendas incrustaciones, e invitó a las mujeres a que hiciesen lo mismo. Como si alguien hubiese advertido su presencia, aunque no habían sido anunciados, la puerta se abrió de par en par y las dos mujeres se encontraron en presencia del Gran Patriarca.

―No es necesario que os postréis ante mí ―dijo, despidiendo al anciano e invitando a las dos mujeres a entrar en su habitación. ―Sois bienvenidas. Hace tiempo que os esperaba, la percepción de vuestra llegada era fuerte en mi interior. Me presento ante vos, fieles adeptas, que aspiráis a la sabiduría universal. Desde que estoy en este lugar me hago llamar Roboamo, aunque éste no es mi verdadero nombre, en honor del hijo del rey Salomón que se llamaba así. Dice la tradición que este templo fue hecho edificar justo por el sabio Rey en este sitio inaccesible, entre éstas que son las montañas más altas de la Tierra, para hacer las veces de caja del tesoro y para la protección del libro de magia más antiguo y más preciso, escrito de su puño y letra, La chiave di Salomone. Las leyendas dicen que ese libro fue encontrado, unos siglos después de la muerte del famoso Rey, en el interior de su tumba, conservado en un contenedor de marfil junto a un anillo que llevaba su sello. Muchos intentaron traducir ese escrito primero al latín, luego al francés, pero nadie lo consiguió totalmente, ya que era sólo una falsificación y el rey Salomón había conseguido convertirlo en incomprensible. El original de La chiave di Salomone, en cambio, está conservado en el Santa Sanctorum de este templo y sólo unas pocas personas sabias, en el transcurso de los milenios, han podido tener acceso a él. Quizás tú, Aurora, podría formar parte de estos pocos elegidos, pero no anticipemos acontecimientos. Vosotras estáis aquí para acceder al saber conservado en este lugar de la misma manera que, antes que vosotras, han llegado personas deseosas de consultar textos importantes, que han sido custodiados aquí desde tiempos inmemoriales. Han llegado sacerdotes de todo tipo de religiones pero también prominentes científicos, gracias a los cuales esta construcción ha sido dotada de comodidades modernas. Vosotras mismas habéis visto la instalación para la producción de electricidad. No es sencillo hacer llegar hasta aquí materias primas para la construcción de tales instalaciones. El único científico que llegó hasta aquí fue un italiano, cuya idea era transformar la energía de los rayos del sol, pero también aquella inherente a la misma luz, en energía eléctrica, por medio de micro celdas, que él llamaba celdas fotovoltaicas, en honor de su conciudadano Alessandro Volta. Pero, mientras que en vosotras veo auras positivas, alrededor de él aleteaba un aura oscura, que tendía al negro, índice de maldad y perfidia de ánimo.

―¿Cómo se hacía llamar? ―preguntó Aurora, con curiosidad y un poco de temor ―¿Ha podido acceder al saber, aunque tuvierais dudas de él?

―Querida Aurora, tú tienes un aura de color azul intenso, como el límpido cielo, y por lo tanto un corazón puro, pero eres muy sensible a los influjos externos, porque te fías de todos. Y es por esto que estás acompañada por Larìs, que tiene un aura roja como el fuego y que revela su carácter impulsivo, determinado, listo para sacrificar su propia vida para ayudar a quien está a su lado. No puedo revelarte el nombre de esa persona. Cualquiera que llega hasta aquí tiene acceso a los textos y a los manuscritos que aquí se conservan. Luego, concierne a él decidir cómo usar el saber adquirido, si para el bien o para el mal. Mira, cada religión tiende a identificar el bien con Dios y el mal con otra divinidad opuesta. Que luego Dios se llame Jahvé, Vishnu, Odino o Allah y el diablo Satana, Lucifero, Seth o Sehuet, es indiferente. El bien y el mal están dentro de cada uno de nosotros y la eterna lucha entre ellos se consuma en nuestra alma. En algunos prevalece el bien, en otros el mal.

―Gran Patriarca, revélanos el camino para acceder a la Sabiduría Universal ―volvió a decir Aurora ―y te estaremos agradecidas y te honraremos durante el resto de nuestra vida mortal.

―Veréis, hay dos vías para alcanzar el objetivo, una más rápida y otra más lenta. Larìs, que es más joven, seguirá esta segunda vía, tendrá todo el tiempo para consultar los textos, asimilar cuanto contienen y aprender a usar, con la ayuda de los Maestros, su Tercer Ojo, el de la sabiduría, con el que conseguirá percibir el aura de las personas que están a su alrededor y penetrar en sus pensamientos, entrando en contacto con sus mentes. Es un recorrido largo que yo mismo hace tiempo escogí, y que requiere constancia, concentración y aplicación. Para ti, Aurora, que en cambio tienes prisa por asimilar todo con rapidez y volver a tu patria para combatir las fuerzas del maligno, te tengo reservada una vía más corta.

Batiendo las manos, llamó a Hiamalè, que condujo a Larìs fuera de la habitación, mientras que por la otra puerta entraron dos jóvenes sirvientas con una tisana humeante para el anciano patriarca. Roboamo bebió con cuidado, luego, de una bandeja que le traía una de las sirvientas, cogió un estuche y de él extrajo una jeringa.

―Papaverina. Inoculada en el pene, permite una erección duradera para una relación satisfactoria incluso en una persona anciana como yo. Te transmitiré todo mi saber y mi ciencia por medio de un vínculo carnal, después de lo cual tendrás acceso al Santa Sanctorum.

Las sirvientas ayudaron a Aurora a desvestirse y a tumbarse sobre los cojines dispuestos a tal fin sobre el pavimento, luego se ocuparon del anciano, lo liberaron de los vestidos, le pusieron la inyección, lo masajearon bien, y cuando entendieron que estaba preparado para consumar la relación con la recién llegada, se retiraron a un ángulo de la habitación. La relación con el anciano procuró a Aurora un inmenso placer. Cerró los ojos y se abandonó a los movimientos de Roboamo. En la cima de la excitación, alcanzado un intenso placer, comprendió que con el flujo líquido estaba penetrando en ella un calor que la invadía desde la punta de los pies hasta el último cabello. Estaba asimilando de un solo golpe toda la sabiduría que el anciano había acumulado en decenios de permanencia en aquel lugar inaccesible. En un momento dado, Aurora se dio cuenta de que Roboamo yacía inmóvil encima de ella. Todavía tenía el miembro turgente, debido al efecto de la papaverina, pero ya no respiraba, había muerto. Con un delicado movimiento, apartó a un lado el cuerpo de Roboamo y con bastante dificultad se desacopló de él. Mientras las sirvientas se hacían cargo del difunto, Aurora se volvió a vestir y fue asaltada por el miedo: ¿cómo llegar al Santa Sanctorum sin la ayuda de Roboamo? Pero luego, concentrándose, comprendió que, además de la sabiduría, había asimilado todo lo que había conservado en su memoria y, por lo tanto, ya conocía el camino que debía seguir para alcanzar la meta. Pero había más, la relación acabada de consumar la había transformado, tenía la piel más lisa, los senos más duros, las piernas más esbeltas, los cabellos menos sutiles, en definitiva, se sentía rejuvenecida. Buscó un espejo, que le devolvió la imagen de una veinteañera, la imagen de ella misma pero con cuarenta años menos. Con las manos se tocó el rostro, como para cerciorarse de que lo que veía fuese real y no una visión. Las arrugas habían desaparecido, sus ojos verdes brillaban, no había ni sombra de la opacidad del cristalino, los cabellos habían vuelto a su color castaño natural. Pero no tenía tiempo para pararse en elementos fútiles. Debía llegar hasta La Chiave di Salomone.

Intentando seguir los recuerdos impresos en la mente por Roboamo, volvió a descender las escaleras hasta la planta baja. En un salón con las paredes decoradas buscó una estatua dorada que representaba un gato. Colgando del cuello de éste último observó un medallón con forma de pentáculo. Lo giró y vio abrirse un pasaje en la pared de fondo, la única en la que no había ventanas. Entró en un largo pasillo semi oscuro, iluminado de vez en cuando por la débil luz de antiguas lámpara de aceite. Al final del pasillo, una escalera de caracol descendía hacia los subterráneos hasta otro salón ricamente decorado. Fue derecha hacia una maciza puerta dorada, enriquecida con bajorrelieves de oro puro, que representaban episodios de la vida del Rey Salomón. No había una cerradura para abrir la puerta ni otros artilugios. Para acceder al Santa Sanctorum se necesitaba una orden vocal, distinto según los días de la semana y de las horas del día. Aurora, calculando que en aquel momento debería invocar a la luna, pronunció en voz alta:

―¡Levanah!

La maciza puerta dorada comenzó a desplazarse en el interior del muro, de doble hoja, dejando libre acceso a la más secreta de las estancias del templo. En el centro de la misma, sobre una columna de un metro y medio aproximadamente, una caja de marfil se suponía que guardaba el libro y el anillo con el sello de Salomón, el talismán más potente de todos los tiempos. Muy emocionada, abrió la caja. El libro estaba en su sitio pero el anillo, no. Quien había llegado antes que ella había conseguido robarlo, asegurándose un poder nada desdeñable y difícil de combatir, en caso de que fuese utilizado para fines maléficos. Pero ahora la maga no tenía tiempo para pensar, tenía toda la noche para asimilar todo cuanto Salomón había escrito muchos siglos atrás, algo que no había recibido de la memoria de Roboamo, ya que él, aunque tenía acceso al Santa Sanctorum, nunca había tenido el valor de enfrentarse al texto sagrado. Cuando estuvo segura de haber aprendido de memoria todas las fórmulas e invocaciones, volvió a poner el libro en la caja y salió, recorriendo al revés el mismo camino que había seguido para llegar hasta allí. Cuando salió del salón, observó que desde las ventanas empezaban a entrar las primeras luces del alba. Giró el medallón sobre la estatua del gato, devolviéndolo a la posición inicial, y el pasaje del que acababa de salir se cerró.

Era el momento de volver a casa, en Liguria, y esta vez el viaje sería breve. Utilizaría el tele-transporte, que era una nueva magia que acababa de aprender. Pero primero debía despedirse de Larìs. Volvió al claustro, donde se encontraban las habitaciones de los huéspedes, observando que Ero y Dusai, ya levantados, conversaban en el borde de la piscina. A ambos se le escapó una apreciación sobre el nuevo aspecto de Aurora.

―¡Cáspita! Ojalá hubiese sido así el otro día ―comentó Dusai.

La maga evitó contestarle y llamó a la puerta de Larìs, que todavía estaba inmersa en el mundo de los sueños. Vio a ésta última que abría la puerta, medio dormida, observarla con aire interrogativo. Cuando Larìs se dio cuenta de que quien estaba delante era su compañera de viaje, se frotó los ojos pensando que quizás todavía estaba soñando.

―¡Sí, soy yo! ―afirmó Aurora ―Me voy pero permaneceremos en comunicación telepática. Cuando te necesite, lo sabrás, y serás capaz de llegar hasta mí en el menor tiempo posible.

Luego acercó sus labios a los de Larìs y la besó.

―¡Hasta pronto!

Aurora salió del templo y llegó a una llanura solitaria, donde se sentó en el suelo, teniendo cuidado de no cruzar las piernas, se concentró en el lugar al que debía ir y pronunció la fórmula mágica. Como su fuese capturada por un torbellino, por una especie de tromba de aire, su cuerpo se desvaneció para reaparecer en Triora, en el interior de su vivienda.

―¡Ya estoy en casa!




1 Capítulo 4




Nos dirigimos a pie hacia la escena del delito que ya había sido delimitada por las tiras de plástico blancas y rojas con las palabras Polizia di Stato. El lugar estaba ennegrecido por el incendio y empapado por el agua usada para apagarlo, pero lo que asombraba era el olor nauseabundo que se veían obligados a respirar. El olor de la carne humana quemada que todavía aleteaba en el aire era realmente insoportable. Cuando vio el cuerpo consiguió a duras penas contener la náusea. A primera vista parecía un maniquí, doblado sobre sí mismo, pegado a una cancela metálica que cerraba una especie de gruta, la forma humana ennegrecida por las llamas. No había rastros de cabellos y por todas partes se entreveían los huesos en medio de algunos jirones de piel apergaminada. Se intuía que era el cuerpo de una mujer por la silueta de los senos. A la altura de las muñecas y tobillos se notaban como una especie de filamentos de plástico fundido, índice de algo que debió servir para atar a la víctima a la cancela. El médico forense estaba llevando a cabo las primeras observaciones en el cuerpo mientras que los hombres de la científica estaban esperando pacientemente a que éste terminase para iniciar su trabajo. Diciendo a Mauro que me esperase, me acerqué traspasando la barrera de tiras de plástico. Cuando advirtió mi presencia, el forense, levantó la cabeza y se sacó los guantes de látex, moviendo la cabeza. La persona que estaba tendiéndome la mano era una mujer de unos treinta años, menuda, cabellos cortos oscuros, ojos oscuros y un pequeño piercing dorado en la nariz.

―La comisaria Ruggeri, imagino. Mucho gusto, doctora Illaria Banzi, médico forense.

―¿Qué me puede decir de esta pobre mujer?

―Realmente escalofriante, ni siquiera en mi breve carrera he visto nada parecido. No sé decir si estaba viva o muerta cuando la echaron a las llamas pero, desde el momento en que parece que estaba atada de manos y pies a esa cancela con trozos de cinta adhesiva, pienso que ha sido quemada viva. Este detalle nos lo dirá la autopsia. Por el momento puedo decir que estamos en presencia de un sujeto de sexo femenino, alrededor de los treinta y cinco, cuarenta años como máximo, a juzgar por la dentadura, pero no puedo ser precisa tampoco en esto, ya que el fuego lo ha alterado todo. En cuanto la científica haya terminado con sus observaciones, dispondré el traslado del cuerpo a la morgue y en el menor tiempo posible le enviaré el informe de la autopsia. Dentro de poco estará aquí el juez de instrucción. ¡Le deseo suerte, no será una investigación sencilla!

Me despedí de ella y fui hacia los hombres de uniforme.

―¿Se sabe algo sobre la identidad de la víctima? ―pregunté.

―¡Seguramente no tenía documentos encima! ―fue la respuesta sarcástica de un subinspector al que fulminé con la mirada ―Entiendo, no ha sido una broma apropiada. Lo que sabemos es que la víctima fue atada con una gruesa cinta adhesiva, esa para los paquetes para entendernos, a la reja metálica y le prendieron fuego. Esa especie de gruta es en realidad una vieja leñera, en el interior de la cual había leña seca y otros materiales inflamables. Desde el momento en que en esta zona se habla tanto de brujas, hemos pensado que alguien haya querido simular la ejecución de una bruja en la hoguera. Quizás un juego sádico entre dos amantes, ¿por qué no? Ella se deja atar, voluntariamente, él enciende una pequeña hoguera para dar más verosimilitud al juego pero luego la situación se le va de las manos, se levanta el viento, se desata el incendio y para la mujer, atada de esa manera, no hay salida. Nos hemos hecho esta idea.

―Muy fantástica, diría, y mal respaldada por las pruebas. ¿A usted le gusta hacer jueguecitos de este tipo con su compañera?

Quizás afectado en su intimidad, enrojeció, se aclaró la voz y buscó la manera de escapar.

―Está llegando el juez de instrucción. Ahora será él quien formule las hipótesis justas. Perdóneme, lo mío eran sólo conjeturas.

El juez era un hombre de unos cincuenta años, cabellos rizados, tan alto como Mauro, delgado. Viéndolo se parecía a un ave rapaz, con la nariz aguileña, los labios delgados y las gafas de lectura levantadas en la frente. Se acercó a Mauro, que le estrechó la mano y se presentó.

―Juez Leone, la comisaria Ruggeri. Mi colega acaba de llegar de Ancona y ya se encuentra de lleno en el ajo.

―¡Ya veo! Bien, creo que aquí, por el momento, hay poco que hacer. Mantenedme informado sobre la investigación e intentad cerrar este caso en el menor tiempo posible. No estamos habituados a estos horrendos crímenes en esta zona y no quiero problemas con los periodistas.

Intenté intervenir, preguntándole si quería interrogar junto con nosotros a la propietaria de la casa de al lado, la famosa Aurora, pero él se despidió con un suave apretón de manos y un ¡Buen trabajo!

Quién sabe porqué siempre he odiado a las personas que cuando te dan la mano no la aprietan, de todos modos intente una media sonrisa y respondí:

―Gracias.

Cuando se alejó me volví hacia Mauro.

―Si ahora llegase el comisario jefe de Imperia y fuese igual de simpático, me estaría jugando el puesto que acabo de conseguir. ¿Me entiendes, verdad? Bien, mientras la científica hace su trabajo vamos a conocer a esta bruja.

Mauro me sonrió con aire cómplice y me siguió encantado. Después de todo, comenzaba a caerme simpático y pronto descubriría que, detrás del aire de Rambo todo músculos, se escondía una inteligencia agua y un gran observador, todos ellos elementos que hacían de él un gran policía y un valioso colaborador.

Un sendero atravesaba la vegetación, salía al camino de tierra por el que habíamos llegado y conducía a un edificio aislado, una especie de casa de labranza, de aspecto antiguo, pero en óptimas condiciones.

En la explanada delantera se exhibía el coche de la dueña de la casa, un Porsche Carrera de color gris metalizado. Nos acogió una hermosa cuarentona, rubia, con los ojos de un verde azulado poco comunes, más alta que yo, la tez clara, lisa, sin evidentes arrugas. Vestía un quimono oscuro con unos extraños dibujos, en los que reconocí algunos símbolos esotéricos, cerrado delante con un cinturón. Con cada paso que daba asomaba desde debajo del hábito un largo muslo rosado. El escote hacía que fuese bien visible el abundante seno y no dejaba mucho espacio a la imaginación. Vi la mirada de Mauro posarse con interés sobre el sujeto, quizás con la esperanza de que antes o después la insulsa bata cayese al suelo, revelando a su ojo todas las gracias de su propietaria.

―Sentaos, soy Aurora Della Rosa, y vivo en esta humilde morada. Excusadme, ¡todavía debo recuperarme del susto! Temía que todo acabase quemado esta noche. Dentro de esta casa tengo un patrimonio de libros y manuscritos, incluso muy antiguos, algunos únicos en el mundo y, aparte de mi integridad, he temido perder todo entre las llamas.

Nos sentamos en un salón cuadrado, donde observé estanterías llenas de libros y pergaminos. Toda una pared estaba ocupada por un espejo y el pavimento era de mármol brillante de varios colores que, como un mosaico, representaba la figura de un pentáculo. No podía dar crédito a mis ojos. Allí se encontraba reunido todo lo que, en su momento, había estudiado sobre el esoterismo y las sectas.

―Della Rosa ―dije, repitiendo su apellido ―De La Rose era el nombre de un linaje francés de famosos templarios, los caballeros guardianes del templo y del Santo Grial.

―Se dice que existieron desde antes de la venida del Cristianismo. Los templarios eran los guardianes del tempo de Salomón en Jerusalén, el templo de cuyas ruinas ha quedado sólo el Muro de las Lamentaciones, sagrado para los hebreos. Luego se pasó a identificarlos como guardianes del Santo Sepulcro. En el Medioevo, en Francia, fueron declarados herejes, quizás porque se pensaba que tenían escondido el Santo Grial y no permitieron ni siquiera al Papa acceder a su escondite o quizás porque conocían importantes secretos que la Iglesia no quería que se hiciesen públicos. Fueron torturados, muchos quemados vivos, pero nunca fueron del todo eliminados. Sí, tienes razón, mi familia es originaria de Francia, de la zona de Avignone. Los De La Rose, que tenían unas posesiones en aquel lugar, combatieron contra los ingleses en la Guerra de los Cien Años, sufriendo muchas pérdidas. A finales de mil trescientos algunos miembros de la familia se establecieron en esta zona limítrofe entre Italia y Francia, un lugar tranquilo en medio del monte. Pero luego parece ser que la Inquisición, también aquí, no haya dado tregua a una antepasada mía, que hacia finales del siglo XVI fue procesada acusada de brujería.

Mientras hablaba extrajo del bolsillo del quimono una pitillera plateada, en el interior de la cual había unos cigarrillos que, aparentemente, parecían hechos a mano. Escogió uno, lo llevó a la boca y nos tendió la pitillera.

―Gracias, yo no fumo ―dije ―Y le agradecería que se abstuviese también usted de hacerlo. El humo me fastidia.

Sin ni siquiera considerar lo que había dicho, encendió el cigarrillo, dirigiendo hacia mía, casi a modo de desafío, la primera densa calada que exhaló. No sé cómo contuve mi ira pero lo conseguí.

―¡Dejémonos de charlas, Aurora Della Rosa! ¿Dónde estaba esta noche cuando ha estallado el incendio?

Aspiró de nuevo y respondió emitiendo humo junto con las palabras.

―Ayer por la noche he estado cenando en un restaurante del valle, Da Luigi. No me apetecía cocinar y he salido. Estaba volviendo cuando vi el resplandor del incendio y llamé yo misma a los servicios de emergencia con el teléfono móvil.

―Verificaremos lo que está afirmando. Y, dígame, imagino que usted recibe a sus clientes en casa. Me han dicho que usted es una maga, que llegan aquí personas de cualquier procedencia y extracción social, para pedirle consejos, comprar pociones y demás. A juzgar por su coche, es un trabajo que rinde. No quiero explicar mi opinión sobre su trabajo, quiero sólo preguntarle si ha recibido a una cliente especial, una mujer, en los últimos días, que podría ser la víctima de la que hemos descubierto el cadáver.

―¡Dios mío! ―respondió Aurora mostrándose sorprendida ―¿En el incendio ha habido una víctima? ¿Quién podía estar en el bosque a esas horas de la noche?

―¡Esperábamos que ésto nos lo dijese usted! Venga, haga un esfuerzo, no creo que le sea difícil.

Con aire pensativo aspiró un poco más de humo.

―Sea lo que sea que piense de mi trabajo, Comisaria…?

―Ruggeri, Caterina Ruggeri.

Lanzó otra nube de humo en mi dirección.

―Mire, el trabajo que desenvolvemos nosotros los magos es muy respetable. Yo pago mis impuestos y estoy incluso apuntada al sindicato de magos, y no vendo humo, como el de este cigarrillo. La gente viene porque se fía de mí y yo debo respetar también un código deontológico y proteger el derecho a la intimidad de mis clientes.

―¿Quiere invocar el secreto profesional, por casualidad?

Con indiferencia, apagó la colilla en un cenicero y prosiguió.

―No estoy aquí para vender amuletos o engañar a mis clientes sobre su posible futuro. Tengo buenos conocimientos de herboristería y sé cuáles son las enfermedades que pueden ser curadas con las hierbas medicinales y las que, en cambio, deben ser resueltas de manera convencional. Muchos vienen aquí a pedir buenos consejos y yo se los doy, basándome en mi ciencia y en mi experiencia. Nadie se ha lamentado nunca de haber sido engañado por mí, yo siempre digo lo que mi interlocutor necesita y todos se van contentos y con el corazón enriquecido.

―Ya pero empobrecidos en la cartera. Vamos, conozco bien vuestra categoría, sois capaz de hacer creer a las personas que vuestros engaños son grandes remedios. Podría estar de acuerdo con la medicina natural, pero por el resto...

―¡Comisaria Ruggeri, no sea prejuiciosa! No todos tendemos a creer que lo que vemos y lo que sentimos y tocamos sea la verdad, que no haya otra cosa que no sea lo perceptible por nuestros cinco sentidos, pero a veces no es así. Dentro de esta habitación se pueden crear efectos ópticos y acústicos que hacen parecer verdad lo que no lo es y falso lo que es. ¡Intente tocarme, poner una mano sobre mi hombro y apoyarse en mí!

Me acerqué e intenté tocarla pero mi mano percibió el vacío donde efectivamente veía su imagen.

―¡Es un juego de espejos! ―dije ―Una especie de truco de prestidigitadores.

―Y ahora vaya al centro del pentáculo, sobre la baldosa central, y hable. Escuchará su voz resonar en sus oídos como si proviniese de una potente instalación estereofónica.

―Es verdad, ¡efecto de la acústica de esta sala! También era así en los anfiteatros romanos. ¡Cuestión de arquitectura! Usted está desviando el discurso, está intentando distraerme de mis objetivos. Me han dicho que entre sus visitantes hay una categoría especial, adeptos de una secta que reconocen en usted a una santona. Ellos vienen aquí para tener acceso a su biblioteca y completar el recorrido que contempla la obtención de varios niveles de conocimiento de las artes esotéricas. ¿Recientemente ha recibido visitas de este tipo?

―La secta de la que habla se llama Nomolas ed sovreis y no es una secta satánica. Sus adeptos, a través de varios niveles, asumen conocimientos ignorados al común de los mortales. Desde hace siglos quien llega aquí, o a otros tres o cuatro lugares desperdigados por el mundo parecidos a éste, aspira a alcanzar uno de los niveles más altos de sabiduría, el séptimo, para conseguir el cual existe un duro recorrido. Desde hace generaciones mi familia es la guardiana de textos a los que sólo puede tener acceso sólo quien ha completado los niveles precedentes. Quien quiere ir más allá, para llegar a la Sabiduría Universal, debe enfrentarse el peregrinaje al Templo de la Sabiduría y de la Regeneración, que se encuentra en un valle perdido entre Nepal y Tibet, muy difícil de alcanzar.

―Imagino que usted ya se ha enfrentado a este peregrinaje pero no es esto lo que quiero saber. Le repito la pregunta, ¿ha recibido la visita de una de estas adeptas en los últimos días?

―Ya se lo he dicho a los otros policías y a los carabinieri que me han interrogado. La última visita de este tipo se remonta a 1997, cuando vino una maga originaria de un pueblecito de Abruzzo, Sant’Egidio alla Val Vibrata. Se hacía llamar Mariella La Rossa. Me dijo, que antes de afrontar las pruebas a las que la sometería, que quería visitar los lugares mágicos en los bosques y en los alrededores de Triora, la Fontana di Campomavùe y la Fontana della Noce, la Via Dietro La Chiesa y el Lagu Dagnu. Era el día del solsticio de verano, una de las fechas típicas en las que las brujas y magos se reúnen, también en estos lugares, para el Aquelarre. Mariella se alejó al atardecer y nunca volvió.

―¡Y usted, claro, no participó en el Aquelarre y no se imagina ni siquiera cómo ha acabado Mariella! Vamos, sabemos perfectamente que estos llamados aquelarres son la oportunidad para llevar a cabo ritos satánicos, a veces violaciones, otras veces sacrificios de animales o de personas. Con vuestro lavado de cerebro convencéis a algunas personas, las más débiles desde el punto de vista psicológico, que se purifican, que renacen a una nueva vida y otras cosas más, con tal de que se sometan a las violencias que proponéis durante los rituales. Por no hablar, además, de todos aquellos que estafáis con ánimo de lucro. No son extraños los casos en que alguien ha perdido toda su fortuna por seguir a un gurú.

―Ya le he dicho que la nuestra no es una secta satánica. Quien entra en nuestra organización lo hace por libre elección y por el deseo de alcanzar niveles elevados de conocimiento. Le repito que no soy una vendedora de humo y todo lo que digo o predigo siempre se cumple.

Déjeme ver su mano izquierda y míreme a los ojos, comisaria Ruggeri. ¿Por casualidad no será una de nosotros, quizás sin que lo sepa? Veo que ha sufrido de joven, veo luto en la familia que la han dejado marcada, veo una vida sentimental complicada pero que se ha resuelto recientemente de manera positiva. Usted tiene unos poderes superiores a lo normal, tiene una percepción considerable, tiene un aura muy fuerte, roja como el fuego, nada se le escapa cuando tiene a alguien delante de usted, ni un detalle. Y ahora marche, comisaria Caterina Ruggeri, de usted he conocido todo lo que había que saber.

Sin ni siquiera darme cuenta me encontré fuera de la casa de Aurora, en el patio, seguida por Mauro que, con una sonrisa irónica, comentó aquello de lo que había sido testigo.

―Esa mujer tiene poderes hipnóticos. Te ha obligado a hacer todo lo que quería. Básicamente nos ha echado fuera a su manera y, como todos los que nos han precedido, también nos estamos yendo nosotros con el rabo entre las piernas.

―Ya, pero la bruja tiene razón, a mí no se me escapa nada. Volveremos con otra estrategia. Debo sólo reflexionar y regresar aquí preparada. Volvamos a comprobar si la científica ha terminado su trabajo y luego damos una ojeada alrededor. ¿Cómo se llaman esos lugares que ha nombrado la maléfica a propósito de Mariella La Rossa?

―Fontana di Campomavùe, Fontana della Noce, Via Dietro la Chiesa y Lagu Dagnu.

―¡Cáspita, felicidades, tienes una buena memoria! ¡Contigo no hacen falta grabadoras o libretas!

―Claro, de todos modos recuerda que la PDA nos puede ser útil para registrar las conversaciones. Es un modelo muy sensible e incluso manteniéndolo en el bolsillo es capaz de grabar.

―Sí, gracias por habérmelo dicho. ¡Imagino que será útil también para hacer fotos!

Los hombres de bata blanca y guantes de látex estaban a punto de acabar su trabajo en la escena del crimen. Mientras uno sacaba fotos, otro recogía tierra alrededor de la víctima metiendo muestras en el interior de bolsas de plástico, otro más esparcía Luminol para la búsqueda de posibles pistas ocultas de sangre.

―¿Han encontrado algo interesante? ―pregunté.

―Parece que el incendio ha sido provocado sirviéndose de un líquido inflamable, no gasolina, pero algo que intentaremos localizar en el laboratorio. También hemos encontrado rastros de cera, quizás proveniente de una antorcha de papel prensado y cera, una de esas que usan en las procesiones, en las vigilias, para entendernos ―me respondió uno de los tres.

―¿Habéis encontrado la antorcha?

―No, comisaria. Sin embargo, estamos cogiendo incluso detritos carbonizados, quizás podamos encontrar algo útil. En cuanto acabemos el trabajo en el laboratorio le enviaremos un informe detallado. Aquí, por ahora, hemos acabado. Los de la morgue han llegado y podemos mandar el cadáver al depósito de cadáveres.

Volvemos hacia la explanada donde estaba aparcado nuestro coche, un cartel de color negro, que señalaba la Fonte della Noce, llamó mi atención.

―¿Vamos a echar un vistazo? ―dije volviéndome a Mauro y, sin esperar su respuesta, me metí por el sendero que se adentraba en la zona de espeso bosque.

Avanzamos durante un pequeño trecho y llegamos a una llanura dominada por un gran nogal, cerca del cual, de una fuente, manaba un apetecible surtidor de agua. Debido al calor y las fatigas de la jornada, tanto yo como Mauro, bebimos unos sorbos de agua muy fresca, luego comenzamos a mirar a nuestro alrededor para percibir algo de particular, cualquier señal, cualquier indicio. A primera vista parecía que no había nada interesante. Mientras me lamentaba por no tener conmigo a mi fiel Furia, inigualable seguidor de pistas, mi ojo cayó cerca del gran árbol donde noté que la tierra estaba removida.

―Ha sido hecho un dibujo en el suelo con un objeto puntiagudo, un cuchillo o un bastón con punta. Habitualmente los seguidores de las sectas efectúan unos ritos en determinados lugares, dibujando unos símbolos, pentáculos y otras cosas, que al final se eliminan. Parece que el dibujo fue borrado a todo correr dado que todavía se pueden ver algunas partes. Se vislumbran incluso algunas letras. Quizás la ceremonia fue interrumpida y los adeptos se han debido escabullir, de otro modo habrían tenido más cuidado en borrar el rastro.

―¿Piensas en una Misa Negra, quizás con sacrificios, qué sé yo, de una animal, de una virgen, de uno de los mismos adeptos ?

―Por ahora no pienso nada, me limito a observar y a recopilar lo que veo y siento. Hay muchos elementos pero todavía no sé cuáles pueden ser útiles y cuáles no. El sendero va hacia aquella parte. ¿Proseguimos?

Después de unos pasos la vegetación se volvió tan intrincada que parecía que el sendero se acababa. Estaba a punto de volver sobre mis pasos, cuando entreví, a unos treinta metros, una silueta oxidada.

―Debe ser la carcasa en medio de la leñera que se quemó hace unos años. Nadie se ha ocupado de llevársela, imagino que porque el propietario está muerto desde hace años. Dada la espesa vegetación, diría que no conseguiremos jamás llegar ―fue el comentario de Mauro.

―Ya, deberemos traer un aparato adecuado para podarla y echar un vistazo ―respondí ―¡Ahora, volvamos al coche!

Nos acercamos a paso moderado descendiendo por las curvas cerradas que conducían hacia el fondo del valle, recorriendo el encantador Valle Argentina. Superado el poblado de Molini di Triora, la carretera seguía bajando. Un cartel publicitario indicaba que a unos cien metros encontraríamos el restaurante Da Luigi.

―¿Vamos a comprobar la coartada de la bruja? ―propuse a Mauro.

―Sí, encantado ―fue su respuesta ―Y dado que estamos a últimas horas de la tarde y no hemos metido nada entre los dientes, propondría aprovechar el restaurante también para su función concreta.

El local a esa hora estaba desierto. Nos sentamos en una de las mesas y esperamos a que apareciese alguien. El propietario del local, un hombre de unos cuarenta y cinco años, con sobrepeso, la cara rubicunda y sudada, no tardó en aparecer.

―¿Puedo serviles en algo, señores? Por desgracia a esta hora en la cocina tenemos pocas cosas.

―Policía ―le dijo Mauro ―¿Estaría dispuesto a respondernos a unas preguntas?

―Imagino que se refiere al delito de la última noche. El lugar está bastante lejos de aquí. ¿Cómo os puedo ayudar?

―¿Usted conoce a Aurora Della Rosa, verdad? ―intervine

―Claro, es una cliente muy apreciada, de vez en cuando viene aquí y yo aprovecho para pedirle algún consejo. Sufro de ciática y ella tiene unos remedios fantásticos a base de hierbas, mucho mejor que la medicina convencional.

―¿Ayer por la noche estaba aquí?

―Sí, llegó hacia las nueve y media y se fue cuando ya había pasado la medianoche. Estaba extraña, más taciturna que de costumbre. Pidió de comer pero creo que no probó la comida. Incluso le tuve que reñir porque, sentada a la mesa, se había encendido un cigarrillo y fumaba en la sala. No había muchos clientes y nadie se hubiera quejado, pero al estar prohibido por ley, sabe, ¡debo intervenir!

―¿Estaba sola?

―Sí, sola.

―¿Y habitualmente viene sola o acompañada?

―Depende. A veces sí, viene sola, pero a menudo en compañía de una amiga morena, una hermosa mujer de acento extranjero. Parece que las dos son pareja, aquí en la zona se dice que son lesbianas.

Para pronunciar estas últimas palabras se acercó a nosotros, bajando el tono de la voz.

―Homosexuales ―le corregí.

―Sí, claro. Hoy, en las grandes ciudades, no se les hace ni caso pero en nuestra zona no estamos tan habituados a ciertos comportamientos.

―Bien, mi querido Luigi, ¡ya basta! Diría que yo y el inspector Giampieri agradeceríamos poder comer algo. ¿Qué nos propone?

―Bueno, como decía antes, no hay mucho donde escoger por ahora. Os puedo aconsejar un buen plato de trofie liguri al pesto alla genovese con fagiolini e patate6, un plato único que realmente os dejará satisfechos.

―¡Traenos dos raciones abundantes!

Ya era casi de noche cuando llegamos a Imperia y aparcamos delante de la comisaría de policía.

―Aquí estamos ―dijo Mauro ―Has llegado a tu nuevo lugar de trabajo. Aquí estamos en una zona descentralizada de la ciudad mientras que la jefatura está en el centro, en Piazza del Duomo. Creo que mañana por la mañana, antes de comenzar cualquier actividad, deberemos pasar por allí. El comisario jefe es uno de esos a los que le gustan mucho los formalismos y te deberás presentar ante él.

Mauro me guió por un laberinto de pasillos y oficinas hasta llegar a la que sería mi oficina.

―Vale, pero antes de ir a la Jefatura, agradecería conocer al personal que está en servicio. ¿Crees que será posible conocer a los hombres a primera hora de la mañana?

―Haré lo posible para que todos estén aquí, salvo excepciones justificables, a las ocho. Por ahora, creo que deberías reposar. Allí al fondo hay una habitación con una cama y el baño está en el pasillo. Encontrarás todo tu equipaje y, si necesitas algo, debes saber que pasaré la noche en la sala de guardia.

―Bueno, hasta que no encuentre un alojamiento mejor, me adaptaré, luego ya veremos. Ahora estoy demasiado cansada para buscar otro alojamiento. Y además, de todos modos, estoy habituada a vivir en el lugar en que trabajo.

Di una ojeada a mi escritorio, donde ya destacaba una gran caja, que contenía todas las carpetas de las investigaciones sobre personas desaparecidas en Triora. Realmente no tenía ganas de ponerme manos a la obra de momento, también porque temía que cualquier cosa encontrada allí dentro podría modificar las ideas que me había hecho en el transcurso de la jornada. ¡Mejor razonar en el momento adecuado y no dejarse influenciar por el trabajo de otros! En cualquier caso, mi ojo se posó en una copia de una revista mensual. La cogí, la hojeé y me paré en el artículo que hablaba de los misterios de Triora, salido con ocasión de la desaparición de los tres periodistas que formaban parte de la redacción de la revista: Stefano Carrega, Giovanna Borelli y Dario Vuoli. En un recuadro estaba reproducido un extracto de los apuntes del cuaderno de Vuoli, encontrado en el interior de la tienda abandonada por los tres.

¿Qué sentido tiene buscar brujas? Sobre todo, ¿quiénes son y cómo se reconocen hoy las brujas? Ya no hay una Inquisición que las señale. Quizás todavía existen, quizás sólo tienen un aspecto distinto. En el año 1587 era más fácil reconocerlas: “Las veréis poner imágenes de cera y sustancias aromáticas bajo el retablo del altar. Reciben la Comunión del Señor no encima sino debajo de la lengua, porque así pueden, fácilmente, sacarse de la boca el cuerpo de Cristo para servirse de él en sus prácticas odiosas. Además de esto, lo que distingue a una bruja de una pecadora, o de una mujerzuela, es la capacidad de volar por la noche”…

Ya, a lo mejor a finales del siglo XVI todavía la gente común no sabía reconocer los trucos y las ilusiones de estas charlatanas y las tomaba por magia o brujería. ¡Pero en el siglo XXI, por Dios! ¡Estos tres periodistas habían ido a buscar las brujas en su pueblo, y quizás las habían encontrado! ¿Y se habían dejado raptar por ellas? ¡Venga ya! Esto es todo un montaje, pero ¿con qué fin? ¿Esconder un delito, querer hacer desaparecer el propio rastro o por cuál otro motivo? ¿Y qué tiene que ver la secta, cómo demonios se llamaba? Nomolas ed sovreis. ¿Qué podía significar?

Con la mente llena de estos interrogantes, me fui a lavar y me retiré a la habitación indicada por Mauro. Las jornadas eran largas y aunque eran casi las nueve de la noche, afuera todavía había luz. Me extendí en el lecho sin ni siquiera bajar las colchas. Me estaba quedando sopa cuando sentí llamar a la puerta. Era Mauro que traía un vaso de papel con una bebida humeante.

―No es de los mejores, es té de la máquina distribuidora automática, pero he pensado que podía ser agradable antes de dormirte. ¿Te apetecería comer algo?

―No, gracias, todavía debo digerir los trofie.

―Bueno, de todos modos tengo una información que darte. Tu perro, Furia, estará aquí, como muy tarde, antes de mañana por la tarde. He hecho limpiar el cubículo del patio, donde tu predecesor tenía su pastor alemán. Pienso que, por el momento, pueda ser un buen sitio.

―¡Gracias por todo, Mauro! Pero ahora déjame reposar. Estoy muy cansada y mañana deberemos enfrentarnos a otro día realmente intenso. Buenas noches.

Busqué en la maleta un ligero camisón, me desvestí y me metí en la cama. Me dormí y soñé con brujas que volaban encaramadas en sus escobas, que se reunían para invocar a Satanás, que participaban en Aquelarres bajo grandes nogales. Y luego, inquisidores que las capturaban, las torturaban, las procesaban y las hacían quemar en la hoguera. Pero el fuego no conseguía consumir sus cuerpos y reían y bromeaban, a pesar de los vestidos y los cabellos en llamas. Y, al final, las brujas se alejaban del lugar del suplicio, lanzándose entre ellas niños en pañales.





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Unas desapariciones imprevistas inquietan a los habitantes de Triora, un pueblo del interior de Liguria. Caterina Ruggeri, comisaria de policía, deberá esclarecer los misteriosos delitos remontándose a 400 años atrás: el asesinato de una bruja parece esconder las causas de una esotérica venganza.

Después de haber desarrollado durante unos años la función de Responsable de la Unidad Canina de la Polizia di Stato, Caterina Ruggeri, licenciada en Jurisprudencia, es nombrada comisaria y asignada al Distrito de Policía de Imperia. La nueva comisaria se encontrará involucrada, nada más llegar a su nuevo puesto de trabajo, en una escabrosa investigación, en el curso de la cual deberá ajustar las cuentas a personajes ligados a una secta esotérica, en un pueblo que es un lugar de brujas por excelencia: Triora. A partir del descubrimiento del cadáver carbonizado de una mujer, al término de la operación de la extinción de un incendio en el bosque, la Comisaria Ruggeri, ayudada por su inspector jefe Giampieri, un ex militar experto en tecnología informática y conductor de autos deportivos, deberá extender su investigación a hechos ocurridos en esos lugares incluso en periodos lejanos en el tiempo. Un importante protagonista de la aventura es también el perro de la Comisaria Ruggeri, Furia, su fiel Springer Spaniel, incomparable rastreador, que en más de una ocasión le prestará una valiosa ayuda.

Translator: María Acosta

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