Книга - La Segunda Guerra Mundial

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La Segunda Guerra Mundial
History Nerds

Aleksa Vučković


Una historia concisa de la Segunda Guerra Mundial.

La Segunda Guerra Mundial empezó el 1 de septiembre de 1939 y, desde sus primeros disparos, dictó el tempo de esta nueva y modernizada manera de hacer la guerra. Fue una guerra como ninguna otra. Fue la guerra moderna. Superó a la Gran Guerra de los primeros años del siglo XX y eclipsó su escala y complejidad. En este libro nos ocuparemos de los momentos esenciales de la Segunda Guerra Mundial: aquellos acontecimientos que definieron la historia moderna y cuya magnitud dictó el destino del planeta entero.







History Nerds,

Aleksa Vučković (https://www.traduzionelibri.it/profilo_pubblico.asp?GUID=d715bc7bd9386677ce730743f895e055&caller=traduzioni)



La Segunda Guerra Mundial



Traducido por Mariano Bas (https://www.traduzionelibri.it/profilo_pubblico.asp?GUID=e659069c75b5494cf300756d18c83dc9&caller=traduzioni)



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Publicado porTektime (https://www.tektime.it)




Prólogo: Aprender más sobre la Segunda Guerra Mundial


Es triste (aunque algo que tenemos que aceptar) que el siglo XX se viera caracterizado por un conflicto global devastador y persistente. En un mundo de posturas socioeconómicas cambiantes que aún se estaba recuperando de los efectos devastadores de la Gran Guerra, las cosas estaban lejos de ser perfectas. Incluso antes de que se restañaran las heridas, Europa cayó en otro nuevo desastre aún más atroz: la Segunda Guerra Mundial.

Al intentar abordar este conflicto global más de 70 años después de su finalización, tenemos que darnos cuenta de que sigue siendo una herida abierta para muchos en todo el mundo. Una herida que sencillamente no sanará y cuyo dolor resulta profundo. Los efectos de la Segunda Guerra Mundial fueron muchos y muy importantes y han moldeado en muchos sentidos las vidas que llevamos hoy. Es por esto por lo que debemos adoptar una postura neutral y crítica mientras entramos en detalles acerca de esta oscura página de la historia del mundo. La postura de un testigo, una en la que no haya filiaciones políticas ni religiosas, solo una comprensión completa del dolor, el sufrimiento y la insensatez de una guerra global.

En este libro nos ocuparemos de los momentos esenciales de la Segunda Guerra Mundial: aquellos acontecimientos que definieron la historia moderna y cuya magnitud dictó el destino del planeta entero. Solo dos décadas después del final de la Gran Guerra, cuya escala y devastación no se habían visto antes en el mundo, Europa estaba de nuevo al borde del conflicto. El estado en el que había quedado nuestro continente después de Armisticio de 1918 seguía plagado de problemas no resueltos y preguntas sin respuesta y las grandes potencias mundiales volvían competir en busca de riqueza e influencia. Con los nuevos movimientos políticos, las viejas heridas que seguían muy abiertas y el aún incesante hambre de poder, la guerra era una amenaza constante. Fue un lento ritmo de crecimiento de las intrigas y la política, que aumentó constantemente a través de la década de 1930 y se convirtió en un atronador crescendo bélico.

La Segunda Guerra Mundial empezó el 1 de septiembre de 1939 y, desde sus primeros disparos, dictó el tempo de esta nueva y modernizada manera de hacer la guerra. Fue una guerra como ninguna otra. Fue la guerra moderna. Superó a la Gran Guerra de los primeros años del siglo XX y eclipsó su escala y complejidad. Tomando las revolucionarias nuevas tecnologías desarrolladas en aquella «guerra para acabar con todas las guerras», la segunda guerra global las transformó en algo completamente diferente. Algo devastador e infernal. La devastación reinaba desenfrenadamente y la muerte triunfaba a cada paso. Esta es la triste historia que todavía resuena en las mentes y los corazones de muchos. La triste historia que avergonzó a Europa y le hizo sacrificar a muchos de sus hijos. Esta es la historia de la Segunda Guerra Mundial.








Un mundo tumultuoso: Orígenes y causas de la Segunda Guerra Mundial


La Primera Guerra Mundial causó estragos en la entonces tradicional Europa y sus naciones en conflicto. El paso de una época a otra fue un enorme cambio, lamentablemente muy violento. Al experimentar el auge de la industria y las nuevas tecnologías que esta trajo, el mundo no pudo mantener el ritmo necesario para acabar con el profundo abismo que separaba lo viejo de lo nuevo. Las tácticas militares quedaron anticuadas, la guerra se actualizó y la fricción entre ambas cosas tuvo un efecto devastador sobre el soldado común. Y, tras la Gran Guerra, Europa emergió completamente transformada. Habían desaparecido, para bien, lo venerables imperios antiguos. Se formaron nuevas naciones a partir de sus ruinas y se conformó una imagen económica, social y política completamente nueva. Para que estos nuevos cambios se consolidaran y ganaran coherencia se necesitaba sobre todo tiempo. Pero Europa no tenía tiempo que perder.

Cuando acabó la Gran Guerra en 1918, el armisticio alcanzado resultó ser un grave castigo para la derrotada Alemania y sus aliados. Extremadamente limitador en todos sus aspectos, mantenía a Alemania controlada, también en todos sus aspectos. Su industria militar estaba casi arrasada, permitiendo solo capacidades y mano de obra mínimas. Como nación, su poder bélico se redujo a la nada. No hace falta decir que la carga económica para Alemania (y asimismo para la mayoría de las demás naciones de Europa) fue catastrófica. Sus recursos se habían agotado en alimentar la maquinaria bélica y el camino que les aguardaba era el de la crisis y la pobreza. Y sobre las cenizas del Imperio Alemán surgió una nueva nación, la República de Weimar. En esta nación surgió un gran descontento en los años de posguerra, mientras se esforzaba por pagar las indemnizaciones a los vencedores de la Gran Guerra. El nacionalismo seguía creciendo en toda Europa, igual que antes de la Gran Guerra. Cabría pensar que un conflicto tan devastador como fue la Primera Guerra Mundial traería sensatez a los pueblos europeos y atemperaría sus radicales posturas patrióticas. Pero lamentablemente la deuda no se había pagado aún y solo sirvió para profundizar en los odios preexistentes que albergaban los vecinos e hizo que las nuevas generaciones fueran conscientes de las penalidades de sus padres.

Para empeorar las cosas, el mundo entero se enfrentaba a una crisis completamente nueva. Como si se despertara de un mal sueño, el mundo trató de restañar sus heridas mediante el libertinaje y la extravagancia. Los Felices Veinte se caracterizaron por nuevas e interesantes tendencias en moda y cultura, por el crecimiento económico y por el auge artístico. Tal vez tratando de olvidar la sangre, el barro, el dolor y la muerte inolvidables de la Gran Guerra, la sociedad occidental se lanzó de cabeza hacia un ciego torbellino de lujo y hedonismo, como si tratara de adormecer sus sentidos. Conocida como la Era del Jazz, floreció en Estados Unidos, desde donde estas tendencias se extendieron pronto por toda Europa y el mundo. Pero los hipnotizados por las luces cegadoras de la vida nocturna y las deslumbrantes orquestas pronto se enfrentaron a un nuevo despertar. Pues cuando intentas volar alto, cuando la dopamina deja de funcionar, caes abruptamente al suelo. El gran desplome de la bolsa en Estados Unidos, el llamado crack de Wall Street de 1929, dio paso en Occidente a una extendida crisis económica que hizo que desaparecieran rápidamente las sonrisas de los Felices Veinte. La década de 1930 estaba llegando y era completamente distinta.

La Gran Depresión, que normalmente se considera que empezó en 1929 y persistió hasta finales de la década de 1930, fue una década absolutamente opuesta a la que la precedió. Extendiéndose desde Estados Unidos hasta todos los rincones del planeta, esta grave depresión económica llevó al mundo a su paralización. Un rápido e intenso declive en la economía global como ese no se había visto antes en el mundo. El PIB (Producto Interior Bruto) mundial cayó un 15% o más y el comercio internacional disminuyó en torno al 50%. El desempleo aumentó en todo el planeta y en muchos países europeos llegó a ser del 33%. En Alemania, la situación empeoraba constantemente. Las penalidades económicas y la depresión aumentaban la presión tanto sobre la sociedad como sobre el gobierno y la nación estaba dividida entre las fuerzas políticas de izquierda y derecha. Pero ya en 1919 la derecha alemana había iniciado su lento ascenso al poder, encabezado por un nuevo personaje en su política: Adolf Hitler. Su decidido ascenso empezó cuando se unió al partido político conocido como Deutsche Arbeiterpartei, DAP (Partido Obrero Alemán). Al año siguiente, 1920, ese nombre cambió a Nationalsozialistische Deutsche Arbeitpartei, NSDAP (Partido Nacional Socialista Obrero Alemán). Era la derecha de la fragmentada imagen de Alemania: un movimiento totalitario de extrema derecha, opuesto al marxismo y muy dolido por las injusticias del armisticio posterior a la Gran Guerra. Hitler se convirtió rápidamente en protagonista, ganando seguidores con sus discursos e ideas encendidos y radicales que atraían al ciudadano alemán común, trabajador y empobrecido.

En 1923, Adolf Hitler organizó el llamado Putsch de la Cervecería, un intento de golpe de Estado del ya líder del NSDAP. Entre el 8 y el 9 de noviembre de 1923, trató de hacerse con el poder con unos dos mil seguidores nacionalsocialistas. Así se formó la expresión más temprana de la posterior imagen nazi: los reconocibles uniformes, los stalhelms, y los brazaletes rojos y blancos con la esvástica. El golpe fue un fracaso y Hitler fue detenido y acusado de traición. Su posterior juicio de veinticuatro días tuvo una enorme cobertura en los medios que llegó al mundo entero y se convirtió en el punto central de la atención del público alemán. Sus opiniones y políticas, que divulgó durante su juicio, le hicieron ganar muchos nuevos seguidores en todo el país e incluso fuera de sus fronteras. Sentenciado a cinco años de prisión, fue liberado solo nueve meses de empezar a cumplir la pena, después de lo cual continuó su ascenso al poder, aunque por medios legales, y convirtió a su partido en la fuerza principal de la política alemana.

En otros lugares de Europa también estaban en auge regímenes totalitarios de extrema derecha. En Italia, Benito Mussolini incluso se adelantó a Hitler en su ascenso al poder. También molestos por los efectos de la Gran Guerra, los italianos sentían un gran resentimiento hacia británicos y franceses, al no mantener estos sus promesas. Mussolini encabezaba el movimiento fascista, una ideología que ayudó a desarrollar. Se basaba en un punto de vista revolucionario y en esencia era una forma irredenta y revanchista de nacionalismo, que aspiraba a la recuperación y expansión de los territorios italianos. Los fascistas de Italia propagaban la idea de la Nueva Roma, una continuación del antiguo Imperio Romano, así como la expansión y el control del Mediterráneo. Configurándose como una doctrina totalitaria, el fascismo se oponía a cualquier forma de liberalismo, calificando a este como el «fracaso del individualismo». En su lugar, proponían unidad, una especie de mentalidad compartida que beneficiaría al pueblo italiano en su conjunto. En el aspecto económico, el fascismo buscaba promover las corporaciones: un sistema en el que los empleados se agrupan en torno a sindicatos y se asocian con sus empleadores para representar a los productores nacionalizados, trabajando junto al estado italiano para una política económica nacional que beneficiaría a todos. Mussolini se hizo con el poder en Italia entre 1922 y 1925, convirtiéndose en el primer ministro más joven hasta ese momento y trató de hacer de nuevo a Italia una potencia mundial. Después de establecer su autoridad en los años siguientes, empezó a extender la influencia de Italia y crear las premisas para la guerra.

Entretanto, el ascenso de Adolf Hitler parecía imparable y se convertía en una enorme preocupación para las demás grandes potencias de Europa, sobre todo las que fueron miembros de las Potencias Aliadas en la Gran Guerra. De hecho, se hizo tan influyente en su país que en 1933 Hitler ganó las elecciones, convirtiéndose en canciller de Alemania. Así los nacionalsocialistas se convirtieron en la fuerza política principal e inmediatamente empezaron a trabajar para recuperar la devastada economía alemana. Hitler introdujo multitud de nuevas políticas, muchas de las cuales dejaban la renovación del Estado en manos de los ciudadanos. Las industrias estatales se privatizaron, se fijaron aranceles a las importaciones y se promovió la autosuficiencia económica nacional. Los nacionalsocialistas también se asociaron con todas las grandes empresas alemanas del momento, que poco después de su llegada al poder se centraron en un complejo programa de rearme. Algunas de estas empresas industriales jugarían después un importante papel en la evolución de la Segunda Guerra Mundial: Krupp, Bosch, Daimler-Benz, Henschel, Junkers, Siemens, Volkswagen, Alkett, Hanomag y muchas otras. Además, se introdujeron numerosas políticas sociales que beneficiaban a las clases medias y bajas y daban al ciudadano común la posibilidad de implicarse en lo que se anunciaba como un futuro mejor. Esto también se estimulaba mediante el darwinismo social, popularizado por el NSDAP.

No mucho después de llegar al poder, Hitler empezó un rearme rápido y a gran escala de Alemania. Su gasto militar ascendió a más del 10% del producto interior bruto, lo que era una cantidad enorme. Se empezó a trabajar clandestinamente en nuevas tecnologías militares, prototipos de armamento y mecanización. Siguiendo de cerca las novedades en otras naciones, Alemania no se quedó atrás. Las empresas antes mencionadas se mantuvieron ocupadas desarrollando diseños avanzados de aviones y tanques, algunos de los cuales sobrepasarían con mucho a todos los disponibles en Europa en ese momento.

Con el tiempo, Hitler empezó a mencionar su plan de un Lebensraum, un nuevo «espacio vital» expandido para el pueblo alemán, que consideraba que era suyo por derecho y tenía que conquistarse. Posteriormente, violó abiertamente el Tratado de Versalles (esa reliquia de la Gran Guerra) reocupando la zona desmilitarizada de Renania en marzo de 1936, a lo que siguió el Anschluss de Austria, es decir, su anexión. Este era el primer objetivo de Hitler de recrear las fronteras nacionales de Alemania en 1914 y la vía a la «Gran Alemania». Para todas las potencias de Europa, la acción de Hitler anunciaba una cosa y solo una: la guerra.

Incluso en Asia la situación era inquietante y las fronteras confusas. China se convirtió en el epicentro de los conflictos en esta parte del mundo, donde la Gran Guerra tampoco solucionó nada. También estaba fragmentada en dos grandes partidos: el Kuomintang, Partido Nacionalista Chino, y el Partido Comunista Chino. Su enfrentamiento llevó a la Guerra Civil China, que duró de forma intermitente más de 20 años. E igual que en los años pasados, los nacionalistas chinos pidieron ayuda a Alemania, mientras que el partido comunista estaba ayudado por la Unión Soviética. Estas nuevas alianzas daban una clara imagen de los actores del próximo gran conflicto.

También Japón se implicó en el conflicto chino. Con la intención desde hacía tiempo de dominar Asia, el Imperio Japonés estuvo en un constante auge militarista en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. También desarrolló una potente industria militar, buscando nuevos avances en tecnología bélica. Después de simular un incidente, los japoneses iniciaron su invasión de Manchuria (una región de China) en septiembre de 1931. Después de varios meses de lucha, los japoneses consiguieron crear un estado títere, Manchukuo. Todos estos acontecimientos contribuyeron a preparar el escenario para algo espantoso y de largo alcance.

En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, varios acontecimientos cruciales indicaban la creciente inquietud de Europa. Incluso antes de la anexión de Austria por Hitler, Italia agitó las aguas de la paz con su invasión de Etiopía. Tratando de expandir el «imperio» italiano, es decir, de expandir sus territorios en África, Benito Mussolini manifestaba sus políticas expansionistas mirando a Etiopía. Años antes, Mussolini había implicado a Italia en un eterno y violento conflicto en Libia, tratando de «pacificarla». La llamada Pacificación de Libia fue una guerra agotadora que duró de 1923 a 1932, llevada a cabo contra los rebeldes indígenas. Al final Italia tuvo éxito y consolidó su gobierno allí. Pero ahora, en 1935, Etiopía era el siguiente objetivo. Conocido como la Segunda Guerra Italo-Abisinia, el conflicto duró hasta 1937. Los italianos iniciaron la guerra por sorpresa, sin declaración previa, en octubre de 1935, lanzando ataques contra su colonia africana de Eritrea. Aunque Etiopía era una nación con una larga tradición, seguía muy subdesarrollada en todos los sentidos, especialmente en el militar. Esto hizo que la guerra se caracterizara sobre todo por las repetidas derrotas de los etíopes y la supremacía italiana en todos los aspectos. Después del fin de la guerra, que acabó con la ocupación italiana de Etiopía, el rey de Italia, Víctor Manuel III, fue proclamado emperador y se organizaron las provincias ocupadas de Etiopía, Eritrea y Somalilandia en la recién creada África Oriental Italiana.

En Asia, la invasión japonesa de Manchuria amenazaba con extenderse más, implicando a nuevos oponentes. Y uno de ellos era la Unión Soviética. Desde 1932 a 1939, los japoneses y los soviéticos tuvieron algunos conflictos esporádicos a lo largo de sus fronteras, conocidos en su conjunto como las Guerras Fronterizas Soviético-Japonesas. En cierto modo, eran una respuesta de la Unión Soviética a la agresiva política expansionista de Japón, ya que la línea fronteriza entre estas dos naciones se convirtió en el foco de continuas disputas. El conflicto fue creciendo gradualmente en magnitud y se centró en los estados satélites de soviéticos y japoneses: Mongolia y Manchukuo. Culminó en 1939 con la Batalla de Jaljin Gol. Una de las mayores batallas en Asia Oriental hasta ese momento, Jaljin Gol se caracterizó por maniobras de gran envergadura, cargas masivas de infantería y grandes batallas de tanques. Fue un enorme campo de pruebas para la futura guerra armada: tanto los tanques ligeros soviéticos como los japoneses jugaron un papel esencial en la batalla y abrieron el camino a nuevas estrategias. La batalla duró de mayo a septiembre de 1939 y acabó con la victoria soviética, en buena medida por su superioridad en efectivos humanos. Después de la derrota del Sexto Ejército japonés, los dos enemigos firmaron un alto el fuego y el pacto de neutralidad soviético-japonés.




La Guerra Civil Española y el auge del fascismo


Otro precursor decisivo de la Segunda Guerra Mundial fue sin duda la Guerra Civil Española. Este devastador conflicto desgarró España de 1936 a 1939 y fue una visión crítica de los bandos opuestos de la guerra posterior. Enfrentó a dos bandos, los republicanos y los nacionales, cada uno apoyado por las grandes potencias europeas. Los primeros eran izquierdistas leales a la liberal Segunda República Española y su gobierno del Frente Popular. Se aliaron con comunistas y anarquistas y obtuvieron un apoyo relevante de la comunista Unión Soviética. En el otro bando, los nacionales estaban liderados por el general Franco en un levantamiento para acabar con la Segunda República Española. Incluían monárquicos, tradicionalistas y los llamado falangistas. Estaban apoyados por la Alemania nacionalsocialista y la Italia fascista.

La Guerra Civil Española no puede caracterizarse por un solo aspecto: fue un conflicto complejo y, aunque centrado en España y sus asuntos internos, provocó la interferencia tanto de la Alemania nazi como de la Unión Soviética. Muchos historiadores la calificaron como un «ensayo general para la Segunda Guerra Mundial», ya que fue el reflejo perfecto del conflicto al que se encaminaba Europa a toda velocidad. Esta guerra civil tuvo muchos aspectos distintos: fue tanto una lucha de clases como una guerra de religión; una gran división entre la democracia republicana y la dictadura; al tiempo una revuelta y una contrarrevuelta y en definitiva una guerra entre el comunismo y el fascismo.

La Guerra Civil Española empezó en 1936 después de que varios generales de las Fuerzas Armadas Republicanas se levantaran contra la República, encabezados por los generales Emilio Mola y José Sanjurjo y Sacanell. Fue un golpe militar y la gran culminación de las tensiones entre fascistas y comunistas que dominaban ese país. Aunque duró solo dos años, fue un enfrentamiento devastador que afectó a varias ideologías y partidos en conflicto. E igual que en Jaljin Gol en Asia, esta Guerra Civil fue asimismo un campo de pruebas para todo tipo de nuevas tecnologías militares. Pero lo más importante fue que supuso un punto de apoyo para el general Francisco Franco, cuya facción nacional acabaría victoriosa en esta guerra brutal y le colocaría a la cabeza del nuevo Estado Español, en el que gobernaría como dictador hasta 1975.

El aumento de la tensión estaba llegando a un volumen atronador en el corazón de Europa. Los movimientos cada vez más atrevidos de Hitler mantenían a todos en vilo, al ir apareciendo en el horizonte la amenaza de una guerra. El expansionismo e irredentismo alemanes se fueron haciendo cada vez más agresivos y descontrolados para las grandes potencias aliadas. La anexión de Austria por Hitler en 1938 no causó tanta agitación como él esperaba, lo que no hizo sino animar sus voraces políticas en busca de más territorio y su pangermanismo. Reclamó territorios supuestamente poblados por alemanes tradicionalmente, lo que no era en absoluto cierto. La mayoría de los territorios que reclamaba estaban habitados por poblaciones eslavas desde hacía siglos. Una de esas regiones eran los Sudetes, en ese momento en poder de Checoslovaquia. Hitler empezó a presionar cada vez más y a avanzar poco a poco en su ocupación. Esta presión hizo que las potencias aliadas sucumbieran a las reclamaciones de Hitler y los Sudetes le fueron concedidos en 1938 a través de los llamados Acuerdos de Múnich. Checoslovaquia, una nueva nación en apuros, se mantuvo muda mientras era desgarrada pieza a pieza por las potencias más poderosas. E incluso aunque el acuerdo reclamaba que Hitler no realizara más reclamaciones territoriales, pronto obligó a Checoslovaquia a ceder más territorios en su este a su aliada Hungría, mientras Polonia empezaba a reclamar una región del nordeste.

Aun así, Hitler quería más. Los Acuerdos de Múnich eran en realidad una manera práctica de impedirle ocupar completamente Checoslovaquia, algo que causó un gran enfado en Alemania. Así que Hitler continuó con su expansión agresiva y en 1939 inició su expansión naval, en buena parte clandestina, mediante la cual planeaba acabar con la supremacía naval británica, igual que en los años anteriores a la Gran Guerra. Luego, incumpliendo los acuerdos firmados, invadió el resto de Checoslovaquia en 1939. Durante este proceso, creó el estado títere proalemán de la República Eslovaca y proclamó a la región que ocupaba como el Protectorado de Bohemia y Moravia. Era imposible detener su ritmo de expansionismo y Europa estaba de nuevo cambiando rápidamente de forma y, como en décadas pasadas, se anunciaba el desastre.

En el sur, Mussolini tampoco perdía el tiempo. Proyectaba su sombra más allá de las fronteras de Italia y en abril de 1939 invadió el reino de Albania, al sur de los Balcanes. Para los italianos, fue una breve y exitosa campaña militar de solo unos cinco días, que produjo bajas mínimas en ambos bandos. El rey de Albania, Zog I, se vio obligado a exiliarse en Grecia y así Albania se incorporó al Imperio Italiano en rápida expansión. Las causas subyacentes de esta invasión eran puramente estratégicas: Italia llevaba mucho tiempo haciendo reclamaciones sobre esta parte de Europa, ya que la posición naval de los puertos de Albania le daría a Italia el control perfecto de la entrada al mar Adriático, expandiendo su influencia en el Mediterráneo. Y mientras Reino Unido y Francia ofrecían una garantía de apoyo a las naciones de Europa Oriental en apuros, como Polonia, Rumanía y Grecia, Italia y Alemania creaban una alianza formal, conocida como el Pacto de Acero.

La situación se intensificó pronto cuando Hitler continuó con sus desvergonzadas políticas, acusando a británicos y polacos de tratar de rodear a Alemania, algo insinuado por su acuerdo recientemente confirmado. Renunció de inmediato al existente Pacto de No Agresión Germano-Polaco y cada vez resultaba más evidente que su próximo objetivo era Polonia. A finales de agosto de 1939, las tropas alemanas empezaron a agruparse en las fronteras con Polonia, mientras la tensión llegaba a su máximo histórico. Hitler aprovechó una oportunidad para aumentar la esfera de influencia alemana en Europa y firmó un pacto de no agresión con la Unión Soviética. Firmado el 23 de agosto de 1939, se lo conoció como el Pacto Molotov-Ribbentrop y fue de hecho un protocolo secreto que dividía las regiones orientales de Europa entre estos dos gigantes. Hitler eligió para su esfera de influencia las regiones que fueron previamente el objetivo de su Lebensraum, su «espacio vital». Eran Polonia occidental y Lituania. Por el otro bando, la esfera de influencia de Stalin incluía Polonia oriental, Letonia, Estonia, Finlandia y la región de Besarabia. En cierto modo, este pacto fue un movimiento astuto de Hitler y le garantizaba que Alemania no tendría que sufrir una guerra en dos frentes, al menos en sus etapas iniciales.





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