Книга - La Bola

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La Bola
Erik Pethersen






título original: la palla

primera edición: 23/12/2020

© Editrice Hencos

https://editrice.hencos.it



Título de la obra: la bola



Versión-es: 1.0 del 04/08/2021

traducido por Vanesa Gómez Paniza

publicado por: © Tektime

https://www.traduzionelibri.it/








diseño de portada: Erik Pethersen



Esta obra está protegida por la ley de derechos de autor.

Queda prohibida cualquier duplicación no autorizada, incluso parcial.




EL LIBRO


Después de “la pirámide“, “el cono“ y “la esfera“, confío a la editorial Hencos mi nueva novela, fruto de noches de insomnio, días tórridos y pensamientos inquietos: un diamante en bruto, quizá para ser sorbido en pequeñas dosis a la vez.

Erik Pethersen




EL AUTOR Y EL LIBRO


Nacido y criado en los territorios lombardos, ha autopublicado, según fuentes no confirmadas ni verificables, algunas novelas cortas que se habrían distribuido, según el propio autor, a través de hojas manuscritas en letra de molde y reproducidas, a través de soportes no identificados, en una veintena de ejemplares cada una, todos los cuales resultaron estar desaparecidos.

Tras cierta perplejidad, se publica la que, oficialmente, resulta ser la primera novela del autor: un viaje introspectivo, a veces claustrofóbico, por paisajes desolados y sombríos, interrumpido, por momentos rápidos e improvisados, por asombrosos destellos de luz.

editorial Hencos




LA BOLA


ERIK PETHERSEN




ÍNDICE


1 A day in the life

1.1 Intro (#u41f19359-38c7-5fda-82d5-557c1ebc5f72)

1.2 Life (#ulink_bb0a8474-8b28-5404-9e0b-49187e56e9c2)

1.2 Life – One (#u3f698a63-6d3a-5aa4-aac6-d0dcaee99445)

1.2 Life - Two (#ulink_3b6ad356-9b84-5c13-b02d-c2e076998e6d)

1.2 Life - Three (#ulink_5c69b1ce-db28-5746-ba61-0ad7797c7f40)

1.2 Life - Four (#ulink_a3b10c75-3765-5ec8-8b5d-eb08e45c3d42)

1.2 Life - Five (#ulink_a3c72c56-6fad-561b-b65e-4f2e106ac1ea)

1.3 Impulses (#ulink_d4c60fe6-35e9-556d-b67f-48d26fefbac0)

1.3 Impulses - One (#uf6b371a9-ff3a-4f30-9c4e-d3eabee6ed67)

1.3 Impulses - Two (#u192ede28-fd1d-4dba-a056-d656e5606098)

1.3 Impulses - Three (#ua3f3a242-50a6-5aef-bf9c-0234becd6403)

1.3 Impulses - Four (#ulink_32b63b2a-2bb1-5381-8dc5-a27eaa095352)

2 A day in the life (#ulink_4e15f63a-3c35-5adf-bec1-38996fb40ba8)

2.1 Intro (#ulink_76ed44f5-21b8-5263-a052-87ec85ac9452)

2.2 Life (#ulink_5305e994-c0d9-52fa-ac1c-a8b8c4b116c8)

2.2 Life - One (#u4eda3b3a-92f4-5e92-a9a5-ebf7884dc8e3)

2.2 Life - Two (#ulink_aaa7639c-a32a-5df7-a98e-1b35979f6ad5)

2.2 Life - Three (#u2236aec2-c610-56be-8b98-ba8b7f881272)

2.2 Life - Four (#u95c08902-1205-5d6f-b579-0f3a73d5cdb0)

2.2 Life - Five (#u8dc81431-af2f-54de-8674-bca9b990a1fe)

2.3 Use your illusion (#u88628fa3-a898-5002-8cd9-720966fe7b1f)

2.3 Use your illusion - One (#u88628fa3-a898-5002-8cd9-720966fe7b1f)

2.3 Use your illusion - Two (#ub10616b9-5acc-5c42-9611-8f35ee20cb2b)

2.3 Use your illusion - Three (#u4f309edb-5594-502a-8535-12bc7b33871a)

2.3 Use your illusion - Four (#ue17f0222-2334-5cf0-91e8-90bdd4db8d75)

3 Breaking into pieces

3.1 Naked and afraid (#ulink_ef04522f-89a0-55aa-b2c0-be1137cf738c)

3.1 Naked and afraid - One (#u2622534a-25f8-5741-bd50-2c8e5fb982d8)

3.2 Jeg faller (#ulink_f2eb2786-6ad5-5695-8b50-d0148ea9fd1a)

3.2 Jeg faller - One (#u4a001351-09f9-521e-9d00-d74a4167ec7b)

3.3 A fine day to exit (#uc6d352e6-6beb-5624-8986-059abeb66283)

3.3 A fine day to exit - One (#uc6d352e6-6beb-5624-8986-059abeb66283)

3.3 A fine day to exit - Two (#u9741c5de-80a6-507c-b873-d56f346e35a0)

3.4 In hiding (#u35afbbc3-0902-5429-900e-78cec0fbabdb)

3.4 In hiding - One (#u35afbbc3-0902-5429-900e-78cec0fbabdb)

3.4 In hiding - Two (#u6dfc8675-60ce-5f23-9915-bef26ce1ecd3)

3.4 In hiding - Three (#ubfe2fe42-3b76-5bac-85ca-ebd116a16f79)

3.4 In hiding - Four (#u9a8f324a-ce2d-5b97-8fd8-6e6bfe544f6e)

3.5 Temporary peace (#u0d25649e-c4ba-5dd1-942c-f99109b2fef9)

3.5 Temporary peace - One (#u0d25649e-c4ba-5dd1-942c-f99109b2fef9)

3.5 Temporary peace - Two (#u8e49cff8-a031-5bf0-8299-5722faa03cda)

3.6 Lost control (#udb2b9923-6472-5f6b-8ab6-448683cdd9ee)

3.6 Lost control - One (#udb2b9923-6472-5f6b-8ab6-448683cdd9ee)

3.6 Lost control - Two (#ud9d18cef-8578-5d8a-8fe4-fe0fa7d04a22)

3.6 Lost control - Three (#u0ed211e0-e2ed-5ac7-8ea9-c68d70701a3c)

4 Broken-down

4.1 Wishlist (#ulink_9f865a67-8594-5520-b57d-9fa8aa95e3b9)

4.1 Wishlist - One (#uf9305a04-7029-55ca-9c7c-4c8c96d5d49c)

4.1 Wishlist - Two (#ulink_61ca5afc-5da1-5e6c-8ff4-1fdf8b3f43c6)

4.1 Wishlist - Three (#u011614fe-eff3-5857-b4e9-9b892001dd5e)

4.2 Svartir sandar (#u6133f04a-29d4-5185-9ec9-cddbcbdc1608)

4.2 Svartir sandar - One (#u6133f04a-29d4-5185-9ec9-cddbcbdc1608)

4.2 Svartir sandar - Two (#ud904995c-dd29-5ead-9f41-8e78725bccce)

4.2 Svartir sandar - Three (#u6da05970-3376-5c3c-9fa1-b2c31ed69f38)

4.3 Comfortably numb (#u696e97a7-2e65-5fc9-866d-81ecc532e226)

4.3 Comfortably numb - One (#u696e97a7-2e65-5fc9-866d-81ecc532e226)

4.3 Comfortably numb - Two (#u6badfe99-cbf6-5495-9684-83408b133387)

4.3 Comfortably numb - Three (#ulink_23955842-2abe-53a8-a12c-8f9ef242fc5a)

5 Lights and shadows

5.1 Dumb hotel (#ua32462d3-a975-52df-a026-dfc9d21d9605)

5.1 Dumb hotel - One (#ua32462d3-a975-52df-a026-dfc9d21d9605)

5.1 Dumb hotel - Two (#u5ad37990-6ada-57ed-b3e7-7a7fd7e21570)

5.1 Dumb hotel - Three (#u7f79d834-2616-56b2-bbf4-ffaf0c6d5d64)

5.1 Dumb hotel - Four (#uc6e05977-14ce-5ceb-a985-12edcd0935dd)

5.2 Hurt (#u26722722-e28a-5216-bf53-dbcf15ef018a)

5.2 Hurt - One (#u26722722-e28a-5216-bf53-dbcf15ef018a)

5.2 Hurt - Two (#u2a74cd0f-7008-5566-b6ce-c3136eb21a6c)

5.2 Hurt - Three (#ulink_446f5b51-12fa-5134-97d6-538debd7ccce)

5.2 Hurt - Four (#ued2be3f8-bd16-4fdb-8753-dd7f661720a5)

6 A brand-new life

6.1 A simple mistake (#ulink_0b323bc7-a515-5e01-83e1-7de6b23bcb88)

6.1 A simple mistake - One (#u516fc357-a6f4-5284-a1f3-918cbe892660)

6.1 A simple mistake - Two (#ud1b1b44d-c236-51b5-85dc-3105ebd09bf4)

6.1 A simple mistake - Three (#u294df60b-b65c-5634-a40f-f3b0785162d6)

6.1 A simple mistake - Four (#u6afac841-9d83-5523-8e2d-9def8c85a168)

6.1 A simple mistake - Five (#u8f2141f7-f6d5-570f-92a7-891649f81f4f)

6.2 The call of Ktulu (#ub11c78d6-b7c5-5ecf-acc4-7fd83f41bb0f)

6.2 The call of Ktulu - One (#ub11c78d6-b7c5-5ecf-acc4-7fd83f41bb0f)

6.2 The call of Ktulu - Two (#u58d7da5e-e10b-55e2-a486-79e38089537c)

6.2 The call of Ktulu - Three (#u09eabaff-9c30-57a2-90a9-99262b4e51d0)

6.2 The call of Ktulu - Four (#u079e169f-c7c3-541c-9e19-f2327aed90a8)

6.2 The call of Ktulu - Five (#uc18e78e4-bc08-5907-b29e-ad918c0819ca)

6.3 Fragile dreams (#u405b0952-377b-5b5e-9d26-4fea8502777d)

6.3 Fragile dreams - One (#u405b0952-377b-5b5e-9d26-4fea8502777d)

6.3 Fragile dreams - Two (#u429fce74-ea5d-530d-b85a-c992b9ea43b4)

6.3 Fragile dreams - Three (#ub752eaad-ac72-5a51-99f9-d497bab790bc)

7 Ipsa pila

7.1 Ipsa pila - One (#ulink_72ad570e-8e68-5597-9950-217c9573d88f)

7.2 Ipsa pila - Two (#ud28c2d00-f6a2-5d08-a404-38f021601d9c)

7.3 Ipsa pila - Three (#u907d4df8-e0ca-5d55-b9cb-14182322ad52)

7.4 Ipsa pila - Four (#u09959482-fd47-5247-a444-04efff0d3974)

7.5 Outro (#udf5a2a2d-d67a-54c2-8eb6-6d33519645b8)


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1 A DAY IN THE LIFE




1.1 INTRO


Nunca he visto nada tan azul.

Un par de piernas delgadas y exuberantes se elevan bajo un torso femenino y terminan en dos botines de cuero negro sin tacón.

Una tez pálida y aterciopelada brota del escote en V, que frena una vitalidad juguetona, y de las mangas tres cuartos, que envuelven un par de brazos secos: quizá algún gen fenoscandiano.

Lanzo un incierto «hola.»

Ella responde devolviendo el saludo y abriéndose en una sonrisa tan blanca que amortigua el brillo azul de sus ojos.

Luminiscencia cruza el umbral del ascensor antes que yo y se acomoda a un lado, yo me acomodo en la parte de atrás, como cada mañana.

La intimidad del cuadrado de metro y medio se impregna de repente de un delicado aroma a naranja amarga y cardamomo. Me pierdo en la fragancia mientras le pregunto a qué piso va. «Siete», dice ella. Aprieto el botón y me entretengo entre sus colores de mar y hielo.

Observo cómo la criatura lleva su mano derecha a la altura del hombro: enrosca un mechón de pelo castaño claro alrededor de su dedo índice, de la uña esmaltada en negro. Su otra mano se ha deslizado en el bolsillo de sus vaqueros oscuros.

El rostro es delicado, dulce y simétrico.

Parece brillar todo con melancolía positiva.

La luz del número siete de la botonera brilla; las puertas se abren.

«Adiós.»

«Adiós, que tengas un buen día.»

El ascensor continúa hasta el piso 11.

No, nunca he visto nada tan azul.




1.2 LIFE

1.2 LIFE - ONE


Unos segundos más de subida y llego a mi piso. Abro la puerta principal; el estudio sigue envuelto en la oscuridad de la mañana de febrero. Frente a mí, detrás del mostrador de recepción y del mostrador de atención al público, se filtra una luz tenue y brumosa. Una serie de nueve grandes ventanales de un metro y medio de ancho cada uno: más allá de los cristales y la niebla, en la distancia, el castillo domina la ciudad.

Son las 7:30 de la mañana y aún no ha llegado nadie, excepto el notario, claro. Su Ferrari California ya está en el garaje, como todas las mañanas, aparcado con el morro hacia la salida, equidistante de las dos líneas dibujadas en el hormigón.

Me quito la chaqueta y la cuelgo en el armario al lado del mostrador. Cruzo la habitación, mientras ojeo el castillo a lo lejos desde las ventanas de mi derecha, y voy a recuperar la self-stirringmug en mi despacho. Llego a la pequeña sala frente a mi habitación y, tras esperar unos segundos a la tetera, disuelvo el café colombiano instantáneo en el agua. Enciendo el mug y vuelvo a recorrer el pasillo hasta el final. La puerta del notario está abierta y él, a lo lejos, parece concentrado en leer algo en su monitor de 29 pulgadas.

«Más tarde tenemos que ver bien eso que he mencionado», dice, levantando la vista después de saludarme.

«¿Qué cosa?», pregunto desconcertado.

«Pues eso, lo de los cónyuges: el asunto de la señora, o como se llame, quiero decir...»

«Ah, claro, lo entiendo: la fulana.»

«Eso es, ya sacaremos las conclusiones después», replicó el notario con una sonrisa ligeramente divertida. «Y deja de agitar esa cosa.»

«Por supuesto, perdona», respondo, permaneciendo impasible y pulsando el botón del vaso mezclador que tengo en las manos, para aumentar su velocidad.

«Brando, a ver si me aclaro: ¿la cucharita de oro que te di no te dio realmente ninguna visión? ¿No pensaste quizás que el regalo podría tener, por así decirlo, algún significado oculto?»

«No, no he dilucidado mucho al respecto: ¿debería haberlo hecho? Pensé que era un regalo del cliente gordo del valle.»

Me doy la vuelta, mientras oigo al doctor Alessandro resoplar desconsoladamente detrás de mí, y vuelvo a regañadientes al salón principal a tomar mi café, admirando el castillo y la niebla desde las ventanas.

Tal vez sonría a todo el mundo así, pienso: desde luego no será la primera vez que sonríe, y desde luego no seré la primera persona a la que se dirige con tanta franqueza. En la séptima planta están la financiera y la escuela de idiomas: me inclino por la primera hipótesis.

Oigo la puerta abrirse detrás de mí. Saludo a la señora Domenica, que entra arrastrando una voluminosa bolsa de lona. Rueda hacia su despacho. Hoy es el día de la inmobiliaria, como todos los martes.

Miro el gran reloj de plata situado en la sala de espera junto a la puerta: 7:51. Mis ganas de empezar a trabajar están en un nivel bastante bajo. Vuelvo a escudriñar la ciudad: no puedo ver mucho más que el contorno borroso de algunos edificios. En esta aparente calma, no parece posible asumir que abajo hay miles de personas escondidas en el tráfico matutino, ocupadas en comenzar sus días.

Tengo que archivar varios documentos de la semana pasada. A última hora de la mañana también habrá dos transacciones extraordinarias, para las que todo está preparado desde ayer. Hoy no hay consultoría notarial, afortunadamente, pero después de la comida seguro que todavía hay que depositar la mitad de las escrituras, lo que me llevará bastante tiempo. Y luego todas las escrituras inmobiliarias que se firmarán por la tarde: seguramente la señora Domenica tendrá alguna petición graciosa entre las que, puedo predecir sin demasiada incertidumbre, falta algún certificado energético. Alrededor de las 19:00 horas las escrituras a archivar aún no estarán terminadas y además serán once horas de trabajo continuo, estaré cansado y dispuesto a soñar con el ascensor para escapar del estudio. En el escrutinio mental resurge ahora la fulana, ya expulsada por algún insondable mecanismo cerebral inconsciente, de mi agenda de hoy: determino que se insertará en algún remanente de tiempo antes de la noche, a petición del notario.

Probablemente, alrededor de las 6 de la tarde, empezaré a pensar en el ascensor que baja. El ascensor bajando, parando en el séptimo piso. Tal vez tú también termines de trabajar a las 7:00. Me viene de golpe: un brillo intercalado con un halo de melancolía, pero que no atenúa su luz, sino que la hace aún más viva.

Dejo la ventana y me dirijo a mi lóculo. La luz púrpura que sale del armario confirma que el ordenador está encendido y la pantalla de carga de Windows promete el inminente comienzo del trabajo diario. ID de usuario y contraseña: estoy listo.

El archivo de los documentos de la empresa es una de las tareas que, entre otras muchas, realizo en el bufete. Es una actividad bastante repetitiva, pero en conjunto también reconfortante y relajante, ya que no implica una interacción directa con otras personas, ni la necesidad de un telediálogo verbal.

Abro la lista preparada por Tamara: en la última semana ha habido varias constituciones de empresas, algunos cambios en el estatuto, una fusión y cinco transmisiones de acciones. Hay un total de quince expedientes que presentar a la Cámara de Comercio y este número ilumina débilmente mis anteriores pensamientos negativos, haciéndome considerar incluso la posibilidad, entre una interrupción y otra, de terminar el trabajo al final del día.

Empiezo, como es habitual, por las enajenaciones de acciones que, al ser de escasa complejidad técnica, no requieren más de treinta minutos para cada ocurrencia.

La primera se refiere a una empresa en manos de diferentes sujetos de una misma familia y cuyo fundador, ya septuagenario, quiere retirarse del mundo empresarial. Relleno los campos relativos a la nueva composición del capital social, disminuyo la participación del padre, aumento la de la hija, compruebo los datos personales y doy por concluida la primera tarea.

Compruébalo. Firma. Envíalo. Correcto. Firma. Compruébalo. Presenta. Práctica archivada: dos minutos y tendré el recibo.

Mientras espero, escribo Sbandofin Brescia en la casilla de búsqueda y pulso enter: el nombre hace un guiño y siempre lo he notado en las placas colocadas frente a la portería de la entrada. Quiénes somos, dónde estamos, qué hacemos, préstamos para primera vivienda, préstamos para segunda vivienda, consolidación de deudas, financiación de empresas, créditos al consumo, asesoramiento para resolver problemas de liquidez. Me detengo a mitad de la página: la empresa hace mediación financiera para cualquier necesidad. Miro fijamente la pantalla. Esa chica, o mejor, mujer, podría convencer hasta a un pingüino de la Antártida de la necesidad de comprar un aire acondicionado: quizá sea capaz de proporcionar financiación a personas que buscan dinero para pagar otras deudas. Sin embargo, la empresa, a pesar de su nombre, creo que es un intermediario serio. Tal vez sólo realice el tedioso trabajo de consultar la central de riesgos, buscar la disponibilidad de los mejores diferenciales, rellenar los formularios de solicitud para enviarlos a los bancos. Ante la excesiva fantasía de la primera hipótesis y la sombría tristeza de la segunda, finalmente me inclino por un término medio, que no puedo precisar.

Llegó el recibo: guardo el pdf.

Puedo continuar con la siguiente transferencia de acciones.

⁎⁎⁎⁎⁎⁎⁎

Oigo un fuerte tic-tac por el pasillo y luego veo una melena muy rubia cruzar el umbral de mi despacho.

«Hola Bra, ¿estás bien?», dice Tamara.

Me mira sonriente y luego da unos pasos, con la taza en la mano, para llegar a las ventanas, pasando por delante de mi escritorio.

«Hola Tammi, todo bien, diría yo», respondo. Mira más allá del vaso y da un sorbo a su café, dándome la espalda. Su extraño pelo cae sobre un jersey morado. Sus piernas están envueltas en un par de pantalones de cuero negro ajustados. En los pies lleva un par de zapatos con tacones bastante altos.

«¿Qué crees que ocurre si el mando a distancia de mi coche ya no funciona?»

«¿A qué te refieres Tammi?» pregunto, volviéndome hacia ella. «¿Tal vez la batería está muerta?» intento insinuar.

«Suenas como mi marido: ¡mira que no soy tonta! Ya he intentado cambiarlo, pero sigue sin funcionar.»

«Bueno, entonces será otro problema, supongo.»

«Sí. Muy útil Bra» responde con ironía. Se da la vuelta, apoya la espalda en el cristal y resopla. «Supongo que intentaré ir al concesionario» añade entonces.

«Buena idea» confirmo.

«Bra, ¿crees que estos pantalones llaman demasiado la atención?» pregunta de repente deslizando la palma de la mano izquierda por una pierna.

«No pasan desapercibidos, supongo.» Como el jersey. Como los zapatos. Como el pelo amarillo, con peróxido, casi transparente.

«¿Así que también crees que son demasiado llamativos?»

«¿En qué sentido? ¿Acaso alguien te paró en la calle?» pregunto sarcásticamente.

«No, nadie. Aunque sólo he hecho el recorrido interior desde el garaje» responde con una sonrisa. «Mi marido me ha dicho que cree que son un poco provocativos.»

«¿De verdad? Quizá un poco, pero no tanto. Quiero decir, depende...»

«Así que tú también lo crees, quiero decir» me interrumpe Tamara. «Creo que sois los hombres los que tenéis un problema con esta piel.»

«No tengo ningún problema con el cuero. Esos pantalones son bonitos, te quedan muy bien. Pero el efecto podría ser un poco... Quiero decir, ya sabes, algo lujoso... ya sabes, más de alta gama...»

«Bueno, Bra, es suficiente» me interrumpió. «Me voy a trabajar, gracias por los cumplidos.»

«Pero dije que pienso que son agradables, Tammi.»

«Sí, lo sé.» Llega al umbral, se da la vuelta y añade: «Buen trabajo.»

«Tú también» respondo. Oigo mis zapatos golpear el suelo y me alejo.

Vuelvo a mirar el monitor. Sonrío.

Completo el papeleo: comprobar; presentar; archivar.

Es el turno de los dos simpáticos amigos: amigos entre sí, y amigos del notario. Se parecen a los de Affari a quattroruote. Socios desde el jardín de infancia, creo, tienen un pequeño negocio que consiste en comprar coches usados, arreglarlos y revenderlos; al negocio principal añaden también la actividad tradicional de reparar y tunear coches.

El socio que sabe de mecánica del automóvil, Ermes, siempre había sido propietario del 40% de Anyauto SRL y ahora ha comprado el 10% al otro, Antonio. Ahora por fin tienen el 50% cada uno y, en medio de una multitud de evoluciones corporativas sin sentido, la cosa me parece lógica.

Durante la escritura del miércoles, el señor Ermes había pedido información sobre el antiguo Porsche del notario, tan circunstancial para apoyar mis convicciones sobre la desaparición no definitiva del 911 de 2005. El doctor Alessandro, preguntado por un nuevo escape, había respondido de forma un tanto apresurada, pero suficiente para confirmar la existencia actual del coche por el que el notario alimentaba un amor visceral y que, hace unos dos años, por razones desconocidas, fue sustituido por el actual Ferrari.

Códigos fiscales, acciones, suma de acciones. Envíalo. Correcto. Compruébalo. Presentar. Archivado.

Dos traspasos de acciones más y ya está; son las 10:55 y a las 11:30 está la fusión con el notario. Un paso rápido por la sala de café, un “me cago en la leche“ al follaje de peróxido con tacos negros debajo, colocado en medio del pasillo, y estoy listo para continuar. Dos traslados superfluos que, dado el irrefrenable ímpetu con el que muevo las manos sobre el teclado y deslizo el puntero del ratón por la pantalla, se escapan rápidamente y sin interrupción.

Sólo un poco de tiempo para entender mejor la propuesta del crédito al consumo Sbandofin al que, en caso de necesidad, podría solicitar un préstamo de unos pocos miles de euros. Empiezo a leer la información sobre los tipos fijos a partir del 7%, con una TAE del 8,6%, que se pueden desembolsar sólo para necesidades de liquidez y sin exigir ninguna garantía.

Luz roja del notario: «Tamara dice que han llegado los fondendos: ¿puedes recogerlos en el vestíbulo y llevarlos a la sala de escrituras?»

«Claro, voy a hacer la recogida y vamos.»




1.2 LIFE - TWO


Los dos administradores están presentes en la fusión. Empiezan con un resumen de los proyectos y luego, al cabo de unos minutos, llegan a la lista de activos que se están fusionando: como todo está ya establecido desde hace varios meses, el aburrimiento asalta a los presentes, incluido el notario Alessandro que, meticulosamente atento a la lectura de todas las voluminosas actas, parece ser el único que permanece atento.

Tres mil euros en cinco años a ese tipo de interés significa devolver casi una vez y media el capital al vencimiento. Aunque soy bastante propenso a comportamientos estúpidos, concluyo que esta maniobra sería artificial e inútil: podría haber muchas formas mejores de entrar en contacto con la criatura azul. Sin embargo, unas palabras más que un simple saludo en la próxima posible reunión sería, para mi geometría neuronal, un enfoque demasiado directo. ¿Y si el resplandor fuera, de hecho, un resplandor simple e instantáneo? Sería inútil dedicar energía a un destello azul dispuesto a extinguirse en un minuto de conversación; aunque dudo que esto pueda ocurrir: un azul tan profundo no puede fundirse al sol de un minuto de conocimiento, tal eventualidad contrastaría totalmente con la intensidad de su mirada.

«Los estudios del terreno que hicimos en el momento de la resolución de la fusión; nada ha cambiado desde entonces, ¿verdad, Brando? ¿Puedes pasármelas para que las recapitulemos y las comprobemos?»

«No hay cambio, aquí están», respondo, deslizando los papeles dispuestos ante mí hacia el notario.

Mejor dejarlo en el país de los sueños, deslumbrantes sueños casi reales.

«Presentaremos la escritura la semana que viene y te traeré la notaría actualizada» le digo.

«Gracias, que tengas un buen día.»

«Te acompaño a la salida» replico.

⁎⁎⁎⁎⁎⁎⁎

Encuentro al notario esperándome frente a mi mesa, concentrado jugueteando con una goma que tiene en sus manos.

«Estás muy aburrido hoy Brando: pareces tener las ganas de vivir de un facineroso con ébola» observa con tono irónico, mientras yo le miro un poco perplejo. «Vamos al otro lado del pasillo: la gente de la constitución de la empresa llegará pronto, ¿tomamos un café mientras tanto? Puedes mezclarlo si quieres.»

«Lo tomaré sin mezclar, sólo por solidaridad.»

Al cabo de unos minutos, estamos de nuevo en la sala de escritura, sentados en las mismas sillas que dejamos hace unos minutos, con dos tazas en la mano.

«Entonces, Brando, toda esa energía positiva que pareces desprender, ¿de dónde viene?»

«Creo que es un sentimiento interno. No está en venta, supongo.»

«Menos mal, porque si no los casos de suicidio podrían salirse de control.»

«Sin embargo, no parece que sea contagioso.»

«No, no parece serlo. Lo que escupes es afilado en el mejor de los casos, pero es lo que pareces tener dentro lo que es preocupante.»

«¿Incluso? ¿Por qué dices eso? Hoy no me parece que esté demasiado raro o sombrío. Quiero decir, no más que otros días.»

«Exactamente, Brando. Eres tan oscuro y extraño como otros días. Pero últimamente, en mi opinión, casi te pasas de la raya. Te conozco desde hace años y nunca te había visto así.»

«¿Sí? No sé, hoy no he pensado en mi estado mental y físico, la verdad. Acabo de llegar al estudio y me he lanzado a archivar el papeleo. Creo que incluso he respirado de vez en cuando.» Tal vez el pensamiento del resplandor azul me distrajo unos minutos, su aparición podría haber afectado el flujo normal del día en la salida, pero supongo que soy normal.

«Lo serás, Brando. Cada vez te pareces más, no sé cómo decirlo... a mí.»

«¿Imprudente?» pregunto.

«No. Yo diría que es oscuro. Como atrapado dentro de algo. Encarcelado ahí.»

«¿Atrapado dentro de qué?»

«Encarcelado en el interior. Eso es todo.»

«¿Quieres decir que estoy atrapado dentro de mí mismo?»

«Sí, supongo que sí.»

«Disculpa, notario, hasta hace unos dos minutos me sentía normal: el día transcurría tranquilo, como tantos otros. Ahora bien, el hecho de que pienses que estoy aprisionado dentro de mí mismo puede provocar algún tipo de angustia, es una descripción inquietante.»

«Tal vez sea que te veo así últimamente: no le des demasiada importancia a mis pensamientos. Además, depende de los lugares en los que te encierres: no son necesariamente siempre lugares malos. Si tienes cocoteros dentro y sol todo el día, puede ser hasta bueno» replica con una sonrisa.

«Claro. ¿Pero no dijiste que era oscuro por dentro? De hecho, ¿sombrío?» pregunto un poco desconcertado.

«Sí, era sólo una suposición, de hecho, la mía» responde. «Contra spem.»

«Es curioso» digo con una leve mueca.

«Pero no importa este viaje introspectivo en tu interior» reanudó el notario, «¿qué es lo que te hace sentir así?»

«¿Cómo qué? Estoy como todos los días.»

«¿No te ha pasado nada extraño últimamente? ¿Está bien tu aburrido coche? ¿Padres? ¿Todo bien? ¿Sigues viviendo en soledad, rechazando todo contacto humano?»

«Pero los de la constitución, ¿cuándo van a venir?» pregunto con ironía, para desviar la conversación.

«En unos minutos, supongo. Aun así, tenemos tiempo de sobra para hacer un breve repaso de tu vida actual.»

«Bueno, eso está bien. Pero, ¿por qué?»

«Porque sí. Estoy preocupado por ti, por tu estado psíquico y físico. Más psíquico que físico, en realidad.»

«Bien. Me alegro de que te preocupes por mi salud mental. Muy contento.»

«¿Y?» insiste.

Miro la taza vacía que tengo en mis manos. «Entonces, diría que mi coche aburrido está bien y los padres supongo que también; es decir, demasiado, esos. Y añadiría que no vivo en soledad rechazando a otros seres humanos. Tengo relaciones ocasionales y normales con otros cohabitantes del planeta Tierra, incluido tú.»

«Afortunadamente, Brando, has dejado de salir con los extraterrestres, eso es algo bueno. ¿Has empezado a conocer a otra persona de forma consistente, es decir, tal vez del sexo opuesto?»

«Yo no diría eso. He terminado con los extraterrestres, dame algo de tiempo para cambiar mis costumbres, crear un nuevo giro. Quizás zombis, que hay muchos por ahí.»

«Muy divertido. Así que tomemos nota: nada nuevo, el entrevistado no informa de ningún cambio reciente en su estilo de vida. Creo que si sigues así, te revocarán el arresto domiciliario.»

«¿El arresto domiciliario que me concedieron al encarcelarme dentro de mí mismo?» pregunté, desconcertado.

«Sólo eso.»

«Lo preguntaba porque temía haberme perdido en la conversación.»

«¿Así que todavía no quieres arrepentirte?»

«No creo que tenga que arrepentirme de nada. Es mi forma de ser: no salgo con extraterrestres, ni con zombis, ni siquiera con humanos; soy melancólico y un poco bobo, pero siempre he sido así. Tal vez últimamente me he exasperado un poco, ya sabes, tal vez estoy empezando a no tolerar muchas situaciones que antes, de alguna manera, se me escapaban de las manos.»

«Advertencia. Tenemos una frase explicativa que expresa un concepto casi completo» replica el notario con ironía. «¿Te refieres al trabajo en general o a algo más complejo?»

«Es todo el contexto, todo lo que lo rodea: la gente, sobre todo. La actitud de las personas entre sí. Y no sólo en el ámbito laboral: es algo que a veces me pone realmente mal, me enferma.»

«Gente.» La náusea de la gente: inquietante. ¿En qué sentido, Brando?»

«Pero sí: hay como una apatía patológica alrededor. Todo el mundo quiere, exige y ya está, sin conseguir nunca nada útil para sí mismo o para los demás.»

«Eso es lo que he estado pensando desde hace tiempo.»

«¿Conoces el tema del do ut des?» pregunto.

«Claro, do ut des y do ut facias, el fundamento del derecho privado. Pero te refieres a algo más amplio, ¿no?»

«Sí, me refería al significado más amplio y trivial. Los hombres siempre se han regulado de esta manera: se da una cosa para recibir otra; y creo que eso es correcto, bastante normal. Pero a estas alturas siempre es un des: dame esto porque me corresponde, lo exijo porque valgo más que tú. Es decir, el sinalagma se ha colapsado: todos quieren y nadie hace nada.»

«Un análisis interesante. ¿Y todo esto te hace estar triste?»

«Pues no lo sé. Eso es ciertamente una cosa que no puedo soportar. Y muchos otros se arremolinan alrededor.»

«Hablando de do ut des, ¿vienen de la consejería los de Newco Incontri srl?»

«Sí, pasaron por aquí hace dos miércoles: dos personas de Europa del Este que quieren montar un negocio para gestionar las citas por internet. En realidad, no entendí muy bien si eran reuniones reales, organizadas a través de la web, o virtuales, en el sentido de chats en línea o algo similar. De todas formas, me decían que ya tienen la página web lista para los usuarios y que también están estudiando una aplicación móvil.»

«Sí, ese fue el espíritu con el que iniciamos la consultoría notarial» señala el doctor Alessandro. «Dar la oportunidad a todos, a las personas más necesitadas en particular, de tener una consulta notarial gratuita para cualquier necesidad.»

«Una idea muy exquisita, que me obliga a reunirme durante tres horas a la semana con tantas personas necesitadas...»

«Exactamente. Eso sería simplemente do, sin el ut des: algo hecho por un principio noble. Eres muy bueno manejando a la gente necesitada, Brando.» El notario interrumpe y me mira, sonriendo. «Hoy vamos a ayudar a personas necesitadas a gestionar el habitual burdel virtual: no es nada nuevo, ya será el tercero. Sólo este año.»

«Creo que el boca a boca funciona mucho en el ambiente, sin embargo, el establecimiento de centros de masaje casi ha desaparecido» observo.

«Es cierto, hace tiempo que no vemos ninguna: probablemente sea porque todas están cerradas por el ayuntamiento» observó el notario. «De todos modos, ¿no se suponía que el acto era a las 12:30? Ya son las 12:45 y aún no los han visto.»

«Me temo que llegarán un poco tarde.»

«Deberíamos echar otro vistazo a este asunto de la consulta...»

«Tal vez sea así. A menudo la intención de ayudar a los necesitados no es captada adecuadamente por la gente, o muchas personas se consideran necesitadas, pero sólo lo son para conseguir algo gratis» digo. «Es decir, volvemos a lo del do ut des...»

«Mala tempora currunt, Brando.»

«Sed peiora parantur» respondo.




1.2 LIFE - THREE


«Buenos días, señores. Por lo tanto: estamos aquí para crear Newco Incontri srl» comenzó el notario.

«Aquí estamos», responden los dos sujetos casi a coro.

«¿Has investigado para ver si no hay nombres demasiado parecidos en las Cámaras de Comercio, Brando?»

«Los señores aquí presentes querían llamar a la empresa Newco srl. Me tomé la libertad de señalar que no era una idea demasiado original y que sería necesario y útil añadir otra palabra: así salió Newco Incontri, que parece un poco más innovador.»

«Estupendo, vamos a por Newco Incontri entonces» añadió el notario, para luego continuar: «Cada uno poseerá una acción igual al 50% del capital social. Ambos residentes en Brescia, ¿correcto?»

Una de las dos partes responde: «Sí, llevamos veinte años aquí.»

«Y la empresa tendrá su sede en la ciudad de Bre...» dice el notario interrumpiendo bruscamente. «En el municipio de Codogno» continúa, en un tono ligeramente sorprendido, dirigiendo su mirada hacia mí. «Que está en la provincia de Cremo...»

Le miro y sacudo la cabeza.

«Eso, por supuesto, está en la provincia de Piace...» continúa, bajando la voz, mientras yo vuelvo a negar con la cabeza.

«Lodi», dice uno de los dos socios. El notario vuelve los ojos hacia él.

«Por supuesto: Lodi. Es un centro importante, ¿no? Hay mucha actividad allí, ¿verdad?» pregunta, mirando fijamente a la persona que tiene delante.

«Pero sí, es una ciudad bastante concurrida» dice el socio. «Ponemos la oficina allí porque nuestro informático y el servidor estarán físicamente en Codogno.»

«Ya veo», dice el notario. «¿Sabéis, no, que, si luego pretenden trasladar la sede fuera del municipio, será necesaria otra escritura notarial? ¿Por qué no hacerlo en Brescia, ya que ambos son residentes aquí?»

«Sí, sí, nos ha informado su colaborador» responde el socio más regordete con bigote de Magnum P.I. «Pero lo preferimos así, también por una razón de, cómo decirlo... confidencialidad, eso sí.»

«Ya veo, ya veo» cortó el notario. «Es Codogno» añade, volviendo la mirada al escritorio. A continuación, repasa los estatutos y se detiene en algunos aspectos que destaca de forma concisa ante los accionistas, que no parecen mostrar demasiado interés.

«El 25% del capital social de 10.000 euros es pagado por los accionistas al órgano de administración en efectivo. Así que 1.250 euros cada uno» concluye el notario.

«Sí» confirma Magnum P.I., «aquí están, todos en billetes de cincuenta.»

«Bien» añade el doctor Alessandro. «Los dos sois administradores, así que pagad los 2.500 euros en las mismas manos que vosotros. Para el tema de los impuestos, las tasas y el registro, puedes pasar por el mostrador de la oficina.»

«Hacia la puerta principal, donde se ve algo químicamente claro» digo.

«¿Perdón?» pregunta confundido el fornido Tom Sellek.

«Quería decir que para las instrucciones sobre cómo hacer su pago puede dirigirse al empleado de la oficina principal.»

«Ah. Sí, gracias. Adiós» responde un poco desconcertado.

Los dos cruzan el umbral y caminan por el pasillo.

El notario se vuelve hacia mí, me mira y me dice: «Codogno, ¿lo conocías?»

«No, nunca he oído hablar de él, pero con Google Maps me he hecho una buena idea. Siento no haberte informado con antelación: lo olvidé, pero por otra parte creí que era un ignorante por no saberlo, viendo la naturalidad con la que esos dos hombres me hablaron de ello.»

«En absoluto, Brando. Yo también miraré después dónde está este encantador pueblecito» respondió el notario. «Me voy: mi mujer me espera en el Bistro para comer. ¿Y tú? El habitual tazón de tofu con cereales», añadió en tono irónico.

«Sí, algo así. Hasta luego.»

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Estaría sombrío y oscuro, más de lo habitual, según él, reflexiono mientras me vuelvo a sentar en mi escritorio. No lo cree. Tal vez pensativo, y tal vez por él. Del resplandor azul. Por supuesto: la culpa es de alguien que ni siquiera conozco.

Estoy en Facebook. Búscalo. No, no estoy en Facebook.

Búsqueda en Linkedin. Nada.

Sbandofin, busca imágenes: sólo nuestro edificio tomado desde abajo, que es la única foto en su página web. Nada relevante: no parece haber mucho en la red además de su página web.

Mi smartphone vibra y se ilumina: Mutter. Deslizo el dedo por la pantalla y respondo.

«Hola Bra, ¿cómo estás?»

«Hola mamá, espléndido. ¿Qué tal, todo bien? ¿Qué haces hoy?»

«Todo bien aquí. No mucho, estoy haciendo la masa de la pizza para la fiesta de esta noche, papá está en el canal. Salió a las 7:30 de la mañana y no lo he visto desde entonces.»

«Quiero decir, nada especial para tus estándares, pero, sólo para saber, ¿qué fiesta tienes esta noche?»

«Aquí en Alberbhüttel tenemos las fiestas patronales. Fuimos el año pasado y descubrimos que todo el mundo cocina y lleva algo a la plaza para compartir con los paisanos; al no saberlo, fuimos con las manos vacías. Entre jeta y jeta, al final de la noche, nos vimos obligados a prometer que haríamos pizza para todos al año siguiente.»

«Eso ya está más claro» añado. «No conocía esta bonita fiesta alemana; ¿es como una especie de San Faustino, con la diferencia de que aquí no se comparte la comida casera y se ingieren menores dosis de cerveza?»

«Sí, Brando, muy parecido a San Faustino. Aquí, en el Canal de Kiel, cada pueblo tiene su propia fiesta anual y todos dedican mucha energía a preparar su celebración. Las fiestas se escalonan a lo largo de los meses, y los habitantes de los pueblos vecinos también asisten a las fiestas de los demás, por lo que la plaza del pueblo de turno se ve invadida por los habitantes de tres y cuatro pueblos. Y sí, la cerveza fluye en grandes cantidades.»

«Una especie de hermanamiento alcohólico» interrumpo.

«Piensa que nuestros vecinos, los del otro pueblo de aquí a diez kilómetros, Beringfeld, han diseñado una especie de sistema de distribución de cerveza para la plaza. Cavaron a cinco metros de profundidad y colocaron las tuberías bajo los adoquines. Cada tres metros colocaron una especie de pequeña boca de riego amarilla, que en realidad es un verdadero tapón.»

«Estas costumbres teutónicas no suenan nada mal: no las conocía. Pero perdona, un año después, ¿se acuerdan todavía de esto estos alemanes, establecido por cierto después de tragar unos cuantos litros de cerveza?»

«Te lo dije: se preocupan mucho. Desde hace un año, todas las personas con las que me encuentro me hacen más o menos la misma pregunta. «Pero lo haces con pepperoni y salchichas, ¿no?»

«Ya veo. Así que el hype está por las nubes, básicamente. ¿Pero cuántas pizzas tienes que hacer? ¿Papá no te ayuda?»

«¡Claro que me ayuda!» exclama. «Bueno, vamos a hacer algo. Lo discutimos anoche, para recapitular los ingredientes: nos decidimos por treinta y seis.»

«Me parece una cifra bastante sostenible, teniendo en cuenta que todos los demás también traerán algo, yo diría que con treinta y seis pizzas sería suficiente» replico. «Quiero decir, es mucho trabajo, de todos modos.»

«Quise decir treinta y seis metros, Brando.»

«Ah» respondo, desconcertado. «¿Porque, allí en el norte de Alemania, la unidad mínima de medida de la pizza es el metro?»

«Sí, eso parece. Incluso en las pizzerías los camareros lo dan a entender como unidad de medida: si uno pide dos capriccios, llegan dos metros, sin necesidad de añadir nada más. Así que, anoche papá encendió los fuegos en el jardín. Marcó seis franjas de un metro de alto y siete de largo, forrando los perímetros con grandes piedras recogidas de los alrededores del canal. En los extremos de cada zona plantó postes de acero con un agujero abierto en la parte superior; luego hizo que Birger hiciera rejillas de seis metros de largo y sesenta centímetros de ancho. Las rejillas terminan en los extremos con dos varillas de acero que se ajustan a los postes.»

«Sí, mamá, estoy empezando a hacerme una idea más completa de la situación y de lo poco que está pasando allí, incluso hoy. Pero lo siento, ¿qué altura tienen los postes? Y luego, ¿qué pones en los seis lanzamientos?» pregunto mirando a la pared más allá de la pantalla. Entonces, me animo de repente. «¡Ah, por supuesto! Seis lanzamientos de seis pies hacen treinta y seis pies de pizza: ¡cierto!»

«Sí Brando, es una preparación científica que hemos ideado: nada se deja al azar. Los postes tienen cincuenta pulgadas de altura y los hornos se inundarán de carbón.»

«Pizza al carbón. Ya veo...» ahora ya no puedo ocultar mi perplejidad. «Necesitaremos una montaña de ella.»

«No mucho, en realidad: fuimos ayer. Tenemos cien bolsas de diez libras.»

«Y me imagino que ya habrás comprado todos los ingredientes...»

«Harina, levadura y mozzarella de búfala, compradas ayer. Pimientos, salchichas y chiles. Papá y Birger los recogerán cuando vuelvan.»

«Ya veo. Pero, ¿quién es este Birger?»

«Es el nuevo vecino, ¿no te he hablado de él? Compró la casa de campo anterior a la nuestra: ya sabes, la que está en venta desde hace tiempo, al principio del camino de tierra que lleva a la granja del abuelo.»

«Creo que nunca había oído hablar de ella» respondí pensativo. «En fin, ¿así que este Birger también ha decidido retirarse del mundo dispersándose en ese pedazo de campo alemán?»

«No estamos tan dispersos, Bra. Y, de hecho, Birger también ha montado un negocio de herrería y hace algunas hermosas creaciones, como la parrilla para pizza, de hecho. Piensa que incluso le llevé la virgen de Nuremberg que encontré en la cabaña: dijo que la convertiría en algo hermoso. Además, tu padre y yo no nos hemos retirado del mundo: sólo tenemos que terminar de arreglar la casa del abuelo para venderla.»

«Por supuesto, sé perfectamente que no estáis del todo perdidos, pero el hecho es que el abuelo lleva muerto dos años y medio. Y estoy empezando a pensar que quieres vivir allí ahora.»

«Exactamente. Bra, la casa es grande para arreglarla» dice mi madre en voz baja.

«Lo siento, pero ¿has dicho virgen de Nuremberg?» replica desconcertada, recordando las palabras de mi madre.

«Sí, en la cabaña el abuelo Bastian tenía un montón de cosas raras, ¿no te lo dije?»

«Sí, habías mencionado algo, pero no me di cuenta de que también tenía dispositivos de tortura.»

«¿Y quién sabe qué hacía ese aquí? Ah, ahí viene tu padre con Birger: acaban de llegar a la entrada con el coche. El camión está lleno de ingredientes: tengo que ir a ayudarles» concluye un poco emocionada.

«Vale, vamos, te dejo con ello» respondo rápidamente. «Ah, lo siento mamá, sólo una última curiosidad.»

«¡Dime Bra, rápido que me tengo que ir!»

«Pero, ¿cómo se llevan los treinta y seis metros de pizza al pueblo?»

«Unas cincuenta personas pasarán por aquí esta noche a las siete y haremos una procesión de antorchas de pizza: todo el mundo atravesará el pueblo con parrillas en la cabeza y antorchas en la mano.»

«¿Pero no se enfriará? Serán cuatro kilómetros hasta la plaza. Y las parrillas estarán calientes.»

«Ay Bra, tantas preguntas tontas: hemos tomado cien pares de guantes para las pizzas. Y todas las mesas de la plaza tienen una toma de corriente para acoplar hornillos: así todos pueden revivir a voluntad los platos traídos de casa.»

«Soy un tonto, tienes razón. Que tengas una buena fiesta, y saluda a papá.»

«Sí, sí, lo haré. Me voy. Adiós» balbucea mi madre. «Ah, Brando, se me olvidaba: tuve noticias de Marlon y me dijo que te dijera que te pusieras en contacto porque nunca te encuentra.»

«Sí, claro, me pondré en contacto con él. Adiós, mamá.»

«Adiós, Bra. Te quiero.»

Tofu, tofu, tofu; Tofu y seitán; y pollo; y arroz: una cucharada y empiezo a comer, mientras me imagino a cincuenta personas caminando en medio del campo con pizzas en la cabeza y una antorcha en la mano; o mejor dicho, treinta y seis metros de pizzas en la cabeza y, los que no tienen antorcha, con una jarra de cerveza de un litro en la mano. Reflexiono sobre la vitalidad de los dos padres y constato que la mía, derivada de una experiencia existencial de algunas décadas menos, no alcanza ni siquiera fugazmente tales niveles. Últimamente, pues, está casi adormecida, aunque se ha atestiguado, en tiempos no tan remotos, en torno a rangos de digna normalidad.

Participar en un ritual alemán similar podría ser una experiencia sana y liberadora y satisfaría el deseo de los dos padres, a menudo expresado en forma de invitación a ir a pasar al menos un fin de semana en el anexo de su propiedad teutona. Un patrimonio casi ilimitado, legado a mi madre por mi abuelo Bastian hace ya casi tres años. El verano pasado estuve allí unos días, pero después, como siempre tengo algo urgente que hacer, me veo obligado a rechazar alguna que otra invitación.

Medito un poco confuso sobre ese algo que tengo que hacer y medito sobre los beneficios psicofísicos que, con una semana de ausencia del trabajo, podría obtener. También tendría la oportunidad de investigar más a fondo todas las cosas cada vez más absurdas que me cuentan mis padres, a las que hoy se han añadido pizzas por metros e instrumentos de tortura. Claro que ese Bastian debió ser muy extraño: engendró a mi madre, con la participación de mi abuela, y luego volvió a Alemania, a hacer quién sabe qué, tal vez a torturar gente en el sótano.

1.300 kilómetros de autopista alemana se materializan en mi mente, libres de largos tramos de aburridos límites de velocidad. Con algunas paradas, llegaría en un tiempo aproximado de algo más de doce horas. Un día de viaje y cinco o seis días de estancia en el anexo, en ese vasto trozo de campiña alemana suspendido en el borde del mundo; un viaje en coche con un resplandor azul a mi lado, capaz de levantarme de ese sopor que el doctor Alessandro pretende extender a mi alrededor. Idea imposible, determino al instante, borrando de mis ojos la autopista y la campiña alemana y devolviendo mis órganos visuales a la pantalla que tengo delante: con toda probabilidad, la luminiscencia azul es ya un visitante habitual de otra persona del sexo opuesto y quizá incluso la madre de algún niño.

Aparto el cuenco con el tapón hermético que contenía el almuerzo, moviéndolo hacia la pantalla, me levanto y voy hacia las ventanas, sosteniendo el smartphone en mis manos y mirando el paisaje, ahora demasiado luminoso.

Miro fijamente las colinas en la distancia y pienso en mi hermano, desaparecido, según las últimas informaciones que tengo, en algún extraño estado africano, con su asociación de voluntarios. Estando convencido de que el 4G no es una de las enfermedades más extendidas en los lugares que frecuenta y habiendo intentado sin éxito en varias ocasiones contactar con él por teléfono o VoIP, sigo notando su jocosa costumbre de volcar sus carencias, aunque no sean culpables o malintencionadas, sobre mí. Apoyo mi pulgar en el pequeño icono verde y escribo: “¿Estás bien? ¿Estás en un lugar más o menos civilizado? ¿Aún no te has infectado con el 4G? Por favor, de nuevo, ¡no difundas información falsa sobre mi disponibilidad a los padres! Adiós“





1.2 LIFE - FOUR


«Lo siento Brando, ¿todavía estás en tu descanso para comer?» oigo pronunciar a la señora Domenica detrás de mí.

«Más bien estoy terminando los últimos minutos de mi descanso. ¿Algún problema con las escrituras de los inmuebles?»

«Bueno, no son exactamente problemas. Ayer te hablé de la venta que tenemos esta tarde, ya sabes, esa torre de oficinas que va de un lado a otro.»

«Claro, el de siempre.»

«Así es, siempre el mismo. Pensaba que los visados y los mapas catastrales seguían siendo válidos desde la última escritura. En cambio, me di cuenta de que ya han pasado quince meses, así que sería mejor rehacerlo todo.»

«¿Quince meses en manos de la misma persona? Creo que eso es un récord. ¿Lo celebramos para conmemorar el acontecimiento?, pregunto bromeando.

«Sí, creo que es el registro de propiedad» responde la señora Domenica introduciendo una cápsula en la cafetera, después de haber colocado una taza bajo el dispensador.

«¿Así que los estudios catastrales de todo?»

«Sí, debemos comprobar que la situación sigue siendo la misma que en la última escritura. Realmente no creo que nada haya cambiado, pero será mejor que lo comprobemos.»

«Muy bien, voy a echarle un vistazo y comprobarlo entonces. Me temo que tengo una fuerte sospecha: ¿qué empresa es la nueva propietaria?» intento preguntar.

La señora Domenica coge la taza, empieza a beber el café y, mirándome desconsoladamente, entre sorbo y sorbo, confirma mi intuición: «La torre vuelve a Ciapper srl.»

«Sí, ¡nunca lo hubiera imaginado! Estos empresarios llaman tanto la atención que se pueden predecir sus movimientos con meses de antelación» añado con brusquedad. «De todos modos, cinco minutos y empezaré la inspección: todo estará listo a las tres.»

«Gracias Brando, la escritura es a las cuatro, así que diría que es perfecto.»

Me alejo con mi taza y vuelvo a mi escritorio. Sólo un par de minutos de noticias, antes de las vistas: el diferencial supera los 200; la bolsa baja un 2,2%. Lo de siempre, en fin, concluyo abriendo otra pestaña de Chrome.

Alberbhüttel, fiesta patronal, búsqueda. Aparecen unas imágenes de una plaza con muchas mesas y algunas personas. La última imagen muestra a un hombre con un largo bigote gris y las mejillas enrojecidas que se empeña en sostener, hasta el cuello, una gran jarra de cerveza medio vacía.

Por supuesto que debe tener un nombre, reflexiono, abriendo otra pestaña. Busco a Sbandofin en LinkedIn. Melissa. No. No. No es ella. ¿Qué tipo de nombre es Melissa? Bonito, por cierto. Elisabetta. Ni siquiera. El resplandor azul no se parece al de Elisabetta: nombre de mierda. Decido poner fin a la estúpida búsqueda y volver al trabajo.

Abro la carpeta Ciapper srl, pincho en la subcarpeta Torre il Banano y leo los títulos de cinco actos: el primer acto de 2012 y el último del 7 de febrero de 2017. Así es, concluyo: la de hoy. Abro el folder de la primera escritura y me desplazo por los documentos apilados, las vistas y los mapas catastrales.

Se llama Banano por su forma, al menos así lo afirman los hermanos Ciapper. En la página web de la propiedad, en letras grandes, la llamada a la acción: oficinas de prestigio en el corazón de la ciudad:reserve su visita. En la parte inferior derecha, observo una pequeña inscripción en la que creo que nunca me había fijado: se alquila y se vende. Habiendo sabido siempre que el alquiler era la única forma de explotar económicamente el complejo, supongo que el cambio de estrategia depende de la dificultad de vender el inmueble.

El edificio es bastante bonito: un edificio moderno, hecho de materiales metálicos y de cristal alternados, no situado realmente en el centro de la ciudad, como sugiere la página web, sino a la entrada de la carretera de circunvalación, en un lugar que un agente inmobiliario consumado podría definir como conveniente para los servicios. Veinte pisos relucientes brillan en la pantalla ante mis ojos. Me detengo en la fotografía de la fachada del edificio y vuelvo a preguntarme, como en cualquier ocasión, virtual o física, de ver el edificio, sobre la idoneidad del nombre elegido. Miro fijamente la instantánea renderizada, abro otra pestaña de Chrome, busco la imagen de un banano y aproximo la ventana, arrastrándola y redimensionándola, a la del edificio: hubiera preferido un nombre parecido a Trave seduta o uno más equilibrado de La grande elle.

Ciapper srl había construido la torre entre 2008 y 2011. A principios de 2012 estaba terminada y lista para cumplir su función. A continuación, con el primer acto, la había vendido inmediatamente en bloque a una entidad jurídica diferente, a saber, la sociedad de gestión inmobiliaria propiedad del holding del grupo del que también formaba parte Ciapper srl, una simple empresa de construcción. La idea, o eso creí entender en ese momento, era que la propiedad fuera gestionada por Ciapper Real Estate, que alquilaría las oficinas a terceros. Sólo el último piso estaba destinado a albergar las oficinas de la empresa matriz y otras empresas asociadas, entre ellas Ciapper Real Estate srl y también Ciapper srl.

En aquel momento, el asunto me intrigaba y, durante un tiempo prolongado, tenía la costumbre de pasar de vez en cuando a inspeccionar el edificio, para comprobar los progresos realizados en el alquiler de las oficinas. Por la noche, las luces brillantes serían un buen indicio de los arrendamientos activos. Pasaron días y luego meses, pero el único objeto que seguía emitiendo luz era la gran pantalla LED colocada verticalmente en las dos primeras plantas del edificio: Oficinas de prestigio. Reserve su visita. Y ni siquiera tenía constancia de que las formas de vida frecuentaran el último piso del complejo vertical.

El edificio reapareció en el estudio algún tiempo después, cuando los hermanos, para aplicar su nueva estrategia de reducción de gastos, decidieron despojar a varias empresas de la compleja estructura de Ciapper. Y así, el holding se fusionó con la empresa de gestión inmobiliaria. Sólo unos meses más tarde, el Banano fue intercambiado por lo que los hermanos habían definido como una prestigiosa residencia en el lago de Garda, pero la escritura notarial parecía esconder algún acuerdo no escrito. De hecho, en poco tiempo, un contraintercambio había devuelto las propiedades intercambiadas a sus respectivos propietarios originales: el Banano había vuelto a Ciapper y la enésima transferencia había extinguido efectivamente cualquier interés que yo tuviera en el asunto.

Vuelvo a la subcarpeta de 2017 y leo las notas de la señora Domenica: Ciapper Real Estate srl en liquidación transfiere todo el complejo a Ciapper srl. Abro los documentos de la Cámara de Comercio, primero de una empresa y luego de la otra, que descubro que ya fueron guardados por la señora Domenica y que datan de hace dos días: sólo los hermanos están presentes en la estructura de la empresa. Vuelvo a la hoja de notas y diagnostico que el precio, equivalente a la suma de diez millones, se paga con dieciséis giros bancarios. Están guardados en el mismo lugar y fueron creados hace una hora y media: 625.000 euros cada uno, emitidos por seis bancos diferentes. Cierro todos los documentos abiertos y concluyo que la operación podría ser algo similar al último trágico traslado del Banano que, desde su estado vegetativo, parece encaminarse a la descomposición.

Decido que me he interesado demasiado por el asunto, impulsado por la curiosidad inducida por el infame edificio, y saco los estudios catastrales de la conocida página web. Pongo el pdf de hace quince meses al lado del nuevo y, desplazándome por las páginas, establezco la identidad de los dos documentos: todavía 42 oficinas, apiladas como categoría A/10 y todavía 126 plazas de aparcamiento, identificadas como C/6 y C/7.

Hago click en el icono del programa de correo electrónico y pulso el botón para enviar un nuevo correo electrónico. Selecciono a Domenica de la libreta de direcciones y escribo en el campo de asunto: Búsquedas en el registro de la propiedad, y en el campo de cuerpo: Todo sin cambios. Adjuntar. Buen trabajo.




1.2 LIFE - FIVE


A las 14:40 horas quedan por presentar todas las constituciones y enmiendas a los estatutos, unas diez escrituras en total. En cuatro horas debería poder completar el trabajo, creo que arreglando el monitor.

Para las constituciones, se trata de presentar la escritura e insertar todos los datos de la empresa, los de los administradores, los poderes del estatuto: todo. Es una operación bastante laboriosa y poco creativa. Las modificaciones, en cambio, son más sencillas: sólo tengo que presentar los estatutos actualizados e introducir un mínimo de datos, salvo circunstancias desafortunadas que pueden hacer que el contrato de sociedad no sólo se modifique, sino que se anule por completo.

Empiezo con las constituciones, poniendo un núcleo cerebral en automático. Abro el pdf de la primera escritura y empiezo a copiar los datos contenidos en el documento en cada campo del formulario: nombre, domicilio social, actividad y todos los demás datos necesarios y diversos, según la forma jurídica adoptada.

Llevo catorce años trabajando aquí en la consulta del doctor Alessandro, pero es una situación temporal, como me digo a menudo: tengo que hacer algo con mi vida, ya que no puedo ocupar mis días con nada, esperando encontrar mi verdadero camino. Y, de hecho, en cuanto terminé la universidad, mi único objetivo era empezar a trabajar inmediatamente.

Mi padre había desaconsejado, también por el periodo histórico en el que había terminado mis estudios universitarios, emprender una actividad similar a la suya, la construcción y venta de inmuebles, y tampoco me había propuesto trabajar con él. De hecho, ni siquiera lo había considerado.

En los años ochenta, las residencias de lujo en las estaciones de invierno de la provincia y del norte de Italia le permitieron alcanzar un discreto éxito empresarial. Este éxito se reflejó en un estilo de vida bastante cómodo, suficiente para mantener la crianza de dos hijos, poseer una casa en la ciudad y dos viviendas para las vacaciones de verano e invierno en la provincia. Y mis recuerdos de esa época, aunque borrosos, son los de un contexto familiar acomodado: mi madre se ocupaba de nosotros, los niños, y nuestro padre solía estar ausente o, mejor dicho, fuera, en las obras. Hacia mediados de los años noventa, mis recuerdos más maduros hacen aflorar las discusiones sobre la saturación del mercado turístico de invierno en las zonas de montaña y el desplazamiento del negocio de mi padre hacia el lago de Garda, en busca de nuevos compradores, personas que se habían enamorado tanto del lugar durante sus vacaciones de verano que querían adquirir una vivienda fija en la orilla del lago: casas de lujo o, al menos, capaces de seducir sólo a personas de elevada capacidad económica. Muchos turistas alemanes, pero también de Europa del Este y, en particular, de Rusia, así como algunos italianos con grandes activos, a veces de dudosa procedencia, para invertir. En esa época el nivel familiar se hizo más que cómodo: mi padre empezó a estar cada vez más a menudo para firmar escrituras de compraventa y menos para obras de construcción; mientras tanto, yo crecí, terminé la escuela secundaria y me matriculé en la universidad, en la carrera de Economía y Derecho Empresarial.

Desde mi adolescencia, mi interés específico siempre fue el mundo de la producción: crear algo concreto, tal vez un producto para ensamblar en serie, un objeto tangible que pudiera replicarse en multitud de ejemplares. Cuando terminé la universidad todavía no tenía una idea bien definida para iniciar un negocio. Así que opté por un trabajo temporal, vinculado al mundo en el que quería entrar. Un trabajo en una notaría establecida podría haber sido una buena oportunidad para analizar el mundo de los negocios desde dentro y aprender a entenderlo, un excelente terreno para que germinen las ideas.

Así que aquí estoy, perdido en una sucesión de historias de empresas, constituciones, fusiones, liquidaciones. Ideas de negocio, ejemplos que no hay que seguir, modelos en los que inspirarse. Y luego todas las demás historias que no son estrictamente corporativas, mil historias de personas y tramas que rozan el cuento de hadas, mientras el tiempo, mi tiempo, corre cada vez más rápido. Marlon se va a recorrer el mundo con sus amigos voluntarios, mis padres se retiran a Alemania para renovar la casa de mi difunto abuelo y yo sigo preguntándome qué quiero ser de mayor.

Esperemos que algún otro core haya terminado de rellenar correctamente el form mientras yo me perdía en mis divagaciones. Estoy revisando todo: los datos parecen estar completos. Compruébalo. Correcto. Compruébalo. Correcto.

Casi todo correcto.

Compruébalo. Compruébalo. Compruébalo. Presentar. Archivado.

Miro fijamente la pantalla y determino que, si me concentrara un poco más en lugar de perderme en pensamientos convulsos, podría avanzar más rápido con estos inmensos dolores de cabeza. Pero no puedo, hoy me siento desconcentrado.

Nuevo expediente, nueva empresa. Nombre, domicilio social, fecha de constitución, objetos, directores, poderes. Los archivos adjuntos.

Firmar. Correcto. Borrar. Adjuntar. Firmar. Adjuntar. Firmar. Compruébalo. Compruébalo. Compruébalo. Envíalo.

De estas seis empresas, en dos años al menos cuatro estarán ya muertas. Debería proponer al doctor Alessandro que incluya en las estimaciones de incorporación también el coste de la liquidación, sólo para poner las manos en la masa.

⁎⁎⁎⁎⁎⁎⁎

Oigo un débil sonido de lluvia y una rápida mirada por la ventana confirma mi impresión sensorial.

Puede que incluso el séptimo piso vea llover ahora. Suponiendo que se mantenga ahí, todo el día.

Ahí están, los hermanos Ciapper, pasando por delante de mi despacho y dirigiéndose a la sala de escrituras: rostros bastante sombríos. Les sigue la señora Domenica, rodando; oigo, al cabo de unos instantes, la puerta de la habitación que se cierra, allá, más allá de la pared de mi nicho.

Y debo depositar, seguir depositando. Todavía faltan tres constituciones, y la primera, que estoy viendo ahora, al ser una srl simplificada, debería resolverse en unos pocos clicks.

Questo nulla, questo niente, puoi quasi averlo sai; tu puoi quasi averlo sai; e non ricordi cos’è che vuoi1 (#ulink_21e25955-810a-58f5-97de-5e487605f9ee), medio procesador neural, mientras tanto.

Entendido. Salvado.

Penúltimo. Esto es un srl normal, qué lata.

Y así, creo que, con dos core, acabé aquí: estático, sin una razón real ni certezas precisas sobre lo que realmente quería. Porque, los dos core azotan con fuerza, lo que no está claro es lo que quiero ahora y que, me doy cuenta, ya no sé lo que podría ser. Sin embargo, una cosa es cierta: todo lo que me rodea en este momento nunca soñé que lo quería.

Miro fijamente la pantalla.

El cerebro no tiene core y el multitasking no conviene al ser humano: compruebo, con el puntero del ratón fijado en el centro del form, que mi córtex prefrontal no hace más que enviar ideas confusas a una parte indeterminada del cerebro; está atascando la memoria de trabajo con solicitudes innecesarias, desperdiciando preciosos recursos cerebrales que podrían emplearse mejor para una realización más rápida de esta aburrida tarea.

Tal vez eso es lo que quiere decir el notario: que estoy sombrío, por culpa de mi corteza prefrontal. Y no sólo en mi interior. Estoy visiblemente oscuro y preso en la oscuridad. Estoy atrapado dentro de un patrón, como las casillas de un crucigrama. Tres horizontales, quietos, inmóviles y lúgubres, de seis letras y terminados con ene-de-o.

Muevo el ratón y completo dos campos, me desplazo hacia abajo, saltando los datos opcionales, y una parte no especificada de mi cerebro declara que el archivo está listo para ser presentado a la Cámara de Comercio.

Presentar. Correcto. Presentar. Correcto. Presentar. Que te den.

Correcto. Envíalo. Depósito.

Eso es lo último, juzga la parte delantera de mi cerebro, antes de que empiece a cuestionar inquieto los caminos por los que mi vida ha tomado este rumbo involuntario. Mi mano derecha se detiene de nuevo, bloqueando el ratón a tres cuartos del form. La idea sobrepasa la cola de la memoria de trabajo, abriéndose paso a codazos entre los datos de la sociedad neoconstituida, y bloquea cualquier otro pensamiento programado, a la espera del procesamiento requerido.

Miro fijamente el monitor, con la cabeza ligeramente estirada hacia delante y los ojos muy abiertos. Porque tenía que ser una solución temporal, a la espera de poder hacer lo que quería. Así que, por qué no hacer otra cosa de inmediato, continúa impertérrito el prefrontal, que ahora ha encontrado una forma preferente de desbordar las otras corrientes neuronales. Porque hasta que no hayas terminado algo, no puedes hacer nada más, así que por el momento sólo tienes que hacer algo. Así que hazlo y no me jodas más, decreta molesto el lóbulo occipital.

Oigo cómo se abre la puerta de la sala de archivos, parpadeo un par de veces y apoyo la espalda en la silla. La señora Domenica saluda a los hermanos Ciapper, pasa por delante de mí puerta y desaparece en su despacho; el doctor Alessandro intercambia unas palabras con los empresarios ilustrados, con el rostro aún más apagado que antes, acompañándolos por el pasillo.

«Así que todo vuelve al principio: el Banano vuelve a ser de Ciapper, la empresa constructora que lo construyó. Ha pasado por muchas empresas, ¡pobre edificio!» exclama.

«Sí, sí: una desesperación. Fue el principio del fin de todo» responde el hermano mayor administrador.

Muevo el ratón, pulso algunas teclas, navego y adjunto el pdf de la simplificada y pulso el botón de enviar: este también se archiva. ¿No hay correcciones? ¿Dónde está el botón de verdad?, me pregunto desconcertado, mientras guardo el recibo.

«Adiós notario; que tenga una buena noche, señorita» oigo a lo lejos.

No es la señorita: está casada. Y aunque no lo fuera, Tamara tiene cuarenta años. Señorita, decían en el siglo XIX: venga, a cagar tú también, Ciapper, tú y tu Banano.

1 (#ulink_b327436d-fb99-5af7-827a-4419be38addd) Afterhours (artista), Padania (álbum), Padania (canción), 2012 (año)





1.3 IMPULSES

1.3 IMPULSES - ONE


Son las 5 de la tarde y ya es casi de noche.

Me levanto del sillón y miro por la ventana hacia la calle de abajo. Miro la luz que emite la farola: parece que ya no llueve.

Sólo faltan los cambios y en dos horas debería terminar de verdad. Me detengo en la inutilidad del día que, una vez más, no ha enriquecido mi condición existencial en comparación con el anterior; azul deslumbrante al principio y, a medida que pasan las horas, cada vez más, según el adjetivo que ahora se fija en mi mente, sombrío.

Vuelvo a mi mesa y me preparo para los cambios reglamentarios.

«Brando, ahí estás» comienza el notario en un tono enérgico al irrumpir en mi despacho. «¿Qué estás haciendo?»

«Terminando de archivar todas las escrituras de la quinta semana de 2017» respondo, girándome hacia el umbral.

«¿Faltan muchos más?»

«Sólo cuatro.»

«Bien. Recuerdas el asunto del que tenemos que hablar, ¿verdad?»

«Sí, supongo. Al llegar la noche, diría que he sentido un vacío en mi día» añado un poco sarcástico. «¿Tenemos que hablar de coches para comprar? ¿Ha visto algún modelo nuevo interesante? ¿Algún restyling? ¿Tal vez discutir ese trackday que mencioné?»

El notario me mira un poco desconcertado.

«Creo que deberías llevar tu compacta roja a la pista. Si quieres te enseño la web, también puedes reservar por internet: 375 euros por toda la mañana.»

«Menos mal que hablas de los días de pista: te percibo al menos un poco menos sombrío así» dice el notario. «De todos modos, no, en otro momento el trackday. Señora Marisa: el matrimonio Pardoli...»

«Ah, claro: no sé cómo, pero la verdad es que ya no me acordaba», bromeo.

«Sí Brando, por supuesto. En cuanto termines con las modificaciones ven a vernos.»

«Muy bien. Pero no será tan corto, notario.»

«No importa, omnia tempus habent: esta noche es martes provenzal en el Bistro, y tendería a evitarlo, o, en todo caso, a llegar tarde; así que, al menos, antes de las nueve no me moveré.»

«Qué bien: una noche temática. Y luego sólo el francés: realmente genial.»

«Exactamente, Brando, realmente genial. Y de hecho quiero disfrutar de la anticipación del evento, hasta el último minuto» dice el notario dándose la vuelta y dando dos pasos. «Y más allá» añade mientras se aleja.

Modificaciones, pienso un poco torpe, llevando mis ojos de nuevo al monitor. Introduzco el código fiscal, recupero los datos del Registro Mercantil, adjunto el estatuto actualizado y luego hago click en el botón para editar los datos, empezando por el nuevo objeto de la empresa e introduciendo los pocos cambios en los campos posteriores. Un sentimiento de rechazo me asalta, como un reflejo nauseoso que se abre paso en mis entrañas.

Comprobar, corregir, enviar. Archivado.

Pulso el botón del notario en mi teléfono.

«Disculpa, pero los hechos están hechos hoy, ¿no es así? ¿Qué estás haciendo? ¿Puedo ir ahora a discutir el baldaquino, para tomar un descanso entre limaduras?»

«Claro Brando, podemos consultarlo ahora mismo también.»

Salgo de mi oficina, giro a la derecha, camino unos metros y llego a la oficina del doctor Alessandro.

«Aquí estoy, listo para conferenciar» digo riendo.

Me siento en el pequeño sillón frente a la mesa del notario que, tras una inspección más detallada, realizada en unas mil ocasiones, no es realmente un escritorio, sino más bien una vieja mesa de madera, con una superficie irregular. Debe ser de los años 1700, o de una época similar. Detrás del escritorio, contra la pared, observo la librería blanca que siempre me llama la atención: casi hasta el techo, de cinco o seis metros de ancho y con siete estantes. Arriba, dispuestas por orden de año, todas las escrituras que se han hecho desde el inicio de la carrera notarial se asoman a la sala de enfrente, comprimidas en elegantes volúmenes negros y con los lomos serigrafiados en letras doradas.

«¿Y?» propongo con inseguridad.

«Un momento», dice, mirando el monitor. «Martes, 7 de febrero de 2017, noche provenzal.»

«¡Qué historia!»

«Es la página de Facebook del Bistro: compruébalo. Pistou y ratatouille: las fotos están bien hechas.»

Me inclino sobre el escritorio para mirar la pantalla que señala el notario. «¿Pero estas fotos las ha hecho hoy el cocinero durante la preparación?»

«Sí, el cocinero es un artista polifacético: desde la cocina hasta la fotografía.»

«No están mal realmente, es una pena que no pueda estar allí. Si quieres irte ahora, también podemos discutir el asunto en otro momento. Así podrás ayudar a tu mujer a prepararse para la noche», intento proponer.

«Siéntate Brando: llevamos semanas posponiendo esto» replica, en un tono casi perentorio.

«Sí. Pero no siempre por mi culpa.»

«Cierto. El tema me ha saturado incluso a mí.»

«Disculpa, ¿puedes hacerme un resumen de los últimos acontecimientos? Creo que no he estado presente en las dos últimas reuniones.»

«Por supuesto. Las dos últimas reuniones, Brando, fueron reservados.»

«Sí, reservado. Como una mesa en el Bistro.»

«Exactamente. Recapitulemos todo y lleguemos a los últimos acontecimientos de hace unas semanas» comenzó el notario. «El señor y la señora Pardoli se casaron alrededor de 2001, más o menos un año. Él, Augusto Pardoli, estuvo primero casado con otra mujer, lo sabías, ¿no?»

«Sí, me enteré entre actos.»

«Bien. Es de 1950, así que en el momento del segundo matrimonio tenía unos cincuenta años.»

«La señora Marisa es mucho más joven, ¿verdad, notario?»

«Sí, yo diría que sí. Sin embargo, incluso ella habrá alcanzado hoy la misma edad que él tenía en el momento del matrimonio. Permíteme comprobarlo, yo abrí primero la última escritura», dijo el notario moviendo el ratón. «Sí, es de 1968: así que tiene cuarenta y nueve años. Sí, tres años más joven que yo, ahora lo recuerdo.»

«Todavía se mantiene bien, incluso podría parecer cinco o seis menos.»

«Tal vez sea así, Brando. Pero yo diría que tampoco podemos discutir si la señora cuida o no su aspecto.»

«Claro. Adelante.»

«Desde la fecha de su matrimonio, ha sido una sucesión continua de donaciones, hechas por el buen señor Augusto a la señora Marisa. Primero empezó con simples donaciones de dinero, luego le tocó el turno a la casa en la que viven, y después a la otra del lago. En los últimos años, la señora Marisa decidió ejercer una profesión, porque según sus propias palabras, estaba cansada de quedarse en casa sin hacer nada todo el día. Y así se constituyó la srl para llevar a cabo el negocio de la venta de calzado: una zapatería, en definitiva, bisexual, tanto de mujer como de hombre.»

«Sí...» digo un poco desconcertado, mientras insto a mis neuronas a buscar la utilidad que pueda tener el género de los zapateros.

«La empresa al principio era toda de dos: cincuenta y cincuenta; así que, el señor Pardoli había dicho que con su experiencia en el sector empresarial podía ayudar a dirigir todo.»

«Sólo por curiosidad» le interrumpí, «¿en qué negocio está el señor Pardoli? Creo que nunca he visto pasar por el bufete ningún documento relacionado con sus negocios.»

«Me parece que tiene un pequeño negocio de pulido de metales. Era de su padre, hace muchos años.»

«Ah. Eso. De todos modos, para todas las donaciones y otras obras, siempre estamos hablando de pequeñas cantidades.»

«Y esto es relevante, Brando: he hecho la suma. Las donaciones en efectivo hasta la fecha ascienden a 55.000 euros. Las dos casas tenían un valor de mercado total de 300.000 en el momento de las donaciones, así que supongo que ahora ha bajado. La empresa se constituyó con un capital de 20.000 euros y cada cónyuge había pagado 10.000 euros. Así que, en esa ocasión, al menos en los registros, no hubo ninguna donación, salvo que luego, al cabo de unos meses, el señor Pardoli donó su parte de 10.000 euros a su esposa», explicó el notario en tono firme, y luego apartó la vista de la mía y se quedó mirando el monitor, sin pronunciar ninguna otra palabra.

«Resumen exhaustivo. Eso es prácticamente todo lo que sabemos, ¿no?»

«Yo diría que sí. ¿Tú qué opinas de todas estas operaciones?» me pregunta el doctor Alessandro, volviéndose a mirar.

«Diría que no parecen nada especial. Yo, por mi parte, nunca he entendido por qué se casaron en régimen de separación de bienes y luego el pobre Augusto empezó a darle cualquier cosa a su mujer, a pesar de nuestros intentos por hacerle desistir. Mientras sea sólo dinero puede estar de acuerdo, aunque una simple transferencia bancaria era suficiente, pero cuando empiezas a donar bienes inmuebles se convierte en un problema, porque una posible venta posterior siempre crea varios inconvenientes.»

«¿Cómo es que has dicho pobre, refiriéndote al señor Augusto?»

«Bueno, doctor Alessandro, porque me parece el típico hombre sumiso a su mujer, como se ven tantos. Ella es mucho más joven, él intenta hacer cualquier cosa para retenerla, llenándola de lo que pueda reunir. Y muchas veces estos asuntos no tienen mucha lógica: son todos pensamientos que no surgen del órgano destinado a la razón, sino con otros.»

«¿Qué otros órganos, Brando?»

«Me refería» respondo, haciendo una pausa unos instantes, «no sé, con el estómago, debería decir. Eso dicen, ¿no? Esas acciones que salen del estómago, no de la cabeza.»

«Exacto: con el estómago. Pero ¿por qué, muy a menudo, te refieres a la señora Marisa con ese término...?»

«Bueno, notario. Si no me equivoco cuando uso ese apodo, entiendes inmediatamente a qué persona me refiero, ¿verdad?»

«Por supuesto.»

«Ahí está. Esa palabra, en mi opinión, se ajusta al tema. Como cuando una persona es muy delgada y se dice palo de escoba» respondo, mientras el notario me mira desconcertado, en silencio. «O, no sé. Hoy, el gordito del bigote, el del burdel virtual, es decir, Newco Incontri, se me ha parecido un poco a Tom Sellek: si empezara a rondar por el estudio más a menudo, podría empezar a llamarle así. Y lo entendería enseguida, ¿no?»

«Quizá sea porque sólo lo he visto una vez, pero no sé si podría relacionar al actor con esa cara tan fácilmente: quiero decir que el término de la señora Marisa es más directo. ¿No tienes ningún otro ejemplo?»

«No lo sé. No le gusta el palo de escoba. Por ejemplo...» añado entonces, bajando la voz, «si te dijera que en unos diez minutos el oxigenado arbusto terminará su horario de trabajo, y que precisamente a las seis de la tarde saldrá de la oficina, ¿qué pensarías?»

«Eso es fácil, pero también es bastante entrañable.»

«Sí, yo diría que sí. Y en realidad también hay afecto en la definición: describe a la persona en dos palabras.»

«Sí, tienes razón. Adelante.»

Subo las manos a la altura de la cabeza, apoyo los codos en las rodillas y me paso los dedos por el pelo.

«La verdad es que no lo sé... Quiero decir, como cuando se dice 'el mafioso' para referirse a una persona que va por ahí con la camisa abierta y una cruz de oro colgando sobre su peludo pecho; o 'el yonqui', para referirse a alguien con una mirada apagada que va tambaleándose.»

«Muy bien. Pero quiero decir: ¿por qué crees que nos entendemos con estas referencias fantasiosas?»

«Tal vez porque al mirarlos de cerca no son tan fantasiosos...»

«O los dos interlocutores tienen una mentalidad similar, por lo que una referencia puede ser válida entre dos personas, pero no serlo con una tercera. ¿Verdad, Brando?»

«Claro. Creo que hay diferentes contextos. Por ejemplo, no sé, el nombre de Ricardo Corazón de León, no creo que haya surgido de un diálogo entre dos personas, creo que la percepción era sobre toda la comunidad.»

«Quizás estamos divagando demasiado.»

«No, no, a mí me parece una discusión perfectamente normal, doctor Alessandro; si quieres podemos seguir abajo en el bar, con una copa de vino en la mano, para que podamos entrar más en profundidad en el tema.»

«Muy gracioso, Brando. Quiero decir, ¿crees que el apodo de la señora Marisa funciona bien porque ambos pensamos que la señora es... una fulana?»

«En lo que a mí respecta, por supuesto que sí. Y el hecho es objetivo: por eso la referencia funciona.»

Oigo a Tamara hablar con la señora Domenica y, mirando mi smartphone, que marca las 17:57, supongo que se está despidiendo antes de salir de la oficina.

«Brando, tal vez sólo nosotros dos pensamos eso.»

«Claro notario, podría ser. Supongo que tu mesa, esta hermosa de madera que tengo delante, tiene cuatro patas. ¿Y en tu opinión?»

«En mi opinión también, Brando. ¿Y qué?»

«Uf» resoplo. «Pero la señora Marisa, la última vez que estuvo aquí, ¿no se olvidó de su bolígrafo tan feo, el que es todo rosa? Incluso llamó por teléfono y me recomendó tanto que lo guardara aquí 'porque es mío y pasaré la semana que viene a recogerlo...'»

«Sí, Brando. Lo encontré en la sala de registros. De hecho, si no hubieras llamado, creo que me habría deshecho de él enseguida, porque no se puede guardar algo así en el estuche; se lo di a Tamara, creo que todavía está allí.»

«Sí, todavía está allí, es imposible no notarlo. ¿Quieres hacer una prueba, notario?»

«Puede que te haya perdido, Brando. De todos modos, vamos a hacer la prueba.»

«Tendremos que esperar unos minutos, creo. Mientras tanto, dime, pero ¿por qué quieres desertar de la noche francesa en el Bistro?»

«No, realmente no quiero perdérmelo. Es que es el cuarto desde principios de año: está todo bien y es divertido, pero luego siempre acabo sentado en la mesa yo solo porque mi mujer, entre unas cosas y otras, tiene que estar detrás del mostrador, manejar la caja registradora o entretener a los clientes que entran o salen.»

«Ya veo», digo mirando la mesa. «Hablando de tu esposa: me llegó otro ejemplo.»

«Disculpad, me voy» interrumpe Tamara desde la puerta del despacho. «Que tengáis una buena noche todos.»

«Perdona Tamara» la detengo, «¿ha venido la fulana a recoger su horrible pluma?»

«No, ni siquiera hoy, deben ser dos meses los que tiene que pasar. Tal vez tampoco sea tan bueno para ti al final. ¿Por qué, puedo tirarlo?»

«No, Tamara» respondió el notario. «Estuvimos hablando de ello porque no recordaba dónde iba. Quédate con ella, al final se te pasará. Que tengas una buena noche.»

«Adiós Tamara.»

«Adiós notario. Adiós Brando. Que tengas una buena noche.» Se aleja golpeando sus tacones por el pasillo.

«Prueba hecha, ¿no crees? Ni siquiera un gesto de sorpresa, ni una sacudida o un arqueo de cejas, ninguna vacilación: conexión inmediata. Y también señalaré, por si crees que puede influir, que Tamara es una mujer.»

«Sí, no es un mal partido. Entonces, ¿debemos concluir que la señora Marisa, a los ojos del mundo, es lo que tú con esa palabra quieres sugerir?»

«Yo diría que sí. Sin duda, el mundo no se sorprenderá de esa definición.»

⁎⁎⁎⁎⁎⁎⁎

El notario no responde.

No responde y se queda mirando el monitor.

«Bien» propongo un poco desconcertado. «¿Así que ese es el final de la discusión? Lo que teníamos que discutir, por lo que Augusto Pardoli tuvo dos encuentros confidenciales con ella, era sólo una disquisición en torno a cómo la dama es percibida por el mundo: una mujer ya no muy joven, de aspecto llamativo, un poco vulgar y de virtud fácil...»

El notario continuó en silencio.

«Sin embargo, si sólo se trataba de eso, bien podríamos haber hablado de ello de una vez, sin tanto aplazamiento innecesario: yo seguía intentando aplazar la conversación porque pensaba que había alguna escritura extraña de por medio que debía formularse.»

Vuelvo a mirar el monitor.

«Quiero decir» corro para cubrirme, temiendo haberle ofendido, «no es que lo haya hecho a propósito, puede que me haya expresado mal. Me refería a que la conjunción de acontecimientos que hizo que siguiéramos posponiendo esta discusión no era tan nefasta. Simplemente nos hizo posponer una discusión, aunque legítima y de cierta importancia semántica, en torno a algo que no era realmente tan relevante para el negocio de la empresa.»

Nada: mirada fija, labios apretados y rostro relajado. Mirada perdida, más que fija.

«La semántica léxica es fascinante, ciertamente; no pensé que fueras un amante de la disciplina, doctor. Nunca he profundizado en tu estudio, sin embargo, si necesitas alguien con quien comparar notas sobre el tema, puede que empieces a interesarte más por él. Sé lo desagradable que puede ser apasionarse por un asunto, muy particular y de nicho, y no tener ninguna persona con quien compartir el tema.»

«Brando, ¿has terminado de despotricar?» suelta el notario riendo. Yo también sonrío.

«¿Dices que hay cursos de semántica léxica?»

«Por supuesto, el mundo está lleno de esos cursos, especialmente los nocturnos» digo con sorna.

El notario vuelve a ponerse serio. «Bueno, basta de tonterías, vamos: el problema que ha surgido, básicamente, es que el marido de la fulana... es decir... el marido de la señora Marisa, quiere revocar todas las donaciones hechas a su mujer.»

«Aquí es donde el dolor en el culo se escondía. ¿Pero cada donación? ¿Quiere retirarlo todo y dejar a su mujer en la estacada? ¿Se han peleado y quieren separarse?»

«Algo así, en realidad. Te haré un resumen: ya sabes la zapatería que ha abierto la señora» comienza, mirándome mientras asiento con la cabeza. «El Sr. Pardoli dice que hay rumores en el pueblo, numerosos y persistentes, sobre encuentros que se producen entre la señora y los clientes de la tienda.»

«¿En la ventana?»

«No, en la ventana no», replica el notario con ironía. «Tengo entendido que los encuentros tienen lugar en los probadores.»

«¡Excelente! Eso tiene más sentido. Si es bisexual, también puedo ver por qué esa característica era relevante en el resumen de la historia.»

«Sí» suspiró el notario. «Me tomé la libertad de preguntar si las reuniones se organizaban fuera de las paredes de la tienda o dentro: sólo para ver si podía ser incluso una actividad remunerada o algo así. Pero el señor Augusto me dijo que, según los relatos, su mujer se abalanzaba sobre los clientes: casi cualquiera, hombre o mujer, sobre todo los más jóvenes.»

«Ya veo» digo pensativo. «Entonces, ¿la historia del señor Augusto le parece bien fundada?»

«No lo sé. El relato del marido parece ser válido, y no tengo motivos para dudar de la buena fe de Pardoli. Entre otras cosas, el asunto, según el señor Augusto, no se limitaría a la tienda: me habló de otros numerosos rumores, procedentes también de la ciudad o de otros países. Me describió a su esposa como una ninfómana que se dedica a actividades sexuales con cualquiera, sin importar el sexo.»

«Disculpa» digo, asombrado por una repentina perplejidad. «¿Pero por qué la zapatería tiene probadores? Hace mucho tiempo que no estoy en una tienda física, pero no recuerdo muchas zapaterías con probadores.»

«No lo sé, mi suposición es que algunos lo tienen, o tal vez el lugar solía ser ocupado por una tienda de ropa. De todos modos, no parece relevante, Brando» respondió el doctor Alessandro con cierta sequedad.

«En realidad no es muy relevante. Me imaginaba la escena de la señora secuestrando a una clienta en el probador mientras se probaba las sandalias.»

«Bueno, Brando: más vale que no te lo imagines» contestó irónicamente el notario. «En cualquier caso, el problema para nosotros es cómo salir de esta situación: ¿cómo podemos convencer al señor Pardoli de que revocar las donaciones no es tan fácil?»

«Sí, todo un problema, diría yo. Disculpa, sólo una cosa antes de ahondar en el asunto desde el punto de vista normativo: pero en la historia, el marido nunca utilizó el término 'fulana'...»

«Al menos una docena de veces.»

«Bueno, eso tiene sentido.»

«Muy bien, Brando. Pero vayamos al grano.»

«Sí» suspiro. «La demanda de revocación se puede presentar, en este contexto, yo diría que, por injurias graves al donante, ¿no?»

«Sí, no intentó matarlo, no lo denunció infundadamente y no creo que cometiera perjurio contra él.»

«Así que, doctor Alessandro, ese sería el camino: tú tendrías que probar el insulto y presentar una demanda judicial, alegando que su imagen ha sido dañada y ridiculizada a causa del comportamiento de su esposa, que podemos llamar al menos descuidado. Algo así, en definitiva.» Me detengo unos segundos. «Mucho trabajo para un buen abogado que quiere divertirse.»

«Sí, Brando, yo también lo creo. Al sugerirle que consiga un abogado, cortaríamos el asunto de inmediato y podríamos desentendernos del mismo.»

«Esa solución no estaría mal», digo, mirando los ojos algo desconcertados del notario. «¿Qué pasa con eso?»

«Quizá sea cierto: dos est uxoria lites. Pero no sé» observa con un tono algo indeciso, «¿y si el marido se ha pasado un poco con el cuento? ¿Y si la esposa sólo lo pareciera, pero en realidad se comportará como una compañera fiel y cariñosa? ¿Y si el mundo percibe su imagen de forma distorsionada? Tal vez el marido también la percibe como un poco fácil para las amistades, pero tal vez tiene una idea equivocada.»

«Por supuesto, notario, puede ser. ¿Recurrimos a la semántica o a otras disciplinas similares? Todo esto con la profesión de notario, ¿qué relevancia puede tener? ¿No sería un abogado, un consejero familiar, un amigo, los sujetos más adecuados para resolver una situación así?»

«En cambio, ¿no sería mejor que el señor y la señora Pardoli vivieran en armonía y se amaran como deben hacerlo dos cónyuges? ¿No podrían pegarse las dos mitades, como dos imanes, formando una bola eufónica?»

Le miro, con los ojos creo que un poco abiertos, y guardo silencio durante unos diez segundos.

«La bola eufónica, por supuesto» murmuro entonces. «Una bola armónica. En mi opinión estamos entrando en disciplinas prohibidas y en este ámbito no sabría cómo educarme para poder establecer un diálogo con ella» digo con un tono de voz casi normal. «En las relaciones soy bastante pobre, realmente me falta lo básico: necesitaría una inmersión completa de cursos o incluso practicar durante unos años.»

«Quizá tengas razón, Brando: no es mi asunto», replica. «Ni el tuyo: no tiene nada que ver con el oficio de notario en absoluto.»

«No sé, se podría intentar mediar y convencer a los cónyuges, de mutuo acuerdo, de revocar sólo una parte de las donaciones. Sólo una casa y unas decenas de miles de euros, así, sólo para agitar las cosas, pero no sé qué sentido tendría.»

«Sí, más o menos en el medio», responde el notario.

Me mira fijamente con una mirada ligeramente melancólica y pensativa, mientras yo permanezco en silencio durante varios segundos.

«Mira» digo entonces arqueando la espalda y poniendo el cuello casi a la altura de las rodillas, «si te pones aquí, con la cabeza debajo de la mesa, y miras hacia la puerta, la mesa sólo tiene dos patas.»




1.3 IMPULSES - TWO


Unas cuantas personas se dispersan aquí y allá por el local, en su mayoría parejas sentadas frente a frente en las mesas exteriores, a lo largo de los grandes ventanales que rodean el edificio.

Desde que se renovó hace años, el bar de la esquina ha adquirido un ambiente ligeramente escandinavo, como si se hubiera teletransportado desde el barrio de Östermalm hasta el corazón de Brescia Due.

Todo el local está pintado de un gris intenso: la pared interior, el mostrador, el parqué preacabado con tiras anchas. Las mesas de madera negra están colocadas a buena distancia unas de otras; las sillas, del mismo material, están lacadas con colores vivos y heterogéneos: rojo, naranja, verde y azul. En el centro de la sala, unas plantas parecidas a pequeñas palmeras dividen el vestíbulo de la segunda más pequeña, situada detrás, hacia la calle.

El notario, que me ha arrastrado hasta aquí para matar el tiempo esperando la noche provenzal, se adelanta a mí. Le sigo más allá de la vegetación y tomamos asiento en la mesa del fondo, en la esquina entre las dos cristaleras que bordean el restaurante.

«¿Qué vamos a tomar, Brando?»

«No sé...»

«Toda esta anticipación del evento me ha abierto el apetito y las ganas de beber», responde mirándome. «Es decir, más bien un deseo de beber.»

«Buenas tardes, señores, buenas tardes notario. ¿Qué les sirvo?» pregunta el camarero. Es un tipo con una expresión agradable, lleva un delantal a rayas blancas y negras con una etiqueta con su nombre colgando.

«Buenas noches, Gigi, ¿puedes traernos dos Franciacorta?», pregunta el notario.

«Claro, saldrán enseguida. ¿Qué prefieres?»

El doctor Alessandro me mira como si pidiera la expresión de una preferencia mía en particular.

«Algo como un brut, o incluso menos azucarado, tal vez un rosado» sugiero, examinando la expresión del notario en busca de aprobación.

«Bien, dos Franciacorta brut rosé: veré lo que tenemos por ahí. ¿Y con qué te gustaría acompañarlo? ¿Puedo traerles nuestra tabla de aperitivos de temporada?»

«Claro Gigi, está bien» respondió el notario.

«Perfecto, tres minutos y vuelvo, señores» dice alejándose.

Cinco chicas entran desde la habitación delantera detrás de mí y se sientan en la mesa contigua a la nuestra. Tienen poco más de veinte años y van vestidas al estilo de las adolescentes tardías; dos de ellas teclean compulsivamente en sus smartphones, las otras hablan con voces chillonas.

Me doy la vuelta, miro por la ventana: un par de señores de mediana edad caminan abrazados con largos abrigos grises; el notario, sentado frente a mí, también los observa distraídamente.

Vuelvo a mirar a mi izquierda.

«¿Pero entonces te has recuperado de la discusión de la semántica léxica? Me ha parecido que te quedas un poco cogitabundo.»

«Estaba reflexionando sobre el tema de los cónyuges. Y, de todos modos, te dije que el tema estaba prohibido en el aperitivo.»

«Cierto, tienes razón» digo con sorna.

«Y gracias por aceptar consumir conmigo, aquí en el bar, mientras esperas al Bistro.»

«Por supuesto: es un placer. Pero, perdón, cambiando de cliente, entonces: estaba pensando justo hoy, mientras revisaba la venta de acciones de Anyauto...»

«¿Sí, Brando? ¿En qué estabas pensando?»

«Tengo entendido que los dos simpáticos chicos hicieron algún trabajo en tu coche; quiero decir, no en el California, sino en tu viejo Porsche. ¿He entendido mal?»

«Ah, claro, Antonio y Ermes. El Porsche...», dice, sin dejar de mirar la carretera.

«O tal vez pueda ocuparme de mis propios asuntos.»

«No, Brando, es una pregunta legítima. No tiene nada de secreto.» El notario parece reflexionar unos instantes. «El Ferrari California es bonito, ¿verdad? ¿Te gusta, Brando?»

«Sí, por supuesto: es un Ferrari. ¿A quién no le gustaría? Tal vez el color...»

«¿Y el color?»

«Es rojo: rojo Ferrari. Para mí, los coches sólo existen en negro, y hago una distinción entre el negro pastel, el metálico y el mate.»

«¿Debería haber cogido el negro, dices?»

«No lo sé, notario. Por lo general, el Ferrari es, según la opinión general, de color rojo. Muchos puristas, creo, odiarían un color diferente. Entonces, no conozco el entorno: quizá también haya entusiastas que circulen en Ferraris de los colores más extraños.»

«Creo que el Ferrari rojo es un poco más barato.»

«Barato, en su segmento de élite es muy común, creo, eso es lo que es.»

«Exactamente», responde el notario. «Creo que el 95% de los Ferraris que venden son rojos.»

«Perdona, ¿así que no te gusta el color de tu coche?»

«¡Pero no es sólo el color, es todo el coche el que es un poco mierda!»

«¿Mierda?» pregunto, desconcertado.

«Sí, mierda: me está jodiendo.»

«¿Jodiendo?» pregunto, cada vez más desconcertado.

«Aquí está la tabla de cortar, señores. Lo pondré aquí», interrumpe el camarero, colocando una tabla de madera en el centro de la mesa. «Y aquí están los dos vinos de Franciacorta.»

«Gracias» respondemos casi al unísono.

El camarero se da la vuelta y se dirige a las chicas de la mesa de al lado, que siguen discutiendo en tono estridente.

El notario bebe un poco de vino, luego vuelve a dejar su vaso y coge un trozo de grana. «Sí. Realmente me está jodiendo.»

«Ah, entonces tenía razón. No creí que tuvieras tanto resentimiento hacia tu coche. Pero ¿desde cuándo existe esta hostilidad?»

«Desde el primer día, desde que lo recogí en el concesionario.»

«¿Por qué? ¿Dónde lo compraste? ¿No lo has pedido a la fábrica? Pensé que así funcionaba para los Ferrari.»

«Para los nuevos supongo que sí. Pero este tenía unos cuatro meses cuando lo recibí.»

«De todos modos, si lo elegiste, te debe haber gustado un poco.»

El notario toma un sorbo de vino. «No, la verdad es que nunca había pensado en comprar un Ferrari en mi vida y, además, en esa sala de exposiciones, a la que me había remitido un amigo porque necesitaba un coche en consigna, era el único. Había unos cuantos Porsches y un Nissan GT-R; ese era precioso, todo naranja con llantas negras.»

«Sí, espectacular» replico, mirándole. «Disculpa, notario, ¿y luego qué? ¿Por qué compraste el Ferrari?»

«Tuve que apresurarme a sustituir el otro; entonces estaba allí con mi mujer, ya sabes cómo son estas cosas.»

«No, no mucho, en realidad. Al final, ¿tu esposa prefirió el Ferrari?»

«Pues sí, me dijo que sería mejor, argumentó que ya no tenía edad para un coche naranja y que no le convenía a un profesional serio.»

«Ya veo. Nissan GT-R hasta el final, en realidad: estoy de acuerdo con la elección.»

El notario termina su copa de vino, me mira y sonríe.

«De hecho, por la no elección» digo con sorna.

Yo también vacío mi vaso. «De todos modos, te pregunté por tu viejo Porsche» intento de nuevo. «No creía que fuera tan antiguo, sino que me parecía bastante chulo.»

«Yo también, sólo que tenía un problema con el diferencial y según Porsche había que cambiarlo, costando unas decenas de miles de euros. Dijeron que podía romperse en cualquier momento y dañar no sé cuántos componentes más: hacía un ruido fuerte, bastante grave, que se oía desde fuera.»

«Ahora lo tengo más claro.»

«¿Por qué? No creí que te interesara tanto mi flota.»

«Fue sólo una curiosidad inocente por mi parte. Sabes que me gustan los coches, así que estaba un poco preocupado por tu viejo 911, todo negro, que tanto me gustaba.»

El notario detiene al camarero que se mueve alrededor de la mesa de las chicas y pide dos copas más.

«A mí también me ha gustado siempre» dice entonces, «¿pero te gusta, aunque sea negro metálico y no mate como tu coche?»

«El negro mate es una fijación bastante reciente: el brillo, en su 911, también se veía claramente bien.»

«Pero Brando, más bien, ¿crees que tus espejos fucsias le dan un aspecto serio a tu coche?»

«Serio quizás no, pero había la opción de los espejos en un color diferente al de la carrocería y no pude resistirme: estaba indeciso entre el naranja y ese. La verdad es que son un poco horteras.»

«Un poco, ríe el notario. «Pero al menos destacan sobre su imagen oscura y negra.»

«Sí. Además, fui a pedirlo solo, sin una presencia femenina a mi lado.»

El camarero deja dos nuevas copas llenas a tres cuartos y recoge las vacías.

«Sí, el negro es en realidad una constante mía» reanudo, cogiendo la copa. «¿Así que al final te quedaste con el 911 y ya no lo usas, por miedo a que se autodestruya en cualquier momento?»

«Todavía lo uso de vez en cuando. Lo llevé a varios talleres después de comprar el nuevo: los dos compañeros de Anyauto me parecieron los más serios, de hecho, en mi opinión son muy buenos. Me sugirieron que intentara abrirlo todo y, al final, solucionaron el problema cambiando sólo un rodamiento del diferencial y el ruido desapareció por completo. En ese momento, ya que estaba en ello, seguí su consejo de montar un nuevo escape porque en su opinión el de serie limita el potencial del motor. Y el que me pusieron suena muy...» dice el notario, interrumpiéndose.

«¿Muy qué?»

«No sé cómo decirlo: muy armonioso.»

«¡Qué historia! ¿Como la bola eufónica?» le pregunto riendo, mientras él me mira con cara de extrañeza. «De todos modos, no creía que los de Anya estuvieran tan adelantados» me apresuro a añadir.

«Sí, sí, son muy buenos» dice el notario, cogiendo su copa. «Piensa que hace unos meses también empezaron a prestar asistencia en carretera: en la práctica se turnan, estando disponibles a cualquier hora del día o de la noche.»

«Bien hecho» digo. «Están ocupados.»

«Sí, al menos han pensado en ello» responde. «Piensa que esos dos viven incluso frente a su taller: tienen el cobertizo, donde trabajan, y frente a él un edificio de dos plantas, algo destartalado, donde residen los dos, cada uno con su familia.»

«No es mala idea, diría yo: sólo casa y trabajo» respondo, mirando la copa que tengo delante. Tal vez al concentrar todo en un solo lugar, tengan aún menos problemas: evitan viajes innecesarios, ahorran energía y pueden dedicarse a sus intereses. Una vida así no estaría mal. Lástima que para mí sea inviable.

⁎⁎⁎⁎⁎⁎⁎

Las voces de las chicas parecen aumentar cada vez más; la que está en la cabecera de la mesa, anátide y semidesnuda como las demás, pero con un plumaje casi placentero, levanta su smartphone, mientras las demás adoptan una pose, estirando sus cuerpos sobre la mesa con los brazos extendidos y las copas en la mano.

Incluso el notario observa la escena.

«¿Van a captar un acontecimiento memorable?» pregunta.

«Sí, quizás necesiten fijar en su memoria la irrepetible ocasión de haber bebido líquidos en este mismo establecimiento esta misma noche.»

«Más bien lo van a fijar en la memoria de sus smartphones, en lugar de en sus cerebros» observa el notario.

«Claro» respondo. «Y luego publicarán este suceso irrepetible también en las redes sociales.»

«Hay cosas que ya no entiendo: en muchos contextos me siento como un extraño», exclama el notario. «Debe ser la edad avanzada.»

Pincho una aceituna. «No creo que sea una cuestión de edad. Sin embargo, tal vez yo mismo sea ya demasiado viejo y por eso me siento tan fuera de lugar como tú en estas circunstancias.»

«Quiero decir, Brando, tú eres del 79, ¿verdad?»

Asiento con la cabeza mientras mastico mi aceituna.

«Así que tienes catorce años menos que yo: no está mal.»

«Sí, media generación, diría yo.»

«¿Pero te parecen atractivas esas chicas de ahí, vestidas así?» pregunta el notario.

Lanzo una mirada a la izquierda y vuelvo a analizar a las cinco comensales de la mesa de al lado, sin detenerme en la de la cabecera, ya escaneada anteriormente. Están maquilladas y vestidas al estilo de las cosplayers de manga: tops ajustados, minifaldas hasta la entrepierna, pantalones cortos de cuero, botas hasta las rodillas. Lástima que no estemos en Lucca Comics.

«No sé, realmente la gente de su edad se ven atractivas. Pero no me atrae especialmente su aspecto. Si tuviera que juzgar el tono y la frecuencia de su voz, diría que están a mi altura...» Hago una pausa y bebo un sorbo de brut. «Ahí tienes: un poco como tu Ferrari.»

El notario sonríe, vuelve la mirada a la mesa de al lado y toma un sorbo de vino. «Podrían ser mis hijas, pero me sentiría un poco mal por haber engendrado cosas así» dice con una expresión ligeramente melancólica.

«Si fueran tus hijas, las verías quizás con otros ojos.» Agarro algo de dinero mientras el notario se queda mirando la copa. «De hecho, si fueran sus hijas, dudo que lo fueran. Ya sabes, los genes... Al final, todo el mundo nace con una herencia bastante definida; por supuesto, el contexto social y el mundo que le rodea hacen todo lo demás. Pero en mi opinión lo que cada uno es, es decir, sus genes, siempre ganan por encima de todo.»

«Toda la genética, ¿quieres decir? ¿Así que esas cinco chicas, que no creo que sean hermanas, tuvieron el destino común de heredar el gen de las fotografías tontas, la voz chillona y la elección de esa ropa?» pregunta el notario.

«Sí» responde riendo. «Es posible que hayan tenido esta desgracia común. Por supuesto, el contexto que lo rodea también es importante: la educación, es decir. Nunca permitiría que tu hija fuera tan golfa. Una cualquiera, debería decir.»

Observo las burbujas en la copa; las voces estridentes de las chicas parecen haber bajado un poco mientras el notario se calla y coge una aceituna. «De todos modos, en mi opinión, cuando un gen está ahí, es difícil educarlo y hacerlo mutar. Se necesitarían siglos, milenios», añado mientras le miro.

«¿Llevas mucho tiempo estudiando genética?»

«No. No he hecho grandes estudios. Hace un tiempo hice una de esas pruebas para averiguar el origen geográfico de la composición genética de uno mismo.»

«Interesante» exclama el notario. «¿Y cómo funciona?»

«Envías una muestra de ADN: un vial de saliva, básicamente; luego la procesan y al cabo de unas semanas envían el informe detallado.»

«Brando, ¿podemos pedir dos más?» preguntó el notario, señalando las copas vacías que había sobre la mesa.

«Claro, con mucho gusto.»

El doctor Alessandro asiente hacia alguien que está detrás de mí.

«¿Y qué salió en esa prueba?» pregunta entonces.

«Nada especial: los genes preponderantes, casi un 20%, son sardos; justo por debajo de los genes del País Vasco y de Fennoscandia; los demás porcentajes son bajos y están dispersos entre las Islas Orcadas, Siberia Occidental y la India.»

«Aquí está el rellenado» dice el camarero mientras deja dos copas nuevas y luego pone las vacías en la bandeja.

«Gracias Gigi. Este rosé es realmente bueno» dice el notario.

«Realmente bueno: bebible» confirmo.

«Me alegro de que te guste, es una finca pequeñita, pero hacen muy buenos vinos» dice el camarero. «Perdón por la compañía de la mesa de al lado», añade bajando hacia la mesa.

«En absoluto Gigi, lo echaríamos de menos» responde el notario en voz baja.

«He intentado ver si tienen un botón para ajustar los decibelios, pero no encuentro ninguno» añade el chico.

«Tal vez debajo del pelo» sugiero en voz baja.

«En cuanto me vuelvan a llamar lo comprobaré mejor» añade alejándose.




1.3 IMPULSES - THREE


Después de unos veinte minutos, finalmente, las cinco chicas se levantan y se dirigen a la salida. Empiezan a oír la música del club, de fondo.

«Qué tranquilidad» dice el notario, con un suspiro de alivio.

«Disculpen señores, ¿puedo ofrecerles algo más? Ahora pueden conversar sin volverse frenéticos.»

«En efecto, ahora está tranquilo, Gigi» dice el notario sonriendo.

«¿Qué dices Brando, nos tomamos una última ronda para acabar con el placer de la espera?», pregunta.

«Sí, eso se puede arreglar, con mucho gusto.»

«Pero perdona Gigi, ¿puedo hacerte una pregunta un poco indiscreta?» dice el notario.

«Por supuesto, por eso estoy aquí.»

«Estábamos discutiendo, Brando y yo, sobre las cinco chicas de la mesa de al lado y la percepción generacional del universo humano, particularmente del femenino.»

«Sí» dice el camarero, «creo que le sigo.»

«Tú Gigi, si no te importa que te lo pregunte, ¿cuántos años tienes? Debes tener unos veinticinco años o algo así, ¿no?»

«Veinticuatro y algunos meses, en realidad.»

«Perfecto, podrías ser mi hijo.»

«Creo que sí, mi padre tiene cincuenta y cinco años.»

«Estupendo, tres más que yo: allá vamos» reanudó el notario. «Así que nos faltaba una representación de la percepción sensorial por parte de un compañero. Para abreviar, ¿qué piensas tú, Gigi, cuando te enfrentas a cinco clientas como las anteriores?»

«¿En general?» pregunta el camarero con dudas.

«Sí, ¿las encuentras agradables, atractivas, educadas? ¿Cómo las percibes?»

«Ah, ya veo. Como clientas las encuentras normales: han consumido y pagado, así que nada que decir. Tal vez un poco groseras, pero no más que muchos otros.»

«Bien. Y en cambio, desde un punto de vista más personal, ¿te parecen simpáticas o atractivas?», pregunta el notario.

«Simpáticas, en apariencia, diría que no, no tendría ganas de salir con ellas. Diría que las chicas con las que me gusta salir son diferentes, menos frívolas.»

«¿Atractivas?», pregunta el notario.

«Diría que no, no las vería demasiado bonitas: sólo destacaban porque estaban medio desnudas.»

«Bien. Gracias, Gigi, y disculpa las preguntas: queríamos tener una visión general desde tres puntos de vista diferentes.»

«En absoluto, ni lo mencione, notario. Perdone que le pregunte, pero ¿a qué conclusión ha llegado? ¿Le gustaron las cinco chicas de antes?»

«No, estamos en el mismo punto» digo.

«Sí, un consenso unánime» añade el notario, «más allá de cualquier diferencia generacional.»

«Sin embargo, no todas las clientas que rondan el bar son así. También hay más gente normal y decente.»

«No lo dudo Gigi: la nuestra fue una charla así, bebiendo rosé y al lado de unas chicas ruidosas y vulgares.»

«Por ejemplo, de su edificio sólo vienen casi siempre personas muy corteses y agradables.»

«¿De verdad?» preguntó el notario.

«Sí, es una estadística. Siempre me ocupo de los asuntos de los demás, también es mi trabajo. También conozco bien a Mauro, su portero: también es simpático.»

«En realidad, no conozco a mucha gente en el edificio, sólo buenos días y buenas tardes en el ascensor, pero todos parecen gente normal» dice el notario mirándome en busca de aprobación. Lo confirmo.

«No sé» retoma el camarero, «se me ha ocurrido porque hoy en la comida, justo aquí donde está sentado ahora, había dos chicas de su edificio: mujeres, quizá, más que chicas. En fin, una viene a menudo, es bastante alta, de pelo rubio, eso sí, pero no claro ni platino, color miel digamos. Un poco rara, pero agradable y educada. A la otra, en cambio, sólo la he visto un par de veces más, pero es muy alegre y amable también.»

«Es curioso este cotilleo sobre nuestro edificio» digo llevando la mano hacia mi copa.

«Pero ¿dónde trabajan, Gigi?», pregunta el notario.

«No lo sé exactamente, creo que una empresa financiera, entiendo. De todos modos, definitivamente en su edificio: incluso hoy las vi cruzando la calle, abrazándose, y luego entraron allí donde usted. Las vi porque estaba ordenando las mesas de los fumadores en el exterior» dijo, interrumpiéndose un momento y concluyendo: «A decir verdad, salí a ordenarlas cuando se fueron del lugar».

«¿Sigues a los clientes, Gigi?» pregunta irónicamente el notario.

«Claro que no» dice riendo, «sólo una coincidencia.»

«¿Estás seguro, Gigi?»

«De acuerdo, les seguí un poco: tenían una forma tan extraña de hablar entre ellas, tan tranquilas y agradables, y un porte tan elegante, que me intrigó.»

«Lo entiendo, Gigi. Así que quisiste asegurarte de que si también fueran del club tuvieran un trato agradable y elegante, para confirmar la impresión que tenías dentro» añade el divertido notario.

Tomo un sorbo de vino y miro la copa, sosteniéndola en mis manos.

«Por supuesto» dice el camarero, «el mío también es un trabajo de comprobar cuidadosamente el comportamiento de la clientela.»

«No pensé que tu trabajo implicara estas tareas adicionales tan gravosas» dice el notario.

«Muy bien, si realmente quieres saberlo: la otra mujer, la que está en compañía de esa rubia» dice interrumpiéndose con la mirada perdida fuera de la copa que tiene delante. «Bueno, yo no la vería muy bonita, en mi opinión es realmente de otro planeta: tiene una elegancia, una manera, no sabría ni cómo describirla. Está a otro nivel.»

Tomo un profundo sorbo de brut y observo a Gigi con los ojos perdidos en la oscuridad más allá de la ventana de cristal.

«¿Hay una persona así corriendo por nuestro edificio y no nos hemos dado cuenta?» vuelve a preguntar el notario.

«Evidentemente, nos faltan algunas cosas en nuestro edificio», respondo. «Deberíamos dejar caer algunas escrituras y hacer más relaciones públicas con las visitantes femeninas de las otras oficinas.»

«Muy bien, les dejaré continuar y me retiraré con mis tonterías. Sólo quería decir que no toda la gente que anda por ahí es grosera y desagradable.»

«No Gigi, eso es seguro: también hay mucha gente agradable en el mundo.»

El camarero se da la vuelta.

«Mira Brando: pasamos doce horas allí y no sabemos todo lo que sabe Gigi.»

«Sí, tienes razón, lo he dicho: deberíamos hacer menos gamberradas y hacer fiestas salvajes en la oficina», replico un poco pensativo.

«Y volviendo a eso, mi querido Brando: ¿alguna vez has perseguido a una mujer por la calle?»

«Yo diría que no. ¿Sabes que eso también podría considerarse acoso?»

«Sí, Gigi con un delantal a rayas acechando a dos clientas podría ser casi espeluznante. En fin, tratando de resumirlo, si miras a tu alrededor, puedes ver que hay otras cuatro o cinco mesas como la nuestra, pero ocupadas por personas que parecen estar formando parejas: ¿no crees que eso es, cómo decirlo, natural? Por otro lado, habrás notado a lo largo de los años que cuando una nueva persona viene al mundo, suele ocurrir porque dos personas se han unido.»

«¿De verdad? No sabía que los bebés nacían así, seguía con la historia de la cigüeña: parecía plausible como explicación.»

«Oh sí, Brando, la historia del gran pájaro blanco no es cierta, siento decírtelo.»

«No sé, son las citas asiduas las que no me gustan, me dan esa sensación de privación de una parte de mí, es decir, de no tener libertad: realmente creo que estoy hecho para vivir sin pareja.»

Joder, otra vez la bola armónica: las dos mitades pegadas, soldadas por una fuerza magnética.

Una mitad que no existe para mí.

«No sé, Brando, no me convence del todo esta postura tuya, me parece que falta una pieza para ser aceptable: sigo dudando. ¿Puedo hacerte una pregunta estúpida?»

«Como quieras, pero dudo que seas capaz de formular preguntas estúpidas, me sorprendes.»

«¿Te gustan las mujeres?»

«Yo diría que sí.»

«En tu escala de valoración de la vida, cuando piensas en algo bello, ¿dónde colocarías a una persona del sexo opuesto?»

«¿Debo hacer una clasificación instantánea de mis prioridades, poniendo a las personas del sexo opuesto? Como: jugar al golf, los coches, el vino tinto, el blanco, el espumoso, el whisky, las mujeres... ¿Algo así?» digo con una expresión de desconcierto.

«Sí, exactamente. Incluso con menos alcohol. Pero ¿desde cuándo juegas al golf?»

«Nunca he jugado.»

«Ahí tienes, exactamente. Entonces, ¿qué lugar ocupa el universo femenino?»

«Pero no puedo hacer una clasificación así: ¿cómo puedo comparar actividades, objetos y personas en una clasificación homogénea?»

«Es una simple clasificación hedonista, digamos. Pensar en las distintas cosas que te dan placer...»

«Depende de las situaciones, de los momentos.»

«Ya casi está. ¿Quieres decir que prefieres un buen vino a un viejo Fiat Uno Diesel?»

«Sí, yo diría que sí.»

«¿Prefieres un Nebbiolo a un Vermentino?»

«Sin duda.»

«Eso está bien. ¿Quieres decir que en lugar de pasar una noche con una de las cinco chicas de antes prefieres beber sólo, en casa, un buen islay?»

«No lo sé, conocidos solos podrían ser mejores: la más bonita, tal vez una sobremesa, dos horas como máximo, si no hablara. Pero el islay, ¿es bueno? ¿Uno de esos espantosos de turba?»

«Turbatísimo» dice el notario.

«Creo que, después de todo, me rendiré ante el whisky de turba: menos alboroto.»

«Puede ser, es legítimo: yo también elegiría ese, sin pensarlo, pero la diferencia de media generación juega a favor de la incertidumbre.»

El notario toma un sorbo de vino y vuelve a dejar su copa sobre la mesa, mientras yo hago lo mismo. «De todos modos, tu sólida clasificación ya parece tambalearse por culpa de una chica vestida en ese estado. Te referías a la de los hombros desnudos en la cabecera de la mesa, ¿no?»

«Diría que sí, pero no recuerdo haber dicho lo del estado, supongo que lo pensé.»

«No, ya lo he dicho, no te preocupes. De todos modos, tenemos una clasificación que puede revolucionar en cualquier momento, en constante agitación debido a los viñedos, los hombros y los nuevos números de Quattroruote, tal vez. Tal vez sea moralmente solucionable: si se pensara en ello, se podría idear algo mejor.»

«Sí, he dicho lo primero que me ha venido a la cabeza, supongo, aunque, aun pensándolo, no lo sé.»

«Pero no estamos hablando de cuestiones morales, de todos modos.»

«Ah, la música», le interrumpo.

«La música: buena, muy buena. Ya ves que con un poco de esfuerzo la clasificación mejora.»

«Europa del Norte, Noruega», vuelvo a interrumpir.

«¿Algo más?» pregunta.

«No, eso será suficiente por ahora, creo.»

«Bien, añadamos todo a la clasificación. Sin embargo, la cuestión es otra, no la clasificación en sí. Me explico: en esta clasificación, ¿qué es lo que une todo?»

«No lo sé: supongo que el alcohol. Y una pizca de música, para escuchar mientras se conduce por el norte de Europa. ¿Ves un hilo conductor en todo esto?»

«Sí, Brando. ¿Por qué te gusta la música?»

«Porque me gusta escucharla, por eso. Me atraen los sonidos que combinan bien.

«Excelente. ¿Y por qué te gusta el norte de Europa?»

«Me gusta el paisaje, la tranquilidad. Me atraen esos lugares. Me siento un poco nórdico, como si mi origen profundo estuviera ahí: siempre será la historia de los genes fenoscandianos.»

«¿Y el alcohol?»

«No sé: me da una sensación de paz, me relaja, cuando siento el deseo de relajarme y desconectar un poco de todo, creo que es una sustancia útil en esas coyunturas. Y luego el simple sabor.»

«Ahí, casi. Pasión, atracción, deseo: son emociones que toda persona siente. ¿Pero sabes cómo se llaman, puestos todos juntos, estos sentimientos?»

«¿En una palabra, dices? ¿Volvemos a la semántica léxica?»

«No, no es tan difícil: se llama amor.»

Miro la copa y las burbujas en fermentación que se arremolinan en su interior. Tomo un sorbo y luego observo al notario que me mira fijamente.

«Bien. El amor es atracción, pasión y deseo: eso está bien. Pero ¿a dónde ha ido a parar el universo femenino?»

«Perdona, pero ¿qué relacionas instintivamente con la palabra amor? Si piensas en el sentimiento del amor, ¿qué te viene a la mente?»

«¿Instintivamente? No lo sé. Yo diría que una mujer. Conecto el amor con una mujer.»

«¿Ves cómo volvemos a estar en la clasificación? No sólo está en primer lugar, sino que ocupa todas las posiciones.»

Vuelvo a agarrar mi copa, ya que pienso que este líquido rosado no es suficiente para hacer frente al notario, siendo sin duda necesario un producto químico más fuerte, como por otra parte ya había considerado por la tarde, justo después de la discusión sobre el baldaquino.

«Me perdí un poco en la lógica de la clasificación. Todo se mueve por los sentimientos, por la pasión, y podría estar de acuerdo con eso, pero ¿y si la pasión no está directamente relacionada con el universo femenino? Se puede alimentar la pasión por las carreras con cuatro ruedas, impulsadas por un motor de cuatro tiempos y, sin duda, es pura pasión, atracción, deseo de alcanzar o superar los propios límites. Juntemos los tres sentimientos y obtendremos el amor: amor por la velocidad, por las carreras sobre un suelo de asfalto. Hasta ahí estoy y me parece romántico, pero ¿cómo encaja la atracción por una mujer o, en su caso, por otra persona?»

«¡El amor! Y no hay que forzarlo en estas coyunturas: ya está dentro, es el sentimiento que desencadena todo. Todo se mueve provocado por el amor. Ya está en nosotros e interactúa con el mundo exterior: no producimos ese sentimiento por nosotros mismos», dice el notario.

«Entonces, ¿sin amor no existe nada más? Y es que todo se desencadena por este sentimiento. Y si uno va a dar una vuelta a la pista, en su coche negro opaco, ¿lo hace porque se deja llevar, aunque sea a nivel inconsciente, por el amor?»

«Sí, Brando, estás llegando a lo que quiero decir. Si quieres volver a la semántica léxica, que tanto parece gustarte, también podríamos poner en juego los eros.»

«Amor y eros: no son sinónimos, doctor Alessandro.»

«En resumen. Eros es siempre instinto de vida, pulsión, deseo: el amor es el mismo sentimiento, la misma pulsión de vida.»

El notario toma un sorbo de vino.

Miro mi copa y las pocas burbujas que quedan.

«Pasión, atracción, deseo, pulsiones: amor, eros. Todo viene junto, Brando.»

«Todo se mueve por eros: casi podría estar de acuerdo» digo. Miro por el cristal: dos chicos caminan abrazados, subiendo por la calle, hacia mi dirección. El brillo oceánico se materializa de nuevo en mi mente. La visión de la mañana es sin duda adecuada para generar una fuerza de atracción considerable: una pulsión, un simple instinto no mediado por ningún procesamiento neuronal prolijo.

«¿Por qué casi?»

«Para no estar del todo de acuerdo contigo.»

Tomo el vaso y hago desaparecer las burbujas restantes. «Sin embargo, podría haber algo más que eso. La vida no son sólo impulsos, hay más cosas alrededor, un conjunto de sentimientos y emociones diferentes, independientemente de la razón y todo eso.»

«Brando, mira esta mesa entre nosotros: es cuadrada, de madera. Míralo todo, como un todo.»

Empujo mis vértebras contra el respaldo, echo la silla hacia atrás unos centímetros y miro la mesa. «¿Ves toda la mesa así?»

«Sí, notario. Lo veo todo, como un todo.»

«¿Y cuántas patas tiene?», pregunta riendo.

«Yo diría que cuatro» respondo, mirándole un poco de reojo.

«¿Estás seguro?»

«Yo diría que sí: estoy seguro» respondo, moviendo un poco la cabeza en señal de desaprobación por la intención taimada y vengativa de su pregunta retórica.

«¿Y sabes por qué ves cuatro?» pregunta. «Porque esta mesa tiene cuatro patas, como la de mi estudio: ¡sic et simpliciter!»




1.3 IMPULSES - FOUR


Bajo un poco las ventanillas. El aire frío me azota la cara, mientras pongo el volumen a 24; esta mañana había dado play al disco Solstafir, no está mal.

Echo un vistazo fugaz a la pantalla, buscando el título del tema que suena ahora, y lo identifico como Sjúki skugginn. Pienso, como ya hice hace más de doce horas, que cada tema, aunque esté expresado en un lenguaje bastante difícil, debe tener un significado, y me prometo de nuevo leer las lyrics, o, al menos, determinar un sentido aproximado de los títulos.

El bajo suena muy oscuro: hagamos un 32.

Paso los baches y giro a la izquierda, corto la rotonda, aprovechando el bordillo central, y entro en la avenida que lleva a la universidad. Los carriles están todos despejados.

Cambio a segunda, dando la vuelta a la gran rotonda de la zona de urgencias, y piso el acelerador. En unos trescientos metros, al llegar a la rotonda del campo de béisbol, tengo que dar toda la vuelta y tomar la tercera salida, hacia la avenida que lleva a mi casa.

Cuando el motor sube de revoluciones a unas 4.700, tiro hacia la derecha para coger la cuerda, mientras delante de mí, en dirección contraria, veo venir un coche azul eléctrico, un color muy brillante. Parece bastante lento y todavía está bastante lejos: llegará al cruce circular después de mí.

Freno y cambio a segunda para encarar la estrecha rotonda, mientras miro la franja de pórfido que bordea el parterre central, sobre el que, con las dos ruedas interiores, pretendo pasar. Me desvío hacia la izquierda, mientras siento una repentina molestia en la nariz: estornudo. El aire que sale de los pulmones me da una sacudida. Mi mano izquierda tira del volante y lo devuelve a una posición neutral.

Joder, he perdido el control, estoy dentro de las camelias. El coche da una pequeña sacudida. Sigo recto y reduzco la velocidad. Me pongo a un lado, con los cuatro intermitentes puestos.

El coche azul eléctrico pasa por delante de mí y sigue adelante.

Salgo y me dirijo a la franja de pórfido que rodea las camelias. Me he hecho un lío. Paso por encima de los tres plantones exteriores.

Me agacho y extiendo una mano hacia la vegetación: están rotos, aplastados contra el suelo, destrozados. Pobrecitos.

Vuelvo caminando, triste, a mi coche.

Incluso el coche azul eléctrico se ha detenido con las cuatro flechas justo después de la rotonda. Lo observo durante unos segundos: los LED de las farolas lo iluminan desde arriba, haciendo que el azul sea aún más chispeante.

Me doy la vuelta y tomo el camino hacia la universidad. Llego al final, giro a la izquierda y atravieso la puerta de la casa.



2 A DAY IN THE LIFE




2.1 INTRO


Me despido de Mauro, empeñado como cada mañana en leer el Giornale di Brescia en su casa de cristal, y me dirijo a los ascensores.

Una mancha oscura se materializa allí en el fondo. Continúo con paso lento y llego a la zona situada frente a la botonera. El punto negro me saluda y le devuelvo la sonrisa. Quizá sonreí demasiado, pero fue instintivo, sorprendido por la amabilidad de un personaje de aspecto tan oscuro.

El ascensor central llega a la planta baja y entramos en la cabina. Nunca lo he visto, pero actúa como si el lugar le fuera muy familiar, así que no creo que sea un visitante casual del edificio. Su mirada es amable mientras me pregunta a qué piso voy.

«Siete, gracias» sonrío. Tal vez demasiado, otra vez. Pero esta vez por el pelo, muy despeinado.

Tras pulsar los botones, introduce los dos pulgares de sus manos en los bolsillos de sus vaqueros. Sus otros dedos acarician sus delgadas piernas, no muy masculinas, pero que parecen perfectamente rectas, dentro de los ajustados vaqueros.

Lo estudio. El aspecto me parece un poco oscuro, pero dotado de una elegancia implícita: educado y de buena familia, con toda probabilidad. El cuerpo es seco y la altura quizás unos centímetros por encima de la media. Tiene ojos verdes, casi fosforescentes. Creo que podría ser un extraterrestre.

El ascensor llega al séptimo piso.

«Adiós.»

El borrón negro me desea un buen día. Salgo y me dirijo a la oficina.

Una sensación de malestar y calidez invade mi cuerpo: si no estuviera ida, estaría pensando que nunca había visto algo tan increíble.




2.2 LIFE

2.2 LIFE - ONE


Saco las llaves de la bolsa e introduzco la más larga en la cerradura, situada bajo el cartel de Sbandofin en letras doradas. Cuatro cerrojos y abro la puerta.

La oficina sigue vacía: la luz brumosa que se filtra por las ventanas la hace más somnolienta de lo que parece a estas horas.

Es sólo el segundo día en muchos años que veo la oficina con esta nueva perspectiva. Con el cambio de hora, todo se ha adelantado: ya no llego a las nueve, sino una hora antes, por lo que puedo salir de la oficina a las trece en lugar de a las catorce. Sigo trabajando cinco horas, pero tengo toda la tarde para hacer lo que quiera. No sé por qué no se me ocurrió antes: bastaba con una simple petición a Teresa para cambiar el horario, y es mucho más cómodo así.

He llegado temprano porque a esta hora no hay tráfico, así que un café, bebido con calma, puede ayudarme a pasar los veinte minutos que faltan para mi hora oficial de entrada.

Doy un sorbo a mi espresso exprimido y miro por las ventanas, observando la niebla y la lenta progresión de la luz del sol. El paisaje me parece bastante desolador.

Amedeo también me puso nerviosa anoche: está cada vez más posesivo e imagina historias surrealistas, me atribuye encuentros clandestinos y traiciones varias, aunque sean mentales. Puede que sea culpa de su trabajo, o mejor dicho, de su no trabajo, pero cada vez es más insoportable.

Llevamos algo más de siete años juntos. Los primeros días fueron bastante tranquilos y pacíficos. Estábamos enamorados y siempre pensé en él como mi única relación seria. Evidentemente, había habido otras fiestas anteriores, pero nada significativo, sólo algunas citas breves, repartidas al azar a lo largo de mis primeros treinta y cinco años de vida. Entonces, empecé a desear una relación duradera, me sentí lo suficientemente maduro para manejarla.

Llevo tiempo pensando en ello, pero no puedo determinar con certeza si ha sido mi propia voluntad precisa o si ha estado influenciada por mis padres, especialmente por mi madre: todas las historias sobre la edad avanzada, la necesidad de sentar la cabeza, de dar a la propia vida una apariencia de estabilidad...

De todos modos, una fuerza oculta, una mano invisible, el flujo de los acontecimientos o algo más, me acercó a Amedeo. Nos conocimos en una fiesta con amigos, y resultó ser simpático, divertido y agradable. Era el año 2010 y yo ya llevaba unos años trabajando aquí en Sbandofin; él era agente inmobiliario: era todavía el periodo en el que estaba con la agencia en Borgosatollo. Más tarde, cuando empezamos a vivir juntos en la casa en la que ahora vivimos, continuó su actividad como agente independiente, recibiendo pedidos directos de empresas de construcción y especializándose en la venta y el alquiler de grandes complejos.

Los primeros años de convivencia no fueron malos, pensando ahora en ellos o, tal vez, afloran así en mis recuerdos sólo porque hago una inevitable comparación con la convivencia actual: convivencia pesada y agotadora de una persona irascible, triste, deprimida, distante y, desde luego, nada cariñosa. A veces, casi violento. Verbalmente violento.

Amedeo siempre ha sido celoso y posesivo, pero nunca más que en los últimos tiempos. Si tuviera algún elemento concreto, al menos podría pensar que no se está volviendo loco; si viviera como tantos de mis conocidas que, aunque se definen como felizmente casadas, salen constantemente con otros hombres, entonces sus rabietas podrían al menos tener sentido. Pero desde que salimos sólo he estado con él. Y no tanto porque quisiera, sino por una cuestión de principios: si quisiera otra cosa, rompería la unión. De hecho, hace cuatro meses registramos el contrato de convivencia en el ayuntamiento: somos una pareja de hecho, pero bastaría una simple comunicación y dejaríamos de serlo.

Sí. Así que, en este momento, estoy ida.

Pero es una situación momentánea, es decir, no temporal, pero tampoco indisoluble. Este es un acontecimiento reciente, y recuerdo que no me gustaba mucho la idea de Amedeo de registrar nuestra unión, pero, para evitar escenas por su parte, acepté. Al fin y al cabo, ya llevábamos mucho tiempo viviendo juntos, en la práctica nada habría cambiado.

Ahora son las 7:53 y tengo que empezar a trabajar. Tengo que solucionar el tema de los créditos al consumo de ayer, es decir, enviar a las distintas instituciones los documentos de los clientes para los préstamos que ya han sido aprobados y desembolsados.

Nos limitamos a intermediar: analizamos las peticiones de la gente, buscamos entre las diferentes ofertas y proponemos la mejor solución al cliente. El préstamo con el tipo más bajo o la financiación que se adapte a las necesidades específicas y, para estos importes bajos y en lo que respecta al crédito al consumo, la elección casi siempre acaba en la marioneta azul: a todo el mundo le gusta y es el más conveniente.

Me dirijo al baño, enjuago el vaso de café de plástico y lo tiro en la papelera de reciclaje. Vuelvo al armario que hay al final de la sala, cerca de mi escritorio, en la última fila, cojo la pila de carpetas de la carpeta de créditos al consumo y vuelvo a mi escritorio. Uno, dos, tres... son once: diez de la marioneta y uno de Telefin. Cojo todos los documentos y me dirijo al centro de la sala, hacia la impresora multifunción apoyada en el cristal que separa la sala del pasillo. Pongo las carpetas en la mesa cercana y, al ver que el equipo sigue en espera, pulso el botón verde para reactivarlo. Al cabo de unos segundos, leo en la pequeña pantalla de cristal líquido las conocidas palabras ready to scan. Abro la primera carpeta, iniciando el trabajo de esgrafiado y escaneado.

Mientras lo hago, reflexiono sobre la cantidad de cosas que he descubierto en los últimos días. Bastó una hora para descubrir un mundo que, sin dejar de ser el mismo, es todo diferente: variaciones en el flujo de tráfico, luz diferente, olores diferentes y equipos para dormir. Y es más oscuro, mucho más oscuro. Incluso las personas que conozco son diferentes. Aparte de Mauro, que descubrí que ya estaba leyendo el Giornale di Brescia sobre las 7:30.

Saco todos los contratos de las carpetas, determinando que así el proceso puede ser más ágil, quito los clips de todas las hojas firmadas y deslizo copias de los documentos después de cada contrato. Vuelvo a repasar todos los documentos, comprobando que cada uno de ellos se ajusta al contrato correspondiente: varias fotografías se desplazan ante mis ojos y llego a la última que, al representar al regordete Tom Sellek de ayer, provoca una sonrisa instantánea. En el carné de identidad el parecido es casi más evidente. Él y su amigo que, ahora me doy cuenta, nacieron en Polonia, querían un préstamo rápido en efectivo para crear una empresa de citas online.

La cita con ellos no fue del todo relajante. Mi sensación de incomodidad, que comenzó con la descripción de la actividad, había ido aumentando por grados, hasta llegar a su punto álgido con la mención de las muchas chicas guapas que se pueden conocer por internet y con las posteriores apreciaciones vagas, siempre educadas, sobre mi ropa. No sé qué sentido tenía, ya que mi look no era demasiado llamativo. Al menos, no como la de las ciberzorras que imagino pueblan sitios como el suyo.

Hago una sola pila de unas cien páginas y la pongo toda en la unidad de escaneo automático. Miro los papeles que, engullidos uno tras otro, reaparecen al cabo de unos instantes, y vuelvo a pensar que no me he encontrado en el ascensor con las chicas del quinto piso con las que, desde hace varios años, me encontraba casi todas las mañanas.

Tiempos: una cuestión de tiempos. Tal vez siempre haya estado aquí también, pero frecuentaba las zonas comunes del edificio en momentos diferentes a los míos.

Él: el sorprendente. Todo eso, sin embargo, no podía interesarme.




2.2 LIFE - TWO


Oigo abrirse la puerta principal al final de la habitación: es Serena que entra.

Miro el reloj de mi PC, que marca las 8:31, mientras ella suelta un grito: «¡Hola Lavi!»

«Hola» respondo en un tono de voz más bajo y agito una mano a modo de saludo.

Lanzo la mirada más allá de mi monitor y veo a Serena colgando su abrigo de piel negro en el armario, y luego se acerca a la mesa de la entrada y coloca su bolso. Vuelvo a mirar el monitor y empiezo a escribir el primer correo electrónico con la lista de contratos adjunta en pdf.

El sonido de los tacones de Serena me distrae. Camina a mi derecha por el pasillo, pasando por la cristalera, en dirección a la sala de café. Su cuerpo está casi completamente cubierto por las plantas colocadas detrás del tabique transparente. Sólo me fijo en los matices de su chatouche rubio oscuro que sobresale de los arbustos verdes y en los tacones negros que se vislumbran entre un jarrón y otro.

Hola Carmela, te adjunto diez contratos firmados de ayer. Quedo a disposición para cualquier aclaración o en caso de que sea necesario, escribo.

«Lavi, ¿estás bien? ¿Qué estás haciendo?»

«Hola Sere, todo bien, supongo. Voy a enviar los contratos a Carmela. Tú, ¿todo bien?»

«Sí, yo diría que todo normal.» Se acerca a la ventana con su taza de café en la mano: su esbelta figura destaca a contraluz mientras noto que la niebla se disipa.

Me fijo en sus piernas: enfundadas en unos vaqueros ajustados y en esos zapatos de tacón, son simplemente preciosas. Delgada, pero tonificada. Entonces miro hacia arriba.

«¿Tu hijo sigue teniendo fiebre?»

«No, acabo de dejarlo en la escuela, esta mañana no tenía ni 36,5.»

«¿Pero no tenía 39,5 ayer?»

«Sí, pero ya sabes cómo son los niños, se curan enseguida» contestó mirando por la ventana.

«Depende de los niños, supongo. Y también de las enfermedades.»

«Sí, yo diría que sí. Se puede decir que el virus que atacó a mi hijo fue flojo y se recuperó rápidamente. Menos mal, porque no habría sabido cómo arreglarlo. Su gripe me está haciendo terminar todas mis vacaciones...» Se da la vuelta.

Observo cómo Serena arquea la espalda estirándose, aprieta los hombros contra la ventana y sube el pecho. Sus cuádriceps se tensan y muestran los tonificados músculos que abultan sus ajustados vaqueros; el dorso de sus pies, oculto por las medias negras, se eleva, haciendo que sus tacones sobresalgan de sus zapatos.

«¿El café aún no ha hecho efecto, Sere?»

«Supongo que necesitaré al menos cuatro o cinco más, o tal vez deba cambiar la sustancia» responde examinándome.

«¿Pero no tienes frío vestida tan ligera?»

«No, yo no diría eso: aquí en la oficina siempre hace unos veintiocho grados, así que decidí ponerme mangas de tres cuartos, que entonces no son realmente de tres cuartos. Verás», le explico mientras tiro de la manga izquierda hacia abajo, «es un poco de la mano de obra que hace que se mantenga arriba, en realidad tirando de ella hasta la muñeca también.»

«Sí, en realidad siempre hace mucho calor aquí. En cualquier caso, ese tres cuartos de ahí es muy bonito, te queda muy bien. ¿Lo compraste en una de tus subastas?»

«En realidad no, este lo compré en una pequeña tienda de Verona. Hace unas semanas, Amedeo y yo hicimos un recorrido por allí» explico. «De todas formas, ayer mismo le pregunté a Teresa, pero parece que la temperatura de los termostatos ya está ajustada al mínimo: a menos de eso no se puede ir y me sigue pareciendo un poco despilfarro.»

«Sí, no tiene mucho sentido tener una temperatura así en invierno» responde mientras mira la pila de papeles sobre mi escritorio: su mirada parece flotar entre los papeles y el escote de mi jersey.

«Sabes Serena, acabas de hacerme caer en la cuenta de que creo que me he dejado la chaqueta en el coche esta mañana cuando llegué. Imagínate que ni siquiera me di cuenta: yo también debí subir las escaleras interiores del edificio vestida así y no se me ocurrió.»

«Las escaleras que bajan a los garajes son siempre húmedas y frías: creo que tenías otra cosa en mente.»

«Debe ser el nuevo horario.»

«Debe ser eso. ¿Pero sabes que hoy estás más brillante que de costumbre?»

«¿Por qué? ¿Suelo ser brillante? ¿Como una linterna humana?»

«No, no como una linterna» responde riendo. «Brillante como...» dice interrumpiéndose unas fracciones de segundo, «no sé: radiante.»

«De todos modos, estoy igual que todas las mañanas, excepto por haber llegado una hora antes y haberme olvidado la chaqueta en el coche.»

Serena se acerca a la pila de papeles y mira con curiosidad la primera tarjeta de identificación colocada encima de todos los demás documentos. «Tal vez me parece que eres particularmente brillante. ¿Pero quién es este tipo? ¿El Tom Sellek de los pobres?» dice entonces, riéndose. «¿Y qué nombre sería ese?»

«Es polaco» respondo. «Y sí, yo también he notado ese parecido. Estuvo aquí ayer con su socio para pedir un préstamo.»

«¿Es una broma? No lo vi pasar. ¿O tal vez es diferente en persona?»

«No, es igual en persona. Creo que estuvieron aquí durante su turno del curso obligatorio de actualización de seguridad de la empresa.»

«Claro, ayer estuve fuera casi toda la mañana. Entonces, ¿qué quiere hacer este tipo? ¿Interpretar un remake de Magnum P.I.?»

«No lo entendí del todo, Sere: parecen dos tipos normales, pero me hablaron de una empresa que quiere llevar un sitio de citas, no estoy segura si físico o virtual.»

«¿Y qué tipo de citas? Como las reuniones reservadas a ciertas pasiones, supongo. Como quien busca a alguien que comparta su pasión por los deportes acuáticos, se apunta y encuentra un nuevo amigo con el que hacer esquí acuático...» replica Serena con una sonrisa que me parece un poco pícara.

«Sí, sí. Eso es lo que yo también pensé. También los aficionados a la caza y la pesca» respondo riendo.

«Así que estamos hablando de sexo.»

«Sí, Sere, creo que es un sitio de citas para adultos, pero sobre el sexo no estaría segura, precisamente porque podría ser sólo una cita virtual, como un chat por webcam.»

«No creo que sea una idea tan original. Creo que ahora hay muchos. Pero ¿cuál es el nombre del sitio?»

«No lo sé, pero no estoy seguro de que esté activo todavía. Creo que la empresa tenía un nombre tonto en plan New Incontri o Newcontri, no lo entendí bien.»

«He oído a algunas de mis amigas contar cosas alucinantes sobre estos sitios.»

«¿Cómo qué?» pregunto.

«No sé si es todo cierto, pero estos dos fumadores se apuntaron y luego conocieron a su eventual pareja en persona. De todos modos, lo hicieron sólo por diversión: introdujeron todos sus datos y preferencias.»

«¿Preferencias de qué tipo?»

«Preferencias de todo tipo: estéticas, pero también prácticas sexuales preferidas u otras perversiones.»

«Interesante. ¿Y después?»

«Nada, entonces el portal selecciona a la gente en base a afinidades e intereses.»

«¿Y qué eligieron tus amigas?»

«Pues nada en particular: simplemente seleccionaban que estaban interesadas en escapadas extramatrimoniales y luego elegían qué aspecto físico preferían para los hombres que pudieran conocer. Y el portal sugirió a mis dos amigas gente diferente, estéticamente muy agradables y también de zonas bastante cercanas. Esa misma tarde concertaron una reunión, cada una con el socio elegido entre las decenas sugeridas por el portal. Una de ellas fue a una ciudad de la provincia de Bérgamo, en el lago Iseo, no recuerdo cuál exactamente; la otra fue a una ciudad de la llanura, hacia Cremona. La idea era que al final de la noche se reunieran para intercambiar impresiones.»

«Sí, tal vez estén un poco locas tus amigas. Era un riesgo...»

«Sí. Nunca se sabe quién te va a tocar. En fin, resumiendo, una dijo que el hombre que llegó a la cita no coincidía con la foto de la página web: parecía un oso Yogui con sobrepeso y apestaba a alcohol. La otra acabó con un chico de 20 años, no con el hombre de 40 que ella esperaba.»

«¿Así que terminaron sin hacer nada?»

«La del Oso Yogui salió corriendo, insultándolo. Lo que yo entiendo es que él argumentaba que ella estaba obligada a terminar el encuentro con una nota positiva de todos modos, porque así es la política de la comunidad. Al oír esas palabras, ella gritó en el bar donde se encontraban y se marchó. La del niño dijo que era entrañable para él y que se sentía obligada a hacerlo, pero no pude saber si era así...»

«Buenas experiencias, quiero decir, Sere. No sé, yo no lo haría: de las relaciones extramatrimoniales estoy en contra por principios, pero, aunque fuera libre y buscara aventuras similares, no creo que me apeteciera conocer a alguien así, sólo por sexo. Yo buscaría otra cosa.»

«Sí, Lavi, yo tampoco lo haría, creo. Puede ser incluso excitante, pero si luego te encuentras con esos sujetos... qué miedo.»

«¿Excitante de qué manera?»

«Sí, podría ser divertido. No me gustaría conocer a alguien sin que mi marido lo supiera, de verdad que no, pero he curioseado un poco por esos sitios de ahí y también hay parejas que buscan a otras personas: como idea, así, sólo en plan fantasía, suena interesante...»

«Lo siento, te pierdo: ¿te gustaría conocer a otra pareja, junto con tu marido, para tener sexo?»

Serena se lleva un dedo índice a la boca, mordisqueándolo, y empieza a mover la punta de su zapato derecho hacia arriba y hacia abajo, haciendo palanca con el tacón.

«¿Lo he entendido bien?» insisto.

«Sí, Lavi, más o menos. Vamos, no sé: no se pueden hacer estos discursos a las 8:40 de la mañana cuando todavía estoy dormida y, de todas formas, no, no creo que me guste tener sexo con mi marido y otra pareja, o intercambiar parejas» responde un poco confusa.

«Muy bien, Sere, pensaba que habías dicho lo contrario antes.» La miro desconcertada y divertida como exigiendo más explicaciones sobre el tema, pero ella sigue mordisqueando su dedo y jugueteando con su zapato. Su pelo, ligeramente ondulado, cae sobre sus hombros y sus ojos color avellana desprenden una luz brillante. Esos vaqueros ajustados, y esos tobillos, ceñidos por las medias de nylon, completan la figura que observo de pie frente al escaparate; realmente no se le notan los cuarenta y cinco años que tiene: parece una chica descarada, pero bien vestida.

Y esas piernas son realmente perfectas.

Se toca los muslos con las palmas de las manos, frotando sus pantalones. «¿Tengo una mancha en los vaqueros, Lavi?» pregunta. «Ah, debe ser por el azúcar en polvo del brioche de antes.»

«No, no tienes nada, creo, ¿por qué?»

«Parecía que me mirabas las piernas.»

«No, sólo te miraba por tu pose de niña traviesa.»

Oigo que se abre la puerta y entran las cuatro chicas nuevas, las que llegaron de la oficina principal hace dos meses.

Les saludamos desde el fondo de la sala. Los cuatro responden con un «hola» coral y se dirigen a las dos primeras filas de mesas, instalándose en sus puestos de trabajo.

«Hoy parecen muy amables también» dice Serena en voz baja.

«Sí, parecen tener este nivel de sociabilidad desde hace dos meses», replico con un filo en la voz. «Al menos son coherentes.»

«Creo que tengo que ir a trabajar, te veré más tarde en mi pausa para el café.»

«Sí, buen trabajo Sere. Ah...» añado en voz baja, «por cierto, las cuatro simpáticas te salvaron de explicar lo del tema excitante.»

«Cuando quieras te lo explico mejor. Tal vez.»

Se mira los muslos, da dos pasos hacia delante e, inclinando el torso sobre el escritorio, susurra: «Y tendrás que explicar por qué te quedas mirando mis piernas.»




2.2 LIFE - THREE


Levanto la vista y veo que se abre la puerta principal: Giorgio, Umberto, Andrea y Tiziano entran juntos. Son empleados de Sbandofin desde hace mucho tiempo, ya presentes en la agencia cuando empecé a trabajar aquí en 2007, con treinta y dos años. Fue el comienzo de mi tercer trabajo, al que siguieron otros que duraron bastante poco tiempo. He echado algunas raíces aquí, teniendo en cuenta la actividad no demasiado deprimente y el ambiente agradable.

Los cuatro colegas, que ahora se dedican a los rituales cotidianos de acercamiento a sus puestos de trabajo, rondan los cincuenta y cinco años: tienen modales aceptables y se mueven siempre en grupo, rara vez dispuestos a dar demasiada confianza a los colegas más jóvenes. Siempre se comportan de forma un tanto distante y defensiva, como si quisieran proteger su compacidad y preservar su mayor antigüedad, un factor que en mi opinión es inatacable.

Por la mañana se reúnen para desayunar en el bar frente a la oficina. La misma escena se repite durante la pausa del almuerzo: siempre juntos, siempre compactos.

«Hola a todos» digo.

«Buenos días, Lavinia» responden uno en uno, pero con la misma expresión verbal y tono neutro.

En la fila frente a la mía, en el gran espacio abierto, se sientan Tiziano y Andrea; la que precede a las nuevas está ocupada por Giorgio y Umberto.

Son las 8:59 de la mañana y la oficina está casi llena, lista para el trabajo del día: sólo falta mi vecina de mesa, Maddalena, que supongo que se ha retrasado, como suele ocurrir, por algún extraño infortunio. Y también falta Teresa, la encargada: pero llega sobre las diez o un poco más tarde.

Veo que el led del teléfono se enciende y oigo el teléfono de Serena sonar a lo lejos. La primera llamada del día que, con toda probabilidad, se referirá a algún desesperado en busca de dinero, ya que las primeras horas de trabajo, según las estadísticas, están infestadas de temas similares, como si estos personajes hubieran pasado toda la noche dándole vueltas a cómo conseguir financiación. Por lo general, a medida que avanza el día, comienzan a aparecer personas más serias con necesidades complejas: reestructuración de la deuda, grandes préstamos o solicitudes más particulares de intermediación financiera.

Tengo que buscar financiación para las tres personas que conocí ayer por la mañana: casualmente llegaron una tras otra, después de que el regordete Tom abandonara la oficina. Como si se hubieran puesto de acuerdo a escondidas, el primero invadió el despacho con una petición absurda; en cuanto conseguí librarme de él, llegó el otro con una petición aún más inverosímil y, justo cuando empezaba a pensar que la mañana podía terminar sin más molestias extrañas, llegó el último para asestarme el golpe definitivo.

Para el primer cliente potencial, tengo que buscar una hipoteca para comprar la primera casa con su esposa. La tarea, siendo el sujeto declarado en paro y con el cónyuge trabajando a tiempo parcial en negro, no es fácil de realizar. El hombre, desesperado por la negativa de multitud de bancos, se dirigió a nosotros con la esperanza de encontrar algún canal alternativo.

Descartando cualquier banco y dejando de lado a la marioneta azul, poco proclive a este tipo de financiación, queda el último recurso: FinExtreme. Pulso el botón de la agenda del teléfono, busco el contacto de los bandidos y pulso el botón para llamar al número seleccionado.

«FinExtreme, buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?»

«Hola, soy Lavinia de Sbandofin en Brescia, ¿puedo hablar con Ettore? Se trata de una solicitud de préstamo de uno de nuestros clientes.»

«Voy a ver si está libre.»

«Sí, gracias.»

Espero, con los ojos clavados en el monitor, mientras imagino, como ya he hecho en otras ocasiones, el aspecto del despacho de estos chacales, indecisos entre un edificio moderno en el sur de Milán o un edificio antiguo en el centro histórico. Transfiero el auricular del teléfono a mi oreja izquierda y escribo FinExtreme en Google, mientras el sórdido jingle, intercalado con una voz femenina que no deja de agradecer mi paciencia, me perfora el tímpano. Hago click en la imagen del final de la ventana y, tras unos instantes, aparece el mapa con un marcador de posición alrededor de Lambrate. Opto por ver el exterior con Street View: no hay edificios futuristas ni antiguos, sólo viejos condominios destartalados que parecen más adecuados para albergar viviendas sociales, que sedes de prestigiosos intermediarios financieros.

Avanzo unos metros, giro a la derecha y confirmo la correspondencia de las tres cifras, escritas en relieve en una placa de latón inclinada a unos veinte grados del suelo, con las que se leen en su dirección. Mantengo pulsado el botón izquierdo y, mientras la música empieza a dañar mi nervio coclear, miro la cámara de Google hacia el piso superior. Tal vez un pequeño apartamento utilizado como oficina, con Ettore en la cocina, sobornando a los clientes con tarifas exorbitantes, el que atiende el teléfono arropado por el escritorio de la entrada y dos cobradores esperando órdenes, sentados en el baño, uno en la bañera y el otro en el inodoro.

Sigo esperando, meditando el recuerdo de la voz de Ettore que, habiéndome sonado siempre agradable y simpática, contrastaría con la imagen que se acaba de pintar en mi mente, quizá sólo aturdida por la irritante música.

«Listo. Hola Lavinia Sbandofin, ¿cómo estás? Mucho tiempo sin hablar.»

«Buenos días, Ettore FinExtreme, todo bien por aquí, gracias. Os llamaba para pediros una información: hace tiempo os pedí ayuda sobre una hipoteca para una persona que no podía dar garantías de ingresos demasiado claras.»

«Garantías poco claras: sí, lo entiendo. Más concretamente, ¿qué es?»

«Se trata de una solicitud de hipoteca para la primera vivienda para dos cónyuges: él está en paro, ella tiene un empleo a tiempo parcial, pero ella tiene una familia a tiempo parcial, es empleada de hogar. ¿Seguís haciendo hipotecas así?»

«¿Quieres decir que está cuidando la casa de una familia de amigos?»

«Sí, eso es, algo así: está ocupada, pero ya sabes cómo son los amigos, tú me haces un favor, yo te hago uno, nada demasiado formal.»

«Ya veo. ¿Pero de qué tipo de capital estamos hablando? ¿Y los amigos son lo suficientemente generosos?»

«La casa cuesta unos 110.000 euros: es un apartamento de dos habitaciones aquí, en la provincia de Brescia. Y sí, los amigos son bastante generosos: en definitiva, me parece que tienen una mentalidad del ochocientos.»

«Una mentalidad...» repite Ettore en un tono algo perplejo. «Ah, quieres decir que soy anticuado. Antiguo como los números, seguro. Pero creo que me pierdo: ¿tienen una mentalidad del ochocientos o de 1800?»

«No, del ochocientos, no de 1800. Si no, habría dicho 1800, ¿no? Además, la mentalidad de los años 1800 parecería demasiado generosa para un ama de casa a tiempo parcial.»

«Sí, de hecho, tienes razón, Lavinia» responde Ettore riendo. «Sin embargo, si estos son los siglos que se discuten y ese es el valor de la propiedad, creo que se puede encontrar una solución. Pero, ya te digo, la tasa no será baja.»

«Te refieres a algo en torno al 5% en total, Ettore?»

«No, Lavinia, ya no podemos mantenernos tan bajos: yo diría que tenemos todo incluido incluso en torno al 6,5%.»

«El 6,5%? ¡Eso es mucho!»

«Es lo mejor que podemos hacer ahora. De todos modos, el umbral de la tasa está ahora en torno al 7,5% y estamos muy por debajo de él.»

«¿Un uno por ciento significa muy por debajo de tus parámetros, Ettore?»

«Sí, Lavinia: para mí el 1% es mucho: son 1.000 euros por cada 100.000 euros de capital al año.»

«Ahí lo tienes. De todos modos, suponiendo que esté bien, ¿qué papeleo deberían hacer los amigos de la pareja?»

«Siempre se puede firmar un acuerdo en el que los amigos se declaren dispuestos a seguir así durante al menos otros veinte o treinta años: un escrito privado como éste también puede ser suficiente. Si no, siempre existe la posibilidad de que les presten una garantía directa. Esto haría que la tasa bajara considerablemente.»

«Claro, pero sé por experiencia que los amigos no resultan ser tan amigos al final cuando se trata de dinero.»

«Sí, Lavinia, ya sabes lo que dicen aquí en Milán: amigos, amigos a c...» dice Ettore interrumpiendo y sonriendo.

«Incluso aquí, a 90 kilómetros, se dice eso» respondo riendo.

«Luego te enviaré los datos del edificio y de los sujetos» continúo, «si me consigues una simulación, lo haré con los dos.»

«Muy bien, envíame todo por correo electrónico. Si el trato se lleva a cabo, acércate al notario en la firma de la escritura, para que por fin nos conozcamos: hace tiempo que quiero conocer tu voz en persona.»

«Claro: conocer mi voz en persona, bonita expresión, ¡me gusta! Si hacen la hipoteca, nos vemos en el notario, vamos: en realidad llevamos unos diez años hablando y nunca nos hemos visto.»

«Te prometo, Lavinia Sbandofin, un acta notarial. Cuento con ello.»

«Muy bien, Ettore FinExtreme, voy a enviártelo. Adiós, que tengas un buen día.»

«Tú también, adiós.»

Cuelgo el teléfono, abro el programa de correo y, una vez adjuntado el catastro, añado un breve texto que hace referencia a la llamada telefónica que acaba de producirse. Por último, elijo la dirección de Ettore de la libreta de direcciones y envío el correo electrónico.

Hago click en el icono amarillo y paso a la siguiente carpeta: se trata del sujeto con el pelo rapado y la cresta central oxigenada que, al principio de la breve reunión de ayer, también exigió un café, convencido de que puede expresar mejor los conceptos con algún tipo de sustancia estimulante en la sangre.

Su situación, en realidad, no era demasiado complicada de explicar: 22 años, sin haber trabajado nunca y buscando cinco mil euros para ir a Tailandia durante un mes con una misteriosa chica que, en un principio, parecía estar viviendo con él en Italia y que, a los pocos minutos, ya le esperaba durante varios meses en el país de destino. Ante mi sugerencia de buscar un aval que le permitiera acceder a algún tipo de crédito, me contestó, casi lloriqueando, contándome la absoluta negativa expresada por amigos y familiares a cualquiera de sus peticiones. Teniendo en cuenta su aspecto y su forma de hablar, la noticia de sus reiteradas negativas no me sorprendió, sólo confirmó mi decisión inicial, tomada incluso antes de la palabra café: pulsé el icono del correo electrónico e introduje la dirección que había guardado en mis notas en el campo del destinatario.

Lo sentimos, pero no hemos podido encontrar ninguna solución adecuada a su solicitud de financiación. Esperamos poder ayudarle en otras ocasiones en el futuro y le deseamos un buen día.Lavinia - Sbandofin.

Tercer folder: el hombre de 50 años que busca un arrendamiento anónimo para comprar un coche.

⁎⁎⁎⁎⁎⁎⁎

Oigo que la puerta principal hace un débil ruido y miro hacia el extremo derecho: veo a Maddalena entrando, abriendo un hueco de unos cincuenta centímetros, lo justo para que su frágil cuerpo se deslice entre la jamba y la gran losa de acero pulido, y luego cerrando la puerta tras ella y asintiendo a Serena. Camina por el pasillo, desapareciendo detrás de las plantas, y reaparece, tras unos veinte segundos, bajo la abertura de la pared de cristal, llegando al escritorio de mi derecha.

«¿Hola Maddalena, todo bien?» le pregunto casi en un susurro.

«Hola Lavinia. No: Tengo un terrible dolor de cabeza, no he podido ni levantarme de la cama esta mañana.»

«Los dolores de cabeza son horribles» respondo en tono tranquilo. «¿Pero tomaste alguna medicación, como ibuprofeno o paracetamol?»

«No, son veneno, drogas. No he tomado nada. Estaré bien en unas horas» responde secamente.

«Sí, el tiempo lo cura todo» respondo sonriendo.

«Sin embargo, no es un asunto de risa.»

«Lo siento, Magdalena, sólo era un comentario.»

Vuelvo a abrir Chrome, busco alguna extraña compañía de alquiler y, fingiendo desinterés, vislumbro a Maddalena colocando su bolso en el tercer compartimento de la cómoda. Antes de cerrar el cajón, saca su smartphone y lo coloca cuidadosamente en un soporte sobre su escritorio, justo debajo del monitor: es una cosa de plástico cuyo propósito exacto nunca he entendido, ya que siempre he pensado que mi teléfono se conforma con estar sobre la superficie plana del escritorio. A continuación, extrae los tres frascos pequeños habituales y los alinea a la derecha del soporte superfluo, comprobando que las etiquetas están orientadas hacia el puesto de trabajo. Cierra el cajón y se sienta en la pequeña silla.

Un día había preguntado qué beneficios producían esos tres frasquitos y Maddalena me había dado una explicación sobre unos extractos de plantas que influyen positivamente en los desequilibrios emocionales, las preocupaciones y la salud en general: uno para los trastornos del sueño, otro para la ansiedad social y otro para superar el duelo, creo recordar. Tras la aclaración, perdí un poco el interés por la funcionalidad exacta de los productos y ahora observo con diversión este ritual diario, que se repite idénticamente cada mañana al llegar a la oficina. Sin embargo, he notado el continuo cambio de color de los frascos, lo que me llevó a pensar que incluso las molestias para las que se utilizan estos extractos mágicos pueden cambiar con cierta frecuencia.

Desplazo con pocas ganas los resultados de la investigación mientras, siempre por el rabillo del ojo, veo su intención en la ejecución de la segunda acción preparatoria del inicio de la jornada laboral: la extensión y compresión del pistón de la silla, hasta alcanzar la distancia óptima entre el asiento y el suelo. Enderezo un poco la espalda, y creo que nunca he variado la altura de mi silla: hace mucho tiempo la había puesto en una posición adecuada a mi altura, y ya está.

«¿Ves que a ti también, Lavinia, te duele la espalda al sentarte en estas sillitas? Quieres enderezarte, ahora: a estas alturas tus huesos han asumido una postura incorrecta y será difícil volver a enderezarlos» Maddalena balbucea de repente.

Me vuelvo hacia ella y miro su jersey beige de cuello alto, combinado con unos pantalones color avellana de gran tamaño y un par de zapatos marrones indefinibles.

«En realidad, Maddalena, no tengo la espalda mal: sólo me he enderezado un poco porque me estaba hinchando bajo el peso de la investigación inútil que estoy haciendo» respondo mirándola con una sonrisa.

«Ah, ¿entonces me estabas tomando el pelo porque no puedo poner la silla en la posición correcta?»

«No, estaba buscando a alguien para arrendar. No te estaba observando realmente» respondo en tono tranquilo. «¿Necesitas ayuda para instalarte?»

«No necesito ayuda, sólo deseo que nadie siga moviendo la posición de mi sillita.»

Observo cómo sus enclenques piernas, que se vislumbran bajo sus deformes pantalones, nada comparables a las de Serena, cuelgan desde una altura unos cuarenta centímetros mayor que la mía.

«Te ves un poco alta. ¿No crees que deberías bajar un poco?»

«Sí, es demasiado, pero al tirar de la palanca ya no puedo moverme.»

Me levanto y me acerco a Magdalena.

«Pero ¿apretar esto no te hará bajar?» pregunto señalando la palanca a la derecha del asiento.

«No, mira» responde Maddalena, agitando la barra de metal.

«Es raro. Lo siento. Intenta tirar mientras te empujo hacia abajo.»

Maddalena tira de la palanca, yo me agarro a los dos reposabrazos y la empujo hacia el suelo.

«Ya está, así está bien.»

«Entonces, ¿estás bien?»

«Sí» responde ella. «¿No tienes frío con ese jersey, Lavinia?» añade.

«No, siempre hace mucho calor aquí dentro» replico, mientras vuelvo a sentarme en mi puesto.

«Tal vez, todavía tengo frío con este suéter. Además, toda esa carne a la vista, ¿seguro que está bien?»

«¿Bien para qué?» pregunto, volviéndome hacia ella.

«No sé, yo no andaría desnuda así.»

«Sólo tengo las muñecas y diez centímetros de antebrazos al descubierto, y el jersey apenas está desabrochado: no me siento tan desnuda.»

La próxima vez te quedas sola, pobre psicópata deprimida, pienso mientras empiezo a desplazarme de nuevo por la página para encontrar una empresa adecuada que conceda un alquiler fuera de los circuitos habituales. De hecho, el inquietante sujeto me confió que todos sus coches, incluido el de su mujer, están suscritos con las entidades financieras de los fabricantes de automóviles y quiere evitar que por la casa circulen documentos de coches nuevos de los que su cónyuge no conoce la existencia. El discurso, que al principio parecía un poco oscuro, resultó ser bastante claro: el hombre quiere firmar un contrato de leasing para un coche que no va a ser utilizado por él, ni por su mujer, ni por una persona que a su mujer le gustaría conocer. Vuelvo a bajar por la página y llego al resultado número 80 aproximadamente. Vuelvo al campo de búsqueda inicial y añado, junto al término leasing, las palabras registro de intermediarios.

El primer resultado muestra ahora el nombre de una empresa que me resulta completamente desconocida: hago click y me encuentro en el formulario de registro al área privada de una empresa cuyo nombre es incomprensible y difícil de pronunciar. Desplácese hacia abajo, haga click en las FAQ, recorra las primeras preguntas triviales con sus obvias respuestas y llegue, hacia el final de la página, a descubrir cómo registrarse como intermediario o corredor es suficiente con rellenar el formulario electrónico que se ve en la página anterior, adjuntando la Cámara de Comercio y el documento de identidad del titular de la empresa individual o el del representante legal. Con este tipo de acceso, la siguiente FAQ promete la posibilidad de solicitar contratos para sus clientes y la gestión completa de los mismos a través de la plataforma online, eliminando, según la última respuesta precisa a la pregunta final, cualquier papeleo.

Sonrío mirando la pantalla, guardo la dirección en mis favoritos y pienso en hacerle la pregunta a Teresa en cuanto tenga la oportunidad de verla.




2.2 LIFE - FOUR


Son las 10:35. Tengo que irme o no volveré nunca.

Tengo que recoger todos los cheques para el asunto del edificio desafortunado. Fue Amedeo quien los hizo llegar aquí, a los de la sociedad infame: desde que empezó a frecuentarlos, su carrera como agente ha caído en picado.

La idea de establecerse por su cuenta, que había madurado hacía unos cuatro años, después de ser liberado de la agencia inmobiliaria para la que había trabajado durante algún tiempo, había sido apreciable. Al principio había colocado sin demasiada dificultad algunas oficinas por cuenta de algunas empresas fuertes y luego había empezado a desenvolverse con varios inmuebles residenciales: unas ventas que le habían permitido evaluar con cierta satisfacción el camino recorrido y mirar el futuro de la actividad por cuenta propia con un discreto optimismo.

Luego, creo recordar que entre 2014 y 2015, llegó Ciapper, con esa torre maldita: veinte plantas de oficinas para alquilar, según la frase que he oído repetir multitud de veces, a precios adecuados al contexto de prestigio del inmueble. Según Amedeo, el edificio estaba bien hecho, tanto desde el punto de vista estético como funcional, pero los estándares exigidos rozaban la locura y, como dijo hace tiempo con ironía, antes de aislarse en un silencio depresivo, nadie podía entender la elección del nombre, Banano, que ponía a los potenciales clientes ante una especie de desconcierto, además de léxico, también geográfico: de hecho, recordaba a un árbol poco común en el territorio de Brescia.

Después de haber tomado la exclusiva para la intermediación del alquiler de las oficinas, Amedeo no sólo no concluyó ningún contrato, sino que ni siquiera consiguió que los interesados visitaran las oficinas: sólo una extraña asociación de voluntarios, hace algún tiempo, quiso visitar el edificio para alquilar una parte de un piso, sin dar luego ningún seguimiento a la inspección realizada. Con el paso de los meses, luego en una larga serie de años, consiguió, con gran dificultad, convencer a los de Ciapper de que abandonaran el intento de alquiler exclusivo y sin éxito y propusieran las oficinas también en venta.

Sin embargo, el cambio en la forma contractual no modificó el interés del mercado por el edificio. ¿La moraleja de la historia? Para Amedeo todo el asunto se convirtió en una verdadera fijación. En numerosas ocasiones, intenté sacarle de su estado mental decadente, pero siempre obtuve una única y repetitiva respuesta: «tienes que colocar ese puto Banano».

El desafortunado edificio, con el paso del tiempo, emprendió un largo y tortuoso deambular entre las empresas del grupo: desde la constructora hasta la gestora inmobiliaria, pasando también por otras vicisitudes corporativas de las que ni siquiera fui capaz de fijar los contornos exactos en mi memoria. El director más veterano, durante la reunión organizada por Amedeo y celebrada aquí en la oficina, me resumió la última y desesperada operación a realizar: hacer que Banano vuelva a sus orígenes, es decir, a la empresa del grupo que lo había construido.

La triste historia del presidente también me hizo ver que ni siquiera la empresa constructora está pasando por una situación económica brillante, ya que los bancos, según las palabras del narrador, han cerrado todos los grifos.

En pocas palabras, el dramático relato del señor Gustavo Ciapper, presidente de cada empresa del grupo, a estas alturas cada vez más escaso, y socio de la misma junto a los otros hermanos miembros del Consejo de Administración, terminó con la petición de encontrar entidades financieras dispuestas, de cualquier manera posible, a reunir la cantidad necesaria para devolver el edificio a la constructora: diez millones de euros a recaudar de alguna manera.

Pedí algunas opiniones entre mis colegas, entre ellos Umberto y Giorgio, que resultaron ser extrañamente útiles y colaboradores, y conseguí reunir a seis bancos dispuestos a financiar la operación. No se trata de préstamos reales: ninguno de los bancos aceptó a Banano como garantía, ni siquiera consideró que la empresa constructora pudiera ser un garante válido sin garantía, por lo que se excluyó cualquier tipo de préstamo. Por tanto, tuvimos que recurrir a seis aperturas de crédito en cuenta corriente: una locura.

Cada instituto quería una cuenta corriente restringida con un depósito igual al importe del descubierto concedido, lo que obligó a los hermanos a abrir cuentas conjuntas en los seis bancos, por un total de diez millones: no sé qué porcentaje del patrimonio personal representan estas cantidades, pero las palabras del presidente me hicieron pensar que las cantidades restringidas podrían constituir casi la totalidad de los ahorros acumulados durante buena parte de su vida laboral.

Mi éxito en la búsqueda de los fondos necesarios para la operación, que en cualquier caso acabé calificando de autodestructiva, provocó una expresión parecida a una sonrisa por parte de Amedeo, que luego corrigió la instintiva comunicación no verbal con la escueta frase: «no era tan difícil». Intentas recaudar diez millones así, en lugar de dormir hasta las diez de la mañana, pienso, mirando fijamente el escritorio, mientras recuerdo que la escritura de venta de la propiedad se realizará por la tarde y que alguien de Ciapper, según los acuerdos tomados ayer, pasará sobre las 15:30 para recoger los cheques.

Así que ahora tengo que ir a recuperar los giros bancarios de los distintos bancos y luego se lo dejaré todo a Serena antes de salir de la oficina. Pongo el PC en espera y saco del cajón una bonita carpeta rígida para recoger todos los títulos del banco. Dejo el bolso en el cajón, pensando que sólo puede pesarme, ya que no necesito ni las llaves de la oficina ni las del coche. Saco rápidamente mi carné de identidad de la bolsa, asombrada por la idea de que algún empleado bancario escrupuloso quiera identificarme, y cierro el cajón.

Me levanto, un poco dudosa. Aunque acabo de recordar que dos bancos están un poco más lejos que los otros, vuelvo a descartar la opción del coche y busco una solución alternativa.

«Lavinia, ¿por qué estás quieta en tu escritorio?» pregunta Maddalena.

«Estaba reorganizando mentalmente la ruta que tengo que seguir para ir a recuperar unos cheques: ahora me voy a poner en marcha» contesto en tono tranquilo, pensando que esta quiere tocarme los ovarios hoy. Me agacho, abro el cajón, saco la tarjeta de prepago para el transporte público de la ciudad y finalmente empujo el tirador para cerrarlo.

«Está bien: lo preguntaba porque estás mirando el rayo de sol que se filtra por la ventana, y los rayos de sol en esta estación y a esta hora no son buenos para mi mala salud.»

«Por supuesto, Maddalena, lo siento, ya salgo» respondo dando dos pasos atrás y metiendo la tarjeta en el bolsillo de mis vaqueros. «Lo siento de nuevo, me voy, nos vemos luego.»

Llego a la oficina principal y sonrío a Serena, que parece estar manteniendo una complicada conversación telefónica. Me mira un poco interrogante, mientras yo señalo el armario con una mano y luego muevo los brazos simulando ponerme una chaqueta invisible.

Ella sonríe y luego asiente.

Tomar prestado el abrigo de piel de Serena, reconocible por su pelambre sintética ligeramente excéntrica, me permite evitar una parada en el garaje y ahorrar unos minutos.

Cuando llego al ascensor, me miro en el espejo: es negro y me llega hasta la mitad de los muslos; el pelo sintético mide unos diez centímetros y está desaliñado. Siento que el forro toca la piel desnuda de mis antebrazos: una sensación de calor sintético me invade, mientras mis fosas nasales son invadidas por un agradable aroma a ciclamen, que reconozco que es el mismo que suele emanar mi amiga.

Es realmente agradable este abrigo de piel.

⁎⁎⁎⁎⁎⁎⁎

«Buenos días, soy Lavinia de Sbandofin, necesito cobrar unos giros bancarios para la empresa Ciapper srl.»

«Así que tú eres Lavinia» responde la empleada. «Hola, soy María. Iré a buscarlos y vuelvo enseguida» añade levantándose. Pasan unos dos minutos y la chica reaparece con un sobre en las manos.

«Aquí están. Firme aquí, por favor» dice, volviendo a su asiento. Firmo, cojo el sobre, abro la carpeta, meto el sobre dentro y lo cierro.

«Entonces puedo irme» digo mirándola. «Gracias, María, que tengas un buen día.»

«Adiós, que tengas un buen día también.»

Me doy la vuelta, paso el autobús, cruzo el paso de peatones y continúo siguiendo la carretera que desciende hacia el supermercado. Observo inmediatamente en la distancia mi segunda parada, un banco que frecuento con bastante frecuencia para otras operaciones de Sbandofin que, entre otras cosas, se encuentra también con una cuenta propia en esta sucursal.

«Buenos días. ¿Haciendo recados?» De repente oigo el eco de una voz a mi derecha.

El portero de nuestro edificio se encuentra frente a mí, bajando las escaleras del edificio por el que paso, con una pila de cajas en los brazos.

«Buenos días, Mauro. Sí, estoy dando vueltas por los bancos un poco.»

«Yo estoy recuperando paquetes que el mensajero dejó en el edificio equivocado...» murmura.

«Qué hermosa actividad» respondo. «¿Suelen confundir los edificios?»

«De vez en cuando, sí: con las prisas, lo dejan todo en una conserjería en vez de en la otra» replica y luego continúa: «Me encanta ese abrigo de piel. Se parece al de la señora Serena».

Sorprendida por el comentario, le miro un poco desconcertada y le respondo: «Sí, a mí también me encanta. De hecho, compramos el mismo».

Parece que me está escudriñando y me apresuro a añadir: «¡Qué espíritu de observación, Mauro!»

«Eh, ese es mi trabajo: observar. Diviértete en el banco» responde alejándose.

«Adiós» respondo todavía indecisa. Empiezo a caminar en dirección contraria y pienso que, más que un observador entusiasta, parece estar demasiado metido en los asuntos de los demás.

Llego al banco, cojo otro sobre de la conocida empleada del primer mostrador y lo vuelvo a meter en la carpeta. Dejo a la chica, tras una interesante disertación sobre las condiciones meteorológicas de hoy que me ha llevado al menos tres minutos de mi limitado tiempo disponible, para llegar a la última sucursal del primer bloque de instituciones.

El maleducado cajero me entrega un sobre transparente con dos cheques metidos dentro, y me dice que debe proceder a identificarme: le entrego el documento y lo escanea, mientras yo meto esos cheques en mi carpeta. Recojo el carné de identidad de la mano gorda que se extiende hacia mí, saludo sin ningún tipo de cortesía particular y, al salir, me doy cuenta de cómo la estación de metro está situada en la plaza de al lado. Decido utilizarlo para llegar a los dos bancos más alejados. Es ciertamente más rápido que el 10.

Mientras espero el tren, la carpeta que tengo en las manos empieza a molestarme. Abro un botón del abrigo de piel y lo meto dentro, apoyándolo con la cadera derecha y metiendo las manos en los bolsillos, que creo que pueden beneficiarse de un poco de calor sintético confortable. Al llegar al fondo del forro, mi dedo índice choca con un objeto cilíndrico. Lo escudriño, con curiosidad: es una simple barra de manteca de cacao. También rebusco en mi bolsillo izquierdo para asegurarme de que no llevo ningún posible objeto perdido. Tras comprobar que no hay nada de eso, decido meter la barra en el bolsillo interior más seguro, en el que ya está mi smartphone, y en el que también meto la tarjeta de recarga y el DNI.

Oigo un siseo que viene de mi izquierda y vuelvo la mirada hacia la fuente de sonido: aquí está el metro acercándose y reduciendo la velocidad, hasta que se detiene. Saco la carpeta del abrigo de piel y entro en el vagón medio vacío. Me siento en el primer asiento exterior, apoyando la carpeta sobre mis piernas, mientras el vehículo eléctrico se pone en marcha y pienso que en tres o cuatro minutos debería llegar a mi destino.

Miro a mi alrededor y, tras comprobar la poco arriesgada presencia de dos personas distantes y atentas a la consulta de sus smartphones, abro la carpeta: los dos cheques del sobre transparente muestran, junto a la letra a, los datos del beneficiario: Ciapper Real Estate srl en liquidación; junto a la palabra euro, impresa en letra pequeña, leo en cambio las palabras seiscientos veinticinco mil/00.

Abro los otros dos sobres, quitándoles las pestañas, y compruebo que los mismos datos están presentes en todos los títulos, en caracteres de imprenta. Teniendo en cuenta que hay diez cheques en la carpeta, llevo más de seis millones. Tal vez mi estado de ánimo no sería tan neutro si yo fuera la destinataria de los cheques.

«Próxima parada Estación FS» anuncia el speaker automático del metro.

En la superficie me golpea el aire fresco: el cielo es ahora azul y la niebla ha desaparecido por completo. Me aprieto el abrigo y me dirijo a la oficina de correos. En unos quinientos metros, dando la vuelta al edificio, ya estaré en las inmediaciones de Via Solferino. Hasta ayer no sabía que había una sucursal aquí. O mejor dicho, la única sucursal que puede emitir giros bancarios en la zona de Brescia.

Entro y veo a tres personas haciendo cola en la única ventanilla abierta. Espero pacientemente a que terminen las operaciones que deben realizar los titulares de las cuentas y, tras unos diez minutos, me presento al empleado que está detrás del cristal.

«La chica de Sbandofin está aquí para recoger los cheques» susurra al teléfono.

Se queda unos segundos más al teléfono y luego se vuelve hacia mí: «Si puede sentarse durante cinco minutos, su compañero estará enseguida con usted».

«Muy bien, gracias, esperaré ahí» respondo, llevando el pulgar derecho hacia mi hombro.

Me doy la vuelta y me dirijo a tres sillones marrones colocados contra la pared, junto a la entrada, sentándome en el más exterior. Pongo mi carpeta en la mesa de cristal frente a los sillones, cruzo las piernas y me desabrocho la capa sintética que me cubre.

El abrigo de piel de Serena es realmente cálido. Casi tan cálido como su abrazo, cuando hace uno de sus repentinos arrebatos de afecto y me abraza o besa sin motivo alguno. Así es ella: siempre despreocupada y alegre. Sonrío y pienso en sus piernas. Sí, tal vez sea cierto, antes los miraba fijamente, pero no puedo evitarlo: lo hago con todos. Y las suyas son tan sensuales.

Miro los pocos centímetros desnudos de mi pantorrilla, que asoman por encima de mis vaqueros, un poco arrugados por la posición que he adoptado. Me inclino hacia la parte inferior de la pierna y rozo la parte descubierta de mi pantorrilla con los dedos casi congelados de mi mano derecha: un escalofrío me recorre y se dispersa por mi columna vertebral.

«Buenos días, Lavinia, soy Marco, es un placer conocerte.»

Las palabras que vienen de mi izquierda me toman por sorpresa. Me pongo de pie y estrecho la mano del hombre.

«Buenos días, Marco.»

«Aquí están las comprobaciones, el resto ya está en marcha: aunque tarde o temprano los señores tendrán que pasarse por aquí y firmar por privacidad y antiblanqueo» me dice entregándome un sobre gris.

«Perfecto. Sí, ya les he avisado.»

«Bien» responde, mirándome fijamente.

Es un hombre agradable: alto, algo corpulento, con el pelo canoso y una edad supuesta de unos cincuenta y cinco años.

«¿Puedo invitarte a un café?»

«Gracias, Marco, pero tengo que estar en...» respondo y luego me detengo un poco bruscamente. «En una oficina en Corso Garibaldi: así que me veo obligada a negarme.»

«De acuerdo, de nuevo: vuelve a vernos cuando quieras, ha sido un placer verte» replica, deteniéndose un momento como para aclarar, «ha sido un placer conocerte.»

«Un placer Marco: sin duda volveré a por más clientes» respondo dando dos pasos hacia la salida.

Llego a la caja, dejando al señor Marco detrás de mí, y pulso el botón de apertura, mientras tengo la clara sensación de que sigue observándome.

Echo un vistazo a mi smartphone: son las 11:40; las dos últimas sucursales deben cerrar a las 13:00, así que puedo tomarme mi tiempo.




2.2 LIFE - FIVE


Aquí estoy de nuevo en la entrada del edificio: son las 12:45 y Mauro está de nuevo en su posición transparente habitual.

«Hola Lavinia, ¿has terminado todas tus rondas?»

«Hola Mauro: sí, estoy de vuelta.» Y todavía tengo puesto el abrigo de piel de Serena: hoy no se va a ocupar de sus asuntos.

Me giro a la derecha y veo a lo lejos a una persona que está a punto de cruzar el umbral del primer ascensor siguiendo a otro hombre, cuya espalda sólo puedo ver por unos instantes: es el Tom Sellek de los encuentros extraños, estoy segura. Disminuyo un poco la velocidad y me pregunto si, por alguna extraña razón, está volviendo a nosotros.

Mientras espero el ascensor, miro los números que hay sobre las puertas de acero. Las paradas de Magnum P.I. en el piso 11.

Al subir, me pregunto qué hay allí. Una notaría, creo recordar, y tal vez un gabinete de psicología. Como estoy con mi pareja, a menos que sea una terapia de pareja improvisada, me inclino por la primera solución. Al fin y al cabo, va a abrir una empresa, así que es natural que acuda a un notario.

Cuando entro en la oficina todavía estoy sumido en mis pensamientos, mis neuronas deslumbradas por el recuerdo del verde fosforescente. También iba a ir allí esta mañana. Pero, por mucha curiosidad que tenga por saber dónde, creo que la pregunta no debería interesarme. Así que me centro en Serena, atenta a la enésima conversación telefónica del día.

Dejo su abrigo de piel en el armario, después de acomodar el bastón en el bolsillo exterior y recuperar mis tarjetas, y finalmente me dirijo a mi escritorio.

Maddalena ya se ha ido: está acostumbrada a salir de la oficina a las 12:30 en punto, incluso cuando llega tarde debido a sus habituales problemas matutinos.

La última tarea de mi día es escanear los dieciséis cheques. Consciente de que cada escaneo en formato A4 puede contener cuatro títulos bancarios, tomo el máximo número de cheques escaneables de la pila y los coloco sobre el cristal. Repito la operación tres veces más. Cuando me giro para volver a mi mesa, veo a Teresa atravesar la pared de cristal con una sonrisa.

«Buenos días, Lavinia, ¿has conseguido todo el botín?»

«Por supuesto, Teresa. Mira qué bonitos son» respondo mostrándole los cheques.

Me los quita de la mano, los examina uno por uno y se queda en silencio durante unos segundos. «Simplemente hermosos» dice entonces con una expresión de suficiencia. «Buena chica, Lavinia. Voy a salir a comer, nos vemos mañana.»

«Disculpa, Teresa» la interrumpo mientras se va. «Sólo una cosa: he encontrado una empresa de leasing con la que podemos registrarnos como agentes para gestionar los contratos de los clientes. ¿Podemos registrarnos con ellos? Se supone que tengo que solicitar un contrato de alquiler para un extraño cliente que no quiere que su mujer...» digo, mientras ella me interrumpe en la respuesta: «Sí, sí, Lavinia, regístranos donde quieras: lo siento, pero tengo que irme corriendo porque llego tarde a comer».

«Está bien, entonces procederé. Adiós, hasta mañana.»

Vuelvo a mi mesa, mientras Teresa desaparece rápidamente tras la pared de cristal, y adjunto el pdf de los escaneos a un nuevo correo electrónico, dirigido a la administración de Ciapper. Una vez terminada la operación, cojo el sobre gris anónimo del señor Marco, que me parece que está en las mejores condiciones, y meto en él todas las circulares.

Ettore FinExtreme ya me ha enviado la simulación para la financiación solicitada: me alegro por su eficacia y guardo el plan de amortización, sin siquiera abrirlo, en el folder de la pareja, decidiendo verlo y analizarlo en detalle mañana. Miro la hora en la esquina inferior derecha: 13:07. Mi jornada laboral en Sbandofin ha terminado. Estiro el dedo índice hacia el botón de encendido del teclado, pero el sonido del teléfono interrumpe mi movimiento.

«¿Sí?» digo acercando el auricular a mi oreja derecha: es Serena.

«Perdona, Lavi, ¿te vas? Es la señora Pardoli preguntando por ti.»

«Sí, casi me voy, pero no hay problema» respondo un poco desconcertada y luego añado: «¿Pero quién es la señora Pardoli?»

«¿Qué quieres decir? ¡La señora Marisa, la ninfómana, la que se lanza a cualquier cosa que se mueva por aquí!»

«¡Ah! ¿Pero no se puede llamar a la gente por su nombre?» le contesto con desprecio.

Oigo reír a Serena, levanto la vista y la veo allí con los ojos vueltos hacia mí y la cara divertida. «Sí, lo siento, fue un anuncio demasiado formal. ¿Te la paso?»

«Sí, gracias.»

«Ah, Lavi, si no tienes que ir corriendo a casa después, ¿te gustaría bajar a comer conmigo? Hace tiempo que no tenemos una charla tranquila.»

«Sí, está bien» replico sin demora. «Oigo lo que esta quiere y vengo.»

«Vale» dice Serena, colgando.

«Buenos días, Marisa, ¿cómo está?»

«Hola, Lavinia, todo bien. Lo siento, pero tengo prisa: te llamaba porque tengo que comprar una cosita, mil euros. ¿Puedo pasarme y ver qué podemos hacer?»

«Claro Marisa, cuando quiera.»

«Tengo que abrir la tienda a las 9:30, ¿puedo pasarme mañana temprano?»

«Claro, estaré aquí a las 8:00» digo, demorándome un poco.

«Pero te interesa el crédito al consumo de siempre, ¿no? ¿Un plan de pagos como el que hicimos hace un tiempo?»

«Sí, sí, siempre una práctica así: luego sobre las ocho estoy allí, antes de ir a la tienda.»

«Muy bien, le veré mañana, Marisa.»

«Gracias Lavinia, hasta mañana.»

Cuelgo el teléfono imaginando los abundantes pechos de la ninfómana decorados con un grueso colgante lleno de piedras sintéticas.




2.3 USE YOUR ILLUSION

2.3 USE YOUR ILLUSION - ONE


La oficina está casi desierta: sólo quedamos los nuevos, comiendo en silencio en sus puestos de trabajo, Serena y yo. Los cuatro veteranos han salido de la oficina hace unos minutos, poco después de Teresa.

Pulso el botón de power del teclado, cojo el sobre gris y atravieso la habitación en dirección a Serena, acercándome a la pared de cristal.

«¿También estáis comiendo hoy brotes de soja?» pregunto, curiosa, observando a los cuatro rumiando, con los ojos fijos en el monitor, unos gusanos amarillentos que rebosan de cuatro cuencos de plástico, todos de la misma forma. Asienten simultáneamente con la cabeza, sin levantar la vista y sin añadir ninguna palabra: debe ser un sí coral.

Sigo caminando y llego hasta Serena, que parece empeñada en escribir un correo electrónico mientras habla por teléfono. Le paso el sobre gris por delante de los ojos y lo pongo al lado del teclado.

Serena me mira unos instantes, sonríe y continúa la llamada. «Sí, mamá, mientras esté bien, lo recogeré en tu casa a las 5:00.»

Me apoyo en la primera ventana de la larga serie y observo a Serena de perfil, sentada con la espalda apoyada en el sillón. Sus piernas están cruzadas: la izquierda está plantada en el suelo con el talón, forzando el extremo de la misma en una posición más bien inclinada, mientras que la derecha, cuyo pie mantiene el equilibrio del escote con los dedos, haciéndolo oscilar, está cruzada sobre la otra.

«Te veré más tarde entonces, mamá... Muy bien, mamá... Me voy a comer ahora... Me voy a comer... Bien, adiós... Adiós, adiós... Sí, adiós.»

Serena termina la llamada. «Lavi, este es el sobre de Ciapper, ¿no?» dice entonces en un tono más bajo. «Un segundo mientras envío este correo.»

«Sí, Sere, ese es el sobre. Tómate tu tiempo: he terminado. Me limitaré a observar y esperar.»

«No tienes que mirarme» Serena se ríe mientras acelera las pulsaciones del teclado.

«Lo siento, no quería ponerte nerviosa ni nada por el estilo. Entonces miraré por la ventana» respondo volviéndome hacia el cristal. Bajo la mirada a la calle y observo a algunas personas que caminan por la acera. Una de ellas se parece a Teresa: está cruzando la calle, dirigiéndose a la plaza del banco.

«Ya estoy, Lavi» oigo a Serena casi chillar cuando se abalanza sobre mí por detrás, abrazándome por los lados.

«¿Estás loca?» digo en voz alta.

«Lo siento, ha sido una muestra de afecto» responde aflojando su agarre y moviéndose hacia mi izquierda. Desliza su mano derecha por mi espalda hasta separarla completamente de mi cuerpo.

«Esa es Teresa» dice mirando por la ventana.

«Sí, es ella. Dijo que llegaba tarde a un almuerzo. Va a uno de los restaurantes cerca del banco.»

«Podría ser» responde mi amiga, apartando la vista de la ventana y mirándome fijamente. «¿Puedo abrazarte de nuevo, Lavi? ¡Hoy me siento demasiado cariñosa!»

«Yo diría que es suficiente. No me gustaría que tuvieras el hábito de acercarte a mí a escondidas.»

«Muy bien, entonces si te molesta, no lo haré más. Eres tan mala.»

«Las cuatro simpáticas nos miran mal» susurro al oído de Serena.

«Uy. ¿Quizás estamos hablando demasiado alto?» susurra en mi oído izquierdo.

«La tuya ha sido alta, la mía un poco menos, excepto por las palabras que dije cuando me atacaste.»

«¿Ataque? Aun así, tal vez deberíamos salir de la oficina.»

«¿Dónde vamos a comer? Debería estar en casa a las 2:30.»

«Tendría que volver al trabajo para entonces, así que sugeriría una comida rápida en el bar de enfrente.»

«Muy bien, vamos.»

«Vamos a bajar a almorzar, nos vemos luego chicas. Mirad que dejamos la puerta abierta» dice Serena, dirigiéndose a las dos primeras filas de pupitres.

Las cuatro cabezas se mueven hacia arriba y hacia abajo cinco veces.

«Eso es un sí» digo en voz baja, «significa que entienden la idea.»

«Genial, entonces podemos irnos.»

Abro la puerta y me dirijo a los ascensores para pulsar el botón de llamada. Serena coge su abrigo de piel del armario, cierra la puerta tras ella y se une a mí en el vestíbulo.

«Qué bonito abrigo de piel tienes, un poco estrafalario, quizás, pero también parece muy cálido.»

«Sí, es realmente delicioso» responde riendo. «¿Te sentiste cómoda con ello? ¿Lo trataste bien?»

«Creo que te lo he devuelto en las mismas condiciones en las que estaba esta mañana» respondo. «Ah, sólo tenías el lápiz de labios en el bolsillo, ¿no? ¿Podría ser que se me haya escapado algo sin darme cuenta?»

Serena busca en su bolsillo derecho y saca el pequeño cilindro.

«No te preocupes, Lavi, nunca llevo nada en los bolsillos, sólo esto» responde abriendo la barra de labios y pasando la punta tres veces por los labios superiores y otras tantas por los inferiores. «No paro de ponérmelo, si no se me agrietan los labios con el frío. También sabe bien, ¿lo has probado?»

«No, no lo he probado. ¿Crees que estoy robando tu chaqueta y luego usando lo que encuentro en ella?»

«Podrías haberlo hecho. No me habría ofendido. ¿Quieres probarlo ahora? Es realmente bueno.»

«No, gracias, paso.»

«Vamos, Lavi» responde ella. «Espera, te lo pondré yo» dice colocando una mano en mi hombro izquierdo y acercando la manteca a mi boca.

«Si quieres... Pero sólo una pasada» protesto un poco, mientras Serena ya ha comenzado la operación sin prestar atención a mis palabras.

«Sí, pero es más fácil si no hablas» dice, pasando la barra por mis labios.

Oigo sonar el ascensor y las puertas se abren: dentro del hueco, detrás de Serena que juega con mis labios, veo a un hombre vestido con un traje gris.

«Ya está, queda bonito y con manteca» dice volviendo a enroscar el cilindro, guardándolo de nuevo en el bolsillo y dándose la vuelta. Entramos en el ascensor.

«Buenos días. ¿También la Tierra?»

«Buenos días, sí, gracias» respondo.

Ambas nos giramos hacia la puerta, de espaldas al otro viajero.

«Está bien, ¿no?»

«Sí, muy agradable» respondo mientras siento un poco de calor subiendo por mi cara.

Serena contiene una carcajada y su rostro se torna de color rosa intenso: se acerca y me da un golpecito con la cadera. Quince segundos de silencio y el ascensor llega a la planta baja.

«Adiós» decimos casi al unísono, sin girarnos.

Salimos del ascensor y caminamos por el pasillo. El otro viajero nos sigue y, al llegar a la casita de Mauro, que está sin personal, se vuelve hacia la puerta de la escalera que lleva a los garajes; nosotras vamos a la izquierda hacia la puerta de cristal y llegamos al exterior del edificio.

«¡Eres tan estúpida!» exclamo con una carcajada. «Además, eso que me untaste en los labios es tan gordo que siento una masa.»

«Vamos, eso no es cierto, es muy bueno» dice Serena aún riéndose.

Cruzamos la calle y nos dirigimos al bar.

«Pero ¿cuántos minutos puedes aguantar fuera con esa ropa?»

«No sé, ya casi hace calor: tal vez sin hibernar diez minutos pueda llegar a hacerlo.»

«Y yo soy la estúpida... Vamos, entremos ahora antes de que te congeles.»

Serena empuja la manilla del cristal, yo la sigo y nos encontramos dentro del bar.

«Hola, chicas. ¿Para dos?» nos recibe un tipo con un delantal a rayas blancas y negras, con menús en la mano.

«Sí» responde Serena, «¿dónde podemos ir?»

«Diría que allí, junto a la ventana, está bien. ¿O preferís estar más adentro?»

«Ahí está bien» respondo, mirando a Serena en busca de aprobación, mientras ella asiente con la cabeza.

«Acompañadme» dice el camarero caminando hacia el fondo de la sala.

«Buenos días, chicos. Que aproveche» dice Serena frente a mí, dirigiéndose a una mesa oculta a mi vista por la flora de las palmeras. Paso entre la vegetación y descubro a las personas mayores atentas a disfrutar de un risotto de marisco.

«Hola» digo.

«Gracias» responde Umberto riendo. «A ti» los demás responden con voces superpuestas.

Unos veinte pasos y llegamos al final. El chico deja los menús plastificados que tenía en la mesa cuadrada.

«Tres minutos y volveré a por vosotras.»

«Gracias Gigi» responde Serena.

Nos sentamos ocupando dos sillas de madera esmaltadas en naranja. Recorro las propuestas y, pensando que por la tarde tendré que trasladar todas esas cosas, determino que un almuerzo no frugal y bastante nutritivo podría ser una feliz eventualidad. Excluyo las tagliatelle con salmì de liebre, que parecen un poco fuera de lugar, también dejo de lado el risotto alla milanese, y recorro distraídamente los demás platos.

«Lavi, ¿qué vas a pedir? Yo voy a pedir un carpaccio de ternera con sémola y alcachofas.»

«Creo que voy a pedir el pulpo caliente con patatas y aceitunas.» replico un poco dubitativa.

«Pero ¿por qué dices que es en caliente? ¿Hay también una opción de pulpo frío?»

«Tal vez, pidiéndolo amablemente, incluso lo flameen» sugiero. «No sé, tal vez se refieran a que no está frío, como cuando está dentro de las ensaladas, cortado en rodajas.»

«Sí, podría ser» responde un poco desconcertada.

Serena mira por la ventana y yo también lanzo una mirada más allá del borde transparente del bar, en dirección contraria: en la acera, a pocos centímetros de nosotras, veo a un hombre de unos sesenta años, traje negro, corbata verdosa, mirada baja y cigarrillo en la mano. Está a punto de cruzarse con una chica vestida con un elegante traje gris que viene en dirección contraria: se cruzan y siguen en direcciones opuestas. Detrás del hombre viene otro, de unos cuarenta y cinco años: aparta la vista de su smartphone y mira hacia el interior del bar como si buscara a alguien.

«Lavi, ¿por qué crees que todo el mundo va por ahí tan triste?» pregunta Serena de repente.

«¿Por qué triste?»

«No sé, pero mirando alrededor todos parecen cabreados, infelices: tristes, quiero decir, ¿no crees?»

«No sé, pero tienes algo de razón. No parece que haya mucha alegría por aquí, o de todas formas, Sere, quizás no todo el mundo tiene la energía y la alegría que tú siempre tienes: ese estado de ánimo que te acompaña cada día. Si no lo supiera, pensaría que estás usando algún tipo de estimulante químico.»

«¿Quién dice que no me drogo?»

«Porque el problema es que eres muy natural, sin ningún añadido» respondo, divertida. «No es un problema: es agradable como característica, en realidad.»

«¿Estás diciendo que soy, no sé, algo frívola?»

«No, ¿por qué, serías frívola?» pregunto, mirándola fijamente.

«No sé, ha sonado como si estuvieras diciendo eso.»

«No, en absoluto: frívola sería el último adjetivo que se me ocurriría para describirte.»

«Y si tuvieras que describirme, ¿cuál sería el primer adjetivo?»

«¿Qué es esto, un juego? ¿Es la hora del almuerzo de las preguntas improbables?»

«Lo siento, chicas, ¿qué puedo ofrecerles?» interrumpe el chico.

«Pulpo y carpaccio, una botella de agua sin gas y luego dos cafés, gracias» responde Serena espontáneamente.

«Muy bien, chicas. Cinco minutos y todo estará aquí» dice. Se da la vuelta y se aleja.

«Ahí lo tienes.»

«¿El qué?»

«¿Por qué sigues mirándome así?»

«Porque estoy esperando una respuesta» replica Serena, sacando una sonrisa.

«Quise decir ligera, no frívola, ¿será eso?»

«¿Ligera como una pluma?»

«Bueno, no exactamente como una pluma» respondo empujando mi torso sobre el pie de mesa que nos separa. «En resumen, eres ligera en el sentido de que no dejas que te toque nada que no te guste o te importe. Pasas por encima de cualquier situación negativa y te centras sólo en lo que realmente importa.»

«Está bien, eso está bien, sólo la luz, de todos modos, tengo el punto.»

«¡Gracias a Dios! ¿Así que la question time del almuerzo ha terminado?» añado, mientras ella permanece en silencio. «Bien. Esta noche creo que tendré que recibir el habitual interrogatorio de Amedeo, como viene sucediendo en los últimos meses, durante cada cena. Si además tengo que tomar un aperitivo de tus delirantes preguntas durante la pausa para comer, creo que no llegaré a terminar el día de una pieza.»

«Lo siento, Lavi, no quise molestarte ni alterarte. Lo siento, lo siento, lo siento» susurra mientras, extendiendo su mano por encima de la mesa en dirección a la mía, la acaricia.

«Sí, Sere, perdonada» respondo riendo y apartando su mano con los dedos.

«¿Por qué? ¿Amedeo sigue tocando los ovarios? ¿Ni siquiera se tomó a bien todo el dinero que lograste reunir para esos perdedores de Banano?»

«No lo sé» respondo un poco indecisa. «Todo lo que dijo sobre el negocio del Banano fue que no era tan difícil conseguir dinero de todos modos. Hace tiempo que es así: creo que todo depende de su trabajo. Básicamente no hace nada en todo el día: sigue diciendo que tiene que colocar todo, pero nadie lo quiere de todas formas.»

«Entonces, ¿está bien?» pregunta, un poco sorprendida, «¿esperar a los clientes que nunca vienen de todos modos?»

«Sí. He intentado sugerirle que el mundo no se acaba ahí, que podría intentar vender también otras cosas, pero ahora es como hablar con una pared: no me dice nada, como mucho sólo me insulta de vez en cuando y poco más.»

«¿Cómo que te insulta?» pregunta Serena, con los ojos muy abiertos.

«Pues sí, tiene paranoia, como si estuviera todo el día conociendo a otras personas. Creo que se está volviendo loco, porque estos celos surgieron de la nada. Creo que puede estar relacionado con todo el asunto de su profesión. Tal vez porque ha perdido el control de su trabajo, está tratando de ejercerlo sobre mí.»

«Eres buena tratando de psicoanalizarlo» observa Serena. «Supongo que no ves a ningún otro hombre. De hecho, otras personas.»

«¿Tú crees que sí, Sere? Por supuesto que no: ya sabes cómo soy y cómo pienso» replico un poco seca.

«Sí, lo sé, era una pregunta retórica, sólo para confirmar.»

Las voces del bar son bastante bajas y el ambiente es casi silencioso. «Aquí está el pulpo y el carpaccio» dice el camarero, colocando los dos platos delante de nosotras. «Y el agua. Cuando estéis listas para el café, hacedme una señal y estaré aquí.»

El pulpo resulta ser muy picante, como se indica en el menú: bajo los dientes parece un poco gomoso, pero percibo su textura y sabor casi tan agradables. Sin embargo, la cantidad de trozos triturados, dotados de pequeñas ventosas, es más bien escasa, así como las rodajas de patata cocida, que creo que no podrían formar la mitad de un tubérculo pequeño. Entre las rodajas de pescado y los pequeños toques amarillos vislumbro cuatro aceitunas sin hueso, un poco tristes. La ración del plato elegido, al final, es completamente insuficiente para el hambre que había acumulado durante la mañana, acentuada por los kilómetros de la ciudad: me termino el plato en un minuto y medio y pongo los cubiertos dentro de la vajilla blanca.

«¿Estaba bueno el pulpo?» me pregunta Serena divertida.

«Sí, es decir, no está mal. No es muy grande el plato» respondo. «¿Cómo está tu carpaccio?»

«Parece bastante comestible, pero todavía estoy en la primera rebanada. Cuando termine las otras cuatro tendré una mejor idea.»

«¿Qué está insinuando?» respondo, sonriendo. Agarro la botella y vierto el agua primero en mi vaso y luego en el de Serena. Aparto la silla de la mesa y cruzo las piernas, estirándolas un poco hacia la ventana de cristal de mi derecha. «Esta mesa es muy incómoda: es baja y no puedes mover las piernas; si las cruzas, la madera de debajo te corta los muslos: para moverlos tendrías que abrir las piernas, golpeando a la persona de enfrente.»

«En este caso, a mí» sugiere Serena, mordisqueando una alcachofa. «Yo misma me siento un poco empalada.»

Miro por debajo de la mesa: los tacones de Serena están perpendiculares al parqué y sus rodillas están dobladas a noventa grados. Sus pies, arqueados en la postura antinatural a la que obligan los altos tacones, obligan a los músculos de la parte inferior de sus piernas a tensarse, dilatando el tejido elástico de sus vaqueros: esas pantorrillas, vistas así, son realmente sensuales.

Mantengo la mirada fija, mientras oigo bajar las voces de la sala; ahora también puedo escuchar la música de fondo, antes tapada por los sonidos de la sala.

⁎⁎⁎⁎⁎⁎⁎

Levanto la vista y me doy cuenta de que Serena parece mirarme con una pequeña y extraña sonrisa, y luego aparta la vista de mí para ensartar otra alcachofa. «Por cierto, dejamos una conversación a medias...» intenta decir.

«Termina tu buen carpaccio» la interrumpo. «En realidad, es cierto, dejamos una pregunta sin responder, graciosa.»

«Ahora mismo estoy disfrutando de mi carpaccio y no puedo hablar» responde cortando un trozo.

«Bien. Podría aprovechar esta situación» le contesto sarcásticamente. Me acerco a la rodilla de la pierna cruzada y entrelazo los dedos, tirando un poco hacia mi torso. Serena levanta las cejas para expresar indiferencia y sigue comiendo.

«Así que frecuentas los sitios de citas online...»

Sacude la cabeza.

«A veces frecuentas sitios de citas online en busca de gente para conocer.»

Vuelve a sacudir la cabeza mientras su pelo se balancea sobre sus hombros.

«A veces miras los sitios de citas online por curiosidad, imaginando encuentros improbables con otras personas.»

Serena mueve la mano derecha en la que sostiene el cuchillo como si confirmara en parte lo que he dicho y comienza a cortar la última rebanada de carpaccio.

«Con la participación de tu marido.»

Mueve la cabeza de arriba abajo sonriendo mientras mastica la carne.

«Sin embargo, tal vez no mires los perfiles de otras parejas, es decir, los anuncios de otros maridos y esposas que quieren conocer a otros maridos y esposas juntos; no, esta mañana has dicho que no te interesa. El asunto es perverso en otro sentido, aparentemente. ¿Quizás buscas en otras categorías, tal vez en la de solteros que buscan parejas? Sin embargo, sería mejor no investigar más, aunque tengo un poco de curiosidad por el asunto.»

Serena muerde la última alcachofa, deja los cubiertos en el plato y se pasa la servilleta por los labios. «¿Sabes que la mesa es muy baja? Incluso para comer hay que encorvarse. Es bonita, pero es baja.» Endereza la espalda extendiéndola contra la silla y estira las piernas hacia mí, inclinando un pie hacia el suelo y cruzando el otro: sus vaqueros se estiran longitudinalmente, descubriendo otros diez centímetros del nylon que hay debajo.

«¿Tratando de desviar el tema?»

«No, tú eres la que dijo que es mejor no investigar más.»

«Sí, pero lo decía porque quizá no quieras hablar de ello.»

«¿Y por qué no iba a querer hablar contigo de algo, Lavi?» pregunta con una expresión divertida. «Eres la persona en la que más confío. Sólo estaba jugando. Pregunta.»

Serena levanta la barbilla y hace un gesto con la mano en dirección a la sala que hay detrás de mí. Entonces veo que sonríe y vuelve a bajar la mano.

«Así que, en resumen, estarías encantada de conocer a un hombre para tener sexo con tu marido.»

«Eso suena un poco burdo. Y por cierto, no es del todo exacto.»

«Lo siento, no quería ser grosera, pero creí que era preciso.»

«No del todo» replica con una expresión seria. «Claro, sería tentador, pero no creo que a Luca le guste. Así que es sólo una fantasía remota.»

«Sólo una fantasía remota» repito indecisa. «En cambio, ¿hay algo más en lo que piensa o te gustaría conseguir concretamente?»

«Tal vez. Es una idea que nació hablando con Luca, hace algún tiempo: ya sabes que cuando hablamos en la cena, bebiendo vino, esos momentos en los que el mundo parece no existir y estás toda concentrada en el que está frente a ti y te mira con ojos ansiosos, y sólo puedes pensar en lo que podría pasar cuando la cena termine» dice Serena, luego se detiene y me mira fijamente. «Esas situaciones, ya sabes.» Deslizó el talón de su pie derecho fuera del zapato doblado hacia el suelo, lo colocó sobre el piso de madera y cruzó los dedos, deslizándolos entre sus muslos.

«Sí, es una imagen bonita... tierna y agradable, diría yo. Descrito así, sólo me recuerda a circunstancias muy lejanas en el tiempo.»

«Aquí están sus dos cafés, chicas.»

«Gracias Gigi, qué rápido.»

«Voy a dejar el azúcar aquí, esto es azúcar moreno, esto es...»

«No tomamos azúcar, Gigi, gracias» lo interrumpe Serena.

«Ah, ok» responde, cogiendo de nuevo el recipiente de cerámica con los sobres de azúcar y sacarina y colocándolos en la bandeja que tiene en sus manos. Coloca nuestros platos vacíos en él y luego desaparece detrás de mí.

Agarro la taza negra y bebo un sorbo.

«Sin embargo, dejando de lado la imagen idílica, debo pensar que en uno de estos momentos nació la idea, a ti o a Luca, de experimentar actividades sexuales con otras personas: o mejor dicho, con otra persona sola» respondo, «que no es un hombre porque a Luca no le gusta. Siendo los dos sexos, por naturaleza, podría llegar a la conclusión de que ocasionalmente consultas sitios de citas online leyendo anuncios de mujeres solteras que buscan pareja, o viceversa.»

Serena bebe su café y se calla, mirándome fijamente a los ojos.

«O tal vez un transexual.»

«No, eso no. Yo diría que una mujer tradicional sería mejor» responde Serena.

Las voces en el interior de la sala, casi completamente vacía, son cada vez más bajas, ya que es la hora en la que, por término medio, termina la pausa para comer de las oficinas de Brescia Due. Me giro un momento hacia la izquierda y observo la desaparición de nuestros compañeros.

Miro a Serena y sus ojos color avellana brillan.

«No es tan extraño: son cosas que se piensan y se dicen entre marido y mujer, sobre todo después de mucho tiempo juntos. Y al final una mujer sigue siendo una mujer: un poco como yo, en definitiva» susurra.

«Sí, una mujer es una mujer: no hay duda» replico un poco desconcertada, «pero no me parece demasiado extraño. La verdad es que esta mañana ya lo tenía todo resuelto.»

«¿Y a qué viene todo este alboroto?»

«Lo estaba disfrutando mucho» respondo riendo.

«Qué simpática, Lavi» añade, deslizando su pie derecho dentro del zapato y golpeando mi bota con la punta.

«Entonces, ¿cuánto tiempo lleváis casados Luca y tú? Son muchos años, ¿verdad?»

«No pocos: desde el año 2000, es decir, diecisiete años.»

«Y Nicola ya tiene... nueve años, ¿no?»

«Sí, llegó el año después de que empezáramos a trabajar en Sbandofin.»

«Sí, claro. Lo siento, pero déjame entender esto. ¿Así que todo con Luca sigue igual que cuando os conocisteis?»

«No, no es como cuando nos conocimos. Pero llevamos más de 20 años viéndonos, supongo que es normal. Luego, con un pequeño corriendo por la casa todo el día, la rutina de la pareja cambia un poco. Pero Luca siempre es Luca: no quiero ser banal, pero diría que es un poco mi todo.»

«¿Así que cuando el enano no está, todo sigue igual?»

«El enano siempre está cerca, pero aún así nos las arreglamos para encontrar nuestros espacios.»

«Entiendo.» Recojo el smartphone de la mesa y paso el dedo índice derecho por el escáner de huellas dactilares de la parte trasera: 14:11.

«¿És tarde, Lavi?»

«No mucho, pero no quiero ir a casa. Tengo que mover cajas en mi almacenamiento.»

«¿Pero sigues vendiendo tanto en eBay?»

«Sí, más o menos, pero ahora es una lucha hasta el último euro. Hace un tiempo ganaba un poco de dinero, ahora vendo lo que puedo a precios ridículos y por eso incluso he pensado en dejarlo.»

«Sin embargo, siempre tienes una cantidad de ropa, a precio de ganga, que puedes utilizar» responde Serena.

«Sí, pero comprar una veintena de vaqueros o una cincuentena de botines para quedarte con un par y luego vender todo lo demás casi a precio de saldo ya no tiene mucho sentido. Además, cada vez tardo más en vender los lotes que compro: muchos artículos se quedan sin vender y se acumulan.»

«Ya veo: si es así no es demasiado lógico. Pero ¿también conseguiste las botas que tienes puestas de un lote?»

«Sí» digo con una sonrisa. «Se trata de una quiebra de una tienda de Vicenza, un buen stock en las subastas de quiebra online, y estos pantalones vaqueros estaban en el lote» añado, levantando la pierna cruzada y pasando las manos por la pantorrilla y luego por el muslo.

«Esos también son geniales.»

«A mí también me gustan mucho» respondo volviendo a cruzar la pierna y observando cómo el movimiento ha provocado el arrugamiento de los vaqueros, unos centímetros más allá de las botas.

«¿Qué dices, nos vamos?»

«Cinco minutos más, vamos. No quiero volver a subir todavía» responde mirando mi pantorrilla semidesnuda.

Miro divertida a mi amiga mientras sigue mirando mis piernas. «¿Qué?» digo en voz baja.

Levanta los ojos y se queda mirando los míos. «¿No puedo mirar tu pantorrilla? Tú, tú lo haces todo el tiempo.»

«Eso no es cierto, Sere. Es cosa tuya.»

«No fue cosa mía. Incluso cuando estaba comiendo, no dejabas de mirarme las piernas...» replica. «Y mis zapatos también.»

«Pero no es cierto, Sere: a menudo observo la ropa de los demás. Sabes que es una fijación mía y luego con mi segunda actividad se puede considerar casi una deformación profesional.»

Serena se acerca a mi pantorrilla y la golpea con la punta de su zapato.

«És verdad» añado. «No me fijo en las piernas ni en los pies: me fijo en los pantalones, los vaqueros, los zapatos o la ropa en general.»

«Ya veo» observa con una sonrisa. «Pero no he dicho que me hayas mirado los pies.»

«Los pies están dentro de los zapatos, las piernas debajo de los vaqueros: me parece que no hay diferencia» replico.

«Será eso, Lavi» susurra. «Vamos, tienes dos minutos antes de que tenga que volver a subir.»

«¿Dos minutos para qué?» pregunto desconcertada. Separo la pierna cruzada y me ajusto los vaqueros enrollados, llevándolos de nuevo a la altura del tobillo.

Serena me mira fijamente y no responde.

«Eso apesta, Sere.» digo un poco seca. «Si miro tus piernas es porque me gustan, ¿no crees?»

Ella permanece en silencio y yo vuelvo a cruzar la pierna, mirando por el cristal. «¿Eso es todo?»

«Si, todo.»

«Así que te gustan mis piernas. Punto.»

Mi mirada vuelve a Serena, que sonríe divertida. «Sí, me gustan en general: creo que son lo primero que miro de una persona» digo en voz baja. «Las de un hombre, definitivamente, pero siempre miro las piernas de las mujeres también. No sé, siempre me ha atraído la forma de las piernas. Mucho, diría yo.»

«Interesante Lavi: nunca me lo habías dicho.»

«Sí, me parece normal no haber hablado de ello: no suele salir el tema de conversación.»

«¿Y qué? ¿Significa eso que te atraen mis piernas?»

«Ya te he dicho que me atrae, en general» resoplo. «En realidad, no me gustan mucho las piernas de los hombres, prefiero las de las mujeres: así que, para ser exactos, diría que me gustan las piernas de los hombres cuando son femeninas.»

«Lo siento, ¿femeninas cómo?» pregunta un poco extraña.

«Sí, no muy grandes ni musculosas. Me gusta que las piernas de los hombres sean bastante delgadas.»

«¡Ah!» exclama Serena. «Más o menos claro. Entonces, ¿por qué te gustan las mías?»

«¿Vuelve el question time?»

«¿Qué?»

«¡Uf!» suspiro divertida. «Porque son espectaculares: son delgadas pero tonificadas y con los tacones las pantorrillas se estiran y quedan muy sensuales.»

Permanece en silencio mirándome con sus intensos ojos.

«¿Qué te parece la respuesta? ¿Se ha acabado el tercer grado, pesada?»

«Sí, ya está» responde riendo. «Ya podemos irnos.»

«Sí, vamos, antes de que te patee el culo.»

Nos levantamos y nos dirigimos al cajero, donde encontramos al tipo de los galones. Pagamos, nos despedimos y nos dirigimos a la puerta, mientras me parece oír el smartphone de Serena sonando, siguiéndome a tres pasos.

«¡Es mi marido!»

Salimos y cruzo la calle, llegando a la plaza frente a nuestro edificio: unos pocos pasos y estoy a unos veinte metros de la entrada. Serena cruza la calle y se detiene a unos diez metros detrás de mí: la veo hablar, reírse, por teléfono, mientras que detrás, a lo lejos, me fijo en el camarero que ha salido del restaurante y ahora está atento a ordenar las mesas de la terraza.

Me detengo y miro hacia arriba, tratando de identificar nuestro piso. La construcción en vidrio hace que todo el edificio sea homogéneo, mezclando los niveles en una pared casi indistinta de estructuras verticales que reflejan la luz circundante: calculando con dificultad dos vidrios por planta, llego a catorce, debe ser la nuestra. Llego a cuatro cuando de repente siento que dos manos rodean mis caderas desde atrás, apretándome con fuerza: «Aquí estoy».

Me recupero de la sacudida que me recorre el cuerpo y me río. «¿Podrías dejarme?»

«No, no voy a dejar que te vayas ahora» responde con una risita. Siento que coloca su barbilla sobre mi hombro derecho y deposita un beso en mi cuello.

«¿El carpaccio te hizo más cariñosa?» pregunto. Agarro sus manos por encima de mis caderas e intento liberarme de su agarre mientras ella se resiste a mi intento.

«¡Qué desagradable eres, Lavi!» ríe. «¡Entonces te morderé!» Vuelve a acercar su boca a mi cuello y siento que los dientes se hunden ligeramente en la carne.

Agarro las manos de Serena, liberándome de su agarre, y me doy la vuelta exclamando: «¡Estás loca!»

Se ríe mientras yo hago lo mismo.

«No eres normal, Sere.»

«¿Qué podría ser? Un pequeño e inocente mordisco.»

«No, no eres normal. Se te ha ido» insisto, caminando hacia la entrada del edificio, mientras ella se pone a mi lado y sigue riendo.

Atravesamos la puerta de cristal, observo que el puesto de trabajo de Mauro sigue desierto y llegamos al pasillo del ascensor. «No muerdas a nadie en la oficina» digo sonriendo.

«¿Puedo darte un abrazo de despedida?» pregunta, deteniéndose frente a mí.

«La verdad es que no» replico secamente.

«Entones adiós, antipática.»

Se aleja por el pasillo, con sus pantorrillas tensas moviéndose rítmicamente sobre sus tacones, hacia los ascensores.





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”Una novela que atrapa, impacta y conmueve”.

Erik Pethersen debuta con una novela penetrante que no puede dejarte indiferente. Una novela introspectiva, a veces claustrofóbica, interrumpida, por momentos rápidos e improvisados, por asombrosos destellos de luz. Un viaje tortuoso e irónico hacia la generación intermedia, suspendida entre las generaciones X e Y.

”Una novela que atrapa, impacta y conmueve”.

Erik Pethersen debuta con una novela penetrante que no puede dejarte indiferente. Una novela introspectiva, a veces claustrofóbica, interrumpida, por momentos rápidos e improvisados, por asombrosos destellos de luz. Un viaje tortuoso e irónico hacia la generación intermedia, suspendida entre las generaciones X e Y.

La vida de un chico, quizás un hombre, se cruza con la de una chica, quizás una mujer. El entrelazamiento de las vidas de ambos se propaga en una profunda inmersión en las inseguridades e impulsos de una generación indefinida e indefinible, en busca de respuestas que nada ni nadie parece poder proporcionar.

Tal vez la verdadera respuesta sea un simple sueño, que se guarda en la propia intimidad y se comparte con alguien especial. O quizás no, porque no existe una respuesta real.

Es la historia de una mujer y un hombre cuyas vidas se cruzan y entrelazan. Puede ser una historia de amor, pero es una historia fuera de lo común, contada con una profundidad vibrante, en tonos irónicos y cáusticos. Un encuentro fortuito pone patas arriba la vida de los dos protagonistas, catapultándolos a nuevos mundos, en busca de lo que quizá nunca tuvieron. Pero nada puede dar respuesta a las preguntas que ambos se plantean mientras, abrumados por los acontecimientos, pasan por situaciones que oscilan entre la comedia y la tragedia, la depresión y la euforia, hasta disolverse en un singular final.

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