Книга - Las Sombras

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Las Sombras
María Acosta






María Acosta

Las sombras

Secretos del pasado

Este libro es una obra ficticia. Nombres, personajes, organizaciones y lugares son fruto de la imaginación de la autora. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.



LAS SOMBRAS

Copyright © abril 1998 María Acosta Díaz



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Primer volumen de la serie

Klauss-Hassan


Agradezco a mis padres, Manolo y Chenta, que ya no están conmigo, el apoyo que me han dado en todos estos años, a mi hija María, que tantas tonterías y locuras me ha aguantado, a su marido Nico, que soporta a una suegra un poco locuela con paciencia. A todos ellos gracias por todo el apoyo que me han dado en los momentos difíciles.

A ellos va dedicado este primer libro de las aventuras de Klauss-Hassan, de su compinche Francesco dalla Vitta y de sus enemigos Carla, la veneciana, y sus amigos.




Prólogo


-Bien, ahora que todo ha terminado cuéntenme detalladamente cómo fueron capaces de meterse en semejante lío –dijo el comisario Soler

Antes de responder medité cuidadosamente qué es lo que le iba a decir y cómo, no era nada fácil explicar la historia de las sombras y las consecuencias de aquella aventura que había comenzado con una broma de borrachos. Resultaba difícil ordenar las ideas, sobre todo teniendo en cuenta que eran casi las cinco de la madrugada y llevábamos más de dos días sin dormir. El comisario Soler era un hombre simpático que nos había llevado a su casa para que pudiéramos descansar pero también era policía y quería conocer la verdad; viendo que nadie quería hablar desapareció durante unos instantes, se oían ruidos en la cocina. Encendí un cigarrillo a pesar de la garganta seca y la boca pastosa. Cuando al fin regresó lo hizo trayendo una bandeja con café para todos y una serie de recortes de periódico:

-Esto nos ayudará a reconstruir toda la historia-dijo mostrándonos una noticia fechada dos meses atrás.



SE CUMPLE UN MES DE LA MISTERIOSA DESAPARICIÓN DE CUATRO JÓVENES EN MADRID

Madrid, 24 de julio.- La policía sigue buscando a los cuatro jóvenes que desaparecieron hace cuatro semanas en el madrileño barrio de Chueca; al menos allí fueron vistos por última vez. La policía ha facilitado una descripción de ellos basada en la información dada por los vecinos y amigos de los jóvenes; todo aquél que pueda ayudar en la aclaración del caso debe llamar al siguiente número de teléfono 743-78-25 de Madrid o bien a la comisaría más cercana:

Teresa García Olavide, 20 años; 1,75 de estatura, morena, vestía en el momento de la desaparición pantalón vaquero recto, camiseta azul marino y cazadora vaquera con ribetes rojos en mangas y cuello.

Sofía Castro Souto, 22 años; 1,75 de estatura, morena, vestía pantalón vaquero ajustado, camiseta blanca con dibujo en negro del grupo musical AC-DC y cazadora vaquera.

Luís Barros Sánchez, 23 años; 1,80 de estatura, moreno, vestía pantalón vaquero de color negro, camisa a rayas rojas y blancas y cazadora vaquera negra.

Ricardo García Olavide, 22 años; 1,75 de estatura, moreno, vestía pantalón vaquero ajustado blanco con rayas azules, camiseta roja y cazadora vaquera.

Todos calzaban zapatillas de deporte y tenían el pelo corto.




La noche de San Juan


Lo íbamos a pasar en grande. Los tres últimos días habíamos estado ocupados organizando la Noche de San Juan; todos los años celebrábamos esta fiesta. Como nuestra economía no era demasiado boyante decidimos hacer una colecta; Sofía se ofreció a comprar todo lo necesario. Por la tarde iríamos a casa de Teresa donde nos encontraríamos con Ricardo, Paul e Irene. Era mediodía, habíamos metido todo en una bolsa de deportes y salimos a tomar unas cañas por el barrio antes de la comida; telefoneamos a unos amigos ya que habían dicho que, probablemente, llevarían sardinas para asar. No estaban en ese momento así que nos dirigimos a la Plaza del Dos de Mayo, rulamos casi una hora de bar en bar; volvimos a llamarles y esta vez contestó Carlos:

-¿Vais a venir esta noche? Vaya, lo siento; bueno, si os animáis estaremos en la Plaza de Lara. Hemos comprado cuatro litros. Si no aparecéis os llamaré la próxima semana; hasta luego.

-¿Qué han dicho, Luís? ¿No van a ir? –preguntó Sofía.

-No, Arturo se ha puesto malísimo; ya sabes como es: ayer salieron de marcha y hoy tiene una resaca tamaño king size. Me han dicho que si ven que mejora quizás se acerquen pero no es seguro.

-Bueno, vamos a comer, luego podemos salir a tomar unas copas para que el cuerpo se vaya acostumbrando a la marcha.

Volvimos a casa. Estábamos poniendo el mantel cuando llamaron al timbre: era Eduardo que venía a ver a Sofía por no sé qué historias de una reunión que tenían la próxima semana. Esta chica no paraba; siempre de aquí para allá asistiendo a mesas redondas y conferencias convocadas por asociaciones que no conocía nadie. Ella disfrutaba como una loca. Le abrí la puerta:

-¿Está Sofía?

-Pasa, íbamos a comer.

-Pondré otro plato; esta noche vamos a saltar la hoguera y beber queimada, ¿te apuntas?

-No lo sé, puede –contestó Eduardo –tengo que hacer unas cuantas visitas esta tarde y no tengo ni idea cuándo terminaré.

-¡Bueno, sí! ¡Hasta las cuatro de la madrugada vas a andar de reuniones! ¡No fastidies!

Allá tú, lo vamos a pasar bomba. A las doce nos plantaremos en la plaza y seguro que hasta las cinco de la madrugada estaremos de jarana. Si te apetece ya sabes lo que tienes que hacer. Vamos a comer.

Sofía y Eduardo se tiraron lo menos dos horas hablando de solidaridad y revolución, yo intervenía de vez en cuando, aún así alucinaba por un tubo. Según lo habíamos planeado salimos a beber algo después de que Eduardo se fuese todo espídico a una serie de reuniones que le hacían moverse de un extremo a otro de Madrid. Serían las diez de la noche cuando cogimos el petate y nos dirigimos a casa de Teresa. No estaba todavía por lo que nos acercamos al “Botas” a rocanrrolear un rato. Tomamos un par de birras y metimos cien pelas en la máquina de bolas; Sofía se puso como una moto jugando. Esta chica es la hostia, parece que hace gimnasia cuando se lía con los “flippers”. Volvimos a casa de Teresa, quizás ya habían regresado nuestros amigos. Las ventanas estaban iluminadas y tocamos al timbre para que nos abrieran:

-¿Quién es?

-Luís y Sofía.

-Subid, Paul e Irene aún no han llegado.

La casa en la que entramos es un viejo edificio de Lavapiés al que han reformado por dentro. Ellos viven en el primer piso, lo cual es una suerte sobre todo no habiendo ascensor. La puerta está entornada así que entramos y cerramos detrás de nosotros; Teresa está en la cocina abriendo una botella de vino y Ricardo está en la sala buscando un disco un poco marchoso:

-Dejad la bolsa en la cocina, ¿vamos a hacer la queimada aquí dentro?

-¡No, hombre! ¡Si tenemos que hacer una hoguera! –exclamó Sofía.

-¿Es que hay que ponerla al fuego? –dijo Ricardo.

-No te enteras tío: la hoguera es para saltarla y purificarte de las brujas y los malos rollos, y la queimada se hace en un cacharro con azúcar, rodajas de limón y aguardiente de orujo y se le prende fuego al preparado; entonces se va consumiendo el alcohol y adquiere un tono color tostado gracias a que el azúcar lo conviertes en caramelo y lo vas mezclando con el aguardiente, de ahí el nombre.

-¡Ah! Ya entiendo. Pero tú habías dicho que iba a ser en casa. Nosotros citamos aquí a Paul e Irene debido a eso en que habíamos quedado –dijo Ricardo refiriéndose a Sofía.

-Lo que yo te dije es que la haríamos en la plaza y que si la policía nos desalojaba de allí que nos veníamos con la queimada a la casa. Además, lo suyo es el aire libre –contestó ella.

Mientras tiene lugar esta conversación yo he encontrado un disco de hace unos cuantos años, de Ramoncín, ese que dice soy el rey del pollo frito y, asimismo, Teresa vuelve de la cocina con el vino y unos vasos:

-¡Líate un canuto o dos, anda!

-Ya que somos cuatro es más práctico una trompeta ¿no?; hace tiempo que no hago una. Vamos a ver, un par de papelillos, la china, un cigarrillo y medio, y el filtro –enumera Sofía mientras extendía las cosas encima de la mesa –ahora, como yo hago los canutos con la izquierda tengo que poner el pegamento de uno de los papelillos por arriba y el otro cruzado…¡ya está!. Ponme un vaso de vino para inspirarme, gracias –y le pega un largo trago al Sangre de Toro –está de puta madre, chachi que sí. La vamos a coger buena esta noche, me da la impresión.

-Como siempre por San Juan.

-Y yo el doble –dice Sofía –porque aunque no quiera voy a inhalar todos los vahos que desprenda el aguardiente al quemarse, sumado a que no me voy a privar de beber…

-Tú no te pases que luego acabas a cuatro patas.

-¡Mira quien fue a hablar! Yo por lo menos me acuerdo de lo que he hecho aunque esté borracha, no como otros, Luís, bonito. Tú tranqui que yo aguanto. Toma enciende la trompeta y no te duermas con ella en la mano que somos cuatro a fumar. Bueno, a por otro vasito. ¿Podemos tomar algo de comer, no? Si no va a sentarnos mal tanta priva, ¿qué te parece Teresa?

-Bien, vamos a la cocina; ahora venimos a por el canuto.

-¿Quieres escuchar algo en especial, Sofía?

-Pon la cinta de Siniestro Total que hay en mi cazadora-contestan desde la habitación de al lado.

Le paso la trompeta a Ricardo y me voy a ver qué es lo que están haciendo de comer. Las encuentro frente a frente en la mesa partiendo espárragos trigueros:

-No tardamos ni una hora, ya verás: guiso de espárragos trigueros con costilla de cerdo. ¿Y el canuto? –dice Teresa.

-Ahora os lo doy, lo tiene Ricardo.

-¡Guau! ¡Mirar lo que he encontrado! ¡Dos tripis en la funda de “The Wall” envueltos en un papel con una dedicatoria!

-¡Ostras tío! No me acordaba de ellos, me los regaló el enrollado del Super en mi cumpleaños; ahora me viene a la memoria que no los tomamos porque estábamos tan pedos que meternos algo más era ya una pasada. ¡Putamadre! Hacemos cuatro partes y cuando acabemos con la queimada los comemos para continuar la marcha toda la noche o lo que cuadre. ¡Chachi que sí! Pásame el porro –dice Teresa.

-Esto hay que celebrarlo haciendo otra trompeta-dice Sofía frotándose las manos mientras se dirige a la sala-además voy a ponerme un chupito de pacharán, ¿alguien quiere?

-Todos queremos.

Así que nos ponemos a beber pacharán y a hablar de lo bien que nos lo vamos a pasar esa noche hasta que por fin se termina de hacer la comida. Cenamos rápido y en silencio; Ricardo y yo vamos a la cocina a preparar unos carajillos de ron. Llaman por el portero automático: son Paul e Irene que traen otras dos botellas de orujo, dejo la puerta entornada y oímos risas subiendo la escalera:

-¡Pero que torta más idiota, tronco! ¡ja, ja, ja, ja!

-Tengo el culo hecho puré –dice Paul –¡ay! ¡hostias, no voy a poder sentarme en toda la noche! ¡hola a todos!

-¿Qué, ya te has caído como siempre? –inquiere Ricardo.

-¡Es de película cómica el tipo este! –dice Irene –¡Estábamos…ja ja ja…bajando las escaleras del metro cuando…es que es de partirse…va y se cae de culo y…bajó así todas las escaleras de Noviciado! ¡Es que lloraba de risa, chachi que sí!

-Anda, tómate una copa –dice Teresa.

-Un camión cisterna lleno de ron voy a tener que beberme para olvidar lo que me duele.

Esto sólo me ocurre a mí, soy como un imán para las tortas bobas.

-¡Pero siéntate hombre!-dice Sofía.

-¡Muy graciosa la niña! ¡Bueno, vale ya; a ver si vais a estar cachondeándoos de mí toda la noche! ¡Ya está bien, joder, tíos! –contesta él empezando a enfadarse.

-No te mosquees tronco, es que eres el colmo de las desgracias. Tómate otro pacharán y pasa olímpicamente de la historia –dice Sofía conciliadora –estábamos a punto de marcharnos a la Plaza de Lara para montar la queimada, nos habéis cogido por los pelos en casa.

-¿Es que no la vamos a hacer aquí? Es lo que nos habían dicho Teresa y Ricardo –dice Irene.

-¡Que va!

-Además, hemos quedado con una serie de colegas en la plaza a partir de las doce; los gitanos se tirarán agua para celebrar la entrada del verano y luego vendrán a la hoguera. Hace un par de años montamos una buena: bebieron hasta los municipales y los serenos que pasaban por allí, estuvimos cantando y tocando palmas hasta las seis de la madrugada. ¡Tope guay! –dice Luís.

-Vamos para allá –dice Sofía impaciente –yo me encargo de llevar el aguardiente, Ricardo la cacerola y Teresa el azúcar, los limones y las manzanas.

-¿Llevamos el casete y algunas cintas? –pregunta Paul.

-Creo que no, acaban siendo un incordio –dice Irene.

-Esperad, tenemos que repartir los tripis. Ricardo, tráete la cuchilla y un espejo pequeño que hay encima del radiador en la cocina. Que cada uno se lo coma cuando le mole. Como sólo hay dos tengo que dividir cada uno de ellos en tres partes; espero que sean buenos y alucinemos cantidad, toma Irene, vete pasando el espejo y que cada uno coja su trozo. Yo voy a papearlo ahora así cuando haga la queimada vacilaré un montón –dice Sofía.

-Vámonos, Teresa cierra con llave –dice Ricardo.



LA POLICÍA SIN PISTAS EN EL CASO DE LOS JÓVENES DESAPARECIDOS EN EL BARRIO DE CHUECA.

Madrid, 2 de julio.- Han pasado dos semanas desde que los vecinos de Lavapiés y Malasaña vieron por última vez a Ricardo y Teresa García Olavide, residentes en la calle de Lavapiés, sita en el barrio del mismo nombre, y a Luís Barros Sánchez y Sofía Castro Souto, naturales de La Coruña y residentes en la calle Jesús del Valle, sita en el barrio de Malasaña.

Un conocido de los hermanos García Olavide, J. R. M., dice haberlos visto salir alrededor de las doce de la noche portando una serie de bolsas. La policía sigue investigando la zona aunque el resultado de sus esfuerzos ha sido nulo hasta ahora. Las personas más allegadas a los cuatro jóvenes han declarado no saber nada de ellos desde el día de la fiesta de San Juan.

El comisario Soler, encargado de la investigación, pide la colaboración de los vecinos así como de todas aquellas personas que los hayan visto o que puedan aportar datos que ayuden a la resolución del misterio. Estos son los teléfonos de contacto con la policía:

o bien 642-59-35



Hace una noche increíble, sin nubes, tan sólo corre una ligera brisa; los bares están abarrotados de gente, los niños juegan en las aceras, y en los bancos de la Plaza de Lavapiés se beben litronas y se fuman canutos, se oye una canción de Los nikis, en el centro alguien ha encendido una hoguera. Torcemos a la derecha por Sombrerete, al fondo de la calle se ve una aglomeración de gente: es el Y punto, rock and roll y música heavy, abierto hasta las seis de la madrugada todos los días y a tope de basca los fines de semana. En la Corrala, muchachos y muchachas gitanos corren de un extremo a otro con botellas de plástico, pequeños cubos e incluso con las manos llenas de agua, mojándose unos a otros; están la mayoría empapados. Gritos, risas, cuidado, os vais a mojar nos dice un chaval que no tendrá más de doce años. En la plaza de Lara encontramos el mismo panorama, a un lado las madres y hermanas demasiado mayores para estos juegos observan como se divierten. Nosotros entramos en lo que debió ser el patio del antiguo orfanato; hay que bajar unas escaleras. Es un punto que cuatro o cinco coches hayan aparcado justo enfrente de la pequeña escalinata, ya que de esta manera, si baja por Mesón de Paredes algún coche de la policía municipal o alguna lechera no podrán vernos.

Mientras Sofía comienza a preparar todo lo necesario para hacer la queimada, el resto vamos a buscar madera para construir la hoguera:

-Cuando volváis casi estará a punto la primera ronda. A ver si viene alguno de los que avisé –dice ella.

-Espero que tengamos la suerte del año pasado cuando nos topamos con dos contenedores llenos de madera –apunta Ricardo.




Noche de bronca, noche mágica


Ya sola coloco mi cazadora en el suelo y me siento. No tengo un recipiente de barro así que me he traído una tartera de casa, echo el azúcar, el aguardiente, el limón en rodajas y unos trozos de manzana; cojo el cazo, pongo un poco de azúcar en él, lo humedezco con aguardiente y le prendo fuego; con cuidado lo acerco a la tartera, muy despacio para que encienda bien, y lo hace: una bellísima llama azul aparece en la superficie. Ahora es cuestión de paciencia para que adquiera ese tono dorado. De vez en cuando levanto el cazo lleno de fuego azul y desde lo alto dejo caer una cascada de fuego. Enciendo un cigarrillo. Huele bien. Levanto los ojos y veo a alguien que se acerca, es un colega del barrio:

-Ya me extrañaba no verte por aquí –me dice sentándose a mi lado.

-Me he cambiado de barrio, ahora vivo en Malasaña, en Jesús del Valle.

-¡Chachi! ¿no?

-Prefería Lavapiés, Malasaña está muy matado. Este barrio molaba más –le digo al tiempo que levanto el cazo y dejo caer un poco de aguardiente –¡Ya ves! Como todos los años por estas fechas…una queimadita para celebrar San Juan.

-¿Y tu colega? No me acuerdo como se llama…

-Luís, ha ido con unos amigos a buscar maderas para hacer una hoguera; fuego por dentro y fuego por fuera ¡hay que purificarse bien, tronco!

Vemos venir a un par de gitanillos, hace un rato estaban en la Corrala tirándose agua, deben tener unos quince años:

-¿Qué es eso?

-Una queimada.

-¿Nos puedes dar un poco?

-Es muy fuerte, lleva aguardiente, no creo que os guste además aún no está acabada, le falta un rato.

-¡Mira lo que hemos encontrado! –gritan mis colegas, que vuelven todos con una puerta debajo del brazo.

-¡Hola tronco! –dice Luís dando la mano al chaval larguirucho que está conmigo –¡hace tiempo que no te veía, como cambiamos de casa! ¿Ya te lo ha contado Sofía, no?

-Sí, creía que os habíais ido de Madrid.

Mientras el resto de la banda está reuniendo la madera en un montón para encender la hoguera yo apago la queimada y comienzo a repartir vasos entre la basca, a los gitanillos les doy uno avisándoles que si no les gusta me la den; hacemos una trompeta mientras que se enfría un poco la bebida. Espero que en el transcurso de la noche aparezca alguno de los colegas de los que avisé por teléfono:

-¡Guau! ¡Está fuerte esto!

-¡Está de putamadre! La manzana está de vicio –digo yo relamiéndome ya que me ha salido muy dulce, que es lo que me gusta.

Vemos pasar un coche del 092 pero o no han visto la que tenemos montada aquí o están pasando olímpicamente; no me extrañaría esto último ya que en la Noche de San Juan cantidad de gente está construyendo hogueras. Reparto la segunda ronda de queimada e inmediatamente comienzo a preparar otra, los gitanillos alucinan:

-¿Me dejas hacer eso? –dice uno de ellos cuando me ve levantando el cazo y dejo caer una columna de color azul en el recipiente.

-Bueno, pero ten cuidado no vaya a caer fuera. Toma.

-Yo primero –dice el más corpulento.

-No, yo –protesta el otro.

-Tranquilos, poco a poco, por orden ¿eh? –digo dándoselo al primero que lo pidió –toma Ricardo, fuma.

-¿Podemos secarnos? –nos dicen unos chavales completamente mojados; tendrán entre quince y diecinueve años.

-¡Tú mismo! ¿Quieres beber? –le digo tendiéndole un vaso –te calentará por dentro.

-Vale, ¿está muy fuerte?

-Ahora os doy un vaso a cada uno cuando acabe con esta.

La noche comienza a animarse: al principio éramos cinco y al cabo de una hora hemos llegado a reunirnos más de veinte tipos alrededor de la queimada. Los vapores se meten por la nariz, ¡buena la voy a coger!, miro al resto del personal y también está a punto de caramelo. Teresa me pide el cucharón, me voy a saltar la hoguera. ¡Qué pasote! Justo ahora va y me sube el tripi, ¡vaya alucine!, veo a Luís que se parte el pecho de risa porque Ricardo está haciendo el orangután, chachi que también está haciéndoles efecto…



-Abrevia Sofía –dice el comisario Soler.

-Es verdad tronca, ¡mira que te enrollas! –opina Teresa.

-Es que me lo pasé tope ese día –les replico al tiempo que enciendo un cigarrillo.

-Pero no tiene importancia para la investigación. Continúa desde el momento que salisteis de Lavapiés; que alguien vaya a por más café, por favor-contesta el comisario.



Sobre las cinco de la madrugada acabamos la juerga, recogemos todo y lo dejamos en casa de Ricardo y Teresa; todavía tenemos ganas de marcha. Así que nos ponemos a buscar un bar subiendo por la calle de Lavapiés. Nada. Luís propone ir a tomar un chocolate con churros a Sol, en un sitio que abre a estas horas.



PELEA TIPO EL SALVAJE OESTE EN PLENO CENTRO DE MADRID

Ayer, a las cinco de la madrugada, en un conocido local de las inmediaciones de la calle Mayor, se organizó una pelea digna de una película de John Ford. Según testigos presenciales, sobre las cuatro y media llegaron cuatro jóvenes en avanzado estado de intoxicación etílica. “Estaban muy borrachos, pidieron un chocolate con churros pero el camarero no quiso servirles”-declaraba una persona ajena a la pelea-“la verdad es que les contestó mal y entonces una de las chicas le replicó una burrada, el camarero quiso pegarle, uno de los chavales salió en defensa de ella; otro de los camareros había ido a buscar al churrero y a otra gente que estaba en la cocina. Luego alguien tiró una taza y un plato, y a partir de ahí se lió todo”.

La policía se personó en el local a los diez minutos pero los jóvenes habían desaparecido, quince personas fueron detenidas aunque se les puso en libertad tan pronto prestaron declaración.



-Nos cogió en la segunda subida del tripi, realmente fue una pasada por nuestra parte –dijo Teresa al comisario Soler.

-Sigue ¿cómo llegasteis a Chueca y qué pasó allí?…Todavía no me explico como fuisteis capaces de lanzaros a una aventura tan incierta y peligrosa.

-La culpa la tuvieron los ácidos –apunta Teresa –yo no lo había comido, lo reservé para más tarde y luego me olvidé de él, me di cuenta de que todo aquello era real por eso mismo.



Sofía es especialista en meter la pata, de buena nos hemos librado en el bar. Realmente el tío se pasó llamándola heavy de mierda pero luego ella remató la jugada llamándole cabrón y colocándole un mini de cerveza por sombrero. Menos mal que se armó un barullo de mucho cuidado y nos pudimos escaquear antes de que llegase la pasma. Ponemos rumbo a Chueca, siempre a la búsqueda de un bar abierto. Está chapado todo. Luís y Ricardo se paran a mear en una esquina:

-¡Tanta cerveza y priba es la hostia!

-¡Mira tronco, allá hay otro tipo igual que nosotros! –dice Ricardo.

-Es un dibujo en la pared –dice Sofía.

-¡Que va! Es un tipo –digo yo.

-No parece que se mueva –observa Luís mirando de reojo.

-Yo creo que es un dibujo –insiste Sofía.

-¡Ya está! No podía aguantar más.

-Ya habéis acabado, ¿no?, vamos a ver aquello de cerca, parece muy real –digo.

La confusión sobre lo que estamos viendo es debido a que aquel rincón se encuentra mal iluminado y a que nosotros estamos relativamente lejos como para distinguir lo que significa aquella sombra. Curiosos, nos acercamos. Sofía tenía razón, es un dibujo:

-¡Está chachi dibujado! –dice Luís –desde lejos parece un tío, ¿verdad?

-Sí, está dabuten, parece que está trepando, ¿no? –dice Ricardo acoplándose a la sombra y colocando manos y piernas en la misma posición que en la pared –desde allá y con esta piedra que tiene delante parecía que estaba meando. ¿Sabes dónde me gustaría estar ahora?

-No –contesta Luís.

-En Coruña, en la playa de Riazor. Allí he visto un dibujo como este.

Nada más pronunciar estas palabras desapareció. No había bebido tanto como para tener visiones y, si ni siquiera me había tomado el ácido, no podía ser una alucinación producida por él. Realmente Ricardo se había volatilizado. El resto de la banda se estaba riendo pues creían que todo era una broma del cachondo de Ricardo:

-Este tipo está colgado, ahora va y se abre –dice Sofía.

-Vamos a jugar unos chinos mientras se decide a venir, estará en algún bar; ¿qué nos jugamos? –pregunta Luís.

-¿Quién paga la próxima ronda si encontramos un sitio abierto?

-Guay.

Cuando están a punto de comenzar la tercera partida aparece por la esquina opuesta a la que nos encontramos, tan campante, como si no hubiera ocurrido nada, y yo estoy segura de que hace un momento lo vi esfumarse delante de mis narices:

-¡Pasa tronco! –grita Luís.

-¡Eh!

-¡Joder tío! ¿Dónde te habías metido? –pregunta Sofía mientras le ofrece un cigarrillo de esos sin filtro que fuma ella.

-Me ha debido pegar un subidón increíble porque cuando me he dado cuenta me encontraba en una tasca gallega que hay cerca de aquí y que no conocía.

-¿Una tasca gallega? –se extraña Luís.

-Sí, ¿qué flipe, no?, por allí a la izquierda, la primera calle que cruza.

-No recuerdo ver ninguna por la zona que me dices –digo yo.

-Pues yo me acabo de beber un vino allí, además un Ulla, y tenían tapas de cocina, chachi que sí –insiste Ricardo.

-Pues vamos allá; unos vinitos vendrán de putamadre-dice Sofía impaciente como siempre en estos casos, cuando hay papeo y priba de por medio. Yo no me lo acabo de creer, pero no cuento a nadie mis sospechas. Así que guiados por Ricardo vamos en busca de la taberna:

-¡Estaba aquí! –dice.

-Pues ya ves que esto es un solar abandonado –digo yo, casi convencida de que no íbamos a encontrar el lugar donde él había estado hace un momento.

-Me habré equivocado de calle, a lo mejor es la siguiente…Tampoco. Tengo que dar con el bar, seguro que está por aquí cerca, sólo tardé un par de minutos en llegar a donde estabais vosotros.

Damos vueltas por las calles próximas pero nada. Ricardo no se lo explica, mi teoría, aunque parezca increíble, es que esa sombra, de alguna manera, es capaz de que la gente viaje en el espacio con sólo desearlo. Los otros no se enteraban de nada con el moco que tenían; al final decidimos ir a dormirla cada uno a su queli quedando para comer al día siguiente en nuestra casa, mañana les contaría lo que había visto y ya con calma investigaríamos lo ocurrido.



-Me costó trabajo convencerlos, ¿se imagina, comisario?

-Desde luego.

-Además esa noche tuve un sueño bien extraño: estaba en mi cama durmiendo, en un momento dado me despertaba pero en un sofá y vestida con una túnica de seda blanca; a mi alrededor se encontraba más gente en el mismo estado que yo, me levanté sorprendida. Vi claridad al fondo de un pasillo que se encontraba a la espalda del sofá en que había aparecido. Lo seguí y me topé con una escalera de caracol que descendía al piso de abajo; aquello parecía un laboratorio, tubos de ensayo y artilugios de todo tipo llenaban la habitación. En una silla estaba doblada perfectamente mi ropa, así que me cambié y salí. Estaba en Riazor, enfrente de mí se encontraba la playa, comencé a caminar y al doblar la esquina me hallé de repente en la plaza de Chueca, en Madrid. Pensé que en lo que había soñado podía estar la clave de lo ocurrido anoche, si dormidos podemos viajar en el tiempo y en el espacio ¿no sería posible que alguien hubiese descubierto un sistema sencillo de trasladarse más allá de lo que se llama comúnmente realidad? Siempre me han interesado cantidad estos temas, ¿a usted no, comisario Soler?

-La verdad es que mi trabajo no me deja mucho tiempo para soñar. Continúa.



-Eso es imposible –dice Ricardo –estarías alucinando, tronca.

-No me comí el tripi, estoy completamente segura: desapareciste por la pared, esta noche os lo mostraré.

-Bueno, no ocurrirá nada; pero no veo la razón para negarle ese capricho a Teresa –dice Sofía apoyándome, aunque no está, en absoluto, convencida.

-Vale, te haremos caso pero me da la impresión de que te patinan las neuronas –replica Ricardo.

Luís no dice nada, está a la expectativa como siempre, es escéptico por naturaleza y no toma partido en ningún caso. Dejamos de hablar del tema y pasamos la tarde jugando al parchís y cosas así. Alrededor de las diez salimos.




Una sombra nos muestra un asesinato


Es sábado. La zona está a tope de gente. Nos metemos en un bar a comer unas tapas, parecemos sardinas en lata, en él ya no cabe nadie más y a pesar de todo una pandilla de cinco ha entrado al mismo tiempo que nosotros. Decidimos esperar unas tres horas para hacer el experimento, ahora hay demasiada gente, ya procuraremos no privar demasiado.

Encontramos a unos cuantos colegas de rule con los que nos bebemos unas litronas, estamos deseando que llegue el momento de ir a ver la sombra; hemos pasado varias veces por allí y, aunque mis compañeros no creen que ocurra nada, también están intrigados por lo que pueda pasar. La música resuena en las calles cada vez que se abre la puerta de un pub, intoxicación etílica al por mayor, risas, canutos, alcohol, descontrol, algo de coca en los lavabos, caballo, hashish se oye en las esquinas de Chueca, ríos de gente de bar en bar, siempre los mismos, ruido. Sobre las dos de la madrugada, más o menos, nos dirigimos hacia la sombra:

-A ver, vamos a comprobar lo que nos contaste, ya verás como no pasa nada –dice Ricardo.

-Si estás tan seguro haz exactamente los mismos gestos y di las mismas palabras, vamos –arguyo medio ofendida aunque sintiendo una ligera aprensión por temor a meternos en un lío que no se sabe dónde va a llegar.

-¡Vamos tío, demuéstrale que está como una chota! ¡Nadie desaparece así como así! –dice Sofía.

-Bueno, me puse así y dije que me gustaría estar en Coruña en la playa de Riazor…

¡Zuuummmm! ¡Increíble! ¡Ha desaparecido! ¡Guau! Por un momento nos quedamos anonadados, es para no creérselo pero Ricardo se ha fundido en la pared. Entonces uno a uno hacemos lo mismo. No podemos dejarle solo. Parecemos los protagonistas de una novela de ciencia-ficción pero es la realidad, si lo contáramos creerían que estamos chiflados. Nos sentamos en la arena, cerca del muro y detrás de una roca:

-¡Que pasote!

-¡Incredible, colega! Podremos tomar vinos cuando nos pete, ¡tope guay! –dice Sofía.

Y entonces ocurrió; llevábamos un rato desvariando sobre las infinitas posibilidades de la sombra cuando oímos un gemido. Nos quedamos en silencio unos minutos a ver si volvíamos a oírlo, el lamento se repitió, extrañados nos levantamos con el fin de investigar su procedencia; no había nadie en los alrededores pero continuábamos escuchándolo, parecía venir del mar así que nos pusimos a caminar por la orilla, a medida que avanzábamos en dirección a Las Esclavas se hacía más nítido y claro, no se veía nada. A la altura del Playa Club y debajo de una de las barcas, descubrimos un bulto, origen del gemido, un hombre de unos treinta años, desangrándose, con un puñal en el costado derecho: no estaba muerto pero no tardaría en estarlo, con gran esfuerzo abrió los ojos y mirando a Sofía dijo:

-¡Rais…rais…toma, guarda…lo…¡cof,cof!…rais,rais…da…se…lo,…no…olvidar…¡Rais!-logró articular el hombre antes de morir. Una pequeña caja de metal plateado pasó a manos de Sofía. Nos disponíamos a ver el contenido cuando hasta nosotros llegó un rumor, alguien venía hacia donde nos encontrábamos, teníamos que desaparecer antes de que nos descubrieran al lado del cadáver, podía dar lugar a un malentendido; como no teníamos mucho tiempo nos deslizamos por detrás de las barcas hasta el muro y entonces oímos una conversación que aún nos dejó más perplejos:

-Tiene que estar por aquí, sé que Los Otros no lo encontraron, no sirvió de nada el torturar a Abdul, ni siquiera las amenazas de muerte lograron amedrentarlo, era un valiente. Debemos recuperar la caja, la vida de nuestro pueblo depende de ella –oímos decir a una voz ronca y bien modulada aunque extranjera.

-Tiene que tenerla encima.

-Lo he registrado bien y no la tiene, sé que ninguno de Los Otros la ha encontrado.

-A lo mejor tuvo tiempo de esconderlo antes de que lo cogieran.

-Es posible pero ¿Dónde está? ¿Dónde ha podido ocultarla?

-Por la mañana podemos, debemos, ir a la playa de la última vez, quizás…

-Puede que tengas razón, larguémonos antes de que pase alguien por aquí-replicó el dueño de la voz ronca.

-Vamos.

¡En menudo lío nos acabábamos de meter! Lo mejor que podíamos hacer, por el momento, era buscar un sitio tranquilo y seguro donde pasar la noche y examinar la caja, luego ya pensaríamos qué hacer con ella. A Luís se le ocurrió que el viejo matadero abandonado sería un buen sitio y hacia allí encaminamos nuestros pasos, nos sentíamos confundidos por lo sucedido y durante el camino apenas nos dirigimos la palabra. Resultaba alucinante que hubiera habido un asesinato en la playa de una ciudad en la que, normalmente, esta clase de sucesos era la excepción, ¡pensar que mientras la basca se divierte en una noche de sábado a pocos metros estaba cometiéndose un crimen!

¿A donde nos llevaría aquella caja? ¿Por qué era tan importante? Un hombre había muerto por su culpa; me recordaba las antiguas películas de espías con muertos por todas partes y esas cosas. Seguro que la explicación era mucho más simple: algún ajuste de cuentas entre traficantes de droga o algo parecido, pero…estaba aquella extraña conversación que me hacía pensar que la anterior interpretación era falsa. De cualquier modo me parecía increíble estar viviendo una de espías. Entramos sin dificultad en el edificio ya que la puerta no tenía cerradura, no había nadie, sólo escombros por todas partes, aquí y allá algunas mantas y cartones, allí vivía gente por lo que decidimos subir al primer piso donde se encontraban las oficinas y nos metimos en una de ellas. Ricardo, que es especialista en coleccionar boberías tales como llaveros-navaja, llaveros –cartas de baraja, llaveros-bloc de notas y demás, sacó de su bolsillo una pequeña linterna-llavero:

-A ver, pásame la caja –dijo a Sofía.

-Toma. ¡Qué cosa más extraña!

-¿El qué?

-Me dio la impresión de que ese hombre me conocía pero yo no recuerdo haberlo visto nunca.

-¡Que va, tronca! Simplemente fue al primero que vio.

-Estoy convencida, nos miró a todos pero me la entregó a mí, aquí hay algo raro…no sé lo que es pero tiene que ver con alguien que conozco, es sólo una impresión de todas formas.

-Bueno, mira, vamos a ver qué contiene la caja –dijo, impaciente, Luís.

Pequeña, de color plateado, tenía todos sus resquicios sellados con lacre rojo, el mechero de gasolina de Luís ayudó a abrirla y en el interior ¿a qué no se imagina lo que encontramos?

-¡Un simple papel! Un papel en el que estaba escrito una sola palabra: Rais. La misma que había pronunciado el hombre antes de morir –dijo Sofía-; no tenía sentido ¿qué extraño significado encerraba que la gente mataba por ella?

-Como supondrá no pudimos pegar ojo en toda la noche intentando descubrir lo que estaba pasando, barajamos infinidad de teorías, incluso el que fuese el nombre de un misil o alguna vacuna imprescindible contra alguna enfermedad rara…¡ya qué sé lo que imaginamos!



Amanecía y aún estábamos perplejos por lo ocurrido, no sabíamos qué hacer. Se nos escapaba el significado de aquellas palabras oídas a un hombre moribundo, y luego estaba la caja que precisamente le había entregado a Sofía, ¿por qué a ella?, no podíamos contarle a nadie lo ocurrido, no nos creerían o, si lo hacían, lo más probable es que también estuviesen metidos en la historia y había posibilidades de salir malparados de la dichosa movida, ¡en fin, una pasada!

-Lo mejor que podemos hacer es esperar a ver qué pasa –dijo prudentemente Luís –tarde o temprano encontrarán el cadáver y es fácil que el periódico lo publique uno de estos días. Lo más recomendable es que volvamos a Madrid esta noche y esperemos ver qué ocurre y quién es ese hombre.

-Por mí, de acuerdo –respondió Ricardo.

-¿A qué playa se referirían? –pregunté a Sofía.

-¡Vete a saber! Hay montones de calitas por toda la costa, no creo que lleguemos a averiguarlo. –contestó ella.

Ninguna razón nos retenía allí, es más, alguien podía habernos visto y quizás estuviésemos en peligro, así que volvimos a la sombra y regresamos a Chueca; nos tomamos la noche con calma, bebimos y bebimos intentando frivolizar el asunto, tal vez los periódicos de la mañana nos aclarasen algo. Como es lógico acabamos pedos perdidos, con un cuelgue que no veas. A la mañana siguiente compramos “La Voz de Galicia” en uno de los quioscos de Sol, desayunando en un bar nos pusimos a ojearlo y allí, en la página de noticias locales, aparecía lo siguiente:



ENCUENTRAN UN HOMBRE APUÑALADO EN LA PLAYA DE RIAZOR

La Coruña, 24 de junio.- Un hombre, al parecer de raza árabe, fue encontrado muerto a primeras horas de la madrugada por una pareja de novios que paseaban a su perro; éste se acercó a las barcas varadas cerca del Playa Club cuando se puso a aullar de forma lastimera, intrigados por el comportamiento del animal se acercaron a ver qué ocurría, y entonces fue cuando lo vieron: un hombre, de unos treinta años, estatura media, tez oscura, yacía debajo de una de ellas empapado en lo que se podía pensar era agua debido a lo oscuro de la noche pero resultó ser sangre. Rápidamente avisaron a la policía que se personó en el lugar de los hechos al momento.

La principal teoría, y la más probable, es que se trata de un ajuste de cuentas entre traficantes de droga; no se sabe a ciencia cierta qué es lo que ocurrió, según el forense el hombre llevaba varias horas muerto. En estos momento se procede a su identificación así como a tomar declaración a la gente que se encontraba alrededor de la medianoche en esa zona, tarea ardua si se tiene en cuenta que la noche del sábado es una de las más concurridas de la semana, por ello la policía pide la colaboración de todos los ciudadanos que en la noche de ayer se encontraban en las inmediaciones de la playa.



-¡Bueno, esto es la monda! Los que más sabemos del tema somos nosotros –dijo Sofía –y sabemos perfectamente que no es un traficante de drogas, no sé quién puede ser el tronco pero tiene más tela el asunto de lo que aparenta, ¿no?

-¡Por supuesto! Sino ¿por qué aquellos hombres dijeron que era fundamental para la supervivencia de su pueblo?

-Puntualicemos –dije yo –lo que dijo fue la vida de nuestro pueblo depende de ella que es bien distinto.

-¡Eres el colmo, tía! Estamos metidos en una movida que te cagas y a ti se te ocurre hacer puntualizaciones gramaticales –dice Luís perdiendo la paciencia.

-¿Qué te pasa?

-Nada, es que tiene miedo y entonces se pone nervioso –explica Sofía.

-¡No es cierto! –protesta él.

-Bueno, bueno, vamos a dejarlo y ocupémonos del asunto ¿qué más da unas palabras que otras? –habla Ricardo intentando que el mosqueo no prospere.

-No sé, me parece que sí la tiene –me defiendo.

-Vale tronca, pero lo más urgente es descubrir quién es el tipo ese y por qué lo mataron y…

-Y también por qué me dio a mí la caja.

-Sí, también, ¡qué cruz de basca! Déjame continuar; como iba diciendo… ¿Quién es? ¿Conocía a Sofía? Ella dice que nunca lo había visto, luego esto quiere decir que, a lo mejor, Sofía con todas las relaciones extrañas que tiene por ahí debe saber de alguien común a ella y al hombre de la playa, o puede que sea simple casualidad que le dirigiese la palabra. Creo que debemos esperar unos días antes de contarle nada a la pasma o a quien sea, alguien en quien podamos confiar. ¿Estáis de acuerdo?.

-Parece lo más prudente –digo yo al tiempo que llamo al camarero para que nos traiga unos cafés con unas magdalenas.

-Si vamos a esperar a que la pasma logre identificarlo, entonces esta puede hacer un poco de memoria y a lo mejor…si sabe realmente algo que ella todavía no sabe que lo sabe…

-Te estás liando, colega –corta Sofía.

-¡Pasa! ¿Eh? ¿Es que no puede uno hablar aquí sin que le corte alguien?

-¡Vale! Sigue, nadie te dice nada, tronco.

-Ya me he olvidado… ¡Ah, sí! Pues que creo que tiene razón Ricardo.

-¡¿Y para decir eso te has montado este rollo?!

-¡Dejad de discutir de una vez! ¡Basta! –digo intentando poner orden –tranquilizaos, tenemos que desaparecer, debemos encontrar un sitio seguro donde no puedan localizarnos, y ver cómo se desarrolla todo este mogollón. ¿Dónde os parece que podríamos ir? ¡Ideas! ¿Qué se te ocurre, Ricardo?

-Lo que es evidente es que ni en La Coruña ni en Madrid podemos escondernos, llevamos dos días sin aparecer por nuestras respectivas casas, nosotros teníamos que haber ido a esperar a mi madrina que llegaba por la mañana en el tren, con lo histérica que es seguro que ya ha llamado a la policía; no debemos quedarnos, si alguien se entera que hemos sido testigos de un asesinato…

-¡No exageres!

-No exactamente, pero alguien puede creer que hemos visto más de lo que decimos, y entonces sí que lo tendríamos claro.



-No te equivocabas –dijo el comisario Soler interrumpiendo el relato de Teresa –en efecto, tu madrina vino a la comisaría hecha un manojo de nervios, parecía que iba a darle un ataque de un momento a otro, pidió una copa de aguardiente para tranquilizarse…

-Se pasa el día tranquilizándose –ironizó Ricardo.

-Bueno, en ese momento se veía que lo necesitaba; así fue como me encontré metido en esta historia.



Era domingo, me tocaba estar de guardia, así que me sorprendió que alguien preguntase por mí, y además una señora con un fuerte acento gallego; la hice pasar a mi despacho, se encontraba en un estado lamentable, descompuesto, le pedí que tomase asiento y dijese qué le ocurría:

-No recuerdo haberla visto nunca señora, ¿quién le dio mi nombre? ¿Quién le habló de mí?

-Una tía suya, una hermana de su madre es amiga mía y cuando supo que iba a Madrid para hacerle una visita a mi ahijado entonces me dijo que tenía un sobrino aquí que era policía y que si necesitaba algo o tenía algún problema viniese a verle –logró decirme, después de haberse tomado su copa.

-¡Ah, se refiere a tía Ángeles! Es verdad, me llamó el sábado por teléfono para contármelo. ¿Qué le ha pasado? ¿Le han robado el equipaje en Norte? Ocurre a menudo pero conozco a los rateros y si es quién pienso le conviene devolvérselo, usted dirá.

-¡No es eso! ¡No es eso! Resulta que él tenía que haberme ido a recoger a la estación, el tren llegó con retraso por lo que no esperaba verlo, como así ocurrió; como tenía su dirección cogí un taxi y le di instrucciones al taxista con el fin de que me llevase por el camino más corto a casa de mi ahijado, él siempre me decía que los taxistas de Madrid son muy vivos y que si pueden dan una vuelta para sacar más dinero al cliente.

-Algunos, no todos; continúe.

-Llegué, toqué el timbre pero nadie contestó, estuve casi una hora esperando a que apareciese pero nada, él sabía que venía, no podía dejarme plantada. Comisario Soler, estoy segura que le ha ocurrido algo, he llamado a los hospitales pero no saben nada; ¿puede usted ayudarme? He pensado que podía estar en alguna de las comisarías pues, aunque es un buen muchacho, viste un poco así…moderno, ¿me entiende?

-Intente explicarse más claramente.

-Él lleva pantalones muy ceñidos y cazadora vaquera, camiseta, y bebe cerveza…bueno, como la mayoría de los jóvenes.

-Entiendo ¿cómo se llama?

-Ricardo García Olavide, vive aquí con su hermana; los dos están estudiando.

-Esto es lo que vamos a hacer, ahora yo me encargaré de enterarme si alguien con esas señas y nombre ha sido detenido en los últimos dos días, tal vez se hayan metido en algún pequeño follón y los encontremos. Espere aquí, enseguida vuelvo.

Miré en el ordenador las detenciones de la semana; están bien estos cacharros, ahorran mucho trabajo, estaba seguro de encontraros en alguna de las redadas que se habían efectuado en la semana, pero no aparecíais por ningún sitio. Volví a la oficina con dos cafés.

-No aparecen, no creo que les haya ocurrido nada, puede que estén con algún amigo.

-¡No! ¡sé que les ha sucedido algo! ¡Estarán muertos en un callejón, apuñalados! ¡Pobre ahijado mío, pobrecito! ¿Qué dirá su madre?

No pudo continuar, comenzó a llorar e hipar, todo el maquillaje se le estaba descomponiendo, paró un momento, parecía que se había tranquilizado pero volvió a la carga, más lloros e hipidos, yo también me estaba poniendo nervioso oyéndola. Abrió su bolso y cogiendo un pañuelo comenzó a retorcerlo mientras lloraba, lloraba; entrecortadamente pidió que le trajesen otra copa de aguardiente, lo hice y ya había decidido pedir una orden de registro para entrar en vuestra casa, así que en cuanto estuvo en mi poder fuimos allí. Encontramos una agenda con direcciones y teléfonos, decidimos utilizarla para localizaros, probablemente alguno de los anotados en ella sabría decirnos dónde encontraros; de esta manera nos enteramos que otras dos personas faltaban de sus casas. Realmente no sabía por dónde iniciar mis investigaciones, lo primero era interrogar a la gente del barrio, sacamos pocas cosas en claro pero comenzamos a rastrear vuestras andanzas por la zona Centro. Al cabo de una semana decidí contarle el hecho a un periodista amigo mío, tal vez alguien supiese dónde buscaros o puede que vosotros mismos leyerais la noticia. Continúa relatando qué ocurrió, ¿dónde os ocultasteis?

-Ricardo tenía razón, debíamos ser prudentes, a casa no podíamos ir, nuestras familias querrían que pusiésemos el caso en manos de la policía, si lo hacíamos posiblemente nuestras vidas corriesen peligro, intentaríamos averiguar primero quiénes eran aquellos hombres, así que a Sofía se le ocurrió una idea…



-A ver qué os parece: las sombras nos trasladan al instante en el espacio, volvemos a utilizarlas para ir a otro sitio.

-Pero no sabemos cómo funcionan realmente, ¿hace falta una figura gemela o el que funcione tan sólo depende de los deseos que tenga quien la utilice? –objetó Ricardo –daos cuenta que hasta ahora sólo tenemos el hecho de que hay una en La Coruña y otra en Madrid, y que, supuestamente, se corresponden pero ¿son las únicas en España?¿hay otras en algún país distinto al nuestro? ¿si las utilizamos erróneamente nos quedaremos colgados en una cuarta dimensión desconocida?

-La solución la próxima semana en CANAL-R –bromeó Sofía.

-No es tan disparatado lo que dice como tú piensas –le defendí.

-Gracias tronca.

-Lo siento, estaba vacilándote, puede que tengas razón, pero entonces ¿qué haremos?.

-¡Ya sé dónde podemos ir! –exclamé –estoy casi segura que sé dónde hay más sombras: en Venecia.

-¿En Venecia?

-Sí, el verano pasado estuve allí una temporada con una amiga de la facultad que es veneciana, había muchas; por todas partes, no supo explicarme su significado aunque hubo algo en su actitud, cuando le pregunté por ello, que me hizo sospechar que era un tema que conocía a fondo pero del que no quería hablar.

-¡Tú alucinas! –replicó Sofía.

-Tengo pruebas, unas fotos que hice a algunas de las sombras, se parecen bastante a la de Chueca; podemos esperar a la noche para ir a casa, tomaremos todas las precauciones posibles por si acaso está vigilada.

No tuvimos ningún contratiempo, tenía razón: eran iguales a las dos que habíamos visto. Tanta casualidad nos escamaba a todos, no era probable que alguien las hubiera pintado solamente para ir de Coruña a Madrid, lógico sería que hubiese más, desde luego si un sitio tenía posibilidades de ser el centro de toda esta historia Venecia contaba con un 99% de ellas. Con fama de ciudad misteriosa desde hace siglos, tenía todo a su favor. Así que volvimos a fundirnos con la sombra y aparecimos en Venecia, la casa de mi amiga estaba cerca del Puente de los Tres Arcos, las ventanas se encontraban iluminadas, golpeé la puerta con un pesado llamador de bronce que tenía forma de garra de león. Pasaron unos minutos antes de que oyésemos pasos acercándose a la puerta, se abrió una trampilla desde donde nos miró una cara asombrada:

-¡Teresa! ¿Qué haces aquí?

-Déjame entrar Carla, tenemos que hablar; ¿puedes alojarnos durante unos días?, tal vez puedas ayudarnos, tenemos un problema tremendo.

-Pasad, pasad –dijo Carla al tiempo que abría la pesada puerta –mis padres están en Austria, yo preferí quedarme, tardarán unos veinte días en volver.

-Vamos a sentarnos y a contarte lo que ocurre.

Era increíble la casa, parecía que habíamos viajado a otra época; era un palacete de esos que aparecen en las películas, donde seguramente ha ocurrido más de un crimen pasional, envenenamientos, sesiones de magia negra, y vete a saber qué más; eso fue lo que pensé la primera vez que entré en la casa de Carla y ahora, influenciada por todo lo sucedido y de noche, la impresión se acentuó. Nos llevó hasta una pequeña sala situada en el piso superior. Podíamos confiar en ella así que se lo contamos todo, no se sorprendió en absoluto por nuestro relato:

-Será mejor que descanséis, mañana intentaré explicaros algunas cosas pero ahora es tarde, mañana hablaremos, tenemos muchos días por delante, nos van a hacer falta; tengo que levantarme temprano, debo ver urgentemente a mi maestro.

-Dinos algo ahora, Carla –supliqué.

-¡No!…no puedo…todavía; mañana será mejor. Venid, os llevaré a unas habitaciones donde podréis descansar.

A pesar de que le insistimos no se dejó convencer, nos mostró unas habitaciones cercanas a la salita y nos dejó solos. Tenía razón; la excitación de estos días no había dejado que nos diésemos cuenta de nuestro cansancio, yo tardé en conciliar el sueño pero Luís y Sofía roncaban a los cinco minutos de dejarlos en la suya. Era una de esas noches en que es imposible dormir por más que se intente, la mente trabaja a doscientos por hora, los pensamientos se suceden con rapidez, se superponen unos a otros, y las más extravagantes teorías cobran realidad por unos momentos. Duermes, pero no con profundidad, y cuando te das la vuelta para mirar el reloj, porque crees que tan sólo han pasado unos minutos, te das cuenta que llevas horas inmersa en cavilaciones. Estaba amaneciendo cuando por fin me quedé dormida, sé que fue así porque soñé lo mismo que la noche en que Ricardo desapareció por primera vez en la sombra. ¡Otra vez aquel extraño laboratorio, aquella gente con lo que parecían ser camisones blancos y, sobre todo, aquella casa laberíntica!. Tenía que haber una relación, por lo que sé los sueños no suelen repetirse y cuando lo hacen es que hay una poderosa razón para ello. ¿Qué significaría: un hecho del pasado, algo que estaba por ocurrir o, lo más inquietante, la realidad de lo que estaba ocurriendo? Eso fue lo que pensé al despertar pero no veía cómo podía encajar con la muerte del hombre en la playa, aunque también podría ser que no hubiese conexión alguna. Todo era posible, sabíamos por el momento demasiado poco.

Miré el reloj, eran las nueve de la mañana, Ricardo dormía plácidamente aún, me vestí y fui a la habitación de Sofía, les ocurría lo mismo; aproveché para dar una vuelta por la casa y de paso hablar a solas con Carla. No estaba. Deambulé por aquí y por allá, aquello era enorme, pero ni rastro de mi amiga, debió de salir muy temprano; busqué la cocina, si no me equivocaba se encontraba en la planta baja, a la derecha de la puerta principal había un corredor que conducía a ella…sí, era así, ahora me acordaba, no tengo muy buena memoria para estas cosas de los planos de una casa, siempre fui un desastre. Estaba preparando el desayuno cuando me pareció oír una voz, salí, era Sofía que me llamaba:

-¡Por aquí, a la derecha!

Tardó unos minutos en aparecer, venían los tres.

-No sabíamos dónde estabas.

-No te oí levantar, y con esta historia que está ocurriendo pensé todo tipo de cosas raras –se excusó Ricardo.

-No saquemos las cosas de quicio ¿qué iba a pasar? Entre otros motivos, porque nadie sabe que estamos aquí. No comiences a alucinar ¿eh? –repliqué.

Desayunamos, luego nos dedicamos a explorar la casa: Ricardo y yo la planta baja, los otros la planta alta. Más que una casa parecía un museo. Pertenecía a la familia de Carla desde hacía siete siglos, ¡una pasada!, y cada generación había reformado y decorado la mansión de acuerdo con los cánones de la época, conservando, eso sí, multitud de obras de arte de todos los estilos. La biblioteca era increíble: obras de los griegos clásicos copiadas por monjes del siglo XIII, en francés, griego, alemán antiguo, en inglés, una copia de los viajes de Marco Polo manuscrita, libros de Voltaire, Montesquieu, Rousseau, Giacomo Casanova, Virgilio, ¡incluso la Enciclopedia de Diderot!, me sentí fascinada por todo aquello. Carla volvió alrededor de las dos de la tarde:

-No habréis salido ¿verdad? No conviene que nadie sepa de vuestra existencia hasta que habléis con mi maestro.

-Esta tronca alucina por colores, ¿no?, ¿no estará pasada de vueltas? –me dijo Ricardo al oído –para mi que le patinan las neuronas.

-Espera, no seas así, a lo mejor nos aclara las ideas, aunque un poquillo tocada del ala sí que está –contestó Luís, que no perdía comba de lo que hablábamos.

-Te he oído perfectamente y no estoy pasada de vueltas, hay cosas en el mundo, historias, que nadie se imagina que puedan ocurrir, pero la vida es mucho más complicada de lo que parece; hay otros mundos y dimensiones incomprensibles para la mayoría, pero están ahí, existen de alguna manera y el estudiarlas y aprehenderlas sólo le está permitido a los iniciados pues, sino es así, la mente de alguien no preparado sería incapaz de asimilarlas y le conduciría a la locura. Venecia es una ciudad misteriosa, encierra tantos enigmas que toda una vida dedicada a su estudio no podría descubrir.

-Hablas como una masona.

-Tal vez sí, ni lo niego ni lo afirmo. Pero eso no tiene importancia. Os voy a contar una historia que en mi familia ha pasado de generación en generación, de la que sólo nosotros somos sus custodios y guardianes, y que nunca hemos relatado a miembros exteriores a ella.

-Entonces, ¿por qué tenemos que conocerla?

-¿Quién de vosotros descubrió la sombra y logró que funcionase?

-Yo –contestó Ricardo.

-Quizás mantengas una conexión con Venecia debido a que en tu familia existe alguien que procede de aquí.

-No.

-Espera… ¿recuerdas que la abuela nos contaba que su padre era veneciano y estaba iniciado en los secretos de la alquimia? –intervine –todos decían que estaba loca, pero tal vez lo hacían para protegernos.

-Dejad de discutir y prestadme atención, mi maestro me ha dado permiso para relataros esta historia singular: remontémonos al siglo XI, los Monte-Ollivellachio llevan cuatro siglos viviendo en Venecia, le han dado a la ciudad valientes soldados, perspicaces comerciantes y estudiosos de la vida y la muerte, de los misterios de la naturaleza, alquimistas se les llamaba en aquellos tiempos. Época de continuas guerras entre los pequeños estados que nueve siglos más tarde formarían el pueblo italiano; las personas se veían obligadas muchas veces a llevar una doble vida a causa de las persecuciones tanto políticas como religiosas, debido a ello las casas y palacios eran poseedoras de pasadizos y salas secretas que permitían al perseguido desaparecer por un tiempo hasta que los ánimos se calmasen. Esta casa tiene varios. Os haré un plano para que comprendáis bien la historia. Vamos a la biblioteca.



-Por favor. ¡¿Queréis no iros por las ramas?! ¿qué tiene que ver esto con vuestra desaparición, me queréis explicar?-inquirió el comisario Soler.

-Es la historia de las sombras –protesté molesta por la interrupción, ya que era la segunda.

-¡Te pasas! Y luego hablas que si yo esto o lo otro –dijo Sofía.

-Haced el favor de abreviar lo más posible, ateneos a los hechos, estoy demasiado cansado como para aguantar fantasías.

-¡No son fantasías! Es la pura verdad.

-Vale, pero ya lo contarás otro día. Ahora lo que interesa es…

-¡Pero es que es fundamental, no la puedo dejar de lado!

-Hagamos un pequeño descanso, prepararé más café; mientras, ordenad vuestras ideas.

Casi dos horas llevamos hablando y ninguno ha dormido todavía. Realmente hay veces en que la realidad supera a la ficción, nunca antes me había visto involucrado en un caso como este, ni hubiese soñado que me podría ocurrir. No les oigo hablar, pongo el café al fuego y regreso a la sala. Se han quedado dormidos, no me extraña, les voy a imitar, pero antes comeré algo y apagaré el gas.




Un inglés ¿de vacaciones?


El charter proveniente de Venezuela acababa de aterrizar, en el venía la primera tanda de emigrantes de vacaciones, él también; llamaba la atención por su estatura, era largo y fuerte, su cara morena contrastaba con el pelo castaño claro, miraba de forma directa y su franca sonrisa era su mejor presentación, al instante se pensaba es americano. Pero era inglés. No era la primera vez que hacía este viaje; tampoco era un simple turista con dinero para gastar, aunque resultaba conveniente que la gente lo viese de esa manera. Su equipaje, anodino y vulgar, se componía de una mochila enorme, la cámara de fotos colgada al cuello y un bolso de mano de una agencia de viajes. Cogió un taxi, y dio al conductor la dirección de una pensión ubicada en el centro de la ciudad, cerca de la playa y los jardines, pagó y, cogiendo todos sus bártulos, se dirigió hacia un portal anejo a una tienda de radios, calculadoras, relojes, etc., llamó al timbre:

-¿Quién es?

-Mister Robinson, tengo reservada habitación, ¿OK.?

-Pase-contestó la voz al tiempo que se oía el sonido del portero automático.

Subió por la estrecha escalera hasta el segundo piso donde le esperaba el dueño de la pensión, un hombre bajo, de complexión media y un tanto entrado en carnes, amable, hablaba con un marcado acento gallego. Se conocían desde hacía cuatro años, cuando por primera vez arribó a estas tierras:

-¿Qué tal el viaje, cansado?

-Sí, ¿es la misma habitación? –preguntó mientras firmaba en el registro.

-Por supuesto, la que da a la calle, ¿no?

-No hace falta que me acompañe, por favor avíseme a las doce.

-Vale señor, que descanse.

-Gracias. Buenas noches.

-Buenas noches.

Realmente estaba derrotado, abrió el bolso de mano y sacó de él un pijama de verano azul marino, de esos que vienen con un pantalón corto; se lo puso y sacó su neceser, que fue a colocar en el armario del cuarto de baño, habían tenido el detalle de ponerle una pastilla de jabón y un tubo de pasta dental, era un buen cliente que se pasaba dos meses todos los veranos allí y había que cuidarlo, pensó. Se metió en la cama, al cabo de cinco minutos estaba profundamente dormido.



-La hora, señor Robinson.

-Gracias-contestó al instante ya que hacía lo menos media hora que se había despertado.

El primer día en cualquier lugar estaba dedicado a recorrerlo tranquilamente, a reconocer los sitios y las personas, a tomar contacto de nuevo con la ciudad. Terminó de guardar sus cosas en el armario, cogió la cámara de fotos y diciendo adiós al dueño salió a la calle. Lo primero era desayunar y se dirigió hacia una chocolatería que habían inaugurado dos meses atrás en la calle de Los Olmos, mientras tomaba una taza de espeso y negro chocolate con churros ojeó los periódicos locales. Nada importante ni que le interesase aparecía en ellos. Pagó lo consumido y se levantó. Lo primero era ir a Información y Turismo. Atajó por la travesía de Primavera y llegó a los jardines, el puerto, la dársena y sus barcos. Hizo una buena foto de ellos.

Entró en el pequeño edificio y cogió multitud de folletos que guardó en su bolso de mano. Otra vez aquí para hacer el mismo trabajo, le gustaba y esperaba poder seguir haciéndolo. Decidió encaminar sus pasos hacia el Dique Barrié de la Maza, posiblemente por la tarde fuese a ver el castillo-museo que se encontraba camino del Club Náutico. Se rió para sus adentros, no sólo se comportaba, sino que también pensaba como un típico turista, bien, no debería pensar en otra cosa quien le viese, y nunca se sabía quién podía estar vigilándole. Luego algún conocido de Williams se pondría en contacto con él; siempre alguien diferente, y la mayoría de las veces ocurría de forma aparentemente casual. No quería pensar en eso aunque debía permanecer alerta en todo momento. Hacía bastante calor, teniendo en cuenta que aún estábamos a principios del mes de junio y La Coruña nunca se ha caracterizado por su buen tiempo; esta anómala situación empujaba a la gente a buscar el frescor del agua hasta en los sitios más infectos como los alrededores del dique, donde se veía, a ratos, el agua con bonitos tonos azulados y dorados debido al petróleo. Lo recorrió hasta el final. Aquí siempre soplaba el viento. Encendió un cigarrillo y se quedó mirando el mar, subió a la pequeña rotonda desde donde lanzó otra foto a la bahía. Permaneció un rato mirando los yates. Luego emprendió su marcha y regresó bordeando el Hospital Militar, entró en los Jardines de San Carlos, y, como buen turista, hizo una foto a la tumba de sir John Moore, leyó la poesía a él dedicada y se asomó al mirador de piedra, ¡qué pena que todo aquello estuviera tan mal cuidado! Podía resultar un sitio muy agradable. Miró hacia abajo y vio a dos chavales montados en los cañones que defendieron la ciudad hace siglos de los ataques marítimos. Salió de allí y se adentró en la Ciudad Vieja.

Le gustaba aquella parte de Coruña, su imaginación se desbordaba cada vez que entraba en ella, siempre había sido un romántico, por eso cuando William le propuso el trabajo dijo que sí: puro romanticismo. De cualquier manera, procuraba no dejarse llevar por él muy a menudo, en el pasado había metido la pata frecuentemente debido a ello. La Plaza de María Pita y el Ayuntamiento. Recordó lo ocurrido hace dos años, ¡qué fácil había resultado entrar y salir sin que nadie lo viese!, hizo otra foto. Representaba su papel a la perfección, hizo una pausa en una de las terrazas de los soportales dejándose timar un poco y luego con andar decidido, se internó en la calle de los vinos. Recorrió unas cuantas tascas, comió copiosamente en una de ellas, luego regresó a la pensión pues tenía que escribir una carta y varias postales, una de ellas a Williams. Dedicó al menos una hora a esta labor, escribía rápidamente y con claridad; él mismo echaría las cartas al correo. ¿Qué cara hubiese puesto el encargado de la oficina postal al ver doce postales escritas en otros tantos idiomas? Era un camaleón de la lengua, podía, no sólo hablar a la perfección muchos de esos idiomas sino incluso imitar el acento de cualquier sitio con sólo oír antes una breve conversación. Se adaptaba con una facilidad asombrosa, razón por la cual William lo había reclutado. Siempre había sido un buen imitador. Caminaba pensando en todo lo que había hecho hasta ahora: en el principio, cómo conoció a William, sus primeras misiones, sus éxitos y fracasos, en cómo le engañaron como a un chino y cómo aprendió a no confiar en todo el mundo por sistema; le ocurría automáticamente antes de emprender un nuevo trabajo, no podía evitar pensar en el pasado. Después se dirigió al castillo de San Antón, aún tardarían en abrir así que se metió en la Taberna del botero, se entretuvo jugando una máquina, luego fue a sentarse en los muros, observó cómo la lancha del práctico del puerto guiaba a un ferry. Por fin abrieron, pagó la entrada, más bien simbólica, y se dispuso a visitar la celda en la que estuvo preso su compatriota. Le gustaba aquel sitio, tan inocente, siempre lleno de turistas y de padres con sus hijos. Le gustaban especialmente las fotos antiguas que se exponían en el piso de arriba, se imaginó el castillo cuando todavía no estaba unido a tierra y la única forma de entrada a la ciudad eran aquellas puertas del mar, con sus escudos labrados, llegando los pasajeros de los barcos en botes hasta ellas. Por tradición había tirado una moneda al aljibe y pedido un deseo. En la terraza sacó varias fotos, una pareja de alemanes le pidió que les fotografiase juntos, a su vez él les sacó una sin que se diesen cuenta, nunca se sabía quiénes podían ser: si turistas inofensivos o tal vez…Salió de allí. Su próxima visita sería a la Torre de Hércules, ¿se habría ya instalado su amigo el vendedor de helados?, posiblemente sí. No cogió ningún autobús, disfrutaba caminando, además era la única forma de conocer una ciudad y su gente. Y sobre todo, estaba su contacto; deambular por las calles era la manera de encontrarse, era muy importante el asunto, debía parecer todo producto de la casualidad, esa era la clave del éxito: el azar controlado. ¡Qué horror! ¡Estaba empezando a pensar como William! Era un buen amigo y lo apreciaba, tal vez un poco demasiado estirado para su gusto, y además carecía de imaginación, siempre tan práctico, demasiado con los pies en el suelo; dudaba que algún día fuera a convertirse en uno de esos tipos que parecen maniquíes andantes como lo definía un compañero de trabajo, a él le sobraba imaginación.

Todavía era temprano, decidió bajar un rato a la playa del Orzán a darse un baño y tomar un poco el sol; no tenía prisa y allí permaneció más de una hora, cuando decidió que era el momento de ponerse en marcha aún quedaba gente en la playa. Como la mayoría se dirigió a la calle de los vinos, el baño le había abierto el apetito y estuvo en algunas de las tascas; era un maniático de las máquinas de flipper y en Pacovi tenían una que le encantaba, echó veinte duros, pidió un ribeiro blanco y se puso a jugar, al rato se le acercó una muchacha de pelo corto, vestía unos vaqueros, camiseta y zapatillas de deporte, que le pidió fuego, la atendió y entonces ella le dijo:

-No funciona muy bien, ¿verdad?, ya se sabe estas máquinas americanas…

Era la señal esperada, de cualquier modo tenía que asegurarse que era el contacto de Williams, así que habló a su vez.

-La mayoría de las veces es culpa del que juega, que no la comprende.

-Cierto. Y los ingleses suelen ser mejores que los americanos. Acaba de llegar, ¿verdad?, ¿conoce la ciudad?, puedo enseñársela, le aseguro que se lo pasará bien, soy de aquí y puedo llevarle a muchos sitios.

-No me vendría mal un guía –contestó, seguro de no equivocarse de persona.

Pagó y salieron juntos. Ella le ofreció un cigarrillo que aceptó; no era demasiado alta, de constitución atlética, tez morena y mirada inteligente, aquella cara tenía personalidad. Ella le miró con interés y después de dar una chupada a su cigarrillo dijo:

-Me llamo María del Mar, eres inglés ¿verdad?.

Él contestó afirmativamente.

-Tengo una tía que vive en un pequeño pueblo, en St. Mary Mead, ¿lo conoces?

-Sí, casualmente también yo tengo una tía que vive allí.

-A lo mejor son vecinas.

-Es probable, mi nombre es Steven.

El nombre del sitio en que la escritora de novelas de intriga por excelencia había ambientado gran parte de sus relatos era la contraseña final, la prueba definitiva de que aquella muchacha era su enlace. Todo había salido como planeara William, por eso le había facilitado su nombre. Era increíble la cantidad de gente que conocía ese hombre, de lo más variopinto. La misión había comenzado. Pasearon durante horas por la ciudad, bebiendo y tomando tapas, entrando y saliendo de las tascas, como la mayoría de las personas a su alrededor; hablaban de Inglaterra, de sus vidas, de la ciudad, de los planes que le tenía preparado María con el objeto de que pasase una estancia agradable y viese todo lo que había que ver. Él conocía muy bien la zona pero representaron sus respectivos papeles: él, un turista inglés perdido ante las ofertas de una región en fiestas, con tiempo y dinero para gastar; ella, una muchacha solitaria y amable siempre a la caza del turista, enamorada de su tierra y deseando mostrar al extranjero que allí se lo podía pasar muy bien. Y cuando llegó la hora se fueron al Orzán, a la zona de copeo, donde iban todos cuando las tascas comenzaban a cerrar, ya de madrugada. Estuvieron en varios de los pubs, él creyó reconocer a alguien entre la multitud que ocupaba las calles pero no le dijo nada, luego María propuso dar un paseo por la playa y allá se dirigieron cogidos, entrelazados los brazos en actitud de borrachos que no pueden sostenerse a menos que tengan un apoyo, semejaban una más de las parejas a las que les ocurría lo mismo.

En realidad estaban un poco achispados pero no tanto como querían hacer creer a la gente; de cualquier manera, se lo podían permitir, era su primer día de contacto y entraba en los planes que ocurriese así, todo debería ser de lo más corriente y vulgar. Bajaron por las escaleras, se quitaron el calzado y fueron hacia la orilla, se refrescaron con el agua del mar y comenzaron a andar cogidos de la mano. ¡Cuantas parejas habían comenzado así su noviazgo! Esa era la idea, el truco perfecto para que no se extrañasen de verlos juntos, un amor de verano. No había nadie más y, sintiéndose seguro de no ser escuchado por nadie más que ella, dijo:

-¿Qué ha pasado?

-Hamid ha dicho que están preparados, pronto tendremos que actuar. Lo han encontrado por fin y hay mucha gente detrás de ello, será aquí, en Coruña, eso fue lo que le dijo a William en el último mensaje, hace tres días, y que será este mes. Nos avisará por radio, tiene un programa en una emisora local.

-¿Cuál es el plan, cómo nos enteraremos de que ha llegado el momento?

-Por medio de un disco –contestó mientras sacaba del bolsillo del pantalón un paquete de cigarrillos sin filtro, cogiendo dos ofreció uno a Steven, que aceptó, y después de darle una larga chupada continuó hablando –mañana debo llamarle y pedirle una determinada canción de un grupo concreto, y él sabrá que estamos preparados: El plan de Alaska y los Pegamoides. Entonces él hará como que tarda un par de días en encontrarla, si la emite esa misma noche nos veremos aquí, en la playa, y nos transmitirá las últimas órdenes de Williams; si no puede o se siente vigilado o imposibilitado para actuar cambiará de canción y pondrá La línea se cortó.

-Así que, ¿no podemos hacer nada hasta dentro de un par de días?

-Tan sólo representar el papel que nos han pedido –dijo volviendo a andar.

Se cogieron otra vez de la mano, se habían serenado un poco, arriba la gente hablaba y reía, pasando de un pub a otro, ellos continuaron su paseo, de repente Steven se paró y la miró a los ojos, le gustaba aquella chica, tenía algo indefinido que le atraía, ella aguantó la mirada con firmeza y curiosidad, él la cogió de la cintura y la atrajo hacia sí, quien los viese desde el paseo pensaría en una pareja de novios. Parecía todo tan inocente. Luego desasiéndose volvieron al bullicio. Entraron en un pub, pidieron cerveza y subieron a jugar un billar; él jugaba muy bien y le enseñó algunos trucos. Fueron un par de partidas más tarde cuando Steven creyó ver de nuevo aquella cara conocida, miró hacia abajo mientras ella estaba concentrada en el juego, había demasiada gente, no estaba seguro pero su instinto le decía que no se equivocaba, aunque no pudiese en ese momento reconocer a la persona. Se acercó a ella y en voz baja le informó de sus sospechas, no le dieron la menor importancia, más tarde quizás se plantearan el descubrir quién los seguía, no deseaban llamar la atención. Quien quiera que fuese no conocía a María y podía pensar que todavía Steven no había contactado con su enlace, si asumían bien sus respectivos papeles despistarían a quien les observase. Acabaron la partida y pagaron la consumición, luego la acompañó a su casa y cogiendo un taxi volvió a la pensión.




La playa es un buen sitio para morir


Dio dos vueltas en la cama, casi estaba despierta pero le gustaba remolonear un rato antes de levantarse, había que aprovechar que la habían dejado sola y que no se encontraba nadie en casa para gritarle ¡es la hora!, comenzó a pensar en Steven, en lo bien que lo habían pasado estos días rulando de aquí para allá, recordaba…

-¡Buenos días, queridos radioyentes! Los cuatro jinetex del Rock-polisis comienza su emisión, vuestro amigo Hamid os hará pasar una mañana de lo más marchosssa, tenemos cuatro horas por delante para disfrutar de la mejor música del momento, sin olvidarnos, por supuesto, de los maestros…¿cómo, qué no sabes a qué me refiero?, ¿qué es la primera vez que nos escuchas?. Pero ¡eso es imperdonable! Espero que a partir de ahora, ya, subsanes tu desconocimiento y te enganches a escuchar el magazín más enrollado de todo el noroeste del país. Vamos a ponernos las pilas escuchando a uno de los grandes: Deep Purple. ¡Control! ¿Preparado? Pues ahí tenéis el Child in time del MADE IN JAPAN.

¡Qué susto! Había olvidado que había programado la radio para que la despertase, rápidamente saltó de la cama y bajó el volumen, aunque no demasiado, cogió ropa limpia y se dirigió a la ducha.

Mientras, en la radio, Hamid manejaba con soltura los controles, hacía el programa solo pero el hablar en plural daba impresión de profesionalidad al oyente. Dentro de una hora empezarían las llamadas, una de ellas…ya tenía preparado el disco, pronto estarían en acción…pero no debía pensar en eso, debía concentrarse en el programa. Después de estar cuatro años rulando de emisora en emisora y llevando a cabo pequeños trabajos, proyectos, controles y algún que otro guión, le dieron la oportunidad de desarrollar sus ideas. Llevaba un año en antena con Los cuatro jinetex del Rock-polisis y desde hacía dos meses se había convertido en un magazín diario, tenía que trabajar duro para a mantenerlo a flote pero no le importaba porque disfrutaba con todo esto. El tema estaba a punto de terminar, fue bajando la música y abrió micrófono:

-¡Tope! Bien, os voy a contar lo que haremos hoy: en primer lugar me voy a dar el gustazo de poner la música que más me mola, es como sabéis la sección yo, yo, yo y nadie más que yo, de vez en cuando os tengo una sorpresa, hoy también, estad muy atentos porque os voy a preguntar algo con respecto a…no os lo voy a decir, así que tenéis que escucharme. Luego vendrá la sección Babilonia: podéis llamar todos los que queráis haciendo peticiones de lo que más os gusta. A continuación El cuento de nunca acabar, os recuerdo que estamos en el capítulo 159 de Alma de rock, podéis mandar sugerencias en cuanto al tema o desarrollo del argumento, animaros, escribid al apartado de correos número 80, poniendo en el sobre el nombre del programa y la sección del mismo. Cada loco con su tema entrevistará hoy a cuatro personajes de lo más curioso: dos ficticios y dos reales. Ya está bien de charlar, Hamid, que te estás poniendo muy pelma, ¿verdad que lo pensáis? Yo también, así que dejémonos de rollos y vamos a oír a Aerosmiths. Ahí va.

María estaba terminando su desayuno mientras escuchaba la radio, tenía que salir a la calle, hasta dentro de una hora no había nada que hacer, luego llamaría a Steven pero antes debía preparar todo lo necesario para pasar un día en la playa, su papel de guía turístico tenía que se irreprochable, no se podían permitir el lujo de despertar sospechas, el futuro de todo un pueblo dependía de que ellos supiesen desempeñar su trabajo escrupulosa y eficazmente. Prefería no pensar en ello en estos momentos, no hasta que Hamid les diese las instrucciones. Recogió los cubiertos; se puso una cazadora y salió a la calle, hacía un día estupendo, primero fue al estanco a comprar tabaco, luego se hizo con lo necesario para unos bocadillos, el periódico y por fin volvió a casa; Hamid seguía hablando por la radio pero no le prestó atención. Iba de aquí para allá buscando bañadores y toallas, de vez en cuando llegaba hasta ella la música: Black Sabbath, Cinderella, Ángeles del Infierno, Corazones Negros…a Hamid le chiflaba el heavy metal. Era el momento en que tenía que hacer la llamada: marcó el número de la emisora.

-¡Piu, piu, piu, piu!

-Parece ser que tenemos aquí a un oyente –dijo Hamid, cogiendo el teléfono –Hamid al habla, pide por esa boquita.

-…

Sí, lo he encontrado, ahora mismo.

-…

A ti –dijo colgando el teléfono –la primera llamada pide una canción de Alaska y los Pegamoides cuyo título es El plan; personalmente prefiero cualquiera de las otras que componen ese LP, pero esta sección se hizo para vuestros caprichos así que me tengo que fastidiar y atender las peticiones. Así pues, colega, escucha tu canción.

En cuanto la música comenzó a sonar llamó a Steven, podía pasar a recogerla, ya estaba todo listo; colgó el teléfono, reunió todos sus bártulos y bajó las escaleras. Salió y se dirigió al bar de al lado a esperarlo, a los diez minutos Steven entraba por la puerta, aún no había desayunado por lo que se dispuso a hacerlo cómodamente sentado en una de las mesas.

-Vamos a ir a Miño, o sea que date prisa porque tenemos que pillar un autobús –le apremió.

-Tranquila, tenemos todo el día por delante, esta tostada está estupenda –replicó él, relamiéndose, al tiempo que bajaba la voz y se acercaba a ella –tranquilízate, todo marcha bien, no te pongas nerviosa, debemos estar alerta pero sin nervios. Recuerda que somos dos enamorados.

Ella se rió, llamó al camarero y pidió otro café.

-Ya verás, te encantará Miño.

Durante unos minutos hablaron de cosas banales como el tiempo, las playas, los planes que tenían para el día…pagaron y se fueron hacia la estación de autobuses. Bajaban las escaleras cuando por los altavoces se escuchó una voz que anunciaba la salida del autobús con destino a Miño, tuvieron que correr un montón pero el conductor les abrió la puerta y entraron en él de un salto. Pasaron el día bañándose, revolcándose por la arena y caminando, luego cuando tuvieron hambre buscaron un sitio en el pinar y dieron buena cuenta de sus bocadillos. Steven sacó de su mochila unas latas de cerveza que, sorprendentemente, estaban frías.

El día transcurrió apaciblemente, serían cerca de las siete cuando cogieron el autobús de vuelta a Coruña. El tiempo necesario para dejar las cosas en casa y se lanzaron a la noche coruñesa; pero, a diferencia de los otros días, éste era especial, Hamid los esperaba en la playa a las once de la noche, y debían de tener cuidado. Era sábado y la gente tomaba los bares por asalto, llegaban sedientos, toda una semana de abstinencia y por fin la liberación, las copas , el flirteo, el baile. El Orzán era en aquellos momentos la zona más poblada de Coruña; ellos paseaban esperando que llegara la hora de hablar con Hamid. En el momento apropiado bajaron a la playa y se dirigieron a las barcas, esperaron, esperaron más de una hora pero no apareció, algo había salido mal, posiblemente alguien lo estaba siguiendo: se escondieron debajo de una de las barcas y aguardaron en silencio. Cerca de la una de la madrugada oyeron voces que se acercaban a su escondite:

-Cuidado con lo que haces, más te vale no engañarnos.

-…

-¿Dónde lo has escondido? –dijo amenazadora aquella voz –no grites o eres hombre muerto, mi cuchillo se encargará de tu preciosa garganta.

-Ya no lo tengo, intenté decírtelo antes.

-¡No te creo! ¡Llevo más de un mes vigilándote!

-Lo he mandado por correo, te lo juro.

-Tú lo has querido –y diciendo estas palabras clavó la navaja en el cuerpo de Hamid. Empezó a buscar frenéticamente por los bolsillos del hombre asesinado. Desde su escondite María y Steven fueron testigos de todo: aquel hombre había matado a su compañero, si lo apresaban la misión se iría al garete, tenían que esperar a que se marchase puede que Hamid le hubiera dicho la verdad pero no era probable. Debía de estar escondido en algún sitio. Como el hombre no encontrara nada interesante entre la ropa del cadáver, se fue. Aguardaron unos minutos antes de salir siguiendo al asesino de su amigo, tenían que averiguar para quién trabajaba, pero no se puso en contacto con nadie: entró en un bar, tomó una cerveza y, cogiendo un taxi, desapareció. Ellos volvieron a las barcas, Hamid estaba inconsciente, apenas tenía pulso, no podían hacer nada por él.

-Tiene que tenerla encima.

-Lo he registrado bien y no la tiene, sabemos que los Otros no han logrado hacerse con ella.

-A lo mejor tuvo tiempo de esconderlo antes de que lo cogieran.

-Es posible, pero ¿dónde está, dónde ha podido ocultarlo?




En Venecia siempre ocurren cosas extrañas


Nada más meterme en cama quedé dormido, soñé con Venecia, un duelo a espadas en una ermita o castillo abandonado, yo los veía a ellos pero, aun cuando no me escondía ni procuraba pasar desapercibido, parecía que no se daban cuenta de mi presencia, me ignoraban, era como si estuviésemos en dos tiempos distintos aunque coincidiésemos en el lugar; la lucha era desigual: tres hombres, vestidos enteramente de negro y embozados en sus capas, rodeaban a otro que se defendía valientemente de los continuos ataques de los que era objeto. Fue retrocediendo sin dejar que las espadas tocasen un pelo de su persona y logró meterse en el edificio, al que iluminaba la luna llena dándole un aura misteriosa. Los seguí. El hombre perseguido, que vestía a la moda veneciana del siglo XVI, o algo parecido ya que la historia nunca fue mi especialidad, escapó escaleras arriba, los otros le siguieron intentando detenerlo, pero ¡cuál no fue la sorpresa de todos cuando lo único que encontraron en el piso superior fue una habitación desnuda de muebles y el hombre había desaparecido! Tan sólo una sombra en la pared era el único ornato del habitáculo. Asombrados y rabiosos por no haberle dado alcance los tres hombres se fueron; entonces me desperté.

¡Qué barbaridad! ¡Bah, no tenía nada que ver con la investigación! El cansancio y las fantasías de estos chicos habían hecho posible que tuviese tan extraño sueño. Miré el reloj, aparentemente habíamos dormido más de doce horas, me vestí, descorrí las cortinas y vi que era de día. Lo primero era bajar a comprar el periódico, a mi vuelta los despertaría. ¡Dos días! Habían pasado dos días desde que nos acostáramos, llamé a la oficina: no, aún no había acabado el informa, estaba interrogándoles y quedaban muchas cosas por explicar. Sí, me daría prisa en terminarlo pero el jefe debía comprender que la historia tenía múltiples ramificaciones y todavía tardaría un tiempo en conseguir localizar a un par de testigos que faltaban, a los que oyeron en la playa de Riazor y que estaban relacionados con el hombre muerto; los compañeros de la comisaría de La Coruña estaban a punto de conseguirlo, pero no sería hasta dentro de cuatro o cinco días. Me despedí del jefe prometiéndole que le tendría informado de los adelantos que hiciese y entré en la panadería a comprar unos bollos para el desayuno. Cuando regresé ya estaban levantados y enfrascados en una conversación:

-Puede que no se lo crea pero sabes que es la pura verdad –decía Teresa.

-No hubiésemos descubierto nada a no ser por las sombras dichosas –añadió Sofía.

-Hola a todos. ¿Habéis aclarado vuestras ideas? Hoy he tenido un sueño bien extraño, esta historia parece ser que me ha afectado, era absurdo: ¡testigo de un duelo a espada!

-¿En una ermita o castillo abandonado, tal vez? –inquirió Teresa.

-Sí, ¿cómo lo sabes?¿Acaso hablo mientras duermo o algo parecido?

-No, no es eso; usted vio el comienzo de toda esta historia.

-No te entiendo. Explícate.

-De alguna manera los antepasados de Carla han logrado comunicarse con usted y le han mostrado al inventor de las sombras perseguido por los monjes-soldados jesuitas que intentaban hacerse con el secreto de la construcción de las sombras; ocurrió allá por el siglo XIV o XVI, de eso no me acuerdo bien. Pietro Francesco di Monte-Ollivellachio había heredado de sus antepasados un palacio en Venecia, pero muy poco dinero, las dos generaciones anteriores a la suya se habían dedicado a dilapidar la fortuna familiar. Con una de las mejores bibliotecas de la época y manteniendo una vida frugal disponía de mucho tiempo para recorrer el palacio así como para leer; vivía con su hermana, soltera, y comprometida por entonces con un rico mercader, miembro de una familia con la que los Monte-Ollivellachio habían mantenido relaciones cordiales por espacio de dos siglos. En ese tiempo los lazos entre las familias se habían estrechado, bien de manera estrictamente comercial bien por medio de enlaces matrimoniales, que siempre, cosa extraña, habían sido llevados a buen término. Tenía más hermanos: uno en Módena, otro en el Vaticano, pues siguiendo la costumbre de su tiempo las familias consideraban muy positivo y prestigioso tener a un miembro dentro de la Iglesia, dos más habían elegido la carrera militar y debían andar en alguna guerra de las que mantenía Venecia con sus vecinos; otros dos viajaban en sus barcos comerciando. La hermana era la única mujer de la familia y también la menor de ellos. Ya que sus padres habían muerto dos años atrás se reunieron los hermanos y decidieron que uno de ellos se quedaría en la casa cuidándola hasta que encontrase marido, entonces quedaría el elegido liberado de su obligación; en contrapartida, el resto dotaría a la hermana y también compartirían, de acuerdo con las posibilidades de cada cual, el mantenimiento material de ambos.

-¡Bobadas! Es un sueño muy corriente; no tiene nada que ver con lo que os ocurrió –repuso, escéptico, el comisario Soler.

-Tenga paciencia, escúcheme. El caso es que Carla nos llevó a la biblioteca para mostrarnos esta historia en un libro en el que durante generaciones se había ido escribiendo la historia familiar, y, es más, el tal Pietro era aficionado a la pintura, de hecho fue él quien comenzó la colección que ahora posee el palacio, e hizo un pequeño esbozo de ese episodio. Pudimos hacer una fotocopia de él. Mírelo usted –dijo Teresa sacando un papel cuidadosamente doblado de su cartera.

-Sí, es bastante parecido a lo que soñé.

-Reconózcalo, es la misma escena; Pietro era muy buen dibujante.

-Eso demuestra que se han comunicado con usted porque únicamente quien hubiera estado allí en el momento del duelo podría transmitírselo durante un sueño –asintió Ricardo, al tiempo que se levantaba y se dirigía a la cocina.

-Puede, hay demasiadas cosas que no entiendo de esta historia. Continúa.

Bien, entonces Carla, después de contarnos todo esto, nos dijo:

-Pietro Francesco era muy curioso. Conocía el palacio muy bien, lo había recorrido muchas veces, de la planta baja al segundo piso, el sótano, la buhardilla escondida (la cual no se veía desde la calle), y, por supuesto, los pasadizos que comunicaban su casa con el otro lado del canal, con el palacio de su más íntimo amigo, el prometido de su hermana; habían jugado de niños por aquellos subterráneos generaciones y generaciones de niños de las dos casas, y era un secreto fielmente guardado por ambas familias. Pietro, como ya hemos dicho, tenía mucho tiempo para leer y pensar, y un buen día, entre dos libros muy antiguos del último estante de la biblioteca encontró un manuscrito redactado por su tatarabuelo titulado “De cómo controlar el tiempo y el espacio o la construcción de los embudos humanos”. Tan extravagante título llamó su atención, así que lo cogió y sentándose en un cómodo sillón comenzó a leer. Cuando acabó era ya de noche. Era una especie de diario de un alquimista de la familia que tuvo que dejar sus investigaciones para que no le acusaran de brujería; fueron indulgentes con él pero a condición de que quemara el libro y jurase por lo más sagrado no volver a intentar llevar a cabo ningún experimento de ese tipo o alguna clase distinta de hechicería, pero, al parecer, había preferido no destruirlo por alguna secreta razón. ¿Sería cierto lo que en él se contaba? Semejaba una herencia esotérica, por lo menos el que lo escribió lo consideraba lo bastante importante como para arriesgarse a arrostrar un juicio de la Santa Inquisición, o como se llamase en aquella época. Decidió que al día siguiente comenzaría el estudio del libro detalladamente; otro hecho que le sugería que en aquello podía haber algo de cierto era que de niño le habían insistido que no se acercase demasiado a las sombras.

Pero como era curioso por naturaleza siempre sintió una atracción especial hacia ellas, de chaval nunca se había atrevido a saltarse la prohibición pero de mayor esta recomendación cayó en el olvido, y un día tocó la sombra de uno de los pasadizos descubiertos por él: no ocurrió nada, y pensó que su familia era muy supersticiosa ya que lo habían tenido atemorizado toda su niñez con la murga de las dichosas sombras. Mas, en este momento en que había leído gran parte de los libros de la biblioteca, ya no sabía qué pensar. Tenía que tener su parte de verdad toda esta historia, sino, definitivamente, su antepasado no lo hubiera guardado.

Durante semanas estudió todos los libros que tenían una relación más o menos cercana con el tema, intuyó que el autor del manuscrito había llegado demasiado lejos, es más, le dio la impresión de que realmente su viaje espacio-temporal había dado resultado, por eso la Inquisición se quiso cebar con él, cosa que no consiguieron debido a las buenas relaciones de su familia con esa siniestra institución: un hermano de su padre era miembro permanente del tribunal y tan activo y fanático que nadie se atrevió a ir contra él o los suyos. Cuando, por fin, sintió que estaba preparado, se dispuso a experimentar con las sombras, llamó a su hermana y le confesó sus temores: no sabía qué podría ocurrir, si su experimento no llegaba a funcionar no habría de que preocuparse, pero si, como temía, o tal vez deseaba, tenía razón, era el mayor descubrimiento que podía alcanzar un ser humano. Alejandra, al principio, se asustó, pero Pietro estaba decidido y había pensado que ella y Stefano, su prometido, estuviesen con él llegado el momento y debería jurar por su honor que si le ocurría algo quedaba obligado a tomarla por esposa. Contaron el plan a Stefano, quien no dudó en comprometerse. En el mayor sigilo construyeron otras sombras en los pasadizos y al cabo de una semana tenían todo a punto. Pero ocurrió que, bien por medio de los sirvientes que todo lo hablan (son palabras de Pietro), bien por otros conductos, llegaron rumores a oídos de los jesuitas, cuyo General era un gran estudioso de estos temas, e intentaron que Pietro fuera procesado por brujo, dada la influencia de su familia no lo consiguieron, lo que no quiere decir que no intentaran por otros medios hacerse con pruebas de su culpabilidad o robar el secreto para su propio provecho. Esto fue lo que sucedió: encuentras traidores donde menos lo piensas y tuvo que serlo uno de los íntimos de Pietro que tenía un tío jesuita quien con promesas había conseguido del sobrino que delatase a su amigo. Él había revelado su plan a tres personas: a su hermana Alejandra, a su prometido Stefano, y a un hermano de este, Luigi, que fue quien se vendió. Así que el mismo día en que todo estaba preparado y habían ido al pasadizo que comunicaba el comedor con las afueras de la ciudad, llamó a la puerta la Santa Inquisición, acompañada de esa orden de sacerdotes-espadachines, y Alejandra no pudo hacer otra cosa sino abrir y, no atreviéndose a mentirles, les indicó por donde había huido su hermano; llegaron justo en el momento en que Pietro desaparecía por una de las sombras, los jesuitas, impulsivos, le siguieron, y entonces tiene lugar la escena que usted soñó: acaban de salir del pasadizo, están peleando y Pietro logra escapar, de nuevo, por una sombra desconocida para sus enemigos, y estos, no teniendo otra opción, se alejan del castillo.





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Años 80, Madrid. Durante la celebración de la Noche de San Juan cuatro amigos (Luís, Sofía, Ricardo y Teresa), estudiantes universitarios, descubren una sombra pintada en la pared de un edificio del barrio de Chueca. Parece un hombre pegado al muro. A Ricardo se le ocurre acoplarse a ella y, mientras lo hace, expresa el deseo de encontrarse en Coruña. En ese mismo momento el muchacho desaparece.

Espías, mendigos, científicos, alquimistas, nobles del Renacimiento italiano, la Inquisición, los jesuitas y algunos habitantes de la ciudad de Venecia, se entrecruzan en una aventura policíaca con pinceladas de fantasía, en donde unas sombras mágicas serán el hilo conductor de la trama.

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