Книга - Juramento de Cargo

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Juramento de Cargo
Jack Mars


Un Thriller de Luke Stone #2
“Uno de los mejores thrillers que he leído este año. La trama es inteligente y te mantendrá enganchado desde el principio. El autor ha hecho un trabajo excelente, creando un conjunto de personajes que están completamente desarrollados y son muy agradables. Casi no puedo esperar a la secuela ".

– Críticas de Libros y Películas, Roberto Mattos (referente a Por Todos los Medios Necesarios)



JURAMENTO DE CARGO es el libro n° 2 de la serie superventas de Luke Stone, que comienza con POR TODOS LOS MEDIOS NECESARIOS (libro n° 1), ¡descarga gratuita!



Un agente biológico es robado de un laboratorio de seguridad biológica. Armado, podría matar a millones de personas, y sobreviene una búsqueda nacional desesperada para atrapar a los terroristas, antes de que sea demasiado tarde. Luke Stone, jefe de un departamento de élite del FBI, con su propia familia aún en peligro, prometió retirarse, pero cuando la nueva Presidenta, que acaba de prestar juramento, lo llama, no puede darle la espalda.



Sigue una devastación impactante, que se abre camino hasta llegar a la Presidenta, quien ve peligrar a su propia familia. Su fuerza es puesta a prueba, a medida que entra en su nuevo rol, y sorprende incluso a sus asesores más cercanos. El personal presidencial rival quiere que Luke quede fuera de juego: con su equipo en peligro y abandonado a sus propios recursos, se convierte en una cuestión personal. Pero Luke Stone nunca se rinde hasta que él, o los terroristas, estén muertos.



Luke se da cuenta rápidamente de que el objetivo final de los terroristas es aún más valioso, y más aterrador, de lo que incluso él podría imaginar. Sin embargo, solo unos días antes del desastre final, es poco probable que ni siquiera él pueda detener lo que ya está en movimiento.



Un thriller político con acción sin parar, escenarios internacionales dramáticos, giros inesperados y suspense desgarrador, JURAMENTO DE CARGO es el libro nº 2 de la serie Luke Stone, una nueva serie explosiva que te mantendrá pasando las páginas hasta altas horas de la noche.



¡El libro n° 3 de la serie Luke Stone también está disponible!





Jack Mars

JURAMENTO DE CARGO




JURAMENTO DE CARGO




(UN THRILLER DE LUKE STONE – LIBRO 2)




J A C K   M A R S



Jack Mars

Jack Mars es el autor bestseller de USA Today, autor de las series de suspenso de LUKE STONE, las cuales incluyen siete libros (y contando). También es el autor de la nueva serie de precuelas LA FORJA DE LUKE STONE y de la serie de suspenso del espía AGENTE CERO.



¡Jack ama escuchar de ti, así que, por favor siéntete libre de visitar www.jackmarsautor.com (http://www.jackmarsautor.com/) suscríbete a su email, recibe un libro gratis, sorteos gratis, conéctate con Facebook y Twitter y mantente actualizado!



Copyright © 2016 por Jack Mars. Todos los derechos reservados. Excepto en lo permitido en la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida de ninguna forma o por ningún medio, ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación, sin el permiso previo del autor. Este libro electrónico tiene licencia únicamente para su disfrute personal. Este libro electrónico no puede ser revendido o regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, por favor, compre una copia adicional para cada destinatario. Si está leyendo este libro y no lo ha comprado, o si no lo ha comprado sólo para su uso, devuélvalo y compre su propia copia. Gracias por respetar el duro trabajo de este autor. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, asuntos, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es enteramente una coincidencia. Imagen de la cubierta Copyright STILLFX, utilizaba bajo licencia de Shutterstock.com.



LIBROS POR JACK MARS

LUKE STONE THRILLER SERIES

POR TODOS LOS MEDIOS NECESARIOS (Libro #1)

JURAMENTO DE CARGO (Libro #2)



SERIE PRECUELA LA FORJA DE LUKE STONE

OBJETIVO PRINCIPAL (Libro #1)

MANDO PRINCIPAL (Libro #2)



LA SERIE DE ESPÍAS DE KENT STEELE

AGENTE CERO (Libro #1)

OBJETIVO CERO (Libro #2)

CACERÍA CERO (Libro #3)




CAPÍTULO UNO


6 de junio

15:47 horas

Dewey Beach, Delaware



Todo el cuerpo de Luke Stone temblaba. Miró su mano derecha, la mano del arma. La vio temblar mientras descansaba sobre su muslo. No podía hacer que se detuviera.

Sintió náuseas, lo suficiente como para vomitar. El sol se desplazaba hacia el oeste y su brillo lo mareaba.

Se iban en trece minutos.

Estaba sentado en el asiento del conductor de un Mercedes SUV negro de la Serie M, mirando hacia la casa donde podría estar su familia. Su esposa, Rebecca y su hijo, Gunner. Su mente quería evocar sus imágenes, pero no se lo permitió. Podrían estar en otro lugar, podrían estar muertos. Sus cuerpos podrían estar encadenados a pesados bloques de hormigón, pudriéndose en el fondo de la bahía de Chesapeake. Durante una fracción de segundo, vio el cabello de Rebecca moviéndose como las algas, de un lado a otro con la corriente, bajo el agua.

Sacudió la cabeza para alejar esa imagen.

Becca y Gunner habían sido secuestrados anoche, por agentes que trabajaban para los hombres que habían intentado derribar el gobierno de los Estados Unidos. Fue un golpe de estado y sus planificadores habían tomado a la familia de Stone como moneda de cambio, con la esperanza de evitar que él derrocara al nuevo gobierno.

No había funcionado.

–Ese es el lugar —dijo Ed Newsam.

–¿Seguro? —dijo Stone. Miró a su compañero en el asiento del pasajero. —¿Tú lo sabes?

Ed Newsam era puro músculo, grande, negro y tenso. Parecía un defensa de la NFL. No había suavidad en él por ninguna parte. Llevaba una barba muy corta y un corte de pelo militar. Sus enormes brazos estaban cubiertos de tatuajes.

Ed había matado a seis hombres ayer. Había sido alcanzado por fuego de ametralladora. Un chaleco antibalas le había salvado la vida, pero una bala perdida había encontrado su pelvis y se la había fisurado. La silla de ruedas de Ed estaba en el maletero del coche. Ni Ed ni Luke habían dormido durante los dos últimos días.

Ed miró la tablet que tenía en la mano y se encogió de hombros.

–Esa es la casa, seguro. Si están ahí o no, no lo sé. Supongo que estamos a punto de averiguarlo.

El edificio era una antigua casa de playa de tres dormitorios, un poco laberíntica, a tres calles del Océano Atlántico. Daba a la bahía y tenía un pequeño muelle. Se podría llegar con un bote de nueve metros hasta la parte de atrás, caminar tres metros de muelle, subir unos pasos y entrar a la casa. La noche era un buen momento para hacerlo.

La CIA había utilizado el lugar como casa franca durante décadas. En verano, Dewey Beach estaba tan abarrotada de turistas y universitarios de fiesta que los espías podrían colar allí a Osama bin Laden y nadie se daría cuenta.

–Cuando llegue el momento, no quieren que participemos —dijo Ed—, ni siquiera tenemos una misión. Eres consciente de eso, ¿verdad?

Luke asintió con la cabeza. —Lo sé.

El FBI era la agencia encargada de esta redada, junto con un equipo especial de intervención de la policía estatal de Delaware, que había venido de Wilmington. Habían estado desplegándose en silencio por el vecindario durante la última hora.

Luke había visto desarrollarse estas cosas cien veces. Una camioneta Verizon FIOS estaba estacionada al final de la calle, tenía que ser el FBI. Un barco de pesca estaba anclado a unos cien metros en la bahía, también federales. En unos minutos, a las 16:00 horas, ese bote haría una carrera repentina hacia el muelle de la casa franca.

En ese mismo instante, un camión blindado del equipo especial de intervención aparecería rugiendo por esta calle, otro vendría por la otra calle una manzana más allá, en caso de que alguien intentara escapar por los patios traseros. Iban a actuar fuerte y rápido y no dejarían ningún margen de maniobra.

Luke y Ed no estaban invitados. ¿Por qué iban a estarlo? Los policías y los federales iban a manejar esto según el manual y el manual decía que Luke no tenía objetividad, porque era su familia la que estaba allí. Si entraba, perdería la cabeza, se pondría en peligro a sí mismo, a su familia, a los demás oficiales y a toda la operación. Ni siquiera debería estar en esta calle en este momento, ni tan solo cerca de aquí. Eso es lo que decía el manual.

Pero Luke sabía el tipo de hombres que había dentro de esa casa. Probablemente los conocía mejor que el FBI o los grupos especiales de intervención. Estaban desesperados en este momento. Lo habían apostado todo para derrocar al gobierno y el complot había fallado. Se exponían a cargos por traición, secuestro y asesinato. Trescientas personas habían muerto en el intento de golpe de estado hasta el momento, incluido el Presidente de los Estados Unidos. La Casa Blanca había sido destruida, en un ataque radiactivo. Pasarían años antes de que se reconstruyera.

Luke había estado con la nueva Presidenta la noche anterior y esta mañana, y no estaba dispuesta a mostrar misericordia. La ley estaba muy clara: la traición se castigaba con la muerte, la horca, el pelotón de fusilamiento. El país podría aplicar los procedimientos de la vieja escuela durante un tiempo y, si era así, los hombres como los que estaban dentro de esa casa iban a recibir la peor parte.

De todos modos, no entrarían en pánico. Estos no eran delincuentes comunes. Eran hombres altamente cualificados y entrenados, hombres que habían entrado en combate y que habían ganado, contra todo pronóstico. La palabra rendición no formaba parte de su vocabulario. Eran muy, muy inteligentes y serían difíciles de desalojar. Una redada corriente del equipo especial de intervención no iba a ser suficiente.

Si la esposa y el hijo de Luke estaban allí y si los hombres de dentro se las arreglaban para repeler el primer ataque… Luke se negó a pensarlo.

No era una opción.

–¿Qué vas a hacer? —dijo Ed.

Luke miró por la ventana el cielo azul. —¿Qué harías tú en mi lugar?

Ed no se anduvo por las ramas. —Entraría tan fuerte como pudiera. Mataría a todos los hombres que viera.

Luke asintió con la cabeza. —Yo también.


*

El hombre era un fantasma.

Estaba de pie en una de las habitaciones del piso de arriba, en la parte trasera de la vieja casa de playa, mirando a sus prisioneros. Una mujer y un niño pequeño, escondidos en una habitación sin ventanas. Estaban sentados uno al lado del otro en sillas plegables, con las manos esposadas a la espalda y los tobillos atados juntos. Llevaban capuchas negras sobre sus cabezas, para que no pudieran ver. El hombre les había quitado las mordazas, para que la mujer pudiera hablar en voz baja con su hijo y mantenerlo tranquilo.

–Rebecca —dijo el hombre—, podríamos tener un poco de revuelo aquí dentro de un rato. Si eso pasa, quiero que tú y Gunner os quedéis callados, sin gritar ni pedir auxilio. Si lo hacéis, tendré que venir aquí y mataros a los dos. ¿Entiendes lo que digo?

–Sí —dijo ella.

–¿Gunner?

Debajo de su capucha, el chico emitió una especie de gemido.

–Está demasiado asustado para hablar —dijo la mujer.

–Eso está bien —dijo el hombre—. Debería tener miedo. Es un chico inteligente. Y un chico inteligente no hará ninguna tontería, ¿verdad?

La mujer no respondió. Satisfecho, el hombre asintió para sí mismo.

Tiempo atrás, el hombre tenía un nombre. Luego, con el tiempo, tuvo diez nombres más. Ahora ya no se preocupaba de los nombres. Se presentaba como “Brown”, si esas sutilezas eran necesarias. Sr. Brown, le gustaba ese nombre, le hacía pensar en cosas muertas. Hojas muertas en otoño, bosques quemados y estériles, meses después de que un incendio lo destruyera todo.

Brown tenía cuarenta y cinco años, era corpulento y todavía era fuerte. Había sido un soldado de élite y se mantuvo así. Había aprendido a soportar el dolor y el agotamiento hace muchos años, en la Academia Navy SEAL. Había aprendido a matar y a no dejarse matar, en una docena de puntos calientes en todo el mundo. Había aprendido a torturar en la Escuela de las Américas. Había puesto en práctica lo que aprendió en Guatemala y El Salvador y más tarde, en la Base de la Fuerza Aérea de Bagram y la Bahía de Guantánamo.

Brown ya no trabajaba para la CIA. No sabía para quién trabajaba y no le importaba. Era un profesional independiente y le pagaban por su trabajo.

El dinero, en grandes cantidades, llegaba en efectivo. Bolsas de lona llenas de billetes nuevos de cien dólares, depositadas en el maletero de un sedán de alquiler en el Aeropuerto Nacional Reagan. Un maletín de cuero con medio millón de dólares, en billetes variados de diez, veinte y cincuenta, de series de 1974 y 1977, esperando en una taquilla de un gimnasio en los suburbios de Baltimore. Eran billetes viejos, pero nunca antes habían sido tocados y eran tan buenos como cualquier General Grant emitido en 2013.

Hace dos días, Brown recibió un mensaje para venir a esta casa. Sería su casa hasta nuevo aviso y su trabajo era dirigirla. Si alguien aparecía, él estaba a cargo. Bien, Brown era bueno en muchas cosas y una de ellas era ser el jefe.

Ayer por la mañana, alguien voló la Casa Blanca. El Presidente y la Vicepresidenta escaparon al búnker de Mount Weather, con aproximadamente la mitad del gobierno civil. Anoche, alguien hizo explotar Mount Weather con todos dentro. Un par de horas después, una nueva Presidenta subió al escenario, la anterior Vicepresidenta. Bien.

Un cambio total, de liberales a conservadores, dirigiendo el espectáculo y todo sucedió en el transcurso de un día. Naturalmente, el público necesitaba a alguien a quien culpar y los nuevos dueños apuntaron con sus dedos hacia Irán.

Brown esperó para ver qué sucedía después.

A última hora de la noche, cuatro hombres llegaron al muelle trasero en una lancha motora. Los chicos trajeron a esta mujer y al niño. Los prisioneros pertenecían a alguien llamado Luke Stone. Aparentemente, la gente pensaba que Stone podría convertirse en un problema. Esta mañana, quedó claro cuán problemático era.

Cuando el humo se disipó, todo el derrocamiento se vino abajo en cuestión de horas. Y allí estaba Luke Stone, de pie sobre los escombros.

Pero Brown todavía tenía a la esposa y al hijo de Stone y no tenía ni idea de qué hacer con ellos. Las comunicaciones estaban cortadas, por decirlo suavemente. Probablemente debería haberlos matado y abandonado la casa, pero en lugar de eso esperó órdenes que nunca llegaron. Ahora, había una furgoneta Verizon FIOS frente a la casa y un barco de pesca camuflado a unos cien metros en el agua.

¿Pensaban que era tan tonto? Jesús. Podía verlos venir a un kilómetro de distancia.

Salió al pasillo. Dos hombres estaban allí de pie. Ambos mediaban la treintena, cabello enmarañado y largas barbas, operadores especiales de por vida. Brown conocía ese aspecto. También conocía la mirada en sus ojos. No era miedo.

Era emoción.

–¿Cuál es el problema? —dijo Brown.

–Por si no lo has notado, estamos a punto de ser atacados.

Brown asintió con la cabeza. —Lo sé.

–No puedo ir a la cárcel —dijo el Barbudo nº 1.

El Barbudo nº 2 asintió. —Yo tampoco.

Brown estaba de acuerdo con ellos. Incluso antes de que esto sucediera, si el FBI descubriera su verdadera identidad, se enfrentaría a múltiples cadenas perpetuas. ¿Ahora? Olvídalo. Les llevaría meses identificarlo y, mientras tanto, se sentaría en alguna cárcel de algún condado, rodeado de matones barriobajeros. Y, tal como estaban las cosas en este momento, no podía contar con un ángel que interviniera y lo hiciera desaparecer todo.

Aun así, se sentía tranquilo. —Este lugar es más inaccesible de lo que parece.

–Sí, pero no hay salida —dijo el Barbudo nº 1.

Eso era cierto.

–Entonces, los mantenemos a raya y vemos si podemos negociar algo. Tenemos rehenes. —Brown no se lo creyó, tan pronto como las palabras salieron de su boca. ¿Negociar qué, un salvoconducto? ¿Salvoconducto hacia dónde?

–No van a negociar con nosotros —dijo el Barbudo nº 1. —Nos mentirán hasta que un francotirador tenga un blanco claro.

–Está bien —dijo Brown—, entonces, ¿qué queréis hacer?

–Pelear —dijo el Barbudo nº 2— y, si nos hacen retroceder, volveré aquí y meteré una bala en la cabeza de nuestros invitados antes de meterme una yo mismo.

Brown asintió con la cabeza. Había estado en muchos apuros antes y siempre había encontrado una salida. Todavía podría haber una salida de este. Él pensaba que sí, pero no se lo dijo. Solo algunas ratas podrían salir de un barco que se hunde.

–Muy bien —dijo—, eso es lo que haremos. Ahora, a vuestros puestos.


*

Luke se encogió de hombros con su pesado chaleco táctico. El peso se apoderó de él. Se abrochó el cinturón del chaleco, aliviando un poco el peso sobre sus hombros. Sus pantalones militares estaban forrados con una ligera armadura Dragon Skin. En el suelo, a sus pies, había un casco de combate con máscara facial.

Él y Ed estaban detrás del maletero abierto del Mercedes. La ventana trasera ahumada los ocultaba un poco de las ventanas de la casa. Ed se apoyó contra el coche, mientras Luke sacaba su silla de ruedas, la abría y la colocaba en el suelo.

–Genial —dijo Ed, sacudiendo la cabeza. —Ya tengo mi carro y estoy listo para la batalla. —Se le escapó un suspiro.

–Este es el trato —dijo Luke. —Tú y yo no estamos jugando. Cuando entre el equipo de intervención especial, probablemente ametrallarán la puerta del porche que da al muelle y derribarán la puerta del patio trasero. No creo que eso funcione, supongo que la puerta del patio trasero es de acero doble y no se moverá, por lo que el porche se convertirá en una tormenta de fuego. ¿Hay espías fantasma allí y no van a tener las puertas cubiertas? Venga, hombre. Creo que nuestros muchachos serán repelidos. Esperemos que nadie salga herido.

–Amén —dijo Ed.

–Voy a intervenir después de la acción inicial. Con esta. —Luke sacó una ametralladora Uzi del maletero.

–Y esta. —Sacó una Remington 870 recortada.

Sintió el gran peso de ambas armas. Ese peso era tranquilizador.

–Si los policías entran y aseguran el lugar, genial. Si no pueden entrar, no tenemos tiempo que perder. Las Uzi llevan munición anti-blindaje de sobrepresión fabricada en Rusia. Deberían atravesar la mayoría de las armaduras que los malos pudieran llevar. Tengo media docena de cargadores llenos, por si los necesito. Si termino en una pelea en el pasillo, usaré la escopeta. Entonces voy a destrozar piernas, brazos, cuellos y cabezas.

–Sí, pero ¿cómo planeas entrar? —dijo Ed. —Si los policías no están dentro, ¿cómo entras?

Luke metió la mano en el maletero y sacó un lanzagranadas M79. Parecía una gran escopeta recortada con la culata de madera. Se lo entregó a Ed.

–Tú me meterás.

Ed tomó el arma en sus grandes manos. —Precioso.

Luke metió la mano y agarró dos cajas de granadas M406, cuatro por caja.

–Quiero que te sitúes calle arriba, detrás de los coches que están estacionados al otro lado de la calle. Justo antes de que yo llegue allí, ábreme un bonito agujero en la pared. Esos tipos se centrarán en las puertas, esperando que los policías intenten derribarlas. Vamos a poner una granada justo en su regazo.

–Bien —dijo Ed.

–Después de que explote la primera, dales otra de buena suerte. Luego, retírate del peligro.

Ed pasó la mano por el cañón del lanzagranadas. —¿Crees que es seguro hacerlo de esta manera? Quiero decir… tu familia está allí.

Luke miró a la casa. —No lo sé. Pero en la mayoría de los casos que he visto, la habitación de los prisioneros está arriba o en el sótano. Estamos en la playa y el nivel freático es demasiado alto para que haya un sótano. Así que, supongo que, si están en esta casa, están arriba, en el extremo derecho, el que no tiene ventanas.

Miró su reloj. 16:01 horas.

En el momento justo, un automóvil blindado azul rugió a la vuelta de la esquina. Luke y Ed lo vieron pasar. Era un Lenco BearCat con blindaje de acero, escotillas, focos y todos los adornos.

Luke sintió un cosquilleo en el pecho, era miedo. Era pavor, había pasado las últimas veinticuatro horas fingiendo que no sentía ninguna emoción por el hecho de que los asesinos a sueldo tuvieran retenidos a su esposa y a su hijo. De vez en cuando, sus sentimientos reales al respecto amenazaban con abrirse paso. Pero los pisoteó de nuevo.

No había lugar para los sentimientos en este momento.

Miró a Ed, sentado en su silla de ruedas, con un lanzagranadas en el regazo. La cara de Ed era dura, sus ojos eran fríos como el acero. Ed era un hombre que vivía sus valores, Luke lo sabía. Esos valores incluían lealtad, honor, coraje y la aplicación de una fuerza abrumadora del lado de lo que era bueno y correcto. Ed no era un monstruo. Pero en este momento, también podría serlo.

–¿Estás listo? —dijo Luke

La cara de Ed apenas cambió. —Nací listo, hombre blanco. La pregunta es, ¿estás listo tú?

Luke cargó con sus armas y cogió su casco. —Estoy listo.

Se puso el suave casco negro sobre la cabeza y Ed hizo lo mismo con el suyo. Luke bajó la visera. —Intercomunicadores conectados —dijo.

–Conectados —dijo Ed. Parecía que Ed estuviera dentro de la cabeza de Luke—. Te escucho alto y claro. Ahora, terminemos con esto. —Ed comenzó a alejarse por la calle.

–¡Ed! —le dijo Luke a la espalda del hombre. —Necesito un gran agujero en esa pared. Algo por donde pueda entrar.

Ed levantó una mano y siguió adelante. Un momento después estaba detrás de la línea de coches aparcados al otro lado de la calle y fuera de la vista.

Luke dejó la puerta del maletero abierta. Se agachó detrás de ella. Acarició todas sus armas. Tenía una Uzi, una escopeta, una pistola y dos cuchillos, por si acaso. Respiró hondo y miró hacia el cielo azul. Él y Dios no estaban exactamente en buena onda. Sería útil si algún día pudieran ponerse de acuerdo sobre algunas cosas. Si Luke alguna vez había necesitado a Dios, era ahora.

Una nube gorda, blanca y de movimiento lento flotaba en el horizonte.

–Por favor —dijo Luke a la nube.

Un momento después, comenzaron los disparos.




CAPÍTULO DOS


Brown estaba de pie en la pequeña sala de control, justo al lado de la cocina.

En la mesa detrás de él había un rifle M16 y una Beretta semiautomática de nueve milímetros, ambos completamente cargados. Había tres granadas de mano y una máscara con respirador. También había un walkie-talkie Motorola negro.

Una serie de seis pequeñas pantallas de circuito cerrado de televisión estaba montada en la pared sobre la mesa. Las imágenes le llegaban en blanco y negro. Cada pantalla le daba a Brown una transmisión en tiempo real de cámaras colocadas en puntos estratégicos alrededor de la casa.

Desde aquí, podía ver el exterior de las puertas correderas de cristal, así como la parte superior de la rampa que iba hacia el muelle; el muelle en sí y el enfoque desde el agua; el exterior de la puerta doble de acero reforzado en el costado de la casa; el vestíbulo en el interior de esa puerta; el pasillo de arriba y su ventana que da a la calle; y por último, pero no menos importante, la sala de interrogatorios sin ventanas del piso de arriba, donde la esposa y el hijo de Luke Stone estaban sentados en silencio, atados a sus sillas, con las capuchas cubriendo sus cabezas.

No había forma de tomar esta casa por sorpresa. Con el teclado en el escritorio, tomó el control manual de la cámara del muelle. Levantó la cámara solo un pelo, hasta que el bote de pesca en la bahía quedó centrado, luego se acercó con el zoom. Vio a tres policías con chalecos antibalas en la borda. Estaban recogiendo el ancla. En un minuto, ese bote iba a acercarse aquí.

Brown cambió a la vista del porche trasero. Giró la cámara para mirar hacia el costado de la casa. Solo podía ver la rejilla delantera de la furgoneta al otro lado de la calle. No importa, tenía un hombre en la ventana de arriba apuntando a la furgoneta.

Brown suspiró. Supuso que lo correcto sería llamar a la policía por radio y decirles que sabía lo que estaban haciendo. Podía llevar a la mujer y al niño abajo y ponerlos de pie justo enfrente de la puerta corredera de cristal, para que todos pudieran ver lo que se ofrecía.

En lugar de comenzar un tiroteo y un baño de sangre, podría pasar directamente a negociaciones infructuosas. Incluso podría perdonar algunas vidas de esa manera.

Sonrió para sí mismo. Pero eso arruinaría toda la diversión, ¿no?

Comprobó la imagen del vestíbulo. Tenía tres hombres abajo, los dos Barbudos y un hombre al que llamaba el Australiano. Un hombre cubría la puerta de acero y los otros dos cubrían la puerta corredera trasera de vidrio. Esa puerta de cristal y el porche exterior eran las principales vulnerabilidades. Pero no había razón para que los policías llegaran tan lejos.

Se estiró hacia atrás y recogió el walkie-talkie.

–¿Señor Smith? —le dijo al hombre agachado cerca de la ventana abierta de arriba.

–¿Señor Brown? —llegó una voz sarcástica. Smith era lo suficientemente joven como para pensar que los alias eran divertidos. En la pantalla del televisor, Smith agitó la mano.

–¿Qué está haciendo la camioneta?

–Está rockanroleando. Parece como si estuvieran teniendo una orgía.

–Bueno. Mantén los ojos abiertos. No… repito… No dejes que nadie llegue al porche. No necesito saber de ti. Tienes autorización para actuar. ¿Entendido?

–Recibido —dijo Smith. —Fuego a placer, nene.

–Buen chico —dijo Brown—, quizás te vea en el infierno.

Justo entonces, el sonido de un vehículo pesado llegó desde la calle. Brown se agachó. Se arrastró hasta la cocina y se agazapó junto a la ventana. Afuera, un automóvil blindado se detuvo frente a la casa. La pesada puerta trasera se abrió de golpe y grandes hombres con chalecos antibalas comenzaron a amontonarse.

Pasó un segundo. Dos segundos. Tres. Ocho hombres se habían reunido en la calle.

Smith abrió fuego desde arriba.

Bum-bum-bum-bum-bum-bum.

El poder de los disparos hizo vibrar las tablas del suelo.

Dos de los policías cayeron al suelo al instante. Otros se escondieron dentro del camión, o detrás de él. Detrás del vehículo blindado, tres hombres salieron de la camioneta de televisión por cable. Smith les disparó. Uno de ellos, atrapado por una lluvia de balas, hizo un baile loco en la calle.

–Excelente, Sr. Smith —dijo Brown al Motorola.

Uno de los policías había cruzado la mitad de la calle antes de que le dispararan. Ahora se arrastraba hacia la acera cercana, tal vez con la esperanza de llegar a los arbustos enfrente de la casa. Llevaba una armadura corporal. Probablemente fue alcanzado donde terminaban las protecciones, pero aún podría ser una amenaza.

–¡Todavía tienes uno en el suelo! Lo quiero fuera de juego.

Casi de inmediato, una lluvia de balas golpeó al hombre, haciendo que su cuerpo se retorciera y temblara. Brown vio el disparo mortal a cámara lenta. Alcanzó al hombre en la parte posterior de su cuello, entre la parte superior de la armadura de su torso y la parte inferior de su casco. Una nube de sangre rociada llenó el aire y el hombre se quedó completamente quieto.

–Buen disparo, Sr. Smith. Encantador disparo. Ahora mantenlos a todos a raya.

Brown volvió a la sala de mando. El bote de pesca se estaba deteniendo. Antes incluso de que llegara al muelle, un equipo de hombres con cascos negros y chalecos comenzaron a saltar.

–¡Máscaras en la planta baja! —dijo Brown—, entrando por esa puerta corredera. Preparaos para devolver el fuego.

–Afirmativo —dijo alguien.

Los invasores tomaron posiciones en el muelle. Llevaban pesados escudos balísticos blindados y se agacharon detrás de ellos. Un hombre apareció y levantó una pistola de gas lacrimógeno. Brown tomó su propia máscara y observó el proyectil volar hacia la casa. Atravesó la puerta de cristal y cayó en la sala principal.

Otro hombre apareció y disparó otro bote. Entonces un tercer hombre disparó otro más. Todos los botes de gas lacrimógeno atravesaron el cristal y entraron en la casa. La puerta de cristal ya no estaba. En la pantalla de Brown, el área cerca del vestíbulo comenzó a llenarse de humo.

–¿Estado abajo? —dijo Brown. Pasaron unos segundos.

–¡Estado!

–No te preocupes, amigo —dijo el australiano—, un poco de humo, ¿y qué? Nos hemos puesto nuestras máscaras.

–Disparad cuando estéis listos —dijo Brown.

Observó a los hombres de la puerta corredera abrir fuego hacia el muelle. Los invasores estaban atrapados allí afuera. No podían levantarse de detrás de sus escudos balísticos. Y los hombres de Brown tenían montañas de munición.

–Buen tiro, muchachos —dijo en el walkie-talkie. —Aseguraos de hundir su bote.

Brown sonrió para sí mismo. Podrían aguantar aquí durante días.


*

Fue una derrota. Había hombres caídos por todas partes.

Luke caminó hacia la casa, observando cuidadosamente. Lo peor del tiroteo venía de un hombre en la ventana de arriba. Estaba haciendo queso suizo con estos policías. Luke estaba cerca del costado de la casa. Desde su ángulo no tenía tiro, pero el hombre probablemente tampoco podía verlo.

Mientras Luke miraba, el chico malo acabó con un policía caído con un disparo mortal en la nuca.

–Ed, ¿tienes ángulo sobre ese tirador de arriba?

–Puedo ponerle una directamente en la garganta. Estoy bastante seguro de que no me ve por aquí.

Luke asintió con la cabeza. —Hagamos eso primero. Esto está complicado aquí afuera.

–¿Seguro que quieres eso? —dijo Ed.

Luke estudió el piso de arriba. La habitación sin ventanas estaba al otro lado de la casa del nido del francotirador.

–Todavía estoy asumiendo que están en esa habitación sin ventanas —dijo.

Por favor.

–Di la palabra —dijo Ed.

–Vamos.

Luke escuchó el distintivo sonido hueco del lanzagranadas.

¡Dunk!

Un misil voló desde detrás de la línea de coches al otro lado de la calle. No dibujó un arco, solo una línea recta y nítida que se acercaba en diagonal. Impactó justo donde estaba la ventana. Pasó una fracción de segundo, luego:

BUM.

El costado de la casa voló y expulsó hacia afuera trozos de madera, cristal, acero y fibra de vidrio. La pistola en la ventana quedó en silencio.

–Buen disparo, Ed. Realmente bueno. Ahora, hazme ese agujero en la pared.

–¿Qué dices? —dijo Ed.

–Grande, por favor.

Luke corrió y se agachó detrás de un coche.

¡Dunk!

Otra línea recta se acercó, a un metro del suelo. Impactó en el costado de la casa como un coche estrellado y abrió una brecha a través de la pared. Una bola de fuego estalló dentro, escupiendo humo y escombros.

Luke estuvo a punto de saltar.

–Espera —dijo Ed—, falta otro.

Ed volvió a disparar y este entró profundamente en la casa. Rojo y naranja brillaron a través del agujero. El suelo tembló. Bueno, era hora de irse.

Luke se puso de pie y comenzó a correr.


*

La primera explosión fue por encima de su cabeza. La casa entera se sacudió. Brown echó un vistazo al pasillo de arriba en su pantalla.

El extremo más alejado había desaparecido. El lugar donde Smith estaba posicionado ya no existía. Solo había un agujero irregular donde antes estaban la ventana y el Sr. Smith.

–¿Señor Smith? —dijo Brown—, Señor Smith, ¿estás ahí?

Sin respuesta.

–¿Alguien ve de dónde vino eso?

–Tú eres los ojos, Yank —dijo una voz.

Tenían problemas

Unos segundos después, un cohete golpeó el frente de la casa. La onda expansiva derribó a Brown. Las paredes se derrumbaban. El techo de la cocina se hundió de repente. Brown yacía en el suelo, entre los escombros que caían. Esto era lo contrario de lo que esperaba. Los policías derribaban puertas, no disparaban cohetes a través de las paredes.

Otro cohete, este llegó hasta el fondo de la casa. Brown se cubrió la cabeza. Todo se sacudió, la casa entera podría derrumbarse.

Pasó un momento. Alguien gritó, por lo demás, estaba tranquilo. Brown saltó y corrió hacia las escaleras. Al salir de la habitación, agarró su pistola y una granada.

Pasó por la sala principal. Era una carnicería, un matadero. La habitación estaba en llamas. Uno de los Barbudos estaba muerto. Más que muerto, hecho pedazos esparcidos por todas partes. El Australiano había entrado en pánico y se quitó la máscara. Su rostro estaba cubierto de sangre oscura, pero Brown no podía decir dónde le alcanzaron.

–¡No puedo ver! —gritó el hombre— ¡No puedo ver!

Sus ojos estaban muy abiertos.

Un hombre con chaleco antibalas y casco atravesó tranquilamente la pared destrozada. Calmó al Australiano con una horrible serie de disparos automáticos. La cabeza del Australiano se abrió como un tomate cherry. Permaneció sin cabeza por un segundo o dos y luego cayó desplomado al suelo.

El segundo Barbudo yacía en el suelo cerca de la puerta trasera, la doble puerta reforzada de acero de la que Brown estaba tan encantado hace unos momentos. Los policías nunca iban a pasar por esa puerta. El Barbudo nº 2 fue alcanzado por la explosión, pero aún presentaba pelea. Se arrastró hasta la pared, se enderezó y alcanzó la ametralladora que colgaba de su hombro.

El intruso disparó al Barbudo nº 2 en la cara a quemarropa. Sangre, huesos y materia gris salpicaron la pared.

Brown se volvió y subió las escaleras.


*

El aire estaba lleno de humo, pero Luke vio al hombre salir corriendo por las escaleras. Echó un vistazo alrededor de la habitación. Todos los demás estaban muertos.

Satisfecho, subió las escaleras corriendo. Su propia respiración sonaba fuerte en sus oídos.

Aquí era vulnerable, las escaleras eran tan estrechas que sería el momento perfecto para que alguien le disparara, pero nadie lo hizo.

Arriba, el aire era más claro que abajo. A su izquierda estaba la ventana y la pared destrozadas, donde el francotirador había tomado posición. Las piernas del francotirador estaban en el suelo. Sus botas de trabajo color canela apuntaban en direcciones opuestas. El resto de él había desaparecido.

Luke fue a la derecha. Instintivamente, corrió hacia la habitación del otro extremo del pasillo. Dejó caer su Uzi en el pasillo. Se quitó la escopeta del hombro y también la dejó caer. Deslizó su Glock de su funda.

Giró a la izquierda y entró en la habitación.

Becca y Gunner estaban sentados, atados a dos sillas plegables. Sus brazos estaban atados a sus espaldas. Su cabello parecía salvaje, como si un bromista los hubiera despeinado con su mano. De hecho, había un hombre de pie detrás de ellos. Dejó caer dos capuchas negras al suelo y colocó el cañón de su arma en la parte posterior de la cabeza de Becca. Se agachó, colocando a Becca frente a él como un escudo humano.

Los ojos de Becca estaban muy abiertos. Los de Gunner estaban cerrados con fuerza. Estaba llorando sin control. Todo su cuerpo se sacudía con sollozos silenciosos. Se había mojado los pantalones.

¿Valió la pena?

Verlos así, indefensos, aterrorizados, ¿había valido la pena? Luke había ayudado a detener un golpe de estado la noche anterior. Había salvado a la nueva Presidenta de una muerte casi segura, pero ¿valió la pena?

–¿Luke? —dijo Becca, como si no lo reconociera.

Por supuesto que no lo reconoció. Se quitó el casco.

–Luke —dijo. Ella jadeó, tal vez aliviada, quién sabe. La gente hacía sonidos en momentos extremos. No siempre significaban algo.

Luke levantó su arma, apuntando directamente entre las cabezas de Becca y Gunner. El hombre era bueno en lo suyo, no le ofrecía a Luke un blanco donde disparar. Pero Luke dejó el arma apuntando allí de todos modos. Él miraba pacientemente, el hombre no siempre sería bueno. Nadie era bueno siempre.

Luke no sentía nada en este momento, nada más que… calma… mortal.

No sintió alivio inundando su sistema. Esto aún no había terminado.

–¿Luke Stone? —dijo el hombre, gruñendo. —Increíble. Estás en todas partes a la vez estos últimos días. ¿Eres realmente tú?

Luke podía imaginar la cara del hombre desde el momento antes de que se agachara detrás de Becca. Tenía una gruesa cicatriz en la mejilla izquierda. Tenía un corte de pelo militar. Tenía los rasgos afilados de alguien que había pasado su vida en el ejército.

–¿Quién quiere saberlo? —dijo Luke

–Me llaman Brown.

Luke asintió con la cabeza. Un nombre que no era un nombre. El nombre de un fantasma. —Bueno, Brown, ¿cómo quieres hacerlo?

Debajo de ellos, Luke podía escuchar a la policía irrumpir en la casa.

–¿Qué opciones ves? —dijo Brown.

Luke se quedó de pie sin moverse, con su arma esperando que apareciera ese blanco.

–Veo dos opciones. Puedes morir en este momento o, si tienes suerte, ir a prisión durante mucho tiempo.

–O podría volar los sesos de tu encantadora esposa sobre ti.

Luke no respondió. Él solo apuntaba. Su brazo no estaba cansado, nunca se cansaría. Pero los policías subirían las escaleras en un minuto y eso iba a cambiar la ecuación.

–Y estarás muerto un segundo después.

–Cierto —dijo Brown. —O podría hacer esto.

Su mano libre dejó caer una granada en el regazo de Becca.

Cuando Brown salió corriendo, Luke dejó caer el arma y se lanzó hacia ella. En una serie de movimientos, recogió la granada, la lanzó hacia la pared del fondo de la habitación, derrumbó las dos sillas y empujó a Becca y Gunner al suelo.

Becca gritó.

Luke los apiñó, rudamente, sin tiempo para la gentileza. Los apretó uno contra otro, los montó, los cubrió con su cuerpo y con su armadura. Intentó hacerlos desaparecer.

Durante una fracción de segundo, no pasó nada. Tal vez fuera una artimaña, la granada era falsa y ahora el hombre llamado Brown haría blanco sobre él. Los mataría a todos.

¡BUUUUUUM!

La explosión llegó, ensordecedora, en los estrechos confines de la habitación. Luke los apretó más. El suelo se sacudió. Fragmentos de metal lo rociaron. Agachó la cabeza hacia abajo. La carne desnuda de su cuello fue arrancada. Los cubrió y los sostuvo.

Pasó un momento. Su pequeña familia temblaba debajo de él, congelada por la conmoción y el miedo, pero viva.

Ahora era el momento de matar a ese bastardo. La Glock de Luke yacía en el suelo junto a él. La agarró y saltó sobre sus pies. Se giró.

Se había hecho un enorme agujero irregular en el fondo de la sala. A través de él, Luke podía ver la luz del día y el cielo azul. Podía ver el agua verde oscuro de la bahía. Y pudo ver que el hombre llamado Brown se había ido.

Luke se acercó al agujero desde un ángulo, usando los restos de la pared para protegerse. Los bordes eran una mezcla triturada de madera, paneles de yeso rotos y trozos rasgados de aislamiento de fibra de vidrio. Esperaba ver un cuerpo en el suelo, posiblemente en varias piezas ensangrentadas, pero no, no había cuerpo.

Durante una fracción de segundo, Luke creyó ver un chapoteo. Un hombre podría haberse sumergido en la bahía y desaparecer. Luke parpadeó para aclarar sus ojos, luego volvió a mirar. No estaba seguro.

De cualquier manera, el hombre llamado Brown se había ido.




CAPÍTULO TRES


21:03 horas

Centro Médico de la Marina – Bethesda, Maryland



La luz del ordenador portátil parpadeó en la penumbra de la habitación privada del hospital. Luke estaba sentado en un sillón incómodo, mirando la pantalla, con un par de auriculares blancos que se extendían desde el ordenador hasta sus oídos.

Estaba casi sin aliento, lleno de gratitud y alivio. Le dolía el pecho, debido a sus jadeos ansiosos de las últimas cuatro o cinco horas. A veces pensaba en llorar, pero aún no lo había hecho. Quizás más tarde.

Había dos camas en la habitación. Luke había tirado de algunos hilos y ahora Becca y Gunner yacían en las camas, durmiendo profundamente. Estaban bajo sedación, pero no importaba. Ninguno de los dos había pegado un ojo entre el momento en que fueron secuestrados y el momento en que Luke irrumpió en la casa franca.

Habían pasado dieciocho horas sumidos en puro terror. Ahora estaban fuera de combate, e iban a estarlo durante un buen rato.

Ninguno de los dos había resultado herido. Es cierto, les quedarían cicatrices emocionales, pero, físicamente, estaban bien. Los malos no dañaron la mercancía. Tal vez la mano de Don Morris estuvo allí, de alguna manera, protegiéndolos.

Pensó brevemente en Don. Ahora que los eventos se habían desarrollado, parecía correcto hacerlo. Don había sido el mayor mentor de Luke. Desde el momento en que Luke se unió a las Fuerzas Delta a los veintisiete años, hasta esa madrugada, doce años después, Don había sido una presencia constante en la vida de Luke. Cuando Don creó el Equipo de Respuesta Especial del FBI, reservó un lugar para Luke. Más que eso: reclutó a Luke, lo cortejó, lo conquistó y se lo quitó a los Delta.

Pero Don se había transformado en algún momento y Luke no lo vio venir. Don estaba entre los conspiradores que habían intentado derrocar al gobierno. Algún día, quizá Luke podría entender el razonamiento de Don para todo esto, pero no hoy.

En la pantalla del ordenador frente a él, se escuchaba una transmisión en directo desde la sala de prensa repleta de lo que ellos llamaban “la Nueva Casa Blanca”. La sala tenía como máximo cien asientos. Tenía una pendiente gradual, hacia arriba desde el frente, como si se doblara, al estilo de una sala de cine. Cada asiento estaba ocupado. Todos los espacios a lo largo de la pared del fondo estaban llenos. Multitud de personas estaban de pie en ambos laterales del escenario.

Imágenes de la casa misma aparecieron brevemente en la pantalla. Era la mansión hermosa, con torreones y a dos aguas, de estilo Queen Anne de 1850, en los terrenos del Observatorio Naval en Washington, DC. Y, de hecho, era blanca, en su mayor parte.

Luke sabía algo al respecto. Durante décadas, había sido la residencia oficial del Vicepresidente de los Estados Unidos. Ahora y en el futuro previsible, era el hogar y la oficina del Presidente.

La pantalla volvió a la sala de prensa. Mientras Luke observaba, la Presidenta subió al podio: Susan Hopkins, la ex Vicepresidenta, que había prestado juramento esa misma mañana. Este era su primer discurso ante el pueblo estadounidense como Presidenta. Llevaba un traje azul oscuro, su cabello rubio recogido. El traje parecía voluminoso, lo que significaba que llevaba material a prueba de balas debajo.

Sus ojos eran de alguna manera severos y suaves: sus asesores probablemente la habían entrenado para que pareciera enojada, valiente y esperanzada a la vez. Una maquilladora de élite le había cubierto las quemaduras de la cara. A menos que supieras dónde mirar, ni siquiera las notarías. Susan, como lo había sido toda su vida, era la mujer más bella de la habitación.

Su currículum hasta el momento era impresionante. Incluía a la supermodelo adolescente, joven esposa de un multimillonario tecnológico, madre, senadora de los Estados Unidos por California, Vicepresidenta y ahora, de repente, Presidenta. El ex Presidente, Thomas Hayes, había muerto en un infierno subterráneo ardiente y la propia Susan tuvo la suerte de salir viva.

Luke le había salvado la vida ayer, dos veces.

Deshabilitó la función de silencio en su ordenador.

Estaba rodeada de paneles de vidrio a prueba de balas. Diez agentes del Servicio Secreto estaban en el escenario junto a ella. La multitud de reporteros en la sala le estaba dando una gran ovación. Los locutores de televisión hablaban en voz baja. La cámara se movió, encontrando al esposo de Susan, Pierre y a sus dos hijas.

Volviendo a la Presidenta: ella levantaba las manos, pidiendo silencio. A pesar de sí misma, esbozó una sonrisa brillante. La multitud estalló de nuevo. Esa era la Susan Hopkins que conocían: la entusiasta y apasionada reina de los programas de entrevistas diurnos, de las ceremonias de inauguración y las manifestaciones políticas. Ahora, sus pequeñas manos se cerraron en puños y las levantó por encima de su cabeza, casi como un árbitro que señala un gol. El público era ruidoso y se hizo más fuerte.

La cámara se movió. Washington, DC y los periodistas nacionales, uno de los grupos de personas más hastiados conocidos por el hombre, estaban de pie con los ojos húmedos. Algunos de ellos lloraban abiertamente. Luke vislumbró brevemente a Ed Newsam, con un traje oscuro a rayas, apoyado en dos muletas. Luke también había sido invitado, pero prefería estar aquí, en esta habitación de hospital. No consideraría estar en ningún otro lado.

Susan se acercó al micrófono. La audiencia se calmó, solo lo suficiente para que ella pudiera ser escuchada. Puso sus manos en el podio, como si se estabilizara.

–Todavía estamos aquí —dijo, con la voz temblorosa.

Ahora la multitud estalló.

–¿Y sabéis qué? ¡No nos vamos a ninguna parte!

Un ruido ensordecedor llegó a través de los auriculares. Luke bajó el sonido.

–Quiero… —dijo Susan y luego se detuvo de nuevo, esperando. Los vítores siguieron y siguieron; aun así, esperó. Se apartó del micrófono, sonrió y le dijo algo al hombre alto del Servicio Secreto que estaba junto a ella. Luke lo conocía un poco. Se llamaba Charles Berg y también le había salvado la vida ayer. Durante un período de dieciocho horas, la vida de Susan había estado en peligro continuo.

Cuando el ruido de la muchedumbre se apagó un poco, Susan regresó al podio.

–Antes de hablar, quiero que hagáis algo conmigo —dijo— ¿Lo haréis? Quiero cantar “God Bless America”. Siempre ha sido una de mis canciones favoritas —Su voz se quebró. —Y quiero cantarla esta noche. ¿La cantaréis conmigo?

La multitud rugió su asentimiento.

Entonces lo hizo. Ella sola, con una voz pequeña y sin instrucción, lo hizo. No había ningún cantante famoso allí con ella. No había músicos de talla mundial que la acompañaran. Ella cantaba, solo ella, frente a una sala llena de gente y con cientos de millones de personas mirando en todo el mundo.

–Dios bendiga a América —comenzó. Sonaba como una niña pequeña. —Tierra que amo.

Era como ver a alguien caminar por un cable en lo alto, entre dos edificios. Era un acto de fe. Luke sintió un nudo en la garganta.

La multitud no la dejó allí sola. Al instante, comenzaron a fluir. Voces mejores y más fuertes se unieron a ella. Y ella los guió.

Fuera de la habitación oscura, en algún lugar del pasillo en la tranquilidad de un hospital fuera del horario laboral, la gente del turno comenzó a cantar.

En la cama junto a Luke, Becca se movió. Abrió los ojos y jadeó. Su cabeza se movió a izquierda y derecha. Parecía lista para saltar de la cama. Vio a Luke allí, pero sus ojos no mostraron reconocimiento.

Luke sacó sus auriculares. —Becca —dijo.

–¿Luke?

–Sí.

–¿Puedes abrazarme?

–Sí.

Cerró la tapa del ordenador portátil. Se deslizó en la cama junto a ella. Su cuerpo era cálido. La miró a la cara, tan hermosa como cualquier supermodelo. Ella se apretó contra él. La sostuvo en sus fuertes brazos. La abrazó tanto que casi parecía querer convertirse en ella.

Esto era mejor que mirar a la Presidenta.

Al final del pasillo y en todo el país, en bares, restaurantes, casas y automóviles, la gente cantaba.




CAPÍTULO CUATRO


7 de junio

20:51 horas

Laboratorio Nacional de Galveston, campus de la Rama Médica de la Universidad de Texas – Galveston, Texas



—¿Trabajando hasta tarde otra vez, Aabha? —dijo una voz desde el cielo.

La exótica mujer de cabello negro era casi etérea en su belleza. De hecho, su nombre era una palabra hindú que significa “bello”.

La voz la sobresaltó y su cuerpo se sacudió involuntariamente. Se puso de pie, con su traje de contención hermético blanco, en el interior de las instalaciones de Nivel de Bioseguridad 4, en el Laboratorio Nacional de Galveston. El traje que la protegía también la hacía parecer casi un astronauta en la luna. Ella siempre odió usar el traje, se sentía atrapada dentro de él, pero lo exigía su trabajo.

Su traje estaba conectado a una manguera amarilla que descendía del techo. La manguera bombeaba continuamente aire limpio, desde el exterior de la instalación, al traje de contención. Aunque el traje se rompiera, la presión positiva de la manguera aseguraba que ni una pizca del aire del laboratorio pudiera entrar.

Los laboratorios de Nivel de Bioseguridad 4 eran los laboratorios de más alta seguridad del mundo. En su interior, los científicos estudiaban organismos mortales y altamente infecciosos, que representaban una grave amenaza para la salud y la seguridad públicas. En este momento, en su mano enguantada de azul, Aabha sostenía un vial sellado del virus más peligroso conocido por el hombre.

–Ya me conoces —dijo. Su traje tenía un micrófono que transmitía su voz al guardia que la miraba por el circuito cerrado de televisión. —Soy un ave nocturna.

–Lo sé. Te he visto aquí mucho más tarde que ahora.

Se imaginó al hombre que la vigilaba. Se llamaba Tom, tenía sobrepeso, era de mediana edad, ella pensaba que estaba divorciado. Solo ella y él, solos dentro de este gran edificio vacío por la noche y él tenía muy poco que hacer, excepto mirarla. Le daría escalofríos si lo pensara demasiado.

Acababa de sacar el vial del congelador. Avanzando cuidadosamente, se acercó a la vitrina de bioseguridad, donde, en circunstancias normales, abriría el vial y estudiaría su contenido.

Esta noche no eran circunstancias normales. Esta noche era la culminación de años de preparación. Esta noche era lo que los estadounidenses llamaban el Gran Juego.

Sus compañeros de trabajo en el laboratorio, incluido Tom, el vigilante nocturno, pensaban que el nombre de la bella joven era Aabha Rushdie.

No lo era.

Pensaban que había nacido en una familia acomodada en la gran ciudad de Delhi, en el norte de la India y que su familia se había mudado a Londres cuando ella era una niña. Era cómico, nada de eso había ocurrido nunca.

Pensaban que había obtenido un doctorado en microbiología y una amplia formación en Bioseguridad de Nivel 4 en el King’s College de Londres. Esto tampoco era cierto, pero bien podría serlo. Ella sabía tanto sobre el manejo de bacterias y virus como cualquier licenciado en microbiología, si no más.

El vial que sostenía contenía una muestra liofilizada del virus del Ébola, que había causado estragos en África en los últimos años. Si se tratara solo de una muestra de virus Ébola tomada de un mono, un murciélago o incluso una víctima humana… eso solo lo haría muy, muy peligroso de manejar. Pero había mucho más en la historia.

Aabha miró el reloj digital en la pared. 20:54 horas. Falta un minuto. Ella solo necesitaba una pequeña demora.

–¿Tom? —dijo.

–¿Sí? —vino la voz.

–¿Viste a la Presidenta en la televisión anoche?

–Sí.

Aabha sonrió. —¿Qué pensaste?

–¿Pensar? Bueno, creo que tenemos problemas.

–¿De verdad? Ella me gusta mucho. Creo que es una gran dama. En mi país…

Las luces del laboratorio se apagaron. Sucedió sin previo aviso: sin parpadeos, sin pitidos, nada en absoluto. Durante varios segundos, Aabha permaneció en la oscuridad absoluta. El sonido de los ventiladores de convección y el equipo eléctrico, que era un zumbido de fondo constante en el laboratorio, se detuvo. Luego hubo un silencio total.

Aabha puso lo que esperaba que fuera la nota correcta de alarma en su voz.

–¿Tom? ¡Tom!

–Está bien, Aabha, está bien. Espera. Estoy tratando de obtener mi… ¿Qué está pasando ahí? Mis cámaras no funcionan.

–No lo sé. Yo solo…

Se encendió una serie de luces amarillas de emergencia y los ventiladores comenzaron a funcionar de nuevo. La poca luz convirtió el laboratorio vacío en un mundo misterioso y sombrío. Todo estaba oscuro, excepto las brillantes luces rojas de SALIDA, que brillaban en la penumbra.

–Vaya —dijo ella—, eso ha sido espantoso. Durante un minuto mi manguera de aire dejó de funcionar. Pero ya funciona de nuevo.

–No sé qué ha pasado —dijo Tom. —Estamos en reserva de energía en todo el edificio. Tenemos generadores de respaldo de potencia completa, que deberían haberse puesto en marcha, pero no lo han hecho. No creo que esto haya sucedido antes. Todavía no he recuperado mis cámaras. ¿Estás bien? ¿Puedes encontrar la salida?

–Estoy bien —dijo—, un poco asustada, pero estoy bien. Las luces de salida están encendidas. ¿Puedo seguirlas?

–Puedes. Pero debes seguir todos los protocolos de seguridad, incluso en la oscuridad. Ducha química para el traje, ducha regular para ti, todo. De lo contrario, si sientes que no puedes seguir el protocolo, debemos esperar hasta que pueda enviar a alguien, o hasta que recuperemos la energía.

Su voz tembló un poco. —Tom, mi manguera de aire dejó de funcionar. Si se va otra vez… Digamos que no quiero estar aquí sin mi manguera de aire. Puedo seguir los protocolos hasta dormida. Pero necesito salir de aquí.

–Está bien, pero sigue todos los procedimientos al pie de la letra, confío en ti. Pero no tengo luces, parece que va a estar oscuro por todas partes, todo el camino. La esclusa de aire ha estado apagada durante un minuto, pero acaba de volver a encenderse. Probablemente sea mejor que te saquemos de ahí. Una vez que hayas atravesado la esclusa de aire, no deberías tener ningún problema. Avísame cuando hayas terminado, ¿de acuerdo? Quiero apagarla nuevamente para conservar la energía.

–Lo haré —dijo.

Se movió lentamente a través de la oscuridad, hacia la puerta de salida a la esclusa de aire, con el vial de Ébola todavía en el hueco de su mano derecha enguantada. Le llevaría veinte o treinta minutos seguir todos los procedimientos para salir, pero eso no iba a suceder. Ella planeaba tomar un atajo de aquí en adelante. Esta sería la salida de laboratorio más rápida que jamás hubieran visto.

Tom seguía hablando con ella. —Además, asegúrate de comprobar todos los materiales y equipos antes de salir. No querríamos que nada peligroso se quedara flotando.

Abrió la primera puerta y entró. Justo antes de cerrar, escuchó su voz por última vez.

–¿Aabha? —dijo él.


*

Aabha condujo el BMW Z4 descapotable con la capota bajada.

Era una noche cálida y quería sentir el viento en su cabello. Era su última noche en Galveston, su última noche como Aabha. Había cumplido su misión y, después de cinco largos años encubiertos, esta parte de su vida había terminado.

Era una sensación increíble, desechar una identidad como si fuera un vestido viejo. Era libertad, era euforia. Ella sintió que podría ser la protagonista de un anuncio de televisión.

Se había cansado de la estudiosa y seria Aabha hacía mucho tiempo. ¿En quién se convertiría después? Era una pregunta deliciosa.

El viaje al puerto deportivo fue breve, solo unos pocos kilómetros. Salió de la autopista y bajó la rampa hacia el estacionamiento. Sacó su maleta y su bolso del maletero y dejó las llaves en la guantera. En una hora, una mujer a la que nunca había visto, pero que tenía rasgos similares a Aabha, se lo llevaría. El automóvil estaría a doscientos kilómetros de distancia por la mañana.

Esto la puso un poco triste, porque amaba mucho este coche.

Pero, ¿qué era un coche? Nada más que muchas piezas individuales, soldadas, atornilladas y unidas. Una abstracción, realmente.

Ella caminó con decisión a través del puerto deportivo. Sus altos tacones resonaban en el suelo de baldosas. Pasó junto a la piscina, cerrada a esta hora de la noche, pero iluminada desde abajo por una luz azul sobrenatural. Los techos de paja de los pequeños merenderos al sol crujían con la brisa. Bajó por una rampa hasta el primer muelle.

Desde allí, podía ver el gran barco iluminando la noche en el agua, mucho más allá del extremo más alejado de un laberinto bizantino de muelles interconectados. El bote, un yate oceánico de 75 metros, era demasiado grande para acercarlo al puerto deportivo. Era un hotel flotante, con discoteca, piscina y jacuzzi, gimnasio y su propio helipuerto, con un helicóptero para cuatro personas. Era un castillo móvil, apto para un rey moderno.

Aquí, en el muelle, un pequeño bote a motor la esperaba. Un hombre le ofreció la mano y la ayudó a cruzar del muelle a la borda y luego a la cabina. Se sentó en la parte de atrás mientras el hombre soltaba amarras y se alejaba y el conductor puso el bote en marcha.

Acercarse al yate en la lancha rápida era como pilotar una pequeña cápsula espacial para atracar en el destructor estelar más gigantesco del universo. Ni siquiera atracaron, la lancha rápida se detuvo detrás del yate y otro hombre la ayudó a subir una escalera de cinco peldaños hasta la cubierta. Este hombre era Ismail, el famoso asistente.

–¿Tienes el agente? —dijo cuando ella subió a bordo.

Ella sonrió. —Hola, Aabha, ¿cómo estás? —dijo ella—, me alegro de verte. Me alegra que hayas escapado ilesa.

Él hizo un movimiento con la mano, como si una rueda estuviera girando. Vamos, vamos. —Hola Aabha. Lo que sea que acabas de decir. ¿Tienes el agente?

Ella metió la mano en su bolso y sacó el vial lleno de virus Ébola. Durante una fracción de segundo, sintió una extraña necesidad de tirarlo al océano. En lugar de ello, lo levantó para inspeccionarlo, mientras él lo miraba fijamente.

–Ese pequeño contenedor —dijo. —Increíble.

–Sacrifiqué cinco años de mi vida por este contenedor —dijo Aabha.

Ismail sonrió. —Sí, pero dentro de cien años, la gente todavía cantará canciones de la heroica chica llamada Aabha.

Extendió su mano, como si Aabha fuera a poner el vial en su palma.

–Se lo daré a él —dijo.

Ismail se encogió de hombros. —Como desees.

Subió un tramo de escalones iluminados con una luz verde y entró en la cabina principal a través de una puerta de cristal. La cabina gigante tenía una barra larga contra una pared, varias mesas a lo largo de las paredes y una pista de baile en el medio. Su jefe usaba la habitación para divertirse. Aabha había estado en esta habitación cuando era como un club de Berlín: solo se podía estar de pie, la música bombeaba tan fuerte que las paredes parecían latir con ella, luces estroboscópicas, cuerpos apretados juntos en la pista de baile. Ahora la habitación estaba en silencio y vacía.

Avanzó por un pasillo alfombrado en rojo, con media docena de camarotes a cada lado y luego subió otro tramo de escalones. En lo alto de las escaleras había otro pasillo. Ahora estaba en el corazón del barco, avanzando hacia lo más profundo. La mayoría de los invitados nunca llegaban tan lejos. Llegó al final de este pasillo y llamó a las amplias puertas dobles que encontró allí.

–Adelante —dijo la voz de un hombre.

Abrió la puerta de la izquierda y entró. La habitación nunca dejaba de sorprenderla. Era el dormitorio principal, ubicado directamente debajo de la cabina del piloto. Al otro lado de la habitación, una ventana curva de 180 grados desde el suelo hasta el techo ofrecía una vista de donde se acercaba el bote, así como de gran parte de lo que estaba a su derecha e izquierda. A menudo, estas vistas eran del océano abierto.

En el lado izquierdo de la habitación había una sala de estar, con un gran sofá modular, dispuesto en forma de pozo. También había dos sillones, una mesa de comedor con cuatro asientos y un enorme televisor de pantalla plana en la pared, con una larga barra de sonido montada justo debajo. Una vitrina licorera alta, con puertas de cristal estaba cerca de la pared de la esquina.

A su derecha estaba la cama doble extragrande hecha a medida, completa, con un espejo montado en el techo sobre ella. El propietario de este barco disfrutaba de su entretenimiento y la cama podía acomodar fácilmente a cuatro personas, a veces cinco.

De pie frente a la cama estaba el dueño. Llevaba un par de pantalones de seda blanca, un par de sandalias en los pies y nada más. Era alto y moreno. Tenía quizás cuarenta años, su cabello salpicado de gris y su corta barba comenzaba a ponerse blanca. Era muy guapo, con unos profundos ojos marrones.

Su cuerpo era delgado, musculoso y perfectamente proporcionado en un triángulo invertido: hombros y pecho anchos que se reducían a abdominales bien definidos y una cintura estrecha, con piernas bien musculadas debajo. En su pectoral izquierdo había un tatuaje de un caballo negro gigante, un corcel árabe. El hombre poseía una serie de corceles y los tomó como su símbolo personal. Eran fuertes, viriles, regios, como él.

Parecía en forma, saludable y bien descansado, al estilo de un hombre muy rico, con fácil acceso a entrenadores personales cualificados, los mejores alimentos y médicos listos para administrar los tratamientos hormonales precisos para vencer el proceso de envejecimiento. Era, en una palabra, hermoso.

–Aabha, mi encantadora, linda niña. ¿Quién serás después de esta noche?

–Omar —dijo ella—, te he traído un regalo.

Él sonrió. —Nunca dudé de ti, ni por un momento.

Él le hizo señas y ella fue hacia él. Le entregó el vial, pero él lo colocó sobre la mesa al lado de la cama casi sin mirarlo.

–Más tarde —dijo. —Podemos pensar en eso más tarde.

La atrajo hacia él. Ella se dejó llevar hacia su fuerte abrazo. Presionó su rostro contra su cuello y captó su aroma, el sutil olor de su colonia en primer lugar y el olor más profundo y terroso de él. No era un maniático de la limpieza, este hombre, quería que lo olieses. Ella lo encontraba excitante, su olor. Todo sobre él le parecía excitante.

Él se volvió y la colocó boca abajo sobre la cama. Ella fue de buena gana, con entusiasmo. En un momento, ella se retorció mientras sus manos le quitaban la ropa y vagaban por su cuerpo. Su voz profunda le murmuraba palabras que normalmente la escandalizarían, pero aquí, en esta habitación, la hizo gemir de placer animal.


*

Cuando Omar despertó, estaba solo.

Eso estaba bien. La chica conocía sus gustos. Mientras dormía, no le gustaba que lo molestaran los movimientos discordantes y los ruidos de los demás. Dormir significaba descansar. No era un combate de lucha libre.

El barco se estaba moviendo. Habían dejado Galveston, exactamente según lo previsto y se dirigían a través del Golfo de México hacia Florida. Mañana, en algún momento, fondearían cerca de Tampa y el pequeño frasco que Aabha le había traído iría a tierra.

Estiró la mano hacia la mesa y recogió el vial. Solo un pequeño vial, hecho de plástico grueso endurecido y bloqueado en la parte superior con un tapón rojo brillante. El contenido no era notable. Parecía poco más que un montón de polvo.

Aun así…

¡Le dejó sin aliento! Tenía en sus manos este poder, el poder de la vida y la muerte. Y no solo el poder de la vida y la muerte sobre una persona, el poder de matar a muchas personas. El poder de destruir a toda una población. El poder de convertir a las naciones en sus rehenes. El poder de la guerra total. El poder de la venganza.

Cerró los ojos y respiró profundamente desde el diafragma, buscando la calma. Había sido un riesgo para él venir personalmente a Galveston, un riesgo innecesario. Pero él quería estar allí en el momento en que tal arma pasara a su posesión. Quería agarrarla y sentir el poder en su propia mano.

Volvió a colocar el vial sobre la mesa, se puso los pantalones y salió de la cama. Se puso una camiseta de fútbol del Manchester United y salió a la terraza. La encontró allí, sentada en un sillón y contemplando la noche, las estrellas y la inmensidad de agua oscura que los rodeaba.

Un guardaespaldas estaba de pie en silencio cerca de la puerta.

Omar hizo un gesto al hombre y el hombre se trasladó a la barandilla.

–Aabha —dijo Omar. Ella se volvió hacia él y él pudo ver lo somnolienta que estaba.

Ella sonrió y él también. —Has hecho algo maravilloso —dijo. —Estoy muy orgulloso de ti. Quizás ya es hora de que te vayas a dormir.

Ella asintió. —Estoy muy cansada.

Omar se inclinó y sus labios se encontraron. La besó profundamente, paladeando su sabor y el recuerdo de las curvas de su cuerpo, sus movimientos y sus sonidos.

–Para ti, mi amor, el descanso es muy merecido.

Omar miró al guardaespaldas. Era un hombre alto y fuerte. Sacó una bolsa de plástico del bolsillo de su chaqueta, se colocó detrás de ella y, en un movimiento hábil, deslizó la bolsa sobre su cabeza y la apretó con fuerza.

Al instante, su cuerpo se volvió eléctrico. Ella extendió la mano, tratando de arañarlo y golpearlo. Sus pies la levantaron de la silla. Ella luchó, pero fue imposible. El hombre era demasiado fuerte. Sus muñecas y antebrazos estaban tensos, ondulados con venas y músculos haciendo su trabajo.

A través de la bolsa translúcida, su rostro se convirtió en una máscara de terror y desesperación, sus ojos abiertos como platos. Su boca era una enorme O, una luna llena, buscando aire desesperadamente y sin encontrar nada. Ella aspiró el plástico delgado en lugar de oxígeno.

Su cuerpo se tensó y se puso rígido. Era como si fuera la talla de madera de una mujer, con el cuerpo inclinado, ligeramente torcido hacia atrás en el medio. Poco a poco, ella comenzó a calmarse. Se debilitó, disminuyó el forcejeo y luego se detuvo por completo. El guardia le permitió hundirse lentamente en su silla. Se agachó con ella, guiándola. Ahora que estaba muerta, él la trataba con ternura.

El hombre respiró hondo y miró a Omar.

–¿Qué debo hacer con ella?

Omar contempló la noche oscura.

Era una pena matar a una chica tan buena como Aabha, pero estaba contaminada. En cualquier momento, tal vez tan pronto como mañana por la mañana, los estadounidenses se enterarían de que faltaba el virus. Poco después, descubrirían que Aabha fue la última persona que estuvo en el laboratorio y que estaba allí cuando se apagaron las luces.

Se darían cuenta de que la falta de energía fue el resultado de un corte subterráneo deliberado y el fallo de los generadores de respaldo fue el resultado de un sabotaje cuidadoso, realizado hace varias semanas. Harían una búsqueda desesperada de Aabha, una búsqueda sin restricciones y nunca debían encontrarla.

–Que te ayude Abdul. Tiene cubos vacíos y un poco de cemento rápido en el armario del equipo, junto a la sala de máquinas. Llévala allí, lástrala con un cubo de cemento en los pies y suéltala en la parte más profunda del océano. Trescientos metros de profundidad o más, por favor. Me has entendido, ¿no es así?

El hombre asintió con la cabeza. —Sí, señor.

–Perfecto. Luego, lava todas mis sábanas, almohadas y mantas. Debemos ser minuciosos y destruir toda evidencia. En la muy improbable posibilidad de que los estadounidenses ataquen este barco, no quiero que el ADN de la chica esté cerca de mí.

El hombre asintió con la cabeza. —Por supuesto.

–Muy bien —dijo Omar.

Dejó a su guardaespaldas con el cadáver y regresó al dormitorio principal. Era hora de tomar un baño caliente.




CAPÍTULO CINCO


10 de junio

11:15 horas

Condado de Queen Anne, Maryland – Orilla oriental de la bahía de Chesapeake



—Bueno, tal vez deberíamos vender la casa —dijo Luke.

Estaba hablando de su antigua casa de campo frente al mar, a veinte minutos de donde estaban ahora. Luke y Becca habían alquilado una casa diferente, mucho más espaciosa y moderna, para las siguientes dos semanas. A Luke le gustaba más esta nueva casa, pero estaban aquí solo porque Becca no quería volver a su casa.

Él entendía su renuencia, por supuesto. Cuatro noches antes, tanto Becca como Gunner habían sido secuestrados de esa casa y Luke no estaba allí para protegerlos. Podrían haber sido asesinados. Pudo haber sucedido cualquier cosa.

Miró por la ventana grande y luminosa de la cocina. Gunner estaba afuera, vestido con jeans y camiseta, jugando a un juego imaginario, como hacían a veces los niños de nueve años. En unos minutos, Gunner y Luke iban a sacar el bote e ir a pescar.

La vista de su hijo le produjo a Luke una punzada de terror.

¿Y si Gunner hubiera sido asesinado? ¿Y si ambos simplemente hubieran desaparecido, para nunca ser encontrados de nuevo? ¿Qué pasaría si dentro de dos años Gunner ya no jugara a juegos imaginarios? Todo era un revoltijo en la mente de Luke.

Sí, fue horrible, nunca debería haber sucedido. Pero había problemas más grandes. Luke, Ed Newsam y un puñado de personas habían desmantelado un violento intento de golpe de estado y habían reinstaurado lo que quedaba del gobierno, democráticamente elegido, de los Estados Unidos. Era posible que hubieran salvado la democracia estadounidense misma.

Eso estuvo bien, pero Becca no parecía interesada en esos grandes asuntos en este momento.

Estaba sentada a la mesa de la cocina, con una bata azul, bebiendo su segunda taza de café. —Para ti es fácil decirlo, esa casa ha pertenecido a mi familia durante cien años.

El cabello de Rebecca era largo y le caía por los hombros. Sus ojos eran azules, enmarcados por gruesas pestañas. Para Luke, su cara bonita parecía delgada y tensa. Se sintió mal por ello. Se sentía mal por todo el asunto, pero no podía pensar en algo que decir que pudiera mejorarlo.

Una lágrima rodó por la mejilla de Becca. —Mi jardín está allí, Luke.

–Lo sé.

–No puedo trabajar en mi jardín porque tengo miedo. Tengo miedo de mi propia casa, una casa a la que he estado yendo desde que nací.

Luke no dijo nada.

–Y el señor y la señora Thompson… están muertos. Lo sabes, ¿no? Esos hombres los mataron. —Miró a Luke bruscamente. Tenía los ojos ardientes y locos. Becca tenía tendencia a enojarse con él, a veces por asuntos muy pequeños. Si olvidaba fregar los platos o sacar la basura, tenía una mirada en sus ojos similar a la de ahora. Luke la conocía como la mirada de “Es Culpa Tuya”. Y para Luke, en este momento, esa mirada era demasiado.

En su mente, recordó una breve imagen de sus vecinos, el Sr. y la Sra. Thompson. Si Hollywood eligiera a una pareja para el papel de los amables vecinos de al lado, se lo darían a los Thompson. Le gustaban los Thompson y nunca hubiera querido que sus vidas terminaran así. Pero mucha gente murió ese día.

–Becca, yo no maté a los Thompson, ¿de acuerdo? Lamento que estén muertos y siento mucho que esa gente se os llevara a ti y a Gunner. Lo lamentaré durante el resto de mi vida y haré todo lo posible para compensaros a los dos. Pero yo no lo hice, yo no maté a los Thompson, yo no envié personas para secuestrarte. Parece que estás confundiendo las cosas y no lo voy a aceptar.

Él se detuvo. Era un buen momento para dejar de hablar, pero no lo hizo. Sus palabras salieron en un torrente.

–Todo lo que hice fue abrirme camino, a través de una tormenta de disparos y bombas. Hubo gente intentando matarme todo el día y toda la noche. Me dispararon, me bombardearon, me echaron fuera de la carretera. Y salvé a la Presidenta de los Estados Unidos, tu Presidenta, de una muerte casi segura. Eso fue lo que hice.

Respiró hondo, como si acabara de correr un kilómetro.

Se arrepentía de todo, esa era la verdad. Le dolía pensar que el trabajo que él había hecho le había causado dolor a ella, le dolía más de lo que ella nunca podría imaginar. Había dejado el trabajo el año pasado por esa misma razón, pero luego lo llamaron para una misión de una sola noche, una noche que se convirtió en una noche, un día y otra noche imposiblemente larga. Una noche durante la cual pensó que había perdido a su familia para siempre.

Becca ya no confiaba en él, se daba cuenta. Su presencia la asustaba. Él era la causa de lo que había sucedido. Era imprudente, fanático e iba a conseguir que la mataran a ella y a su único hijo.

Las lágrimas corrían silenciosamente por su rostro. Pasó un largo minuto.

–¿Acaso importa? —dijo ella.

–¿El qué?

–¿Importa quién sea el Presidente? Si Gunner y yo estuviéramos muertos, ¿realmente te importaría quién fuera el Presidente?

–Pero estáis vivos —dijo—, no estáis muertos. Estáis vivos y bien. Hay una gran diferencia.

–Está bien —dijo—, estamos vivos. —Era un acuerdo, pero no era un trato.

–Quiero decirte algo —dijo Luke. —Me estoy retirando. Ya no lo voy a hacer más. Puede que tenga que tener algunas reuniones en los próximos días, pero no voy a realizar más tareas. Ya he hecho mi parte, ahora se acabó.

Ella sacudió la cabeza, pero solo un poco. Era como si ni siquiera tuviera energía para moverse. —Eso ya lo he oído antes.

–Sí. Pero esta vez lo digo en serio.


*

—Tienes que mantener siempre el bote en equilibrio.

–Vale —dijo Gunner.

Él y su padre cargaron el equipo en el bote. Gunner llevaba jeans, una camiseta y un gran sombrero de pesca flexible, para que no le diera demasiado sol en la cara. También llevaba un par de gafas de sol Oakley que su padre le había dado, porque le parecían geniales. Su padre llevaba exactamente el mismo par.

La camiseta estaba bien, era de “28 días después”, una película de zombis bastante impresionante con gente inglesa. El problema de la camiseta era que no tenía zombis dibujados, solo un símbolo rojo de riesgo biológico contra un fondo negro. Supuso que eso tenía sentido. Los zombis de la película no eran realmente muertos vivientes. Eran personas que se infectaron con un virus.

–Desliza la nevera de babor a estribor —dijo su padre.

Su padre sabía una serie de palabras locas que usaba cuando iban a pescar. A Gunner le hacían reír a veces. —¡De babor a estribor! —gritó— Sí, sí, Capitán.

Su padre hizo un gesto con la mano para mostrar la ubicación que quería; en el medio, centrado, no cerca del riel trasero donde Gunner lo había puesto originalmente. Gunner deslizó el gran refrigerador azul a su lugar.

Se pusieron de pie, uno frente al otro. Su papá le dirigió una mirada divertida detrás de sus gafas de sol. —¿Cómo estás, hijo?

Gunner vaciló. Sabía que estaban preocupados por él. Los había escuchado susurrar su nombre en medio de la noche. Pero él estaba bien, de verdad lo estaba. Había tenido miedo y todavía tenía un poco. Incluso había llorado mucho, pero eso estaba bien. Se suponía que llorabas a veces. No se suponía que debías contenerlo.

–¿Gunner?

Bueno, también podría hablar de ello.

–Papá, a veces matas gente, ¿no?

Su papá asintió. —A veces, sí. Es parte de mi trabajo. Pero solo mato a los malos.

–¿Cómo puedes saber la diferencia?

–Unas veces es difícil y otras veces es fácil. Los tipos malos hacen daño a las personas que son más débiles que ellos, o a personas inocentes que solo se ocupan de sus propios asuntos. Mi trabajo es evitar que lo hagan.

–¿Como los hombres que mataron al Presidente?

Su papá asintió.

–¿Los mataste?

–Maté a algunos de ellos, sí.

–¿Y los hombres que nos llevaron a mamá y a mí? Tú también los mataste, ¿no?

–Lo hice, sí.

–Me alegro de que lo hayas hecho, papá.

–Yo también, monstruo. Eran el tipo exacto de hombres a los que hay que matar.

–¿Eres el mejor asesino del mundo?

Su padre sacudió la cabeza y sonrió. —No lo sé, amigo. No creo que lleven la cuenta de quiénes son los mejores asesinos. Esto no es como un deporte. No hay un campeón mundial de asesinatos. En cualquier caso, me estoy retirando de todo. Quiero pasar más tiempo contigo y con mamá.

Gunner lo pensó. Había visto un programa de noticias sobre su padre en la televisión el día anterior. Realmente fue solo un segmento corto, pero salió la foto y el nombre de su padre y un vídeo de su padre cuando era más joven y estaba en el Ejército. Luke Stone, operador de las Fuerzas Delta. Luke Stone, Equipo de Respuesta Especial del FBI. Luke Stone y su equipo habían salvado al gobierno de los Estados Unidos.

–Estoy orgulloso de ti, papá. Aunque nunca llegues a ser campeón del mundo.

Su papa se rio. Hizo un gesto hacia el muelle. —Está bien, ¿estamos listos?

Gunner asintió con la cabeza.

–Saldremos, echaremos el ancla, veremos si podemos encontrar alguna lubina alimentándose en la marea baja.

Gunner asintió con la cabeza. Se alejaron del muelle y avanzaron lentamente a través de la zona de velocidad restringida. Se preparó mientras el bote aceleraba.

Gunner examinó el horizonte delante de ellos. Era el observador y tenía que mantener los ojos agudos y la cabeza giratoria, como le gustaba decir a su padre. Habían salido a pescar tres veces antes en la primavera, pero no habían capturado nada. Cuando sales a pescar y vuelves sin nada, papá llamaba a eso estar “en blanco”. En este momento, estaban en blanco a lo grande.

En unos momentos, Gunner vio algunas salpicaduras a media distancia, desde la parte de estribor. Algunas golondrinas de mar blancas se zambullían y caían como bombas al agua.

–¡Hey, mira!

Su papá asintió y sonrió.

–¿Lubinas?

Papá sacudió la cabeza. —Carpas. —Luego dijo: —Espera.

Arrancó el motor y pronto empezaron a deslizarse, aun acelerando, mientras el bote se abría paso, con Gunner casi arrojado hacia atrás. Un minuto después, subieron al agua blanca, el bote desaceleró y se acomodaron en las olas.

Gunner agarró las dos largas cañas de pescar con los anzuelos individuales. Le entregó una a su padre y luego echó al agua la suya sin esperar. Casi al instante, sintió un tirón, un fuerte tirón. Una vida salvaje entró por la borda, vibrando de vida. Una fuerza invisible casi le arrancó la caña de las manos. El sedal se rompió y se aflojó. La carpa lo había roto. Se giró para decírselo a su padre, pero el hombre también estaba enganchado, con la caña doblada.

Gunner agarró una red y se preparó. El pez azul: plateado, azul, verde, blanco y muy, muy enfadado, fue sacado del agua hacia la barca.

–Buen pescado.

–¡Un rompecorazones!

El pez azul se dejó caer en la cubierta, atrapado en la malla verde de la red de mano.

–¿Lo conservaremos?

–No. Nos quedamos en blanco, pero estamos aquí por las lubinas. Los azules son emocionantes, pero las lubinas rayadas son más grandes y también son mejores a la parrilla.

Soltaron el pez: Gunner observó a su padre agarrar el pescado azul que todavía se sacudía y le quitó el anzuelo, sus dedos a centímetros de esos dientes hambrientos. Su padre dejó caer el pescado por el costado, donde con un rápido latigazo se dirigió hacia las profundidades.

Tan pronto como el pez desapareció, el teléfono de su padre comenzó a sonar. Su papá sonrió y miró el teléfono. Luego lo dejó a un lado. Zumbó y vibró. Después de un rato, se detuvo. Pasaron diez segundos antes de que volviera a sonar.

–¿No vas a responder? —dijo Gunner.

Su papá sacudió la cabeza. —No, de hecho, lo voy a apagar.

Gunner sintió una oleada de miedo en el estómago. —Papá, tienes que responder. ¿Qué pasa si es una emergencia? ¿Qué pasa si los hombres malos se hacen cargo de nuevo?

Su padre miró a Gunner por un largo segundo. El teléfono dejó de zumbar. Entonces comenzó de nuevo. Él respondió.

–Stone —dijo.

Hizo una pausa y su rostro se oscureció. —Hola Richard. Sí, el Jefe de Gabinete de Susan. Claro que he oído hablar de ti. Pues escucha: sabes que me estoy tomando un descanso, ¿verdad? Ni siquiera he decidido si sigo en el Equipo de Respuesta Especial, o como se llame ahora. Sí, lo entiendo, pero siempre hay algo urgente. Nadie me llama a casa y me dice que no es urgente. Bien, bien. Si la Presidenta dice en serio que quiere una reunión, entonces puede llamarme personalmente. Ella sabe dónde encontrarme, ¿de acuerdo? Gracias.

Cuando su padre colgó, Gunner lo miró. No parecía que se estuviera divirtiendo tanto como hace un minuto. Gunner sabía que si la Presidenta llamaba, su padre rápidamente haría sus maletas e iría a algún lado. Otra misión, tal vez más tipos malos que matar. Y dejaría a Gunner y a su madre solos en casa otra vez.

–Papá, ¿la Presidenta te va a llamar?

Su papá revolvió el cabello de Gunner. —Monstruo, espero que no. Ahora, ¿qué me dices? Vamos a pescar unas lubinas.


*

Horas después, la Presidenta aún no había llamado.

Luke y Gunner habían atrapado tres buenas lubinas y Luke le enseñó a Gunner cómo destriparlas, limpiarlas y filetearlas. No era la primera vez, pero repitiendo es como se aprende.  Becca incluso intervino, llevando una botella de vino al patio y colocando un plato de queso y galletas saladas en la mesa al aire libre.

Luke estaba encendiendo la parrilla cuando sonó el teléfono.

Miró a su familia. Se habían congelado en el primer timbrazo. Él y Becca hicieron contacto visual. Ya no podía leer lo que había en sus ojos. Fuera lo que fuera, no era una mirada de apoyo. Él contestó el teléfono.

Una voz profunda, un hombre: —¿Agente Stone?

–Sí.

–Por favor, espere, le va a hablar la Presidenta de los Estados Unidos.

Se quedó entumecido, escuchando el silencio.

El teléfono hizo clic y ella apareció. —¿Luke?

–Susan.

Su mente regresó a una imagen de ella, guiando a todo el país y a gran parte del mundo, a cantar “God Bless America”. Fue un momento increíble, pero eso fue todo, un momento. Ese era el tipo de cosas en las que los políticos eran buenos. Era prácticamente un truco de salón.

–Luke, tenemos una crisis entre manos.

–Susan, siempre tenemos una crisis entre manos.

–En este momento, estoy metida hasta el culo entre caimanes.

Vaya, no había escuchado esa expresión hace tiempo.

–Vamos a tener una reunión, aquí en la casa. Necesito que vengas.

–¿Cuándo es la reunión?

Ella no lo dudó. —Dentro de una hora.

–Susan, con el tráfico, estoy a dos horas de distancia. Eso en un día bueno. En este momento, la mitad de las carreteras aún están cortadas.

–No estarás atascado en el tráfico. Hay un helicóptero de camino hacia donde estás ahora. Estará allí en catorce minutos.

Luke volvió a mirar a su familia. Becca se sirvió una copa de vino y se sentó frente a él, mirando hacia el sol de la tarde que se hundía en el agua. Gunner miró el pescado a la parrilla.

–De acuerdo —dijo Luke al teléfono.




CAPÍTULO SEIS


18:45 horas

Observatorio Naval de los Estados Unidos – Washington, DC



—Agente Stone, soy Richard Monk, Jefe de Gabinete de la Presidenta. Hablamos antes por teléfono.

Luke había salido del helipuerto del Observatorio Naval hacía cinco minutos. Le estrechó la mano a un tipo alto y en forma, tal vez de treinta y tantos años, probablemente de la misma edad de Luke. El hombre llevaba una camisa azul, con las mangas enrolladas en los antebrazos. Su corbata estaba torcida. La parte superior de su cuerpo era científicamente musculosa, como en un anuncio de Men’s Health. Trabajaba duro y jugaba duro, eso es lo que el aspecto de Richard Monk le decía a cualquiera que le viera.

Caminaron por el pasillo de mármol de la Nueva Casa Blanca, hacia unas amplias puertas dobles al final. —Hemos convertido nuestra antigua sala de conferencias en un gabinete de crisis —dijo Monk. —Es un trabajo en progreso, pero vamos a completarlo.

–Tienes suerte de estar vivo, ¿verdad? —dijo Luke

La máscara de confianza en la cara del hombre vaciló, solo por un segundo. El asintió. —La Vicepresidenta… Bueno, ella era la Vicepresidenta en ese momento. La Presidenta, yo y un grupo de empleados estábamos de gira por la Costa Oeste cuando el Presidente Hayes la convocó para que regresara al este. Fue muy repentino y yo me quedé en Seattle con algunas personas, para atar algunos cabos sueltos. Cuando sucedió lo de Mount Weather…

Sacudió la cabeza. —Es demasiado horrible. Pero sí, ese podría haber sido yo también.

Luke asintió con la cabeza. Los trabajadores seguían sacando cuerpos de Mount Weather días después del desastre. Trescientos hasta ahora y subiendo. Entre ellos estaban el ex Secretario de Estado, el ex Secretario de Educación, el ex Secretario del Interior, el jefe de la NASA y decenas de Representantes y Senadores de los Estados Unidos.

Los bomberos no consiguieron apagar el foco principal del incendio subterráneo hasta ayer.

–¿Cuál es la crisis por la que Susan me ha hecho venir? —dijo Luke

Monk hizo un gesto hacia el final del pasillo. —Uh, la Presidenta Hopkins está en la sala de conferencias junto con algunos empleados clave. Creo que voy a dejar que te cuenten ellos lo que sucede.

Atravesaron las puertas dobles y entraron en la habitación. Más de una docena de personas estaban sentadas alrededor de una gran mesa ovalada. Susan Hopkins, Presidenta de los Estados Unidos, estaba sentada en el lado de la habitación más alejado de la puerta. Era pequeña, casi modesta, rodeada de hombres grandes. Dos agentes del Servicio Secreto estaban de pie a ambos lados de ella. Tres más se repartían en varios rincones de la habitación.

Un hombre de aspecto nervioso estaba de pie a la cabecera de la mesa. Era alto, calvo, un poco panzudo, con gafas y un traje que no le quedaba bien. Luke lo evaluó en dos segundos. Este no era su lugar habitual y creía estar en serios problemas. Parecía un hombre que estaba siendo asado por todos lados.

Susan se puso de pie. —Todos, antes de comenzar, quiero presentarles al Agente Luke Stone, anteriormente miembro del Equipo de Respuesta Especial del FBI. Me salvó la vida hace unos días y fue fundamental para salvar la República, tal como la conocemos. No es una exageración, no creo haber conocido a un agente tan hábil, experto y valiente ante la adversidad. Es un logro para nuestra nación, nuestras Fuerzas Armadas y nuestra comunidad de inteligencia que escojamos y entrenemos a hombres y mujeres como el Agente Stone.

Ahora todos se pusieron de pie y aplaudieron. Para los oídos de Luke, los aplausos sonaron rígidos y formales. Estas personas tenían que aplaudir, la Presidenta quería que lo hicieran. Levantó una mano, tratando de detenerlos; la situación era absurda.

–Hola —dijo cuando terminaron los aplausos. —Lo siento, llego tarde.

Luke se sentó en una silla vacía. El hombre de pie enfrente lo miraba directamente. Ahora Luke no podía decir qué había en los ojos del hombre. ¿Esperanza? Tal vez. Parecía un delantero desesperado, a punto de lanzar un pase largo en dirección a Luke.

–Luke —dijo Susan. —Este es el Dr. Wesley Drinan, Director del Laboratorio Nacional de Galveston, en la Rama Médica de la Universidad de Texas. Nos está informando sobre una posible violación de seguridad en su laboratorio de Bioseguridad de Nivel 4.

–Ah —dijo Luke. —De acuerdo.

–Agente Stone, ¿está familiarizado con los laboratorios de Bioseguridad de Nivel 4?

–Por favor, llámame Luke. Estoy familiarizado con el término. Sin embargo, tal vez puedas darme algunas indicaciones rápidas.

Drinan asintió con la cabeza. —Por supuesto. Te daré la versión resumida. Los laboratorios de Bioseguridad de Nivel 4 tienen el más alto nivel de seguridad cuando se trata con agentes biológicos. El nivel 4 de bioseguridad es el requerido para trabajar con virus y bacterias peligrosos y exóticos, que presentan un alto riesgo de infecciones de laboratorio, así como aquellos que causan enfermedades, de graves a mortales, en humanos. Estas son enfermedades para las cuales las vacunas u otros tratamientos no están disponibles actualmente. En general, estoy hablando del Ébola, Marburgo y algunos de los virus hemorrágicos emergentes que acabamos de descubrir en las regiones de la selva profunda de África y América del Sur. A veces también manejamos virus de gripe recientemente mutados, hasta que comprendamos sus mecanismos de transmisión, tasas de infección, tasas de mortalidad, etc.

–Está bien —dijo Luke. —Lo entiendo. ¿Y algo fue robado?

–No lo sabemos. Falta algo, pero no sabemos lo que pasó.

Luke no habló. Simplemente asintió con la cabeza al hombre para que siguiera hablando.

–Sufrimos un corte de energía hace dos noches. Eso en sí mismo ya es raro, pero es más raro aún que nuestros generadores de respaldo no se pusieron en marcha de inmediato. La instalación está diseñada para que, en caso de interrupción del suministro, debe haber un cambio inmediato de la alimentación principal a la alimentación de respaldo. Esto no sucedió así, sino que la instalación fue derivada a las reservas de emergencia, que es un estado de baja potencia que solo mantiene en funcionamiento los sistemas esenciales.

–¿Qué tipo de sistemas no esenciales fallaron? —dijo Luke

Drinan se encogió de hombros. —Lo que puedes imaginar: luces, ordenadores, sistemas de cámara…

–¿Cámaras de seguridad?

–Sí.

–¿Dentro de las instalaciones?

–Sí.

–¿Había alguien dentro?

El hombre asintió con la cabeza. —Había dos personas dentro en ese momento. Uno era un guardia de seguridad llamado Thomas Eder. Ha trabajado en las instalaciones durante quince años. Estaba en el puesto de guardia y no dentro de la instalación de contención. Lo hemos entrevistado, al igual que la policía y la Oficina de Investigación de Texas y está cooperando.

–¿Quién más?

–Uh, había una científica dentro de la instalación de contención. Se llama Aabha Rushdie, es de la India. Es una buena persona y una muy buena científica. Estudió en Londres, ha realizado múltiples entrenamientos en Bioseguridad de Nivel 4 y tiene todas las autorizaciones de seguridad requeridas. Lleva tres años con nosotros y he trabajado directamente con ella en muchas ocasiones.

–Está bien… —dijo Luke.

–Cuando se fue la luz, perdió temporalmente el flujo en su manguera de aire. Esta es una situación potencialmente peligrosa. También se quedó en una oscuridad total. Se asustó y parece que Thomas Eder pudo haberle permitido salir de la instalación sin seguir todos los protocolos de seguridad requeridos.

Luke sonrió Esto parecía fácil. —¿Y entonces notaron que algo faltaba?

Drinan vaciló. —Al día siguiente, un inventario reveló que un vial de un virus Ébola muy específico había desaparecido.

–¿Alguien ha hablado con la señorita Rushdie?

Drinan sacudió la cabeza. —Ella también ha desaparecido. Ayer, un ranchero encontró su automóvil en una propiedad aislada en la región montañosa, a cincuenta kilómetros al oeste de Austin. La policía estatal sugiere que los coches abandonados de esa manera son a menudo una señal de engaño. Ella no está en su apartamento. Hemos tratado de contactar con su familia en Londres, sin suerte.

–¿Tendría alguna razón para robar el virus Ébola?

–No, es imposible de creer. He luchado con esto durante dos días. La Aabha que conozco no es alguien que… ni siquiera puedo decirlo. Ella simplemente no es así. No entiendo lo que está pasando, me temo que podría haber sido secuestrada o haber caído en manos de delincuentes. Estoy sin palabras.

–Ni siquiera hemos llegado a la peor parte —dijo Susan Hopkins abruptamente. —Dr. Drinan, ¿puede explicarle al agente Stone sobre el virus en sí, por favor?

El buen doctor asintió. Miró a Stone.

–El Ébola está armado. Es similar al Ébola que se encuentra en la naturaleza, como el que mató a diez mil personas durante el brote de África occidental, solo que peor. Es más virulento, de acción más rápida, se puede transmitir más fácilmente y tiene una mayor tasa de mortalidad. Es una sustancia muy peligrosa. Necesitamos recuperarlo, destruirlo o determinar a nuestra satisfacción que ya estaba destruido.

Luke se volvió hacia Susan.

–Queremos que vayas allá abajo —dijo ella. —Mira lo que puedes averiguar.

Esas eran exactamente las palabras que Luke no quería escuchar. Por teléfono, ella lo había invitado a una reunión, pero lo había traído aquí para encomendarle una misión.

–Me pregunto —dijo—, si podemos hablar de esto en privado.


*

—¿Podemos traerte algo? —dijo Richard Monk— ¿Café?

–Claro, tomaré una taza de café —dijo Luke.

No le importaría tomar un café en este momento, pero sobre todo aceptó la oferta porque pensó que eso haría que Monk saliera de la habitación. Incorrecto, Monk simplemente levantó el teléfono y pidió algo de la cocina de abajo.

Luke, Monk y Susan estaban en una sala de estar en el piso de arriba, cerca de la vivienda familiar. Luke sabía que la familia de Susan no vivía aquí. Cuando era Vicepresidenta, él no le había prestado mucha atención, pero de alguna manera percibía que ella y su esposo estaban separados.

Luke se recostó en un cómodo sillón. —Susan, antes de comenzar, quiero decirte algo. He decidido retirarme, con efecto inmediato. Te lo digo antes de decírselo a nadie más, para que puedas encontrar a otra persona para dirigir el Equipo de Respuesta Especial.

Susan no habló.

–Stone —dijo Monk—, es mejor que lo sepas ahora. El Equipo de Respuesta Especial está en la guillotina, está acabado. Don Morris estuvo involucrado en el golpe, desde el principio. Es al menos parcialmente responsable de una de las peores atrocidades que jamás haya tenido lugar en suelo estadounidense. Y él creó el Equipo de Respuesta Especial. Estoy seguro de que puedes entender que la seguridad, y especialmente la seguridad de la Presidenta, es lo más importante en nuestro radar en este momento. No es solo el Equipo de Respuesta Especial. Estamos investigando sub-agencias sospechosas dentro de la CIA, la Agencia Nacional de Seguridad y el Pentágono, entre otros. Necesitamos erradicar a los conspiradores, para que nada parecido vuelva a suceder.

–Entiendo tu preocupación —dijo Luke.

Y lo hacía. El gobierno era frágil en este momento, tal vez tan frágil como nunca antes lo había sido. El Congreso fue eliminado en su mayor parte y una supermodelo retirada se había elevado a la Presidencia. Se había demostrado que los Estados Unidos tenía los pies de barro y si todavía había golpistas, no había razón para que no pudieran hacer otro intento de golpe de estado.

–Si vas a eliminar el Equipo de Respuesta Especial de todos modos, este es el momento perfecto para que me vaya. —Cuanto más decía cosas como esta, más real se volvía para él.

Era hora de reunir a su familia. Era hora de recrear ese lugar idílico en su mente donde él, Becca y Gunner podrían estar solos, lejos de estas preocupaciones, donde, aunque sucediera lo peor, no importaría tanto.

Demonios, tal vez debería irse a casa y preguntarle a Becca si quería mudarse a Costa Rica. Gunner podría crecer bilingüe. Podrían vivir en la playa en alguna parte. Becca podría tener un jardín exótico. Luke podría ir a surfear un par de veces a la semana. La costa oeste de Costa Rica tenía algunas de las mejores olas de las Américas.

Susan habló por primera vez. —Es un momento horrible para que te vayas. El momento no podría ser peor. Tu país te necesita.

Él la miro. —¿Sabes qué, Susan? Eso no es realmente cierto. Piensas eso porque soy el tipo que viste en acción, pero hay un millón de tipos como yo. Hay muchachos más capaces que yo, más experimentados, más sensatos. Parece que no lo sepas, pero algunas personas piensan que soy un bala perdida.

–Luke, no puedes dejarme aquí —dijo. —Estamos al borde del desastre. Me he quedado atrapada en un papel para el que no estaba… no esperaba esto. No sé en quién confiar. No sé quién es bueno y quién es malo. Estoy medio esperando doblar una esquina y recibir una bala en la cabeza. Necesito a mi gente a mi alrededor. Gente en la que pueda poner toda mi fe.

–¿Soy uno de tu gente?

Ella lo miró directamente a los ojos. —Me salvaste la vida.

Richard Monk interrumpió la conversación. —Stone, lo que no sabes es que el Ébola es replicable. Eso no se mencionó en la reunión. Wesley Drinan nos dijo en confianza que es posible que personas con el equipo y los conocimientos adecuados puedan fabricar más. Lo último que necesitamos es un grupo desconocido de personas corriendo con el virus del Ébola armado, tratando de almacenarlo.

Luke volvió a mirar a Susan.

–Coge este trabajo —dijo Susan. —Averigua qué pasó con la mujer desaparecida. Encuentra el Ébola que falta. Cuando regreses, si realmente quieres jubilarte, nunca te pediré que hagas nada más. Empezamos algo juntos hace unas noches. Haz esto por mí y estaré lista para decir que el trabajo ha terminado.

Sus ojos nunca se apartaron de los de él. Ella era una política típica en muchos sentidos. Cuando te buscaba, te encontraba. Era difícil decirle que no.

Él suspiró. —Me puedo ir por la mañana.

Susan sacudió la cabeza. —Ya tenemos un avión esperándote.

Los ojos de Luke se abrieron, sorprendidos. Respiró hondo.

–Está bien —dijo finalmente. —Pero primero necesito reunir a algunas personas del Equipo de Respuesta Especial. Estoy pensando en Ed Newsam, Mark Swann y Trudy Wellington. Newsam está de baja por lesión en este momento, pero estoy bastante seguro de que volverá si se lo pido.

Una mirada pasó entre Susan y Monk.

–Ya nos hemos puesto en contacto con Newsam y Swann —dijo Monk. —Ambos están de acuerdo y van camino al aeropuerto. Me temo que Trudy Wellington no será posible.

Luke frunció el ceño. —¿Ella no quiere?

Monk se quedó mirando una libreta amarilla en sus manos. Se hizo una nota rápida para sí mismo. No se molestó en mirar hacia arriba. —No lo sabemos porque no hemos contactado con ella. Desafortunadamente, usar a Wellington está fuera de discusión.

Luke se volvió hacia Susan.

–¿Susan?

Ahora Monk sí levantó la vista. Echó un vistazo a Luke y Susan. Habló de nuevo antes de que Susan dijera una palabra.

–Wellington está contaminada. Ella era la amante de Don Morris, simplemente no hay forma de que ella pueda formar parte de esto. Ni siquiera va a ser empleada del FBI dentro de un mes y para entonces podría estar acusada de traición.

–Ella me dijo que no sabía nada —dijo Luke.

–¿Y tú la crees?

Luke ni siquiera se molestó en responder esa pregunta. No sabía la respuesta. —La quiero en el equipo —dijo simplemente.

–¿O?

–Dejé a mi hijo mirando un pez rayado en la parrilla esta noche, una lubina que pescamos juntos. Podría comenzar mi retiro ahora mismo. Disfruté un poco como profesor universitario. Tengo muchas ganas de volver a ello. Y tengo muchas ganas de ver crecer a mi hijo.

Luke miró a Monk y Susan. Le devolvieron la mirada.

–¿Entonces? —dijo— ¿Qué pensáis?




CAPÍTULO SIETE


11 de junio

02:15 horas

Ciudad de Ybor, Tampa, Florida



Era un trabajo peligroso.

Tan peligroso que no le gustaba salir a la planta del laboratorio.

–Sí, sí —dijo por teléfono. —Tenemos cuatro personas en este momento. Tendremos seis cuando el turno cambie. ¿Esta noche? Es posible. No quiero prometer demasiado. Llámame alrededor de las diez de la mañana y tendré una mejor idea.

Escuchó por un momento. —Bueno, yo diría que una camioneta sería lo suficientemente grande. Ese tamaño puede volver fácilmente al muelle de carga. Estas cosas son más pequeñas de lo que el ojo puede ver. Ni siquiera billones de ellos ocupan tanto espacio. Si tuviéramos que hacerlo, podríamos meterlo todo en el maletero de un automóvil. Pero si es así, sugeriría dos coches. Uno para ir por carretera y otro para ir al aeropuerto.

El colgó el teléfono. El nombre en clave del hombre era Adam. El primer hombre, porque fue el primer hombre contratado para este trabajo. Entendía completamente los riesgos, aunque los demás no. Solo él conocía todo el alcance del proyecto.

Observó el suelo del pequeño almacén a través de la gran ventana de la oficina. Estaban trabajando las veinticuatro horas, en tres turnos. La gente que había allí ahora, tres hombres y una mujer, vestían batas blancas de laboratorio, gafas, máscaras de ventilación, guantes de goma y botas en sus pies.

Los trabajadores habían sido seleccionados por su capacidad para desarrollar microbiología simple. Su trabajo consistía en cultivar y multiplicar un virus, utilizando el medio alimentario que Adam les suministró, luego congelar en seco las muestras para su posterior transporte y transmisión por aerosol. Era un trabajo tedioso, pero no difícil. Cualquier asistente de laboratorio o estudiante de bioquímica de segundo año podría hacerlo.

El horario de veinticuatro horas significaba que las existencias de virus liofilizados estaban creciendo muy rápidamente. Adam informaba a sus empleadores cada seis u ocho horas y siempre expresaban su satisfacción con el ritmo. El día anterior, su placer había comenzado a dar paso al deleite. El trabajo pronto estaría completo, tal vez tan pronto como hoy mismo.

Adam sonrió ante eso. Sus empleadores estaban muy satisfechos y le pagaban muy, muy bien.

Tomó un sorbo de café de una taza de espuma de poliestireno y continuó observando a los trabajadores. Había perdido la cuenta de la cantidad de café que había consumido en los últimos días, pero era mucho. Los días comenzaban a desdibujarse. Cuando se agotaba, se recostaba en el catre de su oficina y dormía un rato. Llevaba el mismo equipo de protección que los trabajadores del laboratorio. No se lo había quitado en dos días y medio.

Adam había hecho todo lo posible para construir un laboratorio improvisado en aquel almacén alquilado. Había hecho todo lo posible para proteger a los trabajadores y a sí mismo. Tenían ropa protectora disponible. Había una habitación en la que desechar la ropa después de cada turno y había duchas para que los trabajadores eliminaran cualquier residuo.

Pero también había limitaciones de financiación y tiempo a considerar. El plazo de entrega era corto y, por supuesto, estaba la cuestión del secreto. Sabía que las protecciones no estaban a la altura de los estándares de los Centros Estadounidenses para el Control de Enfermedades: aunque hubiera tenido un millón de dólares y seis meses para construir este lugar, no hubiera sido suficiente.

Al final, había construido el laboratorio en menos de dos semanas. Estaba ubicado en un distrito accidentado de viejos almacenes bajos, en lo más profundo de un vecindario que durante mucho tiempo había sido un centro de inmigración, cubana y de otro tipo, a los Estados Unidos.

Nadie repararía en el lugar. No había señales en el edificio y estaba codo a codo con una docena de edificios similares. El contrato de arrendamiento estaba pagado durante los siguientes seis meses, a pesar de que solo necesitarían la instalación durante un tiempo muy corto. Tenía su propio pequeño aparcamiento y los trabajadores iban y venían como los trabajadores de almacenes y fábricas en todas partes, en intervalos de ocho horas.

Los trabajadores estaban bien pagados, en efectivo y pocos de ellos hablaban inglés. Los trabajadores sabían qué hacer con el virus, pero no sabían exactamente qué estaban manejando o para qué. Una redada policial era poco probable.

Aun así, le ponía nervioso estar tan cerca del virus. Se sentiría aliviado al terminar esta parte del trabajo, recibir su pago final y luego evacuar este lugar como si nunca hubiera estado aquí. Después de eso, tomaría un vuelo a la costa oeste. Para Adam, había dos partes en este trabajo. Una aquí y otra… en otro lugar.

Y la primera parte terminaría pronto.

¿Hoy? Sí, tal vez hoy mismo.

Dejaría el país por un tiempo, lo había decidido. Después de que todo esto hubiera terminado, se tomaría unas buenas vacaciones. La costa sur de Francia le sonaba bien ahora. Con el dinero que ganaba, podía ir a donde quisiera.

Era simple: una camioneta, o un coche, o quizás dos coches entrarían al patio. Adam cerraría las puertas para que nadie en la calle pudiera ver lo que estaba sucediendo. Sus trabajadores tardarían unos minutos en cargar los materiales en los vehículos. Se aseguraría de que fueran cuidadosos, así que tal vez se requerirían veinte minutos en total.

Adam sonrió para sus adentros. Poco después de terminar la carga, él estaría en un avión hacia la costa oeste. Poco después de eso, la pesadilla comenzaría. Y no había nada que nadie pudiera hacer para detenerlo.




CAPÍTULO OCHO


05:40 horas

El cielo sobre Virginia Occidental



El Learjet de seis asientos chilló a través del cielo de la madrugada. El jet era azul oscuro, con el logo del Servicio Secreto a un lado. Detrás de él, un rayo del sol naciente asomaba por encima de las nubes.

Luke y su equipo utilizaban los cuatro asientos delanteros de pasajeros como su área de reunión. Guardaban su equipaje y su equipo en los asientos de atrás.

Tenía el equipo unido de nuevo. En el asiento a su lado estaba sentado el gran Ed Newsam, con pantalones militares color caqui y una camiseta de manga larga. Tenía un par de muletas a un lado de su asiento, justo debajo de la ventana.

Frente a Luke y a la izquierda, estaba Mark Swann. Era alto y delgado, con cabello rubio rojizo y gafas. Estiraba sus largas piernas hacia el pasillo. Llevaba un viejo par de jeans rotos y un par de zapatillas rojas Chuck Taylor. Había sido liberado de su misión como señuelo pedófilo y parecía que no podría estar mucho más satisfecho de lo que estaba.

Directamente frente a Luke estaba sentada Trudy Wellington. Tenía el pelo castaño y rizado, era delgada y atractiva, con un suéter verde y pantalones. Llevaba grandes gafas redondas en la cara. Era muy bonita, pero las gafas la hacían parecer casi como un búho.

Luke se sentía bien, no genial. Había llamado a Becca antes de partir. La conversación no había ido bien. Apenas había ido en absoluto.

–¿A dónde vas? —dijo ella.

–Texas. Galveston. Ha habido una violación de seguridad en un laboratorio allí.

–¿El laboratorio de Bioseguridad de Nivel 4? —dijo ella. Becca era una investigadora del cáncer. Ella había estado trabajando en una cura para el melanoma durante algunos años. Era parte de un equipo, con sede en varias instituciones de investigación diferentes, que había tenido cierto éxito al matar células de melanoma, inyectándoles el virus del herpes.

Luke asintió con la cabeza. —Así es. El laboratorio de Bioseguridad de Nivel 4.

–Es peligroso —dijo —Te das cuenta de eso, estoy segura.

Casi se rio. —Cariño, no me llaman cuando es seguro.

Su voz era fría. —Bueno, por favor ten cuidado. Te amamos, lo sabes.

Te amamos.

Era una forma extraña de decirlo, como si ella y Gunner como equipo lo amaran, pero no necesariamente como individuos.

–Lo sé —dijo. —Yo también os quiero mucho.

Se hizo el silencio en la línea.

–Becca?

–Luke, no puedo garantizar que estaremos aquí cuando regreses.

Ahora, a bordo del avión, sacudió la cabeza para despejarse. Era parte del trabajo. Tenía que compartimentar. Estaba teniendo problemas familiares, sí, y no sabía cómo arreglarlos. Pero tampoco podía llevarlos con él a Galveston. Lo distraerían de lo que estaba haciendo y eso podría ser peligroso para él y para todos los involucrados. Su concentración en el asunto en cuestión tenía que ser total.

Miró por la ventana. El jet cruzó el cielo, avanzando rápido. Debajo de ellos, pasaban nubes blancas. Tomó un respiro profundo.

–Muy bien, Trudy —dijo. —¿Qué tienes para nosotros?

Trudy levantó su tablet para que todos la vieran, sonriendo positivamente.

–Me devolvieron mi vieja tablet. Gracias, jefe.

Sacudió la cabeza y sonrió solo un poco. —Llámame Luke. Ahora, cuéntanoslo, por favor.

–Voy a asumir que nadie tiene conocimiento previo.

Luke asintió con la cabeza. —Perfecto.

–Bien, estamos de camino al Laboratorio Nacional de Galveston, Texas. Es una de las cuatro instalaciones conocidas de Nivel 4 de Bioseguridad en los Estados Unidos. Son las instalaciones de investigación de microbiología de mayor seguridad, con los protocolos de seguridad más exhaustivoss para los trabajadores. Estas instalaciones se ocupan de algunos de los virus y bacterias más letales e infecciosos conocidos por la ciencia.

Swann levantó una mano. —Dices que es una de las cuatro instalaciones conocidas. ¿Hay instalaciones desconocidas?

Trudy se encogió de hombros. —Ciertas corporaciones de ciencias naturales, especialmente las que están estrechamente controladas, podrían tener instalaciones de Bioseguridad de Nivel 4 sin que el gobierno lo supiera. Sí, es posible.

Swann asintió con la cabeza.

–Lo diferente de esta instalación en Galveston es que las otras tres instalaciones de Bioseguridad de Nivel 4 están ubicadas en infraestructuras gubernamentales altamente seguras. Galveston es el único laboratorio que está en un campus académico, un hecho que se planteó reiteradamente como una preocupación de seguridad, antes de que la instalación se abriera por primera vez en 2006.

–¿Qué hicieron al respecto? —dijo Ed Newsam.

Trudy sonrió de nuevo. —Prometieron que tendrían mucho cuidado.

–Fantástico —dijo Ed.

–Vayamos al grano —dijo Luke.

Trudy asintió con la cabeza. —De acuerdo. Hace tres noches, hubo un corte de energía.

Luke se movió un poco mientras Trudy revisaba el material que el director del laboratorio le dio a Susan y su personal la noche anterior. La guardia nocturna, la mujer, el frasco de Ébola. Lo oía todo, pero apenas escuchaba.

Una imagen de Becca y Gunner en el patio cuando él se iba apareció en su mente. Intentó aplastarla, pero persistía. Durante un largo segundo, todo lo que veía era a Gunner mirando con desánimo el pez rayado en la parrilla.

–Suena a sabotaje —dijo Newsam.

–Es lo más probable —dijo Trudy. —El sistema estaba construido por duplicado y no solo falló la fuente de alimentación primaria, sino que también falló la secundaria. Esto no ocurre con mucha frecuencia, a menos que alguien ayude a que ocurra.

–¿Qué sabemos sobre la mujer que estaba dentro en ese momento? —dijo Luke—¿Cuál es su nombre? ¿Algo nuevo sobre ella?

–Investigué un poco sobre ella. Aabha Rushdie, veintinueve años, sigue desaparecida. Tiene un historial ejemplar como científica junior. Doctorado en Microbiología, los más altos honores en el King’s College de Londres, formación avanzada en protocolos de Bioseguridad de Niveles 3 y 4, incluida la certificación para trabajar sola en el laboratorio, que no es un lugar al que todos llegan.

–Ha estado en Galveston durante tres años y ha trabajado en varios programas importantes, incluido el programa de armas que nos ocupa.

–Está bien —dijo Swann—, ¿es un programa de armas?

Trudy levantó una mano. —Llegaré a eso en un minuto. Déjame terminar con Aabha. Lo más interesante de ella es que murió en 1990.

Todos miraron a Trudy.

–Aabha Rushdie murió en un accidente de coche en Delhi, India, cuando tenía cuatro años. Sus padres se mudaron a Londres poco después. Más tarde, se divorciaron y la madre de Aabha regresó a la India. Su padre murió de un ataque al corazón hace siete años. Y hace cinco años, Aabha volvió a la vida de repente, con una historia de vida, asistencia a escuelas, trabajos y recomendaciones brillantes de profesores universitarios en la India, todo justo a tiempo para estudiar su doctorado en Inglaterra.

–Es un fantasma —dijo Luke.

–Eso parece.

–¿Pero por qué es india?

Trudy miró sus notas. —Hay alrededor de mil millones de personas en la India, pero nadie sabe a ciencia cierta la cifra total. El país está muy por detrás del mundo occidental en la informatización de los registros de nacimientos y defunciones. Hay corrupción generalizada en los servicios civiles, por lo que es bastante sencillo comprar la identidad de alguien que está muerto. La India es una importante fuente mundial de personas falsas.

–Sí —dijo Swann—, pero luego tienes que contratar a un fantasma indio.

Trudy levantó un dedo. —No necesariamente. Para los occidentales, hay muy poca diferencia en la apariencia de las personas del norte de la India, donde se encuentra Delhi y de las personas de Pakistán, que está cerca. De hecho, para los propios indios y pakistaníes no hay mucha diferencia. Así que voy a arriesgarme y adivinar que Aabha Rushdie es en realidad pakistaní y muy probablemente musulmana. Ella podría ser una agente de los servicios de inteligencia pakistaníes, o peor, miembro de una secta conservadora sunita o wahhabi.

Ed Newsam gimió audiblemente.

El corazón de Luke dio un vuelco, en algún lugar dentro de su pecho. De todos los analistas con los que había trabajado, la información de Trudy siempre estaba al más alto nivel. Su habilidad para hilar posibles escenarios podría ser la mejor del grupo. Si ella tenía razón en este caso, una sunita de Pakistán acababa de robar un vial del virus Ébola.

Buenos días. Levántate y brilla.

Miró a los cuatro a su alrededor. Sus ojos se posaron en Trudy.

–Continúa —dijo.

–Está bien, aquí viene la peor parte —dijo Trudy.

–¿Se pone peor? —dijo Swann— Pensé que acabamos de escuchar la peor parte. ¿Cómo se pone peor?

–Primero, los jefes de las instalaciones de Galveston dejaron pasar las primeras cuarenta y ocho horas, después de darse cuenta de que se había producido un robo, sin comunicarlo. Bueno, no quiero decir que lo encubrieran, hicieron su propia investigación interna, que no dio fruto en absoluto. Enviaron gente a buscar a Aabha Rushdie, aunque probablemente ya se había ido. Inicialmente, no podían creer que Aabha hubiera robado un virus. Las personas con las que hablé anoche todavía no se lo pueden creer. Aparentemente, todos la amaban, aunque nadie sabía gran cosa sobre ella.

–¿Quieres decir que no sabían que llevaba muerta veinticinco años? —dijo Swann.

Trudy continuó. —Después entrevistaron a todos los técnicos de laboratorio, para ver si alguien se había llevado el vial por accidente. Nadie confesó y no había razón para sospechar de nadie. Revisaron sus registros de inventario y, por supuesto, el vial había sido inventariado como seguro solo unas horas antes de que se apagaran las luces.

–¿Por qué crees que se retrasaron?

–Esa es la segunda cosa y probablemente la peor parte de todo esto. El vial robado no es solo el virus Ébola, sino una versión armada del virus Ébola. Hace tres años, el laboratorio recibió una gran donación de los Centros para el Control de Enfermedades de los Estados Unidos y una financiación equivalente de los Institutos Nacionales de Salud y el Departamento de Seguridad Nacional. El financiamiento era para encontrar formas de modificar el virus, haciéndolo aún más virulento de lo que ya era, aumentando la facilidad con la que se podría transmitir de persona a persona, la velocidad con la que se presentaría la enfermedad del Ébola y el porcentaje de personas infectadas a las que el virus mataría.

–¿Por qué demonios harían eso? —dijo Swann.

–La idea era convertir el virus en un arma antes de que cualquier terrorista pudiera, luego estudiar sus propiedades, identificar sus vulnerabilidades y encontrar formas de curar a las personas que algún día pudieran infectarse por él. Los científicos del laboratorio tuvieron éxito con la primera parte de esta tarea, la armamentización, más allá de los sueños más salvajes de nadie. Usando una técnica de terapia genénica conocida como inserción, los investigadores pudieron crear una serie de mutaciones en el virus Ébola original.

–El nuevo virus puede introducirse en una población a través de un aerosol. Una vez infectada, una persona se volverá contagiosa en una hora y empezará a mostrar síntomas en un máximo de dos a tres horas. En otras palabras, una persona infectada podría comenzar a infectar a otros antes de que aparezcan los síntomas de la enfermedad.

–Esto es importante. Es una desviación radical del virus en su estado natural. La progresión del Ébola en las poblaciones humanas normalmente se detiene cuando las víctimas son puestas en cuarentena en un hospital antes, o muy poco después, de que se vuelvan contagiosas. Para detener este virus, toda una zona geográfica, personas enfermas y personas sanas, tendrían que ser puestas juntas en cuarentena. No se sabría de inmediato quién tiene el virus y quién no. Eso significa cierres de carreteras, puntos de control y barricadas.





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“Uno de los mejores thrillers que he leído este año. La trama es inteligente y te mantendrá enganchado desde el principio. El autor ha hecho un trabajo excelente, creando un conjunto de personajes que están completamente desarrollados y son muy agradables. Casi no puedo esperar a la secuela ".

– Críticas de Libros y Películas, Roberto Mattos (referente a Por Todos los Medios Necesarios)

JURAMENTO DE CARGO es el libro n° 2 de la serie superventas de Luke Stone, que comienza con POR TODOS LOS MEDIOS NECESARIOS (libro n° 1), ¡descarga gratuita!

Un agente biológico es robado de un laboratorio de seguridad biológica. Armado, podría matar a millones de personas, y sobreviene una búsqueda nacional desesperada para atrapar a los terroristas, antes de que sea demasiado tarde. Luke Stone, jefe de un departamento de élite del FBI, con su propia familia aún en peligro, prometió retirarse, pero cuando la nueva Presidenta, que acaba de prestar juramento, lo llama, no puede darle la espalda.

Sigue una devastación impactante, que se abre camino hasta llegar a la Presidenta, quien ve peligrar a su propia familia. Su fuerza es puesta a prueba, a medida que entra en su nuevo rol, y sorprende incluso a sus asesores más cercanos. El personal presidencial rival quiere que Luke quede fuera de juego: con su equipo en peligro y abandonado a sus propios recursos, se convierte en una cuestión personal. Pero Luke Stone nunca se rinde hasta que él, o los terroristas, estén muertos.

Luke se da cuenta rápidamente de que el objetivo final de los terroristas es aún más valioso, y más aterrador, de lo que incluso él podría imaginar. Sin embargo, solo unos días antes del desastre final, es poco probable que ni siquiera él pueda detener lo que ya está en movimiento.

Un thriller político con acción sin parar, escenarios internacionales dramáticos, giros inesperados y suspense desgarrador, JURAMENTO DE CARGO es el libro nº 2 de la serie Luke Stone, una nueva serie explosiva que te mantendrá pasando las páginas hasta altas horas de la noche.

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