Книга - Espiando A Mi Canalla

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Espiando A Mi Canalla
Dawn Brower


Rhys y Hyacinth tienen sus propios motivos para acercarse al príncipe,pero ninguno de los dos sabe qué les deparará el destino.Siempre se han odiado.Pero las diferencias entre ellos no son nada frente al peligro.A medida que el tiempo pasa,Rhys y Hyacinth comienzan a comprender el significado del dicho: ”Existe una delgada línea entre el amor y el odio”. Si sobreviven, tendrán que hacer frente a sus verdaderos sentimientos.

Lady Hyacinth cree que está destinada a ser una princesa. El príncipe de un pequeño país visita Londres y declara que hará que se enamore de ella en menos de una noche. Después de todo, ella es la dama más cotizada de toda Inglaterra ... A Rhys Rossington, el conde de Carrick, le es asignado acompañar al príncipe mientras está de visita. Algunos creen que está de visita por oscuras razones y esperan que Rhys descubra si tras la visita real hay algo oculto y terrible. Rhys y Hyacinth tienen sus propios motivos para acercarse al príncipe,pero ninguno de los dos sabe qué les deparará el destino.Siempre se han odiado.Pero las diferencias entre ellos no son nada frente al peligro.A medida que el tiempo pasa,Rhys y Hyacinth comienzan a comprender el significado del dicho: ”Existe una delgada línea entre el amor y el odio”. Si sobreviven, tendrán que hacer frente a sus verdaderos sentimientos.








ESPIANDO A MI CANALLA




Índice


Agradecimientos (#u56e72691-e0fc-540a-98a1-8a86d58af2f7)

CAPÍTULO UNO (#ufd4325af-8faf-50fa-ac83-0371b76a3024)

CAPÍTULO DOS (#ub7d644d4-dcfc-535c-9276-5bf68846513a)

CAPÍTULO TRES (#ue9d0638d-fa05-5b28-9a42-430129e7440b)

CAPÍTULO CUATRO (#ufb8f13a3-9ef7-5205-b2dd-f99409c8b671)

CAPÍTULO CINCO (#ud736c3a0-545f-5cb5-abf6-1b68a4739900)

CAPÍTULO SEIS (#u9ed658c9-f2e2-59b1-ae12-029677f01370)

CAPÍTULO SIETE (#u714988fc-6e65-5a3b-a6ae-2edce5ef2611)

CAPÍTULO OCHO (#u64cd5fa7-be84-5175-bc54-7825574c39a6)

CAPÍTULO NUEVE (#u9c1e9604-86ed-50fd-9599-45cf31db6675)

Epílogo (#uecf007f2-1986-5ee4-84f3-e7e7affdc5dd)

SOBRE LA AUTORA (#u72c89fed-f782-5c40-9413-f278a9a27de0)

TAMBIÉN DE DAWN BROWER (#ud7de2d00-13f0-5e11-90ba-f7622006b434)

EXTRACTO: Eternamente mi duque (#u6179adf8-6010-5f2d-a951-4cead0824d37)

Prólogo (#u179ce12c-b7b9-5246-8da9-d3d9549782ae)

CAPÍTULO UNO (#u22301a60-ce30-5175-9394-88bc14051ba6)

EXTRACTO: Todas las damas aman a Coventry (#u7601482c-1e3c-5d5f-8a79-5b50c6f1e67c)

Prólogo (#ub884dc29-9c4d-52f8-8e15-1c5d4e9129b7)

CAPÍTULO UNO (#u5f88436a-df16-5b96-900a-b97169fe550a)


Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y situaciones son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia y no deben interpretarse como reales. Cualquier parecido con locales, organizaciones o personas reales, vivas o muertas, es mera casualidad.

Espiando a mi canalla Copyright © 2020 Dawn Brower

Arte de portada y Edición por Victoria Miller Todos los derechos reservados. Este libro no puede ser reproducido de ninguna forma o por ningún medio electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de almacenamiento y recuperación de información, sin permiso escrito del autor, excepto para el uso de breves citas en una reseña del libro.


Para mi familia, sin ustedes, probablemente me habría quedado sin ideas hace mucho tiempo. Puede que a veces me sienta un poco... malhumorada de vez en cuando, pero los quiero. Soy afortunada de tenerlos en mi vida, especialmente en los días más oscuros cuando no parece haber esperanza de encontrar ninguna luz. Gracias por apoyarme. No hay palabras para decirte cuánto aprecio todo lo que haces por mí.




Agradecimientos


Aquí es donde agradezco inmensamente a mi editora y artista de portada, Victoria Miller. Ella me ayuda más de lo que puedo decir. Aprecio todo lo que hace y que me motiva a ser mejor... a hacerlo mejor. Mil gracias.

También agradezco a Elizabeth Evans. Gracias por estar siempre ahí para mí y por ser mi amiga. Significas mucho para mí. Darte las gracias no es suficiente, pero es todo lo que puedo darte, así que gracias amiga mía por ser como eres.




CAPÍTULO UNO


Verano de 1835

Lady Hyacinth Barrington preferiría haberse quedado en su casa de Havenwood, pero aquí estaba mirando por la ventana del carruaje de su familia. Se dirigían a Weston Manor para una fiesta, ya que su madre pensó que sería bueno para Hyacinth y su hermano Elijah que asistieran. A ninguno de ellos les gustaba salir de casa, pero al menos la fiesta no duraría más de quince días. Luego podrían regresar a casa y disfrutar del resto del verano sin inconvenientes. Eso si su madre dejaba de aceptar más invitaciones.

"¿Cuánto tiempo más tenemos que estar en el carruaje?”, preguntó Elijah en tono irritado. Hyacinth no podía culparlo, aunque, a los diez y seis años era un adolescente en la cúspide de la hombría, todavía actuaba como un niño mimado. Ella también quería escapar del faetón, pero se abstuvo de emitir cualquier comentario. Parecía como si hubieran estado viajando por meses.

"Ya casi llegamos", respondió su madre.

"¿El tío Killian también asistirá a esta fiesta?", preguntó Elijah mientras pasaba sus dedos por su rebelde cabello marrón. Su intento de arreglar su cabello fue en vano, pues sus mechones se desordenaron aún más.

Elijah adoraba a su tío, era su héroe y trataba de pasar todo el tiempo posible con él. Hyacinth jamás permitiría algo así, pues su hermano le parecía un fastidio y odiaba que la siguiera a todas partes. Esta era otra de las razones por la que no deseaba asistir a esta fiesta.

"El tío Killian no va a asistir", respondió su madre, Odessa, la condesa de Havenwood, a Elijah mientras se pasaba un mechón de cabello oscuro detrás de la oreja. Su peinado se había desordenado un poco gracias a una brisa traviesa que azotó el carruaje. "Creo que Scarlett estará allí con tu tía Aubriella."

Hyacinth frunció la nariz. Le agradaba su prima, pero había algo raro en ella. Scarlett podía ser un poco criptica a veces. Decía cosas muy extrañas que Hyacinth no entendía del todo. La tía Aubriella también era así. No parecían tener ningún parentesco con ella, pero en efecto eran familia.

"No mencionaste que iban a asistir a la fiesta", dijo Hyacinth. "¿Por qué no viajan con nosotros?".

¿Qué razón podría haber tenido su madre para ocultar esa información? Hyacinth la miró fijamente y esperó su respuesta, pero su madre permaneció en silencio. Sin embargo, Hyacinth se quedó con la duda y más adelante intentaría indagar en el tema.

Una casa solariega apareció a la vista y todos se fijaron en ella. "¿Es Weston?", preguntó Elijah.

"Creo que sí", le respondió su madre.

Era una gran propiedad situada cerca de grandes acantilados que se encontraban con el océano. Hyacinth estaba intrigada. Nunca había estado en esta parte del país, y aunque jamás lo admitiría en voz alta, estaba ansiosa por explorar la playa cercana a los acantilados. Había oído que había cuevas que conducían a la orilla. Cuando tuviera la oportunidad, vería por sí misma si existían. Primero, tendría que asegurarse de que Elijah no la siguiera. No le gustaría tener que cargar con él.

"Madre", dijo Hyacinth. "Sobre la tía Aubriella y Scarlett...".

"Se nos unirán a finales de esta semana", interrumpió su madre. "Hubo una emergencia en Kingsbridge, y no pudieron venir con nosotros".

Hyacinth miró a su madre con expresión inquisitiva. Todavía pensaba que ella le estaba ocultando algo, pero lo dejaría pasar. "Está bien".

Su carruaje se dirigió a la entrada principal de Weston Manor. Hyacinth miraba hacia los acantilados. Tres jóvenes caballeros caminaban juntos hacia el borde. Dos eran gemelos idénticos, Christian Kendall, el marqués de Blackthorn, y el heredero del ducado de Weston; y Lord Nicholas Kendall, el de repuesto. Hyacinth no podía estar segura, pero asumió que el otro caballero que estaba con ellos era su primo menor, Rhys Rossington, el Conde de Carrick, y heredero del Marqués de Seabrook. Los gemelos tenían el cabello oscuro, pero el joven conde tenía el cabello dorado y brillaba a la luz del sol. Ella quería verlo más de cerca. Había algo en él que le había llamado la atención.

Ella suspiró. Hyacinth había cumplido catorce años hace un par de semanas. La celebración de su cumpleaños había sido maravillosa. A su padre le gustaba celebrar por todo lo alto las ocasiones especiales y los cumpleaños siempre eran las más fastuosas. Esta era una de las razones por las que adoraba a su padre. No se imaginaba su vida sin él, y esperaba el estuviera a su lado muchos años más. A ella le hubiese gustado mucho que él los hubiera acompañado en este viaje.

Pese a esto, quizás podría explorar un poco el lugar y descubrir cosas interesantes. Tal vez debería seguir a los gemelos y al conde. Seguramente conocerían todos los rincones de la propiedad, y los chicos siempre hacían cosas arriesgadas. Esos eran los lugares que Hyacinth quería descubrir. Las zonas secretas... Quería experimentar algo emocionante y tal vez un poco peligroso que le ayudara a olvidar que su padre se había quedado en casa y el tedio de estar en una fiesta durante quince días.

El carruaje se detuvo frente a la casa. "¡Por fin!", exclamó Elías. "Pensé que nunca llegaríamos. El viaje se me hizo eterno".

Hyacinth entornó los ojos. Su hermano a veces actuaba con bastante dramatismo. "Bueno, al menos ya llegamos".

El faetón se detuvo frente a la casa. Un lacayo abrió la puerta y ayudó a su madre a bajar. Hyacinth la siguió, y Elijah se bajó de un saltó antes de que nadie pudiera impedírselo. Subió corriendo las escaleras y entró a la casa.

"Elijah, espera", gritó su madre, pero no sirvió de nada, pues ya se había perdido de vista.

"Probablemente fue a la cocina a pedir algo de comer", dijo Jacinto.

"No sabe dónde está la cocina", dijo su madre exasperada.

"La encontrará", respondió Hyacinth. "Su estómago le indicará el camino".

El dramatismo de su hermano igualó la cantidad de comida que consumió. Entraron en la mansión y fueron recibidos por la Duquesa de Weston, y luego fueron conducidos a sus habitaciones. A Hyacinth le hubiese gustado explorar los acantilados, pero ahora que habían llegado, se sintió repentinamente cansada. Así que en lugar de reunirse con los gemelos y al conde, decidió tomar una siesta. Tal vez más tarde podría encontrarse con ellos. Si tenía suerte, le permitirían acompañarlos. De cualquier manera, ella tenía la intención de seguirlos. Les gustara o no.






Más tarde esa noche...

Rhys miró fijamente la entrada de las cuevas. En Weston Manor se sentía como en su propia casa. Le encantaba visitar a sus primos. Apreciaba mucho tener un tiempo para estar consigo mismo, sin que ella lo molestara constantemente. Charlotte siempre quería seguirlo a todos lados. Desafortunadamente, ella también vendría de visita. Por suerte para él, su prima, Elizabeth, acaparaba la atención de Charlotte. Por ahora, ella lo dejaría en paz y dejaría que Rhys explorara las cuevas por su cuenta.

"¿A dónde vas?".

Cerró los ojos y suspiró. Rhys pensó que había logrado escabullirse sin ser notado. Debería haber prestado más atención. Por supuesto, Lady Hyacinth Barrington lo había seguido hasta los acantilados. Si había una mujer aún más molesta que su hermana, era ella.

"¿No puedes molestar a nadie más?", dijo con un tono de voz impaciente. "Vete".

Rhys no se molestó en mirarla. Le permitiría continuar con él mientras entraba en las cuevas. Esperaba que ella no lo siguiera, pero Lady Hyacinth, tenía una conducta impredecible. Existía la posibilidad de que hubiera hecho un cálculo erróneo. Rezó para que no fuese sido así mientras se adentraba en la caverna. Si esperaba ser tan buen espía como su padre, Dominic, el marqués de Seabrook, tenía que practicar sus habilidades de espionaje. Hasta ahora le faltaba mucho para alcanzarlo...

Se detuvo un momento para permitir que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Rhys pudo haber traído una vela o una linterna, pero prefirió no hacerlo. Un buen espía no usaba nada para iluminar su camino. Eso lo haría más fácil de detectar, y difícil de atrapar. Quería ser el mejor, y lo lograría.

"Ay", murmuró Lady Hyacinth al tropezarse él. "¿Por qué te detuviste?"

Rhys maldijo en voz baja. "¿Por qué sigues aquí? Te dije que te fueras".

"No tienes ninguna autoridad sobre mí, no eres mi padre así que no tengo que obedecerte", dijo ella alzando la barbilla. Apenas podía distinguir sus rasgos en la oscuridad, pero ese gesto desafiante era inconfundible. "Quiero ver las cuevas. No tiene nada que ver contigo".

Le costaba mucho creerle. "¿Hablas en serio?", dijo Rhys enarcando una ceja en forma burlona. Dudaba que ella pudiera verlo, pero fue una reacción natural. "Entonces no te importara que te deje sola para que te valgas por ti misma".

"No me importa en absoluto", respondió ella desafiante.

"De acuerdo", dijo él y la dejó sola para continuar su viaje. Esperaba que ella no lo siguiera esta vez... Pero intuía que no correría con tanta suerte. Esta excursión no estaba saliendo nada bien y él no se sentía demasiado optimista al respecto. Aunque, para ser justos, un buen espía debe ser capaz de afrontar cualquier inconveniente con agilidad. Las cosas nunca salían como se suponía. Eso era un hecho de la vida.

Finalmente llegó al final de la caverna y salió a la playa. La luz de la luna se reflejaba en el agua mientras las olas se estrellaban contra la orilla. Respiró hondo y saboreó el instante. Lo había logrado. Sin luz que lo guiara, y sin la presencia de Lady Hyacinth. Rhys se volvió hacia la entrada de la cueva y frunció el ceño. Ella ya debería haber salido de la cueva. Suspiró. Probablemente se había quedado atascada en algún lugar, y él tendría que entrar y salvarla. Maldita sea. ¿Por qué no podía actuar como una mujer normal y quedarse en la casa?

Rhys regresó a la caverna, y cuando estaba a punto de entrar, ella tropezó y cayó encima de él, empujándolo al suelo. A él costaba por respirar y le dolía el pecho. "Te odio", resopló. Pero la rodeó con sus brazos instintivamente para protegerla.

"Eres un maldito idiota", dijo ella. Hyacinth trató de zafarse de él y le metió el codo en el costado. Le hizo gemir por el dolor. "Suéltame".

"Dulzura", dijo él con brusquedad, "Nadie te está reteniendo".

Él solo tenía seis y diez años. Apenas era dos años mayor que ella, y no debería gustarle en absoluto, pero ella le gustaba. Nunca admitiría en voz alta que le parecía bonita. Algún día se convertiría en una verdadera belleza. Pero ahora, ella era una espina en su costado, o en su pecho para ser más preciso, y tenía que asegurarse de que ella regresara ilesa a la casa. Su familia le cortaría la cabeza si algo malo le pasaba a ella. Debió haberla hecho regresar inmediatamente, pero no quiso renunciar a sus objetivos.

"Yo también te odio", le dijo ella mientras se levantaba.

Él gimió mientras ella lo usaba como un trampolín. El dolor lo invadió de nuevo. "Me alegro de que estemos de acuerdo en algo", murmuró. "Ahora que está claro, podemos regresar a la mansión".

Ella no le respondió. Escuchó algunos ruidos, y puede que murmurara algo en voz baja, pero no tenía importancia. Rhys se frotó el pecho y se puso de pie. La siguió y mientras caminaban en silencio, no pudo evitar sentirse agradecido de no tener que interactuar mucho con ella. Rara vez se cruzaban, y quería que esto siguiera así en el futuro.

Finalmente llegaron a la cima y salieron de la cueva. Lady Hyacinth se alejó de él, estaba furiosa. Él sacudió la cabeza y se quedó atrás. Al menos podía estar seguro de que ella llegaría sana y salva a la casa. Después de eso, podría ir a buscar de sus primos, Christian y Nicholas. Probablemente estarían en la sala de juegos. Eso si su padre y su tío no estuvieran allí. De cualquier manera, se libraría de Lady Hyacinth y sus histrionismos.

Ella entró a la casa y él suspiró con alivio. Caminó en la dirección opuesta y decidió entrar por el jardín. Rhys silbó mientras caminaba. A pesar de todo, no había sido una mala noche. Podría ser capaz de incursionar en el negocio del espionaje.




CAPÍTULO DOS


Diez años después...

Hyacinth miró fijamente la suave seda rosa de su vestido y frunció el ceño. No estaba segura de que le gustara el tono, pero no había muchos colores permitidos para las damas solteras. El rosa era una de las opciones más favorables. Ella prefería el rojo. Un oscuro, llamativo y audaz vestido cereza... Algún día llevaría uno. Ella suspiró y se puso de pie. Atravesó su alcoba, abrió la puerta y encontró a su prima, Scarlett, prácticamente saltando por el pasillo.

"Hy". Scarlett se detuvo frente a Hyacinth y le dio una palmadita en el brazo. "¿Lo has oído?". Scarlett podía ser muy alegre a veces. Un infierno en un buen día y bastante desafiante en cualquier otro momento... Tenía el cabello rojo de su madre, aunque un par de tonos más oscuros, y el temperamento de su padre. Lady Scarlett Lynwood tenía agallas de sobra. Leía de todo, tenía ideas extrañas, y no tenía ningún problema en decir exactamente lo que pensaba de ellas. Hyacinth culpaba a la tía Aubriella, la madre de Scarlett, por eso. A veces resultaba vergonzoso estar en la compañía de Scarlett, pero ella era de la familia y Hyacinth no podía rechazar a nadie que le importara.

"¿Qué debería haber escuchado?" Scarlett no iba vestida de blanco ni siquiera de un suave tono de rosa. Solo tenía medio año más que ella. ¿Cómo consiguió permiso para vestirse de verde oscuro?

"¿No es emocionante?". Sería mejor si pudieran hablar en privado. La propensión de Scarlett a los discursos extraños y a la adivinación del futuro podría ser malinterpretada. Deberían bajar o incluso volver a la alcoba de Hyacinth, pero resultaba demasiado difícil acorralar a Scarlett. "Un príncipe está de visita", le dijo ella en voz alta.

Aquello sorprendió a Hyacinth. ¿Un verdadero príncipe estaba en Inglaterra? Ella dirigió su atención a Scarlett. "¿Estás segura?" Tenía que descubrir todos los detalles pertinentes. Si de alguna manera lograba capturar la atención de este príncipe, y conquistarlo, entonces podría convertirse en una princesa. Siempre quiso ser una princesa. Bueno, en realidad, quería ser una duquesa. Pero eso ya no era suficiente. No desde que Lady Elizabeth Kendall se casó con el Duque de Whitewood y se convirtió en duquesa. Quería tener un título más elevado que el suyo. Lady Elizabeth siempre había actuado con superioridad, y esta conducta le molestaba mucho. Odiaba a Lady Elizabeth, y sería maravilloso que ella lograra tener un título superior al de ella.

Scarlett asintió con la cabeza vigorosamente. "Mientras estaba en la librería escuché una conversación entre el Conde de Carrick y el Marqués de Chisenhall. El príncipe llegó hace unos días, y hará su primera aparición esta noche en el baile de Silverly".

"Eso es fascinante", dijo Hyacinth en un tono un tanto indiferente. ¿Era demasiado esperar que el Conde de Carrick no formara parte del séquito del príncipe? Odiaba a ese hombre... Esa fue la única noticia desagradable que Scarlett le había dado hasta ahora. Se quedó mirando su vestido rosa, y se sintió aún más frustrada que antes. ¿Cómo iba a brillar para el príncipe con un color tan apagado? Tendría que intentarlo. Ella no podía estar segura si funcionaría, pero se preocuparía de eso más tarde. "¿Vas a asistir al baile de esta noche, entonces?"

"Por supuesto", dijo Scarlett. "No todos los días nos visita un príncipe. ¿Crees que será guapo?".

"No tengo la menor idea" Aunque esperaba que resultara mucho más guapo que el Duque de Whitewood. Le gustaría superar a Lady Elizabeth en ese aspecto también. Frunció la nariz. "No todos los príncipes son iguales. ¿Escuchaste algo más?".

Scarlett negó con la cabeza. "No mucho... Se llama Adrian Ene, el Príncipe Heredero de Vasinova. El conde y el marqués se marcharon de la librería y no pude escuchar más".

"Supongo que tendremos que esperar y verlo en el baile. ¿Se ha pedido el carruaje?" Entró de lleno en el pasillo y se dirigió a las escaleras. Scarlett la siguió. "Pienso que es hora de irnos, ¿no crees?".

Al final de la escalera, esperaba el padre de Scarlett, Killian, el Conde de Thornbury. "Ah, ahí están las dos", dijo. "Pensé que tendría que ir a buscarlas."

Scarlett se echó a reír. "Padre, te preocupas demasiado. No llegaremos tarde. No me di cuenta de que nos acompañaría esta noche". Él sonrió. "Tu querida tía Odessa está indispuesta esta noche y me rogó que la sustituyera. Espero que te parezca bien". "Mientras no ahuyentes a todos mis pretendientes", dijo ella arrugando la nariz. "No es que tenga muchos".

"Eso me parece muy bien", dijo él y se echó a reír. "Ningún hombre es lo suficientemente bueno para mi hija". Se volvió hacia Hyacinth. "Oh, mi sobrina". "Gracias por recordar mi existencia, tío Killian", le reprendió ella. "Me alegro que nos acompañes esta noche. Mi madre necesita descansar".

"Entonces será mejor que nos vayamos", dijo él. "Así no tendrá tiempo para reconsiderar su decisión de quedarse. Salgan rápido y suban al carruaje ahora”, dijo él apurándolas a las dos.

El viaje al baile de Silverly no fue largo; sin embargo, la larga fila de carruajes retrasó la entrada por lo menos una hora. A Hyacinth no le solía importar porque le gustaba llegar elegantemente tarde. Cuanta más gente hubiera en el salón de baile cuando la anunciaran, sería mejor. Esta noche, sin embargo, quería entrar lo antes posible. Estaba ansiosa por ver al príncipe.

"Esto está tardando demasiado", se quejó Scarlett.

"¿Te arrepientes de tu decisión de asistir al baile?”, dijo Hyacinth levantando una ceja. "Esto es normal. Lo recuerdas, ¿verdad?". Por supuesto, estaba igual de impaciente, pero nunca lo admitiría en voz alta. Si lo hacía podía alentar el mal comportamiento de Scarlett.

"No lo olvidé”, dijo Scarlett. "Eso no significa que me guste".

Finalmente llegaron a la entrada. Un lacayo abrió la puerta del carruaje y ayudó a Hyacinth y Scarlett a bajar. El tío Killian las siguió. Entraron y esperaron a que uno de los sirvientes los anunciara. Cuando entraron en el salón de baile, estaba casi repleto. Una gran multitud debe haber decidido asistir al baile de Silverly. La noticia de la llegada del Príncipe se había extendido. Esa podría ser la única explicación para tanta aglomeración.

"¿Vas a bailar?", le preguntó a Scarlett. "¿O te quedarás toda la noche en un rincón?".

"En realidad pensé que podría pasar algún tiempo en el salón de juegos", respondió. "La conversación más interesante allí, y podría encontrar a alguien con quien valga la pena pasar el tiempo".

"No harás nada de eso", ordenó su padre. "Te quedarás en este salón de baile toda la noche o nos iremos a casa en este momento".

Hyacinth no pudo evitar sonreír. Por eso se alegró de que su tío aceptara acompañarlos en lugar de su madre. Él se centraría únicamente en Scarlett y Hyacinth podría hacer lo que ella quisiera. Por una vez, sus papeles se invertirían. "No te preocupes tío Killian", dijo Hyacinth y le sonrió serenamente. "Scarlett le hará caso".

Su prima la miró con desprecio y luego a su padre. "Los dos son horribles". Probablemente le habría pisado el pie si estuvieran en casa. Pero hasta Scarlett tenía límites. "Bien. Bailaré. Pero me niego a que me guste".

"Ahora nos entendamos".

Hyacinth trató de contener la risa. "Los dejo a los dos con su discusión. Voy a buscar algo de beber en la mesa de refrescos y encontraré algunos caballeros para que firmen mi tarjeta de baile".

Se escabulló antes de que ninguno de ellos pudiera detenerla. Hyacinth tenía un propósito, y no permitiría que nada le impidiera encontrar al príncipe. Por supuesto, no tenía ni idea de cómo era él, pero para ellos no debería ser difícil reconocerlo. Hyacinth conocía a la mayoría de los asistentes. Así que, en teoría, debería ser capaz de localizarlo basándose en el hecho de que sería uno de los pocos individuos en el baile que no conocía. Puede que no fuese la mejor estrategia, pero era todo lo que tenía.

Hyacinth rodeó el salón de baile, pero no vio al príncipe. La frustración crecía dentro de ella. Tal vez no había llegado todavía, o tal vez salió al jardín a tomar un poco de aire fresco. Ella había revisado todos los demás lugares posibles, así que por qué no salir. Hacía un poco de frío para el clima primaveral, pero no tanto.

Se escabulló por las puertas que conducían a la terraza y miró a su alrededor. Las estrellas brillaban en el cielo oscuro como diamantes en el terciopelo. Brevemente hipnotizada por su belleza, Hyacinth salió de su ensimismamiento. No tenía tiempo para la melancolía ni para nada que pudiera distraerla. Ella caminó por el balcón hasta que llegó a un conjunto de escaleras que conducían al jardín.

La única luz que guiaba su camino venía de la luna llena que había en el cielo. Era suficiente, o al menos eso esperaba. Tropezó un poco por los escalones y se agarró a la barandilla para no caerse. Su pie resbaló en el escalón inferior y cayó hacia adelante, golpeando el suelo con fuerza. Maldijo en voz baja.

Las palmas de sus manos le ardían por los pequeños guijarros que había por todo el camino de piedra. Se frotó las manos para tratar de aliviar el dolor. "Vaya suerte la mía", refunfuñó Hyacinth. "Esto es lo que me pasa cuando busco un príncipe que se abalance sobre mí y me salve. No sé por qué hago esto".

"¿Quién está ahí?", preguntó un hombre.

Hyacinth miró hacia dónde provenía la voz. Lo último que quería era ser descubierta en su actual situación. Se puso de pie y corrió a esconderse detrás de un arbusto cercano. El caballero que había gritado, o que ella suponía que era el mismo, se acercó un poco más y echó un vistazo. Al parecer aceptó que no había nadie alrededor. Hyacinth respiró hondo y tomó el mismo camino por el que había venido. Iba caminando con lentitud, pero comenzó a entrar en pánico cuando escuchó la voz de otro caballero." Deben ser voces que provienen del baile", dijo él.

"¿Estás seguro, Marius?", preguntó su compañero. Ambos hablaban con un acento que Hyacinth no pudo reconocer. ¿Podrían ser ambos de Vasinova? Tal vez uno de ellos era el príncipe. La emoción la embargó. Sin embargo, no podía revelarse ante ellos ahora. ¿Cómo se vería eso? El príncipe nunca la consideraría una esposa potencial si la vieran retozando entre los arbustos.

"Tan seguro como puedo estar, Su Alteza", respondió Marius.

¡Era el príncipe! Apenas podía ocultar su alegría. Si tan sólo se atreviera a echar un vistazo. Por lo menos tenía alguna proximidad con él. Escuchar a escondidas su conversación podría resultarle útil.

"Muy bien", dijo el príncipe. "Pero para estar seguros, tal vez deberíamos continuar nuestra conversación en un lugar más privado".

"Tienes razón", Marius estuvo de acuerdo. "Esta visita a Inglaterra es demasiado importante. Deberíamos mezclarnos un poco más con su alta sociedad. Ayudará a ocultar nuestro verdadero propósito".

¿Qué quiso decir con eso? Hyacinth no podía entender cuál era su verdadera intención, y no estaba segura de que le importara. Lo que realmente importaba era hacer realidad su deseo. Sería una princesa.

Los hombres se alejaron y volvieron al salón de baile. Una vez que estuvo segura de que habían vuelto a entrar, salió de los arbustos. Su vestido y su cabello seguro lucían horribles. Tendría que entrar a hurtadillas en el salón de damas y arreglarse un poco.

Caminó hacia las escaleras y tropezó con duro el pecho de un hombre. Hyacinth trastabilló, pero él la agarró antes de que pudiera caer al suelo, otra vez.

"Lady Hyacinth", dijo el caballero con una pizca de desagrado en su tono. "¿Qué estás tramando ahora?".

Ella suspiró. Por supuesto que él sería el que la atrapara. No hubiera tropezado, si él no se hubiese interpuesto en su camino. Ella realmente odiaba a Rhys Rossington, el Conde de Carrick. Él era la pesadilla de su vida...




CAPÍTULO TRES


Rhys había estado siguiendo al príncipe y a su secretario a una distancia discreta. No habían dicho lo suficiente para que él se enterara de su plan, pero descubrió que sí tenían uno. Esta visita de estado había sido programada inesperadamente y considerada sospechosa por el Ministerio del Interior. Rhys todavía era considerado inexperto, pero su estatus social le daba más alcance que muchos miembros del Ministerio del Interior. Había ganado la asignación por defecto.

Le estaba yendo bien... hasta que Lady Hyacinth Barrington decidió dejar el salón de baile para hacer su propio recorrido privado por los jardines. Él había estado secretamente furioso con ella durante los últimos minutos. Al menos ella tuvo el buen sentido de esconderse en los arbustos y no arrojarse sobre el príncipe. Eso no habría sido bueno para ella, ni para Rhys. Él se preguntaba qué le había hecho pensar que ir sola al jardín era una buena idea. Hyacinth apretó los labios y lo miró con asombro. "Podría preguntarte lo mismo", respondió. "¿Por qué te escondes en las sombras?". "Es perfectamente aceptable que un caballero esté solo en el jardín. Sin embargo, una dama, no debería estar sola".

De alguna manera, no pensó que sus palabras serían bien recibidas por Lady Hyacinth. Ella siempre había sido un poco... testaruda. Rhys sabía que no sería fácil lidiar con ella. "Eres de lo peor...", dijo ella y le dio un pisotón. "No necesito ningún sermón y menos si viene de ti”.

"Necesitas algo". Lo que necesitaba eran unos buenos azotes. Aunque quizás ella podría disfrutarlos. Algo le decía que ella tenía gustos excéntricos, y eso le atraía más de lo que quería admitir. "Pero no me quedaré aquí discutiendo contigo. Es hora de que entres y te comportes como una dama". Lady Hyacinth puso sus manos en forma de puños. ¿Planeaba pegarle? Eso sería interesante. Aún así, no era el momento de poner a prueba su paciencia. La suya ya estaba agotándose. A Rhys no debería parecerle divertido, pero no pudo evitarlo. Un lado retorcido de él siempre había disfrutado de su ferocidad. "Me parece interesante que hayas evadido mi pregunta".

"No entiendo lo que quieres decirme". Él esperaba que ella dejara de indagar. "Simplemente me he preocupado por ti".

"No, no lo hiciste”, dijo ella alzando el rostro de manera altiva. "Todo lo que has hecho es reprenderme por atreverme a estar afuera sola. Es ridículo que, por ser mujer, no pueda hacer lo que me plazca".

"Tu opinión en este asunto no importa". Él se acercó a ella. "Lo que sí es cierto es que eres una mujer, y la sociedad espera de ti algo muy distinto de lo que espera de un caballero. Si lo aceptas como lo haría cualquier otra dama de su posición, y serás mucho más feliz".

Él mismo sabía que estas nociones no se aplicaban del todo en la sociedad. Su tía Alys le cortaría cabeza si lo escuchara ahora, y su madre la ayudaría. Ni siquiera quería pensar en lo que su hermana, Charlotte, o su prima, Elizabeth, podrían hacer. Había demasiadas mujeres de carácter fuerte en su familia. No le debía a Lady Hyacinth las mismas consideraciones que a su familia. Si ella insistía en exponerse, era su deber mostrarle el error de sus costumbres.

Ella puso los ojos en blanco. Aunque había poca luz, él pudo ver con claridad su gesto. "No sabes nada de lo que realmente significa la felicidad para mí. Guárdate el sermón condescendiente, no sabes nada sobre mí. Entra y busca una joven insípida que comparta tus creencias. Ella podría considerar que cada palabra tuya merece ser escuchada. Pierdes tu tiempo conmigo".

"Por favor", dijo él. "No seas tonta. Puede que te creas muy lista, pero creo que es hora de que seas honesta contigo misma”, dijo acercándose aún más a ella. "Eres buena dando discursos y luciendo disfraces espectaculares, pero no tienes ni siquiera una idea de la realidad". Ella resopló como si estuviera ofendida por su declaración. Sus mejillas se ruborizaron en un bonito tono rojo, ligeramente visible a la luz de la luna. Puede que no se hubiera diera cuenta si estuviera más lejos de ella...

El calor de ella se mezcló con el de él, y él casi se atrevió a besarla; se contuvo por pura voluntad.

Continuó, porque ella tenía que oír todo lo que él tenía que decir: "Eres una princesa mimada que rara vez baja de su pedestal para mezclarse con los plebeyos. La felicidad es tan trivial como tu vestido de seda y encaje. Incluso tu delicado collar de perlas y tus orejeras no son más que ínfulas", dijo él golpeando ligeramente el pendiente de perlas y diamantes que colgaba de su oreja izquierda. "Tú, dulzura, eres tan superficial como todas esas jóvenes señoritas que consideras poco sofisticadas e indignas". Movió su mano y acarició su mejilla. "Además... me escuchas. De lo contrario, te habrías ido en cuanto me viste. Admítelo, Lady Hyacinth, yo te gusto".

Probablemente estaba yendo demasiado lejos. Ella debería detenerlo antes de las cosas tomaran una dirección que ambos podrían lamentar. ¿Qué demonios le pasaba? ¿Qué le pasaba con esta mujer? Ella lo dejó sin sentido hace tiempo. Cualquier cosa entre ellos podría terminar mal.

¿Cómo se atreve? Ella debería darle una bofetada. ¿Por qué no lo abofeteó? El toque de su mano contra su mejilla la hizo temblar. Su aliento se agitó un poco, y abrió la boca. No se formaron palabras en su mente, y ella apenas podía respirar. Tenía que tomar una posición... hacerle entender que no tenía poder sobre ella. Hyacinth pretendía casarse con un príncipe, y él no tenía ninguna posibilidad de alcanzar ese título. Era un simple conde que algún día sería marqués. Ella quería algo mejor. Era hora de hacer lo que él decía y marcharse. Levantó una ceja y sonrió. "Ya quisieras".

"¿Perdón?", dijo él. "Me temo que no comprendo. Quisiera que... ¿Qué?".

"Tú eres el que... ¿cómo lo dijiste? ¿Qué me gustas?", ella sonrió con cinismo. "No estoy tan segura de que esa sea una palabra lo suficientemente fuerte. Te gustaría que te deseara", dijo ella acercándose mucho más a él. "Entonces podrías aprovecharte de una pequeña ingenua y...", ella acercó su rostro al de él. "Bésame". Sería tan fácil averiguar cómo sería un beso entre ellos. No se estaba alejando. Su respiración era más irregular que la de ella, pero el corazón de ella había empezado a latir fuertemente dentro de su pecho. ¿Qué demonios le estaba pasando? Su cuerpo ardía, y descubrió que quería besarlo. Hyacinth tenía que poner algo de distancia entre ellos. Jugar con fuego sonaba bien en teoría, pero en la práctica, era una mala idea. "Detente", dijo él con voz ronca. "No sabes lo que estás haciendo".

En ese sentido, tenía razón. Ella sabía que se estaba excediendo. "¿Te estoy molestando?" Él la había desafiado, y ahora ella sentía no podía retroceder. Parte de ella esperaba que él cediera y les diera a ambos lo que querían. Un beso... ¿Cuánto daño podría hacer?

Lord Carrick gimió. Hizo que cada parte de ella se diera cuenta. Estaba a punto de besarla. Ella podía sentirlo hasta los huesos, y lo deseaba. Hyacinth nunca antes había anhelado algo con tanta fuerza. No tenía mucha experiencia besando. No es que no la hubieran besado, pero el chico que se había atrevido antes era un inepto. Algo le decía que Lord Carrick no lo sería.

"Rhys, ¿estás aquí?", gritó un hombre.

Se separaron como si les hubieran arrojado un cubo de agua fría sobre la piel ardiente. Debería agradecer a quien los interrumpió. Besar a Lord Carrick era una idea pésima. Ella quería llamar la atención del príncipe, no la del conde. Él no la merecía, y ella deseaba desesperadamente ser más que una mera condesa.

Lord Carrick continuó mirando fijamente a Hyacinth como si no estuviera seguro de qué hacer con ella. No dejó de mirarla mientras respondía, "Estoy aquí, Christian".

Su primo, el Marqués de Blackthorn... Sería una mejor opción que Lord Carrick. Aunque tenía un inconveniente, su hermana, Elizabeth. Odiaría tener que socializar con ella más a menudo porque tuvo la mala idea de casarse con su hermano.

"Deberías irte antes de que se acerque", le dijo Lord Carrick.

"¿Por qué?", dijo ella levantando una ceja. "Seguramente no pensará que está pasando algo indebido entre nosotros". Hyacinth y Lord Carrick siempre reñían entre sí. Siempre estaban discutiendo. No era un secreto que se odiaban mutuamente.

El tensó los músculos de su mandíbula y cerró los ojos. Lord Carrick respiró varias veces y murmuró algo que no pudo entender. Aunque ella sospechaba que él estaba maldiciendo su propia existencia. "No", dijo. "No lo haría. Pero aún así sería comprometedor, y no creo que quieras atarte a mí por el resto de tus días. Te aseguro que no quiero verme convertido en tu esposo gracias a tu terquedad".

Ella alzó la barbilla. "Tienes razón. Estar casada contigo sería el peor destino que podría imaginar. Pero es demasiado tarde para entrar de otra manera. Tendré que esconderme".

Lord Carrick suspiró. "Más tarde hablaremos de tus hábitos de espionaje. Serán tu perdición algún día".

¿No había aprendido nada? Debería saber que no podía convencerla de nada. Ella era lo suficientemente testaruda como para hacer exactamente lo contrario de lo que él sugería, solo para llevarle la contraria. Tal vez ella debía recordárselo. "Puedes intentar disuadirme de mis inclinaciones, pero haré caso omiso a tus palabras. Siempre haré lo que quiera".

"Bien", dijo él apretando los dientes. "Eres una dama extraña. Si no lo supiera, juraría...". Lord Carrick se quedó callado y sacudió la cabeza. "No importa eso. Ve a esconderte en tu arbusto favorito hasta que yo me lleve a Christian. Luego ve al tocador y arréglate. Estás completamente desarreglada y nadie creerá que no has sido violada por un sinvergüenza".

"Ningún sinvergüenza se arriesgaría a tocarme", dijo ella. "Además, eres el único caballero de ese calibre que conozco, y ambos sabemos cuánto me desprecias."

Él le hizo una reverencia y dijo: "Tienes razón, dulzura. Ahora ve a esconderte antes de que ambos estemos arruinados".

Ella resopló pero hizo lo que él le ordenó. No porque quisiera obedecerlo, sino porque estaba de acuerdo con él en esto. Un matrimonio entre ellos sería muy indeseable, pese a que todavía se preguntaba cómo sería un beso de él. Era una curiosidad tonta que intentaría olvidar. Lord Carrick no era para ella. Este nuevo príncipe... él era el premio, y ella pretendía arrebatárselo a todas las demás damas elegibles.

"¿Por qué te escondes aquí?", dijo Lord Blackthorn.

Al principio, pensó que la había visto en los arbustos, pero se asomó y se dio cuenta de que él se dirigía a Lord Carrick. "Necesitaba un poco de aire", dijo acercándose a las escaleras para unirse al marqués. "Creo que es hora de que entre".

"Tu hermana te está buscando", dijo Lord Blackthorn. Su voz denotaba un cansancio que contradecía su expresión indiferente. ¿Qué podría estar molestando al marqués?

Lord Carrick suspiró. "Tengo miedo de descubrir por qué. Supongo que debería encontrarla y ocuparme de ella inmediatamente. Camina conmigo y dime qué ha estado tramando Nicholas".

En ese momento se percató de que Lord Carrick nunca le dijo que estaba haciendo en el jardín. ¿También había estado espiando al príncipe? No. Probablemente tenía alguna cita con una dama casada o alguna otra mujer de poca moral. Era un completo libertino, después de todo. Ella suspiró. Hyacinth no estaba celosa de esta mujer imaginaria. Una a la que probablemente había besado de verdad y con la que también le gustaba estar. No es que ella quisiera que él la besara... Solo tenía curiosidad de saber cómo sería tener sus labios sobre los de ella. Saborearlo y que él la abrazara como si la necesitara más que el aire para respirar. De solo pensarlo su corazón se desbocaba y le faltaba el aliento.

¿Qué le pasaba?

Los dos caballeros se alejaron del jardín y volvieron a entrar. Hyacinth respiró hondo y salió de su escondite. Tenía mucho que pensar, pero primero tenía que encontrar un lugar para arreglar su vestido y su cabello. Lord Carrick tenía razón. Estaba hecha un desastre.





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Rhys y Hyacinth tienen sus propios motivos para acercarse al príncipe,pero ninguno de los dos sabe qué les deparará el destino.Siempre se han odiado.Pero las diferencias entre ellos no son nada frente al peligro.A medida que el tiempo pasa,Rhys y Hyacinth comienzan a comprender el significado del dicho: ”Existe una delgada línea entre el amor y el odio”. Si sobreviven, tendrán que hacer frente a sus verdaderos sentimientos.

Lady Hyacinth cree que está destinada a ser una princesa. El príncipe de un pequeño país visita Londres y declara que hará que se enamore de ella en menos de una noche. Después de todo, ella es la dama más cotizada de toda Inglaterra … A Rhys Rossington, el conde de Carrick, le es asignado acompañar al príncipe mientras está de visita. Algunos creen que está de visita por oscuras razones y esperan que Rhys descubra si tras la visita real hay algo oculto y terrible. Rhys y Hyacinth tienen sus propios motivos para acercarse al príncipe,pero ninguno de los dos sabe qué les deparará el destino.Siempre se han odiado.Pero las diferencias entre ellos no son nada frente al peligro.A medida que el tiempo pasa,Rhys y Hyacinth comienzan a comprender el significado del dicho: ”Existe una delgada línea entre el amor y el odio”. Si sobreviven, tendrán que hacer frente a sus verdaderos sentimientos.

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