Книга - El Asesor Vidente

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El Asesor Vidente
Juan Moisés De La Serna


Nadie me lo podía haber dicho, y si lo hubiesen hecho no le habría creído, que yo fuese escritor, con lo que me costaba a mí leer de pequeño.

A pesar de ello las circunstancias me habían obligado a esta profesión, ya que con tanto tiempo como ahora tenía, encerrado de por vida, no tenía mucho más que hacer.

Es cierto que algunos presos se dedicaban a realizar ejercicios en el patio, e incluso a estudiar en la biblioteca, los menos realizan cursos de capacitación, pero todos ellos tienen algo que yo no tengo, un ideal por el que luchar y seguir adelante.

Con una condena de unos pocos meses o incluso años, es fácil pensar que la preparación le servirá para algo, y que será más fácil buscarse la vida fuera de esta prisión, pero en mi caso, con la certeza de que nunca volveré a pisar la calle, ¿qué sentido tiene prepararse?







El



Asesor



Vidente



Juan Moisés de la Serna



Editorial Tektime



2020


“El Asesor Vidente”

Escrito por Juan Moisés de la Serna

1ª edición: noviembre 2020

© Juan Moisés de la Serna, 2020

© Ediciones Tektime, 2020

Todos los derechos reservados

Distribuido por Tektime

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Prólogo



Nadie me lo podía haber dicho, y si lo hubiesen hecho no le habría creído, que yo fuese escritor, con lo que me costaba a mí leer de pequeño.

A pesar de ello las circunstancias me habían obligado a esta profesión, ya que con tanto tiempo como ahora tenía, encerrado de por vida, no tenía mucho más que hacer.

Es cierto que algunos presos se dedicaban a realizar ejercicios en el patio, e incluso a estudiar en la biblioteca, los menos realizan cursos de capacitación, pero todos ellos tienen algo que yo no tengo, un ideal por el que luchar y seguir adelante.

Con una condena de unos pocos meses o incluso años, es fácil pensar que la preparación le servirá para algo, y que será más fácil buscarse la vida fuera de esta prisión, pero en mi caso, con la certeza de que nunca volveré a pisar la calle, ¿qué sentido tiene prepararse?




Dedicado a mis padres


Contenido



Capítulo 1. Sueños de Libertad (#ulink_795adb53-3f08-52b5-bb3c-48a15d8b4c34)

Capítulo 2. Nada tiene sentido (#ulink_95d8e936-98ce-51c3-b874-307c5776d202)

Capítulo 3. Viaje a Johannesburgo (#ulink_89d8883c-13b7-5bf7-8dc3-f476b0a020e6)

Capítulo 4. El valor de una vida (#ulink_73330119-3997-5390-b455-65cf36fc3024)

Capítulo 5. El acuerdo (#ulink_cd6d9181-16f4-5007-a010-c5b16cc56ee0)

Capítulo 6. El doctor Brain (#ulink_15b043bf-8e2d-59aa-ba7e-1916360de7c3)

Capítulo 7. Vuelo a Johannesburgo (#ulink_656e1602-453b-575b-81cd-4e77ecc67b89)

Capítulo 8. La entrevista (#ulink_eb9d64fd-f060-51ee-bbf0-8b901ba88c50)

Capítulo 9. La Sentencia (#ulink_d863e783-a67d-5d5e-a82f-ac299b60e1ca)

Capítulo 10. El secuestro (#ulink_833cabc8-ae41-532c-a7ed-d2c50a8859f2)

Capítulo 11. El nuevo futuro (#ulink_1b9ebfa3-3cd2-5c0d-85ad-830798b00447)




Capítulo 1. Sueños de Libertad


La vida siempre comienza

cada mañana al salir el sol

y sean cuales sean tus circunstancias

puedes aprovechar su calor.



Día tras día transcurre

y sin sentido se ve

para algunos la mañana

un castigo se le ve.



Todo depende del enfoque

eso algunos dicen

el sentido de la vida

y como quieras vivir esta.



Nadie me lo podía haber dicho, y si lo hubiesen hecho no le habría creído, que yo fuese escritor, con lo que me costaba a mí leer de pequeño.

A pesar de ello las circunstancias me habían obligado a esta profesión, ya que con tanto tiempo como ahora tenía, encerrado de por vida, no tenía mucho más que hacer.

Es cierto que algunos presos se dedicaban a realizar ejercicios en el patio, e incluso a estudiar en la biblioteca, los menos, realizan cursos de capacitación para el desarrollo de una profesión, pero todos ellos tienen algo que yo no tengo, un ideal por el que luchar y seguir adelante.

Con una condena de unos pocos meses o incluso años, es fácil pensar que la preparación le servirá para algo, y que será más fácil buscarse la vida fuera de esta prisión, pero en mi caso, con la certeza de que nunca volveré a pisar la calle, ¿qué sentido tiene prepararse?

Tanto se ha escrito sobre mí, vertiendo todo tipo de conjeturas sobre mi ideología y las motivaciones políticas que me llevaron a aquello, e incluso argumentaban y opinaban sobre mi salud mental, que he decidido escribir mi propia versión, quizás no sea la verdad que algunos pudiesen esperar, muy alejado de las teorías conspiranoides que a tantos gusta, pero es mi verdad, es tal y como yo lo viví y fue lo que me condujo a la triste situación que estoy ahora, condenado de por vida, recluido y alejado de todo y de todos, sin más que un pequeño habitáculo con unas pocas pertenencias.

Menos mal que en este Estado no hay pena de muerte, por lo que me he librado de una muerte segura, ya que habría sido condenado a perecer de forma dolorosa, quizás mediante una inyección letal, pero a veces hasta deseo ese fin antes de seguir de por vida encerrado.

El jurado popular me sentenció a la cadena perpetua, como si eso pudiese resarcir de algún modo lo que hice, quizás esperarían que con el tiempo reflexionase y me arrepintiese de mis actos, pero estos no fueron cometidos en un momento de arrebato, ni llevado por ningún tipo de ideología o fanatismo.

Si bien nunca he dudado de mi salud mental, después de meses llevando la misma vida, acá encerrado, sabiendo que el resto de mi vida va a ser exactamente igual, con el mismo horario día tras día, ya no estoy tan seguro de mi fortaleza mental ya que esto haría mella en la salud de cualquiera.

Además, mis vecinos, si es que se pueden llamar así, no son lo que se dice un ejemplo de civismo, por lo que no puedo entablar ningún tipo de amistad con estos reclusos, asesinos en serie, violadores o terroristas. Son lo peor de lo peor, condenados de por vida en esta institución de máxima seguridad en donde no hay ningún tipo de intimidad.

Si, aunque solo me hubiesen asignado a una cárcel normal, al menos allí podría tener algo de vida e intimidad.

Aquí todo se veía, y nunca dejábamos de estar escudriñados por parte de los guardias, los cuales parecían estar empeñados en saber todo sobre nosotros, como si no hubiesen sido suficientes los innumerables interrogatorios a los que me habían sometido en su momento para que les dijese todo lo que sabía.

Ahora con tiempo, tengo dudas de algunas fechas, o eventos que sucedieron, por eso me he decidido a contar mi historia desde el principio.

No es que quiera justificarme ni nada por el estilo, sé que lo que he hecho es, cuanto menos, imperdonable, y estoy seguro de que la condena que tengo es justa, únicamente que se me hace insoportable todos los días la misma rutina.

No sé cómo lo hacen los demás, se ha escuchado mucho de aquellos que tratan de huir, o de los que se acaban refugiando en una religión, pero en mi caso no tengo ninguna esperanza de salvación de mi alma.

Cuando uno atropella a alguien mientras se está en estado de embriaguez, o tiene un accidente al volcar el vehículo que conduce llevando a una veintena de pasajeros, provocando la muerte a algunos de ellos, uno puede llegar a arrepentirse y pedir perdón a las víctimas, incluso puede llegar uno a justificarse a sí mismo sobre que aquello no fue intencionado, y que, si hubiesen sido otras las circunstancias, nada de ello hubiese pasado, pero no es mi caso, nunca lo fue.

Tampoco es que me considere ni me compare con uno de esos psicópatas, asesinos en serie o terroristas, capaces de matar a sangre fría, sin sentir ningún tipo de remordimiento, ni con aquellos que parecen disfrutar haciendo daño a otros.

Únicamente soy un hombre normal que ha tomado una decisión, no sé cómo denominarla, quizás la palabra adecuada sea “drástica”, pero que estoy seguro de que cualquier otro en mi lugar hubiese tomado.

Puede que algunos me vean como una especie de justiciero, tal y como me han calificado en algunos periódicos, o quizás como un iluminado, como me han calificado otros, pero no me siento ni lo uno ni lo otro.

Si me preguntasen diría que soy un hombre normal haciendo lo que me dictaba la conciencia, es cierto que puede que aquello no sea lo mejor, ni lo más adecuado, pero era lo único que pude hacer.

Ahora con el tiempo, pienso que pude tener otras oportunidades, otros métodos y formas de hacer, que no llevasen a este fin, pero en esos momentos, quizás por la presión, puede que, llevado por las circunstancias, no había visto ninguna otra opción.

Muchos medios me han juzgado y condenado, antes incluso de saber mi versión, así en el juicio en varias ocasiones el juez tuvo que mandar a callar a aquellos que querían recriminar mis actos, con insultos e incluso amenazas.

A decir verdad, puede que esta cárcel no sea tan mala después de todo, ya que me protege de una masa tan agitada que querían tomarse la justicia por su mano, buscando acabar con mi vida, por un acto de unos breves segundos.

No trato de justificar lo que hice, ni siquiera las consecuencias de mis actos, aunque a veces dudo de que mi condena sea justa, ya que hay peores personas que apenas pasan unos meses encerrados y les dejan libres, como si ya se hubiesen redimido de sus pecados.

La certeza de que esos son peores que yo, es que en poco tiempo vuelven otra vez a prisión por un nuevo delito.

En cambio, yo, únicamente he cometido un solo delito en mi vida, si es que se puede llamar así, un hecho que ha variado todo lo que tenía pensado sobre mi futuro.

A pesar de que me llaman un lobo solitario, yo en su momento tuve una casa, familia y amigos, y de eso no me queda nada ahora.

El único recuerdo de mi pasado son esos recortes de periódico, que me tildan de asesino frío y calculador, de uno de los peores de la historia, comparado con los anarquistas, que han tratado de cambiar la historia de un país a base de pistolas o bombas.

Y por supuesto, mi número, ese que llevo en mi ropa y por la que me llaman cuando algún guardia quiere dirigirse a mí, como si no tuviese nombre.

Toda la vida me han llamado por aquel nombre que me pusieron mis padres, y de repente, desde que entré aquí, nadie me ha vuelto a llamar así.

Únicamente mi abogado me ha llamado alguna vez por mi nombre, bueno, digo mi abogado por no decir mis abogados dado los muchos que he tenido y que no me han durado.

Abogados de oficio obligados por el colegio de abogados a dar atención jurídica hasta a las peores personas, que, en mi caso, debido precisamente a lo que había hecho, nadie me quería representar y buscaban cualquier excusa para dejar el caso.

Nadie quería ver su carrera profesional manchada con mi caso en su currículum, algo que al principio me molestó bastante, ya que vivo en un país donde se supone que hasta los presos tienen derecho, pero que con el tiempo aprendí a aceptar.

En cambio, y para mi sorpresa hay otros casos, igualmente deleznables como el mío, que debido a la notoriedad que despiertan en la opinión pública se llegaban hasta a pelear por defenderlo, ya fuesen asesinos múltiples o violadores, todo por un buen titular.

En mi caso, no es que mi crimen sea de los peores, o quizás sí, pero lo que no tenía era lo que se llama buena prensa, al contrario, los medios de comunicación se habían cebado conmigo, habían escudriñado sobre mis intenciones, mi vida, mis relaciones y hasta mi historia, y todo lo habían presentado de forma retorcida de manera que parecía que había nacido para cometer aquel acto.

Incluso cuando había concedido alguna entrevista para explicar mis motivos, únicamente habían emitido aquellas frases o palabras que apoyaban mi culpabilidad, no dejando que el gran público escuchase mi versión.

De ahí que me haya decidido a escribir mis memorias, por así decirlo, es decir, mi versión de los hechos que me llevaron a ser el centro mediático del país, a la vez que el hombre más odiado del momento, si es que eso se pudiese medir de alguna forma.

En mis años de cárcel he visto a muchos tipos de presos, pero no creo que hubiese ninguno como yo, que tuviese la conciencia tranquila de saber que lo que había hecho era lo justo y necesario, a pesar del sacrificio . que aquello implicaba.

Día tras día rememoro aquel momento en que cambió mi vida y la de tantos, por un acto calificado como uno de los más horribles que se ha podido cometer.

A pesar de que de vez en cuando se acerca hasta aquí un capellán con la esperanza de que me arrepienta, yo siempre le digo que tengo la conciencia tranquila y aunque el medio puede que no fuese el más adecuado, la finalidad sí lo justificó.

En verdad que nadie sabe lo que se siente cuando todos te miran mal, y no me refiero a lo que pueda sentir el indigente que vive en la calle y que apenas recibe atención de los demás; si no de las miradas y sentimientos de desprecio que no había sentido nunca.

Desde que me detuvo la policía, pasé de ser una persona a ser, no sé cómo decirlo, pero aquellas miradas, gestos y hasta el trato que recibía, eran de todo menos cordiales.

Ni siquiera pienso que se le debiese de tratar a los animales de esta forma, como si tocarme supusiese algún tipo de contagio para los policías que me custodiaban, evitando mirarme, o si lo hacían, era con miradas de desprecio.

Es cierto que mi acto puede ser despreciable, pero no así yo, no dejo de ser una persona, que ha cometido un acto equivocado, pero persona, al fin y al cabo.

Pero lo que más me duele de todo es el tema de la familia, es cierto que no tenía una relación estrecha con mi familia más próxima, pero que hayan pasado años y no haya recibido ni una sola visita, y ni siquiera una nota o carta, eso me ha hecho mucho daño.

Todavía recibo alguna invitación a algún programa de televisión, para contar lo que sucedió desde un punto de vista de la dramatización de mis actos, es decir, como forma de vender libros o documentales usando mi nombre y mis actos, empleando para ello a actores que resaltan una parte de mí que nunca tuve.

La envidia, las ideas persecutorias o incluso la locura son los atributos que normalmente exhiben estos actores que tratan de explicar a través de ello los acontecimientos que algunos afirmaron que podría haber cambiado el curso de la historia.

Y es ahí precisamente donde coincido con los periodistas, mi intención última fue precisamente esa, ni más ni menos, cambiar la historia, o, mejor dicho, cambiar la historia que vendrá y de eso nadie quiere oír.

Prefieren oír a delincuentes que afirman escuchar voces que les dicen que cometan actos despreciables, e incluso a aquellos que parecen predispuestos al delito desde pequeño debido a que sufrieron algún tipo de trauma, pero mi versión es cuanto menos poco creíble y por ello prefieren ignorarla.

En ocasiones me han comparado con un fanático religioso debido a mis convicciones y justificaciones de mis actos, aunque siempre he dicho que no se trata de una religión, o de seguir algún precepto escrito, si no de una cuestión de moral básica.

Pero cuando he tratado de explicar cómo cualquier otro en mis circunstancias habría acabado haciendo lo mismo, ahí hasta han llegado a levantarse los periodistas y han interrumpido la entrevista, como si les hubiese ofendido con mis palabras.

Es decir, si tiene un problema mental, o si te traumatizaron de pequeño, la sociedad llega a justificar y hasta “comprender” cualquier atrocidad, pero si se trata de una cuestión moral, ni siquiera te escuchan.

Me hubiese gustado que se hubiese realizado algún tipo de programa de radio o televisión alrededor de la cuestión, basado en mis preceptos, para tratar de comprender o al menos de discutir si mis actos estaban o no justificados, pero aquello había sido tan grave socialmente que nadie se lo planteaba.

Lo único que había recibido eran insultos, amenazas y desprecio por parte de todos, tal es así que a la hora de buscar a los miembros del jurado que me iban a juzgar lo tuvieron complicado ya que la mayoría de la población estaban inclinados a condenarme sin siquiera haber iniciado el juicio.

Y sobre la defensa, esa fue otra, nadie quería defenderme a pesar de que la constitución me amparaba para contar con un asesoramiento jurídico, pero no había quien quisiera ver su nombre manchado con este caso, ni siquiera aquellos que les gustaba litigar en contra de los intereses del gobierno, o que, según decían, querían cambiar las cosas.

Tuvo que ser un extranjero, uno de esos que estudiaron en su país de origen y que solicitó en su momento la con validación de su título, para lo cual tenían que volver a realizar las prácticas supervisadas repitiendo la pasantía, fue el único que al final aceptó defenderme, si se puede llamar así, pues él mismo también estaba seguro de mi culpabilidad.

A decir verdad, yo también lo estaba, al menos sabía lo que había hecho, cómo y porqué, y aunque no estaba preparado para una condena para toda la vida, sabía que mis actos eran socialmente reprobables y por tanto que tenía que pagar por ello.

A pesar de que no me he considerado una persona religiosa, sí creo que tengo unos valores morales sólidos, ajustados a la sociedad en la que he vivido, siendo respetuoso con las normas y reglas de convivencia.

De ahí que a pesar de lo mucho que indagaron sobre mi pasado no encontraron esos “síntomas” que parece ser que tienen los delincuentes, tales como pequeños hurtos, delitos menores, o transgresiones de la moral durante la infancia, para ir incrementándose en cuanto a su frecuencia e intensidad durante la adolescencia, hasta llegar a su máxima expresión en la vida adulta.

Pero en mi caso no descubrieron nada parecido, razón por la cual siempre pensaron que tenía un cómplice, es decir, que había una cabeza pensante, y que yo era únicamente el brazo ejecutor.

Incluso llegaron a argumentar que me habían lavado el cerebro, o algo parecido, pero las pruebas de drogas y las pruebas psicológicos que pasé, todo dio negativo, no había sufrido ningún tipo de influencia externa que sometiese mi voluntad o algo así.

Sé que no me terminaban de entender, y que probablemente yo en otras circunstancias tampoco lo haría, pero aquello que hice fue consciente y meditado.

A pesar de reconocer mi culpa se hace difícil levantarme cada día sabiendo que será exactamente igual que ayer y que anteayer, y además que se repetirá mañana y pasado mañana, por el resto de mi vida.

Algunos presos, los más afortunados están deseosos de que pasen los días para poder tener alguna visita de un familiar o persona querida, pero a mí hace tiempo que nadie me visita.

Desde que dictaron sentencia condenatoria, ni siquiera el abogado defensor se ha acercado a ver cómo estoy.

Apenas cuando hay que hacer una revisión de casos, y porque es obligatorio por ley, se presenta un abogado de la cárcel para informarme que un comité debe de decidir sobre si mantiene o no las condiciones de mi condena, un trámite que debe de realizar, ya que mi crimen es imperdonable y por muchos años que pasen no creo que lo olviden.

Quizás no me haya ido tan mal al final del todo, pues si me hubiesen juzgado y condenado por el ámbito militar, las instalaciones dicen que son peores, ya que los que van destinados allá tienen una formación específica en el arte de la guerra, lo que los convierte en peligrosos para su propia gente, y eso que, a pesar de que algunos periodistas habían tratado de que se me juzgase en el ámbito militar, el juez no entendió que fuese necesario.

Menos mal, no me imagino siguiendo un programa militar el resto de mi vida, acompañado de convictos que son verdaderas máquinas de matar, y que cualquier mala mirada la pueden considerar como una agresión.

No es que yo sea de los que busquen pelea, ni nada por el estilo, pero en un centro tan pequeño, es frecuente los roces y malentendidos.

En más de una ocasión, un simple golpe a la hora de salir al patio ha sido suficiente para iniciar una pelea, que en ese mismo día o en posteriores ha supuesto que le hayan agredido e incluso matado a alguno de los implicados.

Una situación que me ha llevado a pensar que estoy mejor solo que con alguno de esos grupitos que se forman entre presos, donde un líder dirige una parte del patio y los que pasan por dicha zona deben de acatar sus órdenes y hasta sus caprichos.

Al menos así lo viven la mayoría de los presos, aquellos que han cometido delitos menores, o que les queda poco para salir de la cárcel.

En mi caso, encerrado de por vida en una cárcel de máxima seguridad, apenas existen tumultos, ya que los guardias tratan de que no haya más de dos o tres personas a la vez en el patio, evitando con ello enfrentamientos o lo que es peor, que hagan algún tipo de plan, ya que estos presos son realmente peligrosos.

Al principio de aquel mundo yo nada sabía, y me sentía seguro cumpliendo con la regularidad que se establecía, y aprovechando el tiempo libre para realizar alguna actividad o estar en la biblioteca.

Pero en una ocasión pude asistir a cómo ajusticiaban a uno de los presos por parte de otros, aparentemente sin motivo, y desde ese día preferí mi celda para pasar el tiempo libre.

Eso me llevó a convertirme en un gran lector, ya que no tenía mucho más que hacer entre esas tres paredes, ya que la reja de la puerta no cuenta.

Y con el tiempo, pensé y decidí empezar a escribir, algo que me ha llevado a completar este libro.




Capítulo 2. Nada tiene sentido


Ya habían pasado varios años desde que conseguí potenciar mis capacidades, esas que me había traído tantos problemas y que con la práctica y el entrenamiento había conseguido adiestrar.

Al principio me venían esos flases, que incluso me hacían perder la conciencia, algo bastante incómodo ya que llegaba hasta a caerme, con las consecuencias posteriores de que al despertarme estaba dolorido y en ocasiones hasta contusionado.

No sé por qué, pero con el tiempo esas experiencias, por así llamarlas fueron siendo cada vez más frecuentes, puede que sea por exigencias de las circunstancias, al iniciar mi colaboración con la policía. No sé si funciona así, pero empecé a obtener “respuestas” a los casos en los que participaba.

Creo que fue sin querer, por así decir, después del primer caso en que me comentaron todo lujo de detalles y las pruebas recogidas incluso enseñándome en sitio del delito, no sé por qué, pero esa noche tuve, no sé cómo definirlo, una pesadilla.

Al principio lo había atribuido a la impresión de participar en un caso, por la cantidad de sangre que había visto en las imágenes de la víctima o de la que se había encontrado en el cuchillo, pero algo pasó que no me lo esperaba.

Al día siguiente me acerqué temprano a la comisaría y allí solicité ver a aquel policía para contarle mi pesadilla, el cual desde el principio se había reído de mí, diciendo que era un fraude, y lo estaba tratando de demostrar con aquel caso, en el cual esperaba que fracasase.

―Buenos días, vengo para comentarle algo ―indiqué al entrar en la comisaría.

―¡No me diga que ya ha resuelto el caso! ―dijo con tono jocoso mientras se levantaba de su escritorio y con la mano me invitaba a acudir a la sala de interrogatorio.

Bueno en esa sala había pasado los últimos tres días, en donde me habían mostrado todo tipo de imágenes, pruebas y conjeturas sobre los acontecimientos, la víctima, los sospechosos… una infinidad de datos y detalles con los que esperaba… no sé… abrumarme.

Todo con la intención de darme las mayores facilidades con lo que no tener ninguna “excusa” cuando fracasase, o al menos así me lo había manifestado el jefe de policía en varias ocasiones.

―Verá, no sé si será nada, pero llevo varias noches durmiendo mal.

―¡Qué novedad!, eso nos pasa a todos los que nos dedicamos a esto de resolver crímenes ―comentó mientras entrábamos en la sala y cerraba la puerta de cristal tras de sí.

―Sí, bueno, supongo ―acerté a decir ―pero esta noche ha sido diferente.

―¿En qué? ―preguntó mientras con un gesto me invitaba a sentarme.

―Yo, no sé cómo decirle, pero es como si en mi mente se hubiese ordenado toda la información y lo hubiese visto como la secuencia entera.

―Felicidades, eso nos pasa a todos, cada caso que vemos tenemos esa misma experiencia, de que los datos inconexos se van ordenando y… ahí está, lo vemos.

―¿Usted también lo ha visto? ―pregunté interrumpiéndole.

―¿Ver?, claro está, es la secuencia de acontecimientos.

―No, me refiero al asesino.

―¿Al asesino?, ¿de qué está hablando?

―Lo que le comento, estaba, no sé cómo llamarlo, recordando… los datos en forma de escena… al principio era raro, pues no veía claro, era como si fuera de noche y estuviese todo a oscuras.

―Normal, usted estaba soñando de noche.

―Eso no tiene que ver, me refiero a la escena, estaba todo muy oscuro, y me sentía, no sé, algo mareada , creo que me paré en un pequeño banco porque no podía proseguir, luego, vomité, pero aquello no me hizo sentir mejor. De repente allí sentado en el parque, en aquel sitio, escuché un ruido a mis espaldas. No sé qué era ni quería averiguarlo, pero tuve una extraña sensación y el pánico se apoderó de mí.

»Quizás fuese ese ruido o el olor tan fuerte que provenía de detrás, pero como pude salí corriendo en dirección a la entrada del parque atravesando para ello varios arbustos, y de repente, y no sabiendo cómo ni por qué, sentí que algo me agarraba los pelos fuertemente y tiraba de mí hasta que me caí de espaldas.

»No sé si fue por la caída o porqué pero no podía levantar la cabeza del suelo, es como si algo me la agarrase y de repente le vi claramente, era el cartero, ese que tantas veces había acudido a casa a traerme algún paquete, el que hacía el reparto de las 10 de la mañana, y que se había mostrado siempre tan amable, pero ahora se le veía diferente, no sé, tenía la cara como desfigurada, los ojos como salidos de sus órbitas y no hacía nada más que decir que me callase, y ese olor era cada vez tan intenso y nauseabundo, hasta que…

―Hasta que qué?, ―preguntó el jefe de policía el cual se estaba sirviendo una taza de café.

―No se lo va a creer.

―Siga, siga, hasta ahora no me he creído nada, así que siga.

Aquel comentario lascivo ni me sorprendió, pues ya había pasado por la incredulidad de muchos que se mofaban de lo que me pasaba, sin tratar de intentar ayudarme a comprenderlo.

―Bueno, pues sigo, en ese momento, y no sé cómo me vi encima de mi cuerpo, como a un metro y medio, y pude contemplar la escena desde la lejanía, sin sentir ningún sufrimiento, a pesar de que aquella persona se estaba ensañando con mi cuerpo.

―Espere, espere ―dijo mientras se le derramaba el café que estaba bebiendo, manchando la mesa con ello. ―¿De qué me habla?

―Una vez que acabó, cogió el cuerpo y lo metió en una bolsa, no sé de dónde la habría sacado, pero era bastante grande, y me cargó como si fuese un saco de patatas.

»Luego me llevó hasta la salida del parque, por la esquina sur donde tenía un coche plateado, bueno gris, no estoy seguro porque era de noche y solo la luz de la farola rompía con aquella oscuridad.

»Me subió al maletero y estuvo conduciendo bastante despacio por la ciudad, y cuando ya salió de sus inmediaciones apretó el acelerador, y así estuvo por espacio de unas tres horas hasta que llegó a unos pantalanes.

»Una vez allí se dirigió hacia una desviación que decía, “Peligro caimanes”, y siguió conduciendo por espacio de media hora, creo. Todo esto al lado de los pantanos.

»Una vez, en medio de ningún sitio, pues no se veía ninguna construcción próxima, paró el coche, sacó mi cuerpo y me echó con bolsa y todo, cerró el coche y se fue.

»Yo quedé ahí por espacio, de…, no sé, unos días, y luego me fui del lugar, ascendí.

―¿De qué me está hablando?

―De lo que vi, ya le he comentado, de lo que he soñado.

―Pero ¿usted se ha escuchado?

―Sí, claro, ¿por qué?

―Acaba de acusar a alguien con nombre y apellidos, me ha dicho dónde se produjo el crimen, y cómo se deshizo del cuerpo.

―Sí, eso he hecho.

―¿Y sin una prueba?

―Bueno pues esa no es mi labor.

El comisario sin decir ni una palabra y aún con el café derramado sobre la mesa, salió de la sala dando grandes gritos.

Yo me quedé ahí inmóvil sin saber qué hacer, entendía que había hecho lo correcto al decirle lo que había visto, pero no comprendía su reacción.

Desde la silla vi cómo se puso a dar órdenes a diestro y siniestro, y cómo los policías de la comisaría se pusieron a mover de un lado a otro, algunos salieron literalmente corriendo de la comisaría, otros cogieron el teléfono y de todo esto era un espectador inmóvil.

No acertaba a comprender a qué había venido todo aquel jaleo y si me tuviera que retirar o esperar a seguir la entrevista en aquella sala.

Hice el ademán de levantarme e irme, pero en esto me vio el comisario y volviendo hasta el quicio de la puerta me dijo con voz autoritaria:

―De ahí no se mueva.

Yo así hice, y bueno, pasaron varias horas, y a pesar de que miraba por todos lados cómo iban y venían los policías, todos muy nerviosos, seguro que, por los gritos del jefe, hasta que en un momento determinado vi entrar en la comisaría a dos de los policías que habían salido corriendo, y venían con un tercer hombre.

―Es él, es él ―chillé no sé muy bien porqué.

―Sáquenle de aquí ―dijo el comisario a uno de sus subalternos, mientras me señalaba a mí.

Así que en un instante me encontraba que me habían expulsado de la comisaría, si es que se puede llamar así, y sin dejar de custodiarme, me habían invitado amablemente a la cafetería de enfrente donde me habían hecho sentar y esperar.

A pesar de que pregunté en varias ocasiones, el policía no me quiso decir qué estaba haciendo allí, ni por cuánto tiempo permanecería, solo que debía de estar sentado y en silencio.

Ya no sé ni el tiempo que estuve, pero aproveché para comer, ya que no había tomado nada al salir tan temprano hacia la comisaría a contarle al jefe de policía lo soñado, así que me alimenté y esperé.

Todo fue tan extraño, pero bueno, no tenía nada mejor que hacer que esperar allí, no sé muy bien a qué, pero así lo había ordenado el jefe de policía, y por eso tenía, no sé si decirle escolta, pero en dos ocasiones le pregunté por retirarme de aquel lugar y no me dejó ir a ningún sitio.

Y fue todo tan raro que hasta el policía que me custodiaba se ofreció a pagar mi comida, ¡eso sí que era raro!, pero entendí que eso era una buena señal, si hubiese sido un, no sé cómo llamarlo, preso común, nunca me hubiese hecho ese ofrecimiento.

A pesar de ello, se lo agradecí, pero entendí que mi consumición la debía de pagar yo, así que lo hice.

Pasaron las horas, y a pesar de mis continuas preguntas al policía, él no parecía preocuparse por el tiempo, simplemente estaba allí, delante de mí, sentado, y callado.

Personalmente considero que tendría cosas más interesantes que hacer, pero así se lo habían mandado y así hacía.

En un momento determinado sonó el walkie talkie que tenía en el bolsillo y del que apenas me había percatado, y la orden fue clara:

―Tráele.

―Vamos ―me dijo levantándome del sitio y sin darme tiempo a terminarme el café.

Después de tres tazas, ya se podría haber esperado un poco más, pero él no, había recibido órdenes y todo ahora tenía que ser con prisas.

Así que regresamos a la comisaría, y me llevaron otra vez a la habitación acristalada que usaban a modo de sala de interrogatorio.

―Bien, usted dirá ―comenté al jefe de policía cuando entró en la sala donde había permanecido en una esquina ese…, no sé cómo decir, guardián que me había acompañado y no me había quitado la vista de encima.

―¿Cómo lo ha sabido?

―¿El qué? ―pregunté sin saber a qué se refería.

―No se haga el tonto, ¿cómo lo ha sabido? ―volvió a preguntar.

―Como no sea más concreto no creo que pueda responderle.

―Hemos encontrado el cuerpo ―afirmó mientras ponía sobre la mesa unas fotos.

―¡Ah, es ella! ―dije mientras la observaba. Era la primera vez que veía este tipo de fotos, sí es cierto que en la televisión las están mostrando a cada momento, ya sea en las noticias o en las series de policía, pero es diferente cuando lo tienes justo enfrente.

De momento se me hizo, no sé un nudo en el estómago, un mal cuerpo, me entró una cosa que… no pude por menos que vomitar en un lateral.

―Tranquilo, tranquilo eso le pasa a todos la primera vez ―dijo el comisario mientras me acercaba una caja de pañuelos de papel.

―Perdone, ha sido la impresión.

―Sí, todavía recuerdo mi primera vez, por desgracia para mí no fueron unas fotos, sino una gracia, por así decir, de mis compañeros de promoción. Creyeron que sería gracioso acercarnos al cementerio por la noche para demostrar lo valiente que éramos, y… en un momento determinado me echaron en un hoyo, poco profundo, pero donde había un ataúd destapado. Seguro lo habían preparado todo para la ocasión, pero la impresión de ver un cuerpo desde tan cerca, en el cementerio, en mitad de la noche, e iluminado con las linternas que traíamos, le aseguro que es toda una experiencia.

―Supongo, acerté a decir mientras me limpiaba la cara y las manos y echaba el papel al suelo para tapar lo que había manchado.

―No se preocupe, en breve lo limpiarán, y bien, dígame ¿cómo lo ha sabido?

―¿El qué? ―volví a preguntar, entendiendo ahora que se trataba del caso del que hace ya horas le había compartido mi sueño.

―¿Cómo ha sabido sobre el lugar donde la echó?

―No lo sé, sólo le comenté lo que vi.

―Nos ha llevado varias horas y la ayuda de varios expertos en acotar el área, en función de la velocidad, el modelo y el peso del vehículo.

―¿El qué? ―pregunté asombrado.

―Claro, ¿cómo cree que hacemos las cosas?, aquí no dejamos nada al azar. Localizar al sospechoso fue fácil, usted nos dio su nombre y su profesión, prácticamente nos condujo a él. Luego registramos su casa y no encontramos nada, mientras buscamos su coche, y casualmente lo tenía en el taller, por no sé qué problema en los amortiguadores.

»Fuimos al taller, con la orden judicial oportuna, y ahí nos dimos cuenta de que el vehículo no estaba ahí por lo que nos había dicho, sino que había solicitado que le rectificasen el cuentakilómetros.

»No sé muy bien qué pretendería con ello, pero eso no nos hizo más difícil nuestra labor, ya que el taller había registrado el número de kilómetros antes de realizar la manipulación solicitada.

―Miramos minuciosamente el maletero, y no encontramos ninguna huella, ni la más mínima, ni un solo cabello, pero bueno, había que intentarlo.

»Así que nos centramos en donde usted nos dijo, por la velocidad, la dirección y la distancia, y hemos estado peinando la zona en las últimas horas, hasta que hemos dado con el cuerpo.

―Vaya, pues sí que son ustedes efectivos ―comenté con asombro.

―Solo hacemos nuestro trabajo, pero ahora tenemos un problema.

―¿Un problema? ―pregunté extrañado, pues me había dicho que ya habían atrapado al culpable y que habían recuperado el cuerpo.

―Sí, tenemos que demostrar que fue él y no otra persona quien lo echó a la laguna.

―¿Y eso del ADN que tantas veces he visto en la televisión?

―Nada de ADN, por lo menos que hayamos encontrado. En su casa no hay ni rastro, en el vehículo tampoco y lo único que tenemos es el cuerpo y el cuchillo, que eso ya lo sabía cuándo le enseñé las pruebas del caso, tampoco tiene ni huellas ni ADN del agresor.

―¿Y qué quiere que yo haga? ―pregunté desconcertado.

―Necesitamos algo, por poco que sea, algo que nos sirva para atraparle, si no, en menos de 24 horas tendremos que dejarle suelto y eso a pesar de tener el cuerpo.

―Entonces ¿usted me cree?, sí piensa que es él.

―Sí, le creo, no sé cómo lo ha hecho, pero le creo. Su testimonio no se mantiene, nos ha estado mintiendo desde que le apresamos, y nadie es capaz de situarle el día y la hora del crimen, es decir, no tiene coartada, pero tampoco le podemos situar allí.

―Quizás sí ―dije tras recordar brevemente el sueño.

―¿Cómo?

―¿Recuerda que le comenté que había sacado el cuerpo por una puerta del parque?

―Sí, ¿y qué de eso?

―Pues que el coche estaba allí aparcado, alguien lo debió de ver, y con eso lo pueden situar en las inmediaciones.

El policía sin decir nada salió de la sala y se puso a dar voces, tal y como lo hubiese hecho unas horas antes.

Después de una hora aproximadamente volvió a entrar y dijo con una gran sonrisa.

―Le tenemos.

―¿Alguien vio el vehículo aparcado?

―Mejor, hay una joyería cerca, y tienen una cámara grabando el expositor, ¿y a que no sabe qué?, se le ve sacando el cuerpo, bueno la bolsa y depositándolo en su vehículo.

―Vaya, que suerte por tener esa cámara.

―Sí, con esto es suficiente para encausarle, pues hay pruebas para procesarle por el delito.

Aquel fue mi primera contribución a la resolución de un caso, la primera de tantas que ya ni recuerdo el número.

Lo que no me dio tiempo a explicar en esa oportunidad ni en las sucesivas en las que tuve ese tipo de sueño, es lo que veía a posteriori. No sé por qué esa parte ya no le interesaba, es como si la policía solo quisiera saber qué había pasado con el cuerpo, o dónde estaba la persona secuestrada, pero nada del resto que veía.

Pero para mí, aquello era lo más enriquecedor, si es que se puede llamar así, saber que, sean cuales sean las circunstancias del último momento de vida, luego se sigue viviendo, o al menos así lo había experimentado.

Una vida fuera del cuerpo, pero no como cuando soñamos, y pensamos que estamos volando, algo que algunos llaman un desdoblamiento o una salida de una parte de uno.

Esto era otra cosa, es como si la persona, realmente estuviese viva, pues pensaba y sentía, veía y escuchaba, pero ya sin cuerpo.

No sé por qué, pero aquello que entendía que debía de ser lo más importante, apenas nadie me prestó atención cuando traté de contarlo, argumentando que mi misión, si es que se puede llamar así, o mi colaboración había finalizado desde el momento que había dado respuesta a lo solicitado, es decir, descubrir quien había sido, o donde estaba secuestrada la persona o el cuerpo de la víctima.

A decir verdad, después de un tiempo colaborando con distintas autoridades, ya no había mucho que me sorprendiese, sí que cambiaban los nombres y apellidos de los implicados, y quizás también los métodos, pero las motivaciones, por así decirlo, eso no cambiaba.

De ahí aprendí que no somos tan diferentes de los animales a pesar de lo que podamos pensar, y que nuestros instintos rigen buena parte de nuestro comportamiento, sobre todo aquel que se puede considerar como desviado.

Y, sobre todo, ese mal invisible del que nadie habla ni quiere hablar, la salud mental, y sus enfermedades.

No conozco el dato, ni el porcentaje, pero la mayoría, por no decir todos los que estaban implicados en este tipo de actos, no sé cómo los definiría, pero muy bien no estaban.

Desconozco qué fue primero, si esos actos contranatura o el problema de salud mental, lo que sí me quedó claro es que muy normal no estaban, y eso quedaba evidenciado, por ejemplo, cuando les habían atrapado y trataban de… no sé cómo decirlo, justificar sus actos con excusas que no se sostenían de ninguna forma, ¿cómo justificarías un secuestro, o un asesinato?

Personalmente creo que actos así no tienen ningún tipo de justificación por mucho que la otra persona hubiese hecho algo o dejado de hacer antes.

Supongo que no todo el mundo ve las normas sociales de la misma manera, pero están ahí precisamente para protegernos unos de otros, para evitar los problemas de convivencia, y es algo que todos aprendemos desde pequeño.

De nada serviría comprar un vehículo si cuando quiere alguien viene y se lo lleva porque así se le antoja, o, por ejemplo, ¿quién iría a trabajar, si luego el empresario puede decidir no pagar porque ese día ha tomado esa decisión?

Las leyes y las normas están ahí para algo, y la policía para hacerlas cumplir.

A decir verdad, en más de una ocasión he tenido problemas con la policía, no porque haya hecho algo indebido, sino porque sabía demasiado y claro, se pensaban que yo podía ser el artífice, el cómplice o al menos la cabeza pensante de aquel acto del que daba aviso a la policía para que, en la medida de lo posible, pusiesen de su parte para prevenirlo, porque eso sí, podría decir que tenía dos tipos de experiencias, bueno, eran las mismas y con el mismo contenido, solo que unas eran antes de que sucediese el acto y otras después.

Con las primeras era con las que me costaba más que la policía me hiciese caso, no porque ellos no quisieran proteger a la ciudadanía, sino porque decían que hasta que no se hubiese hecho el acto, no era un delito y por tanto no les correspondía actuar.

Para mí todo eso eran tecnicismos legales que no hacía sino poner en peligro a una personan, cuyo sufrimiento se podía haber evitado.

Pero después de tanto insistir y de que en varias ocasiones sucediese lo que había predicho, el comisario hizo una pequeña trampa, bueno, no sé si se puede llamar así, pero fue una solución intermedia entre hacerme caso y no hacer nada.

Legalmente hasta que no se cometiese el delito no podían intervenir, pero lo que hicieron fue abrir una especie de expediente con toda la información que les proporcionaba, la estudiaban a fondo y hacían por averiguar sobre las personas implicadas y el lugar de los hechos, y una vez que comprobaron todo, luego hacían una especie de vigilancia preventiva, tanto de la víctima como del agresor, o mejor dicho de la futura víctima y del futuro agresor, y claro que funcionaba, en más de una ocasión habían detenido al… futuro delincuente, cuando estaba a punto de cometer el delito, o incluso en el mismo momento de cometerlo, por ejemplo cuando se trataba de un secuestro.

Y bueno, luego tocaba justificar ante la justicia al jefe de policía, qué hacían por aquella zona en el momento preciso en que se les necesitaba, pero bueno, él siempre salía airoso de la situación argumentando que habían tenido una llamada anónima avisando de ello.

En realidad, no había sido ninguna llamada, ni había sido anónima, pero entiendo que así evitaba tener que dar más explicaciones de la cuenta.

Bueno, había dicho que tenía dos tipos de experiencias, antes y después. La diferencia entre ambas, es que la primera me llegaba sin buscarlo, por así decirlo, es decir, no sé muy bien cómo funciona, ero es como si la víctima diese un grito y yo fuese capaz de captarlo, pero esto antes de que suceda.

A pesar de que lo he preguntado a muchos “especialistas” cada uno me ha dado una explicación diferente, argumentando que de alguna forma yo tenía una conexión con esas personas, o que el grito había sido captado por una parte inconsciente conectado con no sé qué plano… bueno, sea como fuese, parece ser que esa persona me buscaba para que la ayudase desde el futuro y con mi intervención lograba evitarla ese sufrimiento.

La otra forma es la de que fuese la policía quien se pusiese en contacto conmigo y me pedía que participase en una determinada investigación.

Así me enseñaban todas las pruebas que tenían, y me decían todas las conjeturas y líneas de investigación que habían seguido y yo, sin saber cómo esa misma noche o en las noches siguientes soñaba con el caso.

Al principio pensé que me había sugestionado con tantos datos, pero no sé por qué funcionaba, es decir, lo que vivenciaba entonces sí estaba relacionado con el caso, y así podía acudir al día siguiente a proporcionar información nueva que en algunas ocasiones era tan valiosa que conseguían cerrarlo atrapando al culpable.

A decir verdad, yo no hacía nada más que soñar, en algunas ocasiones, soñar despierto, y en otras en la cama.

Aunque personalmente prefería la segunda, ya que la primera implicaba en alguna ocasión que me viese expuesto a caídas y lesiones.

Por supuesto desde que me diagnosticaron epilepsia no he conducido, ya que no sé qué puede suceder si voy al volante y tengo una de esas crisis de ausencia como las llaman, o peor, un ataque.

Para evitar que pueda dañar a alguien, me tuve que resignar a usar el trasporte público para mis desplazamientos, una situación que no supuso para mí mayores inconvenientes que los de salir como media hora antes para poder coger el autobús a tiempo.

Pero bueno lo dicho, la policía siempre ha estado, no sé, recelosa de mis capacidades si se puede llamar así, de hecho, en más de una ocasión he tenido que hacer demostraciones cuando venía alguna visita de otra comisaría solicitando cooperación policial para resolver un caso que ellos no habían podido cerrar.

Sea como fuere yo siempre he tratado de cooperar en todo lo que me han solicitado, ya que considero que lo que tengo no es algo para mí, así que, si puede proporcionar un beneficio a otros, bienvenido sea.

Conozco porque al principio me acusaron de ello, a aquellos que se dedican a vivir del dolor ajeno, diciendo que ellos eran capaces de conectar con las víctimas para recibir tal o cual mensaje para sus familiares, y casi siempre eran palabras de consuelo diciendo que estaban en paz y que el sufrimiento ya había acabado.

Entiendo que eran palabras de gran valía para los familiares angustiados, pero que eran de poca utilidad para la policía a la hora de determinar dónde se encontraba el cuerpo.

Pero bueno, no voy a ser yo quien juzgue qué hacen otros y por qué lo hacen, sólo sé que he procurado ser muy transparente con las autoridades, aquello que recibía se lo decía, les gustase o no a ellos, por supuesto, siempre con la intención de ayudar en lo que pudiese, aunque no siempre lo viesen así.

Recuerdo una vez en que yo afirmaba que no había delito, era sobre una adolescente que había llamado a sus padres solicitando un rescate y me pedían que tratase de localizarla antes de que pagasen, pues en ocasiones después del pago, el secuestrador trata de borrar las pistas de su delito, e incluso terminar con la persona por la que acababa de cobrar el rescate.

Este fue uno de esos sueños buscados, en el que me habían dado toda la información posible sobre el caso, números de teléfono, nombres, e incluso el seguimiento que habían realizado al círculo más cercano para ver si alguno estaba implicado.

A pesar de ello, yo no conseguía captar nada, y era la primera vez que me sucedía y así pasó una semana, y a diario me acercaba a la comisaría para informar de mi falta de conexión, y ellos me decían si había o no alguna novedad, tras lo cual me pasaba horas repasando aquella documentación en busca de esa conexión con la víctima, pero nada, pasaban los días y no tenía nada, así que un día me acerqué a la comisaría y con tono firme dije al comisario.

―No hay tal secuestro.

―¿Qué dice?

―Sí, no he visto nada, no veo a la víctima, y es la primera vez que me pasa, no creo que esté secuestrada.

―Pero ¿de qué habla?, ¿ha perdido la cabeza?

―No, estoy muy seguro de lo que digo, si se hubiese producido el secuestro hubiese captado algo, una conexión.

―Usted y sus cosas…, ¿seguro que le sigue funcionando eso que dice tener?

Yo me quedé un momento pensando, dudando si podía haber algo mal en mí que me impidiese seguir usando mis poderes, pero no recordaba que hubiese hecho nada diferente a lo que solía hacer, ni una comida extraña ni nada, y tampoco había tenido algún síntoma que me dijese que pudiese estar enfermo y que eso justificase que no tuviese esa conexión, así que después de pensarlo afirmé:

―No soy yo, es la víctima, ella no se comunica, por lo que no creo que sea un secuestro.

Aquel día fue uno de tantos que me echó el jefe de la policía de la comisaría con sus palabras salidas de tono, pareciendo olvidar todas las veces que había colaborado y que había sido de utilidad mi información, pero ahora pareciera que se molestaba porque no pudiese resolver un único caso.

Bueno, yo con la conciencia muy tranquila me dirigí a mi casa y allí estuve unos días hasta que el jefe de policía llamó a la puerta.

Aquello me extrañó pues normalmente me llamaba a la comisaría cuando quería decirme algo, pero bueno, allí estaba, y yo sin saber el motivo de su visita.

―Buenos días jefe, ¿quiere entrar?

―No, es una visita rápida, usted tenía razón.

―¿Sobre qué? ―pregunté sin saber a qué se refería

―La chica, la adolescente que la habían secuestrado, esa que no se comunicaba con usted había fingido su secuestro, bueno, nunca existió un secuestro, se fue con su novio a Las Vegas y cuando se le acabó el dinero entre los dos idearon decir que estaba secuestrada para que los padres mandasen dinero con el que seguir jugando. Y no, no me diga que ya me lo dijo.

―En absoluto, me alegra que el caso se hubiese resuelto.

―Sí, claro ―dijo mientras se retiraba de la puerta despidiéndose con un gesto de la mano.

Desconozco el número de ocasiones en que tuvo que darme la razón y reconocer que mis capacidades estaban bien, pero aquella fue la primera, y por eso no se me olvidará.





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Nadie me lo podía haber dicho, y si lo hubiesen hecho no le habría creído, que yo fuese escritor, con lo que me costaba a mí leer de pequeño.

A pesar de ello las circunstancias me habían obligado a esta profesión, ya que con tanto tiempo como ahora tenía, encerrado de por vida, no tenía mucho más que hacer.

Es cierto que algunos presos se dedicaban a realizar ejercicios en el patio, e incluso a estudiar en la biblioteca, los menos realizan cursos de capacitación, pero todos ellos tienen algo que yo no tengo, un ideal por el que luchar y seguir adelante.

Con una condena de unos pocos meses o incluso años, es fácil pensar que la preparación le servirá para algo, y que será más fácil buscarse la vida fuera de esta prisión, pero en mi caso, con la certeza de que nunca volveré a pisar la calle, ¿qué sentido tiene prepararse?

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