Книга - El Criterio

a
A

El Criterio
Jaime Balmes




Jaime Balmes

El Criterio





CAPÍTULO I




CONSIDERACIONES PRELIMINARES




§ I



En que consiste el pensar bien. Qué es la verdad

El pensar bien consiste, ó en conocer la verdad, ó en dirigir el entendimiento por el camino que conduce á ella. La verdad es la realidad de las cosas. Cuando las conocemos como son en sí, alcanzamos la verdad; de otra suerte, caemos en error. Conociendo que hay Dios conocemos una verdad, porque realmente Dios existe; conociendo que la variedad de las estaciones depende del sol, conocemos una verdad, porque en efecto es así; conociendo que el respeto á los padres, la obediencia á las leyes, la buena fe en los contratos, la fidelidad con los amigos, son virtudes, conocemos la verdad; así como caeríamos en error, pensando que la perfidia, la ingratitud, la injusticia, la destemplanza, son causas buenas y laudables.

Si deseamos pensar bien, hemos de procurar conocer la verdad, es decir la realidad de las cosas. ¿De qué sirve discurrir con sutileza, ó con profundidad aparente, si el pensamiento no está conforme con la realidad? Un sencillo labrador, un modesto artesano, que conocen bien los objetos de su profesion, piensan y hablan mejor sobre ellos que un presuntuoso filósofo que en encumbrados conceptos y altisonantes palabras quiere darles lecciones sobre lo que no entiende.




§ II



Diferentes modos de conocer la verdad

A veces conocemos la verdad, pero de un modo grosero; la realidad no se presenta á nuestros ojos tal como es, sino con alguna falta, añadidura ó mudanza. Si desfila á cierta distancia una coluna de hombres, de tal manera que veamos brillar los fusiles pero sin distinguir los trajes, sabemos que hay gente armada, pero ignoramos si es de paisanos, de tropa ó de algun otro cuerpo; el conocimiento es imperfecto, porque nos falta distinguir el uniforme para saber la pertenencia. Mas si por la distancia ú otro motivo nos equivocamos, y les atribuimos una prenda de vestuario que no llevan, el conocimiento será imperfecto, porque añadiremos lo que en realidad no hay. Por fin, si tomamos una cosa por otra, como por ejemplo, si creemos que son blancas unas vueltas que en realidad son amarillas, mudamos lo que hay, pues hacemos de ella una cosa diferente.

Cuando conocemos perfectamente la verdad, nuestro entendimiento se parece á un espejo en el cual vemos retratados con toda fidelidad los objetos como son en sí; cuando caemos en error, se asemeja á uno de aquellos vidrios de ilusion que nos presentan lo que realmente no existe; pero cuando conocemos la verdad á medias, podria compararse á un espejo mal azogado, ó colocado en tal disposicion que si bien nos muestra objetos reales, sin embargo nos los ofrece demudados alterando los tamaños y figuras.




§ III



Variedad de ingenios

El buen pensador procura ver en los objetos todo lo que hay, pero no mas de lo que hay. Ciertos hombres tienen el talento de ver mucho en todo; pero les cabe la desgracia de ver todo lo que no hay, y nada de lo que hay. Una noticia, una ocurrencia cualquiera, les suministran abundante materia para discurrir con profusion, formando, como suele decirse, castillos en el aire. Estos suelen ser grandes proyectistas y charlatanes.

Otros adolecen del defecto contrario; ven bien, pero poco; el objeto no se les ofrece sino por un lado; si este desaparece, ya no ven nada. Estos se inclinan á ser sentenciosos y aferrados en sus temas. Se parecen á los que no han salido nunca de su país; fuera del horizonte á que estan acostumbrados, se imaginan que no hay mas mundo.

Un entendimiento claro, capaz y exacto, abarca el objeto entero; le mira por todos sus lados, en todas sus relaciones con lo que le rodea. La conversacion y los escritos de estos hombres privilegiados se distinguen por su claridad, precision y exactitud. En cada palabra encontrais una idea, y esta idea veis que corresponde á la realidad de las cosas. Os ilustran, os convencen, os dejan plenamente satisfecho; decís con entero asentimiento: «si, es verdad, tiene razon.» Para seguirlos en sus discursos no necesitais esforzaros; parece que andais por un camino llano, y que el que habla solo se ocupa de haceros notar con oportunidad los objetos que encontrais á vuestro paso. Si explican una materia difícil y abstrusa, tambien os ahorran mucho tiempo y fatiga. El sendero es tenebroso porque está en las entrañas de la tierra, pero os precede un guia muy práctico; llevando en la mano una antorcha que resplandece con vivísima luz.




§ IV



La perfeccion de las profesiones depende de la perfeccion con que se conocen los objetos de ellas

El perfecto conocimiento de las cosas en el órden científico, forma los verdaderos sabios; en el órden práctico, para el arreglo de la conducta en los asuntos de la vida, forma los prudentes; en el manejo de los negocios del estado, forma los grandes políticos; y en todas las profesiones, es cada cual mas ó ménos aventajado, á proporcion del mayor ó menor conocimiento de los objetos que trata ó maneja. Pero este conocimiento ha de ser práctico, ha de abrazar tambien los pormenores de la ejecucion, que son pequeñas verdades, por decirlo así, de las cuales no se puede prescindir, si se quiere lograr el objeto. Estas pequeñas verdades son muchas en todas las profesiones; bastando para convencerse de ello, el oir á los que se ocupan aun en los oficios mas sencillos. ¿Cuál será pues el mejor agricultor? El que mejor conozca las calidades de los terrenos, climas, simientes y plantas; el que sepa cuáles son los mejores métodos é instrumentos de labranza, y que mejor acierte en la oportunidad de emplearlos; en una palabra, el que conozca los medios mas á propósito para hacer que la tierra produzca con poco coste, mucho, pronto y bueno. El mejor agricultor será pues el que conozca mas verdades relativas á la práctica de su profesion. ¿Cuál es el mejor carpintero? El que mejor conoce la naturaleza y calidades de las maderas, el modo particular de trabajarlas, y el arte de disponerlas del modo mas adaptado al uso á que se destinan. Es decir, que el mejor carpintero será aquel que sabe mas verdades sobre su arte. ¿Cuál será el mejor comerciante? El que mejor conozca los géneros de su tráfico, los puntos de donde es mas ventajoso traerlos, los medios mas á propósito para conducirlos sin deterioro, con presteza y baratura, los mercados mas convenientes para expenderlos con celeridad y ganancia: es decir aquel que posea mas verdades sobre los objetos de comercio, el que conozca mas á fondo la realidad de las cosas en que se ocupa.




§ V



A todos interesa el pensar bien

Échase pues de ver que el arte de pensar bien no interesa solamente á los filósofos, sino tambien á las gentes mas sencillas. El entendimiento es un don precioso que nos ha otorgado el Criador, es la luz que se nos ha dado para guiarnos en nuestras acciones; y claro es que uno de los primeros cuidados que debe ocupar al hombre es tener bien arreglada esta luz. Si ella falta nos quedamos á oscuras, andamos á tientas; y por este motivo es necesario no dejarla que se apague. No debemos tener el entendimiento en inaccion, con peligro de que se ponga obtuso y estúpido; y por otra parte, cuando nos proponemos ejercitarle y avivarle, conviene que su luz sea buena para que no nos deslumbre, bien dirigida para que no nos extravie.




§ VI



Cómo se debe enseñar á pensar bien

El arte de pensar bien no se aprende tanto con reglas como con modelos. A los que se empeñan en enseñarle á fuerza de preceptos y de observaciones analíticas, se los podria comparar con quien emplease un método semejante para enseñar á los niños á hablar ó andar. No por esto condeno todas las reglas; pero sí sostengo que deben darse con mas parsimonia, con ménos pretensiones filosóficas, y sobre todo de una manera sencilla, práctica: al lado de la regla el ejemplo. Un niño pronuncia mal ciertas palabras; para corregirle ¿qué hacen sus padres ó maestros? Las pronuncian ellos bien, y hacen que en seguida las pronuncie el niño: «escucha bien como yo lo digo; á ver ahora tú; mira no pongas los labios de esta manera, no hagas tanto esfuerzo con la lengua» y otras cosas por este tenor. He aquí el precepto al lado del ejemplo, la regla y el modo de practicarla[1 - Pág. 7. —Verum est id quod est, dice san Agustin (Lib. 2. Solil. cap. 5). Puede distinguirse entre la verdad de la cosa y la verdad del entendimiento: la primera, que es la cosa misma, se podrá llamar objetiva; la segunda, que es la conformidad del entendimiento con la cosa, se apellidará formal, ó subjetiva. El oro es metal, independientemente de nuestro conocimiento; hé aquí una verdad objetiva. El entendimiento conoce que el oro es metal, hé aquí una verdad formal ó subjetiva.Mucha presuncion seria el despreciar las reglas para pensar bien. «Nullam dicere maximarum rerum esse artem, cum minimarum sine arte nulla sit, hominum est parum considerate loquentium.» «Es de hombres lijeros, decia Ciceron, el afirmar que para las grandes cosas no hay arte, cuando de él no carecen ni las mas pequeñas.» (Lib. 2. de offic.) En la utilidad de las reglas han estado acordes los sabios antiguos y modernos: la dificultad pues está en saber cuáles son estas, cuál es el mejor modo de enseñar á practicarlas. Don de los dioses llamó Sócrates á la lógica, mas por desgracia, no nos aprovechamos lo bastante de este don precioso, y las cavilaciones de los hombres le hacen inútil para muchos. Los aristotélicos han sido acusados de embrollar el entendimiento de los principiantes con la abundancia de las reglas, y el fárrago de discusiones abstractas; en cambio, las escuelas que les han sucedido, y particularmente los ideólogos mas modernos, no estan libres del todo de un cargo semejante. Algunos reducen la lógica á un análisis de las operaciones del entendimiento, y de los medios con que se adquieren las ideas; lo que encierra las mas altas y difíciles cuestiones que ofrecerse puedan á la humana filosofía.Quisiéramos un poco ménos de ciencia y un poco mas de práctica; recordando lo que dice Bacon de Verulamio sobre el arte de observacion, cuando le llama una especie de sagacidad, de olfato cazador, mas bien que ciencia. Ars experimentalis sagacitas potius est et odoratio quædam venatica quam scientia. (De Augm. scient. L. 5. c. 2.)].




CAPÍTULO II




LA ATENCION

Hay medios que nos conducen al conocimiento de la verdad, y obstáculos que nos impiden llegar á él; enseñar á emplear los primeros, y á remover los segundos, es el objeto del arte de pensar bien.




§ I



Definicion de la atencion. Su necesidad

La atencion es la aplicacion de la mente á un objeto. El primer medio para pensar bien es atender bien. La segur no corta si no es aplicada al árbol, la hoz no siega si no es aplicada al tallo. Algunas veces se le ofrecen los objetos al espíritu sin que atienda; como sucede ver sin mirar, y oir sin escuchar; pero el conocimiento que de esta suerte se adquiere, es siempre lijero, superficial, á menudo inexacto, ó totalmente errado. Sin la atencion estamos distraidos, nuestro espíritu se halla, por decirlo así, en otra parte; y por lo mismo no ve aquello que se le muestra. Es de la mayor importancia adquirir un hábito de atender á lo que se estudia ó se hace; porque, si bien se observa, lo que nos falta á menudo no es la capacidad para entender lo que vemos, leemos ú oimos, sino la aplicacion del ánimo á aquello de que se trata.

Se nos refiere un suceso, pero escuchamos la narracion con atencion floja, intercalando mil observaciones y preguntas, manoseando ó mirando objetos que nos distraen; de lo que resulta que se nos escapan circunstancias interesantes, que se nos pasan por alto cosas esenciales, y que al tratar de contarle á otros, ó de meditarle nosotros mismos para formar juicio, se nos presenta el hecho desfigurado, incompleto, y así caemos en errores que no proceden de falta de capacidad, sino de no haber prestado al narrador la atencion debida.




§ II



Ventajas de la atencion é inconvenientes de su falta

Un espíritu atento multiplica sus fuerzas de una manera increible; aprovecha el tiempo atesorando siempre caudal de ideas; las percibe con mas claridad y exactitud; y finalmente las recuerda con mas facilidad, á causa de que con la continua atencion estas se van colocando naturalmente en la cabeza de una manera ordenada.

Los que no atienden sino flojamente, pasean su entendimiento por distintos lugares á un mismo tiempo; aquí reciben una impresion, allí otra muy diferente, acumulan cien cosas inconexas que léjos de ayudarse mutuamente para la aclaracion y retencion, se confunden, se embrollan y se borran unas á otras. No hay lectura, no hay conversacion, no hay espectáculo, por insignificantes que parezcan, que no nos puedan instruir en algo. Con la atencion notamos las preciosidades y las recogemos; con la distraccion dejamos quizá caer al suelo el oro y las perlas como cosa baladí.




§ III



Cómo debe ser la atencion. Atolondrados y ensimismados

Creerán algunos que semejante atencion fatiga mucho; pero se equivocan. Cuando hablo de atencion no me refiero á aquella fijeza de espíritu con que este se clava, por decirlo así, sobre los objetos; sino de una aplicacion suave y reposada, que permite hacerse cargo de cada cosa, dejándonos empero con la agilidad necesaria para pasar sin esfuerzo de unas ocupaciones á otras. Esta atencion no es incompatible ni con la misma diversion y recreo, pues es claro que el esparcimiento del ánimo no consiste en no pensar, sino en no ocuparse de cosas trabajosas, y en entregarse á otras mas llanas y lijeras. El sabio que interrumpe sus estudios profundos saliendo á solazarse un rato con la amenidad de la campiña, no se fatiga, ántes se distrae, cuando atiende al estado de las mieses, á las faenas de los labradores, al murmullo de los arroyos, ó al canto de las aves.

Tan léjos estoy de considerar la atencion como abstraccion severa y continuada, que muy al contrario cuento en el número de los distraidos, no solo á los atolondrados sino tambien á los ensimismados. Aquellos se derraman por la parte de afuera, estos divagan por las tenebrosas regiones de adentro; unos y otros carecen de la conveniente atencion, que es la que se emplea en aquello de que se trata.

El hombre atento posee la ventaja de ser mas urbano y cortes; porque el amor propio de los demas se siente lastimado, si notan que no atendemos á lo que ellos dicen. Es bien notable que la urbanidad ó su falta, se apelliden tambien atencion ó desatencion.




§ IV



Las interrupciones

Ademas son pocos los casos, aun en los estudios serios, que requieren atencion tan profunda que no pueda interrumpirse sin grave daño. Ciertas personas se quejan amargamente si una visita á deshora, ó un ruido inesperado, les cortan, como suele decirse, el hilo del discurso: esas cabezas se parecen á los daguerreótipos, en los cuales el menor movimiento del objeto, ó la interposicion de otro extraño, bastan para echar á perder el retrato ó paisaje. En algunas será tal vez un defecto natural, en otras una afectacion vanidosa por hacerse del pensador, y en no pocas falta de hábito de concentrarse. Como quiera, es preciso acostumbrarse á tener la atencion fuerte y flexible á un mismo tiempo, y procurar que la formacion de nuestros conceptos no se asemeje á la de los cuadros daguerreotipados, sino de los comunes; si el pintor es interrumpido, suspende sus tareas; y al volver á proseguirlas no encuentra malbaratada su obra; si un cuerpo le hace importuna sombra, en removiéndole, lo deja todo remediado[2 - Pág. 10. – Los hombres mas insignes en el mundo científico se han distinguido por una gran fuerza de atencion; y algunos de ellos por una abstraccion que raya en lo increible. Arquimedes ocupado en sus meditaciones y operaciones geométricas, no advierte el estrépito de la ciudad tomada por los enemigos. Vieta pasa sin interrupcion dias y noches absorto en sus combinaciones algebráicas y no se acuerda de sí propio, hasta que le arrancan de tamaña enajenacion sus domésticos y amigos; Leibnitz malbarata lastimosamente su salud, estando muchos dias sin levantarse de la silla. Esta abstraccion extraordinaria es respetable en hombres que de tal suerte han enriquecido las ciencias con admirables inventos; ellos tenian verdaderamente una mision que cumplir, y en cierto modo era excusable que á tan alto objeto sacrificaran su salud y su vida. Pero aun en los genios mas eminentes no ha estado reñida la intensidad de la atencion con su flexibilidad: Descartes estaba elaborando sus colosales concepciones entre el estruendo de los combates; y cuando cansado de la vida militar se retiró del servicio en que se habia alistado voluntariamente, continuó viajando por los principales paises de Europa. Con semejante tenor de vida, es muy probable que el ilustre filósofo habia sabido enlazar la intensidad con la flexibilidad de la atencion, y que no seria tan delicado en la materia como Kant, de quien se dice, que el solo desarreglo ó cambio de un boton en uno de sus oyentes era capaz de hacerle perder el hilo del discurso. Esto no es tan extraño si se considera que el filósofo aleman jamas salió de su patria, y que por tanto no debió de acostumbrarse á meditar sino en el retiro de su gabinete. Pero sea lo que fuere de las rarezas de algunos hombres célebres, importa sobre manera esforzarse en adquirir esa flexibilidad de atencion que puede muy bien aliarse con su intensidad. En esto como en todas las cosas puede mucho el trabajo, la repeticion de actos, que llegan á engendrar un hábito que no se pierde en toda la vida. Acostumbrándose á pensar sobre cuantos objetos se ofrecen, y á dar constantemente al espíritu una direccion seria, se consigue lentamente, y sin esfuerzo, la conveniente disposicion de ánimo, ya sea para fijarse largas horas sobre un punto, ya para hacer suavemente la transicion de unas ocupaciones á otras. Cuando no se posee esta flexibilidad, el espíritu se fatiga y enerva con la concentracion excesiva ó se desvanece con cualquiera distraccion; lo primero, á mas de ser nocivo á la salud, tampoco suele servir mucho para progresar en la ciencia; y lo segundo inutiliza el entendimiento para los estudios serios. El espíritu como el cuerpo ha menester un buen régimen; y en este régimen hay una condicion indispensable: la templanza.].




CAPÍTULO III




ELECCION DE CARRERA




§ I



Vago significado de la palabra Talento

Cada cual ha de dedicarse á la profesion para la que se siente con mas aptitud. Juzgo de mucha importancia esta regla; y abrigo la profunda conviccion de que á su olvido se debe el que no hayan adelantado mucho mas las ciencias y las artes. La palabra talento expresa para algunos, una capacidad absoluta; creyendo equivocadamente que quien está dotado de felices disposiciones para una cosa lo estará igualmente para todas. Nada mas falso; un hombre puede ser sobresaliente, extraordinario, de una capacidad monstruosa para un ramo, y ser muy mediano y hasta negado con respecto á otros. Napoleon y Descártes son dos genios; y sin embargo en nada se parecen. El genio de la guerra no hubiera comprendido al genio de la filosofía; y si hubiesen conversado un rato, es probable que ambos habrian quedado poco satisfechos, Napoleon no le habria exceptuado entre los que con aire desdeñoso apellidaba ideólogos.

Podria escribirse una obra de los talentos comparados, manifestando las profundas diferencias que median aun entre los mas extraordinarios. Pero la experiencia de cada dia nos manifesta esta verdad de una manera palpable. Hombres oimos que discurren y obran sobre una materia con acierto admirable; al paso que en otra se muestran muy vulgares, y hasta torpes y desatentados. Pocos serán los que alcancen una capacidad igual para todo; y tal vez pudiérase afirmar que nadie; pues la observacion enseña que hay disposiciones que se embarazan, y se dañan recíprocamente. Quien tiene el talento generalizador no es fácil que posea el de la exactitud minuciosa; el poeta que vive de inspiraciones bellas y sublimes, no se avendrá sin trabajo con la acompasada regularidad de los estudios geométricos.




§ II



Instinto que nos indica la carrera que mejor se nos adapta

El Criador, que distribuye á los hombres las facultades en diferentes grados, les comunica un instinto precioso que les muestra su destino: la inclinacion muy duradera y constante hácia una ocupacion, es indicio bastante seguro de que nacimos con aptitud para ella; así como el desvío y repugnancia que no puede superarse con facilidad, es señal de que el Autor de la naturaleza no nos ha dotado de felices disposiciones para aquello que nos desagrada. Los alimentos que nos convienen se adaptan bien á un paladar y olfato, no viciados por malos hábitos ó alterados por enfermedad; y el sabor y olor ingratos nos advierten cuáles son los manjares y bebidas que por su corrupcion ú otras calidades, podrian dañarmos. Dios no ha tenido ménos cuidado del alma que del cuerpo.

Los padres, los maestros, los directores de los establecimientos de educacion y enseñanza, deben fijar mucho la atencion en este punto, para precaver la pérdida de un talento, que bien empleado, podria dar los mas preciosos frutos, y evitar que no se le haga consumir en una tarea para la cual no ha nacido.

El mismo interesado ha de ocuparse tambien en este exámen; el niño de doce años tiene por lo comun reflexion bastante para notar á qué se siente inclinado, qué es lo que le cuesta ménos trabajo, cuáles son los estudios en que adelanta con mas facilidad, cuáles las faenas en que experimenta mas ingenio y destreza.




§ III



Experimento para discernir el talento peculiar de cada niño

Seria muy conveniente que se ofreciesen á la vista de los niños objetos muy variados, conduciéndolos á visitar establecimientos donde la disposicion particular de cada uno pudiese ser excitada con la presencia de lo que mejor se le adapta. Entónces, dejándolos abandonados á sus instintos, un observador inteligente formaria desde luego diferentes clasificaciones. Exponed la máquina de un reloj á la vista de una reunion de niños de diez á doce años, y es bien seguro que si entre ellos hay alguno de genio mecánico muy aventajado, se dará á conocer desde luego por la curiosidad de examinar, por la discrecion de las preguntas, y la facilidad en comprender la construccion que está contemplando. Leedles un trozo poético, y si hay entre ellos algun Garcilaso, Lope de Vega, Ercilla, Calderon ó Melendez, veréis chispear sus ojos, conoceréis que su corazon late, que su mente se agita, que su fantasía se inflama bajo una impresion que él mismo no comprende.

Cuidado con trocar los papeles: de dos niños extraordinarios es muy posible que formeis dos hombres muy comunes. La golondrina y el águila se distinguen por la fuerza y lijereza de sus alas; y sin embargo jamas el águila pudiera volar á la manera de la golondrina, ni esta imitar á la reina de las aves.

El tentate diu quid ferre recusent, quid valeant humeri, que Horacio inculca á los escritores, puede igualmente aplicarse á cuantos tratan de escoger una profesion cualquiera[3 - Pág. 14. – Un hombre dedicado á una profesion para la cual no ha nacido, es una pieza dislocada: sirve de poco, y muchas veces no hace mas que sufrir y embarazar. Quizas trabaja con celo, con ardor; pero sus esfuerzos ó son impotentes, ó no corresponden ni con mucho á sus deseos. Quien haya observado algun tanto sobre este particular, habrá notado fácilmente los malos efectos de semejante dislocacion. Hombres muy bien dotados para un objeto, se muestran con una inferioridad lastimosa cuando se ocupan de otro. Uno de los talentos mas sobresalientes que he conocido en lo tocante á ciencias morales y políticas, le considero mucho ménos que mediano con respecto á las exactas; y al contrario, he visto á otros de feliz disposicion para adelantar en estas, y muy poco capaces para aquellas.Y lo singular en la diferencia de los talentos es que aun tratándose de una misma ciencia, los unos son mas á propósito que otros para determinadas partes. Así se puede experimentar en la enseñanza de las matemáticas que la disposicion de un mismo alumno no es igual con respecto á la Aritmética, Algebra y Geometría. En el cálculo, unos se adiestran con facilidad en la parte de aplicacion, miéntras no adelantan igualmente ni con mucho, en la de generalizacion; unos adelantan en la Geometría mas de lo que habian hecho esperar en el estudio del Algebra y Aritmética. En la demostracion de los teoremas, en la resolucion de los problemas, se echan de ver diferencias muy señaladas: unos se aventajan en la facilidad de aplicar, de construir, pero deteniéndose, por decirlo así, en la superficie, sin penetrar en el fondo de las cosas; al paso que otros no tan diestros en lo primero, se distinguen por el talento de demostracion, por la facilidad en generalizar, en ver resultados, en deducir consecuencias lejanas. Estos últimos son hombres de ciencia, los primeros son hombres de práctica; á aquellos les conviene el estudio, á estos el trabajo de aplicacion.Si estas diferencias se notan en los límites de una misma ciencia, ¿qué será cuando se trate de las que versan sobre objetos los mas distantes entre sí? y sin embargo, ¿quién cuida de observarlas, y mucho ménos de dirigir á los niños y á los jóvenes por el camino que les conviene? A todos se nos arroja, por decirlo así, en un mismo molde: para la eleccion de las profesiones suele atenderse á todo, ménos á la disposicion particular de los destinados á ellas. ¡Cuánto y cuánto falta que observar en materia de educacion é instruccion!En la acertada eleccion de la carrera no solo se interesa el adelanto del individuo, sino la felicidad de toda su vida. El hombre que se dedica á la ocupacion que se le adapta, disfruta mucho, aun entre las fatigas del trabajo; pero el infeliz que se halla condenado á tareas para las cuales no ha nacido, ha de estar violentándose continuamente, ya para contrariar sus inclinaciones, ya para suplir con esfuerzo lo que le falta en habilidad.Algunos de los hombres que mas se han distinguido en la respectiva profesion, habrian sido probablemente muy medianos, si se hubiesen dedicado á otra que no les conviniera. Malebranche se ocupaba en el estudio de las lenguas y de la historia, y no daba muestras de ninguna disposicion muy aventajada, cuando acertó á entrar en la tienda de un librero, donde le cayó en manos el Tratado del hombre de Descártes. Causóle tanta impresion aquella lectura, que se cuenta haber tenido que interrumpirla mas de una vez para calmar los fuertes latidos de su corazon. Desde aquel dia Malebranche se dedicó al estudio que tan perfectamente se le adaptaba; y diez años despues publicaba ya su famosa obra de la Investigacion de la verdad. Y es que la palabra de Descartes dispertó el genio filosófico adormecido en el jóven bajo la balumba de las lenguas y de la historia: sintióse otro, conoció que él era capaz de comprender aquellas altas doctrinas, y como el poeta al leer á otro poeta, exclamó: «tambien yo soy filósofo.»Una cosa semejante le sucedió á Lafontaine. Habia cumplido veinte y dos años, sin dar muestras de abrigar genio poético. No lo conoció él mismo hasta que leyó la oda de Malherbe sobre el asesinato de Enrique IV. Y este mismo Lafontaine que tan alto rayó en la poesía, ¿qué hubiera sido como hombre de negocios? Sus inocentadas que tanto daban que reir á sus amigos, no son muy buen indicio de felices disposiciones para este género.He dicho que convenia observar el talento particular de cada niño para dedicarle á la carrera que mejor se le adapta: y que seria bueno observar lo que dice ó hace cuando se encuentra con ciertos objetos. Madama Perier, en la Vida de su hermano Pascal, refiere que siendo niño le llamó un dia la atencion el fenómeno del diverso sonido de un plato herido con un cuchillo, segun se le aplicaba el dedo ó se le retiraba; y que despues de reflexionar mucho sobre la causa de esta diferencia escribió un pequeño tratado sobre ella. Este espíritu observador en tan tierna edad ¿no anunciaba ya al ilustre físico del experimento de Puy-de-Dôme confirmando las ideas de Torricelli y Galileo?El padre de Pascal deseoso de formar el espíritu de su hijo, fortaleciéndole con otra clase de estudios ántes de pasar al de las matemáticas, hasta evitaba el hablar de geometría en presencia del niño; pero este encerrado en su cuarto, traza figuras con un carbon, y desenvolviendo la definicion de la geometría que habia oido, demuestra hasta la proposicion 32 de Euclides. El genio del eminente geómetra se debatia bajo una inspiracion poderosa, que todavía no era él capaz de comprender.El célebre Vaucanson se ocupa en examinar atentamente la construccion de un reloj de una antesala donde estaba esperando á su madre; en vez de juguetear, acecha por las hendiduras de la caja, por si puede descubrir el mecanismo: y luego despues se ensaya en construir uno de madera que revela el asombroso genio del ilustre constructor del flautista, y del áspid de Cleopatra.Bossuet á la edad de 16 años improvisaba en el palacio de Rambouillet un sermon que por la copia de pensamientos y facilidad de expresion y de estilo, admiraba al concurso compuesto de los talentos mas escogidos que á la sazon contaba la Francia.].




CAPÍTULO IV




CUESTIONES DE POSIBILIDAD




§ I



Una clasificacion de los actos de nuestro entendimiento, y de las cuestiones que se le pueden ofrecer

Para mayor claridad, dividiré los actos de nuestro entendimiento en dos clases: especulativos y prácticos. Llamo especulativos los que se limitan á conocer; y prácticos los que nos dirigen para obrar.

Cuando tratamos simplemente de conocer alguna cosa, se nos pueden ofrecer las cuestiones siguientes: 1ª. si es posible ó no; 2ª. si existe ó no; 3ª. cuál es su naturaleza, cuáles sus propiedades y relaciones. Las reglas que se den para resolver con acierto dichas tres cuestiones, comprenden todo lo tocante á la especulativa.

Si nos proponemos obrar, es claro que intentamos siempre conseguir algun fin; de lo cual nacen las cuestiones siguientes: 1ª. cuál es el fin; 2ª. cuál es el mejor medio para alcanzarle.

Ruego encarecidamente al lector que fije la atencion sobre las divisiones que preceden, y procure retenerlas en la memoria; pues ademas de facilitarle la inteligencia de lo que voy á decir, le servirá muchísimo para proceder con método en todos sus pensamientos.




§ II



Ideas de posibilidad é imposibilidad. Sus clasificaciones

Posibilidad. La idea expresada por esta palabra es correlativa de la de imposibilidad, pues que la una envuelve necesariamente la negacion de la otra.

Las palabras posibilidad é imposibilidad, expresan ideas muy diferentes, segun se refieren á las cosas en sí, ó á la potencia de una causa que las pueda producir. Sin embargo, estas ideas tienen relaciones muy intimas, como veremos luego. Cuando se consideran la posibilidad ó imposibilidad, solo con respecto á un ser, prescindiendo de toda causa, se las llama intrínsecas; y cuando se atiende á una causa, se las denomina extrínsecas. A pesar de la aparente sencillez y claridad de esta division, observaré que no es dable formar concepto cabal de lo que significa, hasta haber descendido á las diferentes clasificaciones que expondré en los párrafos siguientes.

A primera vista se podrá extrañar que se explique primero la imposibilidad que la posibilidad; pero reflexionando un poco, se nota que este método es muy lógico. La palabra imposibilidad, aunque suena como negativa, expresa no obstante muchas veces una idea que á nuestro entendimiento se le presenta como positiva: esto es, la repugnancia entre los objetos, una especie de exclusion, de oposicion, de lucha, por decirlo así: por manera que en desapareciendo esta repugnancia, concebimos ya la posibilidad. De aquí nacen las expresiones de «esto es muy posible, pues nada se opone á ello;» «es posible, pues no se ve ninguna repugnancia.» Como quiera, en sabiendo lo que es imposibilidad, se sabe lo que es la posibilidad, y vice-versa.

Algunos distinguen tres clases de imposibilidad: metafísica, física y moral. Yo adoptaré esta division, pero añadiendo un miembro, que será la imposibilidad de sentido comun. En su lugar se verá la razon en que me fundo. Tambien advertiré, que tal vez seria mejor llamar imposibilidad absoluta á la metafísica; natural á la física; y ordinaria á la moral.




§ III



En qué consiste la imposibilidad metafísica ó absoluta

La imposibilidad metafísica ó absoluta, es la que se funda en la misma esencia de las cosas, ó en otros términos, es absolutamente imposible aquello que, si existiese, traeria el absurdo de que una cosa seria y no seria á un mismo tiempo. Un círculo triangular es un imposible absoluto, porque fuera círculo y no círculo, triángulo y no triángulo. Cinco igual á siete, es imposible absoluto, porque el cinco seria cinco y no cinco, y el siete seria siete y no siete. Un vicio virtuoso es un imposible absoluto, porque el vicio fuera y no fuera vicio á un mismo tiempo.




§ IV



La imposibilidad absoluta y la omnipotencia divina

Lo que es absolutamente imposible no puede existir en ninguna suposicion imaginable; pues, ni aun cuando decimos que Dios es todopoderoso, entendemos que pueda hacer absurdos. Que el mundo exista y no exista á un mismo tiempo, que Dios sea y no sea, que la blasfemia sea un acto laudable, y otros delirios por este tenor, es claro que no caen bajo la accion de la omnipotencia; y, como observa muy sabiamente santo Tomas, mas bien debiera decirse que estas cosas no pueden ser hechas, que no que Dios no puede hacerlas. De esto se sigue que la imposibilidad intrínseca absoluta, trae consigo la imposibilidad extrínseca tambien absoluta: esto es, que ninguna causa puede producir lo que de suyo es imposible absolutamente.




§ V



La imposibilidad absoluta, y los dogmas

Para afirmar que una cosa es absolutamente imposible es preciso que tengamos ideas muy claras de los extremos que se repugnan; de otra manera hay riesgo de apellidar absurdo lo que en realidad no lo es. Hago esta advertencia para hacer notar la sinrazon de los que condenan algunos misterios de nuestra fe, declarándolos absolutamente imposibles. El dogma de la Trinidad y el de la Encarnacion son ciertamente incomprensibles al débil hombre; pero no son absurdos. ¿Cómo es posible un Dios trino, una naturaleza y tres personas distintas entre sí, idénticas con la naturaleza? Yo no lo sé; pero no tengo derecho á inferir que esto sea contradictorio. ¿Comprendo por ventura lo que es esta naturaleza, lo que son esas personas de que se me habla? No: luego cuando quiero juzgar si lo que de ellas se dice es imposible ó no, fallo sobre objetos desconocidos. ¿Qué sabemos nosotros de los arcanos de la divinidad? El Eterno ha pronunciado algunas palabras misteriosas para ejercitar nuestra obediencia, y humillar nuestro orgullo; pero no ha querido levantar el denso velo que separa esta vida mortal del océano de verdad y de luz.




§ VI



Idea de la imposibilidad fisica ó natural

La imposibilidad fisica ó natural, consiste en que un hecho esté fuera de las leyes de la naturaleza. Es naturalmente imposible que una piedra soltada en el aire no caiga al suelo, que el agua abandonada á sí misma no se ponga al nivel, que un cuerpo sumergido en un fluido de menor gravedad no se hunda, que los astros se paren en su carrera; porque las leyes de la naturaleza prescriben lo contrario. Dios, que ha establecido estas leyes, puede suspenderlas; el hombre no. Lo que es naturalmente imposible, lo es para la criatura, no para Dios.




§ VII



Modo de juzgar de la imposibilidad natural

¿Cuándo podremos afirmar que un hecho es imposible naturalmente? En estando seguros de que existe una ley que se opone á la realizacion de este hecho, y que dicha oposicion no está destruida ó neutralizada por otra ley natural. Es ley de la naturaleza que el cuerpo del hombre, como mas pesado que el aire, caiga al suelo en faltándole el apoyo; pero hay otra ley por la cual un conjunto de cuerpos unidos entre sí, que sea específicamente ménos grave que aquel en que se sumerge, se sostenga y hasta se levante, aun cuando alguno de ellos sea mas grave que el fluido; luego unido el cuerpo humano á un globo aerostático dispuesto con el arte conveniente, podrá remontarse por los aires, y este fenómeno estará muy arreglado á las leyes de la naturaleza. La pequeñez de ciertos insectos no permite que su imágen se pinte en nuestra retina de una manera sensible; pero las leyes á que está sometida la luz hacen que por medio de un vidrio se pueda modificar la direccion de sus rayos de la manera conveniente, para que salidos de un objeto muy pequeño se hallen desparramados al llegar á la retina, y formen allí una imágen de gran tamaño; y así no será naturalmente imposible que con la ayuda del microscopio, lo imperceptible á la simple vista se nos presente con dimensiones grandes.

Por estas consideraciones es preciso andar con mucho tiento en declarar un fenómeno por imposible naturalmente. Conviene no olvidar: 1.º que la naturaleza es muy poderosa; 2.º que nos es muy desconocida: dos verdades que deben inspirarnos gran circunspeccion cuando se trate de fallar en materias de esta clase. Si á un hombre del siglo XV se le hubiese dicho que en lo venidero se recorreria en una hora la distancia de doce leguas, y esto sin ayuda de caballos ni animales de ninguna especie, habria mirado el hecho como naturalmente imposible; y sin embargo los viajeros que andan por los caminos de hierro, saben muy bien que van llevados con aquella velocidad por medio de agentes puramente naturales. ¿Quién sabe lo que se descubrirá en los tiempos futuros, y el aspecto que presentará el mundo de aquí á diez siglos? Seamos en hora buena cautos en creer la existencia de fenómenos extraños, y no nos abandonemos con demasiada lijereza á sueños de oro; pero guardémonos de calificar de naturalmente imposible lo que un descubrimiento pudiera mostrar muy realizable; no demos livianamente fe á exageradas esperanzas de cambios inconcebibles; pero no las tachemos de delirios y absurdos.




§ VIII



Se deshace una dificultad sobre los milagros de Jesucristo

De estas observaciones surge al parecer una dificultad, que no han olvidado los incrédulos. Héla aquí: los milagros son tal vez efectos de causas que por ser desconocidas, no dejarán de ser naturales; luego no prueban la intervencion divina; y por tanto de nada sirven para apoyar la verdad de la religion cristiana. Este argumento es tan especioso como fútil.

Un hombre de humilde nacimiento que no ha aprendido las letras en ninguna escuela, que vive confundido entre el pueblo, que carece de todos los medios humanos, que no tiene dónde reclinar su cabeza, se presenta en público enseñando una doctrina tan nueva como sublime. Se le piden los títulos de su mision, y él los ofrece muy sencillos. Habla, y los ciegos ven, los sordos oyen, la lengua de los mudos se desata, los paralíticos andan, las enfermedades mas rebeldes desaparecen de repente, los que acaban de espirar vuelven á la vida, los que son llevados al sepulcro se levantan del ataud, los que enterrados de algunos dias despiden ya mal olor, se alzan envueltos en su mortaja, y salen de la tumba, obedientes á la voz que les ha mandado salir á fuera. Este es el conjunto histórico. El mas obstinado naturalista ¿se empeñará en descubrir aquí la accion de leyes naturales ocultas? ¿Calificará de imprudentes á los cristianos por haber pensado que semejantes prodigios no pudieran hacerse sin intervencion divina? ¿Creeis que con el tiempo haya de descubrirse un secreto para resucitar á los muertos, y no como quiera, sino haciéndolos levantar á la simple voz de un hombre que los llame? La operacion de las cataratas ¿tiene algo que ver con el restituir de golpe la vista á un ciego de nacimiento? Los procedimientos para volver la accion á un miembro paralizado ¿se asemejan por ventura á este otro: «levántate, toma tu lecho, y véte á tu casa?» Las teorías hidrostáticas é hidráulicas ¿llegarán nunca á encontrar en la mera palabra de un hombre, la fuerza bastante para sosegar de repente el mar alborotado, y hacer que las olas se tiendan mansas bajo sus pies, y que camine sobre ellas, como un monarca sobre plateadas alfombras?

¿Y qué diremos si á tan imponente testimonio se reunen las profecías cumplidas, la santidad de una vida sin tacha, la elevacion de su doctrina, la pureza de la moral, y por fin el heroico sacrificio de morir entre tormentos y afrentas, sosteniendo y publicando la misma enseñanza, con la serenidad en la frente, la dulzura en los labios, articulando entre los últimos suspiros amor y perdon?

No se nos hable pues de leyes ocultas, de imposibilidades aparentes; no se oponga á tan convincente evidencia un necio «¿quién sabe?…» Esta dificultad que seria razonable, si se tratara de un suceso aislado, envuelto en alguna oscuridad, sujeto á mil combinaciones diferentes, cuando se la objeta contra el cristianismo es no solo infundada, sino hasta contraria al sentido comun.




§ IX



La imposibilidad moral ú ordinaria

La imposibilidad moral ú ordinaria, es la oposicion al curso regular ú ordinario de los sucesos. Esta palabra es susceptible de muchas significaciones, pues que la idea de curso ordinario es tan elástica, es aplicable á tan diferentes objetos, que poco puede decirse en general que sea provechoso en la práctica. Esta imposibilidad nada tiene que ver con la absoluta ni la natural; las cosas moralmente imposibles no dejan por eso de ser muy posibles absoluta y naturalmente.

Daremos una idea muy clara y sencilla de la imposibilidad ordinaria, si decimos que es imposible de esta manera todo aquello que, atendido el curso regular de las cosas, acontece ó muy rara vez ó nunca. Veo á un elevado personaje, cuyo nombre y títulos todos pronuncian, y á quien se tributan los respetos debidos á su clase. Es moralmente imposible que el nombre sea supuesto, y el personaje un impostor. Ordinariamente no sucede así: pero tambien se ha sufrido este chasco una que otra vez.

Vemos á cada paso que la imposibilidad moral desaparece con el auxilio de una causa extraordinaria ó imprevista, que tuerce el curso de los acontecimientos. Un capitan que acaudilla un puñado de soldados, viene de lejanas tierras, aborda á playas desconocidas, y se encuentra con un inmenso continente poblado de millones de habitantes. Pega fuego á sus naves, y dice marchemos. ¿Adónde va? A conquistar vastos reinos con algunos centenares de hombres. Esto es imposible; el aventurero ¿está demente? Dejadle, que su demencia es la demencia del heroismo y del genio; la imposibilidad se convertirá en suceso histórico. Apellidase Hernán Cortés; es español que acaudilla españoles.




§ X



Imposibilidad de sentido comun impropiamente contenida en la imposibilidad moral

La imposibilidad moral tiene á veces un sentido muy diferente del expuesto hasta aquí. Hay imposibles de los cuales no puede decirse que lo sean con imposibilidad absoluta ni natural; y no obstante vivimos con tal certeza de que lo imposible no se realizará, que no nos la infunde mayor la natural, y poco le falta para producirnos el mismo efecto que la absoluta. Un hombre tiene en la mano un cajon de caractéres de imprenta, que supondremos de forma cúbica, para que sea igual la probabilidad de caer y sostenerse por una cualquiera de sus caras; los revuelve repetidas veces sin órden ni concierto, sin mirar siquiera lo que hace, y al fin los deja caer al suelo; ¿será posible que resulten por casualidad ordenados de tal manera que formen el episodio de Dido? No, responde instantáneamente cualquiera que esté en su sano juicio; esperar este accidente seria un delirio; tan seguros estamos de que no se realizará, que si se pusiese nuestra vida pendiente de semejante casualidad, diciéndonos que si esto se verifica se nos matará, continuaríamos tan tranquilos como si no existiese la condicion.

Es de notar que aquí no hay imposibilidad metafísica ó absoluta, porque no hay en la naturaleza de los caractéres una repugnancia esencial á colocarse de dicha manera; pues que un cajista en breve rato los dispondria así muy fácilmente; tampoco hay imposibilidad natural, porque ninguna ley de la naturaleza obsta á que caigan por esta ó aquella cara, ni el uno al lado del otro del modo conveniente al efecto; hay pues una imposibilidad de otro órden, que nada tiene de comun con las otras dos, y que tampoco se parece á la que se llama moral, por solo estar fuera del curso regular de los acontecimientos.

La teoría de las probabilidades, auxiliada por la de las combinaciones, pone de manifiesto esta imposibilidad, calculando, por decirlo así, la inmensa distancia en que este fenómeno se halla con respecto á la existencia. El Autor de la naturaleza no ha querido que una conviccion que nos es muy importante, dependiese del raciocinio, y por consiguiente careciesen de ella muchos hombres; así es que nos la ha dado á todos á manera de instinto, como lo ha hecho con otras que nos son igualmente necesarias. En vano os empeñariais en combatirla ni aun en el hombre mas rudo; él no sabria tal vez qué responderos, pero menearia la cabeza, y diria para sí: «este filósofo que cree en la posibilidad de tales despropósitos, no debe de estar muy sano de juicio.»

Cuando la naturaleza habla en el fondo de nuestra alma con voz tan clara y tono tan decisivo, es necedad el no escucharla. Solo algunos hombres apellidados filósofos se obstinan á veces en este empeño; no recordando que no hay filosofía que excuse la falta de sentido comun, y que mal llegará á ser sabio quien comienza por ser insensato[4 - Pág. 25. – He dicho que la teoría de las probabilidades auxiliada por la de las combinaciones, pone de manifiesto la imposibilidad que he llamado de sentido comun, calculando, por decirlo así, la inmensa distancia que va de la posibilidad del hecho á su existencia; distancia que nos le hace considerar como poco ménos que absolutamente imposible. Para dar una idea de esto supondré que se tengan siete letras e, s, p, a, ñ, o, l, y que disponiéndolas á la aventura, se quiere que salga la palabra español. Es claro que no hay imposibilidad intrínseca, pues que lo vemos hecho todos los dias, cuando á la combinacion preside la inteligencia del cajista; pero en faltando esta inteligencia, no hay mas razon para que resulten combinadas de esta manera que de la otra. Ahora bien: teniendo presente que el número de combinaciones de diferentes cantidades es igual á 1×2×3×4…(n-1)n, expresando n el número de los factores; siendo siete las letras en el caso presente, el número de combinaciones posibles será igual á 1×2×3×4×5×6×7.=5040.Ahora: recordando que la probabilidad de un hecho es la relacion del número de casos posibles, resulta que la probabilidad de salir por acaso las siete letras dispuestas de modo que formen la palabra español, es igual á 1/5040. Por manera que estaria en el mismo caso que el salir una bola negra de una urna donde hubiese 5039 bolas blancas.Si es tanta la dificultad que hay en que resulte formada una sola palabra de siete letras; ¿qué será si tomamos por ejemplo un escrito en que hay muchas páginas, y por tanto gran número de palabras? La imaginacion se asombra al considerar la inconcebible pequeñez de la probabilidad cuando se atiende á lo siguiente: 1º. La formacion casual de una sola palabra es poco ménos que imposible, ¿qué será con respecto á millares de palabras? 2º. Las palabras sin el debido órden entre sí no dirian nada, y por tanto seria necesario que saliesen del modo correspondiente para expresar lo que se queria. Siete solas palabras nos costarian el mismo trabajo que las siete letras. 3º. Esto es verdad, aun no exigiendo disposicion en líneas, y suponiéndolo todo en una sola; ¿qué será si se piden líneas? Solo siete nos traerán la misma dificultad que las siete palabras y las siete letras. 4º. Para formarse una idea del punto á que llegaria el guarismo que expresase los casos posibles, adviértase que nos hemos limitado á un número de los mas bajos, el siete; adviértase que hay muchas palabras de mas letras; que todas las líneas habrian de constar de algunas palabras, y todas las páginas de muchas lineas. 5º. Y finalmente, reflexiónese adónde va á parar un número que se forma con una ley tan aumentativa como esta 1×2×3×4×5×6×7×8… (n-1)n. Sígase por breve rato la multiplicacion y se verá que el incremento es asombroso.En la mayor parte de los casos en que el sentido comun nos dice que hay imposibilidad, son muchas las cantidades por combinar, entendiendo por cantidades todos los objetos que han de estar dispuestos de cierto modo para lograr el objeto que se desea. Por poco elevado que sea este número, el cálculo demuestra ser la probabilidad tan pequeña, que ese instinto con el cual desde luego, sin reflexionar, decimos «esto no puede ser» es admirable, por lo fundado que está en la sana razon. Pondré otro ejemplo. Suponiendo que las cantidades son en número de 100, el de las combinaciones posibles será 1×2×3×4×5×6… 99×100. Para concebir la increible altura á que se elevaría este producto, considérese que se han de sumar los logaritmos de todas estas cantidades, y que las solas características, prescindiendo de las mantísas dan 92: lo que por sí solo da una cantidad igual á la unidad seguida de 92 ceros. Súmense las mantisas, y añádase el resultado de los enteros á las características, y se verá que este número crece todavía mucho mas. Sin fatigarse con cálculos se puede formar idea de esta clase de aumento. Así suponiendo que el número de las cantidades combinables sea diez mil, por la suma de las solas características de los factores se tendria una característica igual á 28894; es decir que aun no llevando en cuenta lo muchísimo que subiria la suma de las mantisas, resultaria un número igual á la unidad seguida de 28894 ceros. Concíbase si se puede lo que es un número, que por poco espesor que en la escritura se dé á los ceros, tendrá la longitud de algunas varas; y véase si no es muy certero el instinto que nos dice ser imposible una cosa cuya probabilidad es tan pequeña que está representada por un quebrado cuyo numerador es la unidad, y cuyo denominador es un número tan colosal.].




CAPÍTULO V




CUESTIONES DE EXISTENCIA, CONOCIMIENTO ADQUIRIDO POR EL TESTIMONIO INMEDIATO DE LOS SENTIDOS




§ I



Necesidad del testimonio de los sentidos, y los diferentes modos con que nos proporcionan el conocimiento de las cosas

Asentados los principios y reglas que deben guiarnos en las cuestiones de posibilidad, pasemos ahora á las de existencia, que ofrecen un campo mas vasto, y mas útiles y frecuentes aplicaciones.

De la existencia ó no existencia de un ser, ó bien de que una cosa es ó no es, podemos cerciorarnos de dos maneras: por nosotros mismos, ó por medio de otros.

El conocimiento de la existencia de las cosas que es adquirido por nosotros mismos, sin intervencion ajena, proviene de los sentidos mediata ó inmediatamente: ó ellos nos presentan el objeto, ó de las impresiones que los mismos nos causan pasa el entendimiento á inferir la existencia de lo que no se hace sensible ó no lo es. La vista me informa inmediatamente de la existencia de un edificio que tengo presente; pero un trozo de coluna, algunos restos de un pavimento, una inscripcion ú otras señales, me hacen conocer que en tal ó cual lugar existió un templo romano. En ambos casos debo á los sentidos la noticia; pero en el primero inmediata, en el segundo mediatamente.

Quien careciese de los sentidos tampoco llegaria á conocer la existencia de los seres espirituales; pues adormecido el entendimiento no pudiera adquirir esta noticia, ni por la razon, ni por la fe, á no ser que Dios le favoreciera por medios extraordinarios, de que ahora no se trata.

A la distincion arriba explicada en nada obstan los sistemas que pueden adoptarse sobre el orígen de las ideas; ora se las suponga adquiridas, ora innatas, ora vengan de los sentidos, ora sean tan solo excitadas por ellos, lo cierto es que nada sabemos, nada pensamos, si los sentidos no han estado en accion. Ademas, hasta les dejaremos á los ideólogos la facultad de imaginar lo que bien les pareciere sobre las funciones intelectuales de un hombre que careciese de todos los sentidos; sin riesgo podemos otorgarles tamaña latitud; supuesto que nadie aclarará jamas lo que en ello habria de verdad; ya que el paciente no seria capaz de comunicar lo que le pasa, ni por palabras ni por señas. Finalmente aquí se trata de hombres dotados de sentidos, y la experiencia enseña que esos hombres conocen, ó lo que sienten, ó por lo que sienten.




§ II



Errores en que incurrimos por ocasion de los sentidos. Su remedio. Ejemplos

El conocimiento inmediato que los sentidos nos dan de la existencia de una cosa, es á veces errado, porque no nos servimos como debemos de estos admirables instrumentos que nos ha concedido el Autor de la naturaleza. Los objetos corpóreos obrando sobre el órgano de los sentidos, causan una impresion á nuestra alma; asegurémonos bien de cuál es esta impresion, sepamos hasta qué punto le corresponde la existencia de un objeto; hé aquí las reglas para no errar en estas materias. Algunas explicaciones enseñarán mas que los preceptos y teorías.

Veo á larga distancia un objeto que se mueve, y digo: «allí hay un hombre;» acercándome mas, descubro que no es así; y que solo hay un arbusto mecido por el viento. ¿Me ha engañado el sentido de la vista? no: porque la impresion que ella me trasmitia era únicamente de un bulto movido; y si yo hubiese atendido bien á la sensacion recibida, habria notado que no me pintaba un hombre. Cuando pues yo he querido hacerle tal, no debo culpar al sentido, sino á mi poca atencion, ó bien, á que notando alguna semejanza entre el bulto y un hombre visto de léjos, he inferido que aquello debia de serlo en efecto, sin advertir que la semejanza y la realidad son cosas muy diversas.

Teniendo algunos antecedentes de que se dará una batalla, ó se hostilizará alguna plaza, paréceme que he oido cañonazos, y me quedo con la creencia de que ha comenzado el fuego. Noticias posteriores me hacen saber que no se ha disparado un tiro; ¿quién tiene la culpa de mi error? no mi oido, sino yo. El ruido se oia en efecto: pero era el de los golpes de un leñador que resonaban en el fondo de un bosque distante; era el de cerrarse alguna puerta, cuyo estrépito retumbaba por el edificio y sus cercanias, era el de otra cosa cualquiera que producia un sonido semejante al del estampido de un cañon lejano. ¿Estaba yo bien seguro de que no se hallaba á mis inmediaciones la causa del ruido que me producia la ilusion? ¿Estaba bastante ejercitado para discernir la verdad, atendida la distancia en que debia hacerse el fuego, la direccion del lugar, y el viento que á la sazon reinaba? No es pues el sentido quien me ha engañado, sino mi lijereza y precipitacion. La sensacion era tal cual debia ser; pero yo le he hecho decir lo que ella no me decia. Si me hubiese contentado con afirmar que oia ruido parecido al de cañonazos distantes, no hubiera inducido al error á otros y á mí mismo.

A uno le presentan un alimento de excelente calidad, y al probarlo dice: «es malo, intolerable, se conoce que hay tal ó cual mezcla,» porque en efecto su paladar lo experimenta así. ¿Le engañó el sentido? no. Si le pareció amargo, no podia suceder de otra manera, atendida la indisposicion gástrica que le tenia cubierta la lengua de un humor que lo maleaba todo. Bastábale á este hombre un poco de reflexion para no condenar tan fácilmente ó al criado ó al revendedor. Cuando el paladar está bien dispuesto, sus sensaciones nos indican las calidades del alimento, en el caso contrario no.




§ III



Necesidad de emplear en algunos casos mas de un sentido, para la debida comparacion

Conviene notar que para conocer por medio de los sentidos la existencia de un objeto, no basta á veces el uso de uno solo, sino que es preciso emplear otros al mismo tiempo; ó bien atender á las circunstancias que nos pueden prevenir contra la ilusion. Es cierto que el discernir hasta qué punto corresponde la existencia de un objeto á la sensacion que recibimos, es obra de la comparacion, la que es fruto de la experiencia. Un ciego á quien se quitan las cataratas, no juzga bien de las distancias, tamaños y figuras, hasta haber adquirido la práctica de ver. Esta adquisicion la hacemos sin advertirla desde niños, y así creemos que basta abrir los ojos para juzgar de los objetos tales como son en sí. Una experiencia muy sencilla y frecuente nos convencerá de lo contrario. Un hombre adulto y un niño de tres años estan mirando por un vidrio que les ofrece á la vista paisajes, animales, ejércitos; ambos reciben la misma impresion; pero el adulto, que sabe bien que no ha salido al campo, y se halla en un aposento cerrado, no se altera ni por la cercanía de las fieras, ni por los desastres del campo de batalla. Lo que le cuesta trabajo es conservar la ilusion; y mas de una vez habrá menester distraerse de la realidad, y suplir algunos defectos del cuadro ó instrumento para sentir placer con la presencia del espectáculo. Pero el niño, que no compara, que solo atiende á la sensacion en todo su aislamiento, se espanta y llora, temiendo que se le han de comer las fieras, ó viendo que tan cruelmente se matan los soldados.

Todavía mas: experimentamos á cada paso que una perspectiva excelente de la cual no teníamos noticia, vista á la correspondiente distancia nos causa ilusion, y nos hace tomar por objetos de relleve los que en realidad son planos. La sensacion no es errada; pero sí lo es el juicio que por ella formamos. Si advirtiésemos que caben reglas para producir en la retina la misma impresion con un objeto plano que con otro abultado, nos hubiéramos complacido en la habilidad del artista sin caer en error. Este habria desaparecido mirando el objeto desde puntos diferentes, ó valiéndonos del tacto.




§ IV



Los sanos de cuerpo y enfermos de espíritu

Los que tratan del buen uso de los sentidos suelen advertir que es preciso cuidar de que alguna indisposicion no afecte á los órganos, y así se nos comuniquen sensaciones capaces de engañarnos, esto es sin duda muy prudente, pero no tan útil como se cree. Los enfermos raras veces se dedican á estudios serios, y así sus equivocaciones son de poca trascendencia; ademas que ellos mismos, ó sus allegados, bien pronto notan la alteracion del órgano, con lo cual se previene oportunamente el error. Los que necesitan reglas son los que estando sanos de cuerpo no lo estan de espíritu, y que preocupados de un pensamiento ponen á su disposicion y servicio todos sus sentidos, haciéndoles percibir, quizas con la mayor buena fe, todo lo que conviene al apoyo del sistema excogitado. ¿Qué no descubrirá en los cuerpos celestes el astrónomo que maneja el telescopio, no con ánimo reposado y ajeno de parcialidad, sino con vivo deseo de probar una asercion aventurada con sobrada lijereza? ¿Qué no verá con el microscopio el naturalista que se halle en disposicion semejante?

A propósito he dicho que estos errores podian padecerse quizas con la mayor buena fe; porque sucede muy á menudo que el hombre se engaña primero á sí mismo, ántes de engañar á los otros. Dominado por su opinion favorita, ansioso de encontrar pruebas para sacar la verdadera, examina los objetos no para saber sino para vencer; y así acontece que halla en ellos todo lo que quiere. Muchas veces los sentidos no le dicen nada de lo que él pretende; pero le ofrecen algo de semejante: «esto es, exclama alborozado, hélo aquí, es lo mismo que yo sospechaba;» y cuando se levanta en su espíritu alguna duda, procura sofocarla, achácala á poca fe en su incontrastable doctrina, se esfuerza en satisfacerse á sí mismo, cerrando los ojos á la luz para poder engañar á los otros sin verse precisado á mentir.

Basta haber estudiado el corazon del hombre para conocer que estas escenas no son raras; y que jugamos con nosotros mismos de una manera lastimosa. ¿Necesitamos una conviccion? pues de un modo ú otro trabajamos en formárnosla; al principio la tarea es costosa, pero al fin viene el hábito á robustecer lo débil, se allega el orgullo para no permitir retroceso, y el que comenzó luchando contra sí mismo con un engaño que no se le ocultaba del todo, acaba por ser realmente engañado, y se entrega á su parecer con obstinacion incorregible.




§ V



Sensaciones reales, pero sin objeto externo. Explicacion de este fenómeno

Ademas, es menester advertir que no siempre sucede que el alucinado atribuya á la sensacion mas de lo que ella le presenta; una imaginacion vivamente poseida de un objeto, obra sobre los mismos sentidos, y alterando el curso ordinario de las funciones, hace que realmente se sienta lo que no hay. Para comprender cómo esto se verifica, conviene recordar que la sensacion no se verifica en el órgano del sentido sino en el cerebro, por mas que la fuerza del hábito nos haga referir la impresion al punto del cual la recibimos. Estando el ojo muy sano nos quedamos completamente ciegos, si sufre lesion el nervio óptico; y privada la comunicacion de un miembro cualquiera con el cerebro, se extingue el sentido. De esto se infiere que el verdadero receptáculo de todas las sensaciones es el cerebro; y que si en una de sus partes se excita por un acto interno la impresion que suele ser producida por la accion del órgano externo, existirá la sensacion sin que haya habido impresion exterior. Es decir, que si al recibir el órgano externo la impresion de un cuerpo, la comunica al cerebro causando en el nervio A la vibracion ú otra afeccion B, y por una causa cualquiera, independiente de los cuerpos exteriores, se produce en el mismo órgano A la misma vibracion B, experimentaremos idéntica sensacion que si el órgano externo fuese afectado en la realidad.

En este punto se hallan de acuerdo la razon y la observacion. El alma se informa de los objetos exteriores mediatamente por los sentidos, pero inmediatamente por el cerebro; cuando este pues recibe tal ó cual impresion, no puede ella desentenderse de referirla al lugar de donde suele proceder, y al objeto que de ordinario la produce. Si se halla advertida de que la organizacion está alterada, se precaverá contra el error; pero no será dejando de recibir la sensacion, sino desconfiando del testimonio de ella. Cuando Pascal, segun cuentan, veia un abismo á su lado, bien sabia que en realidad no era así; mas no dejaba de recibir la misma sensacion que si hubiese habido el tal abismo, y no alcanzaba á vencer la ilusion por mas que se esforzase. Este fenómeno se verifica muy á menudo, y no se hace nada extraño á los que tienen algunas nociones sobre semejantes materias.




§ VI



Maniáticos y ensimismados

Lo que acontece habitualmente en estado de enfermedad cerebral, puede suceder muy bien cuando exaltada la imaginacion por una causa cualquiera, se pone actualmente enfermiza con relacion á lo que la preocupa. ¿Qué son las manías sino la realizacion de este fenómeno? Pues entiéndase que las manías estan distribuidas en muchas clases y graduaciones; que las hay continuas y por intervalos, extravagantes y arregladas, vulgares y científicas; y que así como Don Quijote convertia los molinos de viento en desaforados gigantes, y los rebaños de ovejas y carneros en ejércitos de combatientes, puede tambien un sabio testarudo descubrir con la ayuda de sus telescopios, microscopios y demas instrumentos, todo cuanto á su propósito cumpliere.

Los hombres muy pensadores y ensimismados corren gran riesgo de caer en manías sabias, en ilusiones sublimes; que la mísera humanidad, por mas que se cubra con diferentes formas segun las varias situaciones de la vida, lleva siempre consigo su patrimonio de flaqueza. Para una débil mujercilla el susurro del viento es un gemido misterioso, la claridad de la luna es la aparicion de un finado, y el chillido de las aves nocturnas es el grito de las evocaciones del averno para asistir á pavorosas escenas. Desgraciadamente, no son solo las mujeres las que tienen imaginacion calenturienta, y que toman por realidades los sueños de su fantasía[5 - Pág. 35. – He creido inútil ventilar en esta obra las muchas cuestiones que se agitan sobre los sentidos, en sus relaciones con los objetos externos, y la generacion de las ideas. Esto me hubiera llevado fuera de mi propósito, y ademas no habria servido de nada para enseñar á hacer buen uso de los mismos sentidos. En otra obra, que tal vez no tarde en dar á luz, me propongo examinar estas cuestiones con la extension que su importancia reclama.].




CAPÍTULO VI




CONOCIMIENTO DE LA EXISTENCIA DE LAS COSAS ADQUIRIDO MEDIATAMENTE POR LOS SENTIDOS




§ I



Transicion de lo sentido á lo no sentido

Los sentidos nos dan inmediatamente noticias de la existencia de muchos objetos; pero de estos son todavía en mayor número los que no ejercen accion sobre los órganos materiales, ó por ser incorpóreos, ó por no estar en disposicion de afectarlos. Sobre lo que nos comunican los sentidos se levanta un tan extenso y elevado edificio de conocimientos de todas clases, que al mirarle se hace dificil de concebir cómo ha podido cimentarse en tan reducida basa.

Donde no alcanzan los sentidos llega el entendimiento, conociendo la existencia de objetos insensibles por medio de los sensibles. La lava esparcida sobre un terreno nos hace conocer la existencia pasada de un volcan que no hemos visto; las conchas encontradas en la cumbre de un monte nos recuerdan la elevacion de las aguas, indicándonos una catástrofe que no hemos presenciado; ciertos trabajos subterráneos nos muestran que en tiempos anteriores se benefició allí una mina; las ruinas de las antiguas ciudades nos señalan la morada de hombres que no hemos conocido. Así los sentidos nos presentan un objeto, y el entendimiento llega con este medio al conocimiento de otros muy diferentes.

Si bien se observa, este tránsito de lo conocido á lo desconocido no lo podemos hacer sin que ántes tengamos alguna idea mas ó ménos completa, mas ó ménos general del objeto desconocido, y sin que al propio tiempo sepamos que hay entre los dos alguna dependencia. Así en los ejemplos aducidos, si bien no conocia aquel volcan determinado, ni las olas que inundaron la montaña, ni á los mineros, ni á los moradores, no obstante todos estos objetos me eran conocidos en general, así como sus relaciones con lo que me ofrecian los sentidos. De la contemplacion de la admirable máquina del universo no pasaríamos al conocimiento del Criador, sino tuviéramos idea de efectos y causas, de órden y de inteligencia. Y sea dicho de paso, esta sola observacion basta para desbaratar el sistema de los que no ven en nuestro pensamiento mas que sensaciones transformadas.




§ II



Coexistencia y sucesion

La dependencia de los objetos es lo único que puede autorizarnos para inferir de la existencia del uno la del otro; y por consiguiente toda la dificultad estriba en conocer esta dependencia. Si la íntima naturaleza de las cosas estuviera patente á nuestra vista, bastaria fijarla en un ser para conocer desde luego todas sus propiedades y relaciones, entre las cuales descubririamos las que le ligan con otros. Por desgracia no es así; pues en el órden físico como en el moral, son muy escasas é incompletas las ideas que poseemos sobre los principios constitutivos de los seres. Estos son preciosos secretos velados cuidadosamente por la mano del Criador; de la propia suerte que lo mas rico y exquisito que abriga la naturaleza, suele ocultarse en los senos mas recónditos.

Por esta falta de conocimiento en lo tocante á la esencia de las cosas, nos vemos con frecuencia precisados á conjeturar su dependencia por solo su coexistencia ó sucesion; infiriendo que la una depende de la otra, porque algunas ó muchas veces existen juntas, ó porque esta viene en pos de aquella. Semejante raciocinio, que no siempre puede tacharse de infundado, tiene sin embargo el inconveniente de inducirnos con frecuencia al error; pues no es fácil poseer la discrecion necesaria para conocer cuándo la existencia ó la sucesion son un signo de dependencia, y cuándo no.

En primer lugar debe asentarse por indudable, que la existencia simultánea de dos seres, ni tampoco su inmediata sucesion, consideradas en sí solas, no prueban que el uno dependa del otro. Una planta venenosa y pestilente se halla tal vez al lado de otra medicinal y aromática; un reptil dañino y horrible se arrastra quizas á poca distancia de la bella é inofensiva mariposa; el asesino huyendo de la justicia se oculta en el mismo bosque donde está en acecho un honrado cazador; un airecillo fresco y suave recrea la naturaleza toda, y algunos momentos despues sopla el violento huracan llevando en sus negras alas tremenda tempestad.

Así es muy arriesgado el juzgar de las relaciones de dos objetos porque se los ha visto unidos alguna vez, ó sucederse con poco intervalo; este es un sofisma que se comete con demasiada frecuencia, cayéndose por él en infinitos errores. En él se encontrará el orígen de tantas predicciones como se hacen sobre las variaciones atmosféricas, que bien pronto la experiencia manifiesta fallidas; de tantas conjeturas sobre manantiales de agua, sobre veneros de metales preciosos, y otras cosas semejantes. Se ha visto algunas veces que despues de tal ó cual posicion de las nubes, de tal ó cual viento, de tal ó cual direccion de la niebla de la mañana, llovia, ó tronaba, ó acontecian otras mudanzas de tiempo; se habrá notado que en el terreno de este ó aquel aspecto se encontró algunas veces agua, que en pos de estas ó aquellas vetas se descubrió el precioso mineral; y se ha inferido desde luego que habia una relacion entre los dos fenómenos, y se ha tomado el uno como señal del otro; no advirtiendo que era dable una coincidencia enteramente casual, y sin que ellos tuviesen entre si relacion de ninguna clase.




§ III



Dos reglas sobre la coexistencia y la sucesion

La importancia de la materia exige que se establezcan algunas reglas.

1ª. Cuando una experiencia constante y dilatada nos muestra dos objetos existentes á un mismo tiempo, de tal suerte que en presentándose el uno se presenta tambien el otro, y en faltando el uno falta tambien el otro, podemos juzgar sin temor de equivocarnos, que tienen entre sí algun enlace; y por tanto de la existencia del uno inferiremos legitimamente la existencia del otro.

2ª. Si dos objetos se suceden indefectiblemente, de suerte que puesto el primero, siempre se haya visto que seguia el segundo, y que al existir este, siempre se haya notado la precedencia de aquel, podremos deducir con certeza que tienen entre sí alguna dependencia.

Tal vez seria difícil demostrar filosóficamente la verdad de estas aserciones; sin embargo los que las pongan en duda, seguramente no habrán observado que sin formularlas las toma por norma el buen sentido de la humanidad, que en muchos casos se acomoda á ellos la ciencia, y que en las mas de las investigaciones no tiene el entendimiento otra guia.

Creo que nadie pondrá dificultad en que las frutas cuando han adquirido cierto tamaño, figura y color, dan señal de que son sabrosas; ¿cómo sabe esta relacion el rústico que las coge? ¿Cómo de la existencia del color y demas calidades que ve, infiere la de otra que no experimenta, la del sabor? Exigidle que os explique la teoria de este enlace, y no sabrá qué responderos; pero objetadle dificultades y empeñaos en persuadirle que se equivoca en la eleccion, y se reirá de vuestra filosofía, asegurado en su creencia por la simple razon de que «siempre sucede así.»

Todo el mundo está convencido de que cierto grado de frio hiela los líquidos, y que otro de calor los vuelve al primer estado. Muchos son los que no saben la razon de estos fenómenos; pero nadie duda de la relacion entre la congelacion y el frio y la liquidacion y el calor. Quizás podrian suscitarse dificultades sobre las explicaciones que en esta parte ofrecen los físicos; pero el linaje humano no aguarda á que en semejantes materias lo ilustren los sabios: «siempre existen juntos estos hechos, dice; luego entre ellos hay alguna relacion que los liga.»

Son infinitas las aplicaciones que podrian hacerse de la regla establecida; pero las anteriores bastan para que cualquiera las encuentre por sí mismo. Solo diré que la mayor parte de los usos de la vida estan fundados en este principio: la simultánea existencia de dos seres observada por dilatado tiempo, autoriza para deducir que existiendo el uno existirá tambien el otro. Sin dar por segura esta regla, el comun de los hombres no podria obrar; y los mismos filósofos se encontrarian mas embarazados de lo que tal vez se figuran. Darian pocos pasos mas que el vulgo.

La 2ª. regla es muy análoga á la primera: se funda en los mismos principios, y se aplica á los mismos usos. La constante experiencia manifiesta que el pollo sale de un huevo; nadie hasta ahora ha explicado satisfactoriamente cómo del licor encerrado en la cáscara se forma aquel cuerpecito tan admirablemente organizado; y aun cuando la ciencia diese cumplida razon del fenómeno, el vulgo no lo sabria; y sin embargo ni este ni los sabios vacilan en creer que hay una relacion de dependencia entre el licor y el polluelo; al ver el pequeño viviente, todos estamos seguros de que le ha precedido aquella masa que á nuestros ojos se presentaba informe y torpe.

La generalidad de los hombres, ó mejor diremos, todos, ignoran completamente de qué manera la tierra vegetal concurre al desarrollo de las semillas y al crecimiento de las plantas; ni cual es la causa de que unos terrenos se adapten mejor que otros á determinadas producciones; pero siempre se ha visto así, y esto es suficiente para que se crea que una cosa depende de otra, y para que al ver la segunda deduzcamos sin temor de errar la existencia de la primera.




§ IV



Observaciones sobre la relacion de casualidad. Una regla de los dialécticos

Sin embargo conviene advertir la diferencia que va de la sucesion observada una sola vez, ó repetida muchas. En el primer caso, no solo no arguye casualidad, pero ni aun relacion de ninguna clase; en el 2º. no siempre indica dependencia de efecto y causa, pero sí al ménos dependencia de una causa comun. Si el flujo y reflujo del mar se hubiese observado que coincidia una que otra vez con cierta posicion de la luna, no podria inferirse que existia relacion entre los dos fenómenos; mas siendo constante la expresada coincidencia, los fisicos debieron inferir, que si el uno no es causa del otro, al ménos tienen ambos una causa comun, y que así estan ligados en su origen.

A pesar de lo que acabo de decir, tienen mucha razon los dialécticos cuando tachan de sofístico el raciocinio siguiente: post hoc, ergo propter hoc; despues de esto, luego por esto. 1º. Porque ellos no hablan de una sucesion constante; 2º. porque aun cuando hablaran, esta sucesion puede indicar dependencia de una causa comun, y no que lo uno sea causa de lo otro.

Si bien se observa, la misma regla á que atendemos en los negocios comunes, es mas general de lo que á primera vista pudiera parecer: de ella nos servimos en el curso ordinario de las cosas, de la propia suerte que en lo tocante á la naturaleza. Segun el objeto de que se trata se modifica la aplicacion de la regla: en unos casos basta una experiencia de pocas veces, en otros se la exige mas repetida; pero en el fondo siempre andamos guiados por el mismo principio: dos hechos que siempre se suceden, tienen entre si alguna dependencia, la existencia del uno indicará pues la del otro.




§ V



Un ejemplo

Es de noche y veo que en la cima de una montaña se enciende un fuego; á poco rato de arder, noto que en la montaña opuesta asoma una luz; brilla por breve tiempo y desaparece. Esta ha salido despues de encendido el fuego en la parte opuesta; pero de aquí no puedo inferir que haya entre los dos hechos relacion alguna. Al dia siguiente, veo otra vez que se enciende el fuego en el mismo lugar, y que del mismo modo se presenta la luz. La coincidencia en que ayer no me habia parado siquiera, ya me llama la atencion hoy: pero esto podrá ser una casualidad, y no pienso mas en ello. Al otro dia acontece lo mismo; crece la sospecha de que no sea una señal convenida. Durante un mes se verifica lo propio; la hora es siempre la misma, pero nunca falta la aparicion de la luz á poco de arder el fuego; entónces ya no me cabe duda de que ó el un hecho es dependiente del otro, ó por lo ménos hay entre ellos alguna relacion; y ya no me falta sino averiguar en qué consiste una novedad que no acierto á comprender.

En semejantes casos el secreto para descubrir la verdad, y prevenir los juicios infundados, consiste en atender á todas las circunstancias del hecho, sin descuidar ninguna por despreciable que parezca. Así en el ejemplo anterior, supuesto que á poco de encendido el fuego se presentaba la luz, diráse á primera vista, que no es necesario pararse en la hora de la noche, y ni tampoco en si esta hora variaba ó no. Mas en la realidad estas circunstancias eran muy importantes, porque segun fuese la hora, era mas ó menos probable que se encendiese fuego y apareciese luz; y siendo siempre la misma, era mucho ménos probable que los dos hechos tuviesen relacion, que si hubiera sido variada. Un imprudente que no reparase en nada de eso, alarmaria la comarca con las pretendidas señales; no cabria ya duda de que algunos malhechores se ponen de acuerdo, se explicaria sin dificultad el robo que sucedió tal ó cual dia, se comprenderia lo que significaba un tiro que se oyó por aquella parte, y cuando la autoridad tendria aviso del malvado complot, cuando recaerian ya negras sospechas sobre familias inocentes; hé aqui que los exploradores enviados á observar de cerca el misterio, podrian volver muy bien riéndose del espanto y del espantador, y descifrando el enigma en los términos siguientes: «Muy cerca de la cima donde arde el fuego, está situada la casa de la familia A, que á la hora de acostarse aposta un vigilante en las cercanías, porque tiene noticia de que unos leñadores quieren estropear parte de bosque plantado de nuevo. El centinela siente frio, y hace muy bien en encender lumbre sin ánimo de espantar á nadie, sino es á los malandrines de segur y cuerda. Como cabalmente aquella es la hora en que suelen acostarse los comarcanos, lo hace tambien la familia B que habita en la cumbre de la montaña opuesta. Al sonar el reloj, levanta el dueño los reales de la chimenea, dice á todo el mundo: «vámonos á dormir,» y entre tanto él sale á un terrado al cual dan varias puertas, y empuja por la parte de afuera para probar si los muchachos han cerrado bien. Como el buen hombre va á recogerse, lleva en la mano el candil, y héos aquí la luz misteriosa que salia á una misma hora, y desaparecia en breve, coincidiendo con el fuego, y haciendo casi pasar por ladrones á quienes solo trataban de guardarse de ladrones.

¿Qué debia hacer en tal caso un buen pensador? Hélo aquí. A poco rato de encendido el fuego aparece la luz, y siempre á una misma hora poco mas ó ménos, lo que inclina á creer que será una señal convenida. El país está en paz, con que esto debiera de ser inteligencia de malhechores. Pero cabalmente no es probable que lo sea, porque no es regular que escojan siempre un mismo lugar y tiempo, con riesgo de ser notados y descubiertos. Ademas que la operacion seria muy larga durando un mes, y estos negocios suelen redondearse con un golpe de mano. Por aquellas inmediaciones estan las casas A y B, familias de buena reputacion que no se habrán metido á encubridores. Parece pues que ó ha de haber coincidencia puramente casual, ó que si hay seña, debe de ser sobre negocio que no teme los ojos de la justicia. La hora del suceso es precisamente la en que se recogen los vecinos de esta tierra; veamos si esto no será que algunos quehaceres obligan á los unos á encender fuego, y á los otros á sacar la luz.




§ VI



Reflexiones sobre el ejemplo anterior

Reflexionando sobre el ejemplo anterior, se nota que á pesar de la ninguna relacion de seña ni causa, que en sí tenian los dos hechos, no obstante reconocian en cierto modo un mismo orígen: el sonar la hora de acostarse. Así se echa de ver, que el error no estaba en suponer que habia algo de comun en ellos, ni en pensar que la coincidencia no era puramente casual, sino en que se apelaba á interpretaciones destituidas de fundamento, se buscaba en la intencion concertada de las personas lo que era simple efecto de la identidad de la hora.

Esta observacion enseña por una parte el tino con que debe precederse en determinar la clase de relacion que entre sí tienen dos hechos, simultáneos ó sucesivos; pero por otra confirma mas y mas la regla dada, de que cuando la simultaneidad ó sucesion son constantes, arguyen algun vínculo ó relacion, ó de los hechos entre sí, ó de ambos con un tercero.




§ VII



La razon de un acto que parece instintivo

Profundizando mas la materia, encontraremos que el inferir de la coexistencia ó sucesion la relacion entre los hechos coexistentes ó sucesivos, aunque parezca un acto instintivo y ciego, es la aplicacion de un principio que tenemos grabado en el fondo de nuestra alma, y del que hacemos continuo uso sin advertirlo siquiera. Este principio es el siguiente: «donde hay órden, donde hay combinacion, hay causa que ordena y combina; el acaso es nada.» Una que otra coincidencia la podemos mirar como casual, es decir, sin relacion; pero en siendo muy repetida, ya decimos sin vacilar: «aquí hay enlace, hay misterio, no llega á tanto la casualidad.»

Así se verifica que examinando á fondo el espíritu humano, encontramos en todas partes la mano bondadosa de la Providencia, que se ha complacido en enriquecer nuestro entendimiento y nuestro corazon con inestimables preciosidades[6 - Pág. 47. – Lo que he dicho sobre las consecuencias que instintivamente sacamos de la coexistencia ó sucesion de los fenómenos, está íntimamente enlazado con lo explicado en la Nota 4, sobre la imposibilidad de sentido comun. De esto puede sacarse una demostracion incontrastable en favor de la existencia de Dios.].




CAPÍTULO VII




LA LÓGICA ACORDE CON LA CARIDAD




§ I



Sabiduría de la ley que prohibe los juicios temerarios

La ley cristiana que prohibe los juicios temerarios es no solo ley de caridad, sino de prudencia, y buena lógica. Nada mas arriesgado que juzgar de una accion, y sobre todo de la intencion, por meras apariencias; el curso ordinario de las cosas lleva tan complicados los sucesos, los hombres se encuentran en situaciones tan varias, obran por tan diferentes motivos, ven los objetos de maneras tan distintas, que á menudo nos parece un castillo fantástico, lo que examinado de cerca, y con presencia de las circunstancias se halla lo mas natural, lo mas sencillo y arreglado.




§ II



Exámen de la máxima «piensa mal y no errarás.»

El mundo cree dar una regla de conducta muy importante, diciendo «piensa mal y no errarás,» y se imagina haber enmendado de esta manera la moral evangélica. «Conviene no ser demasiado cándido, se nos advierte continuamente; es necesario no fiarse de palabras; los hombres son muy malos, obras son amores y no buenas razones:» como si el Evangelio nos enseñase á ser imprudentes é imbéciles; como si Jesucristo al encomedarnos que fuésemos sencillos como la paloma, no nos hubiera avisado que no creyésemos á todo espíritu, que para conocer el árbol atendiésemos al fruto; y finalmente como si á propósito de la malicia de los hombres, no leyéramos ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura que el corazon del hombre está inclinado al mal desde su adolescencia.

La máxima perniciosa, que se propone nada ménos que asegurar el acierto con la malignidad del juicio, es tan contraria á la caridad cristiana, como á la sana razon. En efecto: la experiencia nos enseña que el hombre mas mentiroso dice mucho mayor número de verdades que de mentiras, y que el mas malvado hace muchas mas acciones buenas ó indiferentes que malas. El hombre ama naturalmente la verdad y el bien; y no se aparta de ellos sino cuando las pasiones le arrastran y extravian. Miente el mentiroso en ofreciéndosele alguna ocasion en que faltando á la verdad, cree favorecer sus intereses ó lisonjear su vanidad necia; pero fuera de estos casos, naturalmente dice la verdad, y habla como el resto de los hombres. El ladron roba, el liviano se desmanda, el pendenciero riñe, cuando se presenta la oportunidad, estimulando la pasion; que si estuviesen abandonados de continuo á sus malas inclinaciones, serian verdaderos monstruos, su crímen degeneraria en demencia; y entónces el decoro y buen órden de la sociedad reclamarian imperiosamente que se los apartase del trato de sus semejantes.

Infiérese de estas observaciones que el juzgar mal, no teniendo el debido fundamento, y el tomar la malignidad por garantía de acierto, es tan irracional como si habiendo en una urna muchísimas bolas blancas, y poquísimas negras, se dijera que las probabilidades de salir estan en favor de las negras.




§ III



Algunas reglas para juzgar de la conducta de los hombres

Caben en esta materia reglas de juiciosa cautela, que nacen de la prudencia de la serpiente y no destruyen la candidez de la paloma.

REGLA 1ª.

No se debe fiar de la virtud del comun de los hombres, puesta á prueba muy dura.

La razon es clara, el resistir á tentaciones muy vehementes exige virtud firme y acendrada. Esta se halla en pocos. La experiencia nos enseña que en semejantes extremos la debilidad humana suele sucumbir; y la Escritura nos previene que quien ama el peligro perecerá en él.

Sabeis que un comerciante honrado se halla en los mayores apuros, cuando todo el mundo le considera en posicion muy desembarazada. Su honor, el porvenir de su familia, estan pendientes de una operacion poco justa, pero muy beneficiosa. Si se decide á ella, todo queda remediado; si se abstiene, el fatal secreto se divulga, y la perdicion total es inevitable. ¿Qué hará? Si en la operacion podeis salir perjudicado, precaveos á tiempo; apartaos de un edificio que si bien en una situacion regular no amenazaba ruina, está ahora batido por un furioso huracan.

Teneis noticia de que dos personas de amable trato y bella figura, han trabado relaciones muy íntimas y frecuentes; ambos son virtuosos, y aun cuando no mediaran otros motivos, el honor debiera bastar á contenerlos en los debidos límites. Si teneis interes en ello, tomad vuestro partido con presteza; si no callad; no juzgueis temerariamente; pero rogad á Dios por ambos, que las oraciones podrán no ser inútiles.

Estais en el gobierno, los tiempos son malos, la época crítica, los peligros muchos. Uno de vuestros dependientes encargado de un puesto importante se halla asediado noche y dia por un enemigo que dispone de largas talegas. El dependiente es honrado segun os parece, tiene grandes compromisos por vuestra causa, y sobre todo es entusiasta de ciertos principios, y los sustenta con mucho acaloramiento. A pesar de todo, será bueno que no perdais de vista el negocio. Haréis muy bien en creer que el honor y las convicciones de vuestro dependiente no se rajarán con los golpes de un ariete de cincuenta mil pesos fuertes; pero será mejor que no lo probeis, mayormente si las consecuencias fuesen irreparables.

Un amigo os ha hecho grandes ofrecimientos, y no podeis dudar que son sinceros. La amistad es antigua, los títulos muchos y poderosos, la simpatia de los corazones está probada; y para colmo de dicha, hay identidad de ideas y sentimientos. Preséntase de improviso un negocio en que vuestra amistad le ha de costar cara; si no os sacrifica se expone á graves pérdidas, á inminentes peligros. Para lo que pudiera suceder, resignaos á ser víctima, temed que las afectuosas protestas se quedarán sin cumplirse, y que en cambio de vuestro duelo, se os pagará con una satisfaccion tan gemebunda como estéril.

Estais viendo á una autoridad en aprieto; se la quiere forzar á un acto de alta trascendencia, á que no puede acceder sin degradarse, sin faltar á sus deberes mas sagrados, sin comprometer intereses de la mayor importancia. El magistrado es naturalmente recto; en su larga carrera no se le conoce una felonía; y su entereza está acompañada de cierta firmeza de carácter. Los antecedentes no son malos. Sin embargo, cuando veais que la tempestad arrecia, que el motin sube ya la escalera, cuando golpee á la puerta del gabinete el osado demagogo que lleva en una mano el papel que se ha de firmar, y en otra el puñal ó una pistola amartillada; temed mas por la suerte del negocio, que por la vida del magistrado. Es probable que no morirá; la entereza no es el heroismo.

Con los anteriores ejemplos se echa de ver que en algunas ocasiones es lícito y muy prudente desconfiar de la virtud de los hombres; lo que acontece cuando el obrar bien exige una disposicion de ánimo, que la razon, la experiencia y la misma religion, nos enseñan ser muy rara. Es claro ademas, que para sospechar mal, no siempre será menester que el apuro sea tal como se ha pintado. Para el comun de los hombres suele bastar mucho ménos; y para los decididamente malos la simple oportunidad equivale á vehemente tentacion. Así no es posible señalar otra regla para discernir los casos, sino que es preciso atender á las circunstancias de la persona que es el objeto del juicio, graduando la probabilidad del mal por su habitual inclinacion á él, ó su adhesion á la virtud.

De estas consideraciones nacen las otras reglas.

REGLA 2ª.

Para conjeturar cuál será la conducta de una persona en un caso dado, es preciso conocer su inteligencia, su índole, carácter, moralidad, intereses y cuanto puede influir en su determinacion.

El hombre, aunque dotado de libertad de albedrio, no deja de estar sujeto á una muchedumbre de influencias que contribuyen poderosamente á decidirle. El olvido de una sola circunstancia nos puede llevar al error. Así, suponiendo que un hombre está en un compromiso de que le es difícil salir sin faltar á sus deberes, parece á primera vista que en sabiendo cuál es su moralidad, y cuáles los obstáculos que á la sazon median para obrar conforme á ella, tenemos datos bastantes para pronosticar sobre el éxito. Pero entónces no llevamos en cuenta una cualidad que influye sobre manera en casos semejantes: la firmeza de carácter. Este olvido podrá hacer muy bien que defraude nuestras esperanzas un hombre virtuoso, y las exceda el malo; pues que para sacar airosa la virtud en circunstancias apuradas, sirve admirablemente el que obren en su favor pasiones enérgicas. Un alma de temple fuerte y brioso, se exalta y cobra nuevo aliento á la vista del peligro; en el cumplimiento del deber se interesa entónces el orgullo; y un corazon que naturalmente se complace en superar obstáculos, y arrostrar riesgos, se siente mas osado y resuelto cuando se halla animado por el grito de la conciencia. El ceder es debilidad, el volver atras cobardia; el faltar al deber es manifestar miedo, es someterse á la afrenta. El hombre de intencion recta y corazon puro, pero pusilánime, mirará las cosas con ojos muy diferentes. «Hay un deber que cumplir, es verdad; pero trae consigo la muerte de quien lo cumpla, y la orfandad de la familia. El mal se hará tambien de la misma manera; y quizas los desastres serán mayores. Es necesario dar al tiempo lo que es suyo: la entereza no ha de convertirse en terquedad: los deberes no han de considerarse en abstracto, es preciso atender á todas las circunstancias; las virtudes dejan de serlo, si no andan regidas por la prudencia. El buen hombre ha encontrado por fin lo que buscaba: un parlamentario entre el bien y el mal; el miedo con su propio traje no servia para el caso; pero ya se ha vestido de prudencia; la transaccion no se hará esperar mucho.

Hé aquí un ejemplo bien palpable, y por cierto nada imaginario, de que es preciso atender á todas las circunstancias del individuo que se ha de juzgar. Desgraciadamente el conocimiento de los hombres es uno de los estudios mas dificiles; y por lo mismo es tarea espinosa el recoger los datos precisos para acertar.

REGLA 3ª.

Debemos cuidar mucho de despojarnos de nuestras ideas y afecciones, y guardarnos de pensar que los demas obrarán como obraríamos nosotros.

La experiencia de cada dia nos enseña que el hombre se inclina á juzgar de los demas tomándose por pauta á sí mismo. De aquí han nacido los proverbios «quien mal no hace, mal no piensa;» y «piensa el ladron que todos son de su condicion.» Esta inclinacion es uno de los mayores obstáculos para encontrar la verdad en todo lo concerniente á la conducta de los hombres; ella expone con frecuencia al virtuoso á ser presa de los amaños del malvado; y dirige á menudo contra probada honradez, y quizas acendrada virtud, los tiros de la maledicencia.

La reflexion, ayudada por costosos desengaños, cura á veces este defecto, orígen de muchos males privados y públicos; pero su raiz está en el entendimiento y corazon del hombre, y es preciso estar siempre alerta si no se quiere que retoñen las ramas.

La razon de este fenómeno no será difícil explicarla. En la mayor parte de sus raciocinios, procede el hombre por analogía. «Siempre ha sucedido esto, luego ahora sucederá tambien.» «Comunmente despues de tal hecho, sobreviene tal otro, luego lo mismo acontecerá en la actualidad.» De aquí dimana que tan pronto como se ofrece la ocasion de formar juicio, apelamos á la comparacion; si un ejemplo apoya nuestra manera de opinar, nos afirmamos mas en ella; y si la experiencia nos suministra muchos, sin esperar mas pruebas damos la cosa por demostrada. Natural es, que necesitando comparaciones las busquemos en los objetos mas conocidos, y con los cuales nos hallamos mas familiarizados; y como en tratándose de juzgar ó conjeturar sobre la conducta ajena hemos menester calcular sobre los motivos que influyen en la determinacion de la voluntad, atendemos sin advertirlo siquiera á lo que solemos hacer nosotros, y prestamos á los demas el mismo modo de mirar y apreciar los objetos.

Esta explicacion, tan sencilla como fundada, señala cumplidamente la razon de la dificultad que encontramos en despojarnos de nuestras ideas y sentimientos, cuando así lo reclama el acierto en los juicios que formamos sobre la conducta de los demas. Quien no está acostumbrado á ver otros usos que los de su pais, tiene por extraño cuanto de ellos se desvia, y al dejar por primera vez el suelo patrio se sorprende á cada novedad que descubre. Lo propio nos sucede en el asunto de que tratamos: con nadie vivimos mas intimamente que con nosotros mismos; y hasta los ménos amigos de concentrarse tienen por necesidad una conciencia muy clara del curso que ordinariamente siguen su entendimiento y voluntad. Preséntase un caso, y no atendiendo á que aquello pasa en el ánimo de los otros, como si dijésemos en tierra extranjera, nos sentimos naturalmente llevados á pensar que deberá de suceder allí lo mismo á corta diferencia que hemos visto en nuestra patria. Y ya que he comenzado comparando, añadiré, que así como los que han viajado mucho no se sorprenden por ninguna diversidad de costumbres, y adquieren cierto hábito de acomodarse á todo sin extrañeza ni repugnancia, así los que se han dedicado al estudio del corazon, y á la observacion de los hombres, son mas diestros en despojarse de su manera de ver y sentir, y se colocan mas fácilmente en la situacion de los otros; como si dijéramos que cambian de traje y de tenor de vida, y adoptan el aire y las maneras de los naturales del nuevo pais[7 - Pág. 56. – Los que crean que la moral cristiana induce fácilmente á error por un exceso de caridad, conocen poco esta moral, y no han reflexionado mucho sobre los dogmas fundamentales de nuestra religion. Uno de ellos es la corrupcion original del hombre, y los estragos que esta corrupcion produce en el entendimiento y en la voluntad. ¿Semejante doctrina es acaso muy á propósito para inspirar demasiada confianza? ¿Los libros sagrados no estan llenos de narraciones en que resaltan la perfidia y la maldad de los hombres? La caridad nos hace amar á nuestros hermanos, pero no nos obliga á reputarlos por buenos, si son malos, no nos prohibe el sospechar de ellos, cuando hay justos motivos, ni nos impide el tener la cautela prudente, que de suyo aconseja el conocer la miseria y la malicia del humano linaje.].




CAPÍTULO VIII




DE LA AUTORIDAD HUMANA EN GENERAL




§ I



Dos condiciones necesarias para que sea valedero un testimonio

No siempre nos es dable adquirir por nosotros mismos el conocimiento de la existencia de un ser, y entónces nos es preciso valernos del testimonio ajeno. Para que este no nos induzca á error, son necesarias dos condiciones: 1ª. que el testigo no sea engañado: 2ª. que no nos quiera engañar. Es evidente que faltando cualquiera de estos dos extremos, su testimonio no sirve para encontrar la verdad. Poco nos importa que quien habla la conozca, si sus palabras nos expresan el error; y la veracidad y buena fe tampoco nos aprovechan si quien las posee está engañado.




§ II



Exámen y aplicaciones de la primera condicion

Conocemos si el testigo ha sido engañado ó no atendiendo á los medios de que ha podido disponer para alcanzar la verdad: y en estos medios comprendo tambien su capacidad y demas cualidades personales que le hacen mas ó ménos apto para el efecto.

Al referírsenos algun hecho, cuando el narrador no es testigo ocular, á veces la buena educacion no permite preguntar quién lo ha contado; pero la buena lógica prescribe atender siempre á esta circunstancia, y no prestar lijeramente asenso sin haberlo tenido presente.

Atravieso un pais que me es desconocido, y oigo la siguiente proposicion: «este es el año de mejor cosecha que de mucho tiempo acá se ha visto en esta comarca.» Lo primero que debo hacer es parar la atencion en la persona que así lo dice. ¿Es un hombre anciano, rico propietario de la tierra, establecido en sus mismas posesiones, aficionado á recoger noticias y formar estados comparativos? No puedo dudar que quien habla debe de saberlo muy bien; pues que su interes, profesion, inclinaciones particulares y larga experiencia le proporcionan cuantos medios son deseables para formar juicio acertado. ¿Es un hijo del mismo propietario, que solo se llega á las posesiones de su padre para divertirse ó sacar dinero; que distraido por la vida de las ciudades, se cuida muy poco de lo que pasa en los campos? Bien podrá saberlo por habérselo oido á su padre; pero si esta última circunstancia falta, el testimonio es muy poco seguro. ¿Es un viajero que recorre de vez en cuando aquel pais, por negocios que nada tienen que ver con la agricultura? Su palabra merece poca fe, porque son escasos los medios que ha tenido para cerciorarse de lo que afirma; su proposicion podrá ser echada á la aventura.

En una reunion se cuenta que el ingeniero N. acaba de idear una nueva máquina para tal ó cual producto, y que su invencion lleva ventaja á cuantas se han conocido hasta ahora. El testigo es ocular. – ¿Quién lo refiere? – Es un caballero de la misma profesion, muy acreditado en ella, que ha viajado mucho para ponerse al nivel de los últimos adelantos en maquinaria, comisionado repetidas veces ya por el gobierno, ya por sociedades de fabricantes, para comparar diferentes sistemas de construccion y elaboracion: el juez es competente; no es fácil haya sido engañado por un charlatan cualquiera. – El testigo es un fabricante que tiene invertidos grandes capitales en maquinaria, y se propone invertir muchos mas; posee algunos conocimientos en el ramo, pues que su interes propio le llama la atencion hácia este punto, y cuenta con bastantes años de experiencia. El testimonio no es despreciable, pero ha perdido mucho de las cualidades del primero. No conoce por principios la mecánica, habrá visto algunos establecimientos, mas no los necesarios para poder comparar la invencion con los demas sistemas conocidos: el maquinista sabia que las arcas no estaban vacías, tenia un interes en que se formase alto concepto de la invencion; hay pues bastante peligro de que el mérito sea exagerado, hasta podrá ser muy mediano, y quizas nulo.

Una mujer de veracidad probada, pero de imaginacion ardiente y viva, y ademas muy crédula en asuntos de carácter extraordinario y misterioso, refiere con el tono de la mayor certeza y con el lenguaje y ademan de una impresion reciente, que en la noche anterior ha oido en su casa un ruido espantoso; que habiéndose levantado ha visto el resplandor de algunas luces en partes del edificio en las que no habita nadie; y que repetidas veces han resonado con toda claridad voces desconocidas, ya cual gemidos de dolor, ya cual aullidos de desesperacion, ya cual aterradoras amenazas. La testigo habrá sido engañada. Es probable que estando profundamente dormida, algun gato que andaria ocupado en sus ordinarias tareas de hurto ó caza, habrá derribado algun traste con estrepitoso fracaso. La buena señora, que quizas conciliaria dificilmente el sueño, agitada por espectros y fantasmas, dispierta al retumbante ruido: levántase despavorida, corre presurosa de una á otra parte; ve en los aposentos desiertos alguna luz, por la sencilla razon de que nadie cuidó de cerrar las ventanas, y por ellas penetran los rayos de la luna; por fin llegan á sus oidos las voces misteriosas que no debieron de ser mas que los silbidos del viento, los crujidos de alguna puerta mal segura, y tal vez el remoto maullo del malandrin que salido por la buhardilla se va á trabar refriegas por la vecindad, sin pensar que sus maldades tienen en congojosa cuita á su dueña y bienhechora.

Asi discurriria un buen pensador, sin decidirse por esto á creer ó dejar de creer, pero inclinándose algo mas á lo segundo que á lo primero; cuando hé aquí que llega á la reunion el marido de la señora espantada. Es hombre que frisa en los cincuenta, que ha tenido tiempo de perder el miedo en largos años de carrera militar, no escasea de conocimientos, y retirado ahora, vive entregado á sus negocios y á sus libros, dejando que su mujer delire á mansalva. La vista de los circunstantes se dirige naturalmente al recien llegado; y todos desean saber de su boca la impresion que le causara la medrosa aventura. «En verdad, señores, dice, que no sé qué diablos teníamos esta noche en casa. Ocupado en despachar unos papeles que me corrian prisa, no me habia acostado todavía, cuando hé aquí que á eso de las doce oigo un estrépito tal que me creí que la casa se nos venia encima. Lo que es gato no podia ser, porque era imposible que hiciese tal estrépito; y ademas esta mañana nada se ha encontrado, ni dislocado, ni roto. Eso de las luces, yo no las he visto; pero que resonaron unas voces tan tremebundas que casi casi me habrian metido el miedo en el cuerpo, es positivo. Veremos si la zambra se repite: yo me temo que se nos ha querido jugar una treta. Desearia sorprender á los actores representando su papel.» Desde entónces la cuestion cambia de aspecto; lo que ántes era improbable, ha pasado á ser creible; el hecho será verdadero, solo falta aclarar su naturaleza.




§ III



Exámen y aplicaciones de la segunda condicion

Si conviene precaverse contra el engaño que inocentemente puede haber sufrido el narrador, no importa ménos estar en guarda contra la falta de veracidad. Para este efecto será bien informarse de la opinion que en este punto disfruta la persona, y sobre todo examinar si alguna pasion ó interes la impelen á mentir. ¿Qué caso puede hacerse de quien pinta prodigiosos hechos de armas de los cuales espera grados, empleos y condecoraciones? Está bien claro el partido que tomará el especulador, si no está dominado por principios de rígida moral y caballerosa delicadeza. Así, quien refiere acontecimientos en cuya verdad ó apariencia tiene grande interes, es testigo sospechoso; prestarle crédito sobre su palabra fuera proceder muy de lijero.

Cuando tratamos de calcular la probabilidad de un suceso que no sabemos sino por el testimonio de otros, es preciso atender simultáneamente á las dos condiciones explicadas: conocimiento y veracidad. Pero como en muchos casos, á mas del testimonio, tenemos algunos datos para conjeturar sobre la probabilidad de lo que se nos cuenta, es necesario hacerlos entrar en combinacion, para decidirnos con ménos peligro de errar. Por lo comun, hay muchas cosas á que atender, en lo cual enseñarán mas los ejemplos que las reglas.

Un general da parte de una brillante victoria que acaba de conseguir; el enemigo, por supuesto, era superior en fuerzas, ocupaba posiciones muy ventajosas, pero ha sido arrollado en todas direcciones, y solo una precipitada fuga le ha librado de dejar en manos del vencedor numerosos prisioneros. La pérdida del general ha sido insignificante en comparacion de la del enemigo; algunas compañías que llevadas de su ardor se habian adelantado en demasía, viéronse envueltas por cuadruplicadas fuerzas y tuvieron algunos momentos de conflicto; pero merced á la bizarria de los jefes, y acertadas disposiciones del general, pudiéronse replegar con el mayor órden sin mas resultado que extraviarse un reducido número de soldados.

¿Qué concepto formaremos de la accion? Para que se vea cuánta circunspeccion es necesaria si se desea acertar en los juicios, y con la mira de ofrecer ejemplos que sirvan de norma en otros casos, detallaremos las muchas circunstancias á que es preciso atender.

¿Es conocido el general? ¿Tiene reputacion de veraz y modesto, ó pasa plaza de fanfarron? ¿Cuáles son sus dotes militares? ¿Qué subalternos le auxilian? Sus tropas ¿gozan fama de valor y disciplina? ¿Se han distinguido en otras acciones, ó estan desacreditadas por frecuentes derrotas? ¿Con qué enemigo ha tenido que habérselas? ¿Cuál era el objeto de la expedicion del general? ¿Lo ha conseguido ó no? En el parte hay una cláusula que dice: «Sé de positivo que la plaza N puede todavia sostenerse algunos dias. Así no he creido necesario precipitar las operaciones, mayormente cuando la situacion del soldado, rendido de hambre y fatiga, reclamaba imperiosamente algun descanso. El convoy queda seguro en la ciudad M, adonde me he replegado, abandonando al enemigo unas posiciones que me eran inútiles, y dejándole que se cebase en una porcion de viveres que en el ardor de la refriega cayeron en su poder, á causa de un desórden momentáneo que se debió al miedo de los bagajeros.» El negocio presenta mal aspecto; á pesar de todos los rodeos, se conoce que el vencedor ha perdido una parte del convoy, y no ha podido pasar con lo restante.

¿Qué trofeos nos presenta en testimonio de su victoria? No ha cogido prisioneros, y él confiesa algunos extraviados; aquellas compañías demasiado adelantadas sufrieron algunos momentos de conflicto, y fueron envueltas por fuerzas cuadruplicadas; todo esto significa que hubo en aquella parte un «sálvese quien pueda» y que el enemigo no dejó de hacer presa.

¿Cuáles son las noticias que vienen del lugar donde se ha replegado el general? Es probable que las cartas serán tristes, y que traerán descripciones aflictivas sobre el desórden en que entró la tropa, y la disminucion del convoy.

¿Qué dicen los partidarios del enemigo? ¡Ah! esto acaba de aclarar el misterio; se han echado las campanas á vuelo en el punto P, y han entrado muchos prisioneros; los enemigos se han presentado orgullosos en presencia de la plaza sitiada, cuyos apuros son cada dia mayores.

¿Qué está haciendo el general vencedor? Se mantiene en inaccion, y se añade que ha pedido refuerzos; la brillante victoria habrá sido pues una insigne derrota.




§ IV



Una observacion sobre el interes en engañar

Casos hay en que por interesado que parezca el narrador en faltar á la verdad, no es probable que lo haya hecho, porque descubierta en breve la mentira, sin recurso para paliarla, se convertiria contra él de una manera ignominiosa.

La experiencia nos enseña que no hay que fiar de ciertas relaciones militares que no pueden ser contradichas luego, con toda claridad y con presencia de datos positivos, que produzcan completa evidencia. Las mayores ó menores fuerzas del enemigo, el órden ó la dispersion con que tal ó cual parte de su ejército emprendió la retirada, el número de muertos ó heridos, lo mas ó ménos favorable de algunas posiciones atendida la situacion de los combatientes, lo mas ó ménos intransitable de los caminos, y otras cosas por este tenor, ¿cómo las puede aclarar bien el público? Cada cual refiere las cosas á su modo, segun sus noticias, intereses ó deseos; y los mismos que saben la verdad son quizas los primeros en oscurecerla haciendo circular las mas insignes falsedades. Los que llegan á desembarazarse del enredo, y á ver claro en el negocio, ó callan, ó se hallan impugnados por mil y mil á quienes importa sostener la ilusion; y la mancha que cae sobre los embaucadores nunca es tan ignominiosa que no consienta algun disfraz. Pero suponed que un general que está sitiando una plaza, y nada puede contra ella, tiene la imprudencia de enviar un pomposo parte al gobierno, anunciándole que la ha tomado por asalto y estan en su poder los restos de la guarnicion que no han perecido en la refriega; á pocos dias sabrá el gobierno, sabrá el público, sabrá el mismo ejército, que el general ha mentido de una manera tan escandalosa; y la burla y la afrenta que caerán sobre el impostor le harán pagar cara su gloria de momento.

De aquí es que en semejantes casos el buen sentido del público suele preguntar si el parte es oficial: y si lo es, por mas que no haga caso de las circunstancias con que se procura realzar el hecho, no obstante presta crédito á la existencia de él. Hasta es de notar que cuando en gravísimos apuros se miente de una manera escandalosa, con la mira de alentar por algunas horas mas y dar lugar al tiempo, rara vez se inventa un parte nombrando personas; se apela á las fórmulas de «sabemos de positivo; un testigo de vista acaba de referirnos» y otras semejantes; se suponen oficios recibidos que se imprimirán luego, se ordenan regocijos públicos etc., pero siempre se suele dejar un camino abierto para que la mentira no choque demasiado de frente con el buen sentido, se tiene cuidado en no comprometer el nombre de personas determinadas; en una palabra, hasta reinando la mayor desfachatez, se guardan siempre algunas consideraciones á la conciencia pública.

Para dejar pues de prestar crédito á una relacion, no basta objetar que el narrador está interesado en faltar á la verdad; es necesario considerar si las circunstancias de la mentira son tan desgraciadas, que poco despues haya de ser descubierta en toda su desnudez, sin que le quede al engañador la excusa de que se habia equivocado ó le habian mal informado. En estos casos, por poca que sea la categoría de la persona, por poca estimacion de sí misma que se le pueda suponer, mayormente cuando el asunto pasa en público, es prudente darle crédito, si de esto no puede resultar ningun daño. Será dable salir engañado, pero la probabilidad está en contra y en grado muy superior.




§ V



Dificultades para alcanzar la verdad, en mediando mucha distancia de lugar ó tiempo

Si es tan difícil encontrar la verdad, cuando los sucesos son contemporáneos, y se realizan en nuestro propio pais, ¿qué diremos de lo que pasa á larga distancia de lugar ó tiempo, ó de uno y otro? ¿Cómo será posible sacar en limpio la verdad de manos de viajeros ó historiadores? Por mas desconsolador que sea, es preciso confesarlo, quien haya observado de qué modo se abulta, y se exagera, y se disminuye, y se desfigura, y se trastorna de arriba abajo lo mismo que estamos viendo con nuestros ojos, ha de sentirse por necesidad muy descorazonado al abrir un libro de historia ó de viajes, ó al leer los periódicos, particularmente los extranjeros.

Quien vive en el mismo tiempo y pais de los acontecimientos tiene muchos medios para evitar el error: ó ve las cosas por sí mismo, ó lee y oye muy diferentes relaciones que puede comparar entre sí; y como está en datos sobre los antecedentes de las personas y de las cosas, como trata continuamente con hombres de opuestos intereses y opiniones, como sigue de cerca el curso de la totalidad de los sucesos, no le es imposible á fuerza de trabajos y discrecion el aclarar en algunos puntos la verdad. Pero ¿qué será del desgraciado lector que mora allá en lejanos paises, y quizas á larga distancia de siglos, y no tiene otro guia que el periódico ú obra que por casualidad encuentra en un gabinete de lectura, ó en una biblioteca, ó que habrá adquirido por haber visto recomendados en alguna parte aquellos escritos, ú oido elogios de quien presumia entenderlo?

Tres son los conductos por los cuales solemos adquirir conocimiento de lo que pasa en tiempos y lugares distantes: los periódicos, las relaciones de los viajeros, y las historias. Diré cuatro palabras sobre cada uno de ellos[8 - Pág. 67. – Para convencerse de que no he exagerado al ponderar el peligro de ser inducidos en error por los narradores, basta considerar que aun con respecto á paises muy conocidos, la historia se está rehaciendo continuamente, y tal vez en este siglo mas que en los anteriores. Todos los dias se estan publicando obras en que se enmiendan errores, verdaderos ó imaginarios; pero lo cierto es que en muchos puntos gravísimos hay una completa discordancia en las opiniones. Esto no debe conducir al escepticismo, pero sí inspirar mucha cautela. La autoridad humana es una condicion indispensable para el individuo y la sociedad: pero es preciso no fiarse demasiado en ella. Para engañarnos basta ó mala fe ó error. Desgraciadamente, estas cosas no son raras.].




CAPÍTULO IX




LOS PERIÓDICOS




§ I



Una ilusion

Creen algunos que con respecto á los paises donde está en vigor la libertad de imprenta, no es muy difícil encontrar la verdad, porque teniendo todo linaje de intereses y opiniones algun periódico que les sirve de órgano, los unos desvanecen los errores de los otros, brotando del cotejo la luz de la verdad. «Entre todos lo saben todo y lo dicen todo; no se necesita mas que paciencia en leer, cuidado en comparar, tino en discernir y prudencia en juzgar.» Así discurren algunos. Yo creo que esto es pura ilusion: y lo primero que asiento es que ni con respecto á las personas ni las cosas, los periódicos no lo dicen todo, ni con mucho, ni aun aquello que saben bien los redactores, hasta en los paises mas libres.




§ II



Los periódicos no lo dicen todo sobre las personas

Estamos presenciando á cada paso que los partidarios de lo que se llama una notabilidad, la ensalzan con destemplados elogios; miéntras sus adversarios le regalan á manos llenas los dictados de ignorante, estúpido, inhumano, sanguinario, tigre, traidor, monstruo, y otras lindezas por este estilo. El saber, los talentos, la honradez, la amabilidad, la generosidad y otras cualidades que le atribuían al héroe los escritores de su devocion, quedan en verdad algo ajadas con los cumplimientos de sus enemigos; pero al fin, ¿qué sacais en limpio de esta baraunda? ¿Qué pensará el extranjero que ha de decidirse por uno de los extremos, ó adoptar un justo medio á manera de árbitro arbitrador? El resultado es andar á tientas, y verse precisado ó á suspender el juicio ó á caer en crasos errores. La carrera pública del hombre en cuestion no siempre está señalada por actos bien caracterizados; y ademas lo que haya en ellos de bueno ó malo, no siempre es bien claro si debe atribuirse á él ó á sus subalternos.

Lo curioso es que á veces entre tanta contienda, la opinion pública en ciertos círculos, y quizas en todo el pais, está fijada sobre el personaje, de suerte que no parece sino que se miente de comun acuerdo. En efecto, hablad con los hombres que no carecen de noticias, quizas con los mismos que le han declarado mas cruda guerra; «lo que es talento, oiréis, nadie se lo niega; sabe mucho y no tiene malas intenciones; pero qué quiere V.?.. se ha metido en eso, y es preciso desbancarle; yo soy el primero en respetarle como á persona privada; y ojalá que nos hubiese escuchado á nosotros; nos hubiera servido mucho, y habria representado un papel brillante. «¿Veis á ese otro tan honrado, tan inteligente, tan activo y enérgico, que al decir de ciertos periódicos, él y solo él, puede apartar la patria del borde del abismo? Escuchad á los que le conocen de cerca, y tal vez á sus mas ardientes defensores.» Que es un infeliz, ya lo sabemos; pero al fin es el hombre que nos conviene, y de álguien nos hemos de valer. Se le acusa de impuros manejos; esto ¿quién lo ignora? en el banco A tiene puestos tales fondos, y ahora va á hacer otro tanto en el banco B. En verdad que roba de una manera demasiado escandalosa, pero mire V., esto es ya tan comun… y ademas, cuando le acusan nuestros adversarios, no es menester que uno le deje en las astas del toro. ¿No sabe V. la historia de ese hombre? pues yo le voy á contar á V. su vida y milagros…» Y se os refieren sus aventuras, sus altos y bajos, y sus maldades ó miserias, ó necedades, y desde entónces ya no padeceis ilusiones, y juzgais en adelante con seguridad y acierto.

Estas proporciones no las disfrutan por lo comun los extranjeros, ni los nacionales que se contentan con la lectura de los periódicos, y así creyendo que la comparacion de los de opuestas opiniones les aclara suficientemente la verdad, se forman los mas equivocados conceptos sobre los hombres y las cosas.

El temor de ser denunciados, de indisponerse con determinadas personas, el respeto debido á la vida privada, el decoro propio, y otros motivos semejantes, impiden á menudo á los periódicos el descender á ciertos pormenores, y referir anécdoctas que retratan al vivo al personaje á quien atacan; sucediendo á veces que con la misma exageracion de los cargos, la destemplanza de las invectivas, y la crueldad de las sátiras, no le hacen ni con mucho el daño que se le podria hacer con la sencilla y sosegada exposicion de algunos hechos particulares.

Los escritores distinguen casi siempre entre el hombre privado y el hombre público; esto es muy bueno en la mayor parte de los casos, porque de otra suerte la polémica periodística, ya demasiado agria y descompuesta, se convirtiera bien pronto en un lodazal donde se revolvieran inmundicias intolerables; pero esto no quita que la vida privada de un hombre no sirva muy bien para conjeturar sobre su conducta en los destinos públicos. Quien en el trato ordinario no respeta la hacienda ajena, ¿creeis que procederá con pureza cuando maneje el erario de la nacion? El hombre de mala fe, sin convicciones de ninguna clase, sin religion, sin moral, ¿creeis que será consecuente en los principios políticos que aparenta profesar, y que en sus palabras y promesas puede descansar tranquilo el gobierno que se vale de sus servicios? El epicúreo por sistema, que en su pueblo insultaba sin pudor el decoro público, siendo mal marido y mal padre, ¿creeis que renunciará a su libertinaje cuando se vea elevado á la magistratura, y que de su corrupcion y procacidad nada tendrán que temer la inocencia y la fortuna de los buenos, nada que esperar la insolencia y la injusticia de los malos? Y nada de esto dicen los periódicos, nada pueden decir, aunque les conste á los escritores sin ningun género de duda.




§ III



Los periódicos no lo dicen todo sobre las cosas

Hasta en política, no es verdad que los periódicos lo digan todo. ¿Quién ignora cuánto distan por lo comun las opiniones que se manifiestan en amistosa conversacion de lo que se expresa por escrito? Cuando se escribe en público hay siempre algunas formalidades que cubrir, y muchas consideraciones que guardar; no pocos dicen lo contrario de lo que piensan; y hasta los mas rígidos en materia de veracidad se hallan á veces precisados ya que no á decir lo que no piensan, al ménos á decir mucho ménos de lo que piensan. Conviene no olvidar estas advertencias, si se quiere saber algo mas en politica de lo que anda por ese mundo como moneda falsa de muchos reconocida, pero recíprocamente aceptada, sin que por esto se equivoquen los inteligentes sobre su peso y ley.[9 - Pág. 72. – Es muy dudoso si el periodismo causará daño ó provecho á la historia de lo presente; pero no puede negarse que multiplicará el número de los historiadores con la mayor circulacion de documentos. Antes, para proporcionarse algunos de ellos era necesario recurrir á secretarías ó archivos; mas ahora, son pocos los que son tan reservados que ó desde luego, ó á la vuelta de algun tiempo, no caigan en manos de un periódico; y por poco que valgan, pueden contar con infinitas reimpresiones en varias lenguas. Por manera que ahora las colecciones de periódicos son excelentes memorias para escribir la historia. Esto aumenta el número de los hechos en que se pueda fundar el historiador; y de que puede aprovecharse con gran fruto, con tal que no confunda el texto con el comentario.]




CAPÍTULO X




RELACIONES DE VIAJES




§ I



Dos partes muy diferentes en las relaciones de viajes

En esta clase de escritos deben distinguirse dos partes: las descripciones de objetos que ha visto, ó escenas que ha presenciado el viajero; y las demas noticias y observaciones de que llena su obra. Por lo tocante á lo primero, conviene recordar lo que se ha dicho sobre la veracidad; añadiéndose dos advertencias: 1ª. que la desconfianza de la fidelidad de los cuadros debe guardar alguna proporcion con la distancia del lugar de la escena, por aquello de: luengas tierras, luengas mentiras; 2ª. que los viajeros corren riesgo de exagerar, desfigurar, y hasta fingir, haciendo formar ideas muy equivocadas sobre el pais que describen, por el vanidoso prurito de hacerse interesantes, y de darse importancia, contando peregrinas aventuras.

En cuanto á las demas noticias y observaciones, no es dable reducir á reglas fijas el modo de distinguir la verdad del error; mayormente siendo imposible esta tarea en muchísimos casos. Pero será bien presentar reflexiones que llenen de algun modo el vacío de las reglas, inspirando prudente desconfianza y manteniendo en guarda á los inexpertos é incautos.




§ II



Orígen y formacion de algunas relaciones de viajes

¿Cómo se hacen la mayor parte de los viajes? Pasando no mas que por los lugares mas famosos, deteniéndose algun tanto en los puntos principales, y atravesando el pais intermedio tan rápidamente como es posible; pues á ello instigan tres causas poderosas: ahorrar tiempo, economizar dinero, y disminuir la molestia. Si el pais es culto, con buenos caminos, con canales, rios y costas de pronta navegacion, el viajero salta de una capital á otra disparándose como una flecha; dormitando con el mecimiento del coche ó de la nave, y asomando la cabeza por la portezuela para recrearse con la vista de algun bello paisaje, ó paseándose sobre cubierta contemplando las orillas del rio cuya corriente le arrebata. Resulta de ahí que todo el pais intermedio queda completamente desconocido, en cuanto concierne á ideas, religion, usos y costumbres. Algo ve sobre la calidad del terreno y los trajes de los moradores, porque ambos objetos se le ofrecen á los ojos; pero hasta en estas cosas si el viajero no es cauto, y pretende hablar en general, podrá dar á sus lectores las noticias mas falsas y extravagantes. Si de aquí á algunos años logramos navegar por el Ebro desde Zaragoza á Tortosa, el viajero que pintase el terreno y los trajes de Aragon y Cataluña, ateniéndose á lo que hubiese visto en la ribera del rio, por cierto que les proporcionaria á sus lectores copia disparatada.

Ahora reflexione el aficionado á relaciones de viajes, el caso que debe hacer de las detalladas noticias sobre un pais de muchos millares de leguas cuadradas descrito por un viajero que le ha observado de la susodicha manera. «El que lo ha visto de cerca lo dice, así será sin asomo de duda:» de esta suerte hablas, ó crédulo lector, pensando que en recoger aquellas noticias ha puesto tu guia gran trabajo y cuidado; pues yo te diré lo que podria muy bien haber sucedido, y otra vez no te dejarás engañar con tanta facilidad.

Llegado el viajero á la capital, tal vez con escaso conocimiento de la lengua, y quizas con ninguno, habrá andado atolondrado y confuso algunos dias, en el laberinto de calles y plazas, desplegando á menudo el plano de la ciudad, preguntando á cada esquina, y saliendo del paso del mejor modo posible, para encontrar la oficina de pasaportes, la casa de la embajada, y los sugetos para quienes lleva carta de recomendacion. Este tiempo no es muy á propósito para observar; y si á ratos toma coche, para librarse de cansancio y evitar extravío, tanto peor para los apuntes de su cartera: todo desfila á sus ojos con mucha rapidez como en linterna mágica las ilusiones de los cuadros; recogerá muy gratas sensaciones, pero no muchas noticias. Viene en seguida la visita de los principales edificios, monumentos, bellezas y preciosidades cuyo índice encuentra en la guia; y ó la capital no ha de ser de las mayores, ó se le han pasado muchos dias en la expresada tarea. La estacion se adelanta, es preciso todavía visitar otras ciudades, acudir á los baños, presenciar tal ó cual escena en un punto lejano, el viajero ha de tomar la posta, y correr á ejecutar en otra parte lo que acaba de practicar allí. A los pocos meses de su partida del suelo natal, está ya de vuelta, y ordena durante el invierno sus apuntes, y en la primavera se halla de venta un abultado tomo sobre el viaje. Agricultura, artes, comercio, ciencia, política, ideas populares, religion, usos, costumbres, carácter, todo lo ha observado de cerca el afortunado viajero; en su libro se halla la estadística universal del pais; creedle sobre su palabra y podréis ahorraros el trabajo de salir de vuestro gabinete, sin que ignoreis los mas pequeños y delicados pormenores.

¿Cómo ha podido adquirir tanta copia de noticias? Un Argos no bastara para ver y notar tanto en tan breve tiempo; y ademas, ¿cómo habrá sabido lo que pasaba allí donde no ha estado, es decir, á centenares de leguas á derecha é izquierda de la carretera, canal ó rio por donde viajaba? Hélo aquí. Cuando al dar los primeros rayos del sol á la portezuela del coche, se habrá dispertado, y bostezando, y desperezándose habrá echado una ojeada sobre el pais, que no se parece ya á lo que era el de anoche, cruzando y arreglando las piernas con el caballero de enfrente, habrá trabado quizas la siguiente conversacion. – V. conoce el pais este? – Un poco. – El pueblo aquel cómo se llama? – Si mal no me acuerdo es N. – Los principales productos del pais? – N. – ¿La industria? – N. – Carácter? – Flemático como el postillon. – Riqueza? – Como judios.

Entre tanto llega el coche al parador, el de las respuestas se marcha quizas sin despedirse; y sus informes que se ignoran de quién sean, figurarán cual datos positivos entre los apuntes del observador, que tendrá la humorada de afirmar que cuenta lo que ha visto.

Pero como estos recursos no son suficientes y dejarian muy incompleta la descripcion, recogerá cuídadosamente los trajes extraños, los edificios irregulares, las danzas grotescas que se le hayan ofrecido al paso, y héos aquí un cuadro de costumbres generales que nada dejará que desear. Sin embargo, aun hay otra mina que explotará el viajero, y de donde sacará tal vez el principal tesoro. En los periódicos y en las guias, encontrará en crecido número las noticias que ha menester para formar su estadística; y con los datos que de allí saque, puestos en órden diferente, intercalando alguna cosa de lo que ha visto ú oido ó conjeturado, resultará un todo que se hará circular como fruto de los trabajos investigadores del viajero, y en sustancia no será mas en su mayor parte, que cuentos de un cualquiera, y traducciones y plagios de periódicos y obras.

Para que no se extrañe la severidad con que trato á los autores de viajes, sin que por esto me proponga rebajar el mérito donde quiera que se halle, bastará recordar las necedades y disparates que han publicado algunos extranjeros que han viajado por España. Lo que á nosotros nos ha sucedido puede muy bien acontecer á otros pueblos; saliendo bien ó mal parados, aplaudidos con exageracion, ó criticados con injusticia, segun el humor, las ideas, y otras cualidades del lijero pintor que se empeñaba en sacar copia de originales que no habia visto.




§ III



Modo de estudiar un pais

La razon y la experiencia enseñan, que para formar cabal concepto de una pequeña comarca, y poderla describir tal como es, bajo el aspecto material y moral, es necesario estar familiarizado con la lengua, pasar allí larga temporada, abundar de relaciones, estar en trato continuo sin cansarse de preguntar y observar. No creo que haya otro medio de adquirir noticias exactas y formar acertado juicio; lo demas es andarse en generalidades, y llenarse la cabeza de errores é inexactitudes. Hasta que se estudien los paises de esta manera, hasta que se forme de esta suerte su estadística material y moral, no serán bien conocidos. Estarán pintados en los libros como en los mapas muy pequeños que nos ofrecen á la vista dilatadas regiones: todo está cubierto de nombres, y de círculos, y de crucecitas, y de cordilleras de montañas y de corrientes de rios; pero medid con el compas las distancias, y andaos por el mundo sin otra regla; á menudo creeréis estar muy cerca de una ciudad, de un rio, de un monte, que distan sin embargo nada ménos que cien leguas.

En suma, ¿quereis adquirir noticias exactas sobre un pais, y formar de su estado concepto verdadero y cabal? estudiadlo de la manera sobredicha, ó leed á quien lo hubiere estudiado de esta suerte. Y si no truviereis proporcion para ello, contentaos con cuatro cosas generales, que os sacarán airoso de una conversacion con vuestros iguales en aquella clase de conocimientos; pero guardaos de asentar sobre estos datos un sistema filosófico, político ó económico; y andad con tiento en lucir vuestra ciencia, si os encontrarais con algun natural del pais, y no quereis exponeros á ser objeto de risa[10 - Pág. 78. – Al leer algun libro de viajes, no debemos buscar el capítulo de paises lejanos, sino de aquellos cuyos pormenores nos sean muy conocidos; esto proporciona el juzgar con acierto de la obra, y á veces no escasa diversion. Entónces se palpa la lijereza con que se escriben ciertos viajes. Una poblacion que tenia yo bien conocida, y cuyos alrededores secos y pedregosos habia recorrido no pocas veces, la he visto en un libro de viajes cercada como por encanto de jardines y arroyos; y á otra en que se habla de las aguas de un rio no lejano, como de un bello sueño que algun dia se pudiera realizar, la he visto tambien en otro libro regalada ya con la ejecucion del hermoso proyecto, ó mejor diré, sin necesidad de él, pues que el cauce del rio estaba junto á sus murallas.].




CAPÍTULO XI




HISTORIA




§ I



Medio para ahorrar tiempo, ayudar la memoria, y evitar errores, en los estudios históricos

El estudio de la historia es no solo útil sino tambien necesario. Los mas escépticos no le descuidan; porque, aun cuando no le admitiesen como propio para conocer la verdad, al ménos no le desdeñarian como indispensable ornamento. Ademas que la duda llevada á su mayor exageracion no puede destruir un número considerable de hechos, que es preciso dar por ciertos, si no queremos luchar con el sentido comun.

Así, uno de los primeros cuidados que deben tenerse en esta clase de estudios es distinguir lo que hay en ellos de absolutamente cierto. De esta manera se encomienda á la memoria lo que no admite sombra de duda, y queda luego desembarazado el lector para andar clasificando lo que no llega á tan alto grado de certeza, ó es solamente probable, ó tiene muchos visos de falso.

¿Quién dudará que existieron en oriente grandes imperios, que los griegos fueron pueblos muy adelantados en civilizacion y cultura, que Alejandro hizo grandes conquistas en el Asia, que los romanos llegaron á ser dueños de una gran parte del mundo conocido, que tuvieron por rival á la república de Cartago, que el imperio de los señores del mundo fué derribado por una irrupcion de bárbaros venidos del norte, que los musulmanes se apoderaron del Africa septentrional, destruyeron en España el reino de los godos y amenazaron otras regiones de Europa, que en los siglos medios existió el sistema del feudalismo, y mil y mil otros acontecimientos ya antiguos ya modernos, de los cuales estamos tan seguros como de que existen Lóndres y Paris?




§ II



Distincion entre el fondo del hecho y sus circunstancias. Aplicaciones

Pero admitidos como indudables cierta clase de hechos, queda anchuroso campo para disputar sobre otros y desecharlos, ó darles crédito; y hasta con respecto á los que no consienten ningun género de duda, pueden espaciarse la erudicion, la crítica y la filosofía de la historia, en el exámen y juicio de las circunstancias con que los historiadores los acompañan. Es incuestionable que existieron las guerras llamadas púnicas, que en ellas Cartago y Roma se disputaron el imperio del Mediterráneo, de las costas de Africa, España é Italia, y que al fin salió triunfante la patria de los Escipiones, venciendo á Aníbal y destruyendo la capital enemiga: pero las circunstancias de aquellas guerras ¿fueron tales como nosotros las conocemos? En el retrato que se nos hace del carácter cartagines, en el señalamiento de las causas que provocaron los rompimientos, en la narracion de las batallas, de las negociaciones, y otros puntos semejantes, ¿seria posible que hubiésemos sido engañados? Los historiadores romanos, de quienes hemos recibido la mayor parte de las noticias, ¿no habrán mezclado mucho de favorable á su nacion, y de contrario á la rival? Aquí entra la duda, aquí el discernimiento; aquí entra ora el admitir con recelo y desconfianza, ora el desechar sin reparo, ora el suspender con mucha frecuencia el juicio.

¿Qué seria de la verdad á los ojos de las generaciones venideras, si por ejemplo la historia de las luchas entre dos naciones modernas, quedase únicamente escrita por los autores de una de las dos rivales? Y esto sin embargo, lo han publicado los unos en presencia de los otros, corrigiéndose y desmintiéndose recíprocamente, y los acontecimientos se verificaron en épocas que abundaban ya de medios de comunicacion, y en que era mucho mas difícil sostener falsedades de bulto. ¿Qué será pues viniéndonos las narraciones por un conducto solo, y tan sospechoso, por interesado; y tratándose de tiempos tan distantes, de comunicaciones tan escasas, y en que no se conocian los medios de publicidad que han disfrutado los modernos?

Mucho se deberá desconfiar tambien de los griegos cuando nos refieren sus gigantescas hazañas, las matanzas de innumerables persas, sus rasgos de patriotismo heróico, y cien cosas por este tenor. La fe ciega, el entusiasmo sin límites, la admiracion por aquel pueblo de increibles hazañas, allá se queda para los sencillos; que quien conoce el corazon del hombre, quien ha visto con sus propios ojos tanto exagerar, desfigurar y mentir, dice para sí: «el negocio debió de ser grave y ruidoso; parece que en efecto no se portaron mal esos griegos; pero en cuanto á saber el respectivo número de combatientes, y otros pormenores, suspendo el juicio hasta que hayan resucitado los persas, y los oiga pintar á su modo los acontecimientos y sus circunstancias.»

Esta regla de prudencia es susceptible de infinitas aplicaciones á lo antiguo y moderno. El lector que de ella se penetre, y no la olvide al leer la historia, dé por seguro que se ahorrará muchísimos errores, y sobre todo no desperdiciará tiempo y trabajo en recordar si fueron sesenta ó setenta mil los que murieron en tal ó cual refriega, y si los pobres que anduvieron de vencida, y no pueden desmentir al cronista, eran en número cuadruplicado ó quintuplicado, para su mayor ignominia y afrenta.




§ III



Algunas reglas para el estudio de la historia

Como la historia no entra en esta obrita sino como uno de tantos objetos que no deben pasarse por alto cuando se trata de la investigacion de la verdad, fuera inoportuno extenderse demasiado en señalar reglas para su estudio; esto por sí solo, reclamaria un libro de no pequeño volúmen; y no conviene gastar un espacio que bien se ha menester para otras cosas. Así me limitaré á prescribir lo ménos que pueda, y con la mayor brevedad que alcance.

REGLA 1ª.

Conforme á lo establecido mas arriba (Cap. VIII), es preciso atender á los medios que tuvo á mano el historiador para encontrar la verdad, y á las probabilidades de que sea veraz ó no.

REGLA 2ª.

En igualdad de circunstancias, es preferible el testigo ocular.

Por mas autorizados que sean los conductos, siempre son algo peligrosos; las narraciones que pasan por muchos intermedios suelen ser como los líquidos, los que siempre se llevan algo del canal por donde corren. Desgraciadamente abundan mucho en los canales la malicia y el error.

REGLA 3ª.

Entre los testigos oculares, es preferible en igualdad de circunstancias, el que no tomó parte en el suceso, y no ganó ni perdió con él. (V. Cap. VIII.)

Por mas crédito que se merezca César cuando nos refiere sus hazañas, claro es que á sus enemigos no los habia de pintar pocos y cobardes, ni describirnos sus empresas como demasiado asequibles. Los prodigios de Aníbal contados por sus mismos enemigos, valen por cierto algo mas.

¿Cómo vemos narradas las revoluciones modernas? Segun las opiniones é intereses del escritor. Un hombre de aventajado talento ha dado á luz una historia del levantamiento y revolucion de España en la época de 1808; y sin embargo, al tratar de las Córtes de Cádiz, al traves del lenguaje anticuado, y del tono grave y sesudo, bien se trasluce el jóven y fogoso diputado de las constituyentes.

REGLA 4ª.

El historiador contemporáneo es preferible; teniendo empero el cuidado de cotejarle con otro de opiniones é intereses diferentes, y de separar en ambos el hecho narrado de las causas que se le señalan, resultados que se le atribuyen, y juicio de los escritores.

Por lo comun, hay en los acontecimientos algo que descuella, y se presenta á los ojos demasiado de bulto para que pueda negarlo la parcialidad del historiador. En tal caso exagera ó disminuye, echa mano de colores halagüeños ó repugnantes, busca explicaciones favorables apelando á causas imaginarias, y señalando efectos soñados: pero el hecho está allí; y los esfuerzos del escritor apasionado ó de mala fe, no hacen mas que llamar la atencion del avisado lector para que fije la vista con atencion en lo que hay, y no vea ni mas ni ménos de lo que hay.

Los historiadores apasionados de Napoleon hablarán á la posteridad del fanatismo y crueldad de la nacion española, pintándola como un pueblo estúpido que no quiso ser feliz; referirán los mil motivos que tuvo el gran Capitan para entremeterse en los negocios de la Península, y señalarán un millon de causas para explicar lo poco satisfactorio de los resultados. Por supuesto que llegarán á concluir que por esto no se empañan en lo mas mínimo las glorias del héroe. Pero el lector juicioso y discreto descubrirá la verdad á pesar de todos los amaños para oscurecerla. El historiador no habrá podido ménos de confesar á su modo y con mil rodeos, que Napoleon ántes de comenzar la lucha, y miéntras las fuerzas del Marques de la Romana le auxiliaban en el norte, introdujo en España con palabras de amistad, un numeroso ejército, y se apoderó de las principales ciudades y fortalezas, inclusa la capital del reino; que colocó en el trono á su hermano José; y que al fin José y su ejército despues de seis años de lucha, se vieron precisados á repasar la frontera. Esto no lo habrá negado el historiador; pues bien, esto basta: píntense los pormenores como se quiera, la verdad quedará en su lugar. He aquí lo que dirá el sensato lector: «tú, historiador parcial, defiende admirablemente la reputacion y buen nombre de tu héroe, pero resulta de tu misma narracion, que él ocupó el pais protestando amistad, que invadió sin título, que atacó á quien le ayudaba, que se valió de traicion para llevarse al rey, que peleó durante seis años sin ningun provecho. De una parte estaban pues la buena fe del aliado, la lealtad del vasallo, y el arrojo y la constancia del guerrero; de otra podian estar la pericia y el valor, pero á su lado resaltan la mala fe, la usurpacion, y la esterilidad de una dilatada guerra. Hubo pues yerro y perfidia en la concepcion de la empresa, maldad en la ejecucion; razon y heroismo en la resistencia.»

REGLA 5ª.

Los anónimos merecen poca confianza.

El autor habrá tal vez callado su nombre por modestia ó por humildad; pero el público que lo ignora, no está obligado á prestar crédito á quien le habla con un velo en la cara. Si uno de los frenos mas poderosos, cual es el temor de perder la buena reputacion, no es todavía bastante para mantener á los hombres en los límites de la verdad, ¿cómo podremos fiarnos de quien carece de él?

REGLA 6ª.

Antes de leer una historia es muy importante leer la vida del historiador.

Casi me atreveria á decir que esta regla, por lo comun tan descuidada, es de las que deben ocupar el lugar mas distinguido. En cierto modo se halla ya contenida en lo que llevo dicho mas arriba (Cap. VIII); pero no será inútil haberla establecido por separado, siquiera para tener ocasion de ilustrarla con algunas observaciones.

Claro es que no podemos saber qué medios tuvo el historiador para adquirir el conocimiento de lo que narra, ni el concepto que debemos formar de su veracidad, si no sabemos quién era, cuál fué su conducta, y demas circunstancias de su vida. En el lugar en que escribió el historiador, en las formas políticas de su patria, en el espíritu de su época, en la naturaleza de ciertos acontecimientos, y no pocas veces en la particular posicion del escritor, se encuentra quizas la clave para explicar sus declamaciones sobre tal punto, su silencio ó reserva sobre tal otro; porqué pasó sobre este hecho con pincel lijero, porqué cargó la mano sobre aquel.





Конец ознакомительного фрагмента. Получить полную версию книги.


Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/balmes-jaime-luciano/el-criterio/) на ЛитРес.

Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.



notes



1


Pág. 7. —Verum est id quod est, dice san Agustin (Lib. 2. Solil. cap. 5). Puede distinguirse entre la verdad de la cosa y la verdad del entendimiento: la primera, que es la cosa misma, se podrá llamar objetiva; la segunda, que es la conformidad del entendimiento con la cosa, se apellidará formal, ó subjetiva. El oro es metal, independientemente de nuestro conocimiento; hé aquí una verdad objetiva. El entendimiento conoce que el oro es metal, hé aquí una verdad formal ó subjetiva.

Mucha presuncion seria el despreciar las reglas para pensar bien. «Nullam dicere maximarum rerum esse artem, cum minimarum sine arte nulla sit, hominum est parum considerate loquentium.» «Es de hombres lijeros, decia Ciceron, el afirmar que para las grandes cosas no hay arte, cuando de él no carecen ni las mas pequeñas.» (Lib. 2. de offic.) En la utilidad de las reglas han estado acordes los sabios antiguos y modernos: la dificultad pues está en saber cuáles son estas, cuál es el mejor modo de enseñar á practicarlas. Don de los dioses llamó Sócrates á la lógica, mas por desgracia, no nos aprovechamos lo bastante de este don precioso, y las cavilaciones de los hombres le hacen inútil para muchos. Los aristotélicos han sido acusados de embrollar el entendimiento de los principiantes con la abundancia de las reglas, y el fárrago de discusiones abstractas; en cambio, las escuelas que les han sucedido, y particularmente los ideólogos mas modernos, no estan libres del todo de un cargo semejante. Algunos reducen la lógica á un análisis de las operaciones del entendimiento, y de los medios con que se adquieren las ideas; lo que encierra las mas altas y difíciles cuestiones que ofrecerse puedan á la humana filosofía.

Quisiéramos un poco ménos de ciencia y un poco mas de práctica; recordando lo que dice Bacon de Verulamio sobre el arte de observacion, cuando le llama una especie de sagacidad, de olfato cazador, mas bien que ciencia. Ars experimentalis sagacitas potius est et odoratio quædam venatica quam scientia. (De Augm. scient. L. 5. c. 2.)




2


Pág. 10. – Los hombres mas insignes en el mundo científico se han distinguido por una gran fuerza de atencion; y algunos de ellos por una abstraccion que raya en lo increible. Arquimedes ocupado en sus meditaciones y operaciones geométricas, no advierte el estrépito de la ciudad tomada por los enemigos. Vieta pasa sin interrupcion dias y noches absorto en sus combinaciones algebráicas y no se acuerda de sí propio, hasta que le arrancan de tamaña enajenacion sus domésticos y amigos; Leibnitz malbarata lastimosamente su salud, estando muchos dias sin levantarse de la silla. Esta abstraccion extraordinaria es respetable en hombres que de tal suerte han enriquecido las ciencias con admirables inventos; ellos tenian verdaderamente una mision que cumplir, y en cierto modo era excusable que á tan alto objeto sacrificaran su salud y su vida. Pero aun en los genios mas eminentes no ha estado reñida la intensidad de la atencion con su flexibilidad: Descartes estaba elaborando sus colosales concepciones entre el estruendo de los combates; y cuando cansado de la vida militar se retiró del servicio en que se habia alistado voluntariamente, continuó viajando por los principales paises de Europa. Con semejante tenor de vida, es muy probable que el ilustre filósofo habia sabido enlazar la intensidad con la flexibilidad de la atencion, y que no seria tan delicado en la materia como Kant, de quien se dice, que el solo desarreglo ó cambio de un boton en uno de sus oyentes era capaz de hacerle perder el hilo del discurso. Esto no es tan extraño si se considera que el filósofo aleman jamas salió de su patria, y que por tanto no debió de acostumbrarse á meditar sino en el retiro de su gabinete. Pero sea lo que fuere de las rarezas de algunos hombres célebres, importa sobre manera esforzarse en adquirir esa flexibilidad de atencion que puede muy bien aliarse con su intensidad. En esto como en todas las cosas puede mucho el trabajo, la repeticion de actos, que llegan á engendrar un hábito que no se pierde en toda la vida. Acostumbrándose á pensar sobre cuantos objetos se ofrecen, y á dar constantemente al espíritu una direccion seria, se consigue lentamente, y sin esfuerzo, la conveniente disposicion de ánimo, ya sea para fijarse largas horas sobre un punto, ya para hacer suavemente la transicion de unas ocupaciones á otras. Cuando no se posee esta flexibilidad, el espíritu se fatiga y enerva con la concentracion excesiva ó se desvanece con cualquiera distraccion; lo primero, á mas de ser nocivo á la salud, tampoco suele servir mucho para progresar en la ciencia; y lo segundo inutiliza el entendimiento para los estudios serios. El espíritu como el cuerpo ha menester un buen régimen; y en este régimen hay una condicion indispensable: la templanza.




3


Pág. 14. – Un hombre dedicado á una profesion para la cual no ha nacido, es una pieza dislocada: sirve de poco, y muchas veces no hace mas que sufrir y embarazar. Quizas trabaja con celo, con ardor; pero sus esfuerzos ó son impotentes, ó no corresponden ni con mucho á sus deseos. Quien haya observado algun tanto sobre este particular, habrá notado fácilmente los malos efectos de semejante dislocacion. Hombres muy bien dotados para un objeto, se muestran con una inferioridad lastimosa cuando se ocupan de otro. Uno de los talentos mas sobresalientes que he conocido en lo tocante á ciencias morales y políticas, le considero mucho ménos que mediano con respecto á las exactas; y al contrario, he visto á otros de feliz disposicion para adelantar en estas, y muy poco capaces para aquellas.

Y lo singular en la diferencia de los talentos es que aun tratándose de una misma ciencia, los unos son mas á propósito que otros para determinadas partes. Así se puede experimentar en la enseñanza de las matemáticas que la disposicion de un mismo alumno no es igual con respecto á la Aritmética, Algebra y Geometría. En el cálculo, unos se adiestran con facilidad en la parte de aplicacion, miéntras no adelantan igualmente ni con mucho, en la de generalizacion; unos adelantan en la Geometría mas de lo que habian hecho esperar en el estudio del Algebra y Aritmética. En la demostracion de los teoremas, en la resolucion de los problemas, se echan de ver diferencias muy señaladas: unos se aventajan en la facilidad de aplicar, de construir, pero deteniéndose, por decirlo así, en la superficie, sin penetrar en el fondo de las cosas; al paso que otros no tan diestros en lo primero, se distinguen por el talento de demostracion, por la facilidad en generalizar, en ver resultados, en deducir consecuencias lejanas. Estos últimos son hombres de ciencia, los primeros son hombres de práctica; á aquellos les conviene el estudio, á estos el trabajo de aplicacion.

Si estas diferencias se notan en los límites de una misma ciencia, ¿qué será cuando se trate de las que versan sobre objetos los mas distantes entre sí? y sin embargo, ¿quién cuida de observarlas, y mucho ménos de dirigir á los niños y á los jóvenes por el camino que les conviene? A todos se nos arroja, por decirlo así, en un mismo molde: para la eleccion de las profesiones suele atenderse á todo, ménos á la disposicion particular de los destinados á ellas. ¡Cuánto y cuánto falta que observar en materia de educacion é instruccion!

En la acertada eleccion de la carrera no solo se interesa el adelanto del individuo, sino la felicidad de toda su vida. El hombre que se dedica á la ocupacion que se le adapta, disfruta mucho, aun entre las fatigas del trabajo; pero el infeliz que se halla condenado á tareas para las cuales no ha nacido, ha de estar violentándose continuamente, ya para contrariar sus inclinaciones, ya para suplir con esfuerzo lo que le falta en habilidad.

Algunos de los hombres que mas se han distinguido en la respectiva profesion, habrian sido probablemente muy medianos, si se hubiesen dedicado á otra que no les conviniera. Malebranche se ocupaba en el estudio de las lenguas y de la historia, y no daba muestras de ninguna disposicion muy aventajada, cuando acertó á entrar en la tienda de un librero, donde le cayó en manos el Tratado del hombre de Descártes. Causóle tanta impresion aquella lectura, que se cuenta haber tenido que interrumpirla mas de una vez para calmar los fuertes latidos de su corazon. Desde aquel dia Malebranche se dedicó al estudio que tan perfectamente se le adaptaba; y diez años despues publicaba ya su famosa obra de la Investigacion de la verdad. Y es que la palabra de Descartes dispertó el genio filosófico adormecido en el jóven bajo la balumba de las lenguas y de la historia: sintióse otro, conoció que él era capaz de comprender aquellas altas doctrinas, y como el poeta al leer á otro poeta, exclamó: «tambien yo soy filósofo.»

Una cosa semejante le sucedió á Lafontaine. Habia cumplido veinte y dos años, sin dar muestras de abrigar genio poético. No lo conoció él mismo hasta que leyó la oda de Malherbe sobre el asesinato de Enrique IV. Y este mismo Lafontaine que tan alto rayó en la poesía, ¿qué hubiera sido como hombre de negocios? Sus inocentadas que tanto daban que reir á sus amigos, no son muy buen indicio de felices disposiciones para este género.

He dicho que convenia observar el talento particular de cada niño para dedicarle á la carrera que mejor se le adapta: y que seria bueno observar lo que dice ó hace cuando se encuentra con ciertos objetos. Madama Perier, en la Vida de su hermano Pascal, refiere que siendo niño le llamó un dia la atencion el fenómeno del diverso sonido de un plato herido con un cuchillo, segun se le aplicaba el dedo ó se le retiraba; y que despues de reflexionar mucho sobre la causa de esta diferencia escribió un pequeño tratado sobre ella. Este espíritu observador en tan tierna edad ¿no anunciaba ya al ilustre físico del experimento de Puy-de-Dôme confirmando las ideas de Torricelli y Galileo?

El padre de Pascal deseoso de formar el espíritu de su hijo, fortaleciéndole con otra clase de estudios ántes de pasar al de las matemáticas, hasta evitaba el hablar de geometría en presencia del niño; pero este encerrado en su cuarto, traza figuras con un carbon, y desenvolviendo la definicion de la geometría que habia oido, demuestra hasta la proposicion 32 de Euclides. El genio del eminente geómetra se debatia bajo una inspiracion poderosa, que todavía no era él capaz de comprender.

El célebre Vaucanson se ocupa en examinar atentamente la construccion de un reloj de una antesala donde estaba esperando á su madre; en vez de juguetear, acecha por las hendiduras de la caja, por si puede descubrir el mecanismo: y luego despues se ensaya en construir uno de madera que revela el asombroso genio del ilustre constructor del flautista, y del áspid de Cleopatra.

Bossuet á la edad de 16 años improvisaba en el palacio de Rambouillet un sermon que por la copia de pensamientos y facilidad de expresion y de estilo, admiraba al concurso compuesto de los talentos mas escogidos que á la sazon contaba la Francia.




4


Pág. 25. – He dicho que la teoría de las probabilidades auxiliada por la de las combinaciones, pone de manifiesto la imposibilidad que he llamado de sentido comun, calculando, por decirlo así, la inmensa distancia que va de la posibilidad del hecho á su existencia; distancia que nos le hace considerar como poco ménos que absolutamente imposible. Para dar una idea de esto supondré que se tengan siete letras e, s, p, a, ñ, o, l, y que disponiéndolas á la aventura, se quiere que salga la palabra español. Es claro que no hay imposibilidad intrínseca, pues que lo vemos hecho todos los dias, cuando á la combinacion preside la inteligencia del cajista; pero en faltando esta inteligencia, no hay mas razon para que resulten combinadas de esta manera que de la otra. Ahora bien: teniendo presente que el número de combinaciones de diferentes cantidades es igual á 1×2×3×4…(n-1)n, expresando n el número de los factores; siendo siete las letras en el caso presente, el número de combinaciones posibles será igual á 1×2×3×4×5×6×7.=5040.

Ahora: recordando que la probabilidad de un hecho es la relacion del número de casos posibles, resulta que la probabilidad de salir por acaso las siete letras dispuestas de modo que formen la palabra español, es igual á 1/5040. Por manera que estaria en el mismo caso que el salir una bola negra de una urna donde hubiese 5039 bolas blancas.

Si es tanta la dificultad que hay en que resulte formada una sola palabra de siete letras; ¿qué será si tomamos por ejemplo un escrito en que hay muchas páginas, y por tanto gran número de palabras? La imaginacion se asombra al considerar la inconcebible pequeñez de la probabilidad cuando se atiende á lo siguiente: 1º. La formacion casual de una sola palabra es poco ménos que imposible, ¿qué será con respecto á millares de palabras? 2º. Las palabras sin el debido órden entre sí no dirian nada, y por tanto seria necesario que saliesen del modo correspondiente para expresar lo que se queria. Siete solas palabras nos costarian el mismo trabajo que las siete letras. 3º. Esto es verdad, aun no exigiendo disposicion en líneas, y suponiéndolo todo en una sola; ¿qué será si se piden líneas? Solo siete nos traerán la misma dificultad que las siete palabras y las siete letras. 4º. Para formarse una idea del punto á que llegaria el guarismo que expresase los casos posibles, adviértase que nos hemos limitado á un número de los mas bajos, el siete; adviértase que hay muchas palabras de mas letras; que todas las líneas habrian de constar de algunas palabras, y todas las páginas de muchas lineas. 5º. Y finalmente, reflexiónese adónde va á parar un número que se forma con una ley tan aumentativa como esta 1×2×3×4×5×6×7×8… (n-1)n. Sígase por breve rato la multiplicacion y se verá que el incremento es asombroso.

En la mayor parte de los casos en que el sentido comun nos dice que hay imposibilidad, son muchas las cantidades por combinar, entendiendo por cantidades todos los objetos que han de estar dispuestos de cierto modo para lograr el objeto que se desea. Por poco elevado que sea este número, el cálculo demuestra ser la probabilidad tan pequeña, que ese instinto con el cual desde luego, sin reflexionar, decimos «esto no puede ser» es admirable, por lo fundado que está en la sana razon. Pondré otro ejemplo. Suponiendo que las cantidades son en número de 100, el de las combinaciones posibles será 1×2×3×4×5×6… 99×100. Para concebir la increible altura á que se elevaría este producto, considérese que se han de sumar los logaritmos de todas estas cantidades, y que las solas características, prescindiendo de las mantísas dan 92: lo que por sí solo da una cantidad igual á la unidad seguida de 92 ceros. Súmense las mantisas, y añádase el resultado de los enteros á las características, y se verá que este número crece todavía mucho mas. Sin fatigarse con cálculos se puede formar idea de esta clase de aumento. Así suponiendo que el número de las cantidades combinables sea diez mil, por la suma de las solas características de los factores se tendria una característica igual á 28894; es decir que aun no llevando en cuenta lo muchísimo que subiria la suma de las mantisas, resultaria un número igual á la unidad seguida de 28894 ceros. Concíbase si se puede lo que es un número, que por poco espesor que en la escritura se dé á los ceros, tendrá la longitud de algunas varas; y véase si no es muy certero el instinto que nos dice ser imposible una cosa cuya probabilidad es tan pequeña que está representada por un quebrado cuyo numerador es la unidad, y cuyo denominador es un número tan colosal.




5


Pág. 35. – He creido inútil ventilar en esta obra las muchas cuestiones que se agitan sobre los sentidos, en sus relaciones con los objetos externos, y la generacion de las ideas. Esto me hubiera llevado fuera de mi propósito, y ademas no habria servido de nada para enseñar á hacer buen uso de los mismos sentidos. En otra obra, que tal vez no tarde en dar á luz, me propongo examinar estas cuestiones con la extension que su importancia reclama.




6


Pág. 47. – Lo que he dicho sobre las consecuencias que instintivamente sacamos de la coexistencia ó sucesion de los fenómenos, está íntimamente enlazado con lo explicado en la Nota 4, sobre la imposibilidad de sentido comun. De esto puede sacarse una demostracion incontrastable en favor de la existencia de Dios.




7


Pág. 56. – Los que crean que la moral cristiana induce fácilmente á error por un exceso de caridad, conocen poco esta moral, y no han reflexionado mucho sobre los dogmas fundamentales de nuestra religion. Uno de ellos es la corrupcion original del hombre, y los estragos que esta corrupcion produce en el entendimiento y en la voluntad. ¿Semejante doctrina es acaso muy á propósito para inspirar demasiada confianza? ¿Los libros sagrados no estan llenos de narraciones en que resaltan la perfidia y la maldad de los hombres? La caridad nos hace amar á nuestros hermanos, pero no nos obliga á reputarlos por buenos, si son malos, no nos prohibe el sospechar de ellos, cuando hay justos motivos, ni nos impide el tener la cautela prudente, que de suyo aconseja el conocer la miseria y la malicia del humano linaje.




8


Pág. 67. – Para convencerse de que no he exagerado al ponderar el peligro de ser inducidos en error por los narradores, basta considerar que aun con respecto á paises muy conocidos, la historia se está rehaciendo continuamente, y tal vez en este siglo mas que en los anteriores. Todos los dias se estan publicando obras en que se enmiendan errores, verdaderos ó imaginarios; pero lo cierto es que en muchos puntos gravísimos hay una completa discordancia en las opiniones. Esto no debe conducir al escepticismo, pero sí inspirar mucha cautela. La autoridad humana es una condicion indispensable para el individuo y la sociedad: pero es preciso no fiarse demasiado en ella. Para engañarnos basta ó mala fe ó error. Desgraciadamente, estas cosas no son raras.




9


Pág. 72. – Es muy dudoso si el periodismo causará daño ó provecho á la historia de lo presente; pero no puede negarse que multiplicará el número de los historiadores con la mayor circulacion de documentos. Antes, para proporcionarse algunos de ellos era necesario recurrir á secretarías ó archivos; mas ahora, son pocos los que son tan reservados que ó desde luego, ó á la vuelta de algun tiempo, no caigan en manos de un periódico; y por poco que valgan, pueden contar con infinitas reimpresiones en varias lenguas. Por manera que ahora las colecciones de periódicos son excelentes memorias para escribir la historia. Esto aumenta el número de los hechos en que se pueda fundar el historiador; y de que puede aprovecharse con gran fruto, con tal que no confunda el texto con el comentario.




10


Pág. 78. – Al leer algun libro de viajes, no debemos buscar el capítulo de paises lejanos, sino de aquellos cuyos pormenores nos sean muy conocidos; esto proporciona el juzgar con acierto de la obra, y á veces no escasa diversion. Entónces se palpa la lijereza con que se escriben ciertos viajes. Una poblacion que tenia yo bien conocida, y cuyos alrededores secos y pedregosos habia recorrido no pocas veces, la he visto en un libro de viajes cercada como por encanto de jardines y arroyos; y á otra en que se habla de las aguas de un rio no lejano, como de un bello sueño que algun dia se pudiera realizar, la he visto tambien en otro libro regalada ya con la ejecucion del hermoso proyecto, ó mejor diré, sin necesidad de él, pues que el cauce del rio estaba junto á sus murallas.



Как скачать книгу - "El Criterio" в fb2, ePub, txt и других форматах?

  1. Нажмите на кнопку "полная версия" справа от обложки книги на версии сайта для ПК или под обложкой на мобюильной версии сайта
    Полная версия книги
  2. Купите книгу на литресе по кнопке со скриншота
    Пример кнопки для покупки книги
    Если книга "El Criterio" доступна в бесплатно то будет вот такая кнопка
    Пример кнопки, если книга бесплатная
  3. Выполните вход в личный кабинет на сайте ЛитРес с вашим логином и паролем.
  4. В правом верхнем углу сайта нажмите «Мои книги» и перейдите в подраздел «Мои».
  5. Нажмите на обложку книги -"El Criterio", чтобы скачать книгу для телефона или на ПК.
    Аудиокнига - «El Criterio»
  6. В разделе «Скачать в виде файла» нажмите на нужный вам формат файла:

    Для чтения на телефоне подойдут следующие форматы (при клике на формат вы можете сразу скачать бесплатно фрагмент книги "El Criterio" для ознакомления):

    • FB2 - Для телефонов, планшетов на Android, электронных книг (кроме Kindle) и других программ
    • EPUB - подходит для устройств на ios (iPhone, iPad, Mac) и большинства приложений для чтения

    Для чтения на компьютере подходят форматы:

    • TXT - можно открыть на любом компьютере в текстовом редакторе
    • RTF - также можно открыть на любом ПК
    • A4 PDF - открывается в программе Adobe Reader

    Другие форматы:

    • MOBI - подходит для электронных книг Kindle и Android-приложений
    • IOS.EPUB - идеально подойдет для iPhone и iPad
    • A6 PDF - оптимизирован и подойдет для смартфонов
    • FB3 - более развитый формат FB2

  7. Сохраните файл на свой компьютер или телефоне.

Книги автора

Рекомендуем

Последние отзывы
Оставьте отзыв к любой книге и его увидят десятки тысяч людей!
  • константин александрович обрезанов:
    3★
    21.08.2023
  • константин александрович обрезанов:
    3.1★
    11.08.2023
  • Добавить комментарий

    Ваш e-mail не будет опубликован. Обязательные поля помечены *