Книга - El Campesino Puertorriqueño

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El Campesino Puertorriqueño
Francisco Atiles




Francisco Del Valle Atiles

El Campesino Puertorriqueño / Sus Condiciones Físicas, Intelectuales y Morales, Causas / que la Determinan y Medios Para Mejorarlas



Os diré toda la verdad, porque es ella la que salva. Hombres hay que juzgan bueno ocultarla; estos son impostores ó tímidos que Dios rechaza, porque la verdad es Dios mismo y velarla es velar á Dios.

    Lamennais.
    El Libro del Pueblo.






PREÁMBULO


La Junta Directiva del Ateneo de Puerto Rico ha tenido á bien someter á estudio la interesante cuestión de El campesino puertorriqueño. Nosotros, más que por otro motivo, por sernos simpático el asunto, cuando el Certámen se anunció resolvimos redactar esta Memoria; pero algunas circunstancias individuales nos obligaron á suspender el trabajo, cuando aun no llegaba á la mitad. Sólo después de prorrogado el plazo de admisión por acuerdo del Ateneo, reanudamos la tarea comenzada, y la hemos seguido con una precipitación que, si no puede servir de disculpa á la deficiencia de este trabajo, servirá por lo ménos como excusa de su desaliño.

Sin pretensiones de ninguna especie, hemos procurado consignar hechos y apreciarlos con imparcialidad, estudiando las causas que según nuestro modo de ver los determinan; en ocasiones hemos tenido que refrenar nuestro provincialismo para conseguir aquel propósito; pero estamos seguros de haber hecho lo posible para mantenernos dentro del carácter imparcial que debe animar al que estudia esta clase de asuntos. Luego proponemos los remedios que estimamos convenientes para impedir el mal, porque mal y grande es por cierto que en una provincia como la de Puerto Rico, esencialmente agrícola, exista un considerabilísimo número de brazos, y brazos precisamente destinados á la agricultura, incapaces por sus condiciones físicas, intelectuales y morales de aportar, de una manera cumplida, su contingente á la obra del progreso.

Hemos seguido en la redacción de esta Memoria el mismo órden con que ha sido enunciado el tema que nos proponemos desarrollar. "Estado actual de las condiciones físicas, intelectuales y morales del campesino puertorriqueño y su familia, causas que lo determinan y medios para mejorar dichas condiciones." En la primera parte hacemos algunas consideraciones generales, sin profundizar en ellas, porque tienen su lugar en la sección correspondiente.

Al investigar las causas que determinan el estado físico del campesino, tratamos á grandes rasgos de las condiciones de la Isla, bajo sus aspectos, clima, suelo, etc., es decir, de todo aquello que deba tenerse en cuenta en la apreciación del medio; datos de los cuales no hemos creido que debíamos prescindir, pues su importancia es grande en el análisis de estos problemas sociales. Por eso entramos en él, bien que tratándole someramente, ya que á ello nos obliga la premura del tiempo, dada la brevedad del plazo que se concede para estudiar problemas tan árduos como el que motiva este trabajo.

El estudio de los caractéres intelectuales del campesino, se nos ha facilitado mucho por los trabajos recientemente publicados en el país, que se refieren á la cultura intelectual de nuestra Isla.

Los caractéres morales que ostentan nuestros jíbaros, encuéntranse sobradamente explicados por la historia de este pequeño trozo de tierra, en el que no por serlo se dejan de presentar los mismos problemas que en otras partes preocupan la atención; problemas que siendo nuestros, á nosotros principalmente nos interesa resolverlos.

Por eso, porque hemos visto en el tema propuesto por el Ateneo esa aspiración, nos hemos decidido á concurrir al Certámen, no creyendo resolver desde luego cuestión tan trascendental como la que envuelve el estado social del grupo rural puertorriqueño, sino aportando á la obra nuestro pobre trabajo, y sin buscar en ello otra cosa que el reconocimiento de la buena voluntad que nos guía. Lo primero es acopiar materiales para la obra; si ella resultase demasiado árdua para nuestras fuerzas, otras personas podrán, sin duda, hacer más, con mayor provecho. Por nuestra parte bástanos la satisfacción de haber coadyuvado en la medida de nuestras fuerzas á propósito tan laudable como lo es el mejoramiento de nuestras clases agrícolas.




ETNOLOGÍA


No tenemos la pretensión de hacer un estudio completo de etnología puertorriqueña. Agrupar en cuadros más ó ménos sencillos los variados elementos etnológicos que constituyen nuestra actual población no sería obra imposible, pero requiere una labor especial que no creemos sea de absoluta necesidad para el desarrollo del tema presente; aparte de que, asunto de tal interés no cabría dentro de la modesta extensión que pensamos dar á esta Memoria. Creemos, sin embargo, que será conveniente apuntar algunas ideas generales acerca de este asunto, las cuales son dignas de tenerse en cuenta, y nos importará recordar cuando estudiemos las causas que determinaron el modo de ser del campesino borincano.

Poblada la Isla de Puerto Rico hasta fines del siglo XV por la raza indígena – especie americana – raza originaria de las regiones del nordeste de Asia, que – ateniéndonos á la descripción que de sus caractéres físicos nos hacen los historiadores, y á la clasificación de Mr. de Quatrefages, – hemos de considerar como una raza mixta, de las aproximadas al tronco amarillo, vino el descubrimiento á cambiar radicalmente este estado de cosas, trayendo con los españoles, que desde el principio del siglo XVI ocuparon la Isla, el elemento blanco que poblaba el suelo de la península española, en el cual, como sabemos, existían confundidas razas mediterráneas distintas: vascos, semitas en sus dos ramas, é indo-europeos en su rama aryo-romana. Luego cuando la Real Cédula de 1513 autorizó la importación de esclavos, se introdujo en la colonia naciente la especie negra, y por último, una vez abierta la Isla al comercio universal, á ella han venido, aunque en poco importante número, distintas razas y aún otras especies que son un factor secundario en la etnología puertorriqueña.

Alguna influencia, aunque poca, debemos asignar al tronco indígena, como elemento etnológico; pues los españoles mezclaron desde los primeros dias de la conquista su sangre con la india. Este parentesco no es, sin embargo, de los más importantes, pues aunque la Historia asegura que cuando Don Juan Cerón pasó en 1509 á San Juan, la isla "estaba tan poblada de gente como una colmena," es lo cierto que en 1582, por haber emigrado los unos y sucumbido los otros, no había ya naturales en el país; cosa que había motivos para esperar que sucediese, en más ó ménos lejano plazo, desde que ocupó el limitado territorio de Borínquen una raza más viril y civilizada que la indígena, supuesto que los españoles sólo tenían en contra la naturaleza del clima, mientras que á su favor estaban todas las ventajas de la civilización. Es axiomático que la cultura de los pueblos invasores es siempre fatal para los pueblos salvajes invadidos.

Además de esta ley, que se cumple indefectiblemente en el combate de la vida, como quiera que la superioridad para el triunfo la preparan elementos varios, debemos anotar que el trabajo rudo á que se sometió á los indios, principalmente el de las minas, las nuevas costumbres impuestas á los indígenas, el abatimiento consiguiente á un pueblo dominado, que vé ocupado el querido suelo patrio por extraña gente, las enfermedades importadas y otras muchas causas, entre las cuales predominó, por desgracia, la explotación de los vencidos y el mal trato que se les dió, á pesar de las Reales recomendaciones que ordenaban lo contrario; son causas que contribuyen á justificar el hecho de la rápida extinción del primitivo habitante de Puerto Rico.

La falta de brazos que esta desaparición originó, hizo pensar á los conquistadores en los esclavos negros para satisfacer aquella necesidad. La raza etíope vino, pues, al suelo borincano; de modo que, si bien ésta nunca llegó á estar representada por un número de indivíduos superior al de los blancos, fué no obstante suficiente para que constituyera un factor tan fundamental como la raza caucásica de la población actual de Puerto Rico. De estos factores, por los inevitables cruzamientos, se ha originado el elemento mestizo, distinto de los anteriores.

Es sabido que en las costas, por su acceso al comercio, es más fácil el cruzamiento de razas que en los pueblos del interior, en donde el trato con extraños apénas tiene lugar. Obsérvase, además, que la mujer muestra siempre mayor repugnancia á mezclar su sangre con la de una raza inferior, y si tenemos en cuenta la degradación que la esclavitud imprime á los que la sufren, se explica el porqué la mujer blanca de los campos, aunque pobre, huyó por largo tiempo de contraer lazos amorosos con el negro. Las mismas circunstancias influyeron en que muchos blancos, aún los que se dedicaron á las mismas labores del campo que el esclavo, rehuyeran el matrimonio con las negras. Tales causas creemos que son bastantes para explicarnos el hecho de que hoy, en nuestra población rural, pueda distinguirse de las familias negra, mezclada de blanco y negro, y mestiza – en la que el sello indio es perceptible por caractéres físicos apreciables para todo el mundo – otra cuya filiación caucásica pura no es discutible.

Últimamente, después que el hábito y la vida en el mismo suelo han suavizado las asperezas que existían entre personas de razas tan opuestas, luego que las castas han desaparecido, rota la línea de separación por el blanco, ménos escrupuloso en solicitar á la mujer negra, sobre todo si el consorcio es transitorio y obedece á caprichos pasajeros, los cruzamientos se han generalizado más en todas formas y la pureza de razas va siendo cada dia más rara; por lo cual, á causa del predominio que siempre tuvo y sigue teniendo en Puerto Rico el elemento caucásico, y atentos á los datos que la observación nos suministra, puede asegurarse que la raza negra, no engrosada por la inmigración, está llamada á desaparecer de la Isla por fusión dentro de la raza superior que la absorbe, modificándose á su vez. En este cruzamiento que presenciamos, el aniquilamiento de la raza negra no se produce ya porque las enfermedades ó el mal trato la hagan menguar, sino porque la raza blanca renueva constantemente sus representantes, mientras que la abolición de la trata cortó la corriente inmigratoria del negro, corriente que siempre fué muchísimo ménos activa que la determinada por el mejor mercado de la Isla de Cuba, además de que la tendencia natural que inclina al hombre á mejorar las circunstancias de orígen, obra en el mismo negro y principalmente en la mujer de color, facilitando la fusión.

Aún estamos á mucha distancia de la resultante de esa mezcla de razas, pues los caractéres comunes que aquella deberá tener, caractéres que – como es sabido – para significar su posesión deberán ser trasmisibles de un modo regular por la herencia, sólo se adquieren con lentitud y á fuerza de siglos; pero indudablemente, la adaptación al medio, modificando al europeo que logró y logra resistir á las condiciones climatológicas del país, su influencia sobre el negro y sobre el mestizo, influencia que hoy se hace ya extensiva al interior de los campos, deberán al cabo producir en la sucesión de los tiempos, si estos cruzamientos persisten bajo el mismo suelo y en mejores circunstancias para la vida, una raza apropiada á las necesidades del clima ó mejor del medio; raza que bajo la saludable influencia de una educación ajustada á los progresos que la civilización ha realizado, se podría encontrar en condiciones físicas, intelectuales y morales buenas para subsistir, sin tener que mirar con recelo á la familia anglo-sajona vecina. Poner al habitante de Puerto Rico en condiciones favorables para la lucha por la existencia, no es una utopia; todo es obra de la educación. Únicamente por medio de ella se puede alcanzar esa "acorde armonía del organismo con su objeto", esa condición de vida sine qua non para el hombre de todas las regiones habitables del globo.




GRUPO RURAL


En tésis general, afirman los higienistas "que la salud y vitalidad de las gentes del campo son muy superiores á las del grupo urbano." Esta verdad, que tiene por fundamento circunstancias sobradas que la justifiquen, como más adelante veremos, tiene, no digamos de un modo absoluto, pero sí de una manera general, su excepción en Puerto Rico. Pero ántes de explanar esta idea, y con el fin de evitar confusiones, conviene precisar lo que entendemos por campesino, voz en la que comprendemos al jíbaro, que es á quien nos referimos en las líneas anteriores.

Y por jíbaro entendemos, para todo lo que digamos en este estudio, "el campesino puertorriqueño sin instrucción" como lo define un querido amigo nuestro, (en un libro que su galana pluma nos ofrecerá pronto)[1 - Don Manuel Fernández Juncos. – Estudio de costumbres.] ó sea el rústico, gañán, paleto, aceptando en esto el mismo criterio de otro ilustrado publicista de grata memoria.[2 - Don José Pablo Morales. – Almanaque Aguinaldo.] Esta aclaración que un reputado escritor creyó con fundamento que debía hacer en su erudito estudio de reciente publicación,[3 - Don Salvador Brau. – La Campesina.] la repetimos y á ella nos atenemos, entre otras razones, porque creemos que el estudio solicitado por el Ateneo puertorriqueño, sólo puede referirse al jíbaro. Aplícase en general la palabra campesino á los habitantes del campo, pero la índole del estudio y el objetivo que es de suponer se propuso aquel centro en el tema elegido para el certámen de 1886, nos autorizan á limitar la acepción de la palabra al concepto expresado.

Del apuntamiento etnológico hecho anteriormente podemos deducir que entre los campesinos puertorriqueños los hay pertenecientes á la raza blanca, á la negra, y á la mezcla de las dos, por lo que habría necesidad de estudiar cada uno de estos grupos por separado; pero como el género de vida es igual para los indivíduos de las tres agrupaciones, ya pertenezcan á una ó á otra raza, y como el predominio de la blanca es todavía notable en el interior, sólo en conjunto estudiaremos las condiciones físicas, intelectuales y morales de los tres grupos étnicos referidos, pues algunas cualidades de estas les son comunes, sin perjuicio de señalar las características de raza y algún detalle que los distinga cuando así lo creamos necesario. Desde luego podemos decir, hablando en general, que el campesino blanco puertorriqueño de nuestros dias se parece bastante al criollo que describía Fray Íñigo Abad en su Historia de Puerto Rico, anotada por nuestro respetable amigo el conspícuo escritor Don José Julián Acosta. Decia Fray Íñigo: "los criollos son bien hechos y proporcionados, su constitución es delicada y en todos sus miembros tienen una organización muy fina y suelta, propia de un clima cálido; carecen de viveza regular en las acciones, y tienen color y aspecto de convalescientes; son pausados, taciturnos. Las mujeres son de buena disposición, pero el aire salitroso del mar les consume los dientes y priva de aquel color vivo y agradable que resalta en las damas de otros países… Los mulatos son de color oscuro y bien formados, más fuertes y acostumbrados al trabajo que los blancos criollos."

Muchas de estas cualidades caracterizan hoy todavía al criollo, pero pueden aplicarse de un modo más especial y concreto al campesino, pues por lo que respecta al habitante de las poblaciones, ya sean estas del interior y mejor si son de la costa, ha ganado en condiciones físicas desde que los progresos de la civilización le han dado medios de vivir mejores que en aquellos tiempos á que se refiere el discreto historiador citado. No queremos decir que hoy el criollo puertorriqueño viva dentro de las más exquisitas y apropiadas condiciones para su mejoramiento, sino que algo ha ganado, mucho tal vez, como era lógico esperar, desde aquella época hasta nuestros dias. Que necesita aun mejorar, es evidente; y á ello llegará, así lo esperamos, si el cultivo intelectual aumenta como debe; pero dejemos este asunto que nos apartaría por el momento del motivo principal de estas líneas.

Para ser exactos, respecto de las condiciones físicas, intelectuales y morales que ostenta el campesino puertorriqueño, conviene hacer una distinción dentro del grupo rural, distinción que no es arbitraria, y sobre todo que está justificada por ciertas diferencias de que haremos mención. Para nosotros el campesino de los alrededores de las poblaciones y haciendas se diferencia bastante del que habita en los barrios más lejanos, cultivando en pequeños predios de su propiedad los frutos menores y dedicado á la crianza de animales útiles, ó bien agregado á alguna heredad mayor.

El jíbaro del primer grupo, nómada por lo que respecta al lugar donde trabaja, no puede atender tan cumplidamente á su subsistencia, por razones que no son del caso examinar ahora; es un jornalero expuesto á todas las fluctuaciones del trabajo y con mayores necesidades y vicios.

El del segundo grupo, pequeño propietario, (si el suelo que ocupa no es estéril y si el fisco no le arruina) puede alimentarse, vestir y aposentarse mejor, por lo cual podemos distinguir mayor fortaleza de organización, más saludable aspecto en los últimos que en los primeros y un carácter moral más elevado.

Todo el mundo ha oido hablar de ciertos jíbaros que, aun viejos, montan á caballo, trabajan y cumplen todas sus obligaciones, siendo modelos de honradez; que viven internados, distantes de las poblaciones; jíbaros de color blanco por lo común, de aspecto sano, y cuya familia huirá de seguro al ver aproximarse una persona extraña y no aparecerá en la sala del bohío, dejando que el padre, ó la madre si aquél no está, reciba al visitante; si éste se detiene, verá, así que la desconfiada rusticidad de la familia cesa, cómo poco á poco irán apareciendo caras nuevas, muchas de ellas jóvenes bonitas, que le sorprenderá encontrar entre las selvas, no bien vestidas, acaso sin calzado, pero frescas y sanas, gracias á una alimentación medianamente regularizada, tal vez al ozono en que abunda la atmósfera sana que rodea á la casa, y á la dulzura de un clima distinto del de la costa, según tendremos ocasión de ver en las notas sobre climatología de Puerto Rico, que necesitaremos exponer en este trabajo. Desgraciadamente no es lo general encontrar en los campos puertorriqueños familias de esta clase en mayoría, pero las hay; mas no adelantemos las ideas.

El jíbaro de Puerto Rico es esbelto; si se le vé encogido no es por falta de gallardía en sus miembros, sino á causa de su natural reserva, que se revela hasta en este detalle. Es enjuto y le son aplicables todas las cualidades de un temperamento nervioso-linfático: aunque su viveza física no es notoria, su organización ligera le permite desarrollar cuando quiere toda la agilidad de que es capaz un habitante de los países insolados abundantemente: por lo demás, el campesino de todas partes, bien se sabe que es inferior en viveza al hombre culto. El vigor del campesino borinqueño ofrece particularidades dignas de notarse: si como cree Spencer "el grado de vigor depende esencialmente de la índole de la alimentación" – veremos cuando tratemos de las causas de esta carencia de vigor, que si á esa ley principalmente está sujeta la limitada vigorosidad de nuestro campesino, en resistencia para el trabajo no hay quien le supere. – "El jíbaro – ya lo dijimos en otra ocasión – trabaja tanto proporcionalmente á su alimentación como el mejor jornalero y más bien alimentado de otras partes."[4 - Tres causas de atraso, artículos publicados en La Salud, por el autor.]

Sí; su vigor, limitado y todo, le permite trabajar con constancia las 10 ú 11 horas de labor diarias, cosa que no es explicable como no sea á causa de esa complexión enjuta y seca é increspatura general de fibras observadas por Fray Íñigo y dependiente, á su juicio, del uso frecuente del café entre los criollos, uso todavía general en el país.

Entiéndase que no sostenemos que el amor al trabajo sea cualidad dominante en el jíbaro, no; tenemos "en la climatología, en el estado político social del país y en el orígen histórico" del puertorriqueño, razones que explican esa negativa inclinación de una manera sobrada; pero nos parece que la acusación de haraganería recaida sobre el jíbaro tan en absoluto, exije que se demuestre al ser formulada, ó que se limite á sus justas proporciones el hecho consignado; exige además que se de cuenta de todas las causas del hecho, y estudiando así el asunto sus términos decrecen quizá más de lo que á primera vista pueda creerse.

Es preciso no juzgar por las apariencias; es preciso no contentarse con decir que el campesino es indolente y que le gusta la hamaca más que el trabajo; otros podrían decir que trabaja más de lo que podía esperarse, que su indolencia, entre otras muchas razones, tiene fundamento en que por desgracia el trabajo "no encuentra (como sucede en Sevilla según Hauser) suficiente estímulo en este país, donde prevalece el sistema del favoritismo" y donde – añadimos nosotros – el pequeño propietario no resiste la enorme contribución municipal que sobre él pesa, además de las otras cargas, y donde, como ya ántes hemos apuntado, en tésis general el pobre campesino está poco ó mucho enfermo; pero así y todo trabaja desde el amanecer hasta el anochecer á jornal ó á destajo (mal alimentado y mal resguardado por el vestido, de las influencias atmosféricas), trabaja decimos, cuanto le es preciso para ganar lo indispensable con que atender á sus escasas necesidades. Verdad es que ha limitado dichas necesidades hasta lo incomprensible, perjudicando su salud y sus energías; pero acaso en esta misma conducta no carezca por completo de justificación.




CONDICIONES FÍSICAS


Pueblan los campos de esta Isla, según hemos dicho ántes, hombres blancos, negros y mestizos, razas extremas que constituyen grupos bien caracterizados físicamente, y los productos del cruzamiento, agrupación en que la uniformidad de caractéres no es tan constante, ya por el variable predominio de uno de los dos elementos originarios sobre el otro, ya á causa de los enlaces de mestizos entre sí y con indivíduos de las razas de donde proceden. Así, para evitar las confusiones á que pudiera dar lugar la variedad de tipos étnicos que hay que considerar en esta parte de nuestro estudio, hemos decidido, al tratar de cada uno de los caractéres físicos, señalar sólamente las diferencias primordiales á que dan lugar las razas; y á fin de llevar un órden claro en la exposición, siguiendo á distinguidos antropólogos, vamos á ocuparnos de los caractéres exteriores, anatómicos, fisiológicos y patológicos.

Creemos que hasta hoy no se ha publicado obra alguna en que se estudie al actual habitante de Puerto Rico. Si existe algo relativo á antropología puertorriqueña lo desconocemos; por tanto, como no hemos podido hacer algunas consultas que nos habrían sido de gran utilidad, hemos tenido que limitarnos á nuestras apreciaciones, más ó ménos defectuosas, y á deducir de generalidades y de estudios verificados en zonas parecidas á la nuestra, analogías con que suplir la falta de un estudio especial que no podíamos hacer, entre otras razones, porque tan sólo para acopiar materiales – aún habiéndonos limitado á los caractéres anatómicos que ofrece nuestro campesino – necesitaríamos invertir algunos años.

Hecha esta aclaración vamos á abordar la materia.




CARACTÉRES EXTERIORES


Talla. – La talla, como dice Littré, es uno de los elementos demográficos mejor conocidos, á causa de su fácil determinación y de las exigencias de las quintas. En Puerto Rico, en donde no existe el reclutamiento, hay que acudir al recuerdo histórico de las milicias disciplinadas para apreciar este dato, y eso tan sólo por lo que respecta al campesino blanco, único obligado al servicio militar cuando existía éste.

Desde luego diremos que la talla media de nuestro jíbaro no parece que deba ser muy inferior á la media universal, provisionalmente aceptada de 1.m 635, que ha sido por cierto considerada excesiva por Quatrefages; pues todos los informes que hemos podido recoger están contestes en que no era una de las causas más frecuentes de quedar libre del servicio de las armas la falta de estatura; y siendo así que la talla que se exijía al miliciano era de 1.m 596, la misma que para el ejército metropolitano, claro es que si no hubo necesidad de disminuirla era porque con facilidad se cubría el contingente exigido por las quintas.

Aparte de esta consideración, lo que por punto general podemos apreciar á simple vista, es que entre los jíbaros, ya pertenezcan á una ó á otra raza, no predominan las tallas rechonchas, sino más bien las estaturas medianas; abundan personas altas y no faltan hombres pequeños, pero no es lo común.

Aquí, como en todas partes, la mujer es más pequeña que el hombre. Este hecho, resultado de las mediciones practicadas hasta hoy, se confirma en el grupo rural borincano. Á nosotros nos ha parecido, por lo que respecta al sexo femenino, que el número de campesinas de corta estatura es más considerable que el de campesinos; principalmente entre las blancas y las que por su color recuerdan al indio, se encuentran muchas mujeres pequeñas.

Proporción del cuerpo y de los miembros. – La proporcionalidad y la simetría en la estructura general del cuerpo es un carácter de los hombres pertenecientes á la especie mediterránea. El jíbaro puertorriqueño no es por lo común defectuoso; no obstante, hemos creido advertir que tanto las extremidades superiores como las inferiores tienden á adquirir mayor largura que la debida.

En los negros adviértese la mayor longitud de los brazos, propia de la raza.

Por lo que se refiere á las mujeres del campo, no hemos comprobado que exista falta de proporción entre el cuerpo y las extremidades; por el contrario, la jíbara es bien formada, y hasta podría llamársela esbelta, á no ser por su desgarbo en el andar.

Las mestizas ostentan proporciones muy armónicas; casi todas son bien formadas.

La generalidad de las negras no se distingue por este concepto.

Coloración. – Si entre indivíduos pertenecientes á una misma especie el color no es constante y varía, como sucede con la raza llamada caucásica, desde el blanco rosa más puro, hasta el moreno más oscuro, con mucha más razón encontraremos estos distintos tonos de coloración entre campesinos de tan distintas razas como los puertorriqueños, principalmente entre los mestizos. Y así es en efecto; existe la variedad más abigarrada en lo que se refiere al color. Entre los blancos predomina el color oscuro, propio del habitante de las zonas cálidas.

Como casi todos los jíbaros están anémicos, por excepción se ven algunos de temperamento sanguíneo; y claro es que el color rosa ó rojo vivo es raro; el color blanco en ellos es mate, amarillo ó amarillo verdoso, principalmente en los cloróticos y anémicos.

Á los negros y mestizos que están enfermos se les advierte un color cenizoso.

En las mujeres se observa con frecuencia el cútis manchado ó con pecas.

Asímismo es variadísimo el color de los ojos. Hay campesinos de ojos azules y pardos; pero ordinariamente tienen los ojos negros.

Piel y principales anexos. – La acción del calor determina en la piel una sobre actividad funcional notable, especialmente en la perspiración; de aquí que los habitantes de climas cálidos tengan por lo común la piel blanda y húmeda.

En ciertas razas, y especialmente en la negra, la piel suave y como satinada es más espesa. La frescura y suavidad de cútis de las negras es muy estimada en los harenes.

Ocurre la pregunta de si el campesino de orígen europeo, al ser sometido á la acción de este clima, ha sufrido la transformación orgánica de que acabamos de hablar, y desde luego la buena lógica hace esperar una contestación afirmativa, siquiera aceptemos que ese cambio no haya adquirido un grado de desarrollo tan grande como en el negro.

Si respecto del desarrollo de las glándulas sebáceas no decimos lo mismo, es porque no se advierte, entre los jíbaros blancos, el olor desagradable que se percibe en los negros y en muchos mulatos, olor que se ha explicado por el predominio de esa clase de glándulas, debido al excesivo aflujo de sangre á la superficie cutánea.

Vellosidades. – Los campesinos son bien barbados, especialmente los blancos; entre los mestizos y negros se encuentra mayor número de lampiños.

El pelo de la cabeza en ellos es abundante, variando, como es de suponer, desde el que no se riza nunca, hasta el que se ostenta fuertemente encrespado, propio del hombre africano.

El color del pelo también varía; pero domina el negro; hemos encontrado ejemplares de pelo rojo y no pocos de pelo rubio.

Cráneo y cara. – El cráneo del jíbaro no ofrece deformidad alguna. La cara presenta rasgos agradables; los ojos son grandes, vivos y están horizontalmente situados; por rareza se encuentran ojos oblícuos como los de los chinos; la nariz es bien formada y la boca pequeña.

Entre las mujeres estos rasgos adquieren mayor delicadeza; sobre todo la hermosura de los ojos negros es común entre ellas.

Estos rasgos fisonómicos cambian en el campesino descendiente de africanos, en el cual la nariz es ancha y los labios son gruesos deformando la boca, grande por lo general.

Entre los mestizos se encuentran personas no exentas de hermosura, máxime cuando en ellas predomina el elemento caucásico; sobre todo entre las mujeres las hay bellas, pero por lo general la nariz y la boca del elemento africano se trasmiten al mestizo con sus formas características afeándo las facciones.

Tronco y miembros. – La belleza del cuerpo depende, como es sabido, de la diferencia del diámetro entre el pecho, la cintura y la pelvis, diferencia que no falta en el campesino puertorriqueño, alejándole por este detalle de muchos indivíduos de las razas amarilla y americana que no tienen cintura.

La circunferencia del torax nos demuestra que el campesino tiene el pecho desarrollado; en todos notamos amplitud torácica suficiente cuando no están enfermos.

En la mujer el pecho está ménos desarrollado; por punto general no ha adquirido la amplitud debida.

La esteatopigia que dá carácter á la Venus Hotentote no se observa en las campesinas blancas; no puede decirse que en este particular ocurra en Puerto Rico lo que según Livingstone comienza á manifestarse entre ciertas mujeres Boërs, á pesar de pertenecer á la raza blanca pura. El delantar que con la esteatopigia son dos particularidades propias de las Hotentotes y Boschinianas, tampoco se encuentra entre ellas.

Entre las mestizas existen casos, aunque raros, de abultamiento excesivo de las caderas; protuberancia muy notable en casi todas las negras y especialmente en las africanas puras.

Por lo que respecta al hombre blanco puede asegurarse que el abultamiento de las nalgas es mucho menor en el criollo que en el europeo.

Ha sido señalado como carácter propio de la raza negra el tener la pantorrilla alta y poco desarrollada, pero esto no debe ser un signo de exacta fijeza y exclusivo, porque entre personas de raza blanca, principalmente en Puerto Rico, es frecuente encontrar éste carácter.

Las manos de los campesinos son anchas y callosas; los piés se desarrollan más en el sentido de su anchura; la planta endurecida es casi plana, ó por lo ménos está muy disminuida la bóveda que de ordinario presenta: en muchos, el dedo grande está bastante separado de los otros y como opuesto, á causa de que se sirven de él para varias faenas.




CARACTÉRES ANATÓMICOS


Muy á la ligera tenemos que pasar por esta parte de nuestro estudio, tanto porque desgraciadamente la anatomía comparada de las razas humanas ha avanzado poco, cuanto porque aún en lo que se refiere á lo más conocido, como es el esqueleto, carecemos de colecciones que nos permitan recoger los datos oportunos.

Por lo que respecta al cráneo, por ejemplo, cuyos diámetros sirvieron á Retzius para hacer la distinción entre las razas dolicocéfalas y braquicéfalas, á las que luego añadió Broca la mesaticéfala, nada podemos decir.

Sería más que curioso averiguar cuál de estos tres caractéres domina entre el elemento rural de este país; y no porque, como creyera Retzius, el índice cefálico horizontal sirva para clasificar las razas humanas, puesto que este carácter coloca juntas á las razas más distintas, sino por lo mismo que las mezclas de razas han sido grandes en este suelo.

Pasaremos asímismo sin tratar del índice cefálico vertical, diámetros frontales, etc., del campesino; en cuanto á las proyecciones craneanas, nos limitaremos á recordar que en la raza negra se proyecta más hacia adelante la cara que en la blanca.

El volúmen del cráneo es más pequeño en los negros que en los blancos; la capacidad craneana, que es menor en la mujer que en el hombre, varía en éste siguiendo una proporción ascendente desde el australiano al europeo; conviene tener presente, sin embargo, que no puede deducirse el grado de desarrollo intelectual de una raza, de este solo carácter; pues resulta de las medidas de Morton, que el negro criollo de la América del Norte tiene ménos capacidad craniana que el africano, siendo superior en inteligencia á su progenitor.

Considerada la cara por sí sola deberíamos ocuparnos del índice facial, de los rasgos nasales, índice nasal, orbitario, prognatismo, etc., caractéres poco estudiados aún y de cuyos datos no sacaríamos consecuencias para nuestro objeto.

Mencionaremos el ángulo facial ideado por Camper y cuyas variaciones son apreciables en las distintas razas, viéndose disminuir su abertura desde el blanco al negro, por más que no corresponda siempre á la superioridad angular una inteligencia excepcional; los escasos datos que hemos recogido acerca de este punto en la familia jíbara borinqueña, no nos autorizan á sacar deducciones dignas de tenerse en cuenta.

Acerca de los huesos de la cabeza, nuestras observaciones nos permiten asegurar que existe cierto grado de dureza más considerable en el esqueleto de esa región en el negro, que en el blanco; y no lo atribuimos solamente á la osificación de los senos frontales, observada en las razas inferiores, sino á mayor espesor y solidez de todos los huesos que lo forman; en las autópsias hemos comprobado con frecuencia este detalle.

La caja osea torácica ofrece ordinariamente en el negro respecto del blanco, la diferencia de ser en éste ancha y plana, mientras en aquel es estrecha y prominente; en nuestras investigaciones hemos encontrado que en los mestizos abunda esta forma de pecho, principalmente entre las mujeres; en no pocas blancas hemos observado también esta forma de pecho.

Aparte de las diferencias que los antropologistas han creido poder señalar en el estudio de la pelvis, en las distintas razas humanas, como tésis general se puede afirmar que entre los campesinos no son frecuentes las deformidades pelvianas.

El mayor desarrollo que alcanza el hueso rádio y que dá lugar al alargamiento que se observa en el brazo del negro, así como otros detalles relativos al esqueleto de los brazos, no nos ha sido posible comprobarlos suficientemente; en las extremidades inferiores hemos notado, muy á menudo, entre los campesinos, el arqueamiento de las piernas; carácter que si en antropología tiene una significación de valor, no en todos los casos obedece á una conformación originaria, pues no encontramos difícil que esa curvatura se produzca en la infancia, á causa de poner de pié á los niños ántes de que los huesos hayan adquirido solidez bastante para sostener el peso del cuerpo.

El exámen anatómico de las partes blandas nos lleva á tratar el cerebro, y en general de todo el sistema nervioso. Lo haremos muy sucintamente, y eso tan sólo para recordar que de los resultados generales formulados hasta hoy, se deduce que el cerebro pesa ménos en la mujer que en el hombre; que dicho peso varía proporcionalmente á la estatura; que el cerebro del blanco pesa más que el del negro, y que en los mestizos disminuye el peso al mismo tiempo que la proporción de sangre blanca.

Ya queda dicho que el peso del cerebro por sí no significa, sin embargo, mayor cultura intelectual; en cambio, los pliegues cerebrales, circunvoluciones, parecen depender del grado de desarrollo de la inteligencia.

Para terminar este apartado añadiremos que el sistema nervioso predominante en el blanco por el cerebro, se manifiesta en el negro con mayor número de expansiones nerviosas, troncos más gruesos y filetes más numerosos. No cabe que hagamos aplicaciones concretas sobre este punto.

Hemos tenido ocasión de corroborar en las autópsias que hemos verificado, las observaciones de Prunez Bey, confirmadas por Jacquart, acerca del predominio del sistema venoso sobre el arterial en el negro, y el mayor volúmen de los pulmones del blanco, comparado con los de los descendientes de africanos.

En cuanto al hígado, por punto general le hemos encontrado siempre grande, tanto en el blanco como en el negro; ya veremos más adelante que este hecho se explica satisfactoriamente, así como el de que los estómagos ofrezcan á menudo afecta la mucosa.

No habiéndonos sido posible verificar más autópsias que las judiciales, estos apuntes nos resultan deficientes; la necrografía sólo tendría utilidad en este caso, verificándose en un gran número de cadáveres.




CARACTÉRES FISIOLÓGICOS


Está demostrado que, bajo los trópicos, el hombre es naturalmente sóbrio y prefiere para su alimentación las sustancias vegetales, sin que este régimen de lugar á perturbaciones en la salud; pero esto, que es cierto dentro de los límites racionales que la Ciencia señala, conviértese en vicio cuando la alimentación es insuficiente.

Por desgracia este es el caso en que se encuentra la gran mayoría de nuestros campesinos. La alimentación que usan es tan escasa, que apénas si basta para la reparación de los gastos orgánicos á que dan lugar los fenómenos de la vida. Cuando se recuerda que un hombre adulto gasta cada dia Az. 20 gramos – C. 300 gramos – y Agua 3 kilos, necesitando, según Moleschott, un trabajador para conservar su salud consumir diariamente 130 gramos de albuminoideos secos, 84 gramos de grasa, 400 gramos de hidrato de carbono, y 30 gramos de sales, cuesta trabajo comprender cómo la ruina orgánica no es aún más considerable en el campesino borincano.

Tengamos presente las sustancias que constituyen de ordinario su alimentación: arroz, plátano – del ménos nutritivo por cierto – batatas, ñames, malangas, bacalao y pescado salado, – con frecuencia en pésimo estado de conservación – maiz, no siempre; leche, con escasez, y se verá claramente que la miseria orgánica tiene que ser la consecuencia de tal régimen.

El jíbaro se alimenta mal. Además de las sustancias referidas, suele comer alguna que otra vez carne de cerdo, y pan de trigo, – mal preparado casi siempre, – pero ni esta variante es regla general, ni basta á modificar el carácter de pobreza de que adolece la alimentación cotidiana de las clases rurales de Puerto Rico.

Como consecuencia de esta defectuosa alimentación la nutrición general ha de resentirse á causa de la composición de una sangre pobre de elementos nutritivos, y todas las funciones orgánicas han de ser influidas desfavorablemente por este concepto.

Perturbada la nutrición, han de faltar necesariamente las energías musculares sanas, fisiológicas, que obligadas á producirse, lo hacen con debilidad ó si se llenan debidamente es á beneficio de agentes, de acción transitoria mal sana á la larga que sustituyen el defecto nutritivo.

Como quiera que al estómago se le impone bajo un régimen pobre un trabajo muy considerable, claro es que la fatiga del órgano sobreviene y con ella la necesidad tan sentida entre los jíbaros del uso de estimulantes, que al cabo determinan en la cavidad estomacal estados patológicos de que luego hablaremos.

Esto mismo, añadido á la influencia climatológica, dá lugar á las irregularidades en la función intestinal, función perezosa siempre, principalmente en las mujeres.

El hígado, el bazo y el páncreas, modifican su modo de funcionar. La sangre, por su calidad, afecta frecuentemente al músculo cardiaco; ésta importante víscera funciona mal, disminuyendo su fuerza y aumentando la frecuencia de sus contracciones, aminorándose la velocidad de la corriente sanguínea y la presión del líquido vital.

La función respiratoria, gracias á la gran cantidad de aire oxijenado que respira de ordinario el campesino, se verifica bien.

Los órganos de los sentidos no ofrecen particularidad digna de mencionarse.

Por lo que respecta á la función cerebral nos limitaremos á apreciarla con Gratiolet "por sus manifestaciones," de las que trataremos en lugar oportuno.

En cuanto á la función catamenial, siendo un hecho conocido que en la raza de color el flujo menstrual se presenta más temprano, debemos añadir que entre las campesinas es siempre temprana la época de de la aparición de aquél, tanto por la influencia del clima, cuanto por otras causas del órden moral que apuntaremos oportunamente.

La actividad genital y la fecundidad son notables en el grupo rural; entre ellos el número de hijos llega á veces á ser considerable; la esterilidad puede asegurarse que es una bien rara excepción en el campo.

La secreción láctea es abundante en las madres, si bien la leche se resiente de exceso de agua.

La duración de la vida no podemos fijarla; el Registro Civil, establecido hace poco más de un año, lucha aún con las dificultades de su instalación y los obstáculos propios del esparcimiento en que viven los campesinos. En los registros parroquiales los datos referentes á las edades no merecen entera confianza para justipreciar la vida media del campesino. Puede asegurarse, sin embargo, que el jíbaro que vive en regulares condiciones, llega á la vejez, y es un hecho evidente que su ancianidad es ménos achacosa, más fuerte de lo que podía esperarse.

Confírmase en Puerto Rico lo que ya ha sido sentado por los antropologistas, y es que la vida media en todas partes y para todas las razas es poco más ó ménos igual.




CONDICIONES PATOLÓGICAS


Entre las diversas enfermedades que el hombre puede contraer, ¿hay algunas que sean exclusivas al campesino? No ciertamente; pero es innegable que el grupo rural se encuentra sometido á influencias distintas de las del grupo urbano, y por lo tanto sus aptitudes morbosas han de ser diferentes. El hombre, en general, es apto para contraer cualquier dolencia. Por lo que tiene de uniforme el organismo humano, ó mejor dicho, de idéntico en lo fundamental, en toda la especie, la morbosidad afecta por igual á todos los indivíduos; pero por cuanto cada persona, sin dejar de ser en lo fundamental idéntica á su congénere, es, no obstante, diferente en lo accidental, así como en cada familia existen rasgos diferenciales, y en las razas caractéres especiales que las distinguen entre sí, las condiciones de morbosidad son variables para el indivíduo, la familia y la raza.

Todos los antropologistas convienen en que ciertas razas están más predispuestas que otras á adquirir un estado morboso dado; y que indivíduos de la misma raza adquieren aptitudes que les hacen indemnes para ciertas enfermedades á que otros pagan tributo. Sin ir más lejos, todo el mundo sabe que la edad es bastante para modificar las aptitudes patológicas; no se padecen en la infancia, las enfermedades que en la edad adulta y en la vejez; en cuanto al sexo, las diferencias morbosas son aún más notables.

Pero de todas las causas capaces de ocasionar aptitudes distintas para adquirir las enfermedades, ninguna tan digna de atención como el medio, que si es acción modificadora importante, también puede constituir un elemento perturbador del organismo.

Sabido es que la ciencia mesológica es de gran importancia en la Sociología; pero no lo es ménos cuando se trata de patología humana; la Geografía médica, por ejemplo, estudiando la influencia morbosa ejercida por los agentes meteorológicos sobre el hombre, la influencia del clima, etc., nos dá la clave de muchos hechos que observamos.

El hombre no puede llamarse cosmopolita, en el sentido de poder habitar impunemente para su salud este ó aquel lugar del globo; es sabido que el negro no prospera sacándole de los trópicos, y si hemos de atenernos á las observaciones de los higienistas americanos, si por acaso resiste físicamente al frio, es en menoscabo de su inteligencia; en la provincia de Maine parece que se encuentra 1 loco por cada 14 negros; estadística horriblemente dolorosa, que demuestra que en las regiones del Norte no puede prosperar esta raza.

Las mismas enfermedades tienen sus estaciones y hasta sus países; algunas no salen de ciertos límites, como, por ejemplo, la fiebre amarilla que no se ha observado más allá de los 928 metros de altura, ni el cretinismo á más de 1000 metros. Otras no se conocen en algunas regiones. El paludismo, por ejemplo, tan común en nuestra Isla, no se encuentra en el cabo de Nueva Esperanza.

Las mismas relaciones mútuas de los hombres entre sí, modifican la patología de una región, y en este particular conviene señalar el hecho de la desastrosa influencia que ejerce la raza blanca sobre las razas inferiores cuyo país invade. Todo el que se dedique á estudiar estas cuestiones de patología étnica, sabe que en las islas Sandwich, en Nueva Zelandia, en las Marquesas, en toda la Polinesia, tanto en la oriental como en la occidental, la presencia del europeo ha sido seguida de una despoblación notablemente rápida, hecho que nos hace recordar la cuestión del número de habitantes que, según los primitivos historiadores, tenía Puerto Rico en la época del descubrimiento. Posible es que existiese aquí tan crecido número de indígenas, y fundamos nuestra creencia en los ejemplos análogos que nos ofrece la historia contemporánea.

El capitán Cook en 1778 encontró en la Nueva Zelandia 400.000 maorís; el año 1858 no quedaban sino 56.049; Porter en 1813 encontró 19.000 guerreros en las Marquesas, y en 1858 M. Jouan sólo halló 2.500; Forster calcula en 20.000 almas la población de Taïti, y en 1857 la estadística oficial sólo arroja 7.212. Estas elocuentes cifras de hechos ocurridos en nuestros dias dan apoyo á dicha opinión.

Puerto Rico pudo ser despoblado en tan poco tiempo, no obstante ser numerosísima su población indígena. Ya ántes hemos enumerado rápidamente multitud de causas que lo explican; pero además de ellas existe esa extraña influencia de que hablamos, ejercida por la raza blanca, influencia que se traduce por una mayor mortalidad y por el descenso de la natalidad que llevan al aniquilamiento la raza inferior.

Despréndese de todo cuanto llevamos dicho, que la morbosidad en la especie humana es variable según numerosas causas; por lo que se refiere al campesino borinqueño nos habremos de ocupar de las entidades morbosas que lo afectan actualmente desde la niñez, consagrándole atención preferente á las que de un modo general actúan sobre el total del grupo que estudiamos.

Hay en esta cuestión involucrada otra primordial para el porvenir de este país. ¿Cuál es la raza que puede vivir en mejores condiciones en él? Cuestión ajena á este trabajo, pero á la cual la patología puertorriqueña lleva un contingente de datos preciosos.

Abordémos este análisis de la patología puertorriqueña dentro de los límites que á nuestro problema interesa.




PATOLOGÍA DE LA INFANCIA


Existe un cierto número de enfermedades que, por ser de las que invaden al hombre durante los primeros dias de su existencia, constituyen un grupo patológico especial de la infancia. Acerca de esta parte de la patología general expondremos algunas breves consideraciones que juzgamos pertinentes al asunto que nos ocupa.

El acto fisiológico más importante de cuantos verifica el organismo de la mujer, aquel en que la vida misma está comprometida, es, sin duda, la maternidad. Entre algunos pueblos salvajes, el solemne momento de dar vida á un nuevo sér no parece que tenga mucha mayor importancia para la mujer que para las hembras de los animales irracionales; no solamente carece de sérios peligros y no exije precauciones, sino que el tempus puerperii en nada se diferencia de las épocas comunes; pero tratándose de la mujer civilizada las circunstancias varían radicalmente. La civilización que ha hecho de la mujer algo más que la hembra del hombre, la ha rodeado de un medio, artificial si se quiere, y criticable bajo otros aspectos, al cual se ha amoldado su organismo, y por ello, la que va á ser madre, debe ser objeto de ciertas atenciones, sinó queremos comprometer su vida y la de su hijo.

Ahora bien, la campesina puertorriqueña dá á luz sus hijos rodeada de pésimas condiciones. Ninguna persona idónea la asiste; á lo sumo recibe los cuidados de alguna curiosa, con pretensiones de comadrona, cuya ignorancia suele correr parejas con su atrevimiento para propinar brebajes inconvenientes, y que es incapaz de servir debidamente á la madre en el doloroso trance, ni al niño en los primeros momentos, momentos difíciles y delicados á veces, en que la criatura que viene al mundo necesita solícito y racional tratamiento sin el cual aquella nueva vida quizá se extinguiría en sus albores.

Prescindamos, por ahora, de los inconvenientes que acarrea esto á las madres; en cuanto á los niños atañe, se comprende fácilmente la perniciosa influencia de semejantes circunstancias; pero si á ellas añadimos la ignorancia de las madres campesinas, mucho mayor ha de ser el riesgo que corran las criaturas que vienen al mundo en nuestros distritos rurales.

La asfixia de los recién nacidos, por ejemplo, esa muerte aparente en que la respiración está detenida, ó se verifica de un modo incompleto ó irregular, debe ocasionar bastantes víctimas; sobre todo la asfixia que depende de las enfermedades debilitantes de la madre, ó es la consecuencia de la debilidad orgánica de los padres, que por cierto son los casos en que el proceso morboso es más grave.

Otra dolencia que exije científica solicitud, es la hemorrágia umbilical, accidente que no debe ser raro entre los hijos de los campesinos, que por lo general heredan de sus progenitores una organización pobre.

Entre ellos hemos tenido oportunidad de observar, si no con más frecuencia que en otras clases sociales con la misma al ménos, casos de supuración y ulceración del ombligo. Lo mismo decimos de la hernia umbilical; si bien es preciso anotar que esta enfermedad es mucho más común en la raza de color; casi es general entre los negritos. Sábese que las criaturas flatosas, á causa del dolor que experimentan durante los cólicos ventosos de que sufren, lloran con violencia y á menudo; á esta causa obedecen algunos casos de hernias; pero otros son debidos á la lentitud con que se desarrollan las paredes abdominales, y tal vez á esto se deba la predisposición mayor con que las padece la raza negra.

Pero de todas las enfermedades que el niño puede adquirir en los primeros dias de su nacimiento, el tétanos, mocesuelo, es la que mayor mortalidad ocasiona en la población infantil: puede decirse que el padecimiento es endémico en Puerto Rico.

Hasta ahora se ha venido atribuyendo su producción á cambios atmosféricos, á irritaciones nerviosas, etc.; hoy comienza á señalarse otra causa, parasitaria, que se ha creido encontrar en el suelo de las cuadras y lugares análogos en donde habita el caballo. No hemos de discurrir en este momento acerca de la procedencia equina del tétanos en general, limitándonos á señalar la nueva hipótesis; pues sea de esto lo que quiera, el hecho es que tanto al influjo de los cambios atmosféricos, cuanto á la infección del suelo por la vecindad de sitios frecuentados por caballos, está más expuesto el recién nacido en el pobre bohío del jíbaro, que el que viene al mundo rodeado de otras comodidades.

Citaremos la ictericia por ser enfermedad frecuente entre los niños, y la oftalmia purulenta, de desastrosas consecuencias cuando no se cuida; afección esta última propia de los hijos de madres linfáticas y de constitución débil, y que es, por lo tanto, muy común en la familia rural puertorriqueña.

Las enfermedades de que hemos hablado hasta ahora no son todas las que puede padecer el niño; por desgracia éste no sólamente tiene su morbosidad propia, sino que dicha morbosidad es considerable. El niño es un tipo fisiológico especialísimo, que tiene una salud muy quebradiza; las estadísticas lo demuestran, enseñándonos que el obituario de la infancia suma cifras mucho más altas que el de los adultos. Si esto es cierto en general, ¿cuánto más no lo será tratándose de personas que por su modo de vivir y por su posición social están más expuestas que otras á enfermarse?

Hemos visto en la enumeración anterior, la aptitud morbosa del hijo del campesino en los primeros dias de su vida; continuando este breve análisis, indicaremos los desórdenes patológicos de que es más susceptible durante todo el período infantil.

Empezando por las enfermedades de la piel, se ofrece desde luego á nuestra consideración el grupo de los exantemas agudos y contagiosos, que son:

La Escarlatina, no tan frecuente ni tan grave como en otros climas. Suele, sin embargo, traer por secuela, en muchos casos, la enfermedad de Bright; si bien creemos que se deba más á descuidos en el régimen, que á la malignidad de la afección principal.

El Sarampión, tampoco se presenta, de ordinario, en sus formas graves; pero á consecuencia de las preocupaciones y erróneas creencias del vulgo, ocasiona bastantes víctimas. Créese en el campo, que el sarampión no debe tratarse guardando cama el enfermo, y que si el exantema brota estando al aire el niño, es más peligroso recogerle que dejarle pasar la enfermedad á todo viento; así, como cuando empieza el catarro que precede al sarampión, si el niño no está muy abatido no quiere estar en la cama, y por lo general pasa al aire su enfermedad; de aquí las retropulsiones del exantema, y las pulmonías; con este sistema coincide una alimentación pésima y el uso de remedios que descomponen el vientre, los desórdenes intestinales sobrevienen, el enfermito se demacra, la fiebre persiste y el niño sucumbe de consunción.

La Viruela suele presentarse en sus formas graves; pero también mueren más niños víctimas de las preocupaciones paternas, que por la enfermedad en sí. Tiene el vulgo la creencia, lo mismo en los campos que en las ciudades, de que los médicos no saben curar la viruela. De aquí el frecuente uso de remedios caseros internos y externos; algunos, por cierto, de procedencia no muy compatible con la limpieza que fuera de desear.

Aunque la generalidad crée en el contagio, no es con una fé muy firme; nadie, v. g., concibe que los vestidos se carguen de los miasmas productores del exantema y que por este medio se pueda transportar á distancia el gérmen de la dolencia; por eso las personas que se ponen en contacto con los enfermos para asistirlos ó visitarlos, luego van á sus casas y á la de los vecinos, y sin mudarse de ropas toman en brazos los niños y les trasmiten la enfermedad, poniéndoles en comunicación con los gérmenes de que son portadoras.

Por esto, y por la prevención con que aún se mira la vacuna, es que se propaga con tanta intensidad la viruela en nuestros campos. Son pocos los que creen en la vacunación como medio profiláctico y siempre encuentran un pretexto para huir de una práctica que sólo aceptan forzados y á regaña-dientes. Una vez vacunados, ya no se cuidan más de la revacunación, entendiendo que la inmunidad que se les ha prometido no tiene límite.

La enfermedad que nos ocupa no sólo diezma á ésta, como á las demás clases pobres de nuestra sociedad, sino que deja á su paso multitud de ciegos y lisiados.

El cuadro de las enfermedades nerviosas nos ofrece gran número de padecimientos, entre los cuales, la fiebre cerebral, las meningitis, el hidrocefalóides y el hidrocéfalo crónico se observan con frecuencia.

Casos de espina bífida también los hemos encontrado á menudo.

La eclampsia, convulsiones de los niños, llamada alferecía, es, á no dudarlo, un padecimiento muy común; y se explica con sólo recordar que en su etiología figura con frecuencia la irritabilidad intestinal, y que esta se produce á causa de una alimentación mal dirigida ó viciosa, que es casi siempre el caso en que se encuentran los hijos de gentes pobres y aun de no pocas familias acomodadas. "El hijo del pobre, dicen, debe acostumbrarse á comer de todo," y siguiendo esta máxima le echan al estómago de las criaturas sustancias alimenticias que no puede aquel órgano digerir.

La imbecilidad, el idiotismo y las anomalías congénitas del cerebro dan también en los campos su contingente á la patología infantil.

De los afectos propios de los órganos de los sentidos, el más frecuente es el catarro del oido en sus distintos grados.

Los órganos de la respiración se afectan de muy varios modos: el catarro nasal simple, el catarro bronquial, la neumonia, se observan á menudo; el asma misma se halla con extraordinaria frecuencia; la tos ferina, tos brava, reviste caractéres de rebeldía muy acentuados, y el crup no deja de castigar á las pobres familias campesinas.

Las endocarditis y pericarditis, enfermedades del aparato circulatorio, siendo como es cosa común el reumatismo, ocasionado por la falta de abrigo conveniente, también encajan en esta enumeración á título de padecimientos no raros.

Las enfermedades del aparato digestivo son las más numerosas: el muguet, sapos, lo padecen casi todos los niños, principalmente durante la dentición, que es difícil, en tésis general, á causa de múltiples circunstancias que se refieren á la pobreza de calidad de la leche de las madres, á la debilidad orgánica congénita, á la mala alimentación, etc.

Esta última causa, contribuye á que los padecimientos gastro-intestinales, agudos y crónicos, sean tan comunes en los niños de nuestra población rural; la lienteria y la misma tabes, se las encuentra en casi todas las familias haciendo víctimas.

La perversión del apetito, el vicio como le llaman en el campo, que consiste en alimentarse de tierra, ceniza, cal, es un estado morboso que los médicos tienen ocasión de comprobar á cada paso.

Lo propio sucede con los entozoarios, lombrices. Este padecimiento es tan general, que las madres atribuyen á las lombrices casi todos los desórdenes morbosos que observan en sus hijos.

Los infartos del hígado y del bazo son de una notable frecuencia; lo propio que las fiebres intermitentes, que no respetan edades. Hemos tenido ocasión de observar el paludismo hasta en niños recién nacidos.

Las parótidas —paperas – son bastante comunes; la angina tonsilar y sobre todo la hipertrofia de las amigdalas son padecimientos ordinarios.

El raquitismo, las discrasias tuberculosas y escrofulosas, y las manifestaciones de esta última ya en los ganglios, huesos, ó articulaciones, son casos que hallamos todos los dias en las criaturas de la clase de que venimos ocupándonos.

La nefritis es una enfermedad á causa de la cual sucumben bastantes niños.

Recordando que es frecuente la fimosis congénita, y el hidrocele en los varoncitos, y el catarro de la mucosa genital, flores blancas, en las niñas, cerramos este compendio de las enfermedades á que está más expuesto durante la infancia el habitante de nuestros campos.




PATOLOGÍA DE LA MUJER


Desde la infancia se distingue el tipo femenino del masculino por caractéres fisiológicos que no escapan á una observación discreta; pero las diferencias no se limitan á esto. La sexualidad, dentro del terreno patológico, se manifiesta perfectamente diversa desde ese período de la vida humana en que el indivíduo sólo tiene señalados los rasgos particulares que más adelante han de acentuar los sexos.

Estas modalidades patológicas, notorias ya en la infancia, se marcan más después que la pubertad establece el poder sexual, continuándose con la actividad funcional de órganos que han de extinguirse en la edad de la menopausia, no sin dar lugar á perturbaciones en el organismo femenil.

La aptitud morbosa de la mujer, como la del niño, ofrece, pues, caractéres de singularidad que nos obligan á dedicarle algunas líneas.

La campesina puertorriqueña, anémica por lo general, está sugeta, más que otra alguna, á trastornos funcionales de los órganos de la generación, sobre todo aquellos que dependen de causas predisponentes generales y constitucionales debilitantes, tales como alimentos de mala calidad, temperamentos linfático y nervioso, constitución pobre, etc. De aquí que la amenofánia, (ausencia de la primera evolución catamenial) y la amenorrea (supresión del flujo ya establecido) no sean del todo raras.

La dismenorrea nerviosa, vulgarmente dolor de hijada, es muy frecuente.

La menorragia, ó sea la exajeración del flujo menstrual, se observa también á menudo.

Como todo lo que es capaz de debilitar el organismo es causa de la clorosis, no es de extrañar que una afección caracterizada por el aumento de la parte serosa de la sangre y la disminución de los elementos cruóricos y fibrinosos, sea común entre personas del grupo á que nos referimos.

Entre las lesiones de la inervación, el histerismo nos merece atención especial. Causas bastantes abonan la frecuencia con que se observa esta enfermedad entre las campesinas: las condiciones climatológicas, el temperamento, el tipo moreno dominante, la debilidad constitucional, etc. Los médicos tienen ocasión de comprobar á cada paso que la histeria —mal de corazón, mal de pelea – es un padecimiento corriente.

Debemos señalar, á título de enfermedades comunes, las vaginitis, la procidencia y otras dislocaciones uterinas; no lo son ménos las metritis en sus distintas manifestaciones, las ulceraciones del cuello, los tumores y el mismo cáncer.

La leucorrea, flores blancas, es un padecimiento vulgar; las mismas causas debilitantes á que ántes hemos hecho referencia, el uso de vestidos de poco abrigo y la costumbre de no usar ciertas prendas de vestido interior, destinadas á cubrir partes del cuerpo que conviene preservar de la humedad, facilitan la presentación de este padecimiento.

Durante el embarazo la campesina está sugeta á esa multitud de trastornos que caracterizan la patología de la preñez: vómitos, hemorragias, varices, albuminúria, neurálgias diversas, eclampsia, etc.

La distocia no es más común entre las campesinas que en otros grupos femeninos; pero á causa de las razones que expusimos al tratar de las enfermedades de la infancia, ofrece mayor gravedad. Casi siempre el médico es llamado después que por la comadre ó curiosa se han puesto en práctica multitud de absurdos procedimientos, ofreciéndosele como es consiguiente al práctico dificultades sumas para salvar á la paciente. Si se trata de hemorragias puerperales, que no son raras, por desgracia, casi siempre llega tarde; y en los casos de posiciones viciosas del feto, de ordinario es imposible una oportuna rectificación.

Los cuidados posteriores al alumbramiento son nulos entre las campesinas; el régimen higiénico no existe; la madre deja el pobre lecho pocas horas después del parto, y si bien este mal parece que no las perjudica en el acto, casi todas sufren más tarde las consecuencias, manifestadas en forma de prolapsus uterino, hemorrágias secundarias, etc. No son extraños los casos de fiebre puerperal. En no pocas ocasiones la convalecencia de un alumbramiento no es más que el principio de una tísis que lleva rápidamente al sepulcro á una madre.

Durante la lactancia, hemos observado á menudo que las mamas eran asiento de linfitis, de grietas y de tumores.

La galorrea, ó sea la secreción excesiva de la leche, se presenta con frecuencia.

Por último, los tumores no malignos y el cáncer de las mamas se encuentran en el cuadro patológico de la mujer de nuestros campos.




ENFERMEDADES EN GENERAL


Ninguna otra afección como el paludismo merece el primer lugar en este estudio, por la importancia que tiene en la patología puertorriqueña. Puede asegurarse que todas las enfermedades que en Puerto Rico se padecen, principalmente entre los campesinos, se relacionan con el paludismo: cuando él no las constituye, á lo ménos las complica.

Ya es franca y abiertamente una manifestación febril cotidiana, tercia ó cuarta, ya una engañosa larvada, ya una perniciosa que reviste las más caprichosas formas; es un verdadero Proteo de la patología, contra el que hay necesidad de vivir alerta para descubrirlo en sus más caprichosos y sorprendentes disfraces.

Siempre fué el paludismo, según todos los médicos que de este asunto se han ocupado, un padecimiento frecuente en Puerto Rico. Ya Fray Íñigo, en el capítulo Enfermedades que más comunmente se padecen en la Isla, decía: "Otra especie de calenturas se padecen en esta Isla y son frecuentes en las vecinas y mucho más en los valles de la tierra-firme: dánlas el nombre de calenturas de costa, de tercianas y otras diferentes. Atacan á los criollos, á los europeos y africanos, especialmente á los que habitan en los valles, tierras húmedas ó meramente desmontadas. La espesura de exhalaciones pútridas que la fuerza del sol levanta de las tierras nuevas y lagunas, impregnan el aire, éste inficciona la masa de la sangre y resultan las calenturas intermitentes que suelen guardar en las accesiones la crísis de tercianas ó cuartanas, cuya duración llega á cuatro ó seis años sin que hasta ahora hayan encontrado medios de cortarlas. Los que llegan á limpiarse de ellas convalecen con mucha dificultad y lentitud, muchos quedan en una debilidad habitual, el cuerpo extenuado y sin fuerzas. Los alimentos sin sustancia y el aire poco favorable para recuperar la salud conducen al paciente de una enfermedad á otra; los que se salvan de las calenturas vienen á morir de hidropesía."

Admira ver cómo el religioso benedictino aprecia las causas esencialísimas del modo de ser de nuestra población. Enseñanza grande nos dá este párrafo por lo que demuestra respecto de las condiciones físicas del habitante de Puerto Rico á fines del siglo XVIII. En él vemos que ya entónces era un hecho la extenuación y debilidad habitual de muchos; extenuación y debilidad que, como era lógico suponer, siguiendo como han seguido actuando las causas del paludismo en los campos, han venido á influir considerablemente en la patología actual de nuestros campesinos.

Nótese bien que todavía en la época de Fray Íñigo, allá por los años de 1781, no había medio con qué cortar las calenturas intermitentes. Se curaban porque sí, ó no se curaban, dejando en el primer caso una debilidad orgánica que ha redundado en perjuicio de la generación presente, generación sobre la cual, preciso es confesarlo, aun puede el paludismo actuar grandemente, gracias á la falta de drenajes, etc., y á la falta de ilustración y escasez de medios, lo cual hace que todavía el quinino no preste toda la utilidad debida entre las gentes del campo.





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notes



1


Don Manuel Fernández Juncos. – Estudio de costumbres.




2


Don José Pablo Morales. – Almanaque Aguinaldo.




3


Don Salvador Brau. – La Campesina.




4


Tres causas de atraso, artículos publicados en La Salud, por el autor.



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