Книга - Viajes por España

240 стр. 2 иллюстрации
12+
a
A

Viajes por España
Pedro de Alarcón




Pedro Antonio de Alarcón

Viajes por España





AL SEÑOR D. MARIANO VÁZQUEZ,



MAESTRO DE MÚSICA, INDIVIDUO DE NÚMERO DE LA REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES, COMENDADOR DE LA REAL Y DISTINGUIDA ORDEN DE CARLOS III, Y DE NÚMERO DE LA DE ISABEL LA CATÓLICA

Mimuy querido Mariano: Juntos hemos hecho, no sólo algunos de los viajes que menciono en la presente obra, como el de Madrid á Toledo y el de El Escorial á Ávila, sino también el muy más importante de la adolescencia hasta la vejez, pasando por los desiertos de la ambición…

Saliste tú de aquella metódica y bendita casa de la calle de Recogidas de Granada, en donde, puedo decir que sin maestro, aprendiste á interpretar las sublimes creaciones del Haydn español, ó sea del maestro Palacios, del colosal Beethoven, del profundo Weber, del apasionado Schubert y de otros grandes compositores casi desconocidos entonces en nuestra Península; y salí yo de mi seminario eclesiástico de Guadix (fundado sobre las ruinas de un palacio moro), llevando en pugna dentro de mi agitado cerebro á Santo Tomás y á Rousseau, á Job y á lord Byron, á Fr. Luis de León y á Balzac, á Savonarola y á Aben-Humeya…

Nuestro encuentro, hoy mismo hace treinta años, fué en la Alhambra… Allí estaban ya reunidos, soñando también con la gloria, los demás que de cerca ó de lejos habían de acompañarnos en la peregrinación. – Fernández Jiménez, Moreno Nieto, Castro y Serrano, Manuel del Palacio, tu pobre hermano Pepe, Antonio de la Cruz, Salvador de Salvador, Pérez Cossío, Soler, Pepe Luque, Moreno González, Pineda, e tanti altri, hoy ya viejos ó muertos, levantaron el vuelo con nosotros ó como nosotros, desde aquella deliciosa mansión, en que habíamos formado la célebre sociedad de La Cuerda, hasta las ingratas orillas del Manzanares, donde algunos seguimos viviendo juntos dos años más, bajo la denominación de Colonia Granadina… ¡Calle del Mesón de Paredes! ¡calle de los Caños! ¡fonda del Carmen, que ya no existes! ¡ventorrillos, ventas y posadas, en que tan pobre y alegremente pernoctamos durante nuestras primeras etapas por el mundo de las Letras, de las Artes, de las Ciencias ó de la Política!.. ¿Quién os dijera que muchos de aquellos locos mozuelos que tan dificultosamente pagaban el gasto diario y tan alborotada traían la vecindad, habían de convertirse en estas graves personas que hoy se complacen en recordar, como inverosímiles leyendas, ó cual si refiriesen travesuras de sus propios hijos, aquellas graciosas cuanto inocentes calaveradas, no reñidas con el más asiduo y heroico trabajo?

En Dios y mi ánima te juro, reduciéndome á hablar de ti, Mariano mío, que cuando, hace poco tiempo, te veía dirigir con universal aplauso la orquesta del teatro Real, de donde mengua es de España que estés alejado y donde no has sido sustituído ni lo serás nunca; cuando escuchaba á insignes artistas nacionales y extranjeros ensalzar tu nombre sobre el de todos los que habían ocupado aquel verdadero trono de la Música, me regocijaba tu gloria cual si fuera mía, ó por lo menos, de toda la Colonia Granadina, de 1854 á 1856, y que igual placer y ufanía siento cada vez que asisto á los grandes triunfos que sigues alcanzando como Director de la sabia Sociedad de Conciertos, admiración de propios y extraños…

Todas estas cosas, que nunca te he dicho privadamente, tenía ganas de decirte en público, y por eso y para eso te dedico ese libro, en que varias veces te nombro y en que figuras como actor y parte. – Mucho lamento no haber podido escribir en él nuestras visitas á Toledo y á Ávila tan extensamente como algunas otras de mis expediciones artísticas ó poéticas; pero tú suplirás con tu buena memoria lo que yo omita al hacer mención de aquéllas, y volverás á reirte homéricamente al recordar al Tío Tereso de Toledo y al cicerone que sólo tenía empeño en que viéramos la campana gorda de la Catedral, ó bien cuando te representes en la imaginación aquella mañana deleitosísima en que, con tu hermano Paco, salimos á esperar á los arrieros que llevan de El Barco de Ávila á la estación de Ávila la rica uva que tanto se estima en Madrid, y nos comimos no sé cuántas libras por cabeza, al otro lado de la ciudad, recostados en una romancesca muralla de color de naranja marchita, dando cara á un paisaje verde y pedregoso, más activos y descuidados que á la presente, y con mucho, muchísimo menos luto en el alma…

Adiós, Mariano. Recibe con indulgencia este libro, y recibe también un abrazo fraternal de tu paisano, amigo y compañero de viaje,



    Pedro.
    Madrid, 18 de Enero de 1883.




UNA VISITA AL MONASTERIO DE YUSTE





I


Si sois algo jinete (condición sine qua non); si contáis además con cuatro días y treinta duros de sobra, y tenéis, por último, en Navalmoral de la Mata algún conocido que os proporcione caballo y guía podéis hacer facilísimamente un viaje de primer orden – que os ofrecerá reunidos los múltiples goces de una exploración geográfico-pintoresca, el grave interés de una excursión historial y artística, y la religiosa complacencia de aquellas romerías verdaderamente patrióticas que, como todo deber cumplido, ufanan y alegran el alma de los que todavía respetan algo sobre la tierra… – Podéis, en suma, visitar el Monasterio de Yuste.

Para ello… (suponemos que estáis en Madrid) empezaréis por tomar un billete, de berlina ó de interior, hasta Navalmoral de la Mata, en la «Diligencia de Cáceres»[1 - Este viaje se hizo y fué escrito en 1873. – Hoy se va en ferrocarril á Navalmoral de la Mata.(Nota de la presente edición.)], – que sale diariamente de la calle del Correo de ésta que fué corte, á las siete y media de la tarde.

La carretera es buena por lo general, y en ningún paraje peligrosa. Pasaréis sucesivamente por la Dehesa de los Carabancheles, donde los Artilleros tenían establecida su muy notable Escuela práctica; – por las Ventas de Alcorcón y por Alcorcón mismo, que es como si dijéramos por el Sèvres de los actuales madrileños; – por Móstoles, donde os acordaréis de su órgano y de su célebre Alcalde del año de 1808; – por Navalcarnero, uno de los principales lagares que surten de peleón á Madrid; – por Valmojado, que nada tiene de mojado ni de valle, pues ocupa un terreno muy alto y arcilloso; – por Santa Cruz del Retamar, abundante en fiebres intermitentes y en carbones; – por Maqueda, todavía monumental hoy, cuanto poderosa en la antigüedad romana y en tiempos de nuestra doña Berenguela, – y, en fin, por Santa Olalla, patria del historiador Alvar Gómez de Castro y del predicador Cristóbal Fonseca, ambos insignes varones y literatos; – con lo cual, al amanecer (dado que viajéis, como os lo aconsejamos, en primavera ó en otoño), os encontraréis en Talavera de la Reina, confirmada (supongo) recientemente con el nombre de Talavera de la República federal.

Dicho se está que en todo este trayecto no habéis visto casi nada, á causa de la obscuridad de la noche y de haber ido proveyéndoos de sueño, ó bien de dormición ó dormimiento (como se decía antaño, para evitar confusiones entre la gana y el acto de dormir), y en ello habréis hecho perfectamente, pues no os esperan grandes hôteles, que digamos, en toda vuestra romería; – pero al llegar á Talavera, donde se detiene el coche una hora y se toma chocolate, despertaréis sin duda alguna, y podréis ver al paso muchas y muy buenas cosas…

Por ahorraros gastos, no presuponemos que caéis en la tentación de pasar todo un día en aquella ilustre villa, cuna del ínclito Padre Mariana; rica de monumentos arquitectónicos; emporio de los opimos frutos y frutas de todo el país que vais á recorrer; renombrada por sus barros cocidos, que os indemnizan del bochorno cerámico que pasasteis en Alcorcón, y vecina del memorable campo de batalla en que españoles é ingleses dimos tan buena cuenta de José Napoleón, de Sebastiani, de Víctor y de otros generales del Imperio, con más de 50.000 soldados vencedores de Europa… – En otro caso vierais allí, además de las murallas, y la catedral, y los conventos, y los palacios, los celebérrimos jardines y alamedas que forman un paseo público á la orilla del noble Tajo… – Pero ¡nada! vosotros vais á Yuste exclusivamente, y no podéis deteneros en parte alguna…

Montaréis, pues, de nuevo en la Diligencia, y, dejando á la izquierda el gran río y viendo siempre á la derecha la cadena del Guadarrama (que, con el nombre de Sierra de Gredos y otros, se extiende hasta Portugal), continuaréis vuestro camino y cruzaréis por delante de la imponente villa de Oropesa, de aspecto feudal, coronada por su viejo castillo y presidida por el magnífico palacio de los antiguos Condes de Oropesa, hoy Duques de Frías… – Como sabéis á dónde vais, no dejaréis seguramente de saludar agradecidos aquella villa, ni de pensar con reverencia en los mencionados Condes, cuyos recuerdos habéis de encontrar íntimamente ligados con los del Monasterio de Yuste; y, cumplida esta obligación, pasaréis por la Calzada de Oropesa, último pueblo de la provincia de Toledo; entraréis poco después en Extremadura, y, en fin, á eso de las doce del día os hallaréis en Navalmoral de la Mata.

En aquella importante villa, perteneciente ya á la provincia de Cáceres, cabeza de partido judicial y distante de Madrid 172 kilómetros, es donde os esperan el caballo y el guía. Dejaréis, por tanto, seguir á la Diligencia su rumbo al Sudoeste, y vosotros tomaréis el sendero que preferían siempre los Condes de Oropesa para dirigirse á Yuste desde su mencionada villa señorial, ora cuando el famoso Garci-Álvarez iba, á principios del siglo xv, á proteger la fundación del Monasterio, ora cuando un descendiente suyo acudía, ciento cincuenta años después, á visitar á Carlos V ó á asistir á sus exequias. – Es decir, que os encaminaréis al lugarcillo de Talayuela (12 kilómetros); pasaréis por la barca del mismo nombre el caudaloso Tiétar, tan desprovisto de puentes; entraréis en la célebre Vera de Plasencia, y, por Robledillo de la Vera, iréis á hacer noche á Jarandilla.

De este modo, habiendo andado unas diez y siete horas en coche y cosa de seis leguas á caballo, os hallaréis, á las veinticuatro horas de haber salido de Madrid, á legua y media de Yuste, en una villa importante (Jarandilla es cabeza de otro partido judicial), perteneciente también á los Estados de Oropesa ó Frías, cuyo palacio ó casa solariega albergó algunos meses al nieto de los Reyes Católicos mientras acababan de disponerle sus habitaciones en el convento.

Nosotros os dejamos ahora allí – donde creemos no os falte la necesaria industria para buscar la posada, cenar, acostaros y trasladaros á la mañana siguiente, muy tempranito, al lugar de Quacos, distante de Yuste un cuarto de legua, y donde vive el administrador del Sr. Marqués de Miravel, actual dueño del Monasterio (administrador que es muy amable y que os acompañará en vuestra visita, ú os proporcionará los medios de que lo veáis todo á vuestro sabor); nosotros os dejamos en Jarandilla, repetimos, y, retrocediendo á las orillas del Tiétar, vamos á exponeros cómo y por donde llevamos á cabo, por nuestra parte, hace poco tiempo, y arrancando de otro lugar, esta misma excursión al célebre retiro del que fué dueño del mundo.


* * *

Cinco kilómetros más abajo de Talayuela, ó sea de su barca, hay una hermosa finca, denominada el Baldío, situada en majestuosa, pero muy alegre soledad.

El Baldío forma una especie de anfiteatro sobre el Tiétar, que es su límite al Norte. En medio de este anfiteatro se eleva el caserío, teniendo al Sur un soberbio pinar y á los lados extensos bosques de robles ó de encinas. Por las ventanas de todas sus habitaciones, que dan al septentrión, se descubre: primero, una faja de vega, de un kilómetro de ancho, que va á morir en el río; luego el mismo río, orlado de pomposas arboledas, y, á su otra margen, un segundo anfiteatro, que es la Vera de Plasencia, y que termina en las perpetuas nieves de las Sierras de Jaranda y de Gredos.

Las ventanas del Baldío dan, pues, frente al Monasterio de Yuste, escondido en una leve ondulación de la falda meridional de la Sierra de Jaranda, pero cuya situación y cercanías se divisan perfectamente. – Es decir, que el Baldío y Yuste tienen un mismo horizonte y están incluídos en la misma cuenca general del terreno, por cuyo fondo corre mansamente el Tiétar, navegable en aquella región, y tan grandioso y opulento como el propio Tajo, á quien poco después rinde vasallaje.

Tres leguas escasas (dos á vuelo de pájaro) dista Yuste del Baldío, y nosotros, que residíamos accidentalmente en este último paraje, llevábamos muchos días de contemplar á todas horas aquel otro solitario lugar, encerrado entre una gran sierra y un gran río, sin más comunicación con el mundo que unas poco frecuentadas veredas, y donde había pasado los últimos dos años de su vida aquel que llenó el universo con su nombre y sus hazañas, y cuyos dominios no dejaba nunca de alumbrar el sol.

Un porfiado temporal había ido retrasando la visita que desde que llegamos al Baldío nos propusimos hacer á Yuste, hasta que al fin serenóse el tiempo, y el día 3 de Mayo (del presente año de 1873) montamos á caballo; pasamos el Tiétar por otra barca, propiedad de nuestro amable y querido huésped, penetramos en la Vera de Plasencia, y nos dirigimos al insigne Monasterio por el camino de Jaraiz.

Ninguna estación más á propósito para apreciar y admirar todos los encantos de la famosísima Vera, país de la fertilidad y de la incomunicación; especie de Alpujarra chica, en que el río hace las veces del mar, y Sierra de Jaranda y Sierra de Gredos suplen por la colosal Sierra Nevada.

La primavera estaba en todo su esplendor. – Primero caminamos por magníficas dehesas, sobre una llanísima alfombra de verdura y bajo un dosel de magníficos robles, encinas, fresnos, sauces y almeces, á través de cuyos severos troncos penetraba horizontalmente el alegre sol de la mañana. Después salimos á un monte cubierto de jarales floridos, cuyas blancas flores eran tantas, que parecía que el monte estaba nevado. Luego pasamos el hondo río Jaranda, por el tosco, sabio y gracioso Puente de la Calva, y principiamos la ascensión á Jaraiz, risueña y populosa villa, por cuyos arrabales desfilamos á eso de las ocho.

Estábamos á una legua de Yuste. Esta legua recorre un país abrupto, selvático, atroz; pero pintoresco á sumo grado. Hay sobre todo un paraje, llamado la Garganta de Pelochate, que es digno de los honores del pincel y de la fotografía. Allí se despeña rapidísimo un espumoso río por planos inclinados de formidables rocas, sobre las cuales se eleva á extraordinaria altura cierto viejo y gastado puente de tablas, atravesando el cual no puede uno menos de encomendar el alma á Dios. Las orillas de esta semicatarata son de una rudeza y amenidad imponderables, así como es muy celebrada, y ciertamente fresquísima y muy delgada y gustosa, el agua de la gran fuente que de una peña brota al otro lado de aquel abismo.

Pasada la Garganta de Pelochate, podíamos escoger dos senderos para llegar á Yuste: el uno va por Quacos, lugarcillo de 300 vecinos, que, como hemos apuntado, dista un cuarto de legua del Monasterio; el otro… no existe verdaderamente, sino que lo abre cada viajero por donde mejor se le antoja, caminando á campo travieso…

Nosotros escogimos este último, á pesar de todos sus inconvenientes. – Una aversión invencible, una profunda repugnancia, una antipatía que rayaba más en fastidio que en odio, nos hacía evitar el paso por Quacos.

Y era que recordábamos haber leído que los habitantes de este lugar se complacieron en desobedecer, humillar y contradecir á Carlos V durante su permanencia en Yuste, llegando al extremo de apoderarse de sus amadas vacas suizas, porque casualmente se habían metido á pastar en término del pueblo, y de interceptar y repartirse las truchas que iban destinadas á la mesa del Emperador. Hay quien añade que un día apedrearon á D. Juan de Austria (entonces niño), porque lo hallaron cogiendo cerezas en un árbol perteneciente al lugarejo…

Pero ¿qué más? ¡Aun hoy mismo, los hijos de Quacos, según nuestras noticias, se enorgullecen y ufanan de que sus mayores amargasen los últimos días del César, por lo que siguen tradicionalmente la costumbre de escarnecer el entusiasmo y devoción histórica que inspiran las ruinas de Yuste!..

Alguien extrañará que Carlos V no declarase la guerra á los habitantes de Quacos, pidiendo á su hijo Felipe II veinte arcabuceros que les ajustasen las cuentas… Pero ¡ah! el vencedor de Europa no había ido al convento en busca de guerra, sino de paz, y, por otra parte, si hubiese castigado á aquellos insolentes, el desacato y desamor de éstos se habrían hecho públicos y dado margen á mil comentarios en toda Europa. – Los pequeños lo calculan muy bien todo cuando se atreven á insultar la misma grandeza á cuyos pies solían arrastrarse miserablemente… – El Emperador se hizo, pues, el desentendido, y devoró en silencio, como una penitencia, aquellas mortificaciones de su orgullo.

Conque decía que nosotros anduvimos á campo travieso la última media legua que nos separaba de Yuste. Pronto nos sirvió de guía el propio Convento, que vimos aparecer allá á lo lejos, al pie de una árida ladera de Sierra de Jaranda, que lo defiende de los vientos del Norte. – Por la parte del Sur lo resguarda también de las miradas del mundo cierta suave colina, que forma con la dicha sierra una especie de vallecejo ó cañada, cuya máxima longitud descubríamos nosotros sin dificultad, por ir entonces marchando de Poniente á Levante.

El aspecto del Monasterio, á aquella distancia, realizaba completamente el poético ideal que nos habíamos formado de él desde niños, y que hace veinte años nos sugirió algunas páginas tituladas: Dos retratos[2 - Este trabajo figura en el tomo II de Novelas cortas del autor.]. – Cercado de robles y sombreado más intensamente á la parte del Sur por una verde cortina de corpulentos, piramidales olmos, aquel antiguo refugio de los desengañados de la tierra parecía como un oasis en medio del desierto, como una isla en un océano tormentoso. Tan rica vegetación, tanta lujosa verdura, tan abrigada soledad y las austeras líneas de la Santa Casa que destacaba su mole, de un color gris de hoja seca, sobre la obscuridad del ramaje, contrastaban dulcemente con el áspero y desordenado panorama que se veía en torno, con los esquivos montes, con las bruscas quebradas, con los rudos matorrales, con la misma pedregosa tierra que cruzábamos.

Finalmente, salimos al camino que vosotros tendríais que seguir para llegar á Yuste, esto es, al que desde el pobre Quacos sube al Monasterio…

Ó, por mejor decir, nosotros ya estábamos casi en el Monasterio mismo…


* * *

Una enorme cruz de piedra y una alta cerca ó tapia de cenicientos peñones nos decía que allí principiaba la sagrada jurisdicción de Yuste.

Por aquel escabroso camino, en que sólo nos restaba que andar algunos pasos, llegó Carlos V á su final retiro el día 3 de Febrero de 1557, y por el propio sendero pasó su cadáver, después de haber yacido allí algunos años, para ir á continuar su sueño eterno en el panteón de El Escorial. – Ya veremos más adelante cómo este sueño ha sido también turbado recientemente en el imperial sarcófago de San Lorenzo, y cómo nosotros llegamos, por nuestra parte, á profanar asimismo con la mirada, en pública y sacrílega exhibición, la momia del invicto César.

Detengámonos ahora á contemplar un inmenso Escudo de piedra que adorna la alta cerca de que hablamos antes. – Él resume y compendia todo lo que hemos de ver y de pensar dentro de Yuste.

Aquel Escudo, abrigado por las poderosas alas del águila de dos cabezas y encerrado entre las dos columnas de Hércules, con la leyenda de Plus ultra, comprende en sus cuarteles las armas de todos los Estados del augusto Monje. – De estas armas resulta que el hombre que fué allí á abreviar voluntariamente su vida y á anticipar su muerte, acababa de ser en el mundo[3 - Esta enumeración de los títulos del Emperador es literalmente la misma con que principia su testamento.]: «Emperador de los romanos, Rey de Alemania, de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Hungría, de Dalmacia, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Sevilla, de Mallorca, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algeciras, de Gibraltar, de las islas de Canaria, de las Indias, Islas y Tierra Firme del mar Océano; Archiduque de Austria, Duque de Borgoña, de Brabante, de Loteringia, de Corincia, de Carmola, de Luzaburque, de Luzemburque, de Gueldres, de Athenas y Neopatria; Conde de Brisna, de Flandes, del Tirol, de Abspurque, de Artoes y de Borgoña; Palatino de Nao, de Holanda, de Zelanda, de Ferut, de Fribuque, de Amuque, de Rosellón, de Aufania; Lantzgrave de Alsacia; Marqués de Borgoña y del Sacro Romano Imperio, de Oristán y de Gociano; Príncipe de Cataluña y de Suevia; Señor de Frisa, y de la Marca, y de Labomo, de Puerta; Señor de Vizcaya, de Molina, de Salinas, de Tripol, etc.»

Encima del Escudo hay un Medallón con un busto de San Jerónimo en alto relieve.

Debajo del Escudo se lee esta Inscripción, casi borrada por la acción del tiempo sobre la mala calidad de la piedra:

«En esta santa casa de San Jerónimo se retiró á acabar su vida el que toda la gastó en defensa de la Fe y conservación de la Justicia, Carlos V, Emperador, Rey de las Españas, cristianísimo, invictísimo. Murió á 21 de Septiembre de 1558.»

Acerca de esta misma vida, gastada toda efectivamente en una perpetua campaña, ocúrrenos copiar aquí algunas palabras del discurso en que Carlos V abdicó en su hijo los Estados de Flandes, pocos meses antes de retirarse á Yuste.

«Nueve veces (dijo, á fin de justificar ante su corte el cansancio y los achaques en que fundaba su determinación), nueve veces fuí á Alemania la Alta, seis he pasado en España, siete en Italia, diez he venido aquí, á Flandes, cuatro, en tiempo de paz y guerra, he entrado en Francia, dos en Inglaterra, otras dos fuí contra Africa, las cuales todas son cuarenta, sin otros caminos de menos cuenta que por visitar mis tierras tengo hechos. Y para esto he navegado ocho veces el mar Mediterráneo y tres el Océano de España, y agora será la cuarta que volveré á pasarle para sepultarme…»

Pero nosotros no escribimos la historia de Carlos V, sino en todo caso la de Yuste. Bueno será, pues, que antes de penetrar en el Monasterio digamos todo lo que se sabe acerca de su fundación y rápido desarrollo hasta el momento en que representó tan importante papel en el mundo, así como respecto de su lamentable ruina.




II


El breve bosquejo que vamos á hacer de la historia del Monasterio de Yuste desde su fundación hasta los tiempos presentes, no supone de nuestra parte prolijas investigaciones ni detenidos estudios. Significa tan sólo que, cuando visitamos aquellas venerables ruinas, tuvimos la fortuna de que el celoso empleado que las custodia nos enseñase y nos permitiese extractar rápidamente un preciosísimo infolio manuscrito que guarda allí como oro en paño el Sr. Marqués de Miravel, actual propietario de aquellos que llegaron á ser bienes nacionales.

Dicho manuscrito, que constituye un abultado tomo, pudiera llamarse la Crónica del Convento, y fué redactado por uno de los últimos religiosos que habitaron aquella soledad – por el P. Fr. Luis de Santa María, – quien se valió para ello del Libro de Fundación del Monasterio, de las Actas de profesión de sus individuos y de las Escrituras y Cuentas referentes á los pingües bienes que llegó á poseer la Comunidad.

Con este libro, y con las muchas noticias y apuntes que nos ha suministrado una persona muy estudiosa y versada en todo lo concerniente á la Vera de Plasencia– el Sr. D. Félix Montero Moralejo – hemos tenido lo bastante para aprender en pocas horas cuanto puede saberse acerca de Yuste; como vosotros, lectores, podréis aprenderlo también en un momento, si nos prestáis vuestra benévola atención.


* * *

«En el año de 1402, sobre una de las colinas que se elevan al Norte del actual convento, alzábase una pequeña ermita, llamada del Salvador, á la cual iban anualmente, en alegre y devota romería, los pueblos comarcanos. Cerca de aquel modesto santuario había un rico manantial, conocido por la Fuente-Santa, nombre que debió á la catástrofe ocurrida á catorce Obispos que, refugiados en la dicha ermita cuando la invasión de los árabes, fueron descubiertos por éstos y degollados bárbaramente sobre el cristalino manantial, rojo luego con la sangre de aquellos ilustres mártires[4 - En este punto me atengo casi literalmente á la relación del Sr. Montero, más circunstanciada que la misma Crónica de Fr. Luis de Santa María, por apoyarse, no sólo en ésta, sino en otros documentos y tradiciones.].

»Sin duda alguna, á la celebridad de este acontecimiento y á la veneración en que los naturales de la Vera tenían la Ermita del Salvador, debióse que por entonces resolvieran trasladarse á ella y establecerse allí dos santos anacoretas que moraban hacía tiempo en la ermita de San Cristóbal de Palencia.

»Ello es que en una hermosa tarde del mes de Junio de 1402 (la tradición así lo refiere), Pedro Brales ó Brañes y Domingo Castellanos, con tosco sayal y larga barba, precedidos de un jumento, portador de escasos y pobres enseres, después de una jornada de siete leguas que dista la ciudad de Plasencia, llegaban al obscurecer al escabroso y elevado sitio que ocupaba la Ermita del Salvador, y, en ella instalados, continuaron, como en la de San Cristóbal, su vida cenobítica y penitente, á que se prestaba más y más aquel solitario sitio.

»Sin embargo, la considerable altura á que éste se encontraba, en la ladera misma de la sierra, y los augurios de algunas personas del inmediato pueblo de Quacos, hicieron pronto temer á los ermitaños que les fuera imposible habitar la Ermita del Salvador en la estación de las nieves y las aguas. Pero era tan majestuosa, por lo deleitable y absoluta, la soledad en que allí vivían, que de manera alguna quisieron abandonarla por completo, y á fin de evitar el peligro de helarse que podrían correr en las escarpadas rocas donde moraban, bajaron á inspeccionar las faldas de aquella misma sierra en busca de un paraje lo más próximo posible al Salvador, donde al abrigo de los elementos pudiesen continuar su vida de penitencia.

»Así llegaron á un escondido barranco, por en medio del cual corría el cristalino arroyo llamado Yuste, á cuyas orillas crecían algunos árboles, y donde toda la naturaleza se mostraba más benigna que en los alrededores. Parecióles aquel punto muy á propósito para establecerse, y, sentándose bajo un árbol á descansar de su largo reconocimiento, proyectaban ya bajar á Quacos al siguiente día á tratar de la adquisición de aquel terreno, cuando apareció por allí un hombre, que se les acercó afablemente y trabó conversación con ellos como si los conociera de toda la vida.

»Pronto supieron por sus explicaciones que era un vecino de Quacos, llamado Sancho Martín, propietario de todo aquel barranco, y que casualmente había subido aquella tarde á recorrerlo, cosa que no solía hacer. Enteróse por su parte el recién llegado campesino del deseo de ambos cenobitas, y en aquel mismo punto y hora hízoles donación del pedazo de terreno que necesitaban, asaz inculto por cierto; donación que se confirmó en 24 de Agosto de aquel mismo año de 1402, ante el escribano Martín Fernández de Plasencia. – Por eso el modesto labrador Sancho Martín ocupa el primer lugar en la Crónica de Fr. Luis de Santa María, entre los protectores del Monasterio de Yuste; lista en que más adelante figuran potentados y monarcas.

»Poco tiempo después se unieron á los dos citados cenobitas otros varios hombres piadosos que deseaban también consagrarse á una vida retirada y ascética, entre los cuales descollaron pronto Juan (de Robledillo) y Andrés (de Plasencia), cuyos apellidos no dicen las crónicas, designándolos únicamente con el de los pueblos en que nacieron, y todos juntos dedicáronse á construir sus celdas en el terreno donado por Sancho Martín, que es el que hoy ocupan la Panadería, la Casa del Obispo y las Caballerizas. Aquellas celdas fueron al principio sumamente toscas y reducidas, cual convenía al objeto de los fundadores, quienes no dejaron de seguir cuidando también la Ermita del Salvador y de orar en ella diariamente.

»Cinco años de reposo, oración y penitencia pasaron allí aquellos solitarios; pero á fines de 1406 los oficiales de diezmos principiaron á fijar su atención en los Hermanos de la pobre vida, nombre que habían adoptado los anacoretas establecidos á la orilla del arroyo Yuste. Negábanse éstos á pagar la contribución que se les exigía, fundándose en la escasez de los productos de su huerta y artefactos, y, apremiados por los oficiales, acudieron á D. Vicente Arias, Obispo de Plasencia, para que los eximiese del diezmo. El Prelado denegó la solicitud, y ordenó que pagasen incontinenti todo lo que se les exigía.

»Atribulados cuanto sorprendidos los Hermanos de la pobre vida con tan acre é inesperada resolución, acordaron elevar al Papa Benedicto XIII una súplica pidiéndole autorización para erigir una capilla á San Pablo, primer ermitaño; y Juan de Robledillo y Andrés de Plasencia encargáronse de llevar á Roma la solicitud. Llegaron al fin éstos á la Ciudad Eterna, después de una larga y penosa marcha á pie y mendigando, y arrojáronse á los pies de Su Santidad, quien, no sólo les concedió cuanto pedían, sino que por una Bula les otorgó campanillas, campana, cementerio y licencia para que celebrasen Misa en aquella soledad todos los ermitaños que fuesen sacerdotes. – Esta concesión tuvo efecto en 1407.

»Extraordinario fué el júbilo que experimentaron y con que fueron recibidos en Yuste los dos animosos comisionados, los cuales, dos días después de su llegada, se presentaron con la Bula ante el Obispo de Plasencia, á fin de que ordenase su ejecución. Pero el Prelado, creyéndose herido en su dignidad, cuando sólo podía estarlo en su amor propio, por aquel triunfo de los humildes cenobitas, negó temerariamente su obediencia al mandato pontificio, y ordenó á cierto religioso llamado fray Hernando que pasase á Yuste y se incautase de los bienes de los ermitaños, despidiéndolos además de sus celdas. – Así lo verificó el fraile, y los Hermanos de la pobre vida bajaron á Quacos, en donde la caridad pública les dió albergue y limosna.

»No se desalentaron los cenobitas, ni eran hombres fáciles de vencer los dos recién llegados de Roma. – Muy por el contrario: estos infatigables varones, sin descansar de su larga y penosa peregrinación, encamináronse á Tordesillas, residencia entonces del infante D. Fernando, hermano del rey de Castilla D. Enrique III el Doliente, y le expusieron sus agravios, pidiéndole protección contra el Obispo de Plasencia. Favorable acogida alcanzaron los dos comisionados en el ánimo de aquel ilustre Príncipe, quien comenzó, á fuer de prudente y morigerado, por entregarles una carta para el mismo prelado Arias, en que le suplicaba devolviese los bienes á los Hermanos de la pobre vida y les permitiera hacer uso de la concesión del Sumo Pontífice. Pero el que había desobedecido al sucesor de San Pedro, no reparó tampoco en desatender la respetuosa carta del hermano del Rey, y los dos religiosos tornaron presto al lado del Infante con la noticia de que el Obispo no había hecho caso alguno de su respetuosa cuanto respetable recomendación.

»Enojóse grandemente D. Fernando, y maravillado de aquella tenaz rebeldía, al par que decidido á vencerla, entregó á los monjes una carta para D. Lope de Mendoza, Arzobispo de Compostela, de quien era sufragáneo el obispo Arias, encargándoles volviesen á darle cuenta de cómo los había recibido y de las disposiciones que había tomado. Partieron, pues, Juan de Robledillo y Andrés de Plasencia á Medina del Campo, punto en que residía el Arzobispo, el cual, leído que hubo, con tanta indignación como asombro, la carta de D. Fernando, ampliada con el relato de los dos humildes ermitaños, albergó cariñosamente á éstos en su propia posada, y cuando los vió repuestos de tan continuos viajes y sinsabores, dióles dos cartas, una de ellas para el rebelado Obispo, en que, bajo santa obediencia y pena de excomunión, le ordenaba cumplir lo mandado por Su Santidad, y otra para Garci-Álvarez de Toledo, señor de Oropesa, rogándole se encargase de la ejecución de lo preceptuado por el Papa, á cuyo fin le autorizaba para que obligase al obispo Arias á devolver sus bienes á los Hermanos de la pobre vida.

»La fecha de estas dos cartas es de 10 de Junio de 1409.

»Provistos de ellas, pasaron otra vez los dos religiosos á Tordesillas, y se las mostraron al infante D. Fernando, el cual se complació mucho en leerlas y les dió otra para el mismo Garci-Álvarez, recomendándole vivamente el negocio que le había cometido el ilustre Arzobispo de Compostela.

»Veraneaba á la sazón en su palacio señorial de Jarandilla el poderoso señor de Oropesa Garci-Álvarez, quien recibió á los dos cenobitas con extraordinaria benevolencia, y enterado de los escritos de que eran portadores, les manifestó que, siendo aquel día la festividad del Nacimiento de San Juan Bautista, dejaba para el siguiente el pasar á Yuste, á donde podían ellos marchar desde luego (Yuste dista de Jarandilla poco más de una legua, como ya hemos indicado), á decir á sus hermanos que se les haría cumplida justicia. Con esto, dirigiéronse ambos comisionados á Quacos, donde residía el resto de la Comunidad, caritativamente albergada por aquellos vecinos, entonces muy partidarios de todo lo que hacía relación con el naciente Monasterio de Yuste; y, llegado que hubieron Plasencia y Robledillo al puente situado á la entrada del lugar, fueron recibidos por unos y otros con abrazos y fraternal regocijo; con lo que, siendo la hora de vísperas, trasladáronse todos á la iglesia á dar gracias al Señor por la victoria que les había concedido.

»En la mañana del siguiente día, 25 de Junio, cuando apenas alboreaba, el señor de Oropesa y un su amigo de Trujillo, que veraneaba con él en Jarandilla, y cuyo nombre omiten las crónicas, caballeros en briosos corceles y seguidos de brillante comitiva, pasaron por Quacos con dirección á Yuste. El concejo y vecinos de aquel lugar, y, por supuesto, todos los despojados anacoretas, siguieron á pie al esclarecido magnate, entre grandes aclamaciones, y de este modo llegaron al Monasterio, donde permanecía Fr. Hernando como administrador ó encargado del Obispo de Plasencia.

»Aquel religioso intentó al principio eludir el cumplimiento de las órdenes que llevaba Garci-Álvarez; pero éste mostró tal energía y asustó de tal manera al fraile intruso (así le llama el libro del convento), que Fr. Hernando acabó por hacer entrega de todos los bienes de Yuste á los Hermanos de la pobre vida, á quienes donaron por su parte gruesas sumas el de Oropesa y el caballero trujillano, ofreciéndoles al despedirse constante protección para cuanto se les ocurriese en lo sucesivo.

»Pero de aquí en adelante todo fué ya favorable á la santa empresa de aquellos animosos solitarios. Desde luego pusiéronse bajo la vocación de San Jerónimo y protección de fray Velasco, prior de los Jerónimos de Guisando, hasta que en 1414 los vemos acudir á Guadalupe, asiento del Capítulo general de la Orden, solicitando ingresar en ella y ser reconocidos como verdadera comunidad. Algunas objeciones les opusieron los padres graves de Guadalupe, alegando que los Hermanos de la pobre vida carecían de las fincas ó elementos necesarios para sostener con decoro la elevada Orden Jerónima; pero Juan de Robledillo y Andrés de Plasencia acudieron á su protector Garci-Álvarez, que por entonces residía en Oropesa, el cual montó en seguida á caballo y se presentó ante el Capítulo de Guadalupe, haciendo suya la solicitud de los anacoretas de Yuste. Reprodujeron los Jerónimos las razones de su anterior negativa, y oídas por el señor de Oropesa, exclamó sin vacilar: «Pues bien: hoy por mí, mañana por mis descendientes, me obligo á cubrir todas las necesidades del Monasterio de Yuste.»

»Ante esta arrogante y caballeresca donación, tan propia del sujeto que la hacía, el Capítulo declaró Jerónimos á los Hermanos de la pobre vida, quedando así fundado definitivamente el convento que había de ser orgullo de la Orden. – Su primer Prior fué Fr. Francisco de Madrid, ignorándose las razones por qué no recayó este cargo ni en Robledillo ni en Plasencia. – Finó con ello el año de 1414.»


* * *

Tal es la historia de la fundación de Yuste. – La de su rápido crecimiento, esplendorosa magnificencia y lamentable ruina nos detendrá también muy poco, pues ni ofrece tanto interés dramático como la porfiada lucha que acabamos de reseñar, ni creemos oportuno diferir demasiado la narración de nuestra visita á los venerables restos de aquella santa casa.

Diremos, pues, sucintamente, que D. Juan II, D. Enrique IV y los Reyes Católicos heredaron del piadoso hermano de D. Enrique III el decidido empeño de proteger el Monasterio de Yuste; y que, del propio modo, los Condes de Oropesa siguieron en estos reinados la tradición de Garci-Álvarez de Toledo y consagraron al propio fin gran parte de sus rentas.

Al principio se edificó, además de la magnífica iglesia que ya describiremos, un extenso y cómodo convento, á la verdad nada suntuoso; pero, á mediados del siglo xvi, los mismos Condes de Oropesa costearon casi solos otro gran Monasterio (todo de piedra y en el soberbio orden arquitectónico del Renacimiento), dejando para Noviciado el adyacente primitivo edificio. La nueva obra, que había de vivir menos que la antigua, fué terminada en 1554.

Cuando Carlos V concibió la primera idea de retirarse del mundo, fijó desde luego su atención, como en lugar muy á propósito para acabar tranquilamente su vida, en el Monasterio de Yuste, cuya fama llenaba ya el orbe cristiano, no sólo por la grandiosidad de su fábrica y por la riqueza de la Comunidad, sino también por lo ameno, sosegado y saludable de aquel solitario sitio. Así es que algunos años antes de su abdicación, hallándose el César en los Países Bajos, encargó á su hijo D. Felipe que, antes de partir á casarse con la Reina de Inglaterra, fuese al célebre convento y plantease en él las habitaciones que debían construirse para recibirlo y albergarlo en su día. —

El que pronto había de llamarse Felipe II cumplió la orden paterna, y muy luego empezaron las obras del apellidado Palacio del Emperador, palacio modestísimo, reducido á cuatro grandes celdas, cuyo destino fué al principio un secreto para los mismos religiosos que allí vivían, excepción hecha del Prior y de algún otro.

Más adelante veremos cómo Felipe II volvió algún tiempo después á Yuste. Ahora nos toca decir, con la misma fórmula que emplea el mencionado cronista de la casa, que Carlos V se estableció definitivamente en ella el día de San Blas de 1557, y murió el día de San Mateo de 1558, de modo que permaneció allí, haciendo hasta cierto punto vida de anacoreta, un año, siete meses y diez y ocho días.

Pero no adelantemos los sucesos, pues su viaje desde Flandes al Monasterio ofreció algunas particularidades dignas de mención, que merecen párrafo aparte.


* * *

«Renunciadas así una tras otra las coronas – dice la Historia[5 - Lafuente.]– determinó ya Carlos su viaje á España… La flota en que había de venir, que se componía de sesenta naves guipuzcoanas, vizcaínas, asturianas y flamencas, se reunió en Zuitburgo, en Zelanda, donde se dirigió Carlos (28 de Agosto), acompañado del rey D. Felipe, su hijo, de sus hermanas las reinas viudas de Francia y de Hungría, de su hija María y su yerno Maximiliano, Rey de Bohemia, que habían ido á despedirle, y de una brillante comitiva de flamencos y españoles. – Al pasar por Gante no pudo menos de enternecerse, contemplando la casa en que nació, los lugares y objetos que le recordaban los bellos días de la infancia, y que visitaba por última vez para no volver á verlos jamás.

»Despidióse tiernamente de sus hijos, abrazó á Felipe, le dió algunos consejos para su gobierno y conducta, y se hizo á la vela (17 de Septiembre), trayendo consigo á sus dos hermanas D.ª Leonor y D.ª María, reinas viudas ambas, que después de tantos años volvían á su patria y suelo natal. El 28 de Septiembre arribó la flota al puerto de Laredo. – «Yo te saludo, madre común de los hombres, exclamó Carlos al tomar tierra. Desnudo salí del vientre de mi madre: desnudo volveré á entrar en tu seno.» – A pesar de esta abnegación, todavía se incomodó mucho por no haber hallado allí el recibimiento que esperaba, y no haber llegado aún la remesa de 4.000 ducados que preventivamente había pedido á la Gobernadora de Castilla, su hija, la princesa D.ª Juana, ni el Condestable, los capellanes y médicos que necesitaba, pues los más de los capellanes y criados venían enfermos y algunos habían muerto en la navegación. El mismo Luis Quijada, mayordomo de la Princesa regente, no pudo llegar hasta unos días después, por el fatal estado de los caminos; todo lo cual puso al Emperador de malísimo humor y le hacía prorrumpir en desabridas quejas, no pudiendo sufrir verse en tal especie de desamparo el que tan acostumbrado estaba á mandar y ser servido.

»Partió el 6 de Octubre de Laredo para Medina de Pomar, acompañado del alcalde de Durango, de la Chancillería de Valladolid, con cinco alguaciles, disgustado y como avergonzado de verse entre tantas varas de justicia, que parecía le llevaban preso. No quería que le hablaran de negocios; huía de que le tocaran asuntos políticos, y mostraba no tener otro anhelo que sepultarse cuanto antes en Yuste. Al fin le llegaron los 4.000 ducados, con lo cual prosiguió ya más contento á Burgos, donde llegó el 13 y permaneció hasta el 16, no queriendo que el Condestable de Navarra le hiciese ningún recibimiento. Las dos reinas hermanas marchaban una jornada detrás por falta de medios de transporte, que esto le sucedía en su antiguo reino de Castilla al mismo que tantas veces y con tanta rapidez y tanto aparato había cruzado y atravesado la Europa. Marchaba tan lentamente, que empleó cerca de seis días desde Burgos á Valladolid. Alojóse en la casa de Rui Gómez de Silva, dejando el palacio para las reinas sus hermanas, que entraron después. Ocupóse el Emperador en Valladolid en el arreglo de ayudas de costa y mercedes que había de dejar á los que hasta entonces le habían servido, en lo de la paga que se había de dar á los que con él habían venido de Flandes, y en lo que había de quedar para el gasto de su casa. Con esto partió de Valladolid (4 de Noviembre), con tiempo lluvioso y frío, caminando en litera.

»Siguió su marcha por Valdestillas, Medina del Campo, Horcajo de las Torres, Alaraz y Tornavacas, y para franquear el áspero y fragoso puerto que separa este pueblo del de Jarandilla[6 - Y eso que previamente se había trabajado mucho en aquel puerto para hacerlo transitable, por lo cual se le denominó Puerto Nuevo ó del Emperador, cuyo nombre lleva hoy.], fué conducido en hombros de labradores, porque á caballo no le permitían sus achaques caminar sin gran molestia, y en la litera no podía ir sin grave riesgo de que las acémilas se despeñasen. El mismo Luis Quijada anduvo á pie al lado del Emperador las tres leguas que dura el mal camino. Por fortuna encontraron en Jarandilla (14 de Noviembre) magnífico alojamiento en casa del Conde de Oropesa, bien provisto de todo, y con bellos jardines poblados de naranjos, cidras y limoneros. Detuviéronse allí todos bastante tiempo, por las malas noticias que comenzaron á correr acerca de la temperatura de Yuste. En el invierno era castigado de frecuentes lluvias y de frías y densísimas nieblas, y en el verano le bañaba un sol abrasador. Proclamaban á una voz sus criados que los monjes habían cuidado bien de hacer sus viviendas al Norte y defendidas del calor por la iglesia, mientras la morada del Emperador y de sus sirvientes se había hecho al Mediodía y tenía que ser insufrible en la estación del estío. Con esto todos estaban disgustados y todos aconsejaban al Emperador, inclusa su hermana la Reina de Hungría, que desistiera de su empeño de ir á Yuste y buscase otro lugar más favorable para su salud.

»Obligó esto al Emperador á ir un día (23 de Noviembre) á visitar personalmente su futura morada, y cuando todos esperaban que regresaría disgustado, volvió diciendo que le había parecido todo bien, y aun mucho mejor que se lo pintaban; que en todos los puntos de España hacía calor en el verano y frío en el invierno, y que no desistiría de su propósito de vivir en Yuste, aunque se juntase el cielo con la tierra.

»Seguía reteniendo al Emperador en Jarandilla la falta de dinero para pagar y despedir la gente que había traído consigo, y aun para los precisos gastos de manutención, hasta que, habiendo llegado el dinero que tenía pedido á Sevilla (16 de Enero de 1557), fué dando orden en la paga de los criados que más impacientes se mostraban por marchar. Con esto apresuró ya los preparativos para su entrada en Yuste, cosa que apetecían vivamente los monjes, tanto como la repugnaban y sentían cada vez más cuantos componían su casa y servicio.

»Entró, pues, el emperador Carlos V en el Monasterio de Yuste el 3 de Febrero de 1557. Su primera visita fué á la iglesia, donde le recibió la Comunidad con cruz, cantando el Te Deum laudamus, y colocado después S. M. en una silla, fueron todos los monjes por su orden besándole la mano, y el Prior le dirigió una breve arenga, felicitando á la Comunidad por haberse ido á vivir entre ellos[7 - El Prior (dice Gaztelu) llamó al Emperador Vuestra Paternidad, de lo cual luego fué advertido por otro fraile que estaba á su lado, y le acudió con Majestad.].»


* * *

De la vida que el César hizo en Yuste, algo nos dirá, aunque tan ruinoso, el propio Monasterio, cuando penetremos en él…; y para que esto no se retarde ya mucho, terminaremos rápidamente el extracto que vamos haciendo de los anales del edificio.

En 1570, doce años después de la muerte del Emperador, fué á visitar su sepultura el rey D. Felipe II, al paso que se dirigía á Córdoba con motivo de la rebelión de los moriscos de Granada. Dos días permaneció el severo Monarca en la que había sido última mansión de su augusto padre; pero, «por respeto (dice el fraile cronista), no durmió en el dormitorio de éste, sino en un retrete del mesmo aposento, que apenas cabe una cama pequeña».

Ya veremos nosotros todas estas habitaciones, que existen todavía.

Cuatro años más tarde, terminado ya el Panteón de El Escorial, fué trasladado á su gran cripta el cadáver de Carlos V, con harto sentimiento de los PP. Jerónimos de Yuste. Sin embargo, los Reyes que sucedieron á Felipe II, lo mismo los de su dinastía que los de la de Borbón, continuaron dispensando al Monasterio grandes mercedes y muy decidida protección, con lo que siguió siendo uno de los más ricos y florecientes de la Orden jerónima.

Así llegó, sin novedad alguna digna de mencionarse, el año de 1809. – Era el 12 de Agosto, quince días después de la victoria obtenida por españoles é ingleses sobre los ejércitos de Napoleón delante de Talavera de la Reina. Una columna francesa, parece que fugitiva ó cortada, estuvo merodeando en la Vera, esperando á saber cómo podría reunirse al grueso del ejército derrotado. Los frailes de Yuste huyeron á su aproximación, y los soldados franceses profanaron la iglesia, robaron cuanto hubieron á mano, penetraron en el convento, saquearon su rica despensa y vaciaron su bien provista bodega, de cuyas resultas estaban todos ebrios cuando les llegó la orden de evacuar inmediatamente aquella comarca y salir á juntarse á las tropas del mariscal Víctor. Marcharon, pues, como Dios les dió á entender; pero no pudieron hacerlo diez ó doce, cuya embriaguez era absoluta, por lo que se quedaron en el Monasterio durmiendo la borrachera. Sabedores de esta circunstancia los colonos y criados de la casa, que tan maltratados habían sido aquellos días por la soldadesca invasora, tomaron una horrible venganza en aquellos diez ó doce hombres dormidos, á los cuales dieron muerte á mansalva. Dos días después fueron echados de menos por sus camaradas, quienes, sospechando lo ocurrido, enviaron en su busca una sección de caballería. Estos expedicionarios no hallaron á nadie en el convento ni en sus alrededores, pero sí grandes manchas de sangre en el lugar en que dejaron dormidos á sus compañeros…; y apelando á su vez á las represalias, pusieron fuego al Monasterio, cuya parte más monumental y preciosa quedó completamente destruída, salvándose la iglesia, el Noviciado y las habitaciones que se construyeron para albergue de Carlos V. – Es decir, que pereció todo el Convento Nuevo, edificado, como dijimos, á mitad del siglo xvi.

Desde entonces volvieron los frailes á habitar el Convento Viejo, ó sea el Noviciado.

En 1820 fueron expulsados por la revolución, y vendióse el Monasterio á un Sr. Tarríus, que lo poseyó hasta 1823.

En 1823 se anuló la venta por la reacción.

En 1834 la expulsión volvió á tener efecto, y la compra del Sr. Tarríus fué revalidada por el Gobierno.

Hace algunos años el Sr. Tarríus sacó el Monasterio á pública subasta. Napoleón III quiso adquirirlo; pero los periódicos hablaron mucho sobre el particular, lamentando que la cámara mortuoria del vencedor de Pavía pudiese ir á parar á manos francesas. Entonces, animados de un sentimiento patriótico, reuniéronse algunos títulos de Castilla, y acordaron comprar á Yuste, costare lo que costare. Pero este proyecto, como todos aquellos en que intervienen muchos, iba quedando en conversación, cuando el Sr. Marqués de Miravel, uno de los asociados, viendo que no se hacía nada de lo convenido, lo compró por sí solo en la cantidad de 400.000 reales.

Más adelante veremos que el histórico Monasterio no ha podido caer en mejores manos.

El Sr. Marqués de Miravel se ha consagrado con incesante afán, y á costa de grandes sacrificios, á salvar á Yuste de la total ruina que le amenazaba. Ya ha reedificado mucho de lo derruído; ya ha contenido en todas partes la destrucción, y de esperar es que algún día acabe de restaurar lo que yace en pedazos por el suelo. – Sólo con lo que ha hecho hasta hoy, ya ha merecido bien de la patria y de cuantos aman sus antiguas glorias.

Conque penetremos en Yuste.




III


Delante de la actual entrada, que es la antigua de la Huerta del Monasterio, y por la que se regía el Emperador cuando salía á caballo, elévase un añoso y corpulento nogal, tenido en gran veneración histórica, y del que no hay viajero que no se lleve algunas hojas como recuerdo de su peregrinación á Yuste.

Es que aquel nogal data de un tiempo muy anterior á la fundación del convento; es que á su sombra fué donde, según la tradición, se sentaron los anacoretas Bralles y Castellanos la tarde que eligieron aquel sitio, entonces desierto, como el más á propósito para establecerse, y es que el mismo César, en tiempo de verano, solía pasar largas horas bajo su espesísimo ramaje, viendo correr el agua del arroyo que fluye á su pie y respirando el fresco ambiente de un lugar tan umbroso, ameno y deleitable.

Después de rendir el debido acatamiento á aquel árbol, cuya edad no bajará de seis siglos, llamamos á la mencionada puerta del Monasterio, ó sea á la puerta rústica del que fué Palacio del Emperador. Un campesino acudió á abrirnos, y como ya se hubiese recibido allí recado del Administrador (que reside en Quacos) avisando nuestra visita y anunciando que él llegaría inmediatamente á hacernos los honores de aquella mansión de los recuerdos, dejósenos pasar adelante.

Agradabilísima emoción nos produjo el noble cuanto gracioso aspecto del primer cuadro que apareció á nuestros ojos. – Gigantescos naranjos seculares, cuajados de rojas naranjas, sombreaban la especie de atrio ó compás en que habíamos entrado. Sus ramas subían hasta los arcos de un elegante mirador que teníamos enfrente y que sirve de fachada al único piso alto de un modesto aunque decoroso edificio. A aquel mirador ó salón abierto, cuyo interior descúbrese completamente por los amplios arcos que constituyen dos de sus lados, se sube, no por escaleras, sino por una suave rampa construída sobre otros arcos de progresiva elevación. Debajo del salón-mirador vense también al descubierto los pilares, arcos y bóvedas que lo sustentan, de modo que la tal morada aparecía á nuestros ojos en una forma aérea, calada, abierta, luminosa, sin otra defensa contra el sol y el viento que el verdor de los próximos árboles ó de las enredaderas y rosales que trepaban por pilastras, balaustres y columnas.

Aquel risueño edificio era el Palacio del Emperador, al cual servía de vestíbulo el descubierto y alegre aposento que estábamos mirando, aposento restaurado recientemente por el Sr. Marqués de Miravel, mediante costosísimas obras, en que se ha respetado religiosamente la primitiva forma y disposición de la parte arruinada.

La extensa rampa que teníamos delante, y por la cual se sube á dicho vestíbulo, es la misma que se construyó para que el valetudinario Carlos V pudiese montar á caballo á la puerta de sus habitaciones, ó sea en el propio piso alto, librándose así de la incomodidad de las escaleras, que le eran ya insoportables. – También han sido reforzados sus arcos en estos últimos tiempos con tal arte y habilidad, que no falta ni una sola piedra del sitio que ocupaba hace trescientos años.

Viejísimas hiedras, contemporáneas, sin duda, del primer convento, visten por completo las recias tapias que forman el compás ó atrio en que nosotros echamos pie á tierra, y desde donde contemplábamos la morada del César. – De una de estas tapias sale un brazo de agua sonora y reluciente, que con su eterno murmullo presta no sé qué plácida melancolía á aquel sosegado recinto. La hiedra y el agua, con su perdurable existencia, parecían encargadas de perpetuar las huérfanas memorias de tantas grandezas extinguidas. El agua, sobre todo, fluyendo y charlando hoy como fluía y charlaba en 1558, sin respetar ahora el silencio de muerte que ha sucedido en aquella soledad al antiguo esplendor y movimiento, recordábanos estos hermosos versos con que nuestro inmortal Quevedo acaba un soneto titulado: A Roma sepultada en sus ruinas:

«Sólo el Tibre quedó, cuya corriente,
Si ciudad la regó, ya sepultura
La llora con funesto son doliente.
¡Oh Roma! En tu grandeza, en tu hermosura,
Huyó lo que era firme, y solamente
Lo fugitivo permanece y dura.»

Atado que hubimos nuestros caballos á los recios troncos de los naranjos susodichos, emprendimos la subida por la rampa, que nos condujo al salón-mirador, estancia verdaderamente deliciosa, más propia de una villa italiana ó de un carmen granadino que de un monasterio oculto en los repliegues y derivaciones de una sierra de Extremadura.

Cuatro son los grandes arcos que ponen el mirador en relación directa con el rico ambiente y esplendorosa vegetación de aquel amenísimo barranco. Dos de ellos dan á la parte donde subíamos, sirviendo el uno de entrada á la rampa, y el otro como de balcón, desde el cual se tocan con la mano los bermejos frutos de los naranjos del compás, y se descubre, al través de sus ramas, un elegantísimo ángulo de la contigua iglesia, de perfecto estilo gótico, cuyas gentiles ojivas, esbeltos juncos y erguidas agujas, todo ello de una resistente piedra dorada por los siglos, infunden en el ánimo, en medio de aquellas abandonadas ruinas, arrogantes ideas de inmortalidad.

Los otros dos arcos miran al Mediodía, y desde ellos se goza de la apacible contemplación de la Huerta y del bosque de olmos y de todos los suaves encantos de aquel breve y pacífico horizonte. De dicha Huerta trepan, como hemos apuntado, hasta penetrar por los arcos dentro de aquel salón, rosales parietarios y escaladoras enredaderas con sus elegantes campanillas, que todavía no se habían cerrado aquella mañana: además, los dos grandes balcones determinados por ambos arcos tienen el antepecho en la parte ó cara interna del recio muro, dejando destinado todo el ancho de éste á dos extensos arriates ó pensiles que cultivaba Carlos V, y que hoy se cultivan también cuidadosamente. Geranios, rosales de pitiminí y clavellinas, todo florido, pues ya he dicho que estábamos en Mayo, vimos nosotros en aquellos dos jardinillos tan graciosamente imaginados y dispuestos. – Cuando al poco rato llegaron el Administrador y su señora, supimos que ésta, madrileña de pura raza, aficionadísima, por consiguiente, á macetas, era la autora del milagro de que continuasen consagrados á Flora los dos arriates que cuidó en otro tiempo Carlos de Austria.

Llevo descritos dos lados del salón-mirador, bien que aun me falte decir que, entre el arco que comunica con la rampa y el otro contiguo, hay un poyo de piedra, de dos cuerpos, mucho más ancho el de abajo que el de arriba, que se construyó allí para que Carlos V montase á caballo más cómodamente…

Por cierto que, según refiere Fr. Prudencio Sandoval en su Historia del Emperador, las cabalgaduras que éste usaba en Yuste no tenían nada de cesáreas ni de marciales, pues consistían en una jaquilla bien pequeña y una mula vieja. – ¡Tan acabado de fuerzas estaba aquel que tantas veces había recorrido la Europa á caballo!

Pero ya que de esto hemos venido á hablar, oigamos describir al mismo historiador la manera cómo montó á caballo por última vez el protagonista del siglo de los héroes, el vencedor de mil combates, el hombre de hierro.

«…Puesto en la jaquilla, apenas dió tres ó cuatro pasos cuando comenzó á dar voces que le bajasen, que se desvanecía, y como iba rodeado de sus criados, le quitaron luego, y desde entonces nunca más se puso en cabalgadura alguna.»

Considerad ahora cuántas reflexiones no acudirán á la mente al contemplar aquel poyo de piedra, terrible monumento que acredita toda la flaqueza y rápida caducidad de esta nuestra máquina humana, tan temeraria, impetuosa y presumida en las breves horas de la juventud, si por acaso le presta sus alas la fortuna… – Mas sigamos nuestra descripción.

La pared que da al Norte, sólo es notable por lindar con el muro de la iglesia y porque en aquel lado del salón-mirador hay una pequeña y preciosa fuente, labrada en la forma y estilo de las que adornan los paseos públicos ó los jardines de los palacios.

Esta fuente tendrá unas dos varas y media de altura, y se compone de un pilar redondo, del centro del cual sale un recio fuste ó árbol, que luego se convierte en gracioso grupo de niños, muy bien esculpido; todo ello de una sola pieza y de piedra bastante parecida al mármol, aunque de la especie granítica. El grupo de niños sostiene una taza redonda, de la cual fluye por cuatro caños un agua cristalina, sumamente celebrada por sus virtudes higiénicas. – El Emperador no bebía otra, y nosotros la probamos también, aunque llevábamos á bordo un vino de primer orden.

Porque debemos advertir que, mientras llegaba ó no llegaba el Sr. Administrador, nos permitimos desplegar las provisiones que habíamos sacado del Baldío y almorzar como unos… jerónimos, haciendo mesa del poyo de piedra en que se encaramaba el Emperador para montar en la jaquilla ó en la mula… – Pero, volviendo á la fuente, diré que del libro de Fr. Luis de Santa María (que después leímos) consta que «se la regaló á Carlos V el ilustre Ayuntamiento de la ciudad de Plasencia».

Vamos á la cuarta pared. – En ella está la puerta de entrada al Palacio, y á su lado existe hoy un banco muy viejo de madera (en el mismo lugar que había antes un asiento de piedra), sobre el cual se lee la siguiente inscripción, pintada en la pared en caracteres del siglo xvi muchas veces retocados:



«Su Mag.ª El Emper.or D. Carlos

Quinto nro. Señor en este lugar

estava asentado quando le dió

el mal á los treynta y uno

de Agosto á las quatro de la

tarde. – Fallesció á los Veinte

y uno de Septiembre á las dos

y media de la mañana. Año

del S.or

de 1558.»


El mal á que alude la precedente inscripción consistió en que, habiendo comido al sol Carlos V, en aquel propio salón-mirador, sintióse acometido de frío, no bien dejó la mesa, y luego le entró calentura. – «Pónenos en cuidado (escribía dos días después su mayordomo Luis Quijada á Juan Vázquez de Molina[8 - Archivo de Simancas, Estado, leg. núm. 128. – Esta cita es del historiador D. Modesto Lafuente.]), porque ha muchos años que á S. M. no le ha acudido calentura con frío sin accidente de gota. El frío casi lo tuvo delante de mí todo; mas no fué grande, puesto que tembló algún tanto; duró casi tres horas la calentura: no es mucha, aunque en todo me remito al doctor, que escribirá más largo. – Yo temo que este accidente sobrevino de comer antier en un terrado cubierto, y hacía sol, y reverberaba allí mucho, y estuvo en él hasta las cuatro de la tarde, y de allí se levantó con un poco dolor de cabeza y aquella noche durmió mal.»

Esta carta es de 1.º de Septiembre. – Por consiguiente, la inscripción preinserta está equivocada, y donde dice 31 de Agosto debe leerse 30 de Agosto.

Sobre ella se ven las armas imperiales, pintadas en la pared; obra, sin duda, del mismo autor de aquella leyenda conmemorativa.

Con lo cual terminan todas las cosas que hay que notar en el salón-mirador ó vestíbulo del humilde Palacio de Yuste.


* * *

Entramos, pues, en el Palacio.

Ya he dicho que se compone de cuatro grandes celdas, situadas dos á cada lado de un pasillo ó galería que atraviesa el edificio de Oeste á Este y al cual dan las puertas de las cuatro.

Las dos celdas de la izquierda, entrando, estaban destinadas en tiempo del Emperador, la una á Recibo, y la otra á Dormitorio, y se comunican entre sí. Las dos de la derecha, que también tienen comunicación por dentro, eran el Comedor y la Cocina.

Y á esto se reducía el alojamiento del César.

Su servidumbre, compuesta de sesenta personas, habitaba el piso inferior de aquel llamado Palacio, ó varias dependencias del convento, residiendo en Quacos los empleados que no tenían que asistir continuamente á S. M.

En la actualidad no hay ni un solo mueble en dichas celdas; y como, por otra parte, carecieron siempre de toda ornamentación arquitectónica sus lisas paredes, blanqueadas con cal á la antigua española, la revista que nosotros les pasamos habría sido muy corta, si recuerdos históricos y consideraciones de una mansa y cristiana filosofía no nos hubieran detenido largo tiempo en cada estancia.

Nuestra visita principió por el Recibo, donde sólo había que ver una gran chimenea, digna de competir con las llamadas de campana: tan enormes eran su tragante y su fogón. Entre la puerta de entrada, la de comunicación con el Dormitorio, la reja que da paso á la luz del salón-mirador y otra puertecilla de que hablaré luego, no quedaba más que un puesto resguardado del aire, ó sea un único rincón que ocupar cerca de la chimenea. No podíamos, pues, equivocarnos respecto de cuál sería el sitio que ocuparía el Emperador en aquella sala, durante la estación del invierno, cuando iban á visitarlo San Francisco de Borja, el Conde de Oropesa, el Arzobispo de Toledo y otros antiguos amigos suyos.

Pero no seguiré adelante sin hacer una advertencia de gran importancia…

Si yo me hubiese propuesto referir la Vida de Carlos V en Yuste (escrita ya con suma minuciosidad y conciencia en un notable capítulo y en un apéndice muy curioso de la Historia de España por D. Modesto Lafuente), podría enumerar aquí, sin más trabajo que copiar algunos documentos del Archivo de Simancas, insertos en la obra de aquel historiador, los muebles, los cuadros, las alhajas y hasta las ropas que tenía el Emperador en su retiro, así como sus hábitos, entretenimientos y conversaciones; pero, no siendo, ni pudiendo ser, tal mi propósito, sino meramente fotografiar, por decirlo así, el estado actual del Monasterio, me limitaré á remitiros á la obra mencionada y aconsejaros que no deis crédito á lo que otros historiadores cuentan acerca de los actos del Emperador en Yuste.

Desconfiad, sobre todo, de las noticias de Fr. Prudencio Sandoval y de Mr. Robertson, quienes, en esta parte íntima de sus célebres historias, fueron sin duda mal informados, ó fantasearon á medida de su deseo. Así lo demuestra el Sr. Lafuente con irrebatibles razones y documentos originales de primera fuerza. – Es falso, por ejemplo, que Carlos hiciese sus exequias en vida; falso que estuviese sujeto á la misma regla que los frailes de la casa; falso que se flagelase hasta teñir de sangre las disciplinas; falso que no atendiese á las cosas políticas de España y del resto de Europa, y falso que se dedicase á la construcción de juguetes automáticos y otras puerilidades con su relojero de cámara y famoso mecánico Juanelo Turriano. – Leed á Lafuente, repetimos, y allí veréis, auténticamente probado, que Carlos V, en Yuste, fué el hombre de siempre, con sus cualidades y sus defectos y con la sabida originalidad de su condición, festiva y grave á un tiempo mismo, dominante, vehemente, voluntariosa, y á la par llana y sencilla, como la de Julio César.

Sigamos nuestra exploración.

La ya mencionada puertecilla de la sala de Recibo conduce á un diminuto é irregular aposento, que es aquel retrete ó gabinetillo de que ya he hablado también, en que apenas cabe una cama, y donde durmió Felipe II la última vez que estuvo en Yuste, en señal de respeto… ó miedo á las habitaciones que habían sido de su difunto padre. – ¡Curioso fuera saber lo que pensó allí el hombre del Escorial durante las dos noches que pasó, como quien dice, emparedado cerca de la cámara mortuoria de Carlos de Gante! – Pero la historia ignora siempre las mejores cosas.

Del Recibo volvimos á salir al pasillo ó galería, dejando para lo último la visita al Dormitorio, y pasamos al Comedor del más comilón de los emperadores habidos y por haber… excepto Heliogábalo.

Carlos V era más flamenco que español, sobre todo en la mesa. Maravilla leer (pues todo consta) el ingenio, verdaderamente propio de un gran jefe de Estado Mayor militar, con que resolvía la gran cuestión de vituallas, proporcionándose en aquella soledad de Yuste los más raros y exóticos manjares. Sus cartas y las de sus servidores están llenas de instrucciones, quejas y demandas, en virtud de las cuales nunca faltaban en la despensa y cueva de aquel modesto palacio los pescados de todos los mares, las aves más renombradas de Europa, las carnes, frutos y conservas de todo el universo. Con decir que comía ostras frescas en el centro de España, cuando en España no había ni siquiera caminos carreteros, bastará para comprender las artes de que se valdría á fin de hacer llegar en buen estado á la sierra de Jaranda sus alimentos favoritos.

Pero nos metemos sin querer en honduras pasadas, olvidando que aquí no se trata sino de lo presente. Pues bien: en el Comedor sólo hay de notable otra chimenea como la susodicha; un gran balcón-cierre, ó tribuna volada, que da á la huerta y mira al Mediodía, donde el viejo Emperador tomaba en invierno los últimos rayos del sol de sus victorias… y una puerta de comunicación con la Cocina.

La Cocina es digna del imperial glotón, propia de un convento de Jerónimos y adecuada á los grandes fríos que reinan en aquel país durante el rigor del invierno. En torno del monumental fogón, que ocupa casi la mitad de aquel vasto aposento, bien pudieron calentarse simultáneamente con holgura los sesenta servidores de S. M. En cuanto á las hornillas, puede asegurarse que infundirían verdadera veneración cuando estaban en ejercicio, así como hoy su yerta desnudez y triste arrumbamiento infunden melancólicas reflexiones.

Pero estas reflexiones nos llevan como por la mano al Dormitorio del Emperador, ó sea á su cámara mortuoria.

Es una pieza del mismo tamaño que las tres mencionadas, con otra enorme chimenea. Una alta reja le da luz por la parte de Levante, y tiene además tres puertas, de las cuales una da á la iglesia, otra al Recibo y otra á la galería.

No cabe ni puede caber duda respecto del sitio que ocupaba el lecho de S. M. y en que lanzó el último suspiro, puesto que lo indica matemáticamente la puerta de comunicación con la iglesia, que se rasgó frente por frente á la cama del César, á fin de que, acostado y todo, pudiese ver el altar mayor y oir Misa cuando sus achaques le impedían dejar el lecho. Trazóse, pues, dicha puerta, oblicuamente, sobre el recio muro del templo, en el ángulo opuesto á aquel en que dormía y había de morir Carlos V, y allí sigue, y desde ella se determina fijamente tan histórico paraje.

A mayor abundamiento, en aquel rincón del Dormitorio hay un cuadro que representa á San Jerónimo viendo llegar á Carlos V á la gloria eterna y arrodillarse á los pies de la Santísima Trinidad. – Debajo de este cuadro se ve un tarjetón dorado que dice lo siguiente: «S. A. R. el Infante Duque de Montpensier regaló al Monasterio de Yuste este cuadro, sacado del original que á la muerte del Emperador Carlos V, su glorioso abuelo, se hallaba á la cabecera de su cama.»

Decir los pensamientos que acudieron á mi mente en aquel sitio, donde expiró (en hora ignorada por sus propios hijos durante algunos días) el que tantas veces desafió la muerte á la faz del universo en los campos de batalla, fuera traducir pálidamente lo que el lector se imaginará sin esfuerzo alguno.

Hágole, pues, gracia de mis reflexiones, y le invito á que me siga á la iglesia y á las ruinas del convento, donde todo hablará aún más alto y más claro el severo lenguaje de aquellas verdades eternas: Verumtamen, universa vanitas… Verumtamen, in imagine pertransit homo.




IV


La iglesia se reduce á una nave gótica, larga y altísima, digna de una catedral de primer orden. Esta nave se conserva íntegra: según una tradición, porque los incendiarios franceses de 1809 procuraron que el fuego no llegase á ella; según otra tradición, porque no había en todo aquel edificio madera alguna en que pudiesen prender las llamas.

Sin embargo, sus bóvedas ojivales amenazaban desplomarse cuando compró el Monasterio el Sr. Marqués de Miravel, quien procedió inmediatamente á repararlas. – Así lo indica la siguiente modestísima inscripción, que se lee en el testero posterior del coro:

Estando estas bóvedas en ruinas, se construyeron por José Campal, año de 1860.

Pero dirá el lector: ¿quién es José Campal? ¿Son éstos el nombre y el apellido del espléndido Marqués que costeó la obra, ó los de algún insigne arquitecto, émulo de la gloria de los Brunelleschi y Miguel Ángel?

Ni lo uno ni lo otro.

José Campal es un humilde albañil de Jarandilla, que se atrevió á acometer tan ardua empresa, y la llevó á feliz término, cuando maestros llevados de Madrid con tal propósito la habían considerado irrealizable. – Admirado entonces el Marqués del arrojo y la inteligencia de Campal, mandó poner dicha inscripción en el coro.

La nave de la iglesia y sus altares están hoy completamente desnudos de todo cuadro, de toda imagen, de toda señal de culto. Los únicos accidentes que interrumpen la escueta monotonía de aquellos blanqueados muros, son las Armas Imperiales que campean allá arriba, en el centro del embovedado, y un negro ataúd depositado á gran altura, en un nicho ú hornacina de la pared de la derecha.

Este ataúd es de madera de castaño, y estuvo forrado de terciopelo negro. Hoy no contiene nada; pero en un tiempo contuvo otra caja de plomo, dentro de la cual fué depositado el cadáver del Emperador…

«Púsose el cuerpo del Emperador (dice la historia) en una caja de plomo, la cual se encerró en otra de madera de castaño, forrada de terciopelo negro. Hiciéronsele solemnes exequias por tres días, celebrando el Arzobispo de Toledo, Fr. Bartolomé de Carranza, á quien sirvieron de ministros el confesor del Emperador, Fr. Juan Regla, y el prior Fr. Martín de Angulo, y predicando sucesivamente el P. Villalva y los priores de Granada y Santa Engracia de Zaragoza.

»Una de las cláusulas del codicilo de Carlos V era que se le enterrara debajo del altar mayor del Monasterio, quedando fuera del ara la mitad del cuerpo, del pecho á la cabeza, en el sitio que pisaba el Sacerdote al decir la misa, de manera que pusiese los pies sobre él. Para cumplir del modo posible este mandato, se derribó el altar mayor y se sacó hacia fuera, con objeto de depositar detrás de él el cadáver, pues debajo no podía estar, por ser lugar exclusivo de los Santos que la Iglesia tiene canonizados[9 - El P. Sigüenza, Hist. de la Orden de San Jerónimo.].»

A consecuencia de esta reforma, el altar Mayor quedó en la extraña disposición que hoy se advierte; esto es, sumamente estrecho de presbiterio, y muy alto en proporción del escaso desarrollo de su escalinata, cuyos peldaños son tan pinos, que cuesta fatiga y peligro subirlos ó bajarlos.

Fué, pues, depositado el cadáver del César dentro de las dos cajas mencionadas, detrás del retablo de Yuste, hasta que, quince años y medio después, el 4 de Febrero de 1574, verificóse su traslación al Escorial, en la caja de plomo, revestida de otra nueva que se construyó al intento, quedando en la bóveda de Yuste, como recuerdo, la caja de castaño. Pero como todos los viajeros que visitaban la tal bóveda hubiesen dado en la flor de cortar pedazos del viejísimo ataúd, á fin de guardarlos como reliquias históricas, el Marqués de Miravel dispuso colocarlo en el inaccesible nicho que hoy ocupa, y desde donde produce terrible y fantástica impresión.


* * *

Dijimos más atrás que el sueño eterno de Carlos V ha sido turbado también en el Monasterio del Escorial, y que nosotros mismos no hemos sabido librarnos de la tentación de asistir á una de las sacrílegas exhibiciones que se han hecho de su momia en estos últimos años…

Cometimos esta impiedad, ó cuando menos esta irreverencia, en Septiembre de 1872, pocos meses antes de ir á Yuste. – Nos hallábamos en el fúnebre Real Sitio, descansando del calor y las fatigas de Madrid, cuando una mañana supimos que había pública exposición del cadáver del César, á petición de las bellas damas madrileñas que estaban allí de veraneo. – Era ya la vigésima de estas exposiciones, desde que las inauguró cierto temerario y famoso prohombre de la situación política creada en 1868. – Nosotros (lo repetimos) no tuvimos al cabo suficiente valor para rehusarnos la feroz complacencia de aquella profanación, que de todas maneras había de verificarse…

Acudimos, pues, al panteón de los Reyes de España, á la hora de la cita. – ¿Y qué vimos allí? ¿Qué vieron las tímidas jóvenes y los atolondrados niños y los zafios mozuelos que nos precedieron ó siguieron en tan espantoso atentado? – Vieron, y vimos nosotros, la tumba de Carlos V abierta, y delante de ella, sobre un andamio construído ad hoc, un ataúd, cuya tapa había sido sustituída por un cristal de todo el tamaño de la caja.

En las primeras exposiciones no había tal cristal, ó si lo había, se levantaba, de cuyas resultas no faltó quien pasase su mano por la renegrida faz del cadáver… ¡La pasó el mencionado prohombre revolucionario, en muestra de familiaridad y compañerismo!..

A través del cristal vimos la corpulenta y recia momia del nieto de los Reyes Católicos, de la cabeza á los pies, completamente desnuda, perfectamente conservada, un poco enjuta, es cierto, pero acusando todas las formas, de tal manera que, aun sin saber que eran los despojos mortales de Carlos V, hubiéralos reconocido cualquiera que hubiese visto los retratos que de él hicieron Ticiano y Pantoja.

La especial contextura de aquel infatigable guerrero, su alta y amplísima cavidad torácica; sus anchos y elevados hombros; sus cargadas espaldas; su cráneo característico; su ángulo facial, típico en la casa de Austria; la depresión de la boca; la prominencia de la barba por el descompasado avance de las mandíbulas: todo se apreciaba exactamente, y no en esqueleto, sino vestido de carne y cubierto de una piel cenicienta, ó más bien parda, en que aun se mantenían algunos raros pelos de pestañas, barbas y cejas y del siempre atusado cabello…

¡Era, sí, el Emperador mismo! ¡Parecía su estatua vaciada en bronce y roída por los siglos, como las que aparecen entre las cenizas de Pompeya!

No infundía asco ni fúnebre pavor, sino veneración y respeto.

Lo que infundía pavor y asco era nuestra impía ferocidad, era nuestra desventurada época, era aquella escena repugnante, era aquel sacrílego recreo, era la risa imbécil ó el estúpido comentario de tal ó cual señorita ó mancebo, que escogía semejante ocasión para aventurar un conato de chiste…

¡Siquiera nosotros (dicho sea en nuestro descargo) callábamos y padecíamos, sintiendo al par, y en igual medida, reverencia hacia lo que veíamos y remordimientos por verlo! ¡Siquiera nosotros teníamos conciencia de nuestro pecado!


* * *

De mi visita á las ruinas de los claustros de Yuste guardo recuerdos indelebles.

La naturaleza se ha encargado de hermosear aquel teatro de desolación. Los trozos de columnas y las piedras de arcos, que yacen sobre el suelo de los que fueron patios y crujías, vense vestidos de lujosa hiedra. El agua, ya sin destino, de las antiguas fuentes, suena debajo de los escombros, como enterrado vivo que se queja en demanda de socorro, ó como recordando y llamando á los antiguos frailes para que reedifiquen aquel edificio monumental. Y por todas partes, entre la hiedra y el musgo, ó entre las flores silvestres y las altas matas con que adornaba Mayo aquellos montones de labrados mármoles, veíamos los escudos de armas de la casa de Oropesa, esculpidos en las piedras que sirvieron de claves ó de capiteles á las arcadas hoy derruídas.

Las cuatro paredes del refectorio siguen de pie; pero el techo, que se hundió de resultas del incendio, ha formado una alta masa de escombros dentro de la estancia. Hoy se trabaja en sacar aquel cascajo, y ya van apareciendo los alicatados de azulejos que revestían el zócalo de los muros.

El Convento de Novicios subsiste, aunque en muy mal estado. – Allí, como ya sabéis, vivieron los últimos frailes desde la catástrofe del Edificio, ocurrida en 1809, hasta la catástrofe de la Comunidad, ocurrida en 1835.

Nosotros penetramos en algunas celdas. Reinaba en ellas la misma muda soledad que en las del Palacio de Carlos V. Ni gente ni muebles quedaban allí… Las desnudas paredes hablaban el patético lenguaje de la orfandad y de la viudez.

Aquello era más melancólico que las ruinas del otro gran convento hacinadas entre la hiedra. – Una celda habitable y deshabitada representa, en efecto, algo más funesto y pavoroso que la destrucción. Los pedazos de mármol que acabábamos de ver parecían tumbas cerradas: las celdas del noviciado eran como lechos mortuorios ó ataúdes vacíos, de donde acababan de sacar los cadáveres.

Sí; ¡todo vacío! ¡todo expoliado! ¡todo saqueado!.. – Tal aparecía aquella mañana á nuestros ojos cuanto contemplábamos, cuanto recordábamos, cuanto acudía á nuestra imaginación por asociación de ideas.

En Yuste… una tumba abierta, de donde había sido sacado Carlos V. – En El Escorial… otra tumba vacía, de donde también se le había desalojado temporalmente… – Y si se nos ocurría la fantástica ilusión de que la exhumada y escarnecida momia del César, avergonzada de su pública desnudez, pudiese salvar el Guadarrama, en medio de las sombra de la noche, para ir á buscar á Yuste su primitiva sepultura, considerábamos temblando que tampoco encontraría en su sitio el ataúd de madera, sino que lo vería encaramado en aquella antigua hornacina de un Santo que probablemente habrían derribado á pedradas otros liberales de la Vera de Plasencia…

¡Y todo así! ¡Todo así! – Dondequiera que el atribulado espectro imperial fijase la vista, hallaría igual dislocación, el mismo trastorno, la propia devastación y miseria, como si el mundo hubiese llegado al día del Juicio final…

Ya no había Monasterio de Yuste; ya no había en España Comunidades religiosas; ya no había Monarquía; ¡casi ya no había Patria! – Los tiempos del cataclismo habían llegado, y, sobre las ruinas de la obra de Fernando V y de Isabel I, oíanse más pujantes que nunca en aquellos mismos días (los primeros días de Mayo de este primer año de la República), así en Extremadura como en el resto de la Península española, gritos de muerte contra la Unidad nacional, contra la Propiedad, contra la Autoridad, contra la Familia, contra todo culto á Dios, contra la sociedad humana, en fin, tal y como la habían constituído los afanes de cien generaciones.

Illic sedimus et flevimus… al modo de los hebreos junto á los ríos de Babilonia.


* * *

Pasó aquel momento de emoción, disimulable en tan aciaga fecha, y desde el convento nos dirigimos á una ermitilla, llamada de Belén, que dista de él medio kilómetro, y á donde solían encaminar los frailes su paseo de invierno – costumbre que adquirió también Carlos V.

El camino de la ermita es una llana y hermosa calle de árboles, con prolongados asientos, en que cabía toda la Comunidad.

Al principio de este paseo hay un viejísimo ciprés, á cuyo pie, y recostado en su tronco, es fama estaba sentado Carlos V la primera vez que vió en Yuste á su hijo D. Juan de Austria, ya casi mozo, después de muchos años de separación.

El hijo de Bárbara Blomberg había nacido en Ratisbona, donde pasó la infancia con su madre. A la edad de ocho años lo habían traído á España, sin que nadie adivinase su condición, y vivió primero en Leganés, á cargo del clérigo Bautista Vela y de una tal Ana Medina, casada con un flamenco llamado Francisco, que vino en la comitiva de Carlos V la primera vez que visitó estos reinos el coronado nieto de Isabel la Católica. Pero el bastardo imperial hacía en Leganés una vida demasiado villana, confundido con los otros chicos del pueblo, y entonces Luis Quijada, mayordomo del César, y el único que sabía quién era aquel niño, se lo llevó á Villagarcía, de donde era Señor, y lo confió á su mujer, sin revelarle el secreto; por lo que esta ejemplarísima señora llegó á concebir tristes sospechas, que amargaron su vida hasta que, muerto ya el Emperador, hizo pública la verdad el rey D. Felipe II, reconociendo como príncipe y hermano suyo al que había de ser el primer guerrero de su tiempo.

«Cuando Carlos V vino á encerrarse en el Monasterio de Yuste (dice un historiador) érale presentado muchas veces su hijo en calidad de paje de Luis Quijada, gozando mucho en ver la gentileza que ya mostraba, aun no entrado en la pubertad. Tuvo, no obstante, el Emperador la suficiente entereza para reprimir ó disimular las afectuosas demostraciones de padre, y continuó guardando el secreto…»

En la Crónica manuscrita del convento menciona también el P. Luis de Santa María la estancia de D. Juan de Austria en Yuste, y, además, la tradición cuenta algunas de sus travesuras de adolescente, como las que referimos al hablar de Quacos…




Por aquí íbamos en nuestra visita á Yuste, cuando principió á encapotarse el cielo. Conocimos que amenazaba una de aquellas tormentas que tan formidables son en las sierras de Gredos y de Jaranda, y como teníamos que andar tres leguas para regresar al Baldío, y ya no nos quedaba más que ver, aunque sí mucho que meditar en aquellas ruinas, nos apresuramos á montar á caballo, henchida el alma de mil confusas ideas, que he procurado ir fijando y desenvolviendo en los humildes artículos á que doy aquí remate.

Pero no soltaré la cansada pluma sin recordar unos versos que el insigne poeta, mi amigo D. Adelardo López de Ayala, pone en boca de D. Rodrigo Calderón, y que repetí muchas veces al alejarme de Yuste:

«¡Nunca el dueño del mundo Carlos quinto
Hubiera reducido su persona
De una celda al humilde apartamiento,
Si no hubiera tenido una corona
Que arrojar á las puertas del convento!»

De resultas de lo cual, ó sea de la falta de cualquier especie de corona, algunos días después me veía yo obligado á dejar la pacífica soledad del Baldío por la turbulenta villa de Madrid, donde fecho hoy este relato á 9 de Octubre de 1873.




DOS DÍAS EN SALAMANCA





I

DISCURSO PRELIMINAR


El lunes 8 de Octubre de 1877 nos hallábamos de sobremesa en cierto humilde comedor de esta prosaica y anti-artística villa de Madrid, cuatro antiguos amigos, muy amantes de las letras y de las artes, algo entrados en años por más señas, y aficionadísimos, sin embargo, á correr aventuras en demanda de ruinas más viejas que nosotros.

Habíase por entonces abierto al público la última sección del Ferrocarril de Medina del Campo á Salamanca, lo cual quería decir, en términos metafóricos, que esta insigne y venerable ciudad, monumento conmemorativo de sí propia, acababa de ser desamortizada por el espíritu generalizador de nuestro siglo, pasando de las manos muertas de la Historia ó de la rutina, al libre dominio de la vertiginosa actividad moderna.

Así lo indicó, sobre poco más ó menos, uno de nosotros; y como otro apuntase con este motivo la feliz idea de ir los cuatro á hacer una visita á aquel antiguo emporio del saber, y semejante propuesta, bien que recibida con entusiasmo y aceptada en principio, suscitara algunas objeciones, relativas á lo desapacible de la otoñada, á los achaques del uno, á los quehaceres del otro y al natural temor de todos de que en la ilustre y grave Salamanca no hubiese fonda vividera, el amo de la casa, ó sea el anfitrión, encendióse (ó afectó encenderse) en santa ira, y pidiendo arrogantemente la palabra (y una segunda copa de legítimo fine-champagne), pronunció el siguiente discurso:

«Señores:

»¡Parece imposible que la edad nos haya reducido á tal grado de miseria! ¿Somos nosotros aquellos héroes, que hace algunos años, recorrían en mulo ó á pie las montañas más altas de Europa, expuestos á perecer entre la nieve, sólo por ver un ventisquero, una cascada ó el sitio en que los aludes aplastaron á tal ó cual impertérrito naturalista? ¿Somos nosotros los mismos que pasaron noches de purgatorio en ventas dignas de la pluma de Cervantes, por conocer las ruinas de un castillejo moruno, los que hicieron largas jornadas en carro de violín, por contemplar un retablo gótico; los que sufrieron á caballo todos los ardores del estío andaluz, buscando el sitio en que pudo existir tal ó cual colonia fenicia ó campamento romano? ¿Somos nosotros los atrevidos exploradores de la Alpujarra, los temerarios visitantes de Soria, los que llegaron por tierra á la misteriosa Almería, y, sobre todo, los intrépidos descubridores de Cuenca… de cuya existencia real se dudaba ya en Madrid cuando fuimos allá, sin razón ni motivo alguno, y en lo más riguroso del invierno, tripulando un coche-diligencia que volcó seis veces en veinticuatro horas?

»¡Nadie diría que nosotros somos aquellos célebres aventureros, al vernos vacilar de esta manera en ir á la conquista de la inmortal Salamanca, hoy que la locomotora la ha puesto, como quien dice, á las puertas de Madrid! ¡Nadie lo diría, al vernos retroceder ante el frío, ante la perspectiva de una cama incómoda ó de una comida poco suculenta, y ante otros trabajos y fatigas, que siempre fueron, para hombres bien nacidos, estímulo y aliciente de esta clase de expediciones! – ¡Pues qué! ¿no eran mucho más viejos que nosotros, y no tenían más achaques y dolamas, Cristóbal Colón, al embarcarse en Palos; Antonio de Leiva, al salir de Pavía en ayuda de los ejércitos imperiales, y Abdel-Melik, el Maluco, en la batalla de Alcazarquivir, á la que asistió moribundo, llevado en hombros por sus soldados, y durante la cual expiró como bueno, seguro ya de la derrota de D. Sebastián de Portugal?

»¡Un esfuerzo semejante espero yo de vosotros en la presente ocasión! ¡Considerad, señores, que se trata de Salamanca, de la Madre de las Virtudes y de las Ciencias, como la llamaban antiguamente; de la ciudad que ha llevado también el nombre de Roma la Chica, por los innumerables y nobilísimos monumentos que la decoran; celebérrima bajo la dominación de los romanos; cristiana antes de la irrupción de los godos; arrancada varias veces de manos de los sarracenos, en los siglos ix y x; liberada definitivamente en el siglo xi, y lumbrera desde entonces de la entenebrecida Europa, por su veneranda Universidad, que, con las de Oxford, Bolonia y París, vinculaba el saber de aquellos tiempos! ¡Considerad que se trata de la hija mimada de Castilla la Vieja, de la Atenas española, protegida constantemente por Magnates, Prelados, Reyes, Papas y hasta Santos, desde D. Ramón de Borgoña y el obispo Visquio, que la repoblaron, y comenzaron á engrandecerla, hasta los Reyes Católicos, que la distinguieron con su predilección casi tanto como á Granada! ¡Considerad que allí hubo concilios; que allí se reunieron Cortes; que allí se juzgó á los Templarios; que allí se establecieron preferentemente las Órdenes Militares y fundaron magníficos templos; que allí predicaron San Vicente Ferrer y San Juan de Sahagún; que allí residieron mucho tiempo Santa Teresa y San Ignacio de Loyola; que allí estudió y explicó Fr. Luis de León, y que allí estuvieron los reyes Ordoño I, Alfonso VII, Fernando II, Alfonso IX, Enrique II (antes y después de matar á su hermano), D. Juan I, D. Juan II, D. Enrique IV, los Reyes Católicos (no una, sino muchas veces), el emperador Carlos V, Felipe II, Felipe III, Felipe V, y D. Alfonso XII, que felizmente reina!

»Digo más, señores; digo más… – Allí nació y fué bautizado Alonso XI; allí murió la esposa amadísima de Trastamara, ó sea la reina D.ª Juana Manuel; allí murió también el príncipe D. Juan, único hijo varón de los Reyes Católicos, quien, de haber vivido más tiempo, hubiera ahorrado á España muchas calamidades; y allí, en fin, se casó con María de Portugal el Sr. D. Felipe II, cuyo nombre y cuyos hechos no figurarían en nuestra historia si no hubiese habido antes un Felipe I…

»Salamanca, por consiguiente, debe de estar cuajada de iglesias, de palacios y de conventos. Salamanca debe de ser un álbum arquitectónico, donde se encuentren modelos de todos los estilos cristianos: del románico, del gótico, del plateresco, del greco-romano y del churrigueresco (y esto suponiendo que no haya también piedras árabes y judías). Salamanca, en fin, será un mare magnum de portadas, de torres, de columnatas, de ojivas, de retablos, de púlpitos, de pinturas en tabla, en lienzo y al fresco, de sillerías y estatuas de madera, de verjas, de alhajas, de ornamentos, de ropas y de otras venerandas antigüedades.

»Para formar idea de ello, básteos saber que, en el siglo xii, cuando se escribió el Fuero de Salamanca, había en la ciudad 33 iglesias, y que después llegó á haber hasta 48, sin contar cuatro conventos de Monacales y 17 de Religiosos de los demás Institutos, 16 de Monjas, dos beaterios de reclusión voluntaria, uno de reclusión forzosa, y más de 30 colegios, incorporados legalmente á la Universidad… Y, aunque descontemos las muchas iglesias, y, sobre todo, los muchos conventos que habrán caído al golpe del cañón extranjero y de la piqueta constitucional y republicana desde 1808 á 1813, y desde 1835 á 1874, todavía quedarán en pie los bastantes monumentos históricos y artísticos para considerar á Salamanca (y es cuanto se puede decir) como otra Toledo. – ¡A Salamanca, pues, amigos míos! ¡A Salamanca, sin pérdida de tiempo! ¡A Salamanca, antes de que, por razón de ornato público, le sacudan el polvo de los siglos! ¡A Salamanca, antes de que la reformen, antes de que la mejoren, antes de que la profanen… (que todo viene á ser la misma cosa)! ¡A Salamanca mañana mismo!

»El viaje es sumamente cómodo… – Aquí tenéis El Indicador… – Se sale de Madrid á las nueve y media de la noche, y se llega allá á las nueve y media de la mañana. – El billete, en 1.ª clase, cuesta siete duros, que, con siete de volver, son catorce. – Supongo que habrá allí hoteles, ó sea fondas; pero, si no los hay, habrá casas de huéspedes, y si no, posadas, y si no, hospicio. – Y hablo así, porque no avisaremos á nadie nuestra llegada; que, de lo contrario, bien podríamos asegurar que allí tenemos al padre alcalde, y no sólo al padre, sino al abuelo y al bisabuelo… dado que conocemos en Salamanca al Sr. Obispo de la diócesis, Martínez Izquierdo, compañero de algunos de nosotros en las Cortes de 1869 y en el actual Senado; dado que nuestro amigo Frontaura es Gobernador de la provincia, y dado que yo cuento además en aquella población con la antigua y excelente amistad de otras personas, que no dejaré de presentaros en el momento oportuno. – Fuera de esto, sabed que Salamanca gozó siempre opinión de barata y de rica, y que sus alimentos son también muy celebrados. Los castaños y encinas de sus montes dan pasto al mejor ganado de cerda de las Españas, y el tal ganado de cerda (convendréis en ello) puede muy bien servir de pasto á viajeros tan aguerridos como nosotros. A mayor abundamiento, las truchas del Tormes gozan igual fama de exquisitas (me refiero al geógrafo Miñano), sin contar con que en los corrales de aquellas casas de labor se crían ciertos pavos enormes, ya cantados por mí en un célebre soneto. – Y, ¡en fin, señores! ¡qué diablos! ¡corre de mi cuenta llevar un cesto de víveres y municiones (cuando digo municiones





Конец ознакомительного фрагмента. Получить полную версию книги.


Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/pedro-antonio-de-alarcon-2/viajes-por-espana-24172204/) на ЛитРес.

Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.



notes



1


Este viaje se hizo y fué escrito en 1873. – Hoy se va en ferrocarril á Navalmoral de la Mata.

(Nota de la presente edición.)




2


Este trabajo figura en el tomo II de Novelas cortas del autor.




3


Esta enumeración de los títulos del Emperador es literalmente la misma con que principia su testamento.




4


En este punto me atengo casi literalmente á la relación del Sr. Montero, más circunstanciada que la misma Crónica de Fr. Luis de Santa María, por apoyarse, no sólo en ésta, sino en otros documentos y tradiciones.




5


Lafuente.




6


Y eso que previamente se había trabajado mucho en aquel puerto para hacerlo transitable, por lo cual se le denominó Puerto Nuevo ó del Emperador, cuyo nombre lleva hoy.




7


El Prior (dice Gaztelu) llamó al Emperador Vuestra Paternidad, de lo cual luego fué advertido por otro fraile que estaba á su lado, y le acudió con Majestad.




8


Archivo de Simancas, Estado, leg. núm. 128. – Esta cita es del historiador D. Modesto Lafuente.




9


El P. Sigüenza, Hist. de la Orden de San Jerónimo.



Как скачать книгу - "Viajes por España" в fb2, ePub, txt и других форматах?

  1. Нажмите на кнопку "полная версия" справа от обложки книги на версии сайта для ПК или под обложкой на мобюильной версии сайта
    Полная версия книги
  2. Купите книгу на литресе по кнопке со скриншота
    Пример кнопки для покупки книги
    Если книга "Viajes por España" доступна в бесплатно то будет вот такая кнопка
    Пример кнопки, если книга бесплатная
  3. Выполните вход в личный кабинет на сайте ЛитРес с вашим логином и паролем.
  4. В правом верхнем углу сайта нажмите «Мои книги» и перейдите в подраздел «Мои».
  5. Нажмите на обложку книги -"Viajes por España", чтобы скачать книгу для телефона или на ПК.
    Аудиокнига - «Viajes por España»
  6. В разделе «Скачать в виде файла» нажмите на нужный вам формат файла:

    Для чтения на телефоне подойдут следующие форматы (при клике на формат вы можете сразу скачать бесплатно фрагмент книги "Viajes por España" для ознакомления):

    • FB2 - Для телефонов, планшетов на Android, электронных книг (кроме Kindle) и других программ
    • EPUB - подходит для устройств на ios (iPhone, iPad, Mac) и большинства приложений для чтения

    Для чтения на компьютере подходят форматы:

    • TXT - можно открыть на любом компьютере в текстовом редакторе
    • RTF - также можно открыть на любом ПК
    • A4 PDF - открывается в программе Adobe Reader

    Другие форматы:

    • MOBI - подходит для электронных книг Kindle и Android-приложений
    • IOS.EPUB - идеально подойдет для iPhone и iPad
    • A6 PDF - оптимизирован и подойдет для смартфонов
    • FB3 - более развитый формат FB2

  7. Сохраните файл на свой компьютер или телефоне.

Рекомендуем

Последние отзывы
Оставьте отзыв к любой книге и его увидят десятки тысяч людей!
  • константин александрович обрезанов:
    3★
    21.08.2023
  • константин александрович обрезанов:
    3.1★
    11.08.2023
  • Добавить комментарий

    Ваш e-mail не будет опубликован. Обязательные поля помечены *